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LA CONSTRUCCIÓN CIENTÍFICA DE LA REALIDAD.

DETERMINISMO E INDETERMINISMO. EL POSTULADO DE LA


OBJETIVIDAD

1. El concepto de determinismo

En un sentido general, el determinismo sostiene que todo lo que ha habido, hay y

habrá, y todo lo que ha sucedido, sucede y sucederá, está fijado de antemano,

condicionado y establecido, no pudiendo haber ni suceder más que lo que está de

antemano fijado, condicionado y establecido. Hay que distinguir diferentes sentidos en

la palabra determinismo: tenemos, por un lado aquel sentido en el cual se habla de

predestinación, y también otro sentido según el cual el destino puede ser impersonal –

dictado por un “hado” que está por encima de los dioses –. Sin embargo, en el sentido

que aquí nos interesa, en el sentido científico del término, es entendido como un

condicionamiento previo de todos los fenómenos del universo. Está casi siempre

asociado a la idea de una causalidad que rige el universo entero; todo lo que sucede

tiene una causa.

El determinismo es la doctrina de la causación universal; lo único que dice es que todo

acontecimiento tiene una causa; ahora bien, no dice si la causa es mental o física, si es la

naturaleza orgánica o inorgánica, o los organismos, o la gente, o Dios. Por lo que

concierne al determinismo, la causa puede ser cualquier cosa. Ni siquiera es necesario

que sepamos jamás cuáles son las causas de los acontecimientos; el determinismo sólo

dice que todo acontecimiento tiene alguna causa de algún tipo, la encontremos o no.

Característico del determinismo moderno es lo que puede llamarse su “universalismo”:

una doctrina determinista suele referirse a todos los acontecimientos del universo.

La doctrina determinista puede admitirse como aplicable a todos los acontecimientos

del universo o bien puede admitirse como aplicable solamente a una parte de la

realidad. Kant, por ejemplo, afirmaba el determinismo en relación con el mundo de los

fenómenos, pero no en relación con el mundo nouménico de la libertad.


Los deterministas radicales afirman que no solamente los fenómenos naturales, sino

también las acciones humanas, están sometidas a un determinismo universal. Los

motivos son considerados como causas eficientes, las cuales operan dentro de una

trama causal rigurosa.

Para que un sistema sea determinista, ha de cumplir las siguientes condiciones:

1. El sistema ha de ser cerrado, en el sentido de no admitir elementos o

acontecimientos externos al sistema.

2. El sistema abarca elementos, acontecimientos o estados del mismo tipo

ontológico.

3. El sistema incluye secuencias temporales.

4. El sistema posee un conjunto de condiciones iniciales que, en el caso de admitir

que el sistema es cerrado, es el único que existe.

Nótese que entre los requisitos indicados para que un sistema sea determinista, no se

encuentra el de “predictibilidad”; ello es debido a que la predictibilidad puede

encontrarse también en sistemas indeterministas.

Las doctrinas deterministas están vinculadas a una concepción mecanicista del

universo, el mecanicismo sostiene que toda la realidad o, cuando menos, toda la

realidad natural, tiene una estructura comparable a la de una máquina, de modo que

puede explicarse a base de modelos de máquinas. Una explicación es, en última

instancia, una explicación de acuerdo con un “modelo mecánico”.

La idea intuitiva de determinismo puede resumirse diciendo que el mundo es como

una película de cine: la fotografía o la escena que está proyectándose es el presente. Las

partes de la película que ya se han proyectado constituyen el pasado. Y las que aún no

se han proyectado constituyen el futuro. En la película, el futuro coexiste con el pasado;

y el futuro está fijado, exactamente, en el mismo sentido que el pasado. Aunque el

espectador no conozca el pasado, todo suceso futuro, sin excepción podría en principio

conocerse con certeza, exactamente como el pasado, puesto que existe en el mismo
sentido en el que existe el pasado. De hecho, el futuro es conocido para el productor de

la película, para el Creador del mundo.

El determinismo religioso está relacionado con las ideas de divina omnipotencia –

poder total para determinar el futuro– y divina omnisciencia, que entraña que el futuro

es conocido por dios ahora y, por tanto, cognosciblede antemano y fijado de antemano.

Históricamente, se puede considerar la idea de un determinismo “científico” como el

resultado de sustituir la idea de Dios por la idea de naturaleza, y la idea de ley divina

por la de ley natural. La naturaleza, o quizá “la ley de la naturaleza”, es omnipotente y

omnisciente. Todo lo fija de antemano. Al contrario que dios, que es inescrutable, y a

quien sólo puede conocerse a través de la revelación, las leyes de la naturaleza pueden

ser descubiertas por la razón humana ayudada por la experiencia humana. Y si

conocemos las leyes de la naturaleza podemos predecir el futuro a partir de los datos

presentes por métodos puramente racionales.

Es característico de todas las formas de la doctrina determinista que todo suceso en el

mundo esté predeterminado: si hay un solo suceso (futuro) que no esté

predeterminado, hay que rechazar el determinismo, y el indeterminismo es verdadero.

Con respecto al determinismo científico, esto significa que, si hubiera un solo suceso

futuro en el mundo que no pudiera predecirse, en principio, por medio de cálculo

basado en las leyes naturales y en los datos que conciernen al estado presente o pasado

del mundo, entonces habría que rechazar el determinismo científico. Así, la idea

fundamental del determinismo científico es que la estructura del mundo es tal que todo

suceso futuro puede, en principio, ser calculado racionalmente de antemano sólo con

que conozcamos las leyes de la naturaleza y el estado presente o pasado del mundo.

Pero, si todosuceso ha de ser predictible, tiene que ser predictible con cualquiera que sea el

grado de precisión deseado.

La doctrina metafísica del determinismo afirma sencillamente que todos los sucesos de

este mundo son fijos, o inalterables, o predeterminados. No afirma que sean conocidos

por nadie; o predictibles por métodos científicos. Pero afirma que el mundo es tan

inmutable como el pasado. Todos sabemos lo que quiere decir que no se puede
cambiar el pasado. Es en este mismo sentido, precisamente, en el que el futuro no

puede cambiarse, según el determinismo metafísico.

1.1 El determinismo en la historia

1.1.1 Grecia

La primera manifestación del determinismo es la fatalista. Esta se inicia en los poemas

de Homero y de Píndaro, se continúa en las tragedias de Esquilo y Sófocles, sigue por

los atomistas y rebota en el epicureismo y estoicismo, y es profesado por las sectas

musulmanas de los yabaríes y asaríes, y se presenta también en las diversas clases de

panteísmo. Según esta forma de determinismo, todos los fenómenos físicos, psíquicos,

históricos, etc., están sometidos a una ley ineludible, que encadena irremediablemente

no sólo al mundo corpóreo, sino también al mismo hombre. Esta fuerza inexorable es

llamada por los griegos ananké, moira, heimarmené, tyje; entre los latinos fatum y entre

nosotros se designa con los términos hado, destino, fatalidad. Dentro de la filosofía

griega, quizá la concepción más destacada sea la estoica.

Los estoicos defienden una rigurosa concepción finalista. Si todas las cosas sin

excepción han sido producidas por el principio divino inmanente, que es Logos,

inteligencia y razón, todo es rigurosa y profundamente racional, todo es como la razón

quiere que sea y como no puede dejar de querer que sea, todo es como debe ser y como

está bien que sea, y el conjunto de todas las cosas es perfecto. Ante la obra del Artífice

inmanente no se levanta ningún obstáculo ontológico, puesto que la materia misma es

el vehículo de Dios, y así todo lo que existe tiene un significado preciso y está hecho en

el mejor de los modos posibles. El todo es perfecto en sí: aunque cada cosa en sí misma

considerada resulte imperfecta, posee su perfección en el designio del todo.

La providencia estoica no es más que el finalismo universal, en cuanto es aquello que

hace que cada cosa se haga bien y de la mejor manera posible. Se trata de una

providencia inmanente y no trascendente, que coincide con el Artífice inmanente, con

el alma del mundo. Esta providencia se revela también como hado y como destino,

como necesidad ineluctable. Los estoicos interpretaron este hado como la serie
irreversible de las causas, como el orden natural y necesario de todas las cosas, como el

lazo indisoluble que vincula todos los seres, como el lógos según el cual acontecen las

cosas acontecidas, “las que suceden suceden, y las que sucederán sucederán”. Puesto

que todo depende del lógos inmanente, todo es necesario, incluso el acontecimiento

más insignificante.

En el contexto de este fatalismo, ¿cómo se salva la libertad del hombre? La verdadera

libertad del sabio consiste en identificar sus propios deseos con los del destino,

queriendo en unión del hado lo mismo que quiere el hado. Se trata de una libertad que

reside en la aceptación racional del hado, que es racionalidad. El destino es el lógos, y

por eso querer lo que quiere el destino es lo mismo que querer lo que quiere el lógos. La

libertad, pues, es plantearse la vida en plena sintonía con el lógos.

Los estoicos también sostuvieron con certeza que todas las cosas dependen del sino y

se sirvieron del siguiente ejemplo. Cuando un perro está atado a la parte posterior de

un carro, si quiere seguirlo, es arrastrado y lo sigue, haciendo por necesidad incluso

aquello que hace por propia voluntad. En cambio, si no quiere seguirlo, de todas

maneras se verá obligado a hacerlo. En realidad, lo mismo sucede también con los

hombres. Aunque no quieran avanzar, se verán obligados a llegar en todo caso hasta

donde haya sido establecido por el sino.

1.1.2 La filosofía medieval

Para Yam Ben Safwan, principal defensor del fatalismo islámico, todo cuanto acontece

está ineludiblemente determinado por la libérrima voluntad de Dios. Esta

determinación alcanza a los mismos actos del hombre, de modo que no queda lugar

para la libertad. En general, para todos los filósofos y teólogos cristianos las leyes de la

naturaleza son hipotéticamente necesarias. Por ello todos los fenómenos naturales

suceden, por lo general, de un modo regular. Ahora bien, esto es así porque Dios lo ha

determinado. La regularidad de las leyes naturales se funda en las propiedades o

comportamiento de las cosas. Pero este comportamiento no es algo que pertenezca a la

esencia sustancial de las cosas; es algo accidental; por lo mismo puede ser suspendido

o modificado por el omnipotente poder divino. Dios no puede hacer, por ejemplo, que
el hombre no sea animal racional, porque la animalidad y la racionalidad pertenecen a

su esencia. Pero sí puede hacer que en un caso concreto, el hombre no actúe como

animal. En el estado de éxtasis, muchos santos eran totalmente insensibles,

suspendidas sus funciones animales o vegetativas. Pero fuera de Dios ninguna criatura

puede por su propio poder suspender las leyes naturales.

1.1.3 Descartes y Newton

Descartes y Newton desarrollan un determinismo mecanicista en los entes corpóreos,

aunque por diferentes métodos. Para ellos todos los fenómenos naturales se explican

por la extensión o la masa y el movimiento mecánico. Según Descartes, el movimiento

existente en el Universo en un momento concreto es derivación del movimiento inicial,

que Dios imprimió en el mundo después de haberlo creado. La cantidad de

movimiento se mantiene constante en sus diversas manifestaciones, sostiene Newton.

Este fue el mejor exponente de la llamada “mecánica clásica”. Sus leyes del movimiento

revelan un mecanicismo a nivel del mundo corpóreo; todos los acontecimientos

pueden reducirse al movimiento local de los entes corpóreos y de los átomos, y las

fuerzas mecánicas, que los mueven, están sujetas a leyes cuantitativas invariables.

Partiendo del mecanicismo cartesiano, pero negando la realidad pensante, los

materialistas La Mettrie, Helvetius, y el barón d’Holbach sostuvieron un determinismo

rígido universal. Los filósofos franceses de esta época creían en una conexión universal

de todo cuanto existe en la naturaleza, sea en el dominio físico, sea en las ciencias

morales. Cualquier acontecimiento es ligado por ellos a los acontecimientos

precedentes en una cadena a partir de la cual cabe presumir el orden y la sucesión de

las cosas.

1.1.4 El determinismo en los siglos XIX y XX

C. Bernard, considerado como el fundador de la biología científica, afirma que “hay que

admitir como axioma experimental que, tanto en los seres vivos como en los cuerpos brutos, las

condiciones de todo fenómeno están determinadas de una manera absoluta... La negación de esta

proposición no sería otra cosa que la negación de la ciencia misma”. Con igual contundencia

se expresa E. Goblot, para quien en la naturaleza no hay ni contingencia, ni capricho, ni


milagro, ni libre albedrío; cada una de estas hipótesis arruina en nosotros la facultad de

razonar sobre las cosas.

Sin embargo, de todas la formulación más famosa del determinismo es la de Laplace.

Laplace en el “Prefacio” a su Théorie analityque des probabilités escribió:

Una inteligencia que conociera en un instante dado todas las fuerzas que

animan a la naturaleza y la situación respectiva de los seres que la componen, si

por otra parte fuese lo suficientemente capaz como para someter todos esos

datos al análisis, en una misma fórmula llegaría a englobar los movimientos de

los cuerpos más grandes del universo, así como los del átomo más ligero: nada

sería incierto para ella, y el porvenir y el pasado estarían presentes ante sus

ojos. El espíritu humano ofrece, en la perfección que ha sabido dar a la

astronomía, un débil esbozo de dicha inteligencia (Laplace, M., Essai

Philosophique sur les Probabilités, Paris, 21814, pp. 3-6)

Este pasaje muestra que la doctrina determinista es posible únicamente a base de una

completa racionalización de lo real, según la cual lo real es considerado como algo en

principio enteramente ya dado. El determinismo implica la “eliminación del tiempo”,

por lo menos del tiempo en cuanto constituye la medida de procesos irreversibles.

Este determinismo laplaciano afirma que el estado del universo en un momento dado,

futuro o pasado, está completamente determinado si su estado, su situación, es dado

en algún momento, por ejemplo, el momento presente.

Uno de los argumentos más sencillos y plausibles en favor del determinismo es éste:

siempre podemos preguntar, de todosuceso, por qué ocurrió, y de toda pregunta tal de-

por-qué, siempre podemos obtener, en principio, una respuesta que nos ilumine. Así,

todo suceso es “causado”; y esto parece significar que debe estar determinado, de

antemano, por los sucesos que constituyen su causa.

1.2 Tipos de determinismo

1.2.1 El determinismo científico


Laplace creía que el mundo consistía en corpúsculos que actuaban unos sobre otros

según la dinámica de Newton, y que un conocimiento completo y preciso del estado

inicial del sistema del mundo en un instante del tiempo sería suficiente para deducir su

estado en cualquier otro instante. (El “estado” de un sistema newtoniano está dado

cuando están dadas las condiciones iniciales completas; es decir, las posiciones, masas,

velocidades y direcciones del movimiento de todas sus partículas). Un conocimiento de

este tipo es claramente sobrehumano. Por eso Laplace introdujo la ficción de un

demonio: una inteligencia sobrehumana, capaz de averiguar el conjunto completo de

las condiciones iniciales del sistema del mundo en cualquier instante del tiempo. Con

la ayuda de esas condiciones iniciales y con las leyes de la naturaleza, es decir, las

ecuaciones de la mecánica, el demonio sería capaz, según Laplace, de deducir todos los

estados futuros del sistema del mundo; esto mostraría que, siempre que se conociesen

las leyes de la naturaleza, el futuro del mundo estaría implícito en cualquier instante de

su pasado; y así quedaría establecida la verdad del determinismo.

Se supone que el demonio de Laplace opera, como un científico humano, con

condiciones iniciales y con teorías, es decir, sistemas de leyes naturales. Las teorías que,

para sistemas físicos apropiados, respondan plenamente al propósito de Laplace se

denominan teorías “deterministas prima facie”. Una teoría es determinista prima facie si,

y sólo si, nos permite deducir, a partir de una descripción matemáticamente exacta del

estado inicial de un sistema físico cerrado que se describe en términos de la teoría, la

descripción, con cualquiera que sea el grado finito de precisión estipulado, del estado del

sistema en cualquier instante dado del futuro.

La idea general de determinismo puede explicarse, como hemos visto, con la ayuda de

la metáfora de una película que muestra los estados sucesivos del mundo. Teniendo en

cuenta esta metáfora, podríamos decir que el determinismo “científico” es

consecuencia del intento de sustituir la vaga idea de conocimiento anticipado del

futuro por la idea más precisa de predictibilidad de acuerdo con los procedimientos

científicos racionales de predicción. Es decir, el determinismo afirma que el futuro puede

deducirse racionalmentea partir de las condiciones iniciales pasadas o presentes en unión

de teorías universales verdaderas.


Según esto, el determinismo “científico” se podría definir como la doctrina que dice que

el estado de cualquier sistema físico cerrado en cualquier instante futuro dado puede ser

predicho, incluso desde dentro del sistema, con cualquiera que sea el grado estipulado de

precisión, mediante la deducción de la predicción a partir de teorías, en conjunción con

condiciones iniciales cuyo grado de precisión requerido puede calcularse siempre (de acuerdo

con el principio de poder dar razón) si la tarea de predicción es dada. Si a esta definición de

determinismo (definición débil) le añadimos el requisito de que pueda predecirse, de

cualquier estado dado, si el sistema en cuestión estará alguna vez en ese estado o no, nos

encontramos ante la versión fuerte del determinismo científico.

1.2.2 El determinismo filosófico

El determinismo filosófico es la doctrina que afirma que también las decisiones

humanas se hallan sometidas al determinismo universal, por lo que, igual que

cualquier fenómeno de la naturaleza, la conducta humana obedece a leyes causales. En

principio una afirmación de esta índole parece negar la existencia del libre albedrío, o

libertad humana, así como, a la inversa, la afirmación de que el hombre es libre en su

decisión de poder actuar o no parece negar la validez universal del determinismo.

Pueden, no obstante, formularse ambas cosas sin contradicción: la voluntad humana es

libre y el determinismo físico es verdadero. Que todo suceso humano pueda predecirse

no significa que todo acontezca en el hombre por coacción (o compulsión) interna o

externa. Dejamos de ser libres sólo si obramos por imposición –coacción, compulsión u

obligación– de otro o de alguna cosa o situación o condicionamiento, internos o

externos. Por esto se dice que todo acto humano, aun siendo libre, es previsible y, por

lo mismo, está determinado.

1.2.3 El determinismo psíquico

El determinismo psíquico postula que todo fenómeno psíquico tiene una causa y, por

lo mismo, también la libre elección o decisión humana, en las que la causa es la fuerza

del motivo más potente, o bien la situación interna psicológica determinada por todos

los condicionamientos procedentes de la herencia, la biología, la educación, el

temperamento y el carácter de la persona que decide o el inconsciente.


1.2.4. El determinismo social

Muchos planteamientos de la sociología dan por supuesto que los comportamientos

sociales no son ni voluntarios ni conscientes, y que el objeto de esta disciplina consiste

justamente en descubrir las leyes a que obedecen las fuerzas que actúan en la sociedad.

Así, según Durkheim, los hechos sociales se explican por otros hechos sociales y éstos

deben tratarse como si fueran cosas. El materialismo histórico representa una forma

específica de determinismo histórico, al entender la historia, no como fruto de las

voluntades individuales de los hombres, lo cual no sería más que una forma de

idealismo, sino como resultado de las leyes generales de la historia, determinadas por

la estructura económica de la sociedad y aun de la misma lucha de clases.

1.3. El problema de los futuros contingentes

El problema de los futuros contingentes es, al parecer, un argumento definitivo a favor

del determinismo. Este problema fue planteado por Aristóteles (que rechaza la

solución determinista) en Sobre la interpretación en los siguientes términos:

Es manifiesto que no todas las cosas son ni llegan a ser por necesidad, sino que

unas <son o llegan a ser> cualquier cosa al azar y ni la afirmación ni la negación

son en nada más verdaderas, y en otras es más <verdadera> y <se da> en la

mayoría de los casos una de las dos cosas, pero cabe, desde luego, que suceda

también la otra en vez de la primera.

Así, pues, es necesario que lo que es, cuando es, sea, y que lo que no es, cuando

no es, no sea; sin embargo, no es necesario ni que todo lo que es sea ni que todo

lo que no es no sea: pues no es lo mismo que todo lo que es, cuando es, sea

necesariamente y el ser por necesidad sin más; de manera semejante también en

el caso de lo que no es. También en el caso de la contradicción <vale> el mismo

argumento: por un lado es necesario que todo sea o no sea, y que vaya a ser o

no; sin embargo, no <cabe> decir, dividiendo, que <lo uno o> lo otro sea

necesario. Digo, por ejemplo, que, necesariamente, mañana habrá o no habrá

una batalla naval, pero no que sea necesario que mañana se produzca una
batalla naval ni que sea necesario que se produzca o no se produzca. De modo

que, puesto que los enunciados son verdaderos de manera semejante a las cosas

reales, es evidente que, <en> todas las cosas se comportan de tal manera que

pueden ser al azar cualquier cosa y lo contrario, la contradicción se ha de

comportar de manera semejante (18b24 y ss)

Según esta argumentación, lo que ha tenido lugar no ha podido no ser hecho. Lo que

era verdadero en una ocasión sigue siendo verdadero para siempre. Toda verdad es

eterna. Es decir, si un objeto A es ben el instante t, es verdad en cualquier instante

posterior a t que A es b en el instante t. Es decir, si ayer fue verdadero a las 5 de la tarde

que llovía en España, hoy es verdadero que “ayer a las cinco de la tarde llovía en

España”. Ahora bien, la argumentación que vale para el pasado, vale también para el

futuro. De modo que, si mañana será verdad que “a las cinco de la tarde llueve en

España”, hoy es verdad que “mañana a las cinco de la tarde llueve en España”; con lo

cual, si es verdad que mañana a las cinco de la tarde llueve en España, es necesariamente

verdad que mañana a las cinco de la tarde llueve en España. La conclusión obvia de

esto es que el futuro, al igual que el pasado, está determinado ya ahora; y, por tanto,

que el determinismo es verdadero.

Esta argumentación es válida también para los actos humanos. Si ayer a las cinco era

verdad que “yo estaba bebiendo cerveza”, hoy es verdad que “ayer a las cinco yo

estaba bebiendo cerveza”; y, por lo mismo, si mañana será verdad que a las cinco “yo

estaré bebiendo cerveza”, hoy es verdad que “mañana a las cinco yo estaré bebiendo

cerveza” y, por mucho que yo me crea libre, no podré evitar beber cerveza mañana a

las cinco. Si yo me creo libre, no es porque en realidad lo sea, sino porque ignoro lo que

voy a hacer mañana a las cinco, y esta ignorancia toma la apariencia de libertad. Pero

como el futuro está determinado, realmente no puedo evitar beber mañana cerveza a

las cinco, lo quiera o no.

En palabras de Aristóteles:

Si es blanco ahora, era verdad antes decir que sería blanco, de modo que

siempre era verdad decir, de cualquiera de las cosas que llegaron a ser, que
sería; y, si siempre era verdad decir que es o que será, no es posible que tal cosa

no sea ni vaya a ser. Ahora bien, lo que no es posible que no llegue a ser es

imposible que no llegue a ser; y lo que es imposible que no llegue a ser, es

necesario que llegue a ser; así, pues, todo lo que será es necesario que llegue a

ser. Ahora bien, no será en absoluto cualquier cosa al azar ni será por azar:

pues, si <fuera> por azar, no <sería> por necesidad (18b5 y ss.)

Aristóteles argumenta en contra del determinismo y a favor de la contingencia:

Sin embargo, todo esto es imposible. Conocemos por nuestra experiencia

personal que los sucesos futuros pueden depender de las determinaciones y

acciones de los hombres, y que, hablando más ampliamente, aquellas cosas que

no son ininterrumpidamente actuales muestran en sí una potencialidad; es

decir, un «poder ser o poder no ser». Si tales cosas pueden ser y pueden no ser,

los sucesos pueden ocurrir o pueden no ocurrir. Hay muchos casos evidentes

de ello. Así, esta capa puede ser cortada en dos mitades; pero también puede no

ser cortada en dos mitades. Puede ella gastarse o echarse a perder antes que ello

pueda suceder. Entonces no puede ser cortada en dos mitades. [...] Lo mismo

hay que decir de todos los demás sucesos que, en algún sentido análogo a éste

son potenciales. Así, pues, es evidente que no todas las cosas son o tienen lugar

por necesidad. Hay casos de contingencia; entonces, la proposición afirmativa

no es más verdadera ni más falsa que la negativa. [...]

Lo que existe debe necesariamente existir cuando existe; lo que no existe no

puede existir cuando no existe. Sin embargo, no todo lo que existe viene a ser o

existe por necesidad con mayor razón que lo que no existe. Que lo que existe

debe necesariamente existir cuando «existe», no significa lo mismo que decir

que todas las cosas vienen a ser necesariamente. Y eso mismo hay que decir

también de lo que no existe. Y también es eso lo que hay que decir de dos

proposiciones contradictorias. Es decir, todas las cosas deben ser o no ser, en tal

o cual tiempo futuro. Pero no podemos decir con exactitud cuál de las dos

alternativas haya de venir a tener efecto. Por ejemplo, mañana deberá tener
lugar una batalla naval o no debería tener lugar. Sin embargo, aquí no hay

implícita ninguna necesidad de que realmente tenga o no tenga efecto la batalla

naval. Lo necesario es que ello suceda mañana o no suceda. Y así, igual que la

verdad de las proposiciones consiste en su correspondencia con los hechos, es

evidente, en el caso de los sucesos en que hay una contingencia o una

potencialidad en sentidos opuestos, que los dos juicios contradictorios acerca de

esos sucesos tengan el mismo carácter. (o.c.)

Por su parte, los megáricos y los estoicos argumentaron a favor del destino y la

fatalidad, recurriendo para ello al argumento dominador. Diodoro de Cronos prueba su

noción de posible (“lo que es o será es posible) mediante un argumento basado en la

inconsistencia o incompatibilidad de los tres enunciados siguientes:

Todo lo que es pasado y verdadero es necesario

Lo imposible no se sigue de lo posible

Lo que no es ni será es posible

Al suponer verdaderos los dos primeros, y declarar, además, inconsistente el conjunto,

Diodoro concluye la falsedad del tercer enunciado («lo que no es ni será es posible») y,

por lo mismo, la verdad de su negación («lo que es o será es posible»). Con esta

demostración, creía haber hallado un argumento invencible de su noción de posible, o

un argumento a favor de la fuerza invencible también, e irresistible, del destino. De su

noción de posible se deduce que lo que no ocurre es imposible y que lo que ocurre o ha

ocurrido es necesario (primer enunciado).

La filosofía escolástica prestó especial atención a los enunciados de futuro, tanto desde

el punto de vista de la lógica como desde una perspectiva teológica. Se diferenció entre

enunciados de futuro necesario (futuros necesarios), referidos a sucesos futuros que

han de ocurrir necesariamente y enunciados de futuro contingente (futuros

contingentes), enunciados en forma de futuro, pero que podían no ocurrir. Estos

últimos, a su vez, son acciones humanas futuras libres, que ciertamente sucederán

(futuros libres absolutos), o acciones humanas libres que podrían haber sucedido si se

hubieran dado determinadas condiciones, pero que, por lo mismo, no sucederán


(futuros libres condicionados, o futuribles). Todos estos futuros son conocidos por Dios

según los escolásticos, debido a la presciencia y omnisciencia divinas. El conocimiento

que de antemano tiene Dios de los futuros, que implica su verdad y, por lo mismo, su

necesidad, se conectó inevitablemente con la cuestión teológica de la predestinación, y

el libre albedrío.

Con respecto a la predestinación, concebida como un problema que se enfrenta a la

libertad humana, la doctrina de la predestinación, tal como primeramente la plantea

Agustín de Hipona (Sobre la predestinación de los santos, Sobre el don de la perseverancia),

acentúa, contra el pelagianismo, la omnipotencia y libertad divinas, con lo que resulta

que Dios elige desde toda la eternidad a quienes se salvan, pero no es cuestión muy

clara si también decide (de forma positiva o meramente negativa) el número de los que

libremente se condenan por sus pecados.

Tras muchas disputas sobre la libertad y la gracia, el calvinismo tendió a resaltar, en el

siglo XVI, el aspecto de la doctrina agustiniana que parecía afirmar una doble

predestinación. Posturas parecidas mantuvieron, en el campo católico, Jansenio y

Pascal. Con la Contrarreforma iniciada por el concilio de Trento, se suscitaron intensas

disputas sobre la presciencia divina y sobre si la reprobación, o condenación, era

decidida o simplemente permitida por Dios. Estas controversias intentaban conciliar la

omnipotencia y misericordia divinas, concebidas como «gracia», por un lado, y la

libertad humana, por el otro. La teología reconoce que no siempre se han planteado

estas cuestiones en los justos términos, y que, en definitiva, toda afirmación metafórica

sobre el número de los elegidos no puede significar más que la voluntad divina de

otorgar misericordiosamente la salvación a todos los hombres, concediéndoles la gracia

o ayuda necesaria para ello, pero admitiendo el libre juego de la voluntad humana, que

debe afirmarse en todo momento, tanto como la voluntad y presciencia divinas. La

eternidad de Dios no es conmensurable con el tiempo humano ni con el de toda la

historia, por lo que, al estar «fuera» del tiempo, Dios «conoce», desde la eternidad, los

méritos y deméritos del hombre, esto es, la libre aceptación o libre rechazo de la

salvación ofrecida, que el hombre lleva a cabo a lo largo de su tiempo.


En el campo de la lógica el problema de los futuros contingentes ha sido tratado por la

lógica temporal y por la lógica modal. La solución al problema ha consistido es admitir

una lógica con más de dos valores de verdad. Ésta es, por ejemplo, la solución de

Lukasiewicz.

Puedo presuponer sin contradicción que mi presencia en Varsovia en un

instante dado del año que viene, pongamos por caso el mediodía del próximo

21 de diciembre, no es positiva ni negativamente determinable en este instante.

Por lo tanto, es posible pero no necesario que me halle presente en Varsovia a

esa hora y en esa fecha. Sobre la base de dicho presupuesto, el enunciado «Me

hallaré presente en Varsovia el mediodía del 21 de diciembre del año que

viene» no es ni verdadero ni falso en este instante. Pues si fuese verdadero en

este instante, mi futura presencia en Varsovia tendría que ser necesaria, lo que

contradice mi presuposición inicial; y si fuere falso en este instante, mi futura

presencia en Varsovia tendría que ser imposible, lo que de nuevo contradice mi

presuposición inicial. El enunciado considerado no será, por lo tanto, verdadero

ni falso en este instante y le habría de corresponder un tercer valor diferente de

0, o lo falso, y de 1, o lo verdadero. Podemos indicarlo como «½», esto es, «lo

posible», que vendrá a constituir un tercer valor junto con «lo falso» y «lo

verdadero». Este es el curso de la argumentación que hubo de conducir a la

propuesta de un sistema trivalente para la lógica proposicional.

(“Observaciones filosóficas sobre los sistemas polivalentes de lógica

proposicional, en Estudios de lógica y filosofía, pp. 61-86)

1.4 El argumento de la causalidad

Según este argumento, las relaciones causales son transitivas. Esto significa que para

cualesquiera hechos, F, G y H, si F es la causa de G y G es la causa de H, entonces F es

la causa de H. Para los defensores de este argumento, el hecho que es causa tiene lugar

antes que el hecho que es efecto; y, como todo lo que ocurre de acuerdo a relaciones

causales, es posible inferir el efecto a partir de la causa. El efecto tiene que producirse

siempre y cuando exista su causa. Nada sucede sin causa. En el conjunto de hechos que
se suceden, ordenados por la relación causal, no hay ni vacíos ni saltos. Además, cada

uno de los hechos que se producen antes es la causa de cada uno de los que se

producen después.

Supongamos que un cierto hecho F ocurre en el instante t. El hecho F tiene su causa en

algún hecho F1, que tiene lugar en el instante t1 anterior a t. A su vez, el hecho F1 tiene

su causa en algún hecho F2, que tiene lugar en el instante t2, anterior a t. Puesto que de

acuerdo con el principio de causalidad todo hecho tiene su causa en algún hecho

anterior, este procedimiento puede ser repetido una y otra vez. Por lo tanto, obtenemos

una secuencia finita de hechos que regresa indefinidamente.

... Fn, Fn-1, ..., F2, F1, F

porque los hechos tienen lugar en instantes siempre anteriores

... tn, tn-1, ..., t2, t1, t

En esta secuencia todo hecho anterior es la causa de todo hecho posterior, porque la

relación causal es transitiva. Además, si el hecho Fn, que se produce en el instante tn, es

la causa del hecho F que se produce en el instante t, entonces, de acuerdo con el

principio de causalidad, en todo instante posterior a tn y anterior a t se producen

hechos que son simultáneamente efectos del hecho F n y causas del hecho F.

Como la secuencia de hechos que ocurren antes que F y que son las causas de ese

hecho F es finita, en todo instante anterior a t –y, por tanto, en todo instante presente y

pasado– ocurre algún hecho que es la causa de F. Si la causa existe o existió, todos los

efectos de esta causa deben inevitablemente existir. Por lo tanto, es ya verdadero ahora

y ha sido verdadero desde toda la eternidad lo que ahora ocurre. Es decir, si A es ben el

instante t, es verdadero en todo instante anterior a t que A es ben el instante t; porque

en todo instante anterior a t existen las causas de este hecho; y lo que vale para la línea

pasado-presente, vale para la línea presente-futuro, pues lo que ocurre ahora es causa

de otras cosas que tendrán lugar en el futuro; pero como todo lo que acontece de

acuerdo con el principio de causalidad es necesario, lo que ocurra en el futuro es

necesario; de donde se sigue que el futuro, al igual que el pasado, está determinado.
Según Lukasiewicz hay un error en este argumento, porque pueden existir secuencias

causales infinitas que no han comenzado todavía y que pertenecen enteramente al

futuro.

Por ejemplo, no es el caso que si “mañana a las cinco voy a beber cerveza”, entonces la

secuencia finita de causas de este hecho deba alcanzar el instante presente y todo

instante pasado. Esta secuencia puede tener su límite inferior en un instante anterior al

instante presente: un instante que, por lo tanto, no ha llegado todavía a pasar.

Consideremos el tiempo, argumenta Lukasiewicz, como una línea recta y

establezcamos una correspondencia uno a uno entre un cierto intervalo de tiempo y el

segmento (0,1) de esa línea. Supongamos que el instante presente corresponde al punto

0, que un cierto hecho futuro ocurre en el instante 1 (correspondiente al punto 1), y que

las causas de este hecho ocurren en instantes –determinados por números reales

mayores que ½. Esta secuencia de causas es infinita y no tiene comienzo, es decir, causa

primera. Porque esta primera causa tendría que tener lugar en el instante

correspondiente al menor número real mayor que ½, y ese número real no existe. En el

conjunto de los números reales, y de modo similar en el conjunto ordenado de los

números racionales, no hay dos números que se sucedan inmediatamente el uno al

otro, es decir, tales que uno de ellos sea el –predecesor inmediato y otro el sucesor

inmediato del otro; entre dos números cualesquiera hay siempre otro, y , en

consecuencia, hay infinitos números entre cualesquiera dos de ellos. De acuerdo con el

principio de causalidad, todo hecho de la secuencia sometida a consideración tiene su

causa en algún hecho anterior. Aunque tiene un límite inferior en el instante ½, que es

posterior al instante presente 0 y que no ha sido todavía alcanzado, la secuencia es

infinita. Además, esta secuencia no puede rebasar su límite inferior y, por lo tanto, no

puede regresar hasta el instante presente. Por tanto, el futuro no está determinado por

el presente, y el determinismo es erróneo.

1.5 Einstein y la teoría de la relatividad

El principio de la relatividad sostiene que se sitúe donde quiera un observador en el

universo, es decir, sea el que sea su marco de referencia, descubrirá que son las mismas
leyes físicas las que actúan en todas las partes del universo. Esto significa que el

principio se refiere a las leyes objetivas de la naturaleza y no ya a la percepción que el

observador tenga de los fenómenos que contempla. La teoría de la relatividad especial o

restringida afirma que las leyes de la naturaleza física son siempre idénticas para

cualquier observador de las mismas cuyos marcos de referencia estén en movimiento

uniforme, siempre que se dé una velocidad constante respecto a otro marco de

referencia. La teoría de la relatividad general sostiene que las leyes de la naturaleza son

siempre idénticas para cualquier observador, aunque no se encuentren en un

movimiento uniforme y constante los unos con respecto a los otros; esta segunda teoría

es una reformulación de las leyes de la gravitación universal de Newton.

La teoría de la relatividad parte de dos hipótesis básicas. 1) la velocidad de la luz es la

referencia básica para cualquier observador, pues dicha velocidad no es relativa, sino

constante y uniforme, independientemente del cuerpo físico que la emita; 2) no existe

ni puede existir ningún fenómeno observable que nos permita averiguar si un objeto

está en reposo absoluto o si marcha con un movimiento uniforme o rectilíneo.

Las consecuencias de esta teoría son: que los intervalos de tiempo son relativos al

movimiento del observador; que el espacio se contrae o dilata en el mismo sentido y

por la misma razón que lo hace el tiempo; que la velocidad de la luz es la máxima del

universo. La teoría de la relatividad general es una generalización de la especial y ella es la

que propiamente supone un nuevo modelo de cosmología, en el que la gravitación

universal se convierte en una geometría (no euclidiana) del espacio/tiempo. En este

nuevo universo cosmológico, finito, pero ilimitado, del que el tiempo es la cuarta

dimensión, la gravedad deja de ser una fuerza para ser una modificación de las

coordenadas del espacio-tiempo alrededor del sol.

Según Einstein, la ley de causa y efecto, imperante en la ciencia, es la que excluye una

intervención divina en la marcha del universo. En efecto, quien está convencido de que

todos los acontecimientos del mundo se rigen por la ley de causalidad, no puede aceptar en modo

alguno la idea de un ser que interviene en la marcha del mundo, a no ser que no tome realmente

en serio la hipótesis de la causalidad. Un Dios que premia o que castiga, un Dios que
ayuda a aprobar una oposición, es inconcebible. El hombre obra de acuerdo con una

necesidad interna y externa regida por leyes. ¿Es responsable la Luna de su

movimiento? Pues, en último término, cabe decir lo mismo (desde una perspectiva

holística) del hombre. Para Einstein, no existe propiamente el libre albedrío humano.

Durante los últimos años de su vida Einstein se dedicó a combatir ciertas

interpretaciones (la interpretación de Copenhague) de la mecánica cuántica. Para

Einstein la probabilidad meramente estadística era de una imprecisión inaceptable, y el

“principio de indeterminación” heisenberiano contradecía la fe spinocista de Einstein,

donde nada está dejado al azar, sino todo atado y bien atado en el interior de un

mundo mecanicista. En una carta a M. Born, Einstein decía: «La mecánica cuántica es

muy digna de consideración. Pero una voz interior me dice que este no es el verdadero Jacob. La

teoría nos proporciona muchas cosas, pero difícilmente nos acerca al misterio del Anciano. En

cualquier caso, yo estoy persuadido de que él no juega a los dados» (4-XII-1936).

2. El concepto de indeterminismo

El indeterminismo niega que todo lo que sucede tenga una causa. Según el

indeterminismo, nada sucede “necesariamente”, o algunos acontecimientos por lo

menos tienen lugar de modo “no necesario”. Así, el indeterminismo se opone en todos

los casos al determinismo.

Podemos hablar de un “indeterminismo general” y de un “indeterminismo especial”.

El indeterminismo general se refiere a cualesquiera acontecimientos; abarca por igual a

los acontecimientos físicos y a los acontecimientos psíquicos. Dentro del

indeterminismo especial podemos distinguir, a su vez, dos tipos de indeterminismo:

un “indeterminismo físico” y un “indeterminismo psíquico”. Aquí nos ocuparemos

solamente del “indeterminismo físico”.

2.1 El principio de incertidumbre de Heisenberg

El principio de incertidumbre de Heisenberg afirma que cuanto más exactamente se

determina la velocidad (momento) de una partícula, tanto menos exactamente puede

determinarse la posición de la misma partícula y viceversa; o sea, no se puede


determinar simultáneamente con la misma precisión la velocidad (momento) y

posición de una partícula subatómica.

Se ha considerado a menudo que tal principio prueba que hay un indeterminismo en el

mundo físico. Según ello, el determinismo que aparece en el mundo macrofísico es sólo

un límite del indeterminismo en el mundo microfísico; es decir, en el mundo

microfísico rigen leyes estadísticas y no leyes deterministas; por tanto, en el mundo

macrofísico deben asimismo regir leyes estadísticas, pero que dado el número elevado

de partículas que intervienen en las relaciones macrofísicas éstas pueden considerarse

como prácticamente regidas por leyes deterministas. Por consiguiente, el determinismo

sería una “aproximación”; en principio no habría determinismo, pero lo habría a todos

los efectos prácticos. A esta interpretación se la denomina “interpretación real”, es

decir, una interpretación del principio de incertidumbre según la cual éste expresa algo

que acontece efectivamente en la realidad (subatómica). Ello significa que no hay en la

relación de referencia nada “subjetivo” y que por consiguiente, no puede atribuirse la

“indeterminación” a la “interferencia” del observador en la realidad física. El rechazo

de todo “subjetivismo” se funda en el reconocimiento de que no hay nada “subjetivo”

en la imposibilidad de medir con precisión dos cantidades físicas correlacionadas; tal

imposibilidad es concebida como una consecuencia de las leyes fundamentales

estadísticas de la mecánica cuántica.

Otra interpretación distinta de este principio admite que el principio de incertidumbre

es una prueba de indeterminismo, pero liga este último a una “intervención” del

observador en el mundo subatómico.

En una tercera interpretación de este principio se ha afirmado que el principio de

incertidumbre no prueba, o no prueba todavía, que haya indeterminismo en el mundo

físico. Las razones que se han aducido en apoyo de esta tesis son:

1. La idea de que hay interacción entre el observador y lo observado prueba que el

supuesto indeterminismo es sólo resultado de una “intervención”; si ésta

pudiese eliminarse, se eliminaría el indeterminismo.


2. Se ha cometido una confusión al equiparar “determinismo” y “predictibilidad”.

Esta última no es una consecuencia necesaria y suficiente de un sistema

determinista. No puede, en efecto, decirse que si un sistema es determinista,

todos sus estados son predecibles. Pueden serlo y pueden no serlo; por tanto, el

que no lo sean no es razón suficiente para concluir que el sistema no es

determinista.

3. No es legítimo extraer conclusiones e las relaciones de incertidumbre en cuanto

a la cuestión del “determinismo” o “indeterminismo”, por la sencilla razón de

que los términos “momento” y “posición” usados en mecánica cuántica no

tienen el mismo sentido del que tienen tales términos en la mecánica clásica

2.2 Heisenberg y el principio de causalidad

Según Heisenberg, la transformación del concepto antiguo de causa en el actual se ha

ido produciendo a lo largo de los siglos, en estrecha conexión con la transformación del

conjunto de la realidad percibida por el hombre, y con la aparición de la ciencia de la

Naturaleza a principios de la Edad Moderna. En la medida en que los procesos

materiales fueron adquiriendo un grado mayor de realidad, el término de causa fue

siendo referido a la ocurrencia material que precediera a la ocurrencia que en

determinado caso se tratara de explicar y que de algún modo la hubiera producido. Ya

en Kant encontramos el término de causalidad explicado en la forma que se nos ha

hecho usual desde el siglo XIX: “Cuando experimentamos que algo ocurre, presuponemos en

todo caso que algo ha precedido a aquella ocurrencia, algo de lo que ella se sigue según una

regla”. Así fue paulatinamente restringiéndose el alcance del principio de causalidad,

hasta resultar equivalente a la suposición de que el acontecer de la Naturaleza está

unívocamente determinado, de modo que el conocimiento preciso de la Naturaleza o

de cierto sector suyo basta, al menos en principio, para predecir el futuro. Precisamente

la física newtoniana se hallaba estructurada de modo tal que, a partir del estado de un

sistema en un instante determinado, podía preverse el futuro movimiento del sistema.

«El sentimiento de que, en el fondo, así ocurren las cosas en la Naturaleza, ha encontrado tal

vez su expresión más general e intuitiva en la ficción, concebida por Laplace, de un demonio que

en cierto instante conoce la posición y el movimiento de todos los átomos, con lo cual tiene que
verse capacitado para calcular de antemano todo el porvenir del Universo. Cuando al término de

causalidad se le da una interpretación tan estricta, acostumbra a hablarse de “determinismo”,

entendiendo por tal la doctrina de que existen leyes naturales fijas, que determinan

unívocamente el estado futuro de un sistema a partir del actual» (Heisenberg, La imagen de la

naturaleza en la física actual, Barcelona, Orbis, 1985, p. 34).

Este determinismo expresa el supuesto de la física clásica según la cual los fenómenos

de la naturaleza podían ser conocidos según leyes causales cada vez más exactas y

precisas; las leyes estadísticas o probabilísticas, aplicadas a determinados fenómenos

naturales, como los cuerpos en estado gaseoso o la misma conducta humana, no se

debían sino a un conocimiento imperfecto de las condiciones de observación. Pero la

aparición de la física cuántica ha restado universalidad a este principio de

determinación causal: la física no admite que exista un límite indefinido de precisión

en la descripción de los fenómenos, y afirma que, debido al denominado principio de

indeterminación, no es posible formular predicciones definidas para el conjunto de los

sucesos subatómicos.

2.3 Niels Bohr y la gnoseología del indeterminismo

En 1928 Bohr publicó un artículo donde daba una interpretación gnoseológicageneral de

los argumentos de Heisenberg. Según Bohr, la relación de imprecisión de Heisenberg

es la expresión matemática de un principio absolutamente general, según el cual no es

posible que haya observación física alguna sin que el estado de lo que se observa no

quede modificado por el hecho mismo de ser observado. Ciertamente, desde hacía

mucho tiempo, los físicos imaginaban que las experiencias que ellos hacían para

determinar el estado de una entidad física modificaban en general este estado. Al

introducir, por ejemplo, un termómetro se altera ligeramente la temperatura que se

quiere medir; al utilizar un potenciómetro para determinar el estado eléctrico de un

cuerpo, se perturba necesariamente ese estado; y así sucesivamente. Por esto, todos los

observadores tomaban toda clase de precauciones destinadas a atenuar las

perturbaciones provocadas por los instrumentos de medida. Pero, al llegar de este

modo a obtener resultados cada vez más precisos, acabaron por olvidar que en
principio es imposible proceder por esta vía hasta el final, eliminado por completo

todos los cambios que causa el observador. En particular, los científicos de la época

clásica parecen haber olvidado que hasta el simple hecho de ver un objeto físico puede

necesariamente entrañar una modificación del estado del objeto percibido. Se sabía,

ciertamente, que para ver un objeto era preciso enviar un haz de luz que se refleje sobre

él y retorne hacia el observador, y se sabía igualmente que este haz de luz debía ejercer

una presión sobre el objeto iluminado, modificando así su estado.

Pero se tendía demasiado a subestimar la importancia de este hecho, y nadie antes de

Heisenberg había pensado en sacar todas las consecuencias importantes que implica.

Esta omisión se explica cuando se piensa que la física clásica trataba con cuerpos

macroscópicos, con relación a los cuales las modificaciones provocadas por la luz que

se utiliza para observarlos son en realidad despreciables: incluso teniendo en cuenta

estas perturbaciones, los teóricos y los experimentadores de la física macroscópica no

habrían podido llegar a otros resultados que los que se habían obtenido. Era, pues,

natural y legítimo ignorar estas perturbaciones. Pero a escala microscópica la situación

ya no es la misma: aquí las perturbaciones en cuestión ya no pueden ser ignoradas. La

física atómica tenía, pues, que llegar necesariamente, tarde o temprano, a tomar

conciencia de la verdad innegable, debidamente formulada por Bohr, es decir, a

reconocer que la observación modifica lo observado. Pero supuesto que la observación

provoca necesariamente una modificación del estado observado, modificación cuya

naturaleza no se conoce exactamente, es en principio imposible conocer exactamente a

la realidad. En consecuencia, no se puede nunca verificar el principio del determinismo

causal exacto. Hay que rechazarlo definitivamente del dominio de la física. Así, si los

principios fundamentales de la física clásica no permiten afirmar la existencia de un

límite constante finito de la precisión teóricamente posible, por lo menos permiten

mostrar que la idea de una observación y, por consiguiente, de una previsión

absolutamente exacta y contradictoria es imposible en cuanto idea física.

2.4 La diferencia entre pasado y futuro: un argumento en favor del indeterminismo


Uno de los principales argumentos a favor del indeterminismo es la asimetría entre

pasado y futuro. Uno no puede cambiar el pasado. Puesto que el pasado no es más que

lo que ha ocurrido, parece una verdad trivial decir que el pasado está completamente

determinado por lo que ha ocurrido. Todas nuestras vidas, todas nuestras actividades,

están dedicadas a intentar afectar el futuro. Está claro que creemos que lo que ocurrirá

en el futuro está en gran manera determinado por el pasado y el presente, ya que todas

nuestras acciones racionales son intentos de influir en, o determinar, el futuro. Pero

está igual de claro que consideramos que el futuro no está todavía completamente

fijado; al contrario que el pasado, que está cerrado, el futuro está todavía abierto a

influencias; todavía no está determinado.

Es decir, hay una asimetría entre el pasado y el futuro. Esto se puede ver claramente en

la teoría especial de la relatividad. En esta teoría existe, para cada observador, un

pasado absoluto y un futuro absoluto (que están separados por toda una región de

posible contemporaneidad). El pasado (absoluto) del sistema es la región formada por

todos los puntos espacio-temporales desde los cuales las influencias físicas pueden

afectar al sistema; su futuro (absoluto) es una región formada por todos los puntos

sobre los cuales el sistema puede ejercer una influencia física. La asimetría entre pasado

y futuro queda establecida por el hecho de que, desde cualquier lugar del “pasado”,

una cadena causal física (por ejemplo, una señal de luz) puede alcanzar cualquier lugar

del “futuro”; pero desde ningún lugar del futuro puede ejercerse un efecto igual sobre

ningún lugar del pasado. Como consecuencia de esto, el futuro se convierte en

“abierto” para nosotros en el sentido de que no puede ser totalmente predicho por

nosotros, mientras que el pasado está “cerrado”.

Para ver esto, supongamos que estamos en el vértice A de un cono espacio-temporal y

que queremos hacer una predicción completa sobre el estado de las cosas en nuestro

sistema cuando A ha llegado al punto espacio temporal B.

Esto no puede hacerse pues, como se muestra en la figura 1, hay puntos como P que

pertenecen al pasado de B, pero no al de A; lo que significa que desde P hay efectos que

pueden alcanzar a B; pero es imposible para nosotros, en A, saber nada de las


condiciones en P, ya que ningún efecto precedente de P puede alcanzarnos en A; P está

fuera del cono-pasado de A; pero el cono-pasado de A es la única región sobre la que

nosotros podemos tener conocimiento.

Figura 1

Como consecuencia de esta asimetría entre pasado y futuro, la relatividad especial no

es una teoría determinista prima facie, es decir, no hay en ella un demonio laplaciano.

Para explicarlo veamos la figura 2.

Figura 2
En la figura 2 A es nuestro presente y B es un punto espacio-temporal sobre el que se

va a hacer una predicción. Los científicos humanos no pueden hacerla; pero

suponemos que hay un demonio laplaciano, uno capaz de obtener todas las condiciones

iniciales para una región del espacio suficientemente extensa (pero limitada) en un

cierto instante de tiempo; es decir, para una cierta región de la que puede decirse que

es “simultánea” en el sentido de la relatividad especial. Esta región está representada

por el argumento de la línea C. C representa la información sobre la que el demonio ha

recibido información completa. Ahora bien, dada esta región, la teoría nos permite

hallar una posición espacio-temporal D, que, desde el punto de vista de la teoría, es la

posición espacio-temporal más temprana en la que puede localizarse al demonio

mientras recibe la información. Y D estará colocado de tal forma que B pertenezca al

pasado de D. Esto significa que el demonio, cuando estaba calculando el estado de

cosas en B, estaba haciendo una retrodicción en lugar de una predicción, en términos

de la relatividad especial. Dicho de otro modo: si tratamos de introducir al demonio

laplaciano en la relatividad especial, encontramos que podemos calcular, a partir de la región de

información del demonio, un límite inferior para la posición espacio-temporal D del demonio; y

además encontramos que el demonio sólo calculó un suceso que estaba dentro de su propio

pasado.

Si la línea C se alarga infinitamente en las dos direcciones –lo que transforma al

demonio limitado en un demonio ilimitado–, entonces el demonio puede calcular

cualquier suceso. Pero eso ocurre porque él, en términos de la teoría, está situado en el

futuro infinito, de forma que cualquier suceso pertenece a su pasado.

Así pues, el demonio de la relatividad especial no es ya el de Laplace; porque este

demonio, al contrario que el de Laplace, no puede predecir, sino que sólo puede

retrodecir.

En resumen, la relatividad especial convierte automáticamente a cada suceso sobre el

que tenemos alguna información definida en un suceso que pertenece a nuestro

pasado. De modo que puede decirse que, de acuerdo con la relatividad especial, el

pasado es aquella región que puede, en principio, ser conocida; y que el futuro es
aquella región que, aunque influida por el presente, está siempre “abierta”: no sólo es

desconocida, sino que además, en principio, no es plenamente cognoscible.

La relatividad especial es, por tanto, un argumento contra el determinismo porque:

1. las predicciones requeridas por el determinismo “científico” deben

interpretarse, desde el punto de vista de la relatividad especial, como

retrodicciones

2. al ser retrodicciones, aparecen, desde el punto de vista de la relatividad

especial, como calculadas en el futuro del sistema predicho. Así, no puede

decirse que han sido calculadas desde dentro de ese sistema: no satisfacen el

principio de predictibilidad desde dentro

2.5 Un argumento de Popper a favor del indeterminismo: la imposibilidad de la

autopredicción

Una consecuencia de la teoría determinista es que, si estuviéramos pertrechados de un

conocimiento teórico perfecto, y de unas condiciones iniciales pasadas o presentes,

podríamos entonces predecir, por métodos deductivos, nuestros propios estados

futuros en cualquier instante de tiempo dado y, más especialmente, nuestras propias

predicciones futuras.

Ahora bien, argumenta Popper, esto es absurdo porque, si puedo predecir mis estados

futuros, puedo predecir lo que voy a conocer mañana; pero si hoy predigo lo que voy a

conocer mañana, no lo conozco mañana, sino que lo conozco hoy; por tanto, hablar de

predecir mis estados futuros es absurdo; y es absurdo porque, desde un punto de vista

lógico, conduce a una teoría inconsistente.

El argumento de Popper para mostrar que esta teoría es inconsistente es el siguiente:

una vez que suponemos que las teorías científicas y las condiciones iniciales están

dadas, y también la tarea de predicción, la deducción de la predicción se convierte en

un problema de puro cálculo, que en principio puede ser llevado a cabo por una

máquina de predecir o de calcular. Según esto, la prueba se convierte en una prueba de


que ninguna calculadora o predictora puede predecir deductivamente los resultados de sus

propios cálculos o predicciones.

Para probar esto podemos imaginar que la tarea de predicción se le suministra a la

máquina en forma de una cinta (la cinta de la tarea) en la que se hacen unas

perforaciones que forman el mensaje cifrado en una clave similar a la de Morse. La

respuesta se emite en forma de una cinta similar, la cinta de respuesta. Después de

completar su tarea, se puede suponer que la máquina consiste en dos partes

principales, es decir: a) la propia máquina, que puede estar en su estado cero, y b) la

cinta de respuesta emitida.

Los supuestos sobre los que se fundamenta la prueba son:

S1). Siempre que la tarea suministrada a la máquina sea suficientemente explícita, la

predictora llegará a una respuesta correcta.

S2) La predictora tarda tiempo en realizar diversas operaciones. En particular, habrá un

lapso de tiempo entre el instante en que la predictora sea estimulada por la tarea de

predicción y el instante en el que la predictora empieza a escribir su respuesta.

Además, la acción de escribir la respuesta también lleva cierto tiempo.

S3) De dos respuestas cualesquiera, emitidas por la predictora, la respuesta más larga

llevará más tiempo que la más corta.

S4) Todas las respuestas dadas por la máquina describen explícitamente el estado de

algún sistema físico en uno y el mismo lenguaje.

Imaginemos ahora dos predictores estructuralmente idénticos. Al predictor 1 se le

llama “Dice”, porque va a predecir el estado del número 2; al predictor número 2 se le

llama “Dicho”, porque va a ser predicho por “Dice”.

Suponemos que las condiciones iniciales suministradas a Dice como parte de su tarea

de predicción describen el estado de Dicho a las cero horas, y que la tarea de Dice es

predecir el estado de Dicho a la 1 en punto. La descripción del estado inicial de Dicho,


tal como se le suministra a Dice, tendrá que incluir una descripción de la tarea de

predicción por medio de la cual Dicho será estimulado a las cero horas. Así que Dice

está ahora intentando calcular el estado de Dicho en el instante de tiempo t = 1 en

punto, o, lo que es lo mismo, el estado de Dicho después de un lapso de tiempo de una

hora de duración.

Según S1), Dice tendrá siempre éxito en la tarea de predecir a Dicho.

Ahora suponemos que la tarea encomendada a Dice coincide con la tarea que se

encomendará a Dicho a las cero horas; en otras palabras, la tarea de Dice especifica que

Dicho será estimulado, a las cero horas, a predecir un tercer predictor (esta suposición

tiene como objetivo interpretar la tarea de Dice como una tarea de autopredicción).

Podemos formular este supuesto como S5)

S5) Al recibir el estímulo de su tarea de predicción, Dice estará precisamente en el

mismo estado en que esté Dicho al recibir el estímulo de su tarea de predicción, a las

cero horas.

Supongamos ahora que el tiempo de una hora que hemos escogido es tan reducido

que, a la una en punto, Dicho no habrá comenzado todavía a perforar su cinta de

respuesta (en este caso es claro que no ha tenido lugar ningún aumento del

conocimiento). Se puede demostrar el siguiente teorema:

T1).Bajo las condiciones enunciadas, el período de tiempo que le ha tomado a Dice

completar su tarea ha sido más largo de una hora

Prueba. Puesto que Dice ha completado su tarea, su respuesta ha sido perforada por

completo. Pero, después del transcurso de una hora, no puede siquiera haber

comenzado a perforar puesto que Dice tiene que pasar por los mismos estados que

Dicho, y en los mismos períodos de tiempo; y, de acuerdo con nuestros supuestos,

Dicho no habría empezado a perforar su cinta a la una en punto. Q.E.D.

A continuación, supongamos que escogemos las dos en punto en lugar de la una como

la hora para la que Dice tiene que predecir el estado de Dicho, y que Dicho ha
comenzado a perforar su cinta a las dos en punto, aunque sin completarla. Podemos

probar el siguiente teorema:

T2). Bajo las condiciones enunciadas, el período de tiempo que Dice tardó en completar

su tarea fue superior a dos horas

Prueba. Análoga a la de T1).

Ahora supongamos, finalmente, que elegimos las tres en punto como la hora para la

que se ha de predecir el estado de Dicho, un espacio de tiempo que es justo lo

suficiente como para que Dicho complete su tarea de predicción. Obtenemos el

teorema

T3). Bajo las condiciones enunciadas, el tiempo que tardó Dice en completar su

ejercicio fue exactamente de tres horas.

Esto se desprende del hecho de que Dice y Dicho son dos máquinas idénticas; y es

suficiente para demostrar que Dice no puede predecir el aumento de su propio

conocimiento en el futuro; porque su respuesta completa llegaría demasiado tarde para

ser una predicción, puesto que, en el mejor de los casos, sólo llega al mismo tiempo que el

suceso predicho.

Pero, añade Popper, además, el auto-cálculo es imposible, no sólo llega tarde, sino que

fracasa por completo. Para demostrarlo introduzcamos el supuesto

S6) La descripción, en lenguaje estándar, del estado físico de una segunda descripción

en lenguaje estándar, no puede en ningún caso ser más corta que la segunda

descripción. Este supuesto es una consecuencia de que tenemos que describir como

mínimo cada uno de los símbolos de la segunda descripción, y que cada una de esas

descripciones necesitará, como mínimo, un símbolo.

Podemos ahora demostrar el siguiente teorema:

. Bajo las condiciones de T3) el tiempo que Dice tardó en completar su tarea fue

superior a tres horas


Ahora bien, T4) es inconsistente con T3), con lo que toda la teoría es inconsistente; de

donde se sigue que la autopredicción es imposible. Q.E.D.

Si la autopredicción es imposible, entonces está claro que un predictor no puede

predecir los efectos de sus propios movimientos en su propio entorno cercano; es decir,

la parte de su entorno sobre la que él influye de forma apreciable, lo que significa que

la predicción desde dentro no puede realizarse con ningún grado de precisión que se

haya estipulado; ahora bien, éste era un supuesto básico del determinismo; por tanto, el

determinismo es falso. Además, como esta refutación proviene del uso exclusivo de la

lógica, el determinismo “científico” es una doctrina que se contradice a sí misma

2.6 Ilya Prigogine: la física del caos contra el determinismo clásico

Según Prigogine, Einstein se ha convertido en el Darwin de la física. Darwin nos

enseñó que el hombre está sumergido en el interior de una evolución biológica. Y

Einstein nos ha enseñado que el hombre está sumergido en un universo en evolución.

De esta forma, ha entrado en crisis el punto de vista atemporal de la física clásica que

rechazaba la irreversibilidad como “ilusión” y, por esto, no permitiría el actual

progreso de la investigación científica. Las investigaciones de Prigogine sobre las

estructuras disipativas y los sistemas alejados del equilibrio, ambos en el ámbito de la

termodinámica, pretenden explicar cómo es posible que se forme un orden a partir del

caos.

Hace hincapié en el carácter irreversible del tiempo, en contra de lo que supuso la

mecánica clásica y, desde esta inspiración, también la ciencia clásica. Prigogine

contrapone la ciencia moderna a la ciencia contemporánea. La primera, representada

por Galileo, Newton y Laplace, está circunscrita a las nociones delegalidad, determinismo

y reversibilidad. Por el contrario, la segunda otorga una gran importancia al azar, a lo

aleatorio y espontáneo, siendo la irreversibilidad temporal la creadora de novedad.

Esto significa que Prigogine se sitúa frente al determinismo científico clásico, oponiéndose

también al reduccionismo de todos los fenómenos a leyes mecanicistas.


Prigogine propone una nueva alianza entre las ciencias y las humanidades, que tenga en

cuenta al hombre en el interior de la temporalidad, que había sido expulsado por el

determinismo clásico.

3. El determinismo y el estudio del hombre

Es tradicional distinguir en las ciencias tres grandes campos: las ciencias formales, las

ciencias naturales y las ciencias humanas. El objeto de estudio de las primeras estaría

formado por las matemáticas y la lógica, ciencias que, en principio, no hablan acerca

del mundo y, con respecto a las cuales, no se plantea el problema del determinismo.

Con respecto a las ciencias naturales, cuyo paradigma es la ciencia física, los estudiosos

asumen que de alguna manera es viable algún tipo de determinismo, si no en el

sentido de predecir el futuro, sí al menos en el sentido de tener un conocimiento exacto

de las causas de los fenómenos naturales; según estas ciencias, un fenómeno natural

quedaría explicado cuando somos capaces de decir cómo se produce, por qué se

produce y cuáles son las consecuencias (los efectos) del acaecimiento de ese fenómeno

natural. Todo esto matizado con las críticas que los filósofos han realizado al principio

de causalidad.

Por su parte, el objeto de estudio de las ciencias humanas es el hombre, tanto en su

dimensión social como en su dimensión natural. El determinismo en estas ciencias

estaría representado por aquella postura que dice que también la conducta del hombre

es explicable en términos causales. Para explicar la conducta humana, a nivel

individual, en términos causales, se recurre al denominado silogismo práctico. En su

forma más simple este razonamiento procede como sigue:

A tiene intención de p (e.g., ir mañana al teatro).

A juzga que a menos que q no será capaz de p (e.g., reserve una entrada con

antelación).

Por consiguiente, A da los pasos precisos para q.


Es fácil percatarse de lo que tiene que ver el razonamiento práctico con la explicación

de la acción. Supongamos que A, de hecho, hace q. Deseamos saber por qué. Una

respuesta satisfactoria a esta cuestión sería señalar que tenía la intención de p y que

consideraba hacer q necesario para este fin. Y esta misma respuesta explicaría por qué

trató de hace q en una ocasión en la que terminará fracasando.

Es muy natural decir aquí que la conducta de A vino determinadapor su intención y por

su actitud epistémica. Dada una y otra, hubo de hacer lo que de hecho hizo. Podemos

referirnos a la intención y a la actitud epistémica como determinantes de la acción del

agente y decir que ambas constituyen conjuntamente una razón o fundamento

(suficiente) para hacer q. Podemos denominar objeto de intención de A a aquello por

cuyo logro A emprende q y decir que la propia realización de q formaba parte de las

exigencias de la situación, a los ojos de A, para llevar a cabo su acción.

Este tipo de argumento viene a decir, en suma, que la conducta de un agente racional

está determinada por sus intenciones, y que si nosotros conocemos esas intenciones

podremos predecir cuál será su conducta futura.

Ante este tipo de razonamiento von Wright plantea la siguiente objeción: supongamos

que A consideraba hacer q suficiente, aunque no necesario, para alcanzar el objeto de

su intención. A tiene intención de ir a la ciudad y sabe que habrá de usar un medio de

transporte público para llegar allí –pongamos por un caso un autobús o un tren. Da los

pasos precisos para tomar el autobús. ¿También aseguraríamos en este caso que su

elección efectiva del autobús se halla enteramente explicada, determinada, por lo que

se proponía hacer y por lo que sabía acerca de los medios de llevar a efecto su

intención?

Obviamente,no aseguraríamos esto. El proceder que podemos explicar sobre la base de

los hechos, según han sido presentados, es la “acción disyuntiva” consistente en que el

agente toma el autobús otoma el tren.. De modo que, si ahora resulta que elige el

autobús, lleva a cabo la acción disyuntiva. Esta acción viene entonces completamente

determinada por las intenciones y creencias del agente –pero no su opción efectiva por

una alternativa particular.


Ahora bien, ¿no podría hallarse determinada asimismo dicha opción? Podría,

ciertamente. Pueden haber existido diversas razonespara su elección del viaje en

autobús; tal vez resulte más seguro o más barato o más rápido que el viaje en tren. Si

cabe atribuir su opción por un medio de transporte a alguna razón de este género,

entonces también es correcto calificar a la opción de determinada. Pero es importante

advertir que, aun pudiendo estar determinada en este sentido la opción de una persona

entre cursos alternativos, no necesariamente lo está. Empeñarse en esto evidencia puro

dogmatismo determinista. La opción puede resultar por entero “fortuita”.

4. La construcción científica de la realidad

4.1 Definición de ciencia

La ciencia es aquella actividad cultural humana que tiene como objetivo la constitución

y fundamentación de un cuerpo sistemático del saber

Mientras los animales inferiores sólo están en el mundo, el hombre trata de entenderlo;

y, sobre la base de su inteligencia imperfecta pero perfectible del mundo, el hombre

intenta enseñorearse de él para hacerlo más confortable. En este proceso, construye un

mundo artificial: ese creciente cuerpo de ideas llamado «ciencia», que puede

caracterizarse como conocimiento racional, sistemático, exacto, verificable y por

consiguiente falible. Por medio de la investigación científica el hombre ha alcanzado

una reconstrucción conceptual del mundo que es cada vez más amplia, profunda y

exacta.

Un mundo le es dado al hombre; su gloria no es soportar o despreciar este

mundo, sino enriquecerlo construyendo otros universos. Amansa y remoldea la

naturaleza sometiéndola a sus propias necesidades; construye la sociedad y es a

su vez construido por ella; trata luego de remoldear este ambiente artificial para

adaptarlo a sus propias necesidades animales y espirituales, así como a sus

sueños: crea así el mundo de los artefactos y el mundo de la cultura. La ciencia

como actividad -como investigación- pertenece a la vida social; en cuanto se la

aplica al mejoramiento de nuestro medio natural y artificial, a la invención y


manufactura de bienes materiales y culturales, la ciencia se convierte en

tecnología. Sin embargo, la ciencia se nos aparece como la más deslumbrante y

asombrosa de las estrellas de la cultura cuando la consideramos como un bien

por sí mismo, esto es, como un sistema de ideas establecidas provisionalmente

(conocimiento científico), y como una actividad productora de nuestras ideas

(investigación científica). (Bunge, M., La ciencia, su método y su filosofía,

Buenos Aires, Siglo Veinte, 1972, pp. 7-8)

Así definida, esta actividad podría confundirse con otras parecidas con un objetivo

parecido, como la filosofía, el arte, y hasta la misma religión. Pero la actividad científica

se distingue de otras similares por sus características específicas: el conocimiento del

que trata es un conocimiento racional, que se refiere al mundo material o naturaleza,

cuyas regularidades quiere explicar y predecir; obtenido mediante un método

experimental, del cual forman parte la observación, la experimentación y las

inferencias de los hechos observados; es sistemático porque se organiza mediante

hipótesis, leyes y teorías, y es un conocimiento objetivo y público, porque busca ser

reconocido por todos como verdadero o, por lo menos, ser aceptado por consenso

universal

La ciencia es un conocimiento público [...] La ciencia no es sólo conocimiento o

información publicado. Cualquiera puede hacer una observación o concebir una

hipótesis, y, si dispone de los medios económicos, imprimirla y distribuirla para

que la lean otras personas. El conocimiento científico no se limita a esto. Sus

hechos y teorías deben pasar por un período de estudio crítico y de prueba, en

manos de otros individuos competentes e imparciales, y deben resultar tan

convincentes que puedan ser casi universalmente aceptados. El objetivo de la

ciencia no se limita a adquirir información ni a expresar ideas no

contradictorias; su meta es un consenso de la opinión racional sobre el campo

más vasto posible. (Ziman, J.M., El conocimiento público. Un ensayo sobre la

dimensión social de la ciencia, México, FCE, 1972, pp. 22-23)


Así entendido, el concepto de ciencia debería aplicarse exclusivamente a las

denominadas ciencias empíricas, como la física o la zoología, excluyendo a las

llamadas ciencias formales, como la matemática y la lógica. Pero estas últimas son

también ciencias en el pleno sentido de la palabra porque, si bien no se refieren a

hechos de la naturaleza, son también un conocimiento universal, sistemático y

metódico, proporcionan los instrumentos de cálculo e inferencia, necesarios para el

método y la sistematización de las ciencias empíricas y, además, también mantienen

alguna relación con la naturaleza, de la cual constituyen modelos o formas para

pensarla.

Históricamente, este tipo de conocimiento tuvo sus orígenes en Grecia, hacia el s. VI

a.C., en las colonias jonias de Asia Menor, primero en forma de conocimientos de

matemáticas y astronomía, y luego en forma de cosmologías nuevas que sustituyeron

-en sus métodos, pero no en sus objetivos- a las viejas cosmogonías, tanto griegas y

egipcias como babilónicas y hebreas. A este primer nacimiento se añadió, en el s. XVII,

también en occidente y en la cuenca del Mediterráneo, el segundo y definitivo

surgimiento de la ciencia, gracias a la renovación del modelo astronómico del mundo

por obra de Nicolás Copérnico y, luego, a la aplicación del método matemático a los

fenómenos físicos de la naturaleza, obra de Galileo. Estos autores y quienes siguieron

apoyándose en su modelo de investigar dieron origen a lo que se denominó entonces

«ciencia nueva» y posteriormente «ciencia moderna», la cual, con la síntesis posterior

de la mecánica clásica de Newton, que supuso su culminación, se constituyó en modelo

de conocimiento científico, o de ciencia, para toda la civilización posterior. Cuatro son

los períodos que suelen destacarse como característicos de la aparición y constitución

histórica de la ciencia:

El paso de las primitivas cosmogonías (babilónicas, egipcias, hebreas y griegas) a las

nuevas cosmologías, iniciadas por el pensamiento racional de los jonios del Asia

Menor, hecho que supone el surgimiento de la filosofía en el s. VI a.C.

La aparición de la tradición geocéntrica y geoestática por obra de Platón y Aristóteles y,

sobre todo, de la astronomía y la física aristotélicas


La crisis y crítica (según algunos, gradual a partir de la Edad Media) de las ideas

aristotélicas, en la denominada revolución científica, a comienzos de la era moderna,

con el establecimiento del paradigma de la mecánica de Newton

Las modificaciones de este mismo paradigma, y por lo mismo, de la mecánica clásica y

del modelo clásico de ciencia, por obra de la teoría de la relatividad especial de

Einstein, en cosmología, y la nueva física cuántica, en lo relativo a la constitución de la

materia.

Las características básicas de que goza la ciencia son las mismas que se atribuyen al

conocimiento científico, ya que, en definitiva, son una sola y misma cosa (uno es el

resultado de la actividad y la otra es la actividad humana que lo produce), y sólo a

ellos se aplica la noción de epistéme, tal como se denominaba al verdadero saber entre

los griegos, por oposición a la mera opinión, que se consideraba conocimiento

impropio o saber infundado. Pero debe reducirse a su justa medida el valor de verdad

de la ciencia. Y, así, la filosofía de la ciencia resalta el aspecto de provisionalidad del

conocimiento científico e insiste en que la ciencia es sobre todo aquella actividad

racional que consiste en proponer teorías provisionales, a modo de conjeturas audaces,

a partir de los problemas que surgen de nuestra adaptación al medio, para someterlas a

la prueba del experimento, contrastándolas con los hechos, a fin de descubrir su

posible falsedad. De aquí que lo que caracteriza al desarrollo de la ciencia no sea

precisamente la acumulación de conocimientos, sino la «indagación de la verdad

persistente y temerariamente crítica».

La ciencia no es un sistema de enunciados seguros y bien asentados, ni uno que

avanzase firmemente hacia un estado final. Nuestra ciencia no es conocimiento

(epistéme): nunca puede pretender que ha alcanzado la verdad, ni siquiera el sustituto

de ésta que es la probabilidad.

Pero la ciencia tiene un valor que excede al de la mera supervivencia biológica; no es

solamente un instrumento útil: aunque no puede alcanzar ni la verdad ni la

probabilidad, el esforzarse por el conocimiento y la búsqueda de la verdad siguen

constituyendo los motivos más fuertes de la investigación científica.


No sabemos: sólo podemos hacer conjeturas. Y nuestras previsiones están guiadas por

la fe en leyes, en regularidades que podemos descubrir [...] Con Bacon, podemos

describir la propia ciencia contemporánea nuestra -«el método de razonar que aplican

ordinariamente los hombres a la naturaleza»- diciendo que consiste en «anticipaciones,

precipitadas y prematuras», y en «prejuicios». Pero domeñamos cuidadosa y

austeramente estas conjeturas o «anticipaciones» nuestras, tan maravillosamente

imaginativas y audaces, por medio de contrastaciones sistemáticas: una vez que se ha

propuesto, ni una sola de nuestras «anticipaciones» se mantiene dogmáticamente;

nuestro método de investigación no consiste en defenderlas para demostrar qué razón

teníamos; sino que, por el contrario, tratamos de derribarlas. Con todas las armas de

nuestro arsenal lógico, matemático y técnico, tratamos de demostrar que nuestras

anticipaciones eran falsas, con objeto de proponer en su lugar nuevas anticipaciones

injustificadas e injustificables, nuevos «prejuicios precipitados y prematuros», como

Bacon los llamó con gran ironía. [...]

La ciencia nunca persigue la ilusoria meta de que sus respuestas sean definitivas, ni

siquiera probables; antes bien, su avance se encamina hacia una finalidad infinita -y,

sin embargo, alcanzable- : la de descubrir incesantemente problemas nuevos, más

profundos y más generales, y de sujetar nuestras respuestas siempre provisionales a

contrastaciones constantemente renovadas y cada vez más rigurosas. (Popper, K. R.,

Lógica de la investigación científica, Tecnos, Madrid 1977, p. 261-262).

El producto de la actividad científica es el conocimiento científico. Las principales

características de este conocimiento son: es un conocimiento racional, metódico,

objetivo, verificable y sistemático, que se formula en leyes y teorías, y es comunicable y

abierto a la crítica y a la eliminación de errores.

La mayoría de los estudiosos de la ciencia coinciden en asignarle al pensamiento

científico las siguientes características: a) objetividad; b) racionalidad; c) sistematicidad.

Estas tres características, ciertamente, también son aspiraciones del pensamiento

cotidiano o de lo que algunos autores llaman sano sentido común; pero no son

buscadas ni alcanzadas en la misma medida.


a) Objetividad. Se podrá decir de inmediato que el pensamiento científico no es

subjetivo, que no depende de los intereses personales de quienes intervienen en él.

Pero quizá es preferible darle más importancia a otra acepción de objetividad:

concordancia o adaptación a su objeto. El pensamiento científico se aplica a los hechos

innegables y no especula arbitrariamente. Siempre que se mencione la objetividad, se

entenderá como adecuación a la realidad o como validez independiente de los intereses

del que conoce.

En realidad, estos dos sentidos de objetividad se relacionan estrechamente. Sólo los

hechos deben servir de guía a toda investigación científica. No deben mezclarse

factores extraños subjetivos; los instintos y los sentimientos del que investiga y del que

juzga lo investigado deben permanecer al margen del mundo científico. Este requisito

no es fácil de cumplir, pero implica un fin digno de alcanzar. A lo largo de la historia,

es fácil comprobar que la objetividad no siempre se ha cumplido; personas,

instituciones y pueblos poco evolucionados han caído en la subjetividad. Baste

recordar el juicio a que fue sometido Galileo en virtud de que sus tesis científicas no

concordaban con las creencias religiosas de su tiempo.

El pensamiento científico y el hombre científico deben ser imparciales y acostumbrarse

a separar sus sentimientos y sus intereses personales cuando estén en el terreno de la

ciencia. Sólo ha de interesarles que los hechos existan o no, y aceptarlos tal como son.

Se dijo que el pensamiento cotidiano también aspira a la objetividad, racionalidad y

sistematicidad, lo mismo que el científico; pero que las persigue y las alcanza en grados

muy diferentes. La objetividad que llega a obtener el pensamiento cotidiano es

limitada, debido a que se encuentra demasiado atada a la percepción y a lo práctico; y,

cuando se desprende, cae frecuentemente en algunas de las explicaciones no científicas

que se analizaron con anterioridad.

Para acabar de aclarar lo que es la objetividad, conviene presentar algunos ejemplos

sencillos. La salida del sol por el oriente es un hecho astronómico que acaece

independientemente de que a un astrónomo o a cualquier persona común le guste o

no. El pensamiento científico es objetivo en el sentido de que se investigan los hechos


tal como son en la naturaleza; la astronomía se subordina a la naturaleza y al

funcionamiento del sol, y no éste a la ciencia astronómica.

Si multiplicamos 6 x 5 obtendremos 30. Sabemos que este producto vale

independientemente de que nos agrade o no, y del estado de ánimo en que nos

encontremos.

b) Racionalidad. Se ha llamado razón a la facultad que permite distinguir al hombre de

los animales. También se ha entendido por razón el fundamento o la explicación de

algo. El pensamiento científico no está formado de imágenes, sensaciones ni hábitos de

conducta. Se dice que en él hay racionalidad, porque está integrado de principios y

leyes científicas. El hombre de ciencia forja imágenes, tiene sensaciones y posee

determinados hábitos de conducta, y con ellos puede realizar su trabajo científico; pero

siempre partirá de elementos racionales, y sus resultados también serán entes de razón.

La racionalidad, asimismo, entraña la posibilidad de asociar conceptos de acuerdo con

leyes lógicas y que generan conceptos nuevos y descubrimientos. Y, en último término,

la racionalidad ordena sus conceptos en teorías.

c) Sistematicidad. En la vida cotidiana con frecuencia oímos hablar de diversos

sistemas: del sistema digestivo, del sistema eléctrico de un automóvil, del sistema de

semáforos, y de otros muchos sistemas. ¿Qué podemos entender de inmediato por

sistema? Comúnmente se podría entender por sistema una serie de elementos

relacionados entre sí de manera armónica. Científicamente, el concepto de sistema debe

entenderse con mayor precisión, en un sentido menos amplio. Los conocimientos

científicos no pueden estar aislados y sin orden; siempre están inmersos en un

conjunto, y guardan relación unos con otros. Todo conocimiento científico sólo tiene

significado, en función de los que guardan relación de orden y jerarquía con él.

Las explicaciones que da la ciencia se estructuran sistemáticamente reflejando el orden

y armonía que existe en la realidad. Los conocimientos de la alquimia y de la astrología

no constituyeron ni constituyen ciencia, porque sus conocimientos no se estructuran

armónicamente ni reflejan la realidad.


Si en una teoría sustituimos algunos de sus elementos, la estaríamos cambiando

radicalmente, alteraríamos su sistematicidad.

Anotamos a continuación, siguiendo a Mario Bunge, una lista de características del

pensamiento científico. El conocimiento científico es: a) Fáctico; b) Trascendente; c)

Analítico; d) Claro y preciso; e) Simbólico; f) Comunicable; g) Verificable; h) Metódico;

i) Explicativo; j) Predictivo; k) Abierto; l) Útil.

a) Fáctico. El conocimiento científico parte de los hechos dados en la realidad, los

acepta como son, y frecuentemente vuelve a ellos para confirmar sus afirmaciones. No

toma por objetos de estudio entes que no se hayan generado de alguna forma en la

experiencia sensible. La química parte del agua, del calcio y de otros objetos de la

realidad fáctica.

b) Trascendente. Aunque la ciencia parte de los hechos, no se queda en ellos; si así lo

hiciera, su labor sería meramente contemplativa. El científico debe ir más allá de los

hechos, de las apariencias. La Tierra no debió considerarse plana por el solo hecho de

no poderse observar a simple vista su curvatura. El químico trasciende los hechos

cuando combina ciertas sustancias y produce una pasta dental.

Los microscopios y los telescopios son trascendencia de los hechos de la observación.

Los motores de los automóviles han ido más allá de lo observado por los físicos

respecto al movimiento.

c) Analítico. Lo analítico del conocimiento científico empieza desde la mera

clasificación de las ciencias a que nos referimos en este apartado. Se especializan en

determinado ámbito de la realidad. Y una vez ya dentro de su propio territorio, se

esfuerzan continuamente por desintegrar sus objetos de estudio a fin de conocerlos con

mayor profundidad.

Las ciencias analizan sus problemas, los descomponen para estudiarlos mejor. Desde

luego que la ciencia no analiza para tomar una parte y aislarla del todo. Por lo

contrario, descompone y recompone sin cesar sus objetos de estudio: los separa sin

dejar de entenderlos como integrantes de un todo.


d) Claro y preciso. Los conceptos científicos se definen de manera clara y precisa; la

vaguedad daría al traste con cualquier pretensión en el terreno de la ciencia; pero no

solamente los conceptos, sino también los problemas deben presentarse en forma clara

y precisa. La noción de volumen es clara y precisa, y sólo así puede manejarla un

químico.

e) Simbólico. El pensamiento científico no iría muy lejos si dispusiera solamente del

lenguaje cotidiano. Necesita crear su propio lenguaje artificial cuyos signos y símbolos

adquieren un significado determinado, lo menos variable posible, y se someten a reglas

para crear estructuras más complejas. Hg, +, y E son algunos de los símbolos

empleados por la ciencia.

f) Comunicable. El pensamiento científico no está destinado a un reducido número de

personas: se ofrece a todo aquel cuya cultura le permita entenderlo. La ciencia cumple

con una función informativa; el arte, con una expresiva, y las órdenes o mandatos, con

una imperativa. El pensamiento científico comunica datos y reflexiones acerca de los

hechos.

g) Verificable. Todo lo que produzca el pensamiento científico debe someterse a

prueba; no debe aceptarse nada que no se adecue a la realidad. La verificación se

obtiene mediante la observación y la experimentación, aunque hay ciencias, como la

astronomía y la economía, que en ciertos aspectos pueden prescindir de la

experimentación. Las aspiraciones científicas de los médicos especializados en

trasplantes de órganos no quedarán satisfechas mientras sus investigaciones fracasen

en la realidad.

h) Metódico. El pensamiento científico no procede desorganizadamente; planea lo que

persigue y la forma de obtenerlo. Procede obteniendo conclusiones particulares o

generales y disponiendo de procedimientos tales como la deducción, la inducción y la

analogía, que serán tratados más adelante.

i) Explicativo. Hubo un día en que el hombre ya no quedó satisfecho de las

explicaciones basadas en mitos, que le resolvían sus problemas más angustiosos: ¿Qué
es la vida? ¿Por qué mueren los humanos? ¿Qué destino le espera a la humanidad?

Este fue el momento en que el hombre descubrió que estaba dotado de razón para

resolver por cuenta propia, y no por seres suprahumanos, lo problemático del mundo

que le rodeaba.

El pensamiento científico, a diferencia del cotidiano, no acepta únicamente los hechos

tal como se dan; investiga sus causas, busca explicaciones de por qué son así y no de

otra manera. Procura explicar los hechos en términos de leyes y principios. Un físico

explica la caída de los objetos físicos en función de la ley de la gravedad.

j) Predictivo. Todo conocimiento científico explica el comportamiento de ciertos

hechos; pero no solamente para lo presente, sino también para lo pasado y para lo

futuro. La predicción le sirve al científico para poder modificar los acontecimientos en

beneficio de la sociedad, una vez que la técnica procura la comodidad del ser humano.

Las predicciones científicas no siempre son fatales (que no pueden dejar de darse).

Cuando fallan, permiten corregir las hipótesis en que se basan. Ocurre que fallen las

predicciones meteorológicas y también las médicas.

k) Abierto. Los objetos de la ciencia, sus conceptos, sus métodos y sus técnicas, no son

definitivos; se encuentran en constante cambio. El pensamiento científico no es

dogmático. Es abierto, en virtud de que sus estructuras son falibles, y es capaz de

progresar. Un hombre que se conformara con los conocimientos que hasta ese

momento le ha legado la humanidad sería sabio, pero no científico. El científico

contemporáneo prefiere estar al tanto de las últimas innovaciones mediante las revistas

científicas, y no en los manuales de tratados, que día a día van separándose de los

últimos logros de la ciencia.

l) Útil. El hombre inculto es reacio al estudio de la ciencia, porque no ve su utilidad;

piensa que solamente aquello en que puede ganar dinero es digno de alcanzarse. En

verdad, comete un grave error. Basta con meditar detenidamente para comprobar la

inmensa utilidad del pensamiento científico. Nuestro mundo actual, sin la ciencia

inmersa en él retornaría a la época de las cavernas. La técnica es ciencia aplicada. La


ingeniería ha hecho posible la construcción de los enormes edificios llamados

rascacielos; a la física y a la matemática se debe que se hayan logrado realizar los viajes

espaciales; y la medicina no podría prever ni combatir las enfermedades si no contara

con el auxilio de la bioquímica.

En resumen, la ciencia es valiosa como herramienta para domar a la naturaleza y

remodelar la sociedad; es valiosa en sí misma como clave para la inteligencia del

mundo y del yo; y es eficaz en el enriquecimiento, la disciplina y la liberación de

nuestra mente.

Como conocimiento racional y objetivo que es, se realiza según enunciados

descriptivos, que se refieren a hechos del mundo material, que pueden ser verdaderos

o falsos, y cuya verdad es controlable y demostrable; en calidad de conocimiento

obtenido con un método, es una actividad que planifica sus objetivos que intenta

conseguir con los mejores medios y, por ello, somete a prueba experimental,

contrastándolos con los hechos, sus enunciados principales. El saber científico no se

reduce al mero conocimiento de hechos, sino que va más allá de los mismos, porque es

también saber sistemático que se construye a partir de hipótesis, que se someten a

contrastación, y que pueden convertirse en leyes y teorías, con las que se obtienen

explicaciones y predicciones. Como saber comunicable que es, se trata de un

conocimiento público que ha de poder precisar la manera como se ha obtenido, de

modo que cualquiera pueda acceder al mismo por iguales o parecidos medios, y en

ningún momento se recurra a supuestos o recursos secretos y ocultos. Se orienta, por lo

mismo, a obtener un consenso universal sobre la verdad de sus enunciados, pero no

excluye ni la crítica fundamentada o la revisión de los errores que contiene, ni la

afirmación de que el conocimiento científico es provisional.

En el momento actual, hay tres maneras fundamentales de ver el conocimiento

científico como un todo: el enfoque subjetivo, el tradicional, que sostiene que la ciencia

es un conjunto de enunciados, cuya verdad los científicos, como individuos aislados,

defienden y justifican; el enfoque consensual, según el cual el saber científico está

formado por el conjunto de teorías que la comunidad científica acepta como científicas;
y el enfoque objetivista, que considera que los enunciados, leyes y teorías científicos

son, ciertamente, un producto de la actividad humana, pero que, una vez formulados,

poseen su propia vida autónoma como si constituyeran un mundo propio (un tercer

mundo).

Según el enfoque subjetivo, el conocimiento científico es un conjunto de clases

especiales de creencias que mantienen los científicos. Una creencia sería científica, y

por tanto sería considerada parte del conocimiento científico, si el individuo puede

convencerse de que está justificada. El tipo de justificación exigido o permitido

dependerá de los detalles de la teoría epistemológica que se adopte. Por ejemplo, un

inductivista extremo exigirá que todo el conocimiento se derive, en última instancia, de

los resultados de las experiencias sensoriales directas, mientras que un filósofo influido

por Descartes o Kant podría considerar posible que un individuo justifique algún

conocimiento mediante la introspección y un razonamiento cuidadoso. Sea cuales

fueren los detalles de la postura epistemológica que adopte, la principal característica

del enfoque subjetivo sigue siendo el hecho de que el conocimiento científico se

construye a base de conjuntos de creencias que el individuo puede justificar de alguna

manera.[...]

Desde el punto de vista subjetivista, el estudio detallado de la ciencia y de su

desarrollo supondrá los siguientes tipos de preguntas. ¿Cuál es la naturaleza de las

experiencias perceptuales? ¿Qué tipo de cambio psicológico tiene lugar en un

individuo cuando abandona una teoría y adopta otra? ¿Qué tipos de razones o causas

son efectivas o deberían ser efectivas a la hora de producirse un cambio? ¿Qué

convenció a Galileo de que Copérnico tenía razón? ¿Por qué fue cada vez más fácil que

la gente creyera que la tierra se movía a medida que avanzaba el siglo XVII?

Según el segundo punto de vista, el enfoque consensual de la ciencia, las creencias de

los científicos están subordinadas a las de un tipo especial de comunidad, la

comunidad científica. El conocimiento científico comprende aquellas teorías aceptadas

por la comunidad. [...] El enfoque consensual se presta fácilmente a una interpretación

relativista.
Las cuestiones que interesan al enfoque consensual de la ciencia serán algo distintas de

las que interesan a los subjetivistas y tenderán a considerar importantes para el estudio

de las teorías científicas [...] cuestiones como las siguientes: ¿Cuáles han sido las

normas que las comunidades científicas pasadas han exigido de las teorías científicas?

¿Qué razones o causas son efectivas o deberían ser efectivas a la hora de producirse un

cambio en las teorías o normas de una comunidad? ¿En qué tipos de circunstancias se

puede alcanzar el consenso? ¿Cuáles son las importantes diferencias que hay entre las

comunidades que han alcanzado un consenso con relación a sus respectivos campos y

las que no lo han logrado? ¿Cuáles fueron las principales causas del cambio de

consenso concerniente a la naturaleza del universo que constituyó la revolución

copernicana?

Desde el tercer punto de vista, el objetivista, constituye un error considerar que el

conocimiento científico es un conjunto de creencias, ya sean individuales o colectivas.

Las teorías científicas tienen una existencia autónoma independiente de la opinión

consensual o individual, a pesar de que la participación de los científicos como

individuos y de las comunidades de los científicos sea necesaria para generar y

desarrollar esas teorías. La ciencia es un proceso sin sujeto. Las teorías científicas

mantienen ciertas relaciones entre sí y con los datos disponibles, tienen ciertas

consecuencias, las teorías son coherentes o incoherentes, consecuentes o inconsistentes,

etc., y poseen propiedades independientemente de que los científicos o las

comunidades de científicos sean conscientes de ellas o no. [...]

El enfoque objetivista lleva a preguntas del siguiente tipo: ¿Cómo se relaciona esta

teoría con los datos disponibles? ¿Es coherente esta teoría y proporciona predicciones

nuevas? ¿Cuál es la relación entre la teoría de Newton y la de Einstein? ¿Hay algún

sentido en el que se pueda decir que la ciencia progresa? (Chalmers, A.F., ¿Qué es esa

cosa llamada ciencia?. Una valoración de la naturaleza y el estatuto de la ciencia y sus métodos,

Madrid, Siglo XXI, 1982, pp. 145-148)

4.2 La imagen galileana de la ciencia


La ciencia, tal y como hoy la concebimos, nació con Galileo. ¿Cuál es la imagen de la

ciencia que tuvo Galileo?, ¿cuáles son las características de la ciencia que se deducen de

las investigaciones efectivas de Galileo, o bien de las reflexiones metodológicas y

filosóficas sobre la ciencia que lleva a cabo el mismo Galileo?:

1) La ciencia no es un saber al servicio de la fe; no depende de la fe; posee un objetivo

distinto al de la fe; se acepta y se fundamenta por razones diversas a las de la fe. Las

proposiciones de fide nos dicen “cómo se va al cielo”; las científicas, obtenibles

«mediante las experiencias sensatas y las demostraciones necesarias», nos dan

testimonio en cambio de «cómo se va al cielo»

2) Si la ciencia es autónoma con respecto a la fe, con mayor razón aún debe ser

autónoma de todos aquellos lazos humanos que vedan su realización.

¿Y qué puede ser más vergonzoso en los debates públicos, mientras se está tratando de

conclusiones demostrables, que el oír a uno aparecer de pronto con un texto -a menudo

escrito con un objetivo muy distinto- y cerrar con él la boca de su adversario? [...] Señor

Simplicio, venid con razones y con demostraciones, vuestras o de Aristóteles, y no con

texto o meras autoridades, porque nuestros discursos han de versar sobre el mundo

sensible y no sobre un mundo de papel (Diálogo sobre los sistemas máximos).

3) La ciencia es autónoma de la fe, pero es también algo muy distinto del saber

dogmático representado por la tradición aristotélica. Esto no significa que para Galileo

la tradición resulte negativa en cuanto tradición. Es negativa cuando se erige en doma.

Tampoco digo que no hay que escuchar a Aristóteles, por lo contrario, alabo que se le

oiga y se le estudie con diligencia, y únicamente critico el entregársele de forma que se

suscriba a ciegas todo lo que dijo y, sin buscar ninguna otra razón, haya que tomarlo

como decreto inviolable; lo cual constituye un abuso que sigue a otro extremo

desorden y que consiste en dejar de esforzarse por entender la fuerza de sus

demostraciones.
A la verdad no hay que pedirle el certificado de nacimiento, y en todas partes pueden

encontrarse razones y demostraciones. Lo importante es dar a entender que son válidas

y no que estén escritas en los libros de Aristóteles.

4)La ciencia de Galileo es la ciencia de un realista. Galileo no razona como un

matemático puro, sino como físico; se consideraba más filósofo (es decir, físico) que

matemático. En opinión de Galileo la ciencia no es un conjunto de instrumentos

(calculísticos) útiles (para efectuar previsiones). Al contrario, consiste en una

descripción verdadera de la realidad.

5) La ciencia sólo puede ofrecernos una descripción verdadera de la realidad, sólo

puede llegar hasta los objetos -y ser por lo tanto objetiva- con la condición de establecer

una distinción fundamental entre las cualidades objetivas y subjetivas de los cuerpos.

La ciencia debe limitarse a describir las cualidades objetivas de los cuerpos,

cuantitativas y mensurables (públicamente controlables). La ciencia es objetiva porque

no se interesa por las cualidades subjetivas que varían para cada hombre, sino que

atiende a aquellos aspectos de los cuerpos que, al ser cuantificables y mensurables, son

iguales para todos. La ciencia tampoco pretende “determinar la esencia verdadera e

intrínseca de las sustancias naturales”. «Determinar la esencia lo considero una

empresa tan imposible y un esfuerzo tan vano en las sustancias próximas y elementales

como en las muy remotas y celestiales: y me creo tan ignorante de la sustancia de la

Tierra como de la sustancia de la Luna, de las nubes elementales y de las manchas del

Sol. Por lo tanto, ni las cualidades subjetivas ni las esencias de las cosas constituyen el

objetivo de la ciencia.

6) La ciencia describe la realidad; es conocimiento y no pseudofilosofía, porque

describe las cualidades objetivas (es decir, primarias) de los cuerpos, y no las subjetivas

(secundarias). Esta ciencia descriptiva de la realidad, objetiva y mensurable, se vuelve

posible porque el libro de la naturaleza “está escrito en lenguaje matemático”.

La filosofía está escrita en este libro grandísimo que continuamente tenemos abierto

ante los ojos (quiero decir, el universo), pero no se puede entender si antes no se

aprende a entender la lengua y a conocer las letras en que está escrito. Está escrito en
lengua matemática, y las letras son triángulos, círculos y otras figuras geométricas, y

sin estos medios resulta imposible que los hombres entiendan nada: sin ellos, no habría

más que un vano dar vueltas por un oscuro laberinto.

7) La ciencia es conocimiento objetivo de las afecciones o cualidades cuantificables y

mensurables de los cuerpos. Es objetiva porque no se queda empantanada en las

cualidades subjetivas o secundarias, y porque no se propone “determinar las esencias”.

Sin embargo, aunque a criterio de Galileo determinar la esencia sea empresa imposible

y vana, en la filosofía galileana de la ciencia se integra un cierto esencialismo. El

hombre no lo conoce todo; de las sustancias naturales que conoce, desconoce su esencia

verdadera e intrínseca, pero a pesar de ello el hombre posee algunos conocimientos

definitivos y no revisables.

Conviene recurrir a una distinción filosófica, diciendo que el entender puede tomarse

en dos modos, intensive o extensive;extensive, es decir en cuanto a la muchedumbre de

los inteligibles, que son infinitos, el entender humano es como nada, aunque entienda

mil proposiciones, porque mil comparado con una infinidad es igual a cero. Tomando

empero el entender intensive, en tanto que dicho término conlleva intensivamente, esto

es, perfectamente, una proposición, afirmo que el intelecto humano entiende algunas

con tanta perfección y está tan cierto de ellas como pueda estarlo de la misma

naturaleza; tales son las ciencias matemáticas puras, la geometría y la aritmética, de las

que el intelecto divino conoce infinitas proposiciones más, porque las sabe todas, pero

creo que en aquellas pocas que entiende el intelecto humano, el conocimiento se iguala

al conocimiento divino en su certeza objetiva, porque llega a comprender su necesidad,

y no puede existir una seguridad mayor que ésta.

8) Limitarse a las cualidades objetivas o primarias de los cuerpos, a sus cualidades

geométricas y mensurables, implica: a) excluir al hombre del universo investigado por

la física; b) al excluir al hombre, se excluye un cosmos de cosas y de objetos que se

encuentre ordenado y jerarquizado en función del hombre; c) se excluye la indagación

cualitativa en favor de la cuantitativa; d) elimina las causas finales en favor de las

causas mecánicas y eficientes. El mundo descrito por la física de Galileo ya no es el


mundo de que habla la física de Aristóteles. El universo determinista y mecanicista de

Galileo ya no es el universo antropocéntrico de Aristóteles y de la tradición. Ya no está

jerarquizado y ordenado en función del hombre, y ésta ya no constituye la finalidad de

aquél. Está ordenado geométricamente, con un orden que se muestra ciego ante el

hombre.

9) Una consecuencia de la noción galileana de conocimiento científico es la

demostración de la vaciedad o, incluso, de la insensatez de las teorías y los conceptos

aristotélicos. Tal es el caso, por ejemplo, de la idea de perfección de algunos

movimientos y de algunas formas de los cuerpos. En opinión de los aristotélicos, la

Luna no podía tener montañas y hondonadas porque éstas la habrían privado de

aquella forma esférica y perfecta que corresponde a los cuerpos celestes. Galileo, no

obstante, señala lo siguiente:

Este razonamiento es muy frecuente en las escuelas peripatéticas, pero dudo

que su principal eficacia consista únicamente en hallarse de manera inveterada

en las mentes de los hombres, aunque sus proposiciones no sean necesarias ni

hayan sido demostradas; creo, al contrario, que muy vacilantes e inseguras. En

primer lugar, que la figura esférica sea más o menos perfecta que las demás, no

veo yo cómo pueda afirmarse con carácter absoluto, sino sólo en relación con

algo; como por ejemplo para un cuerpo que haya de girar por todas partes, la

figura esférica es la más perfecta, por eso los ojos y las extremidades de los

huesos del fémur han sido hechos por la naturaleza perfectamente esféricos; al

contrario, en un cuerpo que deba permanecer estable e inmóvil, tal figura sería

la más imperfecta de todas; y quien se sirviese de piedras esféricas para edificar

murallas haría pésimamente, cuando las más perfectas son las piedras

angulares.

La idea de perfección sólo funciona cuando se habla de ella con relación a algo,

es decir, en la perspectiva de un fin determinado: una cosa es más o menos

perfecta según resulta más o menos adecuada a un fin prefijado y establecido.


Me parece que en las disputas acerca de problemas naturales no habría que

comenzar por la autoridad de los pasajes de las Escrituras, sino por las

experiencias sensibles y las demostraciones necesarias.

Parece que aquello de los efectos naturales que la experiencia sensible nos pone

ante los ojos, o las necesarias demostraciones nos concluyen, no pueda en

ningún caso ser puesto en duda, y tampoco condenado, por aquellos pasajes de

la Escritura cuyas palabras tuviesen un aspecto diferente.

Según Galileo, la ciencia es lo que es -conocimiento objetivo- precisamente porque

avanza de acuerdo con un método definido, porque comprueba y funda sus teorías a

través de las reglas que constituyen el método científico. Este método no consiste sino

en las experiencias sensibles y en las demostraciones necesarias. Las experiencias

sensibles son aquellas experiencias que se realizan a través de nuestros sentidos, es

decir las observaciones y, en especial, las que hacemos con la vista. Las demostraciones

ciertas son las argumentaciones en las que, partiendo de una hipótesis se deducen con

rigor aquellas consecuencias que luego tendrían que darse en la realidad. Se da por un

lado una llamada a la observación, a los hechos, a las experiencias sensoriales, mientras

que por el otro se produce una acentuación del papel de las hipótesis matemáticas y de

la fuerza lógica que sirve para extraer las consecuencias a partir de ellas. ¿¿Qué

relación existe entre las experiencias sensibles y las demostraciones necesarias?

Galileo fundamenta la ciencia sobre la experiencia. Se remite en esto a Aristóteles,

quien «antepone [...] las experiencias sensibles a todos los razonamientos». Galileo,

además, afirma inequívocamente que «lo que nos demuestra la experiencias y los

sentidos, debe anteponerse a cualquier razonamiento, por bien fundado que éste

parezca». Sin embargo, a pesar de estas declaraciones tan terminantes, hay bastantes

casos en los que Galileo parece anteponer el razonamiento a la experiencia y acentuar

la importancia de las suposiciones en perjuicio de las observaciones. Por ejemplo, en

carta de 7 de enero de 1639 a Giovanni Battista Baliani le comunica lo siguiente:

Volviendo empero a mi tratado sobre el movimiento, argumento ex suppositione

acerca del movimiento, definido de la manera establecida; y aunque las


consecuencias no correspondiesen a los accidentes del movimiento natural,

tampoco me importaría, al igual que para nada deroga las demostraciones de

Arquímedes el que en la naturaleza no se halle ningún móvil que se mueva en

líneas espirales.

En esa contraposición Galileo expresa su plena conciencia de la imposibilidad de

confundir deducción matemática con demostración física. Las experiencias sensibles y

las demostraciones necesarias que se desarrollan a partir de suposiciones constituyen

dos ingredientes que se implican recíprocamente y que juntos configuran la

experiencia científica. Esta no es una mera observación ordinaria. Las observaciones

ordinarias pueden estar equivocadas. La experiencia científica, empero, tampoco

puede reducirse a una teoría o a un conjunto de suposiciones carentes de cualquier

contacto con la realidad: Galileo quería ser físico, y no matemático. Experiencias

sensibles y demostraciones necesarias, integrándose y corrigiéndose recíprocamente,

dan origen a la experiencia científica: ésta no consiste en un pura observación pasiva, ni

tampoco en una teoría vacía. La experiencia científica es el experimento, y el

experimento es un metódico interrogar a la naturaleza, que presupone y exige un

lenguaje en el que se formulan las preguntas y un vocabulario que nos permita leer e

interpretar las respuestas.

La experiencia científica es experimento científico. En el experimento la mente no se

muestra pasiva en absoluto. La mente actúa: formula suposiciones, extrae con rigor sus

consecuencias, y a continuación comprueba si éstas se dan o no en la realidad.

La experiencia científica está constituida por teorías que instituyen hechos y por hechos

que controlan las teorías. Existe una integración recíproca, y una corrección y un

perfeccionamiento mutuos. Además, las teorías (o suposiciones) pueden servir para

modificar o para corregir teorías consolidadas, que nadie se atreve a poner en

discusión, pero que han asilado la observación a través de interpretaciones

inadecuadas, creando así muchos hechos obstinados, pero falsos.

El mismo Galileo da un ejemplo de cómo una teoría puede modificar la interpretación

de una observación de hechos. Sagredo, en los Discursos, al responder a las objeciones


de carácter empírico que se formulan ante la ley por la cual la velocidad del

movimiento naturalmente acelerado debe aumentar de forma proporcional al tiempo,

afirma:

Al principio, esta dificultad me dio que pensar, pero poco después la eliminé; y

lo hice por efecto de la misma experiencia que ahora os la suscita a vos. Vos

decís: la experiencia parece mostrar que, apenas un grave abandona la quietud,

entra en una velocidad muy notable; y yo digo que esta misma experiencia nos

pone en claro que los primeros ímpetus del cuerpo que cae -por más pesado

que sea- son muy lentos y muy tardos.

La discusión concluye en estos términos:

Véase ahora cuán grande es la fuerza de la verdad, ya que la misma experiencia que al

principio parecía mostrar una cosa, si se la considera mejor nos asegura lo contrario.

Sin duda, «lo que la experiencia y los sentidos nos muestran» debe anteponerse «a

cualquier razonamiento, por bien fundado que éste parezca». No obstante, la

experiencia sensata es fruto de un experimento programado, un intento de obligar a

responder a la naturaleza.

5. El postulado de la objetividad

5.1 El significado del principio de incertidumbre y el postulado de la objetividad

Heisenberg afirmó que los conceptos clásicos del mundo cotidiano también existen en

el principio de incertidumbre, pero sólo pueden emplearse en la forma restringida que

las relaciones de incertidumbre revelan. Cuanto con más precisión se conozca la

posición de una partícula, tanto más imprecisamente conoceremos su momento, y

viceversa.

Para explicar su principio de incertidumbre, Heisenberg utilizó el ejemplo de la

observación de un electrón. Sólo se pueden ver las cosas mediante su observación, lo

que implica el impacto de fotones de luz sobre ellas y sobre nuestros ojos. Un fotón no
altera mucho a un objeto como una casa, por lo que no es de esperar que una casa se

vea afectada porque se la observe. Para un electrón, en cambio, las cosas son muy

distintas. Un electrón es tan pequeño que para verlo se debe usar energía

electromagnética de una longitud de onda corta; la radiación de este tipo es muy

energética, y cualquier fotón que tras rebotar en un electrón pueda ser detectado por el

dispositivo experimental habrá cambiado drásticamente la posición y el momento del

electrón. Con esto tenemos una idea sobre la imposibilidad de medir con absoluta

precisión, y simultáneamente, la posición y el momento de un electrón. Pero lo que el

principio de incertidumbre plantea es que, de acuerdo a la ecuación fundamental de la

mecánica cuántica, no existen cosas tales como un electrón poseyendo

simultáneamente una posición precisa y un momento preciso. La conclusión de

Heisenberg es que «no podemos conocer, por principio, el presente en todos sus detalles».

Aquí es donde la teoría cuántica se libera del determinismo de las ideas clásicas. Para

Newton sería posible predecir por completo el futuro si se conociera la posición y el

momento de cada partícula del universo; para los físicos modernos, la idea de tan

perfecta predicción no tiene sentido, porque no se puede conocer con precisión

absoluta ni siquiera la posición y el momento de una partícula.

Un aspecto importante del principio es que no opera en el mismo sentido hacia

adelante y hacia atrás en el tiempo. Las relaciones de incertidumbre indican que no es

posible conocer la posición y el momento simultáneamente y consiguientemente no es

posible predecir el futuro; el futuro es esencialmente impredictible e incierto. Pero es

compatible con las reglas de la mecánica cuántica idear un experimento a partir del

cual se pueda calcular exactamente cuál erala posición y el momento de una partícula

en algún instante del pasado. El futuro es esencialmente incierto; no se sabe con certeza

hacia dónde vamos. Pero el pasado está exactamente definido; se sabe exactamente de

dónde venimos. Nos movemos desde un pasado conocido a un futuro incierto, y

constituye una característica fundamental del mundo cuántico.

La interpretación de Copenhague de este principio nos dice que mientras en la física

clásica concebimos que un sistema de partículas en dirección funciona como un

aparato de relojería, independientemente de que sean observadas o no, en física


cuántica el observador interactúa con el sistema en tal medida que el sistema no puede

considerarse con una existencia independiente. Escogiendo medir con precisión se

fuerza a una partícula a presentar mayor incertidumbre en su momento. En física

clásica se pueden describir las posiciones de las partículas con precisión en el espacio-

tiempo, y prever su comportamiento de forma precisa; en física cuántica no se puede.

Las consecuencias de esto son: en primer lugar, se ha de aceptar el hecho de que

observar una cosa la cambia y que el observador forma parte del experimento; es decir,

no hay un mecanismo que funcione independientemente de que se le observe o no. En

segundo lugar, toda la información la constituyen los resultados de los experimentos.

Lo que se puede deducir de los experimentos es la probabilidad de que si al observar el

sistema se obtiene el resultado A, otra observación posterior proporciona el resultado

B. Nada se puede afirmar sobre lo que pasa cuando no se observa, ni de cómo pasa el

sistema de A a B, si es que pasa. A veces las cosas se observan en el estado A, a veces en

el B, y la cuestión de qué hay en medio o de cómo pasan de un estado a otro carece

completamente de sentido.

Con respecto a la mecánica clásica se han producido dos cambios fundamentales:

1º) Hay límites al conocimiento sobre lo que una partícula está haciendo mientras se la

observa

2º) No tenemos ni idea de lo que esa partícula está haciendo cuando no la observamos. El dato

es la observación. Una observación experimental sólo tiene sentido en el contexto del

experimento y no puede utilizarse para extrapolaciones sobre características no

observadas.

¿Cuales son las consecuencias de esto?. No sólo se niega la objetividad del

conocimiento científico – cosa que era sagrada en la mecánica clásica – sino que,

incluso, se afirma, no podemos afirmar con absoluta certeza que ese mundo físico

exterior a nosotros que pretendemos conocer mediante la ciencia exista cuando

nosotros lo observamos. Esta sorprendente conclusión procede del siguiente

razonamiento: si seguimos correctamente el recetario cuántico, se puede realizar un


experimento que produzca unos resultados susceptibles de interpretarse como

indicadores de la existencia de una cierta clase de partícula. Casi siempre que se sigue

la misma receta, se obtienen los mismos resultados. Pero su interpretación en términos

de partículas se da en nuestra mente, y puede que no sea más que una ilusión

coherente. Las ecuaciones no indican nada acerca del comportamiento de las partículas

cuando no son observadas. Si no se puede decir lo que hace una partícula cuando no

está siendo observada, tampoco se puede decir si existe en tanto no se observa, y es

razonable sostener que los núcleos y los positrones no existieron con anterioridad al

siglo veinte, porque nadie vio uno antes de 1900. En el mundo cuántico se trata sobre lo

que se observa, y nada es real; lo más a lo que se puede aspirar es a lograr un conjunto

de ilusiones que sean coherentes entre sí.

5.2 El postulado de la objetividad y la teoría popperiana de los tres mundos

La objetividad es el carácter específico de lo objetivo. Y esta noción puede entenderse

de diversas maneras, sea como lo opuesto a los subjetivo, sea la subjetividad

trascendental al modo kantiano, o sea como lo entiende Popper, como desvinculación

de la ciencia respecto de su sujeto. La objetividad es la referencia a un objeto, por lo

que significa la oposición a lo que es meramente subjetivo. En la distinción entre

objetividad y subjetividad se entiende que, con la primera se analizan las cosas a tenor

de sus propiedades esenciales, mientras que con la subjetividad se analizan las cosas tal

y como éstas afectan al hombre. La objetividad hace relación a la posibilidad de poseer

razones comprobables, las cuales sirven de soporte a una creencia que se estima como

verdadera. En la filosofía de la ciencia, la objetividad expresa el ideal del conocimiento

científico. En su sentido “suave” quiere designar que la verdad científica debe ser

comprobada sin tener en cuenta los intereses subjetivos. Pero, como no es posible que

observemos los objetos sin que dispongamos de algún tipo de mediación

hermenéutica, la objetividad depende de la intersubjetividad, y ésta, para algunos, no

puede escapar de la acusación de relativismo. De ahí que Popper proponga un “mundo

3” donde ubicar esta objetividad.


Según Popper, como conocimiento objetivo, la objetividad posee existencia propia,

como perteneciente al “mundo 3”, y se trata de una ciencia objetiva que carece de sujeto.

Los objetos del mundo 3 no son cosas del mundo de lo tangible ni del mundo de la

psique, pero tienen verdadera realidad “objetiva”. Popper afirma que podemos

distinguir tres mundos: a) el mundo de los objetos físicos o de los estados físicos; b) el

mundo de los estados de conciencia, de los estados mentales y de las disposiciones

conductuales para actuar; c) el mundo de los contenidos objetivos del pensamiento,

especialmente del pensamiento científico y poético y de las obras de arte.

En La lógica de la investigación científica elabora una teoría epistemológica objetivista. La

objetividad se fundamenta en la información y en la teoría. Y una teoría o metodología

científica es objetiva cuando puede someterse a discusión y es susceptible de refutación

o falsación. Aunque la característica fundamental del conocimiento objetivo, de la

objetividad, es que se trata de un conocimiento sin sujeto cognoscente, fruto de una

evolución de conocimientos almacenados (que son los constituyentes del mundo 3) y

repetidos en diversas ocasiones y por diversos sujetos. Según Popper el conocimiento

objetivo, identificado con la ciencia, es una institución social, o un conjunto o estructura de

instituciones sociales.

El mundo 3 es el mundo de las teorías, los libros, las ideas, los problemas, e incluye

también las relaciones sociales e incluso el contenido lógico de nuestro código genético.

Sus contenidos son reales, “más o menos tan reales como los libros o las sillas físicas”.

Y se trata de un mundo completamente autónomo respecto del sujeto, de forma que

este mundo 3, aunque es una creación del hombre y no de los dioses, a su vez crea su

propio ámbito de autonomía. Desde esta perspectiva, según Popper, podemos realizar

descubrimientos teóricos de una manera semejante a como podemos hacer

descubrimientos geográficos.

Para Popper, los valores, así como los problemas y las tradiciones, han de ser

sometidos a una crítica radical. Esta actitud racionalista se basa en una fe irracional en la

razón, desde donde arranca su postulado de la objetividad. La decisión a favor de la razón

es ella misma irracional, ya que no se encuentra determinada a sí misma por


argumentos. El mundo 3 opera con una especie de “selección natural” que discierne las

teorías entre caducas (las invalidadas o falsadas) y teorías “verosímiles” (las que

momentáneamente no han sido falsadas).

De esta forma, la metodología científica adquiere con Popper una concepción ontológica

objetiva: ¿qué clase de entidad poseen las construcciones ideadas por los científicos a lo

largo de la historia de la ciencia? Para responder a esto Popper distingue entre la

gnoseología o teoría del conocimiento y la epistemología científica. Según él, la primera (en

las versiones, por ejemplo, de Locke, Hume o Russell) ha centrado su investigación en

el conocimiento subjetivo, ligado intrínsecamente al sujeto y a su sujeto, mientras que la

epistemología debe centrarse en el conocimiento científico, en el conocimiento de la

objetividad, en un conocimiento objetivo que Popper concibe sin sujeto.

La hipótesis del mundo 3, con su postulación de la existencia objetiva de las teorías científicas,

va ligada a su propuesta de una epistemología sin sujeto. En lugar de centrarse en las

propuestas o en las creencias de un científico individual, o en su genialidad subjetiva,

el epistemólogo debe investigar las conjeturas, las hipótesis, las teorías, las leyes, los

libros, las revistas científicas, etc., donde se plasma objetivamente la ciencia, que parece

tener vida autónoma, al margen del sujeto que las ha ideado.

5.3 Jacques Monod: azar, necesidad y el postulado de la objetividad

En El azar y la necesidad, Monod analizó biológica y filosóficamente algunos aspectos

esenciales de la moderna biología, en particular la teoría evolucionista, donde estima

que el papel fundamental en el desarrollo de los genes debe otorgarse al azar, al mismo

tiempo que defiende la necesidad de la selección natural así como la negación del

principio de causalidad. Para él, en todos los seres vivientes encontramos tanto una

invariabilidad reproductora como una teleonomía (que no es ningún tipo de finalismo

teleológico, sino sólo su “apariencia” en los seres vivos).

Monod critica las explicaciones holistas de la teleológica, que presuponen una cierta

“alianza” entre el hombre y la naturaleza. Para Monod, el azar es la noción

fundamental de la biología moderna, reinando particularmente en el nivel


microscópico. Asimismo, las propiedades básicas de los seres vivientes deben ser

compatibles con el segundo principio de la termodinámica, según el cual la energía ni

se crea ni se destruye, sino que se transforma. El azar interviene también en el

patrimonio genético de todos los seres vivientes, asumiendo el DNA la función de

puente entre invarianza y teleonomía en la estructura celular. Se trata de un tipo de

azar completamente esencial. Esto se concreta de dos maneras:

1. En lo concerniente a la mutación casual de la cadena genética, que está producida

en exclusiva por un error de transcripción; esta mutación está debida básicamente

al azar, por lo que hoy sabemos.

2. En lo concerniente a las consecuencias funcionales de la mutación, la cual depende

también de las concretas condiciones del ambiente donde vive cada especie.

El azar también, según él, se encuentra íntimamente inscrito en la estructura cuántica,

uniéndose al segundo principio de la termodinámica, que es el que dirige (con el azar),

todos los procesos de la evolución. La dotación genética se muestra como fruto del

azar, siendo el ácido desoxirribonucleico el que sintetiza la invariancia con la

teleonomía. Desde estos parámetros Monod investiga la idea misma de evolución,

insistiendo en la necesidad de despojarse del temor a la idea del azar, particularmente

de parte de una concepción ideológica como la judeocristiana, que afirma el

creacionismo por parte de Dios y la teleología de la vida.

En cuanto a su negación del principio de causalidad, imaginemos que un señor camina

por una calle y le cae un ladrillo en la cabeza. Que éste no cae por casualidad sino por

leyes físicas (como la de la gravedad), es algo que Monod admitiría. En la caída de este

ladrillo, para Monod, se trataría de un azar fáctico, un desconocimiento de todos los

factores que intervienen en ese proceso, pero Monod insistiría indicándonos que existe

un azar esencial. Monod ofrece este ejemplo: imaginemos que mienbras Dubois trabaja

en la reparación de un tejado, pasa por la calle el señor Dupont. El primero suelta por

inadvertencia el martillo, el cual cae sobre la cabeza de Dupont matándolo. Estamos

ante un acontecimiento completamente imprevisible. Pues bien, esto es lo que sucede,

según Monod, con las mutaciones genéticas que se dan en el proceso de


autoduplicación del cogido genético: completamente imprevisibles, y no tienen nada

que ver con causas, ni lejanas ni inmediatas. Para Monod, con estas mutaciones

imprevisibles se ha originado el cambio de las especies biológicas, las cuales, una vez

conseguidas por azar, tiende a consolidarse.

Monod se sitúa en un materialismo, y toma como punto de partida lo que él ha

denominado postulado de la objetividad. Monod afirma que la piedra angular del método

científico es el postulado de la objetividad de la naturaleza. Esto es, la negativa sistemática

de considerar capaz de conducir a un “verdadero” conocimiento la interpretación de

los fenómenos dada en términos de causas finales. La filosofía de la ciencia puede datar

con exactitud el descubrimiento de este principio. La formulación, por parte de Galileo

y Descartes, del principio de inercia. Este principio no sólo fundaba la mecánica, sino

también la epistemología de la ciencia moderna, superando para siempre tanto la física

como la cosmología de Aristóteles. Ni la razón, ni la lógica, ni la experiencia, ni la idea

de la confrontación sistemática habían faltado a los predecesores de Descartes. Pero la

ciencia, como hoy se entiende, no podía constituirse sobre esas bases precartesianas. Le

faltaba la censura austera planteada por el postulado de la objetividad.

El postulado de la objetividad es consultancial a la ciencia y ha dirigido el desarrollo de

ésta en los últimos tres siglos. Esta objetividad nos obliga a reconocer el carácter

teleonómico de los seres vivos, nos obliga a admitir que en sus estructuras, éstos

realizan y prosiguen proyectos. El objeto de las ciencias empíricas es buscar

causalidades físico-químicas, eficientes y no los fines o la finalidad perseguida. La

cuestión de para qué sirve un miembro no es despreciable en la anatomía, o la biología.

La cuestión del fin, de la finalidad perseguida, es antropomórfica, es una cuestión

utilitaria.

En el orden biológico existe una estructura concreta y especial: el proceso va de la

materia más simple a la materia más compleja. Se caracteriza por un constante

crecimiento de la organización, de la composición y de la información. Biológicamente

este proceso se desarrolla en una mayor capacidad del sistema nervioso y en un

aumento del psiquismo. ¿Podemos afirmar, entonces, que la evolución biológica (y la


cósmica, por ende) tiene una finalidad? La idea de proyecto implica, como

presupuesto, que existe, sea al principio, sea a mitad de la evolución, un plan; es decir,

estamos suponiendo una cierta conciencia, una especie de razón universal.

Objetivamente la evolución cósmica y biológica incluye una orientación y un sentido;

esto no es negable, pues la evolución misma de las especies lo ha demostrado

irrefutablemente. Pero falta por saber si también incluye una finalidad. Monod afirma

que la ciencia positiva, como tal, no está capacitada, por su propio método, para

perseguir los fines, sino que ella trata de comprender la génesis, las estructuras y las

causalidades físico-químicas. No compete a la ciencia experimental descubrir si todo

esto implica una finalidad, si existe un proyecto preconcebido en el interior de la

naturaleza.

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