Para muchos, la mayoría quizás, la pregunta podría parecer
innecesaria, o tonta. Desde tiempos inmemoriales se sabe que siempre hubo algún interés de las sociedades de cada época por tratar de no actuar en contra de sí misma. Conocidísimo por los entendidos en la materia, por ejemplo, es El Critón, tal vez el primer documento que trata desde un punto de vista que pocos han comprendido, el tema de los actos éticos en cualquier contexto. ¿Se pueden enseñar los valores? Reconocidos expertos en el tema no se ponen de acuerdo para dar una respuesta más o menos aceptable. ¿Y cuál debería ser esa respuesta? se preguntarán enseguida los más acuciosos. Tampoco hay respuesta a esta pregunta. Hay temas en los cuales las demostraciones –a la usanza de las Ciencias Naturales o de las Matemáticas- no son posibles y debemos darnos por bien servidos si hay alguna teorización del asunto que nos permita por lo menos, aproximarnos, así sea de esa forma, al asunto. Para mayor ilustración, ¿qué nos dice que una pintura es más importante que otra? O ¿cómo podemos saber qué religión está más cerca de la verdadera humanización del hombre y su posterior iluminación? Los criterios para resolver ambas cuestiones son tan variados como diferentes. Bochenski (2006) trata de dar alguna justificación al respecto cuando dice: “De hecho la teoría del valor, el intento de aclarar este flanco de nuestra vida, es pieza fundamental de toda filosofía desde hace miles de años. Y esto por la razón misma de que este campo de los valores es acaso el que ofrece entre todos las máximas dificultades. Tan sencillos y evidentes como se presentan los valores a nuestro ojo espiritual, la situación se complica terriblemente apenas intentamos entenderlos correctamente”. Pág. 70.
Sin embargo, mucha gente de cualquier rincón del planeta, ve estos
aspectos como naturales desde lo que le permite ver su cultura. Y el problema queda “resuelto”. De todos es sabido que a los colegios, universidades, institutos, empresas y entidades estatales, les son exigidos unas normas mínimas de Ética que permita la sana convivencia entre sus miembros. Exigidas, se dice, porque así lo dicta la Constitución. Porque está en la ley. Más allá de que existan códigos de ética en estas instancias, ¿habrá alguien que, superando tales expectativas, no los necesite para obrar éticamente? ¿Alguien cuyos efectos de la educación que recibió le haya hecho entender por fin que de lo que se trata es de ser coherente sintiendo, pensando, diciendo y actuando? De las llamadas teorías científicas se dice que uno de los criterios a tener en cuenta para evaluarlas como tal –no es el único- es la coherencia interna que sean capaces de evidenciar. La analogía parece improcedente, pero creemos que se entiende su sentido y razón de traerla a colación. Se nos dirá, entonces que no nos podemos comparar con las máquinas. Solo reiteramos que nos fijemos en el criterio, no en lo que compara: la coherencia tanto en el actuar humano como en la teoría científica. La Ética no sirve para nada si nuestras actuaciones no son auténticas y espontáneas. Como si, cual manual de funciones, orientaran nuestro comportamiento. Actuar autónomamente es una exigencia humana justa, especialmente para aquellos que hemos tenido la oportunidad de haber recibido una educación. Inducación, diría Lasprilla (2008), concepto que es coherente con lo que venimos exponiendo, por lo que lo compartimos plenamente. No se pueden asumir criterios éticos como se asume el haber aprendido a despejar fórmulas en Matemáticas o Física; o a ubicar espacialmente zonas o accidentes geográficos en un mapa o gráfica, por ejemplo. El saber ético está en otro nivel, por así decirlo. Casi podríamos decir que la asunción de tales criterios, si bien pasan por algún grado de reflexión racional, más que el cerebro, es el corazón el verdadero depositario de nuestras más recónditas intenciones. Es decir, el rasero intelectual al que estamos habituados para juzgar una u otra cosa que nos llame la atención, no es aplicable al “conocimiento” ético puesto en práctica. Se sabe que nuestros mejores referentes éticos tienen lugar inicialmente en la Antigua Grecia. Ya aludimos a El Critón de Platón para indicar que de allí arrancan, por decirlo así, las posteriores disquisiciones al respecto. Y todo el comportamiento de la cultura occidental tiene como bases tales referentes para decidir qué es bueno o no, qué es aceptable o no. Una tribu africana tiene otra forma de vivenciar la Ética tal y como la conocemos nosotros en Occidente. (Ver video de Ubuntu). Como quiera que sabemos que esos niños no conocen la Ética de Sócrates o de Aristóteles, ni habrán escuchado jamás alguna teorización al respecto, consideramos que es la internalización de algunos criterios de su tribu puestos en práctica por sus adultos, lo que orientan sus acciones. Quizás la expresión SOY porque SOMOS, lo sintetiza todo. Se ES porque SON. Una ligazón indisoluble entre los miembros de esta comunidad que se fortalece porque todos son valiosos, y de sus intercambios nadie se aprovecha – a la usanza occidental- para sacar dividendos particulares o personales. Podríamos decir que vivencian la Ética, acaso sin saberlo. Consideramos que aquí radica, tal vez, el meollo del asunto. No son teorías éticas las que debemos aprender para ser éticos (entiéndase: honesto, honrado, de actuaciones transparentes, responsable, auténtico, probo, entre otros criterios) para juzgarnos al respecto. Si no lo sentimos, nos quedamos con el discurso ético construido por otros, para actuar externamente. “Si no lo robo yo, lo roba otro, entonces mejor que sea yo” es expresión común entre los corruptos. “No es lo mismo robar diez millones que robar mil millones, nos deben dar una rebaja de penas” argumentan los que solo robaron diez millones. Como se dijo hace poco en un diario nacional, no se puede ser 75%, 85% o 90% ético. SE Es o no se ES. Así de simple. El tema de los significados.