Baumol y Oates (1975) que argumentaron que la introducción de un impuesto Pigouviano igual
al coste marginal externo causado por la contaminación incentivaría a la empresa a reducir la
cuantía de la misma Baumol y Oates (1975 y 1979)— cuyo objetivo es obtener fondos, antes de que se inicie una actividad productiva, para corregir los posibles daños causados al medio natural por el desarrollo de la misma. Caso de que las condiciones iniciales no fuesen restablecidas por la empresa, la agencia reguladora podría utilizar el derecho a no devolver el depósito inicial Para solucionar estos problemas se propuso la creación de los llamados sistemas de licencias de emisiones. En este caso se divide la región en zonas o áreas de localización, cada zona constituye un único mercado y las empresas sólo deben adquirir los permisos correspondientes a su zona (Atkinson y Tietenberg, 1982; y McGartland y Oates, 1985a y 1985b). No importa en cuantas áreas se divida la región, cada fuente de contaminación está incluida en una sola de ellas y por lo tanto debe operar en un solo mercado. La agencia medioambiental emitiría un número fijo de licencias para cada zona, no se permitirían intercambios entre ellas y las subsecuentes demandas por parte de las empresas generarían un precio para las licencias de cada localización. Dado que todas las empresas de una zona se enfrentan a un mismo precio los costes marginales de reducir la contaminación se igualan —condición necesaria para que una asignación de emisiones minimice los costes de controlar la contaminación. Si además el número de empresas es elevado el mercado de licencias será competitivo. Sin embargo, por otro lado, las licencias de emisiones permiten que la calidad medioambiental pueda ser más fácilmente violada ya que tratan como iguales emisiones que generalmente no lo son. Dahlmanxiv puntualiza que, visto el papel crucial de los costos de transacción en generar externalidades, es notable que no haya un análisis sistemático de su naturaleza. “Por un lado, se ha vuelto una expresión global que designa a toda interferencia no especificada con el sistema de precios; por la otra, ha sido demostrado que entender mejor a este concepto es necesario para los fundamentos de la teoría monetaria (...) La noción más común de costo de transacción es una común entre los economistas matemáticos: una proporción fija de lo que se comercia, se supone, desaparece en la misma transacción; (...) esta noción no difiere mayormente del concepto de costo tradicional de transporte. Al trasladar recursos de una localidad a otra se utiliza un cierto monto de los bienes a ser intercambiados (...) La segunda versión de la noción de costos de transacción se refiere a la idea de que puede ser nulo el costo de comerciar, pero aún así requerirse de recursos para organizarlo: pueden existir costos de puesta en marcha asociados con ese intercambio (...) La tercera definición ha sido dada por Ronald Coase: a fin de efectuar una transacción de mercado es necesario 11 descubrir con quién se puede hacer el intercambio, informar a la gente que uno desea hacer una transacción en tales y cuáles términos, llevar a cabo negociaciones hasta el punto del regateo, escribir un contrato, emprender las inspecciones necesarias para asegurarse de que los términos del contrato están siendo cumplidos, y así sucesivamente.” Dahlman concluye su artículo en los siguientes términos: “Al fin y al cabo, ni las externalidades ni los fracasos de mercado ... son lo que nos interesa para restablecer el Jardín del Edén en la tierra – nuestro triste estado de situación se debe a los costos de transacción positivos y a la imperfecta información.” Ésta es, precisamente, la situación planteada por el cambio climático planetario.