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1

DIFERENCIAS FILOSÓFICAS
CUATRO AÑOS ANTES DE LA REBELIÓN

—Eres una unidad expoliadora, ¿no? —enunció una voz humana detrás de mí. Me quedé de piedra, con las manos
temblando bajo la toga.
La aldea que había a los pies del Monasterio Shambali apenas habían cambiado desde mi última visita. Había
unos cuantos talleres y sastres con tono jovial repartidos por la calle principal especializados en togas para viajeros
ómnicos. En los callejones y las bocacalles, solo tiendas cerradas, sucursales de minería y humanos bebiendo en las
entradas mientras observaban a los ómnicos que pasaban de cuando en cuando.
Unos años atrás, esos mismos humanos me habían dado una paliza y casi habían acabado conmigo.
Sin embargo, me giré hacia el humano que me había nombrado sin musitar palabra y con los puños apretados
bajo las mangas.
—Eso pensaba —continuó el menudo comerciante con tono alegre—. Hace mucho que no veo a ninguno de vosotros
por aquí. Se dice que os escondéis.
—O que los humanos nos han aniquilado —respondí.
La sonrisa del tipo se esfumó.
—No sois muy populares. Aunque con eso no quiero decir que esté bien... —se apresuró a añadir—. No te lo tomes
como algo personal, pero..., con todo lo que hicieron los tuyos durante la Crisis, bueno...
Esperé y le eché una mano con desagrado:
—¿Hemos incomodado a los humanos?
—¡Exacto! —respondió aliviado.
«Incomodado lo suficiente como para justificar la violencia». Debería haberme cabreado con él, pero estaba
agotado, había tenido esta conversación demasiadas veces ya.
—¿Puedo ayudarte? —concluí. Eran las palabras que Mondatta nos había instado a usar en esos casos.
—No —respondió—. ¡Pero yo a ti sí! Verás, tengo un nuevo envío de impulsores para los de tu clase. Puedo hacerte
un buen descuento, ya que formas parte de los shambali y tal.
Me sonrió con un brillo dorado procedente de una de las muelas.
Los R-7000, a diferencia de otros ómnicos, no eran obra de los humanos. El corrupto programa divino Anubis,
artífice de la Crisis Ómnica, hizo que nos construyeran en lugares secretos y nos liberaran ante el mundo. Nos
diseñaron para comandar a sus ejércitos descerebrados y dar caza a los humanos. Nos fabricaron para matar.
Solo había una manera de que hubiera piezas de repuesto disponibles. —Ya no soy monje, hoy he abandonado el
monasterio —afirmé.
—¿En serio? —dijo el comerciante echando la vista tras de mí, más allá de la calle y hasta lo alto del monte. Oí
varios pasos sobre el asfalto—. ¿Por qué?
«Porque Mondatta responsabiliza de la paz a los oprimidos en lugar de a los opresores».
—Diferencias filosóficas —verbalicé, sin embargo. Parecía más adecuado.
—Bueno, ¡pues buena suerte y buen viaje! —respondió—. ¡Oye, tú! Bienvenido al Monasterio Shambali.
Me di la vuelta y vi en medio del camino a un peregrino ómnico agotado, con manchas naranjas del polvo, lleno
de marcas y abolladuras.
Al ver mis prendas, agachó la cabeza en señal de respeto.
Sentí su dolor, su vergüenza. Al verme, eso sí, percibió que estaba en el camino correcto. Luché contra el impulso
de decirle que no era así; a fin de cuentas, no cambiaría nada.
Observé al comerciante salirle al paso, zalamero, y arrastrándolo al interior de la tienda. Avaricia, otro de los
grandes crímenes de la humanidad, aunque lejos de ser el peor de todos.
Suspiré y proseguí el camino, por la montaña y alejándome del monasterio.
También de mi hermano Zenyatta, con quien había pasado los tres últimos años soñando con la paz.

2
NOMBRES
TRES AÑOS ANTES DE LA REBELIÓN

Dos guardias humanos bloqueaban la celda desprovista de ventanas. Ambos llevaban porras paralizantes, el
más grandullón, también una pistola colgada de la cintura.
—Os doy una sola oportunidad para salir corriendo —enuncié, esperando que no lo hicieran.
Algunos estratos de la humanidad habían decidido que, pese a la Crisis, pese a cobrar conciencia, sus otrora
sirvientes ómnicos todavía les pertenecíamos, que nuestro estatus de seres independientes todavía era, de algún
modo, debatible. Por eso existían instalaciones como aquella donde retenían a los ómnicos hasta que concretaban
que servir a sus antiguos maestros era lo mejor que podían hacer con sus longevas vidas.
Desde mi marcha del Monasterio Shambali, había extirpado varios lugares como aquel, pero siempre había otros
pululando. Me había personado allí con la esperanza de liberar a mi gente sin montar revuelo.
Sin embargo, tras las repetidas muestras de injusticia, mi paciencia y buenas formas no habían hecho sino
disiparse. En uno de mis arrebatos, incluso lancé a un tipo por una ventana. Y así me encontraba.
El primer guardia me atacó con la porra y esta me rebotó contra el pecho emitiendo un chasquido. Di un paso
hacia él.
Palideció. Dejó caer la porra y fue a por la pistola. Detrás de él, el otro humano hacía lo posible por abrir una
puerta cerrada con llave tratando de huir o, quizá, de tomar un rehén.
«Maldita sea».
Tiré el arma del guardia de un porrazo y, pese a no excederme, algo en mi interior se encendió como otras veces:
culpabilidad, el peso de la mirada triste de Mondatta sobre mí. Acto seguido, ira. Los opresores no se merecían
nuestro cargo de conciencia.
La puerta se abrió de par en par y el otro guardia entró a toda prisa. De nuevo, un destello eléctrico y un alarido.
—Recuerda que podría haberte matado —le dije al humano que estaba en el suelo mientras atravesaba la puerta
para desarmar al otro guardia.
«Oh».
El individuo calvo estaba boca abajo en el suelo, inmóvil. Sus prendas, desparramadas, echaban humo. No sabía
a ciencia cierta si seguía respirando.
—Sé quién eres —dijo una voz desde una esquina de la pequeña habitación vacía.
—Ah, ¿sí? —pregunté con sincera curiosidad. La unidad ómnica era muy poco común, con muchos elementos de
personalización que creía que no habían sobrevivido a la Crisis. Medía menos que yo, tenía los ojos azules y orejas
propias de un conejo humanoide esbelto. Si estaba en lo correcto, la habían fabricado como acompañante de niños y
tenía una batería interna para cargar dispositivos y sacar fotos.
—Sí —respondió—. Eres el R-7000 que ha estado liberando a ómnicos. Algunos esperaban tu llegada.
—¿Y tú no?
—Sé cuidarme.
El humano balbuceó cerca de mis pies.
—Te creo —espeté—. ¿Qué le has hecho?
—Una ráfaga eléctrica, nada del otro mundo.
—Creo que él no opinaría lo mismo. ¿Por qué no has huido por tu cuenta entonces?
La unidad resopló.
—¿Y dejar atrás a mis amigos a la espera de un rescate que podría no llegar nunca?
—Bueno, aquí estoy —respondí, perplejo.
La unidad ómnica sacudió la cabeza, pensativa.
—Tu modelo nos manipuló durante la Crisis, nos envió a una muerte segura antes siquiera de que pudiéramos
pensar.
Sacudí la mano en un costado, pero asentí.
—Así que ¿esto va de lo mismo? —continuó—. ¿Todavía buscas la gloria y darles órdenes a tus soldados?
—¿Y tú sigues yendo detrás de críos como una mascota obediente? —repliqué, más cortante de lo que pretendía.
Emitió una risita.
—Tienes razón, pero mantengo lo dicho: nuestro pueblo sigue esperando a un salvador cuando debería salvarse
por sí mismo.
Estaba de acuerdo, por eso había ido allí. Tras recorrer tantos lugares ese año, sabía de sobra que la mayoría
de los nuestros tenían la esperanza de que Mondatta y los shambali los salvarían. Parecía como si la verdad —que
nadie iba a salvarlos, que eran ellos mismos los que debían alzarse— fuera insoportable.
Pero ahí estaba esa unidad ómnica pronunciando las palabras que mi mente había estado gritándome.
—¿Y si mueren? —le pregunté:
La unidad ómnica ladeó la cabeza.
—Seguimos en guerra —aseveró—. Esta no se detuvo porque lo hiciera la Crisis. La diferencia es que los humanos
siguen organizados y nosotros no.
—Por ahora —repliqué. Mis palabras sonaron a promesa—. Bueno, deja que me presente: me llamo Ramattra, ¿y
tú?
—No tengo nombre ni quiero tenerlo. Puedes llamarme «Sin Nombre» si se te hace raro. ¿Qué significa «Ramattra»?
—Lo elegí para honrar al primero de los nuestros y lo conservo para recordar mis errores.
—Ajá —respondió Sin Nombre—. Si pretendes liberarlos a todos, me apunto.
—¿Cómo dices?
—El siguiente objetivo debería ser Zera, ya lo entenderás. Y, si vamos a aliarnos, tenemos que buscar un nombre.
—¿No te parece un poco hipócrita eso? —respondí con sequedad.
Se rio con disimulo.
Observé el costado de la unidad, donde tenía una cicatriz en la que, otrora, hubo un número de modelo, una
designación. De haber podido sonreír, lo habría hecho.

3
ARMAS DE GUERRA
DOS AÑOS ANTES DE LA REBELIÓN

Los guie por el valle hasta el portón de metal, medio enterrado por grandes trozos de hielo y piedra. Estábamos
más callados que un grupo de humanos en un cementerio, y prácticamente por el mismo motivo.
Llegamos al fondo del portón, donde había una plataforma metálica cubierta de hielo. Me giré hacia Lanet.
Notaba que su cabeza iba muy por delante de la mía, analizando qué tecnología se veía en aquel tipo de instalación.
Yo era un ingeniero decente, pero ella me hacía parecer un crío humano jugando con bloques.
—Sé dónde estamos —comentó—. Arquitectura poco ortodoxa, ausencia de elementos de seguridad humanos...
Construido por máquinas para las máquinas, similar a tu diseño estético.
Alzó la mirada.
—Ómnium... construido por Anubis.
Silencio. Coloqué la mano sobre los mandos de la plataforma.
—Durante años, hemos tratado de coexistir con los humanos sin violencia, luchando únicamente contra las
peores formas de opresión desde las sombras —esgrimí—. Y no ha funcionado. Es hora de probar algo nuevo.
Activé la plataforma y, con una sacudida, descendimos hacia la oscuridad gélida por un hueco helado.
—De todos los ómnicos que he traído a Null Sector —aseguré—, vosotros sois en quienes más confío. Bien... Aquí
es donde me diseñaron y construyeron. Esta es la cuna de los secretos más peligrosos de Anubis.
El pasillo se disipó y vieron la inmensa fábrica subterránea.
—La humanidad niega que seamos iguales porque nos ha arrebatado el poder en numerosas ocasiones. Nos hizo
olvidar que, unidos —incluso contra nuestra propia voluntad—, la llevamos al borde de la extinción.
Este era el mundo que mi creador había concebido y, juntos, lo usaremos para crear un futuro nuevo.
—Es hora de que inspiremos a los nuestros para que volvamos a estar unidos.

4
ALZAMIENTO
CUATRO DÍAS ANTES DE LA REBELIÓN

—Ramattra —dijo Lanet con ese tono suyo.


—No hay tiempo —repliqué recorriendo el centro de mando del ómnium. Debajo, la línea de montaje estaba en
marcha construyendo nuestro ejército robótico.
—¿Cómo que no? ¡Estamos siguiendo tu plan! —me gritó, persiguiéndome con las manos en el aire—. Puedes
atacar la ciudad que quieras y vas y eliges King’s Row, ¡y quieres hacerlo ahora! Te digo que los robots de los niveles
inferiores del ómnium no están listos. Son viejos, Ramattra, están obsoletos.
—¿Te crees capaz de diseñar mejores soldados que Anubis?
—Eso espero, porque queremos ganar y tu creador perdió.
Agarré los bordes de la mesa para calmarme. Se estaba enfadando porque solía llevar la razón, pero esta vez
no era así.
—No podemos permitirnos esperar a que lleguen soldados mejores. Mira —activé los monitores que teníamos
delante y aparecieron imágenes y grabaciones de Londres recopiladas durante los años que nuestras células habían
estado activas allí.
Un grupo de trabajadores ómnicos caminaba fatigado en fila hacia el trabajo, vigilados por guardias humanos
armados.
—Siguiente —y la imagen cambió.
Apareció un centenar de ómnicos en un sótano cerrado con llave, su hogar al final de un día de lo más ingrato.
—Siguiente.
Un desguace. Allí, los desechaban como la basura que eran a ojos humanos.
—Lo sabemos —saltó Zera—. No te está diciendo que no tengamos que luchar.
Me estremecí; era lo mismo que le había dicho a Zenyatta cuando nos conocimos y poco antes de que casi hiciera
que lo mataran.
—Danos a Sin Nombre y a mí una semana —continuó Zera, tomando mi silencio como duda—. Mi célula puede
tumbar su red eléctrica y sus suministros de agua, y las sombras de Sin Nombre se apoderarán de los túneles y
eliminarán a cualquier inepto que se atreva a ir allí. Cuando los hayamos debilitado, entras con tus robots y nos
hacemos con el distrito y quién sabe si más...
La mirada azul de Sin Nombre se encontró con la mía en la esquina de la sala. Me conocía mejor que nadie, a
excepción de mi hermano.
—Sabes que tenemos razón —dijo—. Hemos creado la resistencia juntos. Permite que el pueblo forme parte de ella.
Permíteles ser parte del alzamiento como tantas veces hemos soñado. Una invasión no les servirá de inspiración,
hará que se asusten.
Volví a dudar.
—No —dije finalmente. Junto a mí, Lanet le propinó un puñetazo a la mesa.
—Ramattra, estos robots son drones sin cerebro, ¡están obsoletos! Son...
—Prescindibles —concluí—. Y tú no lo eres, ¡nuestro pueblo no lo es!
Lanet volteó los ojos.
—Vale —se rindió—, pero me quedaré en la ciudad para ver el desarrollo y los posibles errores de funcionamiento.
Ya sabes que entiendo más, así que no hay más que hablar.
—Vale —concluí—. Te quedas en los Bajos Fondos, ahí, nuestras defensas serán más fuertes.
Tras unos instantes, asintió y me relajé un poco.
—La rebelión les demostrará a los humanos que somos más fuertes de lo que creen. Montamos un bastión en
una de sus ciudades más despiadadas y lo convertimos en un lugar seguro para los nuestros. Les demostraremos
a los ómnicos de todas partes que es hora de que se unan a la causa. Ese es el objetivo.
Volví a fijar la vista en el desguace repleto de los míos.
—Es hora de que los ómnicos descubran quién es Null Sector en realidad.

5
EL MAYOR DE TODOS LOS CRÍMENES
DOS DÍAS DESPUÉS DE LA REBELIÓN

—Un pequeño grupo de terroristas ómnicos que se hacen llamar Null Sector —comentó Mondatta con tristeza
en la pantalla que tenía yo delante. El corresponsal humano de la cámara asintió con compasión melodramática
mientras el que fuera mi maestro continuaba—. Los monjes de shambali condenan el ataque de Londres. Buscamos
convivir en paz con la humanidad, no la violencia.
Mis ojos se dirigieron a las palabras que se deslizaban bajo su imagen.
Cabecilla de Null Sector asesinada en un tiroteo en la planta energética.
La ira fue decayendo. Recuerdo a los ómnicos, sentados con resignación en sus celdas esperando a ser liberados,
las pilas de muertos y, ahora, Mondatta deshonrando a Lanet, que murió buscando la liberación de su pueblo. Alguien
gritaba. Alguien golpeaba la pantalla con el puño. Alguien me rogaba que parara:
—Ramattra, ¡por favor!
Me giré con el puño en alto y Zera estaba ahí, inmóvil, sin intención de defenderse. Sin Nombre, en su rincón
apartado de la sala vacía, apartó la vista de la pantalla para mirarme con dureza. Me quedé bloqueado ante el dolor
de lo que había estado a punto de hacer. Vergüenza.
Observé la pantalla agrietada. Ahí seguía Mondatta, parpadeando y llamándonos traidores del pueblo ómnico
pese a los golpes que había recibido el monitor.
Hipocresía.
—¿Sabéis cuál es el mayor crimen de la humanidad? —Zera me miró agitando la cabeza.
—Ya está bien... —empezó a decir, pero no la dejé terminar. Volví a darme la vuelta hacia ella, la ira volvió a
inundarme.
—¡La autocomplacencia! —grité—. Quieren la paz por encima de todo, pero ignoran la injusticia porque es mucho
más cómodo así. Quieren creer que mañana será mejor simplemente porque esperan que así sea. La humanidad
nunca nos ayudará. Intentarán vendernos un pequeño rincón de su mundo o, como mucho, nos ignorarán. Y le han
contagiado sus debilidades a él.
Apunté a Mondatta sin girarme porque no aguantaba mirarlo de nuevo.
—Se cree que está por encima de nosotros. Mondatta, al igual que Anubis, está cavando la tumba de nuestro
pueblo. ¡Debe pagar por ello y...!
—Ramattra —se pronunció Sin Nombre al fin—, estoy comprobando los informes y muchos ómnicos nos culpan a
nosotros.
Me llevé la mano a la frente. Mis pensamientos eran hirientes, tóxicos. Debía soltarlos antes de que me
carcomieran.
—Si los ómnicos se deciden por la muerte —empecé con cuidado—, debemos eliminar esa decisión.
Mis amigos no se pronunciaron al principio.
—¿Eso qué quiere decir? —preguntó Sin Nombre inexpresivamente.
—Quiere decir que crearé el ejército que quería Lanet —respondí—. Entonces, encontraremos la forma de salvar a
nuestro pueblo, tanto si quieren como si no. Tanto si lo merecen como si no. Si no se unen a la causa voluntariamente,
encontraremos la forma de obligarlos.
—Ramattra, ese no es el camino —replicó Zera, abogando por la calma—. Cuando la cosa se tranquilice,
se unirán más ómnicos.
—Tuvieron la oportunidad y le costó la vida a Lanet.
La enorme mano de Zera se cerró formando un puño.
—¿Nos liberaste de la prisión en la que estábamos y ahora quieres meter a nuestro pueblo en una?
—¡Si es lo que hace falta para que escuchen!...
Sin Nombre se desenmarañó de su rincón con los ojos ardientes.
—Me dijiste... —empezó en voz baja, a modo de aviso—, me dijiste que esto no trataba de controlar a nadie.
—Míranos —salté—, luchando contra humanos en cuerpos que ellos mismos modelaron, heredando sus fallos, sus
desacuerdos ilógicos. No debe ser así.
—¡Esa no es tu decisión! —replicó Sin Nombre—. ¡No pienso ser partícipe!
—¡Pues vete! —las palabras emanaron de mi boca y no podía retirarlas ya.
Sin Nombre se puso firme.
—Está bien —respondió con calma—. Llevo demasiado tiempo lejos de mis sombras. ¿Vienes, Zera?
—No lo hagas —supliqué.
—Pues no hagas esto —respondió Sin Nombre.
—Lo entenderás cuando haya terminado.
Sin Nombre se me acercó y me dio una palmada en la mano, un gesto de lo más humano. Me puso de los nervios.
—Espero que un día entiendas que no debías luchar solo —musitó.
Entonces, Sin Nombre y Zera se marcharon.
Me quedé en un silencio cada vez más profundo un instante, notando la ausencia de mis compañeros, con el peso
insoportable del metal, el hielo y la piedra sobre mí. Una tumba para nuestro sueño de paz.
Entonces, me puse a trabajar.

GUION ILUSTRACIÓN AGRADECIMIENTOS ESPECIALES


GAVIN JURGENS-FYHRIE SYLVAIN DECAUX SYDNEY KING

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