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Reseña tomada de Geffré, C. (1984).

El cristianismo ante el riesgo de la


interpretación. Madrid, España: Cristiandad. Capítulo XII: El cristianismo como
camino. Pág. 253-269.

Fray Juan Camilo Rada Pardo, O. Carm

Se presenta, lejos de entender como un esfuerzo de comparar el cristianismo con el Tao,


en primera medida elementos inspiradores para lo que se va a presentar en este capítulo,
entorno al cristianismo como camino. Sin embargo, con esta luz que ofrece el Tao, en
cuanto camino moral, todo ello tendrá como foco el camino en el marco de los textos
judeocristianos. En el marco del Nuevo Testamento, encontramos el vocablo griego
hodos, para designar la palabra camino. Todo lo anterior relacionado no sólo en cuanto
a camino moral, sino comportamiento moral.

De acuerdo al cristianismo como religión del éxodo, se identifica al éxodo como


símbolo clave de la religión de Israel. A partir del éxodo no encontramos solamente la
cuestión de camino como aquel que hace referencia al comportamiento de los hebreos,
la puesta en marcha y todo lo que comporta o trae consigo la cuestión de la liberación,
permite entender este camino como marcha liberadora en la cual Dios camina con el
pueblo. Es así, que esta referencia al éxodo, también será de suma importancia para
entender el cristianismo como camino, no sólo como camino de liberación, sino como
camino de encuentro con Dios. Ahora bien, ese carácter de moralidad que se da al
camino, se constituye como un denominador común a todas las religiones. Figuras
como la de Abrahán quien se pone en marcha, como la de muchos peregrinos en los
textos bíblicos permiten dar identidad a la cuestión del camino en el fenómeno religioso.

Por otro lado, el texto señala la ley como camino del hombre. La palabra hebrea dérek,
es aquella que designa tanto el camino de Dios como el del hombre El Tao como
camino al cielo y camino de los santos, podría tener un punto a ser relacionado aquí. No
obstante, no pueden ser entendidos como caminos desiguales o totalmente
independientes uno del otro, pues el ser humano está llamado a caminar por los
senderos de Dios.

Con relación al cristianismo como nuevo éxodo, cabe decir que ante la dificultar para
algunos autores neotestamentarios entender o aceptar que la vida de Jesús sea
cumplimiento de la ley, es importante decir que textos como las cartas paulinas,
continúan enfatizando en el camino como conducta moral, en el caso de San Pablo
como cumplimiento de la ley y de la Sagrada Escritura. Con todo, para San Pablo el
camino por excelencia es Cristo (1 Cor 12, 31).

Dentro del tema de la imitación a la filiación, se percibe que lejos de entenderse la


imitación de Cristo, en el seguimiento de la ley del amor, como seguimiento a un
modelo ya caduco, se trata de una interiorización. Los riesgos que se deben evitar, son
los moralismos y legalismos a los que se puede caer debido a una falsa interpretación,
no sólo de la Biblia, sino de la vida misma de Jesús. La filiación lleva a quienes
caminan, a ser imitadores de Cristo mismo. Con lo anterior, se busca decir que la
imitación no lleva a la filiación. En ese orden de ideas, Cristo es la figura originaria y
fundante de todo este camino. La filiación y la imitación no se pueden confundir con un
modelo pasado, sino como una creación nueva que brota de Cristo resucitado y se
vivifica por la acción del Espíritu Santo en la Iglesia.

A propósito del seguimiento de Jesús como vocación a la libertad, se observa que Cristo
como aquel que indica el camino, no responde a un modelo de seguimiento que se
queda en el pasado, a esto es a lo que se hace referencia cuando se pone como telón de
fondo la dimensión teologal del camino de seguimiento, que no es otra, que entender el
camino como un dinamismo que se vivifica por la acción del Espíritu Santo. En ese
orden de ideas, el camino de seguimiento a Cristo puede estar lleno de trampas, dada
una errónea interpretación, una de ellas es tener a Cristo como un modelo únicamente
imaginario. La escucha de la Palabra de Dios, es un requisito entonces indispensable, no
se trata de una imaginación, sino de actitudes concretas como la escucha. Dicha escucha
remite al creyente a la obediencia a ejemplo de Cristo, así las cosas, la palabra de Cristo,
es palabra de filiación que conduce a la imitación.

A cerca del cristianismo como ortopraxis, se subraya que entender el cristianismo como
camino, es entenderlo como práctica correcta, aquí se trata de la practica evangélica,
dicho de otra forma, aquella que tiene como presupuesto fundamental, el modelo de
seguimiento a Cristo.

Es importante tener claridad al respecto de lo que dice Jn 3, 21: “obrar conforme a la


Verdad”. La práctica para Juan, es la vida misma de fe; el obrar en la verdad, permite
vislumbrar un camino progresivo de la fe, todo esto no está lejos de entender el camino
como conducta moral de los discípulos, no obstante, no se puede olvidar la cuestión de
la filiación y la imitación, la cual responde a que esta vida de fe, es una continua
identidad con el modelo de vida de Cristo Jesús. Caminar equivale en el evangelio de
Juan a creer, se trata, recurriendo a Pablo y a Juan de entender que el camino es un
camino de amor y un camino de fe al mismo tiempo.

Se debe aseverar que el cristianismo se define ante todo por la práctica evangélica.
Producir nuevas imágenes del cristianismo, es esto lo que se busca identificar en esta
dialéctica camino y ortopraxis, nuevamente se trata de entender el modelo de
seguimiento a Jesús como innovador y no como algo que se ha quedado en el pasado.
Se trata de un acontecer permanente, la fe como obrar se caracteriza por ir marcando
etapas en ese camino de renovación, de identidad con Cristo. En efecto, el cristianismo
como camino es toda una novedad.

En conclusión, no se es cristiano, sino se está en constate camino de serlo, con estas


palabras de Kierkegaard, se puede entender no sólo lo que se ha buscado identificar del
cristianismo a propósito de la metáfora del camino, sino desde lo que la Sagrada
Escritura presenta incluso en las parábolas. Este camino como acontecer tiene entonces
una dimensión eclesial (comunitaria) y escatológica abierto siempre a un futuro
encuentro definitivo con Cristo.

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