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Marcelo Méndez.

“La casa tomada”, en: Literatura argentina y otros


combates, Bahía Blanca, 17grises editora, 2011.
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La casa tomada

Parecía una invasión de gentes de otro país,


hablando otro idioma, vistiendo trajes exóticos,
y sin embargo eran parte del pueblo argentino,
del pueblo del himno

Ezequiel Martínez Estrada, ¿Qué es esto?

Las migraciones internas hacia la ciudad de Buenos Aires, que se habían tornado

masivas desde la segunda mitad de los años treinta, encontraron su coronación política y

carta de ciudadanía con la victoria electoral de Juan Domingo Perón en febrero de 1946.

Este fenómeno fue directamente decodificado por la oligarquía y las capas medias

porteñas de la época a través del conocido dispositivo discriminador pergeñado por

Sarmiento de “civilización y barbarie”. Roída por el tiempo y abaratada por ideólogos

que no llegaban a los talones del sanjuanino, la antinomia se tradujo en una versión

“cromática” y racista que ni se molestaba en disimular su intención discriminatoria:

blancos y negros. Se trata de una construcción bien simple: si quienes habían irrumpido

en la Plaza de Mayo en octubre del `45 eran llamados (entre otras cosas) negros por las

clases dirigentes y los porteños del centro, tácitamente estos se autocalificaban como

blancos.

La expresión con que se popularizó el desprecio, “cabecitas negras”, es, en su

polisemia, más compleja de lo que parece. Porque si en un primer movimiento atenúa

la frontalidad de la agresión racial evocando a un simpático pajarito criollo, en el

segundo, y decisivo, el término remite a un ave que suele criarse en cautiverio y tiende

1
además un lazo con el concepto de “aluvión zoológico”, acuñado por un diputado

radical en el Congreso de esos años pero adoptado por todo el conglomerado

antiperonista.

La literatura sumó su repudio hacia ese Otro que venía a meter las patas en

caducas estructuras políticas y sociales de las que la fuente de la plaza era sólo una

metáfora. Una serie de cuentos de Julio Cortázar (“Casa tomada”, “Las puertas del

cielo”, “Bestiario”, “La banda”) casi todos ellos pertenecientes a su primer libro de

cuentos, Bestiario (1951), se destacan en este aspecto. Asimismo, Jorge Luís Borges

publica “El simulacro” (1960) y antes, en colaboración con Adolfo Bioy Casares, “La

fiesta del monstruo” (1957). Para esos años Ezequiel Martínez Estrada se anota con

“Sábado de Gloria” (1956). Se trata en todos los casos de relatos nítidamente

antiperonistas o pasibles de ser leídos en ese sentido, pero además, son textos de autores

canónicos de la literatura argentina, una condición que les confiere singular eficacia.

A la hora de definir cuál era el factor que por sobre toda diferencia unía a los

cuentos escritos sobre el peronismo durante los años cuarenta y cincuenta, Andrés

Avellaneda mencionó con precisión estructuralista al “semema de la invasión”.1

Invasión que expresaba lo que se sugirió más arriba: el rechazo de los escritores de la

ciudad europeizada ante la llegada de migrantes de diversas provincias que no sólo eran

bien vistos por el gobierno de Perón sino que formaban su base política.

La idea de una “invasión” les cuadraba muy bien a los porteños que se sentían

acosados por los recién llegados: los otros no se contentan con estar, los otros invaden,

y de paso, la misma idea lava sus culpas ante la discriminación que practican: ellos se

limitan a defenderse, son los otros quienes atropellan. Casi está de más señalar hasta

1
Avellaneda, A., El habla de la ideología, Buenos Aires, Sudamericana, 1983, p.114

2
qué punto el tópico es, además, productivo para la literatura: la invasión es un eje que

dinamiza cualquier argumento.

“Casa tomada”, de Julio Cortázar, puso en palabras como ningún otro ese temor

de la burguesía blanca y se vuelve para este trabajo un punto de partida insoslayable. En

el cuento, la ociosa vida de una pareja de hermanos en el caserón que fuera de sus

antepasados se ve interrumpida por la llegada de extraños completamente innominados

y nunca visibles que los llevan a replegarse primero y a abandonar la casa después.

Todo sugiere que la posibilidad de hacerles frente ha sido desestimada de antemano.

Como se verá, el carácter indeterminado que los invasores nunca pierden en este texto

fortaleció las hipótesis que ven allí el violento desembarco de los peronistas en una

mansión aristocrática.

Ya en 1962, con el peronismo proscripto, Germán Rozenmacher escribe

“Cabecita negra” un cuento basado en su fuerte intertextualidad con “Casa tomada”, que

no sólo funda la interpretación que retomará Avellaneda (y antes Juan José Sebreli), esa

que hizo de “Casa tomada”, que podría haber pasado como un cuento fantástico más, el

paradigma del cuento antiperonista, sino que invierte la ideología de su texto precursor:

Rozenmacher, un emergente de los sectores medios que empezaban a incorporarse a la

incipiente izquierda peronista, celebra la toma de la casa burguesa por los apodados

“cabecitas negras” que bajo la proscripción soportaban una vida difícil.

Cuando parecía que todo estaba dicho sobre el tema, Rabia, una novela que

Sergio Bizzio publica en 2005 vuelve a la carga con la matriz de la casa tomada para

actualizar el problema: un joven de evidente extracción popular, prófugo de la justicia,

se refugia en una mansión en la que pasa años sin ser descubierto por la policía ni por

los dueños. Acá la política en sentido explícito casi no aparece. Sin embargo a la luz de

los antecedentes puede sostenerse la siguiente hipótesis: así como los primeros cuentos

3
daban cuenta de la irrupción del peronismo en la vida política nacional y el de

Rozenmacher se alineaba con la incorporación del peronismo a los procesos de

descolonización de su época, Rabia, con ese protagonista que invade una propiedad

aristocrática sin que sus dueños se percaten de ello o vean alteradas en algo sus vidas

por la presencia del intruso, representa la reducción de las capacidades revulsivas del

peronismo, su mansa incorporación a un sistema de partidos obediente. Se corresponde:

para un partido que sólo episódicamente vulnera intereses, una invasión imperceptible.

El trabajo se propone leer estos tres textos desde el mecanismo de la “casa

tomada”, el principio constructivo que tienen en común. A lo largo de toda su historia el

peronismo fue asiduamente visitado por la literatura argentina de ficción; cuando ese

contacto se produjo a través de textos que recurrían al centro argumental de la casa

tomada fue cuando más claramente aprehensible se tornó su lugar político y social en

cada etapa de la historia argentina contemporánea. A la vez, el devenir histórico del

peronismo dice mucho –y no siempre lo mismo- sobre los sectores intelectuales que

imaginaron esas narraciones.

Se hace necesario volver al comienzo: Bestiario, tal vez el mejor libro de

cuentos de Cortázar, es considerado el texto que más programáticamente denuncia la

invasión que ese primer peronismo representa para la intelectualidad hegemónica. El

tópico está presente en casi todos sus cuentos. Esto vale como prueba de lo que se

afirma pero fundamentalmente abre un interrogante. ¿Por qué si el tema de la invasión

se despliega a lo largo de varios cuentos es “Casa tomada” el que se volvió

paradigmático? Piénsese, por poner un ejemplo, que “Las puertas del cielo” describe

con minuciosa crueldad a quienes han “tomado” la ciudad. El fichaje obsesivo con que

el Doctor Hardoy, su protagonista, clasifica denigratoriamente a los habitués de un

concurrido local destinado a los bailes más populares, nunca alcanzó, sin embargo, para

4
que el cuento se pusiera a la par de “Casa tomada”. Recientemente Carlos Gamerro

avanzó mucho en la resolución de este problema.2 Primero cuando reordenó dos textos

que se usaban al voleo: las conocidas palabras de Sebreli en Buenos Aires: vida

cotidiana y alienación, “un cuento de Julio Cortázar, “Casa tomada”, expresa

fantásticamente esta angustiosa sensación de invasión que el cabecita negra provoca en

la clase media”3, conceptualizan lo que ya había sido escrito en el cuento de

Rozenmacher y no al revés. Se trata de un combate interno a la serie literaria que la

sociología se limita a comentar. Con todo, es evidente que ambos textos se potenciaron

mutuamente hasta fijar como canónica la idea de que la invasión en el cuento de

Cortázar proviene desde el exterior, desacreditando al lote de críticos que veían en los

invasores la presencia, siempre en el interior de la casa, de los antepasados de los

protagonistas. Esta imposición contribuye a que Gamerro llegue a la más rotunda de sus

conclusiones: “Cortázar es el primero en percibir y construir al peronismo como lo otro

por antonomasia”.4 Pero lo más interesante, en relación a la eficacia del cuento, no es la

conclusión en sí, sino el camino que se recorre para llegar hasta ella: en la oposición que

se da en “Casa tomada”, escribe, uno de los polos es irrepresentable. Este es entonces el

que debe considerarse el factor decisivo. Si el invasor no se manifiesta más que a través

de sordos ruidos que oír se dejan, su identidad es un constante vacío. Así, el cuento se

vuelve la versión más lograda de la temida invasión.

Cabe agregar algo que complementa lo anterior: por ese carácter indeterminado

del invasor, la hipótesis Rozenmacher-Sebreli sólo puede funcionar si cada lector de

“Casa tomada” da un paso adelante y hace propia la idea de la invasión peronista. Y la

hipótesis funciona (de manera que ese paso se da). Estética y política de la recepción. Y

2
Gamerro, C., “Julio Cortázar, inventor del peronismo”, en Guillermo Korn (comp.), El peronismo
clásico. Descamisados, gorilas y contreras, Buenos Aires, Paradiso, 2007, p.44
3
Sebreli, J.J., Buenos Aires: vida cotidiana y alienación, buenos Aires, Sudamericana, 1964, p.
4
Gamerro, C., op. cit., p.56

5
una muy temprana aparición del tipo de lector-cómplice que reclamará Rayuela. “Casa

tomada” es el mejor cuento sobre el tema porque el lector debe hacerse cargo de

ponerle nombre a lo indeterminado. No puede, como en “Las puertas del cielo”,

quedarse afuera diciendo “qué gorila este Cortázar”. Y si se hace cargo quedan dos

posibilidades: o toma la posición de Cortázar y discrimina con él o concluye que el

cuento es claramente tendencioso y desoye la moraleja política oculta en su mecanismo

fantástico. Pero esto es sólo una opción posterior a la lectura: el aspecto socio-político

del texto ya ha prevalecido.

El cuento de Rozenmacher, para poder invertir la ideología de su precursor

“llena” el polo que Cortázar dejaba “vacío”. Contra toda indeterminación subraya que

el temor de la burguesía era hacia los “cabecitas negras” llegados con el peronismo.

Conviene reponer brevemente su argumento: un burgués amargado mira desde su

balcón a la calle. Es muy tarde pero padece un fuerte insomnio5. Intencionalmente,

Rozenmacher lo sitúa, hosco y malhumorado, en el espacio donde Perón se movía con

mayor comodidad: el balcón. El Sr. Lanari, como exige ser llamado, es alguien cargado

de desprecio hacia los trabajadores, un pequeño burgués que se ufana de logros más

bien módicos. Su imperio es una ferretería. Aún así, el llanto desesperado de una chica

humilde en mitad de la noche lo lleva a bajar a la calle para consolarla. Cuando aparece

en la escena un policía –hermano de la chica- surge una situación confusa. El burgués es

acusado de “viejito verde”, se lo amenaza con un viaje a la comisaría. Para evitarlo, el

hombre invita a su departamento a los hermanos, quienes una vez allí, lo maltratan a él

y a sus pertenencias. Rozenmacher aprovecha para liquidar la indeterminación

cortazariana: “todo estaba al revés. Esa china que podía ser su sirvienta en su cama y

5
Un cruce, este de insomnio y burguesía, que años más tarde el Indio Solari definió en dos líneas: “y
cuánto vale todo lo registrado/ si el sueño llega tan mal que te condena”.

6
ese hombre del que ni siquiera sabía a ciencia cierta si era policía, ahí, tomando su

coñac. La casa estaba tomada”.6

El núcleo político del cuento es el conflicto entre quien defiende sus bienes

“individuales” frente a los antiguos beneficiarios de las conquistas sociales de un

peronismo que se encuentra proscripto. Si se quiere -y Rozenmacher quiere- un episodio

de la lucha de clases.

“Cabecita negra” se recuesta enteramente sobre su época. No explica nada de lo

que narra porque en 1962 Fanon, Sartre, Guevara o Cooke lo explicaban todo.

Actualmente, si no se repone bien ese marco, algunos pueden llegar a ver al burgués

como víctima. Sólo su lenguaje, que hiere y maltrata, se opone a la confusión: “lo

miraba (…) con duros ojos salvajes, inyectados y malignos, bestiales, con grandes

bigotes de morsa. Un animal, otro cabecita negra”.7

Dictadura mediante, el peronismo transita desde 1983 circunstancias mucho

menos épicas que las que corresponden a su instauración o a su resistencia posterior al

´55. Oscila entre largos tramos de entreguismo neoliberal y otros más breves donde se

plantea recuperar ciertas políticas fundacionales sin conmover como antaño a los

sectores dominantes (las clases medias, más escandalosas, lucen un gorilismo “como la

gente”). Es en suma, este peronismo contemporáneo, un integrante más de un sistema

de partidos funcional a los poderes fácticos. En 1970, uno de los cargos formulados

contra Aramburu por sus ejecutores fue que éste dirigía una maniobra para convertirlo

precisamente en eso.8 Desde los ochenta esto se da capitaneado desde adentro.

También estos pálidos años son representados por la literatura argentina

mediante el dispositivo de la casa tomada. A diferencia de lo que ocurría con “Casa

tomada” y “Cabecita negra”, Rabia, la novela de Sergio Bizzio no apunta

6
Rozenmacher, G., Cabecita negra, Buenos Aires, La Flor, 1997, p.83
7
Rozenmacher, G., op. cit., p.81
8
Sarlo, B., La pasión y la excepción, buenos Aires, Siglo XXI, 2003, p.149

7
explícitamente a la cuestión del peronismo, pero sí permite hacer una lectura que

vincula lo que se narra con este debilitamiento del partido como herramienta de cambio.

No obstante la sola reaparición de la matriz casa tomada ya habla de grupos enfrentados

y, en este caso, de un binarismo racista que demuestra en el texto haber sobrevivido al

retroceso de las fuerzas transformadoras del peronismo.

La novela, cuyo texto conviene escandir, se abre en la cola de un supermercado

de la zona más cara de Buenos Aires. Ahí se inicia la relación entre José María, un

obrero de la construcción que ha entrado a buscar un poco de fiambre y Rosa, la

mucama que vive en la lujosa mansión de los Blinder. A la larga, José María será el

invasor y la mansión Blinder la casa invadida.

Cuando el romance entre estos dos típicos jóvenes de los sectores populares se

desata surgen elementos interesantes de cara a los cuentos ya comentados. Los textos de

Cortázar y Rozenmacher tienen, de acuerdo al marco que se trazó al comienzo, un fuerte

componente racial: Una minoría “blanca”, que no se siente protegida por sus políticos -

el burgués de Rozenmacher, premonitoriamente piensa “tenemos toda la fuerza pública

y el ejército”-9 se siente invadida por una mayoría de “negros” que sí están

cohesionados políticamente. Ese componente racial no se debilita en Rabia pero se

evidencia que se ha roto la unidad que el peronismo clásico les confería a sus

partidarios. Absorbido el partido por el sistema, aparecen las estrategias individuales.

Rosa y José María, dos “negros”, se besan en la calle. Esto indigna al portero de un

edificio vecino (un “negro” que ha optado por “blanquearse”) que corre a decírselo al

hijo del administrador, un “blanco” forzudo que –aunque no es rugbier- viste como si lo

fuera. De paso, Bizzio introduce así a uno de los prototipos de los ganadores de la

Argentina neoliberal.

9
Rozenmacher, G., op. cit., p.85

8
Hay un punto que explica que al portero le brote la furia de los conversos: en

este juego de colores, Rosa es una figura ambivalente. En tanto empleada de la mansión

Blinder deviene blanca, pero el beso con José María la devuelve a su “negritud”

original. Esto es intolerable para quien ha recorrido el camino inverso. Pensaba el

portero: “era evidente que el desconocido seducía adrede a la mucama de los Blinder.10

El último giro de la serie lo da el capataz (rango bicolor, si los hay) de la obra

donde trabaja José María, que lo despide a pedido del portero y del rugbier. Es otro que

opta por ponerse “blanco”. Gestos individuales de personajes que ya no encuentran

representación política para sustentar su subjetividad.

Pocos días después José María mata al capataz. No será la única vez que mate.

Aunque debe suponerse que esto es lo que Bizzio entiende por rabia, dado que José

María mata sin enojarse, es mucho más fácil entenderla como una forma fría y

expeditiva de la justicia, que ya no es social sino individual.

Es interesante señalar que hay parecida distancia entre esta “rabia” posmoderna,

que excluye la bronca, y la gran rabia de la literatura argentina, la que Roberto Arlt

impuso con El juguete rabioso, a la que hubo políticamente entre quienes a fines de la

dictadura decían ser “la rabia de Juan Perón” y las posibilidades de rabiar que les dio el

Partido Justicialista, ya lanzado a una decidida burocratización.

Fuera de ello lo que fuere, el crimen del capataz es lo que lleva a José María a

esconderse en la mansión Blinder.

Ocupa un lugar en la mansarda, en la planta más elevada de la mansión. Su

inicial reclusión va dando lugar a exploraciones cada vez más osadas. Así, “al cabo de

la segunda semana conocía los ruidos de la casa como si hubiera vivido siempre allí”.11

Ubica con rapidez los lugares necesarios para su supervivencia. Nunca será visto por el

10
Bizzio, S., Rabia, Buenos Aires, Interzona, 2005, p.19
11
Bizzio, S., op. cit., p.57

9
matrimonio Blinder, ni por sus ocasionales visitas. Su completa invisibilidad a ojos de

esta gente lo lleva a andar por la casa desnudo, por pura comodidad, y muy cerca de los

dueños de casa.

Esta libertad del protagonista es –paradójicamente- la que da pie a la hipótesis

central que la lectura de Rabia propone sobre el peronismo: la invisibilidad de un

trabajador ante miembros de la clase dominante –la situación que la novela aborda más

profusamente- representa el estado de la cuestión en la Argentina contemporánea y

especialmente, alude a la neutralización del peronismo, tanto como su visibilidad aludía

a su acceso al poder (de hecho, en el cuento de Cortázar su visibilidad era tan grande

que los peronistas eran “vistos” donde solo se oía algo). Como Rozenmacher, Bizzio

también le replica a Cortázar poniendo un “cabecita negra” en aquel polo

originariamente indeterminado, pero este “cabecita” ni está recién desembarcado en la

capital ni hace presentir vientos revolucionarios. No incide, tiene la casa tomada y nadie

lo ve.

En lo que respecta al argumento de la novela, sin embargo, esto no le viene mal

a José María, quien técnicamente es un prófugo. Su relación con Rosa, eso sí, ha

cambiado radicalmente. Ya se mencionó el involuntario carácter camaleónico de Rosa:

como mucama de la mansión Rosa es blanca para los de afuera y negra para los Blinder.

La relación con Rosa, que puede descubrirlo, se trunca. Se limita a esporádicos

llamados desde una segunda línea telefónica de la mansión. Pero José María sigue

siendo el protector de esa Rosa cercana y a la vez inaccesible. Es en ese rol que, con el

andar de las páginas, mata a Álvaro, el hijo alcohólico de los Blinder, un “blanco” que

ha violado a Rosa. Se trata de una pérdida que ni la familia lamenta. Lo propio hace con

el rugbier xenófobo, quien noviando con Rosa la ha dejado embarazada y no se hace

cargo de la situación. Detrás de estos casos de justicia por mano propia realizados con

10
una tranquilidad pasmosa, asoma siempre la desprotección social. Y muy lejos del

temor inicial e inverso de Cortázar, la impunidad del hombre “blanco” frente a la mujer

“negra”.

Desde su invisible proximidad, José María sigue atentamente el embarazo de

Rosa, muy asistida por la señora Blinder. El niño que nace, recibe su nombre. Con su

absoluto dominio de la mansión y de la ubicación de sus habitantes se las arregla para

jugar con Joselito todos los días. Le construye juguetes. Se hace llamar “mamá” para

que el llamado del nene a un “padre” fantasma no despierte las sospechas de Rosa.

El final llega bruscamente: los Blinder, Rosa y su hijo parten hacia Mar del Plata

una temporada. José María dispone de toda la casa tomada para sí, pero casi no tiene

víveres y el policía de la puerta veta toda posible salida al exterior. Una decena de ratas

que de a poco abandonan sus escondites, lo miran con familiaridad. Son todos

miembros de una misma fraternidad A ese nivel se manifiesta su poder como intruso.

Casi muerto, Rosa lo descubre en la mansarda al regresar. José María, “el invasor

imperceptible”, podría decirse remedando los títulos de las historias infames de Borges,

muere con Joselito sobre su pecho.

Una cuestión importante todavía no ha sido mencionada. Desde las primeras

páginas, se le hace saber expresamente al lector que a José María se lo llama

habitualmente María: “todo el mundo lo llamaba así, María. Era algo que se daba

naturalmente y que a José María parecía no importarle”.12 El asunto es tan extravagante

y en apariencia tan carente de sentido, que tal vez valga la pena buscárselo. De acuerdo

a la hipótesis, la invasión insensible de José María representa la pérdida de temor al

peronismo por parte de los sectores dominantes: pero María, oculto en lo más alto – en

el cielo- de la mansión y protegiendo amorosamente a Rosa, ofrece otro significado que

12
Bizzio, S., op. cit., p.14

11
de todos modos termina siendo complementario: de aquí en más, parece insinuar el

texto, los sectores populares deberán recurrir a las creencias pre-políticas de su cultura

porque sus poderes políticos han desertado. José María se vuelve entonces “la Madre

María”, atendiendo a ese “mamá” con que lo llama Joselito y al recorte habitual que se

practica sobre su nombre. El retorno de la fe, ocupando el lugar de las ideologías

evidencia nuevamente que si María sostuvo durante la toma una “condición de

fantasma”13, lo mismo puede decirse de las banderas históricas del peronismo,

fantasmales en la Argentina de la últimas décadas. Si este estado se revierte, tal como

algunos gestos parecen indicarlo, seguramente la literatura argentina tendrá a mano la

casa tomada que lo represente.

La lectura de Rabia muestra como a las bases sociales del peronismo se les ha

soltado la mano. Pero también muestra que con la parálisis partidaria no terminó el trato

cotidiano discriminatorio de carácter racista que las clases dominantes y sus cómplices

infligen a los sectores populares. Desmontar la trama de la novela deja a la vista el viejo

duelo de colores enfrentados.

Tres textos que adquieren su forma alrededor de la toma de una casa, una clave

con la que la literatura argentina siempre creyó poder interpretar el fenómeno peronista,

terminan señalando un camino desparejo. En el cuento de Cortázar el peronismo es un

poder que invade hasta gobiernar, en el de Rozenmacher se sacude bajo el triunfalismo

burgués poniendo en marcha la resistencia, en la novela de Bizzio está silenciado, pero

su vacío ideológico no tiene bastante para decir. Así, el recuento llega hasta el presente.

El odio de clase hacia los migrantes internos que cristalizó en 1945, sin

embargo, continúa. ¿Hay razones políticas? ¿Se teme una vuelta del peronismo a su

forma clásica? Todo sugiere que no, aunque la ofensiva de las patronales del agro de

13
Bizzio, S., op. cit., p.134

12
2008 indica que no se tolera la más tibia reforma. Debe pensarse más bien que se está

ante un Otro despojado de ropajes partidarios pero que las clases dominantes identifican

ahora primordialmente por su color de piel, por su procedencia o por su vinculación con

la cultura popular en cualquiera de sus formas.

13

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