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“La pobre ética no ha venido al mundo

para dedicarse a apuntalar ni a sustituir


catecismos... por lo menos, no debiera
hacerlo a estas alturas…”
Savater, 2002

Uno, la ética no es cómo la pintan.

¿Cuántas veces no hemos criticado la “falta de ética” en una persona?, estoy


segura de que rebasan la cantidad de veces que hemos reflexionado acerca de
nuestro propio proceder, en los diferentes ámbitos de nuestra vida. Y es que,
desafortunadamente, muchos de nosotros hemos construido la idea de que la
ética tiene que ver con un asunto de sanción moral, más que con un acto de libre
elección de aquellas acciones encaminadas al desarrollo armónico, de nosotros
mismos y con los demás.

En este sentido, la ética es el centro de los reflectores cuando se habla de asuntos


relacionados con la privación o afectación de la vida (eutanasia, aborto, pena de
muerte, experimentos en humanos, entre otros) y pasa casi desapercibida cuando
se trata de “pequeñas” situaciones donde las personas involucradas son cercanas
a nosotros, e incluso donde somos los protagonistas (tirar basura en espacios
públicos, encender fogatas, no respetar las reglas de tránsito, etc., etc.)

Pero, ¡atención señoras y señores, niñas y niños, profesionistas, estudiantes,


amas de casa y en general todos los habitantes del planeta!: la ética, es un asunto
que nos involucra a todos y antes que ser un decálogo de normas, es una guía
que nos permite “comprender por qué ciertos comportamientos nos convienen y
otros no, comprender de qué va la vida y qué es lo que puede hacerla «buena»
para nosotros los humanos” (Savater, 2002, p. 88)

De ahí la importancia de promover la conciencia ética en nuestro entorno familiar,


profesional y académico, especialmente si nos desempeñamos en el ámbito de la
investigación, ya que nuestros planteamientos y hallazgos, además de contribuir a
la generación de nuevos conocimientos, serán producto de un arduo trabajo donde
intervienen seres humanos y no objetos, ni animales de laboratorio.

Dos, vámonos comprendiendo.

Para que la ética cumpla su principal propósito de guiar nuestro comportamiento


con miras a un desarrollo armónico, individual y social, en lo primero que
tendríamos que poner manos a la obra, tal como lo plantea Morín (1999), es en 6
aprender y enseñar la humanización. El hecho de ser hombres y mujeres, de
pertenecer a una misma especie, tener la capacidad de pensar y conformar
grupos sociales, no basta.

La humanización tiene que ver con lo que hacemos los unos con los otros, con
cómo nos comprendemos y establecemos una dinámica empática, sin importar si
las otras personas no sean nuestros amigos, conocidos o familiares, ya que como
apunta Savater (2002, p. 74): “La humanización es un proceso recíproco. Si para
mí, todos son como cosas o bestias, yo no seré mejor que una cosa o una bestia
tampoco”.

Y es en esta comprensión, donde la conciencia ética encuentra sustento, toda vez


que la conciencia implica, en esencia un conocimiento de ida y vuelta. Ello implica
reconocernos en la complejidad y no caer en actitudes reduccionistas y
egocéntricas; requiere situarnos en el lugar del otro

Así vista, la conciencia ética deja de ser ese “Pepe Grillo” que nos dicta lo bueno y
lo malo, para convertirse en un proceso donde aprehendemos aquello que puede
o no resultar benéfico para la humanidad, abriendo la posibilidad de elegir libre y
responsablemente nuestra forma de actuar.

Desde esta perspectiva, resulta fácil entender la creciente carencia de actitudes


éticas en la actualidad. Si la conciencia ética se concibe como asunto ya dado,
relacionado con represión, castigos, con hacer lo que únicamente es bueno para
mí, o en un caso extremo, la relaciono con un asunto que se resuelve en los
juzgados y nada tiene que ver con mi cotidianidad, entonces sí, la situación es
preocupante. En cambio, si la concibo como esa construcción de un conocimiento
conjunto, donde no aplica la ley de la ventaja ya que se piensa en el beneficio de
la humanidad (y yo soy parte de ella), el panorama resulta alentador.

Tres, ¡a tejer!

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Quienes conocen el arte de tejer, saben que es indispensable realizar puntadas
básicas, que se complementarán o no con otras más sofisticadas, rematar esos
puntos y darle un terminado. Algo similar ocurre en el proceso de construcción de
la conciencia ética, hay que empezar en la unidad básica de la sociedad: la
familia, continuarlo en los diferentes ámbitos donde nos desenvolvemos y para
quienes realizamos investigaciones, cuidar que en su desarrollo y en la
elaboración del reporte, a nuestro tejido ético no se le vayan los puntos.

La reflexión en familia, con los seres a quienes más amamos, se presenta como
uno de los ámbitos más favorables para construir conciencia ética, toda vez que
hay una mayor predisposición al diálogo, al aprendizaje, a la confianza de
señalarnos aquello que no creemos conveniente y expresar las razones del
porqué lo pensamos. Así como enseñamos a los más pequeños que hay que
saludar, lo mismo podemos enseñar a que el resto de las personas, los que no
forman parte de nuestro círculo de conocidos y amigos, no son alguien lejano y
que, junto con nosotros, formamos parte de una misma humanidad.

Y así como en el tejido se requiere del remate de puntos, conviene generar


propuestas para continuar y “rematar” el tramo del proceso iniciado en la familia.
Así, la escuela se presenta como el escenario complementario donde lo
reflexionando y construido en casa toma forma y se fortalece, toda vez que es un
lugar donde podemos aprehender en conjunto, con personas que no son de
nuestra familia.
En este sentido, valdría la pena aprovechar algunos espacios generados en el
ámbito escolar para fortalecer la conciencia ética, como por ejemplo, los
congresos infantiles y juveniles. Instaurar mesas de debate y de generación de
propuestas, donde participen niñas, niños, jóvenes y sus padres, se antoja un
ejercicio fructífero.

De forma paralela, los adultos tenemos la tarea de predicar con el ejemplo. Para
ello, es fundamental despojarnos de actitudes egocéntricas y como sugiere Morín
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(1999) comprender la incomprensión, aceptar que hay convicciones contrarias a
las nuestras y asumir el reto de establecer un diálogo armónico. Un primer paso,
tan sencillo y tan difícil a la vez, es no querer imponer nuestras ideas cómo las
únicas; otro más, tratar a nuestros compañeros de trabajo, a las personas en el
mercado, a los compañeros de vagón de metro, etc., como nos gustaría que nos
trataran.

Por ende, si emprendemos un trabajo de investigación, considerar a las personas


que forman parte de nuestra indagación como humanas y no como simples
fuentes de observación e información es una parte del ejercicio personal de la
conciencia ética. La otra, evitar incurrir en cualquier acción de plagio, voluntario o
“involuntario”.

Citar fuentes, enfatizar la similitud de ideas y el camino que recorrimos para


plantearlas, registrar nuestros proyectos de investigación y realizar un minucioso
estado del arte, son acciones sencillas, pero con un profundo sentido ético. Hay
quién no podrá evitar angustiarse ante el tiempo que estas tareas implican, pero
bien vale la pena a pasar otro tipo de angustias en caso de algún problema legal o
académico.

Y si regresamos a nuestro tejido en familia, la construcción de la conciencia ética


en la investigación empieza desde los primeros trabajos escolares, desde las
primeras investigaciones, las composiciones e incluso los dibujos. Si motivamos a
los más pequeños y a los jóvenes a escribir lo que entendieron, a dibujar como
ellos imaginan un tema, a no ceder ante la tentación del “copy paste” de
información que se encuentra en Internet, habremos sentado las bases de futuras
investigaciones realizadas por hombres y mujeres que viven en armonía consigo
mismos y con los demás.

¡Por mí y por todos!

Como en aquel juego de escondidas, dónde la frase “uno, dos, tres, por mí y por
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todos mis compañeros”, daba la posibilidad de “salvar” a todos, en el “juego” de la
vida la fórmula “uno, dos, tres” antes descrita, puede “salvarnos” de vivir en un
entorno deshumanizado.

Concebir a la conciencia ética como esa guía -construida y comprendida en


conjunto- para vivir en armonía y no más como un código ajeno que nos es
impuesto, y por tanto, susceptible de interpretarlo según la propia conveniencia,
es un paso fundamental para reconocer y realizar la Humanidad,

Así que, llevemos a cabo este “uno, dos, tres” en nuestra familia, en nuestro
ámbito profesional, en la investigación, en toda actividad que realicemos; ello nos
“salvará”, como individuos y sociedad, de la dinámica “escondite” que impide la
plena realización de la Humanidad.

Referencias

Conciencia. (s/f). En Wikipedia. Recuperado el 21 de febrero del 2011 de:


http://es.wikipedia.org/wiki/Conciencia

Morín, E. (1999). Los siete saberes necesarios para la educación del futuro.
Correo de la UNESCO.

Rojas, R. (1992). Formación de investigadores educativos. México: Edit. Plaza y


Valdés.

Savater, F. (1991/2002). Ética para Amador (10ª Reimpresión. Nueva Edición


ampliada). México: Editorial Planeta Mexicana.

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