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Así pues, podemos decir que la ética, por un lado, proviene del término griego
ethos que encierra dentro de sí una doble consideración histórica, a saber,
como uso, hábito o costumbre, o como carácter, manera de ser o actitud vital.
Consideración cuyo influjo podemos atisbar a lo largo de los siglos posteriores
y su variedad de pensadores e ilustres seres, por ejemplo, en Homero el ethos
significa vivienda, morada o lugar acostumbrado; para Heráclito ethos era
sinónimo de daimon que podríamos traducir como la manera de ser y que,
simultáneamente, dirige; filósofos de la talla de Platón y Aristóteles
asimilaban al ethos con la costumbre, es decir, con los dictados del carácter,
las virtudes fruto del ejercicio y del hábito. Cicerón, el gran pensador latino,
decía que la ética era Philosphia moralis, en donde destaca el prefijo “mos”
que, según nuestra lectura, hace referencia a otro tipo de costumbre, la
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costumbre social y la conducta regida por ella (aspectos externos de la
acción).
Sin embargo, dice nuestro texto, de toda la tradición conceptual que hemos
revisado sobresale una idea que no cambia radicalmente y que, incluso,
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podemos decir que se ha reforzado con nuestra contemporaneidad (con el
desarrollo de disciplinas como la antropología y la sociología). Hablo de
aquella que asevera que, fundamentalmente, los individuos actúan según
contextos sociales específicos, con finalidades y motivaciones diversas. Una
aseveración que ha permeado hasta una de las tendencias más influyentes de
los últimos siglos: el positivismo. El positivismo y sus escuelas aledañas
(como el Círculo de Viena), fieles a su pretensión científica, plantearon que la
ética y la moral antes que un criterio de validación de las acciones humanas
debían ser ciencias de las costumbres, descriptivas y analíticas de las reglas de
acción del ser humano, es decir, la ética y la moral no deben dilucidar si tal o
cual acción es buena o mala, antes bien, deberán preguntarse cuándo, cómo y
por qué determinadas acciones o hechos son considerados buenos o malos.
En pocas palabras, podemos decir que nuestros tiempos aún arrastran aquella
tendencia propia del positivismo de hacer de la ética y de la moral “ciencias”
posibilitadas a explicar las acciones humanas. Ciencias capaces de tratar
objetiva y sistemáticamente la serie de acciones humanas, capaces de rastrear
los valores, normas y principios que les subyacen. Así pues, dirá la propia
lectura, en resumen lo que intentan los positivistas es hacer de la ética una
manera de abordar las cuestiones humanas como análisis y descripción de los
hechos que involucran valoraciones o normas.
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denominar costumbres cuyo fundamento se encuentra en la riqueza y
diversidad de contextos, circunstancias y motivaciones sociales.