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MÉTODO LITERALISTA
El literalismo descansa sobre el postulado de que un texto ha de entenderse siempre en su
sentido literal, a menos que ello sea razonablemente inadmisible, como sucede en el caso de
las metáforas las fábulas los símbolos y otras figuras de lenguaje. El método literalista,
depurado de hiperliteralismo sele ser usado por sus adeptos como expresión de una mayor
fidelidad a la Palabra de DIOS, lo que en muchos casos es discutible. No. puede probarse,
ejemplo, que quienes sostienen que los seis días de la creación fueron días de veinticuatro
horas son más ortodoxos que quienes ven en tales días períodos más o menos largos de
tiempo, tal vez de miles o millones de años.
Debemos admitir que no siempre es fácil decidir cuándo un pasaje de la Escritura ha de ser
entendido en sentido literal y cuándo figuradamente. En no pocos casos, lo más aconsejable
puede ser una interpretación con reservas, expresada en términos de probabilidad, no
dogmáticos, y delicadamente respetuosa hacia interpretaciones diferentes.
Este fue el caso de los literalistas hebreos. A pesar de que los judíos palestinenses habían
establecido sanos principios de interpretación del Antiguo Testamento, muchos de sus
rabinos estuvieron muy lejos de ponerlos en práctica. Sentían un profundo respeto hacia la
Escritura, que consideraban sagrada hasta en sus letras; pero otorgaron una importancia
excesiva a su ley oral (Mishna), lo que frecuentemente les impedía una interpretación
correcta del texto escrito. Recuérdese el reproche de Jesús a sus contemporáneos que, con
su tradición, invalidaban la Palabra de Dios.
Su creencia en la inspiración mecánica de la Escritura, que les hacía ver en los hagiógrafos
meros autómatas pasivos, les llamó a descuidar el fondo histórico de cada texto, factor
importantísimo en toda buena exégesis. Su preferencia por la Ley,. con relativo indiferencia
hacia los Profetas y los llamados Escritos del Antiguo Testamento, marcó su interpretación
con el cuño del legalismo, lo que no correspondía plenamente ni hacía justicia al conjunto
de la revelación veterotestamentaria. Y su afición al «letrismo» les privó de discernimiento
para distinguir lo esencial de lo incidental, lo que a menudo los condujo a resultados
grotescos. .
He aquí algunos ejemplos ilustrativos del t.ipo de exégesis practicado entre los rabinos de
la escuela palestinenses: Comentando el primer versículo del Salmo 130, tan cargado de
dramatismo espiritual y tan rico al examinarlo a la luz de la totalidad del salmo, el
intérprete judío, siempre inclinado al legalismo sólo ve una forma externa de orar. «De los
profundos» Significa' que la oración debe practicarse en la posición más baja posible.
La primera palabra de Gn. 1:1 (Bereshith, en el principio) se combina con Jer. 26:1 «<en el
principio del reinado de Joacim») para llegar a la conclusión de que Gn. 1:1 se refiere al
trato dispensado por Dios a Israel en los días de Joacim.
Cuando en Proverbios 22:9 se afirma que «el Ojo misericordioso será bendito», el uso del
singular (ojo») en vez del plural debe interpretarse en el sentido de que dos ojos podrían
mirar en distintas direcciones, mientras que un solo Ojo forzosamente dirigirá su mirada en
una sola dirección, la del bien, lo que le hace merecedor de la bendición divina.
Los deplorables abusos de aquellos exegetas y lo extravagante de muchas de sus
interpretaciones debieran prevenir a quien respeta la Palabra de Dios contra cualquier tipo
de veleidad en el momento de determinar el significado de un texto bíblico. En mayor o
menor grado y con formas diferentes, el estilo rabínico ha perdurado hasta nuestros días.
Todavía hoy, en predicaciones y en escritos de tipo devocional, se siguen tomando palabras
o frases de la Escritura para sacar de ellas lecciones espirituales que pueden resultar
edificantes y no contradicen las enseñanzas bíblicas, pero no se ajustan al verdadero
significado del texto. Tal práctica siempre entraña el riesgo de caer en lo erróneo y en lo
extravagante.
Como hace notar B. Ramm, «hay una lección principal que debemos aprender de la
exégesis rabínica: los males del letrismo. En la exaltación de las letras de la Escritura el
verdadero significado de la Escritura se perdió... Toda exégesis que se sumerge en
trivialidades y letrismo está condenada al extravió».
Quizá conviene hacer otra observación sobre el método literalista, depurado de
hiperliteralismo. Suele ser usado por sus adeptos como expresión de una mayor fidelidad a
la Palabra de DIOS, lo que en muchos casos es discutible. No. puede probarse, por ejemplo,
que quienes sostienen que los seis días de la creación fueron días de veinticuatro horas son
más ortodoxos que quienes ven en tales días períodos más o menos largos de tiempo, tal
vez de miles o millones de años.
Tampoco es prueba de superioridad hermenéutica identificar lo literal con lo histórico, y lo
figurado con lo mítico o lo no histórico. Una realidad histórica puede ser expresada en
lenguaje figurado.
Si tomamos como ejemplo el capítulo 3 de Génesis, admitir el carácter simbólico de
algunas de sus partes, en opinión de muchos comentaristas serios y conservadores, no
significa necesariamente que los hechos narrados no sean históricos.
Debemos admitir que no siempre es fácil decidir cuándo un pasaje de la Escritura ha de ser
entendido en sentido literal y cuándo figuradamente. En no pocos casos, lo más aconsejable
puede ser una interpretación con reservas, expresada en términos de probabilidad, no
dogmáticos, y delicadamente respetuosa hacia interpretaciones diferentes
MÉTODO ALEGÓRICO
La alegoría es una ficción mediante la cual una cosa representa o simboliza otra distinta.
Puede considerarse, pues, como una metáfora ampliada. Su uso se ha generalizado tanto en
la literatura religiosa como en la secular cuando se ha querido expresar verdades
metafísicas.
Lo que importa, en el fondo, no es lo que el hagiógrafo quiso expresar, sino lo que el
intérprete quiere decir.
Este método consiste entonces en pasar por alto el significado literal del texto en búsqueda
de un contenido espiritual y oculto. Una verdad que se encuentra tras el texto mismo. Para
descubrirla hay que tratar de encontrar en todo término un significado simbólico.
Entre los cristianos del siglo I y II se popularizó también este método hermenéutico.
También fue en Alejandría donde se lo empleo por primera vez. Se destacaron Clemente y
su discípulo Orígenes. Ambos ponderaban el valor de las Escrituras pero creían firmemente
que la alegorización proveía del auténtico significado de las Escrituras. Admitían el
significado literal de un texto cuando describía algún evento histórico pero aún en estos
casos encontraban un valor tipológico y místico.
El método alegórico llegó a predominar hasta las la era de la reforma. Esto facilitó que
durante siglos el cristianismo estuviese indefenso ante las muchas herejías que se fueron
introduciendo.
También en la Biblia encontramos alegorías, como veremos al tratar las diversas formas de
lenguaje figurado. Pero no es la alegoría en sí lo que ahora vamos a examinar, sino la
aplicación del principio alegórico a la interpretación de la Escritura, en virtud del cual toda
clase de textos, incluidos los históricos y los que claramente tienen un significado literal,
han de interpretarse sacando de ellos un significado distinto, oculto a simple vista,
pretendidamente más rico y profundo.
Este método se distingue, al igual que otros que estudiaremos, por una ausencia casi total
de preocupación respecto a lo que el autor sagrado deseó comunicar y por la libertad con
que se abren las puertas al subjetivismo del intérprete. Lo que importa, en el fondo, no es lo
que el hagiógrafo quiso expresar, sino lo que el intérprete quiere decir. Como consecuencia,
el producto de la exégesis puede variar adaptándola, según convenga, a las formas
cambiantes del pensamiento de cada época. Con razón K. Grobel se ha referido a la
alegorización como a un «arte camaleónico».
Los antecedentes de la interpretación alegórica los encontramos en el helenismo. Durante
siglos, la piedad de los griegos se había nutrido de los poemas de Homero y Hesíodo; pero
el desarrollo de la ciencia, incipiente, y de la filosofía llegó a hacer sumamente difícil la
aceptación literal de los antiguos relatos legendarios. Dos concepciones del mundo muy
diferentes entraban en conflicto: la mítica tradicional y la científico-filosófica.
Las mentes filosóficamente estructuradas no podían aceptar los elementos fantásticos y
ridículos que abundaban en los «escritos sagrados» griegos, por lo que no faltaron ataques
satíricos contra las tradiciones religiosas. Pero el pueblo no estaba dispuesto a renunciar a
sus creencias seculares. Finalmente, lo que parecía irreconciliable llegó a armonizarse.
La tensión entre mitología y filosofía se resolvió mediante la alegorización de los poemas
clásicos, iniciada con ingeniosas explicaciones etimológicas de los nombres dados a las
diversas divinidades. Los relatos de los grandes poetas del pasado no debían entenderse en
sentido literal. Su verdadero significado (hyponoia) subyacía oculto bajo la superficie de
los hechos narrados y era desentrañado por la intuición de los filósofos.
Así, a pesar de la oposición de Platón y Aristóteles a los abusos de la alegorización, ésta se
impuso en el mundo del pensamiento helénico.
Mediante ella, como indica A. B. Mickelsen, «podía mantenerse la continuidad del pasado
sin comprometerse demasiado con los elementos indeseables de su literatura. Los dioses
homéricos y la totalidad del panteón griego podían ser alegorizados total o parcialmente. Si
se deseaba conservar ciertos "valores" de los dioses, cabía el recurso de alegorizar los
relatos de sus inmoralidades».
Un fenómeno análogo se observa entre los judíos más expuestos a la influencia griega,
especialmente los de Alejandría, quienes vieron en la experiencia hermenéutica de los
griegos el modo de resolver algunos de sus propios problemas, surgidos en la confrontación
de la tradición religiosa hebrea con la cultura helénica.
Llegar a una síntesis de ambas sólo resultaba factible aplicando el método alegórico a la
interpretación del Antiguo Testamento.
Únicamente de este modo podían limarse las aristas que más herían la sensibilidad
metafísica griega, sobre todo los antropomorfismos de las Escrituras judías. Las narraciones
bíblicas, a semejanza de los mitos griegos, eran simple ropaje literario de enseñanzas
morales o religiosas.
El primer representante del judaísmo helenístico que usó el método alegórico en un intento
de fundir las cosmologías judía y griega fue Aristóbulo (siglo 11 a. de C.), quien aseguraba
que la filosofía helena se había inspirado en el Antiguo Testamento, especialmente en la ley
de Moisés y que, por medio de la interpretación alegórica, podían hallarse las enseñanzas
básicas de la filosofía tanto en los escritos de Moisés como en los de los profetas.
Pero el más distinguido entre los alegoristas judíos fue el alejandrino Filón (20 a. de C.-54
d. de C.). Fiel a su herencia hebrea, tenía en gran estima el Antiguo Testamento, que
consideraba superior a la producción filosófica griega; pero ello no excluía un gran respeto
y simpatía hacia los pensadores griegos, cuyos sistemas filosóficos trató de reconciliar con
el judaísmo siguiendo, al igual que su antecesor Aristóbulo, el método alegórico de
interpretación.
De él se valió en sus esfuerzos por defender la fe judía contra las críticas paganas y
demostrar a sus correligionarios que Moisés había sido poseedor de todo el saber de Grecia.
Este empeño ecléctico de Filón aparece una y otra vez en sus numerosas obras. En su
tratado Sobre la creación del mundo, por ejemplo, la forma en que presenta a Dios creando
el universo sigue notablemente la línea de Platón en su Timeo.
En ningún momento compartió Filón la parcialidad de quienes, atraídos por el alegorismo,
desechaban la interpretación literal de los textos sagrados como superflua. Prueba de ello es
su obra Preguntas y respuestas sobre Génesis y Éxodo, comentario de tipo midrásico en el
que se hace una exposición del texto bíblico versículo por versículo.
Prácticamente para cada versículo da dos interpretaciones: la literal, mucho más aceptable
para los judíos ortodoxos -poco o nada influenciados por el helenismo-, y la alegórica o
mística. Es evidente, sin embargo, su preferencia por esta última. Como hace notar Bemard
Ramm, Filón «no pensaba que el sentido' literal fuese inútil, pero éste representaba un nivel
de inmadurez en la comprensión. El significado literal era el cuerpo de la Escritura,
mientras que el alegórico era su alma. Por consiguiente, el literal era para los inmaduros y
el alegórico para los juiciosos».
Como muestra de comentario bíblico de Filón, transcribimos el siguiente, relativo a los ríos
del Edén (Gén. 2:10-14): «Con estas palabras Moisés se propone bosquejar las virtudes
particulares. Estas también son cuatro: prudencia, templanza, valor y justicia. Ahora bien,
el río principal, del cual salen los cuatro, es la virtud genérica, a la que ya hemos dado el
nombre de bondad.
La virtud genérica tiene su origen en el Edén, que es la sabiduría de Dios, y se regocija,
exulta y triunfa deleitándose y sintiéndose honrada exclusivamente en su Padre, Dios. Y las
cuatro virtudes particulares son ramas de la virtud genérica, que, a semejanza de un río,
riega todas las buenas acciones de cada uno con un abundante caudal de beneficios.»
La alegorización, como método hermenéutico, pronto se abrió también amplio camino en la
Iglesia cristiana de los primeros siglos. Y fue también en Alejandría, por motivos análogos
a los que influyeron en los alegoristas judíos, donde se formó una escuela de interpretación
,alegóricas. En ella destacaron principalmente Clemente y su discípulo Orígenes.
Aunque ambos sentían una profunda reverencia por la Palabra de Dios y no negaban un
valor elemental al sentido literal de las Escrituras, estaban convencidos de que sólo la
interpretación alegórica de la Biblia puede proporcionar el significado profundo y
verdadero de sus textos. En el fondo, su sistema hermenéutico respondía a necesidades
apologéticas, semejantes a las que tuvo Filón, determinadas por el afán de conciliar la fe
basada en las Escrituras con la filosofía griega.
No debe olvidarse que tanto judíos como cristianos sufrían los duros ataques de adversarios
como Celso, Porfirio y otros, que hacían de las Escrituras objeto de sus burlas por
considerarlas triviales, absurdas e incluso inmorales. La crudeza de algunos pasajes del
Antiguo Testamento y la totalidad de la problemática que la revelación bíblica significaba
ante la metafísica de la época no sólo desaparecían mediante la alegorización, sino que
incluso alumbraban conceptos altamente valorados por la filosofía griega.
Una Idea de la preocupación sentida por los alegoristas cristianos de Alejandría nos la da el
comentario de Clemente sobre Ex. 15:1 (e Yahvéh se ha magnificado grandemente echando
en el mar el caballo y al jinete»): «El afecto brutal y de múltiples miembros, la lascivia con
su jinete montado que da rienda suelta a los placeres, son echados al mar, es decir, son
arrojados a los desórdenes del mundo. Así también Platón, en su libro sobre el alma
(Timeo) dice que el auriga y el caballo que huyeron (la parte irracional, que se divide en
dos: la ira y la concupiscencia) caen al suelo; de este modo el mito indica que fue por el
desenfrenamiento de los corceles que Faetón fue precipitado."
Clemente admitía como posible el significado histórico de un texto cuando se trata de
hechos reales de la historia; del doctrinal cuando se refiere a cuestiones morales o
teológicas, y el profético, que incluye no sólo el elemento claramente predictivo sino
también el tipológico. Pero los significados más importantes para él eran el filosófico, por
el que se descubrían enseñanzas en los objetos naturales y en los personajes históricos, y el
místico, mediante el que se desentrañaban verdades espirituales mas profundas
simbolizadas en personas y en acontecimientos.
Orígenes, quizás inspirado en Filón y ampliando el símil que éste había establecido al
comparar el sentido literal de la Escritura con el cuerpo y el alegórico con el alma, habló de
tres sentidos: el corporal (somatikos), que correspondía al significado literal a lo externo de
los hechos; el anímico (psyjikos), de carácter moral, que tenía que ver con todas las
relaciones del hombre con sus semejantes, y el espiritual (pneumatikos) , referido a las
relaciones entre Dios y el nombre.
Pero lo literal, según Orígenes, es símbolo de los misterios divinos. Los hechos históricos
son reales; pero deben ser re interpretados teológicamente. No niega, por ejemplo, la
historicidad del episodio de Rebeca dando de beber al siervo de Abraham y sus camellos
(Gn. 24), pero enfatiza su espiritualización: debemos acudir al pozo de las Escrituras para
encontrar a Cristo.
En el relato de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, el asna representa la letra del
Antiguo Testamento; el pollino, manso y sumiso, simboliza el Nuevo Testamento, y los dos
apóstoles que fueron en busca de los animales son figuras del sentido moral y el espiritual.
F. W. Farrar da otros ejemplos análogos en su «Historia de la Interpretación» y hace el
siguiente comentario: «(Tales ejemplos) nos cansan y nos irritan con un sentido de
irrealidad incongruente. Cambian delicadas narraciones humanas en enigmas fatigosos y
mal montados.»
El método alegórico llegó a predominar de modo sorprendente a lo largo de la historia de la
Iglesia hasta la Reforma del siglo XVI. Si Orígenes fue anatematizado siglos después de su
muerte, lo fue por sus conclusiones teológicas, no por sus métodos de exégesis. Es verdad
que se alzaron voces como la de Jerónimo atacando la alegorización por sus debilidades.
Pero el propio Jerónimo no llegó a librase por completo de la influencia que la escuela
alejandrina había ejercido sobre él, ni correspondió a la realidad su pretensión de «haber
navegado a salvo entre el Escila de la alegoría y el Caribdis del Literalismo».
Agustín, conocedor de las objeciones maniqueas contra el Antiguo Testamento, con sus
antropomorfismos, y contra el cristianismo, encontró en ellas serias dificultades para
abrazar la fe cristiana.
Pero Ambrosio de Milán, basándose en la afirmación de Pablo de que <da letra mata,
mientras que el espíritu vivifica», fue un defensor entusiasta de la interpretación alegórica.
Y Agustín, pese a lo preclaro de su mente y a los sabios principios hermenéuticos que él
mismo estableció, no supo sustraerse a la práctica generalizada de la alegorización. Llegó a
afirmaciones tan peregrinas y gratuitas, tan alejadas del sentido original del texto, como las
de la mayoría de los Padres de la Iglesia. Después de Agustín, durante más de un milenio,
la alegorización se erigiría en reina y señora de la hermenéutica bíblica.
Las consecuencias fueron fatales. Durante los primeros siglos del cristianismo, la solidez de
las doctrinas apostólicas se mantuvo eficazmente y ello impidió que una pésima
interpretación de las Escrituras diera carta de naturaleza en la Iglesia a las herejías que
surgían. Pero a medida que la Iglesia fue alejándose de sus orígenes, la tradición cristiana
fue cargándose de elementos ajenos al Evangelio que debilitaban la consistencia teológica
inicial.
Entonces, toda interpretación de la Escritura, por fantástica o descabellada que fuese, podía
tener aceptación. La condición para ser aceptada no estribaba en la conformidad con el
pensamiento del autor bíblico, sino simplemente en que no chocase con el magisterio de la
Iglesia, cada vez más autoritario.
Bernard Ramm cita a Fullerton, quien de modo incisivo declara: «En vez de adoptar un
principio científico de exégesis, se introduce la autoridad de la Iglesia disfrazada de
tradición como norma de interpretación. La corriente de pensamiento que hemos venido
considerando se asocia con las grandes consolidaciones dogmáticas de los siglos 11 y III
que condujeron directamente al absolutismo eclesiástico.» Y con no menor agudeza añade
Ramm a renglón seguido: «La maldición del método alegórico es que oscurece el verdadero
significado de la Palabra de Dios.»
Estas aseveraciones monitorias en cuanto a los peligros de la alegorización recobran
actualidad en nuestros días, cuando, por caminos y con enfoques distintos como tendremos
ocasión de ver, se vuelve a dar primacía a la libertad del intérprete para que su exégesis esté
en consonancia con el pensamiento del hombre de hoy. Es un tanto sospechosa la
afirmación hecha por C. H. Dodd cuando escribe que «existe una base para el empleo del
método alegórico en la interpretación de la Escritura» y que «en la exégesis bíblica de la
Iglesia primitiva tuvo un valor real», pues «liberó de la tiranía de formas de pensamiento ya
anticuadas y de la necesidad de aceptar materialmente, como parte de la revelación divina,
una serie de residuos pueriles, y a veces repugnantes, de épocas primitivas. Abrió el camino
a una actitud auténticamente imaginativa ante la Biblia». Pero el propio Dodd ha de
reconocer que «el empleo exagerado de la alegoría tiene un efecto empobrecedor y ruinoso.
Es facilísimo rehuir el impacto de un pasaje difícil dándole un sentido no natural todo
admite cualquier significado y nada tiene contornos definidos»."
Una vez más hemos de recalcar que la verdadera exégesis consiste en que el intérprete
saque del texto el pensamiento del autor, no que meta en él su propio pensamiento con la
ayuda de una fantasía incontrolada
MÉTODO DE INTERPRETACIÓN DOGMÁTICA
La interpretación dogmática se ha practicado -y se practica aún- en mayor o menor grado
en todas las confesiones cristianas, pero ha caracterizado de modo especial al catolicismo
romano.
En el caso de los escrituristas católicos, a pesar de la libertad creciente de que disfrutan, su
exégesis siempre está hipotecada por el dogma.
La “interpretación dogmática” que promovía la ortodoxia o sana interpretación, siempre y
cuando las aplicaciones del intérprete no tuvieran contradicción con el magisterio
eclesiástico (catolicismo) ni con la confesión de fe, credo o catecismo (denominaciones
protestantes).
Cualquiera que sea su fuente, frecuentemente han distorsionado las interpretaciones de
pasajes concretos. Si las creencias del intérprete preceden su entendimiento de la Biblia,
corre el peligro de caer en el método dogmático. Sus creencias puede venir de una variedad
de fuentes: La instrucción de otros, su propia “investigación general” de la Biblia,
experiencias personales, razonamiento filosófico, consideraciones pragmáticas, u otras.
Cualquiera que sean sus creencias cuando lee un pasaje, éstas necesitan ponerse a un lado,
o se harán vulnerables a ese abismo. Inevitablemente manejará mal un pasaje para forzarlo
a encajar en sus propias nociones preconcebidas.
Aunque teóricamente todos los sistemas teológicos del cristianismo han sido elaborados a
partir de la Biblia, la verdad es que tales sistemas pronto han adquirido en muchos casos
una autoridad propia que ha impuesto sus conclusiones con toda rigidez a la labor
exegética. La teología no siempre ha sido sometida a constante examen, en sujeción al
texto, iluminado por un mayor conocimiento hermenéutico. Por el contrario, la
interpretación ha sufrido los efectos de un fuerte ceñimiento con las fajas de tradiciones
teológicas.
La interpretación dogmática se ha practicado y se practica aún- en mayor o menor grado en
todas las confesiones cristianas, pero ha caracterizado de modo especial al catolicismo
romano.
En el caso de los escrituristas católicos, a pesar de la libertad creciente de que disfrutan, su
exégesis siempre está hipotecada por el dogma. Como sinceramente reconoce Leo
Scheffczyk, profesor católico en la universidad de Munich, «si se pregunta a la dogmática
católica por el sentido y el método de la verdadera interpretación de la Escritura, esta
pregunta aparece en seguida incluida en un vasto sistema de relaciones, que tiene que ser
descubierto en las respuestas.
Por eso la pregunta no sería contestada por la dogmática católica de una forma suficiente, si
procediera exclusivamente de la Escritura y sólo tuviese en cuenta los requisitos que
provienen de la Biblia; porque para la dogmática católica la Escritura no es el único
principio del conocimiento, sino que también lo es el dogma»."
Según la teología ortodoxa del catolicismo, ninguna interpretación puede estar en
contradicción con el dogma o con el magisterio eclesiástico, lo que niega el principio
protestante de que ningún dogma puede estar en contradicción con las claras enseñanzas de
la Escritura y que ésta debe ocupar siempre un lugar de supremacía, por encima de toda
tradición y de toda formulación teológica. Sólo la Escritura es plena y exclusivamente
normativa (norma normans, non normata).
Sin embargo, como ya hemos indicado, también en las confesiones cristianas no católicas
ha sido a veces mediatizada la exégesis por exigencias dogmáticas. No habían transcurrido
muchos años desde que la Reforma arraigara en Europa cuando Matthias Flacius escribió
en su Llave a las Escrituras (1567): «Todo cuanto se dice respecto a la Escritura o sobre la
base de la Escritura debe estar de acuerdo con lo que el catecismo declara y con lo que se
enseña en los artículos de fe.» Esta postura era la negación de uno de los propósitos
fundamentales de los reformadores: liberar al pueblo cristiano de la tiranía de la tradición
católico-romana y volverlo a la posición de una sumisión directa a la Palabra de Dios, al
contenido de la Escritura.
Lo peor es que el error de Flacius se extendió ampliamente en el seno del protestantismo
durante el llamado periodo confesionalista.
L. Berkhof describe bien la situación: «En el periodo que siguió a la Reforma se hizo
evidente que los protestantes no habían quitado enteramente la vieja levadura. En teoría
mantenían el sólido principio de Scriptura e interpres, pero mientras por un lado rehusaron
someter su exégesis al dominio de la tradición y a la doctrina de la Iglesia formulada por
papas y concilios, cayeron en el peligro de dejarse llevar por los principios confesionales de
cada denominación.
Fue preeminentemente la edad de las denominaciones. Hubo un tiempo en que cada ciudad
importante tenía su credo favorito (Farrar). Cada cual trató de defender su propia opinión
apelando a la Escritura. La exégesis vino a ser servidora de lo dogmático y degeneró en una
simple búsqueda de textos favorables.»
No es de extrañar que se produjeran reacciones contra este resurgimiento del espíritu
católico-romano. Algunas tuvieron un carácter marcadamente racionalista (socinianos).
Otras dieron origen al pietismo, sano y benéfico en su principio, pero que evolucionó hacia
actitudes subjetivas respecto a la Biblia en las que prevalecían las ansias de edificación por
encima del estudio gramático- histórico de la Escritura.
La interpretación dogmática, no como método abiertamente reconocido, pero sí
generalizado en la práctica, ha tenido sus periodos de auge siempre que se han elaborado
sistemas teológicos minuciosos cuya trabazón ha dependido más de la coherencia filosófica
que de la investigación hermenéutica, concienzuda y perseverante, del conjunto de la
Escritura. Tales sistemas tienen su origen en hechos o doctrinas que se consideran
fundamentales y que aparecen claramente en la Biblia. Pero el camino que se ha seguido
después ha sido el de una reflexión teológica que por ser deductiva más que inductiva, no
Siempre se ha mantenido en sintonía con la verdad revelada.
Según la tendencia de cada confesión, o de cada escuela teológica, se ha hecho uso de
determinados textos con omisión más o menos intencionada de otros e incluso se han
interpretado de manera artificiosa con tal de evitar la contradicción con los postulados del
sistema.
Es conveniente, a partir de una sana teología bíblica, llegar a una teología sistemática. Sólo
así puede tenerse una perspectiva adecuada de la revelación. Pero una teología sistemática
llevada más allá de sus justos límites, en vez de facilitar la comprensión de la Escritura,
puede más bien nublar algunos de sus textos y despojarlos de su verdadero significado.
Sirva como ejemplo la interpretación que algunos comentaristas reformados han dado a
Juan 3:16, según la cual «el mundo» al que Dios ha amado queda reducido al «mundo de
los escogidos». Salta a la vista que en este caso la exégesis ha estado totalmente dominada
por la perspectiva predestinacionista de un calvinismo extremado.
Otra muestra de los abusos del método en cuestión es la utilización de pasajes bíblicos en
apoyo de una doctrina dándoles un significado que en realidad no tienen. A menudo otro
ejemplo se ha dado a Isaías 1:6 un sentido moral, lo que ha permitido usarlo como texto
demostrativo de la «depravación total» del hombre. Pero sólo implícitamente y por
deducción podría extraerse esta doctrina del texto mencionado. Lo que el profeta hace
resaltar es la condición lastimosa a que ha llegado el pueblo escogido bajo los juicios
divinos acarreados por la maldad y la deslealtad.
Aun el versículo 4 del mismo capítulo, que menciona de modo explícito la depravación de
Judá y podría usarse como paradigma, en sentido rigurosamente exegético no puede decirse
que sostiene la doctrina de la depravación total. Esta doctrina es bíblica, pero son otros los
textos que la avalan.
En errores parecidos han caído exegetas sometidos a otros sistemas teológicos. Y así se ha
incurrido en el mismo desacierto del catolicismo y de las sectas que imponen sus
particulares esquemas doctrinales a la exégesis.
Una teología evangélica nunca debería ser una forma nueva de escolasticismo. Habría de
buscar el máximo de coherencia en el examen y ordenación de Jos elementos de la
revelación bíblica, pero admitiendo que siempre quedarán cabos sueltos, que subsistirán las
antinomias, que no todo lo que hallamos en la Biblia se compagina fácilmente y a entera
satisfacción de quien la estudia.
Mientras vivimos en espera del día en que conoceremos como somos conocidos, todo
ordenamiento teológico ha de ser constantemente revisado a la luz de la Palabra, a cuyo
servicio tiene que estar siempre. No es la Escritura la que debe interpretarse con una
formulación teológica determinada.
Es la teología la que debe someterse en todo momento, a los resultados, de una escrupulosa
exégesis de la Escritura. Y solo sobre una exegesis de amplia base bíblica puede levantarse
el edificio de la dogmática. Como el teólogo católico ya Citado, Leo Scheffczyk, admite,
«los puntos de apoya para los dogmas sólo pueden actuar como tal.es si se muestran en
relación con el contexto y con toda la Escritura.
La Escritura pues nunca puede ser utilizada en apoyo de una verdad de un todo puntual,
sino sólo en toda su extensión, o mejor dicho corporativa y pluridimensionalmente. Así se
exige a la dogmática que con respecto a una verdad de fe que está en tela de juicio, siempre
escuche a toda la Escritura y se la ponga ante la conciencia.»
Las consideraciones precedentes sobre la interpretación dogmática nada tienen que ver con
la aplicación del llamado «principio de analogía de la fe», según el cual la interpretación de
cualquier texto debe estar en armonía con el conjunto de las enseñanzas doctrinales bíblicas
más claras. A este principio volveremos oportunamente. Pero una cosa es la subordinación
de todo trabajo exegético al tenor general de la Escritura y otra la servidumbre bajo el
dominio de la dogmática
BIBLIOGRAFÍA
WEBGRAFIA
file:///C:/Users/Usuario/Downloads/289435913-EXEGETICO.pdf
http://hermeneuticalacienciadeinterpretar.blogspot.com
UNIDAD IV
MÉTODOS EXEGÉTICOS DE LA BIBLIA
CURSO: MÉTODOS EXEGÉTICOS
PROFESOR: REV. GERMAN ESPINOZA GUARACHI
ALUMNO: JOSÉ ARTURO MACHACA CHOQUE