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Seminario Introducción a la
Clínica del Duelo
viernes, 14 de enero de 2011 Archivo del blog

▼ 2011 (7)
El rechazo del saber y el duelo impedido en los niños ► julio (2)
▼ enero (5)
El rechazo del saber y el duelo
Revista PSICO-LOGOS Año VIII, Nº 9 impedido en los ni...
Tucumán: Fac. de Psicología-UNT. 1999.
El duelo incurable
Páginas: 127 / 140
DUELO Y
(DES)SUBJETIVACIÓN
Inocencia paranoica e
indignidad melancólica
Marta Gerez Ambertín.
El incurable luto en
psicoanálisis
"Cada uno de nosotros tiene su cementerio privado
donde no todas las tumbas tienen inscripta
su lápida correspondiente".
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Margaret Little.
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I.- La muerte-espectáculo y el duelo imposible

El duelo y su correlato: la muerte ... ¿qué decir de ellos hoy? En


principio, ninguno de ellos debería ser un acto sólo individual. La muerte,
como la vida, implica siempre a los otros: "Por eso, como gran paso de la
vida, se celebra por una ceremonia siempre más o menos solemne, que tiene
por objeto marcar la solidaridad del individuo con su estirpe y su comunidad"
(1).
Sin embargo, Aries demostrará que, en la actualidad, el ritual ya no
es el mismo, el escenario de los adioses ha variado. Asistimos a un nuevo
espectáculo, el de un duelo invisible, el de una presión por el acallamiento del
entorno del muerto: no debe desgarrar, ni alterar, queda sin pena y sin
sufrimiento, por supuesto, también sin significación. Al mismo tiempo la muerte
se pasea radiante en los mass media como un salvajismo que convoca a un
goce no subjetivizado.
Esto provoca una paradoja en los adultos, y ¡qué decir en los
niños! Engolosinan su goce desde la mirada de la máquina, sus héroes
matan, mueren, se despedazan, pero no atinan a un mínimo duelo cuando a su
lado muere su mascota, un amigo, alguien de la familia, sus padres o sus
hermanos. Y los adultos participan y convocan a este duelo invisible, tratan de
borrar las huellas de la pérdida, expulsan del saber la privación acaecida,
ofrecen rápidamente una ortopedia que "vela" el vacío de lo real, no hay
velatorio, hay encubrimiento que impide el duelo. Y esto no es sin
consecuencias para el sujeto que, al impedírsele el duelo, se le impide, a la
vez, subjetivizar la muerte del prójimo: acting-out extremos, pasajes al acto
neuróticos y psicóticos y, a veces, otras patologías más severas son la
consecuencia de este rechazo del saber sobre la muerte.

II.- Duelo: privación y forclusión

Duelo impedido y rechazo de saber. Lacan traza su relación en el


Seminario VI (1958-59) al emparentar la privación del duelo con la forclusión
del Nombre del Padre en las psicosis. A su vez, en el Seminario X (1962-3)
especificará : "sólo se puede hacer duelo por aquel cuya falta fuimos" (10). Si
tomamos esto último alguien en duelo queda como "causa perdida", como
"alma en pena", como "bala perdida", como "a en pena". Una "causa que ya no
causa a nadie" es una "causa" que puede desenmascararse en un puro real y
arrastrar al doliente tras ese a que apena, riesgo posible de falla en la
operación de separación que puede derivar en la operación de sacrificio e
inmolación al Otro del goce. Por tanto, un sujeto en duelo es siempre un sujeto
de mucha fragilidad subjetiva pues queda expuesto al objeto como real :
privación que supone falta en lo real. de un objeto simbólico Es decir, en el
Seminario VI y en torno al concepto de privación, Lacan ya adelantaba las
hipótesis del trabajo del duelo, consistente en una particular forma de
identificación con el objeto aún cuando no especificara que el objeto en juego
es el objeto a como causa. Por esto el duelo es un trabajo de separación y al
mismo tiempo de asujetamiento con el objeto perdido, de consumar en una
segunda vuelta (o 3ª o 5ª) la pérdida, para sostener en detalle los lazos con
el objeto perdido y modificar por tanto –y ser modificados– nuestro lazo con
él.
En el duelo el agujero real convoca a lo simbólico, en tanto
convoca al falo y se encuentra con el agujero real. Emparentamiento, allí, del
duelo y la forclusión del Nombre del Padre. Mientras en ésta el agujero en lo
simbólico convoca a lo real, en el duelo el agujero real convoca a lo simbólico,
moviliza al significante siempre y cuando haya trabajo de duelo y apelación al
rito social.
El duelo, por la cuestión de la privación, está emparentado a la
psicosis allí donde no se cumple un trabajo de duelo y se produce un retorno
del real. Porque desde ese vacío pululan las alucinaciones u otros fenómenos;
avalancha de certezas que acompañan al sin sentido de fenómenos de la
percepción o el pensamiento, efectuación en lo real del significante que falta, ya
que la ineficacia de lo simbólico, ahora agujereado, no consigue cifrar el goce
en cuestión. Puntualizará Lacan el 12 de mayo de 1967 : "Eso que está
rechazado en lo simbólico debe ser focalizado en el campo subjetivo en
alguna parte para volver a aparecer en un nivel correlativo en lo real". (12)
Importancia otorgada en el duelo, y en el trabajo del duelo, del
recurso al rito como apelación al Otro y movilización del significante.
Pero ¿qué pasa cuando ese recurso, cuando esa apelación a lo
simbólico, esa movilización significante se ve impedida porque no hay recurso
al rito? "El rito, a través del cual damos satisfacción a la memoria del
muerto, es la intervención pública, de todo el juego significante" (8). Aquí
Lacan coincide con Freud: el duelo normal se tramita por los senderos del
acting: se trata de una puesta en escena (el acting está dirigido a Otro) al
mismo tiempo que un llamado al Otro, y de un escenario con público lo cual
permite enmarcar, disfrazar, velar el objeto a. Ese hueco en el ser que nos deja
la muerte de alguien cuyo deseo causamos. Enmascararlo con el mínimo
manto de cobertura agalmática y ese escenario ritualizado, públicamente
legislado, permite que a se recubra. Con ello el duelante muestra que es la
máxima causa del objeto muerto y, en esa mostración, con ese escenario, con
ese público, consigue disfrazar al objeto a, enmascararlo, cubrirlo con un
último manto de cobertura agalmática. Hay necesidad de mostrar al Otro que él
es único en la relación con ese objeto... pero como no sabe nada de ese objeto,
toma la salida de mostrarlo, mostrar que es el único en la relación con él. En
suma, mostrar su relación con el muerto y con el objeto como causa perdida
vía la actuación. Recurso para recubrir y velar el objeto a, posibilidad del
escenario para enmascarar el objeto.
Ahora bien, un duelo silencioso y anónimo, que expulsa todo saber
sobre la muerte, sin rito, sin testimonio, sin testigos, sin soporte legislado por el
otro social, deja al deudo ante el retorno del objeto a desde el muerto hacia él,
expuesto al riesgo del desenmarcamiento fantasmático o de la psicosis por el
agujero creado en la existencia. Y es que, cuando la desaparición de alguien no
fue acompañada de los ritos que esta precisa, se produce el duelo "no
satisfecho", "no se satisface la memoria del muerto", esto es, el duelo impedido.
Allí dirá Lacan, "algo resulta fallido o elidido; o rechazado en la
satisfacción a la memoria del muerto" (8), no se cumple con él y, por tanto,
intervención de los fantasmas y espectros en el vacío dejado por el defecto del
rito significante. Un muerto sin memoria es un muerto sin memoriación, un
muerto no sepultado, un muerto que ha de enrrostrarnos el objeto a liberado
como causa, y que ha de enrrostrarnos ese objeto desde la voracidad
superyoica.
Esto ya había sido especificado por Freud: "Todavía hoy, en
muchos estratos de nuestra población, no puede morir nadie sin que se crea
que fue asesinado por otro [...] Y la reacción neurótica regular ante la muerte de
una persona allegada, es, también, la autoinculpación de que uno mismo ha
causado esa muerte". (5). Saldo superyoico de todo duelo, que deja una marca
incurable en la subjetividad.
Pero ¿qué pasa cuando de lo que se trata es de la muerte de un
niño? ¿cuál la incidencia en la subjetividad de aquellos que lo sobreviven,
padres, hermanos, etc.? Freud deja algunas pistas en las cartas a Fliess en
relación a la muerte de su hermano Julius: "matar al hermano, mandarlo al
infierno, padecer la amenaza de sufrir por retorsión la misma suerte". Pero,
a pesar de todo, hay allí una figura de la culpa inconsciente, hay un semblante
que permite la tramitación del duelo.
Mucho más graves consecuencias tienen aquellas muertes de
hermanos ocultadas, mantenidas en silencio aún en el mito familiar, y donde el
lugar que ha de ocupar el niño es el de un objeto que debe recubrir el hueco
de lo real dejado por la muerte de un hermano. No hay memoria de una
muerte, no hay rememoración de la muerte del rival, sólo la obligación de
reencarnarlo, de velarlo (velãre) sin velatorio. Al respecto Marie-Magdeleine
Chatel dirá: "La muerte de un prójimo es subjetivizada sea como crimen, sea
como suicidio o incluso ambos. Por añadidura, cuando el ser querido es un niño
pequeño, dependiente de la responsabilidad de sus padres, muerto
accidentalmente y no por otra causa [...], el accidente muestra que siempre es
un accidente por negligencia de los padres. Este acto sólo puede ser tomado
como un acto fallido, efecto del deseo de los padres, rechazado en tal sentido a
la subjetivización por aquellos. Es imposible reconocer el asesinato del niño
que tanto se ama, excepto mediante un rechazo del saber. Las patologías que
resultan de esta imposibilidad testimonian este reconocimiento no sabido".(4)

III.- La castigada "Aimée" y las emboscadas del superyó

De una de esas patologías quiero tratar desde el caso nominado


por Lacan, a partir de los mismos significantes ofrecidos por la paciente en sus
escritos, "el caso Aimée".
En la "tesis" de 1932 (7) Lacan trabaja vicisitudes respecto a los
estallidos del delirio, el pasaje al acto (el atentado), y la sorprendente
estabilización que demuestra que, para Aimée: "Matar la tiranía superyoica
era matar la enfermedad".
¿Pero, cómo enfocamos esa tiranía superyoica en el caso? Porque
esa tiranía tiene su consecuencia directa en "la castigada Aimée"; castigada
por esa hostil sombra interior cuya voracidad va más allá de cualquier
especularidad y de las imágenes ideales en las que ésta se encabalga a
través del enjambre de sus perseguidoras.
Si hay algo que llama la atención en el caso "Aimée" es la brusca
caída del delirio (exactamente a los 20 días del atentado y su
encarcelamiento); caída tan súbita que produce un verdadero giro subjetivo.
La actriz de cine y teatro Huguette ex-Duflos, víctima del atentado,
sólo es herida en la mano derecha. La agresora, en cambio, con ese acto "ha
realizado su castigo" dice Lacan (7). Aimée es encarcelada en Saint-Lazare.
Allí recibe no sólo la sanción del Otro social (en los representantes de la ley),
sino que pierde la custodia de su hijo, gana la reprobación de los suyos (al
ser sancionada como una criminal) y debe cohabitar en la cárcel con otras
delincuentes que le inspiran una profunda repulsión.
Lacan especifica: "Lo que Aimée comprende, entonces, es que se
ha agredido a sí misma, y paradójicamente, sólo entonces experimenta el alivio
afectivo (llanto) y la caída brusca del delirio...[...]" (7) (Pág. 227). Esa
enigmática caída del delirio estará vinculada a la cuestión del castigo –función
operante de la Ley– que pone límites al autocastigo que pende de la voracidad
superyoica. La voracidad de esta instancia permite a Lacan dar cuenta de los
mecanismos del autocastigo que, al encontrar su tope en la incidencia del Otro
social que hace efectiva la legislación como sanción, toca, a pesar de los
límites de la psicosis, las cuerdas subjetivas de la culpabilidad. La culpabilidad
obtiene, de esa manera, un semblante, un rostro posible para contornear lo
real, lo cual posibilita la remisión del delirio.
Pero ¿cuál es la culpa de Aimée? ¿cuál la dimensión de esa culpa?
Para Lacan la significación del delirio expresa la tendencia al autocastigo :
"Las persecuciones amenazan al hijo «para castigar a la madre», «que es una
maldiciente, que no hace lo que debe etc.»." (7) (Pág. 227). En lo que es
posible leer un desdoblamiento:
* Las persecuciones amenazan a la hija (Aimée) para castigar a la
madre (Jeanne) que es una maldiciente, que no hace lo que se debe : cuidar y
amar a sus hijos.
* Las persecuciones amenazan al hijo (Didier) para castigar a la
madre (Aimée) que es una maldiciente [una maldecida o una mal-dicha] que
no hace lo que debe : cuidar y amar a sus hijos.
A la pregunta "¿Por qué creía Ud. que su hijo estaba amenazado?"
impulsivamente ella responde: "Para castigarme", "¿Para castigarla de qué?"
"Porque yo no estaba cumpliendo mi misión..." (7) (Pág. 229).
Entiendo que desde aquí se trazan las claves que permiten
abrochar dos puntas de la historia de Aimée: su posicionamiento como hija,
como madre y como mujer. Las claves del caso pueden encontrarse en esa
extraña misión que, ella declara, debe sostener.

IV.- Marguerite Jeanne (Aimée):variaciones del nombre

"Entonces mi madre fue concebida para remplazar a la difunta. Y


como nació una niña, se le dio el mismo nombre: Marguerite". Didier Anzieu
(3)
Didier Anzieu rompe en 1985 un pacto de silencio, hace público el
nombre y apellido de su madre: Marguerite Jeanne Pantaine, casada en
1917 con René Anzieu, la cual nació el 4 de julio de 1892 de un padre un tanto
tiránico –Jean-Baptiste Pantaine– y de una madre –sospechada de
delirante–, Jeanne Donnadieu.
Sus abuelos paternos fueron Marguerite Martín y Francois
Pantaine y los maternos Marguerite Maissoneuve y Jean Donnadieu. Esto
debe mencionarse ya que la primogénita de Jeanne y Jean-Baptiste, nacida el
19-10-1885, llevará no sólo el nombre de su madre sino también el de sus dos
abuelas. Al nacimiento de esa niña le seguirán el de Elise (1887) y el de María
(1888).
El 10-12-1890 muere, a los 5 años y 2 meses, la primogénita en un
confuso accidente hogareño, tragada por las llamas de un horno. Según Lacan
muere "bajo los ojos de su madre", según Didier Anzieu la que muere es la
menor de las hijas estando al cuidado de su hermana Elise que por entonces
tiene 3 años. De una u otra manera, la responsabilidad de ese accidente
recae en los padres de la pequeña. Jeanne, acaso embarazada antes, o
embarazada tras el accidente, dará a luz 7 meses después (12-7-1891) un niño
que nace muerto y el 4 de julio de 1892 nacerá Marguerite Jeanne, destinada,
según su hijo, a reemplazar a la primogénita difunta y encubrir tanto esa
muerte atroz como al fracasado nacimiento del hermano que debió precederle.
Dos años después nace Guillaume, luego Abel Marcel y,
finalmente, Guillaume Clovis, el menor de los hermanos. De los ocho
embarazos de Jeanne nacen seis hijos, muere la primogénita y se reconoce un
fracasado embarazo.
Es difícil hoy nombrar a Marguerite Pantaine o Marguerite Anzieu
despojada de la sombra de Aimée. Lacan hizo un caso de ella (7), y es desde
su tesis desde donde asoman y se asientan las otras versiones del caso. La
historia que sobre Aimée traza Elizabeth Roudinesco (13) perfila una sub-
versión del caso expuesto por Lacan. A su vez, el libro de entrevistas de Didier
Anzieu con Gilbert Tarrab (3) alude al caso desde la novela familiar de Anzieu
quien, en 1990, advierte que su madre es "[...] un ser que para mi jamás fue
un caso, sino una persona" (2); finalmente Jean Allouch (2) también hace un
caso de Marguerite. Versiones y sub-versiones sobre Marguerite J-Aimée
¿quien puede separar estos nombres ahora? Por cierto, no todos hacen caso al
caso pero, ¿es posible llenar todos los vacíos de la trama de una vida?
Lacan, Roudinesco, Anzieu mismo, no cuestionan en torno a la
paranoia y la incidencia del superyó en Marguerite J-Aimée. Lacan, en sus
post-versiones del caso, desde 1946 a 1975 puede retroceder ante la paranoia
de autocastigo, pero no ante la incidencia del superyó en la paranoia.
J. Allouch, en cambio, lleva el caso hacia un sendero que se bifurca
dentro mismo de la paranoia, hacia la "folie à deux" y, en ese punto, presenta
otra versión que deja de lado la cuestión de la autopunición y del superyó en la
paranoia. Pero, aún en la "folie à deux" no es posible omitir la incidencia del
superyó como objeto a. Verdadero punto de interrogante en la versión del
caso que presenta Allouch, a menos que esa omisión sea un intento para
tomar distancia de Lacan.
Pese a las múltiples versiones del caso Aimée J-Marguerite, la
contribución de Lacan marca como hallazgo clínico la incidencia del superyó en
la paranoia que no puede cerrarse aún sin ser suficientemente interrogada o,
más osadamente, sin ser suficientemente usufructuada en el tratamiento
posible de las psicosis, ya que no se trata de una concepción sino de una
nueva dirección para la clínica de las psicosis.
V.- El duelo impedido y el rechazo del saber en el caso Marguerite
J-Aimée

En torno al misterio más angustiante que une a un padre con su


hijo muerto, en 1964 volverá Lacan al sueño trabajado por Freud en "La
interpretación de los sueños": Especifica ."¿Cuál el secreto, en el orden del
deseo inconsciente que comparten este padre y ese hijo que viene para decirle
"Padre, ¿no ves que estoy ardiendo"? ¿De qué arde? sino [...] del peso de los
pecados del padre [...] El padre, el Nombre del Padre, sostiene la estructura del
deseo con la ley –pero la herencia del padre [...] es su pecado" (9)
¿Cuál es el pecado de Marguerite J-Aimée?, ¿cuál su-misión?
¿reemplazar sumisamente a la muerta y silenciar el pecado de sus padres y el
suyo propio?, ¿cuál la dimensión de su culpa?, ¿por qué debe ser castigada?,
¿qué pecado de sus padres preserva con su culpa muda? ¿la inexistencia de
sus padres –imposible de denunciar– como fundamento de una Ley a la que
está condenada a padecer y silenciar desde su psicosis? ¿No es acaso en la
paranoia donde va a replegarse el duelo congelado de sus padres y de ella
misma?
¿No reclama, también Marguerite J-Aimée, desde su delirio: No
ven que estoy ardiendo ? Porque si no hay misterio más angustiante que el que
une a un padre con el cadáver de su hijo muerto, no lo es menos el que une a
una hija a ese misterio, la que se ha de convertir en espectadora cómplice,
cuasi-sustituta del muerto, sin dimensionar jamás ese duelo congelado que
deja a los padres como maldicientes –maldecidos– y carga a la hija con el
peso de llevar en silencio esa maldición no sólo sobre sí, sino contra sí y, aún,
expuesta al riesgo de sacrificar a su propio hijo.
Si alguna intuición genial –germen de posteriores desarrollos–
tienen las puntualizaciones teórico-clínicas de Lacan respecto a Marguerite J-
Aimée (la paranoia, la culpa muda, la autopunición y el superyó) es la
correlación que traza entre la cristalización del delirio, el pasaje al acto, el
castigo y el brusco eclipsamiento del delirio como consecuencia del viraje
desde el punto incomprendido de la ley al castigo de la Ley. Castigo que opera
como corte entre la culpa muda de Marguerite J-Aimée y la culpa silenciada de
sus padres; esto es, entre el pecado de Marguerite J-Aimée y el pecado de sus
padres.
Genealogía del pecado y la culpa, ligada a la genealogía y la
filiación que se entroncan con el concepto princeps de Lacan: los Nombres-del-
Padre.
Marguerite J-Aimée tiene una hermana muerta, la primogénita, que
a los 5 años cae abrazada en llamas. ¿A qué descuido sucumbieron sus
padres?, ¿qué los extravió del deseo de preservar la vida de esa hija? Una
hija, la primogénita, va al encuentro de la muerte, la otra, destinada a "velarla"
en silenciosa complicidad con sus padre, encuentra una muerte muy particular,
la de la psicosis paranoica de la que, sin embargo, puede salir. Para ella su
delirio, sus escritos y el pasaje al acto no han sido sin consecuencias.
El rechazo del saber deja a Marguerite J-Aimée a merced del goce
del Otro proclamando una certeza psicótica : "Su hijo está amenazado", ese es
su castigo. Sobre él recae el peligro. De esta oblicua manera recibe su
merecido porque no cumplió su misión. ¿Cuál era "su misión" sino silenciar el
pecado (asesinato-extravío) de sus padres sobre una hija verdaderamente
amenazada, muerta, castigada y sacrificada? ¿No es acaso la psicosis
paranoica de Marguerite J-Aimée un intento de tramitar y algo mostrar de
aquella misión imposible de un duelo impedido y la sistematización de su delirio
una manera de proclamarla? Hay en ella una certeza respecto al Otro del
goce. Una certeza que es mucho más fija que un saber, porque un saber
siempre puede ser cuestionado por otro, sustituido por otro, contrariamente,
una certeza psicótica, no se modifica, no se cuestiona, no tiene dialéctica. La
certeza psicótica nada tiene que ver con el saber no sabido del inconsciente,
porque en éste el saber se articula como un lenguaje, en aquella, en cambio,
hay lenguaje pero no hay estructura de discurso que posibilite el lazo social.
Ahora bien, en este punto, ¿cuál es el verdadero agujero en la
estructura que corre la subjetividad de Marguerite J-Aimée? Diremos sin
ambages: forclusión del Nombre-del-Padre.
En 1970 señalaba Lacan : "[...] Cada vez más, los psicoanalistas se
meten en algo que es, en efecto, demasiado importante, a saber, el papel de la
madre [...] El papel de la madre es el deseo de la madre. Esto es capital. El
deseo de la madre no es algo que pueda soportarse tal cual, que pueda
resultar indiferente. Siempre produce estragos. Es estar dentro de la boca de
un cocodrilo, eso es la madre. No se sabe qué mosca puede llegar a picarle de
repente y va y cierra la boca. Es el deseo de la madre.
Entonces traté de explicar que había algo tranquilizador [...] Hay un
palo, de piedra por supuesto, que está ahí en potencia, en la boca, y eso la
contiene, la traba. Es lo que se llama el falo. Es el palo que te protege si, de
repente, eso se cierra [...] fue en este nivel como hablé de la metáfora paterna".
(11)
La boca de la madre de Marguerite J-Aimée, es decir, Jeanne, se
cerró sobre su primera hija Marguerite : "[...] un accidente trágico que le costó
la vida a la mayor de los hijos, la cual a la vista de su madre se cayó en la
boca abierta de un horno ardiendo y murió muy rápidamente de quemaduras
graves ". (7) (Pág. 159)
El deseo de la madre siempre produce estragos, pero, ¿qué pasa
cuando no hay "registro del estrago" (4) y de la hostilidad contra ella que
provocan las fantasías en torno a su anhelo devorador? ¿Qué pasa cuando no
hay registro del odio y sí, en su lugar, goce cómplice para rechazar el saber en
torno al pecado de sus padres? "Todo el delirio de Aimée, por el contrario,
según lo hemos hecho ver, puede entenderse como una transposición cada vez
más centrífuga de un odio cuyo objeto directo se rehusa ella a reconocer". (7)
(Pág. 256)
Para no acusar a sus padres y sustitutos debe pagar sacrificando a
su hijo y a sí misma. Doble enroscamiento de un duelo congelado: el de sus
padres y el de ella por tener que ocupar y "velar" el lugar de la hermana
muerta.
Entonces, ¿qué hay en torno a la filiación de Marguerite J-Aimée?
Padres que no han tramitado el duelo ni subjetivizado su culpa y
responsabilidad ante esa hija primogénita muerta; una madre que sin los límites
del falo puesto por los Nombres del Padre engulle a una hija que se camuflaga
por otra (no puede hablarse de sustitución porque no hay registro de la falta)
que queda así expuesta al goce irrestricto del capricho materno; un padre que
tampoco tramita, ni aquella muerte ni su responsabilidad en ella, y queda del
lado del padre terrible: más del lado del que pega que del que ama; un padre
que no sostiene el falo: sólo la amenaza de castigo. Ante esto Marguerite J-
Aimée intenta responder con su delirio y con el pasaje al acto a los agujeros a
los que queda expuesta desde el goce del Otro.

VI.- La culpa y sus vicisitudes en la paranoia

Hemos especificado en otro lugar (6) que la culpa humana


universal (la del hijo) es condición de estructura, y si la culpa recae sobre el
hijo es para preservar al padre del peor de sus pecados: su inexistencia como
fundamento de la ley. En suma, respuesta del hijo para dis-culpar al padre de
ser tan-peor. Concesión del sujeto que, de esta manera, soporta la falta del
Otro y lo configura como un ser-sin-falta.
Ahora bien, estructuralmente, mientras el neurótico quita la falta
del Otro para cargarla a sus costas usufructuando, sin embargo, el beneficio de
apelar y demandar ante ese Otro –negocia su goce vía la demanda amorosa–,
el psicótico, en cambio, hace existir al Otro del goce sin recurso de
apelación. No es posible regatear el goce tras la certeza del goce del Otro. En
la paranoia, específicamente, el Otro goza en tanto complota contra el sujeto,
se trata de un Otro perseguidor ávido de goce. Así, la dimensión de la culpa en
la paranoia es muda: Marguerite J-Aimée no se siente culpable sino acosada.
En la paranoia, hay culpa, pero, paradójicamente, no hay culpables, hay
perseguidores y perseguidos. La persecución, puesta como causa del Otro, del
Otro maligno, que sólo quiere el mal y la destrucción es, en la paranoia, el
envés de la culpabilidad. Así, esa persecución da subsistencia y existencia al
Otro mientras la culpabilidad queda muda y sólo se exterioriza como
"necesidad de castigo". Marguerite J-Aimée se ubica como perseguida y, el
Otro, como perseguidor-castigador; por ello, no hay malestar culpable en
Marguerite J-Aimée, hay malestar en su dimensión persecutoria de castigo. Por
ello tampoco se ubica en una posición querellante, reivindicadora, sino que
transita atravesada por el delirio de interpretación. Las flores del mal deben
caer sobre ella: la inocente Marguerite J-Aimée, la castigada, la ingenua, la
piadosa, la idealista. Acaso podemos decir que su ostentación, en la posición
de castigada inocente, esconde la asunción del goce culpable del incesto y el
parricidio... lo que incide en la cuestión del filicidio.
Esa culpa muda exteriorizada en necesidad de castigo lleva a
Marguerite J-Aimée a traspasar los umbrales del crimen y su delito obtiene,
finalmente, el castigo efectivo (el encierro y el despojo de su hijo) que procura,
más allá del sufrimiento, verdadero alivio y viabiliza la tramitación de una
culpa, un asentimiento posible de su falta y la del Otro .
En "Las voces del superyó" (6) señalábamos, a partir de la
construcción del "trébol de la culpa", que la culpa muda, en tanto voracidad
superyoica de goce, remite a la "agresión vengativa" vinculada por Freud al
parricidio y que encuentra su pobre coartada en el costo de la agresión
autopunitiva. Esa culpa muda, en tanto excedente pulsional que impele como
necesidad de castigo, circula silenciosamente, sin hacer discurso, denuncia, o
declaración, sólo convocando al goce maldito de la satisfacción del
padecimiento.
Marguerite J-Aimée, y la construcción de su caso, permiten a Lacan
acceder al espacio analítico para dar respuestas a los crímenes inmotivados
del superyó en lo que denominará la "paranoia de autocastigo". Este rechazo
de la culpabilidad en Marguerite J-Aimée está ligado a la forclusión del
Nombre del Padre; supone la imposibilidad de admitir en lo simbólico las
significaciones que conformarán la huella de filiación y genealogía y la
implicación de su subjetividad. Imposibilidad para dar cuenta de su falta y de su
goce, pero, fundamentalmente, del pecado y goce filicida de sus padres. La
culpabilidad, así forcluída, retorna desde afuera en forma de reproches y
amenazas que otros le dirigen y culmina con la persecución de su hijo cuya
muerte buscan sus perseguidores.
En lugar de la culpabilidad –forcluída– cunde la amenaza del Otro
y un estar a merced del acoso del Otro malvado, lo cual permite a Marguerite
J-Aimée proclamar no sólo su inocencia, sino también la de sus padres. Como
dijimos: hay crímenes pero no hay culpables... apenas perseguidores. La
forclusión del Nombre del Padre que implica el rechazo de la regulación fálica
y de la castración deja a Marguerite J-Aimée expuesta al goce del Otro y a
merced de su persecución.

VII.- Para concluir

El rechazo del saber que produce el duelo impedido, conduce en la


hija hacia el apego materno y la imposibilidad de cristalizar la hostilidad por los
caminos del odio. El saldo que esto deja en la subjetividad es la paranoia.
Marguerite J-Aimée queda encerrada en el círculo mágico de malignidad, debe
encubrir el pecado y la falla de su madre apegándose incondicionalmente a
ella, precario recurso al que recurre para mantener, de alguna manera, las
fauces abiertas del cocodrilo ya que, por la forclusión del Nombre del Padre,
no puede apelar al falo que garantizaría que aquellas fauces no se cerrarán. A
falta del falo la precaria creación para decir no, para rechazar ese apego
materno será el delirio que tiene como tema central la amenaza de muerte que
pende sobre su hijo, delirio que si bien tiene una dirección centrífuga, no deja
de implicarla: amenaza ofrecer su hijo en sacrificio, amenaza sacrificarse ella
misma para no denunciar el infanticidio perpetuado por sus padres –por el
capricho materno y el silencio cómplice del goce paterno–. Después de todo,
también su madre Jeanne, ofreció en sacrificio a Marguerite muerta y al niño
abortado, a su propia madre, Marguerite Maisonneuve, redoblada en su
nombre por la suegra Marguerite Martín. Aquí, en la tercera generación,
encontramos un tope. Pero si la conjetura freudiana es válida, el duelo
impedido y el rechazo del saber parecen alcanzar a la tercera generación .

Marta Gerez Ambertín

Referencias Bibliográficas

1.- Aries, Phillipe: (1988) "El hombre ante la muerte" Madrid:Taurus.


Reimpresión.
2.- Allouch, Jean: (1995) "Marguerite. Lacan la llamaba Aimée"
México: Editorial
Psicoanalítica de la Letra A.C.
3.-Anzieu, Didier: (1991) Une peau pour les pensées. Entretiens
avec Gilbert Tarrab.
París: Apsygée.
4.- Chatel, M-Magdeleine: (1994) "A falta de estrago..." Litoral 17 Bs. As.:
E.D.E.I.P.S.A.
5.-Freud, Sigmund (1932) Conf. 33. La feminidad. XXII. Bs. As.:
Amorrortu, 1979.
6.- Gerez-Ambertín, M.: (1993) "Las voces del superyó" Bs. As.: Manantial.
7.-Lacan, Jacques: (1932) De la psicosis paranoica en sus relaciones
con la
personalidad. México: Siglo XXI, 3ª ed., 1984.
8.-Lacan, Jacques: (1958-59) Seminario VI. El deseo y su
interpretación. Inédito.
9.- Lacan, Jacques: (1961-62) Seminario IX. La identificación. Inédito
10.-Lacan, Jacques: (1962-63) Seminario X. La angustia. Inédito.
11.-Lacan, Jacques: (1969-70) Seminario XVII. El reverso del
Psicoanálisis. Bs. As.:
Paidós, 1992.
12.-Lacan, Jacques: (1966-67) Seminario XIV. La lógica del fantasma.
Inédito.
13.-Roudinesco, Elizabeth: (1994) "Lacan. Esbozo de una vida, historia de un
sistema de
pensamiento" Bs. As.: FCE.

Datos de la autora
Doctora en Psicología. UNT. Profesora Regular Titular de “Contribuciones del
Psicoanálisis-Escuela Francesa” y “ Semiosis Social”. Docente del Postgrado de la
Universidad Nacional de Bs As y del Magister en Psicoanálisis de la Universidad del
Aconcagua ( Mendoza). Codirectora del Programa de Investigación “Base de Datos del
Sistema Penal de Tucumán” (CIUNT-CONICET). Directora del Proyecto de
Investigación “Culpa, Responsabilidad y Castigo en los Actos criminales” (CIUNT-
CONICET).

Palabras Claves:
Duelo impedido - Rechazo del saber en niños.

Resumen
A partir de la nueva modalidad –“invisible”– que asume el duelo en nuestra época, se
analizan las consecuencias clínicas que produce el duelo impedido en los niños:
rechazo del saber sobre la privación acontecida y, por tanto, ausencia del ritual que
debería acompañar a la pérdida de un “deudo”. Estas premisas se trabajan en el caso
Marguerite Jeanne (Aimée), en la vertiente de la culpa muda y el pasaje al acto en la
paranoia y otras severas implicancias que produce en la subjetividad el rechazo del
saber sobre la muerte.

Publicado por CLINICA DEL DUELO en 5:28

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