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5.6 - Glow - Darynda Jones PDF
5.6 - Glow - Darynda Jones PDF
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Charley Davidson se enderezó en el borde de mi sofá y parpadeó hacia
mí, sus grandes y dorados ojos resplandecían bajo sus pestañas oscuras.
Llevaba un suéter suave que lucía como crema pesada sobre su piel y
vaqueros oscuros que se amoldaban a cada curva que poseía. Se quitó sus
botas y se sentó sobre una pierna curvada debajo de ella. Decir que parecía
encantadora sería negar los otros aspectos que la hacían tan increíblemente
única. La sensualidad. El atractivo. El hecho de que era la criatura más letal de
este lado de la eternidad. Afortunadamente para muchos, ese hecho le era
desconocido hasta ahora.
Cuando remodelé este apartamento por primera vez, justo al lado del
exquisito ser sentado junto a mí, instalé una chimenea eléctrica. Parecía una
buena idea en el momento. Lucía real. Incluso daba calor. Pero no era más
real que el mundo a mi alrededor. Así que hice que la quitaran y la reemplacé
con una calefacción de leña real, no fue una tarea fácil en un edificio que no
tenía chimeneas. El dinero podría no comprar la felicidad, pero podía
condenadamente bien comprar calefacción.
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Pero esa lección dio a entender el hecho de que las cosas en este plano
son raramente lo que parecen. Veamos a las personas, por ejemplo. Humanos.
Esos que fingen interés en mi bienestar, no están preocupados por la simple
bondad de sus corazones. Ellos buscan una devolución en su inversión. Para la
mayoría de ellos, esa restitución soy yo. El hambre cuando me miran es
palpable. Su deseo abrasivo. Inoportuno. Sus sonrisas son falsas y llenas de
necesidad.
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Luché por contener una sonrisa mientras me preguntaba por eso y por
su última elección de carrera. Siempre salía con artimañas o cosas así, pero
ésta última me había desconcertado. “¿Una periodista?” Pregunté, intentando
que no sonora tan extravagante como realmente lo era. No funcionó.
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Me aclaré la garganta y me removí en mi asiento. “Te das cuenta que
acabas de ofender a todos los reporteros con vida. Y quizás muchos también
que no lo están.”
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Me relajé en la esquina del sofá y balanceé una copa de Bourbon puro
en mi muslo, notando el hecho de que el líquido ámbar, al reflejarse en el
cristal, asemejaba el color de ojos de mi Holandesa a la perfección. La
primera vez que vi esos ojos, la primera vez que dejé mi cuerpo físico y viajé
hacia su atrayente luz, yo tenía tres años y ella hacía su primera aparición en
este plano.
Las parcas tenían más poder que cualquier otro ser sobrenatural en este
plano. Algún día Holandesa lo entendería. Hasta entonces, dejaré que continúe
creyendo que yo tengo más poder que ella. Sirve a mi propósito por el
momento. Cuando se convirtiera en todo lo que era, aprendería que yo no soy
nada más que un grano de polvo que puede borrar de la faz de la tierra.
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El repentino silencio me llamó la atención y me percaté que había
estado mirando fijamente. A su vez, ella me observó de regreso. Podía sentir
el deseo chispeando en su centro, extendiéndose. Causó una reacción física en
mí. Un anhelo en mi interior que sólo Holandesa podía provocar.
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Ella se contoneó en una posición más cómoda, puso sus codos en las
rodillas y, con la pluma en mano, dijo, “Okay, ¿cómo fue crecer en el
infierno?”
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Inspiró un suave respiro.
Me imaginé que ahora era un buen momento para poner sobre la mesa
sus artimañas. “Esto no tendrá algo que ver con una cierta caja que encontré
afuera de mi puerta esta mañana.”
Rodó los ojos. “Sólo lo acordamos porque una mujer desnuda con un
cuchillo me confundió con un indigente y necesitaba refuerzos. Esa chica era
como una triatleta.”
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Ella me invocó la noche anterior cuando una mujer desnuda con un
cuchillo la perseguía, gritando, “¡Muerte a los indigentes!” Drogas podrían
haber jugado un gran rol en la furia de la mujer asesina. Pero le hice prometer
que no me regalara nada antes de ayudarla a salir de esa difícil situación.
Tenía la sensación de que ahora renegaba de nuestro acuerdo.
“Ugh.” Ella se tiró de nuevo sobre el espacio vació del sofá y lanzó un
brazo sobre su frente. “Reyes, ¿por qué? La verdadera dicha de la Navidad es
dar. Si no me permites entregarte un regalo, estarás succionando toda la
alegría de la festividad como un motor de gasolina, con doble turbo de marca
Hoover.”
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Apoyé un brazo en el sofá. Tomé mi otro brazo y lo apoyé en la espalda
del sillón, la copa colgando en mi mano. Pero quería que supiera que la
invitación era real. Sus ojos me recorrieron de pies a cabeza, el interés era
indudable. Un calor electrizante se acumuló en mi abdomen provocando que
me endureciera bajo su escrutinio.
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mientras su boca se deslizaba hacia abajo por mi eje sensible, sus dientes
rozando mi piel. Me endurecí aún más. Ignorando mi agarre de hierro, se tragó
cada centímetro de mí, la agonizante y ruda emoción me embargó cuando se
echó hacia atrás, se detuvo, tensionando el momento, luego me tragó otra vez.
Holandesa sentía la misma onda de placer que yo. Podía sentir la misma
ola nuclear derritiéndola desde dentro hacia fuera y no estaba dispuesta a
detener su ataque. Sumergí mi otra mano en su cabello y la alcé hasta que
estuvo recostada contra mi torso. Manteniéndola prisionera ahí, arranqué el
botón de sus vaqueros y los bajé por sobre su delicioso culo. La piel de gallina
estalló sobre su sedosa piel cuando el aire frío golpeó. Recorrí mis dedos
sobre su exuberante redondez antes de quitarle los vaqueros y bragas por
completo y levantándola por sobre mí para que estuviera de pie. Permitiendo
que mi boca tuviera total acceso a los exquisitos pliegues entre sus piernas.
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que llegó a un punto álgido. El éxtasis irradiaba fuera de ella y se apoderaba
de mí como un viento eléctrico, llegando hasta mis poros y saturando cada
centímetro con un fervor suculento.
Gruñí y obedecí sin titubear. Jalándola hacia mis brazos, nos rodé hasta
que me instalé arriba. En un movimiento rápido me hundí dentro de ella. Se
hallaba suave, caliente y húmeda. Mi invasión aumentó el placer en su
interior, el placer de mi erección la hizo jadear en voz alta.
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más rápido, chocando en su contra hasta que sentí una explosión viniendo de
ella, una oleada final de energía caliente. Estalló y se precipitó dentro de mí,
canalizándose hasta que alcanzó niveles nucleares. Me corrí en una onda de
fuerza volátil, la detonación tronó a través de mi interior en ondas
sorprendentemente afiladas.
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deseos. Mis deseos declarados en forma bastante explícita. “¿Qué te pareció el
regalo que me diste?” Le pregunté, tratando de sonar agravado. No funcionó.
Me eché hacia atrás para que pudiera ver la sorpresa en mi cara. “¿Estás
faltándole el respeto a mis boxers de cascabeles?”
Podía vivir con eso. Me relajé en su contra, pero no pude resistir seguir
un poco el juego en buena medida. “Los usaré todos los días por el resto de mi
vida.”
“Los quemaré.”
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Tomé su cabeza y la sostuve hacia mí por un largo momento. Luego me
levanté y la observé, la miré hasta que un suave rubor floreció en sus mejillas.
Recorrí con mi pulgar su labio inferior y pasé por el precipicio de su barbilla.
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“¿Esto es mío?” Preguntó, emocionada.
“Es todo tuyo.” Luchando contra una sonrisa, me senté a su lado y bajé
mi cabeza para observar.
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“Es una simple pregunta, sí o no,” dije, intentando mantener mi rostro
serio. Me eché hacia atrás, cruzando mis brazos detrás de la cabeza. “Cuando
obtenga una respuesta, tendrás el resto de tu regalo.”
“Nop.”
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“Es una lástima, de verdad,” respondí, ignorándola. “El corte es
exquisito.”
Tomé su barbilla entre mis dedos y alcé su rostro más cerca del mío.
“Cariño, soy el hijo de Satán. Podría chantajearte para que entregaras a tu
primogénito a un circo ambulante si así lo quisiera.”
Aún así, la mera idea de que ambos nos enfrentáramos me traía tanto
dolor, tanta agonía, que raramente la dejaba cruzar por mi mente. Pero ella era
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una parca. Algún día comenzaría a actuar como una y yo estaría indefenso.
Hasta que ese momento llegara, bebería de ella como si mi vida dependiera de
eso. He esperado tanto, siglos de hecho, para que naciera en la tierra. La fruta
prohibida a menudo produce el más dulce de los néctares. Evitaría cualquier
batalla que estuviera por venir tanto como me sea posible y entonces me
rendiría ante ella, dejaré que me aniquile, porque la vida sin ella sería
insoportable.
Bajé mi cabeza, puse mi boca contra la suya y dejé que mis dedos
exploraran los pliegues entre sus muslos otra vez. Se retorció y dejó que sus
piernas se abrieran ante mi toque y me deleité con su sensación una vez más.
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