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Resumen
El inquilino de la soledad (1929) de Ricardo Tudela es una de las manifestaciones
vanguardistas más significativas de la poesía en Mendoza. Este valor descansa en la figura de
su autor, teórico fundamental del movimiento y verdadero gestor de la renovación literaria.
Pero también se sustenta en la producción de un texto con una alta conciencia de sus
mecanismos de construcción, una trabazón interna muy marcada, una exacerbación
estratégica del juego intertextual, y una intensidad lírica muy lograda. En virtud de esta
caracterización, los objetivos fundamentales del presente estudio son: a) encuadrar el
poemario en su contexto literario para apreciar su papel como manifestación de una tendencia
dominante en la escritura de vanguardia; b) reconocer los rasgos estilísticos y temáticos
fundamentales de la obra; c) valorar su significación en el contexto de la literatura regional y
nacional.
Abstract:
Ricardo Tudela’s El inquilino de la soledad (1929) is one of the most significant avant-garde
manifestations of Mendoza’s poetry. This value rests on the figure of its author, fundamental
theoretician of the movement and true manager of the literary renewal. But it is also based on
the production of a text with a high awareness of its construction mechanisms, a very marked
internal interlocking, a strategic exacerbation of the intertextual game, and a very successful
lyrical intensity. By virtue of this characterization, the fundamental objectives of the present
study are: a) to frame the book in its literary context to appreciate its role as a manifestation of
a dominant tendency in avant-garde writing; b) to recognize the basic stylistic and thematic
features of the work; c) to assess its significance in the context of regional and national
literature
Introducción:
El presente estudio se plantea como una continuación del recorrido diacrónico iniciado
anteriormente con el examen de El jardín secreto (1923) de Evar Mendez en tanto
representativo del recurso al poema en prosa en el campo de la lírica escrita en Mendoza
(Zonana. 2013).
El inquilino de la soledad (1929) de Ricardo Tudela constituye una de las
manifestaciones vanguardistas más significativas tanto en lo que se refiere a la adopción de la
forma como en lo relativo a su impacto en el sistema de la lírica mendocina. Este valor
descansa en la figura de su autor, representante por antonomasia de las vanguardias en
Mendoza, teórico fundamental del movimiento y verdadero gestor de la renovación literaria.
Pero también se sustenta en la producción de un texto con una alta conciencia de sus
mecanismos de construcción, con una trabazón interna muy marcada, con una exacerbación
estratégica del juego intertextual – que exhibe su internacionalidad y cosmopolitismo –, con
momentos de intensidad lírica muy lograda. Estos valores explican el reconocimiento
temprano del volumen, celebrado por uno de sus críticos coetáneos desde la revista uruguaya
Alfar, como “el libro más original, en su género, que ha producido en estos últimos tiempos la
literatura castellana” (Rébora Herrero. 1930, 15).
En virtud de esta caracterización del volumen, los objetivos fundamentales del estudio
son: a) encuadrarlo en su contexto literario para apreciar su papel como manifestación de una
tendencia dominante en la escritura de vanguardia; b) reconocer los rasgos estilísticos y
temáticos fundamentales de la obra; c) valorar su significación en el contexto de la literatura
regional y nacional.
Para este análisis de El inquilino de la soledad se ha elegido la edición 1929 porque
permite medir con mayor precisión el tenor vanguardista del texto tanto desde el contenido
como desde los aspectos relativos a la edición1.
La exposición se organiza en las siguientes partes. Primero, una reconstrucción del
marco contextual que incluye una pequeña síntesis biográfica de Tudela y de su relación con
los poetas chilenos de vanguardia, y unos apuntes sobre el desarrollo del poema en prosa en
Hispanoamérica. En segundo lugar, la descripción del poemario en sus aspectos editoriales.
En tercero, la justificación de la elección de la forma que realiza Tudela tanto en el propio
texto como en entrevistas. En cuarto lugar, la caracterización del libro: su estructura (global y
local); el papel de la intertextualidad; los temas dominantes. Por último se realizará en las
conclusiones una valoración de la obra desde el punto de vista de sus logros estéticos y desde
la consideración de su proyección en el marco de la literatura de Mendoza.
Marco contextual
1
Existe una segunda edición realizada por D’Accurzio en Mendoza de 1964. Con respecto a la primera posee
modificaciones en las secciones que organizan el volumen, en el contenido de algunas de las partes y hasta en los
epígrafes. Estos cambios obedecen a la evolución en la poética del autor y al desarrollo de su universo literario.
Dejo para otra oportunidad el análisis de las variantes y su significación.
Apuntes biográficos. Tudela en Chile
Ricardo Tudela nació en Mendoza en 1893 y falleció en 1984. Desempeñó un
sinnúmero de profesiones (desde albañil hasta tramoyista y traspunte teatral). Cursó estudios
de Filosofía y Psicología en la Universidad Popular de Mendoza y en la Universidad de Chile.
Reinició luego estos estudios en la Universidad Nacional de Cuyo en donde cursó tres años de
cultura griega con Ireneo Fernando Cruz. Fue profesor de Castellano, Cultura, Historia y
Filosofía del Arte en la Academia Provincial de Bellas Artes. Se desempeñó además como
periodista. Publicó en La Razón, de Buenos Aires, Los Andes y La Palabra, de Mendoza, El
Mercurio de Santiago de Chile. Fue director de la Editorial Oeste y de la Biblioteca legislativa
de Mendoza. Entre sus obras líricas se pueden señalar: De mi jardín... verso y prosa (1920),
Vida interior (1922), Horas de intimidad (1924), Los poemas de la montaña (1924), El
inquilino de la soledad (1929), La canción nativa (1930), El labrador de sueños (1969), Los
ángeles materiales (antología) (1973), Canto a América (1987) e Himno al sol (1991, edición
póstuma). Publicó también ensayos como Ensayo crítico sobre la literatura mendocina
(1935), El hecho lírico (1937), Meditaciones para un destino de América (1939) y
Ventanales de la conciencia humana (1983) (de la Torre. 1976; Rodríguez, Suoni. 1993;
Videla de Rivero. 1985, 1996).
Tudela fue un verdadero animador cultural. A él se debe la difusión y el desarrollo de la
vanguardia en Mendoza: conoció ampliamente el movimiento vanguardista en Chile, dirigió
entre 1930 y 1931 el suplemento cultural del diario Los Andes, a través del cual le dio
difusión, influyó con sus doctrinas sobre lo poético en voces significativas de Mendoza como
Vicente Nacarato y Jorge E. Ramponi.
Su obra se inicia en el modernismo y el posmodernismo, atraviesa una etapa
vanguardista hacia fines de la década del ’20 y se orienta finalmente hacia una vertiente
neorromántica afín a los desarrollos de la lírica argentina en el ’40. Esta trayectoria, sin
embargo, está atravesada de manera raigal por el trascendentalismo estadounidense del siglo
XIX, particularmente por las voces de Thoreau y Emerson y luego por la lectura de Whitman
(Maturo. 2008, 205; Rodríguez, Suoni. 1993, 14; Videla de Rivero. 1996, 51).
Quienes lo frecuentaron destacan como rasgo llamativo de su personalidad la
imbricación íntima del artista con el hombre político. Así por ejemplo, Antonio de la Torre
admira “(…) su fervoroso entregamiento a la poesía, su amor al pueblo, a la justicia, a la
libertad” (2008, 108). Más elocuente resulta Alejandro Rébora Herrero quien lo presenta del
siguiente modo:
“Algo que desconcierta en este poeta es el hecho de que se junten, en él, el artista
de arranque vigoroso y el hombre que vive las turbulencias de la política. Escribe una
página admirable de creación lírica, y, al día siguiente, lejos de sí mismo, se confunde
en el torbellino de una enorme muchedumbre para arengarla y exaltarla en la lucha por
la justicia, el federalismo y la democracia. Todavía no puedo explicarme en virtud de
qué proceso psicológico se adapta a tan antagónicas actividades. El artista de las
páginas puras domestica multitudes con sus arengas cálidas y nutridas de firme doctrina
sociológica; así, ante los ásperos acontecimientos de la actual política argentina, se
apasiona y, como sin darse cuenta de ello, se deja llevar por las grandes mareas
populares en busca de la realización de un ideal supremo de bien público” (1930, 14).
Esta síntesis del poeta y el político forma parte sustancial del contexto de edición y
circulación de El inquilino de la soledad. Según testimonio del propio autor, los borradores
del libro fueron entregados a la editorial Gleizer en 1928. Tudela era seguidor del caudillo
radical populista Carlos Washington Lencinas, gobernador de Mendoza entre 1922 y 1924. Su
gestión fue intervenida por Irigoyen a quien se opuso. En 1929, fue electo senador nacional
por Mendoza, pero su pliego fue rechazado. En noviembre de ese año regresó para participar
de un acto político en Círculo de Armas y fue asesinado ante la multitud en el balcón de la
entidad. Tudela acompañaba al caudillo el día de su magnicidio. Al respecto señala: “Ese año
de 1929 es crucial y decisivo en mi vida literaria (…) Por azares de la política – era uno de los
dirigentes del radicalismo lencinista y subdirector de su diario La Palabra – debí partir a
Chile desterrado” (Rodríguez, Suoni. 1993, 14).
Tudela ya había estado en Chile entre fines de 1924 y la primera mitad de 1925. Se trata
de una estadía sumamente fecunda, ya que le permitió conocer el país y vincularse –
personalmente o a través de lecturas – con los escritores afines a la vanguardia: Pablo Neruda,
Juvencio Valle, Jacobo Danke, Vicente Huidobro, Rosamel del Valle, Rubén Azócar, Ricardo
Lacham, Salvador Reyes, Julio Barrenechea, Humberto Díaz Casanueva y a otros de
generaciones anteriores pero de vigencia como Gabriela Mistral, Pablo de Rokha, Ángel
Cruchaga Santa María (de la Torre. 1976, 114-15; Rodríguez, Suoni. 1993, 14; Videla de
Rivero. 1996, 49-50). Es a partir de este momento que se verifica la transformación de la
poesía de Tudela cuyo resultado es sin duda El inquilino… (de la Torre. 1976, 115).
Ciertamente, los estímulos renovadores que se suceden en Chile entre 1920 y 1930 son
múltiples: creacionismo, surrealismo, neorromanticismo, poesía de compromiso social son
vertientes de aparición simultánea (Videla de Rivero. 1981; Müller-Bergh. 1989; Rodríguez
Monarca. 2008; Alberdi Soto. 2013; Concha. 2015). Conviene destacar además con Jaime
Concha, que el desarrollo de la nueva sensibilidad coincide con el del posmodernismo e
incluso se amalgama con él en la expresión de un “(…) telurismo raigal (…)” y en la “(…)
expresión y el pathos del amor a la tierra” (Concha. 2015, p. 227). En el campo cultural
chileno participan en la década intelectuales con diverso capital cultural, social y económico
hecho que determina la circulación de discursos heterogéneos y de estrategias de
posicionamiento divergente en el marco del debate por el arte nuevo (Alberdi Soto. 2013, 39).
Grupos regionales como los de Valparaíso, nucleados en revistas como Litoral o Nguillatún,
toman distancia frente a los de Santiago y se apartan de posiciones como las del creacionismo
o el surrealismo hacia vertientes de posicionamiento crítico y de compromiso social (Ibid.).
Asimismo, y en consonancia con la persistencia del posmodernismo, estos grupos exhiben un
“(…) fuerte sustrato rural que disloca un imaginario de modernidad urbana y tecnológica
(…)” (Ibid., p. 42). Como podrá verse más adelante, tanto el sustrato telúrico como el
conflicto entre modernidad de la metrópoli frente al sustrato rural son vectores semánticos e
imaginarios que coexisten en El inquilino de la soledad.
Sea por razones de exilio político o de otra índole, Tudela vuelve a Chile en 1929 y su
actividad se registra desde el mes de julio de ese año. Allí difunde su obra, presenta al grupo
Megáfono y participa en tertulias literarias en las que se renueva el debate sobre la nueva
estética. Así por ejemplo en la revista Letras2 y en el diario Las Últimas Noticias, se hace
referencia a una cena organizada por el poeta en la que da a conocer las nuevas tendencias no
solo de su país, sino las de Chile mismo a los propios asistentes chilenos, tal como señala el
poeta Roberto Meza Fuentes:
2
Letras. Revista de Arte y Literatura puede analogarse a la argentina Martín Fierro, segunda época, como
difusora de las artes (cine, música, pintura, literatura) de vanguardia. Se publicó entre 1928 y 1930. Entre sus
redactores principales pueden mencionarse Ángel Cruchaga Santa María, Salvador Reyes, Manuel Eduardo
Hübner, Hernán del Solar y Luis Enrique Delano. El número 12 de julio de 1929, la sección “Notas”, incluye la
siguiente, sin mención de autor titulada “Ricardo Tudela” donde se lo señala como huésped, como hombre que
“ha sabido captarse generales simpatías entre nuestros escritores y cuya labor es altamente apreciada en el
continente. Gran entusiasta de nuestro país, lo ha recorrido en casi toda su extensión…” (1929, p. 2). El número
13, de setiembre de ese año, en la misma sección trae otra nota “Comidas literarias”, en donde se hace referencia
a la cena que Tudela ha ofrecido a los escritores chilenos, a quienes se critica sin revelar su identidad por ventilar
sus enemistades en esa ocasión. Finalmente, en el número 21, correspondiente al mes de junio de 1930, aparece
una entrevista “15 minutos con Ricardo Tudela” realizada por Salvador Reyes, junto con dos poemas del autor
“Florecimiento” y “Mar y tierra” y una reseña de Megáfono. Un film de la literatura mendocina de hoy. En la
introducción de la entrevista Salvador Reyes lo presenta del siguiente modo: “En el último tiempo lo hemos visto
aparecer por estas tierras con tanta frecuencia que ya lo consideramos uno de los nuestros”. (Reyes. 1930, 9).
Testimonios como el de Meza Fuentes muestran el entusiasmo de Tudela en la
promoción de la poesía de vanguardia en un plano eminentemente transnacional.
De próxima publicación:
Un soliloquio y sus fantasmas (prosa novísima)
En preparación:
Figuras y paisajes de Chile (itinerario sentimental de un argentino).
Versos con rumor de vida
Semáforo rojo (poemas novísimos)
Ideario de un desconocido (filosofía)
La presencia cósmica (ensayos de vanguardia).
(El autor vive en Mendoza, República Argentina)”
(Tudela. 1929, sin número de página)
5
Según Ricardo Rojas, Mendoza necesitó del genio de Bufano para descubrir su paisaje. En su estudio Las
Provincias (Rojas. 1927, 224-225) las nuevas generaciones poéticas mendocinas se desentienden del paisaje
local y por ello no merecen una consideración positiva de su parte. Rojas, quien no incluye en su listado a
Ricardo Tudela, señala: “En su novísima generación Mendoza ha visto aparecer entre sus hijos un pintor,
Fernando Fader, y otros artistas en quienes la belleza regional podría hallar sus intérpretes, como de Buenos
Aires ha ido el poeta Buffano (sic) a descubrir la emoción de los paisajes locales” (p. 225). Sin embargo, la
belleza regional ya había hallado intérpretes años antes de la aparición de Poemas de Cuyo (1925). Por ejemplo,
en 1924, editado en Buenos Aires por Kraft, apareció Los poemas de la montaña, de Ricardo Tudela. El volumen
recoge textos escritos en 1923. Llama la atención que, en el listado de poetas novísimos, Tudela no figure. Por
esta razón, podemos conjeturar que el comentario de Rojas y su instalación como lugar común debieron
“molestar” a los vates mendocinos de pura cepa. Hay al menos dos testimonios que muestran una voluntad de
reivindicar la prioridad de Tudela. Vicente Nacarato, en la dedicatoria de Pájaros heridos (1927), afirma: “A
Ricardo Tudela. El poeta autóctono de los Poemas de la montaña. El primero que cantó las montañas de mi
Mendoza natal”. El modo explícito de la dedicatoria y la calificación de autóctono son indicadores de que se sale
al cruce de la afirmación de Rojas o, al menos, de aquellos que sostienen algo similar. El segundo testimonio es
el que estamos comentando.
Si se tiene en cuenta que la información de la anteportada es, para un lector que no
conoce a Tudela, la primera información que recibe de él, se entiende el despliegue de estas
estrategias como una captatio benevolentiae sui generis que aspira a garantizar una primera
visión del autor no como alguien que recién se incorpora en el campo literario. Por el
contrario, el listado exhibe a un escritor en cierto modo consagrado, cuya invisibilidad puede
deberse al hecho de que no vive en la metrópolis y no a que carezca de obra relevante.
La obra
La elección del cauce genérico
Ya hemos visto en el estudio sobre El jardín secreto, Evar Méndez ofrecía a los lectores
una justificación de la forma considerándola como motivos embrionarios de poemas que no
alcanzaban a adquirir plasmación definitiva en verso. También en El inquilino… se apela a
una justificación semejante. Ya en el peritexto editorial, se presenta al libro como “prosa
novísima”. Esta caracterización global, posiblemente esté determinada en función de un lector
tipo, habituado a estructuras tradicionales de la poesía. Sin embargo, Tudela ofrece una
definición más precisa en el apartado 7 de la primera sección “Ubicación de un destino”:
Tudela es consciente de la novedad de la forma adoptada. Por eso insiste que se trata de
“poemas”. El pasaje presupone un lector que puede llegar a objetar esta condición. De allí el
comentario “o lo que sean” y la calificación metafórica de los textos como “poemas
hombres”. El lirismo de estos textos descansa en su dimensión experiencial: son el resultado
de una búsqueda interior, una lucha, un arraigo en la entraña de lo humano. De allí también su
condición desprejuiciada.
En la entrevista que Salvador Reyes le realiza en la revista Letras, Tudela ofrece claves
adicionales para entender el sentido de la forma en relación con esta forma nueva de decir lo
poético. Allí explica:
“El hombre lírico que crea actualmente, es una escondida aproximación a las
fuentes puras y esenciales del ser. Esa ondulación brumosa de la nueva poesía – tan
calumniada por los críticos sin sensibilidad –, esa aptitud vigilante para captar los más
sutiles y huidizos movimientos anímicos, esa subrepticia penetración a zonas
espirituales y emotivas, cuyos matices reverberan en nuestro acento como en una
vibrátil lámina de oro, allegan la substancia de un contenido sangrante, alígero y
dinámico, cuya posesión transmuta los viejos metales rítmicos en amplias y
ahondadoras resonancias universales. De ahí proviene que el lírico nuevo plasme
indistintamente su poesía en prosa o verso, porque lo vital en su arte no es el andamiaje
verbal ni las fastuosas caparazones retóricas, sino la secreta y resonante intimidad del
lenguaje, cada vez más ingenuo y desnudo”. (Tudela. 1930, 9)
6
La sección recupera textos programáticos que han aparecido antes en revistas como por ejemplo “Andamios de
la nueva estética”. Vida Andina, Mendoza, 14 de enero, 1928, p. 9. Se puede consultar en Videla de Rivero.
2011, 225.
que oscilan entre las dos y las tres páginas y siete y nueve párrafos. Un solo poema está
dividido en seis partes y nueve párrafos.
“Ecce-homo” expone el sentido de la obra. Presenta un carácter análogo a la primera
sección. Está dividido en seis secciones no encabezadas numéricamente ni con subtítulo que
las identifique para resaltar la unidad de su contenido. La primera sección posee cinco
párrafos y se extiende dos páginas; la segunda, tres párrafos en una página; la tercera, es de un
párrafo y ocupa una página; la cuarta, un párrafo en dos páginas; la quinta, seis párrafos en
dos páginas; la sexta, dos párrafos en una página.
En todos los casos, un elemento a considerar para ponderar la extensión de cada poema
es lo reducido de la caja que obliga a veces a pasar de página.
Dado el horizonte cosmovisionario espiritualista de Tudela, es posible pensar que esta
división esté relacionada con el simbolismo del siete como número de la perfección. De hecho
el volumen diseña un recorrido que es paralelamente la conformación de la obra y, en tanto
autobiografía en progreso, la construcción del sujeto: el pasado de la infancia, el conocimiento
del amor, la constitución del yo como poeta y sus diferentes etapas expresivas 7, el
advenimiento del hombre nuevo.
7
“En cuanto a su vieja manera de escribir-que no era su manera-se le fue el callejón abajo del desasosiego. Le
vino esta otra, algo agresiva, ignorante de sí. Es una manera que carece de manera. Como debe ser todo humano
escribir; porque el preocuparse sobre todo del estilo es tan enfermizo como estar siempre sobre la salud. (…)”
(Tudela. 1929, 20).
“La playa azul de la persona mía.
GÓNGORA
Cosas más excelentes que todas las imágenes suelen expresarse en imágenes.
JÁMBLICO
Nada está contra ellos: ningún ayer, ningún mañana; porque el tiempo se ha
despeñado.
RAINER MARIA RILKE
Canta y expláyate; cura tu alma con cantos nuevos, para que puedas sustentar tu
destino, que no ha sido aún el destino de nadie.
FEDERICO NIETZSCHE
Yo amo a los que no saben vivir sino como extinguiéndose, porque esos son los
que pasan al otro lado.
FEDERICO NIETZSCHE”.
(Tudela. 1929, 9)
Varios elementos deben examinarse para entender el valor de esta textura de citas. En
primer lugar, la constelación de los autores citados reviste al texto del prestigio de la tradición
(Genette. 2001, 127-129); en segundo, el origen y el modo de la citación; en tercero, los
valores semánticos que las citas activan en relación con el contenido del apartado que
anteceden; por último, las eventuales funciones de los epígrafes.
Con relación al primer punto, se observa que los epígrafes abarcan casi la historia del
pensamiento y la literatura occidentales, desde Píndaro hasta Rilke. Las citas están traducidas,
sin indicación del traductor, de allí que la combinatoria anule la dimensión políglota del
entramado. Las de Nietzsche (dos citas), Whitman y Rilke marcan ya un sesgo neorromático
del horizonte de la constelación. Píndaro, Terencio y Jámblico exhiben un arraigo en la
tradición clásica. Góngora, cuya reivindicación vanguardista se oficia hacia la década del ’20
en España y en Hispanoamérica, completa la dimensión hispánica del sistema. Así, la trama
de los epígrafes configura un enlace con la tradición y un apartamiento de vertientes
iconoclastas del vanguardismo como por ejemplo el futurismo o el mismo creacionismo. Un
apartamiento que tiene que ver con la fecha de producción del volumen, con las vertientes que
Tudela encuentra entre el 24 y el 25 en Chile y con su propia pre-historia literaria.
Tudela consigna el autor pero por razones de economía omite los datos completos de las
obras y los pasajes de donde están extraídos. Pueden escogerse algunos ejemplos para ilustrar
la forma de apropiación del discurso otro y los desplazamientos hermenéuticos que opera en
ellos.
La primera referencia, de Góngora, corresponde al verso cuarto, estrofa LIII, de la
Fábula de Polifemo y Galatea (1612). Está citado sin modificaciones. En su contexto original
corresponde a un enunciado de Polifemo quien al verse reflejado en el espejo del mar
descubre su fisonomía.
La del filósofo y hermeneuta Jámblico de Calcis (245 – 333?) puede ser una cita
indirecta. En efecto, se halla de manera textual en el ensayo de Ralph Waldo Emerson “El
poeta”, incluido en la segunda serie de sus Ensayos (1844). Conviene recordar que Emerson
es una de las lecturas que más impactan en toda la obra de Tudela. Posiblemente, haya
consultado la traducción de este texto realizada por Pedro Umbert y publicada en Buenos
Aires, en 1921 por Ediciones Mínimas. En ese co-texto, Emerson usa la cita de Jámblico para
explicar cómo la naturaleza, por su dimensión simbólica, ofrece al poeta sus entidades para
que éste se exprese simbólicamente8.
El epígrafe de Rilke es una cita literal de El canto de amor y muerte del corneta
Cristóbal Rilke (1906). Se trata de un texto de juventud de Rilke, quien crea una historia
imaginaria a partir de un registro curial de 1663, sobre un presunto antepasado suyo, Cristobal
Rilke, señor de Langenau. El canto rememora la muerte del personaje en la guerra contra los
turcos y la evocación de su amor. La cita está extraída de un pasaje en el que se representa el
encuentro de los amantes, que los extrae completamente de las circunstancias bélicas en las
que se hallan rodeados9.
El pasaje de Terencio, por último, corresponde a un parlamento de Parmenón, de
Eunuco, Acto I, escena II. El pasaje se desplaza de un espacio cómico a otro serio, sublime.
Parmenon, esclavo del joven Fedria quien a su vez está enamorado de Tais. Tais pregunta por
8
“’Cosas más excelentes que todas las imágenes, dice Jámblico, suelen expresarse por imágenes’. Las cosas
pueden ser tomadas como símbolos porque la naturaleza en sí misma es un símbolo, en su totalidad y en cada
una de sus partes” (Emerson. 1921, 10-11).
9
“El aposento de la torre está oscuro. Pero ellos se iluminan el rostro con sus sonrisas. Tantean delante de sí
como ciegos y encuentran al otro como una puerta. Casi como niños, a los que la noche atemoriza, se estrechan
el uno contra el otro. Y sin embargo no se temen. Nada hay ahí en contra de ellos: ni ayer, ni mañana, pues el
tiempo se ha desmoronado. Y tornan a florecer sobre sus propias ruinas”. (Rilke. 1964, 137).
el nivel de discreción del esclavo y la respuesta que obtiene es justamente que ese nivel es
prácticamente nulo10.
Estos cuatro ejemplos alcanzan para ilustrar varios aspectos. El epígrafe está
especialmente revestido del prestigio del autor. Su sentido es en principio enigmático ya que
el lector, mediante el conocimiento de la sección posterior a los epígrafes, deberá restablecer
la pertinencia del texto citado (Genette. 2001, 134). El epígrafe comenta en cierta medida al
texto que antecede, pero ese carácter de comentario se revela a posteriori, es eventual.
Además descansa sobre un desplazamiento hermenéutico que deja en un segundo plano el
sentido del pasaje en su entorno propio y asigna otro sentido en función del entorno nuevo,
ajeno.
Si se relevan los rasgos semánticos dominantes de todo el sistema de epígrafes una vez
recorrido el texto completo, se advierte que hacen referencia a ejes de sentido dominantes de
la sección: por ejemplo, el texto como autobiografía o definición del sujeto (Góngora), la
apelación a un lenguaje lleno de metáforas y símbolos tomados de la naturaleza (Jámblico/
Emerson), la ubicación de esta búsqueda del sujeto en plano esencial, fuera del tiempo
(Rilke), la condición de un sujeto poroso contrario a la homogeneidad del ego moderno,
cartesiano, y que habilita al recorrido que tendrá lugar en el texto (Terencio).
Los epígrafes de las demás secciones incluyen proverbios de la sabiduría védica y
pasajes de Heráclito, Novalis, Stendhal, Emerson, Oscar Wilde, Lautréamont, Fedor
Dostoievsky, Rabindranath Tagore. Los autores más citados en los epígrafes son Rilke, en
primer lugar, Giraudoux, Whitman y Nietzsche en segundo lugar. Llama la atención que en
este conjunto de citas destacadas no aparece ninguna autoridad de la vanguardia histórica.
Probablemente sea este un índice más de que el texto, si bien amalgama elementos de diversas
direcciones del vanguardismo hispanoamericano y europeo, se ubica sin embargo en un
espacio de balance, que pondera los aspectos valiosos del movimiento y prescinde de aquellos
que Tudela considera menos perdurables.
El juego intertextual no se circunscribe a los epígrafes de cada capítulo. Atraviesa el
interior de cada sección con otras voces que no son necesariamente las del sistema de
epígrafes y vuelve de ese modo más complejo el vínculo del poeta con la tradición. Ese juego
se da en los títulos de las secciones y en el interior de las mismas. Por ejemplo, “Andamios de
la vida inverosímil” alude claramente, para un lector de época, a los Andamios interiores
10
“(…) Pero oye tú, te lo prometo con una condición: si lo que he oído es verdad, hago silencio y me lo callo
muy bien; pero si es falso, vano o fingido, al momento lo difundo; estoy lleno de fisuras y me escapo por todas
partes”. (Terencio. 2007, 88). De acuerdo con Hugo Francisco Bauzá, la expresión “estoy lleno de fisuras” es
una fórmula proverbial para decir “dejo escapar todo lo que se me confía, no sé callar nada”.
(1922) del poeta estridentista mexicano Manuel Maples Arce. Todo el ambiente urbano con
sus íconos de modernidad (el automóvil, la antena, el avión, el teléfono, la luz eléctrica, la
aglomeración de las ciudades) presente en El inquilino… tiene reminiscencias de los
ambientes de Maples Arce.
Hay en algunas secciones textos con presentación de geografías oníricas como las que
se manifiestan en las Iluminaciones de Arthur Rimbaud. Un ejemplo de estas imágenes
visionarias se presenta en el apartado tercero de “Carta a un recuerdo extranjero”, de la
sección “Palabras del nuevo amor”:
“Una tarde abrió su puerta a otras, y todas se fueron aclarando por una Avenida.
(¿Todavía me llamas, verdad?) Alemana en los pinos, en la tinta verdegrís, en los
chalets de juguetería. Acacias, casuarinas, manzaneros, mirto y arrayán en los cercos,
muñecas rubias de bazar. Distantes, llenos de saludos, los cerros chocolates, barbechales
húmedos, pájaros nativos. En cada tarde, el ocaso, una lluvia tejedora de randas 11 para
las vidrieras vespertinas. Labios encarnados, lenguas bermejas, ¡toda la tierra! Y un olor
racial por el campo araucano, trémulo de ojos, de impulsos vitales”. (Tudela, 1929, 107)
11
Guarnición de encaje con que se adornan los vestidos, la ropa blanca y otras cosas.
12
La presencia de Huidobro, aunque no se lo mencione, se advierte en un pasaje clave porque cierra el último
capítulo del volumen. En él se manifiesta la asunción del credo creacionista: “(…) Crear en la primera letra del
alfabeto vital: así, de creación en creación, la vida adquiere permanencia y el sentido de la muerte se totaliza en
la pluralidad cósmica. Partimos y llegamos incesantemente. Alguna estación, no importa dónde, registra nuestros
viajes. Somos un forastero de nuestro propio ser, y solamente nos pertenece el tiempo que creamos”. (Tudela.
1929, 167).
El ritmo global de El inquilino… está determinado también por la organización local de
cada poema. Si bien se prescinde del verso y la estrofa como medio de determinación de la
formación sensible y de su andadura musical propia, la prosa de estos textos se articula en
función de una configuración lingüístico-discursiva especial que la dota de un ritmo
característico. En esta configuración juegan un papel clave aspectos como la organización y
extensión de los párrafos, el modo de cierre poético, la incorporación de sentencias o
máximas, los tipos de oración o de la cláusula, la elección y variación de la persona
enunciadora, el uso del paralelismo y la anáfora y el uso de figuras de repetición en el nivel de
la palabra como la paronomasia, la figura etimológica, las aliteraciones. Asimismo, incide de
manera dramática la organización de la secuencia poética como una yuxtaposición de
enunciados metafóricos, sin enlaces de naturaleza gramatical en los niveles de la oración o del
discurso.
Los párrafos son por lo general breves y su extensión depende más de lo reducido de la
caja que de la cantidad de oraciones, cláusulas o palabras que contienen. La extensión del
párrafo está determinada además por su posición en la estructura total del poema. En este
sentido, es de destacar el uso de párrafos más breves al final de la secuencia poemática como
una forma de subrayar la condición de cierre del poema.
Desde el punto de vista sintáctico, los párrafos pueden estar formados por oraciones
pero es muy frecuente el uso de sintagmas nominales o de cuasi oraciones con gerundio como
único pivote verbal. Algunos párrafos se construyen como una superposición de sintagmas
nominales de carácter metafórico. Hay factores que “enredan” la sintaxis: por ejemplo, la
supresión de marcadores del discurso, la elisión de verbos, el hipérbaton, la interrupción de la
frase con paréntesis, la interrupción de la enunciación descriptiva o asertiva con
interrogaciones y exclamaciones breves. Esta alianza entre sintaxis enredada y lenguaje
metafórico responden al afán vanguardista y al deseo de sugerencia como recurso
fundamental de la estética moderna. Ofrece, asimismo, una visión compleja del estado
anímico del sujeto enunciador y del objeto poético abordado y dificulta la comprensión del
lector.
El ritmo aparece muy marcado por el uso de la coma, de la oración breve de hasta una
sola palabra, la enumeración y el paralelismo anafórico. Desde el punto de vista léxico, y en
consonancia con el afán renovador y creacionista, se halla la invención de palabras o el
empleo de morfemas flexivos o derivativos atípicos.
Otro aspecto que complejiza la labor interpretativa del lector es la alternancia en un
mismo poema de la voz enunciadora. Hay cambios de primera (singular/ plural) a tercera
persona. La segunda persona aparece de manera subrepticia ya sea como un alocutario
explícito (la amada, la propia obra, el hombre) o como un desdoblamiento del propio sujeto.
Estos aspectos relativos a la organización del poema en prosa pueden examinarse con
más claridad si se analiza un ejemplo concreto, “Reflector”, de la sección “Andamios de la
vida inverosímil”:
En el libro el texto ocupa dos páginas. Está compuesto por siete párrafos breves: El
primero es una cuasi oración que se organiza sintácticamente en dos miembros mediante el
empleo del nexo “y” con un carácter más consecutivo que copulativo: la palabra (irrumpe) y
entonces el silencio reacciona; el segundo miembro de esta estructura se organiza en función
del gerundio. El segundo párrafo consiste en otra cuasi oración formada por la yuxtaposición
de sustantivos y sintagmas nominales. El tercero, está compuesto por dos oraciones. En la
primera se puede suponer que el verbo estar se mantiene elidido. El cuarto, es más complejo.
El punto y seguido separa unidades mínimas: dos sintagmas nominales, una interrogación
también sintagma nominal. La respuesta a esa pregunta en forma de oración con sujeto tácito.
Siguen tres oraciones en las que el lector puede suponer la elisión del verbo. El quinto párrafo
está compuesto por tres “oraciones”: la primera es una afirmación con sujeto tácito; la
segunda es una interrogación; la tercera responde la pregunta anterior y se ordena en torno a
dos miembros separados por los dos puntos (el primer miembro presenta el objeto poético y el
segundo lo explicita y lo despliega en sus componentes). El sexto párrafo está formado por
una oración compuesta de índole causal y consecutiva: a la oración imperativa le sigue la
justificación de la orden y una consecuencia que se desprende de la necesidad de esa orden. El
último párrafo está constituido por un sintagma nominal de índole metafórica. Es una suerte
de aposición en la que el segundo término explica el sentido del primero.
En esta estructura, la elisión de los verbos, la selección de los marcadores del discurso,
la yuxtaposición están utilizados para resaltar el estado mental y emocional de un sujeto que
es invadido por la solicitud del mundo que lo rodea. La enumeración de sustantivos o
sintagmas nominales del segundo párrafo, por ejemplo, al carecer de un verbo que disponga a
los elementos en un esquema de primer plano/ trasfondo, los presenta como realidades que se
imponen a un sujeto que no logra ordenarlos.
La manifestación de este caos interior se patentiza en el cuarto párrafo por la alternancia
de voces. Hay un juego entre tercera persona/ segunda persona; tercera persona/ primera
persona que exhiben la fragmentación del yo: “tu vida”, “el ‘otro’ desde la orilla opuesta” y
“mi ser” marcan esta escisión en una secuencia sintética parecen expresar el estado caótico
del sujeto durante el momento de sus búsquedas creadoras.
La secuencia se organiza de acuerdo con un modelo programáticamente establecido de
concatenación de metáforas que cristalizan una visión inédita de la vida. Predominan las
formas de la aposición (“una palabra/ trampolín vital”), la aposición con “de” (“la tragedia de
tu silencio”, “el esfumino de la lluvia”, “el rompecabezas de las bocacalles”) formas sintéticas
de predicación metafórica. Desde el punto de vista conceptual, las proyecciones metafóricas
promueven una animización o personificación de las entidades convocadas: el silencio salta,
la lluvia llora.
El poema pareciera ser un reflector de la condición del sujeto en el momento mismo del
estado creador: un sujeto azuzado por la palabra que sacude el silencio primordial y lo hace
huir; un sujeto asaltado por esa multiplicidad de estímulos que se da en el espacio de la ciudad
moderna; un sujeto multiplicado que se interroga y se insta a crear pensando en lo más simple,
el amor, pero que al hacerlo se ve asaltado por otros interrogantes de índole existencial; un
sujeto arrojado a velocidad que debe detenerse para poder crear y ve en ese ímpetu un
misterio que no logra resolver. Con todo, esta interpretación queda en el espacio de la
conjetura ya que tanto la organización sintáctica, como la multiplicación de las voces
enunciadoras y la índole metafórica del lenguaje eluden programáticamente una reducción del
mundo afectivo y conceptual del poema13.
13
En efecto, en la primera sección del poemario Tudela rechaza la definición y el concepto por su carácter
provisional y antipoético en los siguientes términos: “(…) El concepto es el ataúd de las cosas. Están vivas
mientras las dinamiza la intuición y el recuerdo. No hay que definirlas si no queremos llenarnos de muertos.
Démonos libertad en el pensar y el sentir: que arda amplia y sonora la llama, la estrella anunciadora, el corazón
femenino que se va. Es claro: un ensueño más de nuestra parte. Bien lo sabemos tú y yo: de la disputa entre
sujeto y objeto nace la definición. Es irremediable. Pero el esfuerzo persiste y nos grita. Aquella es nuestra
Se trata de una forma de organización premeditada, resultante de la voluntad del poeta
por bucear, a través de las imágenes, en el subconsciente como fuente fundamental del ser.
Así lo señalará al caracterizar la poesía nueva años más tarde:
“La poesía nueva, hay que decirlo, acusa, ante todo, una actitud de enfrentamiento
con lo que teníamos más olvidado: el subconsciente. Es una guerra entre nuestros
mundos superiores y el reflejo que vuelcan en el contorno de las cosas. La sensibilidad
oficia, además, como intermediaria del ser entre las imágenes y sus fugaces sugerencias;
y es precisamente de esa labor de donde surge la nueva poesía y su estructura huidiza,
de atisbos profundos, esquemática, deshumanizada”. (Tudela. 1931. En Videla de
Rivero. 2011, 264).
Temas y símbolos
El ritmo global de la obra está determinado, por último, por la articulación de los
contenidos semánticos y de los estados afectivos predominantes en cada sección y asociados a
tales contenidos.
Si bien el volumen ha sido definido por el autor como una autobiografía sui generis, sin
embargo, no es el decurso vital el eje que organiza los contenidos del libro. Lo autobiográfico
aparece más bien en todas las secciones como un punto de referencia insoslayable en el
proceso de construcción del libro. Este aspecto es, en realidad, el que ordena la disposición de
los principales ejes temáticos. Se trata, como ya señalamos, de un ordenamiento circular ya
que las cuestiones de poética se presentan como un marco en la primera y la séptima partes.
Se ha mencionado anteriormente que en la primera sección se ofrecen claves para la
comprensión del libro. Hay un abordaje de la escritura de vanguardias mediante la
consideración general de aspectos como el proceso creador, la visión del poeta como una
especie de criminal (y el crimen como origen de la religión, el arte y la filosofía), los rasgos
inherentes al arte nuevo: la metáfora, el verso libre, la imagen. Asimismo se explica cómo y
porqué se ha adoptado este lenguaje y su diferencia con las obras anteriores. Por último, se
considera la escritura como forma de captación del ser y como medio de vencer la injusticia
social. Esta sección propone, tal como se ve en el relevamiento de los temas una evaluación
de la vanguardia que trasciende las polémicas hacia una síntesis entre lo estético y lo político.
Por su naturaleza crítica, en esta sección los estados afectivos no ocupan un primer plano,
aunque se transparentan las emociones de un sujeto optimista por sus logros y por la novedad
de su lenguaje en consonancia con la velocidad del mundo moderno.
La ciudad incluso atenta contra la naturaleza creadora del sujeto al imponer el ritmo de
la jornada laboral y las obligaciones de un sujeto sometido a las exigencias del mercado. La
“Balada del poeta bancario” exhibe esta impronta de la ciudad moderna mercantil sobre el
sujeto:
“(…) Es menester no denigrar la labor. Alguien lo dijo, quizás un sabio. Yo me
extraigo de las grandes cosas, porque las letras de los documentos bailotean en las ideas
como garabatos de poemas truncos. Las firmas van y vienen, saltan igual que gorriones,
y al fin se detienen picoteando la pulpa de las imágenes que pujan por nacer. Es trágico
el instante. Los expedientes tiran de bruces a la niña de la emoción, la cubren de una
polvareda invisible. Y es preciso que camine por las calles del papel Romaní, que grite
su cansancio, porque el bosque jubiloso de la máquina de escribir no tardará en crear sus
bandadas burocráticas. Inexperta, se distrae demasiado y mira más a los vidrios de las
lejanías que a esos callejones que entintan la embriaguez y enredan de telarañas los
partos gozosos.
No hay palabras para cubrir de vergüenza estas horas estranguladas por la garra
del hombre-gerente. Sus ímpetus tenacean el corazón de todo canto joven. La palabra-
pájaro nos llama dadivosa de gargantas rítmicas, de baladas de hélices viajeras. Tú, gritó
creador muerto al nacer. Cementerio de la sensibilidad. Ya lo ves: sordos, ciegos... y
todo ojos y oídos para adentro, como los presidiarios”. (Tudela. 1929, 157)
Proyecciones de la obra
Por el empeño y los vínculos de su autor y por lo arriesgado de su tentativa podemos
suponer que El inquilino de la soledad ejerció un impacto significativo e inmediato en su
contexto de producción. Este impacto puede reconocerse en las palabras elogiosas con que se
trata a Tudela en revistas chilenas como Letras. Salvador Reyes lo presenta como un autor de
“obra interesantísima” y describe a El inquilino… como “libro firme, que acusa un pensador y
un artista del idioma” (Reyes. 1930, 9). Pero también en reseñas aparecidas en la revista
Síntesis, de Buenos Aires y Alfar, de Montevideo, en 1930.
En la primera, la reseña pertenece a Rafael B. Esteban y es presentada en la sección de
“Bibliografía” dedicada a “La literatura en las provincias”. Este encuadre, que puede estar
determinado por la información paratextual, disminuye, en cierta medida la proyección
internacional del volumen. Esteban destaca la significación del poemario en los siguientes
términos: “Este libro de Ricardo Tudela tiene para nosotros la sonoridad de un clarín que
anuncia nuevos tiempos para la patria. Ya desde las primeras páginas advertimos que habría
de terminar en algo fuerte, marcial; y así ha sido” (Esteban. 1930, p. 166). Sin embargo,
aunque reconoce la presencia de la belleza en casi todas las páginas del volumen, lo
considera, en especial en función de la última sección, como un anticipo de una obra más
grande, aún por venir. Hay en esta evaluación un horizonte ético presupuesto, que se
desentiende de la experimentación vanguardista y aspira a la consecución de “un libro fuerte”,
un libro que traduzca “el canto formidable de su visión en un grandioso gesto humano (…)
capaz de crear un estado colectivo de conciencia con la pasión de una patria grande y fuerte”
(Ibid). El resto, ese resto que busca la belleza a través de la experimentación y el buceo en el
subconsciente, parece ser, para Esteban, “literatura” (Ibid.).
La segunda, escrita por Alejandro Rébora Herrero, es decididamente más elogiosa.
Retomo aquí la caracterización citada en el principio de El inquilino… como “el libro más
original, en su género, que ha producido en estos últimos tiempos la literatura castellana”
(Rébora Herrero. 1930, 15). Esta evaluación coloca al poemario en un horizonte mucho más
amplio que el de la literatura de provincias. Rébora Herrero destaca especialmente su
capacidad para ofrecer “no tanto las cosas (…) sino el desdoblamiento de la faz invisible de
las mismas” (Rébora Herrero. 1930, 14). Rébora Herrero es sensible ante el sentido de las
elecciones estilísticas de Tudela y por ello realiza una caracterización precisa de sus rasgos
esenciales:
“(Su estilo) Nace limpio, penetrante y rico de sorpresas verbales. Su fuerza, desde
los primeros renglones, madura la vocación del lector fervoroso y la difunde por los
numerosos poblados de su comarca espiritual. Esa frase breve, directa, que camina por
senderos soleados y, de improviso, se interna en campos emboscados de niebla, revela a
un escritor crecido y depurado. La palabra, movida por el espíritu de este poeta inquieto,
desbórdase en matices insospechados de belleza urgente, nueva y ávida de vida. Por eso,
al leerle, desfloramos una virginidad que, cuanto más se la penetra, más subsiste en las
páginas sucesivas. (Rébora Herrero. 1930, 15)
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