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Epistemología

1.1. Introducción

En este primer tema de la materia se revisan los principales criterios epistemológicos


que fundamentan el saber científico. No se trata de una revisión histórica exhaustiva ni
de una profundización en el pensamiento de los grandes epistemólogos del siglo XX,
sino de una síntesis de los principales conceptos que deben ser tenidos en cuenta al
acometer una investigación científica, advirtiendo la relatividad del saber científico y
los principales conceptos que en el debate epistemológico se manejan.

Los objetivos de aprendizaje a lograr en este tema son los siguientes:


Identificar las características fundamentales del saber científico.
Valorar los conceptos de objetividad y determinismo vinculados a la Ciencia.
Advertir las relaciones entre Ciencia, Técnica y Tecnología.
Posicionarse éticamente frente a las consecuencias de la Ciencia.

1.2. Características del conocimiento científico

La investigación científica es un proceso por el cual se accede al conocimiento


científico, que es una forma de conocer e interpretar la realidad de acuerdo a unos
ciertos parámetros. El saber científico es solo una de las formas de saber humanas –
hay un saber artístico, intuitivo, emocional, etc. – pero con unas características
determinadas que lo hacen meritorio de ese nombre. No se trata de un saber veraz de
manera absoluta – el concepto general de ‘verdad’ tiene unas connotaciones que no
encajan con la ciencia -, sino que se trata de un saber que responde a las características
siguientes:

El saber científico es siempre provisional, sometido a constante revisión en


razón de la evolución histórica y de los contextos sociales. En esta provisionalidad
no es ajeno el principio de pragmatismo, según el cual se mantiene un saber en
tanto no se posee otro mejor para interpretar la realidad a la que se refiere.
Provisionalidad y pragmatismo son dos caras de una misma moneda. Tal
provisionalidad, sin embargo, no es equivalente a total arbitrariedad, puesto que
en cada momento se apoya en razones para sostenerse (Chalmers, 1984, 1992).

El saber científico es sistemático y coherente y se expresa en forma de


teorías y leyes, que conforman estructuras con lógica interna para explicar los
fenómenos que abarca, de ahí que Kerlinger (1981:15) afirmara que «el objetivo
fundamental de la ciencia es la teoría». Las teorías científicas son explicaciones,
que pueden ser de distinto tipo, con el común denominador de argumentar para
comprender los fenómenos sucedidos y, en muchos casos, predecir lo que puede
suceder.

Existen explicaciones…
o Causales: establecen relaciones de causa-efecto, de modo que se explica un
fenómeno en función de lo acontecido en otro.
o Evolutivas: describen los procesos que atraviesa el fenómeno, cómo varía a lo
largo del tiempo.
o Descriptivas: muestran cómo es el fenómeno desde una apreciación externa,
cómo está constituido, cómo se comporta, etc.
o Funcionales: la explicación del fenómeno viene dada por la utilidad que el
mismo tiene para quien lo realiza, dándose así una dimensión teleológica del
mismo.
o Racionales: buscan la comprensión del fenómeno en todas sus dimensiones,
como un todo integral.

Según la naturaleza del fenómeno y el estado de desarrollo del conocimiento científico,


se aplican un tipo u otro de explicaciones. Para los fenómenos físicos hay
preponderancia de explicaciones causales y descriptivas; en los fenómenos vitales se
suelen aplicar explicaciones descriptivas y funcionales, mientras que en el ámbito de los
fenómenos sociales se emplean tanto las explicaciones causales como las descriptivas y
racionales.

El saber científico tiende a crear un lenguaje propio, que evite la


diversidad interpretativa de las palabras. Se llega a afirmar que la ciencia es una
forma de conocimiento que se formula en un lenguaje propio (Díaz y Helen, 1987),
que muchas veces es el matemático, aunque no necesariamente. Este lenguaje se
aleja del común, porque ha de ser eficaz para la comunicación fluida entre los
expertos, más teniendo en cuenta cuanto avanza y se especializa el saber científico.
El dominio de ese lenguaje resulta, por tanto, imprescindible para adentrarse
seriamente en un campo científico.

Otra característica del saber científico es su publicidad, esto es, su


accesibilidad a quienes lo deseen y posean los conocimientos iniciales para ello.
Las publicaciones de todo tipo cumplen este requisito, gracias al cual puede ser
analizado y valorado por la comunidad científica. Sin publicidad no hay posibilidad
de crítica y sin ella se imposibilita el avance del saber, que busca constantemente
superar sus limitaciones.

Finalmente, aunque el saber científico no se refiere a las verdades absolutas e


indiscutibles, pretende la objetividad en sus planteamientos, entendiendo
por tal la posibilidad de ser verificado en sus datos y en el proceso seguido para
obtenerlos. Por consiguiente, no hay conocimiento científico sin una metodología
de elaboración (Bunge, 1981: 29). De este modo se establecen ciertos criterios
metodológicos y de tratamiento de la información que deberán ser respetados para
que las explicaciones resultantes de la investigación sean aceptadas por la
comunidad científica correspondiente. Las razones que fundamenten un
pretendido saber científico no podrán ser exclusivamente subjetivas, sino apoyadas
en razones extrasubjetivas.

1.3. Cómo se elabora el saber científico

Puesto que el proceso metodológico que se identifica con el método científico no ha


sido algo invariable a través del tiempo, también ha variado el concepto mismo de lo
que es ciencia y la manera de elaborarla. La forma cómo se elabora la ciencia en cada
momento responde a un modelo o paradigma, el cual será modificado cuando se
adviertan problemas que no resuelva la ciencia vigente; entonces se avanza un nuevo
modelo explicativo, se produce una confrontación entre el modelo anterior y el nuevo
hasta llegar a imponerse este último o bien continuar perviviendo ambos. El esquema
secuencial sería el siguiente (Kuhn, 1975):

Preciencia Ciencia normal Crisis Cambios Nueva ciencia


Un autor paradigmático en la defensa del método como garantía del saber científico es
Imre Lakatos. Según este autor, todo programa de investigación tiene un núcleo ‘duro’,
esto es, un núcleo de proposiciones que resultan inmunes a la verificación empírica
porque están rodeadas de un ‘cinturón protector’ de supuestos, condiciones, etc., que se
pueden invocar cuando se falsea una derivación, por ello, afirma, que ciertas teorías
sobreviven en medio de un mar de anomalías. Así matiza Lakatos la concepción de los
cambios de paradigma en tanto que ‘conversiones místicas’, que señalaba Kuhn.
Considera que la elección de paradigmas es una cuestión de ‘psicología de multitud’,
que se une a una función de utilidad (Lakatos, 1983: 65 y ss.). El modelo lakatosiano
del progreso científico se considera una reconstrucción racional de la ciencia (Losee,
2001: 224). Hay que añadir, no obstante, que este autor solamente considera a la Física
como ciencia auténtica.

Como se ha dicho, las afirmaciones científicas precisan de elementos de contraste


extrasubjetivos, que proporcionen garantías de verisimilitud, aunque éstas sean
provisionales. En este punto, frente al denominado ‘empirismo ingenuo’ que aceptaría
una teoría científica mediante la confirmación de los fenómenos que de ella se derivan,
aparece la figura de Karl R. Popper, considerado como el más brillante epistemólogo
del siglo XX, quien defiende que las teorías científicas más que verificarlas hay que
poder falsearlas. Pero antes de exponer propuestas de Popper es preciso partir de las
ideas durante mucho tiempo imperantes – y que en parte aún siguen vigentes –
vinculadas al positivismo.

Se suele considerar que el positivismo nace con las obras de H. Saint-Simon y August
Comte, del siglo XIX, que siguieron la corriente del empirismo inglés del siglo anterior,
demandando que la investigación de los fenómenos sociales siguiera el camino de las
ciencias físico-naturales y se basara en datos empíricos no contaminados por el
investigador; así se podrían formular leyes generales como en la Física. Por
consiguiente, los fenómenos objeto de estudio solamente se debieran referir al mundo
sensible (Wittgenstein) y el investigador debiera abstenerse de interpretar el mundo,
limitándose a describirlo. Es paradigmático al respecto el manifiesto del denominado
‘Círculo de Viena’ en 1929. El positivismo lógico entró en declive cuando los autores
(Hempel, Oppenheim,…) advirtieron que las observaciones empíricas ya parten de
leyes y conocimientos previos, no elaborados directamente a partir de los fenómenos
observados. Así lo formula Gordon (1995: 642):
«… ¿y si las observaciones, independientemente de cómo se hayan
efectuado, están orientadas por una teoría a priori? En esta circunstancia la
teoría no puede ser verificada ni falsada por los datos objetivos, porque los
supuestos ‘datos’ están entremezclados con la teoría que ha de probarse. (…)
No hay datos objetivos libres de teoría, y no es posible conseguir que los datos
objetivos se liberen de ella, puesto que es necesaria una teoría, del tipo que
sea, para hacer cualquier observación objetiva».

La denominada ‘teoría de la falsación’ popperiana proclama la necesidad de que las


teorías científicas sean falsables, esto es, que sea posible suponer hechos y situaciones
que puedan contradecirlas; son precisamente estas teorías arriesgadas las que hacen
avanzar el conocimiento científico (Popper, 1982). Popper aún va más allá al afirmar
que de hecho las teorías científicas no son verificables, solo se pueden aceptar desde
una perspectiva probabilística (Ballesteros y Colom, 2012: 739). No obstante, los
críticos a la falsación insisten en que a veces las teorías se mantienen, aunque sean
falseadas mientras no se disponga de otras mejores, al tiempo que se señala que tan
compleja resulta la falsación como la verificación empírica de las mismas (Gordon,
1995).

Otro epistemólogo importante, Mario Bunge (1980: 30 y ss.), tras advertir que el
desarrollo científico hace a las teorías tan complicadas que resulta difícil refutarlas y
que en las observaciones están tan cargadas de teorías que no es fácil determinar qué
confirman o refutan, defiende la necesidad de matizar el concepto de contrastabilidad.
Al efecto, distingue entre teorías e hipótesis contrastables y no contrastables; las
primeras pueden ser contrastadas empírica y teóricamente y la contrastación empírica
puede ser por vía directa e indirecta. Pero toda propuesta científica ha de ser
contrastable; si resulta incompatible con el grueso del conocimiento científico se
considerará como no científica.

No todos los autores aceptan la disciplina de una forma preestablecida de verificación o


de aceptación de las teorías científicas. Un ejemplo paradigmático fue Paul Feyerabend
(1981), a quien se ha considerado un ‘anarquista’ de la ciencia porque sostiene un ‘todo
vale’ en la forma de elaborar el conocimiento científico, rechazando que exista un solo
método válido para ello. Las teorías, según este autor, se llegan a elaborar gracias a
nuevas ideas, a nuevos desafíos. Para Feyerabend la autoridad de los científicos no
tiene base teórica sino social, de modo que es una forma de enmascarar intereses
corporativos; no ve la ciencia tan alejada del mito como se afirma. La resultante de
aplicar los criterios de Feyerabend es la imposibilidad de diferenciar la ciencia de la no
ciencia.
Otra perspectiva crítica del saber científico lo representó el marxismo, especialmente
después de la revolución del pensamiento general que significó el mayo francés de
1968. La ciencia se ve como un instrumento al servicio del capital, calificando a los
científicos como una nueva casta sacerdotal. Con anterioridad, el marxismo proponía
como método científico el método dialéctico, derivado de Hegel y con reminiscencias en
Darwin, que parte de la concepción del dinamismo de tres fases: tesis, antítesis y
síntesis, aplicado a la Historia, la Economía, la Sociología,… La crítica marxista llegará
hasta los mismos filósofos de la ciencia, quienes tienen que contentarse con versiones
vulgarizadas del conocimiento científico, con lo cual les resulta imposible separar lo
fundamental de la carga ideológica que contienen (Leblond, 1975).

Como señala Gordon (1995: 666), la polémica se aviva cuando se pretende defender la
total convencionalidad del saber científico – la ciencia es aquello que hacen los
científicos – o cuando se pretenden defender criterios de veracidad, como garantes del
mismo. Una breve reflexión sobre el concepto de objetividad puede ayudar a
comprender mejor este debate.

El problema de la objetividad en ciencia

El concepto de objetividad referente al saber científico ya ha aparecido en diversos


lugares de la reflexión epistemológica anterior y todo él gira alrededor de si es posible o
no la ‘verdad’ científica. La cuestión general siempre se podría expresar así: la ciencia
solo debiera abarcar los saberes, las proposiciones que sean verdaderas. El problema
estriba en determinar cuál es el método válido para verificar tal posible veracidad, lo
cual puede llevar a la duda de si ha existido alguna vez conocimiento científico, puesto
que no existe un método inapelable de verificación de las posibles verdades. Como
indica Brown (1988), este análisis se puede atacar como relativismo e historicismo,
pero la alternativa de considerar que existe una posibilidad de verificación indiscutible
resulta más inadmisible todavía. No queda más alternativa, por tanto, que admitir la
posibilidad de un consenso racional en la comunidad científica, insistiendo en que todo
saber científico resulta provisional, lo cual no significa que sea totalmente aleatorio,
como ya se ha dicho. Las palabras de Brown (1988:202) pueden resultar
suficientemente explícitas: «una proposición es falsa si y solo si no proporciona una
descripción adecuada de la realidad; es falsa cuando es rechazada por el consenso
actual».
La pretendida objetividad del saber científico encuentra mayores dificultades para ser
defendido cuando se trata de las Ciencias Sociales, especialmente cuando se defiende la
necesidad de una metodología específica, distinta de la aplicable a los fenómenos
físicos. Sin embargo, hay autores que no ven la necesidad de tal distinción, por cuanto
supondría aplicar una lógica distinta para la justificación científica según la naturaleza
del fenómeno estudiado, la cual consideran única para todo tipo de fenómenos objeto
de estudio. Un texto de Rudner (1980) es ilustrativo al respecto:

«… mantener que las ciencias sociales son metodológicamente distintas de las


ciencias no sociales, es mantener no solo (o quizás en absoluto) el punto de
vista de que las ciencias sociales utilizan técnicas de investigación diferentes,
sino más bien mantener la sorprendente opinión de que las ciencias sociales
requieren una lógica de investigación distinta. Más aún, mantener semejante
punto de vista equivale a negar que todas las ciencias se caracterizan por una
lógica de la justificación común en lo que respecta a la aceptación o rechazo de
hipótesis o teorías». (p. 21)

Hay que señalar que la pretendida unidad de método y de criterios de verificación para
el estudio de todo tipo de fenómenos no es la más defendida actualmente, cuando nos
hallamos ante una amplia diversidad metodológica, con técnicas y criterios de amplio
espectro, tal como se advertirá en los próximos temas.

El determinismo en la Ciencia

El determinismo científico se basa en la creencia de que cualquier suceso puede ser


racionalmente previsto, con el grado de precisión que se desee, si se cuenta con una
descripción adecuada de los sucesos pasados, así como del pertinente conocimiento de
las leyes de la naturaleza. Esta concepción del determinismo se vincula directamente
con el empirismo filosófico.

Como señala Popper, esta concepción optimista de las posibilidades de predicción a


partir del saber científico se basa en la creencia de que cuanto más sepamos acerca de la
naturaleza mejor podremos hacer predicciones. La cuestión es que nunca sabremos si
ya sabemos bastante. Todo ello sin olvidar la dificultad de establecer relaciones de
causa-efecto para ciertos fenómenos, como los artísticos. Los argumentos para ser
escépticos respecto al determinismo en la ciencia se pueden resumir así (Popper, 1986):

Las teorías científicas son construcciones humanas, no son representaciones


completas del mundo.
Hay resultados que se explican por la intervención de la creatividad, que no resulta
totalmente previsible.
Nunca podremos saber si ya tenemos la teoría definitiva sobre un ámbito científico.
Aumentando nuestro conocimiento no podemos prever lo que llegaremos a saber
mañana.

Popper consideró que el indeterminismo científico no explicaba por sí solo el principio


de la libertad humana y de la creatividad. Por ello creó la teoría de los tres mundos
sobre la base de la apertura causal existente entre ellos. Una síntesis de esta teoría
podría ser la siguiente (Popper, 1986: 136 y ss.):

El mundo 1 es el mundo de la Física, la Química y la Biología; el mundo 2 es el


mundo psicológico y el mundo 3 es el mundo de los productos de la mente
humana, que incluye las teorías científicas, además del arte, los valores éticos, etc.
Hay objetos, como los libros, que pertenecen al mundo 1 en tanto que objetos
físicos y al mundo 3 en tanto que productos humanos. El mundo 3 lo captamos a
través de actividad mental que pertenece al mundo 2. Y la aplicación de las teorías
sobre el mundo físico también se realiza pasando por el segundo mundo. Los
pensamientos formulados lingüísticamente pertenecen al mundo 3. La validez de
las teorías científicas del mundo 3 depende en primer término de su coherencia
interna y luego de su relación con el mundo físico (mundo 1).

Un mundo 1 totalmente indeterminista y cerrado en sí mismo no nos sirve, porque


actuaria al margen de nuestro saber. Por ello nos interesa postular que el mundo 1
está abierto al mundo 2 y puede ser influido por él, así como el mundo 2 puede ser
influido por el mundo 3 y por el mundo 1.

La indeterminación científica, expresada como la imposibilidad de hacer predicciones


exactas, no es exclusiva de las Ciencias Sociales, sino que también abarca las Ciencias
físico-naturales y más concretamente la Física, en tanto que ciencia representativa del
avance científico. De este modo se ha abierto camino la denominada ‘teoría del caos’
(Prigogine, 1997), que se expresa como la constatación de que los fenómenos físicos son
en gran medida semejantes a los meteorológicos, en el sentido de que no pueden ser
previsibles puntualmente. Se verificó este principio al constatar que los electrones
lanzados contra una pantalla con las mismas variables de origen no caen en un mismo
lugar. Luego la teoría se ha aplicado a los fenómenos sociales, en el sentido de
considerar que la previsión de resultados de una acción solo puede darse con ciertos
márgenes (Balandier, 1996). Colom (2002) escribe al respecto:
«La teoría del caos nos aporta la importancia que tiene poseer una visión no lineal del
mundo y, en consecuencia, la importancia de la necesidad de contar con una nueva
narración científica que permita la explicación de la no linealidad presente, como
vemos, en el mundo físico, biológico y social» (pp. 124-125).

Sin embargo, como destacan Dalla i Toraldo di Francia (2001), una cosa es que exista
un cierto indeterminismo en las predicciones del campo de la Física y otra que no exista
una probabilidad en los acontecimientos. Siguiendo con el ejemplo del ámbito
meteorológico, seguimos haciendo predicciones dentro de un cierto margen de tiempo,
aunque a partir de él pueda existir el caos (p. 134).

En este mismo contexto epistemológico cabe situar la interpretación del conocimiento


como algo complejo, que no debe sorprenderse de lo inesperado. Al decir de Morin
(1994), la incertidumbre forma parte del mismo pensamiento científico, que ha de ser
forzosamente complejo, incorporando momentos seguros y otros inciertos,
reconociendo tanto el orden como el azar. Por ello este autor demanda una metodología
abierta, no ideal o fantasiosa, que atienda las emergencias e incertidumbres que la
elaboración del saber científico plantea y sentencia: «conocer y pensar no es llegar a
una verdad absolutamente cierta, sino que es dialogar con la incertidumbre» (Morin,
2000:76).

1.4. Principios de la investigación científica

El saber científico se estructura en forma de teorías, que suponen la organización


sistemática de generalizaciones, con el fin de poder explicar y predecir los fenómenos
(Kerlinger, 1981: 16). Situándose en la perspectiva más empirista, Rudner (1980) señala
que «una teoría es un conjunto de enunciados sistemáticamente relacionados, que
incluyen algunas generalizaciones del tipo de una ley, y que es empíricamente
contrastable» (p. 30). Las teorías son a la vez punto de partida y meta de llegada de la
investigación. En un proyecto de investigación se parte de las teorías existentes y los
resultados permitirán consolidarlas o bien ponerlas en duda, posibilitando su cambio o
superación.
Los escépticos respecto a la verificación de las teorías las verán como simple
construcciones humanas que perciben el mundo desde un contexto (Feyerabend) o
como estrategias de poder (Foucault), pero en general son consideradas como
elementos organizadores que permiten interpretar racionalmente la realidad. A título
de ejemplo podemos pensar en la teoría de la relatividad en Física o en la teoría del
aprendizaje cognitivo en Psicología y Pedagogía, pasando por las diversas teorías
económicas, sociológicas, etc.

Una forma de representar las teorías es recurrir a modelos, que pueden ser de diversos
tipos: a) modelos de escala o de réplica, como sería el caso de una maqueta; b) modelos
matemáticos, que representan numéricamente las relaciones entre los elementos de un
proceso; c) modelos de analogía, que representan las relaciones entre los elementos o
fases de un proceso, como es el caso de un esquema gráfico; d) modelos teóricos, que
recurren a explicaciones gráficas que facilitan la comprensión de relaciones abstractas,
como podría ser la pirámide de los diversos tipos de alimentos; etc. Un modelo no es
una descripción de la realidad, sino tan solo una representación de los rasgos de la
realidad que son útiles para comprender una teoría; los modelos, por tanto, son
evaluados en función de su utilidad (Baltes y otros, 1981: 43).

Las teorías dan cabida a las leyes científicas de manera organizada, entendiendo por
tales la expresión de la relación constante entre fenómenos y variables mediante
vinculaciones de causalidad o de contigüidad. En las Ciencias físico-naturales las leyes
tienen tendencia a expresarse matemáticamente. Gracias a las leyes se aplica el saber
científico a situaciones reales y resulta posible realizar predicciones. Podemos pensar
en la ley de la gravedad, para explicar fenómenos de caída de los cuerpos o en la ley del
refuerzo, para explicar la consolidación de un comportamiento.

Toda investigación pretende dar respuesta a un problema, entendiendo por tal un


interrogante, una pregunta que el científico se formula y a la cual pretende dar
respuesta. Aplicado al ámbito de la investigación empírica, un problema es un
interrogante que inquiere sobre la forma en que están relacionadas ciertas variables
(Kerlinger, 1981: 51). Por consiguiente, la identificación de un problema es el primer
paso de toda investigación. No todo tipo de problemas pueden ser resueltos por la
ciencia, de modo que para que un problema pueda ser investigado es preciso que reúna
ciertos requisitos:
El problema ha de estar formulado con claridad, de modo que sea fácilmente
interpretable en el contexto científico.

El problema ha de ser limitado en su amplitud, para que sea resoluble con los
medios disponibles.

Conviene que el problema sea relevante, que merezca los esfuerzos de la


investigación.

También es conveniente que el problema implique personalmente al investigador,


como garantía de compromiso hacia la investigación a desarrollar.

Un ejemplo de problema de investigación en el ámbito pedagógico podría ser: ¿Cuál es


la incidencia que sobre los resultados del aprendizaje escolar tienen las actitudes de los
padres respecto a la escuela?

Una forma de resolver el problema de investigación es avanzando una hipótesis, que


viene a ser una respuesta anticipada al mismo, que luego deberá ser comprobada
mediante los resultados logrados. Las hipótesis que se formulen también han de tener
unos ciertos requisitos para ser útiles:
Relacionar dos o más variables, sea de manera causal o descriptiva.
Ser congruentes con el conocimiento científico vigente.
Ser verificable con los recursos disponibles.

Siguiendo con el problema anteriormente formulado, una hipótesis que se podría


avanzar sería: «La actitud positiva de los padres respecto a la escuela de sus hijos incide
positivamente sobre el rendimiento escolar y los deseos de ir a la escuela de éstos». En
este ejemplo las variables que entran en relación son: la actitud de los padres, el
rendimiento escolar y los deseos de ir a la escuela. Se entiende por variable toda
característica que tiene variabilidad, sea cuantitativa o cualitativa. Las variables
descritas, por ejemplo, se podrían cuantificar mediante una escala numérica (de 0 a
100,…) o mediante una escala de gradación cualitativa (baja, media, alta,…). Las
variables pueden ser:

Continuas, cuando pueden tener un valor cualquiera entre un infinito posible;


como ejemplos podemos citar la longitud, la altura, pero también los ingresos
económicos, la cantidad de información, etc.
Categoriales, cuando toman una de las opciones de una clasificación, que puede ser
de dos o más posibilidades. Como ejemplos estarían la inteligencia clasificada por
niveles, el nivel socioeconómico, el estado civil, etc. Una variable continua se puede
convertir en categorial.

Cuando se quieren establecer relaciones de causa-efecto, se habla de:

Variables independientes (o de estímulo), que son las posibles causas en


una relación entre fenómenos. Tal variable puede ser física (el calor), social (el
nivel sociocultural de las familias) o personal (el nivel de inteligencia).

Variables dependientes (o de respuesta), que se vinculan con las anteriores


con una relación de efecto. Cualquier variable puede convertirse en dependiente
según con la que se vincula.

Variables intervinientes (o extrañas) serían todas aquellas que es preciso


tener presentes y controladas para que no se erijan en independientes. También
podría ser cualesquiera de las citadas anteriormente, según el esquema de relación
que se establezca entre la o las variables independientes y la o las variables
dependientes. Así, por ejemplo, el nivel sociocultural de las familias podría ser una
variable interviniente a controlar cuando se quiere evaluar el resultado de un
programa educativo novedoso.

El proceso general que se sigue en la verificación de hipótesis es el mostrado en la


figura 2.
Inferencia
Hipótesis
deductiva

Consecuencias
lógicas

Medida de las
consecuencias

Confirmación o no
Resultados
confirmación

Fig. 2. Esquema de confirmación de las hipótesis científicas


Según la naturaleza del problema a investigar, de las preguntas que lo concretan, no
siempre es necesario adelantar hipótesis de resolución. Por ejemplo, cuando nos
formulamos preguntas como: ‘¿Qué opinan las asociaciones de padres de alumnos
respecto la nueva ley de educación…?’ no hay porqué avanzar respuestas; la
investigación ya nos dirá cuál es esa opinión. Por tanto, en las investigaciones de tipo
descriptivo, como esta última, y en las más cualitativas, que buscan explicaciones
complejas, las hipótesis no son necesarias e incluso pueden resultar inadecuadas. Por el
contrario, en las investigaciones de cariz cuantitativo experimental resultan
imprescindibles. En próximos temas se volverá sobre esta cuestión.

1.5. Ciencia, técnica y tecnología

Como se ha indicado, la Ciencia persigue el saber por sí mismo. Su finalidad es ampliar


constantemente el conocimiento humano sobre el mundo que nos rodea, para lo cual
emplea explicaciones que resulten racionalmente comprensibles en forma de teorías y
leyes. Pero en la mayoría de los casos ese saber tiene una vertiente aplicativa, que la
humanidad emplea para resolver sus problemas y facilitar la vida. De esa aplicabilidad
se encarga la Técnica. La Ciencia diríamos que es un saber teórico – no en vano busca
la elaboración de teorías – mientras que la Técnica es un saber práctico – resuelve
problemas cotidianos -.

El saber práctico no precisa estar forzosamente sustentado en un saber científico, basta


que sirva para resolver las situaciones que enfrenta, así la Técnica se puede aplicar al
arte, a la artesanía, sin que medie el saber científico. Cuando las realizaciones prácticas
– técnicas – se fundamentan en el saber científico estamos ante la Tecnología, que
establece una relación de continuidad entre el saber teórico y el práctico, hasta el punto
de erigirse muchas veces en el elemento validador del primero. Entonces, teoría y
práctica se realimentan mutuamente. Así lo expresa Bunge (1984):

«La tecnología no es meramente el resultado de aplicar el conocimiento


científico existente a los problemas prácticos: la tecnología viva es,
esencialmente, el enfoque científico de los problemas prácticos, es decir, el
tratamiento de esos problemas sobre un fondo de conocimiento científico y
con ayuda del método científico. Por eso la tecnología, sea de las cosas o de los
hombres, es fuente de conocimientos nuevos» (p. 35).

Mientras el avance científico abre siempre nuevos interrogantes y plantea nuevos


problemas a resolver, incrementando los límites de nuestra ignorancia, como señala
Popper, el progreso tecnológico incrementa los recursos técnicos y satisface
progresivamente nuevas necesidades, lo cual la vincula al principio de eficacia
(Quintanilla, 1989: 43). No obstante, hay que advertir que el criterio de eficacia no es
valorado por igual por los grupos y personas, sino que resulta positivo en relación a
ciertos contextos. Por otro lado, no se puede olvidar que cada nueva aportación técnica
fomenta nuevas necesidades a satisfacer; así se explica la evolución y aumento del
consumo. Esto ha llevado a autores como Quintanilla (2002) a afirmar que la Ciencia
no plantea problemas morales por ella misma mientras que la Tecnología sí los plantea,
al incidir directamente sobre la vida de las personas. Clarifiquemos un poco los dos
conceptos básicos entre los que se mueve la Tecnología: eficacia y eficiencia.

Por eficacia se entiende el logro de los objetivos que se proponen con una
determinada acción. La eficacia es consustancial a una técnica coherente con su
funcionalidad social; una técnica ineficaz no tendría ningún sentido. Cuestión aparte es
valorar los objetivos a alcanzar – problemas a resolver – mediante la Técnica; de la
calidad valorativa de tales objetivos se desprenderá la justificación moral para
resolverlos, bajo el principio de que el fin no puede justificar los medios, pero los
medios o recursos disponibles tampoco pueden servir a cualquier fin. Esto justifica la
difusión del concepto de ‘tecnología apropiada’, especialmente cuando se trata de
ámbitos sociales (Sarramona, 1990).

El concepto de eficiencia resulta paralelo al de eficacia, pero con matices claramente


diferenciados, aunque muchas veces ambos términos se usan de manera sinónima. Se
considera que una acción técnica es eficiente cuando la eficacia la logra al menor costo
posible; diríamos que lo logrado es más valioso que lo consumido. Aquí entraría en
juego, por ejemplo, el costo de la energía, aunque tal costo no es un valor constante, de
ahí que Quintanilla (2002) proponga el término ‘ajuste de la acción’, en el sentido que
una acción resulta tanto o más ajustada cuando más coincidan el conjunto de sus
objetivos efectivamente logrados con los resultados pretendidos. La eficiencia completa
no existe y tampoco se pueden controlar totalmente las aplicaciones de una técnica.

1.6. Ciencia y ética

La Ciencia, como toda actividad humana, tiene consecuencias éticas que no se pueden
soslayar. Por consiguiente, los científicos no pueden escudarse en el criterio de que
pretenden exclusivamente la búsqueda del saber sin advertir las consecuencias que ese
saber puede conllevar para sus semejantes. Aquí se plantea, por ejemplo, la diatriba de
la posible utilidad que para la destrucción pueden tener ciertos conocimientos, sea para
destruir seres humanos o para destruir el medio ambiente. Y generalmente la
aplicabilidad del saber queda en manos de quien tiene los resortes del poder
(Geymonat, 1993: 122). El tema de debate está servido, y se podrían hallar partidarios y
detractores de que el saber científico se considere al margen de sus posibles
aplicaciones. Unos textos nos pueden dar idea de tal debate:

«… la ciencia y la investigación científica son bastante neutrales. Los


resultados de la investigación científica pueden ser y son utilizados tanto para
buenos como para malos propósitos. (….) La bondad y la maldad, el
mejoramiento y el deterioro, la felicidad y el sufrimiento humanos son,
entonces, asuntos de las personas que deciden hacer ciertas cosas que tienen
consecuencias buenas o malas, que mejoran las cosas o las empeoran, que
promueven la felicidad humana o incrementan el sufrimiento» (Kerlinger,
1981: 18).

«La preocupación pública sobre el papel social de la ciencia arroja un


considerable volumen de responsabilidad personal al científico profesional. No
es ésta una carga que muchos estén dispuestos a aceptar cuando adoptan esta
profesión, aunque puede llegar a pesar mucho, más tarde, en la vida. La
dimensión ética de la investigación se elude enteramente en la educación
científica convencional y, sin embargo, es uno de los puntos más importantes
de la relación del científico con la sociedad» (Ziman, 1985: 137).

Echeverría (1999:324-326) indicó una serie de ideas para el debate entre Ciencia y
valores:
La actividad científica está profundamente influida por una pluralidad de valores
(epistémicos y no epistémicos) que son satisfechos en mayor o menor grado por las
teorías, los experimentos, …
La ciencia no es evaluada por referencia a un valor único ni a un objetivo
prioritario (…), sino teniendo en cuenta varias finalidades y diversos valores que
subyacen a esos fines.
Cuando nos referimos a la evaluación de teorías científicas, cabe hablar de un
núcleo axiológico compartido por los científicos, aun cuando desde el punto de
vista de cada individuo no se conceda la misma importancia a cada uno de los
valores que componen dicho núcleo.
La axiología de la ciencia debe partir del análisis de los valores epistémicos
internos… sin perjuicio de que conforme se vaya desarrollando encuentre valores
externos muy relevantes…
Evitar los errores y criticar las teorías falsas puede ser tan importante (…) como
buscar la verdad.
Hay que tener en cuenta que la satisfacción de los valores (…) es cuestión de grado.
Hay que afirmar la pluralidad axiológica de la ciencia, de manera que, en cada
escenario concreto, los científicos tendrán en cuenta todo un sistema de valores …
… Toda actividad científica lleva asociado un espacio de valoración que permite
evaluar los distintos resultados y las acciones mismas mediante una criba
axiológica.
La axiología de la ciencia no se reduce a la racionalidad instrumental, sino que
analiza los fines y los métodos en función de los valores que hipotéticamente serían
satisfechos si se lograran dichos objetivos.
La axiología de la ciencia no es estática, sino dinámica. Admitir un cambio
dinámico de la axiología de la ciencia no implica aceptar un relativismo axiológico.

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