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REPORTE No.

1: Ética y moral como términos históricos

Bioética, grupo 41 Angel Gregorio Vallejo


Bandera

Uno de los mejores modos de conocer el significado de un concepto es ir


directamente hacia su definición tal y como nos la muestran los diccionarios o,
como es nuestro caso, ir hacia las etimologías; la diferencia cabal entre una u
otra, a mi parecer, se halla en la tendencia histórica que arrastra la segunda y
de la cual carece la primera. Es decir, un diccionario nos permite conocer qué
es determinado concepto, pero no nos permite hacer, lo que las etimologías sí,
ir hacia la construcción histórica que permitió tal construcción conceptual. El
capítulo que nos concierne, en virtud de los beneficios recién dichos, nos
permitirá conocer a la ética y la moral desde su visión histórica, desde sus
etimologías para, a su vez, profundizar un poco más en el pasado histórico que
cargan tales conceptualizaciones.

Así pues, podemos decir que la ética, por un lado, proviene del término griego
ethos que encierra dentro de sí una doble consideración histórica, a saber,
como uso, hábito o costumbre, o como carácter, manera de ser o actitud vital.
Consideración cuyo influjo podemos atisbar a lo largo de los siglos posteriores
y su variedad de pensadores e ilustres seres, por ejemplo, en Homero el ethos
significa vivienda, morada o lugar acostumbrado; para Heráclito ethos era
sinónimo de daimon que podríamos traducir como la manera de ser y que,
simultáneamente, dirige; filósofos de la talla de Platón y Aristóteles
asimilaban al ethos con la costumbre, es decir, con los dictados del carácter,
las virtudes fruto del ejercicio y del hábito. Cicerón, el gran pensador latino,
decía que la ética era Philosphia moralis, en donde destaca el prefijo “mos”
que, según nuestra lectura, hace referencia a otro tipo de costumbre, la

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costumbre social y la conducta regida por ella (aspectos externos de la
acción).

Ya sea que destacemos una u otra definición histórica lo relevante del


recorrido etimológico es rescatar que la ética se define por ethos que, a su vez,
puede definirse a partir de la noción de costumbre, y no cualquier costumbre
dado que hablamos de la costumbre humana, esto es, la ética es la costumbre,
hábito o conducta propia del ser humano, ser capaz de accionar en razón de
determinadas condiciones de posibilidad y dentro de contextos concretos que
le determinan parcialmente sobre el curso de sus actos.

No obstante, una definición con tales antecedentes históricos está


imposibilitada a permanecer siempre la misma, es decir, no podemos aseverar
que la ética es lo mismo hoy a lo que era unos siglos atrás. Y prueba de ello
nos lo atisba la misma lectura, pues, como se nos muestra con el pensamiento
de Kant y Hegel, existieron otros modos de entender la ética o la moral un
poco más alejada de la propia idea griega de costumbre. Por ejemplo, por un
lado, Kant mayormente asimilaba a la ética con la filosofía práctica que se
ocupaba de estudiar el uso de la razón en la determinación voluntaria de la
conducta individual autónoma, mientras que Hegel, por otro lado, alejándose e
incluso criticando los postulados kantianos dirá que la ética (o mejor dicho la
eticidad) es la segunda naturaleza del ser humano que le permite trascender
sus determinaciones subjetivas e instalarse en la universalidad objetiva que
toma partido dentro de los elementos institucionales constitutivos (la familia,
la sociedad civil y el Estado) dentro de una universalidad concreta (un
pueblo).

Sin embargo, dice nuestro texto, de toda la tradición conceptual que hemos
revisado sobresale una idea que no cambia radicalmente y que, incluso,

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podemos decir que se ha reforzado con nuestra contemporaneidad (con el
desarrollo de disciplinas como la antropología y la sociología). Hablo de
aquella que asevera que, fundamentalmente, los individuos actúan según
contextos sociales específicos, con finalidades y motivaciones diversas. Una
aseveración que ha permeado hasta una de las tendencias más influyentes de
los últimos siglos: el positivismo. El positivismo y sus escuelas aledañas
(como el Círculo de Viena), fieles a su pretensión científica, plantearon que la
ética y la moral antes que un criterio de validación de las acciones humanas
debían ser ciencias de las costumbres, descriptivas y analíticas de las reglas de
acción del ser humano, es decir, la ética y la moral no deben dilucidar si tal o
cual acción es buena o mala, antes bien, deberán preguntarse cuándo, cómo y
por qué determinadas acciones o hechos son considerados buenos o malos.

En pocas palabras, podemos decir que nuestros tiempos aún arrastran aquella
tendencia propia del positivismo de hacer de la ética y de la moral “ciencias”
posibilitadas a explicar las acciones humanas. Ciencias capaces de tratar
objetiva y sistemáticamente la serie de acciones humanas, capaces de rastrear
los valores, normas y principios que les subyacen. Así pues, dirá la propia
lectura, en resumen lo que intentan los positivistas es hacer de la ética una
manera de abordar las cuestiones humanas como análisis y descripción de los
hechos que involucran valoraciones o normas.

En conclusión, la ética y la moral poseen un enorme trasfondo histórico que,


como pudimos evidenciarlo, ha cambiado a lo largo de los siglos aún y cuando
la etimología de la que partan sea la misma. No obstante, debemos recalcar
que, aunque cambiantes, la ética y la moral se caracterizan principalmente por
su interés por el accionar humano, por aquellos actos que podríamos

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denominar costumbres cuyo fundamento se encuentra en la riqueza y
diversidad de contextos, circunstancias y motivaciones sociales.

Bibliografía: Boladeras, M. (S/A). Ética, moral, eticidad, moralidad, pp.


29-39. Sin editorial. Sin lugar de publicación.

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