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esta disciplina?
Desarrollo
La ciencia y los saberes que de ella se generan tienen por características fundamentales su
racionalidad y su objetividad. Sobre la racionalidad del conocimiento científico, considérese de
este que:
está constituido por conceptos, juicios y raciocinios y no por sensaciones, imágenes,
pautas de conducta, etc. [...] esas ideas [las científicas] pueden combinarse de acuerdo
con algún conjunto de reglas lógicas con el fin de producir nuevas ideas [...] esas ideas no
se amontonan caóticamente o, simplemente, en forma cronológica, sino que se organizan
en sistemas de ideas, esto es en conjuntos ordenados de proposiciones (teorías). (Bunge,
2001 , p.20-21)
En cuanto a su objetividad, entiéndase que esta consiste en que el conocimiento científico
“concuerda aproximadamente con su objeto [ideal o fáctico]” (Bunge, 2001, p.21).
Sin embargo, es importante tener en cuenta que el modo en que dicha racionalidad y
objetividad se expresen y/o desenvuelvan dependerá enormemente del tipo de ciencia del que
estemos hablando. Es de este modo que, como indica Bunge (2001):
Tenemos así una gran división de las ciencias, en formales (o ideales) y fácticas (o
materiales). Esta ramificación preliminar tiene en cuenta el objeto o tema de las
respectivas disciplinas; […] mientras los enunciados formales consisten en relaciones
entre signos, los enunciados de las ciencias fácticas se refieren, en su mayoría, a entes
extracientíficos: a sucesos y procesos. Nuestra división también tiene en el método por el
cual se ponen a prueba los enunciados verificables: mientras las ciencias formales se
contentan con la lógica para demostrar rigurosamente sus teoremas […], las ciencias
fácticas necesitan más que la lógica formal: para confirmar sus conjeturas necesitan de la
observación y/o experimento. (p.15)
Aclarado esto, procederemos a describir en detalle algunos de los elementos insustituibles
de las ciencias fácticas, por cuanto es en esta categoría que se sitúan las ciencias sociales.
El primer elemento característico del conocimiento proporcionado por las ciencias
fácticas es, precisamente, su facticidad. En este respecto, el concepto de empírico resulta
destacable puesto que establece que un conocimiento verdadero es aquel que “se atenga a los
datos proporcionados por los sentidos, [...] sostiene como tesis fundamental que a toda realidad
del mundo externo debe corresponder una o varias sensaciones posibles” (Giannini, 1992, p.224-
225). Sin embargo, es de tener en cuenta que lo que la ciencia comprende por ser fáctica tiene
mucho más que ver con lo postulado por autores como Comte o Wittgenstein. El primero al
proponer que todo conocimiento científico era aquel que “Pretende mantenerse en el terreno de
los hechos. Pero, por «Hecho» se entiende no tanto los datos inmediatos de los sentidos, sino las
relaciones entre dichos datos, es decir, las leyes científicas” (Tejedor Campomanes, 2017,
p.349). El segundo, a su vez, refuerza dicha postura a partir de una dimensión lingüística del
tema al afirmar que “El mundo, es decir, la realidad, está compuesto por hechos, el lenguaje por
proposiciones que que son representaciones lógicas de los hechos” (López, 2012, p.124). Es de
este particular modo que el conocimiento científico está en los hechos y los trasciende.
El segundo elemento a destacar es verificable. Sobre este punto, resultan fundamentales
las contribuciones realizadas por los miembros del Círculo de Viena, quienes afirmaban que:
cualquier proposición, hipótesis, teoría… que no pueda ser confirmada por la experiencia,
será considerada como no científica, ya que carece de significado cognoscitivo. [...]
posibilidad de verificación -no verificación de hecho-, y además solo en principio. [...] Si
una proposición es verificable, tiene significado cognoscitivo; si es verificada de hecho,
entonces es también verdadera. (Tejedor Campomanes, 2017, p.444)
No obstante, debemos tener en cuenta que la cuestión de la verificación ha sido
intensamente discutida, de modo que resulta imperativo mencionar algunas de las más
importantes consideraciones al respecto. La primera es la puesta en duda de la verificación como
criterio de demarcación (es decir, aquello que hace a la ciencia ser tal), puesto que existiría una
insoslayable asimetría lógica entre verificar y falsar. Ello ya que, por más veces que se verifique
un enunciado, no nos aporta seguridad de que dicho comportamiento permanecerá a futuro. En
cambio, basta una falsación para demostrar la falsedad de un conocimiento. Es de ese modo que
Popper llega a elaborar su enfoque falsacionista, el cual propone a la falsación como medio para
desarrollar la ciencia y su falsabilidad como criterio de demarcación. Expresado en palabras de :
la falsación metodológica, el procedimiento mediante el cual el hombre de ciencia debe
ejercer su práctica científica, esto es, a través de la puesta a prueba de teorías o hipótesis
audaces y arriesgadas a objeto, que sean sometidas, […], a experimentos cruciales o
intentos severos de refutación; […] la falsabilidad lógica, que determina no solo el
carácter empírico de las teorías o hipótesis científicas, al exigir contraejemplos o razones
empíricas que la falseen o refuten, sino también la única posible atribución de un valor de
verdad desde un punto de vista lógico: la falsedad de las mismas
Mas, este punto de vista también resultó polémico, sobre todo por su ahistoricidad. Al
respecto, Kuhn (2004) consideraba que la imagen del desarrollo científico según la cual este era
“el proceso gradual mediante el cual esos elementos se han sumado uno a uno y en combinación,
al acervo siempre creciente que constituye la técnica y el conocimiento científicos” (p.24) era
una profundamente errónea. La ciencia no depende únicamente del curso que tome su desarrollo
interno, sino que también guarda relación tanto con su contexto socio-histórico como con las
características de sus practicantes. Es la existencia de ciertas características y/o condiciones en
un momento y lugar histórico determinados las que, en buena parte, permiten y motivan que la
ciencia se realice ciertas preguntas o emprenda determinados desafíos, lo mismo respecto al
espíritu de quienes llevan a cabo la labor científica.
Al respecto, cabe señalar que tanto las objeciones de Kuhn como de Popper se vieron
sintetizadas en la epistemología de Lakatos, a partir de su teoría de los programas de
investigación, los cuales, resumidamente, constituirían:
un contrato por el cual una comunidad científica (no toda ella, sino un grupo
determinado) decide proceder, en sus investigaciones y en la exposición de las mismas.
[…] Las teorías centrales que los partidarios del programa están dispuestos a defender se
denominan el “núcleo duro” (hard core) de tal programa, y es una especie de carozo del
mismo que que esos científicos están dispuestos, […], a sostener a toda costa en tanto no
se lo abandone. El núcleo duro esta rodeado por lo que se denomina un “cinturón de
seguridad”, conjunto de hipótesis auxiliares potenciales que se almacenan con el fin de
emplearlas toda vez que sea necesario, en ocasiones en que el núcleo duro sea víctima de
una aparente refutación. (Klimovsky, 2011, p.374).
Así, la epistemología ofrecida por Lakatos nos convence de que todas las teorías
científicas necesitan, cuanto menos, de alguna clase de experiencias prácticas las cuales
sustenten su pretensión de objetividad, por lo que la verificación no está descartada. También
debe considerarse que una teoría científica tampoco va a caer solamente porque se la ha falsado
de algún modo, por cuanto esta posee cierta elasticidad para adaptarse, además de un contexto
socio-histórico el cual pudiera contribuir a su permanencia.
El tercer y último elemento que se va a destacarse es el carácter metódico de la ciencia,
siendo aquí también donde se entregarán elementos fundamentales para la comprensión de qué
es el método científico. Debemos entender que la ciencia en su desarrollo investigativo “no es
errática, sino planeada. Los investigadores no tantean en la oscuridad: saben lo que buscan y
cómo encontrarlo” (Bunge, 2001, p.33-34).
En cuanto al método en sí, es importante aclarar que este no es unitario y que el modo en
que deba aplicarse dependerá del aspecto de la realidad que se esté estudiando, los instrumentos
y procedimientos disponibles para la investigación, entre otros factores. En palabras de Bunge
(2001): “No hay avenidas hechas en ciencia, pero hay en cambio una brújula mediante la cual a
menudo es posible estimar si se está sobre una huella promisoria” (p.64). Ahora bien, respecto al
método mismo, puede decirse que las recomendaciones principales que este ofrece son: 1.
Motiva a los investigadores a plantear sus interrogantes de manera clara y precisa, 2. Realza la
necesidad de dispositivos y/o procedimientos que permitan la verificación de las teorías
científicas, 3. Justifica y protege el carácter parcial del conocimiento científico y, con ello, su
falsabilidad y 4. Consérvese una actitud crítica y abierta, por cuanto en ciencia no hay respuestas
definitivas. Cualquier conocimiento que se niegue a asumirse a sí mismo y su práctica de
acuerdo a lo planteado por este método, como es el caso de las ideologías, el arte o la filosofía,
no pueden ser considerados conocimientos científicos (más ello no anula su valor).
Entonces, tomando en consideración todo lo ya expuesto ¿Cómo expresan su cientificidad
las ciencias sociales? Primero, a través de su compromiso con los valores y principios de la
ciencia. A lo largo de su historia, las ciencias sociales se han evaluado críticamente a sí mismas
con frecuencia, al tiempo que han reconocido cada vez más su parcialidad, generando su apertura
y, con ello, la posibilidad de interdisciplinareidad. Ejemplo de ello es la Ciencia Política, la cual,
a través de una reflexión exhaustiva respecto a cuál era su objeto de estudio, amplió sus alcances
desde el puro Estado hasta el conjunto de las relaciones de poder, asociación o cooperación que
caracterizan al ser humano. Segundo, las ciencias sociales han adscrito y adscriben a las pautas
propuestas por el método científico para el ejercicio y presentación de su actividad. Un caso
emblemático es la Economía, la cual pasó a sustentar sus investigaciones desde una
configuración esencialmente histórica a una sustentada, principalmente, en el uso de la lógica y
las metodologías matemáticas (sobre todo ramas como la estadística o funciones).
En dicho respecto, tiene respaldo y sentido la comprensión de las teorías científicas en el
contexto de las ciencias sociales como “Toda generalización relativa a los fenómenos sociales
establecida con el rigor científico necesario para que pueda servir de base segura a la
interpretación” (Pratt Fairchild, 1997, p.294). En este respecto, las teorías científicas sociales no
resultarían muy distintas de las teorías sociales en general, por cuanto rigor científico no sino lo
que ya se ha expresado, adhesión a ciertos principios/valores y adscripción a ciertas pautas
orientativas. Sin embargo, si sería importante aclarar al respecto que, en la teoría científica
social, resultan comunes situaciones como los paradigmas múltiples y coexistentes o el
resurgimiento de autores antiguos según lecturas (o, mas bien, lectores) actualizados.
Por último, cabe resaltar que, en efecto y si se considera ciencia lo que hemos descrito
con anterioridad, queda respaldada la afirmación según la cual:
la sociología es una empresa científica que conlleva la aplicación de métodos
sistemáticos, de investigación empírica, el análisis de datos y la valoración de teorías
según las pruebas existentes y con un argumento lógico para el estudio de las sociedades
humanas. (Giddens y Sutton, 2014, p.63)
De este modo, el espíritu y configuración científica de las ciencias sociales, en general, y
las sociología, en particular, debiera hallarse justificado. La profunda preocupación de la ciencia
sociológica por la conservación de dicho estatus se puede rastrear desde los intensos y
prolongados debates epistemológicos y metodológicos que originaron los enfoques de Durkheim
y Weber hasta las reconstrucciones críticas de tradiciones previas realizadas en la actualidad por
autores como Bourdieu o el paulatino abandono de ciertas posturas, como el funcionalismo.