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Funciones ligada:
- Pensamiento
- Lenguaje
- Percepción
- Conducta
- Atención
- Motricidad
- Habilidades sociales
Modificaciones ambientales
Cambios que se realizan en el ambiente físico de la persona con daño cerebral con el fin
de reducir sus déficits funcionales y conductuales.
En la fase aguda, el objetivo es hacer que el ambiente sea más seguro. Ej.: cerrar con llave
las puertas que tengan acceso a escaleras). Las luces brillantes, los ruidos fuertes y los
movimientos rápidos pueden causar mucha confusión y estrés.
En la fase crónica, deberán dirigir a áreas funcionales específicas, una de ellas sería
modificar la organización del espacio físico. Los individuos con graves déficits de
memoria o de las funciones ejecutivas podrían beneficiarse del uso de etiquetas con el
nombre de las cosas que guarda en cada mueble, factores externos visuales que ayuden a
recordar cosas que debe hacer y que la orienten temporalmente.
La incorporación de ayudas externas en el espacio físico busca propiciar la aparición de
conductas adaptativas.
¿Cómo tratar los problemas emocionales de las personas con daño cerebral?
Es muy importante ofrecer información acerca de la naturaleza de los cambios
conductuales en un programa de rehabilitación, ya que esto permite que la persona y los
familiares interpreten mejor los síntomas y manejen el entorno de una forma más acorde
al funcionamiento actual y futuro de la persona.
Las personas con déficits cognitivos producidos por un daño cerebral presentan miedos,
frustraciones y ansiedad cuando realizan actividades que exigen mucho esfuerzo
cognitivo, y suelen utilizar conductas evitativas ante estas situaciones.
Un tratamiento de rehabilitación neuropsicológico efectivo debe ser holístico y tomar en
cuenta aspectos físicos, cognitivos, emocionales y sociales de la persona.
El dolor de la conmoción
El dolor de la lesión incide en la frontera de su cuerpo, mientras que el de la conmoción
le consume desde el interior, dolor que yo no domino, él me posee a mi “Soy todo dolor”.
El calor de la llama, al atacar la piel, se transformó inmediatamente en una corriente de
energía interna que hunde al yo en un estado de shock traumático. Por la brecha abierta
en la barrera de protección hace irrupción, en el seno del yo, un aflujo súbito y masivo de
energía que sobrecarga el psiquismo hasta en su núcleo constituido por neuronas del
recuerdo que cumplen la función de conservar la huella de los acontecimientos
memorables y del afecto que la carga. La homeostasis del sistema psíquico se rompe y su
principio regulador (ppcio de placer) queda momentáneamente abolido. Precisamente ahí,
se registra la experiencia traumática. El yo consigue percibir su propio trastorno, esta
singular autopercepción que realiza el Yo de su estado de conmoción interna, crea la
emoción dolorosa.
El dolor de reaccionar
Ahora ya no estamos ante un yo desbordado que sufre la agresión, sino ante un yo que
reacciona a la agresión. Más que sufrir un dolor de sumisión del malestar, el yo sufre un
dolor de protesta contra ese malestar. El dolor físico se convierte en la expresión de un
esfuerzo de defensa.
En respuesta a la agresión, el Yo concentra toda la energía de que dispone alrededor de
la herida para tapar la brecha y detener el aflujo masivo de excitaciones. Ese
movimiento reactivo de energía (contrainvestidura) es lo que intenta frenar la irrupción
brutal de energía liberada en el momento de la quemadura. Esta autocuración se aplica
sobre la representación psíquica de la herida.
Cada vez que nuestro cuerpo sufre una violencia el yo contrainviste la representación
mental del lugar lastimado (imagen). En consecuencia, el dolor provocado por la
agresión no se atenúa con esa curación simbólica; por el contrario, se intensifica.
Cuando quedamos privados de la integridad de nuestro cuerpo o de nuestro objeto de
apego, se produce un exceso de investidura afectiva de la imagen del lugar herido del
cuerpo, cuando lo que está en juego es nuestra integridad física; o un exceso de
investidura afectiva de la imagen del objeto perdido, cuando lo que está en juego es la
presencia del otro. Este exceso compensatorio se traduce en dolor.
En psicoanálisis, la sobreinvestidura de la imagen psíquica de un punto de nuestro
cuerpo se denomina sobreinvestidura narcisistica y el de la imagen de un aspecto
parcial del objeto querido (el ser amado) se denomina sobreinvestidura del objeto.
Lo que engendra el dolor es la valoración afectiva, demasiado intensa de la
representación que está en nuestro interior de la cosa a la cual estábamos ligados y de
la que ahora hemos sido privados, sea una parte de nuestro cuerpo o el ser que
amamos.
El yo intenta sobreponerse a la conmoción desencadenada por la herida. Trastornado,
reacciona mediante un reflejo de supervivencia y se ciñe desesperadamente a la
representación psíquica de la parte herida, como si quisiera curar su lastimadura no
protegiendo los tejidos magullados, sino concentrando todas las fuerzas de que dispone
la imagen mental de la zona lesionada. Al no poder curar la herida misma, cura el
símbolo de su herida. Así para resistirse a la conmoción, el yo se lanza perdidamente
sobre el símbolo del lugar alcanzado por la agresión y se une afectivamente a él con
todo su ser. En ese momento aparece el dolor como resultado del esfuerzo del yo por
apartarse de la conmoción aferrándose a un símbolo.
El dolor se origina en este último esfuerzo de reacción del Yo.
La representación mental del órgano lesionado está tan cargada de energía que se aísla y
se excluye del conjunto de las otras representaciones estructurantes del yo. Entonces la
cohesión psíquica desaparece y el yo debe funcionar con una estructura desestabilizada
por el aislamiento de una representación en el seno del sistema. En efecto, el yo
consiguió contener la conmoción, pero para hacerlo tuvo que pagar el precio de
engendrar un monstruo de afecto que ahora lo perturba. Lo que hace nacer el dolor es la
polarización de toda la energía psíquica en una única representación que ha quedado
descentrada.
El símbolo del lugar lesionado del cuerpo se cristaliza como un cuerpo extraño y pesa
sobre la trama del yo hasta desgarrarla, esto es lo que provoca el dolor.
Consideración preliminar
El dolor no tiene ningún valor ni significación, para aliviarlo debemos tomarlo como
expresión de otra cosa, desprenderlo de lo real y transformarlo en símbolo.
El psicoanalista es un intermediario que recibe el dolor inasimilable de su paciente y lo
transforma en un dolor simbolizado, es decir, propone una interpretación de su causa.
Cuando aparece un dolor estamos pasando una prueba de separación irreversible, de la
singular separación de un objeto que, al dejarnos súbita y definitivamente, nos trastorna
y nos obliga a reconstruirnos. El dolor psíquico es dolor de separación, cuando ésta es
desgarro y pérdida de un objeto al que estamos íntimamente ligados (persona amada,
objeto materia, valor, integridad de nuestro cuerpo). Nuestro inconsciente es un hilo
sutil que enlaza las diversas separaciones dolorosas de nuestra existencia.
Sería falso creer que el dolor psíquico es un sentimiento provocado exclusivamente por
la pérdida de alguien amado. Ese dolor también puede responder al abandono, cuando el
ser amado nos retira súbitamente su amor; a la humillación, cuando alguien nos hiere
profundamente en nuestro amor propio; y a la mutilación, cuando perdemos una parte
de nuestro cuerpo. Todos, en distinto grado, son la consecuencia de la amputación
brutal de un objeto amado. Puesto que ese apego se llama amor, diremos que sólo hay
dolor cuando hay un fondo de amor.
El dolor psíquico es un sentimiento oscuro, difícil de definir que se sustrae a la razón.
El dolor, físico o psíquico, siempre es un fenómeno límite. Emerge siempre en el nivel
de un límite, ya sea un límite impreciso que existe entre el cuerpo y la psique, entre el
yo y el otro o entre el funcionamiento ordenado de la psique y su desbaratamiento.
Desde el punto de vista psicoanalítico, no hay diferencia entre la emoción propia del
dolor físico y la emoción propia del dolor psíquico. Ello se debe a que el dolor es un
fenómeno mixto que surge en el límite situado entre el cuerpo y la psique.
Solo hay dolor a partir de una cierta intensidad y duración de la excitación.
Tres grandes categorías para proponer una visión global del dolor:
1) El dolor es un afecto, el afecto último, la última muralla ante la locura y la
muerte. Mientras hay dolor, contamos con las fuerzas necesarias para combatir
el mal y continuar viviendo.
2) El dolor como síntoma, como la manifestación exterior y sensible de una
pulsión inconsciente y reprimida. Dolores histéricos, psicogénicos.
3) El dolor remite a la perversión, del dolor en cuanto objeto de placer perverso
sadomasoquista.
El dolor es un afecto que refleja las variaciones extremas de la tensión inconsciente
en la conciencia, variaciones que escapan al principio de placer.
Un sentimiento vivido es una manifestación consciente del movimiento que sigue el ritmo
de las pulsiones. Todos nuestros sentimientos expresan variaciones de intensidad de las
tensiones inconscientes en la consciencia. La emoción dolorosa manifiesta en la
conciencia un trastorno de la cadena pulsional.
Las pulsiones pasan a constituir sentimientos vividos conscientemente mediante el trabajo
del Yo. Éste consigue percibir en el fondo de sí las variaciones de las pulsiones internas
y las hace repercutir en la superficie de la conciencia, donde adquieren forma de afectos.
Así es como el yo llega a ser un intérprete capaz de leer interiormente el lenguaje de las
pasiones y de traducir exteriormente al idioma de los sentimientos. Cuando las
modulaciones pulsionales son moderadas, se presentan en el plano consciente como
sentimientos de placer y de displacer; cuando son extremas y perturbadas, se transforman
en dolor.
El funcionamiento psíquico se rige por el principio de placer que regula la intensidad de
las tensiones pulsionales y las hace tolerables. Pero si sobreviene una ruptura brutal con
el ser amado, las tensiones se desencadenan y el principio regulador de placer se vuelve
inoperante. El yo experimenta sensaciones de placer y de displacer; ahora que percibe en
su interior la conmoción de tensiones que no puede dominar, siente dolor.
El displacer no es dolor. Mientras que el displacer expresa la autopercepción que tiene el
yo de una tensión elevada pero modulable, el dolor expresa la autopercepción de una
tensión trastornada. El displacer es un sentimiento que refleja un aumento en la tensión
pulsional en la conciencia sometido a las leyes del principio de placer. En cambio, el dolor
testimonia un trastorno profundo de la vida psíquica que escapa al principio de placer.
Lo que hace sufrir no es la pérdida del ser amado sino continuar amándolo más
que nunca, ahora sabemos que lo hemos perdido irremediablemente
El yo de quien sufre el duelo es un yo disociado entre dos estados: por un lado
completamente contraído en la imagen del que ya no está, con la cual se identifica
casi totalmente y, por el otro vaciado y agotado.
El dolor de amar provoca otra disociación. El yo queda violentamente dividido entre
su amor desmesurado por la representación del objeto perdido y la comprobación
lúcida de la ausencia definitiva de ese objeto. El desgarro se produce entre la
contracción, es decir, el amor excesivo depositado en una imagen, y el reconocimiento
agudo del carácter irreversible de la pérdida.
Su ausencia real es una escisión tan insoportable que, a menudo, tratamos de reducirla
negándonos a admitir que el ser amado ya nunca estará aquí. A veces, esta negación
es tan tenaz que la persona que sufre el duelo está al borde de la locura. Esto explica
en qué medida la supremacía del amor sobre la razón conduce a crear una nueva
realidad alucinada en que la persona desaparecida regresa adquiriendo la forma de un
fantasma.
El amado por quien debería hacer el duelo es aquel que me hace feliz e infeliz a la
vez
El sistema psíquico se rige por el principio de placer/displacer según el cual la psique
está sometida a una tensión de la que intenta liberarse aunque nunca lo consigue por
completo. En su funcionamiento normal, el psiquismo permanece sometido al
displacer, es decir, a una tensión desagradable, puesto que nunca se produce en él la
descarga completa. Cambiemos ahora nuestra fórmula y reemplacemos tensión y
displacer por deseo. A lo largo de toda nuestra existencia estaremos siempre en estado
de falta. Esa carencia es síntoma de vida.
Si la insatisfacción es viva pero soportable, el deseo continúa estando activo y el
sistema psíquico permanece estable. Por el contrario, si la satisfacción es demasiado
desbordante o demasiado penosa, el deseo pierde su eje y sobreviene el dolor.
El ser amado es quien desempeña el papel del objeto insatisfactorio de mi deseo y,
por eso, la función de polo organizador de dicho deseo. Es como si el agujero de la
insatisfacción que llevo dentro estuviera ocupado por mi amado que está afuera, como
si la falta fuera ocupado por los seres o cosas exteriores raros que estimamos que son
irreemplazables y de los que tendríamos que hacer el duelo si desaparecieran.
El ser amado es, a la vez, el excitante de mi deseo y el objeto que solo lo satisface
parcialmente. Sabe excitarme, procurarme un goce parcial y, por eso mismo, dejarme
insatisfecho. De ese modo garantiza la insatisfacción que necesito para vivir y que
vuelve a centrar mi deseo.
Solo cuando nos vemos ante la amenaza de perderlos o cuando ya los hemos perdido,
su ausencia nos revela dolorosamente la profundidad de su arraigo. Sólo tras su
desaparición sabremos si ese ser, esa cosa o ese valor desaparecidos, eran para
nosotros “elegidos”.
Cuando cierne la amenaza de perder uno de esos objetos considerados irremplazables
surge la angustia y ésta surge en el yo. Si, en cambio, uno de esos objetos desaparece
súbitamente, sin amenaza previa, lo que se impone es el dolor; y ésta emana del ello.
El duelo, el abandono, la humillación y la mutilación son las cuatro pérdidas que
cuando se presentan de manera súbita desencadenan el dolor psíquico en el ello.
Hay dos imágenes del cuerpo: el reflejo visible en el espejo (literalmente) y una segunda,
más difícil de reconocer porque no es visual, la imagen mental de sus impresiones
sensoriales (se sintió pesado y liviano).
Una es la que ve y la otra la que siente, la visible del espejo y la que está grabada en su
conciencia. Distinguimos dos imágenes del cuerpo complementarias e interactivas.
El Yo, el sentimiento inefable de ser uno mismo no es otra cosa que la fusión íntima de
nuestras dos imágenes del cuerpo. La sustancia del cuerpo es la sustancia misma del Yo.
Vínculos y discapacidad
Los nuevos tiempos muestran otros modelos vinculares de familias. Lo que no varía es la
relación que todo infante necesita tener con adultos responsables, pertinentes y afectuosos
que lo legitimen, lo acojan y sobre todo les aporten vínculos afectivos para su crecimiento
e identidad.
La mirada actual de los padres y de la sociedad hacia el niño con discapacidad y hacia la
infancia en general ha variado a lo largo del tiempo. Antes los mataban ya que no eran
aceptados por sociedades como la grecorromana y el movimiento nazi. Por otro lado,
fueron ocultados por sus familias considerándolos castigo divino por algo que creían
haber hecho mal.
Es la estructura psíquica de los padres, quienes consideran a estas personas con
discapacidad como eternos “bebotes grandes”, donde hombres y mujeres mayores y
jóvenes eran vestidos intentando no marcar el paso del tiempo.
La presencia de estos niños, adolescentes o adultos era sentida como una verdadera carga
familiar. La vergüenza, la culpa, “el qué dirán”, irrumpía en la vida de estas familias.
A partir de la década del 80 y 90, la sociedad se hace replanteos comenzando a incluir al
diferente. El loco es reconocido como una persona que sufre, el deficiente aceptado como
una persona con necesidades especiales.
Estos movimientos sociales fueron dando lugar al reconocimiento del hijo con
discapacidad dentro del seno familiar. No se debe profundizar solo en los tipos de
vínculos de la madre con el hijo sino también las relaciones del padre y hermanos con él.
Estas interacciones permitirán entender la calidad de respuesta y la actitud de los hijos
para con ellos y su medio.
Apego materno
Tipo de vinculación que establece la madre con el hijo y la respuesta que en ambos se
genera.
Las madres pueden ser reconocidas a partir de estas conceptualizaciones:
- Distantes o evitativas: tienen serias dificultades para comunicarse, generando en
sus hijos apegos resistentes,
- Obsesivas: están siempre preocupadas por cuestiones personales considerando
todo lo que las pasa como difícil de resolver, promoviendo apegos resistentes.
- Desorganizadas: mujeres inseguras, que se ocupan de muchas cosas y no hacen
ninguna, reforzando apegos desorganizados y desorientados.
- Autónomas: interesadas por el bienestar de su familia, contribuyendo con su
accionar a que su hijo genere un apego seguro.
Apego paterno
Si el padre sostiene un vínculo temprano cariñoso con su hijo facilita el proceso de
separación e individualización.
Los factores que colaboran a un apego seguro del niño:
- Sensibilidad a las manifestaciones del niño
- Autoestima personal producto de apegos seguros y confiables de su propia
infancia.
- Armónica relación conyugal
Hay muchos padres que delegan en las madres la atención de sus hijos por:
- Una falta de competencia al no saber qué hacer con el hijo con discapacidad.
- Al no entenderlo, asumiendo habitualmente un papel de observador más que de
participante.
- Adoptan una actitud pasiva
- Creen que su función empieza cuando el niño es mayor y recién ahí pueden hacer
algo más
- Se sienten inhibidos al no saber qué hacer con hijos que requieren más estrategias
y recursos para la atención que otros niños, volviéndolos distantes, argumentando
que es la madre quien tiene la paciencia y comprensión.
Estilos de familia
Son los modos de vincularse y complementarse que sostienen los padres frente al hijo con
discapacidad y con el resto de los hijos si los hubiera.
Conclusiones
De acuerdo a como hayan sido las relaciones que han mantenido los padres en sus
primeras relaciones vinculares con esos hijos se desarrollaran apegos seguros, ansiosos,
evitativos, resistentes, confusionales o desorganizados.
Si el apego no es saludable, el niño mostrará una indefensión aprendida producto de una
elevada expectativa personal de fracaso y baja expectativa de éxito.
Cuando alguien decide conformar una familia, la funda, es decir, algo nuevo aparece más
allá que se continúe con el apellido de la generación anterior. En cada unión de cada
familia solo hay una sola repetición de vínculos previos en los que nacimos y nos criamos
sino que se inventa o se crea un encuentro nuevo y distinto en parte a las familias de
orígenes.
Resiliencia
Es una capacidad individual, una capacidad de superación que ciertas familias tienen,
siendo promotores de capacidades de superación en niños o adolescentes con
discapacidad. Es la capacidad para soportar el golpe de un diagnóstico y establecer un
desarrollo de circunstancias adversas.
Elaborar un proyecto para alejar el propio pasado, metamorfosear un dolor por un
recuerdo glorioso o divertido explica el trabajo de la resiliencia.
Este alejamiento emocional se hace posible mediante mecanismos de defensas exitosos y
costosos pero necesarios, apoyados en:
- La negación: yo no me acuerdo si sufrí, tenía siempre conmigo a mi mamá
- El aislamiento: no creo que me haya asustado
- La huida hacia adelante: lo que más me importa es qué voy a hacer cuando sea
grande.
- La intelectualización: no hubo más remedio que hacer lo que se hizo, yo nací así…
- La creatividad: creo que voy a ser importante.
Todos estos medios psicológicos permiten regresar al mundo cuando ha sido expulsado
de la humanidad.
Capítulo 3 – Abordaje interdisciplinario: elemento favorecedor para la construcción
del sujeto.
El profesional médico pudo haber sido muy cauto y cuidadoso al elegir los términos para
dar cuenta del diagnóstico de un sujeto, buscando causar el menor daño posible, pero las
afirmaciones caen en el psiquismo de los adultos como una sentencia desconocida,
inesperada o incomprensible.
No todas las familias responden de la misma manera frente a estas verdades.
Sabemos que el adulto busca encontrar soluciones rápidas e inmediatas intentando calmar
las ansiedades o angustias frente a lo no esperado.
La intervención temprana requiere de la actuación de dos profesionales, un estimulador
temprano y un psicólogo, quienes actuarán conteniendo y acompañando al niño, a los
padres y a la familia.
Debido a que un niño con discapacidad merece mucha atención, el devenir de estos padres
y de estos niños recorre los distintos tramos:
- Pediatra-neurólogo
- Estimulador temprano
- Psicomotricista o kinesiólogo
- Médico otorrinolaringólogo
- Psicólogo o psicopedagogo
- Acompañantes terapéuticos
- Maestros integradores
La tarea del psicólogo consiste en develar las fantasías inconscientes que interfieren en la
relación padre-hijo atendiendo al saber “tenemos un hijo distinto”; ayudar a los padres a
comprender que dichas fantasías son la proyección masiva del ataque que nuestro superyó
hace a nuestro yo por la profunda herida narcisista al no tener el hijo perfecto; acompañar
a elaborar los sentimientos de culpabilidad inconsciente por el daño que ellos consideran
haberle causado.
Evitar que ese niño sea excesivamente sobreprotegido asistiendo al crecimiento de su
maduración emocional.
Es necesario advertir a los padres y a otros profesionales acerca de cuáles son las señales
de alarma que muchos pequeños pueden presentar que dan cuenta de sufrimiento psíquico
o de interferencia en su desarrollo emocional: falta de sonrisa social; estereotipias
motoras; desconexión visual, dificultades para dormir, dificultades en la alimentación,
conductas autoagresivas.
La práctica clínica permite descubrir a niños que tienen ciertas particularidades que
llaman la atención: se aferran a un juguete, miran el girar de las ruedas de los autitos,
recortan papelitos o desparraman la goma de pegar en sus manos o encima de la mesa,
actuaciones que a simple vista parecen más descargas neurológicas que actividades
lúdicas.
Están también aquellos niños que al entrar a la sala de juego tocan y sacan todo sin parar
y sin detenerse a mirar que tienen delante de ellos. Otros rompen objetos en un accionar
sin sentido y los que tiran al suelo durante las sesiones sin decir palabra, tocando
simplemente un hilito, usando sus manos para sentir algo entre sus dedos.
A través del jugar, el niño arma su constitución psíquica y esto es lo que posibilita que el
niño sea niño. La pobreza de las actividades de estos niños desconciertan a los terapeutas
y producen mucha angustia en los padres. Para que haya una actividad de juego apropiada
deben darse condiciones psíquicas adecuadas:
- Una acomodada discriminación entre mundo interno y externo
- Fantasías inconscientes, producto de un psiquismo altamente desarrollado
- Un deseo de comunicación con el otro
- El Otro debe estar claramente diferenciado
- Tener capacidad para la simbolización
- Poder identificarse con muñecos o personas
- Desarrollar la capacidad de empatía.
Estos niños hacen uso de un “hacer inapropiado”, aplastan al pensar y al sentir
prevaleciendo actividades en un casi sin sentido. Estos son niños que no pueden jugar y
no que no saben jugar.
- Los juguetes no cumplen la función para la que son construidos ni se los emplea
con propósitos de fantasías inconscientes
- Presentan una cualidad bizarra y ritualista y el niño muestra rigidez e intensa
preocupación por ellos, no siendo esto un rasgo de juego de fantasía
- Muchos de estos objetos son llevados y traídos de un lado para el otro presentando
una promiscuidad de uso. Lo que buscan estos niños son sensaciones duras que
compensen la blandura de esos cuerpos.
Los objetos autistas son usados en forma obsesiva como si fueran partes corporales y cuya
verdadera finalidad es darle al niño seguridad. Estos objetos pueden ser juguetes o no,
pero no cumplen la función para la que fueron creados. No se los debe confundir con
objetos transicionales. Los objetos autistas son una barrera hacia el no-yo. Buscan
simplemente sentir con su aprehensión para no caer en esa rara sensación de la nada. El
objeto autista es primariamente un objeto-sensación.
Como lo llevan siempre consigo no necesita de nada ni nadie para calmar sus necesidades
o angustias. De esta manera, no aprender a tolerar la falta. La frustración es para ellos una
pérdida absoluta de algo. Como son incapaces de hacer duelos, sustituyen la falta por un
objeto autista o formas autistas. De esta manera, bloquean la realidad que podrían
compartir con otros seres humanos dentro de su cultura. Nada puede entrar ni salir. Estos
niños toleran sin ningún lamento la falta de alguien que ha estado con ellos.
Se necesita sumo tacto y paciencia para manipular la transición del uso indebido de
objetos autistas al desarrollo de los sentimientos.
Hay que poner palabras a esos sentimientos. A veces, es necesario quitarle al niño su
objeto de manera que nos reconozca como algo ajeno a él. Los objetos autistas y las
formas autistas han bloqueado al niño la capacidad para el juego y para las relaciones.
Es necesario intervenir como terapeutas:
Debemos colocarnos en el lugar “objeto” para ser usado por el niño y no de sujeto.
Cuando nos colocamos en lugar de objeto hablamos y decimos a través de ellos
cosas que son escuchados por los niños
Es necesario dejarse llevar por lo que él propone y a partir de ahí, el juego operará
según sus propias reglas.
Como estos niños viven dominados por sensaciones, se debe estar alerta porque
ellos se protegen con todos estos aislamientos para no recordar los objetos y
personas ausentes.
Como los juguetes que se les brindan no van a poder ser utilizados para representar
escenarios de fantasías ni de modos de comunicación, es más apropiado usar
materiales básicos arena, barro. plastilina, harina para amasar, tocar y moldear
algo de su propia estructura.
El niño pequeño descubre los juguetes agarrandolos y chupandolos, estos niños a
pesar de su edad hacen muchas veces lo mismo, solo para sentir algo en su boca.
Como los objetos autistas intentan suplantar a la madre, es necesario no
permitirles su uso y en forma continua reemplazarlos por otros juguetes que estén
con ellos.
Como no hay reconocimiento del Otro, todo lo que llega a sus manos es de ellos.
La madre al tener un hijo con discapacidad debe recuperar: su identidad como mujer y
madre y su propia integridad interna.
Tomando a Lacan sabemos que toda madre vive con su hijo una relación temprana,
imaginaria, especular, en la cual ella (que siente su incompletud y se reconoce como
castrada, como faltándole algo) puede vivir al hijo como quien la hace sentir completa,
es el falo para ella (el falo en el sentido de lo que completa una falta de perfección).
Sintiéndose que no le falta más nada que está completa.
Una madre así hace que el niño sienta tranquilidad y le ofrezca la disponibilidad de los
objetos del self que él necesita para su desarrollo:
Un objeto especular, reflejante, que emite un conjunto de evaluaciones y
actitudes de reconocimiento. Ejemplo: la sonrisa de la madre cuando el hijo la
mira
La imagen parental idealizada hacia la cual el niño puede mirar y con la que
puede fusionarse, ya que le brinda una imagen de calma. Ejemplo: el bebé
experimenta la calma por el sostén de la madre.Ej:El hijo con déficit no se
constituye como Hijo-Falo sino como No-Falo y los demás miembros (padre y
hermanos) quedan en la periferia