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Ética de la abogacía
1000 A. Precisiones terminológicas, fuentes y propuestas de discurso ético 1002
1004 Con carácter previo, se considera oportuno dar cuenta de cuál es el contexto en el
que se gesta y tiene acogida el recorrido que ahora empieza acerca de los aspectos
éticos de la abogacía.
Ni qué decir tiene que es el contexto occidental al que se va a hacer alusión en todo
momento. Con miras a tratar de definir, siquiera sea introductoria e indicativamente,
a qué nos referimos, se considera procedente recurrir a una cita clásica de Xavier
Zubiri (1898-1983) comprendida en su obra «Naturaleza, Historia, Dios» (1944): «La
metafísica griega, el derecho romano y la religión de Israel (dejando de lado su origen
y destino divinos) son los tres productos más gigantescos del espíritu humano [...]
Solo la ciencia moderna puede equipararse en grandeza a aquellos tres legados».
Despejada, pues, esa triple, si no cuádruple, identidad occidental que más tarde,
incidiendo en la vertiente sociopolítica, llamaremos demoliberal, convendrá ahora
apelar a una doble distinción que también cuenta con virtualidad introductoria. Pues
bien, de acuerdo con la distinción formulada por José Ortega y Gasset (1883-1955),
inspirada en David Hume (1711-1776), y comprendida en «Ideas y creencias» (1940),
tenemos que Grecia fue la civilización de las ideas (orientación especulativa asentada
en el logos -razón teórica-) mientras Roma fue la civilización de las creencias
(orientación pragmática que se verifica a través del ius y la pax romana como razón
práctica).
La contraposición entre las ideas , o sea, la «vida intelectual», y las creencias, o sea, la
«vida viviente» o «vida real», podría sintetizarse, de acuerdo con la precedente
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distinción orteguiana, en el sentido siguiente: mientras «las ideas se tienen», esto es,
las ideas «se utilizan para designar todo aquello que en nuestra vida aparece como
resultado de nuestra ocupación intelectual»; en cambio, «en las creencias se está», es
decir, las creencias «se nos presentan con el carácter opuesto [... y] constituyen la
base de nuestra vida, el terreno sobre el que acontece».
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1012 No puede desconocerse que la ética suele considerarse como la teoría de la moral. Y
la moral, por su parte, suele ser entendida en una acepción religiosa (así, se habla de
moral católica, protestante, musulmana, etc.) que la aleja de ese posicionamiento
aséptico o, si se prefiere, más neutral y/o académico y que, por consiguiente, conlleva
una problemática notoriamente menor si es el término ética el que se emplea.
Sin perjuicio de lo anterior, convendrá aclarar que, en general, no se suelen hacer
distinciones entre ética y moral. De hecho, buena parte de los autores que se ocupan
del estudio de la ética y la deontología profesional usan, indistintamente, ambas
categorías.
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1022 Por un lado, en «Verdad, belleza y bondad reformuladas. La enseñanza de las virtudes
del siglo XXI» (2011), de Howard Gardner, se renueva, apelando a las expresadas
categorías platónicas, la distinción, en clave complementaria, entre la ciencia, el arte
y la ética ; como corolarios de la verdad, la belleza y la bondad, respectivamente. Se
trata, pues, de retomar esa otra tríada, ya presente en Immanuel Kant (1724-1804),
que permitió proponer una revisión general de toda la filosofía a través de las tres
críticas: «Crítica de la razón pura» (1787), cuyo objeto de crítica era el conocimiento
teórico (léase la ciencia, la noción de verdad); «Crítica del juicio» (1790), cuyo objeto
de crítica se centraba en la experiencia artística (léase el arte, la noción de belleza) y
«Crítica de la razón práctica» (1788), cuyo objeto de crítica era la acción moral (léase
la ética, la noción de bondad). También habríamos podido trazar ese triángulo
compuesto de tres ángulos, la ciencia («ello»), la ética («nosotros») y el arte-
estética («yo»), apelando al «Gran Tres» de Karl Popper (1902-1994) y, más
específicamente, a esos tres mundos en los que, a su juicio, quedaba vertebrada,
recíprocamente, la realidad: el mundo objetivo (centrado en el «ello»), el mundo
cultural (del «nosotros») y, finalmente, el mundo subjetivo (del «yo»). Puesto que la
cuestión central, a nuestros efectos, es la que tiene transcendencia ética no puede
orillarse que la misma tiene que conjugarse atendiendo, especialmente, a una de las
tres prenombradas categorías fundamentales como es la bondad ; debiendo resaltar
que dicha conjugación no dejará de ponerse de relieve, en todo momento, sino a
través del «nosotros». La primera persona del plural nos pone sobre aviso, pues,
acerca de aquello que es prevalente en cualquier planteamiento imbuido de
significación ética: la dimensión convivencial, en definitiva, la armonía, el orden
social. La responsabilidad social del abogado no es, subrayémoslo, nada retórica
sobre este particular hasta el punto de que su modus operandi se despliega tanto
reivindicando la «fuerza de la razón» (y, en modo alguno, la versión contraria
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1024 Y, por otro lado, como se decía antes, podría completarse el esquema trazado
recurriendo a los Tria iuris praecepta, al tríptico de Ulpiano . Como apunta Ángel
Sánchez de la Torre en «El Derecho en la aventura europea de la libertad» (1987), «el
conjunto de los Tria iuris praecepta constituye el arquetipo conceptual, y también el
arquetipo fundamental del Derecho». Aunque se pueda recaer en un reduccionismo,
la vis indicativa justifica correr el riesgo de incurrir en malentendidos. Se trata de
recomponer un nuevo esquema tripartito y dar cuenta de las tres tradiciones
jurídicas cuya invocación persiste en el orbe occidental. El Iusnaturalismo y la visión
axiológica del Derecho se identifican con el primero de los preceptos, vivir
honestamente. El segundo de ellos, no hacer daño a otro, enlaza con el principio de
igualdad y, específicamente, con la visión fáctica y/o sociológica del Derecho a que se
contrae la tradición del Realismo Jurídico; y, por último, la dimensión distributiva
presente en dar a cada uno lo suyo tendería a aproximarse, llegado al caso, a una
visión normativa del Derecho exteriorizada a través del iuspositivismo. Reaparece,
por consiguiente, aunque en otro orden y con un alcance matizado, el acervo
proveniente de las categorías fundamentales antes mencionadas y sus derivaciones.
De cualquier manera, este otro tríptico precedente sirve, cuanto menos, para
introducir, aunque no sea inmune a los malentendidos, a una vía de aproximación (o
conexión) entre el ámbito ético (o moral) y el mundo del Derecho entre cuyos
actores protagonistas figuran, señaladamente, los abogados.
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1030 Por otra parte, la dimensión social de la ética está presente a partir de la
consideración del hombre como «ser social», pudiéndose resaltar no solo la Teoría de
la Justicia comprendida en el Libro V de la «Ética a Nicómaco» sino, principalmente, la
«Política»; en la que Aristóteles insistía en el carácter social del hombre en tanto
que animal político (zoon politikon). La cita de un breve fragmento de la obra
reseñada lo expresa con gran elocuencia: «La razón de que el hombre sea un ser
social, más que cualquier abeja y que cualquier otro animal gregario, es clara. La
naturaleza, pues, como decimos, no hace nada en vano. Solo el hombre, entre los
animales, posee la palabra [...] la palabra existe para manifestar lo conveniente y lo
dañino, así como lo justo y lo injusto. Y esto es lo propio de los humanos frente a los
demás animales: poseer, de modo exclusivo, el sentido de lo bueno y lo malo, lo justo
y lo injusto, y las demás apreciaciones. La participación comunitaria en estas funda la
casa familiar y la ciudad» (L.I, II).
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De acuerdo con dos aforismos latinos, en un caso, Fiat iustitia et pereat mundus
(«Hágase justicia aunque perezca el mundo»), el lema de Fernando I de Habsburgo
(1503-1564), quien fuera nieto de Fernando el Católico y Emperador del Sacro
Imperio Romano Germánico; y, en otro, Summum ius, summa iniuria («la extrema
justicia es injusticia extrema»), recogido por Marco Tulio Cicerón (106-43 a. C.) en De
Officiis (L. I, 33), advertimos cómo se relanza ese aspecto paradójico que no hace
sino renovar la contraposición entre «maximalismo» versus «posibilismo» o, si se
prefiere, entre la «cosmovisión idealista» versus la «cosmovisión realista». Asistimos,
en definitiva, a otra forma de tratar la consideración de la justicia como un fin o como
un medio, respectivamente, sin menospreciar, claro está, la extendida concepción
(subjetivista) de la justicia como sentimiento. Con todo, de incidir en la segunda
hipótesis no quedaría sino admitir que la justicia se establece como un modo de
evitar males mayores (más coloquialmente podría apostillarse que «lo mejor es
enemigo de lo bueno») y que, por consiguiente, dicho de otro modo, la justicia se
erige en un medio para obtener otros bienes.
Las sucesivas tensiones a que se ha venido haciendo alusión, en clave dialéctica,
permiten retomar ese otro aspecto dilemático al que se refería el poeta Samuel
Taylor Coleridge (1772-1834). Y es que para el poeta lakista la pugna entre el
idealismo platónico y el realismo aristotélico era una especie de designio habida
cuenta que todo el mundo habría nacido platónico o aristotélico. Quedaría por ver si
dicho designio tendría que responder, en el caso de los juristas, en general, y en el de
los abogados, en particular, a un buen augurio o si, por el contrario, habría de
considerarse una especie de atávica maldición.
1046 La actitud dogmática es una postura positiva que considera que el hombre está
capacitado para conocer y que el conocimiento que realiza le permite adquirir
verdades de las que puede estar rigurosamente seguro. La verdad debe escribirse,
pues, con mayúscula; y la simple noción de verdad absoluta es, en puridad,
redundante. La verdad no admite dobleces, ni matices ni fragmentaciones de ninguna
clase.
Si la actitud dogmática rechaza de plano la atomización de la idea de verdad, la
actitud relativista nos sitúa, prácticamente, en el polo opuesto: aunque cree que es
posible el conocimiento y cree también en la certeza de este, entiende que no existe
una sola verdad, sino una pluralidad de verdades. Es decir, cada época histórica, ciclo
cultural, cada ámbito o contexto, incluso, posee su propio sistema de verdades. El
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hombre, en fin, puede llegar a conocer la verdad, pero no una verdad absoluta e
intemporal, sino una verdad relativa circunscrita al sistema concreto en que se
formula.
La tercera actitud, la actitud escéptica, trasluce una postura de duda ante el
fenómeno del conocimiento. Aunque no niega la posibilidad del mismo la duda, sin
embargo, no consigue evaporarse. Para algunos el escepticismo que arrastra la duda
y el desaliento es una forma de «suicidio dialéctico» (Ortega y Gasset) mientras para
otros es más bien, diríamos, una muestra de sensatez; así, por ejemplo, para François
Marie Arouet (1694-1778), conocido como Voltaire, «la duda no es una condición
placentera pero la certeza es absurda». Y, en sentido análogo, puede ser traída a
colación la siguiente recomendación de André Gide (1869-1951), Premio Nobel de
Literatura de 1947: «Cree en aquellos que buscan la verdad, duda de aquellos que la
han encontrado».
Como tarea pendiente deviene inevitable consignar, pues, qué actitud, o qué
actitudes, habrán de acompañar a la hora de ir conformando la práctica profesional
en un contexto que tiene que ver con la expresada articulación del discurso ético. Se
trataría, por tanto, de plantearse cómo lograr cohonestar la lógica racional, la de los
«razonamientos lógicos en sentido estricto»; con esa otra lógica de lo razonable, la de
los «razonamientos dialécticos» y/o «retóricos o persuasivos». Repárese en que Luis
Díez-Picazo, en «Experiencias jurídicas y teoría del derecho» (1987, 2ª ed.) ya
distinguía, por lo menos, tres tipos distintos dentro del heterogéneo mundo de los
razonamientos jurídicos: razonamientos lógicos en sentido estricto; de carácter
dialéctico; y retóricos o persuasivos.
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1058 Con carácter previo, parece conveniente remitirse a la noción de officium de la mano
del célebre jurisconculto romano Cicerón. En su obra, antes traída a colación, De
Officiis, reaparece, de nuevo, como podrá apreciarse, la idea de deber que hace las
veces de compendio de las cinco virtudes extraordinarias siguientes: «Fides, Pietas,
Humanitas, Reverentia» y «Amicitia».
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1062 1. «Fides »: consiste en el nexo o vínculo que se traduce, en definitiva, por la confianza
que debe presidir las relaciones entre los contratantes; que es tanto como referirse,
a nuestros efectos, al arrendador (léase, abogado) y al arrendatario (léase, cliente) en
el seno de la relación de prestación de servicios profesionales de abogacía. Dichos
servicios, aprovechemos para señalarlo, los verificará el abogado «asesorando,
conciliando y/o defendiendo en Derecho los intereses que le sean confiados» (véase
el art.30 del RD 658/2001 , por el que se aprueba el Estatuto General de la
Abogacía Española -EGAE-, en relación con LO 6/1985 art.542.1 -LOPJ-).
2. «Pietas »: el officium pietatis alude al deber de afección; y, más en concreto, a
impedir realizar actos desprovistos de justificación que puedan producir perjuicios a
quien demanda los servicios profesionales.
3. «Humanitas »: atañe a la dignidad, o sea, a valorar tanto la personalidad propia
como respetar la ajena; y tiene que ver, también, con la amabilidad, con la suavidad de
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las formas, incluso con el perdón, revelándose una vía muy eficaz para dulcificar no
pocos rigores jurídicos.
4. «Reverentia »: alude al respeto, a la consideración debida entre las personas; algo
que va más allá de la mera cortesía, algo que transciende las formalidades. Habría
que separar esta acepción de reverencia de cualquier otra en la que estuvieran
presentes ideas, a veces consideradas afines, como recelo, miedo, desconfianza,
reserva, temor respetuoso e incluso deferencia.
5. «Amicitia »: el officium amicitiae alude a una nota de carácter personal que está
informada por la idea de pacto. Remite, pues, a una clase de deber personal que
media, subrayémoslo, entre quien encomienda (el cliente-arrendatario) y quien
acepta el encargo (el abogado-arrendador) en que consista el objeto de la prestación
de servicios profesionales.
La noción de « officium » , en suma, quiere decir mucho más que «deber» y de ahí que
haya que acudir a ese plus que conlleva la expresión «deber hacer». Para Juan
Iglesias, parafraseando a Cicerón, «deber hacer» engloba aptitudes, y también
actitudes, tales como «decir, obrar, actuar, y diligentemente, según manda lo honesto,
y por el bien de cada uno y, sobre todo, por el bien de los demás». En conclusión,
«deber hacer» consiste en un haz de conductas ejemplificada a través de la síntesis
que sigue: «Hacer. Obrar. No callar. No dimitir. Y que la obra, la acción y todo lo que
con ella consuene sea digno».
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contrae lo preceptuado en CC art.1104 que se dirá sin que sea ocioso subrayar el
carácter de derecho sustantivo supletorio previsto al efecto en CC art.4.3 .
La noción de «lex artis ad hoc» hace referencia, a propósito de la abogacía, al marco
general de actuación del abogado con (doble) incidencia tanto en los principios
científico-técnicos como en aquellos otros ético-deontológicos implicados en la
práctica profesional de la abogacía. Un concepto que puede resultar ilustrativo, como
acción de contraste, habida cuenta su proyección antagónica es el de malpraxis.
El canon de diligencia puede ser objeto de concreción a partir del tenor literal
estatuido en CC art.1104 : «La culpa o negligencia del deudor consiste en la
omisión de aquella diligencia que exija la naturaleza de la obligación y corresponda a
las circunstancias de las personas, del tiempo y del lugar.
Cuando la obligación no exprese la diligencia que ha de prestarse en su
cumplimiento, se exigirá la que correspondería a un buen padre de familia».
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«El que por acción u omisión causa daño a otro, interviniendo culpa o negligencia,
está obligado a reparar el daño causado».
La justicia distributiva , por otra parte, tiene un marcado carácter político y, a
diferencia de lo expuesto anteriormente, atiende al criterio de mérito («proporción
geométrica»). Esta segunda versión de la justicia tiene más que ver con la llamada
justicia social, denominación asociada a diferentes temas de interés tales como la
igualdad (social, de oportunidades...), el Estado del bienestar (Welfare State), los
derechos sociales en general, etc.
Sin perjuicio de lo anterior, no puede omitirse la consideración de la justicia -el
referente axiológico a que antes se aludía con cita del primer precepto de Ulpiano,
Honestae vivere- como un valor superior del ordenamiento jurídico,
conjuntamente con la libertad, la igualdad y el pluralismo jurídico (Const art.1.1 ).
La justicia, citada en segundo lugar, detrás de la libertad, y antes que la igualdad y el
pluralismo político, se proyecta tanto del lado de la dignidad humana (Const
art.10.1 ) como del lado de la igualdad (Const art.14 ).
1074 Asimismo, deviene necesario destacar el alcance del art.24 Const , en sede de
derechos fundamentales, acerca del principio de tutela judicial efectiva e,
igualmente, la propia función social de la administración de justicia. Su carácter
gratuito , reconocido expresamente en Const art.119 , sin embargo, no habrá de
colisionar con una creciente actividad como es el pro bono (nº 1300 s. ); expresión
que deriva del latín pro bono publico que se refiere a acciones realizadas «por el bien
público» con que se alude al compromiso de los abogados con la comunidad (que el
Centro de Responsabilidad Social de la Abogacía del Ilustre Colegio de Abogados de
Madrid define, por ejemplo, como «prestación voluntaria de asesoramiento jurídico
gratuito en beneficio de personas o comunidades necesitadas, menos privilegiadas,
en situación de vulnerabilidad social o marginadas y a las organizaciones que las
asisten, así como la prestación de asesoramiento jurídico gratuito en temas de
interés público») y que viene a constituir unos de los pilares de la llamada
responsabilidad social de la abogacía, cuyo fundamento radica, como explicita el
inciso 2 de la Declaración de Madrid sobre Responsabilidad Social de la Abogacía, de
23-10-2009, en que «El abogado, como miembro de una profesión que sirve al
interés público de la justicia, tiene obligaciones no solo frente al cliente, sus
compañeros y otros profesionales del derecho, jueces y tribunales, poderes públicos
y colegios de abogados, sino también frente a la sociedad».
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1080 Un medio adecuado para presentar el tránsito apreciable entre la reflexión teórica ,
de significación ética, a la plasmación práctica, que es propia del discurso
deontológico, podría consistir en retomar, nuevamente, a Platón y Aristóteles para
establecer sendas acciones de contraste.
En el Libro VII de «La República», cuando el diálogo aborda el conocido «Mito de la
caverna», Platón distinguía entre Doxa y Episteme, que podríamos traducir por
«Opinión» y «Ciencia», respectivamente: mientras la Doxa-«opinión» se fragua en el
interior de la caverna con la proyección de imágenes (sombras) y opiniones (objetos),
la Episteme-«ciencia», en cambio, se manifiesta en el exterior de la caverna con la
consiguiente proyección de hipótesis (sombras) y principios (objetos). Aristóteles,
por su parte, distinguía en su Tópica entre lo «apodíctico» y lo «dialéctico»: mientras
lo apodíctico se desenvolvía en el campo de la verdad para los filósofos (coincidente,
pues, con lo «cierto incondicionalmente, válido necesariamente»), lo «dialéctico»
tenía que ver con el campo de la disputa, es decir, lo meramente opinable, algo propio
de retóricos y sofistas.
Las distinciones cruzadas precedentes sirven, pues, para delimitar esa tensión entre
el mundo de la opinión, que avanza en clave dialéctica , y el de la ciencia, que lo hace
en clave apodíctica. Esta nueva distinción añade nuevos matices al desdoblamiento,
ya comentado, entre la reflexión teórica y la praxis. Se trata, pues, de añadir nuevas
vías aproximación a la tensión dialéctica que media entre la ética y la deontología con
que prosigue la exposición.
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Precisiones
Aunque el Pleno del Consejo General de la Abogacía Española aprobó el texto del Estatuto
General de la Abogacía Española en junio de 2013 para su plena adecuación a la Directiva de
Servicios del Parlamento Europeo y otros aspectos más, el mismo sigue pendiente de tramitación.
1088 Antes de abordar lo relativo a los principios de actuación profesional del abogado,
siquiera sea por su impronta introductoria, se estima oportuno hacer un bosquejo de
las líneas maestras de la regulación deontológica de la abogacía española,
atendiendo, especialmente, al Preámbulo del Código deontológico de razón; a saber:
Con carácter previo, interesa resaltar que se principia la codificación reconociendo al
ejercicio profesional de la abogacía una función social y de ahí, precisamente, la
necesidad de regular a nivel deontológico dicha actividad profesional. El Código,
proveniente del Consejo General de la Abogacía Española, tiene la pretensión de
erigirse en normativa básica; pese a lo cual nada impide que a nivel de consejos
autonómicos o incluso a nivel de un colegio profesional propiamente dicho tenga
lugar el oportuno desarrollo y adecuación.
En cuanto a las precitadas líneas maestras de la regulación, se dejan enunciados los
dos grupos siguientes:
1. Valores fundamentales en el ejercicio de la profesión: la independencia, la
libertad, la dignidad, la integridad, el servicio, el secreto profesional, la transparencia
y la colegialidad.
2. Virtudes que deben adornar cualquier actuación del abogado: honradez, probidad,
rectitud, lealtad, diligencia y veracidad.
Son cinco los bloques a que se atienen, digámoslo a efectos meramente indicativos,
los veintidós artículos de la codificación deontológica precedida de un Preámbulo y
provista a su vez, de una Disposición Derogatoria y otra Final; a saber:
I. Obligaciones deontológicas que despejan los principios inspiradores (de
significación ética) y las fuentes de dicha regulación (CDA art.1 ).
II. Principios en los que se alude a la independencia, libertades de defensa y
expresión, confianza e integridad, secreto profesional, publicidad, lealtad profesional
y sustitución en la actuación (CDA art.2 a 8 ).
III. Relaciones que se proyectan con el Colegio, Tribunales, profesionales de la
abogacía, clientes y con la parte contraria (CDA art.9 a 132).
IV. Cuestiones económicas en las que se abordan temas tales como honorarios,
hojas de encargo, provisiones de fondos y pagos a cuenta, impugnación de
honorarios, pagos por captación de clientela y tratamiento de fondos ajenos (CDA
art.14 a 19 ).
V. Cuestiones finales que se refieren a la cobertura de la responsabilidad civil,
empleo de TICs y sociedades profesionales (CDA art.20 a 21 ).
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1096 2. Principio de honradez y veracidad. Este principio bien pudiera traducirse por una
segunda versión de la independencia. Si anteriormente nos hemos referido a la
independencia para-, a la independencia como prerrogativa, ahora, en cambio,
podríamos referirnos a una segunda acepción que podríamos denominar
independencia de-, o, si se prefiere, a la independencia como obligación.
Esta segunda clase de independencia, como «independencia de-», cuenta con un claro
sesgo obligacional que, al socaire de la honradez y la veracidad enunciadas,
podríamos traducir, rebajando la pretenciosa grandilocuencia de estos dos principios
(virtudes si atendemos a la terminología empleada al efecto por el Código
deontológico), por lealtad y diligencia.
La lealtad es considerada también, como queda dicho, uno de los deberes
fundamentales de los abogados. Opera ante uno mismo, con respecto a los demás
(jueces, fiscales, abogados, parte contraria, etc.) y, singularmente, con respecto al
cliente. Un símil que puede ser pertinente para ahondar en su adecuada exégesis
podría venir determinado por esa fórmula, asociada al terreno deportivo, cual es la
del fair play; que habría de ser puesta en relación, a su vez, con ese otro principio,
análogo, cual es el de buena fe, ya sea desde una punto de vista supletorio-sustantivo
(CC art.7 ), ya sea desde un punto de vista supletorio-adjetivo (LEC art.247 ).
En cuanto a la diligencia, habría que reenviar esta cuestión, en evitación de
repeticiones, a los cánones o standards de actuación profesional a partir de lo ya
expuesto a propósito del CC art.1104 en relación con la noción doctrinal-
jurisprudencial de lex artis ad hoc. La tríada dedicación, información y transparencia,
en un contexto en el que debe primar la actitud responsable, bien pudiera servir para
fijar el contorno del ámbito de la diligencia profesional como segunda versión del
principio de honradez y veracidad.
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1102 Mark H. MacCormack (1930-2003), en The Terrible Truth About Lawyers (1987), se
detenía en el aplomo como antesala de la nota de dignidad; que, en su opinión, debía
revelarse como una dignidad eficaz. En la entradilla de la expresada obra incluía una
cita atribuida a Abraham Lincoln (1809-1865) que constituye una llamada a las
soluciones transaccionales y, en general, a lo que más modernamente se conoce
como «sistemas alternativos de solución de conflictos» (Alternative Dispute
Resolution -ADR-): «Desaconseja los litigios. Siempre que puedas convence a tus
vecinos de que lleguen a un arreglo amistoso. Ponles de manifiesto que, a menudo, el
teórico vencedor es en la práctica un perdedor... en dinero pagado por honorarios,
gastos y derroche de tiempo. En tanto que conciliador, al abogado se le brinda la
magna oportunidad de ser un hombre de bien. No le faltará trabajo».
suene redundante- que puede plantearse entre lo que se hace (o se deja de hacer) -la
conducta- y lo que se piensa (sin desmerecer lo que se siente) -parafraseando el
«Credo poético» de Miguel de Unamuno (1864-1936) diríamos: «Piensa el
sentimiento, siente el pensamiento [...] Lo pensado es, no lo dudes, lo sentido...»-.
Siguiendo a Rafael Gómez Pérez en «Deontología jurídica» (1999, 4ª ed.), convendrá
distinguir, primero de todo, entre diferentes tipologías de conciencia: conciencia
cognoscitiva, conciencia psicológica y, finalmente, conciencia moral; a saber:
mientras la conciencia cognoscitiva significa conocer, «tomar conciencia de algo», y
la conciencia psicológica equivale a «consciencia», la conciencia moral alude al
«juicio o dictamen del entendimiento que califica la bondad o maldad de una
conducta», ya sea en clave comisiva, ya sea en clave omisiva.
La conciencia moral consiste, pues, en un concepto complejo que tiene que ver con
el ámbito de lo íntimo, con la sensibilidad. Las tres citas y/o referencias siguientes
contribuirán a tratar de perfilar qué quiere decir conciencia moral; así pues, desde «la
voz del alma», para Jean Jacques Rousseau (1712-1778), hasta «la brújula de lo
desconocido», según Victor Hugo (1802-1885), o incluso el equivalente al superyó de
la segunda tópica freudiana coincidente, obiter dicta, con la instancia preconsciente
de la primera tópica, permiten dotar de contenido y tratar de aclarar tamaña
complejidad que se anuda, como queda dicho, en el ámbito de lo íntimo, en el plano
de la sensibilidad. Puesto que ha hecho acto de presencia Sigmund Freud (1856-
1939) no será ocioso referirse a la denominada «tercera herida narcisista» («no
somos dueños de nosotros mismos») que vendría a sumarse a la «primera», con
Nicolás Copérnico (1473-1543), «el planeta tierra no es el centro del universo», y a la
«segunda herida narcisista», con Charles Darwin (1809-1882), «el hombre es un
animal más».
1106 Siguiendo ahora a Javier de la Torre, en «Ética y Deontología jurídica» (2000), pueden
distinguirse, asimismo, tres rasgos de la conciencia moral madura -susceptible de
llegar a convertirse en una conciencia operativa que pueda funcionar como norma
interiorizada- como son rectitud, veracidad y, finalmente, certeza; a saber: la rectitud
moral se manifiesta en oposición a la «conciencia viciosa» y actúa con sinceridad,
coherencia y autenticidad en la búsqueda de la verdad; la veracidad moral pretende,
en oposición a la «conciencia falsa», que la conducta se adecúe a lo que algunos han
llegado a llamar «verdad moral objetiva»; y, por último, la certeza moral, que se
manifiesta en oposición a la «conciencia dudosa», constituye una adhesión firme del
entendimiento a lo que conoce (seguridad subjetiva) cuando la antes mencionada
«verdad moral objetiva» no se aparezca -o no se manifieste- claramente. Justo es
reconocer que las antedichas alusiones a la denominada «verdad moral objetiva» no
son, por polémicas, ajenas al disenso.
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La educación, más apegada a la dimensión teórica, está influida, como expone Ken
Robinson, con Lou Aronica, en «El Elemento» (2009), por determinadas magnitudes
como son el inconsciente; la herencia genética y la experiencia individual; y sin que se
pueda descuidar, asimismo, el papel de las emociones, la «sensibilidad», sobre todo al
plantearse dar con el precitado «Elemento», esto es, «el punto de encuentro entre las
aptitudes naturales y las inclinaciones personales». El estímulo del talento, la
creatividad y la vocación artística, según la propuesta de Robinson, permitiría
conectar el plano educativo de la conciencia moral con el «primer principio del
entendimiento teórico» consistente en la no-contradicción.
1110 La formación, incidirá, por su parte, en la secuencia práctica que toma en cuenta la
nota de «sinceridad» que se desenvuelve de acuerdo con el par vida-pensamiento. Es
decir, cabría plantear, por un lado, la alternativa «se piensa como se vive o se vive
como se piensa»; y, por otro, será apropiado recordar la famosa máxima de Gabriel
Marcel (1889-1973), según la cual, «cuando uno no vive como piensa, acaba
pensando cómo vive». La «formación» está relacionada, pues, con la praxis y, en
concreto, con el «primer principio del entendimiento práctico» que consiste en
rechazar el mal y hacer el bien (lo cual enlaza, ciertamente, con el segundo de los Tria
iuris praecepta: Alterum non laedere).
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fines. Muy posiblemente no quedará otra opción sino la del abordaje, de manera
particularizada, del asunto de que se trate sin dar pábulo, sin más, a las meras
disquisiciones teóricas que tienden, frecuentemente, a justificar ex ante -o incluso ex
post- el modus operandi en que vaya a consistir la decisión ad hoc -como toma de
posición- ante el dilema ético.
1118 Sobre la relación del abogado con las consideradas leyes injustas
La relación del abogado con las leyes injustas alude a una hipótesis que podría
guardar relación con los supuestos de desobediencia y con la facultad de aceptar y/o
rechazar asuntos a que se ha hecho mención con anterioridad.
Según el principio general formulado por Rafael Gómez Pérez asumir la defensa en
casos donde están en juego leyes injustas supone una cooperación con la injusticia
de la ley. No obstante, otro autor, también citado previamente, Javier de la Torre,
señala que «desde siempre los cambios y las reformas se han hecho desde dentro y
desde fuera». Ni que decir tiene que el cariz reformista de «los cambios desde
dentro» es el que permitiría proyectar, en el campo profesional, la actuación «en
conciencia» y «a conciencia» a que se remite el ideal moral. Sostiene, prosigue el
autor citado en último lugar, que «la conciencia moral no nos debe llevar a buscar un
mundo puro sino a mejorar este mundo limitado e implicarnos en cuestiones a veces
nada claras, desde una conciencia más responsable con las personas que desde una
conciencia que busca tranquilidad y pureza de actuación».
En resumidas cuentas, la única cuestión que quedaría pendiente de dirimir es si el
abogado desiste de intervenir o si, por el contrario, aun cuando se muestre
discrepante, lo haga tratando de reconducir la reforma de dichas disposiciones
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legales haciendo una crítica «desde dentro», esto es, en el seno del propio sistema de
administración de justicia.
1122 Se van a ser señalar tres ámbitos en los que pueden apreciarse puntos de encuentro a
propósito de la ética de las profesiones jurídicas, en general, y la ética de la abogacía,
en particular. Nos limitaremos a relacionar aspectos reveladores de dicha conexión
distinguiendo tres ámbitos como son la ética empresarial; la llamada
Responsabilidad Social Corporativa (RSC), también denominada Responsabilidad
Social de la Empresa (RSE), que es el término que parece haberse impuesto en
nuestro país (nº 1246 s. ); y, finalmente, se hará una breve alusión a la estrecha
conexión entre ética y calidad.
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Deontológico para la relación entre Jueces y Abogados» así como la creación, desde
hace años, del «Premio Scevola de la Ética y la Calidad de los Profesionales Juristas».
1138 Laboralización
(RD 1331/2006 )
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El Real Decreto por el que se regula la relación laboral de carácter especial de los
abogados que prestan sus servicios en despachos de abogados, individuales o
colectivos introdujo la mencionada relación laboral. A nadie podrá pasarle
desapercibido que las notas características de la relación laboral (voluntariedad,
ajenidad, retribución e inclusión en el ámbito de organización y dirección de otra
persona que hace suyos los frutos del trabajo) cuentan con una incidencia
incuestionable hasta el punto de ver recortada, significativamente, la independencia
como aspecto consustancial al ejercicio de la actividad profesional de abogado en
sentido clásico, esto es, en su consideración de profesión liberal.
1140 Mercantilización
(L 2/2007 )
1142 Liberalización
El Informe sobre el sector de servicios profesionales y los colegios profesionales
(Comisión Nacional de la Competencia, 2008), por fijar un antecedente no demasiado
remoto, y, principalmente, la «Ley Paraguas» (L 17/2009 , sobre el libre acceso a las
actividades de servicios y su ejercicio) y la «Ley Ómnibus» (L 25/2009 , de
modificación de diversas leyes para su adaptación a la Ley sobre el libre acceso a las
actividades de servicios y su ejercicio) prefiguran esta tendencia hacia la
liberalización. Como temas candentes que no pueden considerarse resueltos, o no
resueltos definitivamente, podrían citarse la eventual supresión de la reserva
exclusiva de actividad y el carácter obligatorio de la colegiación.
2. Prospectiva de la abogacía
1144 Aunque la propia etimología del término abogado, ad auxilium vocatus, o sea «el
llamado para auxiliar», acoge un significado expresivamente favorable no es menos
cierto, sin embargo, que se trata de una profesión que arrastra, históricamente, el
lastre del descrédito. La desconfianza, incluso la sospecha, que muchas veces
acompaña a la figura del abogado, aunque se tratara de una imagen esperpentizada, y
nada infrecuente, por cierto, proviene de diferentes flancos. Bastará recurrir a los
clásicos, y a los no tan clásicos, para dar cuenta de ese clima desfavorable que nos
permitirá introducir una variante de diagnóstico, y pronóstico, de la abogacía.
La impresión general desfavorable hacia los abogados podemos encontrarla, como
hace Pablo Bieger en su semblanza de la profesión comprendida en la obra «El oficio
de jurista» (2006) coordinada por Luis María Díez-Picazo, recurriendo, por ejemplo, a
literatos como William Shakespeare (1564-1616): «La primera cosa que tenemos que
hacer es matar a todos los abogados» y Fiódor Dostoyevski (1821-1881): «El
abogado es una conciencia alquilada»; o a políticos como Benjamin Franklin (1706-
1790): «Las obras de Dios sorprenden de vez en cuando: mira, un abogado honesto» y
Napoleón Bonaparte (1769-1821): «Tiremos a los abogados al río».
Pues bien, una vez despejada la fuente de la sospecha o, si se prefiere, de una
impresión desfavorable generalizada, convendrá aclarar que con lo que sigue a
continuación no se va a tratar de recurrir, sin más, a la siempre atractiva,
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1148 La crítica precedente desborda, incluso, el punto de vista del «hombre malo»(Bad
man) que acogía el famoso juez Oliver Wendell Holmes, Jr. (1841-1935) en su
conferencia titulada The Path of the Law (1897). Con todo, no estará de más incidir,
como recordaba Alejandro Nieto en su discurso de investidura como Doctor Honoris
Causa en la Universidad Carlos III de Madrid en el acto de apertura del curso 1995-
96, que, como decía también el Juez Holmes, «el Derecho debe ser tratado siempre
con ácido cínico». Constituyen una valiosa referencia, a este respecto, el considerable
número de votos discrepantes suscritos por Holmes durante los treinta años (1902-
1932) en los que actuó como juez de la Corte Suprema de los Estados Unidos. Su
legado podría ser el de la creación de Derecho, de las líneas principales de su teoría
jurídica, desde la disidencia. ¿Y cómo, preguntémonos, cobraba carta de naturaleza
ese espíritu disidente?. Pues digámoslo así: bañando en «ácido cínico» las doctrinas
judiciales que dominaban el panorama norteamericano de comienzos de siglo con
miras a dejar al descubierto los intereses ideológicos servidos por la veneración del
antecedente histórico y del método lógico-deductivo.
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1158 Predicción final que remite al principio, es decir, al principio del fin. Si bien
Susskind concluye que «mi predicción es que los abogados que no estén dispuestos a
cambiar sus prácticas de trabajo y ampliar su gama de servicios, lucharán por
sobrevivir en la próxima década», no es menos cierto que sus análisis y predicciones,
no exentas del elemento provocación, no deberán caer en saco roto. Una última cita
de Susskind orientará y reforzará ese horizonte de reflexión que es inherente a todo
cuanto tenga significación ética: «Yo creo que los abogados, con el fin de sobrevivir y
prosperar, deben responder de manera creativa y con fuerza a las demandas
cambiantes de lo que es un mercado en constante evolución legal».
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de Maura y doctor Antonio Pedrol Rius, Barcelona, Bosch, 1990, págs. 289-293 y
269-271.
1164 I. El abogado debe pedir ayuda a Dios en sus trabajos, pues Dios es el primer
protector de la Justicia.
II. Ningún abogado aceptará la defensa de casos injustos, porque son perniciosos a la
conciencia y al decoro profesional.
III. El abogado no debe cargar al cliente con gastos excesivos.
IV. Ningún abogado debe utilizar, en el patrocinio de los casos que le sean confiados,
medios ilícitos o injustos.
V. Debe tratar el caso de cada cliente como si fuese el suyo propio.
VI. No debe evitar trabajo ni tiempo para obtener la victoria del caso que tenga
encargado.
VII. Ningún abogado debe aceptar más causas de las que el tiempo disponible le
permite.
VIII. El abogado debe amar la Justicia y la honradez tanto como las niñas de sus ojos.
IX. La demora y la negligencia de un abogado causan perjuicio al cliente y cuando eso
acontece, debe indemnizarlo.
X. Para hacer una buena defensa el abogado debe ser verídico, sincero y lógico.
1166 I. Jamás es lícito aceptar causas injustas porque es peligroso para la conciencia y la
dignidad.
II. No se debe defender causa alguna con medios ilícitos.
III. No se debe imponer al cliente pagos que no sean obligados, bajo pena de
devolución.
IV. Se debe tratar la causa del cliente con el mismo cuidado que las cosas propias.
V. Es preciso entregarse al estudio de los procesos a fin de que de ellos se puedan
deducir los argumentos útiles para la defensa de las causas que son confiadas a los
abogados.
VI. Las demoras y negligencias de los abogados son perjudiciales a los intereses de
los clientes. Los perjuicios así causados deben, pues, ser reembolsados al cliente. Si
no se hace así, se peca contra la Justicia.
VII. El abogado debe implorar el auxilio de Dios en las causas que tiene que defender,
pues Dios es el primer defensor de la Justicia.
VIII. No es aceptable que el abogado acepte causas superiores a su talento, a sus
fuerzas o al tiempo que muchas veces le faltará para preparar adecuadamente su
defensa.
IX. El abogado debe ser siempre justo y honesto, dos cualidades que debe considerar
como a las niñas de sus ojos.
X. Un abogado que pierde una causa por su negligencia es deudor de su cliente y
debe reembolsarle los perjuicios que le ocasione.
1168
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6. Decálogo del abogado de Ives Granda Da Silva Martins (Río de Janeiro, 1987)
1174 I. El Derecho es la más universal de las aspiraciones humanas, pues sin él no hay
organización social. El abogado es su primer intérprete. Si no considerases tu
profesión como la más noble sobre la tierra abandónala, porque no eres abogado.
II. El Derecho abstracto apenas gana vida más que cuando es practicado. Y los
momentos más dramáticos de su realización ocurren en el consejo de las dudas que
suscita y en el litigio de los problemas que provoca. El abogado es el promotor de las
soluciones. Sé conciliador, sin transigencia de principios y batallador, sin treguas ni
liviandades. Cualquier gestión solo se cierra cuando es fallada en el tribunal y, hasta
que esto ocurra, el cliente espera de su abogado dedicación sin límites.
III. Ningún país es libre sin abogados libres. Considera tu libertad de opinión y la
independencia de juicio los mayores valores del ejercicio profesional, para que no te
sometas a la fuerza de los poderosos y del poder o desprecies a los flacos e
insuficientes. El abogado debe tener el espíritu del legendario Cid Campeador
español, capaz de humillar a los Reyes y de dar de beber a los leprosos.
IV. Sin el Poder Judicial no hay Justicia. Respeta a los Jueces como deseas que los
Jueces te respeten. Solo así, en un ambiente noble y altanero, las disputas judiciales
revelan, en su momento conflictual, la grandeza del Derecho.
V. Considera siempre a tu colega adversario imbuido de los mismos ideales de que tú
te revistes. Y trátalo con la dignidad que la profesión que ejerces merece ser tratada.
VI. El abogado no recibe salarios, sino honorarios, porque los causídicos, que vivieron
exclusivamente de la profesión, eran de tal forma considerados que el pago de sus
servicios representaba honra admirable. Sé justo en la determinación de tus
servicios, justicia que podrá llevarte incluso a no pedirles nada, si es legítima la causa
y sin recursos el lesionado. Pero es tu derecho recibir justa paga por tu trabajo.
VII. Cuando los gobiernos violentan el Derecho no tengas recelo en denunciarlos,
incluso cuando persecuciones sigan a tu postura y los pusilánimes te critiquen por la
acusación. La historia de la humanidad solo se acuerda de los valientes que no
tuvieron miedo de enfrentarse a los más fuertes y olvida y estigmatiza a los cobardes
y aprovechados.
VIII. No pierdas la esperanza cuando el arbitrio prevalece. Su victoria es solo
temporal. En cuanto fueses abogado y luchares por recomponer el Derecho y la
Justicia cumples tu deber y la posteridad será agradecida a la legión de pequeños y
grandes héroes que no cedieron a las tentaciones del desánimo.
IX. El ideal de la Justicia es la propia razón de ser del Derecho. No hay Derecho
formal sin Justicia, sino solo corrupción del Derecho. Hay derechos fundamentales
innatos en el ser humano que no pueden ser negados sin que sufra toda la sociedad.
Que el ideal de la Justicia sea la brújula permanente de tu acción, abogado. Para esto
estudia siempre, todos los días, a fin de que puedas distinguir qué es lo justo de lo que
solo aparenta ser justo.
X. Tu pasión por la abogacía debe ser tanta que nunca admitas dejar de abogar. Y si lo
hicieres temporalmente, mantente en la aspiración al retorno a la profesión. Solo así
podrás decir a la hora de la muerte: «Cumplí mi tarea en la vida. Perseveré en mi
vocación. Fui abogado».
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7. Decálogo de moral profesional general presentado por José María Martínez Val en el
I Congreso Nacional de la Unión Profesional (Madrid, abril de 1983)
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