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Este documento discute el enfoque iberoamericano para enseñar responsabilidad social empresarial. Explica que las empresas en Iberoamérica se originaron históricamente en tres tipos de emprendimientos coloniales: minería, plantaciones tropicales y actividades de subsistencia. Estos derivaron en tres tipos de empresas en el siglo XIX: minería industrial, agricultura tropical y agropecuarias templadas. También destaca que a diferencia de países desarrollados, las grandes oleadas tecnológicas en Iberoamé
Este documento discute el enfoque iberoamericano para enseñar responsabilidad social empresarial. Explica que las empresas en Iberoamérica se originaron históricamente en tres tipos de emprendimientos coloniales: minería, plantaciones tropicales y actividades de subsistencia. Estos derivaron en tres tipos de empresas en el siglo XIX: minería industrial, agricultura tropical y agropecuarias templadas. También destaca que a diferencia de países desarrollados, las grandes oleadas tecnológicas en Iberoamé
Este documento discute el enfoque iberoamericano para enseñar responsabilidad social empresarial. Explica que las empresas en Iberoamérica se originaron históricamente en tres tipos de emprendimientos coloniales: minería, plantaciones tropicales y actividades de subsistencia. Estos derivaron en tres tipos de empresas en el siglo XIX: minería industrial, agricultura tropical y agropecuarias templadas. También destaca que a diferencia de países desarrollados, las grandes oleadas tecnológicas en Iberoamé
Enfoque y Herramientas de Formación en Responsabilidad Social Empresarial en
Iberoamérica
IMPORTANCIA DEL ENFOQUE IBEROAMERICANO PARA LA ENSEÑANZA DEL
TEMA Las empresas son células de un tejido económico, que a su vez es parte del tejido integral de un orden social. Dicho en lenguaje sistémico, las empresas son agentes o actores de un subsistema económico, que es parte de ese sistema más amplio y complejo que denominamos sociedades humanas. En este contexto es importante entender el origen histórico de las empresas iberoamericanas, y saber las razones por las cuales aquellas de mayores escalas e impacto social destinaron sus ofertas a los mercados exteriores. Este ángulo de análisis permite visualizar la interdependencia existente entre los sistemas económicos de los países centrales (Europa, Estados Unidos), de los actuales emergentes de Asia (China, India) y los de los países periféricos (por ejemplo los que componen Iberoamérica). Usando aquí la expresión ¨empresas¨ entendida latamente, (no en su sentido capitalista actual sino como todos los emprendimientos sociales de naturaleza productiva), el origen histórico de los primeros grandes emprendimientos iberoamericanos se remonta a la época de la colonia. Así tendríamos tres grandes tipos de emprendimientos productivos que se formaron en el período colonial. Primero, la minería de los metales preciosos, explotada (con base en la servidumbre indígena) por el imperio español y (en grado menos importante) por el imperio portugués, principalmente en las tierras altas del área andina y en la meseta central de México. Segundo, las plantaciones tropicales esclavistas (con mayor presencia del imperio portugués) que se extendieron por las zonas tropicales y costeras del Caribe continental e insular, y se propagaron por Sudamérica partiendo desde el nordeste del actual territorio brasileño. Y, tercero, las actividades de subsistencia destinadas al abastecimiento de los grandes centros mineros con alimentos, servicios y material de transporte. Un caso paradigmático de esta tercera situación fueron los emprendimientos que tuvieron lugar en las zonas templadas del Cono Sur de Sudamérica, destinados al aprovisionamiento del (así denominado) “Cerro de Plata de Potosí”, ubicado en la actual Bolivia. Esos emprendimientos derivaron respectivamente en otros tres grandes tipos de empresas que proliferaron en América Latina durante el siglo XIX. Primero, las empresas de la minería industrial como el estaño, el cobre, la bauxita, el carbón, y posteriormente el petróleo, incluyendo en este grupo las actividades extractivas como el salitre o el guano. Estas empresas pueden verse como una prolongación histórica de la extracción de metales preciosos que tuvo su auge durante el período colonial. Segundo, la continuación de los emprendimientos en materia de agricultura tropical, agregando importantes cultivos como el café, el banano, y otros frutos tropicales, en economías de plantación que transicionaron desde sus formas esclavistas coloniales hacia situaciones híbridas o semicapitalistas y siguieron predominando en las zonas tropicales y costeras de Iberoamérica. Y tercero, los emprendimientos agropecuarios de clima templado y frío que proliferaron especialmente en el Cono Sur de Latinoamericano, en la pampa húmeda argentina, en las “cuchillas” y cerros de baja altura de Uruguay, en las zonas templadas del sudeste brasileño, y en las tierras frías de la actual Patagonia 15 Argentina y Chilena, las que incluyeron la ganadería ovina, bovina y porcina y, la producción de frutos propios de la agricultura templada. Estas empresas exportadoras del siglo XIX fueron desde sus orígenes organizadas en gran escala y sirvieron para generar los ingresos fiscales con base en los cuales se establecieron durante el siglo XIX (tras su independencia política) los estados nacionales de Iberoamérica. De esta manera en América Latina, los sistemas políticos y los sistemas económicos estuvieron recíprocamente entrelazados en su gestación histórica, y, altamente supeditados a los mercados internacionales ubicados en los países hegemónicos. Dichos grandes emprendimientos coexistieron con unidades productivas de pequeña o ínfima escala, tanto en zonas agropecuarias rurales (en el marco de la así denominada agricultura campesina y de los complejos latifundio-minifundio), como en los territorios mineralizados, donde la pequeña e ínfima minería coexistió con los grandes establecimientos, frecuentemente de propiedad extranjera. Las grandes empresas originarias de Iberoamérica, o extranjeras que ya operaban en aquellos tiempos, se ubicaron así en los sectores primarios (para producir y exportar lo que hoy denominamos commodities), a los que agregaron escaso procesamiento industrial. Las empresas dedicadas a la industria transformadora propiamente dicha, asumieron formas inicialmente artesanales durante todo el siglo XIX y la primera mitad del siglo XX, limitadas a las industrias vegetativas de subsistencia para el abastecimiento urbano. Nótese entonces que Iberoamérica en ningún momento de su historia experimentó una revolución industrial, como la británica de fines del siglo XVIII o la estadounidense de fines del siglo XIX. Las oleadas de progreso técnico provinieron siempre desde los grandes centros hegemónicos. Por lo tanto una primera diferencia esencial entre el origen histórico de las grandes empresas de los países desarrollados y las que se gestaron en América Latina, es que estas últimas no autogeneraron su propia tecnología, sino que adaptaron la que provenía de los países centrales. Como regla general, que sin duda incluye excepciones, no hubo en América Latina ningún capitán de industria como James Watt quien inventó las máquinas de vapor, o como Henry Ford, quien perfeccionó el motor de combustión interna y la cinta transportadora para producir sus famosos automóviles. Las grandes oleadas tecnológicas transformadoras de las estructuras productivas de América Latina casi siempre se originaron en el exterior. Las empresas manufactureras de América Latina, fundadas en técnicas propiamente industriales y no en modalidades artesanales, siguieron esa misma pauta dependiente o supeditada a los impulsos externos. Las empresas manufactureras de origen artesanal se habían fortalecido en América Latina a partir de la gran crisis de los años treinta, tratando de abastecer los mercados locales descuidados o desatendidos por los países hegemónicos. En ciertos casos referidos a las empresas dedicadas a industrias vegetativas de subsistencia urbana (alimentación, vivienda, vestimenta, etc.), algunas evolucionaron desde las antiguas empresas artesanales, y otras se constituyeron con emprendedores de origen europeo que habían migrado durante fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX. 16 Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial se produjo un punto de inflexión histórica con la instalación directa de filiales y subsidiarias de las grandes CT, provenientes de los países centrales que empezaron a producir manufacturas metalmecánicas y electromecánicas para los principales mercados urbanos locales. El desarrollo empresarial de postguerra siempre estuvo signado por una fuerte presencia del Estado latinoamericano que además de ser propietario de empresas públicas, protegía, subsidiaba y otorgaba todo tipo de estímulos fiscales a las empresas privadas. Esas medidas proteccionistas orientadas a proteger una industria nacional, favorecieron a las CT externas que coexistieron con (o terminaron absorbiendo) las industrias promovidas por emprendedores industriales latinoamericanos. A partir de los años ochenta tuvo lugar otro gran punto de inflexión histórica, en consonancia con el surgimiento de las estrategias ortodoxas de mercado en los países desarrollados (desde los gobiernos de Thatcher, Reagan y Kohl) y con las reglas de juego “codificadas” en el Consenso de Washington. Los modelos de desarrollo estatalmente protegido fueron desapareciendo de América Latina. La instalación paralela de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) fue aprovechada muy especialmente por los negocios corporativos de gran escala, y conjugada con los cambios en las reglas del juego económico (apertura, privatización, desregulación). Haciendo un balance de estos desarrollos esquemáticamente repasados en párrafos anteriores, emerge una marcada heterogeneidad de las estructuras empresariales latinoamericanas que se manifiesta en la coexistencia de dos grandes tipos de empresas: por un lado las grandes CT, respecto de las cuales se aplica buena parte de la literatura latinoamericana y general sobre RSE; y por otro lado las MIPYME, cuyo desempeño también genera responsabilidades pero asociadas a otras formas de gestión y con impactos que adquieren relevancia cuando se las considera en conjunto. Por ejemplo en América Latina entre el 75% y el 80% del empleo total se genera en la MIPYME. En cualquiera de los dos casos emerge aquí una temática compleja y variada, relacionada con la posibilidad de efectuar múltiples estudios de impacto, tanto de los impactos individuales que una sola corporación puede generar sobre el medio social y ambiental circundante, como de los impactos colectivos que muchas MIPYME pueden generar sobre los contextos locales donde operan7 . 3. CARACTERÍSTICAS FUNDAMENTALES DEL ENFOQUE El enfoque que se propone desde la Cátedra Iberoamericana de Enseñanza de la RSE, contenido en este ensayo, tendría como características básicas las que se especifican a continuación: i. Enfoque sistémico Un sistema puede ser visto como una unidad compleja, cuyas partes están unidas por vínculos estables e interdependientes que constituyen su estructura. Puede ser abstracto (como una teoría científica) o puede ser concreto (como el universo que habitamos). La investigación científica produce sistemas abstractos (teorías) que pretenden expresar e interpretar los sistemas concretos. Todo sistema concreto 7 Véanse como referencias de este punto los trabajos de Prebisch, Furtado, Pinto, Sunkel, y Di Filippo citados en la bibliografía. 17 tiene una base física y está en permanente proceso de cambio. Las teorías son, entonces, sistemas abstractos que intentan captar y expresar aquella realidad exterior. En el marco de este planteamiento es posible distinguir tres estrategias investigativas principales: el holismo, el atomismo, y el sistemismo. Estas estrategias investigativas de carácter general, encuentran una especificación aplicable a las ciencias sociales. El holismo intenta explicar las sociedades humanas partiendo de las macroinstituciones y a partir de ellas interpreta el comportamiento de los actores sociales considerados individualmente. El atomismo, por oposición, parte del comportamiento individual de dichos actores sociales para intentar explicar la totalidad de las sociedades humanas. El sistemismo, por último, hace un itinerario de “ida y vuelta”, pues intenta una estrategia explicativa que va tanto del todo a la parte como de la parte al todo. (Bunge 1999)8 . La ubicación de los temas de la RSE pierde importancia en un enfoque excluyentemente holista que se preocupa de procesos macroeconómicos masivos, de fuerzas impersonales que rigen de manera más o menos determinista dichos procesos. Por otro lado, el enfoque atomista se concentra en las actitudes, comportamientos y rectitud moral de las empresas, consideradas de una en una, por lo tanto, dentro de una perspectiva atomista o individualista, cubre razonablemente el contenido de la primera noción de RSE que se ha examinado. Finalmente el enfoque sistemista, se adecúa a la noción de impacto relacionada con la segunda noción de RSE, porque identifica el comportamiento de las empresas individuales, pero lo relaciona con su impacto sobre la sociedad en su conjunto, y a partir del conocimiento de dicho impacto “vuelve” a reexaminar no sólo la RSE de los agentes individuales que lo causaron, sino también la RS de toda la comunidad que aparece como corresponsable de las consecuencias. ii. Enfoque multidimensional Las sociedades humanas pueden verse como sistemas concretos, intrínsecamente dinámicos, subdivididos en diferentes subsistemas básicos: por ejemplo socio-ambiental, económico, cultural y político. Al elegir estos cuatro subsistemas (una opción entre varias) no se niega desde luego la posibilidad de seguir abriendo y especificando las esferas de la condición humana y de las sociedades humanas, pero esta elección específica resulta útil para el abordaje del tema que nos ocupa. Estos subsistemas concretos no están encapsulados, no son compartimientos estancos, sino que se articulan en una dependencia recíproca porque todos ellos se refieren a un mismo y principal actor que los unifica: los seres humanos. El enfoque sistémico es multidimensional porque los seres humanos, que son su referente esencial, son efectivamente multidimensionales. 8 El enfoque de los sistemas puede expresarse metafóricamente como un enfoque de juegos competitivos entre equipos (North 1993). Los actores del sistema se “traducen” como individuos o equipos que juegan, la estructura del sistema como las reglas técnicas y sociales del juego, los procesos a través de los cuales los actores “mueven el sistema” son las jugadas, y las motivaciones de los actores son lograr el triunfo frente al adversario. Sin embargo desde una perspectiva ontológica los sistemas sociales concretos son históricamente determinados por múltiples fuerzas humanas y no humanas, en tanto que los juegos son diseñados por los seres humanos, y sólo sirven como modelos aproximados y parciales de los sistemas sociales. 18 En efecto, las cuatro dimensiones mencionadas se originan en, y guardan correspondencia con, cuatro dimensiones básicas de la condición humana. Somos entidades biológicas dotadas de racionalidad instrumental y moral; somos además animales sociales y políticos (Aristóteles). La multidimensionalidad de la visión sistémica puede apoyarse en el lenguaje de las instituciones. De manera amplia concebimos las instituciones como reglas, formales o informales, pero vigentes y habituales de comportamiento social. Las instituciones atraviesan transversalmente cualquier sociedad humana unificada, como es el caso con la institución de la propiedad privada de los recursos productivos para los subsistemas económicos capitalistas; o con los derechos humanos y ciudadanos que operan en los subsistemas políticos democráticos; o las normas informales (morales e intelectuales) que operan en los subsistemas culturales de occidente; o, finalmente, las normas reguladoras de la acción humana sobre el medio ambiente que operan en los subsistemas biológico-ambientales. En segundo lugar y en permanente interacción con las instituciones pueden discernirse las organizaciones donde se aplican y especifican las reglas societales (North 1993). Tal es el caso con las empresas en los subsistemas económicos capitalistas, con las organizaciones judiciales ejecutivas y legislativas de los subsistemas democráticos, con las organizaciones religiosas, científicas, estéticas que modelan los valores de los subsistemas culturales, o con las organizaciones que regulan y fiscalizan los subsistemas socioambientales9 . No es que estas dimensiones agoten la riqueza y variedad de los subsistemas sociales que componen las sociedades humanas, pero su mención es mínimamente necesaria para el planteamiento de los temas relacionados con la enseñanza de la RSE. Esto es así porque los impactos del comportamiento de las empresas, afectan todas las dimensiones de las sociedades humanas. iii. Enfoque interdisciplinario Por disciplinas cabría entender aquellas actividades científicas o humanísticas que están académicamente institucionalizadas, cuentan con centros de estudios específicos, y forman parte de los sistemas legalmente reconocidos de educación. En ese sentido materias tales como la microeconomía, la macroeconomía, la matemática, la historia, la filosofía, la ética, la biología, la psicología, la física, son consideradas disciplinas. Además de estas disciplinas o ciencias básicas, están las ciencias aplicadas que desarrollan técnicas aptas para la satisfacción de las necesidades humanas: energía nuclear, electromecánica, management y administración de empresas, etc. Las disciplinas así caracterizadas pueden verse como ciencias puras o aplicadas que guardan las fronteras de sus territorios disciplinarios, y profundizan unilateralmente en sus respectivas prácticas teóricas y experimentales. La RSE no es una disciplina en este sentido, sino más bien un tema problematizado de carácter transversal, cuyo tratamiento exige un enfoque interdisciplinario. 9 Los subsistemas biológico-ambientales son de un lado las leyes objetivas de la biosfera y por otro lado los comportamientos humanos que las transforman y artificializan. Aquí nos interesan ambos puntos de vista, caracterizados por los cambios que en el orden natural provienen de la acción humana (perdida de biodiversidad, desertificación, calentamiento global, etc.). Para dar cuenta de esta interacción sugerimos utilizar la expresión subsistemas socioambientales. 19 iv. Enfoque de largo plazo (explora la sustentabilidad de la RSE) La sustentabilidad de largo plazo de una empresa no se puede medir solamente por sus tasas de ganancia, aunque éstas se reiteren período a período. La noción de sustentabilidad aquí aludida tiene una raíz sistémica. Cuando CEPAL, preocupada por el desarrollo latinoamericano, actualizó y replanteó en los años noventa algunos de los viejos conceptos estructuralistas iniciales de su enfoque para adaptarlos al orden global que se consolidaba en el mundo, lo hizo a través de sus propuestas sobre transformación productiva con equidad10. En esta nueva línea de estudios, CEPAL habló de la noción de competitividad sistémica (interacción entre las “partes” y el “todo” social económico) y sustentable (fundada en la introducción de progreso técnico ambientalmente amigable). Por oposición, se examinó críticamente la noción de competitividad espuria o no sustentable, que consistía en competir sobre la base de la depredación ambiental, la explotación de la fuerza laboral, y las manipulaciones especulativas de tipo cambiario o financiero. También sometió a consideración crítica los manejos macroeconómicos insustentables de corto plazo (por ejemplo devaluaciones abruptas), que aumentaban de maneras legal y éticamente inaceptables la competitividad empresarial. Sabemos veinte años después que la reivindicación de las nociones de competitividad sistémica y sustentable no sólo es pertinente para las empresas latinoamericanas, que fueron la preocupación fundamental de las reflexiones de CEPAL. Hoy esta visión también se aplica con particular fuerza a la profunda crisis que experimenta el capitalismo global en el seno de las sociedades occidentales. Este tema será tratado más adelante cuando se aborde la noción de “valor compartido