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LA RELACIÓN ENTRE ISRAEL Y LA IGLESIA

EN EL CONTEXTO DEL REINO DE DIOS Y SUS ETAPAS

Plácido Ferrándiz

(Extracto del libro: “Estudio bíblico sobre sanidad y liberación”, en


https://docs.google.com/file/d/0B_mL73lQv__hMlBhVjRZNmpDUjA/edit)

ÍNDICE:

1. El Plan de Dios: hilo conductor de la Revelación divina

2. La economía de Dios

3. El Reino de Dios y la guerra espiritual


3.1 El misterio del Reino de Dios
3.2 Aclarando algunos términos: Tierra, tiempo, mundo.
3.3 El Reino de Dios antes del Hombre
3.4 Creación y caída del Hombre
3.5 El Reino de Dios en el mundo antiguo (entre la Caída y el diluvio)
3.6 El Reino de Dios en el mundo presente.

4. La venida de Jesucristo y la irrupción del Reino de los Cielos en el mundo (kosmos) presente.
4.1 Un Salvador poderoso: cumpliendo promesas
4.2 “El Reino de los cielos se ha acercado”.
4.3 El Reino de los cielos y los demonios.
4.4 Jesús, el Siervo de Yahveh, el Pastor de Israel, y la restauración del Pueblo de Dios
4.5 La victoria del Hijo del Hombre
4.6 Recapitulación.

5. La victoria de Jesús consumada en su muerte y resurrección, y la nueva situación del creyente ‘en
Cristo’.
5.1 La obra objetiva de la cruz
5.2 La apropiación subjetiva y progresiva de la obra de la cruz.
5.3 La salvación y sus tiempos
5.4 Las etapas de la salvación

6. La revelación del misterio escondido: la Iglesia


6.1 Cristo rechazado por su propio pueblo
6.2 Los gentiles y la simiente de Abraham

1. El Plan de Dios: hilo conductor de la Revelación divina

“Él (el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo),


nos ha dado a conocer el Misterio de su Voluntad…
para que ya no seamos niños sacudidos por las olas
y zarandeados por todo viento de enseñanza…” (Ef 1:9; 4:14)

Seguramente todos hemos pasado alguna vez al lado de un solar vacío, en el que se han puesto unas
vallas, hay una excavadora comenzando a remover la tierra, un montón de hierros y otros materiales
apilados aquí y allá, algunas personas andando de acá para allá… Todo parece un poco caótico. Pero de
repente nos fijamos en un gran cartel que nos explica lo que allí va a ocurrir, se ha proyectado la
construcción de una urbanización residencial y usted puede ver un anticipo en una foto gigante a todo
color en la que se aprecia el tipo y distribución de edificios, los jardines, la piscina, aparcamientos y
hasta algunas personas disfrutando ya del proyecto terminado. Un promotor ideó un proyecto, el
arquitecto le dio forma, diseñó unos planos, y los encargados de la obra dirigirán el trabajo para que cada
elemento ocupe su lugar apropiado en el conjunto y todo se haga conforme al proyecto diseñando de
antemano.

Así ocurre con la Revelación de Dios en la Biblia. Al principio puede parecer un a amalgama de
acontecimientos, personajes, verdades… Uno descubrió la maravillosa verdad de la justificación por la
fe y pensó que aquello era lo más importante; otro la santificación, o el bautismo en agua, o los dones
espirituales, o la alabanza, o el sacerdocio de todos los creyentes, o la justicia social, o las misiones y el
evangelismo, o la guerra espiritual… Otros andan de acá para allá según el último ‘movimiento’
espiritual…

Hay elementos de la verdad por acá y por allá, pero si queremos ser útiles al Señor, si no queremos ser
’niños sacudidos por las olas y zarandeados por cualquier viento’, necesitamos ’visión celestial’,
necesitamos conocer ‘el Proyecto del Promotor’, ‘los Planos del Arquitecto’. ¡Necesitamos conocer a
Dios y entrar en su intimidad, para que nos sea revelada su Intención!. Dios el Padre tiene un Proyecto,
un Plan, un Objetivo, un Propósito, ‘el Misterio de su Voluntad‘, y juntamente con el Hijo ha diseñado
los planos de la edificación que Él desea obtener, ha programado unos plazos, ha dispuesto un escenario,
ha llamado gente a trabajar, y ha iniciado Su Obra.

Como Moisés en Horeb, necesitamos subir a la intimidad con Dios, comprender la Intención de Dios,
recibir la visión del Modelo celestial y hacer todo fielmente conforme al mismo (Ex 26:30), en lugar de
que cada uno haga lo que le parece recto ante sus propios ojos (Jue 17:6; 21:25).

Antes incluso que el Hombre cayera del Propósito divino y que necesitara de la maravillosa Redención,
ya había un Propósito en el corazón de Dios. La Redención fue dispuesta por Dios desde la eternidad
previendo la caída, pero no era su Plan original, la proveyó para que su Plan no quedara frustrado por el
pecado y el mal, para que Dios pudiera alcanzar su Propósito original. De modo que las riquezas y
bendiciones espirituales de Dios en Cristo no acaban ni siquiera en la gloriosa Redención, sino que hizo
“sobreabundar” las riquezas de su gracia dándonos a conocer su eterno Propósito: reunir todas las
cosas debajo de Cristo como Cabeza (Ef 1:7-10), debajo de su Gobierno, su Reino, y hacer bodas a
su Hijo (Mt 22:2), es decir, darle a Cristo una esposa ‘corporativa‘, carne de su carne y hueso de sus
huesos (Ef 5:30): la Iglesia, que es su Cuerpo, en la cual llega a ser todo y en todos (Ef 2:22-23; Col
3:11).

Este Plan está esbozado en Génesis, donde vemos a Dios ‘edificando’ una esposa para Adán, figura de
Cristo (Rm 5:14), sacada de su costado (Gn 2.18-23), para reinar sobre la Tierra (Gn 1:26); es realizado
en el Calvario donde Dios saca del costado abierto de Cristo a la Iglesia; y culminará en los cielos
nuevos y la tierra nueva, a los cuales descenderá de junto a Dios la Iglesia perfeccionada y gloriosa (la
nueva Jerusalén) para las bodas del Cordero (Ap 21 y 22:1-5), a cuya luz andarán las naciones, habiendo
Cristo entregado el Reino al Padre para que sea todo en todos (1Cor 15:28). Cristo y la Iglesia, pues,
trayendo el Reinado de Dios a esta tierra, es el centro del Plan divino y de su economía para llevarlo a
cabo.

“7 En Él (Cristo, el Amado) tenemos redención por medio de su sangre, el perdón de nuestras


transgresiones, según las riquezas de su gracia 8 que hizo sobreabundar para con nosotros en toda
sabiduría y entendimiento. 9 habiéndonos dado a conocer el Misterio de su Voluntad, conforme a su
buen Propósito que de antemano se propuso en Sí mismo, 10 para la economía (oikonomía) de la
plenitud de los tiempos: que en Cristo sean reunidas bajo una cabeza todas las cosas, tanto las que
están en los cielos como las que están en la tierra” (Ef 1:7-10 VC).

2. La economía de Dios

La palabra griega 'oikonomía', de 'oikos' (casa, hogar) y 'nomos' (ley o norma), es decir, la norma del
hogar, la ley de la casa, tiene un significado muy rico que necesita varias palabras en español para
traducirla: dispensación, administración, mayordomía, encargo, edificación. Dependiendo del contexto,
los traductores usan una u otra acepción en los lugares donde aparece:
- “la oikonomía (dispensación o administración) del misterio” (Ef 3:9)
- “la oikonomía (dispensación o administración) de la plenitud de los tiempos” (Ef 1:9)
- “la oikonomía (edificación) de Dios” (1Tim 1:4)
- “oikónomos (mayordomos o administradores) de la multiforme gracia de Dios” (1Pe 4:10)
- “oikónomo (mayordomo o administrador) fiel y prudente” (Lc 12:42)

Sintetizando, la ‘economía’ de Dios es su plan estratégico, su arreglo administrativo, diseñado en y


con Cristo, con sus maneras de hacer y sus plazos, con miras a conseguir Su meta.

Es nuestra convicción que la Iglesia no debe distraerse ni descentrarse de 'la economía de Dios' (1Tim
1:4). Tal economía consiste en traer Su Reino a la tierra estableciendo y edificando la Iglesia en cada
localidad por medio de la predicación del Evangelio de Dios (completo), para llevar a cabo el Propósito
o Plan eterno de Dios.

Cristo debe tener en todo la preeminencia (Col 1:18), esta es la Intención central del Padre y el blanco al
que apunta toda Su economía. Todo gira alrededor de Él, Él es la esencia de todos los asuntos
espirituales, y todos los aspectos incluidos en 'todo el plan de Dios' (Hch 20:27) encuentran su sentido
en conexión con Cristo. Aunque sea un asunto bíblico, si lo desconectamos de Cristo y de la economía
divina, se convierte en una distracción que nos aparta de la meta. Y tampoco todos los asuntos tienen la
misma importancia, por lo que nos es necesario dar a cada tema su debido lugar y peso en el conjunto,
priorizando los fundamentales y centrales... sin descuidar los demás: “Habéis omitido lo más
importante... Era necesario hacer estas cosas sin omitir aquellas” (Mt 23:23); “Cualquiera, pues, que
anule (lúo) uno solo de estos mandamientos, aún de los más pequeños, y así lo enseñe a otros, será
llamado muy pequeño en el reino de los cielos; pero cualquiera que los guarde y los enseñe, éste será
llamado grande en el reino de los cielos” (Mt 5:19). El verbo griego 'lúo' significa 'soltar', 'desatar',
'desligar'. “La suma de tu palabra es verdad” (Sal 119a), todos los asuntos que enseña la Palabra están
'atados', 'ligados', al cuerpo completo de la Verdad, que en última instancia es el Señor, desde los más
importantes a los más insignificantes, y nadie que ame al Señor y su Palabra quiere ignorar ninguno ni
desgajarlo de su bendita Persona. Pablo repite la expresión 'no quiero que ignoréis, hermanos...' tal
misterio, o tal o cual asunto (Rm 11:25; 1Cor 19:1; 12:2; 1Tes 4:13). Una de las cosas que el apóstol
espera que no ignoremos, por cierto, es a nuestro enemigo Satanás, su reino maligno y sus planes
estratégicos o maquinaciones, porque si los ignoramos seremos engañados y cautivados -hechos
cautivos- (2Cor 2:11; 2Tim 2:26).

Sintetizando, pues -con la ayuda del trabajo de otros hermanos antes que nosotros-, podríamos decir que:

La economía de Dios consiste en el plan o programa de Dios para cumplir el Propósito de su


Voluntad: reunir todas las cosas bajo una cabeza en Cristo, mediante Su Cuerpo, la iglesia, y así
lograr que Cristo sea todo y en todos.

El Dios triuno (Padre, Hijo y Espíritu Santo), dispensándose o administrándose o entregándose a


sí mismo al hombre tripartito (espíritu, alma y cuerpo) y corporativo (la Iglesia, el Cuerpo de
Cristo) para ser contenido y expresado corporativamente, y habiendo tratado con su enemigo por
medio de la Iglesia, gobernar Cristo y su Esposa sobre el universo, de modo que Dios el Padre
llegue a ser todo en todo y en todos.

3. El Reino de Dios y la guerra espiritual

“...hasta poner a todos sus enemigos debajo de sus pies...


para que Dios sea todo en todos”
(1Cor 15:25.28)

Es un hecho claramente establecido por la Escritura que en el universo existe dos reinos en guerra el uno
contra el otro: el Reino de Dios y el reino de Satanás, y que la Raza humana está involucrada en esa
guerra, lo quiera o no.

El Reino de Dios es la esfera donde Dios gobierna, el ámbito donde es reconocida su Autoridad y se
hace su Voluntad. En el universo sólo existen dos opciones: o la Autoridad de Dios o la rebelión satánica
contra la Autoridad de Dios. “El que no está conmigo, contra mí está” (Mt 12:30). La cuestión decisiva
que debe enfrentar todo mortal es escoger si va a sujetarse a la Autoridad de Dios y pertenecer a su
Reino o si va a seguir a Satanás en su rebelión y formar parte del reino de la tinieblas. Toda el asunto de
la guerra espiritual que ruge en el universo gira alrededor de esto.

Para comprender la naturaleza de esta guerra en la que estamos involucrados, y situarnos correctamente
en ella, necesitamos conocer la naturaleza, agentes, objetivos y estrategias de ambos reinos.

3.1 El misterio del Reino de Dios

Es necesario aclarar desde el principio que la enseñanza bíblica acerca de este conflicto está muy lejos
del dualismo maniqueo: la verdadera realidad no es eternamente dualista, no existe un 'principio del mal'
al mismo nivel que el 'principio del bien'. En Dios, Creador de todo lo que existe, no hay mal: “Y éste es
el mensaje que hemos oído de parte de él y os anunciamos: Dios es luz, y en él no hay ningunas
tinieblas” (1Jn 1:5), y todo lo que creó, lo creó 'muy bueno' (Gn 1:31). De acuerdo a la cosmovisión
bíblica, el mal no es eterno, tuvo un comienzo y tendrá un final, y no hay comparación entre el Dios vivo
y Satanás, que como sabemos es tan sólo una de sus criaturas, la cual dio origen al mal en el universo.

El dominio que Satanás en su rebelión y oposición contra Dios ha conseguido en el universo, arrastrando
tras de sí a ángeles y hombres, no modifica otro hecho básico y de primera magnitud que Jesús
denominó “El misterio del Reino de Dios” (Mc 4:11), a saber: ¡Yhaveh reina de eternidad a eternidad!
Su Reino es eterno, y por más que se haya manifestado rebelión en su Reino, su Trono permanece firme
y para siempre:“Yhaveh estableció en los cielos su trono, y su reino domina sobre todo” (Sal
103:19),“Su reino es un reino eterno, y su señorío de generación en generación” (Dn 4.3a). “¡Yhaveh
reina!… Firme es tu trono desde la antigüedad; tú eres desde la eternidad” (Sal 93:1-2).

Dios sabía que la creación de seres personales, con inteligencia y libre albedrío, implicaba la posibilidad
de la rebelión, pero si quería unas criaturas aptas para entrar en una verdadera comunión de amor con Él,
era necesario permitir con el libre albedrío esa terrible posibilidad. La rebelión ocurrió, el mal apareció
en su Creación, pero no le vino de sorpresa a Dios, lo previó de antemano (presciencia), y Su eterno
Propósito al crear seguiría adelante de todos modos, sólo que ahora era necesario incluir en Su economía
para el cumplimiento de ese Propósito el trato con Sus enemigos. Esto requiere que el Reino de Dios
pase por diversas etapas hasta su consumación, a las cuales se refirió también el Señor Jesús con la
expresión “los misterios del Reino de Dios” (Lc 8:10).
3.2 Aclarando algunos términos: Tierra, tiempo, mundo.

En el texto griego del Nuevo Testamento hay varios términos relacionados pero diferentes, cuya
distinción no se respeta siempre en las traducciones, lo que puede dar lugar a confusión. Necesitamos
aclararlos para todo lo que sigue.

a) Tierra ('erets' en hebreo y 'gē' en griego) se refiere a nuestro planeta. Dios la ama y la tiene en alta
estima pues está en el centro del Propósito de Dios, es el escenario en el que quiere morar con la
Humanidad redimida por siempre, y la fundó para permanecer para siempre (Sal 78:69; 104:5), a pesar
de pasar por profundos cambios como veremos.

El término 'Oikoumene', 'tebél' en hebreo, hace referencia a 'la tierra habitada'.

En la esfera de lo relacionado con el Tiempo, encontramos varios términos, algunos amplios según
contexto:
b) ‘Olam’: un tiempo pasado o futuro muy lejano, antigüedad, eternidad, perpetuo, para siempre, siglo;

c) ‘aionios’: sin comienzo y sin fin, eterno; aplicado específicamente a la Vida propia de Dios;

d) ‘aion‘, un término amplio con diversas acepciones: propiamente 'siglos', 'eras', 'edades'; por extensión
'siempre', 'jamás', 'perpetuidad', 'eternidad'; por implicación 'universo' en el aspecto temporal. En el NT
un eón es un período de tiempo caracterizado por determinadas condiciones morales y espirituales que lo
gobiernan.

e) ‘geneá’: generación, descendencia, nacimiento, raza; pero por implicación puede significar también
‘edad’;

f) ‘kronos‘, el tiempo ‘cronológico’ que podemos medir con el reloj;

g) ‘kairós’, en el NT significa un tiempo propicio designado por Dios con miras a la realización de su
plan de salvación.

h) Mundo ('kosmos' en griego), significa arreglo ordenado, adorno (kosmético), una disposición o un
sistema ordenado de ‘elementos‘: 'stoicheia', los 'rudimentos o estructuras' del mundo (Gal 4:3.9; Col
2:8.20) que sostienen la vida en sociedad. También tiene varias acepciones en el NT, puede referirse a la
Tierra, al universo como una estructura ordenada, o a la Humanidad caída. Pero la acepción que nos
interesa aquí es el mundo como 'el orden o sistema maligno arreglado y gobernado por Satanás
conforme a sus valores e intereses perversos en oposición a Dios'. Por eso Satanás es llamado ‘el
príncipe de este kosmos‘ (Jn 12:31).

De modo que la Tierra, que permanecerá para siempre, pasa por diversas eras (eones), y en ella son
establecidos sucesivos ‘sistemas’ u órdenes sociales (kosmos). La naturaleza del kosmos establecido
determina el carácter del eón durante el cual domina ese kosmos. Satanás, el príncipe de este kosmos
actual, es “el dios de la edad presente” (2Cor 4:4), una edad malvada (Gal 1:4) y perversa (Hch 2:40), de
la cual es necesario ser librados y huir.

La Escritura nunca habla del ‘fin de la Tierra’, sino del ‘fin del eón’, de este eón maligno (Mt 13:39.49;
24:3; 28:20). Jesús hablo del ‘eón presente’ y del ’eón venidero’ a propósito de la blasfemia contra el
Espíritu Santo: “…no le será perdonado, ni en este siglo (eón) ni en el (eón) venidero”dominios,
principados, o autoridades” (Col 1:16); serafines (Is 6:1-6); los 'cuatro seres vivientes llenos de ojos’
(Ap 4:6); los querubines que guardan la santidad de Dios alrededor del Trono (Is 37:16; Hb 9:5)...
Y por detrás del rey de Tiro, que a pesar de ser hombre y no Dios se enalteció a sí mismo diciendo 'yo
soy un dios' (Ez 28:2.6), el Espíritu santo nos revela la historia inicial de Satanás:

“12 Oh hijo de hombre, entona un lamento por el rey de Tiro, y dile que así ha dicho el Señor Yahveh: "
’¡Tú eras el sello de la perfección, lleno de sabiduría y de completa hermosura! 13 Estabas en el Edén, el
jardín de Dios. Tu vestidura era de toda clase de piedras preciosas: rubí, topacio, diamante, crisólito,
ónice, jaspe, zafiro, turquesa y berilo. Y de oro era la hechura de tus encajes y de tus engastes. En el día
que fuiste creado fueron preparadas. 14 Cuando fuiste ungido, yo te puse junto con los querubines
protectores. Estabas en el santo monte de Dios, y andabas en medio de piedras de fuego. 15 Eras
perfecto en tus caminos desde el día en que fuiste creado hasta que se halló en ti maldad. 16 ’A causa
de tu gran comercio te llenaron de violencia, y pecaste. Por eso, te expulsé del monte de Dios, y un
querubín protector hizo que desaparecieras de en medio de las piedras de fuego. 17 Tu corazón se
enalteció debido a tu hermosura; a causa de tu esplendor se corrompió tu sabiduría. ’Yo te he arrojado
en tierra; te he puesto como espectáculo ante los reyes. 18 Por tus muchos pecados y por la iniquidad
de tu comercio, profanaste tu santuario. Yo, pues, hice que en medio de ti se desatara y te devorase el
fuego. Te convertí en cenizas sobre la tierra ante los ojos de cuantos te observaban. 19 Todos los que te
conocen entre los pueblos se horrorizan a causa de ti. Eres objeto de espanto, y dejarás de ser para
siempre” (Ez 28:12-19).

También por detrás del rey de Babilonia, el opresor, el prepotente que golpeaba y se enseñoreaba de las
naciones (Is 14:4-6):

“12 ¡Cómo has caído del cielo, oh Lucero (Jeilél), hijo de la mañana! Has sido derribado al suelo, tú que
debilitabas a las naciones. 13 Tú has dicho en tu corazón: ’Subiré al cielo en lo alto; hasta las estrellas de
Dios levantaré mi trono y me sentaré en el monte de la asamblea, en las regiones más distantes del norte.
14 Subiré sobre las alturas de las nubes y seré semejante al Altísimo.’ 15 Pero has sido derribado al Seol,
a lo más profundo de la fosa. 16 Los que te vean te contemplarán; reflexionarán ante ti diciendo: ¿Es
éste aquel hombre que hacía temblar la tierra, que sacudía los reinos, 17 que convirtió el mundo en un
desierto, que destruía sus ciudades y que a sus prisioneros nunca les abrió la cárcel?” (Is 14:12-17).

En el centro de aquel mundo primigenio vemos 'el Edén, el jardín de Dios', diferente del de Adán en Gen
2; este Edén es de carácter mineral, más que vegetal; en él está 'el santo monte de Dios', y allí un
santuario donde Dios puso su Trono en medio de querubines. Como 'sello' de la perfección de aquella
Creación aparece una criatura especial, ‘Jeilél’ (Lucero), probablemente única en su género, lleno de
sabiduría y de completa hermosura; el hecho de haber sido ungido para estar ante el Trono de Dios,
moviéndose en el santuario, y su vestidura, hablan de la más alta dignidad real y servicio sacerdotal,
una posición de 'intermediario' entre la Creación y el Trono de Dios, probablemente como sumo
sacerdote de la adoración universal, de la que a partir de algún momento abusó 'comerciando' para su
malvado propósito.

Esos pasajes nos hablan de ‘reyes’ y ‘naciones’ (Ez 28:17.19; Is 14:12.16-17), una civilización que
habitó la Tierra en aquel eón primitivo, obviamente una civilización no humana, pues todavía no había
sido creado Adán, el primer hombre, el cabeza del Género Humano.

Todo aquel mundo primitivo era gobernado por Dios en perfecta armonía. Pero recordemos: Dios
concedió libre albedrío a algunas de sus criaturas para que pudieran entrar en una relación de amor con
Él en la esfera de su Autoridad, que es el Hijo, lo cual conlleva la posibilidad de hacer otro uso del libre
albedrío y rebelarse. Toda criatura moral venida a la existencia se enfrenta a esta prueba.

La rebelión y la caída.

A causa de su hermosura, perfección y dignidad, surgió en Lucero el deseo de autoexaltarse hasta el


grado de rebelarse contra la Autoridad de Dios y querer usurpar el Trono a Dios. Lucero conspiró entre
los moradores de los cielos y los de la Tierra para liderar un asalto a los cielos: “Subiré al cielo en lo
alto; hasta las estrellas de Dios levantaré mi trono y me sentaré en el monte de la asamblea, en las
regiones más distantes del norte. 14 Subiré sobre las alturas de las nubes y seré semejante al Altísimo”
(Is 14:13-14); para ello practicó algún tipo de 'comercio' inicuo ('contrataciones', conspiración), hizo
pactos con las naciones, y se llenó de violencia, ejerció un dominio tiránico sobre aquel mundo:
“debilitaba las naciones, hacía temblar la tierra, sacudía los reinos, convirtió el mundo en un
desierto, destruía sus ciudades y a sus prisioneros nunca les abrió la cárcel” (Is 14:12.16-17), de modo
que consiguió arrastrar y embaucar en su rebelión a parte de aquellas criaturas. Es exactamente el mismo
patrón de comportamiento que ha seguido reproduciendo en el Edén terrenal en el pasado, hoy
engañando a todo el mundo (Ap 19:9) y conduciéndolo a la guerra de Armagedón contra Cristo (Ap
16:13-16), y también al final de la era mesiánica (Ap 20:2-3). De modo que toda una coalición de
criaturas encabezadas por Lucero rechazaron sujetarse al Hijo conforme al Propósito divino,
desligándose de la Cabeza del universo, para quien todos han sido creados:

a) Es claro que una parte de los ángeles de Dios le siguió: 'el diablo y sus ángeles' (Mt 25:41), parece
que la tercera parte de ellos (Ap 12:9; 12:4a). Por un lado, ‘ángelos’ significa ‘mensajero’, ‘enviado’, no
habla de naturaleza, sino de función; por otra parte, a veces aparece como una categoría de seres
celestiales, formando parte de una lista junto a otras categorías de seres: “Ahora él (Cristo), habiendo
ascendido al cielo, está a la diestra de Dios; y los ángeles (ángelos), las autoridades (exousion) y los
poderes (dinameon) están sujetos a él” (1Pe 3:22; ver también Rm 8:38; 2Pe 2:10-11). Es probable que a
veces el término se use de manera inclusiva para abarcar a toda clase de seres celestiales, y a veces se
refiera a un tipo específico.
b) El caso es que juntamente con los ángeles y distinguidos de ellos, se nombran también otras criaturas
celestiales, algunas de las cuales ya hemos mencionado: querubines, serafines, tronos (zronos), señoríos
o dominios (kyriotes), poderes o potestades (dinamis), principados (arjés), autoridades (exousías), los
gobernantes mundiales de la oscuridad (kosmókratores tou skótos), seres espirituales perversos en los
lugares celestes (pneumatikos tes ponerías en tois epouranios), e incluyendo a otros muchos: todo
nombre (onomatos) que sea nombrado (1Cor 15:24; Ef 1:20-21; 3:10; 6:11-12; Col 1:16; 2:10-15).

Pero si observamos con atención esos textos vemos que no todos estos seres espirituales siguieron a
Satanás y formaron parte de su reino maligno, sino sólo principados (arjés), autoridades (exousías), los
gobernantes mundiales de la oscuridad (kosmókratores tou skótos), seres espirituales perversos en los
lugares celestes (pneumatikos tes ponerías en tois epouranios).

De los ‘principados’ (arjés) sabemos que gobiernan para Satanás las naciones e imperios terrenales (Dn
10:13.20). Como hemos mencionado, el Espíritu Santo nos descorre el velo para ver actuando por detrás
del rey de Tiro y de Babilonia al ‘príncipe de la potestad del aire’ (Ef 2:2), Satanás, bajo cuyas órdenes
están todos los ‘principados’ que sustentan los diversos imperios que se suceden en la historia. Esos
‘principados’ son las diversas ‘cabezas’ de la última bestia/imperio, el reino del Anticristo, a quien “el
Dragón (Satanás) le dio su poder y su trono y grande autoridad” (Ap 13:1-2; Dn 7:1-7). Tras bambalinas
de la política terrenal mueve sus hilos el diablo por medio de sus principados y demás ‘ángelos’
(enviados, mensajeros).

También sabemos del ‘arjángelo’ (arjés + ángelo) Miguel, un jefe de ángeles, uno de los principales
príncipes (Dn 10:13), el príncipe del Pueblo de Dios (10:21; 12:1), el único que pelea contra los demás
principados caídos (10:21), contra el dragón y sus ángeles (Ap 12:7). Pero incluso Miguel es de un
rango inferior a Satanás y respeta su autoridad (Jd 1:9).

c) finalmente, parece que aquellos reyes y naciones que habitaron la tierra también siguieron la rebelión
y fueron castigados en aquel juicio, puesto que toda aquella civilización no humana pereció
completamente: “Por esto el mundo de entonces fue destruido, inundado en agua” (2Pe 3:6).

El juicio progresivo sobre Satanás


La obediencia implica que Dios es reconocido como tal y puesto en el centro. Lucero se ‘enalteció’, se
llenó de orgullo, que es un en-diosamiento, se puso a sí mismo en 1l centro, quiso independizarse de
Dios, y se rebeló contra su Autoridad. Este ‘en-diosamiento’ es la esencia de la mentira, y juntamente
con la rebelión es la esencia del Pecado. Por eso Satanás es llamado ‘el padre de la mentira’, el que
‘peca desde el principio’. Esta es la estructura íntima del Pecado (que significa ‘errar el blanco‘), de
cualquier pecado.

En los textos citado de Isaías y Ezequiel se habla del juicio de Dios sobre ‘Jeilel’ por su pecado (Ez
28:16-19; Is 14:15). Aquella criatura perfecta degeneró hasta convertirse en Satanás, el Adversario, un
nombre nuevo que viene a expresar su nueva naturaleza corrompida. Pero a la luz de toda la
Escritura, vemos que el juicio divino sobre Satanás no fue total, de una vez, sino que tiene varias fases,
en cada una de las cuales va descendiendo más y más a su perdición. Por eso vemos que Satanás todavía
sigue activo.

Aunque no podemos comprender cabalmente los motivos por los que Dios hace así las cosas, nos ha
dejado algunas pistas:

a) como revela la Escritura, y veremos más adelante, detrás del Faraón de Egipto actuaba un principado
satánico, por tanto, lo que Dios dice al Faraón lo dice en última instancia a Satanás: “Porque la Escritura
dice al Faraón: Para esto mismo te levanté, para mostrar en ti mi poder y para que mi nombre sea
proclamado por toda la tierra” (Rm 9:17). He aquí un primer motivo de Dios para permitir la oposición
de Satanás.

b) ¡Dios en su soberanía desea que nosotros participemos en el juicio a Satanás!: “Las alabanzas de los
niños de pecho son tu mejor defensa contra tus enemigos; ellas silencian a tus vengativos adversarios”
(Sal 8:2). Por medio de insignificantes criaturas de barro, puestas en medio de una atmósfera maligna
adversa, Dios silenciará las pretensiones de Satanás y justificará su juicio sobre él, para mayor gloria de
Dios y de sus siervos (Rm 16:20; Ap 9:12-11);

c) la oposición satánica sirve para probarnos y para que conozcamos la guerra (Jue 2:22-23; 3:1-4; Lc
22:31-32), porque es así como lo que hay en los corazones queda expuesto, y cómo maduramos como
criaturas de barro llamadas a ser piedras vivas, más aún, piedras preciosas para la edificación de la
gloriosa Ciudad de Dios.

Veamos esas fases o etapas del juicio divino sobre Satanás:


a) la primera fase es esta que acabamos de citar, expulsado de delante del Trono de Dios por su rebelión;

b) la segunda se produjo en el Edén terrenal, después tentar con éxito a la mujer de Adán, y que esta
reconociera su pecado: “Entonces Yahveh Dios dijo a la serpiente: —Porque hiciste esto, serás maldita
entre todos los animales domésticos y entre todos los animales del campo. Te arrastrarás sobre tu vientre
y comerás polvo todos los días de tu vida. Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu
descendencia y su descendencia; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el talón” (Gn 3:14-15) .

c) la tercera y crucial por medio de la obediencia de Cristo hasta su muerte en la cruz, en cumplimiento
de la promesa de Gn 15: “Ahora es el juicio de este mundo. Ahora será echado fuera el príncipe de este
mundo” (Jn 12:31); “…y en cuanto a juicio, porque el príncipe de este mundo ha sido juzgado” (Jn
16:11);

d) la cuarta, al final de esta era, por medio de los vencedores, gracias a los cuales Miguel y sus ángeles
podrán expulsar a Satanás y sus ángeles de las regiones celestes a la tierra: “Estalló entonces una
1 La contribución más notable a este entendimiento es ‘la teoría del intervalo‘ de C.H. Pember expuesta en su obra ‘Las eras primitivas de la
tierra’.
guerra en el cielo: Miguel y sus ángeles pelearon contra el dragón. Y el dragón y sus ángeles pelearon,
pero no prevalecieron, ni fue hallado más el lugar de ellos en el cielo. Y fue arrojado el gran dragón, la
serpiente antigua que se llama diablo y Satanás, el cual engaña a todo el mundo. Fue arrojado a la
tierra, y sus ángeles fueron arrojados junto con él. Oí una gran voz en el cielo que decía: "¡Ahora ha
llegado la salvación y el poder y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo! Porque ha sido
arrojado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba día y noche delante de nuestro Dios. Y
ellos lo han vencido por causa de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, porque
no amaron sus vidas hasta la muerte. Por esto, alegraos, oh cielos, y los que habitáis en ellos. ¡Ay de la
tierra y del mar! Porque el diablo ha descendido a vosotros y tiene grande ira, sabiendo que le queda
poco tiempo” (Ap 12:7-12).

e) la quinta, después que el mundo haya sido probado por la Gran Tribulación, al regreso de Cristo para
iniciar la era mesiánica, el Milenio, en la cual Satanás será atado por mil años: “Vi a un ángel que
descendía del cielo y que tenía en su mano la llave del abismo y una gran cadena. El prendió al dragón,
aquella serpiente antigua quien es el diablo y Satanás, y le ató por mil años. Lo arrojó al abismo y lo
cerró, y lo selló sobre él para que no engañase más a las naciones, hasta que se cumpliesen los mil
años. Después de esto, es necesario que sea desatado por un poco de tiempo“ (Ap 20:1-3).

f) la sexta y definitiva, al final del Milenio, después que será soltado para probar a las naciones que
entraron en el Reino, y haya engañado y capitaneado una parte de ellas una vez más en la última
batalla contra Cristo: “Cuando se cumplan los mil años, Satanás será soltado de su prisión y saldrá para
engañar a las naciones que están sobre los cuatro puntos cardinales de la tierra, a Gog y a Magog, a fin
de congregarlos para la batalla. El número de ellos es como la arena del mar. Y subieron sobre lo ancho
de la tierra y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada, y descendió fuego del cielo y los
devoró. Y el diablo que los engañaba fue lanzado al lago de fuego y azufre, donde también están la
bestia y el falso profeta, y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos” (Ap 20:7-10).

3.4 Creación y caída del Hombre

Los tres cielos

Necesitamos recordar aquí que conforme a la Escritura existen 3 cielos:


a) ‘la expansión’ que hizo Dios separando las aguas de abajo y las de arriba (Gn 1:6-8), el firmamento
visible que pueden ver nuestros ojos: “Los cielos cuentan la gloria de Dios, el firmamento (la
expansión) anuncia la obra de sus manos“ (Sal 19:1).

b) el ‘tercer cielo’ donde Dios habita y tiene su Trono: “Yahveh estableció en los cielos su trono, y su
reino domina sobre todo” (Sal 103:19; también 11:4; 2Re 19.15), ‘los cielos de los cielos’ (Sal 115:16).
En Ez 28:13 vimos que allí estaba el santuario celestial y el Edén, el jardín de Dios, el Edén celestial.
Sabemos que se trata del ‘tercer cielo’ porque así nos es confirmado por las revelaciones del apóstol
Pablo en un arrebatamiento: “Conozco a un hombre en Cristo, que hace catorce años -si en el cuerpo, no
lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe- fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y sé respecto a este
hombre -si en el cuerpo o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe- que fue arrebatado al paraíso, donde
escuchó cosas inefables que al hombre no le es permitido expresar” (2Cor 12:3-4). Del santuario
celestial se nos habla también en diversos lugares (Ex 26:30; Sal 102:19; Ez 43:10-12; Hb 9:1.11-12; Ap
15:5-8; 16:17). El tercer cielo es el Paraíso, el lugar de la morada de Dios y de su Trono.

Recordemos que Lucero tenía allí inicialmente su morada (Ez 28:14; Is 14:13-14); a causa de su rebelión
perdió su lugar y fue arrojado de allí (Ez 28:16-17), no obstante hasta hoy él todavía sigue teniendo
acceso al Trono de Dios para ejercer como ‘acusador’ (Job 1:6; 2:1; Ap 12:10).

c) de lo anterior se deduce que hay un ‘segundo cielo’, esas ‘regiones celestes’ donde gobierna ‘el
príncipe (arjón) de la potestad (exousías) del aire (aeros)’ (Ef 2:2), el príncipe gobernante de la
autoridad del aire (o atmósfera, firmamento), con la parte de sus huestes que también moran en esas
regiones: “porque nuestra lucha no es contra sangre ni carne, sino contra principados (arjés), contra
autoridades (exousías), contra los gobernantes mundiales de la oscuridad (kosmókratores tou skótos),
contra (seres) espirituales perversos en los (lugares) celestes (pneumatikos tes ponerías en tois
epouranios)”.

Este es el motivo por el cual Dios, cuando estaba restaurando la Tierra en el segundo día, no dijo que ‘la
expansión’ que hizo al separar las aguas inferiores de las superiores fuera ‘buena’. En cada día se dice
que Dios vio que lo que había hecho era ‘bueno’, excepto aquí, porque es en esa expansión donde está
situada la ’atmósfera espiritual maligna’ que rodea la tierra.

El segundo cielo o ‘regiones celestes’ es, pues, un área de guerra espiritual (Dn 10:13; Ef 6:12; Ap 12:7-
9).

Dios quiere traer el Cielo a la Tierra

Con la creación del Hombre, Dios comienza a revelar por qué para Él es tan importante la Tierra: porque
en ella se concentra el cumplimiento de su eterno Propósito. ¡Dios quiere traer Su Morada a la Tierra y
habitar en comunión con los hombres!. Podemos comprobarlo en el anticipo profético de ese Propósito
en su consumación: “1 Vi un cielo nuevo y una tierra nueva; porque el primer cielo y la primera tierra
pasaron, y el mar ya no existe más. 2 Y yo vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén que descendía del
cielo (a la nueva Tierra) de parte de Dios, preparada como una novia adornada para su esposo. 3 Oí
una gran voz que procedía del trono diciendo: "He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y él
habitará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios (…) 22 No vi en
ella templo, porque el Señor Dios Todopoderoso, y el Cordero, es el templo de ella (…) 3...Y el Trono de
Dios estará en ella, y sus siervos… 5 reinarán por los siglos de los siglos” (Ap 21:1-3.22; 22:3.5).

No podemos considerar aquí toda la riqueza que encierran esos últimos capítulos de Apocalipsis, pero
para nuestro propósito nos centramos en los elementos clave que allí aparecen, pues esto es como
aquella fotografía gigante al lado del solar en construcción mostrándonos el Proyecto finalizado que va a
guiar toda la Obra:
- el solar o escenario: los cielos y la tierra;
- una pareja: el Cordero y la Nueva Jerusalén (la parte redimida y gloriosa de la Humanidad);
- la novia adornada con los materiales del Edén celestial (Ap 21:10-21);
- el Tabernáculo (Santuario) para morada de Dios con los hombres;
- el Templo (Santuario) para morada de los hombres con Dios; hay pues una ‘morada mutua‘: Dios en
los hombres, y los hombres en Dios;
- y el Trono de Dios y del Cordero, un Reino del que participan su siervos.

Es a partir de Gn 1:3 y en todo el capítulo 2 que Dios comienza a poner en marcha su Proyecto, allí
podemos ver germinalmente todos los elementos. A pesar de que la rebelión y la guerra había surgido en
el universo, Dios continuó adelante con su Propósito, restauró el escenario contaminado y trastornado
por la rebelión y el juicio subsiguiente, plantó un jardín en Edén rico en minerales preciosos (para la
edificación de la futura Ciudad de Dios), puso allí una pareja creada a su imagen y semejanza con la
que tenía una dulce comunión, les dio a comer el fruto del árbol de la vida, y les encargó la sublime
responsabilidad en medio de la guerra existente de guardar el jardín manteniendo cerrada la puerta al
mal, y representar su Autoridad (como ‘autoridad delegada‘), Su Reino, sobre toda la Creación. Y como
toda criatura moral, el Hombre debía ser puesto a prueba para entrar libremente en el Propósito de Dios
en sujeción a su Autoridad.

“26 Entonces dijo Dios: "Hagamos a Adán (al Hombre) a nuestra imagen, conforme a nuestra
semejanza, y tenga dominio sobre los peces del mar, las aves del cielo, el ganado, y en toda la tierra, y
sobre todo animal que se desplaza sobre la tierra. 27 Creó, pues, Dios a Adán a su imagen; a imagen de
Dios lo creó; hombre y mujer los creó. 28 Dios los bendijo y les dijo: ‘Sed fecundos y multiplicaos.
Llenad la tierra; sojuzgadla y tened dominio (el Reino) sobre los peces del mar, las aves del cielo y
todos los animales que se desplazan sobre la tierra (Gn 1:26-27); “Entonces Yahveh Dios formó a Adam
del polvo de la tierra (adamah). Sopló en su nariz aliento de vidas, y el hombre llegó a ser un alma
(nefesh) viviente. 8 Y plantó Yahveh Dios un jardín en Edén, en el oriente, y puso allí al hombre que
había formado. 9 Yahveh Dios hizo brotar de la tierra toda clase de árboles atractivos a la vista y
buenos para comer; también en medio del jardín, el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del
bien y del mal… 11 …la tierra de Havila, donde hay oro. 12 Y el oro de aquella tierra es bueno.
También hay allí ámbar y ónice… 15 Tomó, pues, Yahveh Dios al hombre y lo puso en el jardín de Edén,
para que lo cultivase y lo guardase. 16 Y Yahveh Dios mandó al hombre diciendo: "Puedes comer de
todos los árboles del jardín; 17 pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque
el día que comas de él, ciertamente morirás." 18 Dijo además Yahveh Dios: "No es bueno que el hombre
esté solo; le haré una ayuda idónea… 21 Entonces Yahveh Dios hizo que sobre el hombre cayera un
sueño profundo; y mientras dormía, tomó una de sus costillas y cerró la carne en su lugar. 22 Y de la
costilla que Yahveh Dios tomó del hombre, edificó una mujer y la trajo al hombre. 23 Entonces dijo el
hombre: "Ahora, ésta es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada Mujer (isha,
varona), porque fue tomada del hombre (ish, varón)” (Gn 2:7-23); “…Yahveh Dios que se paseaba en
el jardín en el fresco del día” (Gn 3:8).

El Dios invisible desea ser contenido por el Hombre a modo de vaso (2Cor 4:7; Rm 9:21), para ser
expresado y representado por medio de él. Por eso, a diferencia de toda otra criatura, Adán fue creado
con una constitución especial:

- ‘a Su imagen y semejanza’ para poder expresarlo. ¿Cuál es la Imagen de Dios? Su Hijo (2Cor 4:3; Col
1:15), el Hijo es la imagen o expresión exacta del ser del Padre (Hb 1:3). El Hombre ha sido diseñado
conforme al Hijo, semejante a Él, con la capacidad de expresar al Padre;

- ‘hombre’ y ‘mujer’. Dios creó primero al varón (Gn 2:7; 2Tim 2:13), él es la imagen y la gloria de Dios
(1Cor 11:7), y quiso darle ‘una ayuda idónea, adecuada, semejante a él, la cual sacó y formó del costado
de Adán durante su sueño profundo: “Esta será llamada varona (ishah), porque fue tomada del varón
(ish)” (Gn 2:23 VC). Ella fue creada para él, y es su gloria (1Cor 11:7-9).

Sabemos que Adán era “figura del que había de venir” (Rm 5:14), y que el misterio del matrimonio entre
el hombre y la mujer es una figura del misterio de Cristo y la Iglesia (Ef 5:32). El Hombre fue creado en
dualidad sexual para representar el misterio de Cristo y la Iglesia; en el Plan de Dios el prototipo es la
pareja formada por Cristo y la Iglesia, y a imagen del prototipo fue establecido el matrimonio: la mujer
fue creada para el varón y es la gloria del varón porque la Iglesia es para Cristo y la gloria de Cristo. El
Padre quiso dar al Hijo ‘una ayuda idónea’, para lo cual Cristo tuvo que dormir el sueño de la muerte en
la cruz para que de su costado abierto manaran las fuentes de las que nace su esposa, la Iglesia;

- con un ser compuesto de tres elementos: “…todo vuestro ser: espíritu, alma y cuerpo…” (1Tes 5:23).
Necesitamos detenernos un poco aquí porque se trata de una clave muy importante para responder a la
pregunta de este estudio: ¿puede cohabitar el Espíritu Santo con los demonios en el creyente?.

El Templo de Dios (y antes el tabernáculo) tenía tres compartimentos: el atrio exterior, el Lugar Santo, y
el Lugar Santísimo o Santo de los Santos donde habitaba la presencia de Dios. Del mismo modo, nuestro
ser tiene tres ámbitos: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en
vosotros?” (1Cor 3:16; y 6:19):

a) el cuerpo (‘basar’ en hebreo, ‘soma’ en griego), es el atrio exterior del templo humano; el asiento de
los sentidos, los diferentes sistemas, aparatos y órganos biológicos, los instintos y pasiones naturales
necesarios para la reproducción y supervivencia. Es por medio del cuerpo que el Hombre se desenvuelve
en el mundo físico y visible;

b) el ‘aliento’ o espíritu (‘neshamá’ y ‘ruaj’ en hebreo, ‘pneuma’ en griego) es el Lugar Santísimo,


creado (Zac 12:1) por el mismo aliento de Dios, el Padre de los espíritus (Hb 12:9), y con él es dada la
vida; es el órgano que nos capacita para la comunicación y comunión con Dios, que es Espíritu, y para
contenerlo a modo de vaso. Sus función principal es la conciencia, la voz de Dios en el interior del
hombre. Pero en el texto la expresión aparece en plural “aliento de vidas”...
c) el alma (‘nefesh’ en hebreo, ‘psijé’ en griego) es el Lugar Santo, por el que se accede al Lugar
Santísimo desde el atrio; resultó del contacto del espíritu con la materia, del ‘aliento de vidas’ insuflado
en la nariz de la figura hecha con el polvo de la tierra. Es el asiento de la personalidad del hombre, su
carácter, el ‘yo’, dotado de mente (razón, memoria, imaginación…), emoción (sentimientos) y voluntad
(preferencias, elecciones, decisiones)2.

Usando el rico vocabulario griego la Escritura nos muestra tres clases de ‘vida’: la vida ‘bio’ (biológica),
la vida ‘psijé’ (vida psíquica, vida del alma), y la vida ‘zoé’ (la Vida divina, eterna). Dios insufló vida
‘biológica’ y ‘psíquica’ en Adán, y le fue dado un espíritu capaz de recibir la Vida ‘zoé’ al comer del
árbol de fruto del árbol de la Vida, que tipifica al Hijo, en el cual está la Vida (Jn 1:4; 1Jn 5:11-12).

De modo que Adán, es decir, el Hombre, el Género Humano, el varón y la mujer como una sola carne,
fue llamado a entrar en comunión íntima con Dios, comiendo del ‘fruto del árbol de la vida’ (el Hijo)
para contenerlo en su espíritu. Desde el espíritu debía fluir la Vida divina hacia el exterior, pasando por
el alma, entendiendo, sintiendo y tomando decisiones ejecutadas por medio del cuerpo. De ese modo el
Hombre podría expresar a Dios y representar su Autoridad en estrecha dependencia de él, bajo su
dirección, reinando sobre la tierra, el aire y el mar: “tenga dominio sobre los peces del mar, las aves del
cielo, el ganado, y en toda la tierra, y sobre todo animal que se desplaza sobre la tierra… Llenad la
tierra; sojuzgadla y tened dominio (señoread) sobre los peces del mar, las aves del cielo y todos los
animales que se desplazan sobre la tierra” (Gn 1:26b)

Pero fijémonos en la jurisdicción de la autoridad que Dios le delegó: ámbitos en los que ya estaba
Satanás. Por un lado, él es ‘el príncipe de la potestad del aire’. Para referirse a ‘los mares’, la Escritura
juega con dos palabras: ‘máin’ y el ya mencionado ‘tejóm’ (abismo o aguas profundas), aquel océano en
el caos de Gn 1:2 que lo cubría todo; en el segundo día de la ‘re-creación’ Dios separó con la expansión
‘las aguas de arriba’ de ‘las aguas de abajo’, a las cuales se referirá en adelante la palabra ‘abismo’ (Gn
7:11; Dt 33:13; Sal 104:6), y sobre las cuales se asienta la tierra (Gn 1:10; Sal 136:6, 2Pe 3:5). ‘Tejóm’
abarca una dimensión espiritual maligna, es usado para referirse a un ámbito habitado por poderes
tenebrosos, un ámbito cuyo rey es Abadón (en hebreo) o Apolión (el destructor, en griego), el ‘rey del
abismo’, rey sobre criaturas malignas (Ap 9:1-11); allí confinaba Jesús habitualmente a los demonios
expulsados, cosa que los aterrorizaba (Lc 8:31); de allí sube ‘la bestia’ que dominará el mundo con el
poder de Satanás en los últimos días (Ap 11:7; 17:8); allí será echado Satanás cuando Cristo regrese (Ap
20:1-3); y es donde está también el Seol o Hades, el lugar de los muertos (Is 14:15) y la Muerte, ambos
siempre juntos (Ap 1:18; 6:8; 20:13). Allí descendió Cristo en su muerte: “Me rodearon las ligaduras
del Seol; me confrontaron los lazos de la muerte” (Sal 18:5; Hch 2:27-31). Por último, vemos también a
‘la serpiente antigua’, que es el diablo y Satanás (Ap 12:9), moviéndose por la tierra, ¡por el mismo
jardín de Edén incluso! (Gn 3).

Cuando Satanás cayó de su posición delante del Trono de Dios, bajó a ocupar una parte de los cielos, y
el abismo y la tierra (Ez 28:17-18; Is 14:15). ¡¡Y Dios abrió un espacio en el centro de ese entorno
maligno y plantó un jardín, una especie de embajada en territorio hostil, para que lo guardara y para
que señoreara sobre cielos, mares y tierra!! Dios delegó en el Hombre el Reino, “le has coronado de
gloria y de honra; le has hecho señorear sobre las obras de tus manos; todo lo has puesto debajo de sus
pies (Sal 8:5-6), le encargó señorear todos aquellos ámbitos ocupados por Satanás. Dios quiere contar
con el Hombre para aplastar la rebelión satánica y recuperar el mundo para Dios. Lo quiso al principio, y
2 Para profundizar en la antropología bíblica recomiendo el libro “El Hombre espiritual” de Watchman Nee, ed. Clie.
no ha variado su Propósito: “Y el Dios de paz aplastará en breve a Satanás debajo de vuestros pies”
(Rm 16:20).

La Caída de la raza humana

“9 Yahveh Dios hizo brotar de la tierra toda clase de árboles atractivos a la vista y buenos para comer;
también en medio del jardín, el árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y del mal… 15
Tomó, pues, Yahveh Dios al hombre y lo puso en el jardín de Edén, para que lo cultivase y lo guardase.
16 Y Yahveh Dios mandó al hombre diciendo: "Puedes comer de todos los árboles del jardín; 17 pero
del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que comas de él, ciertamente
morirás” (Gn 2:9.15-17) ."

Dramáticamente, en Gen 3 vemos que Adán (varón y mujer) no superó la prueba, no permaneció en el
Propósito de Dios, que quedó temporalmente frustrado. La mujer actuó por cuenta propia sin permanecer
bajo la cobertura de su ‘cabeza’, y Adán no cumplió su encargo de guardar el huerto, poniéndose en
evidencia que no había enseñado bien a su mujer el mandato recibido de Dios, sino que más bien
obedeció la voz de su mujer en lugar de la Palabra de Dios.

Adán cayó en el engaño y la trampa tendida por Satanás, y comió del fruto del árbol de la ciencia del
bien y del mal, cuya esencia no es otra que el en-diosamiento y la rebelión satánica: “Entonces la
serpiente dijo a la mujer: Ciertamente no moriréis. Es que Dios sabe que el día que comáis de él,
vuestros ojos serán abiertos, y seréis como Dios, conociendo el bien y el mal” (Gn 3:4-5).
¿Dónde estaba el engaño? Dios hizo al hombre a su imagen y le ofrecía participar de la misma Vida
(zoé) eterna de Dios - el único que tiene vida en sí mismo - a la manera de Dios: comiendo del fruto del
árbol de la vida, es decir, por medio del Hijo. Por un lado, Satanás mintió acerca de la buena voluntad de
Dios, suscitó dudas acerca de la verdad de Su Palabra (Gn 3:1.4-5), y propuso un camino diferente y
prohibido por Dios: comer del árbol del conocimiento del bien y del mal.

Si comer del árbol de la vida representa la aceptación del Plan de Dios, reconociendo su Autoridad para
vivir en obediencia y dependencia de Él, el árbol del conocimiento del bien y del mal representa su
rechazo, la rebelión e independencia de Dios, el ‘en-diosamiento’ propio, la pretensión de sentarse uno
en su propio trono como dios.

Por otro lado, distorsionó la apariencia del árbol prohibido haciéndolo aparecer como “bueno para
comer, que era atractivo a la vista y que era árbol codiciable para alcanzar sabiduría” (Gn 3:6). Esto
nos lleva a 1Juan 2:15-16 donde se nos descubre la esencia del ‘kosmos’ gobernado por Satanás: “No
améis al mundo ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está
en él; porque todo lo que hay en el mundo -los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la soberbia
de la vida- no proviene del Padre sino del mundo”. Las apariencias engañosas, la mentira, la soberbia, la
rebelión, la independencia, constituyen el ‘kosmos’ maligno, el sistema generado por ‘el príncipe de este
mundo’. El rechazo del amor del Padre.

No es casual que Satanás se presentara en Edén bajo la forma de una serpiente. Él 'encantó' a su presa, la
Raza humana representada en Adán y su mujer, y la mordió inyectándole su veneno: la rebelión, el
Pecado, dándoles así muerte. Cuando ellos escucharon la voz de la serpiente y dudaron de la buena
Palabra de Dios (incredulidad), fueron arrastrados a la rebelión satánica: 'seréis como dioses,
conociendo el bien y el mal' (Gn 3:5), sucumbiendo a la satánica ambición de en-diosarse (idolatría)
para vivir independientes de Dios, en lugar de vivir por Él (comer del fruto del árbol de la vida). En
realidad, al obedecer la palabra de la serpiente por encima de la Palabra de Dios, pusieron en sus vidas a
Satanás por encima de Dios, lo convirtieron a él en su propio dios, ¡lo adoraron a él!. La falta de
confianza en la buena voluntad de Dios conduce a la desobediencia y la rebelión de la idolatría, que en el
fondo es satanismo: adoración a Satanás.

E inexorable vino el fruto del pecado: la muerte, tal como había advertido Dios, porque no puede ser otra
la consecuencia de rechazar la vida ‘zoé’, la vida eterna de Dios. Desconectarse de Aquel que es la
Fuente de la Vida verdadera, conduce lógicamente a la muerte. Por medio del pecado de Adán entró la
muerte en el mundo (Rm 5:12), “porque la paga del pecado es muerte” (Rm 6:23a). Aquel que fue
creado para vivir eternamente, quedó a merced del poder de la muerte. Primero murió su espíritu
humano, hasta que finalmente la muerte se extendió a todo su ser consumándose con la muerte corporal,
regresando al polvo.

El veneno del Pecado que Satanás inyectó en Adán y su mujer dañó, alteró, pervirtió la estructura de la
naturaleza humana, que vino a ser una naturaleza 'carnal', pecaminosa, vendida al poder del Pecado (Rm
7:14), que como una ley le empuja inexorablemente a cometer 'pecados', cuya consecuencia es la
muerte, la separación eterna de Dios: “...estabais muertos en vuestros delitos y pecados” (Ef 2:19).

El cuerpo del hombre caído se convirtió un 'cuerpo de pecado' (Rm 6:6), es decir, un cuerpo habitado
por el Pecado, bajo cuyo dominio ha quedado desestructurado: los instintos, apetitos y pasiones naturales
con que el Creador lo dotó se han 'desordenado', se han desviado de la finalidad para la que fueron
puestos, y se han pervertido convirtiéndose en pulsiones pecaminosas que inclinan el alma humana al
pecado: son las 'bajas pasiones', deseos, o concupiscencias (Rm 1:27; Gal 5:24; Col 3:5; 1Tes 4:3-5; Stg
4:1; 1Pe 4:3). El cuerpo habitado por el Pecado, vino así a ser 'un cuerpo de muerte' (Rm 7:24).

Y el yo del hombre, el alma humana, incapaz de seguir a Dios en su espíritu y obedecerlo poniendo su
cuerpo a su servicio, quedó hinchada (desfigurada) en su propia autosuficiencia, a merced de las bajas
pasiones que combaten contra ella (1Pe 2:11), quedando también ella misma desestructurada y
desordenada en sus propias (altas) pasiones (las propios impulsos naturales del alma), pervertidas
también como 'concupiscencias' y deseos carnales habitados por el Pecado (Rm 7:14-25). Se convirtió
así en 'el viejo hombre' (Rm 6:6; Ef 4:22; Col 3:9), un hombre 'psijikós', 'almático' (1Cor 2:14): que
incapacitado para volverse a su espíritu para dejarse guiar por Dios, vive siguiendo las pasiones de su
corazón (Rm 1:24; 1Tim 6:9; Stg 1:13-15; 2Pe 2:10), de su mente (Ef 2:3), de su propia voluntad
rebelde, viviendo por sus propios recursos naturales para sí mismo, osando buscar una justicia propia
para justificarse a sí mismo incluso delante de Dios, para lo cual usará hasta la misma Ley buena y
espiritual de Dios (Rm 7:7-14; 10:13). El corazón humano se volvió torcido y gravemente enfermo (Jer
17:9), malo y lleno de toda clase de maldad (Mt 7:11; Mc 7:21-23).

Cuando Adán y Eva se reprodujeron, reprodujeron lo que tenían: esta naturaleza humana caída que
hemos descrito, la que toda la Raza humana hemos heredado (Rm 3:9-19), que está en enemistad contra
Dios, no se sujeta a la Ley de Dios, ni tampoco puede, por lo que le es imposible agradar a Dios (Rm
8:7-8).

Finalmente, Adán perdió la autoridad entregada por Dios a favor de Satanás: “Al llevarle a una altura,
le mostró todos los reinos de la tierra en un momento. Y el diablo le dijo: —A ti te daré toda autoridad,
y la gloria de ellos; porque a mí me ha sido entregada, y la doy a quien yo quiero” (Lc 4:5-6).

Gracias a Dios un rayo de esperanza brilló sobre aquel fondo oscuro, y una bendición fue pronunciada
sobre la mujer engañada: “Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente (descendencia) y su
simiente (descendencia); ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el talón” (Gn 3:15). ¡Gracias a
Dios por Jesucristo, ‘la simiente de la mujer’!!.

3.5 El Reino de Dios en el mundo antiguo (entre la Caída y el diluvio)


Tan pronto Adán fue expulsado del paraíso, comenzó a ponerse de manifiesto la rápida progresión y
extensión del pecado, desde el fratricidio y primer asesinato de Abel a manos de Caín, hasta la
corrupción total de aquella humanidad pre-diluviana.

Un hecho sorprendente cooperó a esa profundización y universalización de la corrupción de la


humanidad: “Aconteció que cuando los hombres comenzaron a multiplicarse sobre la faz de la tierra,
les nacieron hijas. Y viendo los hijos de Dios que las hijas de los hombres eran bellas, tomaron para sí
mujeres, escogiendo entre todas. En aquellos días había gigantes (nefilim o nefileos) en la tierra, y aun
después, cuando se unieron los hijos de Dios con las hijas de los hombres y les nacieron hijos. Ellos
eran los héroes que desde la antigüedad fueron hombres de renombre“ (Gn 6:1-2.4).

Comparando el testimonio de Pedro y Judas sabemos que esos ‘hijos de Dios’ fueron ciertos ángeles que
pecaron abandonando su lugar propio y teniendo relaciones contra natura con mujeres humanas:
“Porque si Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que arrojándolos al Tártaro (en el griego)
los entregó a cadenas de oscuridad, reservados hasta el juicio…” (2Pe 2:4); “…los espíritus
encarcelados que en otro tiempo fueron desobedientes, cuando en los días de Noé la paciencia de Dios
esperaba, mientras se construía el arca” (1Pe 3:19-20); “También a los ángeles que no guardaron su
primer estado sino que abandonaron su propia morada, los ha reservado bajo tinieblas en prisiones
eternas para el juicio del gran día. Asimismo, Sodoma, Gomorra y las ciudades vecinas, que de la
misma manera fornicaron y fueron tras vicios contra lo natural, son puestas por ejemplo, sufriendo la
pena del fuego eterno” (Jud 1:6-7).

Aquellos ángeles pecaron de la misma manera que los sodomitas: ‘contra lo natural’. Estos ángeles no
son los ángeles caídos que hoy siguen operando en el mundo bajo las órdenes de Satanás, sino otro
grupo de ángeles que debido a su especial pecado fue confinado a una prisión especial (el Tártaro),
seguramente en el abismo, en o junto al Hades, hasta el día del juicio final. Finalmente todos estos
ámbitos de oscuridad serán echados en la Gehenna o lago de fuego, el infierno definitivo (Ap 20:14).

Al unirse sexualmente a las mujeres humanas, alteraron la genética humana dando lugar a los ‘nefilim o
nefileos’, que significa ‘gigantes’, algunos de los cuales de algún modo sobrevivieron al diluvio, tal vez
en los genes de Cam, hijo de Noé, pues unos de sus hijos, Canaán (Gn 10:6), da nombre a la tierra llena
de gigantes contra los que tuvieron que luchar los israelitas para tomar la tierra de la promesa (Nm
13:31-33) incluso en tiempos de David. Algunas razas de nefileos mencionadas en la Escritura son: los
refaítas, de los cuales era Og rey de Basán, cuya cama medía unos 4 metros (Dt 3:11.13); algunos entre
los filisteos, el más famoso de los cuales era Goliat, de unos 3 metros (1Sam 17:4); los geteos,
descendientes de Harafa (2Sam 21:15-22; 1Cr 20:4-8); los anaceos (‘Anakin’, los de cuello largo), hijos
de Anac (Nm 13:33); los amorreos (Amós 2:9); los emitas o ‘terrores’ (Dt 2:10). Todos los muertos
resucitarán algún día (Jn 5:29) pero los gigantes y sus descendientes no resucitarán (Is 26:14; Sal
88:10b), sus cuerpos vinieron a la existencia fuera del propósito divino. Este hecho es otro indicio a
favor de la teoría que ve aquí el origen de los espíritus descarnados que llamamos demonios.

Prácticamente todos los pueblos que el Señor mandó a Israel en Canaán estaban contaminados por
aquella unión impía (Nm 13:28-29.32), llevando a sus habitantes al colmo de maldad que justificó el
juicio divino (Gn 15:16).

Podemos sospechar que detrás de esto estuvo Satanás intentando contaminar ‘la simiente de la mujer’
para impedir la llegada de la descendencia que le aplastaría la cabeza (Gn 3:15). Y es significativo que la
tierra que Dios quería dar en herencia a su pueblo, estaba también tomada por los gigantes.

El recuerdo ancestral de los pueblos en sus mitologías paganas registra la existencia de estos ‘héroes que
desde la antigüedad fueron hombres de renombre’, como los ‘Giborim’ (poderosos) de la mitología
griega llamados ‘titanes’.
Es también ilustrativo comparar el pasaje bíblico con el mencionado Libro de Enoc 3, en los capítulos 7 y
8:

“En aquellos días, cuando se multiplicaron los hijos de los hombres, sucedió que les nacieron hijas bellas
y hermosas. Las vieron los ángeles, los hijos de los cielos, las desearon y se dijeron:
-Ea, escojamos de entre los humanos y engendremos hijos.
Semyaza, su jefe, les dijo:
-Temo que no queráis que tal acción llegue a ejecutarse y sea yo sólo quien pague por tamaño pecado.
Le respondieron todos:
-Juremos y comprometámonos bajo anatema entre nosotros a no cambiar esta decisión y a ejecutarla
ciertamente. Entonces juraron todos de consuno y se comprometieron a ello bajo anatema. Eran
doscientos lo que bajaron a Ardis, que es la cima del monte Hermón, al que llamaron así porque en él
juraron y se comprometieron bajo anatema. Estos eran los nombres de sus jefes: Semyaza, que era su
jefe supremo; Urakiva, Rameel, Kokabiel, Tamiel, Ramiel, Daniel, Ezequiel, Baraquiel, Asael, Armaros,
Batriel, Ananel, Zaquiel, Samsiel, Sartael, Turiel, Yomiel y Araziel: éstos eran sus decuriones. Estos y
todos los demás, en el año 1170 del mundo, tomaron para sí mujeres y comenzaron a mancharse con
ellas hasta el momento del cataclismo. Éstas les alumbraron tres razas. La primera, la de los enormes
gigantes. Éstos engendraron a los Nefilim, ya éstos les nacieron los Eliud. Aumentaron en número,
manteniendo el mismo tamaño y aprendieron ellos mismos y enseñaron a sus mujeres hechizos y
encantamientos.

Azael, el décimo de los jefes, fue el primero en enseñarles a fabricar espadas, escudos y toda clase de
instrumentos bélicos; también los metales de la tierra y el oro -cómo trabajarlos y hacer con ellos
adornos para las mujeres- y la plata. Les enseñó también a hacer brillantes (los ojos), a embellecerse, las
piedras preciosas y los tintes. Los hombres hicieron tales cosas para sí y para sus hijas; pecaron e
hicieron errar a los santos. Hubo entonces una gran impiedad sobre la tierra y corrompieron sus
costumbres. Luego, el gran jefe Semyaza les enseñó los encantamientos de la mente, y las raíces de las
plantas de la tierra. Farmarós les enseñó hechicerías, encantos, trucos y antídotos contra los encantos. El
noveno les enseñó la observación de los astros. El cuarto, la astrología; el octavo, la observación del
aire; el tercero les enseñó los signos de la tierra; el séptimo, los del sol; el vigésimo, los de la luna. Todos
ellos comenzaron a descubrir los misterios a sus mujeres e hijos”.

Todo esto encaja con la pretensión del ocultismo, que reivindica que su sabiduría oculta proviene de
‘dioses venidos del cielo’, ‘extraterrestres‘ que trajeron los conocimientos para las misteriosas pirámides
egipcias o mesoamericanas, la mitología de los dioses sumerios y acadios llamados ‘annunakis’, etc…

La consecuencia de todo esto fue: “5 Yahveh vio que la maldad del hombre era mucha en la tierra, y
que toda tendencia de los pensamientos de su corazón era de continuo sólo al mal. 6 Entonces Yahveh
lamentó haber hecho al hombre en la tierra, y le dolió en su corazón. 7 Y dijo Yahveh: "Arrasaré de la
faz de la tierra los seres que he creado, desde el hombre hasta el ganado, los reptiles y las aves del
cielo; porque lamento haberlos hecho. 8 Pero Noé halló gracia ante los ojos de Yahveh… La tierra
estaba corrompida delante de Dios; estaba llena de violencia. 12 Dios miró la tierra, y he aquí que
estaba corrompida, porque toda carne había corrompido su camino sobre la tierra” (Gn 6:5-12).

Por medio de Noé, pregonero de justicia, Dios estuvo contendiendo con la humanidad para frenar la
corrupción, hasta que quedó patente su ruina total: “Entonces Yahveh dijo: "No contenderá para
siempre mi espíritu con el hombre, por cuanto él es carne… (Gn 6:3). Y reservándose un resto, la familia
de Noé, mandó el diluvio para arrasar con aquel kosmos perverso: “…tampoco dejó sin castigo al
mundo antiguo, pero preservó a Noé, pregonero de justicia, junto con otras siete personas, cuando trajo
el diluvio sobre el mundo de los impíos” (2Pe 2:5).

3 Moisés citó varios libros al escribir la historia antigua de Génesis, aunque quedaron fuera del canon. Una de esas fuente muy antiguas que
cita la Biblia es este Libro de Enoc; a parte de lo citado en la Escritura, su contenido no es inspirado, pero podemos tomarlo como un
testimonio histórico de mucho valor.
Infunden respeto las palabras proféticas del Señor Jesús acerca de que en los últimos días, antes de su
regreso, acontecerá “como en los días de Noé” (Mt 24:37).

3.6 El Reino de Dios en el mundo presente.

Pasado el diluvio, Noé y su familia son un nuevo comienzo para la Humanidad. El pacto de Dios con
Noé nos muestra que hay algunos cambios en el modo como Dios gobierna la Humanidad y las
condiciones de la misma: la relación con los animales, la dieta, la duración de la vida (que se reduce al
parecer en relación a las nuevas condiciones climáticas)… (Gn 9:1ss; 6:3). Dios establece el gobierno
del hombre por el hombre (Gn 9:5-6; Rm 13:1-7) y delimita las diversas naciones y sus territorios (Gn
10; ) dejándoles testimonio de Sí mismo: “De uno solo ha hecho toda raza de los hombres, para que
habiten sobre toda la faz de la tierra. El ha determinado de antemano el orden de los tiempos y los
límites de su habitación (las fronteras de sus territorios), 27 para que busquen a Dios, si de alguna
manera, aun a tientas, palpasen y le hallasen. Aunque, a la verdad, él no está lejos de ninguno de
nosotros; 28 porque "en él vivimos, nos movemos y somos“ (Hch 17:26-28). “Porque cuando los
gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley, éstos, aunque no tengan ley, son ley
para sí mismos, mostrando la obra de la ley escrita en sus corazones, dando testimonio su conciencia,
y acusándoles o defendiéndoles sus razonamientos” (Rm 2:14-15).

No obstante, la Humanidad siguió expresando la corrupción de su naturaleza, cayendo en la idolatría y la


injusticia. En aquel tiempo la tierra era un solo continente (la llamada hoy ‘Pangea’) y había una sola
lengua. Con Nimrod, fundador de Babel, aparece el primer poderoso de la tierra (Gn 10:8-12).
Desobedeciendo el mandato divino de multiplicarse y volver a llenar la tierra (Gn 9:1) para someterla
conforma al propósito original, la humanidad se unió con el propósito de edificar una torre cuya cúspide
‘llegara al cielo’ (Gn 11:1-4). No es difícil descubrir el espíritu que latía por detrás de este intento:
“Subiré sobre las alturas de las nubes y seré semejante al Altísimo” (Is 14:14).

Dios, en su gobierno, desbarató los planes satánicos confundiendo su lenguaje, por eso aquella ciudad se
llamó Babel (confusión), origen de Babilonia, la ciudad que quedó en la Escritura como tipo de la
civilización humana sustentada por Satanás y edificada en oposición a Dios, la opuesto a “la Ciudad
(civilización) que tiene cimientos, cuyo arquitecto y constructor es Dios” (Hb 11.10); Babilonia es la
madre de las religiones, de la idolatría, uno de los misterios que nos revela la Escritura: “Y vi una mujer
sentada sobre una bestia escarlata llena de nombres de blasfemia y que tenía siete cabezas y diez
cuernos... En su frente estaba escrito un nombre, un misterio: Babilonia la grande, madre de las
rameras y de las abominaciones de la tierra” (Ap 17:3.5). Si la Iglesia es representada como una mujer,
la que será esposa del Hijo, Babilonia es el negativo de la Iglesia, la falsificación satánica del propósito
de Dios para la Humanidad, que comienza a levantarse aquí.
El Señor también, para dispersar la humanidad, en los días de Peleg (terremoto), hizo que el continente
tierra (pangea) comenzara a partirse en los diferentes continentes: “en sus días fue ‘palag’ (dividida con
violencia) la tierra“ (Gn 10:25).

Un pueblo para su Nombre

Con una Humanidad en estas condiciones, ¿cómo podía Dios seguir adelante con su Plan? Dios reina
sobre todo y frente a su poder omnipotente no hay oposición o dificultad que se resista. Pero Dios ha
querido en su soberanía contar con el Hombre para realizar su Propósito eterno. Puesto que ha querido
expresar su autoridad y gobierno sobre el universo por medio del Hombre, y aplastar por medio de él la
rebelión satánica, necesita algún hombre que responda a su Propósito, que reconozca Su autoridad y
gobierno, y en íntima comunión con Él, reine sobre la tierra.
Por eso, Dios, buscó un pueblo para sí, un pueblo especial, separado del resto de pueblos, para el Plan de
Dios (Dt 14:2). Un pueblo que comenzó con un hombre, Abraham, de Ur de los caldeos (Babilonia),
llamado a salir de la Ciudad idólatra e impía para andar en fe: creyendo la Palabra de Dios, confiando en
Él y dependiendo de Él, justo lo contrario del camino satánico. "Vete de tu tierra, de tu parentela y de la
casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Yo haré de ti una gran nación. Te bendeciré y
engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendigan, y a los que te maldigan
maldeciré. Y en ti serán benditas todas las familias de la tierra” (Gn 12:1-3). Para bendecir a todas las
familias de la tierra, Dios necesitaba un pueblo sobre el que gobernar, y un pedazo de tierra sobre el que
comenzar a establecer su Reino. En Abraham Dios encontró una ‘pista de aterrizaje’ para iniciar el
desembarco de su gobierno en tierra hostil con mirar a su recuperación.

De Abraham Dios hizo un pueblo. A la espera del momento para el justo juicio de Dios sobre los
malvados pueblos cananeos, cuando llegaran al colmo de su maldad (Gn 15:13-16), con su hijo
Jacob/Israel su descendencia terminó esclavizada en Egipto bajo el poder del Faraón, que estaba
sustentado por uno de los principados satánicos, la primera de las 7 cabezas de ‘la bestia’ o imperio final:
Egipto, Asiria, Babilonia, Persia, Grecia, Roma, el reino dividido (Europa). La bestia es también el
octavo, la síntesis: el reino del Anticristo (Ap 13:1-2; 17:8-10; Dn 7). A este intento reiterado de Satanás
por hacerse con el gobierno del mundo, que culminará con el gobierno del Anticristo, lo llama la
Escritura ‘el misterio de la iniquidad’ (2Tes 3:10), cuyos objetivos principales son acabar con el pueblo
de Dios para frustrar el Plan de Dios e impedir que pueda reinar sobre la tierra, y que Satanás reciba la
adoración en lugar de Dios (Ap 13:4.7).

Satanás comenzó la guerra contra los santos ya por medio del principado de Egipto, matando a sus hijos,
oprimiéndolos y sometiéndolos a esclavitud. Pero Dios por medio de Moisés los sacó de la casa de
esclavitud con brazo poderoso para que le rindieran culto en el desierto, al margen de los imperios del
mundo, y llevarlos a la tierra de la promesa para establecer un Santuario, una Ciudad y un Reino para
Dios, dándoles leyes santas para mostrar al mundo la justicia y la paz del Reino de Dios. Liberados del
dominio de faraón, ahora es el Señor Dios el que ha ganado un pueblo sobre el que reinar, por eso el
cántico de liberación de Moisés termina diciendo: “Tú los harás entrar, y los plantarás, en el monte que
te pertenece; en el lugar donde tú, SEÑOR, habitas; en el santuario que tú, Señor, te hiciste. ¡ El
SEÑOR reina por siempre y para siempre!” (Ex 15:17-18 NVI). El monte Sión en Jerusalén iba a ser la
contrapartida terrenal del monte celestial donde Dios tiene su Trono, en su Santuario (Ez 28:14). Dios
quería, por medio de Israel, traer el Cielo a la tierra.

Es altamente significativo lo que dijo Moisés después que vencieron contra el ataque de Amalec, en el
desierto: “Y dijo: —Por cuanto alzó la mano contra el trono de Yahveh, Yahveh tendrá guerra contra
Amalec de generación en generación” (Ex 17:16). Ahora Dios tiene un lugar en la tierra donde ha
establecido su trono: su pueblo santo.

Pero en la tierra de la promesa les esperaba más guerra, una territorio ocupado por pueblos perversos
contaminados por la raza de los gigantes, habían llenado la tierra con sus abominaciones, y en su
idolatría extrema ofrecían en sacrificio a sus niños al dios Moloch. Llegados al colmo de la maldad, fue
dictada la sentencia divina que Israel debía ejecutar. Recuperar aquel pedazo de tierra para Dios requería
desalojar a todos los enemigos. Esto es una figura de la guerra espiritual que debe librar la Iglesia.

Pero la misión quedó inconclusa. Tras las primeras victorias, vinieron grandes fracasos, porque el pueblo
no obedeció las instrucciones divinas, no escuchó las advertencias del Señor, no permanecieron santos
(separados) para Dios, sino que se contaminaron con la idolatría de los pueblos que debían terminar, y
abandonando al Dios vivo cayeron en manos de sus enemigos. Esta experiencia del Pueblo de Dios
relatada sobre todo en el libro de Jueces también es una figura que nos enseña acerca de la guerra
espiritual de la Iglesia.

Con todo, por medio de su siervo David, el Señor conquistó la tierra, tomó la fortaleza de Sión en
Jerusalén, la Ciudad del Gran Rey, estableció el Reino de Dios, y su hijo Salomón edificó allí el Templo
de Dios, el lugar de su morada en medio de su pueblo: “Porque Yahveh ha elegido a Sión y la ha
deseado como morada suya: Este es mi lugar de reposo para siempre. Aquí habitaré, porque lo he
deseado” (Sal 132:13-14). “¡Grande es Yahveh y digno de suprema alabanza, en la ciudad de nuestro
Dios, en el monte de su santuario! ¡Qué hermosa altura! El gozo de toda la tierra es el monte Sión por
el lado norte, la ciudad del Gran Rey” (Sal 48:1-2).

Por fin, en un lugar de la tierra, se hacía la voluntad de Dios como en el cielo. David, el mesías o rey
ungido de Dios, es figura del verdadero Cristo de Dios, Jesús, que ganará la tierra para Dios
estableciendo su Reino; Salomón también es figura de Jesucristo, el que edifica el verdadero Templo de
Dios: su Cuerpo, la Iglesia.

Pero Israel no pudo mantener el Reino de Dios. Una y otra vez el Reino de Dios tropezaba con un grave
obstáculo: el corazón idólatra e impío del hombre. A pesar de las advertencias de los profetas que Dios
les envió una y otra vez, siguieron a las demás naciones en su idolatría e injusticia… hasta que el Señor,
una vez más, los entregó a sus torcidos caminos, o lo que es lo mismo, los entregó en manos de sus
enemigos (Sal 106), primero Asiria, después Babilonia. Puesto que Israel amó la idolatría, Dios los
entregó en manos de la ciudad de la idólatra, Babilonia, con miras a curarlos de esa tendencia.

“Escucha, oh pueblo mío, y testificaré contra ti. ¡Oh Israel, si me oyeras … ! No haya dios extraño en
medio de ti, ni te postres ante dios extranjero. Yo soy Yahveh tu Dios, que te hice venir de la tierra de
Egipto. Abre bien tu boca, y la llenaré. Pero mi pueblo no escuchó mi voz; Israel no me quiso a mí. Por
eso los entregué a la dureza de su corazón, y caminaron según sus propios consejos. ¡Oh, si mi pueblo
me hubiera escuchado; si Israel hubiera andado en mis caminos…! En un instante habría yo sometido a
sus enemigos, y habría vuelto mi mano contra sus adversarios. Los que aborrecen a Yahveh se le
habrían sometido, y su castigo habría sido eterno” (Sal 81:8-15).

Pero sobre ese fondo oscuro, resplandecía en el horizonte la esperanza de la salvación de Dios: el Cristo
de Dios, que como el siervo de Yahveh traerá la redención de los pecados y un corazón y un espíritu
nuevo en el que habitará el Espíritu de Dios (Is 53; Jr 31:31-34; Ez 36:24-28), y que edificará la Casa de
Dios y cuyo Reino no tendrá fin (2Sam 7:12-16; Is 9:6-7). Dios no renuncia a su Plan.

El Pueblo de Dios y el Nombre de Dios están estrechamente unido. El fracaso de Israel como pueblo de
Dios expone el Nombre de Dios a ser blasfemado: “Oh hijo de hombre, cuando la casa de Israel
habitaba en su tierra, la contaminaban con su conducta y sus obras. Su conducta delante de mí fue
como la inmundicia de una mujer menstruosa. Y yo derramé mi ira sobre ellos, por la sangre que
derramaron sobre la tierra y porque la contaminaron con sus ídolos. Los dispersé por las naciones, y
fueron esparcidos por los países. Los juzgué conforme a su conducta y a sus obras. Pero cuando
llegaron a las naciones a donde fueron, profanaron mi santo nombre cuando se decía de ellos: ’¡Estos
son el pueblo de Yahveh, pero de la tierra de él han salido!’ He tenido dolor al ver mi santo nombre
profanado por la casa de Israel en las naciones adonde fueron” (Ez 36:17-21) .

Y Dios santifica su Nombre restaurando su pueblo a su Propósito: “Por tanto, di a la casa de Israel que
así ha dicho el Señor Yahveh: ’Yo no lo hago por vosotros, oh casa de Israel, sino por causa de mi
santo nombre, al cual habéis profanado en las naciones adonde habéis llegado. Yo mostraré la
santidad de mi gran nombre que fue profanado en las naciones, en medio de las cuales vosotros lo
profanasteis. Y sabrán las naciones que soy Yahveh, cuando yo muestre mi santidad en vosotros a
vista de ellos’, dice el Señor Yahveh. "Yo, pues, os tomaré de las naciones y os reuniré de todos los
países, y os traeré a vuestra propia tierra. Entonces esparciré sobre vosotros agua pura, y seréis
purificados de todas vuestras impurezas. Os purificaré de todos vuestros ídolos. Os daré un corazón
nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros. Quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os
daré un corazón de carne. Pondré mi Espíritu dentro de vosotros y haré que andéis según mis leyes, que
guardéis mis decretos y que los pongáis por obra. Y habitaréis en la tierra que di a vuestros padres.
Vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios” (Ez 22-28) .

Los libros de Daniel, Esdras y Nehemías nos muestran que debido a que Israel había perdido el Reino y
se encontraba ahora en cautiverio y destierro bajo otro señor, Dios ya no podía llamarse ’Dios de la
tierra’, el Reino volvía a restringirse al ámbito celestial, por eso en los libros del período del destierro
Dios es ‘el Dios de los cielos’ (2:18..; Esd 1:2..; Neh 1:4...). Dios seguía reinando sobre todo, “El
cambia los tiempos y las ocasiones; quita reyes y pone reyes” (Dn 2:21), “los vivientes reconozcan que
el Altísimo es Señor del reino de los hombres, que lo da a quien quiere y que constituye sobre él al más
humilde de los hombres” (Dn 4:17), pero su Reino no está reconocido y representado en la tierra por
medio del hombre conforme a su Propósito.

Las profecías de Daniel profetizan acerca del desarrollo del misterio de iniquidad a partir de Babilonia,
hasta el final del período llamado por Jesús “los tiempos de las naciones (gentiles)” (Lc 21:24). La
estatua grande y brillante del sueño de Nabucodonosor (Dn 2) a los ojos de Dios es en realidad una
sucesión de ‘bestias’, de imperios destructores que culminarán en ‘el cuerno pequeño’, el reino del
anticristo (Dn 7; 8:9-12; 23-25; 9:26-27; 11:21-45), a los cuales pondrá fin ‘una piedra desprendida sin
intervención de manos que golpeará la estatua en sus pies y se convertirá en una montaña que llenará
toda la tierra (Dn 2:34-35), un Reino que jamás será destruido (Dn 2:44): el Reino del Hijo del Hombre
(Dn 7:13-14), un reino eterno que será dado al pueblo de los santos del Altísimo (Dn 7:27), el Reino
mesiánico del Milenio, el Reino de los Cielos que Jesús sembrará en la tierra como una pequeña pero
poderosa semilla. ¡Aleluya!.

Cuando se cumplió el plazo determinado del castigo de Israel, Dios siguió adelante con su Plan
llamando a un remanente a salir de Babilonia y regresar a la tierra, a Jerusalén, para restaurar la Casa del
Señor (Esd 1:5) y la Ciudad (Neh 2:1-6). Con toda diligencia, Satanás levantó oposición, y toda la obra
de restauración fue una obra de edificación y guerra (ver Esd y Neh, especialmente Neh 4). Como ya
dijimos, en la vida y servicio del pueblo de Dios estos dos aspectos siempre van juntos.

El ataque más feroz de Satanás en medio de la obra de restauración, narrado en el libro de Ester, fue bajo
el rey persa Jerjes I, cuando intentó por medio de Amán el agageo (descendiente de Amalec), el segundo
del reino, el exterminio del pueblo de Dios. Intento frustrado por el Altísimo que en su maravillosa
soberanía y providencia colocó a Ester como reina para en esa hora librar al pueblo.

El caso es que una vez más, la tarea quedó inconclusa. Después del regreso a la tierra bajo el imperio
persa, Israel fue pasando de mano en mano bajo los siguientes imperios: Grecia y Roma. Durante el
gobierno de uno de los reyes del imperio griego, el seleúcida Antíoco IV, Satanás llevó a cabo otro
terrible ataque contra el Pueblo de Dios. Antíoco IV autodenominado ‘epífanes’ (‘dios manifiesto’), y su
guerra contra el pueblo de Dios durante 42 meses hasta profanar el templo erigiendo un altar a Zeus
sobre el del holocausto en el templo de Jerusalén, ‘la abominación desoladora’ (Dn 11:31; 12:11), es un
tipo del Anticristo final (Mt 24:15; 2Tes 2:3-4; Ap 13:5-8). El registro histórico (no bíblico) de este
ataque nos ha quedado en los Libros de los Macabeos.

El pueblo de Dios, sumido en tinieblas, queda a la espera desesperada del cumplimiento de las promesas
de Dios, el descendiente del trono de David prometido, el Mesías Salvador que restauraría el Reino a
Israel…

4. La venida de Jesucristo y la irrupción del Reino de los Cielos en el mundo (kosmos) presente.

“...Si por el Espíritu de Dios yo echo fuera los demonios,


ciertamente ha llegado a vosotros el Reino de Dios” (Mt 12:28).

4.1 Un Salvador poderoso: cumpliendo promesas


El pueblo andaba cautivo y en tinieblas… pero el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob fue fiel con su
pueblo santo, Israel, cumpliendo sus promesas: “El pueblo que andaba en tinieblas vio una gran luz. A
los que habitaban en la tierra de sombra de muerte, la luz les resplandeció…” (Is 9:2), “cuando vino la
plenitud del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer…” (Gal 4.4).

Dios escogió en Abraham un pueblo para su Nombre, para por medio de este pueblo alcanzar al resto de
las naciones (Gn 12:3). Pero a pesar del Pacto en el Sinaí, la historia de Israel demostró que ellos no eran
mejores moralmente que el resto de las naciones paganas e idólatras. La Ley fue dada a Israel para poner
de manifiesto cuán pecaminoso es el pecado (Rm 7:13) y cuán corrompida ha quedado la naturaleza
humana, incapaz de cumplir la justicia de Dios y de agradarle (Rm 3:20; 8:6-8). Pero en lugar de seguir
las pisadas de su padre Abraham por el camino de la fe (Rm 4.12), trataron incluso de usar la ley para
alcanzar una justicia propia por medio de las obras (Rm 9:31-32). No obstante quedó patente que les fue
imposible: Israel era tan idólatra e injusto como los demás pueblos. Su cautividad no era sólo la externa
bajo los imperios terrenales, sino la más profunda, la cautividad del hombre caído: la cautividad de
Satanás y del Pecado. Y aunque Israel esperaba una liberación política, Jesús vino una primera vez para
rescatar de la cautividad más profunda:

“Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo. Ha levantado para
nosotros un cuerno de salvación (un Salvador poderoso) en la casa de su siervo David, tal como habló
por boca de sus santos profetas que fueron desde antiguo: Salvación de nuestros enemigos y de la mano
de todos los que nos aborrecen para hacer misericordia con nuestros padres y para acordarse de su
santo pacto. Este es el juramento que juró a Abraham nuestro padre, para concedernos que, una vez
rescatados de las manos de los enemigos, le sirvamos sin temor, en santidad y en justicia delante de él
todos nuestros días” (Lc 1:68-75)… “y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus
pecados” (Mt 1:21).

El Padre envió a su Hijo Jesucristo para restaurar a su pueblo de la cautividad espiritual sanándolo de
sus enfermedades, liberándolo de sus demonios y redimiéndolo de sus pecados, y para llevar a cabo la
misión que Israel no pudo sostener: introducir el Reino de Dios en la tierra.

Dios dijo “hagamos a Adán a nuestra imagen y semejanza, y señoree”, pero Adán falló, toda la Raza
humana fue arruinada, y el Plan de Dios quedó aparentemente frustrado. Después llamó a Israel con el
mismo Propósito, pero también fallo. Sin embargo Dios siguió trabajando para conseguir ese Hombre
conforme a su Propósito, de modo que encargó una misión a su Hijo: Hijo mío, ¿quieres descender a la
tierra, despojándote de tu gloria para hacerte ‘hijo del hombre’, hijo de Adán, hijo de Abraham, hijo de
David, y como hombre realizar la vida humana conforme a mi Propósito, venciendo al diablo, y poner tu
vida para salvar a mi pueblo de sus pecados y de todos sus enemigos de modo que mi Reino pueda ser
establecido en la Tierra? ¿Qué respondió el Hijo?: “Por eso dije: ‘Aquí me tienes —como el libro dice
de mí—. Me agrada, Dios mío, hacer tu voluntad; tu ley la llevo dentro de mí” (Sal 49:7-8 NVI).

Si Satanás, siendo criatura, quiso hacerse Dios, el Hijo comenzó a recorrer el camino inverso de la
rebelión: “…esta manera de pensar que hubo también en Cristo Jesús: “existiendo en forma de Dios,
él no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse; sino que se despojó a sí mismo,
tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres; y hallándose en condición de hombre, se
humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz!” (Flp 2:6-8).

Jesús no podía llevar adelante el Plan del Padre si Él mismo no superaba la prueba de toda criatura:
sujetarse a la Autoridad de Dios o vivir por sí mismo siguiendo la rebelión de Satanás. Por eso Jesús fue
probado en todo igual que nosotros (Hb 4:15). Si el diablo lograra apartar a Jesús tan sólo un milímetro
de la voluntad del Padre, todo quedaría irremediablemente frustrado. El único modo en que Jesús
podía introducir el Reino de Dios en medio de este kosmos dominado por Satanás era por la
perfecta obediencia al Padre.
No podemos extrañarnos del recibimiento que dio Satanás al Señor Jesús tan pronto entró en este
mundo: trató de matarlo por medio de Herodes (Mt 2:1-18).

Jesús tenía que traducir a una vida humana su relación con el Padre en la Deidad, por lo que como
hombre tuvo que aprender la obediencia sufriendo (Hb 5:8). Jamás desobedeció al Padre, nunca resistió
su autoridad. Desde niño obedeció diligentemente a las autoridades delegadas, por más que ya estaba
consagrado a ‘los asuntos de su Padre’ (Lc 2:49-51). Aunque no tenía pecado, cuando llegó el tiempo
determinado por el Padre fue a Juan para ser bautizado y ‘cumplir así toda justicia’ (Mt 3:15).

Después que Jesús fue bautizado, el Espíritu lo llevó al desierto para ser probado en una confrontación
directa con el diablo, el príncipe de este mundo, bajo cuyo poder están todos los reinos del mundo (Mt
4:1-11; Lc 4:1-13). Puesto que era el Hombre verdadero lo que Dios estaba buscando, el Hijo debía
actuar como hombre, permanecer en su misión como hombre (el ‘Hijo del Hombre‘), por eso al iniciar
su servicio público el diablo lo tentó para apartarlo de esa posición: “si eres el Hijo de Dios…” (Lc
4:3.9), y conducirlo a cumplir su misión por otros caminos diferentes al que Dios había establecido:
sentarse en el trono sin pasar por la cruz (4:5-7).

¡Gracias a Dios, en esta ocasión Jesús también venció! “Al obedecer perfectamente y permitir que la
autoridad de Dios rigiera en forma absoluta, el Señor Jesús estableció el Reino de Dios en la esfera de su
propia obediencia”4. Como consecuencia de someterse perfectamente a la autoridad de Dios, Jesús
recuperó la autoridad delegada por el Creador al Hombre para 'señorear' la tierra, los aires y el
mar, y todo lo que se mueve en ellos, incluso la serpiente que se arrastra sobre la tierra, y estuvo
cualificado para cumplir su misión como el Cristo de Dios representando Su Autoridad e introduciendo
Su Reino con poder:

“Entonces Jesús volvió en el poder del Espíritu a Galilea, y su fama se difundió por toda la tierra de
alrededor. Él enseñaba en las sinagogas de ellos, y era glorificado por todos. Fue a Nazaret, donde se
había criado, y conforme a su costumbre, el día sábado entró en la sinagoga, y se levantó para leer. Se
le entregó el rollo del profeta Isaías; y cuando abrió el rollo, encontró el lugar donde estaba escrito: El
Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres; me
ha enviado para sanar a los quebrantados de corazón, para proclamar libertad a los cautivos y vista a
los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos y para proclamar el año agradable del Señor (el
jubileo, el perdón de todas las deudas). Después de enrollar el libro y devolverlo al ayudante, se sentó. Y
los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en él. Entonces comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido
esta Escritura en vuestros oídos” (Lc 4:14-21), “desde entonces Jesús comenzó a predicar y a decir:
"¡Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado!” (Mt 4:17).

Su obediencia le cualificó para proclamar la llegada del Reino de los cielos con palabras y con hechos
que revelaban la autoridad divina del Reino:

“14 Después que Juan fue encarcelado, Jesús vino a Galilea predicando el evangelio de Dios, 15 y
diciendo: "El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado. ¡Arrepentíos y creed en el
evangelio!… 21 Entraron en Capernaúm. Y en seguida, entrando él en la sinagoga los sábados,
enseñaba. 22 Y se asombraban de su enseñanza, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no
como los escribas. 23 Y en ese momento un hombre con espíritu inmundo estaba en la sinagoga de ellos,
y exclamó 24 diciendo: —¿Qué tienes con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido para destruirnos?
Sé quién eres: ¡el Santo de Dios! 25 Jesús le reprendió diciendo: —¡Cállate y sal de él! 26 Y el espíritu
inmundo lo sacudió con violencia, clamó a gran voz y salió de él. 27 Todos se maravillaron, de modo
que discutían entre sí diciendo: —¿Qué es esto? ¡Una nueva doctrina con autoridad! Aun a los
espíritus inmundos él manda, y le obedecen” (Mr 1:14-15).

4 Watchman Nee en ‘Autoridad espiritual’, pag 55, ed. Vida.


4.2 “El Reino de los cielos se ha acercado”.

"La Ley y los Profetas fueron hasta Juan.


A partir de entonces son anunciadas las buenas nuevas del Reino de Dios,
y todos se esfuerzan por entrar en él”
(Lc 16:16 NVI)

“Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos
se apoderan de él.
Porque todos los Profetas y la Ley profetizaron hasta Juan“ (Mt 11:12-13).

Hemos venido haciendo un recorrido por las diferentes etapas de ‘el Misterio del Reino de Dios’ (Mr
4:11), conforme avanzan las eras; etapas a las que se refiere la Escritura como ‘los misterios del Reino
de Dios’ (Lc 8:10). Mateo introduce una expresión particular en su evangelio que nos muestra una nueva
fase en el avance el Reino de Dios hacia su consumación: “el Reino de los Cielos” (Mt 3:2). Cuando
estudiamos todas las ocurrencias de esta expresión en Mateo, descubrimos que es usada en referencia a
dos eras específicas: el tiempo entre las dos venidas de Cristo (la era de la Iglesia, el tiempo de la
gracia), y el reino mesiánico venidero (el Milenio). Con Jesús el Reino de los Cielos aterriza, por así
decir, en la tierra, sobre el espacio creado primero por la obediencia de Jesucristo, y después por la
comunidad de sus discípulos, el Pueblo de Dios restaurado y redimido. En esta era el Reino de los Cielos
es una semilla sembrada en la tierra, pequeña, rechazable; cuando Cristo regrese por segunda vez con
gloria y poder será una realidad manifiesta sobre esta tierra, Cristo y sus santos reinarán visiblemente en
la tierra sobre las naciones supervivientes del juicio (Mt 25:31-46).

Los misterios relacionados con estas dos etapas del Reino de Dios, revelados especialmente en las
parábolas de Jesús, son llamados por Él “los misterios del Reino de los Cielos” (Mt 13:11)5. La
Voluntad de Dios comienza a hacerse en la tierra como en el cielo. Los cielos comienzan a gobernar la
tierra... y el reino de la tinieblas comienza a ser quebrantado y obligado a retroceder.

4.3 El Reino de los cielos y los demonios.

Tan pronto Jesús comenzó a anunciar la llegada del Reino de los Cielos estalló el conflicto con el reino
de Satanás, visibilizado principalmente en la confrontación de Jesús con los demonios. Cuando Jesús
predicaba el Reino de los Cielos demostraba la verdad y realidad de su proclamación deshaciendo las
obras del diablo: el engaño, la enfermedad, la demonización, la muerte. Allá donde Dios reina, donde se
hace presente su Reinado, el reino de las tinieblas es expuesto y desalojado. Por eso la proclamación de
la llegada del Reino iba siempre acompañada en todo su servicio de enseñanza, sanidades, liberaciones y
resurrecciones, y por eso enseñó y ordenó a sus discípulos a hacer lo mismo dándoles para ello Su
autoridad:

“35 Jesús recorría todas las ciudades y las aldeas, enseñando en sus sinagogas, predicando el
evangelio del reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia. 36 Y cuando vio las multitudes, tuvo
compasión de ellas; porque estaban acosadas y desamparadas como ovejas que no tienen pastor. 37
Entonces dijo a sus discípulos: "A la verdad, la mies es mucha, pero los obreros son pocos. 38 Rogad,
pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies (…) 1 Entonces llamó a sus doce discípulos y les
dio autoridad sobre los espíritus inmundos para echarlos fuera, y para sanar toda enfermedad y toda
dolencia (…) 7 Y cuando vayáis, predicad diciendo: ’El reino de los cielos se ha acercado.’ 8 Sanad
enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, echad fuera demonios. De gracia habéis recibido; dad
5 Recomiendo aquí la lectura del libro “Los misterios del Reino de los cielos en las parábolas del Señor Jesucristo”, de Gino Ianfrancesco,
en http://www.cristiania.net/LECTURAS_1.html
de gracia” (Mt 9:35-38; 10:1.7-8).

La prueba de que el Reino de Dios está llegando a este mundo y comenzando a desalojar el príncipe de
este mundo, ‘el hombre fuerte’, es que ha venido alguien más fuerte que está saqueando su reino de
tinieblas y rescatando a sus cautivos como botín para Dios:

“Los fariseos dijeron: Este no echa fuera los demonios sino por Beelzebul, el príncipe de los demonios.
Pero como Jesús conocía sus pensamientos, les dijo: Todo reino dividido contra sí mismo está
arruinado. Y ninguna ciudad o casa dividida contra sí misma permanecerá. Y si Satanás echa fuera a
Satanás, contra sí mismo está dividido. ¿Cómo, pues, permanecerá en pie su reino? (…) Pero si por el
Espíritu de Dios yo echo fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios.
Porque, ¿cómo puede alguien entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes a menos que
primero ate al hombre fuerte? Y entonces saqueará su casa” (Mt 12:24-29).

En la medida en que el Reino de los Cielos iba ganando terreno en la tierra, Satanás perdía poder en los
aires, pues su poder en la tierra es ejercido por medio de sus demonios: “Los setenta volvieron con gozo,
diciendo: Señor, ¡aun los demonios se nos sujetan en tu nombre! El les dijo: Yo veía a Satanás caer del
cielo como un rayo” (Lc 10:17-18).

Todo el servicio público de Jesús tuvo como una de sus características eminentes sanar y liberar al
pueblo de sus demonios: “En la misma hora llegaron ciertos fariseos y le dijeron: Sal y vete de aquí,
porque Herodes te quiere matar. El les dijo: Id y decid a ese zorro: "He aquí echo fuera demonios y
realizo sanidades hoy y mañana, y al tercer día termino” (Lc 13:31-32).

4.4 Jesús, el Siervo de Yahveh, el Pastor de Israel, y la restauración del Pueblo de Dios

El concepto bíblico de ‘salvación’ abarca todas las dimensiones del ser humano. La salvación que Jesús
vino a traer era integral: por un lado, sanar, liberar y redimir de todas las cosas negativas que afectan al
cuerpo, el alma y el espíritu: enfermedades y dolencias del cuerpo, quebrantos y heridas del corazón, los
pecados y la muerte espiritual; por otro lado, impartir todas las cosas positivas dando la Bendición de
todas las bendiciones: el Espíritu.

Esta obra no se consumó hasta la muerte y resurrección de Jesús, pero comenzó ya en la vida y el
servicio de Jesús: perdonar pecados, sanar, liberar, devolver la vida…

“Jesús recorría toda Galilea enseñando en las sinagogas de ellos, predicando el evangelio del reino y
sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Su fama corrió por toda Siria, y le trajeron
todos los que tenían males: los que padecían diversas enfermedades y dolores, los endemoniados, los
lunáticos y los paralíticos. Y él los sanó (…) Al atardecer, trajeron a él muchos endemoniados. Con su
palabra echó fuera a los espíritus y sanó a todos los enfermos, de modo que se cumpliese lo dicho por
medio del profeta Isaías, quien dijo: El mismo tomó nuestras debilidades y cargó con nuestras
enfermedades” (Mt 4:23-24; 8:16-17; Is 53:4).

Este pasaje es sumamente importante para nuestro propósito. El pasaje de Isaías citado por Mateo para
explicar el significado del servicio de Jesús habla proféticamente de la obra de la cruz. Jesús, como el
Siervo de Yahveh, al expulsar demonios y sanar enfermos, estaba llevando a cabo la obra vicaria de
restauración y redención del Pueblo de Dios: todas las sanidades realizadas por Jesús o en el Nombre
de Jesús son el resultado de la redención del Señor, en la cruz Él tomó nuestras debilidades o dolencia
y cargó con nuestras enfermedades, realizando así una sanidad completa para nosotros: “por sus heridas
fuimos nosotros sanados”. Y según la exégesis que el Espíritu Santo hace de Isaías 53:4, estar
endemoniado es algo incluido en las enfermedades, dolencia y debilidades del pueblo, el ser sanados de
nuestras debilidades y enfermedades incluye la expulsión de los demonios, porque el pasaje de Isaías
se citó para describir lo que estaba haciendo el Señor: expulsar demonios y sanar enfermedades.

El ser liberados de los demonios es, pues, una de las provisiones de la obra de Cristo en la cruz. Una vez
más se confirma que la liberación forma parte de la salud integral que Cristo ganó en la cruz para los que
creen. Jesús siempre trató a los endemoniados como miembros dolientes de su pueblo que necesitaban
ser sanados por medio de liberación de sus demonios.

Dios no puede reinar sobre un pueblo devastado, oprimido y cautivo de Satanás y del pecado, por eso la
obra del Reino de Dios comienza sanando y liberando a su Pueblo. Es necesario detenernos en este
punto: el servicio de Jesús, que incluía sanar y liberar, fue dirigido al Pueblo de Dios (Israel en ese
momento), no a las naciones paganas. Confirmemos esto con dos ejemplos:

a) El primero se encuentra en Mateo 15:22-28:

“Entonces una mujer cananea que había salido de aquellas regiones, clamaba diciendo: —¡Señor, Hijo
de David, ten misericordia de mí! Mi hija es gravemente atormentada por un demonio. Pero él no le
respondía palabra. Entonces se acercaron sus discípulos y le rogaron diciendo: —Despídela, pues grita
tras nosotros. Y respondiendo dijo: —Yo no he sido enviado sino a las ovejas perdidas de la casa de
Israel. Entonces ella vino y se postró delante de él diciéndole: —¡Señor, socórreme! El le respondió
diciendo: —No es bueno tomar el pan de los hijos y echarlo a los perritos. Y ella dijo: —Sí, Señor.
Pero aun los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de sus dueños. Entonces respondió
Jesús y le dijo: —¡Oh mujer, grande es tu fe! Sea hecho contigo como quieres. Y su hija fue sana desde
aquella hora”.

Jesús se resistió a atender a la cananea porque no pertenecía al Pueblo de Dios, al cual había sido
enviado, y llama ‘el pan de los hijos’ a la liberación de los demonios, es decir, la sanidad y la
liberación constituyen parte de la provisión diaria con que el Padre sustenta a su familia, a su
pueblo. Sólo cuando Jesús comprobó asombrado que el Padre había concedido fe a esa extranjera, es
decir, que tenía aquello que convierte a una persona en ‘hija de Abraham’ (Gal 3:7), le concedió el pan
reservado a los hijos, a los miembros del Pueblo del Pacto. Y también aquí se muestra una vez más que
liberar a alguien de un demonio es sanarlo, sanar incluye liberar de demonios.

En esta misma línea nos instruye Lucas 13:10-16;

“Jesús enseñaba en una de las sinagogas en el sábado. Y he aquí una mujer que tenía espíritu de
enfermedad desde hacía dieciocho años; andaba encorvada y de ninguna manera se podía enderezar.
Cuando Jesús la vio, la llamó y le dijo: Mujer, quedas libre de tu enfermedad. Puso las manos sobre
ella, y al instante se enderezó y glorificaba a Dios. Y respondiendo el principal de la sinagoga, enojado
de que Jesús hubiese sanado en sábado, decía a la gente: —Seis días hay en la semana en los cuales se
debe trabajar. Venid, pues, en estos días y sed sanados, y no en el día de sábado. Entonces el Señor le
respondió diciendo: —¡Hipócrita! ¿No desata cada uno de vosotros en sábado su buey o su asno del
pesebre y lo lleva a beber? Y a ésta, siendo hija de Abraham, a quien Satanás ha tenido atada por
dieciocho años, ¿no debía ser librada de esta atadura en el día de sábado?”.

La beneficiaria del servicio de Jesús era una ‘hija de Abraham’, una persona de fe que asistía a la
sinagoga para escuchar la Palabra de Dios, un miembro del Pueblo del Pacto. De nuevo aquí vemos que
sanar y liberar están identificados como la misma cosa. Y algo más: que Satanás ata a las personas por
medio de espíritu malignos. Tener un espíritu de enfermedad era estar atada por Satanás, y viceversa.

b) Para el segundo relacionamos dos pasajes:

“Jesús recorría todas las ciudades y las aldeas, enseñando en sus sinagogas, predicando el evangelio
del reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia. Y cuando vio las multitudes, tuvo compasión de
ellas; porque estaban acosadas y desamparadas como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus
discípulos: "A la verdad, la mies es mucha, pero los obreros son pocos. Rogad, pues, al Señor de la
mies, que envíe obreros a su mies." Entonces llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad sobre los
espíritus inmundos para echarlos fuera, y para sanar toda enfermedad y toda dolencia. Los nombres
de los doce apóstoles son éstos: primero Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; también Jacobo
hijo de Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo el publicano; Jacobo hijo de
Alfeo, y Tadeo; Simón el cananita y Judas Iscariote, quien le entregó. A estos doce los envió Jesús,
dándoles instrucciones diciendo: "No vayáis por los caminos de los gentiles, ni entréis en las ciudades
de los samaritanos. Pero id, más bien, a las ovejas perdidas de la casa de Israel. Y cuando vayáis,
predicad diciendo: ’El reino de los cielos se ha acercado. Sanad enfermos, resucitad muertos, limpiad
leprosos, echad fuera demonios. De gracia habéis recibido; dad de gracia” (Mt 9:35 - 10:8) .
“Entonces vino a mí la palabra de Yahveh, diciendo: "Oh hijo de hombre, profetiza contra los pastores
de Israel… No fortalecéis a las ovejas débiles ni curáis a las enfermas. No habéis vendado a la
perniquebrada, ni habéis hecho volver a la descarriada, ni habéis buscado a la perdida. Más bien, las
habéis dominado con dureza y con violencia. Ellas se han dispersado por falta de pastor, y están
expuestas a ser devoradas por todas las fieras del campo. Han sido dispersadas; mis ovejas han
andado descarriadas en todos los montes y sobre toda colina alta. Mis ovejas han sido dispersadas por
toda la faz de la tierra, y no ha habido quien se preocupe de ellas ni quien las busque.’ Por eso, oh
pastores, oíd la palabra de Yahveh: "¡Vivo yo, dice el Señor Yahveh, que por cuanto mis ovejas fueron
expuestas a ser robadas o a ser devoradas por las fieras del campo, por no tener pastor, y mis pastores
no se preocuparon por mis ovejas, sino que los pastores se apacentaron a sí mismos y no apacentaron a
mis ovejas; por eso, oh pastores, oíd la palabra de Yahveh. Así ha dicho el Señor Yahveh: ¡He aquí yo
estoy contra los pastores, y demandaré mis ovejas de sus manos! Haré que dejen de apacentar a las
ovejas, y ellos dejarán de apacentarse a sí mismos. Libraré a mis ovejas de sus bocas, y no les servirán
más de comida." Ciertamente así ha dicho el Señor Yahveh: "He aquí, yo mismo buscaré mis ovejas y
cuidaré de ellas. Como el pastor cuida de su rebaño cuando está entre las ovejas dispersas, así cuidaré
de mis ovejas y las libraré en todos los lugares a donde han sido dispersadas en el día del nublado y de
la oscuridad” (Ez 34:1-12, Leer todo el capítulo).

Estas dos porciones de las Santas Escrituras son sumamente reveladoras. Entresaquemos algunas
enseñanzas más relevantes para nuestro propósito.
- En primer lugar confirma que el Señor vino para servir al Pueblo de Dios, a las ovejas perdidas de
Israel, no a las naciones paganas; los términos ‘pastor‘ y ‘ovejas’ se usan siempre en referencia al
Pueblo/Rebaño de Dios.
- En segundo lugar, revela que la sanidad y la liberación forman parte notable del oficio de pastoreo del
Pueblo de Dios.
- En tercer lugar, el descuido o abuso en el pastoreo debilita al rebaño de Dios y lo expone a ‘ser
robadas, devoradas y/o dispersadas por las fieras del campo’, todo lo cual es traducido por Jesús como
enfermedad, dolencia, demonización y muerte.
- En cuarto lugar, que Jesús es Dios mismo pastoreando a su pueblo, el cual envía obreros pastores a su
mies para llevar a cabo esa misión de reunir, sanar, liberar y dar vida a las ovejas de Dios.

Cuando Jesús constituyó a ‘Doce‘, estaba realizando un gesto profético que todo el pueblo entendió
perfectamente: Jesús estaba re-fundando entorno a su propia Persona al Pueblo de Dios (las doce tribus)
restaurado y redimido. Un nuevo Pacto estaba por consumarse, y desde la aparición pública de Jesús
pertenecer al Pueblo de Dios pasaba por reconocer a Jesús como el Hijo de David esperado, el Cristo de
Dios, creyendo en Él. Jesús comenzó a reunir al rebaño de Dios disperso en el día del nublado y de la
oscuridad, comenzó a restaurarlo de todas sus dolencias, a perdonar sus pecados y darle vida, les llamó a
entrar en el Reino, les dio la nueva Ley del Reino para enseñarles la vida en el Reino (Mt 5-7), y les
reveló los misterios del Reino de los cielos (Mt 13:11) diciéndoles: “No temáis, manada pequeña,
porque a vuestro Padre le ha placido daros el Reino” (Lc 12:32).
4.5 La victoria del Hijo del Hombre

Pero mientras el Señor Jesús avanzaba en el cumplimiento de la misión que el Padre le encomendó, el
diablo esperaba cada oportunidad para probarle y apartarlo de su obediencia al Padre. Hasta el último
segundo había tiempo, un desliz del Señor en el último momento habría malogrado toda su trayectoria y
frustrado el Plan de Dios. Le vemos pues usando a Pedro para apartarle del camino de la cruz (Mc 8:31-
33; Mc 15:29-32); y estando ya en la cruz, por medio de los que le rodeaban: “Y los que pasaban le
insultaban, meneando sus cabezas y diciendo: —¡Ah! Tú que derribas el templo y lo edificas en tres
días, ¡sálvate a ti mismo y desciende de la cruz! De igual manera, burlándose de él entre ellos mismos,
los principales sacerdotes junto con los escribas decían: —A otros salvó; a sí mismo no se puede salvar.
¡Que el Cristo, el rey de Israel, descienda ahora de la cruz para que veamos y creamos! También los
que estaban crucificados con él le injuriaban” (Mr 15:29-32). Si hubiera descendido, todo se habría
perdido.

Pero ¡gracias a Dios y toda la gloria sea a su santo Nombre!: ¡¡Jesús venció!!. Jesús de Nazaret, el Hijo
de Dios hecho hombre, vivió una vida humana perfecta, totalmente exenta de pecado (Hb 4:15; 1Pe
2:22). Nunca habló ni actuó por cuenta propia, sino lo que el Padre le decía y ordenaba (Jn 5:19; 7:16);
no buscaba su propia voluntad ni su gloria, sino la voluntad del Padre, la gloria del Padre, y agradarle en
todo (5:30; 8:29.49-50.54); su comida era hacer la voluntad del Padre (Jn 4:34). El momento culminante
de su obediencia fue en Getsemaní, cuando el Señor unió su voluntad a la del Padre para entregarse a sí
mismo a la muerte por la redención del mundo: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no
sea como yo quiero, sino como tú… Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba,
hágase tu voluntad” (Mt 26:39.42). Jesús terminó su vida sin que el diablo consiguiera ganar el más
mínimo terreno Él: “Ya no hablaré mucho con vosotros, porque viene el príncipe de este mundo y él no
tiene nada en mí” (Jn 14:30). Mientras que el diablo creyó que había destruido a Jesús, en realidad su
obediencia hasta la muerte estaba destruyendo al diablo, estaba aplastando la cabeza de la serpiente.
¡¡ALELUYA!! ¡¡GLORIA A DIOS POR LA INMACULADA VIDA DE NUESTRO PRECIOSO
SALVADOR Y SU GLORIOSA VICTORIA!!.

Jesús, como el ’último Adán’, estaba cumpliendo las promesa de Gn 3:15 y 12:3 acerca de ‘la simiente
de la mujer’ que aplastaría la cabeza de la serpiente y por medio de la cual serían bendecidas todas las
familias de la tierra.

4.6 Recapitulación.

Más arriba vimos que el asunto de la guerra espiritual forma parte ineludible de la economía de Dios
para el cumplimiento del Plan de Dios, pues el establecimiento del Reino de Dios requiere tratar con sus
enemigos. Es conveniente tener una visión equilibrada e integral de la guerra en la que estamos
envueltos.

a) El Pecado y la Muerte.

El principal enemigo con el que estamos (debemos estar) en guerra a muerte es el Pecado: “Pues
todavía no habéis resistido hasta la sangre combatiendo contra el pecado” (Hb 12:4). Hablamos aquí de
'el Pecado' en singular entendido este como un Poder esclavizante que habita la naturaleza caída del ser
humano y que como una ley le empuja inexorablemente a cometer 'pecados', en plural, cual frutos
alimentados desde aquella raíz (Rm 7:14-23), que conduce también inexorablemente a la separación de
Dios, es decir, la Muerte: “Porque la paga del pecado es muerte” (Rm 6:23a). Por eso es una lucha a
vida o muerte. “12 ...El pecado entró en el mundo por medio de un solo hombre y la muerte por medio
del pecado, así también la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron (...) 21 ...el
pecado reinó para muerte...” (Rm 5:12.21).
Sólo que esta lucha mortal contra el Pecado es multidimensional, hay envueltos a su alrededor un
conjunto de 'agentes de Pecado y de muerte' que actúan sinérgicamente para empujarnos al Pecado, y por
tanto, a la destrucción y la muerte.

b) Satanás y su reino de maldad.

Era necesario llegar hasta Jesús y la revelación neotestamentaria para poder identificar claramente este
enemigo.

Como hemos visto, el Pecado contra el que debemos luchar a muerte tiene un originador, promotor e
instigador: Lucero, que en su aspiración y rebelión para usurpar el trono de Dios y recibir la adoración
de todos -lo cual constituye la esencia del Pecado- devino 'padre del Pecado'. En su caída se convirtió así
en 'Satanás': el Adversario, el que se opone a los Plan de Dios y a la Iglesia (1Pe 5:8). Él es el
mentiroso y padre de la mentira que es homicida (asesino del hombre) desde el principio, y que peca
desde el principio (Jn 8:44;1Jn 3:8); es el tentador, que incita al hombre a caer en el Pecado (Mt 4:1-
11); es el diablo, el acusador, el que acusa al hombre día y noche delante de Dios para que sean
condenados como él por sus pecados (1Tim 3:6-7; Ap 12:10); es el maligno (Mt 13:19), Belial, es decir,
el perverso, el destructor (2Cor 6:15); 'la serpiente antigua', crecida hasta convertirse en 'el gran
dragón rojo' que engaña a todas las naciones para su destrucción (Ap 19:2), y que trata de engañar
también a la Iglesia (2Cor 11:3); el dios de este mundo (2Cor 4:4); el señor de la tinieblas (Hch
26:18); el promotor del Anticristo (2Tes 2:9), el príncipe de la potestad del aire (Ef 2:2); el líder de
toda la jerarquía angélica que arrastró con él en su rebelión y que le sirven en sus propósitos desde
las regiones celestes: principados, potestades, gobernadores mundiales de la oscuridad y huestes
espirituales de maldad (Ef 6:12);

Y también es Beelzebul: el príncipe de los demonios (Mt 12:24-25), los cuales, según nos es revelado,
vagan por la tierra tratando de entrar en las personas (Mt 12:43-45), y por medio de los cuales Satanás
lleva a cabo sus malignos y homicidas propósitos: engañar, impulsar al pecado, cegar a las personas y
apartarlas del camino de salvación, robar la Palabra de Dios de sus corazones, tomar control sobre ellas
para sus propósitos, infundirles temores y miedos, atormentarlas en diversas formas, provocarles
enfermedades físicas y mentales, tratar de empujarlas a comportamientos autodestructivos e incluso al
suicidio... porque “el ladrón no viene sino para robar, matar y destruir...” (Jn 10:10).

Finalmente, el diablo es el que tenía el dominio de la muerte (Hb 2:14)... ¡hasta que vino Cristo!
¡¡aleluya!! ¡¡Qué sería de nosotros si Cristo no hubiera venido y le hubiera vencido arrebatándole las
llaves de la Muerte y del Hades (Ap 1:18)!!.

c) La carne, el 'cuerpo de pecado y de muerte' y el 'viejo hombre.

No sólo peleamos, pues, contra los ataques de Satanás y sus huestes, sino contra nuestra propia
naturaleza envenenada por su rebelión, aliada con él, en sintonía con él, estimulada por él. Ya hemos
hecho una descripción de este enemigo más arriba. “14… yo soy carnal, vendido bajo esclavitud al
pecado. 18 Y yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien… el pecado que mora en mí” (Rm
7:14.18.20 VC).

La carne es territorio satánico, un terreno sobre el que reina el Pecado y sobre el cual Satanás tiene
derechos.

d) El mundo.

El sistema mundial satánico, el 'orden' conforme al cual está configurado este mundo bajo su poder (1Jn
5:19b; Gal 1:4). Sistemas políticos y económicos, sistemas de trabajo y consumo, religiones, ideologías
y filosofías, culturas y modas, ciencia y tecnología, medios de comunicación, formas de ocio y
distracción, multimedia... son realidades secuestradas o creadas por el dios de este mundo y trenzadas
por él como una sutil red para tener cautiva a la gente, para estimular nuestra naturaleza pecaminosa, y
distraernos y ocuparnos con el fin de alejarnos de Dios y su propósito. Está constituido en su esencia
también por 'epidsumía', es decir, codicia, concupiscencia, deseo, pasiones desordenadas (Tit 2:12), que
la Escritura resume en: los deseos de la carne, los deseos de los ojos y la soberbia de la vida (1Jn 2:16).

e) El Anticristo y su imperio bestial.

El mundo tiene aspecto de 'civilización', con diferentes formas epocales, pero a los ojos de Dios (que ve
la realidad de las cosas) no es más que una sucesión de 'bestias' (Dn 7), de regímenes imperiales de
dominación tras los cuales operan los diferentes príncipes satánicos (Dn 10) por medio de los cuales
Satanás busca acabar con el Pueblo de Dios y el control total del mundo para recibir adoración. A esto se
refiere la Escritura cuando dice: “ya está obrando el misterio de la iniquidad” (2Tes 2:7).

Los creyentes no pelean contra ‘sangre ni carne’, sino contra enemigos espirituales. Pero esos enemigos
espirituales sí usan personas de carne y hueso contra los creyentes, como usaron a los judíos contra Jesús
y los apóstoles, o a los emperadores romanos contra la iglesia primitiva, o a la iglesia romana contra los
santos desde el s. IV, o a tantos regímenes ateos o religiosos que han seguido persiguiendo a los
cristianos hasta hoy…

La última generación de cristianos de la presente era (muy probablemente nosotros) tendrá que
enfrentarse a la última manifestación de este misterio de iniquidad: un imperio 'bestial' síntesis de todos
los anteriores (Ap 13:1-4), encabezado por “el hombre de iniquidad, el hijo de perdición; este se
opondrá y se alzará contra todo lo que se llama Dios o que se adora, tanto que se sentará en el templo
de Dios haciéndose pasar por Dios... El advenimiento del inicuo es por operación de Satanás, con
todo poder, señales y prodigios falsos” (2Tes 2:3-4.9; Ap 13:2), llamado por Juan 'el Anticristo' (1Jn
2:18), al cual, además de subyugar todas las naciones, 'le fue permitido hacer guerra contra los santos
y vencerlos' (Ap 13:7a; Dn 7:21.25).

Sin entrar en más detalles, y aunque otros hermanos sostienen que la Iglesia no estará en la tierra cuando
reine esta 'bestia', personalmente concuerdo con los hermanos que piensan que los datos bíblicos van en
otra dirección, y prefiero mantener esta advertencia para la seria consideración de mis hermanos, porque
las señales de los tiempos están como una luz roja parpadeando intensamente.

Conclusión.

Cuando proclamamos al mundo que Jesús es el Salvador, muchos se burlan preguntando que de qué
necesitan salvación... La Escritura, como vemos, responde con mucha claridad.

A la luz de esta formidable oposición que se interpone entre el hombre y el Propósito de Dios, ¿podemos
apreciar mejor la gloria con que resplandecerá la gracia de Dios en sus vencedores (Ef 1:5-6), y la
vergüenza eterna que supondrá para el diablo? “Por causa de tus adversarios has hecho que brote la
alabanza de labios de los pequeñitos y de los niños de pecho, para silenciar al enemigo y al rebelde”
(Sal 8:2). Lucero, siendo la criatura más bella y perfecta del mundo espiritual y sirviendo en la
mismísima presencia de Dios, erró su destino; algunos de los hijos de Adán al menos, que fueron
tomados del barro, partiendo de una situación caída y bajo el dominio de tamaña oposición espiritual,
glorificarán el Nombre de Dios alcanzando su maravilloso Propósito y reinarán con Él por los siglos.
¡Oh la profundidad de las riquezas, y de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán
incomprensibles son sus juicios e inescrutables sus caminos! Porque: ¿Quién entendió la mente del
Señor? ¿O quién llegó a ser su consejero? ¿O quién le ha dado a él primero para que sea
recompensado por él? Porque de él y por medio de él y para él son todas las cosas. A él sea la gloria
por los siglos. Amén” (Rm 11:23-36).
5. La victoria de Jesús consumada en su muerte y resurrección, y la nueva situación del creyente
‘en Cristo’.

“Cuando Jesús recibió el vinagre, dijo: ¡Consumado es!


Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu” (Jn 19:30).

Sólo a la vista de la terrible condición en que se encuentra el hombre caído bajo el poder esta poderosa
confederación del mal se puede comenzar a apreciar debidamente la grandiosa obra de salvación
realizada por Dios en Cristo por medio de la cruz, la cual resuelve todos los problemas de Dios y del
Hombre, y despeja el camino para la plena realización del Plan de Dios: le reunión de todas las cosas
bajo Cristo como Cabeza de la Iglesia para reinar sobre todas las cosas.

No podemos entrar aquí en todos los aspectos de la obra de la cruz y las glorias que vinieron por medio
de ella, nos limitaremos a recordar brevemente los más directamente relacionados con nuestro tema
enmarcándolos en una distinción que nos es necesario aclarar para nuestro asunto: una cosa es la obra
que Jesús llevó a cabo en la cruz considerada en sí misma, al margen de la posición que los hombres
tomen respecto de ella, y otra es la respuesta del hombre a esa obra según la cual rechaza los beneficios
de esa obra o se los apropia.

5.1 La obra objetiva de la cruz

a) La cruz y los pecados.

“El anuló el acta que había contra nosotros, que por sus decretos nos era contraria, y la ha quitado de
en medio al clavarla en su cruz” (Col 2:14).

Los pecados, como transgresión de la Ley de Dios, nos sitúan bajo el justo juicio de Dios. Para resolver
esto, Dios envió a Jesús como nuestro sustituto, como el Cordero perfecto e inmaculado de Dios sobre el
que fueron puestos todos nuestros pecados para juzgarlos y castigarlos. Jesucristo, quien no conoció
pecado, fue hecho pecado por nosotros (2Cor 5:21), y sobre él recayó nuestro castigo (Is 53:4-6; 1Pe
2:24). Él entregó voluntariamente su vida en la cruz en expiación por los pecados de todo el mundo (Jn
1:29; 1Jn 2:2).

b) La cruz y la carne.

“Y sabemos que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él,
para que el cuerpo del pecado sea destruido,
a fin de que ya no seamos esclavos del pecado” (Rm 6:6).

Jesucristo no cargó sobre sí sólo con el pecado del mundo, sino con la Raza humana caída, con el viejo
Adán, siendo crucificado juntamente con Él. En la cruz Dios terminó judicialmente con nuestro viejo
hombre pecaminoso y carnal.

c) La cruz, Satanás y sus huestes, y la muerte.

“…y en cuanto a juicio,


porque el príncipe de este mundo ha sido juzgado” (Jn 16:11).
“También despojó a los principados y autoridades, y los exhibió como espectáculo público, habiendo
triunfado sobre ellos en la cruz“ (Col 2:15).

Como hemos señalado, la aparente derrota de Jesús, el Cristo, en la cruz, fue su victoria, la victoria
judicial sobre Satanás y sus principados y potestades. Como el Hijo del Hombre, el último Adán superó
la prueba que el primer Adán no pudo superar: vivió por el Padre (comió del árbol de la vida), resistió
las tentaciones del diablo (rechazó el árbol de la ciencia del bien y del mal), mantuvo su obediencia
hasta la muerte, cumplió fielmente la misión que el Padre le encomendó, por tanto el Padre le
recompensó, ahora sí, con la Vida eterna y el Trono. Contrariamente a la satánica mentira, siempre
quiso Dios compartir con el Hombre su Vida y su Trono, pero por el camino de Dios: la
dependencia, la obediencia, la comunión. Por su obediencia hasta la muerte Jesús avergonzó a los
rebeldes, y recuperó los derechos legales sobre el mundo (la tierra, los aires y el mar) que Adán perdió,
por eso el status de Satanás ahora no es de dueño, sino de usurpador sentenciado al desahucio, sentencia
cuya ejecución el Señor quiere llevar a cabo por medio de Su Iglesia.

Vale la pena deleitarse un momento en la victoria de nuestro gran Dios y Salvador, nuestro Precursor en
la gloria:

“Yahveh me ha pagado conforme a mi justicia; conforme a la limpieza de mis manos me ha


recompensado. Porque he guardado los caminos de Yahveh, y no me he apartado impíamente de mi
Dios. Porque delante de mí han estado todos sus juicios, y no he apartado de mí sus estatutos. Fui
íntegro para con él, y me guardé de mi maldad. Por tanto, Yahveh me ha recompensado conforme a mi
justicia, conforme a la limpieza de mis manos ante sus ojos” (Sal 18:20-24).

“¡Oh Yahveh, el rey se alegra en tu poder! ¡Cuánto se goza en tu salvación! Le has concedido el deseo
de su corazón, y no le has negado la petición de sus labios. (Selah) Le has salido al encuentro con las
mejores bendiciones; corona de oro fino has puesto sobre su cabeza. Te pidió vida, y se la concediste;
vida extensa, eternamente y para siempre. Gloria grande halla en tu liberación; honra y esplendor has
puesto sobre él. Porque le has dado bendiciones para siempre, y le has colmado con la alegría de tu
rostro” (sal 21:1-6).

“Yahveh dijo a mi señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos como estrado de tus
pies. Yahveh enviará desde Sión el cetro de tu poder; domina en medio de tus enemigos” (Sal 110:1-2).

“Sepa, pues, con certidumbre toda la casa de Israel, que a este mismo Jesús a quien vosotros
crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo (Hch 2:36).

“Cristo Jesús, existiendo en forma de Dios, él no consideró el ser igual a Dios como algo a qué
aferrarse; sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los
hombres; y hallándose en condición de hombre, se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la
muerte, ¡y muerte de cruz! Por lo cual también Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que
es sobre todo nombre; para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los
cielos, en la tierra y debajo de la tierra; y toda lengua confiese para gloria de Dios Padre que
Jesucristo es Señor” (Flp 2:5-11).

El descenso de Jesucristo no terminó en la cruz, durante su muerte todavía descendió más, hasta el más
profundo abismo, para arrebatar a Satanás las llaves de su poder:

“Yo soy el primero y el último, el que vive. Estuve muerto, y he aquí que vivo por los siglos de los siglos.
Y tengo las llaves de la muerte y del Hades” (Ap 1:17-18);

“9 ... para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos. 14…para destruir por medio de la
muerte al que tenía el dominio sobre la muerte (éste es el diablo), 15 y para librar a los que por el
temor de la muerte estaban toda la vida condenados a esclavitud” (Hb 2:9.14-15).

¡También tus redimidos nos gozamos grandemente en tu victoria, Señor Jesús, y doblamos
voluntariamente nuestras rodillas ante ti, oh Rey de reyes y Señor de señores!.
d) La cruz y el mundo.

“Ahora es el juicio de este mundo.


Ahora será echado fuera el príncipe de este mundo“ (Jn 12:31).

Mientras el mundo, representado por las autoridades de Israel y el poder imperial romano, condenaban a
Jesús a la muerte, estaba siendo expuesta su maldad y el juicio correspondiente: “…negasteis al Santo y
Justo; pedisteis que se os diese un hombre asesino, y matasteis al Autor de la vida…” (Hch 3:14-15). En
la cruz fue expuesta la maldad y perversión de este mundo que clavó en una cruz a Dios mismo hecho
hombre. En la cruz fue crucificado este kosmos perverso (Gal 6:14) y sentenciado su príncipe.

5.2 La apropiación subjetiva y progresiva de la obra de la cruz.

a) El don del Espíritu

El Hijo asumió en el vientre virginal de María nuestra naturaleza humana, logró consumar una vida
humana libre de cualquier contaminación satánica, y resucitando de entre los muertos entró en la gloria
como Precursor (Hb 6:20): “Aunque era Hijo, aprendió la obediencia por lo que padeció. Y habiendo
sido perfeccionado, llegó a ser Autor de eterna salvación para todos los que le obedecen” (Hb 5:8-9).
Jesús elevó la naturaleza humana a su plena realización, llegó a ser ‘el Segundo Hombre’, el Hombre
celestial conforme al Plan de Dios (1Cor 15:47), aquel que siempre estuvo buscando desde que dijo
“hagamos al Hombre a nuestra imagen y semejanza y señoree”.

Desde esa posición en la gloria, como el Nuevo Hombre glorificado, Dios envió el Espíritu de Jesús para
abrir el camino de la Nueva Creación a todos lo que le obedecen creyendo en su Nombre: “Así que,
exaltado por la diestra de Dios y habiendo recibido del Padre la promesa del Espíritu Santo, ha
derramado esto que vosotros veis y oís” (Hch 2:33).

La plena salvación de Dios en Cristo consumada en la cruz, confirmada en la resurrección y


entronización de Cristo a la diestra del Padre, fue puesta a disposición de todos (primero Israel) por
medio del Espíritu de Jesucristo derramado (Hch 2:16-17). Él es el portador de la Persona y la Obra del
Dios-Hombre Jesús en toda su riqueza: Él trae todas las provisiones ganadas por el Hijo en su
encarnación, su vida humana perfecta, su muerte expiatoria, su resurrección, su ascensión, su
entronización y su ministerio celestial (Abogado y Sumo Sacerdote). Y es por medio de la fe que el
hombre caído puede recibir el Espíritu y apropiarse de todas esas provisiones: “Pero en el último y gran
día de la fiesta, Jesús se puso de pie y alzó la voz diciendo: —Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El
que cree en mí, como dice la Escritura, ríos de agua viva correrán de su interior. Esto dijo acerca del
Espíritu que habían de recibir los que creyeran en él, pues todavía no había sido dado el Espíritu,
porque Jesús aún no había sido glorificado” (Jn 7:37-39). La obediencia de la fe es el camino para la
salvación y para el Reino.

La cruz quita todas las cosas negativas, la resurrección introduce todas las ricas bendiciones de Dios en
Cristo. Ambas son la base de la victoria contra todos los poderosos enemigos que hemos enumerado y
descrito… por medio de la fe, que traslada al hombre desde su posición ‘en Adán‘ a una nueva posición
‘en Cristo’.

b) La constitución tripartita del Hombre y las etapas de la apropiación de ‘una salvación tan
grande’ (Hb 2:3).
La salvación, cada una de sus provisiones, no se consigue por medio de obras, sino por recibir con fe:
“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios. No es por
obras, para que nadie se gloríe” (Ef 2:8-9). Porque la fe no es una obra, sino la forma adecuada de
recibir un regalo: “Al que obra, no se le considera el salario como gracia, sino como obligación. Pero
al que no obra, sino que cree en aquel que justifica al impío, se considera su fe como justicia” (Rm 4:4-
5).

El don de la salvación completa, en todas sus riquezas y dimensiones, está ya realizada, terminada,
y contenida en el Espíritu Santo derramado. Es una salvación tan grande que incluye todo lo
necesario para llevar a un pecador bajo el juicio de Dios hasta la gloria, pasando por el perdón de sus
pecados, su reconciliación, su justificación, su regeneración por la recepción del Espíritu Santo, su
participación de la Vida eterna y de la naturaleza divina, su in-corporación a Cristo, su santificación, su
transformación, su edificación como miembro del Cuerpo, su conformación a la imagen del Hijo
individual y corporativamente, y la redención de su cuerpo. Pero la obra objetiva de la salvación
realizada en Cristo no es efectiva ‘automáticamente’ en el hombre caído, Dios espera que sea recibida
por medio de la fe, espera que el pecador se apropie subjetivamente esa salvación completa que le es
ofrecida para que se haga efectiva para él. Y Dios ha dispuesto que eso ocurra por etapas, de acuerdo a la
constitución de su ser: espíritu, alma y cuerpo.

c) La gracia (don) capacitante

El hombre no puede salvarse a sí mismo, su libertad es responsable (debe responder de sus actos), pero
al caer bajo la esclavitud del Pecado se ha vuelto incapaz, no puede obedecer la Ley de Dios. Su
naturaleza ha quedado totalmente depravada, y su salvación depende totalmente de Dios. Pero la
salvación de Dios incluye restaurar al hombre caído a su dignidad, devolverle su libertad, el ejercicio de
su libre albedrío para aceptar entrar en comunión con su Creador, conforme a su Propósito original.
¿Acaso Satanás podría haber obligado a Dios a renunciar a su Propósito original?. La libertad del
hombre necesita ser liberada para poder recibir el don de Dios y obedecerle, porque Dios, en su
soberanía, desea interlocutores responsables, libres a su imagen y semejanza, no autómatas: “somos
‘sinergós’ (sinergia) de Dios” (1Cor 3:9): ayudantes, compañeros, co-laboradores, co-operadores. Para
esto fue dispuesta la Redención. Una prueba de que esto es así es el mandato divino de creer y de
arrepentirse: “Jesús vino a Galilea predicando el evangelio de Dios, y diciendo: "El tiempo se ha
cumplido, y el reino de Dios se ha acercado. ¡Arrepentíos y creed en el evangelio!” (Mr 1:14-15); “Por
eso, aunque antes Dios pasó por alto los tiempos de la ignorancia, en este tiempo manda a todos los
hombres, en todos los lugares, que se arrepientan” (Hch 17:30). Si Dios ordena algo es porque espera
obediencia, y si espera obediencia es porque es posible obedecer. Dada la depravada condición del
hombre caído, si es posible obedecer es porque Dios capacita por su gracia para obedecer. Veamos cómo.

Hemos dicho que los hombres no son salvos automáticamente por el hecho de que Cristo haya muerto
por todos, pero es un hecho claramente establecido por la Escritura la voluntad salvífica universal de
Dios: “…Dios nuestro Salvador, quien quiere que todos los hombres sean salvos y que lleguen al
conocimiento de la verdad” (1Tim 2:3-4). Dios no envió a su Hijo al mundo para salvar a unos pocos,
“Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores” (1Tim 1:15), es decir, a todos, porque todos
somos pecadores. El don (gracia, regalo) de la salvación no fue dispuesto para unos pocos, “porque la
gracia salvadora de Dios se ha manifestado a todos los hombres” (Tit 2:11). Jesús murió no sólo por
los pecados de los creyentes, “Él es la expiación por nuestros pecados, y no solamente por los nuestros,
sino también por los de todo el mundo” (1Jn 2:2), “se dio a Sí mismo en rescate por todos” (1Tim 2:6).

Puesto que la salvación fue dispuesta para todos los hombres, Dios manda proclamarla a todos los
hombres: "Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Mc 16:15), “(Dios) manda a
todos los hombres, en todos los lugares, que se arrepientan” (Hch 17:30), “Por tanto, id y haced
discípulos a todas las naciones…” (Mt 28:19).
Cuando el Evangelio, la Palabra de Dios, la Palabra de Cristo, la Palabra de la salvación, es anunciada a
todos los hombres, Dios les está dando (don) la fe: “Por esto, la fe es por el oír, y el oír por la palabra
de Cristo” (Rm 10:17); mientras el Espíritu Santo sobre ellos les convence de pecado, justicia y juicio:
“Y cuando El venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no
creen en Mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe
de este mundo ha sido ya juzgado” (Jn 16:8-11). El arrepentimiento es también un don de Dios a judíos
y gentiles por medio de la exaltación de Cristo (Hch 5:31; 11:18).

De modo que la gracia salvadora de Dios fue manifestada a todos, la salvación fue dispuesta para todos,
fue proclamada a todos regalando a todos el don de la fe al oírla para que puedan creer el Evangelio y
ser salvos, convencidos por el Espíritu que viene en su ayuda para que puedan arrepentirse… Sólo queda
que el pecador aproveche tanta gracia ofrecida a él para ‘recibir’ la salvación ejercitando la fe que le es
dada: “Y así nosotros, como colaboradores (sinergoi), os exhortamos también que no recibáis en vano
la gracia de Dios; porque dice: En tiempo favorable te escuché, y en el día de la salvación te socorrí.
¡He aquí ahora el tiempo más favorable! ¡He aquí ahora el día de salvación!” (2Cor 6:1-2).

Pero desgraciadamente no todos aprovechan tanta gracia, no todos aprovechan la elevación de su


libertad para recibir el testimonio del Evangelio, no todos aceptan y ejercen la fe que les es dada, su
corazón no recibe la Palabra de la salvación como tierra buena, sino que vuelven a ejercer su libre
albedrío para rechazar el Don de Dios: “Por lo demás, hermanos, orad por nosotros para que la
palabra del Señor se difunda rápidamente y sea glorificada, así como sucedió también entre vosotros; y
que seamos librados de hombres perversos y malos; porque no es de todos la fe” (2Tes 3:1-2). Dios ha
querido salvar a todos, pero su salvación sólo se hace efectiva en los que la reciben por medio de la fe:
“Porque para esto mismo trabajamos arduamente y luchamos, pues esperamos en el Dios viviente,
quien es el Salvador de todos los hombres, especialmente de los que creen” (1Tim 4:10).

A causa del pecado de Adán todos fuimos constituidos pecadores, destituidos de la gloria de Dios, bajo
su justo juicio (Rm 5:19; 3:19.23). Tan pronto somos capaces confirmamos nuestra naturaleza caída
pecando voluntariamente (Rm 5:12). Pero no es por eso que se condenan los hombres, porque “donde el
pecado abundó, sobreabundó la gracia… hay una gran diferencia entre el pecado de Adán y el regalo
del favor inmerecido de Dios. Pues el pecado de un solo hombre, Adán, trajo muerte a muchos. Pero
aún más grande es la gracia maravillosa de Dios y el regalo de su perdón para muchos por medio de
otro hombre, Jesucristo” (Rm 5:20.15 NTV). Los hombres no se condenan porque están bajo
condenación a causa de su condición caída y sus pecados, se condenan porque escogen permanecer
bajo condenación, porque rechazan la mano tendida de Dios para ser salvos de su justa condenación, se
condenan por rechazar la gracia y la salvación de Dios en Cristo, escogiendo así permanecer bajo
condenación: “Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el
mundo sea salvo por él. El que cree en él no es condenado; pero el que no cree ya ha sido condenado,
porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Y ésta es la condenación: que la luz ha
venido al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas” (Jn
3:17-19). Al rechazar al Salvador, Jesucristo, se ratifican en su condenación.

Claro que Dios no necesita esperar para saber la respuesta de cada uno a su oferta de salvación, porque
Él no vive en el tiempo, para Él no hay pasado, presente y futuro. En su ‘presciencia’ o conocimiento
anticipado, desde antes de la fundación del mundo Él ya sabe quién recibirá a su Hijo y quién le
rechazará. Y es en base a su conocimiento anticipado de esa decisión que Dios escoge y pre-destina:

“Pedro, apóstol de Jesucristo; a los expatriados de la dispersión en Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y
Bitinia, elegidos conforme al previo conocimiento de Dios Padre por la santificación del Espíritu, para
obedecer a Jesucristo y ser rociados con su sangre: Gracia y paz os sean multiplicadas” (1Pe 1:1-2).

“Sabemos que a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la
imagen de su Hijo; a fin de que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a
éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también
glorificó” (Rm 8:29-30).

¿Qué es lo que Dios conoce en los pecadores de antemano como base sobre la cual predestina? No
son sus obras o alguna clase de mérito personal que pudieran tener, sino su respuesta al Don de
Dios, Dios conoce a los que aprovechando la gracia recibirán a Cristo y serán trasladados de Adán a
Cristo. Dios pre-destina ‘en Cristo’, da de antemano un destino a todos aquellos que en su momento
serán in-corporados a Cristo, el único en quien descansa toda bendición de Dios:

“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien nos ha bendecido en Cristo con toda
bendición espiritual en los lugares celestiales. Asimismo, nos escogió en él desde antes de la fundación
del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él. En amor nos predestinó por medio de
Jesucristo para adopción como hijos suyos, según el beneplácito de su voluntad, para la alabanza de la
gloria de su gracia, que nos dio gratuitamente en el Amado. En él tenemos redención por medio de su
sangre, el perdón de nuestras transgresiones, según las riquezas de su gracia…” (Ef 1:3-7).

Así Dios ‘ordena’ todas las circunstancias de la vida de los que conoce de antemano que van a creer:
“Los gentiles, oyendo esto, se regocijaban y glorificaban la palabra del Señor, y creyeron todos los que
estaban ordenados para vida eterna” (Hch 13:48 RV60); los prepara de antemano para gloria como
‘vasos de misericordia’ para dar a conocer las riquezas de su gloria (Rm 9:23).

Es igualmente cierto que Dios dice: “Tendré misericordia de quien tenga misericordia, y me
compadeceré de quien me compadezca. Por lo tanto, no depende del que quiere ni del que corre, sino de
Dios quien tiene misericordia… De manera que de quien quiere, tiene misericordia; pero a quien
quiere, endurece’ (Rm 9:15-18). Dios es soberano y podría determinar arbitrariamente salvación o
perdición, pero no lo hace así, no es conforme a Su carácter. Su soberanía está ejercida conforme a su
carácter, y el carácter del Dios vivo no es arbitrario. Y Él, en su soberanía, ha querido tener misericordia
de todos: “Porque Dios encerró a todos bajo desobediencia, para tener misericordia de todos” (Rm
11:32). Por eso, si tiene misericordia o endurece es ‘conforme a su conocimiento anticipado’
(presciencia) de la respuesta del hombre a su gracia. Tampoco ‘pre’-destina para condenación, nunca
dice esto la Escritura, sólo ‘destina’, de acuerdo a la respuesta del hombre impío a la gracia de Dios:
“Aquéllos tropiezan, siendo desobedientes a la palabra, pues para eso mismo fueron destinados” (1Pe
2:8); “Porque algunos hombres han entrado encubiertamente, los cuales desde antiguo habían sido
destinados para esta condenación. Ellos son hombres impíos, que convierten la gracia de nuestro Dios
en libertinaje y niegan al único Soberano y Señor nuestro, Jesucristo” (Jud 1:4). ¿Por qué ‘desde
antiguo’? Porque Dios ya los conocía antes que existieran, y los ‘destinó’ conforme a lo que ya conocía
de ellos.

5.3 La salvación y sus tiempos

Dos palabras son usadas para hablan de la ‘salvación’:


- sozo: salvar, librar, sanar, preservar;
- sotería: salud, salvación, liberación, libertad;

Los dos términos son usados indistintamente para referirse tanto al aspecto de la salvación espiritual
como a la liberación de los enemigos y la salud corporal. ‘Salvación’, ‘liberación’ y ‘salud’, los tres
aspectos forman parte del concepto bíblico de ‘la salvación’, una salvación ‘integral’ que afecta tanto al
espíritu como al alma y al cuerpo del hombre.

Por otra parte observamos que la Escritura en unos pasajes habla de la salvación de los creyentes en
pasado, como un hecho consumado; en otros, en presente, salvación como algo que está en proceso
todavía; y en otros, como algo que se espera en el futuro.
a) en pasado.

“Estas cosas os he escrito a vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios, para que sepáis que
tenéis vida eterna” (1Jn 5:13).

“En cuanto a vosotros, estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales anduvisteis en otro
tiempo, conforme a la corriente de este mundo y al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que
ahora actúa en los hijos de desobediencia. En otro tiempo todos nosotros vivimos entre ellos en las
pasiones de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de la mente; y por naturaleza éramos
hijos de ira, como los demás. Pero Dios, quien es rico en misericordia, a causa de su gran amor con
que nos amó, aun estando nosotros muertos en delitos, nos dio vida juntamente con Cristo. ¡Por gracia
sois salvos (sózo)! Y juntamente con Cristo Jesús, nos resucitó y nos hizo sentar en los lugares
celestiales… Porque por gracia sois salvos (sózo) por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don
de Dios. No es por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura de Dios, creados en Cristo
Jesús para hacer las buenas obras que Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas” (Ef
2:1-10).

b) en presente.

“…ocupaos en vuestra salvación (sotería) con temor y temblor; porque Dios es el que produce en
vosotros tanto el querer como el hacer, para cumplir su buena voluntad” (Flp 2:12-13).
c) en futuro.

“Luego, siendo ya justificados por su sangre, cuánto más por medio de él seremos salvos (sózo) de la
ira. Porque si, cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo,
cuánto más, ya reconciliados, seremos salvos (sózo) por su vida” (Rm 5:9-10).

“Y haced esto conociendo el tiempo, que ya es hora de despertaros del sueño; porque ahora la
salvación (sotería) está más cercana de nosotros que cuando creímos” (Rm 13:11).

“…que sois guardados por el poder de Dios mediante la fe, para la salvación (sotería) preparada para
ser revelada en el tiempo final” (1Pe 1.5).

Esto demuestra claramente que la salvación del pecador pasa por varias fases o etapas antes de llegar a la
glorificación total. Y cuando estudiamos de cerca este hecho, descubrimos dos cosas:

Por un lado, que los tiempos de la salvación están relacionados directamente con la constitución
tripartita del ser humano. Cuando Adán pecó, lo primero que murió fue su espíritu, quedando
incapacitado para la comunión con Dios (“el día que comas de él, ciertamente morirás” (Gn 2:17).
Luego su alma se fue distorsionando y quedando bajo el poder del pecado y de las pasiones del cuerpo
de pecado. Lo último en morir fue su cuerpo (¡a los 930 años!). Es como cuando uno desenchufa un
ventilador, pero este todavía sigue rodando unos segundos más. Pues bien, la salvación de Dios recorre
ahora el camino inverso:
- la regeneración del espíritu al creer;
- la transformación del alma el resto de la peregrinación terrenal;
- y la resurrección del cuerpo cuando Cristo regrese.

Por otro, vemos también que a veces se habla de la salvación por medio de la sola fe, y como algo
seguro e irrevocable que no se puede perder; y otras veces como algo condicionado, que depende de
cumplir ciertas exigencias, y es dado como recompensa que se puede perder. Puesto que la Escritura no
se contradice a sí misma, debemos entender, pues, que hay aspectos ‘irrevocables’ de la salvación que
nos apropiamos por la sola fe, y aspectos que en algún sentido susceptibles de pérdida dependiendo del
cumplimiento de ciertos requisitos.

Un estudio detenido de este tema excede nuestro propósito, aunque sí necesitamos un entendimiento
básico. Comprobemos, pues, estas cosas considerando las tres etapas por las que el creyente, de acuerdo
a la constitución de su ser, se va apropiando de ‘una salvación tan grande’.
5.4 Las etapas de la salvación

a) La salvación del espíritu.

“Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo que a menos que uno nazca de
agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que ha nacido de la carne, carne es; y lo
que ha nacido del Espíritu, espíritu es” (Jn 3:5-6).

En esta etapa, cuando la fe es despertada en el pecador por el Evangelio y cree el mensaje de la


salvación, este recibe los dones iniciales y básicos de la salvación: el perdón de los pecados, que quita la
barrera para la comunión con Dios, y el Espíritu Santo, el cual contiene todas las riquezas de la
salvación: “Hermanos, ¿qué haremos? Pedro les dijo: Arrepentíos y sea bautizado cada uno de vosotros
en el nombre de Jesucristo para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo”
(Hch 2:38).

Aquí sólo podemos enumerar someramente algo de lo que ocurre en el pecador cuando cree y se bautiza
‘en Cristo Jesús’:

Por medio de la fe en la sangre de Jesucristo, en su muerte expiatoria, y el bautismo6:


- son borrados todos sus pecados (Hch 10:43; 13:38; Ef 1:7b...);
- es reconciliado con Dios (Rm 5:10);
- es hecho acepto para Dios en el Amado (Ef 1:6);
- es redimido y comprado para (Ef 1:7a; Col 1:14; 1Pe1:18...);
- es trasladado del reino de las tinieblas al Reino del Hijo amado (Col 1:13);
- es declarado justo (justificado) delante de Dios al imputársele la justicia de
Cristo y ser revestido -como con un manto- de la justicia de Cristo (Hch 13:39;
Rm 3:24...);
- es puesto en paz con Dios (Rm 5:1)
- es declarado santo (santificado), apartado para Dios (1Cor 1:2a; 6:11; Col
1:22);
- es crucificado, sepultado, resucitado y sentado en los lugares celestiales
juntamente con Cristo (Rm 6:3-7; Col 2:13);
- es libertado del poder del pecado (Rm 6).

Por medio de la recepción del Espíritu Santo:


- su espíritu muerto es re-generado -el nuevo nacimiento- (Jn 1:12-13; 3:1-21;
1Pe 1:23; Stg 1.18): “…él nos salvó (sozo), no por las obras de justicia que
nosotros hubiésemos hecho, sino según su misericordia; por medio del
lavamiento de la regeneración y de la renovación del Espíritu Santo, que él
derramó sobre nosotros abundantemente por medio de Jesucristo nuestro
Salvador” (Tit 3.5-6);
- recibe la vida divina, eterna (Jn 3:15; 1Jn 5:13...);
- participa de la naturaleza divina (2Pe 1:4);
- es hecho hijo en el Hijo (Jn 1.12-13; Ef 1:5...), familiar de Dios (Ef 2:19);
- es hecho heredero de Dios y co-heredero con Cristo (Rm 8:17; Col 1:12);

6 El agua por sí sola no tiene ningún poder espiritual, como sostiene el catolicismo; es por la fe en la realidad espiritual significada en el
bautismo que la inmersión realizada en obediencia al Señor produce en el creyente el significado espiritual del bautismo: la identificación-
unión con Cristo muerto, sepultado y resucitado.
- es bautizado (sumergido) por el Espíritu Santo en el Cuerpo de Cristo, in-
corporado a Cristo, hecho miembro de Su Cuerpo (1Cor 12:12-13.27).

“Pero el que se une con el Señor, un espíritu es” (1Cor 6:17), dice el texto griego a secas. Comparando
las diversas traducciones podemos comprender lo que significa: el que se une con el Señor, un espíritu es
con Él, se hace un solo espíritu con Él, se vuelve uno con el Señor en espíritu.

Esta es una novedad absoluta y radical respecto a la condición del hombre ‘en Adán’. En el Antiguo
Testamento Dios derramaba su Espíritu “sobre” algunos miembros del Pueblo santo, como Moisés, los
jueces, los reyes, los profetas, como revestimiento de poder para llevar a cabo su misión. Pero el Espíritu
les podía ser retirado (1Sam 16:14; Sal 51:11), y todavía no podía morar “en” ninguno de ellos, “porque
todavía no había Espíritu, pues Jesús no había sido aún glorificado” (Jn 7:39 BTX, siguiendo
literalmente el texto griego). Obviamente no es que no existiera el Espíritu Santo, que es Dios eterno,
sino que como Cristo todavía no había consumado su obra, todavía no podía ser dado para morar en el
hombre regenerado como portador de las riquezas de Cristo y su Obra. La sangre de Cristo despejó el
problema del pecado para que el Espíritu del Señor pudiera venir a habitar en el espíritu regenerado del
creyente.

Antes de Pentecostés, el Señor resucitado “sopló su Espíritu en” sus discípulos para hacer morada
permanente en ellos (Jn 20:22); en Pentecostés, el Espíritu fue “derramado sobre” toda la Iglesia como
poder para ser sus testigos y llevar a cabo la misión encomendada (Hch 1:8) y para ser “bautizados“
(sumergidos) por Él en el Cuerpo de Cristo (1Cor 12:13). Son dos aspectos del mismo y único Espíritu
que ahora reciben los creyentes.

Y con el Espíritu, el Señor Jesús glorificado viene a morar en el espíritu del creyente: “Y yo rogaré al
Padre y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre. Este es el Espíritu de
verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Vosotros lo conocéis, porque
permanece con vosotros y está en vosotros. No os dejaré huérfanos; volveré a vosotros” (Jn 14:16.18).
Y no sólo el Señor Jesús, sino el Padre también. Puesto que Dios es uno, donde está el Espíritu Santo,
está el Señor Jesús y el Padre: “Respondió Jesús y le dijo: —Si alguno me ama, mi palabra guardará. Y
mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos nuestra morada con él” (Jn 14:23). ¡¡Aleluya!!.

Cuando creemos en el Señor Jesús nos hacemos uno con Él en nuestro espíritu. Nuestro espíritu humano
queda tan unido a su Espíritu que mora en nosotros, que en la Escritura a menudo es muy difícil
discernir si se está hablando de nuestro espíritu o del Espíritu Santo. Esta realidad es la que hace que el
más pequeño en el Reino de los Cielos sea mayor que el mayor entre los nacidos de mujer, incluidos los
santos del Antiguo Testamento (Mt 11:11).

Con la etapa inicial de la salvación, pues, el Espíritu trae a nuestro espíritu al Señor Jesús con todas las
bendiciones de Dios en Cristo. Es en nuestro espíritu que ya estamos resucitados, ascendidos y
glorificados en los lugares celestiales en Cristo (Ef 2:5-6; Rm 8:30).

Pues bien, todo esto es irreversible. Todos los dones recibidos en esta etapa de la salvación son para
siempre y no se pueden perder: “Porque irrevocables son los dones de gracia y el llamamiento de Dios”
(Rm 11:29), “estando convencido de esto: que el que en vosotros comenzó la buena obra, la
perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús” (Flp 1:5-6); “Además, él os confirmará hasta el fin, para
que seáis irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es Dios, por medio de quien fuisteis
llamados a la comunión de su Hijo Jesucristo, nuestro Señor” (1Cor 1:8-9);“Y ésta es la voluntad del
que me envió: que yo no pierda nada de todo lo que me ha dado, sino que lo resucite en el día final.
Esta es la voluntad de mi Padre: que todo aquel que mira al Hijo y cree en él tenga vida eterna, y que
yo lo resucite en el día final (Jn 6:39-40); “Yo les doy vida eterna, y no perecerán jamás, y nadie las
arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las ha dado, es mayor que todos; y nadie las puede arrebatar
de las manos del Padre” (Jn 10:28-29); “Así que no es la voluntad de vuestro Padre que está en los
cielos que se pierda ni uno de estos pequeños” (Mt 18:14).

Cuando Dios escoge a alguien, lo predestina, lo llama, lo redime, lo justifica, le da su Espíritu, lo adopta
como hijo, lo incorpora a Cristo… lo hace para siempre. Dios no se equivoca, ni falla, ni se vuelve atrás.
Incluso en el plano natural ¿puede acaso alguien dejar de ser hijo de su padre?. Sobre este hecho se
asienta ‘la seguridad de la salvación’ que trae la paz verdadera y el gozo permanente al creyente para
afrontar su carrera cristiana…

b) La salvación del alma (recordemos: mente, emoción, voluntad, carácter…).

Es un hecho enseñado por la Escritura que el alma del creyente no es salva automáticamente cuando cree
en el Señor, sino que todavía debe ser ganada para el Señor. El Espíritu Santo dice, dirigiéndose a los ya
creyentes:

“Por vuestra perseverancia ganaréis vuestras almas” (Lc 21:19); “Pero el que persevere hasta el fin
será salvo (sózo)” (Mt 24:13).

“Por lo tanto, desechando toda suciedad y la maldad que sobreabunda, recibid con mansedumbre la
palabra implantada, la cual puede salvar (sózo) vuestras almas” (Stg 1:21).

“A él le amáis, sin haberle visto. En él creéis; y aunque no lo veáis ahora, creyendo en él os alegráis
con gozo inefable y glorioso, obteniendo así el fin de vuestra fe, la salvación (sotería) de vuestras
almas” (1Pe 1:8).

Ante este hecho podemos comprender a qué se refiere la Escritura cuando nos enseña que debemos
‘trabajar’ en nuestra salvación: se refiere no a la salvación inicial, que es por la sola fe, sino a la
salvación de nuestra alma:

“…ocupaos en vuestra salvación (sotería) con temor y temblor; porque Dios es el que produce en
vosotros tanto el querer como el hacer, para cumplir su buena voluntad” (Flp 2:12-13)7.

Este versículo es paradójico: si es Dios quien produce tanto el querer como el hacer ¿cómo manda que
nos ocupemos en nuestra salvación para cumplir su buena voluntad? Las paradojas de la Escritura son
tan ricas y maravillosas… Se nos muestra aquí que en algún sentido nuestra salvación requiere trabajo, y
que ese trabajo no sólo no es incompatible con la operación de Dios en nosotros, sino que es esa
operación la que nos capacita para que podamos ocuparnos en nuestra salvación: “que nuestro Dios os
haga dignos de su llamamiento y que él cumpla todo buen propósito y toda obra de fe con poder” (2Tes
1:11). Se habla aquí, pues, de una cooperación del creyente con Dios (sinergia). Dios libera la voluntad
del creyente para que pueda ser co-laborador de Él, tanto en la salvación de su propia alma como en el
cumplimiento del Plan de Dios, la edificación de la Casa de Dios y el establecimiento de su Reino,
conforme a su intención original: “Hagamos al Hombre…”.

Pero ¿en qué sentido debemos hacer algo por nuestra salvación, si Cristo ya lo hizo todo?
Resumidamente podemos decir que se trata de ‘oír con fe’, de apropiarse por la fe de todas las
provisiones dispuestas en Cristo para la salvación / santificación / transformación y conformación a
Cristo de nuestras almas de modo que todo nuestro pensar, nuestro sentir, nuestro querer y nuestro
carácter estén alineados con el pensar, el sentir, el querer y el carácter de nuestro Señor Jesucristo.
Porque una cosa es nuestra ‘posición en Cristo’, y otra es nuestra ‘trans-formación para ser con-
formados a Cristo’, individual y corporativamente como Iglesia. Por otro lado, se trata de co-laborar con
Dios en Su obra sobre la base de la gracia: “Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia para
conmigo no ha sido en vano. Más bien, he trabajado con afán más que todos ellos; pero no yo, sino la
gracia de Dios que ha sido conmigo” (1Cor 15:10).
7 Ver también Rm 2:6-7; 1Tes 5:9; 1Tim 2:15; 4:16; 2Pe 1:5-11;
Se trata de la fe en acción, la fe que opera por el amor (Gal 5:6), las obras de la fe que brotan de la
salvación (Ef 2:10; Hb 11), la obras que demuestran la fe viva que salva (Stg 2:14-26), la obediencia de
la fe (Rm 1:5; 16:26).

Cristo, en la etapa inicial de la salvación, viene a morar por el Espíritu en nuestro espíritu (el hombre
interior); pero Él quiere habitar también en nuestro corazón, en cada facultad y rincón de nuestra alma:
“(El Padre)… os conceda ser fortalecidos con poder por su Espíritu en el hombre interior, para que
Cristo habite en vuestros corazones por medio de la fe…” (Ef 3:16-17). El ‘corazón’ en la Escritura
incluye al alma más la conciencia, que es una facultad de nuestro espíritu; es el centro del ser del
hombre, la sede de su personalidad y libertad, aquello que hace tan valioso y precioso el hombre a los
ojos de Dios y que anhela ganar con ardiente deseo: “¿O suponéis que en vano dice la Escritura: El
Espíritu que él hizo morar en nosotros nos anhela celosamente?” (Stg 4:5). Ya mora en nuestro espíritu,
pero anhela llenar también nuestro corazón.

La tipología veterotestamentaria del Templo nos confirma esto. Ya vimos que el creyente es templo de
Dios, del Espíritu Santo, y esto está tipificado en la estructura también tripartita del Templo. En
Apocalipsis 22:1 se nos muestra un río de agua viva fluyendo del Trono de Dios y del Cordero. Ezequiel
47 ya lo vio proféticamente, y describe cómo ese río que nace del Lugar Santísimo, donde esta el Trono
de Dios, va fluyendo de dentro hacia afuera dando vida a su paso. Del mismo modo, el Espíritu, que es
el Río de Agua Viva, quiere fluir desde nuestro espíritu hacia afuera, hacia nuestra alma, a toda nuestra
manera de pensar, sentir y querer, hacia nuestra vida entera y nuestro entorno, para transformar y dar
vida: “El que cree en mí, como dice la Escritura, ríos de agua viva correrán de su interior. Esto dijo
acerca del Espíritu que habían de recibir los que creyeran en él…” (Jn 7:38-39).

Con la salvación inicial Cristo vino a morar en el espíritu del creyente, pero desde allí Él desea
conquistar el resto de su ser, y ser formado en su alma (Gal 4:19) y que también su alma sea con-
formada a Su imagen (Rm 8:29). Porque a fin de cuentas Dios no desea salvarnos apenas de nuestros
pecados, del Pecado, ¡sino también de nosotros mismos!, de nuestro yo independiente.

Capacitado ahora por la gracia de la salvación recibida, y teniendo a Cristo morando en su espíritu, el
creyente es llamado a obedecer a su Señor Jesús, a seguirle, a vivir como Él vivió (1Jn 2:3-6; Gal 2:20).
Ahora, pues, puede co-operar en la salvación de su alma ‘esforzándose en la gracia’ (2Tim 2:1),
‘peleando la buena batalla’ y ‘echando mano de la vida eterna‘ (1Tim 6:12).

En Cristo, el pecado y nuestra carne pecaminosa han sido realmente crucificados, y Satanás y sus
huestes vencidos. Pero eso no quiere decir que ya no están presentes en la vida y la experiencia del
creyente, la salvación inicial no los ha quitado. Conforme enseña la Escritura, la guerra espiritual contra
todos nuestros enemigos continúa, y aunque somos definitivamente salvos de la condenación eterna, la
salvación de nuestra alma depende de que apliquemos progresivamente a nuestra alma, a toda nuestra
vida, la victoria de Cristo en la cruz sobre todos nuestros enemigos: "Yahveh tu Dios expulsará estas
naciones de delante de ti, poco a poco. No podrás exterminarlas de inmediato…” (Dt 7:22), “Estas son
las naciones que Yahveh dejó para probar por medio de ellas a Israel -a todos los que no habían
conocido ninguna de las guerras de Canaán-, sólo para que las generaciones de los hijos de Israel
conociesen la guerra y la enseñasen a los que antes no la habían conocido” (Jue 3:1-2). La Escritura
nos muestra, pues, claramente, que la obra completa de Cristo en la cruz es la base de la salvación de
nuestra alma, pero no la salva ‘automáticamente’, no exime a los creyentes de ocuparse con temor y
temblor en la salvación de sus almas, y seguir peleando la guerra espiritual contra todos los enemigos,
que siguen plenamente activos. El alma del creyente es tierra prometida por conquistar, llena de
enemigos (incluso gigantes) que desalojar: cada pensamiento, cada sentimiento, cada deseo o
preferencia, cada decisión, cada reacción temperamental, cada expresión del carácter… debe ser
sometida al gobierno de Cristo. El alma es un campo de batalla en el que la todavía no se ha decidido la
victoria, la cual depende de avanzar en fe y obediencia: “Escucha, Israel: Tú vas a cruzar hoy el Jordán
para entrar a desalojar naciones más grandes y más poderosas que tú, ciudades grandes y fortificadas
hasta el cielo, un pueblo grande y alto, los anaquitas, de los cuales tú tienes conocimiento y has oído
decir: ’¿Quién podrá permanecer delante de los hijos de Anac?’ Y sabrás hoy que Yhaveh tu Dios es el
que cruza delante de ti. El es fuego consumidor. El los destruirá y los someterá delante de ti. Y tú los
desalojarás y los destruirás rápidamente, como Yhaveh te ha prometido (…) Todo lugar que pise la
planta de vuestro pie será vuestro” (Dt 9:1-3; 11:24).

El creyente coopera en la salvación de su alma escuchando y creyendo y obedeciendo la Palabra de


Dios, y tratando con cada enemigo de acuerdo a sus instrucciones: la carne no se expulsa, Satanás no se
crucifica, los demonios no se niegan.

Como hijos de Adán, aunque seamos salvos seguimos llevando dentro de nosotros día y noche, todos los
días de nuestra vida en esta tierra, un enemigo formidable: nuestra propia naturaleza caída y pecaminosa
habitada por el Pecado. El ‘cuerpo de pecado', el 'viejo y almático hombre' todavía está presente, todavía
es posible pecar y hacerse esclavo del pecado, todavía es posible ‘andar en la carne’... Y no podemos
pasar por alto que aunque seamos salvos, si andamos en la carne, si vivimos conforme a la carne, en
algún sentido, y no sólo el obvio, hemos de morir (Rm 8:13a). Contra eso el creyente debe aplicar el
poder de la cruz a su vida, considerándose muerto al pecado y presentándose vivo para Dios (Rm 6),
llevando a la cruz (negando) por el Espíritu la carne con sus pasiones y deseos (Rm 8:13; Gal 5:24); y
andar en el Espíritu para disfrutar de la Ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús que nos libra de la ley
del pecado y de la muerte (Rm 8:1-2; Gal 5:16-25), dejándose guiar por Él (Rm 8:14)…

La mente del creyente no debe conformarse a este kosmos maligno, sino transformarse por la renovación
de su entendimiento (Rm 12:2), de su manera de pensar, por medio de la Palabra de Dios, para que tener
la mente de Cristo (1Cor 2:16). “Con respecto a vuestra antigua manera de vivir, despojaos del viejo
hombre que está viciado por los deseos engañosos; pero renovaos en el espíritu de vuestra mente, y
vestíos del nuevo hombre que ha sido creado a semejanza de Dios en justicia y santidad de verdad” (Ef
4:22-24). Por un lado, ya fue hecho por Cristo, por otro lado, el creyente debe aplicarlo a su vida.

“El que ha entrado en su reposo, también ha reposado de sus obras, así como Dios de las suyas.
Hagamos, pues, todo esfuerzo para entrar en aquel reposo, no sea que alguien caiga en el mismo
ejemplo de desobediencia. Porque la Palabra de Dios es viva y eficaz, y más penetrante que toda
espada de dos filos. Penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne
los pensamientos y las intenciones del corazón. No existe cosa creada que no sea manifiesta en su
presencia. Más bien, todas están desnudas y expuestas ante los ojos de aquel a quien tenemos que dar
cuenta” (Hb 4:10-13). Cristo es el reposo del creyente, para entrar en el cual paradójicamente el
creyente debe ‘hacer todo esfuerzo’, permitiendo que la Palabra de Dios separe alma y espíritu de modo
que podamos distinguir lo que procede de nosotros (para negarlo) y lo que procede del Espíritu, para
andar en el Espíritu: “Así que, amados, ya que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda impureza
de cuerpo y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios” (2Cor 7:1). La impureza de
espíritu es estar mezclado con el alma, de modo que no se puede distinguir lo que proviene del Espíritu y
lo que proviene de uno mismo, o de uno mismo engañado por el maligno.

En fin, aunque Cristo ya obró nuestra salvación en la cruz, el creyente es exhortado a cargar la cruz y
negarse a sí mismo, la vida independiente del alma (Mt 16:24-25), y a trabajar en la edificación del
Cuerpo y en el Reino de Dios (Ef 4:12; Mt 6:33; Col 4:11).

En cuanto a Satanás y el reino de las tinieblas, aunque fueron juzgados en la cruz, él todavía sigue
rondando como león rugiente buscando a quién devorar, y todas sus huestes siguen activas a su
servicio... Todavía le es necesario al creyente resistir al tentador, al engañador, al acusador… Todavía le
es necesario fortalecerse en el Señor y tomar (activamente) toda la armadura de Dios para hacer frente a
las intrigas del diablo por medio de sus principados, potestades, gobernadores de las tinieblas y espíritus
de maldad en las regiones celestes; todavía debe estar alerta para no ser desviado de la fe por espíritus
engañadores y doctrinas de demonios… y perseverar en este combate hasta el fin: “Por vuestra
perseverancia ganaréis vuestras almas” (Lc 21:19).

O sea, Cristo ya hizo todo, pero al creyente todavía le queda apropiarse y aplicar la obra y la victoria de
Cristo a su alma.

Entonces, si conforme a la Escritura vemos que la lucha contra todos los enemigos sigue activa, ¿por qué
pensamos que ya no es así con los demonios?. Si el creyente nacido de nuevo debe seguir tratando
todavía con el pecado, con la carne, con el mundo y con Satanás, y eso no menoscaba la suficiencia de la
obra de Cristo en la cruz, ¿por qué motivo vamos a pensar que ya no es necesario tratar con los
demonios en la forma y manera que Jesús enseñó, y que hacerlo sí menoscaba la obra de Cristo?. Si
conforme a la Escritura vemos que la obra completa de Cristo en la cruz no elimina ‘automáticamente’
de la vida y la experiencia del creyente los problemas del pecado, de la carne, del mundo y de Satanás,
¿por qué motivo pensamos que sí elimina automáticamente los quebrantos del corazón y los demonios
de las personas que vienen al Señor?.

Porque ¿cuál es la manera normal de tratar con los demonios según Jesús? Identificarlos, identificar y
deshacer sus engaños y sus obras, y expulsarlos en Su Nombre (con Su autoridad) allá donde los
encontremos. Esta es la manera apropiada enseñada por Cristo.

La salvación del alma, la disciplina divina y el Reino

“Entonces Jesús dijo a sus discípulos:


Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.
Porque el que quiera salvar su vida la perderá,
y el que pierda su vida por causa de mí la hallará.
Pues, ¿de qué le sirve al hombre si gana el mundo entero y pierde su alma?
¿O qué dará el hombre en rescate por su alma?
Porque el Hijo del Hombre ha de venir en la gloria de su Padre con sus ángeles, y entonces
recompensará a cada uno conforme a sus hechos” (Mt 16:24-27)

Con la salvación inicial nos fue imputada la justicia de Cristo, pero ahora es necesario que nos
apropiemos de Cristo justicia nuestra (1Cor 1:30), para que la justicia de Cristo se reproduzca en nuestra
vida: “Porque os digo que a menos que vuestra justicia sea mayor que la de los escribas y de los
fariseos, jamás entraréis en el reino de los cielos” (Mt 5:20). También fuimos santificados, apartados
para Dios, pero ahora necesitamos apropiarnos de Cristo santidad nuestra (1Cor 1:30), para que su
santidad se reproduzca en nosotros, “a fin de confirmar vuestros corazones irreprensibles en santidad
delante de Dios nuestro Padre, en la venida de nuestro Señor Jesús con todos sus santos” (1Tes 3:13),
porque “sin la cual nadie verá al Señor” (Hb 12:14).

Sí, nacimos de nuevo en un momento cuando creímos, pero “es preciso que a través de muchas
tribulaciones entremos en el reino de Dios” (Hch 14:22), “siempre debemos dar gracias a Dios por
vosotros, hermanos, como es digno, por cuanto vuestra fe va creciendo sobremanera y abunda el amor
de cada uno para con los demás; tanto que nosotros mismos nos gloriamos de vosotros en las iglesias
de Dios, a causa de vuestra perseverancia y fe en todas vuestras persecuciones y aflicciones que estáis
soportando. Esto da muestra evidente del justo juicio de Dios, para que seáis tenidos por dignos del
reino de Dios, por el cual también estáis padeciendo” (2Tes 1:3-59), “por eso, hermanos, procurad
aun con mayor empeño hacer firme vuestro llamamiento y elección, porque haciendo estas cosas no
tropezaréis jamás. Pues de esta manera os será otorgada amplia entrada en el reino eterno de nuestro
Señor y Salvador Jesucristo” (2Pe 1:10-11).

Multitud de pasajes como los anteriores nos muestran que la salvación del alma y la entrada en el reino
mesiánico (el Milenio) como recompensa están ligadas. Cuando Cristo vuelva, las naciones serán
juzgadas en ’el juicio de las naciones’ (Mt 25:31-46), y los creyentes en el ‘Tribunal de Cristo’, para
determinar disciplinas, recompensas y la posición en el Reino, “porque es necesario que todos nosotros
comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho por
medio del cuerpo, sea bueno o malo” (2Cor 5:10).

Sobre la base de la gracia, el creyente tiene ahora una responsabilidad por la salvación de su alma, y si
falla, sufrirá pérdida. No la pérdida de todo lo que recibió por la fe en su salvación inicial, pero sí una
pérdida disciplinaria, temporal, más o menos grave según el caso: “Porque el Señor disciplina al que
ama y castiga a todo el que recibe como hijo (…) Él nos disciplina para bien, a fin de que participemos
de su santidad… Al momento, ninguna disciplina parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero
después da fruto apacible de justicia a los que por medio de ella han sido ejercitados… Mirad bien que
ninguno deje de alcanzar la gracia de Dios” (Hb 12:4-15).

El mundo protestante, por reacción al catolicismo, ha descartado algunos elementos de verdad yéndose
al otro extremo, como es el caso de la disciplina divina para salvación del alma. La doctrina católica del
‘purgatorio’ está desenfocada y carece del entendimiento bíblico acerca de todo lo que hemos expuesto
acerca de la salvación inicial, pero responde a ‘algo’ que sí enseña la Escritura: que Dios disciplina a sus
hijos, incluso en la era venidera, para salvación de sus almas.

El Nuevo Testamento está lleno de exhortaciones a la fidelidad y la perseverancia, a ser ‘vencedores’,


para ser recompensados y entrar en el Reino, y de avisos y advertencias de castigo y pérdidas para los
infieles y negligentes, especialmente contra los que se vuelven atrás (apostasía), al mundo, para vivir
como los incrédulos8. Dios comenzó la obra buena en cada uno de sus hijos, y está comprometido a
llevarla a término (Flp 1:6), pero en la medida que un hijo falla en la responsabilidad de su llamado y se
aparta, su Padre ejercerá disciplina: “pero siendo juzgados, somos disciplinados por el Señor, para que
no seamos condenados con el mundo” (1Cor 11:32). Puede ser una enfermedad, o debilitamiento, o
incluso una muerte prematura (1Cor 11:30); o cuando el Señor vuelva, puede ser la pérdida de la
recompensa y la corona de vencedor en la era venidera (Mt 5:46-47; Lc 6:35; 1Cor 3:8.14; 1Cor 9:25-
27; 2Tim 4:9; 2Jn 1:8; Stg 1:12; Ap 2:10; 3:11), unos azotes (Lc 12:47), ser echados fuera del Reino
como siervo inútil (Mt 5:25-26; 8:11-12; 24:45-51; 25:1-30; Ef 5:5; Gal 5:21), o incluso gustar
temporalmente del ‘daño de la segunda muerte’ para los que vivieron como los incrédulos (Lc 12:45-48
con Ap 2.11; Mt 5:22.29-30): hijo mío, puesto que quisiste vivir como los impíos, deberás gustar
disciplinariamente el destino de los impíos, para que puedas participar de mi santidad.

La parábola de Jesús sobre las diez vírgenes (25:1-13) enseña claramente acerca de los creyentes que no
se ocupan en su salvación, que no aplican por el Espíritu las provisiones de la cruz y la resurrección a su
alma, conformándose a Cristo. Hay creyentes prudentes que no sólo tienen aceite (el Espíritu) en la
lámpara (el espíritu regenerado y habitado por el Espíritu -Prv 20:27) sino también en la 'vasija' (el alma
-2Cor 4:7), y hay creyentes necios que aunque fueron regenerados, se durmieron en los laureles y no se
esforzaron en la gracia (2Tim 2:1) ejercitando su fe para que el Espíritu llenara y transformara su
corazón. Este aceite en la vasija (el alma transformada por el Espíritu) no es gratuito, requiere esfuerzo,
es personal e intransferible, debe ser ‘comprado’ (25:9-10).

Hay cristianos genuinos 'espirituales', y cristianos genuinos 'carnales' (1Cor 3:1-3), ambos son salvos,
pero los segundos todavía andan en la carne, lo cual produce muerte (Rm 8:13).

El Señor nos puso sobre el fundamento de la salvación inicial en Cristo, ahora espera que ‘sobre-
edifiquemos’ con oro (la vida divina en nosotros), plata (las provisiones de la redención) y piedras
preciosas (las riquezas del Espíritu), pero si en lugar de eso sobre-edificamos con madera, heno y
hojarasca (recursos humanos sin la calidad divina), sufriremos pérdida:

8 Para profundizar en esta distinción bíblica entre salvación y Reino, y la disciplina paternal a los creyentes, recomiendo el libro “El
Evangelio de Dios”, de Watchman Nee.
“Pero cada uno mire cómo edifica encima, porque nadie puede poner otro fundamento que el que está
puesto, el cual es Jesucristo. Si alguien edifica sobre este fundamento con oro, plata, piedras preciosas,
madera, heno u hojarasca, la obra de cada uno será evidente, pues el día la dejará manifiesta. Porque
por el fuego será revelada; y a la obra de cada uno, sea la que sea, el fuego la probará. Si permanece la
obra que alguien ha edificado sobre el fundamento, él recibirá recompensa. Si la obra de alguien es
quemada, él sufrirá pérdida; aunque él mismo será salvo, pero apenas, como por fuego” (1Cor 3:10-
15).

También el Antiguo Testamento tipifica nuestra responsabilidad en la salvación de nuestra alma: “No
quiero que ignoréis, hermanos, que todos nuestros padres estuvieron bajo la nube, y que todos
atravesaron el mar. Todos en Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar. Todos comieron la misma
comida espiritual. Todos bebieron la misma bebida espiritual, porque bebían de la roca espiritual que
los seguía; y la roca era Cristo. Sin embargo, Dios no se agradó de la mayoría de ellos; pues quedaron
postrados en el desierto. Estas cosas sucedieron como ejemplos para nosotros, para que no seamos
codiciosos de cosas malas, como ellos codiciaron. No seáis idólatras, como algunos de ellos, según está
escrito: Se sentó el pueblo a comer y a beber, y se levantó para divertirse. Ni practiquemos la
inmoralidad sexual, como algunos de ellos la practicaron y en un sólo día cayeron 23.000 personas. Ni
tentemos a Cristo, como algunos de ellos le tentaron y perecieron por las serpientes. Ni murmuréis,
como algunos de ellos murmuraron y perecieron por el destructor. Estas cosas les acontecieron como
ejemplos y están escritas para nuestra instrucción, para nosotros sobre quienes ha llegado el fin de
las edades. Así que, el que piensa estar firme, mire que no caiga” (1Cor 10:1-12).

Muchos sacrificaron el cordero, untaron su puertas con su sangre, comieron de él, salieron de Egipto,
fueron bautizados en la nube y en el agua, participaron en el Pacto... (todo ello simboliza la salvación en
su primera etapa), pero no perseveraron y a causa de su incredulidad no pudieron entrar en la Tierra,
símbolo de la plenitud de la vida cristiana en Cristo, quedaron dando vueltas por el desierto donde
perecieron sin entrar en la Tierra, en el reposo. Esto es una advertencia para nosotros: podemos ser
salvos y no ‘heredar la Tierra', el Reino mesiánico. Lo que podemos ‘perder' no es la salvación, sino
la herencia. Somos hijos, pero desheredados por no perseverar y por la incredulidad, privados de heredar
el Reino (la era mesiánica, el Milenio), para poder 'participar de Su santidad' en los nuevos cielos y la
tierra nueva, después del Milenio. La salvación inicial no se pierde, pero algo se puede perder: la
salvación de nuestra alma para reinar con Cristo en el Milenio:

“Fiel es esta palabra: Si morimos con él, también viviremos con él. Si perseveramos, también
reinaremos con él. Si le negamos, él también nos negará. Si somos infieles, él permanece fiel, porque
no puede negarse a sí mismo” (2Tim 2.11-13).

Sólo aquel que ha puesto su alma bajo el gobierno de Cristo, será digno de entrar en el Reino
venidero para reinar con Él. Si hemos sido fieles y vencedores, heredaremos la tierra en la era del
Reino y reinaremos con Cristo; si somos infieles y le negamos, Él también nos negará
‘disciplinariamente’ dejándonos fuera del Reino (Mt 10:32-33; 7:21-27; 25:12; Lc 13:23-25); pero Él es
fiel, y después que se haya completado su disciplina para hacernos participar de su santidad, llevará su
obra en nosotros a término, no puede negarse a Sí mismo.

Toda la carta a los Hebreos es una dramática exhortación a la perseverancia de los creyentes, 'no sea que
NOS deslicemos' (2:1). Se dice 'nos', los creyentes, dando por supuesto la posibilidad de 'deslizarse', de
'endurecerse por engaño del pecado' (3;13), de 'quedarse atrás' (4:1-2). Se exhorta a 'hacer un esfuerzo
por entrar en el reposo que queda para el Pueblo de Dios' (4:11), porque si permanecen 'inmaduros'... qué
versículos tan tremendos siguen: "Porque es imposible que los que una vez fueron iluminados y gustaron
del don celestial, y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, y asimismo gustaron de la buena
palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, y recayeron, sean otra vez renovados para
arrepentimiento, crucificando de nuevo para sí mismos al Hijo de Dios y exponiéndole a vituperio" (6:4-
6). ¿Acaso estas características se pueden predicar de alguien no regenerado: ser iluminados, gustar el
don celestial, hechos partícipes del Espíritu Santo, gustar la buena palabra de Dios y los poderes del
siglo venidero? Sin embargo da por posible que 'recaigan', si no fueran creyentes no podrían 're-caer', si
no fueran creyentes sí quedaría todavía la posibilidad de ser renovados para arrepentimiento.

“Porque si los que se han escapado de las contaminaciones del mundo por el conocimiento de
nuestro Señor y Salvador Jesucristo se enredan de nuevo en ellas y son vencidos, el último estado les
viene a ser peor que el primero. Pues mejor les habría sido no haber conocido el camino de justicia,
que después de conocerlo, volver atrás del santo mandamiento que les fue dado. A ellos les ha ocurrido
lo del acertado proverbio: El perro se volvió a su propio vómito; y "la puerca lavada, a revolcarse en el
cieno” (2Pe 2.20-22).

“No desechéis, pues, vuestra confianza, la cual tiene una gran recompensa. Porque os es necesaria la
perseverancia para que, habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis lo prometido; porque: Aún un
poco, en un poco más el que ha de venir vendrá y no tardará. Pero mi justo vivirá por fe; y si se vuelve
atrás (es algo posible), no agradará a mi alma. Pero nosotros no somos de los que se vuelven atrás para
perdición, sino de los que tienen fe para la preservación del alma” (Hb 10:35-39).

Vemos pues que nuestra alma es un campo de batalla, en la cual todavía puede haber pérdida, en la que
Satanás todavía puede retener o ganar terreno.

c) La salvación del cuerpo.

“Y esto digo, hermanos, que la carne y la sangre no pueden heredar


el reino de Dios, ni la corrupción heredar la incorrupción” (1Cor 15:50).

Aunque nuestro cuerpo, cual atrio del templo material, es templo del Espíritu Santo, es un ‘cuerpo de
pecado y de muerte’ (Rm 6:6; 7:24), está muerto por el pecado (Rm 8:10), y debe morir.

Pero no está excluido de la salvación, será redimido en la última etapa de nuestra salvación, cuando
Cristo regrese:

“…porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad


gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con
dolores de parto hasta ahora; y no sólo ella, sino que también nosotros mismos, que tenemos las
primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la
redención de nuestro cuerpo. Porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es
esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo?” (Rm 8:23-25 RV60).

Cuando el Señor regrese, la salvación se completará alcanzando también a nuestro cuerpo: “Porque
nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos ardientemente al Salvador, el Señor
Jesucristo. El transformará nuestro cuerpo de humillación para que tenga la misma forma de su
cuerpo de gloria, según la operación de su poder, para sujetar también a sí mismo todas las cosas” (Flp
3:20-21).

Pero mientras dure nuestra peregrinación debemos santificar nuestro cuerpo, purificarlo y separarlo para
Dios. Debemos consagrar todo nuestro ser al Señor ofreciendo incluso nuestro cuerpo como sacrificio
vivo y agradable a Dios (Rm 2:1); no obedeciendo sus malos deseos de modo que el pecado reine en
nuestro cuerpo mortal, sino poniéndolo bajo disciplina (Rm 6:12; 1Cor 9:27); ni presentando nuestros
miembros al pecado, sino a Dios, como instrumentos de justicia (Rm 6:13); teniendo dominio sobre el
propio ‘vaso’ “en santificación y honor, no con bajas pasiones, como los gentiles que no conocen a
Dios” (1Tes 4:4-5); y apropiándonos por la fe del poder de la resurrección con que el Padre puede
vivificar nuestros cuerpos mortales mediante el Espíritu que mora en nosotros (Rm 8:11), para que
podamos servirle por medio del cuerpo.

6. La revelación del misterio escondido: la Iglesia

“En otras generaciones, no se dio a conocer este misterio a los hijos de los hombres, como ha sido
revelado ahora sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu, a saber: que en Cristo Jesús los gentiles
son coherederos, incorporados en el mismo cuerpo y copartícipes de la promesa por medio del
evangelio… misterio que desde la eternidad había estado escondido en Dios,
quien creó todas las cosas” (Ef 3:5-6.9).

La promesa a Abraham era que en su descendencia serían bendecidas todas las familias de la tierra (Gn
12:3). Hemos visto que la Promesa se cumplió en Cristo primeramente para Israel. Pero ¿cómo habría de
llegar a todas las familias de la tierra esa bendición?.

6.1 Cristo rechazado por su propio pueblo

“¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas
veces quise juntar a tus hijos, así como la gallina junta sus pollitos debajo de sus alas, y no quisiste!”
(Lc 13:34).

Dios reina y su Rey es reconocido y obedecido. El Reino pertenece ahora a la comunidad de los
discípulos de Jesús: “No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el
Reino“ (Lc 12:32).

Pero el juicio sobre la nación de Israel no llegaría sin la persistente paciencia de Dios. Jesús había
pedido en la cruz al Padre que no le fuera tenido en cuenta a Israel su pecado, y el Padre le concedió esa
súplica. En Pentecostés el Reino les fue ofrecido una vez más, y aunque miles de judíos recibieron a su
Mesías y fueron salvos y añadidos a la Iglesia naciente, los representantes oficiales de Israel rechazaron
de nuevo la gracia de Dios.

Según la profecía de las 70 semanas de años de Daniel (9:24-27), si Israel hubiera escuchado y recibido
a su Rey, restaría solamente la semana 70 (siete años) para el establecimiento del Reino del Mesías. Los
discípulos estaban muy conscientes de ello cuando preguntaron a Jesús resucitado: “Señor, ¿restituirás
el Reino a Israel en este tiempo?” (Hch 1:6). El Dios Salvador y Rey de Israel “vino a lo suyo, pero los
suyos no le recibieron” (Jn 1:11). Israel no reconoció ‘el tiempo de su visitación’ (Lc 19:41-44), negaron
al Santo y Justo y mataron al Autor de la Vida (Hch 3:14-15).

La parábola de Jesús acerca de los labradores malvados (Mt 21:33-46) retrata este rechazo del Hijo, del
Mesías, por parte de los líderes de Israel, lo cual provocaría el juicio de Dios profetizado por Jesús:
destrucción del templo y dispersión del pueblo, que se cumplió el año 70 a manos de los romanos. Así
Israel, de nuevo, perdía el Reino, esta vez a favor de otro pueblo que iba a nacer -a partir de un
remanente- del costado de Cristo y el don del Espíritu: la Iglesia. “Por esta razón os digo que el Reino
de Dios será quitado de vosotros y será dado a un pueblo que producirá los frutos del Reino” (Mt
21:43). A partir de Cristo, la Iglesia es el Pueblo del Reino de Dios, el ámbito donde

El rechazo de Israel pospuso el establecimiento del Reino mesiánico en gloria y poder, pero fue usado
por Dios, en su insondable sabiduría, para abrir un paréntesis entre la semana 69 y la semana 70 y
cumplir así su Propósito eterno: la inclusión de los gentiles en el Pueblo de Dios redimido, la
Iglesia: “El les respondió: —A vosotros no os toca saber ni los tiempos ni las ocasiones que el Padre
dispuso por su propia autoridad. Pero recibiréis poder cuando el Espíritu Santo haya venido sobre
vosotros, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra”
(Hch 1:7-8), “y les dijo: "Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que cree y es
bautizado será salvo; pero el que no cree será condenado” (Mc 16:15-16), “Jesús se acercó a ellos y
les habló diciendo: "Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id y haced
discípulos a todas las naciones, bautizándoles en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y
enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado. Y he aquí, yo estoy con vosotros todos
los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28:18-20).

A lo largo de todo el libro de Hechos, vemos que el Evangelio es siempre ofrecido primero a los judíos,
y es después que ellos lo rechazan que el Evangelio es predicado a las naciones. El martirio de Esteban y
la conversión de Pablo son el punto de inflexión.

Traemos aquí todo este asunto para seguir la línea de los misterios del Reino y por la importancia de
comprender quién es el Pueblo de Dios, la Familia de Dios, los hijos a quienes el Padre de familia sirve
el pan de la sanidad y la liberación. Para lo cual es necesario comprender la relación correcta entre Israel
y la Iglesia, el misterio acerca del endurecimiento parcial y temporal de Israel (Rm 9-11) y el misterio de
Cristo.

Dios no rechazó a su Pueblo Israel para sustituirlo por la Iglesia, porque como tantas otras veces Dios
levantó un remanente que alcanzara su Propósito (Rm 11:1-5). Jesús reconocía a Israel como ‘los hijos
del Reino’ (Mt 8:11-12, como a nosotros: 13:38), Israel sigue siendo ‘el buen olivo’ (el único Pueblo de
Dios), algunas ramas fueron desgajadas, y otras ramas del olivo silvestre (las naciones) hemos sido
injertadas siendo hechas partícipes de la raíz santa y la abundante savia del olivo (11:17), porque “la
salvación procede de los judíos” (Jn 4:22).

Dios se ha servido de la transgresión de Israel al rechazar a su Mesías para hacer llegar la salvación a las
demás naciones (11:1-16), pero la nación de Israel será restaurada para mayor bendición aún del mundo:

“Hermanos, para que no seáis sabios en vuestro propio parecer, no quiero que ignoréis este misterio:
que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los
gentiles. Y así todo Israel será salvo, como está escrito: Vendrá de Sión el libertador; quitará de Jacob
la impiedad. Y éste será mi pacto con ellos, cuando yo quite sus pecados. Así que, en cuanto al
evangelio, son enemigos por causa de vosotros, pero en cuanto a la elección son amados por causa de
los padres; porque los dones y el llamamiento de Dios son irrevocables. De igual manera, vosotros en
otro tiempo erais desobedientes a Dios, pero ahora habéis alcanzado misericordia por la desobediencia
de ellos. Asimismo, ellos han sido desobedientes en este tiempo, para que por la misericordia concedida
a vosotros, también a ellos les sea ahora concedida misericordia. Porque Dios encerró a todos bajo
desobediencia, para tener misericordia de todos. ¡Oh la profundidad de las riquezas, y de la sabiduría y
del conocimiento de Dios! ¡Cuán incomprensibles son sus juicios e inescrutables sus caminos!” (Rm
11:25-33).

Sólo hay un Pueblo de Dios. Jesús ya comenzó a traer esas otras ovejas suyas que no eran del redil de
Israel, “así habrá un solo rebaño y un solo pastor” (Jn 10:16). La Iglesia es ‘el Israel de Dios’ (Gal
6:16), el Israel según en el espíritu (1Cor 10:18), el Israel redimido y completado, donde ya no hay judío
ni gentil (Rm 10:12; Gal 3:28; Col 3:11). No ignoremos, pues, este misterio ni seamos insensatos:
“Entonces dirás: "Las ramas fueron desgajadas para que yo fuera injertado. Está bien; por su
incredulidad fueron desgajadas. Pero tú por tu fe estás firme. No te ensoberbezcas, sino teme; porque si
Dios no perdonó a las ramas naturales, a ti tampoco te perdonará. Considera, pues, la bondad y la
severidad de Dios: la severidad ciertamente para con los que cayeron; pero la bondad para contigo, si
permaneces en su bondad. De otra manera, tú también serás cortado. Y ellos también, si no
permanecen en incredulidad, serán injertados; porque Dios es poderoso para injertarlos de nuevo” (Rm
11:19-23).
6.2 Los gentiles y la simiente de Abraham

“...para que la bendición de Abraham llegara por Cristo Jesús a los gentiles,
a fin de que recibamos la promesa del Espíritu por medio de la fe” (Gal 3:14).

Los gentiles que hemos creído el Evangelio de Jesús el Cristo estábamos sin Cristo, apartados de la
ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo, pero
ahora hemos sido acercados a todas esas cosas por la sangre de Cristo (Ef 2:11-13).

Cristo, en la cruz, derribó la pared de separación entre judíos y gentiles y creó en sí mismo un solo
Hombre nuevo, reconciliándonos en un solo Cuerpo, dándonos a ambos acceso al Padre en un solo
Espíritu: “Por lo tanto, ya no sois extranjeros ni forasteros, sino conciudadanos de los santos (los
santos de Israel) y miembros de la familia de Dios (Israel)” (Ef 2:19). ¡Ahora somos conciudadanos de
aquel Israel que Jesús comenzó a restaurar sanándolo, liberándolo y redimiéndolo! ¡Ahora somos familia
de aquella ‘hija de Abraham’ atada por Satanás a la que Jesús liberó de un espíritu de enfermedad!.

Hemos de entender que para recibir las bendiciones del Evangelio es imprescindible ser ‘hijos de
Abraham’, los cuales son ‘hijos de Dios’, porque “no todos los nacidos de Israel son de Israel, ni por
ser descendientes de Abraham son todos hijos suyos, sino que en Isaac será llamada tu descendencia.
Esto quiere decir que no son los hijos de la carne los que son hijos de Dios; más bien, los hijos de la
promesa son contados como descendencia” (Rm 9:7-8), aquellos que andan en las mismas pisadas de fe
de Abraham, el padre de todos los creyentes (4:11-12), porque “sabed que los que se basan en la fe son
hijos de Abraham. Y la Escritura, habiendo previsto que por la fe Dios había de justificar a los gentiles,
anunció de antemano el evangelio a Abraham, diciendo: ‘En ti serán benditas todas las naciones’.
Desde luego, los que se basan en la fe son benditos junto con Abraham, el hombre de fe” (Gal 3:7-9).
¡Por eso a aquella mujer sirofenicia con una hija endemoniada se le concedió ‘el pan de los hijos’, la
liberación de los demonios, porque quedó manifiesto que tenía la fe de Abraham, fe en el Hijo de David!
(Mt 15:22).

La Escritura nos enseña que las promesas dadas a Abraham sólo son cumplidas y recibidas ‘en su
descendencia’ -en singular-: Jesús. Tanto judíos como gentiles reciben la promesa del Espíritu por ser
‘incluidos’ en Él, ‘in-corporados’ a Él, por medio de la fe en Él: “…para que la bendición de Abraham
llegara por Cristo Jesús a los gentiles, a fin de que recibamos la promesa del Espíritu por medio de la
fe… Ahora bien, las promesas a Abraham fueron pronunciadas también a su descendencia. No dice: "y
a los descendientes", como refiriéndose a muchos, sino a uno solo: y a tu descendencia, que es Cristo…
Así que, todos sois hijos de Dios por medio de la fe en Cristo Jesús, porque todos los que fuisteis
bautizados en Cristo os habéis revestido de Cristo. Ya no hay judío ni griego, no hay esclavo ni libre, no
hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y ya que sois de Cristo,
ciertamente sois descendencia de Abraham, herederos conforme a la promesa” (Gal 3:14.16.26-29).
Aquellos judíos sanados y liberados de sus demonios por Jesús y sus discípulos nos anteceden en la fe en
el Mesías que nos introduce en el Reino, y eran los hijos de Abraham naturales, la Familia ‘natural’ de
Dios.

Jesús no podía sanar ni realizar sus obras de poder donde no había fe en Él (Mt 13:58), era necesario ver,
oír, entender y convertirse para ser sanados (Mt 13:15.23), ¡lo mismo que pasa hoy, por cierto!.
Generalmente todos aquellos que fueron sanados y liberados lo fueron porque se acercaron con fe a
Jesús, aunque en su profunda compasión a veces era Jesús mismo el que buscaba y salvaba al que estaba
preso de Satanás y sus demonios (Lc 8:36), a menudo es necesaria la liberación para que alguien pueda
creer. Ellos fueron salvos al recibir a Jesús en sus vidas, como Zaqueo: “Jesús le dijo: Hoy ha venido la
salvación (sotería) a esta casa, por cuanto él también es hijo de Abraham” (Lc 19:9).

“Tu fe (pistis) te ha salvado (sozo)”, repetía Jesús constantemente a aquellos que eran restaurados por su
poder9. La salvación todavía no había sido consumada, pero la fe con que aquellos judíos se acercaban a
Jesús no era de una calidad diferente a la nuestra: “10 Respondió Jesús y le dijo: —Si conocieras el don
de Dios, y quién es el que te dice: "Dame de beber", tú le hubieras pedido a él, y él te habría dado agua
viva… 14 Pero cualquiera que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed, sino que el agua
que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna. 15 La mujer le dijo: —Señor,
dame esta agua, para que no tenga sed, ni venga más acá a sacarla. Le dijo la mujer: —Sé que viene el
Mesías -que es llamado el Cristo-. Cuando él venga, nos declarará todas las cosas. Jesús le dijo: —Yo
soy, el que habla contigo… 39 Muchos de los samaritanos de aquella ciudad creyeron en él a causa de
la palabra de la mujer que daba testimonio diciendo: "Me dijo todo lo que he hecho." 40 Entonces,
cuando los samaritanos vinieron a él, rogándole que se quedase con ellos, se quedó allí dos días. 41 Y
muchos más creyeron a causa de su palabra. 42 Ellos decían a la mujer: —Ya no creemos a causa de
la palabra tuya, porque nosotros mismos hemos oído y sabemos que verdaderamente éste es el
Salvador del mundo” (Jn 4:1-42).

“…La fe es por el oír, y el oír por la palabra de Cristo” (Rm 10:17). Aquellos samaritanos, mezcla de
judíos y paganos, oyeron y creyeron la palabra de Cristo, el Salvador del mundo. ¿Fueron salvos? Por
supuesto. Jesús es la salvación, el Rey del Reino de Dios, y aquellos que creían en Él eran salvos e
introducidos en su Reino, sus nombres estaban inscritos en el Libro de la vida (Lc 10:20), y eran
considerados ‘hijos’10 y ’hermanos’ entre ellos (5:22-24). ¿Cómo, si todavía Jesús no había muerto,
resucitado y enviado el Espíritu? Aunque aún no disfrutaban de todos los beneficios de la obra que Jesús
iba a completar con su muerte y resurrección, ya estaban en la relación correcta con Él: la fe y la
obediencia a su Palabra: “Pero Jesús respondió al que hablaba con él y dijo: —¿Quién es mi madre y
quiénes son mis hermanos? Entonces extendió su mano hacia sus discípulos y dijo: —¡He aquí mi
madre y mis hermanos! Porque cualquiera que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos, ése
es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mt 12:48-50).

Lo mismo podría decirse de los santos del Antiguo Testamento. ¿Cómo se salva Abel, los patriarcas,
Moisés, David, los santos fieles de la anterior dispensación? Por su fe en las promesas de Dios y la
obediencia a su Palabra, las cuales les pusieron en contacto con Cristo y en la relación correcta con
Cristo, por eso las cosas que acontecieron con los israelitas nos sirven de ejemplo, porque: “No quiero
que ignoréis, hermanos, que todos nuestros padres estuvieron bajo la nube, y que todos atravesaron el
mar. Todos en Moisés fueron bautizados en la nube y en el mar. Todos comieron la misma comida
espiritual. Todos bebieron la misma bebida espiritual, porque bebían de la roca espiritual que los
seguía; y la roca era Cristo. Sin embargo, Dios no se agradó de la mayoría de ellos; pues quedaron
postrados en el desierto. Estas cosas sucedieron como ejemplos para nosotros, para que no seamos
codiciosos de cosas malas (…) Estas cosas les acontecieron como ejemplos y están escritas para
nuestra instrucción, para nosotros sobre quienes ha llegado el fin de las edades. Así que, el que piensa
estar firme, mire que no caiga” (1Cor 10:1-12). ¡Aquello incumbe hoy a la Iglesia, porque es Dios
hablando a Su Pueblo, el único Pueblo de Dios!.

“Conforme a su fe murieron todos éstos sin haber recibido el cumplimiento de las promesas. Más bien,
las miraron de lejos y las saludaron, y confesaron que eran extranjeros y peregrinos en la tierra. Y
todos éstos, aunque recibieron buen testimonio por la fe, no recibieron el cumplimiento de la
promesa, para que no fuesen ellos perfeccionados aparte de nosotros; porque Dios había provisto
algo mejor para nosotros” (Hb 11:13.39-40). Allá en el Hades, en el seno de Abraham (Lc 16:20-26),
esperaban las Buenas Noticias…

¡Qué misericordia de Dios! ¡Dios les hizo esperarnos para recibir juntos el cumplimiento de la promesa!
Cristo descendió al Hades en su muerte (Hch 20:27.31), anunció allí el Evangelio (1Pe 4:6), y saqueando
el Hades ascendió a los cielos llevando cautivos a los que estaban en cautiverio (Ap 1.18; Ef 4:8 RCB).
Y ahora en Cristo nosotros hemos sido adoptados (injertados) como hijos de Abraham con ellos, “os
9 Mt 9:22; Mr 5:34; 10:52; Lc 7:50; 8:48; 17:19; 18:42...
10 Mt 5:16.45.48; 6:1.4.6.8-9.14-15.18.26.32; 7:11.21; 10:20.29...
habéis acercado al monte Sión, a la ciudad del Dios vivo, a la Jerusalén celestial, a la reunión de
millares de ángeles, a la asamblea de los primogénitos que están inscritos en los cielos, a Dios el juez
de todos, a los espíritus de los justos ya hechos perfectos, a Jesús el mediador del nuevo pacto, y a la
sangre rociada que habla mejor que la de Abel” (Hb 12:22-24).

Por tanto, no deberíamos hacer un corte demasiado tajante entre los creyentes anteriores a Pentecostés y
los posteriores, y tener un concepto correcto en cuanto a ‘la familia de la fe‘ (Gal 6:10).

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