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JESÚS
“En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: Te alabo, Padre, Señor del cielo
y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los
entendidos, y las revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así te agradó.
Todas las cosas me fueron entregadas por mi Padre; y nadie conoce al Hijo,
sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo
lo quiera revelar” (Mt 11, 25-27).
Y el Padre revela al Hijo sólo a los que renuncian a la sabiduría del mundo.
“El les dijo: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Respondiendo Simón
Pedro, dijo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Entonces le
respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te
lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y
yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia;
y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella. Y a ti te daré las llaves
del reino de los cielos; y todo lo que atares en la tierra será atado en los
cielos; y todo lo que desatares en la tierra será desatado en los cielos” (Mt
16, 15-19 ).
¿Conocemos esta revelación que nos ha dado el Padre acerca de Cristo? ¿la
conocemos en nuestra cabeza o nos ha sido revelada en nuestro espíritu? En
la Escritura hay dos palabras griegas que se traducen por 'palabra': 'logos' y
'rhema'. 'Logos' es la Palabra de Dios dicha de una vez para siempre, una
palabra objetiva, registrada en las Escrituras; 'rhema' es la Palabra de Dios
dicha una segunda vez de una manera personal a cada uno de nosotros.
Ambas se complementen: cuando el logos se hace revelación personal a mi
espíritu es rhema. Podemos repetir miles de veces que Jesús es el Cristo, el
Hijo del Dios viviente, y no transformar nuestra vida; pero cuando el Padre
revela esta verdad a nuestro espíritu es cuando 'conocemos' en sentido bíblico
a Jesús:
“Te conocía sólo de oídas, ahora te han visto mis ojos” (Job 42, 5)
Es la carta a los Colosenses que nos habla del Misterio de Dios escondido
desde los siglos y las edades y revelado ahora a nosotros; y nos presenta esta
revelación gradualmente hasta toda su profundidad; os invito a saborear
estas porciones de la Palabra en oración
“...el misterio que había estado oculto desde los siglos y edades, pero que
ahora ha sido manifestado a sus santos, a quienes Dios quiso dar a conocer
las riquezas de la gloria de este misterio entre los gentiles; que ES CRISTO
EN VOSOTROS, LA ESPERANZA DE GLORIA” (Col 1, 26-27) .
“ ...habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos, y revestido del
nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el
conocimiento pleno, donde no hay griego ni judío, circuncisión ni
incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que CRISTO ES EL
TODO, Y EN TODOS” (Col 3, 9-11).
El Señor Jesucristo es el don único y total del padre. Todo lo el Padre tiene
que darnos está en Cristo, ¡es Cristo!, no hay otros asuntos o cosas en la vida
cristiana. Cualquier don de Dios, cualquier virtud, cualquier verdad,
cualquier práctica, por muy bíblica y espiritual que sea, si la separamos de
Cristo, vida nuestra, se seca y se muere, y genera muerte. Es el Espíritu de
Cristo el que hace que todo conserve la frescura de vida que habita en Cristo.
Nosotros estamos juntamente crucificados con Cristo, ya no queda nada
nuestro, ahora todo lo de Cristo ha pasado a nosotros, debe pasar a nosotros.
Por tanto, conocer a Jesús es experimentar que CRISTO EN NOSOTROS
LO ES TODO
Una de las veces que Pablo nos cuenta su conversión, nos descubre el secreto
que cambió radicalmente su vida, del fariseo extremista que perseguía a la
Iglesia al apóstol de Jesucristo
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