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En los casos de los contratos de derecho privado (2) y de los contratos administrativos (1), nos encontramos
con la utilización por parte de la Administración de instrumentos contractuales dentro del ámbito
específico de las relaciones patrimoniales que son comunes a todos los sujetos de Derecho utilizando
figuras jurídicas que tienen un equivalente en el mundo privado. La Administración actúa aquí como cliente
de los empresarios privados en un terreno de intercambio patrimonial pues paga dinero a cambio de los
bienes y servicios que recibe. (Contraprestación). Por ejemplo, cuando la Administración quiere hacer una
obra, lo que realiza es un contrato, de acuerdo con lo establecido en el Código Civil.
1 Definición de acto administrativo de acuerdo con Zanobini. “toda manifestación de voluntad, deseo, conocimiento
o juicio realizada por las Administraciones Públicas en el ejercicio de una potestad administrativa”.
En el supuesto de los conciertos entre Administración y particulares (3), la situación es completamente
diferente; estas son figuras que no pueden encontrar su paralelo en el derecho contractual privado pues no
suponen ningún ejemplo de colaboración patrimonial entre partes, sino “un simple acuerdo sobre la medida
de una obligación o una ventaja” típicas de una relación de sumisión jurídico-pública previamente
establecida entre la Administración y la persona que con ella se conviene. (Confluencia de intereses). Por
ejemplo, en un concierto expropiatorio o en un convenio tributario resulta perfectamente claro que no es el
pacto el que crea para la parte privada las obligaciones respectivas de entregar la cosa expropiada o de
pagar la deuda fiscal, sino que tales obligaciones vienen de la Ley.
El elementos causal está en otro lugar: se trata, sencillamente, de NEGOCIOS DE FIJACIÓN, que
concretan el alcance de obligaciones que proceden de otra fuente, pero que no las crean, que eliminan la
incertidumbre sobre su extensión y régimen. La figura es conocida en el Derecho Privado de obligaciones,
donde quizá la transacción ofrece el ejemplo más claro.
Inicialmente, en nuestro país, la construcción del contrato administrativo es puramente PROCESAL: son
contratos administrativos aquéllos cuyo enjuiciamiento corresponde a los tribunales contencioso-
administrativos3. El cambio de la jurisdicción civil ordinaria a la jurisdicción administrativa no se explica
porque los contratos en que es parte la Administración tuvieran una disciplina o un régimen jurídico distinto
sino por razones de puramente prácticas de CELERIDAD y AGILIDAD. En otras palabras, la
Administración quería que sus contratos se enjuiciaran por estos tribunales dado que los consideraban más
proclives.
2 Ej: arrendar inmuebles.
3 Así se expresaba en el art. 1 del reglamento sobre el modo de proceder el Consejo Real, aprobado por Real Decreto
de 30 de diciembre de 1846, que atribuyó a éste el conocimiento «en primera y única instancia de las demandas
contenciosas sobre el cumplimiento, inteligencia, rescisión y efectos de los contratos y remates celebrados por el
Gobierno o por las Direcciones Generales de los diferentes ramos de la Administración civil».
En los propios términos que apuntan García Enterría y T.R. Fernández:
• La distinción contratos administrativos-contratos privados comienza siendo una distinción que
juega exclusivamente en el plano procesal y que carece de toda trascendencia en el plano material o
sustantivo.
• La distinción surge inicialmente como una excepción al esquema estructural actos de autoridad-
actos de gestión, que ha sido justamente llamada la primera sistematización del Derecho
Administrativo.
• El contrato se considera entonces como el tipo mismo de los actos de gestión, es decir, de aquellas
actuaciones que la Administración realiza despojada de imperium, descendiendo al mismo nivel de
los particulares y en igualdad con ellos.
• No obstante lo cual, por razones pragmáticas, de simple utilidad (no por razones dogmáticas), se
atribuye el conocimiento de alguno de los contratos que la Administración celebra a la jurisdicción
contencioso-administrativa, cuyos jueces se considera que son más favorables a los intereses de la
Administración.
• A todo lo largo del siglo XIX, tanto la Ley como la doctrina y la jurisprudencia, lo mismo en Francia
que en España, serán muy conscientes de que la única singularidad de los contratos administrativos
es una singularidad de régimen jurisdiccional, que no afecta en ningún caso ni a su naturaleza ni a
su regulación de fondo, que siguen siendo las propias de toda cuestión civil.
• Incluso a fines del siglo, la Ley Jurisdiccional de 1888 seguirá proclamando que los contratos de la
Administración, cualesquiera que sean, suscitan simples «cuestiones de índole civil».
• Las razones de esa excepción al sistema de distribución de competencias jurisdiccionales son
puramente pragmáticas y no de naturaleza. Se entiende que, aun siendo de naturaleza civil, ciertos
contratos de la Administración deben ser residenciados ante los Tribunales contencioso-
administrativos por un simple motivo práctico, porque estos Tribunales son más rápidos y
expeditivos y porque conocen mejor el funcionamiento de la Administración.
• Sin embargo, la propia aparición y evolución de una legislación administrativa específica en materia
de contratación provocará el TRASLADO PAULATINO a estos contratos de las técnicas normales
de actuación de la Administración y, sobre todo, de su habitual privilegio de autotutela, para concluir
que su atribución a la jurisdicción contencioso-administrativa no es, como en origen se creía,
puramente pragmática sino que esconde más bien una cuestión de naturaleza.
• Siendo así, los contratos administrativos serían contratos con un régimen sustantivo propio y
regidos por el Derecho Administrativo sustantivo y no por el Derecho Privado.
De manera que, al final, la doctrina afirmó que lo que empezó siendo una cuestión procesal, de agilidad (…)
en el fondo se trataba de un cambio en su naturaleza. De esta manera, a mediados del siglo XIX, se vieron en
la obligación de dotarse de un régimen jurídico específico, de una regulación específica.
Esta primera regulación específica de los contratos administrativos fue el Real Decreto de 27 de febrero de
1852 de BRAVO MURILLO, texto referido a los contratos de «servicios y obras públicas», cuya
adjudicación se somete a los «principios de publicidad (remate público y solemne) y competencia (subasta)».
Lo que preocupa fundamentalmente a la nueva norma es la moralidad y mayor transparencia en los
procedimientos de adjudicación de los contratos. Con este objetivo generaliza el principio de publicidad,
imponiendo que se convoque a los contratistas en los boletines oficiales correspondientes a cada
Administración Pública, y se establecen los diferentes procedimientos que han de utilizarse para la
adjudicación.
En cuanto al contenido sustantivo de los contratos, el Real Decreto no contiene ninguna regulación
específica, sino que se remite a lo que establezcan en cada caso los pliegos de condiciones. Son en estos
documentos en los que, a lo largo del siglo XIX, se irá formando una disciplina jurídica específica de los
contratos que celebra la Administración. La función de los pliegos es esencialmente la que explica el
Preámbulo de aquella norma:
«En los pliegos han de preverse los casos y penas por falta de cumplimiento, y puesto que la Administración
es un poder público que tiene en sí mismo medios constitucionales de obligar, y que por otra parte su acción
no puede ser interrumpida cuando ocurriese la necesidad de obligar a los contratistas al cumplimiento, podrá
hacerlo quedando a estos salvo su derecho para recurrir por vía contenciosa siempre que se crean
perjudicados».
En esta simple mención está el reconocimiento de una posición singular a la Administración que subraya la
desigualdad de las partes en los contratos administrativos: en este momento inicial consiste, por lo menos, en
la facultad de obligar a los contratistas al cumplimiento del contrato, lo que es una manifestación de la
ejecutividad de sus decisiones sin necesidad de solicitar el auxilio judicial.
Ninguna norma más en materia de contratación se aprobará en el siglo XIX. Como nos recuerda MUÑOZ
MACHADO que:
· La formulación de una norma general en materia de contratación se intentó reiteradamente a lo largo del siglo
XIX sin que se plasmase en ningún texto finalmente aprobado. Entre los proyectos, el más importante es el que
presentó el presidente del Consejo de Ministros, Marcelo Azcárraga, el 20 de noviembre de 1900, «reformando
la legislación administrativa para la contratación de obras y servicios públicos, establecida por Real Decreto
de 27 de febrero de 1852».
· Fuera del Capítulo V de la Ley de Administración y Contabilidad de 1911, la primera regulación sistemática y
unitaria del régimen de los contratos se produjo en el ámbito de la Administración local: El Reglamento de
Contratación para las obras y servicios de las entidades municipales de 2 de julio de 1924.
· Sus principios pasarían después al Reglamento de Contratación de las Corporaciones Locales que se aprueba
por Decreto de 8 de enero de 1953. Es una norma con cien artículos que recoge la disciplina completa en
términos que influirán en toda la legislación posterior: se refieren al procedimiento y las formas de
contratación, adjudicación y cumplimiento de los contratos, resolución, rescisión y renuncia, garantías, etc.
· Ya a nivel estatal, la Ley 198/1963, de 28 de diciembre, de Bases de Contratos del Estado, tendrá como
objetivo, tal y como se expresa en su exposición de motivos, “establecer en nuestro ordenamiento una
regulación completa de los contratos del Estado, bajo principios jurídicos y administrativos acordes con las
necesidades actuales”. En este sentido, continua señalando: “La sumisión preferente al Derecho administrativo
es la característica normativa que otorga a los contratos del Estado regulados por la Ley su perfil
institucional y los configura como una categoría independiente (…): contrato y Derecho administrativo se
unen para dar vida a un ente original”.
· Esta Ley establecía diecisiete Bases, que serían luego articuladas mediante el Decreto 923/1965, de 8 de abril.
· Dos años después se aprobó enseguida el Reglamento General de Contratación (Decreto 3354/1967).
· Entre la doctrina de la época, J. L. Villar Palasí dijo que la Ley de 1965 era «un verdadero código general
(análogo al Libro IV del CC) de los contratos administrativos, en el cual se consagra definitivamente la tesis
jurisprudencial francesa del contrat administratif».
El contrato administrativo por naturaleza es un trasunto de la teoría del SERVICIO PÚBLICO como
criterio delimitador del Derecho administrativo. A principio del siglo XX, se produce la sustitución del
criterio estructural actos de autoridad-actos de gestión como básico del Derecho Administrativo por el
criterio material del servicio público. Esta sustitución resulta preconizada por la Escuela de Burdeos e
iniciada por el Consejo de Estado francés, con el arrêt Terrier de 6 de febrero de 1903, según el cual «todo lo
que concierne a la organización y funcionamiento de los servicios públicos propiamente dichos, ya actúe la
Administración por vía de contrato, ya lo haga por vía de autoridad, constituye una operación
administrativa, que es, por su naturaleza, del dominio de la jurisdicción administrativa».
Gastón JÉZE, uno de los más reputados autores de la escuela de Burdeos mantendrá, que si los Tribunales
administrativos son competentes para conocer de los contratos administrativos ello es porque se trata de
aplicar un régimen especial; es decir, el régimen público de los servicios públicos.
Los contratos civiles, dirá JÉZE suponen esencialmente la existencia de los contratantes en pie de
IGUALDAD. En los contratos administrativos, en cambio, las partes se reconocen DESIGUALES, en la
medida en que una de ellas representa el interés general, el servicio público, y la otra solamente puede
exhibir su propio y particular interés. La presencia del interés público determinará que el contratante de la
Administración titular del servicio público esté obligado no solo a cumplir el contrato sino también todo lo
que sea absolutamente necesario para asegurar el funcionamiento regular y continuo del servicio público, si
bien, mediante la correspondiente contraprestación económica.
La singularidad del contrato administrativo se vendría a definir pues por la existencia de «cláusulas
exorbitantes del Derecho común» (interpretación y modificación unilateral del contrato por parte de la
Administración), no explicables desde el Derecho común de obligaciones y el principio de pacta sunt
servada.
Esta teoría del contrato administrativo por naturaleza fue tempranamente importada por Fernández de Velasco,
asumida por nuestra jurisprudencia y se consagró por el propio legislador en la LCE de 8 de abril de 1965 la
tesis del contrato administrativo por naturaleza.
En nuestros días, sin embargo, parte de la doctrina más autorizada aboga por la revisión de la doctrina
sustantivadora del contrato administrativo, entendiendo que éste no es una figura distinta al contrato
privado si bien modulado en su régimen jurídico por el Derecho administrativo por razones de interés
público.
Como se han encargado se señalar García de Enterría y T.R. Fernández, “en el Derecho Administrativo,
como derecho propio de las Administraciones Públicas en cuanto sujetos, se modulan las instituciones
jurídicas generales conforme a las exigencias de desenvolvimiento propias de tales sujetos (…). El problema
no ha de plantearse en términos de singularidad sustantividad o exorbitancia, sino, más sencillamente, sin
dramatismos, inquiriendo cuáles son esas modulaciones o variantes que introduce la presencia subjetiva de
la Administración sobre la abstracta institución contractual”. Estas modulaciones se manifiestan sobre todo
en las reglas de ejecución, cumplimiento y extinción de los contratos. Aquí está de manera especial el campo
de las llamadas en Francia «CLÁUSULAS EXORBITANTES».
La polémica, en todo caso, parece haberse diluido a la vista de la evolución misma de la legislación
administrativa de contratos. En realidad, al final no hay tantas diferencias entre las posiciones que abogan
por la sustantividad del contrato administrativo y las que no, al menos en sus consecuencias prácticas. Por
ello, puede bastar con decir que el contrato, como acuerdo de voluntades entre las partes con intención
de obligarse y que genera entre ellas derechos y obligaciones, responde siempre y en todo caso a una
misma estructura, tanto en el caso de los contratos administrativos, como en el de los civiles o
privados. Lo que sucede es que, a partir de aquí, no puede desconocerse que el contrato administrativo
presenta un conjunto de especificidades que, más allá de que alteren o no la identidad de la institución
contractual, marcan unas diferencias importantes respecto del contrato civil o privado.
La existencia de cláusulas exorbitantes a favor de la Administración en los contratos administrativos ha llevado
a parte de la doctrina a negar el carácter contractual de los mismos. Y ellos porque atribuir a la Administración
contratante determinadas prerrogativas supone reconocerle una posición de superioridad inconciliable con el
principio de igualdad de las partes que debe predicarse de todo contrato.
Hoy día, estas posiciones han de entenderse superada por dos razones: En primer lugar, hace tiempo está
plenamente asumido por la dogmática jurídica que esa igualdad entre las partes no es lo esencial de la
institución: dándose la equivalencia de prestaciones, nada obsta a que el contrato administrativo pueda y
deba ser calificado como un verdadero y efectivo contrato. Y, en segundo lugar, las potestades exorbitantes
de la Administración no forman parte del contenido del contrato sino que son consecuencia de la propia
naturaleza institucional de ésta.
3. La evolución de la legislación de contratos como consecuencia de la aplicación del
derecho comunitario
La evolución de la normativa de contratación pública en nuestro país a partir de los años 80 del siglo pasado
viene explicada a resultas de los propios requerimientos del Derecho de la UE. La UE ha producido a lo
largo de estos años una importante cantidad de normas en materia de contratación administrativa, no en
vano, de ésta depende verdaderamente la consecución del mercado interior4. La normativa europea ha
originado, entre otras cosas, la ampliación del ámbito de aplicación de la legislación contractual que ha
venido a referirse del sector público y la subsiguiente modificación de la legislación española. A todo ello,
nos referimos a continuación.
La Comisión, sostuvo a principios de los 80 del siglo pasado que los proveedores y empresarios tendrían
mayores oportunidades para ejercer sus actividades a escala comunitaria y nacional, si se conseguía una
auténtica apertura de la contratación pública. El estudio Atkins de 1984, señaló que la liberalización de la
normativa relativa a la contratación pública de los Estados miembros produciría al menos tres efectos muy
relevantes:
• Efecto estático consistente en la reducción del gasto público,
• Efecto de carácter competitivo, que llevaría a una reducción de los precios, y, vinculado al mismo, la
satisfacción de uno de los fines principales de la política económica comunitaria como era la lucha
contra la inflación,
• Efecto de reestructuración que conllevaría un aumento de los clientes y consumidores de naturaleza
pública y crearía y fortalecería las economías de escala.
El Tratado Constitutivo de la CEE de 1957 establecía algunos preceptos claves en materia de contratación
pública:
El artículo 3 (donde se prescribía la acción de la Comunidad para la realización de un «mercado interior
caracterizado por la supresión, entre los Estados miembros, de los obstáculos a la libre circulación de
mercancías, personas, servicios y capitales», propugnando el establecimiento de un «régimen que garantice
que la competencia no será falseada en el mercado interior»);
El artículo 14 relativo a la prohibición de discriminación por razón de nacionalidad;
El artículo 28, relativo a la libre circulación de mercancías con la prohibición de obstáculos a la misma y de
medidas de efecto equivalente; la libertad de establecimiento consagrada en el artículo 43; los artículos 87 y
siguientes en materia de ayudas, etc.
Por otro lado ha existido una jurisprudencia muy decidida del TJUE aplicando las reglas de los Tratados
mencionadas al régimen de la contratación con el objetivo de asegurar los principios de igualdad de trato
y transparencia.
Desde este momento, la Comunidad adoptó, con la vista puesta en el horizonte del gran mercado único de
1992, distintas normas:
• Directiva 88/295/CEE, de 22 de marzo, sobre contratos públicos de suministro;
• Directiva 89/440/CEE, de 18 de julio, sobre contratos públicos de obra;
• Directiva 89/665/CEE, de 21 de diciembre, relativa a la coordinación de disposiciones legales,
reglamentarias y administrativas referentes a la aplicación de los procedimientos de recurso en
materia de adjudicación de los contratos públicos de suministro y obras.
La labor unificadora de los procedimientos de licitación continuó con en los años 90 de siglo pasado con las
siguientes normas:
• Directiva 90/531/CEE, de 29 de octubre, relativa a los procedimientos de formalización de contratos de las
entidades que operen en los sectores del agua, de la energía, de los transportes y de las telecomunicaciones.
• Directiva 92/13/CEE, de 25 de febrero, relativa a la coordinación de las disposiciones legales, reglamentarias y
administrativas referentes a la aplicación de las normas comunitarias en los procedimientos de formalización
Fruto de dichos trabajos son las Directivas relativas a la contratación pública (2014/ 24/UE), a la contratación
por entidades que operan en los sectores del agua, la energía, los transportes y los servicios postales
(2014/25/UE) y a la adjudicación de contratos de concesión (2014/ 23/UE), actualmente vigentes. Las
directivas relativas a la contratación pública tienen dos grandes objetivos:
1. Incrementar la eficiencia del gasto público para garantizar los mejores resultados posibles de
la contratación en términos de relación calidad/precio. Esto implica, en particular, simplificar y
flexibilizar las normas sobre contratación pública vigentes. Unos procedimientos más racionales y
eficientes beneficiarán a todos los operadores económicos y facilitarán la participación de las PYME
y de los licitadores transfronterizos.
2. Permitir que los compradores utilicen mejor la contratación pública en apoyo de objetivos sociales
comunes como la protección del medio ambiente, una mayor eficiencia energética y en el uso de los
recursos, la lucha contra el cambio climático, la promoción de la innovación, el empleo y la
integración social y la prestación de servicios sociales de alta calidad en las mejores condiciones
posibles.
El bloque de directivas de los años noventa fue incorporado a nuestro ordenamiento mediante la Ley
13/1995, de 18 de mayo, de Contratos de las Administraciones Públicas, modificada sustancialmente por la
Ley 53/1999. Ambas leyes fueron refundidas mediante Real Decreto Legislativo 2/2000, de 16 de junio. El
Texto Refundido de 2000 fue desarrollado por un Reglamento General, aprobado por Real Decreto
1098/2001, de 12 de octubre. Más tarde se produjo otra importante modificación a consecuencia de la
aprobación de la Ley 13/2003, de 23 de mayo, reguladora del contrato de concesión de obra pública.
Lo cierto es que la Ley 13/1995, dejó fuera de su ámbito las sociedades mercantiles de capital
mayoritariamente público, sociedades que, no obstante y según su disposición adicional sexta, venían
obligadas simplemente a ajustar su actividad contractual a los principios de publicidad y concurrencia y eso
«salvo que la naturaleza de la operación a realizar no sea incompatible con estos principios».
La STJUE de 15 de mayo de 2003 condenó a España por no haber extendido el sistema de recursos
garantizados por la Directiva 89/665/CEE a las decisiones adoptadas por las sociedades de Derecho Privado
creadas para satisfacer específicamente necesidades de interés general que no tengan carácter industrial o
mercantil y cuya actividad esté financiada o controlada por las Administraciones Públicas, definidas en la
normativa comunitaria sobre contratos.
La STJUE de 16 de octubre de 2003 declaró el incumplimiento de España por no someterse a las
disposiciones de la Directiva de obras con ocasión de una licitación convocada por la Sociedad Estatal de
Infraestructuras y Equipamientos Penitenciarios, S.A. (SIEPSA).
Constatado lo anterior hay que señalar que las Directivas 2004/17/CE y 2004/18/CE, fueron incorporadas al
ordenamiento español mediante la Ley 30/2007, de 30 de octubre, de contratos del sector público.
Esta última sería sustancialmente modificada por la Ley 2/2011, de 4 de marzo, de Economía sostenible cuya
disposición adicional 32.ª autorizó al Gobierno para aprobar un texto refundido, lo que se hizo mediante Real
Decreto Legislativo 3/2011, de 14 de noviembre, que aprueba el Texto refundido de la Ley de contratos del
sector público.
La operación de transposición de las Directivas 23 y 24 de 2014 ha dado lugar a la aprobación de un texto
nuevo de la Ley de Contratos, que es la vigente Ley 9/2017, de 8 de noviembre, de Contratos del Sector
Público (LCSP), norma actualmente vigente.
2. A estos efectos el concepto de conflicto de intereses abarcará, al menos, cualquier situación en la que el
personal al servicio del órgano de contratación, que además participe en el desarrollo del procedimiento de
licitación o pueda influir en el resultado del mismo, tenga directa o indirectamente un interés financiero,
económico o personal que pudiera parecer que compromete su imparcialidad e independencia en el contexto
del procedimiento de licitación.
Aquellas personas o entidades que tengan conocimiento de un posible conflicto de interés deberán ponerlo
inmediatamente en conocimiento del órgano de contratación.