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PRESIÓN INTRACRANEAL
Dr. José H. Salas Rubio
Tte. Coronel (SM)
EDITORIAL CIENTÍFICO-TÉCNICA
Ciudad de La Habana
Estimado lector:
La Editorial se mostraría muy complacida si usted le hiciera llegar su opinión
acerca de los aspectos técnicos y de presentación de este libro.
Gracias
MINISTERIO DE CULTURA
Editorial Científico-Técnica,
Calle 2 No. 58 entre 3ra. y 5ta.
Ciudad de La Habana, 4
Impreso en Cuba
PRÓLOGO
PROF. KARAGUIOSOV
Neurocirujano de Bulgaria
y ex-jefe de Servicios en Cuba
INTRODUCCIÓN
El estudio de la presión intracraneal, fenómeno íntimamente relacionado con la
constitución y el funcionamiento del sistema nervioso central, ha adquirido en las últimas
tres décadas singular relevancia en el campo de las ciencias neurológicas y ciencias
afines, de tal manera que periódicamente se celebra un simposio internacional dedicado
exclusivamente a la discusión de las investigaciones y experiencias más recientes al
respecto.
En la III Jornada Nacional de Ciencias Neurológicas, que se celebró en la Ciudad
de La Habana en enero de 1982, tuve la responsabilidad de brindar una conferencia sobre
hipertensión intracraneal donde expuse los conceptos más recientes hasta esa fecha sobre
el tema, basados en investigaciones clínicas y experimentales. Esto motivó un particular
interés en algunos neurólogos y neurocirujanos, los que me comunicaron el deseo de
obtener por escrito lo que allí expresé verbalmente.
Aquella solicitud de mis compañeros me estimuló, ya posteriormente con una
concepción más amplia, a escribir este libro sobre la presión intracraneal, el cual recopila
y sistematiza la información a la que personalmente he tenido acceso y que recoge
también algunas observaciones, propias y de mis colaboradores, de investigaciones
experimentales que desde hace algunos años venimos realizando.
Como es habitual en todo autor al introducir su libro, deseo expresar mi
agradecimiento al mayor (SM) Julio César Peñalver González, candidato a doctor en
Ciencias Médicas y al profesor Ricardo Caritat Tch., intensivista, por sus observaciones y
sugerencias, a la doctora Tamara Demenkova por su ayuda en la traducción de algunos
trabajos de autores soviéticos, a las compañeras bibliotecarias del Centro Nacional de
Información de Ciencias Médicas, del Instituto Superior de Medicina Militar y del
Instituto de Neurología y Neurocirugía, por todas las facilidades que me brindaron para
que obtuviese la información, y, finalmente, a los compañeros dibujantes y fotógrafos del
Instituto Superior de Medicina Militar las gracias también por su ayuda.
BIBLIOGRAFÍA /114
CAPITULO I
EL CEREBRO
El cerebro, cuyo peso es aproximadamente 1 400 g (2% del peso corporal), ocupa
80% del espacio de la cavidad craneal. Este órgano se describe físicamente como un
material plástico y a la vez viscoelástico, es decir, donde se combinan las propiedades de
los sólidos elásticos y de los líquidos viscosos. Esta particularidad del parénquima
nervioso le permite al órgano recuperar su configuración normal una vez liberado
quirúrgicamente de una masa compresiva —un hematoma, por ejemplo— capaz de
aumentar la presión dentro de la cavidad craneal.
De los elementos constituyentes del cerebro el agua representa 80% y se localiza
más en la sustancia gris que en la sustancia blanca. Al cerebro corresponden
aproximadamente 15% del gasto cardiaco, consume 20% del oxígeno que llega a los
pulmones y capta 10% de la glucosa de la sangre arterial.
LA SANGRE
El volumen sanguíneo intracraneal (75 ml) representa de 2 a 11 % del volumen
intracraneal total. Las arterias carótidas aportan 2/3 del volumen sanguíneo arterial y el
1/3 restante lo aporta el sistema vertebrobasilar. Por ambas carótidas circulan,
aproximadamente, 750 mi de sangre hacia el cerebro, y por las arterias vertebrales 75 mi.
El sistema vascular del cerebro está constituido por los vasos de la resistencia
(grandes arterias, pequeñas arterias, arteriolas) y los vasos de la capacitancia (lecho
capilar, vénulas, venas, senos durales).
En un sujeto normotenso, en posición horizontal, la presión medía arterial
desciende desde cerca de 90 mmHg a nivel de las arterias carótidas y vertebrales en el
cuello a 3 mmHg a nivel de las venas yugulares y vertebrales (T. W. Langfitt, 1973a).
En un estudio comparativo de la presión arterial cerebral realizado por L. Symon
(1967) en perros y monos, este autor constató que la presión arterial en el polígono de
Willis es de 80 a 95 % de la presión que existe en la arteria femoral. La mayor caída de la
presión arterial, intracranealmente, se produce a nivel de las arteriolas. La presión media
capilar, en el perro, es de 35 mmHg, siendo la caída de la presión del extremo arterial al
extremo venoso de 15 a 20 mmHg (K. Shulman, 1965).
Los vasos de la resistencia poseen una alta capacidad vasomotora y controlan el
volumen sanguíneo que circula a través del cerebro. Dichos vasos están bajo la influencia
de los cambios del metabolismo cerebral y en menor grado de la actividad nerviosa
autónoma adrenérgica y colinérgica.
Las arterias y arteriolas cerebrales son muy sensibles a los cambios de la presión
parcial de los gases sanguíneos CO2 y O2. Un incremento de la concentración arterial de
CO2, o localmente en el tejido cerebral por elevación del metabolismo, dilata los vasos
arteriales y aumenta el flujo sanguíneo cerebral. Este efecto puede deberse a una acción
directa del CO2, en forma molecular, sobre la pared vascular, o a cambios en el pH
extracelular que pueden originar reacciones vasomotoras, donde interviene también la
actividad del calcio perivascular (E. Betz y cols., 1975). La hipoxemia causa también
dilatación vascular y la hipocapnia y la hiperoxigenación tienen efectos contrarios.
Los vasos de la resistencia también son sensibles a las variaciones de la presión
arterial sistémica. Si la presión arterial aumenta, los vasos de la resistencia se contraen; si
la presión arterial disminuye, los vasos de la resistencia se dilatan. A esta forma de
responder los vasos a los cambios de la presión arterial y del metabolismo cerebral se le
denomina autorregulación, fenómeno que tiende a garantizar un flujo sanguíneo
adecuado a las necesidades metabólicas del cerebro.
Durante el mecanismo autorregulador, un cambio de presión transmural en la
arteria, a causa de una modificación de la presión arterial, se convierte en estímulo
desencadenante de un reflejo miógeno a nivel del vaso. Si la presión arterial cae, la
diferencia entre la presión intravascular y la intracraneal disminuye,
produciéndose vasodilatación. Por el contrario, si la presión arterial asciende, la
diferencia de presiones aumenta produciéndose entonces vasoconstricción. Más adelante,
en el Capítulo IV, nos referiremos nuevamente al fenómeno de la autorregulación.
Entre los factores que son capaces de alterar el fenómeno de la autorregulación
podemos mencionar la hipoxia, la hipercapnia, la isquemia, los traumatismos mecánicos
y otros.
Los vasos de la capacitancia presentan paredes finas v baja presión. La presión en
el seno sagital superior del perro es 60 % de la presión del LCR y la presión a nivel de la
prensa de Herófilo 30% (K. Shulman y G. R. Verdier, 1967}.
Y. Nakagawa y cols. (1974) opinan que a nivel de la unión del lago venoso lateral y el
seno sagital superior puede existir un mecanismo que regule la presión venosa
intracraneal.
El intercambio de líquido, iones y otros elementos entre la sangre y el tejido
cerebral se realiza a nivel del lecho capilar y venas más pequeñas, dependiendo el
volumen de líquido del parénquima cerebral de las presiones osmótica e hidrostática que
existen en el lecho intravascular y en el espacio extracelular cerebral.
Los factores que pueden alterar la distribución de presión del lecho
cerebrovascular son: los cambios en la presión del flujo arterial, los cambios en la presión
del drenaje venoso, el diámetro que existe en un momento dado de los segmentos del
sistema y la presión intracraneal.
CAPÍTULO II
Los elementos del componente intracraneal que participan en las variaciones <le
la presión intracraneal son: el tejido cerebral, el volumen circulatorio en un momento
dado y el volumen del LCR. A dichos elementos debe añadirse en situaciones patológicas
la presencia de una lesión intracraneal expansiva, de la cual adquieren especial
importancia patogénica para la presión intracraneal su velocidad de formación, su
localización y el volumen que ha alcanzado. H. W. Ryder y cols. (1953), tomando en
cuenta los factores anteriormente expresados, elaboraron la siguiente proposición para
representar el volumen intracraneal, donde la interacción de los elementos puede
determina4r alteraciones súbitas del mismo.
Vic = Vc + Vs + Vlcr + Vl
Donde:
Vlcr: volumen del LCR
Vl: volumen de la lesión
Vic: volumen intracraneal
Vc: volumen del cerebro
Vs: volumen de la sangre
Esta igualdad significa que ninguna variación de uno de los volúmenes es posible
si no es compensada por la variación en sentido inverso de uno o más de los otros
volúmenes.
La puesta en marcha de los mecanismos de amortiguación, durante les cambios
súbitos de volumen de cualquiera de los elementos que ocupan el espacio intracraneal,
logra el equilibrio.
El sistema de amortiguación está constituido por: el fondo de saco de la
duramadre lumbar, el sistema venoso craneorraquídeo y el sistema del LCR, el cual es el
más importante de los tres. La capacidad de estos elementos de ofrecer espacio
compensador es variable en volumen y en tiempo.
Los aumentos bruscos y transitorios de volumen dentro de la cavidad craneal
producen distensión del fondo de saco dural, el que puede admitir más LCR al colapsarse
las venas epidurales raquídeas a ese nivel, y aplastamiento de las venas intracraneales.
Las variaciones de volumen más lentas son compensadas por el sistema del LCR.
La variabilidad de la capacidad de compensación de los 3 elementos se debe a una
resistencia débil y moderada por parte del fondo de saco de la duramadre y del sistema
venoso respectivamente, y elevada, a la salida del LCR, a nivel del seno sagital superior.
Las resistencias de salida venosa y del LCR se representan conjuntamente por la letra R,
la cual simboliza la relación que existe entre la presión venosa cerebral y la presión del
LCR: la presión intracraneal (PIC).
En estos cambios fisiológicos que se producen en el volumen intracraneal es
necesario considerar también el comportamiento de la presión arterial (PA). P. Janny y
cols. (1974) han señalado que a medida que se produce la dilatación de una arteria
cerebral por la presión arterial, ésta se equilibra parcialmente por la resistencia elástica de
la pared del vaso (r). La parte de la presión arterial que no es equilibrada por la respuesta
parietal lo es por la resistencia R del sistema de amortiguación. Por lo tanto, la PA = R +
r. Como R es igual a la presión intracraneal se puede decir que la PA = PIC + r o que
PIC = PA - r, lo cual indica que la presión intracraneal está en equilibrio con la parte de
la presión arterial que no ha sido absorbida por la respuesta elástica de la pared.
El equilibrio puede alterarse de 2 formas: si la presión arterial permanece
constante y aumenta la presión intracraneal es necesario que r disminuya, o sea, que una
porción menos importante de la presión arterial sea absorbida por la resistencia elástica
del vaso; si, por el contrario, la resistencia elástica del vaso (r) se encuentra alterada y
absorbe una porción menos importante de la presión arterial, esto origina un aumento
proporcional de la presión intracraneal.
FACTORES RESPONSABLES DE LA PRESIÓN INTRACRANEAL
T. W. Langfitt (1973a) describe los factores responsables de la presión
intracraneal del siguiente modo:
La figura 4 representa el modelo de un paciente en decúbito lateral con una aguja
de punción lumbar en el espacio subaracnoideo unida a un manómetro espinal. El plano
de la aguja pasa por el plano medio sagital del cráneo. Si la parte más alta de la cavidad
craneal estuviese abierta, la presión que se obtiene del canal espinal es igual a la distancia
que existe entre el plano medio sagital y la pared lateral del cráneo. La presión del LCR
es en esta situación aproximadamente 70 mmH2O.
TABLA III
Donde:
Pvco: presión venosa cortical.
Plcr : presión del LCR.
Ps : presión del seno.
Pvc : presión venosa central.
En condiciones normales de presión intracraneal se considera excluida del sistema
la presión de los senos durales, por la rigidez de sus paredes.
Durante la respiración normal se producen variaciones cíclicas de la presión intracraneal,
como consecuencia de la transmisión a la cavidad craneal de las variaciones de las
presiones venosas intratorácica e intraabdominal, durante el ciclo respiratorio.
En la inspiración la presión intratorácica negativa produce descenso de la presión
del LCR ventricular, y durante la espiración te presión intratorácica se eleva produciendo
aumento de la presión ventricular (J. Hamer y cols. 1977). A estas variaciones de la
presión intracraneal relacionadas con la actividad respiratoria se les denomina pulso
respiratorio, el cual puede producir una variación en la presión del LCR de 35 mm de
solución salina (J. E. A. O'Connell, L943). El pulso respiratorio se registra como grandes
ondas sinusoidales sobreimpuestas a las pulsaciones rápidas del LCR.
Las circunstancias capaces de desencadenar el fenómeno de Valsalva (tos,
estornudo, defecación, etc.), producen variaciones de presión en el pulso respiratorio
hasta de 50 a 80 mmHg, las cuales son de corta duración.
En posición vertical la presión del LCR del hombre, en el punto más alto de la
cavidad craneal, es subatmosférica. Un cambio postural de la posición horizontal a la
posición sentada produce normalmente una redistribución del LCR en el espacio
craneoespinal. Al sujeto sentarse se produce un aumento de la presión hidrostática del
LCR en la región lumbar y al regresar al decúbito sucede lo contrario: la presión
desciende. Tanto al sentarse como al acostarse, después de aumentar o descender la
presión según el caso, se produce a los pocos segundos un nuevo aumento de la presión,
de carácter transitorio, el cual refleja un incremento del volumen sanguíneo cerebral por
el cambio postural.
Durante un registro simultáneo de la presión intracraneal en las regiones lumbar y
ventricular al adoptarse la posición sentada, B. Magnaes (1976, 1978) observó que en la
inscripción de las presiones se produjeron 2 cambios: uno primario y otro secundario
(Fig. 12).
El cambio primario de la región lumbar se dirige en dirección contraria al cambio
de la región ventricular. La presión en la región lumbar asciende mientras que a nivel
ventricular desciende. Estos cambios primarios en la presión hidrostática del LCR
reflejan el desplazamiento súbito de la columna líquida en sentido caudal bajo la acción
de la fuerza de la gravedad.
Los cambios secundarios que se producen segundos después lo hacen en la misma
dirección en ambas presiones. Los mismos son atribuidos a los cambios en la presión del
LCR por el aumento transitorio del volumen sanguíneo cerebral, como ya se señaló.
Otros factores que afectan la presión intracraneal con las variaciones de la
posición corporal son: los cambios de la presión arterial, la compliancia de la pared
torácica, la ventilación a presión positiva y la resistencia en el drenaje venoso (A. H.
Ropper y cols., 1982).
Fig. 12 Registro simultáneo de las presiones lumbar y ventricular al sentarse
Cambio primario: la presión lumbar se dirige en dirección contraria a la presión
ventricular. Cambio secundario: ambas presiones se dirigen en igual dirección.
(Figura tomada y modificada de B. Magnaes, 1978.)
El edema cerebral que hemos descrito, "edema húmedo" según los primeros
patólogos, es necesario diferenciarlo de la llamada tumefacción cerebral (brain
swelling) o "edema seco", en el cual el cerebro aumenta de tamaño por incremento del
volumen sanguíneo cerebral, como se observa en la hipercapnia y la anoxia. Para T. W.
Langfitt (1977), la tumefacción cerebral significa el cerebro turgente por un aumento del
compartimiento vascular o por la presencia de hemorragias pequeñas y múltiples, y en el
cual puede existir edema.
En la clasificación del edema cerebral algunos autores incluyen un tipo de edema
al que denominan intersticial o hidrocefálico. En este edema, sin alteración de la barrera
hematoencefálica y con permeabilidad capilar conservada, existe un aumento del líquido
extracelular, principalmente en la sustancia blanca periventricular.
Existen 2 mecanismos por los cuales un aumento del volumen sanguíneo cerebral
puede contribuir al aumento de la presión intracraneal: la vasodilatación a nivel
arteriolocapilar (Fig. 14) y la estasis local o general en el sector venoso (Fig. 15).
La vasodilatación arteriolocapilar se produce si aumenta la presión arterial del
bióxido de carbono (hipercapnia), si disminuye la presión parcial arterial del oxígeno
(hipoxemia) y si asciende la presión arterial sistémica en un enfermo con alteración de la
autorregulación cerebral. En el rango de PaCO2 de 20 a 80 Torr, el flujo sanguíneo
cerebral cambia en 2 ml para cada 100 g de tejido por cada cambio de 1 Torr de CO2.
Esto significa que en un cerebro normal que pese 1 400 g se produce un aumento de 33
ml en su volumen sanguíneo total (H. M. Shapiro, 1975).
El aumento del volumen sanguíneo cerebral no produce aumento significativo de
la presión intracraneal si la autorregulación está conservada y el sistema de
amortiguación funcionando; pero si uno o ambos sistemas están trastornados, en un
paciente que presenta aumento de la presión intracraneal el incremento de la PaCO2
puede aumentar la presión a niveles peligrosos y agravar el estado clínico del enfermo.
La hipertensión arterial es otro fenómeno que puede contribuir al aumento de la
presión intracraneal. El aumento de la presión intracraneal por hipertensión arterial ha
sido observado por los neurocirujanos durante intervenciones quirúrgicas cercanas al III o
IV ventrículo. S. Ishii (1966) atribuye el aumento de la presión intracraneal, por
expansión del lecho vascular, a la interrupción neural de estímulos inhibidores del centro
vasomotor, los cuales, originados en la parte rostral del cerebro (hipotálamo), liberan los
centros facilitadores que están localizados más caudalmente.
La presión intracraneal puede aumentar también en aquellos pacientes hipertensos
con disfunción de su sistema de autorregulación. En estos casos, un aumento importante
de la presión arterial ocasiona un incremento del flujo sanguíneo cerebral. La distensión
máxima que se produce en los capilares eleva la presión intracraneal. Si ya está alterada
la barrera hematoencefálica, el aumento de la presión hidrostática en los vasos de la
capacitancia ocasiona extravasación de líquido plasmático al espacio extracelular
produciendo edema cerebral, el cual contribuye a aumentar más la presión intracraneal,
ya de por sí elevada.
El estancamiento de la circulación en el sector venoso es la otra causa del
aumento del volumen sanguíneo cerebral, que es capaz de alterar la presión intracraneal.
La estasis venosa puede ser localizada, como la que se observa en la vecindad de los
meningeomas parasagitales que invaden el seno sagital superior y las tromboflebitis
cerebrales. Un trastorno hemodinámico venoso más difuso es el relacionado con las
enfermedades que aumentan la presión venosa en la vena cava superior o en la aurícula
derecha.
Los cambios del equilibrio ácido-básico cerebral y de la pCO2 intersticial,
ocasionados por la alteración circulatoria venosa, son factores fisiopatológicos que se
suman y contribuyen al aumento de la presión intracraneal.
Fig. 23 Corte de los hemisferios cerebrales y del tronco cerebral de un gato sometido a
compresión cerebral por un balón.
Fig. 24 Marcada dilatación y congestión de los vasos de un surco de la corteza
cerebral. Signos de edema cerebral. (Plata metenamina contrastada con H.E., 100 x.)
Ondas B
Las denominadas ondas B (Fig. 28) son ondas de amplitud mayor que la presión
intracraneal media, alcanzan de 30 a 40 mmHg, con frecuencia de 0,3 a 3/min. En su
patogenia interviene el fenómeno vasomotor. Su aparición coincidente con la respiración
periódica o de Cheyne-Stokes sugiere que ambas manifestaciones reflejan una disfunción
del tronco cerebral.
Ondas C
El tercer tipo de onda observado en la hipertensión intracraneal es el que
corresponde a la llamada onda C, de 20 a 25 mmHg de amplitud (Fig. 29). Su frecuencia
es de 6 a 12/min. Está relacionada con las variaciones rítmicas de las ondas vasomotoras
de la presión arterial sistémica (ondas de Traube-Hering-Mayer). La significación de las
ondas C no está precisada. Tanto las ondas B como las C se han observado en personas
normales.
El efecto positivo del ascenso de la tensión arterial se atribuye más a la acción directa
de la descarga de las catecolaminas en los beta receptores de las arteriolas piales, que al
aumento en sí de la presión arterial.
En esta tercera etapa de la evolución del flujo sanguíneo cerebral en la hipertensión
intracraneal, se pierde la autorregulación y se trastorna seriamente la perfusión tisular
cerebral. Se produce acidosis y parálisis vasomotora, por lo que se pierde el tono
constrictor de los vasos cerebrales, los cuales no responden ante un aumento de la presión
arterial sistémica o una variación de la PaCO2. La carga de presión arterial se libera en el
sistema de capacitancia y se producen trastornos marcados del metabolismo cerebral
oxidativo, los que originan disminución tisular de glucosa, ATP y fosfocreatina y
aumento de AMP y lactato.
El aumento de la presión hidrostática y el daño de la barrera hematoencefálica, como
consecuencia de la parálisis vasomotora, producen edema cerebral, el que ocasiona más
aumento de la presión intracraneal, agravamiento del estado de hipoxia y de acidosis,
reforzamiento del estado paralítico de los vasos y evolución hacia la cuarta etapa, en la
cual existe un estado de descompensación terminal.
J. Löfgren y cols. (1973) consideran que la relación que existe entre el cambio de
volumen y el cambio de presión está determinada fundamentalmente por las propiedades
elásticas de los espacios líquidos dentro del cráneo, interviniendo la resistencia (elástica)
de las paredes del continente a ser deformadas, las fuerzas elásticas que son inducidas
durante la adición de volumen, las particularidades geométricas del sistema, la resistencia
por fricción de los componentes viscosos y el tiempo en que se produce la deformación.
Existen opiniones diferentes sobre los mecanismos básicos que intervienen en la
respuesta de la presión del LCR al cambio de su volumen.
H. W. Ryder y cols. (1953) consideran que al añadir o extraer líquido al sistema
del LCR, el cambio de presión se debe a una variación recíproca del volumen sanguíneo
craneoespinal.
K. Shulman y A. Marmarou (1971) opinan que el mecanismo básico es la
compresión del sector venoso.
Para J. Löfgren y N. N. Zwetnow (1973a y b) la curva volumen-presión está
determinada por los efectos de la distensión y compresión del compartimiento vascular
cerebral.
A. Marmarou y cols. (1978) basándose en una hipótesis en forma de ecuaciones
matemáticas, verificadas en el animal experimental, consideran que en la respuesta de la
presión del LCR, ante un incremento de volumen, intervienen 4 factores: la velocidad con
que se produce el LCR; la compliancia, es decir, la relación exponencial entre la presión
y el volumen del LCR; la resistencia a la salida del LCR, y la presión en el seno venoso.
Según C. J. J. Avezaat y cols. (1980) la adición rápida de volumen al
compartimiento del LCR causa compresión del sistema venoso y aumento de la
resistencia al drenaje en ese sector. Como el flujo arterial permanece sin afectarse, se
origina un aumento del volumen de sangre intracraneal y, por lo tanto, un incremento
correspondiente de la presión del LCR.
E. I. Paltsev y E. B. Sirovsky (1982) entienden que la respuesta no depende
solamente del desplazamiento pasivo de líquidos en la cavidad craneal ni de las
propiedades elásticas de las bioestructuras del sistema craneoespinal, sino
fundamentalmente de la existencia de mecanismos reguladores activos del sistema
intracraneal y los sistemas fisiológicos relacionados con ellos.
Cualquiera que sea el mecanismo fisiológico de la respuesta volumen-presión es
necesario tener en cuenta que en éste interviene, además de los cambios vasculares y la
deformación del tejido cerebral por su visco-elasticidad, el desplazamiento del LCR
desde la cavidad craneal hacia el compartimiento espinal y su salida de este último
espacio.
J. Löfgren y N. N. Zwetnow (1973b) y Löfgren y cols. (1973) después de
investigar la RVP en perros a los que se les produjo previamente un bloqueo espinal a
nivel de C1, llegaron a la conclusión de que la curva volumen-presión está integrada por
2 componentes: una curva volumen-presión craneal y una curva volumen-presión espinal.
Para estos autores, la curva volumen-presión craneal se relaciona principalmente con los
cambios de volumen del sector cerebrovascular venoso. La curva volumen-presión
espinal está relacionada con los cambios en el volumen total del .sistema craneoespinal,
principalmente con la variación del grado de llenado del fondo de saco dural lumbar, el
cual está bajo la influencia de los cambios de volumen del sistema venoso extradural
intrarraquídeo.
De la variación de volumen del sistema craneoespinal 70 % se efectúa en el sector
espinal y 30 % en el sector craneal. Cuando la presión intracraneal es alta —mayor de
20mmHg— todo volumen adicional al volumen craneoespinal se distribuye entre las 2
subdivisiones del sistema.
P. Leech y J. D. Müler (1974a, b y c) al estudiar la respuesta volumen-presión
ventricular en monos, a los que les inyectaban de forma intermitente 0,05 ml de solución
salina dentro del ventrículo lateral, sometidos a compresión cerebral por un balón
extradural supratentorial, hallaron una correlación positiva entre el aumento de presión
del líquido ventricular y el aumento en la respuesta volumen-presión, y entre ésta y el
volumen del balón. También en dicho estudio los autores observaron una correlación
lineal entre la presión de perfusión cerebral y el flujo sanguíneo cerebral y la respuesta
volumen-presión.
En el estudio de las propiedades elásticas del sector del LCR craneoespinal
mediante la respuesta volumen-presión, los investigadores utilizan 2 conceptos a los
cuales nos referiremos seguidamente: la elastancia y la compliancia.
ELASTANCIA (ELASTANCE)
La elastancia es el cambio que ocurre en la presión intracraneal con el cambio de
unidad del volumen del LCR en un punto particular de la curva volumen-presión (H. G.
Sullivan y cols., 1977).
La elastancia se expresa por la relación dP/dV (mmHg/ml). Ésta es una medida
que nos indica el grado de resistencia del sistema del LCR frente a una lesión expansiva o
al aumento de volumen del propio cerebro. Dicho índice nos informa de la magnitud del
cambio que se produce en la presión para un determinado cambio de volumen.
Al estudiar la curva volumen-presión se debe tener en cuenta que en la misma
existen 2 elastancias, una de baja presión y otra de alta presión (Fig. 31).
Donde:
∆V: volumen de líquido inyectado.
K: constante referida al IPV.
Pp: presión intracraneal pico en respuesta cisternal.
Po: presión intracraneal inicial.
Donde:
tPlcr: presión del LCR en el tiempo t.
tPeq: presión de equilibrio del espacio del LCR en el tiempo t.
t∆VL: volumen de carga al espacio del LCR en el tiempo t.
tVt: volumen total del espacio del LCR en el tiempo t.
tVeq: volumen de equilibrio del espacio del LCR en el tiempo t.
La presión de equilibrio del espacio del LCR (Peq) se ha definido como sigue:
Ro = Pot__________ (7)
IPV Log Pt (Pp - Po)
Pp (Pt – Po)
Donde:
Pt: presión del LCR después de la inyección en el tiempo t.
Po y Pp: fueron definidas en la ecuación (1).
Fig. 35 La presión del pulso del LCR es una respuesta de presión (AP) al aumento
transitorio del volumen sanguíneo intracraneal durante un ciclo cardíaco (AV). La forma
exponencial de la curva volumen-presión explica por qué la presión del pulso del LCR
aumenta con el aumento de la presión intracraneal.
(Figura tomada de C. J. Avezaat y cols., 1979.)
El cálculo de la amplitud de la presión correspondiente al pulso del LCR,
mediante un programa por computadora, para establecer rápidamente la elastancia del
sistema intracraneal, fue reportado en 1977 por J. Szewczykowski y cols. Estos autores,
al correlacionar la presión del pulso del LCR con la presión intracraneal media,
obtuvieron una curva de la amplitud-presión (curva Amp-P) constituida por 2 líneas
rectas con diferentes inclinaciones, una más horizontal que corresponde a la elastancia
constante (de baja presión) y una más indinada que representa la elastancia de alta
presión. El punto de intersección de las 2 líneas marca el límite entre los 2 diferentes
niveles de compensación intracraneal (Fig. 36).
R: ∆P (mmHg)
∆V (ml/min)
IPV: ________∆V_________
log 10 Pp_____
Po
Donde :
t2: tiempo transcurrido.
Po: presión inicial (antes de la inyección).
p2: presión instantánea en la recuperación del declive (slope) en el tiempo transcurrido.
Pp: presión pico inducida por la inyección de volumen.
Fig. 37 Fotografía de un gato con exposición de la caleta craneal listo para realizar la
craniectomía, durante la preparación «para producir compresión cerebral por un balón e
hipertensión intracraneal. (Foto del autor.)
Se han empleado diferentes tipos de balones, entre los cuales podemos mencionar
los siguientes:
El área de colocación del balón varía según el objetivo del experimento. Con más
frecuencia se coloca en el compartimiento supratentorial, subdural o extradural, en la
línea media, o sobre el lóbulo frontal, parietal o temporal (Fig. 39). Pocas veces se ha
usado en el compartimiento infratentorial sobre el hemisferio cerebeloso o en el ángulo
pontocerebeloso.
Las variables y los hechos que más frecuentemente han sido investigados por los
diferentes autores consultados, que emplean este modelo, son:
— Registro — mediante transductores de presión — de la presión intracraneal en el
ventrículo lateral, espacio extradural o subdural, parénquima cerebral, cisterna magna
y espacio subaracnoideo lumbar.
— Registro de la presión arterial y de la presión venosa en diferentes arterias y venas,
intra y extracraneales.
— Electroencefalograma, electrocorticograma y potenciales evocados.
— Electrocardiograma.
— Frecuencia respiratoria mediante neumógrafo o electrodos implantados en el
diafragma.
— Temperatura rectal.
— Flujo sanguíneo cerebral total, regional o local, mediante isótopos radiactivos (I131,
Cr51, Kr85, Xe133). Flujo carotídeo mediante fluorómetro electromagnético.
— Volumen sanguíneo cerebral.
— Valoración de la autorregulación cerebral, registrando si se producen o no cambios en
el flujo sanguíneo cerebral, aumentando o disminuyendo la presión arterial con
algunas de las siguientes drogas: angiotensina, metaraminol, fenilefrina a 1%,
trimetafan, o por inhalación de CO2 a 5 ó 10%, inhalación de oxígeno puro,
hiperventilación o hipoventilación.
— Integridad de la barrera hematoencefálica.
— Observación de los vasos cerebrales corticales mediante microscopio.
— Estudio de la circulación cerebral por angiografía y de la microcirculación post
mortem con carbón, sulfato de bario o tinta china.
— Hemogasometría arterial y venosa.
— Registro de presión parcial de gases en el LCR mediante analizador radiométrico.
— pH en sangre y en LCR.
— Nivel de concentración de la hemoglobina.
— Estudios bioquímicos: agua tisular, iones, ácidos grasos libres, lactato, piruvato,
bicarbonato, fosfolípidos, ÁTP, ADP, AMP, y actividad de enzimas.
— Estudios histológicos con el microscopio de luz y/o el microscopio electrónico.
Digamos, por último, que el modelo experimental de compresión cerebral por balón
tiene actualmente plena vigencia, es de particular interés para el neurocirujano y ofrece
perspectiva a aquellos interesados en el estudio experimental de los procesos
relacionados con la presión intracraneal y sus alteraciones.
CAPÍTULO VII
Cefalea
La cefalea, el vómito y el papiledema, constituyen los 3 síntomas clásicos del
síndrome de hipertensión intracraneal.
El dolor de cabeza es el primer síntoma que presentan de 20 a 50 % de los
pacientes que padecen de un tumor intracraneal y el más relevante durante todo el curso
de la evolución de la enfermedad. Frecuente en las lesiones expansivas de la fosa
posterior, la cefalea se registra en 80 a 90 % de los enfermos con tumores del encéfalo
(W. T. Peyton y cols., 1966; H. Heyck, 1959).
Las particularidades de la cefalea, durante el aumento de la presión intracraneal,
se han estudiado principalmente en el transcurso de los tumores cerebrales, variando de
un caso a otro.
La cefalea puede manifestarse de formas diferentes; pulsátil, constrictiva, urente, con una
evolución intermitente o continua, asociada a cambios posturales segmentarios como
sucede con la cefalea que aparece al mover la cabeza en los quistes coloides del III
ventrículo y craneofaringeomas, o en forma de crisis dolorosas paroxísticas violentas
sugestivas de una hidrocefalia obstructiva. A veces el dolor de cabeza, aunque presente,
queda relegado a un segundo plano ante la presencia de sintomas que recaban más la
atención del enfermo. Todo lo que sea capaz de aumentar la presión venosa intracraneal
(la tos, el estornudo, el esfuerzo para defecar) y, por ende, aumentar la presión de LCR,
exacerba el dolor de cabeza. Despierta sospecha de hipertensión intracraneal la cefalea
que aumenta durante la noche para aliviarse en la mañana después de levantarse el
enfermo. Este aumento nocturno del dolor de cabeza se debe a la vasodilatación
cerebral con incremento del flujo sanguíneo cerebral que se produce al aumentar la
PaCO2 durante el sueño.
De acuerdo con las estructuras encefálicas sensibles que reafectan por la causa
desencadenante de la cefalea, el dolor puede localizarse en diferentes regiones: frontal,
occipital, tomar todo el hemicraneo, o no tener una localización precisa.
La cefalea frontal y ocular ipsolateral es signo de irritación trigeminal. El dolor en
y por detrás de la oreja señala afectación de los nervios glosofaríngeo y vago, y el que se
localiza en la región occipital y en la nuca se debe al estímulo de las 3 primeras raíces
cervicales. Es necesario recordar que la cefalea occipital puede ser, además de una
manifestación de lesión expansiva en la fosa posterior, señal de que existe una hernia del
lóbulo temporal por una lesión expansiva supratentorial.
Cuando existe hipertensión intracraneal y en el fondo de ojo no se constata
papiledema, la localización de la cefalea tiene valor para situar topográficamente la lesión
en 30 % de los casos.
La cefalea fue atribuida por Cushing a compresión de la duramadre, por
Alajouanine y Thurel a vasodilatación cerebral y por Elsberg y Sutterland a la distensión
del sistema del LCR a nivel cisternal o ventricular (M. David y cols., 1961).
Actualmente, la mayoría de los autores coinciden con H. G. Wolff (1953), quién
considera que la cefalea se debe a la tracción de estructuras intracraneales sensibles
adyacentes o distantes a la lesión: grandes arterias y venas cerebrales, arteria meníngea
media y sus ramas, senos de la duramadre, duramadre de la base craneal, nervios
craneales V, IX, X y los 3 primeros nervios cervicales.
Vómitos
El vómito puede ser el síntoma inicial en 10% de los enfermos con tumores
cerebrales o presentarse durante el transcurso de la enfermedad en 70 % (W. T. Peyton y
cols., 1966). Habitualmente, los vómitos aparecen sin precederse de náusea y sin guardar
relación con la ingestión de alimentos. Son más frecuentes en la segunda mitad de la
noche, en la mañana y cuando la cefalea aumenta, señal de una hipertensión intracraneal
intensa o de una etapa avanzada de la enfermedad. El llamado vómito en proyectil,
supuestamente típico de hipertensión intracraneal, es infrecuente.
El vómito durante el aumento de la presión intracraneal puede deberse más al
desplazamiento del tronco cerebral con sufrimiento bulbar que al aumento de la presión
del LCR en sí. En los tumores del IV ventrículo el vómito es un síntoma que adquiere
valor para la localización de la lesión.
Vértigo
La disfunción vestibular de la hipertensión intracraneal puede manifestarse en
forma de mareo, vahído, vértigo, sensación de desvanecimiento e inestabilidad. Estos
síntomas aparecen más frecuentemente en las lesiones expansivas de la fosa posterior y
se deben, al parecer, a una estasis o edema del laberinto por transmisión al oído interno
de la presión, aumentada, del LCR.
Trastornos psíquicos
En la hipertensión intracraneal y 20 % de los tumores cerebrales pueden
constatarse alteraciones mentales tales como: inatención, indiferencia, desinterés,
fatigabilidad, pérdida de la actividad espontánea, enlentecimiento de la ideación y
trastornos de la memoria y de la orientación. Otras veces los cambios de la personalidad
se manifiestan por inestabilidad emocional o irritabilidad (W. T. Peyton y cols., 1966).
Cuando la hipertensión intracraneal es intensa puede haber una disminución de
toda la actividad psíquica, el enfermo estar en estupor y evolucionar hacia el coma.
En las alteraciones antes mencionadas tiene particular importancia patogénica la
localización de la lesión que origina el aumento de la presión intracraneal.
Convulsiones
Las convulsiones generalizadas no son de rara presentación durante un aumento
rápido de la presión intracraneal, posiblemente causadas por anoxia cortical. Las crisis de
tipo tónicas con hiperextensión de las 4 extremidades, obedecen a descargas neuronales
de la región mesencéfalo-pontina del tallo cerebral por isquemia transitoria (W. Penfield,
1941).
Las convulsiones ocurren en 15 a 30 % de los tumores cerebrales en general y en
70 % de los meningeomas de la convexidad cerebral y de los astrocitomas cerebrales (W.
T. Peyton y cols., 1966).
Las crisis convulsivas dependen más de la localización y evolución de la lesión
que de su característica histológica.
Papiledema
El papiledema constituye el signo clínico más importante de la hipertensión
intracraneal, aunque su ausencia no excluye la existencia de un aumento de la presión del
LCR. La presencia de hipertensión intracraneal con ausencia de papiledema puede estar
relacionada con particularidades anatómicas del nervio óptico, del espacio intervaginal
que rodea al nervio o de la papila (T. W. Langfitt, 1982).
El edema papilar se presenta aproximadamente en 80 % de los tumores
intracraneales, siendo escaso en los astrocitomas cerebrales de crecimiento lento, en los
meningeomas pequeños de la convexidad de los hemisferios cerebrales y en los
adenomas hipofisarios.
En los pacientes con un grado avanzado de miopía, en los que presentan una
atrofia óptica previa y en los ancianos, la estasis papilar se observa raramente.
El papiledema puede ser unilateral o bilateral. En el primer caso constituye signo
de un tumor intracraneal basal situado en el lado opuesto, según W. R. Gowers (1893)
mencionado por F. E. Lepore (1982). El edema de la papila puede cursar sin ningún
síntoma visual o con trastornos tales como: crisis de oscurecimiento de la visión, de
segundos o más tiempo de duración, que afectan a uno o a ambos ojos de forma alterna, y
que pueden presentarse varias veces durante el día, disminución de la agudeza visual,
defectos del campo visual y ceguera.
La disminución de la visión en el transcurso del papiledema se ha atribuido a las
siguientes causas: al papiledema en sí, a la diplopía, a la atrofia del nervio óptico y al
defecto del campo visual (W. T. Peyton y cols., 1966).
Otros factores patogénicos que se han señalado son: distensión del III ventrículo
la cual ejerce presión directa sobre el quiasma óptico, hernia del lóbulo temporal (gyrus
hipocámpíco) con compresión de la arteria cerebral posterior, espasmos transitorios de las
arterias de la retina, compresión del nervio óptico, trastornos de la acomodación
y acción irregular de los músculos extraoculares e isquemia de la cabeza del nervio
óptico (S. S. Hayreh, 1977).
En el examen oftalmológico la manifestación más temprana del papiledema es,
para algunos, el edema de las fibras del nervio óptico. Otros consideran la pérdida del
pulso venoso de la vena central de la retina como el signo más temprano. Posteriormente
se instalan los cambios vasculares de la retina constituidos por hiperemia de la papila,
congestión venosa, ausencia de pulsación de las venas, formación de microaneurismas,
hemorragias lineales o en llamas y presencia de exudados. En el examen
pericampimétrico se puede constatan aumento de la mancha ciega, escotoma central,
hemianopsia homónima y contracción periférica de los campos visuales (S. S. Hayreh,
1977).
Diversas hipótesis se han propuesto para explicar la causa del papiledema desde la
mitad del siglo XIX hasta el presente, entre las cuales podemos mencionar:
— Congestión de las venas de la retina, a causa de la presión ejercida por el tumor
cerebral en el seno cavernoso, según Von Grafe (1860) (S. S. Hayreh, 1977; F. E.
Lepore, 1982).
— Inflamación edematosa del nervio óptico por un material tóxico originado por la
enfermedad intracraneal, según Gowers y Leber (F. E. Lepore, 1982).
— Transmisión de la presión aumentada del LCR a la vaina del nervio óptico, según
Cushing y Bordley (1909) (F. E. Lepore, 1982).
— Compresión de la vena central de la retina y obstrucción de la corriente linfática,
según Patón y Holmes (1911) (F. E. Lepore, 1982). Actualmente se considera que la
compresión de la vena central de la retina no ocurre donde dicha vena atraviesa el
espacio perineural del nervio óptico, sino a 1 cm por detrás del globo ocular.
— La diferencia que se produce entre la presión vascular y la presión tisular en la papila,
según Hedges (1975) (S. S. Hayreh, 1977).
— La transmisión del aumento de la presión del LCR al nervio óptico, lo que origina un
incremento de la presión intersticial en éste, produciendo enlentecimiento del flujo
axoplásmico y finalmente edema del disco óptico (S. S. Hayreh, 1977).
Alteraciones de la respiración
Las alteraciones de la frecuencia respiratoria constituyen una de las primeras
señales de aumento de la presión intracraneal. En esta situación el patrón respiratorio está
relacionado con el nivel de disfunción axial del neuroeje: respiración de Cheyne-Stokes
en la etapa diencefálica, hiperventilación en la etapa mesencefálica-protuberancial y
respiración apnéustica y atáxica en la fase bulbar.
HERNIAS CEREBRALES
Las hernias cerebrales constituyen una complicación de la hipertensión
intracraneal. Consisten en un desplazamiento de determinadas partes del encéfalo a través
de espacios o hendiduras de la duramadre craneal y del agujero occipital (Fig 40). Dichas
hernias pueden presentarse en el transcurso de los tumores cerebrales, hematomas
intracraneales, hidrocefalia, edema cerebral, abscesos cerebrales u otras lesiones capaces
de reducir la compliancia intracraneal y aumentar la presión del LCR.
Fig. 40 Representación esquemática de una hernia del lóbulo temporal izquierdo a través
de la hendidura del tentorium y de una hernia de las amígdalas cerebelosas a través del
foramen magno, por un hematoma extradural izquierdo (visto por detrás).
En pacientes fallecidos, en los cuales se comprobó hernia del lóbulo temporal o de
las amígdalas cerebelosas, G. E. Kaufmann (1970) halló, antes de que éstos murieran, una
diferencia de presión del LCR de 10 mmHg entre el ventrículo lateral y la región cervical.
Las hernias cerebrales más importantes en clínica neuroquirúrgica son (D. A.
Howell, 1959):
Síntomas y signos de compresión de la parte superior del tronco cerebral por hernia
del lóbulo temporal
Al comienzo pueden existir vómitos, aumento de la cefalea, y rigidez de la nuca.
Posteriormente:
Síntomas y signos de compresión de la parte inferior del tronco cerebral (bulbo) por
hernia de las amígdalas cerebelosas
Son los siguientes:
— Dolor suboccipital o interescapular.
— Rigidez de la nuca.
— Diplopía, disfagia, sordera, nistagmo y parálisis facial.
— Cuadriplejía fláccida y arreflexia.
— Respiración lenta, superficial o pare respiratorio súbito.
— Hipotensión arterial.
— Accesos agudos de hidrocefalia que producen cefalea intensa, sordera, amaurosis,
confusión y pérdida del conocimiento si ocurre compresión de la parte superior del
tronco cerebral. Estas crisis de hidrocefalia son bastante comunes en las hernias de las
amígdalas cerebelosas.
Respuesta presora
El aumento de la presión intracraneal produce incremento de la presión arterial
cuando la presión del LCR alcanza la presión arterial diastólica, la presión arterial
sistólica o la presión arterial media, según diferentes opiniones (S S. Hayreh y J.
Edwards, 1971).
La respuesta presora sistémica se manifiesta con frecuencia en una etapa
avanzada de la hipertensión intracraneal, aunque puede aparecer más tempranamente en
caso de compresión cerebral aguda con distorsión del tronco cerebral y cuando la presión
de perfusión cerebral está por debajo de 30 a 50 mmHg (N. N. Zwetnow, 1968).
Se han emitido las siguientes hipótesis para explicar la patogenia del aumento de
la presión arterial sistémica durante el aumento de la presión intracraneal:
— Respuesta neurogénica desencadenada por los siguientes estímulos: isquemia,
hipoxia, estímulos mecánicos a nivel del bulbo o de otras áreas del neuroeje.
— Estimulación cardíaca.
— Respuesta neurohumoral.
Alteraciones pulmonares
La hipertensión intracraneal es capaz de producir, con la "tormenta
hemodinámica" que desencadena, edema hemorrágico pulmonar. Este tipo de edema,
calificado como neurogénico, ha sido observado también durante la hipoxia cerebral y las
lesiones hipotalámicas, y se ha podido lograr experimentalmente mediante la
estimulación de núcleos hipotalámicos, destrucción bilateral del núcleo preóptico,
inyección intracisternal de fibrina o endotoxina, inyección intracerebral de dextrosa a 5 %
y Ringer-lactato, compresión cerebral por un balón subdural e inyección de solución
salina y sangre en la cisterna magna (T. B. Ducker, 1968a y b; F. J. Colgan y cols., 1983).
Dentro de ese contexto experimental podemos mencionar los trabajos de G. S.
Campbell y M. B. Visscher (1949) y G. S. Campbell y cols. (1949) quienes hallaron, en
el cobayo y en el perro sometidos a compresión cerebral por un balón, hemorragia,
congestión y edema pulmonares en el primero, y bradicardia, disminución del gasto
cardíaco, aumento de las presiones arterial y venosa pulmonares, depresión respiratoria y
apnea en el segundo. Los autores atribuyen las alteraciones pulmonares a un aumento del
tono vagal, ya que la vagotomía, antes de aumentar la presión intracraneal, disminuyó
significativamente los hallazgos patológicos en el pulmón y la administración de atropina
revertió dichos cambios.
El aumento de las presiones vasculares a nivel del pulmón, tanto arterial como
venosa, y la producción de edema masivo, fueron confirmados experimentalmente por T.
B. Ducker (1968a y b) mediante el aumento de la presión intracraneal en perros y monos
por los métodos del balón y de la inyección de solución salina en el espacio
subaracnoideo.
Explorando los mecanismos neurales que intervienen en la producción del edema
y la hemorragia pulmonares, en ratas sometidas a compresión cerebral, H. I. Chen y cols.
(1973) investigaron los efectos de la adrenalectomía, la sección del tronco cerebral, la
vagotomía cervical y la sección medular a nivel de C7-C8. Para ellos, la sobreactivación
simpática en el bulbo y quizás también en la médula espinal origina el edema pulmonar,
sin que centros superiores, incluyendo el hipotálamo, sean esenciales en su mecanismo de
producción.
Actualmente la concepción patogénica del edema pulmonar neurogénico más
comúnmente aceptada es la siguiente:
La hipertensión intracraneal origina, mediante una estimulación de las vías
simpáticas, liberación de catecolaminas, vasoconstricción periférica y aumento de la
presión arterial sistémica. A nivel del corazón se produce una sobrecarga ventricular
izquierda y aumento de la presión en la aurícula ipsolateral y a nivel del pulmón
incremento de la presión de la arteria y las venas pulmonares y de la presión hidrostática
del capilar pulmonar con aumento de la permeabilidad del endotelio del capilar y
extravasación de suero y sangre al espacio intersticial del pulmón (J. T. Hoff y cols.,
1981). Otros factores posibles que pueden contribuir al edema pulmonar son la reducción
de la presión osmótica coloidal de la sangre, la reducción de la presión mecánica tisular y
la interferencia en el flujo linfático pulmonar (T. B. Ducker, 1968).
Se ha considerado que el edema pulmonar neurogénico se relaciona directamente
con la hipertensión arterial sistémica que se produce durante la hipertensión intracraneal.
Sin embargo, últimamente se opina que no es necesaria la presencia de hipertensión
arterial para que se produzca el edema del pulmón (G. Moss y cols., 1972; J. T. Hoff y
cols., 1981). En este caso, la vasoconstricción pulmonar sería un efecto directo de la
descarga simpático-adrenérgica en el pulmón, originada en centros neurales del encéfalo,
y la hipertensión a nivel de la arteria pulmonar, el factor primario más importante en el
mecanismo productor del edema (J. García-Uria y cols., 1981).
Finalmente, la hipoxemia arterial que acompaña a la hipertensión intracraneal, y
que ha sido atribuida también a la hipertensión arterial sistémica (D. H. Wood y R. M.
Millis, 1977), se considera relacionada con el shunt intrapulmonar y con el grado de
hipoventilación existente a causa de la depresión respiratoria central (R. A. Moody y
cols., 1969; S. Jennett y J. T. Hoff, 1975, 1976, 1978).
El trastorno ventilatorio y de perfusión pulmonar y el aumento del gasto cardíaco
con disminución de la frecuencia del corazón, contribuyendo a la crisis hemodinámica,
favorecen la producción de hipoxemia e hipercapnia, las que, a su vez, producen
vasodilatación cerebral, aumento de] volumen sanguíneo cerebral y, por ende, más
aumento de la presión intracraneal. De esta forma se crea un círculo vicioso entre la
presión intracraneal y los cambios hemodinámicos cerebrales por una parte y las
alteraciones sistémicas cardiovasculares, pulmonares y hemogasométricas por otra (Fig.
42).
Primera etapa
En esta etapa existe reducción del volumen del contenido intracraneal, mediante
desplazamiento del LCR y quizás de la sangre, para acomodar el nuevo volumen. No se
observan signos de cambios hemodinámicos cerebrales. Las manifestaciones clínicas
están ausentes.
Segunda etapa
Constituye un período de subcompensación. La presión intracraneal se eleva,
apareciendo ondas de presión. El flujo sanguíneo cerebral se reduce. Comienzan a
aparecer los síntomas de la hipertensión intracraneal: enlentecimiento del pulso y la
respiración, distensión y tortuosidad de las venas retinianas, aumento ligero de la presión
arterial y síntomas cerebrales focales.
Tercera etapa
Es el período de descompensación. La presión intracraneal está marcadamente
elevada y existe desplazamiento y herniación de diferentes partes del cerebro. El flujo
sanguíneo cerebral no disminuye de forma crítica al principio (electroencefalograma
mantenido), pero luego se reduce notablemente (electroencefalograma plano), existiendo
además pérdida del tono vasomotor cerebral. Los síntomas y signos de la hipertensión
intracraneal son evidentes: papiledema, pulso lento, respiración de Cheyne-Stokes y
aumento de la presión arterial.
Cuarta etapa
Es el período terminal. La parálisis vasomotora y la descompensación cerebrovascular
son completas. Todos los síntomas reflejan el colapso bulbar: pulso débil, respiración
irregular, caída de la presión arterial, shock.
Fig. 42 Interrelación entre los cambios hemodinámicos cerebrales y los
trastornos cardiovasculares y pulmonares en la hipertensión intracraneal aguda.
P: presión.
PPC: presión de perfusión cerebral.
FSC: flujo sanguíneo cerebral.
BHE: barrera hematoencefálica.
VSC: volumen sanguineo cerebral.
PVC: presión venosa cerebral.
PA: presión arterial.
Flecha arriba: aumento
Flecha abajo: disminución.
Resp.: respuesta.
(*): Etapa avanzada de afectación pulmonar.
CAPÍTULO VIII
En el adulto:
Ventriculografía y neumoencefalografía
La aparición de la tomografía axial computarizada ha contribuido a que la
ventriculografía y la neumoencefalografía se utilicen cada vez menos como exámenes
neurorradiológicos en los enfermos con hipertensión intracraneal, quedando reservada la
neumoencefalografía, con o sin laminografía, a la investigación de las lesiones situadas
en las regiones selar y paraselar.
Las complicaciones de la ventriculografía: desplazamientos, hemorragias y edema
del parénquima cerebral si se disminuye rápidamente la presión ventricular durante la
extracción del LCR, la hemorragia del parénquima cerebral en el trayecto del trocar a su
paso hacia el ventrículo, y el aumento de la presión intracraneal al inyectar aire a presión
dentro de la cavidad ventricular, lo que puede originar convulsiones (E. G. Robertson,
1967; W. Penfield, 1941) motivaron el desuso de la ventriculografía desde que se
introdujo la angiografía cerebral.
En la actualidad la ventriculografía se realiza excepcionalmente en la práctica
neuroquirúrgica.
La hipertensión intracraneal no produce de por sí alteraciones del tamaño, de la
situación ni de la morfología del sistema ventricular, como se ha comprobado en
enfermos con hipertensión intracraneal benigna (P. Janny y cols., 1981). Los hallazgos de
ventrículos pequeños con ángulos laterales agudos o de ventrículos con ligera dilatación,
no constituyen particularidades de esa entidad (H. G. Boddie y cols., 1974; I. Johnston y
cols., 1974).
Los resultados de M. Hayashi y cols. (1982a) en un estudio de 17 pacientes con
hipertensión intracraneal con lesiones expansivas de diversas causas y por hidrocefalia
con presión normal, mediante tomografía axial computarizada y cisternografía isotópica,
confirman lo anteriormente expuesto. Estos últimos autores no encontraron cambios en la
forma, en el tamaño ni en la situación del sistema ventricular cuando compararon las
fases en que se produjo el ascenso de la presión intracraneal que originó las ondas en
meseta y las fases de hipertensión intracraneal base.
En la descripción de los 3 pacientes que reseñan en el trabajo se puede observar
que la presión intracraneal aumentó en 50 a 80 mmHg entre la presión intracraneal base y
la presión intracraneal en la que se produjo la onda en meseta.
No todos los neurocirujanos y neurorradiólogos han estado de acuerdo en utilizar
la neumoencefalografía en el estudio radiológico de los enfermos con hipertensión
intracraneal, porque se sabe que dicha prueba aumenta la presión intracraneal. Esto lo
evidenció J. Philippon y cols. (1974) al medir la presión intraventricular en 8 pacientes
que tenían hipertensión intracraneal. Ellos hallaron, al final del estudio
neumoencefalográfico, variaciones moderadas de la presión intracraneal en el rango de 5
mmHg o menos, variaciones significativas de la presión pero de carácter transitorio y
variaciones persistentes y significativas en el rango entre 35 y 55 mmHg.
Caso de ser imprescindible hacer el estudio neumoencefalográfico, éste debe
realizarse evitando reducir la presión intracraneal y haciendo previamente un agujero de
trépano, el cual permita, si es necesario, hacer una punción del ventrículo lateral, evacuar
LCR y disminuir rápidamente el nivel de presión intraventricular.
Angiografía carotídea
El estudio angiográfico de los enfermos que presentan hipertensión intracraneal
benigna no revela jamás anomalías arteriales (P. Janny y cols., 1981). Por el contrario,
durante la realización de la angiografía carotídea en pacientes que presentan hipertensión
intracraneal aguda por lesiones expansivas, hemorragia subaracnoidea, hemorragia
intraventricular, absceso cerebral, hematoma subdural o edema postraumático, es posible
que la sustancia de contraste sólo alcance la base craneal o el límite superior <&! sifón
carotídeo, simulando radiológicamente una trombosis de la carótida interna.
Este fenómeno ocurre en enfermos graves, en ocasiones moribundos, en estado de
coma profundo, con signos de sufrimiento del tronco cerebral. En aquellos que han
fallecido y se les ha hecho estudio necrópsico se ha comprobado que la carótida y los
vasos intracraneales han estado libres de trombos.
Se han emitido diversas hipótesis para explicar la falta de lleno angiográfico de
los vasos intracraneales en la hipertensión intracraneal aguda.
J. Riishede y S. Ethelberg (1953) basándose en su reporte de 5 enfermos con
aumento súbito de la presión intracraneal supratentorial por lesión expansiva, atribuyen la
falta de visualización angiográfica de las arterias cerebrales a la disminución del flujo
sanguíneo cerebral, consecuencia de la disfunción de los centros del tronco cerebral,
causada por la compresión severa y en corto tiempo del tallo encefálico por la hernia del
lóbulo temporal.
N. H. Horwitz y R. H. Dunsmore (1956) responsabilizan a la compresión
diencefálica como causa del reflejo que provoca la caída del flujo sanguíneo cerebral, el
cual, para lograr este fin, emplearía vías simpáticas y parasimpáticas.
En 1961, H. F. W. Pribram publicó los hallazgos de 12 pacientes con hipertensión
intracraneal donde se comprobó un estrechamiento de la carótida interna en el cuello y la
falta de lleno del sistema vascular intracraneal. El autor le atribuye particular
significación en este fenómeno a la obstrucción del sistema ventricular, partiendo del
hecho de que 6 pacientes de los 9 fallecidos a los que se les hizo necropsia, presentaron
hemorragia intraventricular. Para Pribram, la obstrucción ventricular que origina una
hidrocefalia aguda es la causa de la disminución del flujo sanguíneo cerebral.
O. Ch. Mitchell y cols. (1962) reportaron 5 pacientes más y los resultados del uso
experimental de la angiografía carotídea en monos y perros con hipertensión intracraneal
aguda, producida por la inflación de un balón intracraneal y mediante la inyección en el
espacio subaracnoideo, a nivel de la región lumbar, de solución de Ringer. Estos autores
subestiman la presencia de la hernia del uncus o de la hernia de las amígdalas cerebelosas
como factores causales de la seudotrombosis carotídea. En los animales, el fenómeno
angiográfico se produjo cuando la presión intracraneal fue igual o mayor a la presión
arterial sistólica.
En el mismo año, 1962, W. E. Hunt y cols., realizaron una investigación similar
en perros, donde se aumentó la presión intracraneal inyectando líquido en la cisterna
magna y por el método del balón colocado en el espacio epidural. En sus animales, los
vasos intracraneales no se llenaron con el contraste cuando la presión intracraneal alcanzó
o superó la presión arterial diastólica.
Si la caída del flujo sanguíneo cerebral en la hipertensión intracraneal aguda se
debe a un mecanismo reflejo originado en el tronco cerebral o en el diencéfalo o en otros
centros del sistema nervioso central, o si es consecuencia de una perturbación
hemodinámica de la microcirculación cerebral, como sugieren J. M. Taveras y E. H.
Wood (1964), está aún por precisar. Lo cierto es que las experiencias clínica y
experimental parecen demostrar que el hecho angiográfico se produce en enfermos con
gran daño neurológico y con un nivel de presión intracraneal similar a una presión entre
los límites de las presiones arteriales diastólicas y sistólicas.
Finalmente debemos destacar que en la situación señalada con anterioridad es
posible lograr el registro angiográfico de los vasos intracraneales disminuyendo la
presión intracraneal, como lo demostró Pribram en el último de 'Sus pacientes, después
de realizarle una punción ventricular.
ELECTROENCEFALOGRAMA (EEG)
Los electroencefalografistas les han prestado poca atención a los efectos de la
hipertensión intracraneal en el electroencefalograma (EEG) y a las alteraciones de la
actividad eléctrica producidas por las lesiones que son causa del aumento de la presión
intracraneal. (A D. Sidell y D. D. Daly, 1961.)
Actualmente parece aceptarse que el aumento de la presión intracraneal per se no
produce cambios en el EEG, aunque normalmente puede existir una correlación inversa
entre los cambios de la presión intracraneal y las variaciones de frecuencia del EEG,
como lo demostraron en el gato S. N. Stein y R. R. Sonnenschqin (1953).
En 1939, D. Williams no encontró una relación constante entre la altura de la
presión intracraneal y el grado de anormalidad de los potenciales corticales, al estudiar 42
enfermos con hipertensión intracraneal por diversas causas. Dicho investigador atribuyó
las ondas lentas del EEG al edema de la sustancia blanca y no a la presión intracraneal en
sí. Este criterio, apoyado por otros autores, ha sido cuestionado últimamente, y se
considera que el trastorno eléctrico observado en el edema, no está en relación directa
con este proceso y que es la isquemia cerebral lo que interfiere en la función neuronal o
axonal (L. N. Sutton y cols., 1980).
Que un aumento en la presión intracraneal no parece ser causa de alteración del
EEG fue la conclusión a la que llegó W. A. Stewart (1941), acorde con sus resultados
experimentales en gatos donde se aumentó la presión intracraneal elevando la presión
hidrostática en el foramen magno, inyectando agua destilada intravenosamente y ligando
las venas de drenaje de la cabeza.
Veinte años después, en 1961, A. D. Sidell y D. D. Daly reportaron que el EEG
fue normal en la mayoría de 16 enfermos con hipertensión intracraneal benigna. Ellos
cementan que F. M. Forster y L. F. Nims, (1942) demostraron en animales que el
aumento rápido de la presión intracraneal por medios hidrostáticos no causa cambios en
el EEG.
Más recientemente, en un reporte de 16 pacientes con hipertensión intracraneal
benigna, P. Janny y cols. (1981) hallaron alteración del EEG en 12, consistente en 9 de
ellos en un enlentecimiento bilateral discreto que atribuyeron al aumento de la presión
intracraneal. Las alteraciones electroencefalográficas de los 3 restantes las relacionaron
con la causa de la hipertensión intracraneal. La relación entre enlentecimiento del EEG y
aumento de la presión intracraneal también ha sido reportada experimentalmente (L. N.
Sutton y cols., 1980).
El hecho de que en la hipertensión intracraneal benigna no se altere el EEG parece
confirmar la observación de que una presión de perfusión adecuada del cerebro, es
garantía para la existencia de una actividad electrocortical normal, a pesar de que exista
una presión intracraneal excesivamente alta (T. W. Langfitt y cols., 1966).
A continuación señalaremos algunas consideraciones que se han emitido sobre la
patogenia de los cambios del EEG en la hipertensión intracraneal por compresión
cerebral.
En los experimentos de W. B. Jennett, en 1961, el EEG permaneció sin cambios
durante las etapas tempranas de compresión cerebral, aunque se registraron presiones del
LCR muy altas. Se ha señalado que las primeras alteraciones del EEG en la compresión
de un hemisferio cerebral en el gato consisten en disminución de la amplitud y la
frecuencia del potencial, con aparición de ondas lentas o complejos lentos de alto voltaje
en el lado comprimido (W. B. Jennett, 1961; S. Ishii, 1966; J. Hekmatpanah, 1970, 1972;
H. G. Sullivan y cols., 1977). Estas alteraciones no difieren fundamentalmente de las
observadas en casos de hematomas epidurales agudos en seres humanos (J. J. Stockard y
cols., 1975; V. Pishel y cols. 1976). Nosotros, estudiando el EEG por sus bandas de
frecuencia en la compresión cerebral aguda por un balón en el gato, constatamos que el
primer cambio que se produjo en la actividad electrocortical fue un aumento del voltaje
de la frecuencia rápida beta-2 en el hemisferio opuesto a la compresión.
La actividad temprana de las frecuencias beta y a veces de la banda alfa ha sido
observada en gatos con lesiones cerebrales por congelación directa del encéfalo (S. L. H.
Notermans y S. Boonstra, 1969) y oclusión de las arterias innominada y subclavia
izquierda (K. A. Hossman y K. Sato, 1971) y en ratas donde se aumentó la presión
intracraneal inyectando sangre homologa en la cisterna magna (K. Meinen, 1975).
El aumento del voltaje de la banda beta-2, frecuencia que se relaciona con la
tensión y actividad del sistema nervioso (A. C. Guyton, 1976), parece corresponder a la
fase de desincronización que se observa en la etapa inicial, etapa "B", de la hipoxia, en la
cual existe un reforzamiento de las neuronas corticales.
Cuando la presión del balón sobre el cerebro es mayor se produce una
disminución significativa de la amplitud de las bandas de frecuencia del EEG. A medida
que la presión intracraneal se aproxima a la presión arterial diastólica, el EEG se aplana
bilateralmente (J. Hekmatpanah, 1970) antes de que aparezca el reflejo de Cushing (H. G.
Sullivan y cols., 1977). Es de destacar que compresiones muy lentas progresivas, pueden
producir EEG plano y dilatación pupilar sin que exista un aumento significativo de la
presión intracraneal (S. Nakatani y A. K. Ommaya, 1972).
Estos cambios del EEG producidos por la compresión progresiva del cerebro
parecen deberse a la anoxia isquémica cortical (M. Numoto y R. M. P. Donaghy. 1970;
O. P. Paulson y F.-W. Sharbroogh, 1974) y a la compresión indirecta del tronco cerebral
(W. B. Jennett y W. E. Stern, 1960; W. B. Jennett, 1961; T. W. Langfitt y cols., 1966; P.
Gloor y cols., 1977).
POTENCIALES EVOCADOS
De las investigaciones realizadas sobre los cambios en los potenciales evocados
en la hipertensión intracraneal experimental y particularmente en la compresión cerebral,
sólo hemos tenido acceso a los trabajos publicados por B. H. Clague y cols. (1975) en los
cuales estudian el potencial evocado visual en el perro con aumento de la presión
ventricular, y el de R. G. Grossman y cols. (1975) sobre las alteraciones del potencial
evocado somatosensorial en monos con aumento de la presión intracraneal por inyección
de LCR artificial en la cisterna magna.
Nosotros, estudiando el potencial evocado somatosensorial en el gato sometido a
compresión cerebral por un balón, encontramos en las fases más tempranas de la
compresión cerebral aumento del potencial en la derivación anterior de ambos
hemisferios, y durante las etapas de mayor compresión cerebral, disminución bilateral de
la amplitud del potencial. El aumento del potencial en la fase temprana pudiera estar en
correspondencia con la fase de activación electrocortical transitoria del comienzo del
estado de hipoxia, como ha sido observado en gatos sometidos a inhalación de oxígeno a
presión de 18 a 20 mmHg (Y. Kayama, 1974).
La disminución de la amplitud de la respuesta evocada, observada en las fases
más avanzadas de compresión del cerebro, ha ocurrido también en el hombre en casos de
hipertensión intracraneal por tumores cerebrales y hematomas intracraneales (L.
Bergamini y B. Bergamasco, 1967}.
Una estrecha correlación entre la elevación de la presión intracraneal y el aumento
de la latencia de la onda N2 del potencial evocado visual se ha observado en pacientes
hidrocefálicos y traumatizados craneoencefálicos graves por D. H. York y cols. (1981).
B. H. Clague y cols. (1975) han observado en el perro disminución de la amplitud
del potencial evocado visual durante la hipertensión intracraneal y R. Cohn (1969) en
monos a los que se les produjo traumatismo corticosubcortical de los lóbulos occipitales.
Esta tendencia a la desaparición del potencial evocado durante la hipoxia isquémica
cerebral parace estar en correlación con el grado de disminución del flujo sanguíneo
cerebral cortical o del flujo de estructuras nucleares profundas subcorticales (L. N. Sutton
y cols., 1980). La repercusión metabólica se traduce en un déficit de energía oxidativa
neuronal, el cual produce falla de la bomba de iones y despolarización de la membrana, a
la que puede contribuir indirectamente la acumulación de algunas sustancias endógenas o
la falta de entrada del oxígeno a causa del bajo flujo sanguíneo (N. B. Branston y cols.,
1974; B. H. Clague y cols., 1975).
ELECTROCARDIOGRAMA (ECG)
No son muchos los trabajos publicados sobre las alteraciones
electrocardiográficas durante la hipertensión intracraneal en el hombre y menos aún en
los animales de experimentación. Llama la atención el hecho de que en los resultados del
electrocardiograma (ECG) obtenidos en muchos experimentos de hipertensión
intracraneal por el método de compresión cerebral por balón, los autores se limitan a
reportar los cambios producidos en la frecuencia cardiaca. Una excepción es el trabajo de
J. Cervos Navarro y cols. (1973), quienes comprobaron en gatos con hipertensión
intracraneal producida por un balón epidural, extrasístoles ventriculares y disminución
del intervalo ST cuando la presión dentro del cráneo era igual a la presión arterial media.
Las alteraciones del ECG reportadas en el hombre en casos de hipertensión
intracraneal por accidentes cerebrovasculares, hemorragias subaracnoideas, traumatismos
craneales, hematomas subdurales, tumores cerebrales, hipertensión intracraneal benigna y
otras enfermedades del sistema nervioso central, capaces de aumentar la presión
intracraneal, han sido: arritmias, bradicardia, extrasístoles, cambio en el voltaje del
complejo QRS, depresión o elevación del segmento ST, onda T alta, invertida o con
muesca, onda U grande y positiva, intervalo Q-T acortado o prolongado y onda P
puntiaguda (C. Hersch, 1961; H. L. Falsetti y R. A. Moody, 1966; O. U. Fernando y cols.,
1969; S. J. Jachuck y cols.,1975).
En otros modelos de traumatismo cerebral experimental en ratones (S. A.
Jacobson y P. Danufsky, 1954), perros y gatos (W. Kramer y J.A. Tuynmann, 1967) y
monos (O. U. Fernando y cols., 1969; R. L. McLaurin y T. Scott, 1975) se han constatado
los siguientes cambios en el ECG: bradicardia, arritmia sinusal, ritmo nodal, extrasístoles
ventriculares, taquicardia ventricular, bloqueo completo, bloqueo sinoatrial, cambios en
el complejo QRS, disminución, desaparición o inversión de P, elevación o depresión del
segmento ST, Q-Tc acortado, Q-T prolongado, aumento de la amplitud o inversión de la
onda T y de la onda U.
Los cambios electrocardiografías en nuestros experimentos de compresión
cerebral no se diferencian de los anteriormente señalados.
OTROS EXAMENES
La hipertensión intracraneal de por sí no produce cambios citoquímicos en el
LCR.
En la llamada hipertensión intracraneal benigna, el estudio gammagráfico es
normal en casi todos los enfermos. A veces en dicha enfermedad se detecta un foco de
concentración isotópica en el sitio patológico que ocasiona el aumento de la presión
intracraneal (casos de otitis). Igualmente, en la hipertensión intracraneal benigna o
seudotumor cerebral, la tomografía axial computarizada es normal.
En todos los demás casos de hipertensión intracraneal (los originados por
tumores, abscesos, hematomas, quistes, etc.), las alteraciones del LCR, de la
gammagrafía cerebral y de la tomografía axial computarizada, están directamente
relacionadas con los cambios patológicos cerebrales producidos por estas enfermedades.
CAPITULO IX
Categoría Criterio
I Asintomático, o cefalea mínima y ligera rigidez de nuca
II Cefalea moderada a severa, rigidez de nuca, no déficit neurológico, otros
síntomas excepto los de los nervios craneales
III Somnolencia, confusión o déficit focal ligero
IV Estupor, hemiparesia moderada o severa, posible rigidez de
descerebración temprana y trastornos vegetativos
V Coma profundo, rigidez de descerebración, apariencia moribunda
El hecho de que el resangramiento sea más frecuente entre el día 7 y el día 14 parece
deberse a:
— La reducción de la fuerza del coágulo por fibrinólisis.
— La desaparición de los espasmos arteriales.
— La normalización de la presión intracraneal.
Referente al infarto isquémico del humano, H. J. Senter y cols. (1981) consideran que
el aumento de la presión intracraneal se debe al edema en sí y no a la congestión vascular
por vasoparálisis, ya que este fenómeno es común en la hipoxia y en esta última la
presión intracraneal permaneció, en sus observaciones, dentro de límites normales.
Antes de finalizar señalaremos que M.C Rogers y cols. (1979) comprobaron aumento de
la presión intracraneal durante el masaje cardíaco externo en la resucitación
cardiopulmonar. El aumento de la presión es causado por la producción de un flujo
arterial continuo en las arterias extratorácicas con disminución del retorno venoso,
durante la maniobra. Estos cambios son similares a los observados por otras causas de
presión intratorácica positiva.
CAPÍTULO X
HIPERVENTILACIÓN
La hiperventilación (PaCO2 de 25 a 30 mmHg) es el método de tratamiento que
disminuye más rápidamente la presión intracraneal, siempre que la reactividad vascular
cerebral al CO2 esté conservada. La disminución máxima de la presión intracraneal se
logra a los 8 min aproximadamente de haberse iniciado la hiperventilación. Si ésta cesa,
la presión intracraneal regresa a su valor previo en 5 min. Es necesario destacar que en
algunos pacientes, a pesar de una hiperventilación mantenida, con un nivel de PaCO2
constante, la presión intracraneal puede volver a ascender al valor que existía antes de
iniciarse la hiperventilación y que en los traumatizados craneoencefálicos y los que han
presentado hemorragia subaracnoidea, la hiperventilación puede fracasar en disminuir la
presión intracraneal elevada (T. W Langfitt, 1982).
El efecto hipotensor» intracraneal de la hiperventilación puede ser potencializado
si se le asocia un agente hipertónico (manitol), un diurético (furosemida) o un relajante
muscular.
Durante la hiperventilación, mediante el aumento de la profundidad o la
frecuencia del movimiento respiratorio, se intercambia un volumen mayor de aire en un
período de tiempo dado, lo que produce en el paciente una hipocapnia, es decir, una
disminución de la PaCO2.
El descenso de la PaCO2 produce a nivel intracraneal vasoconstricción cerebral
por aumento de la resistencia cerebrovascular en los vasos arteriales. Este fenómeno
hace que disminuyan el volumen sanguíneo cerebral y el flujo sanguíneo cerebral, y
que descienda la presión intracraneal. Por cada milímetro de mercurio de cambio de la
PaCO2 se produce una disminución de 2% del flujo sanguíneo cerebral. También se le
atribuyen a la hiperventilación la capacidad de modificar el flujo sanguíneo cerebral
regional (FSCr) derivando sangre desde zonas donde la autorregulación está conservada a
zonas donde existe pérdida de la autorregulación por vasoparálisis, y el ayudar a la
restauración del mecanismo de la autorregulación reduciendo la acidosis cerebral.
La hiperventilación, en caso de ser espontánea, favorece el retorno venoso al
tórax, disminuyendo la presión venosa en las venas yugulares, y contribuye a lograr una
oxigenación sanguínea adecuada.
La hiperventilación se califica de leve si la PaCO2 se mantiene entre 30 y 35
mmHg y moderada si la PaCO2 es de 25 a 30 mmHg.
El daño cerebral agudo de variable causa, provoca en una persona adulta
hiperventilación espontánea desde las primeras horas. La PaCO2 desciende al rango de
25 mmHg durante las primeras 24 a 48 h y si el paciente evoluciona favorablemente, la
PaCO2 va ascendiendo hasta alcanzar el área de 35 mmHg a las 72 h, para normalizarse
al final de la primera semana. En los niños y los jóvenes el descenso de la PaCO2 puede
alcanzar cifras alrededor de 20 mmHg. Esta hiperventilación, neurógena por su
origen, constituye de hecho una alcalosis respiratoria la cual el organismo tiende a
compensar mediante la retención de ácidos por el riñón, lo que produce una acidosis
metabólica. En esta situación, la hiperventilación es lo primario y la acidosis metabólica,
que tiende a normalizar el pH, es lo secundario. La hiperventilación terapéutica,
mecánicamente controlada, debe ser aplicada de forma tal que reproduzca
artificialmente la respuesta normal de la hiperventilación espontánea, es decir:
hiperventilación a PaCO2 25 mmHg en las primeras 24 a 36 h, luego PaCO2 30 mmHg y
finalmente PaCO2 35 mmHg al cabo de 3 a 5 d.
En los ancianos la PaCO2 no debe disminuirse por debajo de 30 mmHg por el
riesgo de producir un daño cerebral isquémico. Se ha recomendado la ventilación con
presión espiratoria final positiva (PEEP) en los pacientes con insuficiencia respiratoria
aguda neurógena, pues se considera como la más útil para mantener la oxigenación hasta
que se efectúa la descompresión intracraneal (H. M. Shapiro, 1975).
La PEEP de 2 a 4 cmH2O no tiene consecuencias hemodinámicas adversas y no
afecta sustancialmente la presión del LCR. La PEEP mayor de 5 cmH2O sí requiere una
cuidadosa valoración, y su utilización es patrimonio de áreas de terapia intensiva, ya que
provoca afectación hemodinámica y trastornos de la circulación venosa cerebral y del
LCR. PEEP entre 5 y 20 cmH2O han producido, experimentalmente en perros, aumento
de la presión intracraneal en situaciones previas de presión intracraneal normal o
elevada (S. Cotev y cols., 1981; J. S. Huseby y cols., 1981).
SOLUCIONES HIPERTÓNICAS
La presión osmótica de una solución dada depende del número de moléculas que
existen en dicha solución y no del tamaño molecular. Con la infusión intravenosa de una
solución hipertónica se produce un aumento de la presión osmótica de la sangre. El
gradiente de presión que se crea entre la sangre y el cerebro hace que se desplace agua
desde este último al LCR y a la sangre. La pérdida de líquido tisular se realiza del tejido
cerebral normal con permeabilidad capilar indemne, no del tejido cerebral edematoso.
Si el agente osmótico entra posteriormente en las células cerebrales ocurrirá un
retorno del agua al interior de las mismas. Si la concentración de la droga en la sangre y
en el LCR extracelular cae, se revierte el gradiente de presión osmótica a favor del tejido
cerebral, pasa más líquido al interior de las células, se origina edema intracelular y se
produce un nuevo aumento de la presión intracraneal por encima de la presión
intracraneal control. A este fenómeno se le llama rebote.
Manitol
El manitol es el agente osmótico más utilizado actualmente en neuro-cirugía
desde que se introdujo en 1961 por B. L. Wise y N. Chater (B. L. Wise y N. Chater,
1962). A partir de entonces sustituyó a la urea, al ser más efectivo que ésta en disminuir
la presión intracraneal, por ser su acción más prolongada y por presentar una tendencia
menor al rebote.
El manitol es un alcohol hexavalente, de peso molecular aproximadamente 3
veces el de la urea, de configuración molecular similar a la glucosa, que no cruza
fácilmente la barrera hematoencefálica, que se distribuye en el líquido extracelular y se
excreta rápidamente, sin haber sido metabolizado, por la orina.
Además de poseer acción diurética; él manitol disminuye la resistencia
cerebrovascular. incrementa el flujo sanguíneo cerebral y mejora la microcirculación al
aumentar el volumen plasmático y reducir el volumen corpuscular del eritrocito (A. B.
Burke y cols., 1981). Experimentalmente, en gatos sometidos a compresión cerebral por
un balón, la administración intravenosa de manitol produjo aumento significativo del
FSCr sin que se comprobara un incremento de la presión de perfusión cerebral (R. J.
Dempsey y G. W. Kindt, 1982).
Para disminuir la presión intracraneal elevada del adulto se usa inicialmente una
solución de manitol a 20 fe a una dosis de 1 a 2 g/kg de peso por vía EV durante 10 a 30
min; se puede repetir, si es necesario, a las 4 h.
Dosis menores de manitol: un bolo de 100 mi (C. P. McGraw y cols., 1978) o
0,25 g/kg de peso (L. F. Marshall y cols., 1978) han demostrado ser tan efectivas como
las mayores si se emplean frecuentemente. Así se evitan la deshidratación v los riesgos
del desequilibrio electrolítico. En el niño se usa una dosis de 0,5 g/kg de peso por vía EV
cada 4 a 6 h.
La administración de manitol se acompaña del aumento del shunt intrapulmonar,
lo que puede aumentar la hipoxemia si ésta existe. Dicho fenómeno es fugaz, vinculado al
parecer a un aumento de la circulación arterial pulmonar, y desaparece en general
espontáneamente a los 30 ó 45 min. El descenso de la PaO2 habitualmente no es
importante y puede ser compensado mediante la manipulación de los parámetros de la
ventilación artificial.
El manitol es más efectivo sobre la respuesta volumen-presión que en la
reducción de la presión intracraneal (J. D. Miller y P- J. Leech, 1975)
El efecto hipotensor intracraneal del manitol se potencializa si se le asocia
fructosa. El manitol acompañado de la furosemida reduce aún más el volumen cerebral,
pero se produce más rápidamente la depleción electrolítica (A. Schettini y cols., 1982).
La combinación de manitol a 20 e/r, 1 a 2 g/kg de peso por vía EV, furosemida e
hiperventilación, es ideal para revertir rápidamente los síntomas de compresión del tallo
cerebral por hernia del lóbulo temporal, lo cual permite al neurocirujano ganar tiempo
antes de la operación (H. M. Shapiro, 1975).
La respuesta de la presión intracraneal a la administración de manitol parece
depender, en los pacientes con traumatismos craneoencefálicos, de la presión intracraneal
original y de la dosis que se emplea. A mayor hipertensión intracraneal menor es la
duración de la respuesta. La droga no es capaz de prevenir las ondas en meseta, pero sí
disminuye la magnitud de éstas (G. T. Tindall y cols., 1972).
Las complicaciones que se han observado con la administración de manitol son:
fenómeno de rebote, trastornos cardiovasculares y renales, disbalance de agua y
electrólitos, aumento de la osmolaridad sérica y disminución de la PaO2.
Pacientes que han requerido una osmolaridad sérica por encima de 320 mOsm/l
para reducir la presión intracraneal por debajo de 25 mmHg han presentado insuficiencia
renal y acidosis sistémica que, con la hipertensión intracraneal, les produjo la muerte
(D.P. Becker y J. K. Vries, 1972).
Después de la infusión rápida de 500 ml de manitol a 20 % se ha observado caída
de la PaO2 por edema pulmonar intersticial causado por el aumento de la presión
hidrostática en el pulmón con expansión del volumen extracelular/(R. R. Edde y S.
Smalley, 1979).
Glicerol
El glicerol es un alcohol trifásico introducido por G. Cantore y cols. (1964) como
agente osmótico para el tratamiento de la hipertensión intracraneal.
El glicerol es incoloro, tiene sabor dulce, se mezcla fácilmente con el agua, se
absorbe a nivel del intestino delgado, es metabolizado primariamente en el hígado y en
las células grasas, penetra en el sistema nervioso central en cantidad limitada, se
reabsorbe en los túbulos proximales, no produce rebote habitualmente y tiene baja
toxicidad (E. W. Massey y W. L. Brannon. J977).
Este agente "osmótico se ha utilizado exitosamente en el tratamiento del edema
cerebral por oclusión vascular, en el seudotumor cerebral, en la hidrocefalia y en otras
causas de hipertensión intracraneal. El tratamiento con glicerol es efectivo en controlar la
presión intracraneal del traumatismo craneoencefálico grave, produciendo solamente
pequeños cambios de los electrólitos, la glucosa y la urea séricos (S. L. Wald y R. L.
McLaurin, 1982). También se ha demostrado su utilidad en el tratamiento de la
hipertensión intracraneal por carcinomatosis meníngea (D. A. Rottenberg y cols., 1977).
El medicamento se suministra de forma oral o por vía EV. La vía oral es la más
frecuentemente utilizada; se emplea en los enfermos inconscientes a través de una sonda
nasogástrica. Para la ingestión se mezcla el glicerol con una cantidad de agua o, mejor, de
jugo de frutas. La dosis es de 1,5 a 4,0 g/kg de peso al día, dividida en 4 partes, a dar una
cada 6 h. Otras dosis utilizadas son: 0,5 ó 1,0 g/kg de peso cada 3 ó 4 h y 0,5 ó 1,0 ó 1,5
g/kg de peso como dosis única. Con dosis de 2,0 g/kg de peso dividida para suministrar
una parte cada 2 h, disminuye notablemente la náusea y no se producen vómitos (E. W.
Massey y W. L. Brannon, 1977). Para el uso intravenoso se emplea una solución de
glicerol a 20 % diluida en solución salina a 0,45 ó 0,9 % a una dosis de 0,5 ó 1,0 g/kg de
peso cada 6 h (J. M. Aparicio y cols., 1982). Una concentración de glicerol a 20 % puede
causar hemólisis e insuficiencia renal.
La rápida metabolización del glicerol y su alio efecto calórico constituyen
desventajas de este agente osmótico (R. A. Fishman, 1978).
Urea
La urea se comenzó a aplicar como agente hipertónico para disminuir la presión
intracraneal en el humano en la década de 1950-1960, al ser introducida por M. Javid
(1958). Esta droga es un diurético osmótico, envasado en forma de un polvo cristalino,
que contiene 30% de urea y concentración isosmótica de glucosa.
La molécula de urea es pequeña, sin carga iónica, la cual penetra rápidamente
la barrera hematoencefálica para distribuirse en el espacio extra e intracelular cerebral.
A nivel del riñón es excretada, sin cambios, por la orina y se reabsorbe significativamente
en los túbulos renales (T. W. Langfitt, 1977).
La disminución de la presión intracraneal con la urea no depende de a diuresis,
sino de la deshidratación del tejido cerebral normal y del transito de líquido tisular a la
sangre y al LCR (H. M. Pappius, 1965). Su eficacia se relaciona con la cantidad
empleada, la presión intracraneal inicial y la velocidad de infusión.
La urea produce disminución de la presión del LCR rápidamente, siendo máxima
a la 1 ó 1 l/2 h. La presión intracraneal regresa al valor inicial entre las 2 y 6 h (T. W.
Langfitt, 1961). La solución hipertónica de urea puede producir rebote, tanto con la dosis
inicia] como con las repetidas a las 4 ó 6 h (K. Clark y B. C. Einspruch, 1962), siendo el
rebote mayor a medida que la presión intracraneal es más alta.
Para disminuir la presión intracraneal se emplea una solución de urea a 30 % y
azúcar invertida a una dosis de 1 g/kg de peso por vía EV en 10 min o más.
Después del tratamiento con urea se han comprobado las siguientes
complicaciones: fenómeno de rebote, disbalance de agua y electrólitos, trastornos
cardiovasculares y renales, hemoglobinuria transitoria, reducción del tiempo de
protrombina, irritación vascular y úlcera de la piel si se infiltra el tejido celular
subcutáneo.
La urea ha demostrado ser capaz de disminuir la presión intracraneal donde
previamente fracasaron el manitol, el glicerol, la glucosa a 50% y la furosemida.
Cuando a la urea se asocia la hipotermia se recomienda reducir la dosis, pues esta
combinación produce un efecto mayor en la presión del LCR y un aumento de las
pérdidas de los electrólitos (E. A. Bering, 1960).
DIURÉTICOS
Los diuréticos, no osmóticos, más utilizados para disminuir la presión intracraneal son la
furosemida, el ácido etacrínico, la acetazolamida y el dimetilsulfóxido (DMSO), este
último en animales de experimentación.
Furosemida
La furosemida es una sulfonamida con propiedades farmacológicas casi idénticas
a las del ácido etacrínico. Su eficiencia se ha demostrado en el tratamiento de la
hipertensión intracraneal de los traumatismos craneoencefálicos y de los tumores
cerebrales.
Su acción sobre la presión intracraneal, según J. E. Cottrell y A. E. Marlin (1981),
está relacionada con:
— El efecto diurético, al inhibir la absorción de electrólitos en el asa de Henle.
— El efecto directo en la presión venosa central, al disminuir directamente el tono
venoso sistémico, el que puede producir de forma indirecta una absorción más rápida
del LCR.
— La inhibición de la anhidrasa carbónica, al disminuir la producción de LCR.
— La disminución del edema de la astroglia, al inhibir el transporte de cloro a través de
la membrana celular.
Ácido etacrínico
El ácido etacrínico, cuando se asocia al manitol, potencia el efecto de éste. Solo,
al igual que los otros diuréticos tubulares, tiene poca acción en la descompresión aguda
intracraneal (H. M. Shapiro, 1975). El ácido etacrínico no produjo experimentalmente
resultados significativos en el tratamiento del edema cerebral del perro inducido por la
inyección intracarotídea de lauryl sódico (H. A. Wilkinson y cols., 1971).
Acetazolamida
La acetazolamida (Diamox) es un diurético, inhibidor de la anhidrasa carbónica,
usado en el tratamiento de la hidrocefalia, ya que reduce la secreción del LCR. El
mecanismo inhibidor de la anhidrasa carbónica, en la formación del LCR, no es
totalmente claro. Se explica su acción por los siguientes procesos:
— Disminución de los iones de hidrógeno para el intercambio con los iones de sodio en
las células de los plexos coroideos.
— Disminución de la velocidad de transferencia de los iones de bicarbonato del plasma
al LCR y de la entrada isosmótica del agua (L. Birzis y cols., 1958).
La dosis utilizada en los niños con hidrocefalia es de 5 mg/kg de peso, oral, en la mañana,
1 vez al día.
La administración por vía EV es peligrosa. La acetazolamida (7 mg/kg de peso
por vía EV) aumentó la presión intracraneal en 13 de 15 pacientes con hidrocefalia de
varias causas y en traumatizados craneoencefálicos (J. D. Born y A. Stevenaert, 1981).
Dimetilsulfóxido
El dimetilsulfóxido (DMSO) es un solvente industrial, usado como diurético y
antiinflamatorio, que cruza fácilmente la barrera hematoencefálica. Esta droga ha
demostrado ser efectiva en el edema cerebral experimental. El DMSO redujo la
mortalidad y morbilidad en monos sometidos a compresión cerebral por un balón
extradural, en comparación con los animales tratados mediante solución salina y urea
(J.C. de la Torre y cols., 1973). En un modelo experimental de herida de la cabeza por
arma de fuego, el DMSO logró niveles más altos de presión arterial, presión de perfusión
cerebral, flujo sanguíneo y metabolismo oxidativo, que los obtenidos en animales
tratados con manitol y en los que no recibieron tratamiento (F. D. Brown y cols., 1980).
ESTEROIDES
El tratamiento con corticosteroides se introdujo en la práctica neuroquirúrgica
alrededor de 1960. El esteroide más utilizado, la dexametasona, ha demostrado ser eficaz
en reducir el edema de origen vascular de las metástasis, los gliomas y los abscesos
cerebrales. Su utilidad en el ictus y en los traumatismos craneoencefálicos ha sido en los
últimos años motivo de controversia. Autores como H. U. Berger (1980) y W. F.
Bourzarth y H. A. Shenkin (1974), defienden el tratamiento del edema cerebral agudo
postraumático con esteroides, mientras que otros como T. G. Saúl y cols. (1981) no
encuentran diferencias significativas en la evolución entre pacientes tratados con
corticosteroides (metilprednisolona) y los no tratados. Se ha demostrado que el uso de
grandes dosis de esteroides en los tiaumatizados craneoencefálicos graves ha disminuido
la mortalidad, pero no ha influido en la morbilidad de los que sobreviven (T. W. Langfitt,
1982).
La dosis de dexametasona recomendada generalmente en el edema cerebral
postraumático humano es:
Inicio: 1 mg/kg de peso por vía EV.
Mantenimiento: 1 mg/kg de peso al día, dividido en 4 partes. Suministrar una cada 6h.
BARBITÜRICOS
Desde hace aproximadamente 10 a se utilizan los barbitúricos, el pentobarbital y
el tiopental, en el tratamiento de la hipertensión intracraneal rebelde a los otros métodos
terapéuticos, principalmente en el coma postraumático y en el edema cerebral del
síndrome de Reye. Estas drogas se incluyen también en el régimen de tratamiento de la
anoxia isquémica cerebral total por paro cardíaco y en el infarto isquémico cerebral
regional por trombosis, embolia o espasmo vascular cerebral.
En 1974 fue reportado por H. M. Shapiro y cols., que el tiopental y el
pentobarbital redujeron la presión intracraneal en 5 pacientes con hipertensión
intracraneal tratados previamente sin resultados positivos con diuréticos, esteroides e
hiperventilación. La presión intracraneal se mantuvo reducida, sin inestabilidad
cardiovascular u otros efectos colaterales, asociando la hipotermia a 30° al pentobarbital.
En 25 pacientes en estado de coma postraumático un bolo de pentobarbital (3 a 5
mg/kg de peso por vía EV) redujo la presión intracraneal de los enfermos (L. F. Marshall
y H. H. Shapiro, 1977).
Este efecto protector de los barbitúricos en la hipertensión intracraneal
postraumática del adulto se pone en duda cuando la presión intracraneal se muestra
resistente a los otros medios de tratamiento, según EAM Frost y K. Tabaddor (1981).
Nosotros hemos comprobado la acción protectora del pentobarbital y del tiopental
en la compresión cerebral aguda experimental en el gato (J. H. Salas Rubio, 1979) y la
disminución de la presión intracraneal con tiopental en el tratamiento de la hipertensión
intracraneal experimental per balón (J. H. Salas Rubio, 1982).
El tratamiento con barbitúricos varía según diferentes publicaciones de
tratamiento son:
Pentobarbital:
Dosis inicial: De 3 a 5 mg/kg de peso por vía EV. Después, 100 a 200 mg cada cada 3 ó
4 h.
Pentobarbital:
0.5 a 3,0 mg/kg de peso/h hasta alcanzar un nivel de 2,5 a 3,5 mg/100 ml en el suero
sanguíneo.
Fenobarbital:
5 mg/kg de peso/h hasta alcanzar un nivel sérico de 3 mg/100 ml.
Tiopental:
Dosis inicial: adultos, 400 mg por vía EV. Niños, 150 mg por vía EV. Después, dosis
repetidas para mantener un nivel sérico de 3,0 mg %,
Tiopental:
Dosis inicial: bolo de 3 a 5 mg/kg de peso por vía EV. Después, para mantener niveles
eficaces: bolos intermitentes o infusión continua de 20 a 30 µg/kg de peso/min.
OTRAS DROGAS
La inyección de lidocaína {1,5 mg/kg de peso por vía EV) disminuye la presión
intracraneal de forma similar al tiopental. Esta droga causa menos depresión de la función
cardiovascular que los barbitúricos (R. F. Bedford y cols., 1980). Después del bolo inicial
se puede continuar con una infusión continúa de lidocaína a razón de 20 a 30 µg/kg de
peso/min.
HIPOTERMIA
La hipotermia profunda fue .abandonada como método de tratamiento de la
hipertensión intracraneal porque requiere varias horas para reducir la presión intracraneal
y a causa de sus complicaciones, principalmente las arritmias y el paro cardíaco.
Actualmente está en proceso de reevaluación el uso de la hipotermia moderada
(temperatura central entre 27 y 31 °C) sola o asociada a drogas antiedematosas (H. M.
Shapiro, 1975). La hipotermia ligera (32 a 36 °C) ha demostrado ser capaz de disminuir
la presión intracraneal en 10% o más, pero esto no ocurre siempre.
La acción beneficiosa de la hipotermia se debe a que disminuye el volumen
sanguíneo cerebral, el metabolismo cerebral y el agua del cerebro. Durante la
disminución de la temperatura normal a 25 °C se ha comprobado en el animal de
experimentación: disminución del flujo sanguíneo cerebral, disminución del consumo
metabólico cerebral de oxígeno y de glucosa y disminución de las presiones arterial y
venosa sistémica.
La hipotermia ha sido beneficiosa en el tratamiento del edema cerebral en perros
sometidos a compresión cerebral por un balón extradural (J. D. McQueen y L. D. Jeanes,
1962) y congelación cerebral focal con nitrógeno líquido (H. L. Rosomoff, 1965).
La asociación de la hipotermia y el control respiratorio parece ser más efectiva
que cada método por sí solo (T. W. Langfitt, 1977). Parece ser igualmente superior la
asociación de la hipotermia con los barbitúricos (T. W. Langfitt, 1982).
Una vez que se decide el cese de la hipotermia se aconseja el recalentamiento
espontáneo, el cual se produce cuando se disminuye o elimina la sedación barbitúrica. Ha
sido señalado que el recalentamiento artificial rápido promueve una rápida recirculación
de barbitúricos acumulados en la grasa corporal con la consiguiente depresión
cardiovascular severa e incluso muerte por paro cardíaco intratable.
OXÍGENO HIPERBARICO
La acción útil del suministro de oxígeno a presión de 2 a 3 atm parece residir en
que el oxígeno hiperbárico disminuye el flujo sanguíneo cerebral por vasoconstricción y
aumenta la disponibilidad tisular de oxígeno. La hiperoxia disminuye la presión
intracraneal por un mecanismo similar a la hipocapnia.
Se ha demostrado experimentalmente la eficacia del oxígeno hiperbárico. A 3
atm, disminuyó la mortalidad y morbilidad en perros con edema cerebral experimental
(M. H. Sukoff, 1968; M. H. Sukoff y cols., 1967; S. A. Hollín y cols., 1968).
En el edema cerebral por aplicación de nitrógeno líquido, el oxígeno a 2 atm
redujo en 30 % la presión intracraneal y en 19 % el flujo sanguíneo cerebral, sin cambios
en la PaCO2 ni en la presión arterial (J, D. Miller y cols., 1970).
R A. Moody y cols. (1970) obtuvieron mayor supervivencia en el grují0 de
animales con compresión cerebral por balón que respiraban oxígeno a 2 atm, con relación
al grupo control.
TRATAMIENTO QUIRÚRGICO
En situaciones de hipertensión intracraneal y edema cerebral intensos, en las que
fracasan los métodos de tratamiento anteriormente señalados,' el neurocirujano recurre in
extremis a la craneotomía descompresiva ó a la ablación de un lóbulo frontal o temporal,
según el caso.
La clásica descompresiva subtemporal de Cushing, a la cual es posible añadir la
sección de la tienda del cerebelo, puede realizarse en enfermos con un síndrome de
hipertensión intracraneal muy grave y falta de localización precisa del proceso expansivo
en el hemisferio cerebral y en los tumores hemisféricos profundos con carácter
infiltrativo (L. Karagiosov, 1977). Con este tipo de descompresiva pueden desaparecer
las ondas en meseta de la hipertensión intracraneal, pero es posible que quede invariable
la presión intracraneal media (P. Janny y cols., 1974).
Otras formas de descompresiva: bifrontal —con sección de la duramadre
supraorbitaria y de la hoz— y circunferencial, no han tenido aceptación en la práctica,
pues si bien la descompresión quirúrgica puede ser salvadora, se ha demostrado que la
calidad de la supervivencia es pobre.
La ablación parcial del lóbulo frontal o temporal está indicada en la hipertensión
intracraneal por edema cerebral postraumático si en él reside el foco de contusión
cerebral.
RESUMEN
Una guía de tratamiento de la hipertensión intracraneal, de acuerdo con su
clasificación etiológica, se puede observar en la tabla IV.
El tratamiento del aumento de la presión intracraneal más comúnmente empleado
incluye el uso de:
— Hiperventilación (PaCO2 25 a 30 mmHg).
— Manitol: a 20 %, 1,0 a 2,0 g/kg de peso por vía EV,
— Glicerol: 1,5 a 4,0 g/kg de peso/d'.
— Urea: a 30 %, 1,0 g/kg de peso por vía EV.
— íurosemida: 1,0 a 2,0 mg/kg de peso por vía EV.
— Dexametasona: 1,0 mg/kg de peso por vía EV.
— Metilprednisolona: 5,0 mg/kg de peso por vía EV.
— Pentobarbital: 3,0 a 5,0 mg/kg de peso por vía EV.
TABLA IV
Etiología Tratamiento