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Relación entre la teoría del Narcisismo y el concepto del súper yo.

Dr. José Treszezamsky

31 de mayo de 2006

Quiero agradecer a las directoras de GEA la invitación que me han hecho para
tratar este tema que está ligado con uno de mis mayores intereses en
psicoanálisis. Espero responder en parte a las expectativas motivadas por su
simpatía hacia mí. Hay poco tiempo, son muchas cosas, serán condensadas y
apuntaré más que a dar respuestas a dejar preguntas, a poder crear
motivaciones para que cada uno de ustedes lo siga investigando como sé que
está ocurriendo en esta institución.

Con el término Narcisismo se designan una variedad de cosas en psicoanálisis:


una etapa del desarrollo, un destino de la libido: el retiro de la libido de los objetos
o la libido puesta en el yo; una serie de cuadros clínicos, un tipo de rasgo de
carácter, el motivo de la proyección al exterior del instinto de muerte, y creo que
varios etc. Para ocuparnos hoy de este término y su relación con el podemos
comenzar refiriéndonos al concepto de idea incompatible y su rechazo que
aparece desde el mismo comienzo del psicoanálisis. Las distintas formas de
rechazo de las ideas incompatibles es lo que se denomina defensa patógena o
mecanismos de defensa. Lo que provocaba la defensa, lo que hacía una idea
incompatible era la moral, ese imperativo, esos ideales éticos y estéticos de
cómo debiera ser cada uno de nosotros. Eso que nos hace sentir orgullosos de
nosotros mismos. Entonces estamos desde el comienzo del psicoanálisis con la
presencia incipiente de lo que luego serán el narcisismo, el ideal y el .
¿Qué se opone a que seamos ese ideal?: los deseos instintivos.
Entonces hay deseos y hay ideal y en consecuencia: hay conflictos.
¿Qué buscan el ideal y el yo sometido a ese ideal?
Terminar con el conflicto dinámico, disminuir la tensión a lo más bajo posible y si
fuera posible a cero. En un principio esa tendencia general del psiquismo se
denomina principio de constancia, o su modificación el principio del placer, pero
luego llamaremos a eso principio de Nirvana, expresión del instinto de muerte.
Antes utilicé la expresión defensa patógena como sinónimo de mecanismos de
defensa y es que todos estos mecanismos de defensa son patógenos. ¿Para
quién? Para el Yo.
¿Por qué? Porque fracturan al Yo. Fíjense en cualquier defensa y verán de qué
modo el yo se desprende de algo de él, lo rechaza, huye, lo arruina, lo desvitaliza,
etc.
Si hay guerra por las Malvinas y rendirse y entregarla permite llegar a la paz,
decimos que es una defensa patógena, el país se ha desprendido de una parte
de él. Imagínense si en cada conflicto entregamos algo del territorio: nos pasará
como a las Provincias Unidas del Río de la Plata que son un buen ejemplo para
las defensas patógenas: se han perdido Uruguay, Paraguay, Bolivia cuando tenía
salida al Pacífico, las Malvinas, todas eran de las Provincias Unidas, y se fueron
desmembrando.
¿Cuáles son las consecuencias? Como la idea incompatible se halla
indisolublemente ligada a una parte de la realidad, al rechazarla de la conciencia
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nos alejamos simultáneamente de dicha realidad. Si las defensas son muy


intensas podemos terminar volviéndonos locos.
Primera Conclusión: >para acercarnos al ideal narcisista, a la perfección moral,
rechazamos una idea de la conciencia por medio de los mecanismos de defensa
> esa idea es un representante instintivo y también está unida a una parte de la
realidad > por lo tanto por el narcisismo nos alejamos de la realidad.
Pero existe alguna manera de evitar los traumas sin que la defensa sea
patológica. Son las defensas normales, las que no fracturan al yo. ¿Cuáles son
las defensas normales?
Lucha, fuga, desestimación por el juicio o juicio de condenación, elaboración
psíquica, y el aparato protector contra estímulos: atención, representaciones de
expectativa. Todas ellas impiden el trauma.
No requiere mucha explicación para comprender que si uno huye de una
situación amenazante evita el trauma. Tampoco es necesaria la explicación que
muestre que luchando contra la amenaza, si tenemos los recursos necesarios
para esa lucha, podemos impedir el efecto traumático de la amenaza.
Por otro lado hay ideas que aparecen en la conciencia una vez levantada la
represión y no son traumáticas porque uno tolera contener esas ideas y elige
ejecutarlas o no, y en este caso la idea no cae bajo la represión sino que
aprobamos o desestimamos su realización, es decir, llevamos a cabo un juicio
y ejecutamos o desistimos del deseo y eso trae como consecuencia satisfacción
o sólo frustración pero no represión.
Además un estímulo fuerte, doloroso u ofensivo puede no ser traumático si puede
ser procesado y el aparato psíquico trabaja con dicha idea hasta poder desgastar
su intensidad: asociamos, recordamos, etc, etc,: lo vamos elaborando.
Otras defensas normales, como dijimos, son las representaciones de
expectativa. Estas forman parte del aparato protector contra estímulos: son
todas las ideas disponibles en el preconsciente y que permiten que uno pueda
prever un acontecimiento de modo tal que no nos caiga de sorpresa. Es decir que
si no tengo ideas preconscientes con las cuales ligar un estímulo este se vuelve
traumático.
Para evitar la sorpresa el psiquismo consciente tiene que disponer de ideas o
representaciones de expectativa y además poder prestar atención a aquella
representación que nos prepara para la experiencia que vamos a vivir.
Fíjense lo que estamos diciendo: los llamados mecanismos de defensa no sólo
no defienden para nada sino que son condiciones para la predisposición a
padecer traumas. ¿por qué? Porque hacen desaparecer del preconsciente una
cantidad de ideas que servirían para prevenir algo traumático.
Otra conclusión: Más mecanismos de defensa = más exposición a los traumas.

Entonces, ¿cuál era la condición de la defensa patógena?


El ideal del yo, lo que llamamos también, es un destino de nuestro narcisismo
según la primera teoría psicoanalítica sobre este tema. Hacia el ideal se dirigirá la
libido una vez que tenemos que reconocer que dejamos de ser His majesty the
baby.
¿Cuándo éramos His majesty the Baby?
Cuando los padres nos atribuían todo tipo de perfecciones y la carencia absoluta
de la Gran Imperfección, la sexualidad. La condición para que alguien sea
considerado perfecto, o que haya logrado la completud1, es atribuirle la ausencia
de deseos sexuales. Por medio de las defensas cuando fuimos niños pudimos
hacer desaparecer de la conciencia esos deseos sexuales. ¿Por qué cuando
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Represión exitosa.
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posteriormente aparecen los síntomas nos sentimos culpables o imperfectos?


Porque percibimos inconscientemente que tienen algo que ver con la sexualidad.
Entonces, los padres, por sus propias represiones, han olvidado su propia
sexualidad infantil, y creen que el bebé es perfecto, es decir, que no tiene
sexualidad.
Entonces si la perfección es la carencia de sexualidad, la meta de los
mecanismos de defensa es la búsqueda de esa perfección, en cumplimiento de
ese ideal y en el deseo de volver a ser ese ideal: es decir: el narcisismo está
íntimamente ligado a las defensas, a fracturas del aparato psíquico.
¿Volver a ser ese ideal? ¿Es que alguna vez lo fuimos? ¿De dónde sale esa
creencia de que lo fuimos?
Al descubrir la sexualidad de sus hijos, es decir, ya en la entrada del complejo de
Edipo, hay una fantasía de los padres de que se acabó la época del bebé
maravilloso y empiezan los problemas: Antes era un angelito y ahora es un
diablito. Y ese antes/ahora se introduce en los ideales del niño, se lo va
creyendo de tal modo que erige en él mismo una teoría, una Historia Oficial sobre
la sexualidad: antes su vida era un paraíso, es decir, como en el Paraíso bíblico,
no había sexualidad. De ahí puede nacer la teoría del narcisismo primario, la
creencia de que los instintos sexuales no tenían objeto a quienes dirigirse pues
era inimaginable que otros órganos distintos de los genitales puedan dar
expresión a la sexualidad. Por eso se hacen teorías que dicen que se sale del
narcisismo al entrar al Edipo.
Si es así no deberíamos tener dificultad en entender que la creencia en una
época de narcisismo absoluto se basa en nuestras represiones que nos llevan a
olvidar el rico mundo de relaciones objetales heredadas, prenatales e infantiles
impregnadas de distintas formas de sexualidad.
Tercera conclusión: decimos que la idea del narcisismo primario es una
construcción de un pasado que no existió, costumbre humana habitual como se
observa en la historia oficial del comienzo de todas las naciones. El niño
incorpora la idea culpígena de que antes era un santo y ahora, es decir, en pleno
complejo de Edipo, es un pecador. Y esa incorporación, ese tragarse el rollo, ese
identificarse con las represiones de los padres junto al trauma que representa
enfrentarse con su sexualidad con un cuerpito que no responde, sumado a las
amenazas actuales y heredadas, todo eso lleva a una alteración del psiquismo,
una patología que no por ser universal deja de ser patología: me refiero al
superyo. Como decía Freud: El Superyo es una patología que estamos
demasiado acostumbrados a considerar normal. Porque una cosa es sufrir
una prohibición externa y hasta tener que someterse a ella pero manteniendo el
deseo y disgustándose por la prohibición y otra cosa es asimilarse a esa
prohibición y ahora, sometidos a ella, ya no sentirnos molestos ni disgustarnos
sino todo lo contrario: sentirnos bien.
A partir de la formación del ideal del yo/superyo no sólo no nos disgustamos ante
la renuncia sino que nos creemos más llenos de libido, superiores,
megalómanos, orgullosos. Nos encontramos con una alteración del principio del
placer: ya no responde al aumento o disminución de la satisfacción instintiva sino
al mayor o menor alejamiento a ese ideal/Superyo, ese residuo del narcisismo, lo
que generaba el aplauso del ambiente infantil por haber dominado los instintos.
Cuarta conclusión: si narcisismo es libido en el yo y aumento de autoestima,
una vez formado el superyo se genera la situación por la cual una manera de
satisfacer el narcisismo es la renuncia libidinosa: al obedecer la prohibición de
poner la libido en los objetos el Yo se siente superior.
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Como dijo la licenciada Onetto de Carrica el otro día citando a Freud: esto es uno
de los privilegios del hombre.
Ustedes podrán cuestionar: ¿No es que gracias al superyo y a sus
prohibiciones y leyes tenemos una mejor vida civilizada, que nos llevamos
mejor?.
Todo muestra lo contrario: el narcisismo de las pequeñas diferencias llevan a
asesinatos masivos, el sentimiento de superioridad lleva a las personas a
despreciar a los otros, la represión de los deseos agresivos y sexuales lleva a un
retorno descontrolado de esos deseos. La represión del Edipo lleva a maltratar a
nuestros objetos amados. La inquietud que queda de la represión del sentimiento
de culpa infantil por los deseos edípicos lleva a realizar delitos con la finalidad
encubridora inconsciente de transformar esa angustia inquietante en un
sentimiento de culpa por un delito actual: es decir, los delitos por sentimiento de
culpabilidad y no el sentimiento de culpabilidad por los delitos. Además la
agresividad reprimida se vuelve contra el propio yo con un incremento del
sentimiento de culpa, del superyo, que lleva a conductas más autodestructivas y
en esa autodestructividad está incluida el ataque a los seres queridos. En fin, a
consecuencia del sometimiento al superyo se disminuye la capacidad de amar,
de crear, de disfrutar. Sabemos de la existencia de un impulso del ser humano
que hace que la agresividad en lugar de dirigirse al exterior se vuelva contra el
yo: nos referimos al fenómeno del masoquismo. Ahí parece estar la clave del
hecho de que una prohibición externa se vuelva interna, de que una frustración
impuesta se vuelva un deseo de vivir frustrado y eso termine en un enaltecimiento
del yo.
Lo que estoy diciendo es que el ser humano tiene relaciones objetales desde
un comienzo, que son relaciones eróticas, que llegado a un período de la vida en
que el ambiente descubre que esas relaciones son sexuales y por influencia
filogenética y actual infantil esa sexualidad que ya producía cambios biológicos
sucumbe y se produce una involución psíquica y biológica. El complejo de Edipo
termina, en parte, naturalmente como una moda que pasa, y en parte por fuertes
formaciones reactivas, represiones, en contra del amor infantil. Ahora bien,
hemos caído en una trampa fatal: a partir de ese momento cualquier elección
amorosa inconscientemente es una elección del objeto edípico y si no lo es no
nos interesa. Pero si es el objeto edípico y este ha caído bajo la prohibición del
superyo es incesto, que quiere decir ‘no casto’, intentamos reprimir ese amor y si
retorna lo hará como inhibiciones y síntomas.
Nos encontramos con que en el inconsciente cualquier objeto amoroso que
elijamos será nuestra madre o nuestro padre y si no, no existe como objeto del
instinto.
¿Cómo salimos de este atolladero?
Ustedes habrán oído últimamente una fórmula pseudopsicoanalítica que circula
mucho: Con tu madre no está permitido pero con otra mujer sí, con alguna que
tenga algún parecido pero no con ella. Yo les digo: eso no es psicoanálisis, no es
el inconsciente, eso es preconsciente. Por ese terreno no ayudarán a nadie a
resolver su neurosis que se origina no por los deseos edípicos sino por el
sometimiento a las prohibiciones de los deseos edípicos. La curación no
pasa por la renuncia al Edipo, sino por hacer al yo más independiente del superyo
en su elección amorosa, es decir, que no se someta al narcisismo ni a la
amenaza de castración. Una curación que se enfoque desde la renuncia al Edipo
es una curación ideológica o religiosa que sigue el mismo camino que el Superyo,
es una búsqueda narcisista.
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El descubrimiento freudiano en este punto es muy explícito: “El que quiera ser
realmente feliz deberá vencer el asco a sus deseos amorosos por la madre o la
hermana”.
Pero uno tiene derecho a insistir, a rescatar por lo menos algo ‘bueno’ de los
mecanismos de defensa, de la represión, del superyo. Se puede decir: Hagamos
de cuenta que es así, que la represión es patógena. Pero entonces podríamos
usar otro mecanismo mucho mejor, más valioso, más sano, más útil a la
sociedad, que dejaría satisfecho al ideal y por lo tanto dejaría mayor satisfacción
narcisista.
Debemos advertir que no es nuestra función como científicos la valoración de la
conducta ni de los mecanismos psíquicos. Eso es peligroso porque siempre será
arrastrada por los valores de turno, por los ideales, es decir, por el narcisismo.
El mecanismo que se intenta plantear como opción a la represión es la
sublimación. El descubrimiento de este mecanismo pareció en un principio
ofrecer una salida al problema de la relación entre el ideal narcisista y los
destinos del instinto porque se pensaba que una vez lograda la desviación de la
meta y el objeto y desexualizada la libido, es decir, transformada en una libido
lavada o light, ya no habría conflicto con el ideal del yo o superyo. Pero
investigaciones posteriores a 1920 que pasaron por el cambio de la teoría
instintiva y la necesidad clínica de formular la segunda tópica más acorde con la
observación llevaron a la hipótesis de que en la sublimación ocurre una
desexualización de la libido que trae consecuencias muy pero muy serias: por la
desexualización de la libido en la sublimación se pierde la capacidad de
neutralizar el instinto de muerte. Y el instinto de muerte, el instinto agresivo no
neutralizado, aunque está en todo el aparato psíquico, logra ubicarse en el
psiquismo especialmente en un lugar muy particular: el ideal del yo o superyo. El
superyo, instigado en su formación por las prohibiciones infantiles, casi todas
ellas mediadoras de los valores de la sociedad, una moral considerada como lo
más elevado del ser humano, lo más puro, comienza siendo un lugar de ataque
contra Eros, contra el amor y termina siendo un basural donde va a parar todo el
instinto de muerte liberado y residual de la actividad civilizada, incrementando de
ese modo la severidad del superyo y llevando a la muerte de la sexualidad y de
nuestra propia vida. Nos encontramos en la misma situación que tienen los
cultivos celulares que eliminan productos de su catabolismo y terminan
intoxicándose con esos productos que fabrican las mismas células. O como
ocurre con las sociedades más avanzadas: sucumben bajo la basura que ellas
mismas producen y terminan dirigiéndose a la barbarie por el camino de la
civilización. Tenemos un problema ecológico en nuestra mente: El malestar en
y por la cultura, tan valorada por nosotros.

Fíjense que ahora el ideal del yo/ superyo es un caldo de cultivo puro de
instinto de muerte y no un reservorio de la libido que el yo se vio obligado a
resignar. Que la condición de instalación del superyo pasa en las investigaciones
freudianas de ser una consecuencia del destino de la libido a una consecuencia
del sometimiento masoquista a situaciones antiinstintivas actuales, infantiles y
heredadas. Repito: a partir de 1923 hay una modificación sustancial de la
concepción freudiana del ideal del yo/superyo: deja de ser un reservorio de
libido para ser reservorio del instinto de muerte.

El psicoanálisis, tal como lo entiende Freud, es un método, una teoría, una


terapia que nace no en el escritorio sino en la observación clínica.
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Cuando introduce el narcisismo, se ocupa de la melancolía, que, como decía


Stella Maris el mes pasado, es la neurosis narcisista por excelencia. ¿qué
quiere decir esto? Que es dónde mejor se nota la relación del yo con el ideal del
yo, ahí donde supuestamente se ha establecido toda la libido del individuo que se
ha retirado del yo. Ahora el yo se siente insignificante, o mejor dicho, lleno de un
significado negativo, malo, una molestia, un estorbo, no se quiere más. ‘Si me
quieren es porque los demás están equivocados pues yo no me merezco nada
bueno, sólo castigos, y hasta la muerte’.
Supuestamente toda la libido se ha retirado del yo y se fue al ideal. Pero ¿qué
pasa cuando a partir del 20 y del 23 introduce los conceptos de instinto de muerte
y de masoquismo primario?
Entonces en la melancolía nos encontramos con un yo que resigna la libido de sí
mismo y se entrega totalmente a un superyo que es caldo de cultivo puro del
instinto de muerte. Pero en el melancólico hay una queja y lo dicen
explícitamente: se quejan de que han perdido las ganas, las han perdido junto
con el objeto idealizado que ellos creían que formaba una unidad consigo mismo.
Algunos de estos pacientes vienen a análisis luego de la ruptura de un lazo
narcisista y creemos que vienen a analizarse cuando lo que están haciendo es
refugiarse en un aguantadero hasta que aparezca otra vez el ideal en un objeto
de la vida cotidiana y ahí interrumpen un análisis que en realidad nunca fue
análisis. Es ‘la curación por el amor’.
Recuerden que la vez pasada Stella Maris comentaba la situación de poder
reconocer los errores ante el paciente y me hizo pensar en un hombre que se
atendió conmigo hace mucho tiempo: era una persona muy melancólica,
homosexual, y su monto de idealización en análisis hizo que se le produjera una
enorme crisis cuando un día le dije que de acuerdo a lo que estaba trayendo yo
debí haber estado equivocado en algo que le había dicho unos días antes. No
podía admitir que yo estuviese equivocado, un ideal no puede estar equivocado,
yo le estaba diciendo eso como una prueba, un experimento, pero no podía ser
cierto: yo no me equivocaba nunca, yo sabía todo. Esta persona había sido
alumno mío en la Universidad del Salvador y al romperse un vínculo homosexual
con un muchacho que tenía su mismo nombre se deprimió mucho y pensó que yo
podría ser su Salvador. Apenas comenzó el tratamiento no hubo manera de
detener una gran actuación suya: a los 6 meses se casó con una chica porque
pensó que yo quería que el fuera heterosexual. Al registrarse en el hotel la noche
de bodas se espantó por algo que ya sabía: que la chica tenía su mismo apellido.
Esto le hizo volver a Buenos Aires a la mañana siguiente. Vivió con ella un tiempo
pero le costaba mucho mantener la relación y un ejemplo de ello era que cuando
salían a tomar un café él pagaba el suyo y dejaba que ella pagara el de ella. Un
sueño que tuvo y que pudimos entender fue el siguiente: se veía con una
deslumbrante corona con picos o espigas, largos y cortos alternativamente.
El tamaño de los picos tenía el significado de sentirse inferior al comparar su
pene con el de los demás hombres, incluso su comparación conmigo que era el
ideal.
El hecho de ser deslumbrante su corona significaba por un lado ese ideal
fascinante que era yo y además cómo veía él a su mujer, horrorizada por su
conducta sexual retraída.
En los días en que tuvo este sueño este hombre sufría de una balanopostitis, una
infección alrededor del surco balanoprepucial y esta infección era debida a un
hongo, es decir, que tenía una infección provocada por-hongos. Como él le pidió
al médico que le explicara qué son esos hongos, el médico le dijo que no se
preocupara, que no tienen nada que ver con los hongos que conocemos
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habitualmente, que estos son unos hongos chiquitos: era una infección por-
honguitos. Los hongos que conocemos habitualmente, decía él, suelen tener
forma de pene, y eso quería decir que su pene no era como el normal de los
demás hombres.
Como el médico utilizó también la palabra micosis, quedó asociada a ‘mi cosita’,
la manera como su mujer llamaba a su pene. Esto tenía un fuerte impacto
doloroso porque la madre desde su período de latencia empezó a ver su pene
como pequeño y aunque lo llevaba a grandes especialistas urólogos,
endocrinólogos, pediatras, etc., que le decían que el pene del niño era normal ella
insistía en que era pequeño. Los picos de la corona representaban también el
‘picor’ que sentía en el surco balanoprepucial afectado. La corona del sueño
estaba relacionada también con la corona prepucial. Por supuesto que la corona
es el ornamento típico de His Majesty, el ideal. Este paciente tenía, como se
darán cuenta, una neurosis narcisista, originada en una herida narcisista.

Pero les estaba diciendo que aunque el melancólico retire la libido de sí mismo
por lo menos tiene una queja: se queja de que no tiene ganas de nada. Se queja,
le duele, le molesta, le apena. Hay algo vital en ese dolor. El dolor es una
reacción vital ante el instinto de muerte. Forma parte del guardián de la vida
psíquica. Sin dolor no tenemos ninguna protección, es la alarma de que
algo destructivo nos está atacando. Entonces podemos decir que el
melancólico está hundido en algo muy destructivo, que no se quiere más, pero
debemos admitir que en un rinconcito de su corazón todavía hay algo vital.

Los cuadros melancólicos se suelen transformar en otro cuadro mas divertido


socialmente, más aceptado, aunque más peligroso para el individuo y para los
demás. Me refiero a la manía. En la manía nos encontramos con el mismo
cuadro de fondo sólo que la reacción es distinta: en lugar de dolor hay alegría, en
lugar de inferioridad y culpa el yo tiene un incremento enorme de autoestima y se
siente equiparado con el ideal, no sólo no siente que no vale nada porque el
objeto no está sino que le resta todo valor al objeto y considera que el objeto no
vale nada y triunfa sobre la pérdida del objeto, incluso triunfa sobre todo lo vital
de él mismo hasta tal punto que no le importa nada el valor de su propia vida. La
mayor parte de los suicidios o accidentes/suicidas que ocurren en los
maníacodepresivos se producen en los momentos maníacos.
¿Podemos decir que en la manía, porque hay un incremento de la
autoestima, porque hay megalomanía, porque se considera el yo a sí mismo
como el ideal, hay un aumento narcisista?
Y, sí, quizás sí, pero entonces tenemos un serio problema porque estaríamos
llamando narcisismo al triunfo del instinto de muerte y no al triunfo de la libido. Ya
no estamos hablando de un destino de la libido sino del instinto de muerte. Y de
ese modo narcisismo se acerca al concepto de masoquismo.

En la obra de Freud la aparición de la teoría de los instintos de vida y de


muerte y la de la segunda tópica traen aparejados cambios con respecto al
enfoque del narcisismo: primer cambio es que el narcisismo pasa a ser
secundario, ¿a qué? Al retiro de la libido de los objetos. Ahora la libido está
dirigida primariamente a los objetos y secundariamente el Yo se puede
interponer en su camino y ofrecerse él mismo como destino de la libido.
Pero además, luego de esos cambios en la teoría psicoanalítica hay una
desaparición brusca y casi total del término narcisismo en sus escritos.
¿Qué es lo que pasó? No desapareció sino que ahora adquirió una nueva
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conceptualización: es el superyo. Lo que no es poca cosa porque explicar los


cuadros clínicos incluyendo a este superyo, verdadera reedición del narcisismo,
es una condición para que una teoría sea considerada como psicoanalítica.
¿A qué me refiero con esto?
Si el superyo inconsciente es el heredero del complejo de Edipo, es la
culminación de la sexualidad infantil, es el representante del conflicto defensivo
contra ella, es la resistencia más fuerte al progreso de la cura, si ese superyo
inconsciente se hace presente en la transferencia en el tratamiento como una
reactualización de la historia sexual infantil y en el tratamiento debemos hacer
consciente el sometimiento masoquista del yo del paciente al analista superyoico,
podemos decir entonces, siguiendo a Freud al pie de la letra, que lo que
diferencia al psicoanálisis de cualquier otra psicología es la consideración del
superyo. Lo dice claramente en Tótem y Tabú: cualquier teoría psicológica que
en sus explicaciones no incluya el factor moral es una regresión a la época
anterior al psicoanálisis.

Nosotros nos encontramos con personas sufrientes, con inhibiciones para


disfrutar, hacer y amar, enfermos más o menos graves. Ahora bien, ¿de qué
depende la gravedad de una enfermedad y el pronóstico de un tratamiento
psicoanalítico? Hay varios factores entre los cuales se encuentran el beneficio
secundario de la enfermedad y la transferencia negativa. Pero hay uno que
sobresale sobre todos: el superyo o su modo clínico: el sentimiento de culpa
inconsciente. Del sometimiento del yo al superyo depende tanto la gravedad
como el pronóstico de un cuadro y la posibilidad de un tratamiento psicoanalítico.
En el análisis la barrera representativa de esa acción es una de las formas de lo
que llamamos Reacción Terapéutica Negativa, la manifestación en análisis del
sentimiento de culpa inconsciente, del superyo, del instinto de muerte dirigido
contra el mismo individuo.
Y de paso les pregunto: ¿saben a qué factor atribuye Freud el desvío del instinto
de muerte hacia el exterior con la finalidad de liberarse de él?
La respuesta intenta darla en 1920, en el Más allá del principio del placer. Allí
dice que es el narcisismo. Pero en ese párrafo el narcisismo es Eros, es instinto
de vida. Justo en este artículo que da inicio a la nueva teoría instintiva y que
atribuye a Eros la búsqueda de objetos, es decir, Eros es objetal, todo lo contrario
a Narcisismo tal como solemos conocerlo. Coincidirán más con Freud entonces
en considerar a esta introducción del narcisismo en la teoría de la libido como un
mal parto.
Pero sigamos nuestra excursión por las complejidades de esta teoría y su
derivación en el concepto de superyo.
Ante la perfección narcisista que implica el ideal, o ante los valores que
impone el superyo, el yo se relaciona de tres maneras: sentimientos de culpa,
sentimientos de inferioridad y angustia.
Primera forma: Los sentimientos de culpa: Así como yo no debes ser: tener
deseos es un crimen. Cualquier deseo sexual es un crimen y esto incluye los
deseos inconscientes.
Segunda forma: Así como yo debes ser, impone el ideal, y si no sos como yo sos
inferior. Si la inferioridad es un alejamiento de la perfección y si dicha perfección
es la renuncia a la sexualidad, la inferioridad es una inferioridad moral por no
haber renunciado a la sexualidad.
Tercera forma de relación con el superyo es la Angustia. Freud recién lo dice con
todas las letras al final de su obra: el superyo castiga al yo con angustia.
Entonces la angustia no es sólo una señal de peligro ante un castigo que podría
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provocarse si uno transgrede una norma, sino que la angustia misma es un


castigo. En sesión la angustia no sólo es una amenaza del analista al paciente
sino que la misma angustia es un castigo. Y eso se observa en los niños: si uno
los amenaza con un castigo ya es un dolor para ellos, ya lloran ante la amenaza.
Eso se incorpora en forma de angustia como castigo del superyo.

Lo que estuvimos diciendo hoy muestra algunas de las malformaciones de ese


mal parto que tuvo Freud. Por un lado narcisismo es la libido puesta en el yo y
por otro lado es la libido retirada del objeto. Pero ambas cosas no
necesariamente tiene que coincidir: en la teoría unitaria que describe Jorge
Winocur y que se puede descubrir en toda la obra freudiana uno observa que la
represión afecta tanto al instinto como al yo y al objeto. Que si uno levanta
las represiones se encuentra con que al mismo tiempo que sabe más del ello,
sabe más del yo y conoce más el mundo exterior que es dónde están los objetos
de satisfacción. Entonces la fórmula hidráulica que considera que si pongo la
libido en el objeto me empobrezco -- fórmula típica de los boleros, esas canciones
que dicen “Yo sin ti no valgo nada”, “Sin ti me muero”-- y por otro lado para
quererme más debo retirar la libido de los objetos, se debe a algún otro motivo
que no es necesariamente libidinoso.
La respuesta la da en forma clara Freud en el capítulo 7 de Moisés y la religión
monoteísta. El incremento de autoestima ante la renuncia instintiva se origina en
el aplauso que el ambiente le otorga al niño que se porta bien, es decir, que
aprende a reprimir. Posteriormente, internalizada la prohibición, el aplauso
también se internaliza: es el superyo que valora más al yo cuando renuncia a sus
instintos, y ese es el pobre premio que recibe un narcisista. La pregunta que
surge es si debemos considerar libidinoso ese incremento de autoestima o nos
aclara más el considerarlo una fascinación, una hipnosis, un encantamiento por el
ideal, es decir, por la ausencia de sexualidad. Por lo tanto nos preguntamos:
¿todo aumento de autoestima equivale a más libido en el yo?
Parece que en la posición masoquista de retiro de la libido del yo y atribuirle todo
lo perfecto, fascinante, maravilloso al objeto no podemos hablar de amor sino de
enamoramiento, no sería una colocación libidinosa. En todo caso sería un
engaño, un autoengaño, un dorar la píldora, y creer que se trata de libido cuando
profundamente se trata de instinto de muerte, o de otro modo, un sometimiento al
superyo.
Si todo esto es así, y parece que la observación clínica así lo muestra,
debiéramos ser cuidadosos en la utilización de conceptos y llamar más
claramente a las cosas por su nombre y no caer en confusiones como puede ser
narcisismo de vida y narcisismo de muerte. Lo que se llama narcisismo
corresponde más bien a un embelezamiento masoquista, una fascinación
masoquista, un deslumbramiento ante la propia castración.

Toda esta complicación del psiquismo que trae como consecuencia el superyo
alcanza hasta los principios básicos en que se funda la actividad psíquica: el
principio del placer, el guardián de la vida psíquica. Mientras funciona el principio
del placer como regulador original del aparato psíquico los aumentos de tensión
provocados por la frustración traen como consecuencia un malestar y odio a los
objetos y las situaciones frustrantes, pero una vez puesto a funcionar el superyo,
ya la economía psíquica sufre una gran alteración: la frustración no sólo no
aumenta la tensión, como se esperaba, sino que ahora incrementa la autoestima,
el orgullo narcisista, esa exageración del sentimiento humano de la soberbia por
habernos alejado de la animalidad, de no depender de los objetos, ese
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sentimiento de superioridad por ser menos instintivos. Y con esto hemos caído
totalmente en el peligro de haber narcotizado el guardián de la vida psíquica
y no tener reacción vital ante el instinto de muerte.

Por ahora sólo resta una pregunta: ¿Qué nos queda para el amor verdadero,
real? ¿Cómo se da acá el juego entre libido en el yo y libido en el objeto? ¿Qué
hay de narcisismo en el amor verdadero?
En el amor verdadero real, la libido colocada en el yo y la libido colocada en
el objeto no se diferencian, y entonces el amor verdadero sería una regresión a
un estado anterior, la recuperación de esa forma de colocación de la libido no
hidráulica, un estado donde el amor al objeto primitivo no sólo no empobrecía al
yo sino que lo enriquecía. Hay elementos de la clínica para diferenciar amor y una
admiración vital de una idealización: cuando uno ama verdaderamente o
admira vitalmente a un objeto el yo no sufre desmedro, no sufre
disminución, cosa que no ocurre con el enamoramiento o con la admiración
idealizadora en las cuales el yo se coloca en un lugar de inferioridad.

Conclusión final: Para lograr recuperar este estado primitivo en el cual


libido en el yo y en el objeto no se diferencian tendremos que
independizarnos más del ideal, de la idealización, es decir del superyo que
nos ofrece el paraíso mentiroso del narcisismo.

Todos sabemos desde hace tiempo que los poetas y grandes escritores han
descripto más fácilmente ciertos hechos que el psicoanálisis intenta captar como
fruto de sus investigaciones y por eso quiero terminar reproduciendo unas frases
de uno de ellos citado cientos de veces:
“No se debe ser tacaño con el amor, pues la porción de capital que se
desembolsa va renovándose a través del gasto mismo. Si no se toca el
capital durante demasiado tiempo, disminuyen imperceptiblemente los
caudales o se enmohece el candado. En tal caso, el tesoro queda allí dentro,
pero es inutilizable”. (Freud a su novia, 18 de agosto de 1882, 26 años).

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