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Angustia y ansiedad

Todos, en algún momento, estamos angustiado ante algo. El estudiante en la época de


exámenes, por miedo a suspender. El sufriente deudor de una hipoteca, ante el temor de
no poder pagar. El enamorado, frente a la amenaza muda de perder el amor de su pareja.
Cualquiera que se encuentre ante una decisión importante, por miedo a elegir la opción
incorrecta. Son situaciones en las que uno está angustiado, sin por ello padecer un
trastorno de ansiedad, en los que la angustia desaparecerá cuando desaparezca el motivo
real que la generó. Pero en otros momentos uno está angustiado y no sabe por qué. Si el
temor o el miedo está en la realidad puedo huir de él, pero ¿cómo escapar de la angustia
que proviene de mí mismo? No puedo escapar de mí mismo.
La angustia se parece al miedo, pero aparentemente no tiene objeto, no se ajusta a
ningún fin. La angustia, al parecer, no sirve para nada, es como un miedo a nada y que
puede durar mucho tiempo. A menudo, para no hablar de angustia, se habla de ansiedad.
¿Qué es la ansiedad? ¿Una enfermedad, una emoción, un afecto? El término ansiedad
está extraído del manual que emplean psiquiatras y psicólogos clínicos para diagnosticar
(DSM-IV). En él aparecen reseñadas las crisis de pánico y los trastornos de ansiedad,
dos cuadros clínicos diferenciados. En uno la angustia sobreviene de manera inminente,
como sería en un ataque de pánico, y en el otro la angustia aparece de manera continua,
como una angustia flotante. De hecho, la angustia está presente en la mayoría de los
trastornos mentales.
La ansiedad se descubre siempre en el cuerpo: palpitaciones, dificultades respiratorias,
sudoración, trastornos intestinales, picores o alteraciones en la piel, problemas para
dormir, constantes ganas de ir al baño… Los síntomas corporales son los que puede
tratar la medicina a través de psicofármacos como, por ejemplo, los ansiolíticos, que
son, junto a los antidepresivos, los más recetados en todo el mundo. Los síntomas en el
cuerpo remiten con estos fármacos o con técnicas menos agresivas, como las de
respiración, yoga, taichi, etc.

Pero, ¿qué ocurre con los síntomas mentales? ¿De dónde provienen esos temores, esas
ideas de que me puedo volver loco, me puedo morir, ese no sé lo que me pasa? El
cuerpo, con sus síntomas, canta, le pone letra, a la música de la angustia, y lo hace como
un modo de paliar lo que no podemos poner en palabras. Interpretar esa música es tarea
del psicoanalista.
Porque si no se tramita adecuadamente la angustia interior, que no sabemos de dónde
procede, hacemos un intento de ponerla fuera. Así, sustituimos la angustia por un
elemento exterior, por ejemplo en el caso de la fobia. Antes sentía angustia, ahora siento
miedo a montarme en ascensores, por ejemplo, y entonces me dedico a evitar los
ascensores, que considero la fuente de mi angustia. Muchas veces en la fobia se va
armando esta operación, lo que se llama el parapeto fóbico, que también se erige por la
vía de las adicciones.
La angustia es una señal, una brújula para la vida psíquica. Si no nos cuestionamos nada
sobre ella, esa señal se abre paso no sólo hasta el cuerpo en forma de síntomas, sino
también hasta los objetos que nos rodean, hasta el mundo que habitamos. Uno, para no
sentir angustia, es capaz de ponerse enfermo. Enfermo de neurosis. O generar una fobia.
O una neurosis obsesiva. Y este hecho es muy corriente, porque el ser humano tiende a
escapar de la angustia, y en esa tendencia estropea cosas, empezando por su cabeza y
siguiendo por el mundo que le rodea.
Un síntoma, en el mundo de la medicina, tiene un significado que se trata con la
medicación adecuada. Un síntoma, para el psicoanálisis, es una transacción entre deseos
inconscientes y la conciencia, son apaños mal hechos entre ideas que no podemos
tolerar y lo que concientemente nos parece tolerable. De ese choque de fuerzas nace el
síntoma, como paliativo.
La angustia no es algo patológico, que se debe curar o aplacar sea como sea. La angustia
es un afecto estructural del ser humano, la padecemos todos, y tan sólo aparece como
patológica cuando traspasa un determinado umbral, unos niveles. La angustia es
inherente al ser humano, porque remite a la completud mítica de la primera infancia,
cuando el lactante encontraba todo lo necesario en el amor y los cuidados maternos.
Esto, que parece tan teórico, se vivencia a diario, cada vez que una situación nos
decepciona: ese trabajo que creía que me colmaría y ahora no es como me lo imaginé,
esa mujer a la que deseé durante tanto tiempo y ahora resulta que también tiene
defectos, esos objetos (la televisión de plasma, el coche, lo que sea) que anhelé durante
meses y que tampoco me satisfacen… Todas esas vivencias de frustración, de búsqueda
infructuosa de aquella completud, generan angustia: ocurre cada vez que algo que yo
pensaba que sería perfecto se rompe.
En resumen, que la angustia es lo que media entre el goce (que es siempre el goce de la
madre, aquella completud narcisista del bebé) y el deseo, situación que se nos plantea
varias veces al día, cada día, todos los días de nuestra vida. Cuando siento angustia
puedo dejarme caer en los brazos del goce, que es un goce imposible, o movilizarme a
través del deseo. Una persona orientada hacia el deseo tendrá una gran capacidad de
trabajo, para las relaciones sociales, para la vida de pareja o las relaciones amorosas, es
decir, una persona capaz de trabajar, gozar y amar.
El psicoanálisis ofrece una herramienta para que aflore lo inconsciente, para que el
sujeto sepa por qué está angustiado y, por el hecho de poder ponerle palabras a su
angustia, deje de experimentarla como algo displacentero. Es decir: el psicoanálisis
coloca esa brújula que es la angustia en las manos del paciente, como un instrumento de
navegación para que sea él, y no su inconsciente, quien decida qué dirección quiere
darle a su vida, si la del goce imposible o la del deseo.
Un factor distintivo de la angustia es que cuando alguien dice que la siente, lo que siente
ya es otra cosa. Porque decir tengo angustia ya es empezar a hablar, y lo correcto sería
decir que uno no tiene angustia, sino que es la angustia la que lo tiene a uno.
Freud explica la angustia, en una primera aproximación teórica como un exceso de
libido efecto de la represión. En la segunda teoría identifica la angustia como señal de
alarma frente a un peligro, que causa la represión. El modelo en el que se basa es el de
la angustia infantil, la que siente el lactante ante la falta de objeto, la madre.

Lacan, si bien está de acuerdo con Freud en tratar la angustia como un afecto, añade que
es el único afecto que no se desplaza en la cadena significante, sino que está ligado al
objeto, mostrando su íntima relación con el deseo.

Aunque no da la última palabra al respecto, nos advierte que la angustia, al estar ligada
al objeto, es un afecto que no engaña al sujeto. De ahí que debamos hacer de su
manifestación un índice más seguro que el del significante.

El trabajo de un análisis no es sin la vertiente de la angustia ya que cuando ésta surge


apunta a algo de lo imposible de simbolizar.

Cualquiera que sea el universo de discurso posible en el que uno configura la narración
de su análisis, encontrará un imposible.

Freud había postulado un final de análisis solidario con la angustia de castración como
función de límite y prueba de la presencia de la función paterna.

Lacan va más allá del Padre y de la angustia de castración y sitúa el límite del análisis
en la falta de proporción sexual.

En la cura analítica se trata de atraer lo real que la angustia señala para sustraerlo de la
repetición apuntando al resto con el cual trabajamos en el análisis, dado que se trata de
ir más allá del alivio terapéutico cada vez que la subjetividad del paciente es favorable a
ello.

Así pues, a modo de presentación clínica en nuestro espacio y durante apenas 4


encuentros, se han planteado diferentes viñetas clínicas donde nos hemos preguntado
¿Cómo se presenta la angustia hoy? ¿Cómo aparece de forma diferencial en las
distintas estructuras clínicas?

En el momento actual de meras clasificaciones y descripciones de trastornos múltiples,


el psicoanálisis lacaniano responde con el sostenimiento de una clínica donde los
síntomas son escuchados en tanto determinados por la estructura. Cabe entonces
preguntarnos ¿Qué estatuto dar a esas nuevas formas de angustia y cómo abordarlas?

El sujeto actual post-moderno aquejado de diversas formas de crisis de ansiedad y


ataques de pánico suelen dar a estos fenómenos estatuto de síntoma a resolver o
suprimir.

La maniobra psicoanalítica ha de ser desplazar la angustia para que del síntoma del
sujeto surja su pregunta dirigida al Otro.

Otros de los interrogantes planteados han sido: ¿Qué pasa con la angustia en su faz
contemporánea? Se la soporta menos que hace 50 años? ¿O quizás, su aparición es más
excesiva y discapacitante en las nuevas formas…?
La angustia no ha de ser suprimida de entrada ya que tiene su punto fructífero para el
análisis del sujeto del inconsciente.

Por ejemplo en sujetos impulsivos o con tendencia a la actuación preguntarles por que
no toleran un poco de angustia produce un efecto de apaciguamiento.

Proponer una cierta espera des del psicoanalista supone el hacerse depositario de la
angustia para provocar el trabajo asociativo en el analizante.

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