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31 de mayo de 2006
Quiero agradecer a las directoras de GEA la invitación que me han hecho para
tratar este tema que está ligado con uno de mis mayores intereses en
psicoanálisis. Espero responder en parte a las expectativas motivadas por su
simpatía hacia mí. Hay poco tiempo, son muchas cosas, serán condensadas y
apuntaré más que a dar respuestas a dejar preguntas, a poder crear
motivaciones para que cada uno de ustedes lo siga investigando como sé que
está ocurriendo en esta institución.
Como dijo la licenciada Onetto de Carrica el otro día citando a Freud: esto es uno
de los privilegios del hombre.
Ustedes podrán cuestionar: ¿No es que gracias al superyo y a sus
prohibiciones y leyes tenemos una mejor vida civilizada, que nos llevamos
mejor?.
Todo muestra lo contrario: el narcisismo de las pequeñas diferencias llevan a
asesinatos masivos, el sentimiento de superioridad lleva a las personas a
despreciar a los otros, la represión de los deseos agresivos y sexuales lleva a un
retorno descontrolado de esos deseos. La represión del Edipo lleva a maltratar a
nuestros objetos amados. La inquietud que queda de la represión del sentimiento
de culpa infantil por los deseos edípicos lleva a realizar delitos con la finalidad
encubridora inconsciente de transformar esa angustia inquietante en un
sentimiento de culpa por un delito actual: es decir, los delitos por sentimiento de
culpabilidad y no el sentimiento de culpabilidad por los delitos. Además la
agresividad reprimida se vuelve contra el propio yo con un incremento del
sentimiento de culpa, del superyo, que lleva a conductas más autodestructivas y
en esa autodestructividad está incluida el ataque a los seres queridos. En fin, a
consecuencia del sometimiento al superyo se disminuye la capacidad de amar,
de crear, de disfrutar. Sabemos de la existencia de un impulso del ser humano
que hace que la agresividad en lugar de dirigirse al exterior se vuelva contra el
yo: nos referimos al fenómeno del masoquismo. Ahí parece estar la clave del
hecho de que una prohibición externa se vuelva interna, de que una frustración
impuesta se vuelva un deseo de vivir frustrado y eso termine en un enaltecimiento
del yo.
Lo que estoy diciendo es que el ser humano tiene relaciones objetales desde
un comienzo, que son relaciones eróticas, que llegado a un período de la vida en
que el ambiente descubre que esas relaciones son sexuales y por influencia
filogenética y actual infantil esa sexualidad que ya producía cambios biológicos
sucumbe y se produce una involución psíquica y biológica. El complejo de Edipo
termina, en parte, naturalmente como una moda que pasa, y en parte por fuertes
formaciones reactivas, represiones, en contra del amor infantil. Ahora bien,
hemos caído en una trampa fatal: a partir de ese momento cualquier elección
amorosa inconscientemente es una elección del objeto edípico y si no lo es no
nos interesa. Pero si es el objeto edípico y este ha caído bajo la prohibición del
superyo es incesto, que quiere decir ‘no casto’, intentamos reprimir ese amor y si
retorna lo hará como inhibiciones y síntomas.
Nos encontramos con que en el inconsciente cualquier objeto amoroso que
elijamos será nuestra madre o nuestro padre y si no, no existe como objeto del
instinto.
¿Cómo salimos de este atolladero?
Ustedes habrán oído últimamente una fórmula pseudopsicoanalítica que circula
mucho: Con tu madre no está permitido pero con otra mujer sí, con alguna que
tenga algún parecido pero no con ella. Yo les digo: eso no es psicoanálisis, no es
el inconsciente, eso es preconsciente. Por ese terreno no ayudarán a nadie a
resolver su neurosis que se origina no por los deseos edípicos sino por el
sometimiento a las prohibiciones de los deseos edípicos. La curación no
pasa por la renuncia al Edipo, sino por hacer al yo más independiente del superyo
en su elección amorosa, es decir, que no se someta al narcisismo ni a la
amenaza de castración. Una curación que se enfoque desde la renuncia al Edipo
es una curación ideológica o religiosa que sigue el mismo camino que el Superyo,
es una búsqueda narcisista.
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El descubrimiento freudiano en este punto es muy explícito: “El que quiera ser
realmente feliz deberá vencer el asco a sus deseos amorosos por la madre o la
hermana”.
Pero uno tiene derecho a insistir, a rescatar por lo menos algo ‘bueno’ de los
mecanismos de defensa, de la represión, del superyo. Se puede decir: Hagamos
de cuenta que es así, que la represión es patógena. Pero entonces podríamos
usar otro mecanismo mucho mejor, más valioso, más sano, más útil a la
sociedad, que dejaría satisfecho al ideal y por lo tanto dejaría mayor satisfacción
narcisista.
Debemos advertir que no es nuestra función como científicos la valoración de la
conducta ni de los mecanismos psíquicos. Eso es peligroso porque siempre será
arrastrada por los valores de turno, por los ideales, es decir, por el narcisismo.
El mecanismo que se intenta plantear como opción a la represión es la
sublimación. El descubrimiento de este mecanismo pareció en un principio
ofrecer una salida al problema de la relación entre el ideal narcisista y los
destinos del instinto porque se pensaba que una vez lograda la desviación de la
meta y el objeto y desexualizada la libido, es decir, transformada en una libido
lavada o light, ya no habría conflicto con el ideal del yo o superyo. Pero
investigaciones posteriores a 1920 que pasaron por el cambio de la teoría
instintiva y la necesidad clínica de formular la segunda tópica más acorde con la
observación llevaron a la hipótesis de que en la sublimación ocurre una
desexualización de la libido que trae consecuencias muy pero muy serias: por la
desexualización de la libido en la sublimación se pierde la capacidad de
neutralizar el instinto de muerte. Y el instinto de muerte, el instinto agresivo no
neutralizado, aunque está en todo el aparato psíquico, logra ubicarse en el
psiquismo especialmente en un lugar muy particular: el ideal del yo o superyo. El
superyo, instigado en su formación por las prohibiciones infantiles, casi todas
ellas mediadoras de los valores de la sociedad, una moral considerada como lo
más elevado del ser humano, lo más puro, comienza siendo un lugar de ataque
contra Eros, contra el amor y termina siendo un basural donde va a parar todo el
instinto de muerte liberado y residual de la actividad civilizada, incrementando de
ese modo la severidad del superyo y llevando a la muerte de la sexualidad y de
nuestra propia vida. Nos encontramos en la misma situación que tienen los
cultivos celulares que eliminan productos de su catabolismo y terminan
intoxicándose con esos productos que fabrican las mismas células. O como
ocurre con las sociedades más avanzadas: sucumben bajo la basura que ellas
mismas producen y terminan dirigiéndose a la barbarie por el camino de la
civilización. Tenemos un problema ecológico en nuestra mente: El malestar en
y por la cultura, tan valorada por nosotros.
Fíjense que ahora el ideal del yo/ superyo es un caldo de cultivo puro de
instinto de muerte y no un reservorio de la libido que el yo se vio obligado a
resignar. Que la condición de instalación del superyo pasa en las investigaciones
freudianas de ser una consecuencia del destino de la libido a una consecuencia
del sometimiento masoquista a situaciones antiinstintivas actuales, infantiles y
heredadas. Repito: a partir de 1923 hay una modificación sustancial de la
concepción freudiana del ideal del yo/superyo: deja de ser un reservorio de
libido para ser reservorio del instinto de muerte.
habitualmente, que estos son unos hongos chiquitos: era una infección por-
honguitos. Los hongos que conocemos habitualmente, decía él, suelen tener
forma de pene, y eso quería decir que su pene no era como el normal de los
demás hombres.
Como el médico utilizó también la palabra micosis, quedó asociada a ‘mi cosita’,
la manera como su mujer llamaba a su pene. Esto tenía un fuerte impacto
doloroso porque la madre desde su período de latencia empezó a ver su pene
como pequeño y aunque lo llevaba a grandes especialistas urólogos,
endocrinólogos, pediatras, etc., que le decían que el pene del niño era normal ella
insistía en que era pequeño. Los picos de la corona representaban también el
‘picor’ que sentía en el surco balanoprepucial afectado. La corona del sueño
estaba relacionada también con la corona prepucial. Por supuesto que la corona
es el ornamento típico de His Majesty, el ideal. Este paciente tenía, como se
darán cuenta, una neurosis narcisista, originada en una herida narcisista.
Pero les estaba diciendo que aunque el melancólico retire la libido de sí mismo
por lo menos tiene una queja: se queja de que no tiene ganas de nada. Se queja,
le duele, le molesta, le apena. Hay algo vital en ese dolor. El dolor es una
reacción vital ante el instinto de muerte. Forma parte del guardián de la vida
psíquica. Sin dolor no tenemos ninguna protección, es la alarma de que
algo destructivo nos está atacando. Entonces podemos decir que el
melancólico está hundido en algo muy destructivo, que no se quiere más, pero
debemos admitir que en un rinconcito de su corazón todavía hay algo vital.
Toda esta complicación del psiquismo que trae como consecuencia el superyo
alcanza hasta los principios básicos en que se funda la actividad psíquica: el
principio del placer, el guardián de la vida psíquica. Mientras funciona el principio
del placer como regulador original del aparato psíquico los aumentos de tensión
provocados por la frustración traen como consecuencia un malestar y odio a los
objetos y las situaciones frustrantes, pero una vez puesto a funcionar el superyo,
ya la economía psíquica sufre una gran alteración: la frustración no sólo no
aumenta la tensión, como se esperaba, sino que ahora incrementa la autoestima,
el orgullo narcisista, esa exageración del sentimiento humano de la soberbia por
habernos alejado de la animalidad, de no depender de los objetos, ese
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sentimiento de superioridad por ser menos instintivos. Y con esto hemos caído
totalmente en el peligro de haber narcotizado el guardián de la vida psíquica
y no tener reacción vital ante el instinto de muerte.
Por ahora sólo resta una pregunta: ¿Qué nos queda para el amor verdadero,
real? ¿Cómo se da acá el juego entre libido en el yo y libido en el objeto? ¿Qué
hay de narcisismo en el amor verdadero?
En el amor verdadero real, la libido colocada en el yo y la libido colocada en
el objeto no se diferencian, y entonces el amor verdadero sería una regresión a
un estado anterior, la recuperación de esa forma de colocación de la libido no
hidráulica, un estado donde el amor al objeto primitivo no sólo no empobrecía al
yo sino que lo enriquecía. Hay elementos de la clínica para diferenciar amor y una
admiración vital de una idealización: cuando uno ama verdaderamente o
admira vitalmente a un objeto el yo no sufre desmedro, no sufre
disminución, cosa que no ocurre con el enamoramiento o con la admiración
idealizadora en las cuales el yo se coloca en un lugar de inferioridad.
Todos sabemos desde hace tiempo que los poetas y grandes escritores han
descripto más fácilmente ciertos hechos que el psicoanálisis intenta captar como
fruto de sus investigaciones y por eso quiero terminar reproduciendo unas frases
de uno de ellos citado cientos de veces:
“No se debe ser tacaño con el amor, pues la porción de capital que se
desembolsa va renovándose a través del gasto mismo. Si no se toca el
capital durante demasiado tiempo, disminuyen imperceptiblemente los
caudales o se enmohece el candado. En tal caso, el tesoro queda allí dentro,
pero es inutilizable”. (Freud a su novia, 18 de agosto de 1882, 26 años).