Está en la página 1de 223

Esta traducción fue hecha de fans para fans, sin ningún tipo de

ganancia. Hecho para promover la buena lectura y darle la


posibilidad de leer el libro a aquellas personas que no leen en inglés.
Puedes apoyar a la autora comprando sus libros y siguiéndola en
sus redes sociales.
STAFF
MODERADORAS:
MadHatter y Gigi<3

Traductoras: Gigi<3
Astrea75 Gasper Black
AleVi

MadHatter
Correctoras:
Yani
Just Jen
Daliam
CJ Alex
Erienne
—Leon
Danny Hart
Khira Sullivan

Lectura Final:
MadHatter

Diseño:
Roxx
ÍNDICE

SSIINNOOPPSSIISS CCAAPPÍÍTTUULLOO 1111

CCAAPPÍÍTTUULLOO 11 CCAAPPÍÍTTUULLOO 1122

CCAAPPÍÍTTUULLOO 22 CCAAPPÍÍTTUULLOO 1133

CCAAPPÍÍTTUULLOO 33 CCAAPPÍÍTTUULLOO 1144

CCAAPPÍÍTTUULLOO 44 CCAAPPÍÍTTUULLOO 1155

CCAAPPÍÍTTUULLOO 55 CCAAPPÍÍTTUULLOO 1166

CCAAPPÍÍTTUULLOO 66 CCAAPPÍÍTTUULLOO 1177

CCAAPPÍÍTTUULLOO 77 CCAAPPÍÍTTUULLOO 1188

CCAAPPÍÍTTUULLOO 88 EEPPÍÍLLOOGGOO

CCAAPPÍÍTTUULLOO 99 SSOOBBRREE LLAA AAUUTTOORRAA

CCAAPPÍÍTTUULLOO 1100
Sinopsis
*** Esta es una historia de romance contemporáneo independiente y
larga, ambientada en el mundo de STRIPPED***

No soy nadie. Soy una huérfana. Una conserje. Una estudiante


universitaria. Una virgen.

¿Y él? Él es un dios. Una de las estrellas de acción más caliente que


alguna vez haya adornado la pantalla de plata; enorme, musculoso,
magnífico y famoso. Podía tener a cualquiera en el mundo.
Sin embargo, a pesar del abismo que separa mi mundo del suyo, me
encuentro en su cuarto de hotel, y está actuando como si yo fuera la
chica más bella del mundo. No lo soy. Es todo lo que cualquier mujer
podría desear, y yo solamente soy... yo.

***

Ella no sabe lo sensual que es, y es su propio tipo de belleza. Pero de


verdad, es hermosa. He conocido a algunas de las mujeres más
sensuales de Hollywood, y ninguna de ellas puede llegarle a los
talones a esta chica. La deseo. Y el hecho de que está cerrada e es
imposible de descifrar solo hace que la persecución sea mucho más
intrigante.

La última cosa que espero es que una noche de placer se convierta


en algo que soy incapaz de olvidar, incluso después de que se ha ido
por su camino y yo me he ido por el mío. No puedo olvidarme de
ella, no importa lo mucho que lo intente. Y la próxima vez que nos
encontramos, sé que no hay manera de que pueda dejarla ir otra
vez. Sin importar lo que cueste.

Stripped #2
1
Traducido por astrea75 y AleVi
Corregido por Yani

―Si miran hacia la derecha verán la antigua fortaleza. Es el punto


culminante de la isla, realmente situado en dirección al acantilado.
Construido en 1780 por los británicos, pretendían reemplazar las antiguas
construcciones de madera del fuerte Michilimackinac, que fue construido por
los franceses alrededor de 1715.
El conductor del carruaje hace una pausa para darles un golpe a los
dos enormes percherones, animándoles a subir la colina, y luego
continúa―: El comandante británico pensó que Michilimackinac sería muy
difícil de defender, así que inició la construcción de un nuevo fuerte aquí en
la isla, usando la abundante piedra caliza natural como materia prima. El
fuerte fue usado para controlar el Estrecho durante la Guerra de la
Independencia y, a pesar de los términos del tratado, los británicos no
renunciaron al control del fuerte hasta 1796.
Mi compañera de reparto, Rose Garret, se encuentra a mi lado en el
banco, sostiene una botella de agua medio vacía en una mano y su teléfono
en la otra. Está tan aburrida como yo. El conductor tira de las riendas, el
carruaje dobla una esquina y nos aproximamos a la calle principal. Es un día
caluroso e incluso la sombra del techo del carruaje no es suficiente para
refrescarnos.
El Director, Gareth Thomas, así como los dos productores ejecutivos
y algunos de los actores secundarios, están sentados delante de nosotros.
Todos nos sentimos acalorados, aburridos y listos para regresar al hotel,
pero el paseo en carruaje durará más de una hora y media, llevándonos a
recorrer toda la isla. Escuché hablar de este recorrido y se supone que es
muy divertido; pero hasta ahora, en menos de diez minutos, me encuentro
aburrido, hambriento, irritado e inquieto. Se acerca la hora de cenar y
puedo ser un idiota cuando tengo hambre.
Tamborileo mis dedos en mis rodillas, mi mirada oscila de un lado al
otro del carruaje, desconectándome del parloteo constante del guía y
conductor. Nadie le presta atención, preferiríamos estar en el Grand Hotel.
Sé que yo pienso eso. Ese lugar es una mierda. Un poco más elegante de lo
que me gusta usualmente, pero no hay muchos hoteles como este, incluso
entre los hoteles de cinco estrellas en los que he estado durante un rodaje.
Estaremos en la Isla Mackinac durante el fin de semana, haciendo
una enorme gala de caridad para recaudar fondos. Es un evento
publicitario, un acontecimiento del tipo e-xa-ge-ra-do de Hollywood, odio
tener que asistir, pero no hay forma de evitarlo. Realmente no espero con
impaciencia la cena. Es una gala elegante de etiqueta, el tipo de evento en
donde necesitas llevar una cita y una chaqueta con cola, en donde tienes
que usar los cubiertos apropiados y una voz profunda. Será estirado, formal
e incómodo y odio usar trajes, aún más, trajes de etiquetas.
Lo peor de todo, la única cita apropiada que podría acompañarme es
mi ex-novia, Emma Hayes. Preferiría apuñalarme a mí mismo en mi jodido
rostro antes que volver a ver a esa perra después de lo que me hizo, pero
no tengo muchas opciones. No puedes llevar a cualquiera a estos eventos.
Los fotógrafos van a estar allí, al igual que los destellos de las cámaras, que
serían otro motivo para no ser visto con Em, porque entonces los tabloides
comenzarían a gritar que regresé con la perra infiel.
Me encuentro perdido en mis pensamientos, intentando averiguar
cómo diablos lograré pasar una gala entera con Em tratándola con cortesía.
No estoy prestando atención, ignorando tanto el sudor corriendo por mi
nariz como a Rose gimoteando en su celular. Hago mi mejor esfuerzo por
ignorar todo mientras rezo para que termine este recorrido turístico.
Y entonces la veo.
Todo lo que veo es su cabello, diablos, su cabello. Debe llegar
malditamente cerca de su cintura, un río de rizos negros. Se encuentra de
espaldas y con su cabeza inclinada hacia atrás, su cabello suelto y cayendo
por su espalda como una brillosa cascada negra. Es como el ala de un
cuervo, tan negro que es casi azul, atrapando la luz del sol cuando se
mueve. Retira un lazo para el cabello de su muñeca y a continuación,
recoge su cabello en una cola de caballo, que luego retuerce en un moño
flojo sobre su nuca. Mi hermana Lizzie lo llamaría un moño. No sé cómo lo
sé, pero esa es la palabra que me viene a la mente cuando la veo.
Y Dios, su cuello. Cuando inclina la cabeza hacia atrás, su cuello es
una curva delicada, desnudando su garganta al sol. Es el tipo de garganta
que un hombre podría pasar horas besando. Levanta su moño con una
mano, y seca con la palma de su mano la parte de atrás de su cuello y
mueve sus hombros. Se gira y se vuelve hacia mí.
Estoy fascinado. Atrapado. Apresado. No puedo parpadear, no puedo
apartar la mirada.
Su piel es bronceada, no olivácea, naturalmente bronceada
simplemente y más oscura por estar horas bajo el sol, y sus ojos, son
enormes, amplios y de color marrón oscuro como piscinas de chocolate. Me
encuentro a menos de tres metros de distancia cuando el carruaje cruza
frente a ella y me mira, haciendo una pausa con su mano detrás de su
cuello, sus ojos encuentran los míos y los abre más cuando descubre quien
soy.
Ni siquiera soy consciente de moverme, pero lo siguiente que sé es
que salto del carruaje y corro hacia la mujer para conocerla. Rose solo pone
los ojos en blanco y Gareth se inclina hacia un lado del carruaje para
gritarme―: ¡ADAM! ¿Qué demonios haces? ¿Adam?
La chica sostiene algo que se encontraba apoyado contra sus piernas
y luego se vuelve rápidamente alejándose de mí, comienza a caminar como
si tuviera miedo o vergüenza. O ambas, me han dicho que las chicas a
veces se intimidan cuando estoy cerca.
La alcanzo y camino a su lado tranquilamente. ―Hola ―le digo.
Agacha la cabeza y sigue caminando, sin mirarme. ―Hola. ―Su voz
en un tono bajo, como si no se sintiera segura de si debería estar
hablándome. Lo que es estúpido, ya que fui yo quien se acercó a ella.
Doy un paso largo para ubicarme frente a ella, luego comienzo a
caminar hacia atrás, agachando mi cabeza para conseguir que esos
enormes ojos marrones me miren. ―Soy Adam.
―No me digas.
No es la respuesta que esperaba. Me río. ―Muy bien, entonces,
supongo que sabes mi nombre. ―Espero. Caminando hacia atrás delante de
ella―. ¿Me dirás el tuyo?
Niega con un gesto y pasa rozándome, gira bruscamente hacia un
lado y utiliza una pequeña escoba para barrer una botella vacía y arrugada
de agua en una palita de mano y entonces camina, sin ver hacia atrás, sin
mirarme. Por primera vez, presto atención a lo que lleva puesto: un overol
gris claro con ribetes verdes en sus mangas y a lo largo de las piernas.
Calza unas botas gastadas de combate negras y en la parte delantera del
overol hay una cremallera abierta justo hasta encima de su ombligo
revelando una camiseta sin mangas blanca.
Mierda, es una imagen sensual.
Y ahí es cuando noto lo alta que es esta chica. Yo mido un metro
noventa y ella no es mucho más baja que yo; ocho o diez centímetros a lo
sumo. Y se encuentra malditamente bien formada. Quiero decir, incluso con
el overol bastante amorfo disfrazando su figura. Está claro que la chica
tiene muchísimas curvas.
―¿Qué haces? ―pregunto. Admito que no es mi pregunta más
inteligente.
Hace una pausa en la acción de barrer una servilleta dentro de la pala
de basura, me mira como diciendo: ¿Eres estúpido?. Y luego,
deliberadamente, con cada movimiento gritando sarcasmo, termina de
barrer la servilleta.
―Trabajando.
―¿Entonces trabajas en la isla? ―Normalmente no soy tan lento,
pero estoy luchando por encontrar alguna manera de lograr que esta chica
interactúe conmigo.
Pone los ojos en blanco. ―Bueno, esto es una isla, estoy bastante
segura, y… ¡sí! Estoy trabajando. Así que, parece que sí, así es, trabajo en
la isla.
Sigue caminando hasta llegar a un bote de basura con rueditas,
entonces vacía su pala en el interior. Empuja el bote con una mano,
sosteniendo la escoba y la pala con la otra. Me quedo de pie y observo
cómo se aleja, comprendiendo cuán estúpido sonó eso. Sacudiendo mi
cabeza, miro hacia el otro lado de la calle. Hay una tienda de dulces y
puedo distinguir la forma de un refrigerador de bebidas con puertas de
vidrio. Se me ocurre una idea, cruzo la calle y entro en la tienda de dulces.
O simplemente chocolatería, como parece que la llaman en este lugar.
Compro medio kilo de chocolate de tres sabores diferentes y dos botellas de
agua, haciendo lo imposible para actuar de forma casual, manteniendo mi
cabeza baja y esperando que nadie se dé cuenta de mi presencia.
Sin embargo, la empleada detrás del mostrador, jadea cuando coloco
un billete de cincuenta dólares sobre el mostrador. ―¡Santa mierda! Usted
es… Usted… Usted es… ―tartamudea, claramente consternada.
Le sonrío, mi sonrisa más brillante y falsa de sección fotográfica.
―Adam ―le digo, tendiéndole mi mano.
Toma mi mano entre las suyas, una sonrisa torpe, come mierda y
delirante extendiéndose en su rostro. Es bastante bonita, una colegiala de
diecisiete años. ―Adam Trenton. ―Ahora sostiene mi mano y no la suelta,
hasta que literalmente, tiro de mis dedos para liberarme―. Santa mierda.
Santa mierda. Eres Adam Trenton.
Asiento. ―Sí. Ese soy yo. ―Acerco más mi billete―. ¿Me dejarás
pagar por el chocolate, cariño?
Se queda mirándome fijamente y luego comienza―: Sí. ¡Sí! Lo
siento, disculpa Adam. Señor Trenton, quiero decir. Mmm. Sí. Cambio.
Ahora hay una multitud detrás de mí, escucho alguna conversación
tranquila, las cámaras de los celulares haciendo clic. Tuve que parar a
comprar un maldito chocolate ¿no? Idiota. Recibo mi cambio, le ofrezco a la
chica otra sonrisa de millón de dólares y me volteo para alejarme.
―Lo… lo siento, no se supone que haga esto, pero… nunca he
conocido a nadie… quiero decir… eh… ―balbucea.
Me vuelvo, tomando la servilleta que sostiene hacia mí y firmo con la
Sharpie que siempre llevo en el bolsillo.
―Aquí está, cariño. ―Le entrego la servilleta firmada―. Ahora
realmente me tengo que ir. Un gusto conocerte.
Trato de atravesar la multitud pero alguien más me llama por mi
nombre y otro grita ¡Marek! ¡Marek!, el nombre del personaje que me hizo
famoso, el héroe de una popular serie de novelas gráficas. Reprimo un
suspiro de irritación, sostengo mi bolsa y las botellas de agua en una mano.
Firmo dos mochilas, tres sombreros, seis cuadernos, tres recibos y poso
para diez fotos antes de poder salir y alejarme de la tienda de dulces.
¿Chocolatería? ¿Qué diablos es una “chocolatería” de todos modos?
Para este momento la chica se ha ido. Exploro la calle mientras
continúo caminando, ignorando las largas miradas que recibo de vez en
cuando de las multitudes en las aceras. Casi soy atropellado por unos
enormes caballos negros tirando de un largo carro y debo saltar para salir
de su camino. Luego cruzo la calle, regresando por el camino que vine.
Escucho ruedas deslizándose por los adoquines muy por delante de mí y
comienzo a trotar, acortando la distancia.
La encuentro cuando está doblando una esquina, dirigiéndose hacia
una plaza. ―¡Oye! ¡Espera!
Se detiene, gira y pone los ojos en blanco cuando ve que soy yo.
―Sigo trabajando, amigo.
Aunque, juzgando los alrededores, está a punto de terminar su día.
Otras personas con overoles similares se encuentran yendo y viniendo y hay
un letrero que dice: Solo Personal de Saneamiento en la pared.
―Estás por registrar tu salida ¿verdad?
Quita un mechón de cabello de sus ojos. ―Sí. ¿Por qué?
Sostengo la bolsa de chocolates y las botellas de agua. ―¿Cenas
conmigo?
Realmente se ríe de esto, y su sonrisa ilumina su rostro, haciendo
que sus ojos brillen como la luz del sol detrás de sus orbes marrones.
―¿Chocolate? ¿Para cenar?
Me encojo de hombros. ―Seguro. ¿Por qué no?
Me mira con escepticismo. —¿Qué deseas?
—Solo tu nombre. Y que compartas un poco de chocolate conmigo. —
Abro mi botella de agua y tomo un largo trago.
No dejo de notar que, a pesar de que trata de actuar como si no le
afectara, sus ojos observan los movimientos de mi garganta al tragar, y
descienden hacia mi pecho y brazos, cuando cree que no me doy cuenta.
Duda. —¿Por qué?
Me encojo de hombros. —Estoy aburrido, y tú eres preciosa.
Frunce su entrecejo. —Buena línea, imbécil.
Me río. —¡No es una línea! El viaje resultaba caluroso y jodidamente
aburrido, y tengo hambre. Y realmente eres hermosa.
Sus mejillas se ruborizan, pero su expresión no me dice nada más. —
Ajá. Sudorosa, maloliente, y vestida con un mono. Luzco muy atractiva,
estoy segura. —Se aparta de mí—. No sé qué buscas, Adam, pero
probablemente no soy el tipo de chica que crees que soy. —Con esa frase
como despedida atraviesa las puertas dobles, empujando su cubo de basura
frente a ella.
Rechazado. Jesús. Eso no me ha sucedido en mucho tiempo.
Sonrío. Siempre he disfrutado de los retos.

***
¿Qué demonios está haciendo el jodido Adam Trenton en la isla
Mackinac? Y lo más importante, ¿por qué está hablando conmigo? Esa era
Rose Garret en el carruaje junto a él. Estoy muy segura. Rose Garret. La
protagonista de Gone With the Wind con Dawson Kellor. Ganó tres Oscar y
dos Emmy, y es una de las actrices más populares de Hollywood, además
de ser una de las mujeres más deseadas del mundo.
Niego con un gesto, alejando todo este misterio de mi mente. Un
hecho insólito, obviamente. Probablemente imaginó que me sentiría adulada
por él, tal vez que le pediría que me dejara hacerle una mamada detrás de
la tienda.
Claro.
Pero sus ojos no abandonan mi mente mientras meto la bolsa de
basura en el contenedor y guardo mi bote, escoba y recogedor. Esos ojos,
de un extraño tono de verde, tan pálidos que son casi de color pastel. Y tan,
tan vivos y penetrantes. Me miró como si de verdad me estuviera viendo,
como si pudiera saber mis secretos tan solo con mirarme a los ojos.
Registro mi salida, le digo adiós a Phil, el supervisor y luego me quito
el mono, deslizándolo por mis brazos y dejándolo enrollado en mi cintura,
es un día de calor húmedo y pegajoso, y apesto. Me encuentro bañada en
sudor, y lo único que quiero es regresar a mi pequeña habitación y tomar
una ducha. Primero fría para refrescarme y luego caliente para limpiarme.
Tal vez después podría reunirme con Jimmy y con Ruth para compartir
algunas bebidas.
Salgo de la tienda y atravieso el patio a paso rápido, levantando el
cuello de mi camiseta para secarme el sudor del rostro. Con la camisa
cubriendo mi rostro, me encuentro momentáneamente cegada mientras
camino, así que no lo veo. Aunque lo puedo sentir. O mejor dicho siento el
plástico frío de una botella de agua contra la parte de atrás de mi cuello.
El instinto toma el control; no soy la clase de chica a la que quisieras
asustar, teniendo en cuenta el tipo de barrios en donde crecí. Me giro y lo
empujo, presiono mis manos contra una pesada y sólida masa corporal,
haciéndolo dar un par de pasos hacia atrás.
—Mierda, mujer, solamente intentaba refrescarte. —Sin embargo, se
ríe, no está enojado.
Soy una chica alta. Fuerte. Y he tenido que defenderme más de una
vez, así que sé que puedo empujar muy, muy fuerte. Pero, ¿este tipo?
Apenas se movió. Como dos pasos, si acaso. Después de un empujón tan
fuerte, la mayoría de los hombres se habrían alejado rápidamente.
Y, sin embargo, a pesar de mi reacción, se ríe, arrastrando los pies
hacia mí como si se acercara a un perro peligroso, extendiendo la botella de
agua. —Aquí. Tómala. No te haré daño, lo juro —dice con voz suave y
baja—. Tómala. Todo está bien. Tómala.
Niego con un gesto y me río, deseando sentirme irritada, pero es
jodidamente precioso, y también divertido. Es enorme. Solo unos pocos
centímetros más alto que yo, tal vez unos quince, ocho o diez centímetros,
pero su cuerpo es… sólido, puro músculo. Lo cual tiene sentido ya que
Adam Trenton es la estrella de acción más grande después de la Roca,
grande en términos de masa muscular y estatura, así como de fama y
popularidad.
Agarro la botella de agua, retiro la tapa, y bebo un largo trago. Tan
frio. Tan bueno. Puedo sentir que me observa mientras bebo, hago una
pausa para mirarlo. —¿Qué?
Se encoje de hombros y niega. —Nada.
Termino la botella en otros dos largos tragos. —Gracias —digo,
levantando la botella en un gesto de agradecimiento.
—No hay problema. —Le sigue un silencio incómodo—. Así que.
¿Vamos a cenar? —Saca la caja de dulces de Ryba—. Tengo chocolate
negro, chocolate con crema de maní, y chocolate con algún tipo de fruta.
—Nueces —le digo.
—¿Nueces? —Parece desconcertado. ¿Acaso no es bueno
manteniendo el ritmo de la conversación?
Señalo hacia el chocolate. —Los frutos secos en la cobertura. Son
nueces. —Subrayo y enfatizo la palabra de tal modo que se dé cuenta del
sarcasmo.
—Oh. De acuerdo. Si, lo sabía. —Me observa como si me estuviera
evaluando—. Luces como una chica de chocolate negro.
Dios, si tan solo supiera. Aprovecho para mirarlo mientras rompe el
chocolate negro en enormes trozos. Tiene tez morena, como si descendiera
del Sur del Pacífico o de algún lugar así, naturalmente oscuro, y aún más
oscuro por el bronceado del sol. Sus ojos, sin embargo, son pálidos, de un
color verde pálido, me descolocan. No estoy segura de su herencia, pero
aceptaría su tipo de chocolate negro cualquier día.
No es que algo así fuera a ocurrir. No con él, y ciertamente, no
conmigo. Es un A en las listas de Hollywood. Probablemente tenga el
número de Natalie Portman en su celular o algo por el estilo. Y yo no soy
nadie. Menos que nadie. Soy una recolectora de basura.
Una distracción para él, si acaso.
Mis pensamientos han amargado este momento.
Pero, entonces me entrega un trozo de chocolate, y obviamente, no
puedo rechazarlo.
—Aún no me has dicho tu nombre. —Su voz se escucha cerca.
Demasiado cerca, levanto la vista y se encuentra inclinado contra el
poste de luz, a pocos centímetros de mí. Su voz es como el ronroneo de un
león. Tiene algo de chocolate pegado al labio, justo en la esquina, y no se
ha dado cuenta, luego limpia su boca con las manos y de alguna manera
evita el trozo de chocolate. Quiero limpiarlo con mi pulgar, y tal vez lamerlo
después.
¿En qué demonios estoy pensando?
Pero mi mano claramente no tiene ningún sentido común o de
restricción, porque toca su boca, su boca real y limpia la mancha oscura. Se
queda congelado, tenso, y ambos miramos mi mano y nos cuestionamos
qué estoy haciendo.
Esta situación solo se vuelve más loca.
Siento algo enorme y áspero envolviendo mi muñeca, bajo la mirada
y descubro que ha aprisionado mi mano con la suya, y a pesar de que mis
manos no son pequeñas y delicadas, las suyas parecen garras, unas garras
reales. La separación entre su dedo meñique y el pulgar fácilmente podría
sujetar a mis dos manos juntas, y sus palmas son callosas, sus dedos
sostienen mi muñeca con suavidad, pero son implacablemente poderosos.
—Lo siento, yo… no estoy segura de por qué lo hice —admito,
comprendiendo que podría haberse molestado por haberlo tocado de esa
forma—. Tenías algo. —No sé a dónde quiero llegar con esto así que me
detengo abruptamente.
No responde, sus ojos del color de las hojas se encuentran fijos en los
míos, brillantes, intensos e inescrutables. No puedo entender qué estará
pensando. Ni siquiera puedo empezar a preguntármelo.
Y luego, absurdamente, lleva mi mano hacia su rostro. Mi mano se
abre, separando los dedos. La gira de tal manera que el pulgar apunte a su
boca.
No.
No hay manera de que él vaya…
Sí. Lo hace.
Mi corazón realmente, literalmente deja de latir, solo se queda
congelado en mi pecho, y mis pulmones se contraen, su boca es cálida,
húmeda y caliente alrededor de mi pulgar, desliza su lengua por la yema de
mi dedo, lamiendo el chocolate. Sus ojos nunca abandonan los míos, y
ahora tengo que respirar, tengo que tomar una respiración jadeante, y baja
la mirada en dirección a mis pechos, que, sin duda, resultan bastante
prominentes en este momento, incluso en mi sujetador deportivo y mi
camiseta. Pero su mirada no se detiene, solo observa y aprecia para luego
regresar a mis ojos, mi pulgar continúa en su boca. Está chupándolo, sus
labios se envuelven sobre mi nudillo y luego lo suelta.
Todavía sostiene mi muñeca, no la deja ir, solo la sujeta, con
suavidad pero también con firmeza.
Trago saliva, parpadeo y después tiro de mi mano para liberarla.
Retrocedo un paso antes de que entre en combustión, o haga algo
completamente idiota, como estar de acuerdo con lo que está apunto de
preguntarme.
—Ten una cena real conmigo.
—No.
—Sí.
Lo miro fijamente. —Mmm. No estoy segura de que entiendas cómo
funciona esta cosa del sí y del no.
Se limita a sonreírme. No, no es una sonrisa. Es… su arma secreta.
Recuerdo estar sentada en la sala de mi último hogar de acogida en
Southfield, visitando a mi hermana adoptiva favorita. Ella insistió en que la
acompañara a ver Enredados, así que lo hice, y el personaje principal, Flynn
Ryder, tiene este momento en donde dice, no quería hacer esto, pero no me
dejas opción. Entonces levanta los ojos hacia Rapunzel con una mirada
significativa en el rostro y dice: Aquí viene… mi arma secreta. Y muestra
esta sonrisa pequeña y linda que obviamente está destinada a ser un golpe-
mortal sensual.
Es ese tipo de sonrisa.
Pero, a deferencia de Flynn, a él le funciona. O sea, realmente le
funciona. La forma en la que sus labios apenas se curvan ligeramente en las
esquinas, la forma en la que sus ojos se entrecierran en unas hendiduras
intensas y penetrantes, la presión de sus labios uno contra el otro, esos
labios, que solo piden a gritos ser besados… funciona. Dios, funciona. No
puedo apartar la mirada. Lo intento, pero no puedo.
Es tan malditamente sensual.
Y funciona, porque quiero decir que sí. Quiero tener una cena real con
él. Quiero fingir que de hecho podría gustarle lo suficiente a este hombre
famoso y magnífico de mirada rasgada, como para querer pasar tiempo
conmigo.
Comienza a caminar, llevándome con él, y una vez más es suave
pero completamente irresistible y poderoso. Comienzo a seguirlo, y, de
alguna manera, mi mano se encuentra en la suya, palma contra palma.
Nuestros dedos no están enredados de una forma íntima, solo sujeta mi
mano y me obliga a seguirlo, y no puedo evitar hacerlo, mirando sus
piernas largas y gruesas como el tronco de un árbol, moviéndose dentro de
sus pantalones cortos color caqui y la ondulación de sus pantorrillas
esculpidas. Incluso sus pantorrillas son musculosas. Es totalmente ridículo.
No pensé que hombres con esa constitución existieran en la vida real.
Sin embargo, aquí esta él, obligándome a seguirlo, caminando por
delante, más grande que la vida y sujetando mi mano.
¿Qué mierda está pasando en realidad? ¿Qué está pasando?
—¿A dónde vamos? —consigo articular palabras inteligibles,
dispuestas en una frase gramaticalmente correcta.
—A cenar. —Me está arrastrando, y me pregunto si sabe hacia dónde
vamos, ya que vamos en una dirección diferente de los restaurantes.
—Pero dije que no.
Me mira —Sí, ¿y?
—Significa que no quiero cenar contigo —le digo, sonando
razonablemente firme.
Es una maldita y sucia mentira, pero no necesita saber eso, no voy a
admitirlo. Ni a mí misma. Porque ir a cenar con Adam Trenton es una mala
idea.
Esperará algo de mí que no estoy dispuesta a darle.
Se detiene, y de alguna manera me sostiene ambas manos, y baja la
mirada hacia mis ojos, buscando y leyendo la mentira en mi corazón. —
También quieres hacerlo.
Puedo ser muchas cosas, pero no una mentirosa. —Llevo puesto mi
uniforme de trabajo. Y he estado afuera todo el día.
Se inclina hacia mí. —Sudada te ves sensual —dice ronroneando
como un león, y consigue hacer que suene prometedor y sucio a la vez.
Es difícil tragar o incluso respirar, porque se encuentra tan cerca de
mí que no podría caber una hoja de papel entre mí pecho y el suyo, y su
presencia es abrumadora, y dominante, bloquea los sonidos de la isla y el
traquetear de un carro de caballos que pasa junto a nosotros, y el graznido
de las gaviotas.
—Linda línea, imbécil. —Eso fue bueno. Sonó como si no me afectara.
Me ignora. —Solo es una cena. Solo estaré aquí el fin de semana, ¿de
acuerdo? ¿Qué mal podría hacer?
—¿Solo cenar?
Asiente. —Solo cenar. Lo prometo.
—Está bien, pero permíteme ducharme y cambiarme primero.
Sonríe y me sigue, mientras lo guío hacia los dormitorios de la
cooperativa en donde me quedo por el verano.
¿Acabo de aceptar cenar con Adam Trenton?
Esta es una mala idea.
Sé que lo es, pero por razones que no puedo comprender, estoy
ignorando a mis instintos.
2
Traducido por MadHatter & Just Jen
Corregido por Daliam

Me siento en el escalón de entrada de su edificio, perdiendo el tiempo


en mi teléfono mientras ella se prepara.
Todavía no sé su nombre. Eso en realidad es algo jodido. Le lamí el
chocolate de su pulgar. He estado tan cerca de ella que casi pude sentir los
latidos de su corazón, pude ver su pulso palpitando en la fuerte curva de su
garganta. He conseguido que acceda a ir a cenar conmigo, pero no sé su
nombre.
Espero estar sentado aquí por un tiempo, porque, por mi experiencia,
las chicas invariablemente tardan horas para prepararse. Sin embargo,
apenas veinte minutos más tarde sale por la puerta usando un par de
vaqueros azules apretados desgastados con roturas en el muslo. No lucen
como el tipo de vaqueros de marca cara que vienen pre-rasgados; más
bien, parecen ser en realidad así de viejos, gastados y descoloridos, y que
las rasgaduras son por los años y el uso. La oigo antes de verla, así que lo
primero que veo son sus pies, en un par de Converse. La raya blanca de
goma alrededor de la base de los zapatos en los pies ha sido coloreada con
un diseño a cuadros con un marcador negro. Estos, así mismo, son el tipo
de zapatos que simplemente sabes que ha tenido durante mucho tiempo.
Mis ojos viajan por sus piernas, enfundadas en esos vaqueros apretados y
desgastados, y Jesús, las piernas de la chica son absolutamente para
matarse. Tiene unas piernas kilométricas, pero no del tipo de las chicas
flacas y altas. Estas tienen muchas curvas con músculo y piel.
Dios, miro esas piernas y en ese momento no quiero nada más que
sentirla a ella envolviendo sus piernas a mí alrededor y mantenerlas
apretadas. Es un pensamiento caliente, duro e intenso, y no puedo
desprenderme de él.
La miro fijamente.
Y entonces mi mirada viaja más lejos, hasta la camiseta negra con
cuello en V sin dibujos que lleva puesta. Mi boca se seca, y tengo que
levantarme, darme la vuelta y acomodarme discretamente, porque la
imagen de esas poderosas piernas alrededor de mi cintura es solamente el
principio.
Sus tetas. Jesús, solo... Jesús. No puedo apartar la mirada. La camisa
se moldea a su cuerpo, el cuello en V dejando al descubierto una extensión
de escote profundo y bronceado que muestra un atisbo de un par glorioso
de senos. Y entonces me esfuerzo para hacer un contacto visual real,
porque me la he estado comiendo con los ojos de forma demasiado abierta
durante demasiado tiempo.
Y me encuentro inmóvil en un estado de estupor sin aliento, sin
palabras.
Vamos a ser claros en una cosa: he estado en el set con algunas
mujeres calientes. He ido a fiestas con algunas de las mujeres más bellas y
famosas de la tierra. Salí con Emma Hayes durante casi dos años, lo cual es
una eternidad para los estándares de Hollywood. Y Emma es...
impresionante. No puedo quitarle eso, no importa lo perra que sea.
Pero esta chica, con sus viejos vaqueros rasgados, sus Converse
pintadas con marcador, y un cuello en V barato de color negro... está
guapísima. Tampoco creo que ella lo sepa. No debe tener ninguna idea de
cuán intensamente hermosa es, tanto que puede hacer que un corazón se
detenga. No estaría barriendo la jodida basura en la Isla de Mackinac, si lo
supiera.
Se ha colocado maquillaje con moderación, solo un toque de sombra
de ojos y rímel para resaltar esos grandes ojos marrones, un poco de color
en las mejillas y en los labios.
Mmm, esos labios. Rellenos, rojos y pidiendo ser besados.
Incluso sus orejas son preciosas. Tiene lóbulos separados, un solo
diamante pequeño en el lóbulo, con tres aros subiendo por la concha en
ambas orejas.
Y su cabello... mi dios. Tan grueso, tan negro, tan largo. Mis manos
tiemblan, con ganas de enterrar mis dedos en esos mechones de ébano, por
sentirlos deslizándose como la seda entre mis dedos y por atraerla contra
mi pecho y besarla muchísimo hasta dejarla sin sentido.
—Toma una foto, amigo. Va a durar más tiempo. —Tiene una sonrisa
irónica en sus labios, algún lugar entre divertida, desconcertada, y
halagada.
Levanto mi teléfono y deslizo mi dedo en la pantalla de bloqueo,
abriendo la aplicación de la cámara y tomándole una foto. Tiene una mano
metida en el bolsillo trasero de sus pantalones vaqueros, la otra colgando
casualmente en su costado. Su cabello se encuentra suelto, una masa negra
enmarcando su rostro, unos mechones ondeando en la brisa. Tiene esa
sonrisa irónica, y una mirada aguda y penetrante.
Tan pronto como tomo la imagen se lanza hacia mí, agarrando mi
teléfono. —No quería decir que de verdad sacaras una foto, ¡imbécil! ¡No
estaba lista!
Intenta agarrar mi teléfono, el cual tengo fuera de su alcance. Para la
mayoría de las chicas, si tengo algo por encima de mi cabeza, es lo mismo
como si se encontrara en Marte. Esta chica, esta belleza sin nombre, es tan
alta que es capaz de saltar y agarrar mi mano entre las suyas, y mierda que
es fuerte. Me ha sacado el teléfono de las manos a la fuerza antes de que
me entere lo que está ocurriendo.
—¡Oye! —Lo recupero antes de que pueda borrar la imagen—. Fue
una buena foto, no hay razón para enloquecerse. ¿Quieres verla? —Se lanza
a por mí otra vez, y salgo de su alcance, riéndome mientras hago que
aparezca la imagen y sostengo el teléfono para que pueda verla—. Mira.
Frunce el ceño. —¡Es horrible! El ángulo no está bien. No puedes
tomarle una foto a una chica con la cámara apuntando hacia arriba de esa
forma. ¿No sabes nada?
—Entonces deja de intentar robar mi teléfono y volveré a tomarla —
digo.
Sorprendentemente, accede. Coloca su peso en una pierna, la otra
rodilla doblada, su torso torcido y sus manos enterradas en su cabello, su
cabeza inclinada ligeramente hacia atrás. Es la pose perfecta para ella,
acentuando su cabello y su altura. Saco varias, les coloco un filtro, y luego
se la muestro.
—¿Esto está mejor? —pregunto.
Se encoge de hombros. —Claro. Está bien.
—¿Está bien? —Niego con un gesto—. Estás loca. Es una imagen
impresionante. Eres increíblemente fotogénica. Conozco a algunos
fotógrafos que amarían tenerte frente a sus cámaras.
Sacude su cabello y pone sus ojos en blanco. —Sí... está bien, seguro
—dice, con un sarcasmo pesado en su tono—. Dime otra.
Meto mi teléfono en el bolsillo y me muevo, para así encontrarme
delante de ella y camino hacia atrás, luego me detengo para que tropiece
conmigo. —De verdad no sabes lo magnífica que eres ¿verdad?
Me empuja con tanta fuerza que tropiezo y tengo que recuperar el
equilibrio. —Ya he accedido a cenar contigo, así que puedes dejar de
decirme halagos ¿de acuerdo?
No creo que se dé cuenta a quien está empujando. Me muevo rápido,
lanzándome hacia ella y colocando mi hombro en su estómago,
levantándola del suelo y corriendo tres pasos largos, y luego la dejo en el
suelo y presiono su espalda contra la pared de un edificio. Ni siquiera tiene
tiempo de protestar o de maniobrar para liberarse, y la tengo contra la
pared. Agarro sus manos, y presiono sus nudillos en el revestimiento, mis
dedos enredándose con los suyos. Levanto sus caderas para equilibrarlas
con las mías, y me estoy ahogando en el olor a limpio de su piel y de su
cabello, en la multitud de sus tetas contra mi pecho, su respiración saliendo
en jadeos cortos y entrecortados por la sorpresa.
—No es agradable que te empujen —murmuro, mi rostro a
centímetros de la suya. Sus ojos se encuentran abiertos de par en par y
puedo sentirla temblando—. Escúchame. ¿Crees que voy a perder mi tiempo
adulándote? No lo creo maldita sea.
—Yo solo…
No dejo que termine cualquier mierda que iba a decir. —Ahora. Antes
de que alguno de nosotros dé un paso más, necesito una cosa de ti.
Está temblando por completo, con sus ojos abiertos como platos,
marrones, profundos, oscuros y plagados de pensamientos y emociones que
no puedo descifrar. —¿Qué? —pregunta ella, con la voz temblorosa y
pequeña.
—Tu nombre.
—Des. —Su voz es un susurro—. Mi nombre es Des.
—¿Des qué?
—Ross. Des Ross.
—Des. —Digo la sílaba, acentuando el sonido de 'z' al final,
saboreando su nombre, haciéndolo rodar en mi lengua—. Es la abreviatura
de algo.
—Solamente Des.
No puedo resistir más. Simplemente no puedo hacerlo. Libero una de
sus manos y deslizo mi palma por detrás de su oreja, hacia la espesa mata
de cabello negro. Está limpio, sedoso y todavía húmedo. Su boca se abre
ligeramente, y me encuentro a una respiración de reclamar esos labios
rojos suyos, pero no lo hago, guardo eso, me guardo el beso. La miro, trato
de leerla, pero solamente respira, con sus labios entreabiertos, sus ojos
buscando los míos. No se mueve, no intenta tomar el beso que estoy
refrenando, pero tampoco me presiona para que vaya más lejos o trata de
escapar. Sin embargo está temblando. Los dedos que todavía tengo
agarrados en los míos tiemblan como si se encontrara conteniendo apenas
alguna poderosa emoción. ¿Son nervios? ¿Deseo? ¿O miedo?
El viento ha aumentado, soplando fuerte por el callejón, cargando
una pesadez con él. No es un viento frío, no en esta época del año, pero es
un viento fresco, pesado y húmedo.
Me obligo a soltarla, a alejarme de ella, y cuando hay espacio entre
nuestros cuerpos, parece quedarse sin fuerzas, desinflarse, dejando escapar
un suspiro largo y fuerte. Después de un momento se endereza,
componiéndose de forma visible, y mira al cielo. —Creo que va a llover.
Sigo su mirada hacia el cielo, y veo que unas nubes bajas, grises y
enfurecidas han aparecido repentinamente, cubriendo el cielo azul y el sol.
Ahora se encuentra oscuro, y se está enfriando rápidamente. Mi piel se
pone de gallina, y un trueno ensordecedor parte el aire, acompañado por un
destello cegador de un rayo atravesando el cielo, apuñalándolo y luego
desapareciendo. Hay un goteo, una gota, dos, tres y cuatro, y luego antes
de que alguno de los dos siquiera pueda moverse, las nubes se han abierto,
liberando la lluvia en baldes torrenciales.
—¡Mierda! —Agarro su mano y la obligo a correr—. ¿De dónde diablos
ha salido esto?
Corre conmigo y ríe mientras la lluvia cae sobre nuestras cabezas,
mojándonos hasta los huesos en cuestión de segundos. No tengo idea de
hacia dónde voy, simplemente corro, y ella me sigue.
—¿A dónde vamos, Adam?
—¡No lo sé!
Nos encontramos en una intersección y tira de mí hacia la izquierda,
se adelanta y llega hasta una calle tiene callejones sin salida hacia la calle
principal. Está abriendo una puerta y conduciéndome hacia un bar antiguo,
con techos bajos, suelos de madera envejecida y vigas gruesas, con canales
de deportes en los televisores, un tablero de dardos en una pared, un
pequeño bar con ocho o diez taburetes. Hay dos o tres espacios hasta la
barra, varias mesas y cabinas, con la propia barra en la esquina como la
pieza central. Es un lugar cálido, oscuro y confortable, el tipo de bar en el
que puedo imaginar a un puñado de gente todo el año bebiendo cuando los
turistas se han ido a casa.
—Jesús, eso fue rápido —dice Des, retorciendo su cabello—. Eso salió
de la nada.
Froto mi mano sobre mi cabello corto negro en puntas. —En serio. Un
minuto había sol, al siguiente se derramaba todo.
¿Ahora cómo demonios puedo esperar a cenar con esta chica? Se
encuentra empapada, su camisa pegada a su piel, destacando las copas de
su sujetador, su estómago plano y las curvas de su espalda. Puedo ver las
protuberancias de sus pezones erectos a través de la tela de su camisa y el
sujetador.
Sin embargo, yo también me encuentro mojado, y mi camisa es una
camiseta blanca y llana. Y ahora que está mojada, básicamente se puede
ver a través del algodón fino. Y sí, ser un atleta y una estrella de películas
de acción, supone que debo estar en plena forma, sobre todo durante el
rodaje. Y así es. Me paso horas en el gimnasio todos los días para mantener
el cuerpo voluminoso que los productores esperan que tenga para mi papel,
el cual es un superhéroe renegado y matón. Algo así como Wolverine
mezclado con Batman. Es oscuro y melancólico. Aunque no quiere tener
nada que ver con sus súper poderes, y evita usarlos, hasta que los
acontecimientos conspiran para obligarlo a entrar en acción. En la novela
gráfica en la que se basa la película, mi personaje se ha creado para ser de
proporciones imposibles, incluso más que la mayoría de los superhéroes, y
cuando la gente del cine comenzó a hacer los castings, sabían que tenían
que encontrar a alguien que fuera capaz de alcanzar el nivel de volumen
necesario para llenar el papel. La Roca podría haber servido, pero es mayor
de lo que estaban buscando, y lo conocen demasiado bien. Querían a
alguien desconocido, alguien que hubiera hecho lo suficiente de actuación
para tener el papel principal, pero que no fuera lo suficientemente famoso
como para ser inmediatamente reconocible a nivel de los hogares.
Ahí es en donde entré yo. Marek in Fulcrum fue mi papel estelar, pero
había tenido papeles secundarios por aquí y por allá, lo suficiente como para
establecer mis logros. Y soy lo suficiente grande al natural con el régimen y
el entrenamiento adecuado, que pude abultarme lo suficiente como para
llenar el perfil masivo que exigía el personaje. Lo cual significaba que, por el
momento, me encuentro ejercitado al máximo. Incluso en una temporada
con los Chargers de San Diego no estuve así de musculoso, y con mi
camiseta empapada bien podría parecer que me encuentro sin camisa.
Des me mira muy abiertamente mientras limpia la humedad de su
cara con una pila de servilletas del bar. —Lo bueno es que acabo de tomar
una ducha —dice.
—Lo bueno es que no estás usando esta camisa —bromeo, tirando de
la tela empapada y translúcida.
—Sin embargo, es probable que desees que así fuera —dice Des, y se
desliza sobre un taburete.
—Por supuesto que sí. —Me siento en un taburete a su lado y trato de
mantener mis ojos hacia el norte sobre sus hombros.
Entonces hay un silencio un poco incómodo, mientras probablemente
se pregunta lo que espero de ella, y me pregunto qué diablos es lo que creo
que estoy haciendo. La última cosa que necesito ahora es una distracción o
atención de los medios. Gareth, el director, y Parker, el productor ejecutivo
principal, ambos han sido firmes con que todo el mundo unido al proyecto
mantenga la exposición a los medios al mínimo. Estamos filmando la
secuela largamente esperada y muy anticipada de Fulcrum, lo que significa
que voy a repetir mi papel como Marek. Todo el mundo, desde las grandes
revistas hasta los blogs menores, está especulando sobre quiénes se
encuentran en la película, hacia a donde va a ir la trama, toda la cháchara
habitual. Pero debido a que han pasado más de tres años desde el original,
y ya que Gareth, Parker, y yo solamente hablamos sobre la imposibilidad de
una secuela, el rumor ha ido fluyendo rapidísimo. Lo que significa que la
atención de los medios de cualquier tipo tiene un efecto sobre el rodaje, y
podría conducir a posibles filtraciones.
Y además de la necesidad de mantenerme alejado de los medios de
comunicación profesionalmente, no estoy en condiciones de interesarme en
nada. Después de lo sucedido con Em y la tormenta de mierda que generó,
lo último que necesito es ser fotografiado con otra chica. Sobre todo, los
dos empapados, en lo que se supone que es un fin de semana de
recaudación de fondos.
No sé lo que estoy haciendo. No sé por qué salté de ese transporte,
por qué me encuentro aquí con ella, por qué me siento tan intrigado por
ella, por qué su personaje de chica dura hace que me retuerza, me caliente
y me tenga hambriento.
Simplemente no lo sé.
Y no tengo ni idea de lo que va a pasar o lo que espero de ella.
—Háblame de ti, Des —digo, para distraerme de mi auto-
cuestionamiento interno.
Se encoge de hombros. —Soy un estudiante de universidad, estoy
aquí por el verano en un programa de educación cooperativa1. Este es mi
quinto año aquí en la isla.
—¿Mayor? —le pregunto, y luego me giro hacia el cantinero, que se
ha detenido en frente de nosotros para tomar nuestros pedidos—. Una Sam
Adams y lo que ella quiera.
—¿Lo usual, Des? —le pregunta el cantinero. Des asiente, y el
barman me desliza mi Sam Adams, y luego sirve un vodka con tónica,
poniéndolo delante de Des.
—¿Vienes seguido a este lugar? —pregunto.
Des asiente y se encoge de hombros. —Por supuesto. Vengo hasta
aquí después de trabajar mucho. Probablemente más de lo que debería,
pero no hay mucho más que hacer en la noche, ¿sabes? —Da un sorbo a su

1
Programa de educación cooperativa es un tipo de programa de internado que permite a
los estudiantes entrenarse en un trabajo mientras reciben paga.
bebida, luego la baja—. Tengo especialización en trabajo social, con un
enfoque en hogares de acogida.
—Hogares de acogida, ¿eh?
—Sí. —Mantiene su mirada en la pantalla del televisor ubicado en la
esquina y da un sorbo a su bebida, con actitud cerrada y tensa. Es evidente
que ese tema se encuentra fuera de discusión.
—¿Así que ha venido aquí durante cinco años?
Se abre un poco ante eso. —Sí. Vine aquí el verano que me gradué
de la escuela secundaria. En ese punto, ya había sido aceptada en la Estatal
de Wayne, y mi consejera de la escuela secundaria me propuso el programa
cooperativo durante el verano. Ella conocía el programa de enlace en
Wayne, así que me lo consiguió antes de que técnicamente empezara la
universidad. Para volver cada año.
—¿Solo por el trabajo de verano, o qué? ¿Qué hace que sigas
volviendo?
Responde de forma inmediata. —No lo sé. Un montón de cosas. Es
una buena manera de ahorrar dinero para el año escolar. Es una buena
experiencia de trabajo, se ve bien en un currículum. Me mantiene alejada
de la zona metropolitana de Detroit durante unos meses cada verano.
Además, simplemente me gusta estar aquí. Los caballos, la atmósfera, los
turistas. Es tan divertido y diferente. Mi mejor amiga Ruth viene aquí
conmigo todos los años, y solo es un poco de lo que hacemos. —Me mira—.
¿Qué hay de ti? ¿Qué te trae a la pequeña y vieja Isla Mackinac?
—Hay una cena de recaudación de fondos en el Hotel Grand mañana
por la noche. Tiene mucha importancia. Un par de miles por plato, con una
subasta silenciosa, con una alfombra roja, y fotógrafos y las obras. —Me
duele la cabeza con tan solo hablar de ello.
Des debe escuchar algo en mi voz. —No suenas demasiado contento.
Niego. —No lo estoy.
Me mira con incredulidad. —¿Por qué diablos no lo estás? ¡Eso suena
divertido!
Me río. —Entonces claramente nunca has estado en una. Son
aburridas. Sofocantes. Solo te quedas ahí sentado todo vestido y mantienes
conversaciones pequeñas y tranquilas sobre el clima o lo que sea. Todo esto
es solo un dolor en el trasero. En primer lugar, odio usar trajes. Los trajes
de etiqueta son los peores. Soy un actor y un atleta, no alguien de agasajos
elegantes, no soy un chico soberbio y engreído, ¿sabes? Me gusta la
cerveza y el fútbol, no el champán y el golf, y de eso se tratan todo este
tipo de eventos. Todo el mundo bebe champán malditamente caro, el cual
es asqueroso si me lo preguntas, hablando de golf y de la última gala en
Beverly Hills, y chismes sobre quién engaña a quién, y quién consiguió los
fondos para su último guión. Es aburrido y estúpido.
—Así que no eres más que un tipo común que se ve arrastrado a
eventos de lujo en contra de su voluntad, ¿eh?
Me río. —Sí, por así decirlo. Lo juro, actúas en una película de gran
éxito, y todo el mundo enloquece —largo la frase casualmente, pero estoy
tratando de tantear a Des, ver cómo se siente sobre mi condición de estrella
de cine relativamente famosa.
—El precio de la fama, o algo así, ¿verdad?
Asiento. —Algo así. Haces una película, luego tienes que hacer giras y
comunicados de prensa, y estos eventos para recaudar fondos o lo que sea.
Solo quiero rodar la película y listo, pero no, no es así como funciona. Tengo
que jugar el juego a la manera de ellos, supongo.
—¿Qué estás filmando? —Ahora se ha girado ligeramente hacia mí.
Finalmente su postura y su lenguaje corporal se han relajado y se está
abriendo un poco.
—En realidad no puedo hablar de ello, en realidad. Todo el proyecto
es secreto. El guión es súper secreto. Tengo que revisar mi guión a la
entrada y a la salida cada vez que tomo uno. No se puede simplemente dar
una vuelta con él, no puedo correr el riesgo de que alguien le eche un
vistazo. Todo esto es secretamente loco.
—¿De verdad? ¿Por qué?
Dudo, sin saber cómo responder a eso sin revelar nada. —Bueno, es
uno de esos casos en donde el director y los productores no quieren
ninguna divulgación o fuga, simplemente por la naturaleza del proyecto.
Me sonríe. —Una linda “no respuesta”.
Agacho mi cabeza y me rio. —Bueno, ya te dije que no puedo hablar
de ello. Supongo que para este momento me he vuelto bueno en no
responder a las preguntas de las entrevistas.
—Bueno, no me gustaría que te sintieras como si te estuviera
entrevistando o algo así —dice, y luego desliza un menú hacia mí—.
¿Comeremos, o simplemente beberemos en nuestra cena?
Exploro las opciones mientras contesto. —Oh, comeremos. Estoy
muerto de hambre, y este es un fin de semana de trampa para mí.
—¿Fin de semana de trampa?
—Mi entrenador me tiene en una dieta estricta y cruel. Cuando
empecé a entrenar para el rodaje me dio una lista de una página de las
cosas que podía comer, y cuándo, y en qué cantidad.
Ella parece encontrar esto difícil de creer. —¡Eso es una locura! ¿Por
qué?
Doblo mi brazo, flexiono mi bíceps, y le doy una palmada. —Tengo
que lucir de cierta manera para el papel, nena. No te dan armas como estas
por accidente.
—Oh mi dios —resopla—. No acabas de decir “armas”, ¿verdad?
—Creo que lo hice.
—Eso es solo… no puedo ni siquiera. Simplemente no puedo ni
siquiera.
—¿No puedes ni siquiera qué? —pregunto, mirándola.
Se ríe con su vodka con tónica. —Es un meme… niñas blancas que no
pueden ni siquiera…
Niego con un gesto. —No estoy familiarizado con eso.
Se sienta con la espalda recta, y su rostro se retuerce con una
expresión formal y correcta. Se arregla el cabello. —Como que, oh mi Dios,
¿viste sus zapatos? Yo solo no puedo ni siquiera.
Me ahogo con mi cerveza mientras me río, representa exactamente el
estereotipo que está imitando, el tipo de chica con el que se encuentra tan
densamente poblado Los Ángeles, que podrías golpear a seis de ellas cada
vez que lanzas un palo. —Esa es buena. Ahora sé exactamente de lo que
hablas.
—Pero en serio. De verdad no los llamas armas, ¿verdad?
Frunzo el ceño. —Espero no dar la impresión de ser esa clase de
hombre.
Niega con un gesto. —¡No! No, solo… apenas te conozco. Te acabo de
conocer. Nunca se sabe, ¿sabes?
—Bastante justo. —El cantinero pasa y los dos ordenamos
hamburguesas con papas fritas, y cuando se marcha a buscar el pedido,
giro en el taburete para mirarla a la cara—. De todos modos. Ten la
seguridad de que no soy de ese tipo. Tú nunca, jamás, me oirás referirme
con seriedad a mis brazos como pistolas o pitones o algo estúpido e inútil
como eso. Son solo los brazos.
—Pero son muy buenos brazos —señala—. Solo digo.
Le sonrío. —Gracias.
Otro silencio incómodo nos invade, porque no estoy seguro qué
puedo preguntarle. Por la forma en que se congeló cuando pregunté por su
enfoque en los hogares de acogida, supongo que preguntas sobre su familia
van a estar fuera de los límites en este punto. Y eso es usualmente lo que
utilizo para tener conversaciones fluidas.
—¿Cómo conseguiste entrar en la actuación? —pregunta Des,
finalmente.
Levanto mi cerveza como señal de que necesito otra. —Bueno, no era
algo que alguna vez pensé que haría. Simplemente no estaba en mi radar,
¿sabes? Era un atleta. Fútbol. Jugué al fútbol desde que tenía diez años
hasta la universidad. Jugaba en la escuela. Stanford. En eso pensaba en
realidad. Pero entonces, en mi último año en Stanford, un amigo mío que es
director me pidió que estuviera en su película. Me prometió que no tendría
una gran cantidad de líneas. Solamente que, el otro chico que era el
principal renunció a medio camino, y Rick me engañó para que tomara el
papel. Fue solo esa pequeña cosa, ¿sabes? Un proyecto de la escuela de
cine, eso es todo. Pero fue divertido. Mucha diversión. Rick estaba
entusiasmado sobre lo bueno que era, pero de cualquier manera, me divertí
haciéndolo.
Nuestra comida llega, y hacemos una pausa para tomar un par de
bocados, saboreándolos. Las hamburguesas y las papas fritas no están
exactamente en la lista de aprobados. —De todas formas. Fui reclutado
después de mi graduación, y jugué una temporada en San Diego. Pero
entonces Rick fue contratado para dirigir un proyecto más grande, y me
quería en él. Así que durante la temporada baja, trabajé en la película. Y
esto llamó la atención de un director que buscaba un actor de reparto
masculino que luciera de una manera determinada, resultaba que yo
encajaba. ¿Y qué papel? Era una gran cosa. Gigante. El tipo de cosa que
podría iniciar una carrera real, ¿sabes? Y supe en ese momento que tenía la
habilidad de actuar realmente, así que fue un dilema. La temporada de
entrenamiento estaba a punto de comenzar, y tenía un papel sobre la mesa.
Tenía que elegir, ¿sabes? ¿El fútbol o actuar?
—Cuando dices que jugaste una temporada en San Diego… —se
interrumpe con expectación.
—The Chargers.
—¿Te refieres a la NFL?
Asiento. —Sí.
—¿Jugaste fútbol profesional?
Me encojo de hombros. —Durante una temporada, sí.
—¿En qué posición?
—Corredor.
—No sé nada de fútbol, así que no sé lo que significa eso.
—Un corredor puede ser tanto un bloqueador como un corredor,
dependiendo del estilo de juego del equipo. Yo era más un bloqueador. —
Muevo mi mano—. No es importante. Ya no.
—¿Extrañas jugar fútbol?
Niego. —En realidad no —digo de inmediato, pero luego tengo que
dar marcha atrás y volver a intentarlo—. Bueno, eso no es del todo cierto,
en realidad. Supongo que hay algunas cosas que extraño. Practicar con los
chicos. Hacer ejercicio con diez o quince chicos es mucho más divertido que
pasar de cuatro a seis horas cada día en el gimnasio con un solo entrenador
con mala actitud. También echo de menos la emoción de la competencia.
Más que todo. El esfuerzo, que te empuja más allá de tu límite. Haciendo el
bloqueo, estando ahí afuera en el campo con esos chicos grandes que
vienen hacia ti, y solo siendo dominante como es humanamente posible,
deteniéndolos y creando el bloqueo para capturar el balón en el campo. Es
excitante, ¿sabes? Echo de menos esa parte.
—¿Qué no echas de menos?
—La presión para rendir al máximo en cada partido, cada práctica
individual. No te puedes resbalar, ni una sola vez. Hay tantos chicos con
ganas de llegar, todos estos grandes chicos con talento, que están
hambrientos por tomar tu lugar en la alineación inicial. Y también no
extraño ser golpeado. Incluso con las almohadillas, cuando un hombre de
un metro ochenta que pesa ciento cincuenta kilos te golpea, duele como la
puta madre. Realmente no lo echo de menos en absoluto. —Me doy cuenta
que ha orientado la conversación hacia mí otra vez—. Basta de hablar de
mí. Dime algo sobre ti.
Se cierra inmediatamente. Hasta que hice la pregunta, me daba la
cara, con las rodillas abiertas y un pie apoyado en el taburete, sorbiendo su
bebida, asintiendo y mirándome fijamente. En cuanto la pregunta sale de
mi boca, se aleja, su pie vuelve al riel de la barra, agacha la cabeza,
desciende su mirada hacia su bebida.
—No hay mucho que contar. —Levanta un hombro en un gesto
pequeño y desdeñoso—. Crecí en los suburbios de las afueras de Detroit.
Fui a la secundaria Southfield-Lathrup. Recién graduada de la Universidad
Estatal de Wayne con mi licenciatura en Trabajo Social, empezando mi
maestría en el otoño. Soy una conserje en la Universidad de Detroit Jesuit,
y vivo en el centro de Detroit.
Suspiro. —Des. Eso es como… la versión abreviada de una guía
rápida. Tienes que tener más que decir que eso.
Se encoge de hombros, mueve la cabeza, y apura su bebida. —En
realidad no. —Mira por la ventana—. Parece que la lluvia ha parado un
poco. Creo que voy a volver a casa. Gracias por la cena. Y, sabes…
acosarme.
Antes de que pueda registrar sus palabras, está deslizando un billete
de diez dólares sobre la barra y saliendo por la puerta principal, corriendo
para subir la colina. Gruño con frustración. Es la persona más cerrada que
he conocido. Es ridículo. Claramente, tiene algo que ocultar, o algo de lo
que realmente no le gusta hablar.
Dejo un billete de cien dólares en la barra y deslizo los diez en mi
billetera, y luego corro hacia la lluvia detrás de ella.
No se me va a escapar fácilmente.
3
Traducido por astrea75, AleVi & MadHatter
Corregido por Daliam

Salgo del bar corriendo hacia la calle lluviosa. Tengo que escapar de
él. Tengo que alejarme de su mirada penetrante de complicidad, del calor
de su cuerpo que parece simplemente consumirme y arrastrarme hacia él.
Algo acerca de Adam es solo… magnético. Hipnótico. Me hace querer
hablarle. Confiar en él.
Pero… no me fio. En nadie. Jamás. Ni siquiera Ruth sabe mucho sobre
mi o sobre mi pasado. Las dos atravesamos el sistema de adopción, así que
entiende esa parte. Ella no hace preguntas y yo no le cuento nada. Somos
amigas porque necesitamos dejar el pasado en el pasado, olvidar y seguir
adelante y fingir que nada de eso sucedió.
No puedo confiar en Adam. Sería más que una idiota. Es una famosa
estrella de cine que se queda en el lugar por el fin de semana. Jamás lo
veré de nuevo, sin importar lo que pase. O lo que hubiera pasado, ahora
que me he escapado. Él tenía expectativas. Cuando alguien como él
muestra interés en una chica al azar cuando se encuentra en un viaje de fin
de semana, solo está interesado en una cosa. No soy, sin duda, el tipo de
chica que va a la habitación del hotel de alguna estrella de cine para una
noche de desenfreno. No, no, no. No yo. Por muchas razones, simplemente
no soy yo. Y él no necesita saber ninguna de las razones.
Me encuentro empapada. Ya me había mojado, pero en media cuadra
estoy incluso más verdaderamente empapada. Cada uno de los centímetros
de mi cuerpo gotea por la lluvia. Mis zapatos resuenan con cada paso que
doy, mi cabello es una pesada masa húmeda enredada en mi espalda y mis
vaqueros se me pegan a las piernas. Camino lento y sigo tratando de
convencerme a mí misma de que tomé la decisión correcta al dejar a Adam
en The Stang.
Sin embargo, sí tomé la decisión correcta. Cuanto más me hacía
preguntas, más avergonzada me sentía, cerrándome. Supongo que no es
justo para él, ya que solo estaba haciendo preguntas normales, pero no
puedo ni empezar a responder nada de eso. ¿Cómo le explicas a alguien
que acabas de conocer cómo es crecer en el sistema de adopción?
¿Saltando de casa en casa, de familia en familia? ¿Cómo le explicas que no
todas las familias eran estables… o seguras? O que nunca te molestaste en
hacer amigos o en acercarte a alguien, porque sabias que no iba a durar.
No lo haces. Aprendes eso de la manera difícil. La gente no quiere saberlo.
A la gente no le importa.
Estoy dando la vuelta en la esquina y aproximándome a mi
departamento cuando oigo pisadas en la acera detrás de mí. Me giro, y ahí
está. Enorme, voluminoso con músculos sobre músculos pero rápido y
silencioso sobre sus pies. Iluminado por la farola de la calle, pasando por el
círculo de luz amarilla claro y su camiseta aferrada a su torso, ahora
prácticamente transparente. Puedo ver cada onda y cumbre de sus
abdominales, los profundos surcos a sus costados, sus pesados pectorales…
sus hombros son tan amplios que podría ser Atlas, llevando el peso del
mundo sobre su espalda. Sus brazos son casi tan gruesos como mi cintura,
tonificados a la perfección y solidos como el granito. Corre detrás de mí a
un paso ágil y fácil que desmiente su enorme tamaño, su cuerpo
moviéndose y ondulándose. Luce como un depredador, como un león
acechando entre las sombras, lleno de músculo, gracia y poder.
Me detengo y lo espero, ahora haciéndole caso omiso a la lluvia. Me
encuentro tan mojada que en este punto ni siquiera importa.
Un rayo atraviesa la negrura, un rápido destello de brillantez, seguido
por el estruendo de un trueno tan fuerte que mis oídos duelen y mis huesos
tiemblan.
Me fuerzo a permanecer inmóvil mientras él se acerca con un trote
ligero, a pesar de que es tan grande que da miedo. Exuda poder, amenaza
y confianza y me estremezco entera en su presencia, me quita la
respiración y mi capacidad de tener sentido. Yo no soy esa chica. Siempre
soy totalmente inmutable con respecto a los chicos.
¿Pero con Adam? Es todo un hombre, toda masculinidad, pura
sexualidad y belleza agresiva. Y no sé qué hacer.
Quiero alejarme de él, meterme profundamente en las sombras y
quedarme quieta esperando que no me vea, como si fuera un ratón y el
fuera un gato cazándome y jugando conmigo. Pero tampoco soy esa chica.
Y no voy a echarme atrás por nadie. No dejo que nadie me controle o me
presione. Soy mi propia persona y no seré intimidada por nadie.
Especialmente no, por una estrella de cine que resulta ser demasiado
hermoso para su propio bien. Sin importar lo interesado que parece estar
por mí.
Así que me quedo de pie en mi sitio y se detiene delante de mí a la
distancia de un brazo, levanto mi barbilla para encontrar sus ojos y resisto
la urgencia de pasar mis dedos por los surcos de sus abdominales. Mi
respiración se queda atascada en mi garganta cuando borra los centímetros
entre nosotros hasta que sus rasgos cincelados y rudos son todo lo que
puedo ver, hasta que su aroma se encuentra en mi nariz y su calor tocando
mi piel. Sus manos ahuecan la parte superior de mis brazos por un
momento, sus palmas son ásperas y sus manos son del tamaño de un plato
y callosas y aunque se sienten lo bastante fuertes como para aplastar las
piedras hasta convertirlas en polvo, su tacto es gentil, tan suave. Y
entonces una de sus palmas se desliza por mi brazo desapareciendo por el
húmedo algodón de mi camiseta y agarrando un lado de mi cuello, un
pulgar pasando por mí oreja. ¿Seguramente puede sentir el martilleo de mi
pulso en mi garganta? Su otra mano se mueve a la parte de atrás de mi
cabeza y me hace ir hacia adelante, y no puedo recordar, por mi vida,
porqué escapé de él, porque se bien lo que está a punto de hacer y deseo
que lo haga, y tengo absolutamente cero posibilidades de detenerlo.
La lluvia es una cascada, una lluvia densa que nunca he
experimentado en mi vida y el viento es brutal, una fuerza furiosa,
golpeándonos y haciéndonos tambalear, soplando de soslayo cortinas de
agua y el trueno apareciendo y rompiendo en explosiones, y los rayos
crepitando, atravesando el cielo y deslumbrando.
Adam se gira, para que su espalda sea una barrera contra el viento,
tomando la peor parte de la fuerza de la tormenta y me acomoda en la
caverna de sus brazos perfectamente.
Un beso es el encuentro de los labios, una expresión de ternura y
afecto, una demostración física de emoción. Un beso es un acto reciproco,
dos personas dando y tomando en igual medida.
Lo que viene después… no es un beso. Es una declaración de
posesión. Un reclamo. Su boca demandando la mía, su lengua buscando la
mía, y sus manos agarrándome, negándose a dejarme escapar y sus brazos
rodeándome, aprisionándome.
Debería apartarme. Empujarlo. Maldecirlo. Huir. Insultarlo, llamarlo:
bruto, zoquete, cavernícola, trol. Pero no hago nada de eso. Solo me acerco
más, fundiéndome con él, penetrando más profundo en su calor, en su
refugio protector y respondo a su beso.
Dejo que me reclame, que me posea en ese solo beso.
Lo he conocido por dos horas, como máximo.
Se aleja lo suficiente como para mover los labios y siento sus
palabras más de lo que las escucho. ―No voy a hacerte más preguntas,
Des. Lo prometo.
No era lo que esperaba que dijera. ―Está bien ―eso es todo lo que
puedo arreglármelas para decirle.
―Vamos. ―Me empuja para que camine, lejos de mi dormitorio, en
dirección al Gran Hotel.
―¿A dónde vamos?
―A mi habitación.
―Eso está a cincuenta minutos a pie.
―¿Y? ―Inclina su rostro hacia el cielo, mostrando los dientes―. Ya
estamos tan mojados como podemos.
No me molesto en discutir. Dejo que me lleve de nuevo a la calle
principal hasta que giramos en Lake Shore y luego doblamos en Market
Street y luego a la izquierda en Cadotte Avenue. No habla y yo tampoco,
aunque tengo un millón de preguntas y un billón de dudas y se lo que
espera de mí y no puedo permitir que eso suceda, porque voy a quedar
atada y él se va a ir a rodar una película y no va a significar una maldita
cosa.
Pero no puedo sacar mi mano de la suya, porque sus dedos se
encuentran entrelazados con los míos y él está absolutamente seguro de
que lo seguiré, con mucha razón, porque lo estoy siguiendo, y de todas
formas algo me dice que si tratara de escapar, él simplemente me cargaría
en brazos y ya. Y no quiero escapar, esa es la parte que hace que tiemble
de miedo. Quiero seguirlo, quiero ver su habitación, quiero dejar que las
cosas sucedan, aunque sé que no puedo seguir adelante con lo que quiere
de mí.
Un rayo de luz corta el aire a unos metros delante de nosotros, el
trueno sacude el suelo bajo nuestros pies. Un poco más adelante se
encuentra la Iglesia de Little Stone y lo empujo por la calle, abro las puertas
y entramos en el vestíbulo, goteando sobre la alfombra. El aire en la iglesia
es rancio y viejo, y aquí dentro está más oscuro que afuera, no hay luces
encendidas solo un par de vitrales para dejar entrar la luz. No puedo verlo,
no puedo ver nada. El viento y la lluvia golpean la ventana y sacuden la
puerta, y él es una cálida presencia sólida en mi espalda.
―¿Qué es este lugar? ―retumba su voz en mi oído.
―La Iglesia Little Stone.
―Huele raro.
―Es vieja ―digo.
Me da vuelta, su boca moviéndose sobre la mía de forma repentina y
feroz, sus manos firmes e implacables en mi espalda, abarcando mi
columna y deslizándose hacia la parte baja de mi espalda. Soy atraída hacia
él, cuerpo contra cuerpo. Es inexorable, como las mareas. Mis pechos tocan
su pecho, y luego quedan aplastados entre nosotros y mi corazón late
contra mis costillas con tanta fuerza que mis huesos se vuelven tambores y
sé que él puede sentirlo.
¿En dónde están mis manos? He perdido todo sentido, he perdido la
noción de lo que sucede y de lo que hago. Todo lo que siento es a su boca,
a sus labios recorriendo los míos, sus dientes mordiendo mi labio inferior y
luego el superior y también puedo sentir sus manos, descendiendo
centímetro a centímetro, en un territorio peligroso, a la curva superior de
mi trasero y no sé cómo es que tolero esto, como lo hago, como es que
está borrando mis dudas, mis miedos y mi falta de confianza en cualquier
persona, en los hombres especialmente, y de alguna manera encendió
dentro de mí, este… calor. Esta necesidad. Esta hambre voraz, esta
desesperación como nunca la he sentido, que no sabía que podía sentir,
especialmente después…
No. No. No permitiré que ese monstruo me controle, ya no. No otra
vez. Nunca.
Adam tiene sus dos manos agarrando mi trasero, apretándome
contra él de forma posesiva, como si tuviera derecho sobre mí, derecho a
tocarme, a abrazarme, a meterme mano, a acariciarme, a apretarme. No sé
qué palabra es la correcta para definir lo que hace, porque lo hace todo al
mismo tiempo, y yo lo estoy dejando.
Oh, este beso. No tiene fin. Es un océano y me ahogo en él.
¿Y mis manos? Agarran la tela empapada de su camiseta, como si se
me fuera la vida en ello, como si fuera lo único que me mantiene atada a la
tierra.
Me estremezco y me libera abruptamente y jadea para respirar, casi
como si se sorprendiera del poder de esto entre nosotros, como yo.
Pero eso es imposible.
―Vamos. Estás temblando. Tengo que hacerte entrar en calor. ―Me
saca del calor seco del vestíbulo de la iglesia y salimos hacia la tormenta
lluviosa, aullante y furiosa.
El cielo se alumbra con los relámpagos, resuena con los truenos y no
parece que lloviera sino más bien que estuvieran vertiendo el contenido del
océano desde las nubes. Ahora corremos, agarrados de la mano, subiendo
por la colina hacia la inminente galería blanca de la mundialmente famosa
entrada del Gran Hotel.
Entramos por Sadie, la puerta más cercana, en donde todo es
paredes blancas y cuadros negros, blancos y rojos, con aroma de vainilla, a
pastel horneado y a café y luego estamos en la floristería y es todo geranios
y rosas. Nunca he pasado más allá de Sadie. Tienes que pagar una cuota de
diez dólares para ir más allá de la puerta principal, a menos que seas un
invitado y nunca he tenido el tiempo o la inclinación a gastar el dinero
simplemente para satisfacer mi curiosidad. Goteando con cada paso, con los
zapatos sonando por el agua, caminamos por un largo vestíbulo de pisos de
mármol, las ventanas mostrando a la calle por un lado, y a las tiendas por
el otro. El camino es oscuro y ahora brilla con destellos blancos por los
rayos, y luego pasa un carruaje, con las lámparas encendidas de atrás y los
caballos pisando y haciendo ruido, sacudiendo sus colas. Hay una joyería,
una boutique, una cafetería y luego la recepción.
―Hola, Señor Trenton ―dice la pequeña mujer asiática detrás del
mostrador.
―Hola ―responde Adam con una sonrisa y un saludo.
Hay susurros y murmullos de la multitud de pie alrededor de la
recepción, gente torciendo y estirando el cuello para obtener un destello de
Adam Trenton. Algunas personas levantan sus teléfonos celulares y toman
fotos y una chica rubia de quizás quince o dieciséis años aparece,
entregándole un teléfono celular plateado.
―¿Puedo pedirle su autógrafo señor Trenton? ¿Por favor? ―Es tímida
y pequeña.
Me doy cuenta de un cambio inmediato en Adam. Ha pasado de ser
ágil y suelto a encontrarse rígido y tenso en el espacio de una respiración.
Pero solo yo lo noto porque estoy aferrada a su brazo. Por fuera él sonríe y
agarra el teléfono, sacando un marcador Sharpie de su bolsillo y
garabateando su nombre en la parte de atrás. Como si esa sola señal fuera
una presa rompiéndose, media docena de personas avanzan, empujando
recibos, sombreros y mapas turísticos hacia él.
Y los firma a todos.
Le sonríe a cada persona mientras les entrega su autógrafo, sin
mostrar en ninguna ocasión irritación o prisa. Para este momento ya se ha
formado una multitud, y puedo notar que la sonrisa de Adam comienza a
cansarse, a pesar de que continúa estrechando manos, firmando autógrafos
y posando para las fotos. Me muevo hacia un lado y trato de no llamar la
atención, mezclándome con la multitud.
―No más, no más ―dice un portero, pasando a través de la multitud,
de Adam y de mí―. No más, ahora, por favor. Dejen al Señor Trenton
seguir su camino, por favor.
Adam agarra mi mano mientras el portero nos escolta alejándonos de
la multitud; otro portero vestido de rojo mantiene a la multitud a raya.
Adam le entrega al portero un billete de cincuenta dólares mientras llama al
elevador.
―Gracias ―dice Adam.
―Por supuesto ―dice el portero, con una amplia sonrisa blanca
dividiendo su piel negra.
Adam presiona el botón correspondiente al cuarto piso y las puertas
del elevador se cierran frente a nosotros. Tan pronto como se cierran las
puertas y el elevador se mueve, Adam deja escapar un suspiro de alivio y
se apoya contra la pared.
―¿Eso sucede a menudo? ―pregunto.
Ya sabía que era famoso, obviamente, pero nunca había visto algo
así, al menos no en persona.
Asiente. ―Todo el tiempo. Ya había pasado hoy, mientras trataba de
comprar los chocolates.
―Parece agotador. ―Miro hacia nuestras manos unidas,
preguntándome porque aún sostiene la mía.
Se ríe, un sonido áspero y sarcástico. ―No tienes ni idea. Fue genial
las primeras veces en las que me reconocían en las calles, ya sabes, pero es
tan agotador. Sin embargo es parte de la actuación, así que no puedo
quejarme demasiado.
―Me impresionó, para ser honesta ―admito―. Les diste tu atención
a todos.
Se encoje de hombros, pero su sonrisa es brillante, honesta y un
poco tímida, en realidad. ―Bueno, son la razón por la que estoy en donde
estoy, ¿sabes? A ellos les gustan mis películas, yo les agrado. Así que por
mucho que no disfrute de esto en algunas ocasiones, porque realmente no
puedo ir a ningún lado sin ser reconocido, también me encanta. Supongo
que es la prueba de que hago algo bien.
―Tiene sentido ―digo.
La puerta se abre y Adam me guía afuera del elevador, girando a la
derecha. Todo es verde. La alfombra es de un color verde profundo como
un bosque, y las paredes son de un color menta pálido, y hay fotografías
enmarcadas con obras de arte grabadas desde hace cientos de años
cubriendo las paredes.
―Este hotel es raro ―digo mientras pasamos por una réplica de una
escultura griega en una esquina―. Se siente como si fuera… no sé cómo
decirlo. Como si hubiéramos retrocedido en el tiempo o algo así.
Adam revisa su bolsillo en busca de una llave. Es realmente una
llave, no una tarjeta magnética como se utiliza en cualquier otro hotel del
mundo.
―Ese es el punto ―dice―. Es parte de su atractivo, la razón por la
que pueden cobrar tanto por sus habitaciones y lo que sea. Es una
experiencia. Tienes que estar vestido con ropa formal incluso para ir al
salón después de las seis en punto.
―He oído hablar de eso. Aunque en realidad nunca he estado en el
hotel en sí.
―Es un poco divertido ―dice mientras abre una puerta. Es una
puerta doble, en la esquina hay un pasillo que va hacia la derecha. Un
letrero sobre un dintel indica que esta es la Suite Musser―. Es un poco
como estar en una película. Llegamos ayer por la tarde, así que todos
cenamos en el comedor principal. Me puse un traje con corbata, y todo fue
muy, muy elegante.
―Suena divertido ―le digo.
De verdad. Tengo un bonito vestido, y nunca he tenido la oportunidad
de usarlo. Ni siquiera me atrevo a pensar en lo que sería estar vestida así e
ir al comedor del brazo de Adam. Eso no va a suceder. Quiere una cosa de
mí, y una vez que la consiga, hará que me vaya. Así es como funciona esto,
y lo sé. El pánico me invade al tiempo que Adam me lleva a la habitación,
arrastrándome de la mano por la puerta y cerrándola detrás de nosotros.
Mi pánico es momentáneamente sustituido por la sorpresa. La Suite
Musser es diferente a cualquier cosa que haya visto antes. Es…
abrumadora.
Al entrar, hay un vestíbulo que también funciona como cocina, con
fregadero, un refrigerador de vinos, un microondas de acero inoxidable y un
lavavajillas, junto al cual hay un recipiente que contiene media docena de
botellas de vino. El suelo del vestíbulo es un entarimado de madera oscura,
con una alfombra redonda, color verde, blanco y negro y una elaborada M
en el centro. Tres escalones llevan a la sala de estar. El piso de aquí tiene
un alfombrado a cuadros, un fondo blanco con rayas azules y rojas en un
patrón cuadrado. El techo está pintado de un color menta pálido, con vigas
de color blanco que se reúnen en el centro en forma de estrella, desde el
centro del cual cuelga una lámpara de araña de oro adornado. Hay un sofá
de satén color púrpura oscuro en una pared, y la pared de enfrente, encima
de la repisa de la chimenea blanca, está cubierta con el mismo satén
púrpura oscuro. Hay una televisión de pantalla plana montada en la pared
color púrpura, que parece dolorosamente fuera de lugar en una sala de lo
contrario decorada de forma arcaica. Las cortinas que enmarcan las
ventanas son de un turquesa, y centrada bajo la ventana se encuentra una
mesa de cristal sobre un eje blanco. Las sillas a juego, tienen cojines de
satén color carmesí. Hay otra mesa y dos sillas, situadas frente a la
chimenea, pero estas son dos grandes sillones mullidos hechos con un
intrincado patrón floral. Detrás del sofá hay un juego de pinturas al óleo,
pero no sé lo suficiente sobre arte como para decir de qué estilo son.
Doy dos pasos hacia la sala de estar, mirando la habitación.
―Es otra cosa, ¿verdad? ―dice Adam.
―Ni siquiera sé que decir. ―Doy algunos pasos, dejando charcos en
el suelo, manteniendo las manos unidas contra mi estómago―. Se siente
como que no tengo que tocar nada. Como si fuera un museo o algo así.
Sonríe. ―Bueno, no es como yo personalmente decoraría cualquier
cosa, pero soy algo así como un típico macho, así que, ¿qué sé yo?
Pongo mis ojos en blanco en su dirección. ―Eres cualquier cosa
menos un típico macho, Adam ―le digo.
De alguna manera se encuentra detrás de mí, puedo escuchar su
respiración en mi oreja, siento su pecho expandiéndose en mi espalda. Sus
manos descansan en mis caderas. ―¿Ah sí? Entonces, ¿qué es lo que soy?
Trago saliva con fuerza y peleo con contra el impulso de recostarme
sobre él. ―Yo… um. Eres Adam Trenton.
―No me evadas ―murmura.
Sus dientes atrapan el lóbulo de mi oreja, y no puedo respirar, mis
ojos se cierran contra mi voluntad, y de alguna manera pierdo mi fuerza, mi
espina dorsal se derrite dentro de mí, sin dejarme más opción que caer
contra él. Sus manos pasan por la cintura de mis pantalones, haciendo una
pausa en mí estómago, para cubrir las mías.
Me estremezco de nuevo, tanto por tener frío como por su
proximidad, por sus labios en mi cuello, en la curva en donde mi garganta
se une con mi hombro, mi clavícula y con mi esternón. Su cabello me hace
cosquillas en la oreja, y sus labios están tocando, moviéndose y besando.
―Necesitas una ducha caliente ―murmura.
Y estoy de acuerdo, sus labios han robado mi voluntad con cada
delicado toque. Me lleva hacia el vestíbulo, y a través del dormitorio. Hay
una cama con un edredón de estampado de flores y un elaborado cabecero
púrpura con cortinas que hacen juego con el edredón. Eso es todo lo que
veo, y entonces soy empujada hacia el baño. Se detiene y me hace girar,
presionando mi espalda contra el marco de la puerta, así que nos
encontramos mitad dentro del baño y mitad afuera, nuestros cuerpos
juntos. Sus labios están en mi garganta, luego en mi cuello e inclino mi
cabeza hacia un lado con un suspiro mientras me besa debajo de la oreja.
No sé lo que pasa. No sé lo que hago. Debería parar esto. Detenerlo.
Hacer que me lleve en uno de los carruajes con caballos a mi dormitorio. Si
me quedo aquí, no voy a detenerlo. Dejaré que esto suceda.
Entra en el baño, abriendo la puerta de cristal de la ducha y
encendiendo la regadera. En pocos momentos, el vapor está saliendo del
agua y llenando la pequeña habitación. Ahora vuelve de nuevo conmigo,
frente a mí, metiendo un dedo en la cintura de mi pantalón. Su mano
agarra un lado de mi cara, sus dedos se curvan en mi cabello mojado,
atrayéndome hacia él. Ahora sus labios devoran los míos más lentamente, y
su otra mano hábilmente desabrocha mi pantalón, bajándome el cierre.
Ahora mi corazón está estrellándose y martilleando y lo beso, pero
me siento muy, muy asustada, porque estoy permitiéndole que haga esto,
dejándolo desnudarme, a pesar de que tengo miedo y sé que no debería sé
que esto solo puede terminar mal para mí y para él… principalmente para
mí.
Dios, ¿qué mierda estoy haciendo? Lo ayudo, esos es lo que estoy
haciendo. Paso mis brazos por las mangas de la blusa y me encojo de
hombros para sacármela, tirándola por encima de mi cabeza y dejándola
caer en el suelo a mis pies, el aire se siente frío contra mi piel, a pesar del
vapor rodeándonos, envolviéndonos. Me quedo con mi sujetador y mis
vaqueros, sus manos se encuentran sobre mi piel, deslizándose por mi
espalda, retirando la correa de mi sujetador y haciéndola rodar por mis
hombros. Mis pies se quitan los zapatos y los calcetines, y ahora por
supuesto, oh no. No. No.
Sí.
Deja que le quite su camiseta.
Jesús, el hombre es perfecto. Tengo que abrir mucho mis ojos y
observarlo. Su cuerpo no solo es voluminoso y musculoso, también se
encuentra increíble y perfectamente tonificado. Cada músculo está tan
claramente definido que probablemente fueron cincelados en su cuerpo. Sus
pantalones cortos color caqui son pesados por el agua, y cuelgan en sus
caderas. La cintura de su ropa interior de Polo se asoma, y un profundo y
malvado corte en V desaparece debajo del elástico.
Mis manos pican y se retuercen. Quiero tocarlo con tanta urgencia
que me duele. Él es una fantasía. Esto es una fantasía. No es real. Me
encuentro durmiendo en la casa de Detroit, en mi cama, soñando. No hay
manera de que esto esté sucediendo. Se siente real, pero sé que no lo es.
No puede serlo. Todo está pasando tan rápido, al conocerlo bajo el caliente
sol de la tarde, y después la tormenta salida de la nada, la hora relajada de
la cena, y ahora repentinamente me encuentro en esta habitación
extravagante de hotel siendo besada y desnudada por un verdadero dios.
Unas manos calientes, ásperas y enormes se deslizan por mis
costados de arriba hacia abajo y alrededor de mis costillas. Lo miro, y veo
que sus ojos se encuentran abiertos y vagan por mi cuerpo, observándome
como si no pudiera tener suficiente de mí. Como si fuera algo que le gustara
mucho. Lo cual es simplemente una locura. No soy estúpida ni tímida. Sé
que soy lo suficientemente bonita. Me encuentro en forma. Pero no soy
delgada ni delicada. Apenas estoy por debajo del metro ochenta y dos y soy
curvilínea. No luzco como las actrices de Hollywood, o modelos. Yo, soy yo,
y me siento segura de mí misma, contenta con la manera en la que me veo.
Pero simplemente no soy algo que elegiría Adam Trenton.
Y ahora, con sus ojos color verde como las hojas asimilando mi piel,
mis senos y mis caderas, me pregunto en qué piensa. Si estoy siendo
ingenua. Tal vez no es exigente y yo solo soy una conquista de una noche.
—Des eres tan jodidamente sensual —gruñe Adam, su voz un ruido
sordo en mi oído. Sus labios pasan a lo largo de la concha de mi oreja—.
¿Sabes eso? ¿Sabes lo jodidamente increíble que luces en este momento?
Solo puedo negar, porque esa es la pura verdad. No lo sé. No me
siento sensual. Me encuentro mojada y fría, y mi cabello es una maraña y
mi maquillaje, lo poco que me puse más temprano, o bien se ha corrido por
la lluvia o se ha borrado por completo.
—Entonces tendré que mostrártelo.
Se voltea, y mi espalda se encuentra en el toallero, y puedo ver por
encima de su hombro nuestro reflejo en el espejo. Su espalda se encuentra
tan surcada de músculos como el resto de su cuerpo, por supuesto, y dios,
la espalda musculosa de un hombre es algo hermoso. Sus músculos se
mueven y ondulan mientras se inclina y sus dientes mordisquean la piel
delicada en el costado de mi cuello. Y luego se gira de nuevo, y me
encuentro delante del espejo y él de pie detrás de mí. No se eleva por
encima de mí, pero aun así me eclipsa. Sus manos se envuelven alrededor
de mi cintura, justo por encima de mis vaqueros, y ahora puedo verme.
Mi sujetador negro. Es uno viejo y me queda chico, así que mis
pechos se desbordan por encima de la parte superior, el borde de la areola
asomándose por arriba de una de las copas. Mi estómago no es totalmente
plano, un hecho que no suele molestarme, pero ahora con su escrutinio
sobre mí como un láser, todo lo que puedo ver es la guata ligeramente
redondeada de mi vientre. Mis vaqueros están abiertos, mostrando mi ropa
interior color verde de algodón en la V de la cremallera abierta.
De ninguna manera me encuentro preparada para esto. Ni siquiera
estoy usando un conjunto de sujetador y ropa interior que combinen. Como
una universitaria huérfana en quiebra que apenas llega a pagar los cánones
de arrendamiento y la matrícula, lo último que necesito o tengo el dinero
para comprar es ropa interior atractiva. Pero ahora desearía haberme
molestado, porque me encuentro en un baño de hotel con Adam Trenton,
usando solamente mis vaqueros y mi sujetador, y mi sujetador fácilmente
tiene diez años, la seda de las copas se encuentra deshilachada en los
bordes, y no me queda porque he crecido desde que compré este sujetador,
pero es uno de los tres que tengo y los otros dos están en la lavandería. ¿Y
mi ropa interior? Bueno, gracias a Dios no son unas bragas de abuela; no
uso de esas, incluso en los días cuanto tengo mi período. Estos son unos
básicos de algodón, lo que no es muy sensual, pero al menos son
pantaloncillos cortos, los cuales, considerando lo grande que es mi trasero,
se me ven muy bien.
Pero ¿estoy segura de querer que él vea mi ropa interior? Es decir,
¿me siento segura de encontrarme dispuesta de dejarle que me quite los
vaqueros y que me vea solamente en ropa interior?
No.
Por supuesto que no.
Pero sus dedos se deslizan por mis costados y sobre mis caderas,
pasando entre la mezclilla de los vaqueros y el algodón de mi ropa interior.
Y entonces, de alguna manera, me encuentro pisando el puño de una pierna
de mis pantalones y liberando mi pierna, y luego la otra, y ahora tiemblo
por todas partes y sus ojos se han apoderado de mis curvas en el espejo, y
puedo sentirlo detrás de mí. Es una gran montaña detrás de mí, su pecho
en mis hombros, y puedo sentir algo duro y grueso entre nosotros, y sé lo
que es, pero no puedo pensar en eso.
—Des —dice mi nombre en un susurro sordo.
—Adam.
—Estás temblando.
—Tengo frío. —Eso es cierto, pero esa en realidad no es la razón por
la que tiemblo. La verdad sale de mi boca—. Y tengo miedo.
—¿Por qué tienes miedo, Des?
—Porque... o sea ¿no es obvio? —La verdad real detrás de mí miedo
no es algo que admitiría en mi vida, ni siquiera bajo tortura.
—No. —Cubre mis caderas, y luego sus manos tocan mi trasero,
levantando el peso de una nalga y luego el de la otra, jugando conmigo,
disfrutándolo, amasándolas y acariciándolas.
No podría pararlo aún si lo deseara, y no lo deseo. No quiero
detenerlo. Me gusta la forma en la que sus manos se sienten en mi trasero.
Me gusta ser tocada de esta manera. No sabía que se sentiría tan bien tener
las manos de un hombre en mi trasero. Pero sí, es increíble, es vertiginoso
y tiemblo por lo bien que se siente y por el miedo siempre presente y la
duda y los nervios.
Tengo que recuperar algún tipo de control sobre mí misma y sobre la
situación. —Bueno, entonces déjame deletreártelo. Eres una famosa estrella
de cine de Hollywood. Conseguiste atestar el vestíbulo del hotel. Yo no soy
nadie. Soy una recolectora de basura. —Tengo que hacer una pausa para
respirar, porque sus manos han encontrado la cinturilla elástica de mi ropa
interior y están metiéndose para agarrar la piel desnuda y el músculo, y mi
ropa interior se encuentra peligrosamente cerca de bajarse en estos
momentos, dejando al descubierto mi centro—. Soy una chica que recoge la
jodida basura. Una portera. Y como dijiste, solamente estarás aquí durante
el fin de semana, y ¿Adam? No soy ese tipo de chica.
—¿Qué tipo? —exige saber, encontrando mis ojos en el espejo—.
¿Qué crees que está pasando?
Me quedo mirando fijamente su reflejo. —Me estás seduciendo. Y te
estoy dejando, pero no tengo ni puta idea de por qué. Y no sé por qué te
gustaría tener esto conmigo. Por qué me trajiste hasta aquí, cuando no soy
nadie, cuando luzco de la forma en la que lo hago y tú eres tú y…
—¿La forma en la que te ves? ¿Qué significa eso? —suena casi
enojado.
—Simplemente significa que no soy talle dos, ¿de acuerdo?
—¿Y qué? ¿Crees que de alguna manera me pasé por alto ese hecho?
Me encuentro sorprendida por un momento. —Vaya. De acuerdo. —
Me aparto de sus brazos—. Jódete. —Me alejo de él.
No llego a dar dos pasos antes de que pase un brazo a mi alrededor y
me detenga, me hace girar en el lugar y me atrae hacia él con fuerza, así
que mi sujetador se encuentra presionado contra su pecho y mis senos en
realidad están saliéndose por completo. Y puedo sentir su polla entre
nosotros, grande, gruesa y dura.
—Para, Des.
—Suéltame. —Odio ser inmovilizada. Eso desencadena un reflejo de
luchar o de escapar en mi interior. Violentamente, si me siento lo
suficientemente amenazada.
—Des, simplemente escucha… —Su agarre sobre mi es inexorable e
irrompible, provocando una ira y un pánico en mis adentros.
—Suéltame maldita sea, ahora —gruño, empujándolo con todas mis
fuerzas
Me libera de inmediato, y tengo problemas para respirar, por los
recuerdos que me invaden. —¿Des? Está bien. De acuerdo. Respira.
Respira. —Tiene una mano en mi espalda, y quiero a la vez, sacármela de
encima de un golpe y rogarle que coloque sus dos manos en mi espalda,
para abrazarme, para tocarme.
Obligo a mi respiración a que se ralentice, y se normalice. Fijando mis
ojos en los suyos, apuñalo su pecho desnudo con un dedo. —No vuelvas
nunca a refrenarme así de nuevo.
Levanta sus manos, con las palmas hacia fuera. —No lo haré. Lo juro,
lo prometo. Yo solamente…
—Por supuesto que no lo harás —digo, y levanto de golpe mi camisa
del suelo—. Porque me voy.
—Espera un jodido segundo —dice, moviéndose delante de mí—. Me
malentendiste. Algo me dice que deliberadamente. No tienes un talle dos, y
lo sé. Lo veo. Eso lo vi la primera vez que puse mis ojos sobre ti. Estás
aquí, Des. Yo te traje aquí, a propósito. Porque me gustas. Porque me
excitas.
Cada vez se aproxima más a mí, con sus manos extendidas,
atreviéndose a acercárseme después de lo que acaba de ocurrir. Me quita la
camisa, y ahora se encuentra de pie, pecho con pecho conmigo, y sus ojos
son de un color verde más pálido, conocedores, amables, feroces,
penetrantes e inteligentes.
—Des. Escúchame. Soy un hombre que dice la verdad, sin importar
las consecuencias. Así que aquí hay algo de verdad para ti. —Coloca su
palma contra mi mejilla, y sus dedos levantan mi rostro para que lo mire,
nuestros labios a un beso de distancia entre sí—. Me tienes intrigado. Eres
fascinante. No puedo descifrarte, y eso me gusta. No estás impresionada
por quien soy, y eso me gusta aún más. Eres tan jodidamente hermosa que
no puedo soportarlo. Eres tan sensual que ni siquiera es correcto.
No puedo moverme, no puedo respirar. Nadie nunca antes me ha
llamado hermosa, mucho menos preciosa o sensual. Lo que es más
alarmante, es que parece decirlo en serio. Quiero alejarme y huir antes de
ceder, pero no me muevo y ya estoy cediendo.
Sin embargo, no ha terminado. —Y sí, estaré aquí solamente durante
el fin de semana. Y tú no es que no seas nadie. Eres tú. Y me gustas, me
encanta lo que he visto hasta ahora. Te prometí que no volvería a hacerte
ninguna pregunta, y no lo haré. Pero espero que confíes en mí lo suficiente
como para decirme unas cuantas cosas sobre ti, por ti sola. Sea lo que sea
esto, sea lo que sea que esté pasando entre nosotros, lo quiero. Si es
solamente por esta noche o también por mañana, o algo más allá de eso, lo
quiero. Así que voy a continuar con ello. —Su otra mano se mueve
posesivamente y con íntima familiaridad por la parte baja de mi espalda,
manteniéndome en el lugar—. Tienes miedo. Puedo ver eso. No sé por qué,
y no voy a preguntar porque prometí que no lo haría. Pero me puedes decir
la verdad, sea lo que sea. Si de verdad quieres irte, te llevaré de regreso yo
mismo, o te conseguiré un auto para que regreses a tu dormitorio. Pero no
quiero que te vayas. Espero que te quedes.
—Adam... Yo solo…
Presiona su pulgar sobre mis labios para silenciarme. —Entonces, por
mucho que me gustaría terminar de sacarte la ropa hasta desnudarte, no lo
haré. Por mucho que me gustaría tenerte desnuda, aquí y en este
momento, voy a retroceder. Voy a dejar que te metas en la ducha, y te voy
a dar tiempo para pensar. Decide lo que quieras, y lo aceptaré. No voy a
presionarte para que hagas algo. Sabes lo que deseo. Espero haberlo
dejado claro.
Da tres pasos hacia atrás y luego se detiene, se inclina y me besa,
con fuerza y rapidez, y luego se vuelve para entrar en la sala de estar,
saliendo de mi vista.
Me quedo de pie temblando, confundida, y medio desnuda en la
puerta del cuarto de baño, el vapor ondulando a mí alrededor.
¿Qué deseo?
Mierda si tan solo lo supiera.
Bueno, eso no es cierto. Quiero que Adam me bese. Quiero que este
sueño sea real. Todavía no estoy convencida de que no vaya a despertar en
mi dormitorio y que todo haya sido un sueño febril. Pellizco el interior de mi
brazo, y me duele, y aún me encuentro en la Suite Musser en el Grand
Hotel, con Adam Trenton a un dormitorio de distancia, esperándome.
Deseándome.
¿Cómo es eso posible?
Pero parece que es verdad, y tengo que decidir lo que voy a hacer al
respecto.
Me quito la ropa y entro en la ducha.
4
Traducido por Just Jen & CJ Alex
Corregido por Erienne

Necesito cada gramo de autocontrol que poseo para permanecer


sentado en el sofá, esperándola. Quiero ir al baño y observarla. Quiero
sacarme mis pantalones cortos y entrar en la ducha con ella.
Quiero empujarla contra la pared y tomarla allí.
En lugar de ello, espero hasta que escucho que la puerta del baño se
cierra, y luego agarro las prendas mojadas del suelo y las llevo al vestíbulo.
Uso el teléfono del hotel para que la recepción envíe a alguien a buscar la
ropa para secarla. Una vez que la chica de limpieza se ha llevado la ropa,
asegurándome que la tendrán lista en media hora, he hecho subir una
botella de Pinot Grigio, junto con una orden de patatas fritas y salsa.
Me cambio, colocándome unos pantalones deportivos, sin molestarme
con la ropa interior.
Tengo esperanzas, ¿qué puedo decir?
Los minutos pasan en cámara lenta, y finalmente oigo que la ducha
se cierra.
—¡Oye! ¿En dónde está mi ropa? —resuena la voz de Des.
Agarro una bata del armario y me quedo afuera del baño con ella.
Des tiene la puerta lo suficientemente abierta para asomar la cabeza, y
puedo ver una toalla sobre su pecho.
Sostengo la bata. —El servicio de lavandería se está ocupando de
ella.
—Así que soy tu rehén hasta que estén listas, ¿no? —Un destello de
humor en sus ojos me dice que ya no se encuentra enojada.
—Exactamente. Dijeron media hora. Mientras tanto, ponte esto. —Le
acerco la bata.
Ajusta la toalla más fuertemente alrededor de su torso, y luego abre
la puerta. Mis ojos absorben su belleza. Su cabello se ha secado con la
toalla, pero todavía se encuentra húmedo y descansa sobre un hombro
desnudo. Dios, deseo tanto sacarle la toalla, pero no. En su lugar,
mantengo la bata abierta para ella, y se da la vuelta, desliza un brazo a
través de la manga, luego el otro. Mi garganta se cierra mientras se saca la
toalla por debajo de sus axilas y la deja caer al suelo. Y solo por un
momento, está desnuda y en la misma habitación que yo, pero luego se la
cierra, atándola y se pierde el momento.
—¿Te sientes mejor? —pregunto.
Asiente y suspira. —Sí. Una ducha de agua caliente hace maravillas.
¿Ahora vas tú?
Me encojo de hombros. —Nah. Estoy bien. —La agarro suavemente
de sus hombros y la giro de cara hacia mí—. Entonces…
Sus grandes ojos marrones se encuentran con los míos brevemente,
pero luego parpadea, desciende la mirada sobre mi pecho y hasta mis
pantalones, me pregunto si ella puede notar que no llevo ropa interior.
—Entonces… —repite.
Un golpe en la puerta interrumpe este intercambio elocuente y
fascinante, y la dejo de pie en el dormitorio para ir a abrir. Es el vino y las
patatas fritas, luego detrás del joven que entrega la comida viene el servicio
con la ropa, doblada, seca y colocada discretamente en una bolsa de lino
blanco. Tomo la bandeja y la coloco sobre el mostrador, firmo los
cuantiosos cargos a mi habitación, y luego agarro la ropa.
Cuando me doy la vuelta, Des se encuentra apoyada contra la puerta
de entrada de las escaleras que anteceden a la sala de estar, pasándose un
cepillo proporcionado por el hotel por el cabello. Sostengo la bolsa con su
ropa en un lado, la botella de vino en el otro.
—Elige —digo.
Sus ojos se entrecierran, y lanza el cepillo a través de la habitación y
cae en la cama. —¿Elegir?
Subo el escalón inferior, mirándola. —La bolsa contiene tu ropa.
Toma la bolsa, ponte la ropa, y te llevaré a tu casa. Sigue tu camino, y yo
iré por el mío. O, abro el vino y vemos a dónde nos llevan las cosas.
—Esa es una decisión difícil —dice, y de alguna manera no contiene
ironía o sarcasmo.
Realmente es una decisión difícil para ella, por razones que no puedo
entender. Se coloca en el escalón más alto, descendiendo sus ojos en mi
dirección, y no puedo interpretar su mirada. Extiende una mano y toca la
ropa, luego la copa de la botella.
—Si me quedo, ¿qué pasará? —Mueve su mirada hacia la mía, y
espera.
Espera la verdad, así que se la doy. —Si me dices que quieres
quedarte, voy a sacarte esa bata y a acostarte en la cama, y voy a besar y
a tocar cada centímetro de tu hermoso cuerpo. Voy a hacerte venir una y
otra y otra vez, hasta que ya no puedas aguantar más. Y entonces, cuando
te sea imposible correrte de nuevo, voy a colocar mi polla dentro de ti y a
hacerte venir de nuevo. —Sus ojos se agrandan, se queda boquiabierta, y
deja de respirar. Subo los escalones hasta que me encuentro cara a cara
con ella, y retrocede y la sigo. Sus palmas se posan en mi pecho desnudo,
como si tratara de alejarme, pero no lo hace—. Así es cómo empezaremos.
Vamos a beber un poco de vino, comemos unas patatas con salsa, luego te
destrozaré una y otra y otra vez hasta que me supliques que pare.
—Mierda. —Fue un suspiro, una maldición, una oración. No estoy
seguro de cuál de todas.
—¿Eso es lo que quieres, Des? —Dejo la bolsa en el suelo, y luego
coloco la botella en una pequeña mesa justo dentro de la entrada. Vigila
cada uno de mis movimientos, sus manos jugando con el cinturón que
mantiene atada la bata.
—Yo… no sé —dice.
Me muevo hacia ella, respirando profundamente para elevar mi
pecho, mis brazos moviéndose, mis ojos fijos en su mirada marrón,
inescrutable. —¿No lo sabes?
—Hablas así, y sí, quiero eso, pero…
—¿Quieres que te lleve a casa?
—No. —Su voz es débil, y me mira desde debajo de sus gruesas
pestañas negras—. Sí. No lo sé.
—Des. —Tomo el nudo entre mis dedos, lo deshago, pero no desato
la correa—. ¿Quieres quedarte?
Su respiración se detiene, y puedo ver su pulso latiendo en su
garganta. Sus dedos tocan el dorso de mis manos, pero no me lo impide
mientras poco a poco desato el cinturón. Después sus brazos se cruzan en
su torso manteniendo a la bata en el lugar.
—No sé. —Su voz es apenas un susurro, y no me mira.
—¿No quieres irte, pero tampoco estás segura de querer quedarte? —
pregunto.
Asiente. —Así es.
—Ciertamente estás poniendo a prueba mi resolución de no hacerte
ninguna pregunta personal en este momento, ¿lo sabes? —Tomo los bordes
de su bata y los mantengo cerrados, me acerco rozando mis labios con los
suyos—. Seré amable, Des. Voy a ir lento. Si deseas que me detenga, en
cualquier momento, pararé.
—¿Soy una conquista? —espeta.
Me encuentro desconcertado. —¿Qué? ¿Una conquista?
—¿Haces esto para demostrar que puedes hacerlo? ¿Es solo porque
estoy aquí, y estás excitado? ¿Es lo que sueles hacer? ¿Seducir chicas al
azar? ¿Qué significa, Adam? Sé sincero. —Toma mis manos entre las suyas,
manteniendo la prenda en su sitio, sosteniendo firmemente mis manos
como si fueran todo lo que la mantiene erguida.
—No, Des. Estás muy equivocada. —Hago una pausa para ordenar
mis pensamientos—. No he estado con nadie en meses, y antes que eso
tuve una relación de casi dos años. —Espero que no presione en esa línea
de preguntas, porque no es algo de lo que quiero hablar de nuevo. Ni
ahora, ni nunca.
Puedo ver la curiosidad en sus ojos, pero no sigue ese camino. En
cambio, frunce el ceño y pregunta—: Entonces, ¿por qué yo?
Sacudo mi cabeza y me encojo de hombros. —Porque eres hermosa.
Eres reservada, misteriosa y atractiva. —Junto su cabello negro, grueso y
húmedo en mi mano—. Debido a que en el momento en que vi este cabello,
quería enterrar mis manos en él. Porque la primera vez que vi tus grandes
ojos marrones y tus labios exuberantes, quería conocerte. Besarte.
Averiguar quién eras, llegar a conocerte.
—¿Labios exuberantes? —jadea, como si no me creyera.
Rozo sus labios con los míos, de forma ligera y coqueta. —Los más
exuberantes. —La beso en la mejilla y gira su rostro, dándome acceso a su
cuello, así que la beso allí también—. Me tienes intrigado. No sé qué es esto
más de lo que tú lo haces, Des. Para lo último que tengo tiempo en este
momento es para involucrarme en algo, pero me parece que no puedo
detenerme.
Sus dedos liberan los míos, suelta la bata, y se aferra a mí, se aferra
a mi pecho. Me acerco, presiono nuestros cuerpos, y suspira, lanza una
exhalación desesperada. Sus dedos rozan mi tórax, se curvan y se clavan
en mis pectorales, y ahora voltea su rostro y se inclina para mirarme, y
todo lo que puedo ver son sus ojos, muy abiertos, del color del chocolate
líquido, y tan profundos, insondables, tan expresivos y, sin embargo, no
comparten nada de lo que está pensando.
—No soy misteriosa.
Me río. —Sí lo eres.
Niega sin romper nuestra conexión de miradas. —Es solo que hay un
montón de cosas… de las que no me gusta hablar.
—Muy bien.
Mis manos se encuentran en su espalda, descansando ligeramente.
Las dejo allí, y me muevo hacia adelante, inclino mi boca sobre la suya.
Pruebo su aliento; siento el temblor de su cuerpo. Pero se presiona más,
sus magníficos pechos están aplastados entre nosotros, y pierdo la lucha de
mantener su ropa puesta. No puedo aguantar más.
—Tengo que verte —susurro, mis labios moviéndose contra los suyos.
Su boca se precipita sobre la mía, y se pone en puntillas de pie,
profundizando el beso. Gimo por el sabor de sus labios, la sensación de su
cuerpo contra el mío, y luego su lengua se desliza entre mis dientes para
rozar mi lengua, y me encuentro perdido. Me he ido.
Extiendo la mano y envuelvo mis dedos en el cuello grueso de la
bata, justo debajo de su barbilla. Ella continúa de puntillas, tan alta que no
tengo que doblarme en absoluto para coincidir con su boca. Lo último de mi
voluntad es despedazado por la forma en la que roza su lengua contra la
mía, y lentamente aparto mis manos mientras las deslizo por el centro de
su torso. La prenda se abre, revelando el lado interior de un seno de piel
bronceada. Jadea en mi boca y sus dedos agarran mis hombros. Me
encuentro tan cerca de sacarle la bata y de desnudar todo su precioso
cuerpo para mí.
—No. —Agarra los bordes y los levanta, apartándose, fuera de mi
alcance—. Adam, yo… yo no puedo. No puedo —jadea, con los ojos
desorbitados y vacilando hacia adelante y hacia atrás.
Levanto mis manos en señal de rendición. —Des, está bien, lo siento,
yo…
Cuando elevo mis brazos, se aleja a tropiezos de mí, como si me
tuviera miedo a mí, a mis manos, y sus ojos se encuentran llenos de
lágrimas. —¡No! No me toques, no te… por favor.
—¿Des? ¿Qué ocurre? ¿Qué he hecho? —Me siento totalmente
desconcertado. Apenas la toqué, y tan pronto como pronunció la palabra no,
le saqué las manos de encima. Esta es una reacción extrema ante una
situación simple, y no sé cómo manejar el asunto, qué hacer, o qué lo
originó.
Golpea el extremo de la cama con sus rodillas, se sienta, y luego se
apresura a alejarse, está llorando, y me encuentro totalmente indefenso.

***
Esto es un ataque de pánico.
Solo he tenido uno antes, y ocurrió la última vez que dejé que un
hombre me tocara. Era un chico de una clase de segundo año en psicología,
alguien con quien había coincidido en varias materias. Era un chico
agradable, atractivo, con quien hablar y mirarlo me resultaba fácil. Una
noche tomamos un café al finalizar las clases y después bebimos unos
tragos, y luego fuimos a su coche y empezamos a besarnos. Después, sus
manos se encontraban debajo de mi camisa, y yo no me sentía segura de
que me gustara, pero lo dejé manosear mis pechos de todos modos, solo
para ver cómo se sentía.
Pero entonces se volvió ansioso y trató de desabrochar mis
pantalones y me asusté. Se detuvo de inmediato y se disculpó, y me di
cuenta que no entendía por qué me había vuelto loca, pero no podía parar.
No podía respirar y no podía ver, me sentía mareada y mis pulmones
ardían. Eventualmente me las arreglé para ponerlo bajo control y el chico
me llevó a casa, confundido y frustrado, y aun así agradable como siempre.
Eso fue hace un año atrás.
Este ataque de pánico es destructor e interminable, aterrador por su
intensidad. Estoy llorando, cuanto más lloro menos puedo respirar, y entre
menos puedo respirar, el terror en mí empeora, lo que a su vez agudiza mi
llanto. Es un círculo que no sé cómo romper.
Escucho a Adam pronunciando mi nombre, pero suena como muy
lejano, y todo lo que puedo comprender son las lágrimas, la necesidad de
respirar y el terror. Y de alguna manera las lágrimas vienen con más fuerza
y rapidez, y no puedo respirar. Me asfixio, me alejo de él y me arrastro
encima de la cama para enroscarme en una bola acercándome a las
almohadas, con los sollozos destrozándome.
La cama se sumerge con su peso, y siento algo cálido cubriéndome.
Una manta. Me está cubriendo. La envuelve a mí alrededor, y luego desliza
sus manos por debajo de mí y me levanta como si fuera una niña, liviana.
Se acomoda en la cama conmigo, con mi cabeza contra su pecho, y puedo
oír su corazón latiendo de manera constante, un poco rápido, su respiración
uniforme y tranquila, sus brazos están rodeándome y sus labios se
encuentran en mi oreja, murmurándome algo rítmico y relajante.
Me concentro en los latidos de su corazón, en su respiración rítmica,
y trato de imitarla, intento que mi corazón lata al mismo tiempo con el
suyo. Poco a poco mi terror retrocede y la hiperventilación disminuye en
jadeos desiguales. Sus manos descansan en mi hombro y en mi cadera; me
quedo acurrucada en su regazo como una niña. Escucho su voz, y me doy
cuenta de que está cantando una canción pop, el tipo de canción que se
escucha en la radio una docena de veces al día, pero uno nunca se sabe el
título o el artista, solo cómo empieza y el estribillo. Su voz es baja,
tranquila y melódica.
Todavía estoy llorando, pero silenciosamente en estos momentos.
Tengo que detener esto. Tengo que calmarme. Me aparto de él hasta
quedar sentada. Inspirando profundamente, mis latidos vuelven lentamente
a la normalidad, limpio mis ojos con las palmas de mis manos.
Ahora ni siquiera puedo mirar a Adam.
Se levanta de la cama y va a la cocina. Escucho el agua corriendo, y
luego el gorgoteo de un hervidor de agua. Necesito levantarme, tengo que
vestirme y salir de aquí, pero parece que no puedo moverme. No pienso en
el ataque de pánico, pienso en lo que le precedió.
Nunca he estado tan avergonzada en mi vida: dejé que un hombre
que he conocido por unas horas casi me desnude, permití que me tocara,
que me besara. Y no solo no es un chico cualquiera, es una estrella de cine
rica y famosa.
¿En qué mierda estaba pensando?
Y luego voy y tengo un ataque de pánico.
Dios, soy una loca, y un desastre.
Él sube las escaleras y entra en la habitación con una taza en la
mano, con la cuerda y etiqueta de una bolsita de té colgando por el borde
de la taza. Usa nada más que un par de pantalones cortos negros, e incluso
después de todo lo que acaba de pasar me sorprendo mirando su
entrepierna, viendo el rebote y el dominio de su pene en sus pantalones a
medida que camina hacia mí. Puedo ver la punta en los pliegues de los
shorts, una cosa redonda gruesa. Me obligo a apartar los ojos y a parpadear
con fuerza, manteniendo la mirada en el edredón con estampados florales y
le acepto la taza.
Se sienta en el borde de la cama y me observa tomar sorbos de la
infusión. Espera. —Des, yo… —Se detiene, suspira y lo intenta de nuevo—.
¿Te encuentras bien?
Me encojo de hombros. —Estoy bien. Gracias
—Quiero preguntar qué fue lo que pasó, qué mal hice para provocarte
un ataque de pánico, pero yo…
Lo interrumpo. —No fuiste tú. Es solo que… tengo problemas
—Debería haber retrocedido. Lo siento, Des. Vi… sabía que estabas
nerviosa o algo así, pero no me había dado cuenta…
Finalmente encuentro sus ojos, y veo que se siente realmente
enojado. —Solo… olvídalo, ¿de acuerdo? No fue culpa tuya.
—No me vengas con esa mierda de no eres tú, soy yo, Des. Uno no
tiene ataques de pánico violentos de la nada. —Dice esto con cuidado,
llegando a tocar mi mejilla con su pulgar—. Bebe tu té, cariño. Me vestiré y
te llevaré a casa.
Cariño. Me llamó cariño.
¿Por qué me gusta tanto eso? ¿Y por qué siento este impulso loco de
explicarle todo?
En lugar de eso, lo sigo por la habitación con la mirada mientras se
saca un par de vaqueros y una camiseta negra de una maleta de la esquina
de la zona del dormitorio. Se mete en el baño y sale cambiado unos
segundos más tarde. Me doy cuenta de que no se colocó nada de ropa
interior, y eso me hace sentir cosas que no puedo descifrar.
Tomo un sorbo largo de té, que es de una especie de limón, menta y
mezcla de otras hierbas, y es exactamente lo que necesitaba, aunque no lo
sabía hasta ahora. Escucho cómo llama al recepcionista y solicita un
carruaje privado.
—¿Qué clase de té es este? —le pregunto cuando regresa.
Baja a la cocina y agarra la envoltura de la encimera. —Harney and
Sons. Verbena de menta.
—Está muy bueno. —Trato de sonreírle—. Gracias.
—De nada. —Me devuelve la sonrisa, pero todo lo que puedo ver son
las preguntas acumulándose en sus ojos.
—Lamento haber enloquecido contigo, Adam. De verdad no fue tu
culpa.
Se encoje de hombros. —No necesitas disculparte.
Quiero decirle lo bien que me hizo sentir con lo que hizo, pero no sé
cómo hacerlo. —Y gracias por… —Agito mi mano vagamente, odiando la
forma en la que me estoy ruborizando—. Esto.
Su mirada se entrecierra y se calienta. —¿Qué cosa?
Intento con otra táctica diferente. —La pasé muy… pero muy bien. Es
decir, hasta que enloquecí. Pero por la cena y todo. Simplemente… gracias.
Una sonrisa ilumina su rostro, sus ojos brillando. —También disfruté
mucho, de todo, Des. Así que gracias a ti.
Termino mi té en dos largos tragos, quemándome la boca un poco y
sin preocuparme por ello. Tengo que llegar a casa. Él es demasiado. Esto
es demasiado. Me encuentro avergonzada por mi enloquecimiento,
temblorosa por la intensa atracción que siento por Adam, no solo
físicamente, sino de él, del hombre, y no sé qué pensar, sentir o hacer.
Todavía no puedo creer que casi dejé que me desnudara. Eso no
puede suceder. Vería cosas que nadie ha visto nunca, excepto Ruthie, y no
sé cómo reaccionaría.
Tomo la bolsa de tela que contiene mi ropa y entro al baño, me visto
rápidamente y cuando salgo, Adam tiene puestas unas zapatillas deportivas
y la llave de su habitación en una mano. Caminamos hacia el elevador en
silencio. Descendemos al piso de la recepción sin decir palabra, y me lleva
hacia la salida cubierta, sin agarrarme las manos y sin hablar.
Un carruaje cerrado nos espera, con dos caballos negros altos dando
fuertes pisadas, moviendo sus colas y sus cabezas. El conductor está
encorvado, vestido con un impermeable con guantes y luciendo miserable.
Un portero abre la puerta del carruaje, y Adam me ayuda a subir.
—Buenas noches, Des —dice.
—Buenas noches, Adam.
Un millón de cosas se extienden entre nosotros, todas implícitas.
La lluvia sigue cayendo en salvajes cortinas arrastradas por el viento,
el rayo todavía ruge y los relámpagos aún dividen el cielo. Por un momento
había olvidado que estaba lloviendo.
Adam le entrega un billete doblado al conductor, le dice mi destino y,
a continuación, cierra la puerta, mete sus manos en sus bolsillos y observa
al tiempo que el carruaje se pone en movimiento. Lo miro hasta que se
encuentra fuera de mi vista.
Cuando por fin llego a casa, Ruth está en su cama leyendo.
Frunce el ceño por encima de su libro. —Pensé que te encontrarías
con Jimmy y conmigo para tomar algo.
—Iba a ir —comienzo, y luego me doy cuenta de que no tengo ni idea
de cómo explicar lo que acaba de pasar, ni a mí misma, y mucho menos a
mi amiga—. Surgió algo.
Ruth me conoce lo suficientemente bien como para saber que cuando
la evado, es porque no quiero hablar sobre el asunto. —De acuerdo —se
encoje de hombros, y luego me mira más de cerca—. ¿Te encuentras bien?
Luces como si hubieras estado llorando.
Le debo decir algo, por lo menos. —No sé ni por dónde empezar,
Ruthie. Sencillamente no lo sé. Sin embargo, estoy bien. Solo… necesito
descansar.
Me mira fijamente, con una ceja arqueada por la sospecha. Y
entonces regresa a su lectura. —De acuerdo. Pero si alguna vez quieres
hablar, sabes que puedes contarme cualquier cosa.
—Lo sé. —Me inclino y la abrazo, pero rápidamente, para que no
huela a Adam en mí—. Gracias, Ruthie.
El sueño tarda un largo tiempo en llegar. No puedo dejar de pensar
en Adam, en lo que me hizo sentir. Me doy cuenta de que sabía
exactamente cómo manejar mi ataque de pánico, y de alguna manera no
me sorprende. Solo se ocupó de mí, y no hizo ninguna pregunta.
Y cuando finalmente me quedo dormida, sueño con sus manos, su
boca, sus ojos, y sus palabras. Sueño con su gran cuerpo duro y caliente
debajo del mío, solo abrazándome, y sueño que estoy escuchando el latido
de su corazón.
5
Traducido por AleVi, MadHatter y astrea75
Corregido por Yani

Es por la tarde, el día de la cena de recaudación de fondos. Conseguí


pasar el día en mi habitación, respondiendo correos electrónicos, trabajando
en mi guión y esforzándome en no pensar en Des. Finalmente, obligado por
mi naturaleza inquieta, me dirijo hacia la planta baja para almorzar.
Después de comer, encuentro a Gareth en uno de los sillones de la sala,
bebiendo té y mirando su celular, con una expresión de amargura en su
rostro.
―Malas noticias, Adam ―me dice Gareth.
Me siento a su lado, y coloca el teléfono sobre su rodilla. ―Malas
noticias, ¿eh? ―lo miro―. ¿Qué pasa?
―Acabo de recibir una llamada de Emma. —No me mira cuando la
nombra―. La tormenta aún se encuentra fuera de control. Ayer partieron
las embarcaciones a pesar de la tormenta, pero hoy las noticias dicen que
las olas tienen hasta más de cuatro metros de altura en algunos lugares. Así
que no saldrán embarcaciones por un tiempo, hasta que las olas bajen un
poco.
Frunzo el ceño. ―No creo que alguna vez hayan cancelado la salida
de las embarcaciones.
Se encoge de hombros. ―Yo tampoco. Por primea vez en veinte
años, o algo así. Al parecer, una de las embarcaciones casi vuelca esta
mañana. ―Le da golpecitos a la pantalla de su teléfono―. De todas formas,
el punto es que Emma no podrá llegar a la cena.
―Bueno, maldición ―digo con un tono seco y divertido―. Estoy muy
molesto.
Gareth pone los ojos en blanco y sonríe. ―Estoy seguro de que tienes
el corazón roto. Pero aun así necesitas una cita para la cena.
―Podría ir solo. No es el fin del mundo.
―Está bien, lo que sea. ―Gareth golpea mi hombro―. Pero irás,
Adam. Solo o con una cita, tienes que aparecer por lo menos.
―Lo haré, lo haré.
Coloca su té sobre la meza con un golpe y recoge un pequeño
bocadillo triangular con algo rosa en la parte superior del pan. Es una
presentación formal del té inglés y aparentemente lo hacen todas las
tardes, complementándolo con emparedados raros y pasteles extraños.
―Bueno, será mejor que realice algunas llamadas ―digo, golpeando
mi rodilla.
Aunque, para el momento en que llego a mi habitación, ya sé lo que
voy a hacer. Es imprudente, y una forma segura de meterme en problemas,
y probablemente haría una gran escena para todos, pero no me importa. Me
baño y me visto con un esmoquin, luchando con el lazo de la corbata
durante casi veinte minutos antes de que finalmente se vea bien. Malditas
corbatas.
Pido un auto privado y llevo un paraguas, no es que vaya a servir de
mucho, ya que continúa lloviendo muy fuerte. Espero en el interior del auto,
y le digo al conductor hacia dónde quiero ir, y luego me siento a pensar en
lo que diré. Trato de no pensar demasiado en lo que estoy haciendo, y en
cuán mala es la idea.
Pasan tan solo algunos minutos antes de que el auto se detenga
frente a los dormitorios. Me bajo y corro hacia la entrada, que por suerte se
encuentra abierta. Una chica con rayas azules y rubias en el cabello y un
arete en la ceja sale de una de las puertas de los departamentos y la cierra
detrás de ella.
―Disculpa ―le digo, plasmando mi sonrisa de apariciones públicas en
mi rostro―. Estoy buscando a Des Ross.
La chica se asusta y presiona una mano contra su pecho, no me
había visto acercándome. ―Santa mierda, me asustaste, amigo. ―Y
después realmente me observa y sus ojos se abren muchísimo―. Santa
mierda. Santa jodida mierda.
Ignoro su fija mirada de incredulidad. ―¿Sabes en dónde puedo
encontrar a Des?
Inclina la cabeza hacia un lado. ―¿Por qué?
―La conocí ayer, y quiero… hablar con ella. ―Me acerco y permito
que se haga un silencio―. ¿Sabes en dónde puedo encontrarla?
La chica tiene una expresión calculadora en su rostro. ―Llegó a casa
ayer por la noche y parecía que había estado llorando.
―¿A casa? ―Miro la puerta detrás de la chica―. ¿Es tu compañera de
cuarto?
―Ruth Nicholson. ―Extiende su mano, y la estrecho, apretándola
suavemente.
―Adam Trenton.
―Encantada de conocerte, Adam. ―Retira su mano y me mira con
una dureza impresionante―. Entonces, ¿ayer por qué regresó
conmocionada?
Dudo, sin saber qué decir. Finalmente, decido ser neutro. ―Creo que
si no te lo explicó, tampoco debería hacerlo yo. Pero qué tal si le dices que
estoy aquí, y dejamos que decida si quiere verme.
Ruth asiente. ―Es lo justo. ―Sus ojos me recorren de arriba abajo―.
Por cierto, lindo esmoquin.
―Gracias.
Vuelve a entrar, y regresa tan solo un momento después. ―Puedes
entrar. ―Cierra la distancia entre nosotros y me mira con una expresión
feroz en su rostro―. Es mejor que seas amable con mi amiga, amigo. No
me importa quién seas. No le hagas daño.
―Está en buenas manos ―le digo.
Asiente y una expresión compungida cruza sus rasgos. ―Sí, eso es lo
que temo.
Y luego, la pequeña pero explosiva chica con rayas azules en el
cabello sale, bajo la lluvia, agachándose y corriendo por la calle hacia una
cafetería en la esquina. La puerta del apartamento que comparte con Des
cruje al abrirse, así que la golpeo y la empujo para entrar. Es una
habitación de residencia, exactamente lo que encontraría en cualquier
universidad del país. Pequeña, con una cama en contra de una pared, un
estante, y dos pequeñas mesas en otra, un pequeño cuarto de baño detrás
de una puerta parcialmente abierta. También hay un armario real, poco
profundo y pequeño, pero es más de lo que suele haber en la mayoría de
dormitorios. Hay ropa femenina por todas partes, un sujetador cuelga del
gancho de la puerta del baño, unos vaqueros de revés en el suelo, un
cepillo para el cabello en el escritorio bajo la ventana, una pequeña pieza de
ropa interior en el piso del baño. Al tener hermanas, soy imperturbable.
Des está sentada en el escritorio, con el cabello recogido en una cola
de caballo colgando sobre su hombro. Viste pantalones de yoga y una
sudadera con capucha, y logra dejarme inconsciente incluso con eso.
Sus ojos me encuentran. ―Hola
Me acerco al escritorio y apoyo mi cadera en el borde. ―Hola.
Me mira con recelo, pero no se aleja, a pesar de que de repente
invado su espacio personal. ―¿Qué pasa? ¿Por qué estás aquí, y por qué
vistes un esmoquin?
―¿Tienes algún vestido bonito?
Solo parpadea en mi dirección. ―¿Un vestido?
Asiento. ―Sí. Algo lindo. Algo así como un vestido de noche.
Puedo ver las ruedas girando en su cabeza. ―En realidad lo tengo, sí.
―Su mirada queda suspendida sobre mí―. Dios, te ves bien en esmoquin.
―Cierra los ojos y aprieta los labios, como si no hubiera querido decirlo.
Me río. ―Gracias. Así que, ¿cuánto tiempo te tomará estar lista?
Frunce el ceño. ―¿Lista? ¿Para qué?
―Las embarcaciones fueron canceladas, debido a eso la persona que
llevaría a la cena de esta noche no pudo llegar. Quiero que vengas conmigo.
―¿A la cena? ¿A la elegante cena para recaudar fondos?
―Sí.
Niega con un gesto. ―De ninguna maldita manera.
Me acerco, acaricio su mejilla e inhalo su perfume. ―¿Por favor?
Mueve su rostro en mi palma, cierra los ojos y deja escapar un
suspiro tembloroso. ―Adam, esto es una locura. No pertenezco a una cena
como esa.
Es cierto. Ni yo, si me preguntas. Pero nadie lo hace.
Simplemente le sonrío. ―Pero te quiero allí. En realidad, no quiero ir,
pero si tengo que hacerlo, sería mejor si estuvieras allí. ―No sé qué estoy
diciendo, pero se siente como algo sincero―. ¿Por favor? Necesito que
vengas conmigo.
Duda. Y luego clava su dedo en mi pecho. ―No me puedes dejar sola.
Ni por un segundo.
Me inclino hacia su dedo, cerrando la distancia entre nosotros,
inhalando su aroma. Tomo un mechón de cabello negro y sedoso, lo hago
girar de manera que termina retorcido.
―No lo haré. ―Huele tan bien y luce muy bien que quiero besarla, así
que lo hago. Poco a poco, con cuidado, brevemente―. Me quedaré a tu lado
todo el tiempo.
Parece sorprendida por el beso, como si no se lo esperara, y no
supiera qué hacer con eso. ―¿Lo prometes? ―pregunta en un susurro.
―Lo juro.
―Dame cuarenta y cinco minutos.
―No hay problema.
Se levanta y me aparto de su camino. Se aleja de mí, sus ojos
encuentran los míos. Una sonrisa atraviesa su rostro, pero luego agacha la
cabeza y entra en el cuarto de baño. Capto una imagen de ella mientras
libera su cabello de la banda y lo agita, luego se encoge de hombros
quitándose la sudadera. Alcanzo a apreciar su hombro desnudo y un toque
de la tinta de su tatuaje justo antes de que cierre la puerta.
Diez minutos más tarde, ha salido de la ducha, emergiendo del baño
envuelta en vapor de agua, con una toalla colocada como un turbante
alrededor de su cabello y otra alrededor de su cuerpo. Aprecio otro poco de
tinta, pero se encuentra oculta debajo de la toalla, solo se pueden ver los
bordes. Parecen palabras, algún texto, pero es todo lo que puedo distinguir.
Des recién salida de la ducha, escurriendo agua y sonrojada por el calor, es
una versión que realmente empieza a gustarme. Me ofrece otra pequeña
sonrisa, busca entre la ropa en un lado del armario, y saca un vestido rojo.
Luego camina hacia un cajón del que saca un sujetador y unas bragas, pero
no puedo distinguir cómo lucen. Desaparece en el interior del baño una vez
más, y esta vez permanece allí durante media hora completa. Escucho la
secadora de cabello por un momento, y luego más silencio.
La intimidad de esperar a que una mujer se aliste no pasa
desapercibida para mí. Incluso en el año y medio que estuve con Emma, no
compartimos este tipo de intimidad. Nunca la vi saliendo de una ducha.
Nunca esperé a que estuviera lista. Siempre nos encontrábamos en algún
lugar, o la recogía en su casa, esperando en el vestíbulo a que bajara.
Por fin, la puerta del baño se abre y capto un poco de rojo, y después
mi corazón deja de latir, mis pulmones se detienen y mi pene se pone duro.
―Jesús, Des. ―Me pongo de pie, acercándome―. Eres… simplemente
no hay palabras para describir cuán increíble te ves.
Sonríe radiante, encogiéndose de hombros. ―Solo es un vestido que
he tenido desde hace tiempo. Nunca antes lo he usado.
No es un vestido elaborado o costoso, pero se moldea a su cuerpo de
diosa como si estuviera hecho especialmente para ella. No tiene tirantes, las
copas empujan sus increíbles tetas en una prominencia que hace que se me
haga agua la boca, y el dobladillo cae, acariciando la parte superior de los
dedos de sus pies en un lado, mientras que en el otro llega hasta su rodilla.
Luce insoportablemente atractiva sin parecer una prostituta.
Su cabello… dios, su cabello. Lo cepilló de una forma que destella a la
perfección, dejándolo suelto para que brille alrededor de sus hombros y su
espalda, maquilló solo lo suficiente para acentuar su belleza, destacando
sus luminosos ojos cafés y la claridad de su piel bronceada.
Apoyo mi mano sobre la parte baja de su espalda y la acerco. ―Des…
me has dejado sin palabras.
Lleva un par de tacones negros sencillo, por lo que la diferencia entre
nuestras alturas es casi inexistente. ―¿De verdad? ―Suena escéptica.
Niego con un gesto. Realmente no entiende lo que me hace. ―Eres
tan preciosa que es pecaminoso. No sé cómo atravesaré la noche sin
atacarte. ―Presiono su cuerpo sonrojado contra el mío―. Eres tan
jodidamente sensual que de hecho duele respirar cuando te miro. Ahora
vamos, el auto nos espera.
No creo que alguna vez la hayan elogiado de esta manera, a juzgar
por su reacción insegura. Finalmente, se encoge de hombros y luego me
vuelve a mirar. ―También luces malditamente atractivo ―dice.
Simplemente sonrío y le ofrezco mi mano. La toma, y nos dirigimos
hacia la entrada, nos preparamos, y corremos para llegar al auto.

***
Compré este vestido por un capricho, hace un año. Si el precio total
hubiera estado tan fuera de mi alcance no me hubiera molestado en
probármelo, pero se encontraba en liquidación, así que le di una
oportunidad. La mayoría de los días, no soy una chica insegura, y tampoco
soy vanidosa. Pero cuando me probé este vestido, supe que lucía bien en
mí. Jodidamente bien. Así que lo compré, a pesar de que nunca asistí a
ningún lugar en donde fuera apropiado un vestido de este tipo. Y aún más
desconcertante, lo guardé en mis maletas junto con un par de tacones
cuando empaqué para pasar el verano en Mackinac. ¿Por qué? Incluso
entonces no me encontraba segura. Recogía basura y bebía con mis otros
compañeros y locales. ¿Por qué demonios había traído un vestido de noche
y unos tacones? Pero, por razones desconocidas, lo hice, y ahora estoy
contenta de haberlo hecho.
También me siento feliz de que mi cabello sea lo suficientemente
largo como para cubrir el borde superior de los tatuajes en mi espalda que
se asoman por encima del vestido, porque me encuentro bastante segura
de que un evento como este no es el tipo de lugar para mostrar tatuajes.
Me pregunto si Adam vio el tatuaje. Me pregunto qué pensaría si lo viera
completo, si le gustan los tatuajes o si está en contra de ellos.
Y entonces me pregunto por qué me importa.
El trayecto desde mi dormitorio hasta el hotel es rápido, lo que no me
deja mucho tiempo para prepararme mentalmente. Subimos por el pórtico
cubierto, y hay dos líneas de empleados uniformados del hotel que forman
un túnel de paraguas desde el auto hasta el famoso porche.
De repente mi corazón late con fuerza. Arriba, en donde sé que se
encuentra el porche, las cámaras destellan sin parar como rayos. La puerta
del auto se abre, y el viento me golpea, trayendo el sonido de un millar de
voces elevadas todas a la vez. Una mano enguantada de blanco aparece
frente a mi rostro, y la sostengo, dando un paso en la alfombra roja que
conduce hacia las escaleras hasta el porche y luego al interior del salón del
hotel. La línea de paraguas me protege de la lluvia, y doy un paso hacia un
lado del auto para hacerle sitio a Adam. Se baja, acomoda su chaqueta de
esmoquin, y luego fija su mirada en mí.
Me sonríe, y los nervios se reflejan en sus ojos. Si él está nervioso,
yo debería encontrarme aterrorizada.
Y lo estoy.
―¿Lista? ―pregunta, ofreciéndome su codo.
Envuelvo mis dedos alrededor de su brazo. ―¿No?
Se ríe. ―Sí, yo tampoco. Odio estas cosas. ―Mira más allá de mí,
sobre las escaleras hasta donde los destellos parecen no tener fin, y luego
de regreso a mí―. Escucha. Esto puede ser... una locura. No están
esperándote, así que tendrán un millón de preguntas. No respondas, ¿de
acuerdo? Solo sonríe, ofréceles unas cuantas poses, y no permitas que vean
tu miedo. Son como tiburones, ya sabes, pueden olerlo.
―¿Ellos?
Frunce el ceño. ―¿Paparazzi? Los fotógrafos, los periodistas.
Me tiemblan las rodillas. ―¿Paparazzi? ―O lo había olvidado o no me
había dado cuenta que habría medios de comunicación en esta cosa. ¿En
qué demonios me metí?
Gira sus hombros, deja escapar una respiración rápida, y me sonríe.
―¿Sabes qué? No te preocupes. Todo lo que necesitas es ser tú misma.
Serás la mujer más bella de la habitación, te lo garantizo. Solo confía en ti
misma, ¿de acuerdo?
Confiar en mí misma. Puedo hacer eso. Me pidió que fuera con él. No
lo habría hecho si no me hubiera querido aquí. Cree que soy la mujer más
bella en la habitación.
Enderezo mi columna y mis hombros, levanto la barbilla, y le
devuelvo la sonrisa. ―Vamos.
Su sonrisa se ensancha, y sus ojos recorren mi rostro, y luego mi
cuerpo. Se inclina, tocando mi oreja con sus labios. ―Esa es mi chica.
¿Su chica? Debería sentirme tan afortunada.
Avanza y voy con él, caminando con cuidado. No estoy acostumbrada
a los tacones altos, así que los escalones suponen un reto que requiere mi
atención. Escucho los disparos de las cámaras y el estallido de los destellos,
el clamor de las voces se vuelve más y más fuerte, y luego las escaleras
terminan y me encuentro rodeada de una pared humana detrás de los
cordones de terciopelo rojo, y todos nos gritan a Adam y a mí.
―¡Adam! ¡Adam! ¿Dónde está Emma Hayes?
―¿Quién es tu cita, Adam?
―¿Quién es ella?
―¿Cuál es tu nombre? ¡Dinos tu nombre!
―¿Cuánto mides?
―¡Por aquí, Adam!
―¡Sonríenos, hermosa!
Mi corazón no está latiendo. Ya ni siquiera se encuentra en mi pecho,
de alguna manera está simultáneamente en mi estómago y en mi garganta.
Obligo a mis labios a esbozar una sonrisa. La mano de Adam asciende por
mi cadera opuesta, quedándose en mi cintura, su grueso brazo es una barra
de apoyo en mi espalda. Da tres pasos a través de la multitud formando
una barricada, luego se detiene, me guía dándome la vuelta de manera que
quedamos frente a un grupo de periodistas.
Continúa rodeándome con su brazo, y en realidad me mantiene
derecha durante unos momentos. Hay muchos de ellos. Los destellos me
ciegan, me iluminan.
Y de repente, me golpea: ¿qué MIERDA estoy haciendo aquí? Yo
misma me maquillé, y me peiné. Conseguí este vestido en un estante de
una jodida ganga en Kohl’s.
Siento que se aproxima un ataque de pánico; me obligo a mantener
una sonrisa en mi rostro, me fuerzo a respirar lentamente.
Adam me acerca más, así que me moldeo a su lado, para no caerme.
Se inclina, y susurra en mi oído. ―Lo estás haciendo genial. Sonríe. Deja de
pensar. Está bien.
Las preguntas son un aluvión que no para, llegando con tal fuerza y
rapidez como los destellos, pero he dejado de escucharlas. No estoy segura
de poder responder de todos modos. No me encuentro segura de tener voz
en este momento. No estoy segura de nada, excepto de que me he metido
en algo enorme, y que de ninguna forma me encuentro preparada.
Adam nos gira otra vez, hacia el otro lado, frente a otra fila de
fotógrafos. Él parece totalmente ajeno, a gusto, como si esto fuera
totalmente normal, algo de todos los días. Para él es algo natural. Es suelto,
sonríe, mueve su mirada de una cámara a otra. Trato de imitarlo, intento
concentrarme en hacer que mi sonrisa parezca más natural y menos como
la de los ciervos cuando son alumbrados por las luces de un auto. Enderezo
más mi postura, me giro ligeramente hacia Adam, balanceo mi cabello y
giro mi cabeza. Las cámaras se vuelven locas cuando hago eso, y las
preguntas a gritos se vuelven un estribillo repetido:
―¿Quién es ella?
―¿Cuál es su nombre?
―¿Cuánto tiempo han estado saliendo?
―¿En dónde está Emma Hayes?
¿Emma Hayes? la ex novia de Adam. La nominada al Oscar por Margo
and Me. Ganadora del Globo de Oro. Tres veces nominada al Emmy por
Garden Of Evil.
Jesús. Me encuentro tan fuera de mi liga, fuera de mi elemento. Soy
un pez fuera del agua; me estoy ahogando, incapaz de respirar.
Muevo mi cabello otra vez y me centro en una sola cámara, miro
fijamente la lente negra; concentrándome en el objetivo en lugar del rostro
por encima de ella. Otra lente, a la izquierda. Otra, y otra.
Y entonces nos movemos y tengo que enfocarme en cada paso,
porque no puedo sentir mis pies. Creo que el terror absoluto y el pánico
abrumador me han entumecido.
Ahora nos volvemos a detener, esta vez delante de uno de esos
telones de fondo a cuadros decorados con logotipos de empresas de las que
nunca he oído hablar. Adam se aleja de mí, haciéndome un gesto, como si
le dijera silenciosamente a las cámaras: aquí está. Las preguntas todavía
llegan en oleadas de gritos, y los destellos me hacen ver estrellas, pero
profundizo más, me hundo en mi reserva de fuerzas, ese lugar al que voy
cuando no me queda nada, pero no puedo darme por vencida. Es el lugar a
donde iba cuando LeShawn llegaba borracho y enojado y yo era su único
objetivo, cuando Frank entraba en mi habitación a altas horas de la noche…
Alejo bruscamente esos pensamientos. Sonrío. Poso. No sé lo que
hago, por qué me encuentro en este lugar, por qué Adam me trajo a esto,
pero estoy aquí y no hay escape, así que tengo que seguir adelante. Giro,
sonrío, balanceo mi cabello y miro hacia otra dirección, y luego Adam
sostiene mi mano y me lleva con él, atravesamos las puertas y entramos al
salón del Grand Hotel. Los flashes y las preguntas quedan detrás, pero
ahora me encuentro ante una nueva crisis.
Rose Garret se encuentra de pie directamente delante de mí. Gareth
Thomas, uno de los directores y productores más conocidos en el mundo,
con más de una docena de películas en su haber, todas ellas éxitos de
taquilla, está de pie junto a ella. Lawrence Bradford se encuentra ahí, un
actor secundario de más edad, uno de esos tipos que has visto en docenas
de papeles, pero nunca como protagonista. Amy Jones, tan increíblemente
resplandeciente ahora como cuando era una actriz de rostro fresco a finales
de los años sesenta y principios de los setenta. Veo otras caras que
reconozco, aún más de las que no conozco.
Y me están mirando fijamente.
La conversación cesa. Las bebidas se detienen en el aire.
Rose Garret es la primera en dar un paso hacia adelante. Me sonríe,
pero esa sonrisa no llega a sus ojos color avellana bastante curiosos.
―Hola. Soy Rose.
Tomo su mano y la estrecho brevemente. ―Es un honor conocerte,
Rose. Soy Des.
―Des. ―lo dice como si fuera a juzgarme solamente por mi nombre.
Me mira, me examina, y luego desvía la mirada hacia Adam―. Pensé que
traerías a Em.
―Iba a hacerlo. Pero no pudo venir. Cerraron las embarcaciones.
Rose sonríe. ―Apuesto a que estás devastado.
Adam asiente. ―Completamente. Lloré.
Obviamente me estoy perdiendo de algo. Sé que Adam y Emma
terminaron hace un tiempo, lo que supongo podría ser incómodo si se
suponía que debían asistir a una gala como pareja.
―Entonces, Des. Eres modelo, supongo ―pregunta Rose.
Un camarero se nos acerca, con una bandeja de plata equilibrada en
la palma de su mano, y nos ofrece a cada uno una copa de champán. Adam
recoge dos, me entrega una a mí, y bebo con delicadeza, lentamente. La
última cosa que me puedo permitir en esta situación es dejar que el alcohol
nuble mi juicio o me afloje la lengua.
―Yo… ―No tengo idea de cómo responder a eso. ¿Cree que soy
modelo?
―Des es una estudiante universitaria. Una interna ―responde Adam
por mí.
Lo que es bastante cierto, pero probablemente no de la manera en la
que Rose lo está asumiendo. Tal vez esa es la intención de Adam, sin
embargo. No lo sé.
Gareth Thomas se mueve dentro del círculo junto a Rose y Adam nos
presenta. ―Des, ¿eh? Un nombre único para una joven mujer de belleza
única. ―Estrecha mi mano y sus ojos fulminan a Adam―. Me la has estado
ocultando, Adam.
―Un hombre tiene que tener algunos secretos, Gareth ―dice Adam,
codeando al director. Es una broma, pero no lo es. ¿Soy un secreto? Ya no
más, obviamente.
Lawrence y Amy son los próximos en unirse al círculo y ahora estoy
repentinamente rodeada por la realeza de Hollywood y me cuesta respirar.
Trato de no mirar a cada una de las personas que me rodean, gente que he
visto en películas y en las portadas de People y Ok!, en Time, US Weecky y
en Entertainment Tonight o en TMZ.
Una vez más, la idea me golpea como un martillo de cinco kilos: ¿Qué
HAGO aquí?
Adam desvía todas las preguntas dirigidas en mi dirección,
presentándome sin aclarar nuestra relación o lo que hago. Soy una
impostora, ¿verdad? No pertenezco aquí: soy una recolectora de basura.
Sonrió, asiento, bebo pequeños sorbos de champán y hago mi mejor
esfuerzo para mantener mis emociones enterradas y sin que se expresen en
mis rasgos. Rose se aleja del círculo. Pero sus ojos se vuelven hacia mí más
de una vez mientras entabla diferentes conversaciones. Finalmente Adam
me aleja de Lawrence, de Amy y de Gareth y atravesamos la multitud,
saludando a una persona u otra, deteniéndonos para conversar con esta
persona o aquella y siempre me presenta con cortesía pero de forma
neutral y no deja lugar a preguntas de sondeo. Pero puedo sentir, en cada
nueva persona que nos encontramos, en cada conversación de la que Adam
nos aleja, que todos sienten curiosidad. Todo el mundo quiere saber quién
soy, de dónde vengo, y por qué estoy aquí tan inesperadamente al lado de
Adam.
Me pregunto lo mismo y encuentro tantas respuestas como las que
consiguieron los periodistas… es decir, ninguna.
Sigo sonriendo hasta que me duele el rostro y estrecho docenas de
manos. Y Adam o tiene un brazo alrededor de mi cintura o sostiene mi
mano. Conozco a tanta gente que me siento mareada y no tengo esperanza
de recordar el nombre de nadie, excepto el de los que ya reconocí. Consigo
que una sola copa de champán me dure más de una hora y aun así siento
mi cabeza desconectada, pero eso tal vez es más por la experiencia
surrealista que por el alcohol.
Por fin, la gente comienza a entrar en el comedor, cada pareja
saludando al maître y siguiendo a un camarero que los guía hasta su mesa.
El comedor del Grand Hotel es casi tan famoso como la terraza, así que he
visto fotos, pero nunca he estado aquí para una cena. Sé, sin embargo, que
ha sido transformado para este evento. Por lo general, hay mesas pequeñas
y rectangulares para dos, en tres hileras a cada lado del pasillo principal,
con grandes mesas redondas para las grandes fiestas, distribuidas por toda
la habitación. Ahora, sin embargo, la configuración habitual ha sido
reemplazada por una veintena de grandes mesas redondas, todas centradas
alrededor de un estrado colocado contra la pared con ventanas con vistas a
la famosa terraza. Hay un podio, un micrófono y una larga mesa
rectangular a cada lado de él, cada uno con seis lugares.
A Adam y a mí nos guían hacia el estrado, ubicándonos en dos
lugares en el centro de la mesa a la izquierda del podio. Rose se sienta a mi
lado y un chico ridículamente atractivo se sienta a su vez, a su lado, más
cerca del escenario. Conozco al tipo que está con Rose, pero me toma unos
minutos ubicarlo. Es alto y delgado con un cabello castaño desordenado y
de rasgos afilados. Dylan Vale, ese es su nombre. Es el actor del momento,
de un programa de cable nuevo y atrevido acerca de la enemistad entre dos
clanes rivales de cambia-formas. No he visto el programa, pero a Ruthie le
gusta y siempre anda delirando sobre lo sensual que es Dylan Vale. Ahora
que lo veo en la vida real, puedo decir que Ruthie ha, en todo caso,
subestimado lo absurdamente hermoso que es Dylan.
Aunque no es Adam. Y claramente se encuentra enamorado de Rose,
inclinándose y acariciando su cuello, diciendo algo que a ella le causa risa y
vergüenza.
Al otro lado de Adam están Gareth y una llamativa mujer de mediana
edad que debe ser su esposa, juzgando por la manera fácil y cómoda con la
que interactúan entre sí. Al otro lado de la mesa se encuentran Lawrence y
su esposa, Amy y su esposo y un hombre con el cabello entrecano y unos
ojos azules vívidos, que supongo es un productor o algo así, y su cita.
Los integrantes del resto de las mesas se sientan rápidamente y los
camareros aparecen portando soperas y bandejas con jarras de plata que
contienen agua y botellas de vino. Una docena de jóvenes, hombres y
mujeres, en chaquetas blancas con un paño sobre el brazo se mueven de
mesa en mesa, escuchando y tomando órdenes, y luego regresando con
una botella de vino, que abren con elaborada formalidad, vertiendo una
pequeña cantidad en un vaso y esperando su aprobación.
Mientras esperamos, Adam se inclina hacia mí, y escucho su voz
vibrando en mi oído. ―Eres increíble. Eres tan natural en esto, Des, de
verdad. Todo el mundo está absolutamente loco por ti.
Me vuelvo para mirarlo. ―¿Qué demonios estabas pensando al
traerme aquí? Me encuentro tan fuera de lugar que sería divertido, si no
fuera terrorífico ―digo en un susurro tenso, en voz tan baja que tiene que
colocar su oído contra mi boca para escucharme.
Se ríe como si hubiera dicho algo gracioso. ―Sé que te sientes fuera
de lugar, Des. Lo entiendo. Me siento de la misma manera, todo el tiempo.
Solo sigue fingiendo. Nadie lo sabrá.
―¿Qué soy una jodida conserje, quieres decir?
Frunce el ceño. ―¿Eso realmente importa?
Le doy una expresión de incredulidad. ―Um… ¿sí? Si estas personas
descubren que trajiste a una recolectora de basura como tu cita a una gran
fiesta de Hollywood, a una gala de recaudación de fondos… ni siquiera sé lo
que pasaría, pero nada bueno. Para mí, o para ti.
Niega con un gesto. ―Des, estás pensando demasiado. Estarás bien.
Solo sé tú misma. Eres preciosa. Ningún hombre puede apartar sus ojos de
ti. ―Levanta la mano que descansa sobre la mesa y con un dedo describe
un pequeño arco indicando el comedor―. Mira a tu alrededor.
Tomo el vaso de vino que apareció frente a mí en algún momento y
trato de escudriñar discretamente la habitación. Cuando lo hago, mi ritmo
cardiaco se dispara. Adam tiene razón. Todo el mundo me observa. Todos.
No solo los hombres, también las mujeres. Los hombres son más evidentes,
mirándome y después pasando de mí, yendo alrededor de la habitación y
luego regresando a mí. Pero las mujeres también me miran y eso es casi
más aterrador. Son más críticas. Puedo sentir su escrutinio. Puedo sentirlas
examinando mi cabello, mi maquillaje, mi vestido, el brazalete de plata
barato alrededor de mi muñeca y los aretes baratos de circonio cúbicos en
mis orejas. Por lo menos me encuentro sentada, así que mi altura y mi
figura quedan en su mayoría ocultas por la mesa.
―Gracias ―le digo a Adam, lanzándole una rápida mirada―, me
siento más cohibida ahora que soy consciente de que todos en la habitación
se están preguntando quién soy y por qué demonios estoy aquí.
―Se preguntan cómo logré conseguir en tan poco tiempo que alguien
tan sensual como tú viniera conmigo.
―Tonterías ―le digo, pero carece de veneno.
El hecho de que Adam parece creer honestamente que soy sensual
me causa algo; hace que mi cerebro, mi estómago y mi corazón tiemblen
con una energía rara e inquietante.
Las personas en la habitación con el tiempo dejan de mirarme a
medida que la cena se desarrolla y encuentro un poco de comodidad.
Todavía soy híper-consciente de que estoy fuera de lugar, que soy una don
nadie en una habitación llena de gente famosa. Pero Adam me hace
participar de la conversación.
Para el momento en que se ha terminado el plato principal, estoy
repleta y mi vejiga me molesta. ―¿Adam? ¿En dónde queda el baño?
Rose escucha mi pregunta y se levanta. ―También tengo que ir. Te
mostraré.
Me siento indecisa, pero ahora no puedo salir muy bien de esto. Le
echo un vistazo a Adam, que se quedó a mitad de camino de ponerse de
pie, observándome, preocupado. No puedo parecer asustada solo por ir al
baño, y todo el mundo nos observa, así que dejo salir un pequeño suspiro y
niego sutilmente en su dirección y entonces sigo a Rose hacia afuera del
comedor por un corto y amplio conjunto de escaleras hasta un pasillo
estrecho. Hay una tienda de regalos en frente, ahora cerrada y a oscuras y
luego una abertura que conduce a la recepción. Una cuerda de terciopelo
bloquea la escalera, custodiada además por un par de porteros del hotel y
otro par de guardaespaldas enormes y oscuramente apropiados. Asienten
respetuosamente en dirección de Rose y hacen la cuerda hacia un lado para
dejarnos pasar. El guardaespaldas camina frente a nosotras, abriendo la
puerta del baño de mujeres y gritando para ver si está ocupado. Una voz de
mujer devuelve el llamado, y ella sale un momento más tarde, mirando al
guardaespaldas descomunal, luego a Rose y después a mí. Sus ojos se
agrandan y abre la boca pero un empleado del hotel la escolta hábilmente
para alejarla y Rose me lleva al interior del baño. Las puertas se cierran
lentamente y veo al guardaespaldas tomando guardia frente a la puerta,
sus brazos sólidos cruzados sobre su pecho amplio.
Rose y yo nos ocupamos del asunto, luego lavamos nuestras manos y
Rose acomoda un mechón de cabello rubio platino de nuevo en su lugar,
ajusta sus pechos en el corpiño de su vestido de Valentino, y contonea un
pie en sus tacones Jimmy Choo. Y luego fija sus ojos color avellana en mí.
―Así que, Des. ―Se vuelve hacia mí y apoya sus delgadas y
perfectas caderas en la barra―. ¿Qué piensas acerca de tu primer evento?
Trago saliva con fuerza y trato de sonreír. ―¿Es tan obvio?
Rose se ríe, pero no siento que se burle. ―Sí, es como si lo fuera. En
primer lugar no le has dicho dos palabras a nadie más que a Adam.
Me encojo de hombros. ―No conozco a nadie, solo a Adam.
―Obviamente. ―Agita una mano―. Aunque los hombres
probablemente no son tan conscientes como yo. Están demasiado
hipnotizados por tu escote.
Me río con ella pero no estoy segura de que bromee. ―¿Es
demasiado?
Rose adopta una expresión de incredulidad. ―Des, cariño, si tuviera
tus tetas también las tendría en exhibición. Pero no, no es demasiado.
―Acaricia con un dedo mi cabello―. ¿Quién hizo tu cabello y tu maquillaje?
Es simple y discreto. Realmente funciona para ti.
Mis mejillas arden y quiero apartar la mirada por la vergüenza. ―Yo
lo hice ―digo
Asiente. ―Bueno, hiciste un trabajo increíble. No sé si tendría las
pelotas para peinar mi cabello y maquillarme para un evento como este.
―Fue algo de último minuto ―digo, lo cual es bastante cierto, pero
no realmente, afrontando el hecho de que no había nadie que lo hiciera por
mí, como a ella obviamente la han acostumbrado.
―Adam te explicó a dónde te estaba trayendo, ¿verdad?
―Algo así.
Los ojos de Rose se abren muchísimo, de forma preocupada. ―Mira,
cariño, eres muy hermosa, y puedo ver por qué Adam se siente atraído por
ti. Pero, solo entre tú y yo, es bastante obvio que no eres… de la industria,
por así decirlo. ¿Y ahora me dices que te trajo a este evento sin prepararte
para lo que tendrías que afrontar?
―Como dije, fue de último minuto. ―Tomo una respiración
profunda―. Probablemente debería volver.
Rose suspira. ―No lo puedo creer. No puedes simplemente exponer a
una chica a una cosa como esta. Espero que estés lista, nena.
―¿Lista? ―Trago saliva con fuerza―. ¿Para qué?
―Para la atención. Acabas de ser puesta bajo el foco internacional,
Des. Puede que no haya medios de comunicación aquí, lo cual es una suerte
para ti, pero sigue siendo uno de los eventos más ampliamente cubiertos
del año. Las fotografías que aquí se tomen estarán en todas las revistas del
mundo. Especialmente debido a que Adam vino contigo en lugar de Em.
―Niega―. Sinceramente no sé en qué estaba pensando. No tengo nada en
contra de ti, es solo…
Mi corazón se hunde y mi estómago se revuelve. ―¿Qué?
―Bueno, es solo que los rumores que rodean a Adam son como
rabiosos. ―Alisa su vestido sobre sus caderas y me mira―. A cualquier
lugar que vaya los periodicuchos inventan historias acerca de lo que hace, a
dónde va, y con quién está. Cuando él y Em se separaron, fueron la
comidilla de toda la comunidad. Fue feo. Muy, muy feo. Y cada aparición
desde entonces ha sido objeto de un millón de rumores. ¿Traerte a esto?
¿De último minuto? ¿Sin explicaciones? Hará que el molino comience a girar
de nuevo, y todos los que se encuentren conectados con los medios estarán
buscándote.
―¿Buscándome?
Rose asiente. ―Y encontrándote también. Son implacables.
Siento que me voy a desmayar. ―Impresionante. ―Me sujeto con
ambas manos al mostrador para no perder el equilibrio. Mí respiración sale
entrecortada. El ataque de pánico que he estado esquivando durante toda la
noche late con fuerza en mi garganta, en mis sienes y en mis pulmones―.
Lo bueno es que no soy una persona súper privada o algo así. Jesús.
Una pequeña y fría mano toca mi espalda. ―Respira, querida. Estarás
bien. Imprimirán lo que quieran imprimir, y eventualmente perderán el
interés. Solamente no hagas ninguna entrevista, ¿de acuerdo?
―¿Por qué haría alguna entrevista? ¿Acerca de qué?
Rose se ríe y lo hace sonar condescendiente, pero no de una manera
cruel. ―Oh cariño, realmente no tienes ni idea, ¿verdad? Van a querer
saber todos los detalles acerca de ti y de Adam. Te ofrecerán dinero,
acuerdos y todo tipo de cosas por el estilo. Si quieres seguir siendo una
persona privada, no les respondas. Solo diles a todos “sin comentarios” y
continúa viviendo tu vida. Eventualmente alguien que realmente busque
atención llegará.
Una profunda voz detrás de la puerta retumba fuerte. ―Lo siento,
señor Trenton. No lo puedo dejar entrar.
Escucho la voz de Adam. ―¿Tratarás de detenerme, Zach? ―Silencio,
luego la puerta se abre revelando a Adam, con el guardia detrás de él―. No
lo creo. ―Adam avanza hacia mí, y lo siento a mi lado, su mano en mi
espalda baja.
―Hola, Adam. ―La voz de Rose es neutral, cuidadosa―. El baño de
hombre creo que se encuentra al lado.
―¿Qué le dijiste, Rose?
―Solo la verdad. ―Pasa a mi lado y se detiene frente a Adam―. No
creo que te estés haciendo un favor o a ella, trayéndola aquí, Adam.
―Maldita sea, Rose…
―Aunque es realmente preciosa. Incluso con un vestido sacado de un
mercado.
―No seas una perra, Rose ―gruñe Adam, su voz baja y amenazante.
―¡No lo soy!
Me enderezo y me coloco entre ellos, odiando la forma en la que
hablan de mí como si no me encontrara allí. ―Adam, para. Está bien. No
estaba siendo una perra. ―Dejo escapar una respiración temblorosa―.
Gracias por el consejo Rose. Adam, vámonos, ¿de acuerdo?
Me adelanto pasando a Adam y a Rose y salgo por la puerta, pasando
a Zach, el guardia corpulento… directo hacia la manada de fotógrafos que
me esperan al otro lado de la cuerda.
Ahora se encuentran a menos de un metro y medio de distancia, diez
de ellos, acercan sus cámaras y comienzan a hacer clic, destellando.
―¿Cuál es tu nombre, cariño? ¿Puedes decirnos tu nombre? ―Las
preguntas vienen en una repentina explosión, todas sobre el mismo tema
pero con algunas variaciones. Todos quieren saber mi nombre, me
encuentro congelada, mirándolos, mis ojos muy abiertos, presa del pánico.
Y después Adam se encuentra detrás de mí, con una mano en mi
cintura, instándome a subir las escaleras, lejos de las cámaras y las
preguntas sin dirigirles la palabra. El evento todavía está en curso, pero
ahora Gareth se halla en el podio hablando sobre “una causa noble” o algo
así. Adam me aleja del comedor y entramos en lo que parece ser una
pequeña biblioteca, hay un par de sillones y elegantes sillas, estanterías que
recubren las cuatro paredes y un pequeño bar detrás del cual se encuentra
una linda mujer negra de mediana edad con finas rastas y el uniforme del
hotel.
―Dos Labatts ―gruñe Adam, arrojando un billete de veinte dólares
sobre la barra.
Me lleva hacia una esquina de la habitación, me guía hacia un sillón
para que tome asiento, luego se sienta a mi lado y me acerca hacia él. Me
abraza y es sólido y real, me rodea con un brazo, y ahora todo me impacta,
dentro de mí, sobre mí. Todo lo que Rose me dijo, lo desubicada que me
siento, qué tan fuera de lugar estoy.
Una botella fría se presiona en mi mano, bebo un largo trago, respiro,
y bebo otro trago. Por último, miro a Adam. ―¿Por qué estoy aquí, Adam?
¿En qué estabas pensando? No pertenezco aquí. Todo el mundo puede ver
que parezco un pez fuera del agua.
―Jodida Rose. No pretendía ser mala, simplemente no tiene filtro.
Dice lo que piensa, independientemente de si es buena idea o no.
―Sin embargo, tiene razón. Luzco tan fuera de lugar como me
siento: barata. Vestido barato, zapatos baratos, maquillaje barato. Estoy…
―Trago saliva con fuerza y continúo―: Y dijo que los reporteros vendrán a
buscarme. ¿Qué se supone que haga, Adam? Dios. ¿Y todo el asunto entre
tú y Emma Hayes?
―No vamos a hablar de ella ―dice con una fría nota de haber
terminado con el asunto, y luego suspira por el cansancio―. Los medios
especularán de cualquier manera. Siempre lo hacen y siempre lo harán. No
me importa lo que digan. Solamente, no les respondas. No te fijes en ellos.
Pretende que no existen.
―Es fácil para ti decirlo. Estás acostumbrado a eso.
―Nunca te acostumbras a eso ―dice―. Supongo que tal vez no
pensé en lo que podría significar para ti. Lo siento.
―¿Ahora puedo irme a casa? ―digo, solo medio en broma.
―Te llevaré si quieres, pero… espero que al menos te quedes para un
baile.
―¿Bailar? ―Lo miro sobre la boca de mi cerveza, que de alguna
manera casi se ha acabado.
―Sí, después del postre, creo que lo servirán después de que Gareth
cierre la boca.
―Tal vez un baile. No podemos vestirnos de gala y no bailar,
¿verdad?
Me sonríe y acaba su botella en dos largos tragos. ―Verdad.
También termino la mía y regresamos al comedor. Siento las miradas
sobre mí, trato de mantener mi espalda recta y la cabeza en alto. Hay un
plato con una crema de chocolate de aspecto delicado esperándome,
gracias a Dios por eso. Me obligo a dar pequeños mordiscos, como lo haría
una dama, a pesar de que quiero engullirlo con avidez.
Las parejas y los grupos comienzan a irse del comedor, Adam me
lleva con ellos, su enorme y cálida mano envolviendo la mía. Nos dirigimos
hacia el salón de baile, un salón pequeño e íntimo con una pista de baile
con piso de madera y un escenario rodeado de mesas circulares.
Hay un cuarteto de cuerdas en el escenario, todos hombres de
mediana edad vistiendo trajes de etiqueta. Están tocando, y algunas
parejas bailan. Adam me lleva hacia la pista de baile, coloca una gran mano
en la parte baja de mi espalda y entrelaza los dedos de su otra mano con
los míos, bailamos lentamente. Su cuerpo es enorme y sus pálidos ojos
verdes arden, intensos y completamente enfocados en mí. Entonces todo
desaparece, a excepción de Adam y la música.
Giramos lentamente, nuestros cuerpos presionados. Puedo sentir su
pecho hinchándose con cada respiración, el débil tum-tum, tum-tum de los
latidos de su corazón, su hombro es una amplia losa debajo de mi mano
izquierda. Realmente no sé bailar, pero este es un baile lento, solo círculos
fáciles, paso, paso, paso. A nuestro alrededor, algunas personas realizan
pasos de vals más elaborados, como bajadas, giros y esas cosas, pero
Adam parece contento con solo dar pasos, giros y pasos conmigo. Lo cual
está bien. Me da la oportunidad de recuperar el aliento, de alejar los
remolinos de dudas y temores.
Entonces siento que Adam se tensa.
―¿Puedo interrumpir? ―La voz es suave y juvenil.
Un par de ojos azules divertidos y pícaros se encuentran con los
míos. ¿Dylan Vale quiere bailar conmigo? Dios. Ruthie perderá la cabeza
cuando se lo cuente.
―Vete a la mierda, Dylan ―gruñe Adam.
Dylan solo se ríe. ―Aw, vamos Trenton. No puedes mantener a una
preciosa chica como esta toda la noche para ti solo, ya sabes.
Adam me mira. ―Ve a bailar con Rose.
―Ya lo hice. ―Hace un guiño, como una insinuación lasciva—.
Solamente es un baile, amigo. Te la devolveré.
Una vez más soy prisionera de las circunstancias, obligada a ser
valiente cuando no me siento así. ―Está bien Adam, sería un honor bailar
con Dylan.
Adam entrecierra los ojos. ―Solamente una canción.
Dylan golpea amigablemente a Adam en la espalda. ―Relájate,
hombre.
Una mano de Dylan sostiene la mía, y la otra se asienta en mi
cintura. Es, tal vez, unos tres centímetros más alto que yo, aunque con mis
tacones tengo una ligera ventaja sobre él. Sus ojos azules son especulativos
e inteligentes. Se mueve con gracia, llevándome en círculos más rápidos a
diferencia de los de Adam. Hay unos pocos centímetros de distancia entre
nosotros, y nada en su postura o actitud me hace pensar que esto es algo
más que un gesto amistoso.
―Entonces. Tu nombre es Des, ¿verdad?
Asiento. ―Sí. ―No estoy segura hacia a dónde ir con eso en la
conversación―. Y tú eres Dylan.
Sonríe. ―Ese soy yo. ¿Ves el programa?
Niego. ―No. No es lo mío. Aunque mi compañera de habitación lo
alaba completamente. ―Dejo que una pequeña sonrisa toque mis labios―.
Bueno, te alaba más a ti que al programa, para ser honesta.
―No es realmente lo tuyo, ¿eh? ―No parecía insultado, y no
reconoció mi cumplido.
Me encojo de hombros. ―Vampiros o lo que sea, zombis, ese tipo de
cosas, no.
Golpea una mano en su pecho dramáticamente. ―Me siento herido.
No son vampiros o lo que sea, Des. Son cambia-formas. Gran diferencia.
Me río. ―Está bien. Entonces cambia-formas. Sigue sin ser lo mío.
Las criaturas míticas no me interesan. Sin ofender.
―Bueno, supongo que no puedo ofenderme mucho. Quiero decir,
solamente soy su co-creador y escritor principal. No es gran cosa.
―No lo sabía. Pensé que solo actuabas en él.
Niega. ―No. Fui escritor antes de convertirme en actor.
No puedo evitarlo pero me siento divertida. La diferencia con Adam
es impactante. Adam parece reticente a hablar de su trabajo, y siempre le
resta importancia a su éxito y fama. Dylan, por el contrario, se pasa todo el
baile hablando de su programa, de cómo él y Ed Monighan lo escribieron
juntos y lo armaron, y cómo el estudio demandó que audicionara para el
papel principal, por encima de sus protestas de no querer ser actor, por
supuesto. No es exactamente arrogancia lo que exuda Dylan, es solo…
avidez. Entusiasmo. Es un poco nerd. Lindo, simpático, y un poco molesto.
Es apuesto, sí, sus ojos son azules y vibrantes, es delgado y
tonificado y destila la confianza de un tipo que siempre ha sido popular y
todo le ha resultado fácil en la vida.
Me encuentro prefiriendo la enormidad de Adam, su intensa
masculinidad animal, sus abultados músculos y su tranquila confianza en sí
mismo.
La canción termina y Adam rápidamente recupera su lugar, esta vez
su cuerpo se posiciona junto al mío con dureza, se encuentra casi
inapropiadamente cerca, y coloca su mano peligrosamente baja en mi
espalda, descansando apenas a unos centímetros por encima de la curva de
mis nalgas.
―Maldito niño bonito ―gruñe Adam―. Es un idiota.
Me río. ―No realmente. Es agradable. Lindo, y entusiasta.
―Lindo y entusiasta, ¿eh? ―Una pequeña sonrisa se forma en la
esquina de su boca.
―¿Sabías que es el co-creador y escritor principal de Shifters?
―Trato de imitar el tono emocionado de Dylan.
Adam se ríe en voz alta. ―Sí. Ese es él. ―Sus ojos verdes se
encienden repentinamente―. ¿Estas lista para salir de aquí?
Asiento. ―Absolutamente.
Una emoción me atraviesa cuando Adam emprende el camino para
marcharnos de la pista de baile, saludo con la mano a Rose, a Gareth y a
algunos otros. Se encuentra ansioso por salir de aquí, su mano en mi
espalda me mantiene en movimiento, su enorme cuerpo protegiéndome de
los paparazzis cuando abordamos el ascensor.
6
Traducido por CJ Alex, Leon & astrea75
Corregido por Daliam

No puedo aguantarlo más. No puedo soportar el escrutinio, los


susurros. Todo el mundo está hablando de ella. No debí haberla traído aquí.
Es tan hermosa, tan dominante y misteriosa con su presencia, tan
cautivante. El hecho de que sea totalmente ajena a su encanto hipnótico
solo sirve para volverla mucho más atractiva. Gareth estaba hipnotizado.
Rose creo que se sentía desconcertada y un poco celosa. ¿Y los reporteros?
Voraces. No podían obtener lo suficiente de ella.
Así que la llevo a la cúpula del bar, encuentro una mesa en el rincón
más oscuro e íntimo de la sección superior. Hay una ventana a nuestra
izquierda, que da hacia la isla. Cuando está claro, se puede ver el puente en
todo su esplendor desde la barra de la cúpula, pero sigue lloviendo a
cantaros, así que todo lo que podemos ver es la oscuridad y el destello
ocasional de un rayo.
Una vez que tenemos las bebidas y la soledad, toco su barbilla con mi
pulgar y giro su cara hacia la mía. —¿Te encuentras bien, Des?
No responde de inmediato. Cuando lo hace, su voz es vacilante. —
Supongo. Fue solo... muchísimo. Repentino y sorprendente. No sabía en lo
que me metía. No soy una especie de chica pública, Adam. No lo soy. No
estaba preparada para eso.
Suspiro. —Lo siento. Te traje en un impulso, y realmente no pensé en
cómo podría afectarte.
—Está bien. Sobreviviré. —Tira de su cabello sobre un hombro,
arrastrando sus dedos a través de él.
—Más que sobrevivir Des. Lo hiciste muy bien.
—¿Lo hice bien? —Suena escéptica.
—Todo el mundo hablaba bien de ti.
—No todos los días se ve a una chica gigante de un metro ochenta y
dos de altura como yo. Especialmente usando estos tacones. —Se encoge
de hombros.
Levanto su barbilla de nuevo. —No, Des, no es por eso. Eres alta, sí,
pero eres hermosa. Dominaste la habitación.
Trata de negar con un gesto y mirar hacia otro lado. —Lo que sea,
Adam.
—No me digas “lo que sea” —le digo, inclinándome.
Sus labios, rojos y carnosos, me atraen. Deja de respirar, y yo
también. Voy lento. Le doy tiempo para detenerme, tiempo para apartarse,
tiempo para darse cuenta de lo que estoy a punto de hacer. Una exhalación
de respiración pasa por esos labios rojos, y luego mi boca se encuentra
sobre la suya, y estoy degustando sus labios, tocando su cuello con mi
palma, debajo del manojo de carbón negro de cabello, con mi pulgar justo
debajo de su oreja.
—Adam… —Respira, retira sus labios de los míos, pero no se aparta
por completo.
Suspiro. —¿Demasiado?
Niega, rozando la punta de su nariz contra la mía. —No. Sí. Es decir…
—Deja escapar una exhalación que es parte suspiro y parte risa de
desaprobación—. Tú eres demasiado, Adam. Esto. Todo. Es simplemente
demasiado.
Me aparto, tomo un sorbo de mi bebida, y enredo una de mis manos
entre las suyas. —Explícate.
Bebe, y después se toma un momento de silencio para pensar.
Finalmente se encoge de hombros. — Simplemente no te entiendo. O lo que
quieres de mí. Por qué estoy aquí. Por qué pierdes el tiempo conmigo.
Quiero decir, eres una famosa estrella de cine. Yo soy una recolectora de
basura. Literalmente tenemos cero cosas en común.
—Solo soy un chico, Des. Claro, mi trabajo es hacer películas, y
algunas de ellas han salido bien. Lo que es impresionante. Me divierto. Me
gusta lo que hago, y tengo planes de hacerlo durante mucho tiempo. Pero...
no es lo que soy. No soy una estrella de cine. Solo soy Adam. —Toco con la
punta de mi dedo su barbilla, y me observa—. Sin embargo, estás
equivocada sobre eso de que no tenemos nada en común.
Frunce el ceño. —¿O sí? Entonces nombra una cosa.
—Me siento atraído hacia a ti y tú hacia mí.
No discrepa. Me mira por un largo tiempo. —¿Es eso suficiente?
—¿Suficiente para qué?
—Para… lo que sea que quieras de mí.
Paso un dedo detrás de su oreja, por su cuello, a través de la cresta
de su hombro. —¿Y qué es lo que piensas que quiero de ti?
Se estremece bajo mi tacto —No lo sé. Por eso estoy preguntando.
—Ayer te dije lo que quiero. Pensé que había quedado claro. —Me
inclino y toco con mis labios el hueco de su cuello, su hombro, su garganta,
y luego su oreja, y le susurro en voz baja—. Te deseo, Des. Todo de ti.
Quiero que me dejes mostrarte lo bien que puedo hacerte sentir. Quiero tu
piel. Quiero tu boca. Quiero tu cuerpo. Te deseo.
Cierra los ojos y veo sus manos enroscarse en puños en la tela de su
vestido sobre sus muslos. —Sí, pero ¿por cuánto tiempo?
—¿Quieres una respuesta honesta? No lo sé.
—Una respuesta honesta para una respuesta honesta entonces —
dice, girando su cabeza para que mis labios rocen su pómulo—. No sé si
puedo darte lo que deseas.
—¿Por qué no?
Niega con un gesto, como si no supiera cómo responder a eso, o no
lo hará. —Porque…no puedo. Solo no puedo. No sé cómo hacerlo.
—Puedo enseñarte.
—¿Cómo?
—Así. —Coloco la palma de mi mano en su mejilla, inclinando su cara
hacia la mía.
Y una vez más, me acerco tan lentamente como puedo. Mis ojos se
encuentran abiertos, los suyos también. Sus ojos son grandes, marrones y
lucen asustados, y desearía saber las cosas por las que ha pasado esta
chica para que tenga tales miedos en sus ojos, lo que ha soportado para
tener tales muros tan altos y gruesos entre ella y el resto del mundo.
Quiero saber qué hay detrás de esos muros, pero no estoy seguro de cómo
atravesarlos, sin asustarla.
Así que la beso. Suave y lentamente. Solo labios, al principio.
Y esta vez, se derrite. No toda de una vez, como la mantequilla en el
microondas, sino como un trozo de hielo en una laguna oscura: lenta y
gradualmente. Se inclina hacia mí, con su hombro tocando al mío, con sus
pechos aplastándose contra mi pecho, y luego su mano se encuentra en mi
hombro yendo sigilosamente hacia mi barbilla, luego a mi cuello y ahueca
mi piel por debajo de la línea del cabello y no respira, ni yo tampoco. Rodeo
mi brazo detrás de su espalda y la acerco más, y se retuerce en la cabina
para que pueda presionarse más, y nuestras bocas se mueven, se exploran,
se reclaman. Su lengua sale por primera vez esta ocasión, toca mis labios,
mis dientes, y luego la saboreo y ella suspira en mi boca.
Retiro mis labios de los suyos, y tal vez sea mi imaginación, pero
sonó como si ella hiciera un pequeño gemido por la pérdida del beso.
—Des… —suspiro su nombre, una sola sílaba susurrada entre
nuestras bocas—. Ven a mi habitación.
Me pongo de pie, me tomo lo último de mi bebida, y luego extiendo
mi mano hacia ella. Me mira, y puedo ver a los pensamientos
arremolinándose en sus ojos, veo el deseo en conflicto con la duda. O con el
miedo. O lo que sea que la esté frenando. Después de un largo tiempo, se
levanta y toma mi mano. Empezamos a caminar, y luego ella se vuelve y se
bebe su trago. Coloca la botella de cerveza vacía con un poco de fuerza, con
un suspiro mientras se traga la cerveza.
—Bésame de nuevo —dice, inclinándose hacia mí.
No necesito que me lo pida dos veces. La empujo hacia mi pecho,
presiono mi mano en su espalda baja y acuno su mejilla con mi otra mano.
Ella se adentra en mi boca con esa lengua dulce y fuerte, sus manos se
enroscan en mi pecho, y sus dedos se clavan en la tela de la chaqueta.
Siento hambre por ella, mis manos están desesperadas por deslizarse
más abajo, por sacar a rastras ese vestido jodidamente sensual y revelar
sus curvas y su piel, necesitando su boca en mi piel, su carne bajo mis
labios y su esencia en mi lengua. No me puedo quedar aquí con ella. La
necesito a solas. Estoy duro, adolorido y palpitando.
Rompo el beso con un gruñido bajo, casi inaudible y la llevo de la
mano por las escaleras hacia el pasillo que conduce a mi habitación. Me
encuentro tan consumido por la necesidad de reanudar el beso que busco
torpemente la llave. Finalmente consigo abrir la puerta, y ni siquiera me
doy cuenta de la explosión llamativa color púrpura en la sala de estar, o la
cabecera extrañamente arcaica y el dosel de la cama.
Todo lo que veo es a Des, sus ojos brillantes y expresivos, sus
manos, y la caída del cabello negro alrededor de sus hombros. Ella se
detiene, de espaldas a la puerta, con las manos planas contra la superficie
sus caderas, sus brazos ligeramente doblados, solo su trasero y omóplatos
tocando la puerta. Es una postura de preparación para tomar vuelo, para la
batalla. Sus ojos brillan, se encuentran fijos en mí. Sus labios están
ligeramente separados, con la barbilla ligeramente hacia arriba.
Me quedo de pie a un metro de distancia, y solamente me observa y
yo hago lo mismo. Y luego me muevo. Doy un paso hacia ella, y me quito la
pajarita, arrojándola a un lado. Me saco la chaqueta. Desabotono los puños
de mi camisa. Termino de desabrochar mi camisa y me la quito, mi torso
recubierto con una musculosa blanca ceñida. La delgada y brillante correa
negra del traje es lo siguiente en quedar de lado. Zapatos, fuera. Medias
también.
Sus fosas nasales se ensanchan, sus ojos se abren más, si eso es
posible, y su pecho se mueve como si absorbiera el aire en una respiración
profunda.
—Des —digo—. Está bien.
No responde, no hace nada, solo mantiene su pose de estar a punto
de escapar, sus ojos siguiéndome en cada movimiento. No se ha movido y
casi ni respira.
Cierro el espacio entre nosotros, deteniéndome casi presionando
nuestros cuerpos. Solamente la observo, por un momento, evaluando la
confusión en sus ojos. Me desea, me lo dicen sus ojos vagando por mis
brazos, mi pecho y mi cara. Me lo dice la curva de su pecho con cada
respiración; también me dice que está nerviosa o asustada, o algo así.
La razón, no la sé, y no voy a preguntar. Solo tengo que estar atento
a su estado de ánimo, a la forma en la que me responde.
Me arrodillo lentamente, y sus ojos me siguen, pero su cabeza no se
inclina. Su boca se abre un poco más, y su aliento sale en un silbido
mientras me apropio de su rodilla justo por debajo en donde el dobladillo
del vestido termina hacia un lado. Envuelvo mis dedos alrededor de la parte
trasera de su rodilla, y deslizo mi mano por la musculatura rolliza de su
pantorrilla. Contiene la respiración. Envuelvo mi mano alrededor de su
tobillo, levanto su pie, y retiro su zapato. Baja el pie, y deslizo mis dedos
entre sus piernas, por debajo de la tela de su vestido ceñido, hacia la otra
pierna. Acaricio su rótula por atrás, paso mis dedos a través de su piel,
bajando por la curva de su pantorrilla, y levanto su pie, para quitarle el otro
zapato.
Me pongo de pie, arrastrando las dos manos por la parte posterior de
sus piernas, levantando el dobladillo de su vestido en el proceso. Cuando
me encuentro en toda mi altura, su vestido está enrollado en la mitad de su
muslo y respira profunda y rápidamente. Me inclino, presiono mi nariz en el
lado de su garganta e inhalo, deslizando mis manos alrededor de sus
muslos.
—Adam… —suspira.
Meto una mano en su cabello, entierro los dedos en la maraña
gruesa, pesada y brillante, y llevo mi boca hacia la suya, mi otra mano se
mueve por su propia voluntad, arriba y más arriba por la firme redondez de
su trasero. Respira en mi boca y, a continuación, chasquea sus dientes
contra los míos mientras los cierra de repente y vorazmente por el beso.
Eleva sus manos, se presionan en mi pecho, su lengua busca la mía, y la
empujo directamente hacia mí. Siente mi erección, sé que lo hace; no hay
manera de que pueda obviarla. Es una barra de hierro al rojo vivo entre
nosotros, luchando contra mis calzoncillos y mis pantalones de esmoquin.
Se libera del beso y su cabeza golpea la madera de la puerta.
—¿Des? ¿Quieres irte? —Suelto su vestido, muevo mi mano de la
caliente y suave piel de su trasero para dejarla sobre la tela en su cadera—.
No quiero que te asustes. O hagas algo que no quieras.
—No quiero irme —susurra.
—Pero parece que estás a punto de entrar en pánico.
—Estoy nerviosa. Nunca antes he hecho algo como esto.
—¿Cómo qué? —Tiro de su cabello ligeramente para que me mire.
—Esto. Tú y yo. Apenas te conozco. Acabo de conocerte. Esto es una
locura. —Sus manos están en mi pecho, sus ojos buscan los míos—. No es
lo que hago.
—Ni yo —digo.
Ladea su cabeza. —¿No?
Me río suavemente. —No. Ni siquiera un poco. —Llevo mi mano a su
cara, y presiona su mejilla contra mi palma—. Solo porque sea un actor, no
quiere decir que sea un mujeriego o un puto.
—Solo eres… agresivo en esto.
Beso su mejilla, en la comisura de su boca. —Cuando veo algo que
deseo, lo hago mío.
—¿Y tú me deseas?
—Por supuesto que sí.
Se muerde el labio inferior y luego lo suelta. —Entonces… ¿me vas a
hacer tuya?
—Sí. —Aprieto mi agarre en su cadera—. ¿Quieres eso, Des?
Parpadea, y puedo decir que se está decidiendo. La determinación se
solidifica en sus ojos, y me empuja el pecho. Doy un paso hacia atrás,
dándole algo de espacio.
—Sí. Sí, quiero. —Suelta un largo y lento suspiro—. Solo… necesito
algo primero de tu parte.
—¿Qué? —pregunto.
—No hagas promesas que no puedas o no vayas a cumplir.
Le sonrío. —Eso es un principio de vida básico para mí —digo—.
Nunca hago promesas o me meto en compromisos a menos que esté cien
por ciento seguro de que puedo cumplirlos. Y esto, ¿entre tú y yo? Solo sé
que me gusta. Tú me gustas. Me atraes de una manera locamente intensa,
y todo lo que sé es que quiero explorarlo. No sé a dónde va a ir. Solo quiero
intentarlo y averiguarlo. Eso es todo.
Sonríe, pero todavía tiembla un poco. —Puedo lidiar con eso.
Y entonces, en vez de extender su mano y agarrarme, o besarme, o
tocarme, me da la espalda, lleva su cabello hacia un lado de su hombro,
desnudándolos y su espalda superior, y se baja el cierre del vestido. Gira la
cabeza para mirarme, y su mirada es expectante. Ofrecedora.
En vez de arrancar el cierro como quiero hacerlo, camino los
centímetros que nos separan, capturo sus bíceps en mis manos y beso la
cresta de su hombro. El lugar curveado en donde su brazo se une con su
hombro. La base de su cuello. Juego con el dobladillo de su vestido en su
espalda; deslizo mi dedo entre la piel y la tela, sigo el camino de mi dedo
con besos por toda su piel cálida y suave. Inhala bruscamente, y tiro el frío
metal del cierre con el índice y el pulgar. Llevo mis labios por su piel, subo a
su cuello por detrás de su oreja. No respira, ni yo tampoco; ambos nos
encontramos sin aliento por la anticipación.
La apertura del cierre es un sonido fuerte en el silencio. Su vestido se
abre hasta llegar a su espalda baja, desnudando una amplitud de espalda y
un sostén negro sin tirantes, y el tatuaje que posee de hombro a hombro.
El tatuaje es sencillo, con caligrafía, elegante y femenina. Dice: El
ansia de tener un hogar vive en todos nosotros…
Recorro la tinta con mis manos, preguntándome qué significa para
ella y sin atreverme a preguntarle. La siento tensarse cuando toco el
tatuaje, y sé que se prepara para la pregunta. Así que subo mis palmas por
su espalda y hasta sus hombros, las bajo hacia su escote. Otra inhalación
brusca, pero la estoy provocando, jugando con ella. No estoy listo para
tocarla todavía, aun no, tengo que verla primero, tengo que desnudarla
para poder beberme su belleza. Solo aparto las copas del vestido, paso mis
palmas entre su piel y el vestido para bajar la tela. Se cae, se amontona en
sus pies. Ella se sale de él, y se queda de pie dándome la espalda con un
sostén negro sin tirantes y una tanga negra que hace juego.
Me quedo sin aliento. —Eres… increíble —le digo.
—No, no soy…
No le doy la oportunidad de terminar. La volteo, estrello mi boca
contra la suya para silenciar su protesta. —Sí. Lo eres. —Me aparto para
mirarla a los ojos—. Soy hermosa. Dilo.
Se voltea para mirarme. —Adam, yo…
—Dilo. —Parpadea, se muerde el labio, y no puedo soportarlo, para
nada. Agarro ese carnosos labio entre mis dientes, tiro de él y lo suelto, y
reclamo su boca—. Des. Dilo.
—Soy hermosa. —No puede evitar sonreír cuando lo dice—. ¿Está
mejor?
—Un poco. —Le devuelvo la sonrisa.
Intento tocarla, pero retrocede. —No puedes desnudarme sin
dejarme ver algo de ti desnudo también.
Alzo los brazos. —Ve a por ello, nena.
Se muerde el extremo de su labio inferior de nuevo, da un paso hacia
adelante y desliza sus dedos debajo del algodón de mi camisa. En vez de
alzarla como esperaba, Des hace lo inesperado: abre mi pantalón, baja el
cierre y sus ojos se mueven hacia los míos. Sus manos se deslizan por la
cintura suelta del pantalón y luego se encuentra rodeando mis tobillos y me
salgo de él. Sus ojos van hacia mi abultada ropa interior.
Se sonroja.
Intento tocarla de nuevo, pero sacude la cabeza. —No llevo más que
ropa interior, así que tienes que estar igual.
Me río y la dejo quitarme la camisa, y la lanza a la pila de nuestra
ropa, la suya y la mía están revueltas en el suelo. Mis ojos devoran su
cuerpo. Delgado, firme, curvilíneo, piernas largas y fuertes, y sus ojos, de
un brillante y líquido marrón.
Tomo su mano, camino hacia atrás, la llevo hacia la habitación. Salta
el último escalón y sus pechos rebotan pesadamente. No dejo que dé dos
pasos en la habitación antes de que la atraiga hacia mí para que tropiece
contra mi cuerpo. Llevo mis labios a los suyos, y responde inmediatamente,
se pone de puntillas para profundizar el beso, y mi sangre retumba en mis
oídos como un trueno y mi corazón martillea en mi pecho. Sus manos se
mueven en círculos lentos en mi espalda, desde mis hombros hasta mi
cintura, cada vez bajando más, como si reuniera el coraje para agarrar mi
trasero.
Encuentro el broche de su sostén, lo jaló y suelto uno, el segundo,
luego el tercero y el último. Está presionada contra mi pecho, así que el
sostén se queda atrapado entre nosotros; me hago hacia atrás sin romper
el beso, y la prenda cae al suelo. La boca de Des se detiene en la mía, su
cuerpo se tensa.
—Déjame verte —digo, retrocediendo y tomando sus manos en las
mías para que no pueda cubrirse.
La observo. Veo su belleza. Dios, sabía que tenía curvas, pero…
maldición. La chica es una diosa. Unos senos grandes y pesados, altos y
firmes, redondos y unas areolas oscuras como puntas, sus pezones grandes
tensos. Unos muslos en los que quiero hundir mi cara, y su trasero…
maldición. He puesto mis manos sobre él, pero ahora que está desnuda,
tengo que tocarlo de nuevo. Me acerco, deslizo mis manos por sus caderas
y agarró su voluptuoso y redondo trasero, el cual se encuentra
placenteramente desnudo excepto por la tanga.
Me adelantaré y lo diré: me gusta un gran trasero. Así que con Des
estoy en el cielo.
La volteo y suelto sus manos, recorro sus brazos con mis palmas y le
echo un buen vistazo a su trasero, y entonces tengo que tocarlo de nuevo,
tengo que sostenerlo. Tengo que presionarme contra él, y sé que siente mi
deseo. No puedo evitar meter mi erección dolorosamente dura como la roca
entre esos glúteos deliciosos y redondos y me imagino enterrándome
profundo en su interior, justo así.
Aunque no todavía. Está temblando, sacudiéndose y apenas respira.
Necesito ir lento. Prepararla.
Es hora de hacer honor a mi promesa de ayer.
—Necesito escucharte gemir. —La guio con suavidad hacia la cama, y
se tropieza, se endereza y se voltea, cubriéndose los pechos con los brazos.
Aparto sus manos—. Nunca te cubras, Des. Esas tetas tuyas son demasiado
perfectas para estar escondidas.
—Adam, Jesús. Actúas como si nunca antes hubieras visto unas tetas.
—Se encoge de hombros, y quita las manos, pero no se coloca los brazos
encima de nuevo.
—Como las tuyas no. —Camino hacia ella, recorro su costado con la
mano, y luego, finalmente, tengo su pecho en mi mano.
Dios, tan grande, pesado y suave. Recorro con la palma el montículo
de su pecho izquierdo y luego su pezón. Jadea y se estremece.
La miro a los ojos y giro su pezón con mi dedo, y se estremece de
nuevo, con fuerza, su boca se abre. —Eres jodidamente sensible, ¿no? —
pregunto.
—Supongo —murmura Des, con los ojos muy abiertos y temerosos, y
buscando los míos.
—Entonces realmente te encantará esto —digo.
Llevo el pecho hacia mi boca y paso mi lengua por su pezón en una
lamida lenta y húmeda.
—Jesús… Adam…
—Lo mismo —digo, sonriéndole, y entonces cierro mis labios en la
protuberancia erecta y chupo.
—¡Joder! —maldice, y sus manos enloquecen, recorren mis hombros,
se aferran a mí, y una de sus manos rasguña mi cuero cabelludo y agarra
mi cabello corto en su puño.
—¿Te gusta eso? —pregunto.
—Adam…
Le doy otra lamida y luego chupo, le doy la vuelta a su pezón con mi
lengua una docena de veces hasta que jadea. —¿Te gusta?
—Sí —Agarra mi cabeza, sosteniéndola contra su pecho—. Me gusta.
Mucho.
La empujo para que la cama llegue a la parte de atrás de sus piernas,
y se sienta involuntariamente. Me pongo de rodillas entre sus muslos,
presionando besos en la piel tierna del interior de su pecho, moviéndome a
través de su esternón hacia el otro lado, y tomo su pezón derecho en mi
boca y la hago gemir otra vez.
Deslizo mis manos sobre sus muslos, sujeto el pliegue en donde la
cadera se encuentra con su pierna y presiono mis pulgares en su piel y en el
músculo, los llevo cada vez más cerca de su núcleo. Su cabeza cae de
nuevo contra su cuello y respira con tanta fuerza que casi está
hiperventilando, pero sus manos se aferran a mis antebrazos como si su
vida dependiera de ello, pero no me aleja ni me detiene. Me vuelvo a sentar
sobre mis talones y solo la observo.
Mirándola, sin quitarle la vista de encima, engancho mis dedos en la
cintura de la tanga que rodea su cintura. Me observa, sus ojos marrones
muy abiertos, un poco nerviosos, anticipatoriamente. Se la bajo, y el trozo
triangular de tela que cubre su núcleo empieza a bajar. Su pecho se hincha
con una respiración, y contiene el aliento. Sus ojos se entrecierran y su
boca se abre. Tiro un poco más, y la tanga queda atrapada en su trasero.
―Levántate, nena ―le digo.
Vacila, y luego levanta su trasero de la cama, y la despojo de la ropa
interior, tirándola a un lado. Y ahora se encuentra totalmente desnuda para
mí, desnuda, vulnerable y hermosa.
―Dios, Des. Eres tan malditamente sensual. ―Paso mis palmas por
sus muslos y vuelvo a descender.
Siento que su cuerpo se tensa, pero no se mueve. Esta vez, mis
manos se mueven entre sus piernas, apremiando a sus muslos a abrirse, y
ella cumple con delicadeza y una vacilación recatada, con sus ojos cerrados.
Incluso su coño es precioso. Está recortado pero no afeitado, y sus
labios allí son tan rellenos y besables como los de su rostro. Abre los ojos y
me ve mirando su núcleo.
―Oh, Dios mío. ―Se sonroja, su piel bronceada enrojecida e intenta
cerrar las piernas, pero me encuentro entre sus rodillas―. Detente, Adam.
No me mires de esa manera.
―¿De qué manera?
Se encoje de hombros, incómoda y trata de cubrir su coño con las
manos. ―Como si fuera…
―¿Hermosa? ¿Deliciosa? ¿Alguien a la que quiero pasar horas
complaciendo?
Cierra sus ojos con fuerza, como si luchara consigo misma,
enfrentando algo internamente. ―Estás loco.
―¿Qué tal esto? ―digo y dejo que se cubra con ambas manos. De
repente se ha vuelto tímida. Arrastro mis dedos por la parte superior de sus
muslos hasta sus rodillas y luego hacia atrás a lo largo de la parte interior
de sus piernas―. ¿Qué tal si dejo que te cubras y veré si puedo conseguir
que apartes las manos por tu cuenta? Quiero verte, Des. Toda. Quiero
tocarte. Quiero besarte.
―¿Besarme, en dónde?
Dejo que una hambrienta sonrisa aparezca en mis labios. ―En todas
partes, Des. ―Deslizo mis dedos alrededor de la circunferencia de sus
muslos, tan cerca de su centro como puedo conseguirlo. Ella se estremece y
puedo sentir sus dedos temblando. Sus dedos se abren e introduzco el dedo
medio entre los huecos de los suyos, tocando su piel resbaladiza―. Aquí.
Quiero verte, tocarte y saborearte aquí.
Hace un sonido en la parte posterior de su garganta y luego abre sus
ojos, los fija en mí. ―Jesús.
―Ese no es mi nombre.
―Adam.
―Mejor. ―Coloco mis manos sobre las suyas―. Ahora, mírame a los
ojos y dime que quieres que me detenga.
―No puedo.
―Sé que no puedes. ―Paso mis pulgares sobre sus pezones, levanto
sus pechos y los dejo caer con un rebote―. Porque sabes que quieres esto.
Quieres dejar que te toque.
Ella mantiene sus ojos en los míos, y veo la acalorada guerra interna
y quiero saber a qué le tiene miedo, por qué tiene tantos conflictos. Pero no
pregunto. En su lugar, paso mis palmas sobre sus muslos, sus caderas, sus
costillas hasta sus pechos y desciendo. Veo que sus ojos vacilan con
indecisión y luego levanta la barbilla, la determinación llenando su mirada, y
aparta sus manos, apoyándolas en mis hombros.
Sonrió y trazo su apertura con el dedo índice.
Ella gime y sus parpados se cierran.

***
Me he tocado. Me he dado orgasmos. Pero eso es totalmente
diferente a la sensación del dedo de Adam deslizándose en mi apertura.
No puedo detener esto. Quiero hacerlo y sin embargo no al mismo
tiempo. Quiero sentir sus dedos dentro de mí y quiero sentir su boca sobre
la mía. Sé que está planeando arrodillarse y quiero eso. De verdad. Diablos,
lo deseo con muchísimas ganas.
Pero estoy asustada. Aterrorizada.
Debería decirle que soy virgen.
Pero no voy a hacerlo. Se detendrá y hará que sea una gran cosa.
Y todo lo que está haciendo en este momento es tocarme.
Querría una explicación de cómo puedo tener veintidós años y ser
virgen. Querrá la historia y no puedo dársela. No puedo. No lo haré. No es
algo que le cuente a alguien, nunca. Sucedió hace mucho tiempo y debería
haber superado eso, pero no. Y esa es parte de la razón por la que hago
esto, de que aún siga aquí, de que luche contra mis miedos y la agitación
en mi alma. De que esté temblando como una hoja y mi corazón
martillando y tenga la respiración acelerada, con profundos jadeos. Ya no
quiero que mi pasado dictamine mi presente o mi futuro. Quiero esto. En
realidad, profundamente de verdad deseo a Adam, quiero hacer esto con él,
pero tengo miedo. Es por eso que tengo que atravesar mi miedo, por lo que
tengo que dejar que esto ocurra: para poder seguir adelante. Para que
pueda encontrar algo parecido a la normalidad. Y cuanto más tiempo deje
que el miedo mande sobre mi vida, nunca sucederá.
No es normal sentirse aterrorizada a dejar que los hombres se me
acerquen. No es normal congelarse cuando las manos de los hombres me
tocan.
Por alguna razón, Adam me asusta menos que ninguna persona que
haya conocido, así como simultáneamente me aterra más de lo que creía
posible. Me siento segura con él. Siento que puedo confiar en él, que se
detendría en el instante en el que dijera la palabra. Al igual que se sentiría
furioso, si conociera la causa de mi miedo. Y lo deseo. Lo quiero con tantas
ganas. Deseo tocar su piel, sus músculos. Quiero ver todo de él. Quiero
quitarle la ropa interior y ver y sentir esa cosa enorme y dura como el
hierro que no logra disimular completamente.
No soy un inocente lirio blanco o una desmayada margarita. Tuve una
vida dura mientras crecía. No soy inocente o ignorante. He tenido un par
de… experiencias. Solo que nunca he sido capaz de dejar que alguien se me
acerque lo suficiente como para entregarle mi virginidad. Nunca he sido
capaz de soportar el tacto, ni aunque fuera suave.
He visto pollas antes y sé que en el departamento de embalaje tiene
algo raro y únicamente increíble. Justo como el resto de su cuerpo.
Lo quiero. Lo deseo a él.
Pero tengo miedo de dejarme ir allí. Tengo miedo de lo que sucederá.
No de mi cuerpo, sino de mi corazón. Y tengo miedo a perder los nervios en
el último segundo y echar a perder todo.
Oh, Dios, me está tocando por todas partes. Las caderas, los pechos,
los pezones, las costillas, los muslos. Y me dice que quiere tocarme, y
besarme, en todas partes y sé que quiero que lo haga y no puedo evitar
que se me escape una maldición por la necesidad asediada y el temor.
―Jesús ―me escucho decir.
―Te sigo diciendo que ese no es mi nombre ―bromea Adam de
nuevo, una sonrisa en su preciosa y talentosa boca.
―Adam… ―suspiro.
―Mejor ―dice cubriendo mis temblorosas manos con las suyas.
Estoy cubriéndome a mí misma. Nadie me ha visto así desnuda;
despojada, abierta y vulnerable. Y la forma en la que me observa, como si
fuera algo delicioso que quiere comerse, es a la vez vertiginosamente
maravilloso y aterradoramente intoxicante.
―Ahora mírame a los ojos y dime que quieres que me detenga.
Sabe que eso es imposible. He dejado que esto vaya demasiado lejos,
y ahora ya no hay vuelta atrás. ―No puedo ―admito.
―Sé que no puedes ―dice con el fantasma de una sonrisa arrogante
cruzando su rostro―. Sabes que lo quieres. Sabes que quieres dejarme que
te toque.
¿Cómo diablos me puede leer tan bien? ¿Cómo sabe lo que quiero tan
inequívocamente? Es desconcertante.
No puedo apartar la mirada de él. No tengo ni el más mínimo deseo
de apartar la mirada de sus ojos verde pálido. Su mirada me calienta desde
el interior, hace que algo tiemble en mí. Más aún que sus palabras
arrogantes y su toque confiado, la mirada conocedora, paciente y
hambrienta en sus ojos hace que consienta mis propios deseos.
Quiero dejar que me vea, que me toque, y así…. lo hago. Obligo a
mis manos a alejarse y a aferrarse a sus anchos hombros. Puedo sentir sus
músculos moviéndose bajo su piel mientras mantiene sus ojos en los míos,
esa sonrisa arrogante curvando sus labios mientras traza el borde de mi
coño con su grueso dedo índice.
Siento una astilla de calor atravesándome, comenzando en lo
profundo de mi interior, en el fondo, justo debajo de mi vientre. El calor es
húmedo, denso y penetrante. Y luego su dedo se arrastra desde el ápice de
mi vagina hacia abajo, se detiene, y se desliza hacia atrás. El viaje
ascendente hace que mis labios se abran muy ligeramente, y un gemido se
escapa de mis labios. Mis ojos se quieren cerrar, pero me niego a dejarlos.
Me obligo a mirar. Fuerzo mis ojos a abrirse y observo su dedo deslizarse
de arriba hacia abajo de mi apertura lentamente, muy lentamente, una y
otra vez, deslizándose un poco más con cada movimiento. Y luego está
dentro de mí, su dedo metido en mi coño hasta el segundo nudillo. Su
palma hacia arriba, su dedo curvándose. Sus ojos van hacia los míos,
observando cada una de mis reacciones. Mis ojos se sienten pesados,
revoloteando con la plenitud del dolor de uno de sus dedos, ahora con mi
núcleo caliente y húmedo, aún más húmedo con su toque. La humedad se
mueve a través de mí, hasta que estoy segura de que debo estar goteando,
y me da vergüenza, pero él no parece darse cuenta.
O tal vez lo hace. Saca su dedo y de repente me siento tan vacía. Y
luego, asegurándose de que estoy mirando, coloca su dedo índice en su
boca; el dedo que estaba en mi interior. Me quedo boquiabierta por la
incredulidad, no puedo decir ninguna palabra. Fue mortificante y erótico en
igual medida y no sabía que reacción mostrar, por lo que no muestro nada,
solo lo miro fijamente. Su dedo, brillando con su saliva y mi esencia, ahora
se mete de nuevo en mí, penetrándome lentamente, y me retuerzo por la
invasión, exhalando un gemido.
Me duele. Hay una presión dentro de mí, construyéndose y
formándose, creciendo con cada paso apreciativo y lleno de deseo de sus
ojos sobre mi cuerpo, con cada toque suave y gentil de sus manos y de su
boca en mi piel. Me duele, y de alguna manera sé que solo Adam podría
liberar la presión, podría incluso proporcionarme el alivio que necesito.
Desliza su dedo hacia arriba y encuentra el centro de la presión del
dolor: mi clítoris. El calor y la humedad, la presión, la necesidad, todo está
centrado allí, lo sabe y lo encuentra, su dedo presiona el nudo duro de
nervios y tengo que morderme los labios para no gemir demasiado alto.
―¿Te gusta esto, Des? ―Su voz es un ruido sordo, que viene de lo
profundo de su pecho.
―S… sí, me gusta
―Entonces déjame oírlo.
―Me gusta ―le digo.
Rodea mi clítoris de nuevo, no me toca directamente, pero la presión
indirecta de alguna manera es peor, o mejor, no estoy segura. Todo lo que
sé es que este movimientos de su dedo me tiene meneando mis caderas,
hace que quieran moverse por sí solas, provoca que el calor y la presión se
vuelvan mayores, más calientes y se acerquen más a la superficie.
Y entonces le da una sacudida a mi clítoris con su dedo y tengo que
amortiguar otro gemido.
―No lo contengas ―gruñe―. Déjame escucharte.
¿Quiere que sea ruidosa? ¿Por qué?
Los pensamientos son borrados por los movimientos en círculo de su
dedo, otra vez, y ahora mis caderas se mueven, fuera de mi control. Y no
puedo detenerlas. Debería. Sé que debería hacerlo. Estoy siendo loca y me
siento avergonzada. Pero ya no puedo controlarme.
Él me controla con su toque.
Es demasiado tarde para reprimir un gemido cuando chasquea mi
clítoris otra vez, al mismo tiempo que se inclina y toma un pezón
endurecido con su boca. El gemido es fuerte y vergonzosamente
entrecortado. Pero esto solo parece hacer que su toque se vuelva más
rápido. Su boca en mi pecho más ávida.
Entonces me empuja hacia atrás y caigo en el colchón. Mis piernas
colgando sobre el borde de la cama, y sé que me encuentro expuesta ante
él. Mis muslos extendidos y abiertos. Siento su mirada y su dedo
moviéndome dentro de mí, descendiendo desde mi clítoris hasta mi canal,
entrando y saliendo. Mis ojos se cierran involuntariamente y me siento tan
llena solamente con su dedo y luego de alguna manera estoy aún más llena,
abierta y dilatada en mi interior hasta casi sentir dolor, y obligo a mis ojos a
abrirse y me apoyo sobre mis codos para ver que tiene dos dedos dentro de
mí. No mueve sus dedos hasta el fondo y me pregunto si puede sentir la
barrera de mi inocencia, si puede sentir mi virginidad con sus dedos. Si lo
hace, no dice nada. Solo curva sus dedos y los mueve. Se siente tan bien
que tengo que dejarme caer de nuevo en la cama, tengo que cerrar mis
ojos y dejar que mis caderas se eleven con el ritmo del movimiento de sus
dedos.
Mis ojos están cerrados, así que no lo veo haciéndolo. No soy
consciente de nada más que de sus dedos y de la presión caliente, creciente
y dolorosa dentro de mí, y por lo tanto soy sorprendida con un jadeo
soltado como un grito cuando siento algo húmedo y firme, resbaladizo y
caliente en mi apertura. Siento mi clítoris siendo succionado, y luego su
lengua se está moviendo contra él y gimo, chillo, y ni siquiera puedo
recordar mi nombre o el suyo, pero sé que nunca nada, nada se ha sentido
de este modo.
Abro mis ojos y miro a lo largo de mi cuerpo para ver su rostro
enterrado entre mis muslos, moviéndose de un lado a otro mientras agita
su lengua contra mi clítoris cada vez más rápido. Mierda, mierda, mierda…
esa es una visión que nunca olvidaré, los hombros anchos de Adam, la
curva masiva de su espalda, su cabello corto y negro peinado en punta, la
sensación de su lengua en mi lugar más delicado, privado y sensible, el
calor está explotando y gimo entre mis dientes apretados. Me muevo contra
su boca, jadeo con una necesidad desenfrenadamente erótica, y su lengua
agita mi clítoris con una velocidad vigorosamente hambrienta, soy
levantada de la cama, con sus manos ahuecando mi trasero y físicamente
me levanta como si no pesara nada, me atrae hacia él y Jesús, mierda
santa, arroja una de mis piernas y luego la otra por encima de su hombro,
su cara se mueve y su lengua hace círculos con locura y mis caderas giran,
impulsadas por un motor implacable de calor.
Esto es irreal.
Esto no está pasando.
Esto no puede ser.
Pero así es.
Y entonces estoy haciendo un sonido salvaje, es un grito entre
dientes apretados y el mundo explota, mi cuerpo es sacudido, se agita mi
núcleo y estalla, y estoy retorciéndome, Adam gruñe en mi vagina, sus
dedos se saliendo, entrando y frotando alguna parte alta dentro de mí que
hace que la explosión siga volviéndose más caliente y la expansión de calor
aún más aguda.
Mis muslos se aprietan alrededor de su cuello, mis talones penetran
su espalda y mis caderas se mueven por su cuenta. Estoy gritando. No
reconozco los sonidos que salen de mí, pero luego no reconozco nada en
este mundo caótico y vertiginoso en donde todo es lanzas de éxtasis en
espiral atravesando mis venas, mis músculos y mis poros, en donde todo es
más caliente que el sol y solo siento las manos de Adam agarrándome el
trasero, su boca chupando mi clítoris, sus dedos entrando y saliendo de mi
coño. Toca mi cuerpo como si fuera un instrumento, como si él fuera un
virtuoso y yo su arte, tomando cada sonido, cada temblor y convirtiéndolo
en música.
No puedo respirar, no puedo hacer nada más que temblar, lloriquear
y gemir, eventualmente su boca se aleja de mi coño y estoy siendo
trasladada hacia la parte superior de la cama, con él a mi lado, mirándome.
—San… santa mierda —jadeo—. Santa mierda.
Lo miro. Su boca brilla por la humedad, y estoy mortificada al darme
cuenta de que es mi esencia en su rostro, untada sobre su piel. A medida
que lo observo, se pasa la palma de la mano por sus labios, luego su
antebrazo, y me sonrojo. Sonríe a sabiendas, con su palma pasando a
través de mi estómago hasta mis pechos. Agita su dedo índice sobre mi
pezón y me estremezco, me encuentro tan sensible que incluso un ligero
toque suave es casi demasiado de soportar.
Paso mi mirada por sus hombros anchos, sus músculos pectorales
gruesos, sus brazos enormes como el tronco de un árbol, la losa esculpida y
pesada de su abdomen, y luego veo la gruesa cresta de su polla abultada
en la tela gris elástica de sus calzoncillos CK2.
Me observa mientras lo miro.
Me giro hacia él, saco una mano y la coloco en su costado. No se
mueve, ni siquiera parpadea. Recorro con mis dedos su piel firme hasta que
llego a la banda elástica de su ropa interior. ¿Puedo hacer esto?
Mis emociones son un revoltijo. No soy una virgen porque no siento
placer o porque soy una mojigata o por mi religión; soy virgen porque he
vivido cosas que causaron heridas profundas en mi interior, dejaron
cicatrices enormes y paredes impenetrables entre el mundo y yo. Soy
virgen porque confío en que todo el mundo me lastimará. Pero siento
deseo. Siento la necesidad. Dolor. Me siento sola. Soy una chica de
veintidós años con las mismas hormonas, impulsos y apetitos que cualquier
otra, pero hasta ahora mi miedo y desconfianza me han ganado.
Ahora, de alguna manera, por razones que no comprendo, mi deseo
ha ganado. La atracción y la desesperación están ganando. Adam es todo
un hombre. Es enorme, fuerte, sensual y hermoso pero también amable,
divertido, tranquilo y tiene los pies en la tierra a pesar de su fama y su
riqueza.
Y lo deseo.
Deseo tocarlo. Quiero ver cómo luce totalmente desnudo. Quiero ver
su polla. Quiero tocarlo. Deseo que me bese y que se pierda, y quiero
perderme con él. Quiero ahogarme en esto con él, que el futuro y las
consecuencias se vayan al demonio.
Quiero conquistar mis miedos.
Así que acaricio con mi palma el pecho de Adam, su estómago, su
hombro y luego bajo por su espalda y me incorporo. Enganchando los dedos
en el elástico, dejo escapar un largo suspiro, lamo mis labios, y bajo su
ropa interior. Tengo que alejar la cinturilla de su cuerpo para liberar su
erección, y luego levanta sus caderas para mí, sacando su pie de un lado, y
luego pateándolo lejos.
Estoy desnuda con Adam Trenton.
Se queda quieto, mirándome, solo sus ojos se mueven rápidamente
de lado a lado, luego hacia abajo a mis pechos, entre mis muslos, y de
regreso.
Mis ojos están enfocados en su polla. Santo infierno es enorme. Alta,
gruesa, recta y erecta, en dirección opuesta a su cuerpo muy ligeramente.
Mi pulso está colapsando en mis oídos y mis manos temblando ligeramente.
O tal vez muchísimo. Adam parece totalmente a gusto, con una mano
escondida detrás de su cabeza y la otra descansando con familiaridad en mi
muslo.
Las yemas de los dedos de mi mano derecha se arrastran por la fina
capa de cabello negro de su pecho y estómago, pero me acobardo y bordeo
su entrepierna, arrastrando los dedos por su muslo. Su postura es calmada,
relajada y confiada, pero, al apartar mi mirada de su impresionante

CK: Calvin Klein.


2
erección y llevarla a sus ojos, noto que su expresión es tan cerrada como la
mía, como si estuviera revolcándose por la emoción y tuviera tantos muros
levantados como yo. Tal vez estoy leyendo demasiadas cosas en su
expresión en blanco, pero no lo creo. Convoco a mi valor y recurro a mi
deseo, llevo mi mano de regreso desde su muslo opuesto hasta su
estómago. Se tensa, contrae su estómago mientras mi mano se acerca a su
erección. Sus ojos se nublan y sus fosas nasales se ensanchan. Su mano
metida debajo de su cabeza se aprieta en un puño, y su mano en mi muslo
se tensa y luego se relaja. Ahora lo tengo en mi puño y su carne es caliente
y suave.
Al pasar por encima de él brevemente, finalmente dejo que mi palma
descienda y el órgano grueso, veteado y oscuro se encuentra en mi mano.
Cierro los dedos entorno a él, e inhala una respiración larga y profunda. Es
exactamente tan duro en mi mano cómo se veía, pero al mismo tiempo más
suave y sedoso. Como un amortiguador de satén alrededor de un núcleo de
acero. Deslizo mi puño hacia abajo, y la cabeza bulbosa emerge de la parte
superior de mi mano, esforzándose. Con mi pulgar toco la cima, y lo
encuentro esponjoso y blando. Una gota de humedad rezuma del pequeño
agujero en la punta, y froto mi pulgar sobre ella. La mandíbula de Adam se
tensa, su respiración es más profunda, incluso las inhalaciones. Muevo mi
mano de arriba hacia abajo, y las caderas de Adam se levantan
ligeramente. Le gusta esto. Me refiero a que, duh, ya sabía,
intelectualmente, que le gustaría, pero saberlo mentalmente no es lo mismo
que ver sus reacciones, sentir su estómago tensándose y sus muslos
contrayéndose, sentir sus caderas levantándose con mi toque y ver sus ojos
entrecerrándose y calientes.
Giro mi puño alrededor de su grosor mientras llevo mi mano hacia
abajo, y luego giro de nuevo para llevarlo lentamente hacia arriba. El fluido
claro cubriendo su punta ahora se encuentra por toda mi mano y untado en
todo el grosor de la suave y amplia cabeza de su pene.
—Será mejor que te detengas —dice Adam—.O esto terminará muy
rápido.
¿Estaba a punto de correrse? No me di cuenta que sería así de fácil.
Una parte de mí quiere seguir adelante, quiere hacer que se corra. Quiero
ver que esto suceda, y sé que era así de verdad. Tal vez tenga esa
oportunidad en otro momento. Por ahora, lo suelto y luego se levanta y con
su torso abandona la cama, su boca encuentra la mía, metiendo su lengua
en mi boca, y el calor me llena. La energía me atraviesa y el deseo me
inunda. Mis manos encuentran su pecho, sus hombros, sus brazos,
acariciando los grandes músculos, trazando sus contornos y sus hendiduras.
De alguna manera me encuentro sobre espalda, y no me importa. Me
gusta su peso encima de mí, al igual que su boca en la mía, al igual que el
calor ondulante de su piel. Me gusta la presión de su cuerpo sobre el mío.
Siento su rodilla deslizándose a través de mi muslo, presionándose sobre el
colchón entre mis piernas, y luego su otra rodilla hace lo mismo, y
devoramos la boca del otro, su lengua lucha contra la mía, buscando y
restregando y le doy tanto como recibo, perdida en el beso. La presión se
enrosca en mi vientre bajo, y mis manos cobran vida, arañando su espalda
y ahora al fin encuentro el valor para agarrar su trasero, y lo encuentro
duro, tenso y me gusta, al igual que la forma en la que se siente en mis
manos, así que paso mucho tiempo acariciándolo, explorándolo,
amasándolo, bajando por los muslos de regreso hasta su columna vertebral,
y luego regreso para ahuecar ambos glúteos en mis manos.
Sus rodillas abren mis muslos y mi corazón choca contra mi pecho.
Está pasando. Va a pasar.
Lo deseo también. Voy a permitirlo.
No solamente a permitirlo, sino a darle la bienvenida. Voy a entrar en
esto con los ojos bien abiertos, sabiendo que tal vez nunca podré ver a este
hombre de nuevo, pero voy a hacer esto con él. Todavía hay miedo
hirviendo en el fondo, pero se encuentra enterrado, subsumido y debilitado.
La dulzura, la paciencia de Adam y su evidente atracción por mí, con sus
cumplidos, su tranquilidad, su comprensión de mi reticencia a responder a
las preguntas, todo esto ha debilitado el arraigo del miedo, ha socavado el
dominio del pasado sobre mí.
Ahora, me encuentro viva, y siento hambre por Adam, estoy repleta
de energía y mi piel hormiguea con la sensación de su piel contra la mía.
Siento su pene contra la cara interna de mi muslo, y su boca deja la
mía. Eso es todo.
Lo miro. Y en lugar de empujarse dentro de mí, se mueve hacia
atrás. —Tócate, Des.
—¿Q… Qué?
—Ya regreso —dice deslizándose hacia atrás en la cama—. Ahora
déjame ver cómo te tocas.
—¿Por qué? ¿A dónde vas? —Estoy perdiendo mi calor, la presión y la
necesidad. El miedo vuelve a aparecer. ¿A dónde va, por qué se va, por qué
él…?
Regresa a la cama y sus manos se encuentran sobre las mías,
empujando mis dedos entre mis muslos, y siento una chispa de electricidad
mientras nuestras manos unidas encuentran mi núcleo, y luego nuestros
dedos hacen un círculo alrededor de mi clítoris y jadeo, sus dedos se
mueven en mi apertura, y gimo, introduzco mis dedos junto a los suyos,
con el calor ondulando y la presión apretándolos, sujetándolos y
difundiéndolos, cierro los ojos y mi cabeza cae sobre la almohada. Apenas
noto que deja la cama, centrada en el creciente clímax, y luego escucho el
ruido del plástico. Mis ojos se abren para verlo abriendo un condón y
colocándoselo.
Mis ojos se abren por la aprehensión, cuando veo una vez más lo
enorme que es su pene, y me pregunto si esto dolerá. Siempre he
escuchado que duele la primera vez. No me da miedo sentir un poco de
dolor, peor me preocupa revelar el hecho de que soy virgen.
No tengo ninguna intención de decirle que soy virgen. Ninguna. No
necesita saberlo. Solo va a pasar este fin de semana en este lugar y
regresará a Hollywood para hacer películas y solamente seré un recuerdo.
Está bien. Sé en lo que me meto. No quiero que esto sea muy importante.
Es una deuda atrasada y no necesita saberlo, y no hay forma de que se lo
pueda explicar.
Me observa, y me pregunto momentáneamente si puede leerme la
mente, si de alguna manera puede ver mis pensamientos, porque me mira
y sus ojos son tan penetrantes, tan inteligentes, tan perceptivos, ven tan
profundamente en mí que seguramente puede percibir el origen de mis
nervios. Se arrodilla entre mis muslos. Ya no me toco, perdida en mis
pensamientos, en mi discurso interno.
Y entonces sus dedos me encuentran, y jadeo mientras frota un dedo
contra mi clítoris. Hace círculos dos, tres veces, y entonces baja sus dedos
hasta mi entrada, e inhalo mientras un relámpago me recorre. Mis caderas
se elevan, él hace círculos y el relámpago me golpea de luego , suelto un
gemido, luego hunde sus dedos y encuentra un lugar profundo en mi
interior que me hace jadear con un gemido y alzar mis caderas por
completo de la cama.
Y entonces me estoy viniendo de nuevo tan fácilmente, tan
rápidamente, me presiono contra sus dedos y gimo y lo siento sobre mí,
abro los ojos y fijo mi mirada en sus ojos verdes, y ahora sé que es el
momento, ahora…
Estoy abierta, su pene es una presión caliente y dura en mi entrada,
y me mira intensamente. Suelto un gemido cuando se adelanta solo un
poco, por el dolor ardiente de acomodarlo. Oh, duele. Duele. Me quedo sin
aliento por el dolor, pero todavía me estoy corriendo, sus dedos se
encuentran en mi clítoris, haciendo círculos para sacarme olas de orgasmos
pero no puede alejar el ardor.
Estoy llena. No puedo soportarlo, no puedo soportarlo… se encuentra
en mí, sobre mí y en mí, y estoy a punto de reventar, enloquecida por la
sensación de ser penetrada, perforada.
Pero no es aterrador. Sus ojos son suaves y seguros, me observan, y
creo que tiene que saber que es mi primera vez, pero si lo sabe, no ha
dicho nada y no creo que lo vaya a hacer.
Ni siquiera está completamente en mi interior todavía, pero se
detiene, su cara muestra que se está conteniendo. Ahora que se ha
quedado inmóvil, mis músculos tienen la oportunidad de acostumbrarse, de
estirarse, y el dolor desaparece, se transforma en algo más, algo más
caliente y profundo.
—¿Te encuentras bien? —gruñe.
Asiento. —Sí. Sí. Dios, sí. —Toco su trasero, lo jalo—. Más.
Y digo eso porque quiero más. El dolor, la quemazón y la ligereza
post-orgasmo se está transformando en algo más poderoso en mi interior, y
la intensidad de su presencia encima de mí, sus ojos, su mano cerrada en
un puño en la almohada al lado de mi cara, y su otra mano encontrando mi
pecho y retorciendo mi pezón para hacerme jadear, todo está conspirando
para hacerme querer desesperadamente algo, querer más, de él.
Querer esto.
Sexo.
Estoy teniendo sexo.
Con Adam Trenton.
Se recarga en un codo, apoya su peso en un brazo, el otro todavía
juega con mi pezón. Su boca encuentra la mía y sus caderas se mueven
hacia las mías, y se empuja más profundamente.
Hace retroceder su cadera y entonces se lanza hacia adelante y
siento un dolor agudo, breve y punzante, como si algo se desgarrara, pero
es tan rápido que para el momento en el que jadeo, ya se encuentra
completamente en mi interior y el dolor se ha ido, ni siquiera permanece
como un recuerdo, y él se aparta y sus ojos están en los míos, con
curiosidad.
Lo beso, levantándome y llevando mi mano hacia su nuca, jalándolo
hacia mí para meter mi lengua en su boca y ahora se mueve, lento y es tan
bueno, tan bueno, una quemazón, un estirón, una saciedad y una sensación
de estar completa, estar llena con Adam mientras se mueve, retrocede, se
empuja, y la quemazón ahora es placentera, tan placentera.
Va lentamente, y cada retroceso me hace gemir por su perdida, y
cada vez que me llena me hace gruñir con el alivio de tenerlo de vuelta en
mi interior.
—Oh, Dios, Adam. —No puedo evitar decirlo. Quiero que sepa que me
gusta esto. Tiene que saberlo, por los sonidos que hago, pero quiero
decirlo—. Tan bien, te sientes tan bien.
Hunde su cara en mi cuello y se empuja profundamente, y jadeo con
un chillido por la profundidad de su embestida, por el surgimiento del
éxtasis de tenerlo tan profundo. —Estás tan estrecha, Des. Dios, te sientes
perfecta.
Retrocede, y me muevo sin pensarlo. Lo rodeo con mis piernas y lo
atraigo hacia mí. —No, necesito… oh Dios…
—¿Qué? Dime qué necesitas.
—Más. Más profundo. Más. Necesito más de ti, Adam. —Me sonrojo
furiosamente al escucharme hablar de esa manera, por decir eso, pero
gruñe y se hace hacia atrás para sentarse sobre sus talones.
Su pene se encuentra alejado de su cuerpo, y me pregunto qué tan
cómodo puede ser eso, y lo que hace, y luego… oh, oh Jesús. Se sienta
sobre sus rodillas, toma mis muslos en sus manos y desliza sus manos
debajo de mi trasero, me levanta, me lleva hacia él. Oh Dios, me encuentro
completamente llena con él, está todo en mi interior, definitivamente no
puede ir más profundo…
Pero entonces me agarra las caderas y me alza en el aire de alguna
manera y no sé cómo se las arregla, pero lo hace, y hace retroceder mis
caderas, saliéndose y retuerzo los dedos en las sábanas a mi lado, mi boca
se abre, mis ojos se amplían y embiste en mí.
—¡MIERDA! —grito, todo mi cuerpo sacudiéndose, mis caderas van
hacia las suyas por su propia cuenta, y el pecho de Adam retumba, sus
dedos se hunden en la piel de mis caderas y me atrae hacia él.
—Mierda, Des, te sientes tan bien. Quiero que esto dure más, pero te
sientes demasiado bien. —Sale de nuevo, letalmente, y entonces entra, con
rapidez y fluidez.
Ahora sé lo que quiero; cuando sale de nuevo, espero hasta que esté
a punto de embestirme de nuevo, llevo mis caderas hasta las suyas,
respondo a su embestida, y cuando nuestros cuerpos chocan, jadeo sin
aliento por el éxtasis mareante e intoxicante que me recorre. Ahora se
encuentra tan profundo, empujándose en mí hasta que ya no puedo
soportarlo más. Embiste y mi clítoris choca contra su cuerpo y tiemblo, y
entonces sale y gimoteo por el vacío, y ahora él gruñe con cada embestida.
Todo su cuerpo se tensa, como si estuviera usando todo su poder
para controlarse. Cada embestida es controlada, lenta y cuidadosa, y me
doy cuenta de que es porque sí se está conteniendo, es cuidadoso y gentil.
No quiero que sea cuidadoso o gentil, no totalmente. No creo que
esté lista para que Adam se libere completamente, pero quiero que se
suelte solo un poco, al menos. Me muevo con él, bailo contra él, y comienza
a moverse más rápido, así que me muevo más rápido junto con él, y ahora
casi puedo predecir sus movimientos, y siento ansias de él, necesito más, lo
necesito todo, necesito su calor y su peso.
Siento el aumento de la presión, el calor que hierve, y sé muy bien lo
que eso significa: estoy teniendo un orgasmo, y lo quiero. Pero tengo más
ganar de sentir a Adam corriéndose, de sentirlo explotar, de sentirlo tomar
su propio placer.
Así que me balanceo contra él, le apremio a que vaya más rápido sin
palabras, y él imita mi ritmo acelerado, e incluso comienza a aumentarlo
por su cuenta. Sus ojos se cierran y sus manos se aferran a mis caderas
más fuertemente, casi dolorosamente, pero me gusta, y me gustan las
pequeñas señales de que pierde el control. Y ahora gruñe sin parar,
también me gustan los sonidos de su esfuerzo, como el retumbo bajo de su
voz en su garganta mientras comienza a penetrarme con más fuerza, sin
embestir y retroceder, sino empujándose más y más profundamente.
Suelta mis caderas, se inclina con ambas manos a los costados de mi
cara y sus caderas comienzan a moverse más y más rápido. Recorro su
espalda con mis manos, ansiosa de tocarlo, de sentir el movimiento de sus
enormes músculos, y entonces agarro su trasero y jalo, tironeo y lo apremio
a moverse.
Dios, esto es asombroso. Creo que se encuentra cerca. Y entre más
se acerca, mejor se siente. Cada embestida aumenta el calor, me saca
gemidos, y aumenta la presión dentro de mí. Su cara está hundida en mi
pecho y su espalda se arquea y se endereza, brilla por el sudor, y agarro su
cabeza, lo sostengo y digo su nombre…
—Adam, sí, dios… no pares, no pares… ¡SÍ, Adam, sí! —Ni siquiera
me importa cómo me escucho, si es cliché, porque ahora me doy cuenta de
por qué existen esos clichés, de por qué no puedes evitar decir lo que sale
de tu boca cuando se encuentran dentro de ti, perdiendo el control y
quitándote tu control, y explotas y él está al borde de detonar en tu interior.
—Diablos, Des, estoy allí, nena, me encuentro muy cerca…
—Yo igual, Adam oh Dios… ¡fóllame con más fuerza! —Santa mierda,
ni siquiera sé de dónde vino eso, pero hace que se vuelva salvaje.
Gruñe con fuerza y se me acerca, más profundamente entre mis
muslos, y envuelvo su trasero con mis piernas y lo atraigo hacia mí y
balanceo las caderas contra las suyas y gruñe, ahora su cara muestra una
contención.
No me atrevo a cerrar los ojos, incluso cuando siento el orgasmo
recorriéndome, incluso aunque jadeo y me agito mientras el fuego me
traspasa y la presión explota en mi interior y me hace sacudirme debajo de
él, aferrarme a él y balancearme con él. Lo observo, y veo el momento en el
que se libera. Sus ojos se abren y su mirada verde pálida es ardiente,
intensa y firme, sus párpados caen, y sus embestidas se vuelven locas y
salvajes y entonces me embiste profundamente, una vez, con fuerza, y
entonces de nuevo, nuestras miradas enlazadas, algo intangible pero
potente es intercambiado entre nosotros en ese momento. No puedo
escuchar, apenas puedo ver, solo puedo registrar la pulsación de mi clímax
y la forma en la que su pene palpita en mi interior, el calor me llena, su
sudor cubre mi piel y su boca choca contra la mía, porque es imposible no
besarlo en este momento.
No solo es un beso.
Absorbo esta verdad con la saliva en su lengua y el poder de sus
caderas, y sus dedos enterrándose en mis caderas y la explosión mutua de
nuestro orgasmo. Es algo más, es algo más profundo.
Cansado, sus labios se mueven sobre los míos, mojados y
desesperados, y lo beso en respuesta con todo lo que tengo, sabiendo que
algo acaba de ocurrir entre nosotros.
Cae sobre su costado, llevándome con él, y un suspiro se le escapa.
—Santa mierda, Des. Santa mierda.
Ni siquiera puedo formar palabras. —S… Sí.
Sus ojos van hacia los míos. —Eso fue… increíble —dice, y luego se
levanta de la cama y va hacia el baño.
Lo veo mientras usa una larga tira de papel higiénico para quitarse el
condón, lo envuelve y lo tira. De manera disimulada, me levanto para
revisar la sábana en donde me encontraba acostada, pero está limpia y
blanca. Si sangré, aparentemente no fue lo suficiente como para manchar la
cama, y le agradezco a Dios eso.
Regresa a la cama, se desliza a mi lado y extiende sus manos,
buscándome. Me acomodo con él, mi mano descansa en su hombro, mi
pecho se presiona contra su costado, mi muslo contra el suyo.
Nunca antes he estado más contenta en mi vida. Somnolienta, me
dejo ir.
7
Traducido por Khira Sullivan, CJ Alex & SOS MadHatter
Corregido por Danny Hart

Esto… no es lo que esperaba. Ella no es lo que esperaba. Dulce,


receptiva, entusiasta. Es una chica dura, independiente, cerrada. Pero una
vez que cedió a estar conmigo, se transformó. Cambió… simplemente por
completo. Se transformó en una mujer voraz, insaciable y erótica.
Quiero más de ella; es peligroso.
Las preguntas hierven en mi interior, y sé que si las digo,
enloquecerá y huirá.
Así que la abrazo y mantengo mis preguntas para mí. Mis manos
acarician su espalda en círculos, y su respiración se vuelve regular, su
cuerpo descansando contra el mío se relaja. Su mano se encuentra en mi
pecho, sus dedos ligeramente curvados. Examino su mano. Es una mano
delicada y femenina, pero sus uñas son cortas y presentan curvas perfectas.
Bien cuidadas, pero no largas ni pintadas.
Las puntas de mis dedos tiemblan por su espalda, entre sus
omóplatos en donde sé que está el tatuaje. Hay protuberancias en donde sé
que se encuentra la tinta, largas ronchas elevadas. Tejido cicatrizado. Estiro
mi cuello y reviso su espalda. Toco las letras del texto tatuado en su piel, y
encuentro la parte baja de la cicatriz. El tatuaje cubre algo. El texto es
largo, cada letra mide al menos un centímetro y medio de alto. Las
cicatrices son importantes. Aunque no puedo imaginarme qué tipo de
cicatrices son.
Y entonces noto otro tatuaje. En sus costillas, arriba en su costado
izquierdo. Incluso utilizando un vestido sin mangas o sin tirantes, el tatuaje
pasaría inadvertido al menos que estuvieras buscándolo.
El lugar seguro…
Las puntas de mis dedos rozan las letras tintadas en forma diagonal
justo desde su axila hacia su espalda. Y sí, debajo del tatuaje también hay
más tejido cicatrizado. El mismo que en su espalda, ronchas elevadas,
líneas estriadas y ásperas de una vieja cicatriz de algún tipo.
Jesús. ¿Qué ha soportado esta chica?
Hace un sonido bajo en su garganta, un murmullo somnoliento, y se
aleja de mí. Y mientras lo hace, veo dos tatuajes más hechos con la misma
letra bien cuidada pero simple. Uno se encuentra en el lado opuesto de su
cuerpo como el de debajo de su axila, escrito nuevamente en diagonal
desde justo por encima de su cadera hacia arriba, hacia su espalda:
A donde podemos ir como somos…
Y sí, debajo de ese también hay más tejido cicatrizado.
Mi garganta se contrae, mi corazón se tensa. Necesito saber.
Los últimos dos tatuajes están en su pierna izquierda, en el lado
exterior de su muslo, en lo alto, casi escondidos debajo de su trasero. El
tejido cicatrizado de aquí es más grueso, más duro. El texto se encuentra
escrito una vez más en ángulo, desde la cara externa de su muslo hasta la
interna, inclinados de arriba hacia abajo:
… y no ser cuestionados.
Des rueda otra vez, y veo un quinto tatuaje en su pierna derecha, en
el frente de la parte superior de su muslo en donde se escondería por todo
menos por la falda o el pantalón más corto que usara. Es el más pequeño, y
se envuelve en la parte frontal de su muslo hasta alrededor de su costado,
y este es recto, no angulado como los otros:
~ Maya Angelou.
Agarro mi teléfono de la mesita y accedo a la barra de búsqueda de
Google, escribiendo el inicio de la cita, y autocompleto el resto. Entro en el
primer enlace y leo la cita completa: “El ansia de tener un hogar vive en
todos nosotros, el lugar seguro a donde podemos ir como somos y
no ser cuestionados” ―Maya Angelou.
El ansia de tener un hogar.
Las cicatrices están en su espalda y en sus piernas, anguladas de una
forma como si sugiriese que lo que la golpeó para crear las cicatrices venía
desde arriba, y ella se encontraba encogida para protegerse.
No puedo evitar tocar el texto en su muslo, el tejido estriado debajo
de la tinta, y ella se agita, parpadea, viendo el lugar que tocan mis dedos, y
siento que se tensa.
Sus ojos se abren mucho, el resto de su expresión cuidadosamente
en blanco. ―Adam, yo… los tatuajes son…
Toco sus labios con un dedo, deteniéndola. ―Des, te dije que no
preguntaría. No lo estoy haciendo. Todo lo que diré es que me sentiré
honrado de saber más de ti. Si te sientes con ganas de compartir algo, lo
escucharé y te prometo que no te juzgaré.
Parpadea. ―Diablos. Adam, no es tan sencillo. No puedo solo…
compartirlo. No es nada de eso. Es demasiado para… incluso saber por
dónde empezar. ―Se sienta, sosteniendo la sábana contra su pecho y
siento que se retira emocionalmente―. Y además, te vas a ir… ¿cuándo?
¿Mañana? ¿El lunes?
Suspiro. ―Mañana.
Mira el reloj, que marca las 12:15 a.m. ―Y, ¿adivina qué? Ya es
mañana. Así que no tiene punto meternos en eso.
Asiento, aunque algo en mí se rebela contra la idea de solo dejarla ir
tan fácil. ―Lo entiendo.
―Y no es como si me hubieras dicho mucho de ti, tampoco. Esto no
es lo que fue esto, Adam. No es lo que nunca llegará a ser. Lo sé. Me
encuentro bien con eso. ―Se escabulle hacia el borde de la cama―. Debería
irme.
Agarro su muñeca, deteniéndola. ―No te vayas. Solo quédate aquí
por esta noche.
Ni se aleja ni regresa. ―¿Por qué?
Suelto su muñeca y paso mi palma por su antebrazo, deslizándome a
través de la cama hacia ella, y entonces llevo mi mano desde su bíceps
hacia su nuca. ―Porque no he terminado contigo.
Se inclina hacia mí, quizás por accidente, de forma automática.
―¿No?
Beso la base de su cuello, clavando mis dedos en su grueso cabello
negro y tiro de su cabeza hacia atrás para desnudar su garganta, besándola
allí. ―No. No he tenido mi ración de ti.
Lo que no digo es que no estoy seguro de ser capaz de conseguir mi
cuota. Dejo una línea de pequeños besos ligeros por su garganta, hasta
llegar a su barbilla, y entonces en su boca, y luego tengo su lengua entre
mis dientes y mi palma en su muslo interno, tocando los alrededores. Gime
en mi boca mientras encuentro su humedad y su calor con mis dedos. Otro
gemido, y entonces su mano pasa por mi estómago y encuentra mi polla.
Sus ojos se abren rápidamente, y veo su mirada paseando alrededor
de la habitación, viendo el preservativo extra que dejé en la mesita lateral.
Me empuja sobre el colchón, se desliza a horcajadas sobre mí y alcanza el
paquete cuadrado. Lo rasga con sus dedos, libera el círculo y lanza el
paquete vacío. Sentándose sobre mis muslos, juega con el condón,
rodándolo de un lado y otro hasta que determina de qué lado se abre.
Tomando mi pene en una mano, ajusta el círculo alrededor de la punta y lo
hace rodar con una mano, luego utiliza la otra mano para empujar el resto
del camino.
Descanso mis manos en sus caderas, decidiendo dejarla hacer lo que
quiere, por ahora. Se inclina, sus senos se deslizan sobre mi pecho, suaves
y calientes contra mi piel, y su peso me presiona contra el colchón. Sus
labios tocan mi hombro, mi barbilla, mi mandíbula, la comisura de mi boca
y entonces nos besamos y mi respiración se ha ido. Su beso es suave, lento
y profundo. Una mano soporta su peso, una palma en el colchón junto a mis
costillas, la otra acariciando mi pecho mientras nos besamos. Se inclina un
poco más, y su mano libre se cuela entre nuestros cuerpos. No rompe el
beso mientras guía mi polla hacia su entrada, no, lo profundiza, abriendo su
boca para la mía y demandando mi lengua. Siento que sus labios se abren y
aceptan la cabeza de mi pene, y entonces se detiene. Rompe el beso,
suspirando por lo bajo, y luego su frente toca mi pecho, observando
nuestros cuerpos uniéndose mientras baja sus caderas, tomándome más
profundo, oh, tan lentamente, centímetro a centímetro, y con cada
incremento respira superficialmente, y mira, observa mi polla penetrándola.
―No sé cómo encajas, pero lo haces ―susurra.
―¿Duele? ―pregunto.
Niega con un gesto. ―No. Bueno, sí, un poco, pero es tan bueno. Oh
Dios, sí, es tan bueno. ―Ahora se encuentra completamente empalada, su
trasero situado contra mis caderas.
Sus manos van hacia mi pecho, soportando su peso sobre mí, y uso
mi propia mano para acariciar su exuberante piel bronceada en donde
quiera que la toco, sus caderas, sus muslos, su trasero, su espalda,
entonces sostengo sus pesadas tetas mientras se balancean por encima de
mí, y gime cuando mis dedos encuentran sus pezones y los pellizcan, los
balancean y los hacen girar. Rueda sus caderas, manteniéndome profundo.
Lentamente, moviéndose, con meneos apabulladores de sus caderas, su
boca abierta, sus ojos muy abiertos y enfocados en los míos, su cabello es
una gruesa cortina negra encima de un hombro.
Entonces agacha la cabeza, y finalmente la levanta, y sus dientes
capturan la comisura de su labio inferior. Dios, amo eso, la forma en la que
muerde esa esquina de su labio, como si quisiera decir algo pero se siente
demasiada abrumada como para formar palabras. Oh mierda, mierda,
mierda, su coño es estrecho, tan estrecho, tan increíblemente estrecho,
apretándome como a un tornillo, tan caliente, resbaladizo y perfecto que no
puedo tomarlo, solo puedo gruñir y gemir mientras hunde sus caderas y soy
presionado en lo profundo de su interior y ambos gemimos en voz alta.
―Mierda, Adam. Jesús, se siente tan bien.
―Des. No te detengas. Déjame sentirte venir, justo así.
Ahora está encontrando su ritmo, levantándose y hundiéndose, y me
encuentro tenso y nervioso, conteniéndome. Aún no estoy cerca, pero
puedo sentirlo elevándose y ella justo ahora está encontrando su ritmo,
gimiendo con cada penetración. Y en este momento se mueve un poco más
rápido, aprieto los dientes y me muevo con ella, levantándome mientras se
hunde en mí, y no puedo apartar la mirada. Sus tetas se balancean y
rebotan, sus pezones lucen duros y gruesos, y sus caderas suaves y
rellenas generosamente con piel sedosa y dulce, su trasero me está
golpeando y sus labios tiemblan sobre los míos, intercambiando besos
descuidados al tiempo que empieza a perder el control.
Me controlo, porque quiero observar cuando se corra, quiero ver cada
expresión, leer cada emoción, recoger lo que pueda por la forma en la que
se corre por mí.
―¡Adam, oh mi dios, Adam, me vengo! ―Ahora se encuentra
frenética, su rostro presionado en el hueco de mi hombro, sus dedos
clavados en mis músculos pectorales, y sus caderas siguen impulsándose
sin descanso, con fuerza, rapidez y de forma salvaje―. ¡Oh Dios! Oh
mierda… oh…
―Mírame cuando te vengas, Des ―le ordeno, sacando una mano de
sus caderas para levantar su mentón. Se resiste, enterrando su rostro más
profundo en mi cuello, así que agarro un puñado de cabello cerca de su
cuero cabelludo y tiro suavemente pero con insistencia mientras chilla en
silencio―. Mírame, cariño, déjame ver esos grandes ojos marrones cuando
te vengas.
Levanta su cabeza, y apenas puede mantener sus ojos abiertos, pero
los fija en los míos, su boca se encuentra muy abierta y sus dedos se
introducen casi dolorosamente en mi pecho, y se mueve contra mí, su coño
mojado y resbaladizo en mi polla, el que vibra con la necesidad de liberarse,
pero lo limito. Lo contengo.
Y se corre. Se levanta, casi perdiendo a mi pene en el proceso, y
entonces baja de golpe. Jadea. Se levanta, vacila, y baja de golpe otra vez,
y en esta ocasión realmente grita, un sonido de liberación alto y áspero.
Utilizo ese momento para darle vuelta, nivelándola sobre su espalda,
y luego guiándola sobre su estómago. Me acomodo detrás de ella,
levantándola por las caderas, y se mueve conmigo, haciendo que ese gran
trasero fino y redondo me enfrente, dejándolo al descubierto para mí,
presentándomelo. Lo golpeo, tomándome un segundo para apreciarlo, y
entonces me arrodillo, metiendo mis manos entre sus muslos para
encontrar su entrada y guiar mi polla a su interior. Lato por el esfuerzo, de
forma dolorosa, y combatiendo la urgencia de correrme en este momento.
Ella descansa sobre sus rodillas y sus codos, y respira profundamente
mientras la penetro por completo con un solo golpe suave.
Suelta el aire lenta y temblorosamente mientras despacio y
gradualmente me introduzco aún más. Quiero tomarme mi tiempo con esto.
Hacerlo durar. Saborearlo. Sostengo su trasero entre mis manos,
acariciando cada nalga con mis palmas. Entonces no puedo contenerlo más.
Se siente demasiado bien. Se empuja contra mí cuando yo lo hago de forma
lenta, rítmicamente. Una y otra vez. Y ahora siento el orgasmo hirviendo en
mis bolas, sintiendo la desesperación brotando dentro de mí, y me muevo
más rápido.
Des ahora también está gimiendo, y el sonido de su voz, la evidencia
vocal de su disfrute hace que me mueva con más fuerza, con más
profundidad, y eso solo la hace gemir más fuerte, y me encuentro cerca de
perderlo. Extiende sus manos por delante, empuñando la sábana con ambas
manos, y luego mete una entre sus piernas.
―Sí, Des, tócate. Toca tu clítoris mientras te follo.
―¿Te vas a correr pronto?
―Sí, cariño, estoy cerca… Estoy justo allí.
Tomo la curva de sus caderas en mis manos y las llevo hacia atrás
con mis embestidas, y ahora la habitación se llena con mis gruñidos de
esfuerzo y el sonido de mis muslos golpeando los suyos, mis caderas y mi
estómago golpeando su trasero y mi pene llenándola. Siento sus dedos
moviéndose y ahora gime conmigo al mismo tiempo, sus caderas
encontrando las mías, embestida tras embestida.
―Ahora, Adam, córrete ahora. También estoy corriéndome. Oh Dios,
oh mi Dios maldita sea…. ―Su voz se vuelve ronca y cuando presiona su
torso contra el colchón, me deslizo aún más profundo.
―Oh mierda, Des. Se siente tan bien. Me voy a correr con tanta fuera
―gruño las palabras, las digo entre dientes, y entonces no puedo hablar
porque exploto y ella está empujándose duro y rápido.
Todo mi cuerpo se detiene y se siente como si el fuego corriera por
mis venas y se fundiese en mí, en mis intestinos, saliendo disparado de mí,
vaciándome. Su orgasmo hace que tiemble, que gruña y que mueva su
trasero contra mí, y siento las paredes de su coño comprimiendo mi pene, y
sigo corriéndome, incapaz de controlar o atenuar el golpeteo de mis
caderas. Ella lo acepta, toma cada choque duro de mi cuerpo contra el suyo,
y gime de placer por más.
Dios, ella es el cielo, está perfectamente formada para tomar todo lo
que tengo y lo ama, lo necesita, lo desea. Es lo que siento que sale de ella,
en este momento, y me pregunto si pensaría diferente cuando el momento
se haya ido, cuando nuestro calor se haya apagado.
Se deja caer y se lo permito, saliéndome y tomando un momento
para descansar antes de retirar el condón y limpiarme. Cuando regreso a la
cama, se encuentra tendida sobre su espalda y me observa, su mirada
yendo hacia el balanceo de mi polla debilitada y luego a mis ojos.
Ninguno de los dos habla mientras la acuno contra mí. Se adapta con
facilidad, de forma natural, encajando en el refugio protegido de mis brazos
y somos como dos piezas de un rompecabezas encajando.
Se queda dormida rápidamente, y yo no duro mucho más.

***
Estoy entrando en pánico. Dios, estoy entrando en pánico. Adam ya
se ha levantado, a pesar de que estuvimos despiertos hasta después de la
una de la madrugada y apenas son las ocho. Ordenó el desayuno y no sabe
que estoy despierta.
No quiero ir a casa. No quiero que se regrese a L.A. Lo observo con
los ojos entrecerrados y mi corazón se tensa. Ayer por la noche fue tan
atento, tan suave, tan dulce. Hasta el final, hasta cuando empezó a perder
el control, y entonces fue poderoso y primitivo, y honestamente fue la cosa
más caliente que he visto, la forma en la que me dio la vuelta y me
posicionó como él quería, y solo… me tomo.
No me importaría dejar que saliera con la suya conmigo más a
menudo. Me gustaría jugar con él, jugar duro para conseguir y hacer que
me tome. Yo lo empujaría y lo tomaría por mí misma, cuando quisiera.
Pero eso no pasará.
Se irá, y en una semana volveré a Detroit para tomar las clases de la
mañana y a la noche los turnos limpieza del aula. Y nunca nos veremos de
nuevo. Esto es todo lo que voy a tener con él, así que intento absorber
todo. Contemplo las líneas duras y ángulos de su cuerpo, los músculos
pesados y planos, los abdominales de fuerza masculina. El color verde
pálido inteligente de sus ojos, el poder gentil de sus manos.
La forma en la que me besa, como si intentara devorarme, de
ahogarse en mí, y subsumirme en su esencia, todo a la vez.
La forma en la que se mueve dentro de mí, despacio y con cuidado
hasta que no puede aguantar más, pierde el control y se convierte en una
bestia enorme, dura y hambrienta, una bestia que es sensual, dominante,
exótica y embriagadoramente adictiva.
Me encuentro tan jodidamente adolorida. O adolorida por follar. Mis
muslos duelen, los músculos siento que me queman por el esfuerzo. Sin
embargo, mi sexo es lo que duele más. Es una sensación que no puedo
describir, ni siquiera a mí misma. Es un dolor, un sentimiento extendido, un
ardor después de la plenitud… y lo amo. Es una sensación increíble.
Ya no soy virgen.
Quiero chillar y dar patadas, especialmente cuando mis ojos aterrizan
en la calentura extrema que es Adam Trenton, sin camisa, usando nada
más que un par de pantalones cortos de baloncesto bajos en las caderas.
Ahí está la V de los músculos abdominales que conducen a su pene, y Dios,
quiero eso de nuevo. Mirarlo. Sentirlo.
Incluso tal vez probarlo.
Mi corazón da un vuelco, mi estómago se vuelve ligero y mi mente
da vueltas. No puedo creer que los últimos dos días hayan sido reales. Que
estoy realmente aquí, desnuda, en la cama de Adam Trenton. Que
acabamos de tener sexo alucinante...
Al menos alucinante para mí.
Lo que me hace preguntarme qué piensa de todo esto. Si esto es
normal para él, o si esto fue una expectativa estremecedora para él como lo
fue para mí. Quiero decir, sé que yo nunca seré la misma otra vez.
Mi corazón se contrae, y me obligo a mantener la calma, a respirar
lentamente y a alejar el exceso de emociones. Solo fue sexo. Para él, y para
mí.
Solo sexo. No te apegues. No sabes nada sobre él, o él de ti. No te
debe nada. Y tú no le debes nada.
Sin embargo, todo mi ser se rebela contra esa línea de pensamiento.
Quiero que sea más. Quiero que él quiera que sea más.
Un golpe en la puerta hace que cierre los ojos y finja que sigo
durmiendo. Adam abre la puerta, hablando en voz baja. La puerta se cierra
de nuevo, y escucho el peso de sus pasos entrando en la habitación.
—Ya te puedes levantar, Des. —Su voz viene del lado de la cama.
Me incorporo lentamente, llevando la sabana conmigo, apretándola
contra mi pecho. Sus ojos se encuentran sobre mí, pasando por mi cabello,
el cual debe parecer un nido de ratas, por mis ojos y mis hombros. —Hola
—digo.
Tiene una taza de café en cada mano, uno negro y uno con crema de
color caqui. —¿Cómo te gusta tu café?
Agarro el que tiene crema —¿Este tiene algo de azúcar?
Niega. —No, ¿quieres?
Lo tomo y sorbo. —No, gracias. Está perfecto.
Se sienta, bebe su café, me observa beber el mío y yo a él. Es un
momento muy intenso. —No estaba seguro de lo que querías desayunar, así
que conseguí un poco de todo. Bollos, tortilla de huevo, tostadas francesas,
huevos revueltos y tocino, algunas tostadas de centeno.
Le sonrío. —Tostadas francesas y tocino.
Coloca su taza sobre la mesa de noche, baja hasta el vestíbulo y
recoge los platos con cubierta de metal, transfiere el tocino de un plato a
otro, la tostada y la tortilla a un segundo plato, y los lleva hasta la cama.
Los ordena a mis pies, y luego regresa a buscar los cubiertos, la
mantequilla, el jarabe y la jarra de café. Se acomoda en la cama a mi lado,
alcanza el plato con tostadas francesas y el tocino y me lo da, junto con un
tenedor y un cuchillo, y luego toma el suyo.
—Ataca, nena —dice.
Me siento con las piernas cruzadas, y trato de encontrar una manera
de comer mientras mantengo la sábana metida debajo de mis brazos. Adam
me observa durante unos segundos, luchando contra una sonrisa.
—¿Qué? —pregunto, mirándolo de reojo.
Se encoge de hombros, la sonrisa muere en sus labios, yéndose
inmediatamente. —Nada. Es que eres tan jodidamente linda que es ridículo.
—¿Y eso significa que…? —pregunto.
Mete un bocado de huevos en su boca y habla después de haber
masticado varias veces. —De repente estás siendo tan modesta. Es lindo
simplemente.
Suspiro. —No me importaba cuando estábamos en el momento, pero
ahora, es diferente. No soy... ni siquiera me cambio delante de Ruthie, y la
conozco desde hace años, comparto con ella esa caja de zapatos que
tenemos por habitación cada verano.
—¿Por qué? —pregunta mientras alcanza su camiseta del suelo y me
la pasa.
Me la pongo con una sonrisa de agradecimiento.
—¿Por qué, que? —Corto la tostada francesa en pequeños cuadrados
y tomo un bocado. No puedo evitar que un gemido de felicidad se me
escape mientras los sabores ricos explotan en mi boca. Esta no es una
tostada de IHOP3. Es comida gourmet de lujo, llena de especias e
ingredientes que no puedo identificar, pero sé que nunca antes los he
comido en una tostada francesa.
—Están buenas, ¿no? —dice Adam—. ¿Por qué te incomoda tanto
estar desnuda?
Me encojo de hombros y mantengo los ojos en mi desayuno en lugar
de mirarlo. —Simplemente soy así. Por un montón de razones.
Suspira y toma varios bocados. Puedo sentirlo pensando y
procesando. —Realmente no me dirás ni una sola palabra de ti, ¿verdad? —
dice eventualmente.
—No es eso, Adam. Yo solo… no le veo el punto. —Apuro un trozo de
tostada francesa con jarabe, y la paso con café.
Una vez más no responde inmediatamente. —¿No le ves el punto a
conocernos el uno al otro?

3
IHOP: The International House of Pancakes (IHOP) es un restaurante establecido
en los Estados Unidos especializado en desayunos.
—No realmente. —Finalmente lo miro. Luce preocupado, a juzgar por
la expresión de su cara—. Es decir, no es como que tú me hubieras contado
mucho tampoco.
Adam junta lo último de los huevos en una pila. —¿Qué quieres
saber? —Se ríe, pero no hay humor en ello—. Que no se pueda encontrar
con una búsqueda rápida en Google, me refiero.
Gruño por la frustración y hago mi plato a un lado, vacío, excepto por
el tocino, que guardé para el final. —Adam, Dios. No es acerca de
información. Estoy segura de que me dirías lo que quisiera saber. No dudo
de ello. Y no te escondo nada.
—Entonces dime algo. Una jodida cosa.
—¿Por qué? —Mordisqueo una loncha de tocino—. ¿Cuál es el punto?
No hagamos de esto algo que no es, Adam.
Gruñe por la frustración. —Sigues diciendo eso. Lo que es esto y lo
que no lo es. Pensé que ya habíamos pasado por esto.
—Adam. No tienes relaciones sexuales con alguien que apenas has
conocido durante cuarenta y ocho horas, y piensas que va a ser tú pareja
ideal. Especialmente cuando te vas a ir. Eso es a lo que me refiero. —Tengo
que alejar la decepción que siento cuando no está en desacuerdo—. He
pasado un gran momento, Adam. Eres increíble. Esto ha sido increíble.
Honestamente, los dos mejores días de mi vida, y esa es la verdad. Así que
gracias.
—Así que me vas a decir que no sentiste… no sé cómo decirlo… una…
una ¿conexión? Anoche, ¿no sentiste eso? —Sus ojos se clavan en los míos,
e intento negar desesperadamente lo que veo allí.
Tengo que protegerme. No puedo ir allí con él. No puedo dejar que
sepa que sí la sentí, que aún la siento. No puedo apegarme. No puedo dejar
que mis emociones salgan de la jaula. Así que miento, más o menos. —Es
decir, ¿tal vez? No lo sé. Fue un sexo increíble, sentí eso. —Lo cual es cierto
y espero que sonara casual. No es como si tuviera con qué compararlo.
Adam me mira fijamente por un largo momento, sus ojos
penetrantes, exigentes y abiertos. Veo sus emociones. Veo que sintió algo,
tal y como yo lo sentí. Pero sigue sin significar nada. Se irá, y nunca lo veré
de nuevo, así que ¿cuál es el punto? Mantengo mis ojos neutros. Me toma
cada gramo de fuerza que poseo el hacerlo. Tengo toda una vida de
experiencia en enterrar mis emociones, una vida de negar el dolor de la
soledad, el dolor de los puños o del cinturón de un padre adoptivo, el dolor
de no ser apropiada, de no pertenecer a ningún lugar, de no tener un
verdadero hogar. Sé cómo bloquearlo todo, cómo pretender que no me
afecta nada. Sé hacerlo como respirar, porque es lo que hago, lo que
siempre he hecho y lo que siempre haré. Así que lo hago. Imagino una
pared de ladrillo subiendo, ladrillo a ladrillo, alrededor de mi corazón,
alrededor de mi alma, alrededor de mis emociones, y la construyo muy alta,
y fuerte.
Después de una eternidad, Adam levanta de nuevo su café y coloca la
taza sobre la mesita de noche con una delicadeza excesiva, como para
combatir las ganas de destrozarla. Y luego se pone de pie, con los hombros
tensos, deja escapar una respiración, y camina con una precisión rígida
hacia el balcón, cerrando la puerta detrás de sí.
Me quedo en donde estoy, quieta, en silencio y fría.
Pero no puedo dejarlo así. No puedo marcharme y dejar que piense
que esto no significó nada para mí. Sin embargo, no puedo alejarme, no
cuando puedo ver el dolor en la depresión de sus hombros mientras inclina
los antebrazos en la barandilla del balcón. Es una mañana soleada y
hermosa, hoy no hay nubes en el cielo. Una gaviota pasa aleteando por la
ventana, graznando. Adam está completamente inmóvil, su espalda ancha
es una escultura congelada de músculos y de piel. Quiero salir ahí y pasar
mis manos por encima de su columna vertebral, sobre sus hombros. Quiero
besar cada vértebra de su columna vertebral. Quiero sentir su piel, deslizar
las manos por debajo del elástico de sus calzoncillos. Quiero un momento
más con él.
Mis pies me están llevando hacia allí. Soy incapaz de detenerlos, a
pesar de que sé que lo que sea que suceda después, seguiré haciendo oídos
sordos y lo daré por terminado. Pero no puedo luchar contra el impulso de
mis pies, no puedo evitar que mis manos abran la puerta corrediza. No
puedo evitar que mis manos toquen sus costados.
—¿Cambiaste de idea? —No se vuelve cuando habla.
Mis labios se presionan en el arco amplio de su espalda, entre sus
omóplatos. Sí, quiero responder. Pero no puedo mentirle. No he cambiado
de opinión, y si hablo sabrá la verdad. Si me mira, lo sabrá. Así que solo lo
toco. Exploro la mayor parte de su pecho, con mis palmas moviéndose en
círculos lentos. Baja su cabeza, como si supiera que estoy evitando su
pregunta. Tal vez no lo sabe. Por supuesto que sí. Es tan inteligente, tan
perceptivo. De alguna manera me puede leer. Toma una respiración
profunda, haciendo que su pecho se hinche.
El sonido de una puerta abriéndose nos alerta de que no estamos
solos. El balcón en el que nos encontramos es parte de una estructura
compartida. El suelo se extiende a través de al menos tres o cuatro
habitaciones, el balcón de cada habitación ha sido convertido en un área
separada por un par de divisiones blancas de madera de dos metros de
altura que es parte pared y banquillo. Si te paras sobre la barandilla, como
ahora lo hacemos, se puede ver los otros balcones de las habitaciones. Oigo
voces de un hombre y de una mujer, mayores. Hablan de lo hermoso que
es aquí y lo bonita que es la vista. La madera cruje bajo nuestros pies a
medida que avanzan hacia la barandilla.
Adam se gira, me empuja, me toma por los hombros y me mueve
hacia la partición del banquillo en la pared. Me vuelve hacia ella, toma mis
muñecas en sus manos enormes y presiona las palmas contra la madera.
Su pie se desliza entre los míos y los separa. Su cuerpo es una montaña
detrás de mí, bloqueándolo todo, el sol, la ondulación azul del Estrecho, el
balcón. Los latidos de mi corazón aumentan y comienzan a martillear en
mis oídos. Sus manos se deslizan por debajo de mi camisa. Tocan mis
caderas. Su frente se presiona contra mi espalda, y puedo sentir su corazón
latiendo contra mi columna vertebral, su respiración profunda y rápida, y su
pene endureciéndose contra mi trasero.
Sus labios tocan mi oreja —No hagas ningún sonido —susurra—. Ni
siquiera respires fuerte.
Asiento, y siento la capa de humedad de las paredes internas de mi
vagina, siento el calor enroscándose en mi vientre. Sus manos se deslizan
sobre mi estómago, y suben para agarrar mis senos, levantándolos y
acariciándolos, con sus pulgares tocando mis pezones. El calor y la presión
se tensan en mi interior. Y entonces una mano se sumerge entre mis
muslos, y la otra permanece en mis tetas, jugando con un pezón y luego
con el otro. Tengo que morderme el labio con fuerza para no jadear, para
no gemir mientras introduce no uno, sino dos dedos en mi canal.
Esos dedos, Dios... entran, mojan mi clítoris con mis jugos y hacen
círculos, más y más círculos, y muevo mi coño contra su tacto, rogándole
en silencio para que me haga correr. Él sabe, oh sí, él sabe exactamente lo
que necesito, lo que deseo, y me lo da. No se retira, no juega juegos. Me
lleva al orgasmo en cuestión de segundos, y degusto la sal ácida de la
sangre ya que he mordido mi propio labio en un esfuerzo por guardar
silencio.
—Oh por Dios. ¿Por qué no vinimos aquí antes, Bob? —dice una voz
femenina temblorosa y anciana, a unos pocos centímetros de distancia,
justo al otro lado de la pared de madera fina—. Es tan encantador y
agradable.
—No lo sé —dice el hombre, su voz saliendo del borde del balcón—.
Pero el próximo año vendremos otra vez.
La voz de Adam es un aliento caliente en mi oído, apenas audible. —
No te muevas.
Y entonces se ha ido de detrás de mí, inclino mi cabeza para
observarlo con cuidado, en silencio abre la puerta, la atraviesa y agarra el
paquete cuadrado de un condón de la mesita de noche. Mantengo la
posición y lo miro, con mi pulso descontrolado, el clímax todavía temblando
en mi interior, dejándome sin aliento y temblando. Deja la puerta abierta,
de pie en el interior. Sus ojos encuentran los míos, y ahora se asegura de
que lo vea. Cuando sabe que tiene toda mi atención, deja caer sus
pantalones cortos, dejando al descubierto su pene erecto. Se encuentra
tenso, bien en alto y con orgullo. Coloca el condón en su longitud y camina
sigilosamente y en silencio hacia el balcón, completamente desnudo y sin
miedo. Cuando se encuentra detrás de mí, arrastra sus dedos por la parte
posterior de mis muslos, por encima de mi trasero, levantando la camiseta
a medida que avanza. Mi culo está desnudo, luego mis pechos, y luego guía
uno de mis brazos, luego el otro para sacarme la camiseta, y ahora también
me encuentro desnuda. Tiemblo, no de frío sino por encontrarme desnuda a
plena luz del día, y porque estoy a punto de ser follada.
Adam se inclina hacia mí, y sus manos pasan por mis hombros, por la
longitud de mis brazos, hasta llegar a mis manos. Sus dedos se enredan en
los míos, mis palmas presionadas contra la madera, sus palmas contra mis
nudillos. Su pecho se siente caliente contra mi columna vertebral, y su pene
es una varilla gruesa, con revestimiento de goma situado entre mis nalgas.
Su respiración calienta mi hombro derecho, y luego sus labios tocan la parte
posterior de mi cuello.
—¿Lista? —La palabra es un hilo caliente que le hace cosquillas a mi
oreja.
Asiento. Es todo lo que puedo controlar. No respiro. No puedo mover
ni un solo músculo, por esa inclinación gradual de mi cabeza. Siento a Adam
penetrándome, doblando sus rodillas. Presiona sus caderas contra mi
trasero, y siento la amplia punta de su pene empujándose en mi clítoris.
Mueve sus caderas, y tengo que reprimir un jadeo. Otro empujón, tengo
que agachar la cabeza y aspirar una bocanada de aire tan silenciosa como
puedo. Y luego lleva sus caderas hacia atrás ligeramente y me penetra, y la
cabeza de su pene está abriendo los labios de mi coño, y me inclino para
dejarlo entrar, hundiéndome y empujando en respuesta.
Mi boca se abre en un grito silencioso. Exhala en mi oído mientras
desliza su polla en mi interior, centímetro a centímetro, hasta que se
encuentra por completo dentro de mí.
—Ni un sonido, Des —susurra en mi oído. Niego con un gesto, y sus
dientes muerden el lóbulo de mi oreja.
Se retira y me da una estocada, y tiemblo por todas partes, me
encuentro llena, abierta, adolorida, ardiendo, necesitada y repleta. Y luego
arrastra mis manos por la pared para hacerme doblar por la cintura, y sus
dedos se curvan alrededor de mis muñecas y por mis antebrazos, hasta mis
bíceps, y luego agarra mis senos que cuelgan y se balancean mientras se
empuja dentro de mí. No hay ninguna advertencia, solo su polla metiéndose
en mi interior con un ritmo repentino y castigador. Sin embargo, tiene
cuidado, y cada estocada es silenciosa, ni siquiera el sonido húmedo de la
unión nos delata.
A centímetros de distancia, Bob y Martha discuten en voz baja sobre
sus nietos, de los próximos cumpleaños, de las dificultades matrimoniales
de su hijo y de su nuera.
La tensión en mi centro se vuelve insoportable, pesada, caliente y
tensa, y cada centímetro de su pene en mi interior lo hace peor, o mejor, o
algo así. Aumenta la potencia del fuego, tensando el alambre enrollado
dentro de mí, hincha el globo de presión expandiéndose por mi sexo.
Mantiene mis tetas en el lugar, utilizándolas para agarrarse de algo
mientras me folla con fuerza, pero lentamente.
Entonces, bruscamente, se entierra profundamente y libera mis tetas,
agarra mis caderas y me tira hacia atrás. Soy obligada a inclinarme aún
más, así que tengo que presionarme de nuevo contra él y me empujo
contra la pared con las manos para mantener el equilibrio. Y ahora me
penetra aún más lentamente, suavemente, y sus palmas acarician mi
trasero, mi espalda, el pliegue de mis caderas.
Tengo que aspirar una bocanada de aire, dándome cuenta de que
había dejado de respirar por completo por unos momentos. Me encuentro
doblada en dos, y él está en mi interior. Me encuentro inmóvil, aceptando lo
que me da y consintiendo el éxtasis. No necesito moverme, no quiero
hacerlo. Solamente quiero dejar que Adam me haga esto, que me tome.
Pero entonces el volcán dentro de mí ruge y comienza a detonar, y
todo lo que pensaba que sabía o quería o necesitaba es borrado. Todo lo
que quiero y necesito es correrme, es tenerlo más profundo, es conseguir
que continúe, que siga follándome. Quiero decírselo, pero no puedo hablar.
No recuerdo por qué no puedo, pero sé que no puedo. Respiro con
dificultad, y escucho un gemido apenas audible escapar de mis labios.
La mano de Adam se dirige hacia mi boca, amortiguándome. Su otra
mano se encuentra en mi cadera, tirando de mí, instándome. Me muevo de
nuevo con sus embestidas, empujándome, y abro más mis piernas. La
mano de Adam se desliza por mi muslo, agarra mi rodilla, y la levanta.
Coloco mi pie en el banco, lo endereza, y siento a Adam levantándose en
puntas de pie detrás de mí, empujándose con fuerza. Y en esta posición,
llega tan profundo que es imposible no chillar, pero su mano está allí para
acallar el sonido. Su pie también sube al banco, en el lado opuesto, y ahora
empuja y embiste y su respiración es áspera en mi oído. Una mano se
encuentra en mis tetas, agarrando una y luego la otra, masajeándola,
amasándola y retorciendo mis pezones. La otra se desliza sobre la cara
interna de mi muslo de la pierna levantada, tocando el pliegue delicado y
sensible entre mis muslos y mis labios, y luego sus dedos frotan mi clítoris y
aprieto mis dientes para guardar silencio, el clímax difundiéndose desde la
punta de los dedos de mis pies y los dedos hormigueando desde mis manos
hasta los rayos del sol fulminantes ardiendo en mi interior, y me agacho,
necesitándole con más fuerza y más profundamente.
Le siento hacer un ruido sordo en lo profundo de su pecho, y contiene
la respiración, y su polla sufre espasmos dentro de mí, su ritmo vacilando, y
se está corriendo conmigo, corriéndose con fuerza, su cara enterrada en mi
cuello, mi cabello una masa negra entre nosotros y alrededor de su cabeza
y de su cara, y sigue frotando mi clítoris para que me corra con más fuerza,
o de nuevo, o para que siga haciéndolo, o algo así, lo único que sé es que
me estoy yendo a una supernova, siendo desgarrada por el orgasmo y me
folla duro, profundo y rápido, y su voz se encuentra murmurando en voz
baja en mi oído:
—Lo sientes, ¿verdad? Sé que lo haces... mierda, Des, tienes que
sentirlo. —Muerde mi hombro; una mordida brusca que sé que va a
dejarme una marca—. Niégalo si así lo deseas, pero sé… sé que sientes esta
conexión.
Quiero chillar con tantas ganas por la verdad infalible de sus
palabras. Las siento como una flecha golpeando mi corazón secreto.
—No hagas ni un sonido, Des. No digas ni una palabra. —Me está
penetrando al ritmo de sus palabras, aun provocando nuestro orgasmo
cuando envía una flecha tras otra con la verdad para mí—. No es necesario.
Te siento. Te conozco. Mierda, mierda, eres tan increíble. Sé que nos
sientes. Lo haces ¿verdad? Sí, lo sientes, nos sientes maldita sea, Des.
Los dos estamos agotados, agitados, temblando por el orgasmo, pero
sigue embistiéndome, y me encuentro tan sensible, tan adolorida, me duele
haberlo tomado con tanta fuerza, tantas veces, sin embargo, no puedo
tener suficiente a pesar de que me encuentro tan sensible después de haber
llegado al clímax que es insoportable.
Y entonces sale, me levanta del suelo y me toma en sus brazos, me
lleva a la habitación y me acuesta en la cama. Lo observo quitándose el
condón y envolviéndolo, deshaciéndose de él, cerca de la puerta corrediza,
y luego está de vuelta en la cama, cerniéndose sobre mí. Su boca desciende
muy lentamente, tan suavemente, y eso casi me rompe, casi saca la verdad
de mí.
Nos siento, Adam, quiero decir. Pero no lo hago.
Porque tengo miedo. Porque no puedo confiar en nadie.
Porque todo en el que he confiado alguna vez me ha hecho daño.
Aquellos de los que no me fío también me han hecho daño. Todo el mundo
me ha herido. Es inevitable. Casa después de casa, padres de acogida tras
padres de acogida. Quería confiar en ellos, amarlos, pertenecerles, y ellos
siempre se ponían en mi contra, me hacían daño, me traicionaban.
Así que no digo ni una palabra. Solamente lo beso en respuesta y
espero que pueda sentir el pesar y las emociones enterradas.
Pero el beso no termina. Lo rompe, separando sus labios de los míos,
su aliento en mi boca, y luego besa mi garganta, mi pecho y mis senos, y lo
deseo de nuevo, a pesar de que sé que he tenido todo lo que puedo
soportar físicamente.
Su pene acaricia mi muslo. No puedo evitar tocarlo, agarrarlo, y no
puedo dejar de acariciar su maravillosa longitud. Siento que el asombro me
atraviesa cuando responde, y observo entre nuestros cuerpos mientras
vuelve a la vida en mi mano.
Besa mis pezones, y luego se queda sin aliento y me mira. —¿Qué
haces, Des?
—No lo sé.
—¿Otra vez? —Es una sugerencia.
Niego. —No puedo... quiero, pero... no puedo. Ha pasado... mucho
tiempo y estoy... adolorida
—¿Entonces, qué estás haciendo?
Solamente puedo encogerme de hombros. —No lo sé.
Sin embargo no me detiene. Continúa con sus manos y sus rodillas
por encima de mí, y ambos observamos cómo lo acaricio para que vuelva a
la vida. Él mira, y yo también, mi mano se desliza y se desliza, hacia atrás y
hacia adelante a lo largo de su longitud. Froto mi pulgar sobre la cabeza, y
se estremece. Lo hago de nuevo, y otra vez, acaricio y froto la punta. Él
levanta su cabeza, y sus ojos se encuentran con los míos.
No sé por qué estoy haciendo esto. Preferiría tenerlo dentro de mí, y
sé que él preferiría lo mismo, pero ninguno de nosotros lo sugiere. No se
mueve, y sigo acariciándolo.
—Des... —Su voz es débil, baja y retumbante.
Mantengo mis ojos en él, y sé que todo lo que estoy sintiendo brilla
en mis ojos. El conflicto, el deseo de poder decir lo que desea que diga, que
nos siento, que no quiero que se vaya, que deseo que esto dure para
siempre, que me gustaría poder detener el tiempo y tener esto con él
durante días, semanas o meses, que solamente quiero que esto dure y
perdure. Y sé que el miedo está allí, el temor de que ya me encuentro atada
y de que sé que se va a ir, y yo también.
Nos siento. El pensamiento burbujea en mis labios.
Está arqueando su espalda y se empuja contra mi toque siempre tan
sutil. Se encuentra cerca. Quiero observar mientras sucede esto. Quiero
verlo. Su rostro se tensa, sus ojos se oscurecen.
Embiste mi mano, y lo siento engrosándose y latiendo en mi palma.
Hago más lentas mis caricias y lo aprieto. Gruñe en la parte posterior de su
garganta, y siento que se tensa. Coloco mis dos manos alrededor de su
grosor y pongo una mano cerca de su base y la otra en la cabeza, y sus
ojos se fijan en los míos y se niegan a vacilar, ni siquiera a parpadear, y su
boca se encuentra abierta y jadea, ahora solamente moviendo sus caderas.
—Des...
Está a punto de decir algo, algo a lo que no puedo mentir o no
responder, así que me levanto y lo beso, pero entonces lo rompe y ambos
observamos cómo se corre. Una franja blanca sale chorreando de él y
golpea mi estómago. Embiste de nuevo, y otro chorro sale a borbotones y
aterriza caliente y húmedo entre mis senos. Sigo acariciándolo, y más
semen sale de él, goteando sobre mi piel.
Se corre… mucho.
Me gusta la forma en la que se ve contra mi piel, la humedad de eso
en mí, el hecho de que lo extraje de él.
Está temblando, tomando respiraciones profundas, y acaricio su
longitud unas cuantas veces más con una mano, y siento unas cuantas
gotas más sobre mi vientre, y luego se deja caer sobre la cama, jadeando.
—Jesús, Des.
—Lo mismo digo —respondo, usando su propia broma.
Le echo un vistazo a mi pecho y a mi vientre, notando que la piscina
blanca de Adam se encuentra brillando y se ha enfriado en mi piel. Dios,
desearía poder quedarme. Me encantaría que él pudiera quedarse. Quiero
más de él. No quiero ser cerrada y desconfiada. Quiero decirle cosas acerca
de mí misma.
Lo sentí tocando mis tatuajes, y siento una explicación en mi boca...
Pero se va a ir. Va a regresar a su vida en Hollywood, y si me abro
ahora, simplemente va a doler mucho más.
Así que me levanto y me meto en el baño. Siento su semen goteando
por mi cuerpo, y me pregunto si debería sentir vergüenza por lo que acabo
de hacer, toda la noche, y justo ahora. Pero no lo hago. Enciendo el agua y
me meto mientras que todavía está hirviendo.
Me lo enjuago de encima.
Cuando salgo de la ducha, él está vestido con vaqueros color azul
oscuro y una camiseta negra. Me entrega un par de pantalones cortos
limpios y doblados y una camiseta. —Imagino que tal vez preferirías usar
esto para ir a casa, en lugar del vestido.
Básicamente para salvarme de la caminata de la vergüenza. Tan
jodidamente considerado. Maldito sea. Agarro la ropa, y me coloco el
sujetador y la ropa interior, luego los pantalones cortos y la camiseta.
Incluso me deja usar sus sandalias deportivas en lugar de mis tacones. Mi
vestido y los zapatos se encuentran metidos en una bolsa, y me lleva en
silencio hasta el ascensor, y bajamos hasta el vestíbulo. Los ojos se dirigen
hacia mí, y luego miran hacia otro lado. Si es obvio que pasé la noche con
él, las miradas no lo delatan. No me siento avergonzada. Solamente siento
pesar porque esto tendría que sentirse como mucho más, cuando nunca
podría ser algo más que una noche.
Un carruaje-taxi espera, y Adam me hace subir, y se sienta a mi lado.
Le entrega un billete de cien dólares al conductor. —Otro más para usted si
solamente nos lleva a los dos.
—Suena bien —dice, y hace sonar las riendas—. ¿A dónde?
Adam le da mi dirección, y los caballos comienzan a moverse.
El viaje es largo y tenso. Ninguno de los dos está dispuesto a hablar
con libertad, sobre todo, no frente al taxista. Nos detenemos en mi edificio,
y Adam se baja, me da su mano para ayudarme a descender, me acompaña
hasta la puerta.
—Me voy en un par de horas —dice Adam—. Probablemente tan
pronto como pueda empacar.
—Lo sé.
Silencio.
—Des... escucha —comienza, luego deja escapar un suspiro. Sus
dedos tocan mi barbilla—. Sabes, hay tantas cosas que quiero decir en este
momento, pero ni siquiera estoy seguro de por dónde empezar.
—Esto es lo que iba a pasar, Adam. —Me inclino para besarlo, y
siento que mi corazón se contrae, lo siente cerca y se enfría—. Eres
increíble. Anoche fue... y esta mañana... Dios. Ni siquiera tengo palabras.
Parece que está luchando con sus propias emociones, buscando algo
para decir. Lleva sus labios hacia los míos, pero esto es una despedida fría y
desapasionada. —¿Cuál es tu número? —pregunta.
Qué mentira. No es fría, ni desapasionada. Es solo que me estoy
negando a sentir algo.
No puedo ni mirarlo. —No tengo número. No tengo teléfono.
Parece estar confundido por esto. —¿No tienes teléfono?
Niego con un gesto. —Nop. No tiene sentido. No tengo a quien
llamar. Veo a Ruthie todos los días, y ella es... prácticamente todo para mí.
Además, los celulares son caros.
—Entonces, ¿cómo se supone que te encontraré?
Suspiro. —Dios, Adam...
Deja escapar un suspiro y da un paso hacia atrás, aceptando que lo
estoy alejando. Aceptándolo, pero enojado. —Está bien, Des. De acuerdo.
Lo entiendo. —Da un paso hacia atrás de nuevo, vacilando, como si
esperara que cambiara de opinión. No lo hago, y se pasa la mano por la
cara—. Adiós, entonces. —Lo dice con mucha despreocupación.
—Adiós, Adam.
Mi corazón completa el proceso de calcificación al tiempo que él
regresa y se sube en el carruaje sin mirar atrás.
8
Traducido por Khira Sullivan
Corregido por Erienne

Adam se ha ido, hace tiempo. Es lo mejor. Pero Dios, aún duele;


nunca deja de doler. Todavía me queda por pasar algunos días en la Isla
Mackinac y no puedo esperar a irme. Solo quiero regresar a Detroit, a la
escuela y a la vida de mierda a la que estoy acostumbrada.
No lloro, porque yo no hago eso. Y excepto por ese estúpido ataque
de pánico, no he llorado en mucho, mucho tiempo. Pero no significa que no
me encuentre algo jodida. Me siento en mi cama y trato de no pensar, de
no recordar, al menos no de forma obsesiva. Fracaso totalmente. Aún estoy
en mi cama una hora y media después, cuando me doy cuenta de que es
lunes, y que tengo que ir a trabajar en... hace una hora.
Mierda.
Me apresuro a colocarme el uniforme y corro atropelladamente
cruzando la ciudad para llegar a la oficina.
Cuando llego, sudando, a la oficina de Phil, está sorprendido de
verme. ―¿Des? Ruth pasó temprano esta mañana para decirme que
estabas enferma. ¿Qué haces aquí?
Dios bendiga a Ruthie, por cubrir mi trasero. Me limpio la cara. ―Me…
me siento mejor.
Phil me mira fijamente durante un largo momento, percatándose del
hecho de que algo va mal. Al final solo se encoje de hombros. ―Como sea.
Estás aquí. Bien podrías ir a trabajar. ―Me da mi tarea, y salgo.
Trabajo duro, y cuando la jornada termina, realizo una hora extra
para cubrir mi tardanza de hoy. Después me dirijo a los establos y
encuentro a Mack, el encargado de las cuadras.
Mack es un hombre bajo y corpulento de mediana edad con una
barba espesa y ojos marrones gentiles. Es de mano dura en el establo y
suave con los caballos, pero me ama porque adoro a los animales. ―Hola,
Des ―murmura, y me entrega un rastrillo de estiércol―. Estoy feliz de que
hayas venido. Sería genial un poco de ayuda.
―Suena bien. ―Me cambio las botas de combate con las que trabajo
por otro par para realizar tareas en los establos, que Mark tiene a mano
para mí.
Limpio los habitáculos vacíos con ahínco, deteniéndome frente a las
casillas que tienen caballos para acariciar sus narices y susurrarles cosas sin
sentido. Lo estoy retrasando. No quiero regresar de nuevo al dormitorio. No
quiero hablar con Ruthie. Ni tener que pensar en nada.
Así que trabajo. Recojo la mierda de caballo y la lanzo en la carretilla
hasta que está llena, y entonces la descargo, y a empezar de nuevo.
Continúo hasta que mis manos tienen ampollas y mis músculos se sienten
adoloridos.
Más de lo que ya estaban, por cierto.
Mack apareció y se detuvo en una casilla a unos metros de distancia,
observándome trabajar. Muriel, una Clyndesdale blanca y negra de
diecisiete, asoma su cabeza al pasillo y choca su nariz contra él. Cuando
termino la cuadra, Mack me quita la carretilla. ―Sal de aquí, Des. Deja algo
que hacer para las otras manos, ya sabes. ―Es brusco y taciturno, pero
entiende mi necesidad de mantenerme ocupada, y nunca me cuestiona.
Cuando abandono los establos está anocheciendo y me dirijo de
nuevo al dormitorio. Mis manos palpitan, me duele la espalda, y todo lo
demás me arde. Ruthie se encuentra en su cama, leyendo en su Kindle. La
coloca a un lado cuando entro, y me mira fijamente con expectación. La
ignoro, cambiando mi peto por un pantalón corto.
El cual, me doy cuenta tardíamente, es el que Adam me dejó. Inhalo
lentamente, y Ruthie sigue observándome.
―Des. Suéltalo ya.
Continúo ignorándola mientras me preparo una taza de té.
Finalmente, me siento a los pies de su cama y me recuesto contra la pared.
―No quiero hablar de ello.
Resopla. ―No me jodas. Nunca quieres hablar de nada. Pero… tienes
que darme algo. Es decir, Jesús. Me doy la vuelta y Adam jodido Trenton
está parado ahí, preguntando por ti. Súmale eso a lo traumatizada que
parecías la noche pasada… algo te sucedió, y él tiene algo que ver, y
entonces anoche no vienes a casa, y ahora estás aquí a las... nueve la
noche siguiente, y te ves como la mierda. Así que repito de nuevo, suéltalo
ya, perra.
Tiro de la suave y sensual tela del pantalón de Adam y odio lo mucho
que amo que huela como él. La camiseta aún más. ―Anoche conocí a Dylan
Vale.
Sus ojos se entrecierran. ―No trates de distraerme. Me vas a contar
TODO sobre eso una vez me hayas dicho por qué Adam Trenton estaba
aquí, y porqué estás usando su ropa, y en dónde pasaste anoche.
La única persona que sabe que soy, o que era, virgen es Ruthie, y ni
siquiera sabe la razón completa, a pesar de que pienso que sospecha la
verdad. ―Anoche estaba con Adam. ―Paso mi dedo por arriba y por debajo
de mi muslo y me niego a mirarla.
―Con Adam. ―La siento procesar todos los posibles significados, y
entonces se sienta, se me acerca rápidamente, y toma mi rostro entre sus
manos, obligándome a mirarla finalmente―. Y cuando dices con Adam, no
te refieres a con Adam, ¿verdad?
Solo la miro fijamente por un momento, y entonces alejo mi rostro de
sus manos. ―Tal vez ―murmuro.
―¿Perdiste tu virginidad con Adam Trenton?―grita, y luego coloca
una mano sobre su boca―. ¡Des! ¿Qué demonios? ¿Has perdido la cabeza?
¿En qué estabas pensando? Santa mierda. Santa mierda. ¿En dónde tenías
la cabeza?
―Ruthie, por amor de Dios, cálmate.
Salta en la cama. ―¿Que me calme? ¿Que me calme? ¿Cómo
demonios pretendes que me calme? ¿Cómo pasó esto? ¿Por qué pasó?
¿Cómo fue? ¡Habla, chica, habla!
Me aclaro la garganta. ―Si cierras la puta boca durante cinco
segundos, te voy a contar lo que pueda. ―Respiro profundamente y lo dejo
salir―. Lo conocí el otro día. El viernes. Estaba en un transporte turístico, y
me vio, y por una razón que no puedo pretender que comprendo, decidió
bajarse y venir a hablar conmigo… ―Le cuento sobre el dulce y la visita
posterior al bar, la tormenta, la iglesia, el beso y el ataque de pánico.
Cuando se apareció y me llevó a la gala, Ruth se exalta otra vez.
―Espera. Espera. Espera. Espera. ¿Te llevó a LA FIESTA? ¿Ese gran
evento de Hollywood del que todos en el hotel han estado hablando TODO
EL JODIDO VERANO? Adam Trenton. El Adam Trenton. ¿Te llevó a ti... a la
gala?
Me encojo de hombros miserablemente. ―¿Quizás? Sí, ¿de acuerdo?
Sí, lo hizo. No sabía que iba a ser así. Jesús, pensé que iba a ser... Ni
siquiera lo sé. No SÉ lo que estaba pensando. ―Dejo caer mi cabeza contra
la pared con tanta fuerza que me hago daño―. ¡Ay!
―Jodida santa mierda, Des.
―Sip.
―¿Te tomaron fotos?
Me río sarcásticamente. ―Solo un millón de veces. ―Le sonrío
burlonamente―. ¿Ahora quieres escuchar lo de Dylan Vale?
―¿De verdad conociste a Dylan Vale? ¿En la vida real? ¿Hablaste con
él?
Mi sonrisa se torna malvada. ―¿Que si hablé con él? Bailé un lento
con él.
Ruth deja de respirar y agita sus manos haciendo olas ante su rostro.
¿Por qué? No estoy segura. Con el tiempo pregunta entrecortadamente―:
¿Bailar… bailar lento? ¿Con mi Dylan?
Me encojo de hombros. ―Bueno, por lo que pude ver, pertenece más
a Rose Garret. Pero sí, ese Dylan. No fue la gran cosa. Digo, era igual de
ardiente como me sueles decir, tal vez incluso más. Pero era un nerd
completo. Se pasó todo el baile hablándome sobre el programa, que era SU
idea y que los productores tuvieron que rogarle para que hiciera el papel
principal, bla, bla, bla. Pudiste haberlo amado, pero me aburrió hasta las
lágrimas. No podría importarme menos ese programa. Pero era jodidamente
lindo. ―Giro un mechón de cabello en mis dedos y aparto la vista―. Ni tan
ardiente como Adam, pero... aun así.
Ruthie aún no puede respirar. ―Jesús, Des. Estoy tan celosa que no
creo poder ser amiga tuya por unos minutos.
Se levanta y revisa nuestro pequeño refrigerador, saca un botellín de
Absolut. Se sienta en la cama, desenrosca la tapa, y toma una gran
cantidad directamente de la botella. Traga, sisea y me lo entrega.
Contemplo la botella por un momento. La mayor parte del tiempo no soy
una gran bebedora, pero esta es una ocasión que exige beber vodka
directamente de la botella. Tomo un trago y lo combino con mi té.
Ruthie agarra mi taza y roba un sorbo, entonces me la devuelve.
―Haciendo a Dylan Vale a un lado, y sabes que ahora hablo en serio porque
Dylan es literalmente TODO, ¿qué pasó, Des?
Ahora estoy mareada. ―Follamos.
―Dame más detalles, cariño.
―No iba a hacerlo. Tuve un ataque de pánico, por el amor de Dios.
Pero… él es simplemente increíble, Ruth. No podía. Lo intenté. Pero me besó
y perdí todo el sentido. Es dulce, y sin embargo no acepta un no por
respuesta, y eso es fabuloso. Me refiero, a que cuando me volví loca, me
abrazó y no preguntó qué había pasado. Me hizo un té, y luego me trajo a
casa. No hubo interrogatorio. Y entonces después de la fiesta, yo solo… lo
deseé. Con muchísimas ganas. Y ya no quise ser virgen. Ya no quise estar
asustada, ¿entiendes?
Ruth tarda un momento largo en responder. ―Sí. Lo entiendo. De
verdad. ―Toma otro pequeño sorbo y me pasa la botella―. ¿Él lo supo?
Niego. ―No le conté nada. Quiero decir, ¿cómo explicas eso? ¿Se
suponía que lo detendría en medio del juego previo más increíble que jamás
he tenido y solo le diría algo como: oye, por cierto, soy virgen.
―Sí, Des, así es, si es necesario. Es algo que de buenas a primeras
no puedes decirle a un chico. Esa es una gran cosa.
Gruño y tomo un trago, y dejo que el calor se propague en mi
cuerpo. ―Exactamente. Y no quería que fuera la gran cosa. Solo quería que
me deseara, e ir por ello. Me hubiera acobardado si se lo explicaba… Y
probablemente él no habría seguido adelante si le hubiera contado.
Se encoje de hombros y asiente al mismo tiempo. ―Creo que lo
entiendo. Aunque pienso que es jodidamente turbio, y yo me enojaría si
fuera él, pero lo entiendo. ¿Así que le dirás?
Niego. ―No. Ya se ha ido.
Se encuentra sentada junto a mí, en un lado de la cama, con
nuestras cabezas contra la pared y nuestros pies colgando por el borde del
colchón. Gira su cabeza para mirarme fijamente. ―¿Se ha ido? ¿A dónde?
―Solo estaba aquí por una semana. Regresó a donde quiera que
estén filmando su película. Algún estudio en L.A., supongo.
―Así que, déjame entenderlo: ¿le diste tu virginidad a Adam Trenton
en un ligue de una noche, y él no lo sabe?
Asiento. ―Correcto.
―¿Vas a verlo de nuevo?
Niego. ―¿Cómo? Nunca va a volver a Michigan, e incluso si lo hiciera,
¿cómo me encontraría, o yo a él? ¿Y por qué? Solo fue una cosa… de una
noche. Él lo sabe, yo lo sé. Fin de la historia.
Ruthie, a pesar de que claramente está empezando a sentir el vodka,
me observa con demasiada perspicacia. ―Eres una mentirosa de mierda,
Des Ross. Él te gusta. Estás disgustada. No te estarías bebiendo todo mi
maldito vodka si no te encontraras perturbada por eso.
De repente me encuentro muy borracha para argumentar. Gracias a
Dios por eso. Al menos ahora puedo dejar de extrañar a Adam por unos
pocos minutos.
Tomo la botella de vodka y bebo incluso más, hasta que Ruthie me la
quita, da tropiezos hacia el refrigerador y la guarda. ―Eres un peso ligero,
cariño. Te vas a enfermar si sigues.
Cariño. Adam me llamaba cariño. Era su cosa. Cariño esto y cariño lo
otro. Me gustaba.
Nada de cariño, nunca más.
―No me llames cariño ―pronuncio mal.
―¿Te llamaba así?
Asiento, y no puedo averiguar por qué estoy acostada, o por qué mi
almohada huele al champú de Ruthie. Me da unas palmadas en la cabeza y
me doy cuenta de que estoy tendida en su regazo. Me sostiene, acaricia mi
cabello y ahora me pregunto por qué su regazo está húmedo. ―Vas a estar
bien, Des. Estarás bien. Tranquila, cariño. Está bien.
Oh.
Estoy llorando.
Maldición.

***
El regreso del transbordador a la isla principal es el viaje en barco
más largo de mi vida. Y sigue con el trayecto en coche más silencioso, largo
e incómodo de mi vida. Me encuentro en la parte trasera de una enorme
Navigator negra con Gareth y con Ruth, y estamos regresando al sur del
estado. De regreso a la filmación. De regreso a la vida.
Eventualmente, después de aproximadamente tres horas de un
silencio tenso, Rose gruñe con frustración―: Jesús, Adam. ¿Qué demonios
te pasó? Estás actuando como si alguien hubiera cagado en tus cereales
Wheaties.
No puedo evitar reírme. ―Vaya, Rose. Una frase absolutamente
memorable.
―Bueno, es cierto.
Garret se ha quedado dormido en el asiento delantero y Oliver, el
conductor, está hablando con alguien por medio de un audífono Bluetooth.
Miro por la ventana por un largo momento antes de responder―:
Solo… las cosas no fueron como esperaba.
―¿Con esa chica? ¿Cuál era su nombre? ¿Des?
Asiento. ―Sí. Des.
Me da palmaditas en el brazo. ―Bueno, no es como si tuvieras
tiempo para ese tipo de cosas en este momento, de todas formas. Pero no
estoy segura de que le hicieras a esa pobre chica algún favor al colocarla en
el foco de esa forma. Va a llamar la atención, y no me encuentro segura de
que esté lista para eso.
―No hay mucho que pueda hacer, ¿o sí?
―No. Supongo que no. ―Lo deja ahí por un momento, y entonces
resopla―: Quiero decir, si así es como es para ti, entonces es lo que hay.
Me vuelvo para mirarla fijamente. ―¿Qué demonios significa eso?
Se encoje de hombros. ―Nada.
Pongo mis ojos en blanco. ―No estoy de humor para juegos
estúpidos, Rose.
―Siempre hay algo que puedes hacer, grandísimo idiota. La quieres,
haz algo al respecto.
―No siempre es tan sencillo.
Se encoje de hombros. ―Por supuesto que no. ¿Cuándo fue la última
vez que algo fue sencillo?
―Ella lo dejó claro: Una noche, eso era todo.
―¿Pero?
Me vuelvo a girar para mirar por la ventana. ―Pero… se siente como
si ella fue la única que se alejó.
―Si eso es lo que quiere, entonces tendrás que respetarlo. ―Rose
pasa una mano por su cabello rubio suelto―. Pero verás, algunas veces,
nosotras las mujeres hablamos y actuamos como si quisiéramos una cosa,
cuando realmente, en el fondo, queremos algo diferente y es solo… que
estamos poco dispuestas a hacer algo por alguna razón para dejarnos
tenerlo. Normalmente es porque estamos asustadas de una cosa u otra.
―Bueno, eso aclara las cosas. Gracias, Rose.
Golpea mi rodilla. ―No hay problema.
9
Traducido por Just Jen y Leon
Corregido por Yani

—Um ¿Des? —Esa es Ruthie, hablando desde su lugar, acurrucada en


la esquina del sofá en nuestro departamento de Detroit. Anoche regresamos
a Detroit y nunca pensé que diría esto, pero me siento feliz de estar aquí.
Pasé una semana más en la isla Mackinac después de que Adam se fuera, y
fue una de las semanas más largas de mi vida.
No levanto la vista de mi libro. —¿Qué?
—Necesitas ver esto. —Cuando no contesto, ella se levanta y baja a
su hijo de tres años de edad, Asus, a mi regazo—. Des. Necesitas ver esto,
ahora.
Me lleva un momento registrar lo que veo. Es un artículo en una
revista de chismes de celebridades.
Hay fotografías…
Mías.
Con Adam.
Luzco sensual.
¿La nueva conquista sensual de Adam? Dice el título. Y por título
quiero decir, grandes letras en negrita en la parte superior de la página
web, con una fuente tamaño cien. Acompañado de una fotografía tras otra.
Un primer plano de Adam y de mí tomados de la mano. Sus labios en mi
oído, susurrándome algo. Su brazo alrededor de mi cintura. Bailando lento…
con una mirada de éxtasis absoluto en mi rostro.
—Estás en Entertainment Now, Des. —Se coloca las sandalias y
recoge el bolso de la encimera—. Tengo que ir y obtener una copia impresa.
Tomo asiento conmocionada, mientras ella desaparece por la puerta.
Leo el texto por encima, es la conjetura de costumbre:
El galán de las películas de acción, Adam Trenton, fue fotografiado
recientemente en una cena benéfica junto a un misterioso nuevo amor. La
pareja se negó a hacer comentarios a nuestros reporteros presentes en el
lugar del evento pero otras fuentes dicen que fueron vistos juntos más de
una vez durante el fin de semana. Adam, quien según los rumores estaría
filmando la secuela de su éxito de taquilla del último año, Fulcrum, no ha
sido visto con nadie desde que él y la estrella de Garden Of Evil, Emma
Hayes, se separaran a principios de este año en medio de un torbellino de
rumores volátiles. Su nuevo amor no es alguien que reconozcamos, pero si
estas fotografías le hacen justicia, algo nos dice que veremos más de ella, y
pronto.
Y, en la parte inferior del artículo, una fotografía a larga distancia
cuando subía en el transporte, afuera del Grand Hotel. Vistiendo claramente
la ropa de Adam.
Mierda. Mierda.
Mierda.
Ruthie regresa al departamento, con una revista en la mano. Mira el
artículo mientras se sienta en el sofá a mi lado. —¡Mierda Des! —Coloca la
revista en mis manos—. ¡Esto es increíble! ¡Perez Hilton escribe un blog
sobre ti, chica! Esto es enorme. ENORME.
—Enormemente malo, Ruthie.
Me mira con desconcierto. —Des. Pasaste el fin de semana con uno
de los solteros más codiciados y buscados de la historia. Cuando él y Emma
dijeron ser novios oficiales, la población femenina del mundo se volvió loca.
Y cuando se separaron, se pusieron cada vez más locas. Y ahora que ha
sido visto con una nueva chica, las cosas se volverán aún más locas
todavía, sobre todo porque eres un misterio para todos. Nadie sabe quién
eres, ni de dónde vienes y créeme cielo, lo van a descubrir. —Sujeta mis
manos entre las suyas y las aprieta con fuerza—. ¿En qué demonios estabas
pensando? En serio eres la persona más privada del mundo, y ¿te dejas
fotografiar en una cena de caridad de Hollywood? ¿Y esto? —Golpea
ligeramente la imagen final en la que aparezco con la ropa de Adam—. Eso
es como, obviamente, una imagen del día después. Luces sensual y
hermosa, como diciendo “acabo de pasar toda la noche follando”, ese tipo
de cosas.
Escondo mi rostro entre mis manos. —¿Qué voy a hacer?
Se encoge de hombros. —Muñeca, ni siquiera yo lo sé.
—No sabía que esto sucedería. Yo… Dios, no lo sabía.
Ruth está en la cocina preparando una jarra de margaritas, es
espectacularmente increíble en la cocina. —Lo bueno es que no tienes un
número de teléfono y no apareces en el contrato de arrendamiento de la
vivienda. Así que encontrarte será casi muy imposible. Creo. Es decir, por
un lado, en esas fotografías no luces para nada como te ves normalmente.
No es que no seas hermosa, pero Des, cariño, has estado ocultándome
algo. ¡No tenía idea de que pudieras arreglarte tan bien!
Acepto un margarita en un vaso de jugo, ya que no tenemos vasos
de margaritas reales. —Tampoco lo sabía. Es decir, no hice nada especial.
¡Apenas y me coloqué algo de maquillaje! Dios si hubiera sabido en lo que
me estaba metiendo, no hubiera ido. Es decir, no solo estaban Adam y
Dylan ahí. Me encontré con Gareth Thomas, Rose Garret, Lawrence
Bradford, Amy Jones… quiero decir, había algunas personas increíblemente
famosas… y yo. —Dejo escapar un suspiro tembloroso—. Rose me arrinconó
en el baño durante la cena y me advirtió que esto pasaría.
Ruth me mira con acritud. —Escúchate. Hablando de Rose como si
fuera tu amiga. Esta es Rose la Puta Garret, Des. Dios.
Bajo la margarita, la cual está fuerte. —¿Crees que no me doy cuenta
de lo irreal que es todo esto? Todo se siente como un sueño. No sé qué más
decirte Ruth.
Vuelve a llenar mi vaso y se sienta a mi lado otra vez. —Lo extrañas,
¿verdad?
—Apenas lo conozco. Pasé… ni siquiera dos días completos con él.
—Pero… —hace una pausa para beber y tragar—. Aun así lo extrañas.
Apoyo el vaso de vidrio en mi frente. —Sí. Intento no hacerlo. Trato
de no pensar en él. En esa noche. Pero es imposible no hacerlo. —Giro la
cabeza para encontrarme con los ojos de Ruthie—. Creo que nunca seré
capaz de olvidar esa noche.
—¿Cómo podrías? Esto fue como… una cosa de una sola vez en la
vida.
No puedo dejar de desear que hubiese sido una cosa de por vida, y
no de una sola vez en la vida.

***
Al día siguiente salgo de mi última clase del día en la Estatal de
Wayne, esperando el autobús que me llevará a la U de D para mi turno de
conserje. Llevo puestos los auriculares y estoy muy atontada, cansada, sin
ganas de ir a trabajar. Siento un golpecito en el hombro, me quito un
auricular y me giro para hacerle frente a la persona que me dio el golpecito.
Es un par de años mayor que yo, vestido con unos vaqueros ajustados de
color azul oscuro con los puños enrollados hasta los tobillos por encima de
un par de botas de combate desabrochadas. Viste una camisa blanca con
una bufanda púrpura brillante atada alrededor de su cuello como una
corbata, y un abrigo negro que me recuerda un poco al que podría llevar un
oficial de la Guerra Civil, con botones de latón y un dobladillo flameante. Su
cabello es rubio y lo lleva peinado hacia un lado, y tiene rímel en las
pestañas, los pómulos sonrojados y las uñas pintadas del mismo color que
su bufanda.
Él es precioso, de una forma fabulosa.
—¿Eres Des? —pregunta, y si había alguna duda, su voz confirma su
inclinación sexual.
Puedo mantener mi expresión cuidadosamente en blanco. —¿Quién lo
pregunta?
Me entrega una tarjeta de presentación:

Thom Rayburn, Busca Talentos


Agencia Weaver Sidney
12345 Quinta Avenida, Nueva York, Nueva York
212-555-6789

Lo primero que pienso es si su nombre se pronuncia Tom o Zom. Lo


segundo es, ¿qué quiere conmigo?
Parpadeo y le devuelvo la tarjeta. —No estoy interesada.
Se ríe. —Ni siquiera has escuchado lo que voy a ofrecerte, Des.
—Aun así no me interesa.
—¿Alguna vez has escuchado hablar de la Agencia Weaver Sidney? —
Se mueve a mi lado.
El autobús llega con un chirrido de los frenos y una nube de humo del
diesel, y Thom pasa por delante de mí, y paga dos boletos. —¿Qué
demonios quieres, Thom? —Lo pronuncio como Tom, adivinando que nadie,
sin importar cuán gay sea, usaría Zom—. ¿Y por qué pagaste mi billete?
—Siéntate cariño, y te diré lo que quiero. —Señala con impaciencia
una pareja de asientos cerca de la parte delantera. Me siento en uno y se
mueve a mi lado. Huele a colonia cara y ligeramente a marihuana—. Ya que
no has contestado mi pregunta, asumiré que no estás familiarizada con la
agencia. Somos la agencia de modelos de primer nivel. Representamos a
todos los modelos más exitosos y talentosos en el mundo. ¿Y Des? Te
queremos. Vimos las fotos de la gala en la Isla Mackinac, y cariño, lucías
increíble.
Resoplo burlonamente. —Puede que no conozca su agencia, pero sí
sé que las modelos se supone que sean talla dos negativo, ¿no? Y también
sé que nunca seré tan flaca. Así que le estás ladrando al árbol equivocado,
cariño.
—Dos negativo. Eso es gracioso. —Saca un cigarrillo electrónico del
bolsillo y lo enciende, haciendo que la punta resplandezca de azul, y luego
sopla una nube de humo sin olor—. Sin embargo, hablando en serio. ¿No
has oído hablar de las modelos de talla grande?
—¿Así que ahora soy talla grande? —Mi voz suena incluso peligrosa.
Tiene la decencia de sonrojarse ligeramente. —Yo no te voy a
etiquetar cariño, así es como lo llama la industria. Y necesitan talento. —
Toma otra calada del cigarrillo electrónico y, a continuación, lo guarda en su
bolsillo—. ¿Sabes cuántas llamadas preguntando por ti hemos recibido
después de que esas fotos se publicaran? Adivina. Quiero que adivines.
Niego. —¿Cuatro?
Resopla. —Intenta con doscientos. Y eso solamente fue el primer día.
Todos querían saber si te representábamos, y si no, qué tan pronto
podríamos conseguirte. Cacique, Torrid, Lane Bryant, Michael Kors, Betsey
Johnson… todos te quieren. Lo cual significa que nosotros te queremos.
¿Modelar? ¿Yo?
No contesto enseguida. —No sé nada sobre ser modelo. —Le echo un
vistazo—. Además veo la televisión, ¿de acuerdo? He oído hablar de la
industria del modelaje y de lo brutal que es. Tengo cero intereses en firmar
algún contrato que me convierta en una sirvienta.
Thom luce horrorizado. —Des. Des. Nosotros no somos ese tipo de
agencia. Dios, nunca he sido tan insultado en mi vida. Ese tipo de contratos
provienen de… Dios, son muchísimo mejor que un maldito matadero, ¿de
acuerdo? Representamos talento. Belleza. Clase. Y podemos entrenarte. Eso
es lo que hacemos.
—Tengo tatuajes.
Resopla con sus labios. —Um, Photoshop, duh. No para que luzca
menos como tú, por supuesto, pero ese es el tipo de cosas que usamos
para cubrir tatuajes y manchas.
Me pellizco la carne extra en el vientre con el índice y el pulgar. —Sí,
las imperfecciones. —Miro hacia otro lado.
Thom niega y se ve triste. —Dios, has pasado un mal momento con
eso, ¿verdad? Eres hermosa, Des. En serio. ¿Me has conocido? Obviamente
sé de lo que estoy hablando, ¿verdad? Mi trabajo es encontrar gente
hermosa y llevarlos frente a una cámara. No estaría aquí en este —baja la
voz y susurra en mi oído—, muy, muy sucio autobús en el centro de Detroit,
si tú no fueras lo que nosotros representamos.
—Gracias, Thom. Es lindo de tu parte decirlo. Pero aparte de todo
eso, tengo una carrera planificada. El semestre está a punto de comenzar.
No puedo dejarlo.
—Una carrera planificada, ¿eh? —Me mira, con sus pestañas largas y
gruesas, tocando sus mejillas—. Eso es bueno. Estupendo. Estoy seguro de
que has trabajado muy duro para llegar a donde te encuentras. Sin
embargo, cariño piensa en esto por un segundo. Realmente piénsalo. Esto
es como una oportunidad única en la vida para salir de Detroit, para hacer
algo diferente, algo emocionante. Ni siquiera posabas en esas imágenes en
las que llevabas algo normal, sin maquillaje y tu cabello estaba bien
peinado, pero obviamente hecho por ti. ¿Y ese vestido? Cariño piensa en lo
increíble que podrías lucir en un vestido de alta costura, con el cabello y el
maquillaje preparado por un profesional. Tienes el tipo de rosto, el cabello y
el cuerpo que podría vender copias a lo loco, ¿de acuerdo? Lo digo en serio.
—Thom…
Toma mi mano. —Des, esto viene de una fabulosa perra a otra: lo
has puesto en marcha y tienes que aprovecharlo. Las personas te quieren
ahora. La escuela va a esperar. Tu carrera va a esperar. ¿Esta oportunidad?
No va a esperar. Eres relevante ahora. Tengo trabajo para ti ahora. En un
mes, o dos, o tres habrá cambiado, encontraré a otra persona. Tienes que
dejar que te coloque frente a una cámara ahora. No mañana o el próximo
año, sino ahora, mientras quieran tu estilo.
—Vaya Thom. Eres muy buen vendedor, ¿lo sabes?
Me sonríe. —Cariño no llegué a donde estoy en mi carrera haciendo
mamadas. —Se detiene y pone el dedo índice en sus labios—. Bueno,
pensándolo bien, eso puede no ser del todo cierto…
Me pongo de color escarlata. —Oh Dios mío.
Se ríe. —Solo bromeo… ¿o no? —Levanta sus manos cuando abro mi
boca—. Sin embargo, hablando en serio. Esto no es solo un argumento de
venta Des. Lo digo en serio. —Me vuelve a entregar su tarjeta—. Búscanos
en Google. Piénsalo. Habla con tus amigos. Y cuando tomes una decisión,
llámame. Pero no esperes demasiado tiempo, ¿entendido?
—Pensaré en ello —digo.
—Ven a Nueva York, Des. No te arrepentirás.
El autobús rechina al detenerse, y Thom se baja. Lo observo mientras
tose y agita una mano frente a su rostro para limpiar los gases del diesel.
Se mete en un auto negro que, al parecer, había estado siguiendo al
autobús, luego se ha ido.
Durante el resto del camino hasta mi parada, miro la tarjeta de la
agencia.
Durante todo mi turno limpiando los salones, pienso en la tarjeta en
mi cartera y lo que representa.
Durante todo el camino a casa, pienso en Thom, y me pregunto si
podré hacerlo.
Cuando llego, Ruthie está viendo el último episodio de Orange is the
New Black en su portátil. Saco la tarjeta de Thom de mi cartera y la coloco
sobre su teclado.
Pone en pausa su programa y examina la tarjeta.
—¿Qué es esto?
—Hoy un tipo me siguió al trabajo. Asegura que una agencia de
modelaje quiere que me mude a Nueva York y que sea una modelo.
Ruth me mira boquiabierta. —¿Una modelo?
Me encojo de hombros. —Eso es lo que dijo. Una modelo de ropa de
talla grande. —Odio incluso decir esa frase; soy quien soy, y al carajo las
etiquetas.
Abre su buscador y escribe el nombre de la agencia. Me siento y
observo mientras examina los resultados. Después de unos minutos, se
voltea hacia mí. —Se ven legales. He visto antes a algunas de esas
modelos.
—Pero… es decir, ¿yo? ¿Una modelo? Ni siquiera sé qué pensar.
Se encoje de hombros. —¿Te interesa? Has visto America’s Next Top
Modelo conmigo. Sabes cómo describen el negocio.
—No lo sé —digo—. Es decir, parte de mí se lo pregunta. Que me
gritaran todas esas preguntas, fue duro. Pero que me tomaran una
fotografía… eso estuvo bien. Es decir, no la fotografía de la caminata de la
vergüenza, la cual apestó. Pero… no lo sé, una parte de mí quiere intentarlo
al menos, ¿sabes?
—¿Realmente te mudarías a Nueva York? ¿Retrasarías tu posgrado,
dejarías Detroit, me dejarías? —Cierra su portátil y toca el logo en la tapa—.
Mira, Des, quiero que seas feliz. Eres mi mejor amiga. Y si te vas, estaré
feliz por ti, si eso es lo que quieres. Es solo que… te extrañaría. Pero… este
es un gran paso. Y no parece como… si fueras tú.
—Nunca antes me he sentido hermosa, Ruth. He aprendido a
amarme, a aceptar mi contextura y a explotar mis ventajas lo mejor
posible. Pero eso no es lo mismo que sentirse verdaderamente hermosa. Y
me sentí así con Adam, y en la cena. Y Thom, el chico que conocí hoy, me
hizo sentir de la misma forma. Es decir, ¿qué tengo que perder? Mis
préstamos y becas pueden esperar, ¿no? Esto es algo que nunca se
presentará otra vez. Si termino mi posgrado y consigo un trabajo,
probablemente nunca deje Michigan. Eso será todo. Esta es mi oportunidad
de… hacer algo. De quizás ser algo más de lo que siempre he sido. ¿Tiene
algo de sentido?
Asiente. —Sí, tiene sentido. Lo entiendo, en verdad. —Me sonríe,
pero es una sonrisa triste—. Mejor llámalo, ¿sí? —Me da su teléfono.
Marco el número de la tarjeta. Suena una, dos, tres veces, cuatro, y
entonces se escucha la voz de Thom al otro lado de la línea. —Habla Thom.
—Hola, eh, es Des.
Hay mucho ruido en el fondo, gritos, risa y música, y luego una
puerta cerrándose y todo es ahogado por el silencio. —Des, hola. ¿Vendrás
a Nueva York conmigo o qué?
—Sí, eso creo.
—Has tomado la decisión correcta, Des. Dame tu dirección y te
recogeré el miércoles por la tarde.
—¿Este miércoles? —Mi voz es baja y temblorosa. Hoy es lunes; he
regresado a casa de mi trabajo de verano hace menos de una semana.
—Sabía que dirías que sí, así que llamé a Sidney y ella ya programó
tu primera sesión de fotos para la siguiente semana. Tenemos mucho
trabajo que hacer mientras tanto, cariño. Tenemos que prepararte para tu
debut en el modelaje.
—¿Hay algún contrato o algo?
—Oh, claro que sí. Pero te lo explicaré todo cuando lleguemos a
Manhattan. Sidney, Rochelle, y yo te ayudaremos de principio a fin y te lo
explicaremos paso a paso, cláusula por cláusula. También tienes como cien
citas con estilistas y todo eso, además de que Sidney quiere conocerte, y
luego te tomarán fotos en primeros planos, y… muchas cosas divertidas
más por hacer. Por ahora, ve empacando. Te veré el miércoles.
Y entonces la línea está muerta, y mi cabeza da vueltas.
Voy a ser modelo… en Nueva York.


***
Gareth está muy enojado, pero ni siquiera me importa. Se supone
que tenemos que irnos a Londres mañana, y estoy en Detroit. Terminamos
la filmación que se hacía en el estudio, y ahora haremos las tomas en las
locaciones. Londres, Praga, y luego Tokio. Se supone que debo estar con el
resto del reparto, se supone que debería estar repasando los libretos. Pero
en su lugar, me encuentro en la oficina de registro de la Universidad Estatal
de Wayne, intentando darle caza a una particular belleza de cabello negro.
He pasado el mes desde la cena de caridad intentando actuar como si
me hubiera olvidado de Des, pero no puedo engañarme ni a mí mismo. Sigo
pensando en ella, soñando con ella. Incluso Gareth me ha notado raro, y él
es normalmente ajeno a todo salvo que esté relacionado con el cine.
Rose finalmente me sacó y me llevó a beber, y me dijo, entre tantas
cosas, que dejara de ser un marica y la encontrara.
Así que aquí estoy.
—¿Puedo ayudarlo? —La mujer detrás del mostrador es mayor, de
cabello castaño tornándose gris y ojos cansados. No parece reconocerme.
—Hola. Intento encontrar a una amiga mía que creo que estudia aquí.
—¿Nombre?
—Des. Des Ross.
Escribe en su teclado por unos segundos. —No está registrada. La
tengo en nuestro sistema, pero no parece que se haya inscrito en las clases
de este semestre.
—¿Tiene alguna dirección o número telefónico que pueda darme?
La mujer me mira por encima del armazón de sus lentes de lectura.
—Lo siento, no los tengo, e incluso si los tuviera, no puedo darle esa
información. —Entorna los ojos—. ¿Lo conozco?
¿Estoy por encima de usar mi fama para encontrar a Des? Por
supuesto que no. —Puede que sí —digo, queriendo que me reconozca, pero
sin querer hacer una escena.
Golpea un dedo contra la mesa, y puedo verla sumar dos más dos. —
Sí. Mi nieto me obligó a ir a ver una película. ¿Ese era usted?
—Puede que sí. He actuado un poco. —Me acerco, cruzando los
brazos sobre el escritorio, y susurrando con complicidad—. Mire, señora,
esto es importante. Des y yo… perdimos el contacto, y estoy tratando
desesperadamente de encontrarla. ¿Hay algo en lo que pueda ayudarme?
La mujer presiona el mouse, escribe algo en el teclado, mirándome
de vez en cuando. Después de un momento, escucho la impresora, y se
estira para alcanzar la hoja que ha expulsado. Agarra una lapicera de una
taza, y los desliza en mi dirección. La tomo, viendo que ha impreso una foto
mía promocional de Fulcrum.
—¿Cuál es el nombre de su nieto?
—Dan.
Escribo en el borde blanco encima de la foto: Dan, tienes una abuela
genial. ¡Gracias por mirarme! Y luego escribo mi nombre, en grande y
garabateado sobre mi cabeza. Le entrego la foto y lee la nota, y me mira
medio divertida y medio aturdida.
—Bueno, señor Trenton. ¿Conoce a Ruth Nicholson?
—Sí, la conocí una vez.
—Bueno, si espera afuera de la sala A—1—13, saldrá de una clase
en… quince minutos. Ruth podría ser capaz de ayudarlo.
Le agradezco y dejo la oficina de registro. Me toma la mayor parte de
los quince minutos encontrar la sala, y luego espero al final del pasillo, con
la gorra de los Chargers bajada sobre mi rostro y unos lentes de aviador. Es
la apariencia que llamo “celebridad de incógnito", lo que significa que en
realidad no engaña a nadie si se molestan en mirarte directamente, pero te
hace sentir como que al menos intentas pasar desapercibido.
Espero solo unos minutos, y luego una puerta se abre y los
estudiantes empiezan a salir, la mayoría hablando en parejas o solos y
mirando hacia sus teléfonos. Unos cuantos me miran, y solo un chico parece
reconocerme. Le muevo ligeramente la cabeza, me sonríe y sigue
caminando. Y entonces veo a Ruth. Camina junto a un apuesto chico
asiático usando una gorra de los Tigers, y ninguno me nota.
Están a punto de pasarme cuando tiro de la manga de Ruth. —Ruth,
¿tienes un segundo?
Se detiene en seco y me mira, sus ojos se abren muchísimo, pero se
recupera y rápidamente se voltea hacia su amigo. —Hoang, te alcanzo
después, ¿vale? —Inclina su cabeza hacia la salida que conduce al exterior.
La sigo, y me empuja en la esquina hacia un almacén, enciende un cigarrillo
y me mira—. Bueno, bueno, si no es Adam Trenton.
—Hola, Ruth. ¿Cómo estás?
—Bien. ¿Qué quieres? —Cruza los brazos sobre el pecho y cada tanto
levanta su cigarrillo con una mano. Su postura es firme y está enojada o
recelosa o ambas cosas a la vez.
—A Des.
Me frunce el ceño y larga humo en mi rostro. —La dejaste ir hace un
mes.
—No por elección. Ella… ni siquiera sé cómo explicarlo. Me dejó
afuera. Simplemente se cerró. —Meto una mano en el bolsillo y observo el
área a nuestro alrededor, asegurándome de que nadie tome fotografías o
me note—. Realmente me gusta. Quería… ver a dónde podían ir las cosas,
supongo, y ella no quiso. La dejé ir porque eso parecía ser lo que quería.
Pero no puedo quitármela de la cabeza. Necesito encontrarla. ¿En dónde
está?
—Se ha ido.
Espero, pero no dice más información. —¿A dónde?
—¿Viste las revistas? —Toma una calada y habla sin soltar el humo—.
Los reporteros le cayeron encima, con fuerza. Salió en una docena de
revistas diferentes.
Niego. —No leo esa mierda. Nunca lo he hecho, ni antes de hacerme
famoso y mucho menos ahora. Todo es mentira y mierdas. Noventa y nueve
por ciento tan ficticio como el jodido Star Wars.
—Sí, bueno, aun así tenían fotos de ustedes dos. Solos en la cena.
También de después. Una de la mañana siguiente llevando tu ropa.
—Mierda.
—Sí.
Suspiré con frustración. —¿La acosaron o algo así?
—No. —Ruth definitivamente protege a su amiga. Bien por ella.
Me acerco a Ruth y expongo mi postura, parándome derecho y
flexionándome para lucir más grande e imponente. —Ruth, evitas mis
preguntas.
Sus ojos se abren más e inclina la cabeza hacia atrás, desafiante y
audaz. —Sí, las evito. No te conozco, y no confío en ti.
—Sabes, recuerdo nuestra conversación, antes de que me dejaras
entrar. No la lastimé. Fui bueno con ella. La cuidé.
Ruth sonríe con satisfacción, y entonces desaparece, reemplazada por
la misma dureza. —Sí, puedo decirlo.
Pongo los ojos en blanco. —Sabes a lo que me refiero maldición. ¿En
dónde está?
Considera mi pregunta, tomando tres largas caladas de su cigarrillo y
entonces lanza la colilla al suelo y la pisa. —Se mudó a Nueva York.
—¿Qué? ¿Nueva York? ¿Por qué?
—Alguna agencia de modelaje vio esas fotos y le ofreció un contrato.
Lo tomó. Se ha ido, amigo.
—¿Cuál agencia? —Mi mente da vueltas. ¿Está modelando?
—Sam Weaver o algo así. No lo sé. —Ruth se ajusta su mochila sobre
los hombros—. Debo de irme.
—Espera un segundo. ¿Cuál es su nueva dirección? Tengo que
encontrarla, Ruth.
Se frota el labio inferior con su pulgar. —No tengo su dirección.
Todavía no tiene un teléfono tampoco, contestando a la siguiente pregunta.
Me llama cada dos días y hablamos y no, no sé el número, no está
registrado. Todo lo que sé es que se queda con otro par de modelos en
Manhattan.
Pienso rápido. Saco mi Sharpie del bolsillo. —¿Tienes un pedazo de
papel? —Ruth saca un cuaderno de su mochila y me lo da. Escribo
pulcramente mi nombre, teléfono, y dirección de correo en la línea superior
y se lo devuelvo—. La próxima vez que llame, dile que la estoy buscando.
Dale esa información.
—Está bien, se lo haré saber.
—Y Ruth, solo tengo que decir esto: no comparto esa información con
nadie más excepto que con ella. Si averiguo que divulgaste mi mierda, las
cosas no irán bien para ti, ¿de acuerdo? No intento amenazarte, pero esto
es serio para mí.
Asiente. —Lo entiendo, amigo. No haría algo como eso.
Me acerco y le doy un abrazo. —Lo sé. Pareces una chica genial,
Ruth. Gracias.
Se tensa. —Bien. Ahora suéltame.
Me aparto. —Nos vemos.
—Sí, probablemente no. Pero pasaré el mensaje. Aunque no prometo
nada.
El auto que contraté me está esperando, entro en él y le pido al
conductor que me lleve al Aeropuerto Metropolitano. Tengo un boleto de
primera clase para el siguiente vuelo a Londres, el cual será temprano en la
mañana, así que consigo una habitación en el hotel del aeropuerto y espero.
La noche es larga, y el vuelo incluso más.
Una semana de filmación en Londres, dos semanas en Praga, y otras
dos semanas en Tokio y ninguna llamada, correo, ni nada.
Me detengo en Manhattan en mi camino de regreso a Los Ángeles
desde Tokio, y paso dos días buscándola. Intento en la agencia de modelo,
de la cual he escuchado, pero no me llevan a ningún lado. La recepcionista
ni siquiera me dijo si Des trabaja para ellos o no. Al estar cerca de causar
una escena y la posibilidad de conseguir que me arresten, lo dejo al ser un
callejón sin salida.
Finalmente, regreso a Los Ángeles y comienzo el proceso largo y
doloroso de intentar olvidarla.
De nuevo.
10
Traducido por Khira Sullivan & SOS MadHatter
Corregido por Daliam

―¡Bien!¡Bien! Ahora gira hacia acá. Genial. Una más. Y ahora intenta
parecer distante, pretende que eres demasiado importante para esta
mierda. Bien, perfecto. Ahora apártate y mírame por encima de tu hombro.
No, no sonrías, solo… mírame. Sin expresión. ¡SÍ! ―El fotógrafo vomita sin
detenerse una sarta de instrucciones, ánimos, y algunas veces balbuceos
sin sentido, solo palabras significativas como: estelar y fantabuloso.
Estoy parada frente a una pared de ladrillos expuesta en un viejo
almacén en algún lugar más bajo de Manhattan, usando vaqueros ajustados
y un top suelto de corte bajo. Hay un enorme abanico industrial soplando a
mi izquierda, haciéndome parecer despeinada por el viento. Hay una docena
de personas todas apiñadas detrás del fotógrafo, algunos de ellos sus
asistentes, otros de cabello y maquillaje, y otros de vestuario. Y allí se
encuentra Rochelle, una mujer hermosamente glamurosa de alrededor de
treinta años con cabello rubio, liso y fino hasta sus hombros y unos ojos
marrones fuertes e inteligentes. Siempre está perfectamente ataviada,
normalmente en pantalones finos de colores negro, marrón, azul marino o
caqui, y con blusas de diferentes cortes y colores. Nunca usa vestidos o
camisetas, y nunca sonríe. Pero es horrible y alarmantemente eficiente en
su trabajo, el cual es llevar a las modelos de un lugar a otro, asegurándose
de que estén listas para una toma, y que se vean de la mejor manera. Ya
que la mayoría de las modelos que he conocido por lo general se
encuentran un poco del… lado caprichoso, esto puede ser un desafío.
También actúa, en algunos casos, como un amortiguador entre el
fotógrafo y la modelo. Algunos de ellos son… asquerosos.
Este tipo, por ejemplo. Puedo sentir su mirada a través de la cámara,
sentir su mirada lasciva fijamente aun cuando me niego a mirarlo
directamente, y me niego a interactuar con él más de lo necesario. Es de
mediana edad y parcialmente calvo con una coleta que le llega a los
hombros, de ojos azul pálido y una barriga hinchada. Pero, por lo visto, es
uno de los mejores fotógrafos en este negocio, y soy afortunada de tenerlo.
Me hará ver increíble… o eso es lo que Rochelle y Sidney afirman, al
menos.
Giro, poso, sonrío, no sonrío, ardo y parezco misteriosa. Y entonces,
cambio de vestuario detrás de la pantalla, asistida por dos chicas de no más
de dieciocho años y un homosexual extravagante con cabello negro
volviéndose plateado en la sien. Y entonces vuelvo a posar, a sonreír y a
repetir el proceso completo una y otra vez. Cambio, repetición. Cambio,
repetición. Horas y horas, y horas. He estado así desde las siete de esta
mañana y he comido tres bocados de una ensalada César y media botella
de agua desde entonces, y ahora ya son pasadas las seis de la tarde.
A juzgar por el perchero de ropa, aún tengo tres o cuatro vestuarios
por usar.
Sofoco un suspiro y me cambio de ropa una vez más.
Escucho sonar el teléfono de Rochelle, lo que sucede al menos una
vez cada diez minutos, y mete su cabeza por la pantalla. ―Des, tengo que
salir y atender esto. ¿Estás bien aquí?
Le muestro los pulgares hacia arriba mientras Mark pasa una
camiseta sin mangas por mi cabeza, entonces cubre mis hombros con un
suéter de mangas corta con botones y retrocede en busca de los vaqueros.
En ese momento el fotógrafo, Ludovic, camina alrededor de la pantalla.
Actúa sorprendido, como si hubiera olvidado hacia dónde se dirigía, pero
veo sus ojos recorriéndome, calculando, hambrientos. Mark lo ahuyenta, y
las tomas se reinician.
Finalmente, después de dos cambios más, solicito un descanso.
Rochelle me despacha con un gesto. ―Diez minutos. El tiempo de
Ludovic es más valioso que el tuyo, querida.
Sí, pero Ludovic puede sentarse y fumar cigarrillos mientras me
cambio, y mientras la estilista revisa mi cabello y mi maquillaje. Yo tengo
que quedarme ahí parada y ser fotografiada, sin sentarme, sin comer, sin
beber nada, sin ni siquiera darme un momento de respiro.
Rápidamente salgo, agarrando la bolsa plástica transparente que
contiene mi ensalada de hace seis horas y la botella media vacía de agua
caliente. Es todo lo que obtendré hasta que llegue a casa, y estoy
debilitándome por el hambre. Me siento en un cajón de leche dado vuelta
en la esquina y obligo a la ensalada a bajar por mi garganta.
Lo siento antes de verlo. ―Aquí estás. Me preguntaba a dónde habías
ido. ―Ludovic.
Lo miro y le ofrezco una sonrisa pequeña y tirante, esperando que se
vaya.
No lo hace.
―Eres una chica adorable, sabes. ―Se agacha a mi lado, con su
espalda contra la pared, y enciende un cigarrillo. Sus ojos se mueven hacia
un lado y vagan por mi cuerpo, de arriba hacia abajo―. Con la ayuda
adecuada, puedes llegar a lugares imposibles para ti, en otras
circunstancias.
Lo ignoro y sigo comiendo la ensalada insulsa, pueril y repugnante.
―La próxima semana voy a realizar unas tomas en la playa. En
Florida. He hablado con Sidney sobre esto, y ha organizado que estés en la
sesión fotográfica. Varias chicas hermosas, una gran playa. Un buen
tiempo, creo. ―Me mira de nuevo―. Toma de biquinis. Tú… serás la más
sensual, ¿no?
Ahora tengo que dejar de comer y responder. ―¿Una sesión
fotográfica en la playa? Sidney no me dijo nada de esto. No haré una sesión
playera.
Sonríe, y sus ojos se pegan a mi escote. ―Todavía no te lo ha dicho.
―Su lengua pasa por su labio inferior, y aparta la colilla de su cigarrillo―. Si
estás nerviosa, quizás podríamos hacer una… sesión privada. ¿Sí? ―Sonríe
de manera provocativa.
Lucho contra la rebelión en mi estómago. ―Solo terminemos esta
sesión. ―Me levanto y me muevo hacia la puerta.
Está frente a mí, muy cerca, y huele a cigarrillo y a sudor. Su mano
agarra la mía y me obliga a pasarla sobre su entrepierna. ―Sé razonable,
hermosa Des. Tú me ayudas, yo te ayudo. ―Se acerca más, sus labios
tocando mi cuello―. Puedo hacer despegar a tu carrera, sabes. Todo lo que
tienes que hacer es ir conmigo, a beber algo, y quizás a comer
algún postre en mi apartamento más tarde. ¿Sí?
Me retiro de su alcance, libero mi mano y reprimo un
estremecimiento. Soy salvada de tener que responder con la aparición de
Rochelle. ―Es tarde y tengo una cita. Vamos, Des. Deja de retrasarme.
―No discuto, Dios no. Estoy agradecida de que apareciera, y algo me dice
que lo hizo a propósito, a juzgar por la forma en la que se mueve entre
Ludovic y yo y me lleva al interior.
―Apúrate, Ludo. Vamos.
Terminamos la sesión y Ludo se pasea por el lugar mientras sus
asistentes empacan su equipo. Me mira, e incluso me guiña un ojo una vez
mientras piensa que nadie está mirando. Me cambio a mi propia ropa
rápidamente, y entonces agarro a Rochelle y la hago hacia un lado.
―Ludovic, él…
―Lo sé. Lo hace con todas las modelos. Es un viejo perro cachondo
desagradable, es todo. ―El teléfono de Rochelle suena y lo saca de su
bolso, mirándolo.
―¿Puede crearme problemas si rehúso su oferta?
Se encoje de hombros. ―¿Problemas? No, no al menos que hagas
una escena o algo estúpido como insultarlo por completo. Solo evítalo y no
te preocupes por eso. ―Me mira por encima de su teléfono―. Aunque
tiene mucha influencia. Conoce personas. Te puede llevar a lugares… si te
gusta. Solo digo.
―¡Rochelle! No voy a…
―Y no estoy sugiriendo que lo hagas ―me interrumpe―. Solamente
te informo los hechos. Tu trabajo es ser una modelo. Lo has hecho. Lo que
hagas en tu tiempo libre es tu problema.
Me estremezco y limpio mi cuello en donde su boca repugnante me
tocó. ―Dijo algo sobre una sesión playera. ―Me agito y agarro mi bolso―.
¿Sabes algo de eso?
―No lo sé, déjame averiguarlo. ―Rochelle escribe un mensaje de
texto, sus dedos moviéndose a la velocidad de un rayo que parece
imposible. Escucho su teléfono vibrando en su mano unos segundos
después y lee el mensaje, entonces me mira―. Efectivamente, te reservó
para una sesión de fotos en la playa la próxima semana. Un grupo muy
exclusivo, por lo que Sid me dice.
―No quiero…
Los ojos de Rochelle se encienden en mi dirección, duros como
piedras. ―Niégate a sus avances, evita sus manoseos, como quieras. No me
importa. Pero no te niegas a realizar un trabajo. No cuando es Ludovic
Perretti. ―Baja su teléfono, indicando lo en serio que está hablando―. Es
un viejo cachondo repugnante e intentará follarte si lo dejas, pero es el
mejor maldito fotógrafo en el negocio.
―De acuerdo, Rochelle. De acuerdo. Lo entiendo.
Se calma. ―Bien. Ahora ve a casa. Mañana te compraremos un traje
de baño.
Mi estómago se retuerce en un nudo y sube hasta mi esófago. ¿Un
traje de baño? Demonios, no.
Pero al parecer no tengo opción. No si quiero permanecer en Nueva
York y continuar trabajando de modelo. Lo cual es lo que quiero, ¿cierto?
Llego a casa, comprando un sándwich de una bodega de camino al
metro. No es suficiente, pero si mañana me voy a probar biquinis, es mejor
disminuir el consumo de calorías. Ninguna de mis compañeras de piso se
encuentra en casa cuando llego, así que tomo la oportunidad de llamar a
Ruthie en el teléfono.
―Des, oye. ¿Cómo estás?
Gruño y me lanzo en el cojín en el piso al lado del teléfono.
―Cansada. Hambrienta. Y sintiéndome violada.
―¿Violada? ¿Qué pasó?
―El fotógrafo en la sesión de hoy, se me propuso. Dijo que puede
hacer que mi carrera despegue. Por un precio, obviamente, y el precio fue
muy explícitamente implícito. ―Me estremezco, sintiendo sus manos y
labios nuevamente―. Dios, es tan repugnante. Y lo peor, básicamente me
obligó a trabajar en una sesión playera con él la próxima semana.
―¿Una sesión de playa? ¿Eso no debería ser divertido?
Resoplo. ―Sí, ¿cuándo fue la última vez que me viste en un biquini?
―Oh.
―Exactamente. Oh.
―¿Cómo pudo obligarte?
Suspiro. ―Porque es el mejor fotógrafo en el negocio. ―Bajo mi voz
para decir la frase como una burla―: No rechazas un trabajo. Simplemente
no lo haces.
―¿Intentará algo otra vez?
―Sin duda.
―¿Entonces qué harás? ―pregunta Ruth, una licuadora zumbando en
el fondo.
―Hacer la sesión e intentar no dejar que nadie vea que me sentiré
como una jodida ballena usando un estúpido biquini.
―Dios, Des. ¿Estás segura de que eres feliz allí?
―No.
―Pensé que modelar se suponía que era... no lo sé, ¿bueno para tu
autoestima?
―También lo pensé. Solo que no lo es. Es lo opuesto, en cualquier
caso. Todas con las que trabajo son más delgadas que yo. Más bronceadas
que yo. Con senos más altos y tensos que yo. Con mejor estructura facial.
Son mejores posando. Están más dispuestas a chuparse a los fotógrafos
que yo. Y la no dicha, pero muy cierta presión de mantener mi peso bajo en
verdad le hace muchísimas mierdas a mi psique. Nadie ha dicho
abiertamente en pocas palabras: Des, tienes que perder cinco kilos. Aún no,
al menos. Lo que hacen es medirme, pesarme, cuestionar mis elecciones de
comida, chasquear sus lenguas y desaprobar cuando tengo que
introducirme en unos vaqueros tan ajustados que me siento como una
salchicha rellena de mierda. ¡Solo quiero algún bendito pastel de queso,
Ruthie! Estoy en la ciudad de Nueva York y no he comido ni un solo pedazo
de pastel de queso. Es ridículo. ¿Sabes lo que comí hoy? Una ensalada césar
pequeña, caliente e insípida, un pavo pre cocido y un emparedado suizo.
¿Sabes lo que comí ayer? Un puñado de bastones de vegetales y medio
panecillo, sin queso crema.
―Por Dios, Des. Eso es criminal.
―Eso es modelaje.
―Un buen jodido modelaje.
―No puedo renunciar ahora, Ruth. A penas lo estoy experimentando.
―Eres miserable.
No sé qué decir. Odio estar aquí, la mayor parte de los días. Es
ruidoso, agitado, jodidamente intenso. Y eso es solo Nueva York. Estoy
hambrienta. He estado hambrienta desde el día que aterricé en LaGuardia.
Extraño a Ruth. Extraño Detroit, tan loco como suena. Extraño las Islas
Mackinac.
Extraño a Adam.
Ruth se queda en silencio, y la conozco tan bien que puedo decir que
tiene algo que decir pero no está segura de cómo empezar. ―Solo dilo,
Ruth.
Puedo escucharla tomar un trago de lo que sea que hizo en la
licuadora, una piña colada o algo delicioso estoy segura. ―No hay manera
de decir esto, así que simplemente lo diré. Adam se apareció en la escuela.
―¿Él… qué? ¿Adam? ¿En Wayne?
―Estaba buscándote.
Mi cabeza da vueltas, y si no hubiera estado ya sentada, me hubiera
caído. ―Santa mierda. ¿Qué te… qué le dijiste?
―La verdad. Que estás modelando en Nueva York, que no tengo una
dirección ni un número de teléfono tuyo. ―Hace una pausa otra vez, y
espero―. Me dio su información de contacto para que te la diera.
―¿Lo hizo?
―Parecía… como si te extrañara, Des. Como si se arrepintiera de
haberte dejado ir.
―No lo hizo. Yo le dejé ir.
―¿Por qué, Des? Parece realmente genial.
―¿Cómo va a funcionar, Ruth? ¿Lo seguiría a donde sea que fuera?
¿Me quedaría sentada en alguna mansión de L.A., esperando a que
regresara de filmar? Apenas lo conozco, y él no me conoce en absoluto.
―Eso se llama tomar riesgos, Des. Deberías llamarlo. ―Suspira, y
suena frustrada, o decepcionada, o solo resignada. No puedo decir cuál―.
¿Quieres esta información o no?
―Sí.
Recita de un tirón la información de Adam, y la escribo. Hablamos por
unos minutos más y entonces cuelgo. Me quedo en el cojín extrañamente
cómodo pero horriblemente incómodo, mirando fijamente los números. Me
encuentro escribiendo su nombre por encima del número de teléfono,
encerrándolo, subrayándolo.
Pero no llamo.
Mi razonamiento es impreciso, inclusive para mí. ¿Esto es sobre no
admitir que estaba equivocada? ¿Qué debería haber… qué? ¿Qué debí haber
manejado las cosas de manera diferente? ¿Contarle más sobre mi vida?
¿Decirle porqué me hice los tatuajes? ¿Qué diferencia hubiera hecho algo de
eso?
Así que no llamo.
Ese día no, ni el resto de esa semana.
Paso unos pocos días intentando probarme trajes de baño y va tan
bien como podía esperarse. Sidney frunce el ceño y las cejas depiladas y
punteadas de Rochelle descienden por la consternación. Me pasan biquini
tras biquini, y rechazan cada uno. Finalmente, llegan a un acuerdo con dos.
Uno tiene la parte superior en forma de banda y la inferior es como un
pantalón de chico color negro básico, el otro es un diseño arremolinado de
rojo y naranja en un top y parte superior de talle alto.
Y déjame decirte, aun usar esos frente a Sidney y Rochelle fue difícil
para mí. Me retorcí, me moví, ajusté el top, jugué con la banda sin tiras, y
traté valientemente de no hacerme calzón chino4.
Y entonces Sidney soltó la bomba. ―Esos son buenos, Des. Tan
buenos como se conseguirán, al menos. ―Sus ojos avellana se fijaron en
mí, y pasó una mano a través de su cabello rojo costosamente teñido―.
4
Calzón Chino: El calzón chino es un tipo de broma humillante propia del acoso escolar.
Consiste en que un abusador estira los calzoncillos de la víctima hacia arriba hasta el punto
en que queda con su ropa interior apretada.
Aunque de verdad necesitas perder unos kilos. Si puedes manejar eso, los
trajes de baño te quedarán mucho mejor. Tienes… qué… ¿cuatro días más?
Incluso 1 o dos kilos harán toda la diferencia.
Mi cara se puso roja en partes iguales, por la ira y por la vergüenza.
—Sidney, yo…
Levantó una mano, con la palma de cara hacia mí. —Odio tener que
decirte eso. De verdad. ¿Crees que alguien quiere oír eso? ¿Sabes cuántas
veces escuché eso, mientras modelaba? Dos kilos más, Sidney. Lo oí por lo
menos una vez a la semana. Duele, sé que sí. Y lo siento. Pero así es el
negocio. —Agitó una mano hacia mí, desestimándome—. Puedes hacerlo.
Estoy segura de que puedes hacerlo.
Salgo de la oficina con una pequeña bolsa que contiene los bikinis, y
un corazón lleno de dolor y de ira.
Me lo trago, y paso los cuatro días siguientes apenas comiendo,
caminando más rápido y tomando las escaleras. Me pruebo los bikinis cada
mañana y cada noche, y veo que sí, he bajado un kilo, y luego un kilo y
medio, y luego casi dos, y sí, me quedan un poco mejor. Mi escote se
acentúa cuando el resto de mi cuerpo es ligeramente más... aerodinámico.
Pero me encuentro tan hambrienta.
Y la ira se introduce en mí, muy en el fondo.
Florida es cálida y húmeda. Pasamos una buena parte del primer día
eligiendo un lugar, lo que significa caminar de arriba abajo por la playa, en
busca de exactamente la ubicación perfecta. Para mí cada lugar se ve igual:
hoteles, restaurantes y centros turísticos, por un lado, la arena y el mar por
el otro, en la medida que el ojo puede ver en ambas direcciones. Pero
Ludovic parece estar buscando algo específico, así que todos los seguimos
de aquí para allá como pequeños patos estúpidos caminando detrás de su
mamá.
Y entonces elige un tramo de arena exactamente igual al de los otros,
hace un movimiento de cabeza, y anuncia que este es el lugar. Su equipo se
apresura a acomodar reflectores y todo el otro engranaje. Los de Cabello y
Maquillaje comienzan a frotar, a cepillar y a girar, y nos quitamos nuestras
batas. Las otras chicas lo hacen tan fácilmente, con seguridad. Lanzan sus
abrigos a la arena, se ajustan las tiras y la línea del bikini, y se contonean
felizmente de aquí para allá, charlando entre ellas y dándole patadas a las
olas, riendo. Una multitud se está reuniendo, viéndonos, y me pongo a
dudar. Pero no puedo vacilar. Desato la parte delantera de mi bata, con un
encogimiento de hombros salgo de ella y me concentro en no ver a la
multitud de turistas y bañistas boquiabiertos. Doblo la bata y la coloco
sobre la arena, me quito las chancletas y dejo que los de Cabello y
Maquillaje terminaran conmigo. Todos los ojos se encuentran fijos en mí.
Porque destaco.
Las otras chicas son todas muy delgadas y flexibles con tetas
pequeñas pero perfectamente formadas, colas de jovencitas y piel que
parece retocada incluso antes de que adornen las páginas de la revista. Soy
la más alta por lo menos con siete centímetros, y la más grande por lo
menos con trece kilos de diferencia.
Soy la única modelo de talla grande haciendo este rodaje.
Veo a la gente mirándome fijamente, lo siento. Los chicos deambulan
por ahí y siento sus miradas en mí. Ludovic toma fotografías del océano o
algo así, un sinfín de fotos, ajustando la configuración de su enorme Nikon.
Con el reflector, sin él, luego con algún tipo de filtro de la lente gris, y sin
él.
Finalmente, señala a una de las modelos, una chica de Brasil llamada
Nina. Su bikini es tan diminuto que probablemente cabe en una cápsula de
café Keurig vacía.
Luce jodidamente impresionante.
Se acomoda en el suave oleaje, alrededor de las olas, las gotas de
agua destacan sobre su piel oscura. Su sonrisa es blanca y genuina.
Anya es la siguiente, una chica rusa-estadounidense con el cabello
platinado y tetas gigantes, pero falsas. Su cintura se curva, y brota el
trasero, y sus muslos son delgadísimos, pero bien formados, y simplemente
tiene una apariencia absurdamente perfecta. Ludovic le presta especial
atención. Saca cientas de fotos, entregándole su cámara a un asistente y
arrodillándose a su lado, acomodando su cabello y diciéndole palabritas
encantadoras que la hacen reír. Entonces la hace rodar sobre su espalda
para que sus senos se encuentren en el aire, su cabello está húmedo y bien
esparcido en la arena, mientras que las olas regresan hasta sus rodillas.
Es una toma increíble. Una perfecta para Sports Illustrated.
Cuando han terminado, la detiene y le susurra algo al oído, mientras
le entrega lo que parece ser una tarjeta-llave de la habitación. Ella le sonríe
con timidez. La siguiente modelo toma el lugar de Anya en la orilla del
agua, y Anya se deja caer en la arena calentada por el sol a mi lado.
Usa la llave de tarjeta para hacer una línea en la arena entre sus
piernas. —Dios, qué cerdo.
Me hago la tonta. —¿Quién? ¿Ludovic?
Asiente, sin mirarme. —Sí, Ludovic. Tocándome. Diciéndome lo
sensual que estoy. ¡Por supuesto que soy sensual! Soy una jodida modelo
¿verdad? Como si me fuera a meter en su habitación en medio de la noche
y dejara que me folle. No me importa si dice que me puede meter en Sports
Illustrated. Eso no va a suceder. Dios, qué idiota.
—¿Quieres estar en Sports Illustrated? —pregunto.
Me mira y su expresión es de incredulidad. —Por supuesto. ¿Crees
que me meto en esta dieta y paso muchas horas en el gimnasio para lucir
de esta manera para conseguir una cita o algo así? No. Soy una modelo de
trajes de baño. La edición de traje de baño es lo que toda modelo de bikini
quiere. Pero hacer lo que él quiere que haga para conseguirlo, no lo creo.
Tengo estándares. —Me mira de nuevo, esta vez con curiosidad—. Lo
siento. ¿Has hecho algo como eso para llegar hasta aquí? Mi intención no es
insultarte, si es que lo hiciste.
No puedo evitar reírme. Al tratar de no insultarme, lo ha hecho.
Niego. —No. Solo estoy aquí porque él tiene la esperanza de que yo lo
haga.
—¿Y lo harías?
Clavo mis talones en la arena, tratando de disimular mi enojo y mi
disgusto. —Por supuesto que no. —Muevo mis dedos de los pies—. Ni
aunque fuera el último hombre sobre la tierra.
—Entonces tenemos al menos eso en común —dice Anya, y se pone
de pie, sacudiéndose la arena del trasero.
Otro insulto ambiguo. Trato de no dejar que me moleste mientras
espero mi turno delante de la cámara.
Horas más tarde, cuando el sol está ocultándose en el mar, me
encuentro aburridísima y todas las otras modelos ya se han ido, excepto Li
Fei. Y entonces se coloca las sandalias y se va sin decirle una sola palabra a
nadie, y solo nos quedamos Ludovic, yo, y el equipo.
Trato de dejar espacio entre Ludovic y yo mientras paso a su lado,
pero él se mueve hacia mí, coloca su mano sobre mi brazo y me hace girar.
—Justo allí, sí. —Me saca algunas fotos, las revisa, configura sus
ajustes, y toma unas pocas más, dejándose caer sobre una rodilla.
Sin dirección, simplemente me quedo allí de pie, con las manos a los
lados, mi peso en una pierna, sin sonreír. Mi piel se estremece en donde me
tocó, y quiero frotármela, untar desinfectante para las manos sobre ella.
Deja que su cámara cuelgue de su cuello y coloca sus manos en mi cintura,
guiándome hacia el mar. Doy un paso fuera de su alcance, y veo un destello
de irritación cruzando por sus facciones. Cierra el espacio entre nosotros y
sus manos van hacia mi cintura de nuevo, y me posiciona. Sus manos
permanecen allí, y sus ojos me buscan.
—No te hagas la tímida, Des —me dice en voz baja que solamente yo
puedo escuchar—. Sabes que tus opciones son limitadas.
Y con esa afirmación incitadora de furia, retrocede y empieza a tomar
fotos, de rodillas, flexionado, poniéndose de pie, girando la cámara para un
retrato, cambiando una configuración, gritando instrucciones para que pose.
La siguiente hora pasa lentamente, mis músculos se encuentran rígidos y
me duelen por cambiar de posición y posar con tanta frecuencia,
manteniendo una posición especial por todo el tiempo que pueda de vez en
cuando.
Me hace un gesto cuando finaliza una hora. —Bien, bien. Ahora
cámbiate a la otra bikini.
No hay pantalla, y una pequeña multitud todavía está mirando. —Um.
¿En dónde me cambio?
Tiene que reprimir una sonrisa maliciosa. —Aquí, aquí. Ellos te
pueden cubrir con tu bata, si estás tan preocupada.
Dos muchachas en el equipo de maquillaje toman mi bata y el
reflector de la luz, posicionándose entre Ludovic, la multitud y yo, así que
solo está el océano para verme mientras me quito la parte superior y me
meto en un bikini sin mangas. Afortunadamente, no hay nadie haciendo
canotaje o esquí acuático en ese momento. Siento a Ludovic
observándome, y sé que puede ver mis pies, mis pantorrillas y mis
hombros. Sin vergüenza se levanta en puntillas de pie para intentar verme,
guiñándome un ojo.
Cuando me he colocado el otro bikini, pasamos una hora más
cambiando de pose en pose, hasta que el sol se encuentra medio enterrado
en el horizonte ondulante y estamos perdiendo la luz.
Por último, despide a los del equipo. —Bien. Hemos terminado.
Pueden irse. —Me mira, y su expresión es oscura y hambrienta—. Des y yo
vamos a terminar aquí a solas.
El equipo intercambia miradas, y una de ellos me observa con una
mirada interrogante. Ella conoce su reputación, y lo que está tratando de
hacer. Pero no pueden hacer nada al respecto; los asistentes y los
camarógrafos son incluso más reemplazables que los modelos.
Me coloco la bata mientras la tripulación empaca las cosas y regresa
al hotel. Ludovic está revisando las tomas anteriores, moviendo su cabeza
de vez en cuando.
Cuando se da cuenta de que todo el mundo se ha ido, la multitud de
turistas curiosos incluida, una sonrisa cruza su rostro. —Al fin solos —dice,
en voz baja, con una promesa detrás.
Mantengo mi barbilla en alto. —Tengo que irme.
Solo niega. —No, no tienes que hacerlo. —Hace un gesto hacia en el
restaurante no muy lejos—. Creo que deberíamos cenar.
—No tengo hambre —miento.
Solamente sonríe. —Sí, tienes. —Da un paso hacia mí y me tenso,
sintiendo que mi piel se pone de gallina ante su cercanía—. Has perdido
peso. Se ve bien en ti. O fuera de ti, más bien. Ahora, si tan solo pierdes,
oh, unos cinco kilos más, estarías verdaderamente sorprendente. Podría
hacer cosas increíbles contigo, Des. —Me guiña un ojo, convirtiéndolo en
algo con doble sentido.
No me molesto en ocultar ni mi disgusto ni mi ira. —Me voy. —Me
doy vuelta y me alejo antes de que pueda hacer algo imprudente, como
ponerle el puño en la garganta.
Trota detrás de mí, se inclina hacia mí, y engancha su dedo en la
correa de la parte superior de mi bikini, tirando de ella. —Vamos, Des.
¿Crees que puede llegar a alguna parte en este negocio por tu cuenta? De
verdad no quieres alejarte de mí.
—Sí, sí quiero. —Sigo caminando, negándome a mirarlo.
Mantiene el ritmo conmigo, y su boca se encuentra al lado de mi
oreja. —Ni siquiera tendrías que hacer mucho, ya sabes. No, a menos que
quisieras. Coloca esos labios carnosos tuyos alrededor de mi pene, Des. Te
va a gustar, lo prometo. Solamente eso, y puedo hacer que tengas éxito.
Puedo sacarte de ese apartamento tan pequeño que compartes con todas
esas otras chicas. Tengo un gran apartamento, y una gran polla. Puedes
tener ambas cosas. —Desplaza una mano por mi cintura, hasta llegar a mi
trasero—. Sabes que quieres hacerlo. Sabes que no conseguirás nunca nada
mejor que yo.
Todo comienza a hervir. La rabia es caliente, y cegadora. Me giro,
alejándome de él, dando un paso hacia atrás. —Ándate... a la mierda. —
Escupo las palabras, siseando con una furia ciega.
Y entonces hago algo aún más estúpido: doy un paso hacia él, y le
doy una bofetada con la mano abierta tan fuerte como puedo. Parpadea
ante mí, se lleva una mano a la cara, y luego se dirige hacia mí, con ira en
sus ojos. Lo empujo. Qué imbécil es, sale volando hacia atrás dando tres o
cuatro pasos, a tropiezos, y aterriza sobre su trasero en la arena. Su
cámara golpea su pecho, y rueda hacia un lado, la Nikon arrastrándose por
la arena.
Me alejo, e ignoro a Ludovic mientras grita.
—Te arrepentirás de esto, perra. ¡Voy a llamar a Sidney en este
momento! Nunca vas a trabajar de nuevo. ¡Estás acabada! ¡ACABADA!
Tratar de hacer una salida enojado por la arena no es fácil. Quiero
correr, pero no lo hago. Por un lado mis senos me van a golpear la barbilla,
ya que esta estúpida parte superior del bikini ofrece absolutamente nada de
apoyo. Y por otro lado, no quiero darle a Ludovic la satisfacción de saber lo
enojada que me encuentro.
La rabia, la vergüenza y el odio me atraviesan, las lágrimas pican en
mis ojos, haciéndome llorar inevitablemente. Sin embargo, todavía no lo
hago. Aquí no.
Siento pena porque, solo por una sola fracción de segundo, lo
consideré. En un abrir y cerrar de ojos, consideré hacer lo que él quería.
Pero entonces apareció la cordura, y el disgusto me invadió. Junto con una
carga aplastante de auto-odio.
Sabes que no conseguirás nunca nada mejor que yo.
Oh, yo podría haber tenido algo mucho mejor. Pero también arruiné
eso.

***
—Maldita sea, Des. Te lo advertí. —Rochelle me encuentra en la línea
en la salida en el aeropuerto de LaGuardia.
Tiene mis maletas en equilibrio sobre un carrito. No solo el pequeño
equipaje de mano que traje a Florida, sino las tres más grandes que
contienen todo lo que tengo.
—¿Rochelle? —me quedo mirando fijamente a mis maletas—. ¿Qué...
qué está pasando?
Sus ojos están llenos de pesar. —No tienes que follar con él, te lo
dije. Pero no lo hagas enojar. —Niega—. ¿Y vas y lo golpeas? ¿En público,
en una playa, delante de testigos?
—No sabes lo que me dijo, Rochelle.
—Y no me importa. —Busca en su bolso, sacando una carpeta. La
abre, me entrega dos trozos de papel. Se trata de un cheque por una
cantidad insignificante de dinero. El otro es un billete de avión de ida de
regreso a Detroit, saliendo en treinta y seis minutos—. La única razón por la
que todavía estoy pagando por tu vuelo de regreso es porque me agradas.
Yo pagué por ese boleto. No fue Sidney, ni la agencia. Fui yo. Esto no el
negocio indicado para ti, Des. Simplemente no lo es. Vete a casa. Regresa a
la escuela.
Me quedo mirando el billete. Y encuentro, junto con el dolor, la
tristeza y la vergüenza, una palpable sensación de alivio. —Gracias,
Rochelle.
Me ofrece una sonrisa rara, y parece extraña en sus facciones. —
Nada de gracias. ¿Sabes cuánto tiempo he querido darle una cachetada a
ese cerdo presumido y arrogante?
Así que arrastro mis tres maletas pesadas a través de la línea lo más
rápido que puedo, tropezando, conteniendo las lágrimas de confusión.
Apenas consigo llegar al vuelo, entrando a tropiezos en la pasarela
telescópica justo cuando están a punto de cerrar la puerta. Me dejan
abordar, y encuentro mi asiento, sosteniendo mi bolso en mi regazo y
mirando fijamente el cheque que representa casi dos meses de inanición, el
estrés y las horas insanas.
De regreso en el Aeropuerto Metropolitano de Detroit, me doy cuenta
de que no estoy segura de cómo voy a llegar a casa, y me pregunto si Ruth
ha encontrado a un nuevo compañero de cuarto. No tengo una tarjeta de
crédito o una tarjeta de débito, y ni siquiera tengo veintitrés años, así que
tampoco puedo alquilar un coche. No tengo un teléfono ni a ninguna
persona a quien llamar. Ruthie no tiene coche.
Tengo que llamar a un taxi del aeropuerto, y el viaje me cuesta el
resto de mi dinero en efectivo. Cuando saco mi equipaje del taxi y llego a la
acera de afuera del edificio de apartamentos de Ruthie, está lloviendo. Mi
llave no funciona en la cerradura, la que me doy cuenta es completamente
nueva. Pulso el timbre, pero ella no responde.
No tengo a dónde ir. Ni dinero, excepto por el cheque en mi bolso,
que no puedo cambiarlo o depositarlo todavía. Todo está cerrado.
Apilo mis maletas mojadas en el suelo y me siento en el suelo al lado
de ellas. La lluvia cae retumbante en mi cráneo, me mojo hasta los huesos
en un momento.
Trato de no recordar la última vez que me quedé atrapada en la lluvia
de esta forma.
He perdido la noción del tiempo. Eventualmente, me quedo dormida,
a pesar de la lluvia. O tal vez el término es pierdo el conocimiento.
Siento una mano moviendo mi hombro. —¿Des? —Es Ruth. Levanto
mi mirada hacia ella, y me doy cuenta de que mis dientes castañean con
tanta fuerza que ni siquiera puedo hablar—. Des, cariño, ¿qué haces aquí?
Jesús, ¿cuánto tiempo has estado aquí?
—No tengo ningún otro lugar… a… donde… ir.
—Oh, cariño. Dios. Vamos, vamos adentro.
Una ducha de agua caliente, un cambio de ropa, y la sopa de fideos
de pollo de Campbell me hacen sentir un poco más humana. Le explico todo
a Ruth, quien es demasiado buena como amiga para decirme te lo dije, pero
puedo verlo en sus ojos, siento que se asienta entre nosotros, sin decirlo.
No pregunta si alguna vez llamé a Adam de nuevo; me conoce mejor.
No ha alquilado mi antigua habitación.
¿Porque sabía que regresaría?
11
Traducido por astrea75 & MadHatter
Corregido por Danny Hart

―Salto del tren. Toma dos. Y… ¡acción! ―la voz de Miller Presley
retumba a través del megáfono y entro en acción.
Comienzo corriendo a lo largo del techo de un depósito y a dos
metros debajo de mí se encuentra un tren de carga moviéndose a dieciséis
kilómetros por hora, lo más rápido que puedo correr. Todo ha sido
cuidadosamente calculado, coreografiado y probado usando un doble de
acción, así que saben que es posible. Diablos, ya he realizado el salto por
mí mismo una vez. El aterrizaje no es el problema, lo complicado es el
momento después. Presley quiere que el salto se vea sin esfuerzo, así que
practicamos con el tren detenido. Plena carrera, salto, caída de dos metros,
aterrizo de pie en el techo, mantengo el equilibrio, sigo corriendo. Casi lo
tengo. Casi.
He aterrizado en la práctica y casi lo conseguí en la primera toma
real, pero me tropecé los primeros pasos antes de encontrar mi equilibrio y
Presley simplemente no aceptará los tropiezos. No los aceptará. Así que lo
hago de nuevo.
―¡Eres un maldito superhéroe, maldición! ―grita Presley a través del
micrófono. Esta es su versión de una charla―. ¡Aguanta el maldito
aterrizaje, gran idiota! No voy a regresar ese maldito tren de nuevo, ¡así
que hazlo bien! Ahora… ¡Vamos-vamos-vamos! ¿Listo? ¡SALTA!
Salto. Mi corazón retumba. El aire silba. Mis pies vibran por el
aterrizaje sobre el techo de metal del vagón de carga. Mis muslos duelen
por las constantes carreras. El tren se mueve debajo de mí, y sé que
terminaré con esto maldita sea. O alguien más lo hará. El tren se supone
que comenzará a moverse en cinco minutos antes de que empiece a correr
y todo está programado con precisión así como mi salto y aterrizaje en
medio del vagón.
En lugar del techo tranquilizador de metal oxidado, todo lo que veo es
un hueco entre los vagones. Voy a fallar. Me voy a aplastar entre los
vagones y me convertiré en pasta.
Mi corazón golpea mis oídos, se siente como si el tiempo se moviera
muy despacio.
La distancia entre el tren y yo se congela, luego mi estómago y mis
costillas chocan contra el borde del vagón del tren. Hijo de puta cómo
duele. He atrapado el borde y puedo ver el suelo zumbando bajo mis pies.
Si me deslizo, estoy muerto. No hay sistema de seguridad, ni cables. El tren
se está moviendo demasiado rápido. Puedo sentir la diferencia, la siento. No
puedo moverme. No puedo respirar. Alguien está gritando, chillando
¡CORTEN! ¡CORTEN! Pero Presley está girando su brazo, la señal para
seguir rodando.
Sí, no me importa idiota, solo estoy cerca de morir aquí.
Presiono, araño, revolviendo los dedos en mis botas de combate
contra el lateral del coche, gruñendo con los dientes apretados. Mis costillas
gritan, ya sea por estar magulladas o rotas. Mis músculos se encuentran en
llamas. Coloco un codo en la parte superior del vagón de tren y luego el
otro. Ahora puedo moverme hacia adelante y poner mi pie debajo de mí. El
coche de seguridad está rebotando al lado del tren y el AD está agitando su
brazo en círculos. Seguimos rodando.
Delante de mí, Israel Price-Vickers corre a través de la parte superior
del tren, ajeno a lo que acaba de ocurrir. Tiene una AK-47 colgada
alrededor de su espalda, con balas de salva en el cargador. Él es el malo al
que se supone que debo atrapar. Se supone que debo correr detrás de él.
Tengo que atraparlo. El hecho de que Presley no haya cortado aun, me dice
que quizás acepte esta toma, si puedo moverme. Tomo una respiración y
me estremezco por la punzada de dolor en mi pecho, llevo una mano hacia
mis costillas y me obligo a correr. Cada paso duele, pero he actuado con
peores. Entierro el dolor, gruñendo, y comienzo a correr. Israel me echa un
vistazo y añade velocidad. Salto el espacio que hay entre los vagones y
ahora hay solo un vagón de distancia entre nosotros. Israel no tiene ni una
maldita oportunidad. Incluso con las costillas magulladas, todavía puedo
correr como un perro.
Pasamos el marcador, un poste de teléfono con una “X” pintada con
aerosol rojo a través de la madera, diciéndonos que la siguiente fase de la
escena se acerca. Cuando vemos el siguiente poste marcado con una “X”,
voy a enfrentar a Israel y volaremos por el aire y hacia una enorme
plataforma de truco.
Excepto, que si el tren se mueve más rápido, perderemos el
aterrizaje. En la coreografía, Israel gira en el último segundo y vuela hacia
atrás para absorber el impacto de mi golpe. Ahora eso no va a funcionar.
Israel no sabe que el tren se está moviendo más rápido de lo que se supone
o lo que sea que eso significa para la escena.
Me empujo con más fuerza. Veo el poste marcado y la plataforma y
se encuentra mucho más cerca de lo que se supone que debe estar.
Profundizo la carrera y me obligo a ir hasta el límite de mi capacidad
física. Israel no me ve llegar, no está listo para el golpe.
Dos metros.
Metro y medio.
Y entonces estoy volando por el aire, zambulléndome hacia Israel,
chocando contra él. La culata de la AK-47 se clava en mis costillas, pero no
puedo hacer nada excepto absorber el dolor. Israel se encuentra en mis
brazos, retorciéndose y golpeándome, entonces cuando llegamos a la
plataforma de trucos el rifle me golpea de nuevo, dañando aún más mis
costillas.
―¿Qué mierda, Adam? ―Israel rueda para alejarse de mí, rebotando
en la enorme plataforma inflada y sobre el suelo. Se tropieza, tira el rifle a
un lado y se agarra el costado, inclinándose y haciendo una mueca como un
marica―. ¡Esa no era la maldita coreografía, imbécil! ¿Qué demonios
estabas haciendo?
―Salvando tu culo y la escena ―gruño, deslizándome con cuidado al
suelo.
Presley está aquí, bajándose de su carrito de golf y corriendo hacia
mí. ―¡Santa mierda, santa mierda! ¡Eso fue épico!
―Necesitas despedir al maldito ingeniero del tren ―ladro―. Hizo que
ese pedazo de mierda de tren fuera más rápido de lo que se suponía que
debía hacerlo.
―Lo sé. Lo sé ―dice Presley, ondeando una mano
despectivamente―. Pero es del sindicato, no podemos hacer nada excepto
gritarle. ¡Sin embargo, lo lograste, y esa escena funcionó mucho mejor así!
¡Esto hace que tu personaje parezca mucho más humano y creíble! ¡No
puedo creerlo! ¡Eso fue absolutamente maravilloso! ¡Tómense cinco
minutos, todos!
Levanto mi camisa, y veo una contusión enorme que ya está purpura,
a través de mi torso. ―¿Qué te parece si me tomo el día Pres? O la semana,
¿qué hay de eso? Casi muero, ¿O te perdiste ese pequeño detalle?
Presley se estremece y mira hacia otro lado. ―No seas tan dramático,
Adam. Pero sí, sí, tómate hasta el martes. Tenemos trabajo que hacer para
las próximas escenas de Israel de todos modos, así que en realidad no te
necesitamos ―agita su mano―. Y haz que te revisen eso. Te necesito
perfecto para tu próxima escena. ―Se mete en el carrito de golf
achicándose, acomodando significativamente su corpulencia. Presley Miller
no es un hombre pequeño.
Lo observo irse, y luego el equipo médico en el lugar corta mi camisa
y palpa mis costillas. Dicen que hay tejido y músculo afectado, pero ninguna
rotura. También me dicen que la gruesa capa de músculos evitó las lesiones
importantes.
¿Por qué no podía ser un actor de comedia romántica? Contar chistes
y besar a chicas calientes durante todo el día. Me suena bien justo ahora
mismo.
Me ayudan a entrar en otro carrito de golf y me conducen a través
del paisaje industrial que estamos usando como plató. Nos encontramos en
algún lugar del desierto urbano industrial de las afueras de Detroit, rodando
una película de acción de gran presupuesto, con un argumento y personajes
originales por una vez, lo cual es bastante interesante en esta época de
nuevas versiones, reinicios y adaptaciones. Terminamos Fulcrum 2 hace
tres meses atrás y he estado trabajando en esta película desde entonces.
Filmamos todo en los alrededores de Detroit, tanto por el ambiente post-
apocalíptico de los distritos como los almacenes abandonados y guetos del
centro de la ciudad, y porque el gobernador del estado recién elegido
instituyó reducciones de impuestos importantes para la industria del cine
como una táctica para rejuvenecer a la ciudad luchadora.
Mi chofer y guardaespaldas, Oliver, me espera al lado de un Range
Rover elegante y negro y me conduce al centro, a mi departamento
alquilado. Me ducho, me cambio y me tomo algún Motrin para las molestias
y dolores, y luego le digo a Oliver que me deje en un bar local. Me siento en
una cabina con mi guion, una cerveza y una hamburguesa. Me paso un par
de horas tranquilamente bebiendo cerveza y repasando mis líneas para las
próximas escenas e ignorando el zumbido del bar a mí alrededor.
Los clientes van y viene, algunos me reconocen, pero Oliver los
mantiene a raya.
Y luego resulta que levanto mi mirada mientras recito una línea
particularmente tortuosa entre dientes y ocurre que veo a una chica en una
mesa contigua a la mía. Bebe un Martini y revisa un catálogo de algún tipo,
mientras habla por teléfono. Hay un lugar enfrente de ella, supongo que
espera a alguien. Sin embargo, la muchacha por sí misma no me interesa,
el catalogo sí. Es de una línea de ropa y lo que me llama la atención son las
modelos. Como la muchacha mirando el catalogo, todas las modelos tienen
más curvas. De talla grande, imagino que debería ser el término. Aunque
después de conocer a Des, he dejado de usar ese término; las mujeres son
mujeres, y son preciosas independientemente de su forma, tamaño o peso.
Mi corazón se tensa cuando pienso en Des. Nunca llamó. Seis meses
y ni una palabra de ella.
La chica voltea la página y allí está. Des. En el catálogo. Alta, cabello
negro como la tinta, hermosa, tan hermosa, vistiendo un vestido azul suelto
y unas sandalias blancas simples.
Sin pensarlo, dejo mi cabina y me deslizo en el asiento vacío al otro
lado de la chica. Me mira fijamente con irritación, y entonces me reconoce.
—¿Beth? Te… te llamaré de nuevo. —Termina la llamada y baja el teléfono—
. Hola. Um. ¿Hola?
Señalo la revista. —Perdona que te moleste, pero ¿podría ver tu
catálogo por un segundo? —Parpadea por la confusión—. Sé que es algo
extraño que te pida, es solo que… la conozco, a esa chica. —Toco la imagen
de Des.
La chica desliza la revista hacia mí y la giro para verla bien.
Dios, Des.
Ahora de verdad es una modelo. Está un poco más delgada en esta
imagen que cuando la conocí, a pesar de que podría ser Photoshop. Tiene
una media sonrisa misteriosa en sus labios, y lleva mucho más maquillaje
del que necesita. Pero sí es Des, y se ve tan linda que hace que mi pecho
duela. Me encuentro a mí mismo tocando la imagen brillante de su cara y
preguntándome en dónde se encuentra, y por qué nunca me llamó. Me
pregunto si ha encontrado un novio.
Parpadeo con fuerza, empujando todo, obligando a que aparezca una
sonrisa educada en mi cara y deslizo el catálogo de nuevo hacia la chica
desconcertada. —Gracias —le digo—. Perdón por molestarte.
—No…. No fue una molestia. —Finalmente me sonríe, y luego sus
dedos se presionan alrededor de la servilleta de bar cerca de su copa de
Martini—. Podrías... quiero decir…
—Claro que sí, cariño. —Saco mi Sharpie del bolsillo y escribo mi
nombre en la servilleta—. Aquí tienes.
—¿Puedo ayudarte? —dice una profunda voz masculina detrás de
mí—. ¿Estás molestando a mi novia?
Le guiño un ojo a la chica, y luego despliego toda mi estatura. El tipo
es grande, pero sigue siendo de un tercio de mi tamaño. Le doy unas
palmaditas en el hombro. —No. Acabo de ver a alguien que conozco en su
catálogo.
Frunce el ceño y se queda mirando fijamente la mesa, a la chica, y al
catálogo. —¿En la revista de chicas gordas?
La cara de la chica se desmorona, el dolor se difunde a través de sus
facciones. Ella es una chica con curvas, con toda seguridad, pero es bonita,
con unos ojos azules brillantes, de cabello castaño ondulado y unos pómulos
altos. La forma en la que entierra el dolor tan rápidamente me dice que esta
no es la primera vez que este idiota ha dicho algo como eso.
Ni siquiera lo pienso, simplemente reacciono. Antes de que pueda
terminar su siguiente frase, lo he llevado al otro lado de la barra y lo sujeto
contra la pared con el antebrazo en su garganta. —¿Qué… mierda... dijiste?
—Yo… yo… —gorjea.
—Escúchame, feo y descuidado, pedazo de mierda. —Me fijo en su
cara, y veo un terror verdadero—. Qué tal si te largas de aquí, y dejas a esa
chica sola, ¿eh? No tienes por qué hablarle a ella o a cualquier otra persona
de esa manera. Jamás. Debería romperte por el medio por hablar así,
pequeño hijo de puta patético. —Lo suelto, le doy vuelta, y lo llevo a
empujones hacia la salida—. Lárgate de aquí, imbécil potenciado.
Se tropieza, cae sobre su trasero, se apresura a ponerse en pie y sale
corriendo por la puerta. La gente aplaude, unos pocos silban. Oliver está en
posición de guardia, manteniendo al gorila de seguridad acorralado. Doblo
mis manos en puños, abriéndolos y cerrándolos, y luego me siento al otro
lado de la chica. Está temblando, luchando para que las lágrimas se queden
atrás.
Toco su barbilla, y me mira. —Oye. ¿Cuál es tu nombre?
—Quinn.
—Escúchame, Quinn. —La atrapo con mis ojos, dejando que vea mi
sinceridad—. No necesitas de un pedazo de mierda como él. Si no aprecia lo
bonita que eres, de la manera que eres, entonces no te merece.
Me mira buscando algo. —¿Crees que soy… bonita?
—Sí, Quinn, yo sí. Y cualquiera que tenga ojos también puede ver
eso, siempre y cuando no sean imbéciles superficiales y pusilánimes como
ese tipo.
—No es tan malo. Es bastante agradable la mayor parte del tiempo.
Él solo... quiere que esté sana.
—Eso es mentira. Solamente dice eso porque piensa que es una
manera fácil de manipularte. Cree que puede hacerte creer que quiere lo
mejor para ti, cuando todo lo que realmente quiere es que seas un blanco
fácil. —Agarro sus manos—. Pero no eres un objetivo fácil, ¿verdad, Quinn?
Eres el tipo de chica que se defiende por sí sola, ¿verdad? Quieres un chico
que guste de ti por lo que eres, que te encuentre atractiva exactamente
cómo eres. ¿No es cierto? No saldrías con un perdedor patético solo porque
crees que es todo lo que puedes conseguir, ¿verdad? No eres ese tipo de
chica, ¿verdad, Quinn?
Puedo verla procesando mis palabras, mi desafío. Levanta su barbilla,
y la determinación endurece sus facciones. —No. No soy esa chica.
Le sonrío. —Bien.
Se toma de golpe su Martini, y se levanta. —Gracias, señor Trenton.
También me pongo de pie y estrecho su mano, y luego la atraigo
hacia mí para darle un abrazo rápido. —Cuando ese perdedor trate de
regresar contigo, le dices que se vaya a la mierda. ¿De acuerdo?
—Lo haré.
Recojo mis cosas y me detengo en el bar, le entrego unos cuantos
billetes grandes al camarero. —Cobra su cuenta y la mía, guárdate el
cambio.
Los ojos del camarero salen de sus órbitas y asiente.
Me marcho del bar, le entrego mi guión a Oliver y le digo que
encuentre un lugar para estacionarse. Necesito caminar. Necesito aclarar mi
cabeza. El ver a Des, incluso en una revista, hizo que recordara todo de
nuevo. Había enterrado todo, había seguido adelante. O eso es lo que había
pensado. Pero, obviamente, no había sido así.
Camino sin rumbo, mis pensamientos dando vuelta como un
torbellino. De vez en cuando veo a Oliver pasando a mi lado en el Rover,
rodeándome para asegurarse de que no voy a ser asaltado o algo de eso.
Eventualmente me doy cuenta de que me encuentro afuera de la
Universidad Estatal de Wayne. Los estudiantes salen solos, de dos en dos,
de tres en tres. Una clase tardía debió haber terminado. Los veo yéndose,
revisando sus rostros, no estoy seguro de lo que busco, o por qué me
encuentro aquí. Des no está aquí, sé que es así. Se encuentra en Nueva
York, modelando. Pero no me alejo; me apoyo contra el poste de una farola
y observo a los estudiantes desde el otro lado de la calle.
Ahora se han ido. Los treinta o treinta y cinco estudiantes se han
dispersado rápidamente, y la calle está vacía de nuevo.
Me aparto, y luego escucho que la puerta del edificio se abre. Echo un
vistazo hacia atrás, por instinto, supongo.
Y allí está ella.
Des.
Con sus manos en los bolsillos de los vaqueros, una mochila colgada
sobre los hombros, son su cabello recogido en una cola de caballo elegante.
Me encuentro corriendo por la calle sin pensarlo, ignorando el
bocinazo y el chirrido de los frenos. Se da la vuelta al oír el ruido, me ve, y
luego estoy delante de ella.
Se encuentra en mis brazos, su pecho contra el mío, y sus cálidos
ojos marrones mirando fijamente los míos, preguntándose, sorprendidos,
temerosos y vacilantes. —¿Adam?
Hay demasiadas cosas que decir, y ni siquiera sé por dónde empezar.
Siento como si me encontrara en un sueño.
—Lamento nunca haberte llamado… —comienza.
Un millón de pensamientos pasan a toda velocidad por mi cerebro, y
ni siquiera puedo comenzar a clasificarlos. Todo lo que sé es que es Des,
está aquí, en mis brazos, y sus labios son húmedos, como si acabara de
lamérselos, y necesito besarla.
Así que la interrumpo con un beso, mis labios sobre los suyos, mi
corazón latiendo en mi pecho. Se queda congelada en un primer momento,
sorprendida, y luego se levanta en puntillas de pie y su lengua encuentra la
mía, y sé que lo que sea que fuera su razonamiento, ahora es irrelevante.
Desea esto tanto como yo.
Gime en el beso, se apoya en mí como si sus piernas no pudieran
sostener su peso.
Rompo el beso lo suficiente como para susurrarle. —Vas a venir
conmigo.
Ella solamente asiente.
12
Traducido por MadHatter, GIGI<3 & Gasper Black
Corregido por Erienne

¿Esto es real? ¿Esto está sucediendo? ¿Cómo me encontró?


Su mano en la mía la noto grande, áspera y familiar, y su presencia a
mi lado es enorme y cálida. Sus ojos en los míos son el verde hoja pálido
que hace que mi corazón se mueva y que mi estómago se anude, porque
me ve, ve mi interior.
Él me quiere.
Todavía no sé por qué del todo.
La pregunta se está convirtiendo en: ¿me importa el por qué, o
solamente que lo haga?
Camino a su lado, y luego un Range Rover negro se detiene despacio
a nuestro lado y Adam se mete en él, ayudándome a subir después.
Extiende sus manos hacia mí, tira del cinturón de seguridad sobre mi pecho
y hace clic para colocarlo en el lugar. Es un gesto dulce, pero extraño,
abrochándome el cinturón como a un niño. ¿Se preocupa tanto por mi
seguridad? ¿O es que le preocupa que vaya a desaparecer? No lo sé. Pero
sus dedos se enredan en los míos y el conductor parece saber hacia dónde
vamos sin que se le indique nada.
Abro la boca para hablar, y Adam niega. —Aún no.
Mis labios hormiguean por la fuerza y la ternura de su beso, mi
corazón está palpitando con furia y mis pulmones se expanden y contraen
profundamente, como si su mera presencia a mi lado haga que requiera
más sangre en mis venas, más oxígeno en mis pulmones. Quiero
aplastarme contra él, aferrarme a él. Quiero estrujar mis labios contra los
suyos y beberme su aliento, sentir sus músculos y decirle que me tome,
que me posea, que me reclame. También quiero huir; estar con él requerirá
decirle la verdad. Voy a tener que contarle cómo crecí, sobre las casas de
acogida y las cosas que soporté.
El abuso.
NO. No puedo ir allí, ni siquiera en mi mente. No.
Voy a tener que confesarle que tomó mi virginidad. Que se la di a él,
y que me fui sin contárselo.
Tendré que hablarle de Nueva York, y de Ludovic.
Tengo tanto para contarle, tantas cosas que nunca le he dicho a
nadie.
Incluso puede que tenga que decirle mi nombre real.
Estamos entrando en un garaje subterráneo, deslizándonos en un
lugar reservado cerca de un ascensor. El conductor, un hombre corpulento
en sus treinta con una enorme barba negra y unos tatuajes curvándose en
su cuello y asomándose por los puños de la chaqueta de su traje, abre mi
puerta y extiende su mano en mi dirección, ayudándome a bajar de la SUV.
Cierra la puerta detrás de Adam, nos sigue hasta el ascensor, e incluso
presiona el botón de llamada.
Esperar en silencio la llegada el ascensor se hace insoportable e
incómodo. Extiendo mi mano hacia el chófer. —Hola, soy Des.
—Oliver. —Su voz suena como una piedra rascando con otra.
—Encantada de conocerte, Oliver.
—Igualmente.
Y la incomodidad está de regreso. Adam tiene mi mano de nuevo,
como si tuviera miedo de soltarme, como si fuera a desaparecer si no me
toca físicamente.
El ascensor finalmente llega, abriéndose las puertas. Oliver extiende
un brazo por la abertura y espera a que subamos, y luego nos sigue,
insertando y girando una llave, y luego pulsa el botón de la planta superior.
Por alguna razón, encuentro gracioso que un hombre tan inteligente,
dominante y poderoso como Adam permita que otras personas llamen los
ascensores por él. —Debe ser agradable —digo—, tener a alguien que
presione el botón por ti.
Ambos, me miran como si me hubiera crecido una segunda cabeza.
—Es mi trabajo —dice Oliver, una de las comisuras de su boca
elevándose casi imperceptiblemente—. Los primeros meses que trabajé
para él, no dejaba que lo hiciera. Llegaba antes y tocaba. Se metía en el
ascensor primero, y pulsaba el botón. El hijo de puta terco, me hacía
quedar mal. Así que le hice saber que tenía que dejarme hacer mi trabajo.
Adam niega y pone los ojos en blanco. —Es ridículo. Soy un hombre
jodidamente grande. No necesito que nadie me mantenga las puertas
abiertas. Hace de todo menos cortar la maldita carne para mí. Juro por
Cristo, que cortaría las cortezas de mi sándwich si se lo pidiera. —Resopla—
. Eres un guardaespaldas, Oliver, no una maldita niñera.
—Sí, bueno, necesitas una niñera, jodido imbécil —replica Oliver con
una cara seria, pero su voz mantiene un tinte de humor, y sus ojos oscuros
entrecerrados y profundos contienen alegría.
—Idiota —contesta Adam.
Miro el intercambio con desconcierto. —¿Qué pasa con los hombres,
por qué les gusta insultarse? No lo entiendo.
Se miran el uno al otro, y Adam se ríe. —Simplemente es cosa de
hombres.
El ascensor se detiene y las puertas se abren. Oliver espera hasta
que los dos nos encontramos afuera, y entonces de alguna manera se las
arregla para pasar por delante de nosotros sin que parezca darse prisa,
conduciéndonos por un pasillo largo y estrecho de paredes de color pizarra
y suelos de madera oscura. Hay una mesa pequeña con unas flores falsas
contra la pared cada tres metros más o menos, ya sea con una pintura
abstracta o un espejo por encima de ella. Llegamos a una puerta al final del
corredor. Oliver la desbloquea, nos hace entrar, y luego nos pasa de nuevo.
Va hacia la cocina, la sala de estar, y por otra puerta, finalmente, regresa a
donde Adam y yo esperamos en la entrada.
—Todo despejado —dice con voz ronca—. ¿Necesitan algo?
—Privacidad hasta nuevo aviso —dice Adam.
—Genial. —Hace una pausa a mitad de camino cuando va saliendo—.
Si necesitas que te traiga un poco de comida, házmelo saber. Voy a ir a
buscarla.
Finalmente, nos encontramos a solas. —Así que, Oliver el
guardaespaldas. ¿Qué pasa con eso?
Adam se encoge de hombros. —Mi agente insistió. Dijo que he
llegado al nivel en el que los admiradores son capaces de hacer cosas locas,
así que es mejor estar preparado.
—No pareces necesitar un guardaespaldas.
Adam se ríe. —Oliver es un ex-miembro de las fuerzas especiales.
Hacía incursiones clandestinas. Está entrenado en toda clase de combates
cuerpo a cuerpo, manejo defensivo y ofensivo, técnicas de evaluación de
amenazas, y todo tipo de ingeniosas mierdas y que dan un poco de miedo.
Además, es simplemente genial. —Me lleva de la mano sacándome de la
pequeña zona del vestíbulo y haciéndome pasar a la cocina. Es un
apartamento de planta abierta, los mismos suelos de madera oscura como
los del pasillo, con grandes ventanales que dan a la calle, ofreciendo una
vista impresionante del río y del horizonte de Ontario. La cocina es de
mármol gris y los electrodomésticos son de acero inoxidable, con una mesa
redonda entre la cocina y la sala de estar. La cual tiene un enorme sofá
marrón de cuero, otro de dos plazas a juego y un sillón, con una pared de
ladrillos expuesta y un televisor de pantalla plana empotrada.
—Bonito lugar —digo, sintiéndose incómoda de nuevo.
—Es un alquiler temporal. Solo mientras me encuentro filmando.
Decido hacer de tripas corazón. Tomo asiento en la esquina del sofá,
metiendo mis piernas debajo de mí. Se coloca en la esquina opuesta, frente
a mí. —¿Adam? ¿Por qué estás aquí? ¿Por qué estoy yo aquí? ¿Cómo me
encontraste?
Se toma un momento para pensar antes de responder, es una
cualidad que admiro en él. —Estoy filmando una película aquí. Me
encontraré en Detroit durante dos meses.
—Entonces, ¿cómo me encontraste?
—¿Te estabas escondiendo? —pregunta. Comienzo a responder, y
levanta una mano para impedírmelo—. Fue totalmente accidental. Pensé
que te encontrabas en Nueva York. Ruth me dijo que te mudaste allí para
convertirte en una modelo. De todos modos, hicimos una escena, y yo
necesitaba salir a dar un paseo. Simplemente terminé en la Estatal de
Wayne. No sé cómo. Estaba viendo cómo los estudiantes salían después de
una clase y... pensando en ti, honestamente, y ahí te vi.
—Adam, yo…
—¿Por qué no me llamaste?
No sé cómo contestar. —Yo solo... no pude. ¿Qué te iba a decir?
¿Habrías ido a Nueva York? Sí, es probable que lo hubieras hecho. ¿Pero
para qué? ¿Por cuánto tiempo?
Me observa fijamente por un momento, sus ojos se entrecierran
mientras lo piensa, y entonces aparta su mirada. Coloca una palma en sus
costillas y las masajea suavemente, haciendo una mueca. Por último,
vuelve a mirarme. —¿Por qué pareces tan empeñada en insistir en que esto
no podría funcionar?
—¿Qué no podría funcionar, Adam?
Mueve su mano entre él y yo. —Hay algo aquí, Des. Entre nosotros.
Lo hay, y sé que sabes que es así. Tienes miedo. ¿De qué? No estoy seguro.
—¿De qué? De todo.
—¿Por qué?
Dejo escapar un suspiro. —Porque eso es lo que la vida me ha
enseñado. —Cierro los ojos brevemente—. No me fío de nadie. No sé cómo
hacerlo. Mi capacidad de confianza se rompió hace mucho tiempo maldita
sea.
La cara de Adam se suaviza, y solo me mira en silencio durante unos
momentos. Y luego se levanta, va a la cocina, y saca dos botellas de
cerveza de la nevera y una bolsa de galletas saladas de un gabinete. Quita
las tapas de la bebida y vuelve al sofá, colocando las galletas en la mesita
de café entre nosotros. Toma un largo trago de su cerveza, mastica algunas
galletas, y bebe de nuevo. Hago lo mismo, y entonces, de alguna manera se
encuentra más cerca de mí, su muslo acaricia los pies que tengo metidos
debajo de mi trasero.
Me observa, y puedo verlo ordenando sus pensamientos, sus
palabras. —Des, ni siquiera sé hacia dónde ir con eso. —Bebe de nuevo—.
Sé que la última vez te prometí que no iba a hacer ninguna pregunta.
Bueno, voy a romper esa promesa. Así están las cosas, Des: me gustas. Te
he echado de menos. Dios, pasamos menos de cuarenta y ocho horas
juntos, y simplemente no puedo olvidarte. Lo he intentado. Es decir,
mierda, cuánto ha pasado, ¿seis meses? Y no puedo sacarte de mi cabeza.
No puedo sacar esa noche de mi cabeza. Dos días afuera de ciento ochenta,
y no puedo dejar de pensar en ellos. En ti. Y para que ahora lo sepas, no ha
habido nadie más desde entonces. Voy a darte una oportunidad. Si en
realidad tienes algún tipo de sentimientos por mí, entonces deberías
aprovechar esta oportunidad. Por mí. Por nosotros. Por lo que sea esto o lo
que pueda llegar a ser. Eso significa que me dirás todas las mierdas sobre ti
misma. Responderás preguntas y me proporcionarás información
voluntariamente. Es decir, no es como si estuviera esperando que me
contaras toda tu historia en una sola noche, o que me dijeras todos tus más
profundos y oscuros secretos, aquí y ahora. Pero sí algunas cosas.
Aprovecha la oportunidad, Des. —Hace una pausa, bebe, y recoloca la
botella sobre la mesa—. Si no puedes hacerlo, o no quieres, entonces
dímelo. Haré que Oliver te lleve a casa, y nunca me volverás a ver.
Todo dentro de mí se tensa. Mi reflejo de lucha y huida, de
supervivencia emerge desde mi interior. Una parte de mí me grita, no
confíes en él. No puedes. Te hará daño. Te traicionará. Muchos lo han hecho
y otros lo harán, y lo sabes.
Pero otra parte de mí dice algo diferente. No, no todo el mundo. Ruth
no lo ha hecho y él tal vez no lo haga.
Adam toma mi silencio como vacilación. Me quita la cerveza y la
coloca sobre la mesa. Agarra mis manos y se sienta en ángulo hacia mí,
consiguiendo estar lo más cerca posible. —No puedes estar toda tu vida
sola, Des. En algún momento tienes que confiar en alguien. Comienza
conmigo. —Se acerca aún más, susurrando—: Puedes confiar en mí.
Mis instintos están en guerra con mi soledad, con el deseo que siento
por Adam. Parpadeo con fuerza. —¿Por qué quieres esto?
—Porque nunca he conocido a nadie como tú. Y para ser totalmente
honesto, no estoy seguro de que incluso pueda cuantificar con exactitud de
qué se trata lo que siento por ti. Es decir, no sé nada de ti. Pero me siento
atraído, intensamente, y quiero saber más. Descubrir más. —Hace una
pausa de nuevo, y entonces aprieta mi mano—. ¿Qué tal esto? Pregunta
cualquier cosa. Responderé cualquier duda que tengas.
—¿Que pasó entre Emma Hayes y tú? —Empiezo interrogando.
Hace una mueca. —Vaya. Directo a la yugular. En ese caso, voy a
necesitar otra cerveza. —Se levanta, agarra dos más, y aprovecho su
ausencia para estirar las piernas y apoyarlas sobre la mesita de enfrente.
Cuando se sienta a mi lado, sujeta mis tobillos, y me gira para que mis
piernas se apoyen en sus muslos—. Así que, Emma y yo. Nos conocimos
filmando Blood Alchemy. Tuvimos una escena de beso en la película, una de
las dos o tres que he hecho en toda mi carrera. Por lo general no es lo mío.
Pero sucedió en esa película, y terminamos... haciendo clic. Supongo que el
beso fue bueno. Es decir, cuando se hace una escena como esa, por lo
general hay al menos seis u ocho tomas, a veces más. El director quiere
una variedad de ángulos y diferentes elementos, lo que sea. Así que no fue
solo un beso de, boom, hecho. Estábamos en el set, besándonos delante de
decenas de personas, con cámaras rodando, Mike Helms gritándonos
instrucciones y diciéndonos siéntanlo más. Como iba contando, solo...
conectamos. Así que después de que el rodaje finalizara, tuvimos algunas
citas. Que se convirtieron de pronto en un mes, luego dos y finalmente tres.
Seguimos adelante. Supongo que compartíamos intereses similares. Ella
había crecido con hermanos, así que podía hablar de fútbol, y ambos
llegamos a la actuación por extrañas circunstancias, ¿sabes? Ella empezó
siendo una esteticista. Pero después, un extra se enfermó y no tuvieron
tiempo para convocar un casting, así que la pusieron a ella. Podía
maquillarse a sí misma, y puesto que el papel requería grandes efectos de
maquillaje, fue muy útil. Resultó que en realidad podía actuar, así que el
director decidió darle un papel secundario en su próximo proyecto. A partir
de ahí su fama se fue acrecentando.
Se toma un momento para ordenar sus pensamientos, y luego
continúa—: La verdad es que yo había mantenido algunas relaciones
ocasionales por aquí y allá. Chicas de la escuela secundaria, algunas breves
aventuras en la universidad y cuando jugaba. Nada serio. No hasta Emma.
Siempre había estado tan concentrado en el fútbol y luego en la actuación,
que simplemente... nunca me preocupé en serio por nadie. Todo era
diversión. Pero ella era diferente para mí. Pensé que la amaba, ¿sabes?
Realmente lo creía. Era preciosa, talentosa y muy divertida. Salimos
durante un año y medio, nos visitábamos uno al otro en el set e incluso
pasamos juntos un par de cortas vacaciones. Y entonces, un día, estaba en
un aeropuerto en alguna parte. ¿París, tal vez? ¿O era Alemania? No puedo
recordarlo. En algún lugar de Europa. Oh, ahora lo recuerdo. Fue en
Francia, después de Cannes. Había hecho un pequeño papel en una película
independiente, y asistí al festival para apoyar el proyecto. De todas formas.
Me encontraba en la fila de una tienda del aeropuerto esperando para
comprar una botella de agua y un libro, y vi una revista. Tenía unas
imágenes en la portada, fotos de Emma y la coestrella de su última película.
Era un drama serio, nada de romance en absoluto. Pero allí estaban,
tomados de las manos. Besándose. —Se encoge de hombros, pero es
obviamente difícil para él actuar como si no le afectara—. Volé temprano de
regreso a Los Ángeles, sin decirle nada. Me presenté sin previo aviso en su
casa de Malibu. El coche de Ryan estaba allí. La casa tiene una gran
ventana delantera, desde la que se puede ver todo el camino a través de la
casa hacia el mar que se encuentra atrás. Los vi juntos en la cubierta. Ella
llevaba su camiseta y él estaba en ropa interior, mientras bebían unos
jodidos cócteles de mimosa. Ella me vio, y solo... me saludó. Como, oh
hola. No es gran cosa.
—¿Qué? ¿Ni siquiera le importó que la hubieras pillado?
Niega. —No. Estaba volviendo por su camino de entrada cuando ella
salió por la puerta principal, usando nada más que su maldita camiseta. Me
detuvo. Abrió la ventana y se inclinó para darme un beso. Estaba pasmado,
preguntándome: ¿Qué? ¿Qué carajo está pasando? —Resopla en tono de
burla—. Resulta que teníamos ideas diferentes acerca de... la exclusividad
de nuestra relación. ¿Sabes lo que me dijo? Adam, nunca dijimos que
éramos exclusivos. Lo siento si lo asumiste, pero nunca dije eso. Había
estado saliendo con otros chicos durante todo el tiempo que estuvimos
juntos. Supongo que imaginé que significábamos algo más de lo que
éramos. Durante todo el tiempo, un año y medio, cuando yo no estaba, ella
había follado con otros. La cosa es que nunca lo ocultó, o mintió al respecto,
tan solo no me lo contó, y nunca pensé en preguntar.
Arrugo mi frente. —Dios, Adam, qué jodido.
—Así fue. Ni siquiera estaba molesto. Fue un: Púdrete, hemos
terminado. Eso es perturbador. Se encogió de hombros y dijo que estaba
bien, como si no fuera gran cosa. Sin embargo, llegó a toda la prensa. Un
fotógrafo había estado afuera de su casa. Me había visto en el aeropuerto y
me siguió hasta su casa. Capturando todo el momento con su cámara.
—Así que terminó…
Toma un trago de cerveza y asiente. —Sí, después de eso, me juré
renunciar a las mujeres. Había terminado con ellas. —Sus ojos me
observan, penetrantes y cálidos—. Hasta que te conocí.
—¿Por qué soy diferente?
—No sé, tienes ese aire de... eres lo que eres y eso es todo. Puede
que seas un poco insegura en ocasiones, pero no como las demás. Eres
alta, tienes curvas y eres tan malditamente sensual, pero sinceramente no
creo que ni siquiera lo sepas. —Apoya una mano en mi rodilla, mirándome—
. ¿Qué sucedió, porque estás de vuelta en Michigan?
Gimo y apoyo la cabeza en el respaldo del sofá. —Una gran cantidad
de cosas. —Ruedo mi cabeza para mirarlo—. ¿Quieres la versión larga o la
versión corta?
—Todo.
Me río. —Bueno. Bien. Odiaba el modelaje. Me hacían usar ropa que
no siempre era de mi talla, y tenía que cambiarme delante de otras
personas. Por lo general detrás de una cortina, pero nunca totalmente en
privado. Y entonces me quedaba allí posando durante horas y horas. Sin
tener nunca una hora de almuerzo o tiempo para comer. Apenas tenía un
momento para respirar. La agencia me programaba durante todo el día los
siete días de la semana, en una cosa u otra historia. Me refiero a que era
tan grandiosa en ello que tenía mucho trabajo, lo que era refrescante. Era
solicitada. Pero lo odiaba. Y detestaba Nueva York. Siempre tan ruidosa, tan
concurrida. Todo el tiempo, mañana y noche, nunca terminaba. Demasiado
acelerada, caótica y grande. Las personas eran groseras y siempre andaban
con prisa. Nadie es importante y a nadie le importas una mierda. —Aparto
la mirada hacia la ventana—. Y luego estaba este fotógrafo. Era famoso,
una leyenda en el mundo de la moda. En una sesión, puso sus ojos en mí.
Incluso cuando estaba fotografiando a otras modelos, me miraba.
Vigilándome. Se mantuvo tocando mi cabello, mi ropa, a mí. Observándome
como... ni siquiera sé. Simplemente de forma lasciva. Tan espeluznante.
Luego cuando tuve un descanso y salí a la calle me siguió. El hijo de puta
me hizo proposiciones, tipo: Puedo impulsar tu carrera, nena, todo lo que
tienes que hacer es ir a casa conmigo. Pensando que me tentaría. Ese fue el
día que hablé con Ruthie y me dijo que la habías visitado. No podía lidiar
con cualquier otra cosa. Así que, como si eso no fuera suficiente, este
fotógrafo hizo que el director de mi agencia me reservara para una sesión
exclusiva de trajes de baño en Florida. Tenía que hacerlo, o debía atenerme
a las consecuencias. Así que lo hice. Y lo odié. No me gusta usar trajes de
baño. Yo solo... No me gusta la manera en la que me veo, lo que siento, y
por si fuera poco eran bikinis. Fue horrible. Todas las otras modelos que
acudieron a la sesión eran modelos reales de trajes de baño. Delgadas,
delicadas, con grandes senos y hermosas. Yo destacaba como un pulgar
hinchado. Además, este fotógrafo asqueroso me hizo posar al final, por lo
que nos quedamos solo él, yo y la tripulación. Finalmente consiguió todas
sus fotos y luego despidió a los demás para que pudiera quedarse a solas
conmigo. Me hizo proposiciones de nuevo, pero esta vez no fueron
implícitas, como antes. La primera vez fue: Ayúdame que yo te ayudaré.
Obvias, pero no explicitas. Sin embargo, ese día en la playa, fue directo, me
dijo que me haría famosa, exitosa o lo que sea si le chupaba la polla. Me
dijo de forma sencilla y simple que como él lo veía, nunca llegaría a ser
nada si no se lo hacía.
Tengo que hacer una pausa para recomponerme. La cólera se
propaga creciendo en mi interior, incluso ahora, junto con la vergüenza y la
humillación. —Me dijo... dijo que tenía un gran apartamento y una gran
polla, y podría tener ambas cosas. Que no debía rechazarlo, porque no era
como si fuera a encontrar a alguien mejor que él. Lo dijo como si fuera
obvio, porque soy... grande. —La última palabra sale como un susurro.
—Dios, qué hijo de puta.
Trato de encogerme de hombros, pero apenas puedo hacerlo. —Sí, le
di una bofetada, y luego lo empujé para alejarlo. Volé de vuelta a Nueva
York. Entonces la directora de la agencia me recibió en el aeropuerto con
todas mis maletas y me envió a casa. Como diciendo, ni siquiera te
molestes en volver, ya hemos terminado. Así que aquí estoy.
Está de rodillas en el suelo delante de mí, con mi rostro entre sus
manos. —No eres grande, Des. Eres hermosa. Perfecta. Increíble, atractiva
y...
—Cállate, Adam. Eres dulce, pero sé lo que soy y estoy de acuerdo
con eso. Incluso después de Nueva York, me siento bien con la forma en la
que me veo. Tal vez incluso más, por todo lo que sucedió. Quiero decir,
antes de la estúpida sesión de bikini, la dueña de la agencia y la directora
me dijeron que tenía que bajar de peso. Dijeron que a pesar de que soy una
modelo de talla grande, para hacer sesiones de ese tipo tenía que reducir
volumen. Que debía lucir de cierta forma. Así que lo hice, y lo odié. —No
puedo mirarlo—. Me hizo sentir enojada. La jodida Sidney diciéndome que
debía perder peso. Ludovic diciéndome que nunca sería capaz de conseguir
a nadie mejor que él. Las miradas de las otras modelos de: ¿Que está
haciendo ella aquí? Supongo que eso solo me volvió incluso más... retraída.
Lo odiaba, pero sobreviví, y aprendí de ello. Soy mejor gracias a eso. No
voy a cambiar. No voy a dejar que me hagan sentir como si fuera menos
valiosa o atractiva que cualquier otra persona solo porque soy más alta o
peso más, o porque tengo una determinada figura. No puedo lucir de otra
manera que no sea esta. No importa qué dieta o ejercicio haga, nunca voy a
conseguir llegar a ser más flaca. Y, si lo intento, si dejo de comer como lo
hice en Nueva York, no solo voy a ser miserable, sino que también voy a
tener un aspecto enfermizo. Y, honestamente, no quiero lucir de otra
manera. Me gusta cómo me veo. Estoy aprendiendo a estar cómoda en mi
propia piel.
Para su crédito, no trata de convencerme de mi valía, tanto para él
como para mí. En cambio, se asegura con algo más. —Y la forma de tu
contextura, independientemente de lo que yo piense de ello, ¿tiene algo que
ver con que seas tan reacia a creer que estoy realmente interesado en ti?
De repente, me es difícil tragar. No quiero levantar la cabeza, pero
está ahí, sus manos se encuentran en mis mejillas, sus pulgares en mi
barbilla y tocando las comisuras de mi boca. Tengo que mirarlo a los ojos, y
es tan difícil, porque él ve tantas cosas. —Sí. En parte. No del todo.
—¿Entonces qué es?
—¡Porque eres tú! Eres Adam Trenton. Eres famoso, ¡y te ves como
un jodido Dios! Puedes tener a cualquiera que desees. Salías con una de las
actrices más famosas del mundo. E incluso si fuiste lastimado por ella, es
solo que... parece que te sentirías, como pasar de una persona tan
grandiosa como ella, a mí, es... es degradarse. Como pasar de un Ferrari a
un F-150 de diez años —hablo por encima de su inminente protesta—. No
solo por la diferencia en la manera en la que nos vemos, sino porque ella es
de tu mundo. Es famosa. Es glamorosa y rica y creció con hermanos y es...
alguien.
—Y tú eres... —dice.
—Y yo no.
Frunce el ceño, y sus ojos atrapan los míos. Ignora lo obvio y va a
por la pregunta más difícil. —Creció con hermanos, dijiste. ¿Por qué eso es
tan importante?
Mierda. Me aparto, agarro mi cerveza de la mesa de centro y me la
tomo toda, bebo la segunda que Adam trajo hace unos minutos. Bebo de
ella.
—¿Des? ¿Qué significa eso?
Me encojo de hombros. —No tengo una familia, eso es todo.
—Des. —Es un regaño.
Ya no puedo evitar la pregunta. —Crecí en un centro de acogida. Mi
madre era una adicta al crack. Tuvo una sobredosis cuando tenía tres años
y entré en el sistema. Reboté entre multitud de hogares de crianza toda mi
vida. —Dejé escapar un suspiro—. Algunos de los hogares a los que fui
estuvieron bien, y algunos... no.
—¿Qué significa eso? —pregunta Adam.
Me encojo de hombros. —No es la gran cosa.
Me escudriña. —Algo me dice que lo es.
Lo miro, odiando cuán perceptivo es. —Los malos eran solo... duros.
Padres adoptivos alcohólicos, mierdas como esa. Hay tantos niños en el
sistema que es imposible acomodarlos a todos, básicamente porque no hay
suficientes familias dispuestas a adoptarlos. Las que desean hacerlo, se
encuentran sobre todo en los alrededores de Detroit... es solo un ingreso
extra para ellos, la mayor parte del tiempo. Así que es simplemente duro.
Aprendes desde el principio a ser independiente, a no confiar en nadie. Te
mudas mucho, aprendes a no apoyarte en nadie. —Me encojo de hombros
otra vez, esperando que deje las cosas así.
—¿Y? —me anima.
Por supuesto que no puede.
Cierro mis ojos lentamente, los abro, y tomo un trago. —Uno de mis
padres adoptivos abusó de mí. —No puedo mirarlo cuando lo digo, odio la
inhalación brusca, la ebullición de preocupación e ira y, sí, la lástima; lo veo
en sus ojos cuando finalmente miro en su dirección—. Se prolongó durante
un año antes de que tuviera el valor de contárselo a alguien. Fue arrestado.
Resultó que no fui la única. Pero era tan bueno en la manipulación, en las
amenazas, asegurándose de que supieras que nadie te creería si lo decías.
Me asustaba. Pero con el tiempo yo solo... no pude aguantar más. Así que
se lo conté a una profesora en la escuela. Me sentía aterrorizada que fuera
a meterme en problemas... por no decirlo antes, por dejarlo, a pesar de que
le decía que no, rogándole que me dejara en paz. Pero la profesora... la
señora Erwin. Me creyó. Y lo primero que hizo fue abrazarme y me dijo que
se aseguraría de que nunca me hiciera daño de nuevo. Y no lo hizo. —Una
mirada que no puedo descifrar cruza por los rasgos de Adam—. ¿Qué? —
pregunto—. ¿Por qué me miras de esa manera?
—Jesús, Des. —Sacude la cabeza, limpia su cara con las dos manos—
. No es de extrañar que te sea difícil confiar en mí.
—Sí. —Parpadeo con fuerza, la emoción aumentando y desenfrenada
me recorre—. Ya sabes, nunca se lo he contado a nadie. Ni siquiera a Ruth.
Es decir, ella también se crió como una niña adoptada, es por eso que
somos tan cercanas, porque ambas lo entendemos, y creo que intuye lo que
me pasó, la razón por las que soy reservada. Quiero decir, ¿cómo superas
eso? ¿Cómo lo... cómo lo afrontas?
—¿Cómo lo afrontaste tú?
Me río, y sale un sollozo. No es que esté llorando, de ninguna
manera. No vale la pena llorar, ya no. —De eso se trata, Adam. Quiero
decir, ¿no lo entiendes? Yo no he podido hacerlo. No realmente.
—Pero parecías confiar en mí, en la isla Mackinac. Durante un tiempo,
al menos. Es decir, me dejaste llevarte a cenar, y esa noche, nosotros...
pasamos un momento increíble. Creí que así fue, por lo menos.
Niego suavemente. —Adam, yo también. Esa noche... fue increíble.
Quiero que sepas que me asustó como la mierda todo el asunto de la cena.
Con todas las celebridades y los paparazzi. Eso daba miedo, y yo no me
hallaba preparada para ello. Pero lo que ocurrió después, el estar contigo...
—Lo miro, dejándolo leer mis ojos—. Eso fue de verdad increíble. La mejor
noche de mi vida, en todos los sentidos.
Agarra mi mano, entrelaza nuestros dedos. —La mía también.
Noto algo en su voz. —¿Pero?
No responde de inmediato. —Pero te cerraste, más tarde esa
mañana. Podría haberme quedado, podría haber encontrado una manera de
pasar más tiempo contigo, pero solo te cerraste.
—¡Porque tenía miedo!
—¿De qué? —Parece realmente desconcertado.
—¡De todo! Míralo desde mi punto de vista, Adam. Soy una chica que
recoge la basura, una huérfana, y me ocupo de mis propios asuntos y llega
este famoso actor sensual, atractivo y rico, y está encima de mí. Es
demasiado bueno para ser verdad. Tiene que ser demasiado bueno para ser
verdad. Cosas así no me suceden a mí.
—Pero seguiste con ello.
—Sí, por supuesto que lo hice. Me agradaba sentirme deseada.
Realmente se sentía como que te gustaba, como que sí me querías. Y me...
me gustaba eso. —Trago saliva con fuerza, sigo mirando para todos lados,
moviéndola, lejos de la suya—. Y cuando tuviste que irte, simplemente tuve
que... dejarte ir. No podía manejar la situación si me hubieras pedido más,
y luego solo me abandonaras por la siguiente cosa nueva y brillante. No lo
sé. Fue una noche especial para mí, y quería tener algo especial, solo para
mí.
—También fue especial para mí, Des… —empieza.
—No —digo, sintiendo la verdad alojada en mi garganta, y sabiendo
que es una bomba, sabiendo que va a explotar y va a causar dolor—. No lo
entiendes.
—Lo hago, Des. Realmente lo hago. Fue surrealista, y puedo ver de
dónde viene, cómo podrías pensar que es demasiado bueno para ser
verdad. Pero yo solo soy un chico, al final del día.
Contengo las lágrimas. —No, Adam. Realmente no lo entiendes. No
puedes.
Continúa, tranquilo. Ahora sospecha que hay algo más profundo. —
Entonces, ¿qué, Des? —Sus ojos se entrecierran, y vagan por mi cuerpo,
evaluándolo—. Nos dejamos llevar, quiero decir, no estás…
Mis ojos se abren, dándome cuenta de lo que piensa. —¡No! Dios, no.
No estoy embarazada. Jesús, te habría dicho eso.
—¿Entonces qué?
Respiro profundo, lo suelto. Hago que mis ojos vayan a los suyos. —
Esa noche, Adam... —Dios, es tan duro hacer que las palabras salgan—.
Fuiste el primero.
Sus ojos se cierran, parpadean, y dirige sus palmas hacia su rostro,
masajeando sus sienes. Se inclina hacia delante, con los codos sobre sus
rodillas. —Dime que estás bromeando.
Niego, pero las palabras no salen. Tengo que aclararme la garganta
por el dolor, por las lágrimas que estoy reprimiendo. —Nadie nunca me hizo
sentir de la forma en la que tú lo hiciste. Antes hubo un hombre, nos
besamos y él quería algo más, y yo no pude. El pánico me invadió, ¿el
primer día que nos conocimos? Eso fue lo que pasó. Si los chicos se me
acercaban, si intentaban tocarme, me asustaba. No podía respirar. Me
quedaba paralizada. Simplemente no podía dejar que los hombres se me
acercaran, física o emocionalmente. Cualquiera que haya estado alguna vez
en mi vida me ha tratado, a lo sumo, de forma indiferente, simplemente
viéndome como una huérfana más pasando por el sistema. El peor, fue
Frank Platte, que abusó de mí sexualmente. Y luego te conocí. Y me viste.
Como si significara algo. Como si fuera digna de mirar, digna de hablar. —
Cada vez me resulta más difícil no llorar, porque Adam no se mueve, ni me
mira, o me responde—. Tenías esta forma de... hacerme sentir cómoda. De
no tener miedo. Y estaba harta de tener miedo de los hombres. Estaba
harta de ser virgen. Y tú me hiciste sentir bien.
—Tomé tu virginidad. —Su voz se escucha dolida—. ¡Jesús Cristo,
Des! ¿Por qué no me lo dijiste maldita sea?
—Porque me habrías tratado diferente. Habrías querido hacer que
fuera una gran cosa. —Es difícil hablar, es imposible susurrar inclusive.
Mirarlo está totalmente fuera de cuestión.
—¡Es una gran cosa, Des! Es como, la cosa más grande. ¿Eras
virgen? Y te follé como…
La ira me atraviesa y encuentro mi voz. —No... te... atrevas. —Me
levanto y me paro delante de él. Me mira transmitiendo conflicto, dolor, e
ira en sus ojos—. No te atrevas a rebajarlo menos para mí de lo que fue
maldición. Ocurrió exactamente como quería. Incluso más que eso.
—¿Te lastimé?
Niego y levanto un hombro. —De todos modos, no más de lo que
tendrías que haber hecho.
—Por lo tanto, te lastimé.
—Adam. Jesús. Con todo lo que pasó antes, lo bien que me hiciste
sentir, tanto antes como después, esa parte fue como... ni siquiera vale la
pena pensarlo. —Me alejo—. Es por esto que no te lo dije entonces, y la
razón por la que no quería mantener esta conversación. Fue mi decisión, y
lo hice con los ojos bien abiertos.
Se tambalea sobre sus pies, se bebe toda su cerveza medio llena en
tres largos tragos, y luego la coloca sobre la mesa con exagerada suavidad.
—Necesito unos minutos. Necesito pensar. —Sale por la puerta, frotando
una palma sobre su cabeza.
La puerta se cierra, y me quedo sola. El único sonido es el tictac de
un reloj en algún lugar en el apartamento.
13
Traducido por MadHatter, Gasper Black y astrea75
Corregido por Yani

Mi cabeza, mi corazón y mi cuerpo están en guerra. Por el momento,


mi cabeza va ganando.
Des había sido virgen.
Todo tenía sentido. Su vacilación. Su ataque de pánico. Lo
increíblemente sensible que era, lo tímida que fue en algunos aspectos. Y
luego, cuánta hambre, cuánta voracidad en busca de más. Incluso la forma
en la que se cerró a la mañana siguiente tuvo sentido.
Pero no me lo había dicho. Sabía cómo iba a reaccionar, y no me lo
había contado intencionalmente. Eso duele. Me hace enojar. Eso no es algo
que le ocultas a un hombre. Simplemente no lo es. Siento que mi enojo es
justificado, pero mi parte lógica también comprende de dónde proviene ella.
Solo que la lógica no significa una mierda al enfrentar el dolor.
Me encuentro afuera, caminando con rabia por la acera. Y me doy
cuenta de que si camino demasiado, me perderé. Lo cual, seguramente,
acabará molestando a Oliver. Así que me detengo, doy la vuelta y regreso
lentamente hacia mi edificio. Le doy vueltas al tema en mi cabeza, tratando
de meditar sobre ello en lugar de solo reaccionar.
Y luego veo que Des se encuentra delante de mí en la acera,
alejándose de mi edificio...
La alcanzo, sujeto sus brazos y me paro frente a ella, deteniendo su
avance. —Des, ¿a dónde diablos vas?
Se sobresalta y jadea por la sorpresa, luego se libera de un tirón, me
empuja. —Suéltame, Adam. —Ahora me encuentro confundido. ¿Cuál de los
dos se supone que debe estar enojado?
Gruño por la irritación y corro junto a ella otra vez, interrumpiendo
sus pasos. —Des, espera. Solo háblame. ¿A dónde vas?
—Te fuiste —dice esto como si lo explicara todo, y luego pasa
caminando a mi lado una vez más.
No sé cómo detenerla, cómo hacer que me escuche, cómo hacerla
comprender. Así que hago algo desesperado. La detengo con mi cuerpo,
sujeto su mano cuando empieza a empujarme para quitarme del camino, y
entonces sujeto su otra mano y las sostengo en su espalda, agarro sus
muñecas con una de mis manos y fijo sus brazos detrás de su espalda.
Presiono mi cuerpo contra el suyo y la obligo a caminar hacia atrás hasta
que su columna se encuentra contra la pared del edificio.
—Déjame ir, ¡maldita sea! —gruñe.
Sujeto su cola de caballo en mi puño y tiro de su cabeza hacia atrás,
levantando su barbilla, y plantando mi boca sobre la suya. Su cuerpo se
agita, luchando contra mí. Tengo sus muñecas capturadas en mi puño, y la
sostengo suavemente pero con firmeza. Su rodilla se eleva y me empuja, y
se lo permito, pero no dejo que me mueva. La beso, profundamente, con
dureza y dulzura. Y a pesar de toda la lucha que me da, su boca responde a
la mía. Su cuerpo pelea, pero sus labios se mueven, se abren, y su lengua
sale y toca la mía, y la estoy probando, colocando todo mi conflicto en el
beso.
Cuando sé que no peleará contra el beso, libero su cabello y sostengo
un lado de su rostro, la palma de mi mano en su mejilla, mi pulgar contra
su sien.
—Maldita sea, Adam. Déjame ir. —Rompe el beso, pronuncia las
palabras con sus labios contra mi oído.
—No.
—Te fuiste.
—Dije que necesitaba un minuto. ¿Cómo es que eso se traduce con
marcharse?
—Te conté la verdad y tú…
—Necesitaba treinta jodidos segundos para procesarlo, Des. Jesús. —
Todavía sostengo sus manos con las mías, pero en estos momentos ya no
lucha.
—¿Y?
—Y lo entiendo. Si me hubieras dicho, lo habría hecho... Ni siquiera
sé lo que habría hecho. Habría ido más lento. Con más suavidad. Lo habría
hecho especial. Hubiera hecho que fuera la mejor noche de tu vida. Algo
que nunca olvidarías.
—Ya lo era. —Inclina su frente contra mi pómulo—. Ya lo es.
—Vuelve, Des. Hablemos de eso arriba, ¿de acuerdo?
Asiente, y le suelto una mano, manteniendo la otra en la mía. No la
obligo exactamente a ir conmigo hasta el piso de arriba, pero está claro que
vacila, tal vez tiene un poco de miedo. Una vez que nos encontramos en mi
apartamento, me detengo de espaldas contra la puerta. Des avanza unos
pasos hacia el espacio vacío entre la cocina y la sala de estar, y luego
descubre que ya no me encuentro a su lado.
Se detiene, se vuelve hacia atrás y me mira. Ve que la estoy
observando. —¿Qué?
Me encojo de hombros. —Como dije abajo, lo entiendo. Pero eso no
significa que no me encuentre un poco molesto por ello. Me siento culpable.
Tomé tu virginidad y ni siquiera lo supe. Es solo que no sé qué pensar, qué
sentir.
—¿Eso hace que cambien las cosas entre nosotros?
—¿Hay alguna otra cosa que no me hayas dicho? Que debo saber,
quiero decir.
Se encoge de hombros. —No. Es decir, te conté que fui abusada. Esa
es la única otra cosa que tiendo a ocultar. Por obvias razones. La gente te
mira diferente si lo saben. Una vez, intenté ir a terapia por mi cuenta. Con
una consejera en Wayne. Y ella... ella siempre tenía esta expresión de
lástima en su rostro cada vez que hablábamos y simplemente no pude
manejar esa mierda. Así que nunca más le conté a nadie. Para mí esa es
una gran verdad. Algunos de los otros padres de crianza solamente me
golpeaban, así que eso es solo un disparador cuando alguien se me
interpone o trata de frenarme.
Mis entrañas se retuercen y mi sangre se enfría. —¿Como yo lo hice
en la planta baja, justo ahora?
Menea su cabeza de lado a lado en un movimiento de ni-sí-ni-no —Al
principio. Más que nada cuando llegaste por atrás y me sujetaste los brazos.
No me gusta ser sorprendida o retenida de esa forma. Ese es el disparador.
Pero cuando me sujetaste las muñecas y me besaste... —Se interrumpe y
no termina.
—¿Qué? —la insto para que continúe.
Se está ruborizando. —Fue... como excitante. Siento que no debería
ser así, teniendo en cuenta las cosas de mi pasado, pero lo fue.
Me acerco lentamente. —Des, ¿entiendes en lo profundo de tu alma,
que nunca, jamás, haría algo para lastimarte?
Baja su cabeza. —No a propósito, supongo, sí.
—Has pasado por muchas cosas, Des, y mereces ser tratada…
Levanta su mirada, con sus ojos feroces. —De eso se trata. Merezco
ser tratada de forma normal. No puedo soportar ser mimada o que me
tengan lástima o que me hagan sentir como si fuera... frágil —dice esta
última palabra con amargura, como si fuera la más vil de las malas
palabras—. No soy frágil maldita sea. He atravesado el tipo de mierda que
la mayoría de las personas ni siquiera se puede imaginar. Fui atacada en el
baño más de una vez durante la escuela secundaria, seis o siete chicas
golpeándome solo por ser nueva y blanca. Me han asaltado. He sido
abusada sexualmente. He pasado por un montón de mierda en mis
veintidós años, Adam Trenton, y estoy jodidamente bien. No necesito
ayuda. No necesito compasión. No necesito ser tratada como una jodida flor
pequeña y delicada.
Cierro el espacio entre nosotros, sujeto su cintura y atraigo su
exuberante cuerpo contra el mío. —¿Tratarte como si fueras delicada? No.
—Arrastro mis labios sobre los suyos, deslizo la punta de mi lengua a lo
largo del pliegue de su boca, le beso la comisura—. ¿Tratarte como si fueras
preciosa? Absolutamente.
Contiene su respiración, e inclina su rostro hacia el mío. —Buena
línea, idiota —dice.
Encuentro el borde inferior de su camiseta con mis manos y lo
levanto, meto mis dedos por debajo para encontrar su piel cálida y suave, y
ella finalmente exhala con suavidad, relaja sus palmas contra mi pecho.
Deslizo mis manos por su espalda, levantándole la blusa mientras lo hago,
inclino mi cabeza para besar un lado de su cuello. Su cabeza cae hacia
atrás, ofreciéndome su garganta, y la beso allí, luego bajo más y más hasta
llegar al punto en el que se encuentra su cuello en V. Incapaz de esperar
más, le quito la camiseta por la cabeza y la dejo caer al suelo. Su sujetador
es de seda color púrpura con encaje blanco a lo largo del borde superior de
las copas, su piel bronceada y tentadora. Le dejo el sostén puesto por el
momento, continúo bajando, besándola entre los pechos, su estómago,
hasta quedar de rodillas.
Me detiene con sus manos cuando logro desabrochar el botón de sus
vaqueros y le bajo la cremallera. —Adam... ¿qué… qué estás haciendo?
Le sonrío al tiempo que engancho mis dedos en la tela y de un tirón
se los bajo. Los vaqueros salen de revés, y ella se los quita dando un paso
hacia atrás. Arrojo la prenda a un lado y paso mis palmas por la parte
posterior de sus piernas para acariciar la seda tensa y suave de su ropa
interior, combinando con el color morado y el encaje blanco que pasa
alrededor de su cintura.
—Me alegro de llevar un atuendo a juego hoy —murmura Des—. Es la
única prenda cercana a lencería que tengo, y solo la estoy usando porque
todo lo demás se encuentra sucio y todavía no fui a la lavandería…
Divaga por los nervios, lo que es lindo, e impropio de ella —Des.
—¿Sí?
—Cállate. —Cuando me frunce el ceño, sonrío en respuesta—. Eres
sensual. Y honestamente, no puede importarme menos qué tipo de ropa
interior llevas. Te sacaré todo, ya sea si cuesta cincuenta dólares o mil. Para
mí, lo importante es lo que hay debajo.
Bajo el elástico en su cadera derecha unos centímetros y beso la piel
mientras la descubro, paso mi dedo por encima y por debajo de su ombligo,
y hago lo mismo en su cadera opuesta. Ahora no está respirando, y sus
manos se deslizan por mi cabello, sus dedos peinando mis picos negros,
cortos y gelificados. Otro suave tirón, y su hueso de la cadera izquierda se
encuentra desnudo, mis labios rozan su piel mientras deslizo mis dedos
sobre su estómago justo por encima de su centro. Bajo la seda en su cadera
derecha.
Hago esto una y otra vez, jugando lentamente hasta que la parte
superior de su vello púbico es revelado. Sus dedos se congelan en mi
cabeza, clavándome las uñas en el cuero cabelludo. Jadea al tiempo que
enredo los dedos índices de cada mano en el elástico en sus caderas y le
quito las bragas con un movimiento rápido.
—Adam...
—Este es el ático —le digo—, y el apartamento de abajo está
desocupado.
Frunce el ceño mientras levanto mi mirada hacia ella. —¿Y?
Mantengo mis ojos en los suyos mientras toco con mis labios su
pubis, luego su cadera. —Así que siéntete libre de gritar tan alto como
desees.
Me impulso hacia el interior de su muslo con mi nariz y me da más
espacio, y luego me sumerjo, mi lengua va hacia su pequeño clítoris duro y
lo lamo lentamente.
—Oh... mierda.
—Muévete para mí, cariño —le digo.
—¿Qué? —se queda sin aliento. Sujeto su tobillo izquierdo y lo
levanto. Se inclina para que su peso se encuentre sobre su pie derecho, y
su mano se dirige hacia la pared a su izquierda. Llevo su rodilla sobre mi
hombro y con mis labios succiono su coño—. Oh, mierda. Oh por Dios,
Adam.
Sus caderas hacen un ángulo hacia delante y su talón izquierdo se
engancha alrededor de mi espalda, abriéndose aún más para mí. Saboreo
su esencia en mi lengua, almizclada y dulce. Sus manos se encuentran en
mi cabello y sostienen la parte posterior de mi cabeza, su respiración sale
en jadeos cortos. No lo alargo ni juego con ella. Deslizo una mano hasta su
trasero y sujeto una de sus nalgas, manteniendo su centro contra mí, y
llevo los dedos de mi otra mano hacia mi barbilla, encuentro su entrada y
los meto, primero un dedo. Está húmeda, caliente y apretada alrededor de
mi dedo, y lo introduzco, y luego lo saco, estableciendo un ritmo
sincronizado entre mis dedos y mi lengua, y ahora jadea aún más fuerte,
hay un zumbido en la parte posterior de su garganta saliendo con cada
exhalación. Sus caderas se mecen hacia atrás y hacia adelante, y puedo
sentir el temblor de la pierna que soporta su peso.
—No puedo… no puedo... oh Dios, oh Dios, Adam… —gime, y su
columna se arquea, empujando sus pechos hacia adelante y sus caderas
hacia mí, presionando su núcleo más fuerte contra mi rostro.
Sé que posiblemente no puede correrse mientras está de pie sobre
una sola pierna, así que cuando siento que se encuentra cerca, casi al borde
del orgasmo y el final de su capacidad de equilibrio, me pongo de pie,
llevando su pierna izquierda alrededor de mi cintura. La agarro de la rodilla
y levanto su pierna derecha. Me mira con obvia sorpresa mientras la
levanto y soporto su peso con mis manos debajo de su trasero.
—Adam, vas a romperte la espalda, idiota —dice, envolviendo sus
brazos alrededor de mi cuello como si tuviera miedo de que la deje caer.
No es liviana, pero la llevo fácilmente por el departamento hasta el
sofá. La bajo y me pongo de rodillas entre sus muslos. Se retuerce por
todas partes.
—Estaba tan cerca —murmura.
—¿Sí? ¿Qué tan cerca? —pregunto, acariciando sus muslos, dejando
un recorrido de besos hasta su centro.
—Justo ahí. Un par de segundos más...
—¿Lo quieres, cariño? ¿Quieres que te haga correr?
Palmea mi nuca. —Sí, Dios, sí. Por favor…
Me detengo con mi rostro a centímetros de su centro. —Entonces
déjame ver que te quitas el sujetador. Muéstrame esas preciosas tetas
tuyas, Des. —Se inclina y extiende su mano hacia su espalda, libera el
broche y desliza un brazo, y luego otro, y entonces arroja la prenda de ropa
interior sobre la mesa de café. Hago un sonido bajo en mi garganta, un
gemido de apreciación—. Dios, eres perfecta. Míralas, Des. Grandes,
redondas, blandas…
—Como el resto de mí —bromea.
Me estiro y toco un pezón con mi pulgar, y jadea. —Eres atractiva,
Des. No me importa las palabras que quieras utilizar para describirte a ti
misma. Eres hermosa por todas partes. Aquí. —Paso mi lengua contra su
clítoris—. Aquí. —Y me levanto para succionar su pezón rosado y rígido con
mi boca y lo aplano entre mi lengua y mi paladar—. Y aquí —Libero su
pezón y encuentro su boca con la mía, introduciendo mi lengua entre sus
labios.
Deslizo mi mano sobre su muslo, por un lado de su cadera, hasta sus
costillas, acaricio su espalda, y luego la acerco con mi mano en su nuca
para poder besarla, y luego rompo el beso para tocar su sien. —Y eres
hermosa aquí. —Llevo mi palma hacia abajo, sobre su pecho en donde
puedo sentir los latidos de su corazón—. Y aquí.
—Dios, Adam. —Se reclina, con los ojos llenos de emoción. Sus
yemas tocan mis mejillas, se deslizan sobre mi mandíbula, y luego se
cierran detrás de mi cuello—. Cállate y hazme correr. —Empuja mi cabeza
hacia su centro.
Entierro mi rostro entre sus muslos, y ella separa sus rodillas, se
recuesta contra el sofá, gimiendo de alivio mientras chupo su clítoris entre
mis labios y deslizo mi dedo medio en su canal. Sus caderas giran mientras
lo succiono, y luego paso mi lengua y muevo mi cabeza en círculos, más
rápido y más rápido.
Y, sin embargo, cuando siento que se tensa, me detengo. Se queja
por la frustración, lo que se convierte en un gemido cuando hundo mi dedo
en su interior, y luego meto mi dedo anular. Comienzo un lento movimiento
hacia adentro y afuera con mis dos dedos, curvándolos en el empuje para
rasguñar su pared interior alta. Levanto la mirada hacia ella, y tiene los ojos
cerrados, muerde su labio inferior y tiene una expresión desesperada en su
rostro. Vuelvo mi atención a su coño, levantando mi mano libre para
pellizcar y hacer rodar su pezón entre mis dedos índice y pulgar hasta que
está gimiendo y retorciendo las caderas y siento que sus paredes presionan
mis dedos. Su cuerpo se estremece, se endereza, y deja escapar un
pequeño grito. Una de sus rodillas y luego la otra se enganchan por encima
de mi hombro, y se levanta del sofá por completo, retorciéndose contra mi
rostro mientras la devoro, mi lengua rodeándola violentamente, mis dedos
follándola de manera constante. Sus caderas moliéndose, moviéndose
contra mis dedos y mi boca y emite jadeos sin aliento mientras la atraviesa
ola tras ola de felicidad orgásmica.
Estoy excitado, dolorosamente excitado de comerla, por ver su
desnuda perfección, el sabor de su esencia y los sonidos de su clímax. La
necesito. Necesito su coño alrededor de mi pene, su boca en la mía, sus
manos sobre mi piel. Excepto que todavía me encuentro completamente
vestido, y me recuerdo que no tengo condones. Utilicé el último que tenía
hace seis meses con Des y nunca volví a comprar.
Desciende de su clímax y se desploma contra el sofá. Me muevo para
sentarme a su lado, y beso su hombro, su pecho, su garganta, incapaz de
mantener mis manos o boca alejadas de ella. Acaricio su cintura, su cadera,
la beso entre sus pechos.
—Adam, espera. —Me aleja—. Mi turno.
Sostiene el borde inferior de mi camisa y me la quita, arrojándola a
un lado.
Ve mis contusiones y jadea. —¿Adam…? ¿Qué pasó?
Niego. —Solo una tontería. Estoy bien, no te preocupes por ello.
Me mira. —¿Estás seguro? No quiero hacerte daño.
Me estiro hacia ella. —Cariño, lo único doloroso es lo mucho que te
necesito.
—Entonces vamos a desnudarte. —Exhala.
Se inclina, besa mi pecho, y sus manos acarician mis hombros y
tocan mis abdominales, y luego sus dedos se encuentran en la bragueta de
mis vaqueros, abriéndola. Me encanta eso, la sensación de sus manos
desabrochando mis pantalones. Y el botón es liberado, y mi pene se asoma
en la apertura presionándose contra mi ropa interior.
Des se sienta a horcajadas, me empuja contra el sofá y se inclina,
besando mi hombro. Sus pesadas tetas cubren mi pecho, se deslizan de
forma suave como la seda contra mi piel. No puedo dejar de tocarla, mis
manos deslizándose de arriba hacia abajo por su columna vertebral. Pero
entonces se levanta de mi regazo y cae al suelo frente a mí, bajando las
piernas de mis pantalones hasta quitarlas, llevando mi ropa interior con
ellas. Me levanto y termina de quitarme los vaqueros y los calzoncillos, su
boca roza mi muslo, mi otro muslo, y luego mi cadera.
—Supongo que no estás en control de natalidad, ¿verdad? —
pregunto.
—No —dice, envolviendo una mano alrededor de mi pene—. ¿Por
qué?
—Porque no tengo ningún tipo de protección.
Se detiene y me mira. —¿No tienes?
Niego. —No. Tenía tres en mi bolsa de aseo, y los utilicé contigo en
Mackinac. No los he necesitado desde entonces.
—¿No?
Niego. —No. Te lo dije, no hubo nadie después de ti, esa noche.
—Para mí tampoco.
Mis ojos se cierran involuntariamente cuando su puño se desliza
sobre mi longitud. —Vamos a... necesitar condones —digo entre gruñidos.
Pasa su pulgar sobre mi cabeza, y luego hunde su puño hasta la
base, entonces lo arrastra lentamente hacia arriba. La observo, la miro
mientras se concentra en su propia mano, en mi pene, y levanta la vista
hacia mi rostro. —¿Entonces qué haremos?
—Podría ir a buscar algunos.
Niega, y se inclina sobre mí. —No. No quiero que me dejes.
—No tomaría mucho tiempo.
Retuerce su puño a mi alrededor, y sí, ahora definitivamente se
encuentra más cerca. —Eso sería demasiado tiempo. —Levanta su mirada
hacia mí—. Que tu chico los vaya a comprar por nosotros. Oliver.
—No te sentirías avergonzada si se entera que estamos…
—Estoy bastante segura de que ya lo sabe, Adam.
Ahora, sin duda. Está inclinada sobre mí, mi pene duro como una
piedra y palpitante en sus dos manos, sus puños se deslizan sobre mí,
mano sobre mano, y me observa a un centímetro de distancia.
—¿Des?
Me ignora, llega al suelo a su lado y hurga en el bolsillo de mis
vaqueros, saca mi celular y me lo entrega. Dejo escapar un suspiro y luego
tomo el teléfono, abro mi conversación de mensajes con Oliver.
Necesito un enorme favor, amigo.
Responde después de un par de segundos. ¿Encontraré tu favor en
el pasillo de planificación familiar?
Dios bendiga a Oliver. Sí.
De acuerdo. Pero no estoy seguro que me estés pagando lo
suficiente para hacer esto.
Te daré un aumento.
Suena como si ya tuvieras lo de la cosa del aumento bajo
control, jefe.
Voy a despedir tu culo tan rápido...
LOL. Deja de enviar mensajes de texto durante los juegos
preliminares. Es grosero.
Lanzo a un lado el teléfono y vuelvo mi atención a Des, quien está
completamente absorta en sus cuidados. Sus manos se mueven lentamente
de arriba hacia abajo de mi longitud.
—Quiero probarte, Adam. —Se inclina aún más cerca, sus labios a
centímetros de mí.
—Des...
—Nunca lo he hecho antes, y quiero hacerlo.
Contengo la respiración en mis pulmones mientras sus labios se
cierran sobre la cabeza de mi pene. Su boca es cálida y húmeda y no puedo
evitar que un gemido de felicidad me abandone, mientras baja ligeramente.
Mi cabeza cae sobre el sofá y me obligo a abrir los ojos para verla. Su boca
se extiende ampliamente a mi alrededor, levantando la vista para mirarme.
Se aleja y abandono su boca con un pop. —¿Eso estuvo bien?
Me río. —Cualquier cosa que hagas es increíble, Des. Solo no lo
muerdas, y se sentirá increíble.
Vuelve a bajar, tomándome en su boca, su lengua girando alrededor
de mi punta, probándola. Su mano se cierra alrededor de la base, solo
sosteniéndolo, y luego lo acaricia una vez e inconscientemente levanto las
caderas. Emite un sonido de sorpresa, y luego retrocede, chupa una vez la
cabeza, luego baja su boca a mi alrededor.
—Jesús, Des. Pronto tendrás que detenerte.
—Mmm-mmm. —Hace un sonido de negación, y luego retira su boca
de mí, acariciándome mientras continúa—. De ninguna manera. Realmente
te gusta esto, ¿verdad?
—Dios, sí.
—¿Más que follarme? —pregunta, y luego su boca está a mi alrededor
de nuevo y no puedo evitar gemir.
—Diablos, no. ¡Jesús…! —exclamo con sorpresa mientras chupa con
fuerza y baja su boca a mí alrededor hasta que estoy seguro de que tiene
que ser incómodo.
En ese momento, escucho que mi puerta principal se abre, y un
pequeño paquete cuadrado vuela para aterrizar en el suelo. Miro hacia allí,
y veo que ha comprado condones extra pequeños. —¡Oliver, idiota! —Trato
de sonar normal.
Escucho su risa ronca y luego otro paquete vuela a través del
vestíbulo para aterrizar junto al primero, esta vez un paquete de condones
que en realidad me entrarán.
Y entonces la puerta se cierra y se ha ido.
Cuando escuchó que la puerta se abría, Des se detuvo y miró hacia la
abertura, para asegurarse que nadie apareciera. Una vez que escucha que
la puerta se cierra, me sonríe con malicia y me vuelve a tomar en su boca.
Y esta vez, no muestra piedad. Su puño se agita de arriba hacia abajo sobre
la base de mi pene, y sus labios se deslizan alrededor de mi circunferencia,
bajando y bajando, y luego de vuelta hacia arriba, y arriba, y ahora ha
establecido un ritmo, lento y constante.
Estoy teniendo problemas para quedarme inmóvil, para refrenarme.
—Des, para.
La empujo, pero toma mis manos entre las suyas, entrelaza nuestros
dedos. Sus ojos van hacia los míos mientras balancea su cabeza,
observándome. Trato de liberar mis manos, pero no las suelta, las sujeta
con fuerza y lucha contra mi agarre. Sus ojos parecen brevemente
humorados, y luego comienza a bajar con más fuerza y más rápido, y sé
que no podré contenerme.
—Joder, Des, me voy a correr. Tienes que detenerte o me voy a…
Se detiene con sus labios envueltos alrededor de la cabeza y chupa
con fuerza, y sé que no hay esperanza. Lleva nuestras manos hasta su
cabeza, coloca mis palmas en su cabello, y luego sujeta mi base con su
puño y toma mis bolas en sus manos. Retiro su cola de caballo de la banda
elástica y meto mis manos entre sus cabellos negros, manteniéndolos
apartados de su rostro. Se mece de nuevo, acariciando mi base y
succionando.
Me corro.
Grito, desatándome de repente, incapaz de volver a advertirle, y ella
hace un sonido de sorpresa, pero no se detiene o se ralentiza. Siento que
exploto en su boca, y continúa moviéndose, sigue acariciando mi longitud, y
luego la escucho tragar y sigo explotando, gruñendo e intentando
desesperadamente de no empujarme con demasiada fuerza.
Y luego he terminado y me suelta, moviéndose para sentarse a
horcajadas sobre mí, tomando mi rostro entre sus manos. —¿Qué te pareció
eso?
Parpadeo hacia ella con ojos legañosos, mareado. —Jesús, Des. —
Descanso mi frente contra su boca—. No me esperaba eso.
—Lo sé.
—Pero fue... No puedo ni moverme.
Me besa y me saboreo a mí mismo en ella, pero no me importa. Se
encuentra sobre mí y siento su centro contra mi miembro flácido, pero sus
pechos se deslizan contra mi pecho y su boca es insistente en la mía y
tengo sus caderas carnosas en mis manos, y sé que no pasará mucho
tiempo antes de que esté listo para ella, antes de que pueda tomarla de la
forma en la que necesito hacerlo.

***
Se pone de pie conmigo en sus brazos y me carga hasta el otro lado
del apartamento, llevándome al dormitorio. Me acuesta, apoyando una
mano sobre la cama junto a mi rostro y me besa mientras acaricia mi pecho
con su otra mano.
Y entonces se ha ido, pero solo por un momento, regresando con el
paquete de condones.
Mi corazón se acelera, y mi núcleo se humedece.
Pero todavía no está preparado para eso. Abre la caja de un tirón,
libera un paquetito y lo deja a un lado, luego se recuesta en la cama junto a
mí. Sus manos tocan mis costillas debajo de mis pechos, bajan y
encuentran el borde de uno de mis tatuajes. Sus ojos van hacia los míos, y
veo la pregunta.
Ruedo sobre él, apoyando una mano en su estómago, justo por
encima de su erección incipiente. —“El ansia de tener un hogar vive en
todos nosotros el lugar seguro a donde podemos ir como somos y no ser
cuestionados”. —recito—. Maya Angelou.
Asiente. —Lo vi cuando estabas durmiendo. ¿Qué significa para ti?
Apoyo la cabeza en el hueco de su brazo. —Simplemente se trata
de... un hogar. De pertenecer a un lugar. Nunca he pertenecido a ninguna
parte. Al crecer en el sistema, ninguna de las ubicaciones duró más de un
año como máximo, así que nunca me encontraba en casa. Todos los lugares
en los que vivía, solo eran una estancia para mí. Un lugar para dormir. Así
que eso es lo que siempre he querido más que nada, sentirme segura, y...
tener un hogar.
Toca el tatuaje en mi cadera. La cicatriz debajo de él. —¿Y las
cicatrices que cubren los tatuajes?
Cierro los ojos y entierro mi rostro en su piel. Sus brazos se curvan a
mi alrededor, refugiándome. Protegiéndome. —Tenía dieciséis años.
Acababa de mudarme con una nueva familia. El padre era... malo. Malo de
verdad. Con problemas, todo el tiempo andaba borracho. Se ponía violento.
Por lo general, solamente atacaba a su mujer, pero de vez en cuando, se
metía con su hija. Su madre se metía entre la niña y el padre. Pero una
vez... golpeó a su esposa con demasiada fuerza, la noqueó. Michaela, la
hija, comenzó a gritar. Él simplemente había... enloquecido. Ni siquiera sé
qué mierda se le metió. Creo que era un veterano de la Tormenta del
Desierto o algo así, tal vez tuvo un recuerdo. No lo sé. Había un cable de
extensión sobre la mesa, uno naranja. Michaela fue detrás de su padre, y él
la tiró al suelo. Simplemente la dejó ahí tirada. Y agarró el cable, comenzó a
golpearla. Era largo, y solo lo dobló una vez, tenía alrededor de un metro o
sesenta centímetros de largo. Empezó a golpear a Michaela con el cable, y
simplemente no pude permitirlo… no pude hacerlo. Así que me le tiré
encima, para cubrirla. Y él solo siguió golpeándonos. Yo acababa de salir de
la ducha, y todo lo que tenía puesto era una toalla. La toalla se cayó, y
solo… continuó golpeándome. No creo que ni siquiera supiera lo que estaba
haciendo. Tal vez sí. No lo sé. Una parte de mí piensa que sí sabía lo que
hacía, porque siguió golpeándome en el mismo lugar, una y otra vez, y
luego empezó en un lugar diferente. Dejando esas cicatrices raras.
—Diablos, Des. —Los brazos de Adam se tensan, sus labios tocan mi
sien—. ¿Qué hizo que se detuviera?
—Un vecino. Escuchó los gritos, comprendió que eran peores que de
costumbre, supongo. El vecino y tres policías pudieron sacarme de encima
de Michaela. Yo no la soltaba.
—Des, Dios, cariño.
Me levanto y lo miro, le dejo ver mis ojos. —Está bien, Adam. Fue
hace mucho tiempo. Y, honestamente, lo haría de nuevo, si tuviera que
hacerlo. Michaela es simplemente la chica más dulce que alguna vez podrás
conocer. Me quedé allí... por ella, incluso después de eso.
—¿Qué? —Me mira con incredulidad.
—Pasó seis semanas en la cárcel, consiguió la libertad condicional,
una tobillera, un asesoramiento para su adicción, debía asistir a las
reuniones de Alcohólicos Anónimos de forma obligatoria, todo eso. Mi
trabajador social quiso mudarme, pero me negué a hacerlo. Tenía dieciséis
años, así que pudo haber insistido a pesar de mis protestas. Antes de eso,
no me preocupaba. No me importaba; una casa era tan buena como la otra.
Pero Michaela... ella me necesitaba. Su madre no era muy buena en su
mejor día. Necesitaba un amigo, y yo era todo lo que tenía. —Sonrío,
pensando en Michaela—. Todavía la visito, a veces. Solo tenía cinco años
cuando eso sucedió. Ahora tiene once años.
—¿Y te hiciste los tatuajes para cubrir las cicatrices?
—Algo así —contesto—. Sin embargo, me los hice sobre todo por la
necesidad de convertir algo feo en algo bello, más que porque fuera
consciente de las cicatrices o de lo que sea. Y esa frase... me la encontré en
mi último año de la escuela secundaria. Estaba haciendo un trabajo sobre
Maya Angelou, y leí muchos de sus escritos. Me encontré con esta frase, y
simplemente se quedó grabada en mi cabeza. Se me metió a un nivel muy
profundo. Maya, también lo entendía. Tuvo una vida difícil, y convirtió todo
ese dolor en una poesía tan hermosa.
—Igual que tú —dice Adam.
Lo miro. —¿Cómo lo sabes?
Sonríe, toca mis labios con un dedo. —Solo por ser tú. Quien eres. El
hecho de que puedas ser una persona tan bella a pesar de todo lo que has
pasado, eso también es poesía, Des.
—Jesús, Adam. Vas a hacerme llorar. —Sorbo por la nariz.
—Eso no me molestaría —dice Adam—. No tienes que ser fuerte todo
el tiempo, ya sabes. Está bien mostrar debilidad. Mostrar emociones.
Me encojo de hombros. —Se me hizo costumbre.
—Desacostúmbrate —dice.
No puedo evitar reírme. —Sí, solo déjame apagar rápidamente ese
interruptor...
Adam se ríe conmigo, cambiando de tema. Sabe que no es tan fácil.
Aparta un mechón de mi cabello. —¿Des? Tengo una pregunta, y tienes que
responderla con veracidad. Desearás descartarla por estúpida, pero por
favor no lo hagas.
Me aparto para mirarlo. —De acuerdo, lo intentaré.
Respira profundamente y suelta el aire. —¿Por qué yo? —Frunzo el
ceño y abro la boca, pero él cubre mis labios con su dedo, y luego traza la
línea de mi mandíbula, mis labios, la columna de mi cuello—. Eres una
mujer preciosa, y tan nefasta y tan horrible como puede ser la industria,
modelar tiene que haberte demostrado que esa no es solamente mi opinión.
Así que ¿por qué yo? ¿Por qué confiaste en mí? ¿Por qué dejaste que
tomara tu virginidad?
No contesto por un largo tiempo, pensando en mi respuesta. —
Número uno, no la tomaste, yo te la entregué. Para mí hay una gran
diferencia. En cuanto al porqué, es porque me viste. No estoy segura de
cómo explicar eso. Es como que... pareció que podías ver quién era, quién
soy, y me trataste como si valiera la pena que me quisieran. Ves lo que
escondo. No es como si nada de lo que he experimentado sea un secreto;
es solo que no confío en nadie lo suficiente como para contárselo. Pero tú...
simplemente confié en ti, como por instinto o algo así. Todavía no puedo
explicar la razón. O sea, ahora sé que eres un hombre fuerte, amable,
comprensivo y que eres una persona en quien puedo confiar, pero entonces
no lo sabía. Quería confiar en ti. Y, honestamente, eso me asustó
muchísimo. Esa fue por mucho, la razón por la que no me quedé a la
mañana siguiente y todo lo demás. No podía entender por qué había
confiado en ti, por qué te quería tanto. O por qué tú me querías. Nada de
esto tenía sentido, y simplemente me asustó. —Trazo círculos perezosos y
vagos con la palma de mi mano sobre su torso—. Me perseguiste, como si
solamente tuvieras que... poseerme, y eso no se pareció a nada de lo que
había experimentado antes.
—Eres tan diferente de cualquiera a la que estoy acostumbrado —
dice—. Eres honesta. No digo abierta necesariamente, lo cual entiendo. No
podrías serlo, no con la vida que has tenido. Pero simplemente eres quien
eres. Vi a una hermosa mujer que se conocía a sí misma, y se encontraba
cómoda consigo misma, pero no comprendía del todo su propia belleza. Es
una combinación embriagadora. —Sus dedos bailan sobre mi cadera, y sus
ojos me queman—. Y también, simplemente te deseé. Te quería, y tenía la
intención de tenerte. Es solo que no me di cuenta…
—¿Lo que estabas pidiendo? —lo interrumpí.
—Cuánto más hay en ti de lo que siquiera imaginé la primera vez que
te vi —responde—. Y quiero decir, supe desde la primera conversación que
tuvimos que había muchas cosas que mantenías ocultas. Había mucho más
por conocer de la mujer hermosa y compleja, escondido en algún lugar
detrás de todos esos muros. —Me atrae hacia su cuerpo, y caigo contra él,
mis pechos aplastados a su lado, una pierna echada sobre la suya, mis ojos
fijos en los suyos—. Estaba decidido a atravesar esas paredes. Quería
entenderte. Deseaba que confiaras en mí, para que me contaras todos esos
secretos que vi en tus ojos.
—Bueno… ahora lo he hecho.
—Ahora lo has hecho —acuerda, y su boca encuentra la mía.
Sus manos se extienden por mi cintura, levantándome para que me
siente a horcajadas sobre él, y el beso se interrumpe. Bajo mi mirada hacia
él, a sus ojos verdes pálido, y me pierdo. Antes me había encontrado
perdida, pero después de revelar la verdad y todas las cosas que había
mantenido ocultas, me estoy ahogando en él. Presiono un beso en su
pecho, y luego suspiro de placer mientras sus manos grandes y fuertes
deambulan por mi espalda, mi trasero y mis muslos, y luego suben para
enterrarse en mi cabello y atraen mi rostro hacia el suyo para darme un
beso que abrasa mi alma. Se encuentra allí, en mi entrada, duro y caliente,
froto las palmas de mis manos sobre sus mejillas y deslizo mi cuerpo por
encima del suyo, me aferro a su cuello y hago que me penetre
profundamente.
—Oh, mierda, Des... Dios, te sientes como el cielo...
—No es el cielo —jadeo, retorciéndome sobre su longitud—. Es un
hogar. Te sientes como en casa.
—¿Hay alguna diferencia? —susurra.
Niego, me levanto para poder ver sus ojos, mi cabello cayendo sobre
nuestros rostros. —No, no la hay. No para mí.
—Para mí tampoco. —Arremete contra mí, sus labios tocando mi
mejilla, luego sus dientes mordiendo mi oreja—. Me encanta esto, Des,
sentirte de esta forma. Estar desnudo dentro de ti.
—A mí también.
—No estás tomando la píldora.
Niego. —No. Nunca necesité hacerlo.
—Entonces deberíamos parar por un segundo. Tengo que ponerme
algo. —Nos hace rodar, sale de mí, se pone de rodillas entre mis muslos.
Agarrando el paquete que había dejado a un lado más temprano, lo abre y
envaina su pene con el condón—. Ahora. ¿En dónde estábamos?
Simplemente me lo quedé mirando fijamente, a la espera,
expectante. —No lo sé. Lo he olvidado. Deberías mostrarme.
Una sonrisa se forma en su rostro cuando sujeta su gruesa polla en
una mano y la guía hacia mi apertura, presionando su cabeza ancha en mi
clítoris y la gira en lentos círculos. Suspiro, y sus ojos se oscurecen,
ardiendo. Se desliza en mi interior, empujándose hasta el fondo, y luego
acerca sus rodillas, separando más mis piernas.
Me siento tan jodidamente llena. Está en mí, su calor se difunde
sobre mi piel, sus ojos penetran los míos, ve mi alma, sabe mis secretos y
me observa como si no pudiera tener suficiente. Está tan profundamente
empalado en mí que no puedo tomar nada más de él. Pero entonces me
levanta por las caderas y va más profundo y santa mierda parece que
puedo tomar más de él, y todavía lo necesito más duro, más rápido, más
profundo, más…
Ahora se retira suavemente, deslizando su longitud hasta casi salir en
un deslizamiento burlón y lento y entonces arremete hasta el fondo con
tanta fuerza que mis tetas rebotan y grito involuntariamente, jadeando,
tratando de tocarlo, inclinándome hacia adelante, sujetando sus caderas y
acercándolo, porque, Jesús, eso se sintió bien.
―Otra vez… ―respiro―. Adam, haz eso de nuevo.
Su sonrisa es satisfecha y hambrienta. ―Te gusta eso, ¿eh?
―Mierda, sí
―¿Te gusta duro? ¿Un poco rudo? ―Se retira tan lentamente como
antes, aprieta su agarre en mi cintura y luego me penetra con tanta fuerza
como la última vez y mis ojos se cruzan cuando el éxtasis sobreexcitado me
atraviesa cuando se introduce tan duro y así de profundo.
―Sí, Adam, Si… Dios, hazlo, me gusta cuando me follas duro.
―Entonces te lo haré con fuerza. ―Se empuja profundamente, se
inclina sobre mí, su pene enterrado, llenándome, encuentra mis labios con
los suyos, besándome con una ternura dulce y persistente que hace que mis
ojos lagrimeen y que mi corazón se hinche en mi pecho. Es un beso que me
dice que no importa que tan duro y rudo me folle, lo hace con su corazón
lleno de…
No.
No.
No iré allí. Incluso ahora, no puedo permitirme creer en esto, en esa
palabra. Por él o por mí. Eso sería demasiado parecido a la fantasía de toda
chica y demasiado a todo lo que he deseado y si me permito querer o sentir
esto con Adam y me lo quitan, me destruirá.
Así que acepto pensamientos como sensibilidad y dulzura y mantengo
esa otra palabra a raya. Enterrada profundo, bien, bien profundo en los
oscuros rincones de mi conciencia.
Adam se endereza, levanta mis piernas y coloca la parte posterior de
mis muslos contra su pecho extendiendo mis pies sobre su cabeza. Se me
acerca más para que mi trasero se encuentre contra él y ni siquiera puedo
respirar debido a lo profundo que se encuentra, ni puedo ver por el
esplendor vertiginoso y embriagante de su polla, tan grande, dura, caliente
y perfecta que se encuentra en mi interior…
Y entonces se mueve.
Se retira, envolviendo sus manos alrededor de mis muslos justo por
debajo de mis rodillas y avanza. Esta vez es suave. Un disparo de
advertencia por así decirlo. Y Dios, ya me encuentro sin aliento, una tensión
ardiente se forma en mi vientre, haciendo que los dedos de mis pies se
curven y mis dedos rebusquen desesperadamente cualquier pedazo de piel
que pueda encontrar. Otro empuje, esta vez un poco más fuerte, emito un
jadeo.
―Oh, mierda, Adam…
―¿Te gusta?
―Muchísimo.
―¿Quieres más?
―Dios, si, más. ―Me tiembla la voz.
Sus ojos no vacilan en los míos, ni los míos en los suyos, cuando fija
un ritmo lento y constante, moviéndose profundamente, saliendo
suavemente y luego empujándose, rápido y más rápido. Cada vez con más
fuerza. Entre mis muslos abiertos, puedo ver su torso todavía magullado
ondulando y tensándose cuando se empuja, sus músculos abdominales
duros como el granito, moviéndose debajo de su piel grisácea, el poco
cabello que tiene goteando de sudor. Sus enormes brazos aferrándose a mis
muslos para hacer palanca cuando comienza a follarme en serio,
metiéndose en mi interior con una energía incesante, su piel golpeando la
mía y mi orgasmo comienza a formarse, el éxtasis acumulándose sobre un
montón de dicha y lo que sea que se encuentre más allá de eso.
¿Quizás el Nirvana?
¿El cielo?
Tal vez, el sentimiento de realización.
Levanto mis caderas para encontrar sus embestidas y mis profundos
gruñidos impropios de una dama festejan cada encuentro de nuestros
cuerpos. Gruñe conmigo, gime y maldice y su piel brilla con sudor,
destacando las venas, los músculos ondulados y flexionados y siento como
si me estuviera desgarrando de la manera más increíble, explotando de
necesidad detrás de cada estocada de su cuerpo.
―Adam… me voy a correr.
―Déjame escucharte, Des. Grita para mí, cariño. Grita mi nombre
cuando te corras por toda mi polla.
―Solo si tú también gritas mi nombre.
―Trato hecho. ―Me sonríe, sus dientes blancos destellando y sus
hermosos ojos verdes pálido se encuentran ardientes y absortos en los
míos.
Siento que mi coño se aprieta, la tensión se rompe como una banda
elástica, las lágrimas empiezan a caer de mis ojos, un sollozo nacido de la
cruda intensidad se me escapa.
Y luego en ese preciso momento, cuando el orgasmo se libera, Adam
suelta mis piernas y se inclina hacia mí, así que estamos cara a cara. Su
polla arremetiendo en mi interior con empujes tremendamente rápidos,
furiosos y maniáticos y su boca reclama la mía, me da un beso sin aliento.
―¡ADAM! ―grito su nombre cuando exploto, el calor inundando mi
cuerpo, aprieto mis muslos fuertemente alrededor de su cintura y muevo
mis caderas.
Y entonces, inexplicablemente, en la cima de mi clímax, ralentiza el
paso. Sujeto su trasero con mis manos, empujándolo y gritando por la
frustración.
Se retira lentamente, vacila, sus ojos en los míos y luego golpea su
polla en mi interior, duro y rápido, y grito. ―Mierda, Des. Mierda. Me estoy
corriendo. Me estoy corriendo. ―Se retira, una mínima pausa y luego su
polla gruesa y pulsante me penetra.
Está temblando, con sus embestidas suaves y desesperadas. Sus ojos
se encuentran fijos en los míos, pero puedo decir que se esfuerza por
mantenerlos abiertos. Me aferro a su cuello, mis piernas alrededor de su
cintura, presiono mis labios contra su oído. ―Córrete, Adam, córrete en mi
interior. Sí… ―le susurro retorciendo mis caderas―. Sí, sigue adelante,
Adam. Sigue follándome. Sigue corriéndote. ―Tengo una inclinación a las
obscenidades, pero hablar sucio de esta forma es algo que nunca supe que
sería capaz de hacer. En cambio, con Adam, simplemente parece correcto,
solo surge de mí involuntariamente.
Su empuje se tambalea cuando se entierra profundo. Ruedo, para
colocarme encima de él, deslizo mis rodillas hacia adelante y mi trasero
hacia atrás, con mis manos sobre su pecho, y empujo su polla tan
profundamente como me es posible, me penetro con fuerza, él levanta sus
caderas y sujeta mis muslos con sus poderosas manos y ruge en voz alta
sin decir una palabra. Presiono mi coño contra él y luego retrocedo tan
fuerte como puedo, observando cómo sus ojos se cierran y cómo pulsan las
venas de su cuello, de sus antebrazos y de sus bíceps, y sus abdominales se
tensan. Siento su calor dentro de mí, siento su polla palpitando.
Entonces una vez más, me levanto, inclinando mis caderas
ligeramente hacia atrás para retirarme de su eje y me siento con fuerza.
―¡MIERDA! ―se queja―. Des…maldición, Dios, Des…
Está sin aliento, ambos lo estamos y nos encontramos cubiertos de
sudor, estremeciéndonos.
Aún sigo temblando por mi propio orgasmo, las réplicas haciendo que
mi cuerpo se estremezca mientras estoy empalada con él, un último
estremecimiento y entonces no me puedo quedar erguida. Lo libero de mi
cuerpo con un gemido y luego caigo sobre la cama junto a él.
―Jesús, Des.
―Eso fue…
Su pecho está agitado, tensando y relajando sus abdominales con
cada respiración profunda. ―Eso fue jodidamente intenso.
―Es lo más increíble que he sentido.
Se pone de lado, frente a mí, toma mi mejilla con su palma, con sus
ojos honestos y sinceros. ―Yo igual. Nunca supe que podía sentirse de esta
manera. ―Desliza sus labios sobre los míos, un beso breve y ardiente.
―¿No siempre es así para ti?
Niega. ―No. Nunca. ―Adam pasa un puño sobre la almohada debajo
de mi cabeza, levantándola. Y esta vez el beso es profundo, me recorre el
alma, demandando que toda la emoción de mi alma sea ofrecida para la
degustación. ―Hay una… conexión… entre nosotros que ni siquiera sabía
que sería posible. Te siento, Des. No sé cómo decirlo de otra manera. No
me refiero solo a lo físico, bueno, quiero decir follando. Sí, la forma en la
que se siente el sexo contigo es mucho más de lo que nunca antes había
sentido, pero eso no es lo que quiero decir. Tú, yo, nosotros, es algo más.
Quiero creer eso. Quiero que sea cierto. Porque yo también lo siento.
―No me mientas Adam. No me digas basuras. No me digas lo que crees
que quiero oír. ―Me encuentro demasiado vulnerable, demasiado emocional
y mis mecanismos de defensa comienzan a activarse de forma
sobrecargada.
Pero Adam está aquí, de alguna manera dentro de mí, dentro de esos
mecanismos. ―Oye, ahora no trates de dejarme afuera, Des. No te atrevas,
maldita sea. ―Toma mi mano y coloca mi palma sobre su corazón. Está
latiendo con fuerza y rapidez. Sus ojos clavados en los míos―. Vuelve, Des.
Vuelve a mí, amor.
Cariño es una cosa. Amor… tiene la palabra afecto, escrita por todas
partes. Es profundo y familiar. Nadie me ha llamado de otra manera que no
sea mi nombre. Nadie se había preocupado incluso lo suficiente como para
usar expresiones de cariño. Excepto Ruthie, por supuesto, que es realmente
la única familia que he tenido.
Parpadeo con fuerza y aprieto mis manos en puños y lucho contra mi
miedo a ser vulnerable. ―Estoy aquí.
Se sienta, baja las piernas de la cama. ―No te muevas. Ni siquiera
parpadees. Ya vuelvo. ―Permanece en el baño por lo que parece una
fracción de segundos, y luego regresa sin preservativo.
Y entonces, de alguna manera, me encuentro envuelta en él. Sus
brazos me rodean, mi cabeza debajo de su barbilla, mi cuerpo enredado con
el suyo. Siento la rigidez formándose en su pene mientras yace contra mi
muslo. Mi piel se enfría a medida que el sudor se seca y siento su pulso
zumbando en su garganta, en su pecho.
No me pide nada. No exige que le diga cómo me siento ni trata de
besarme. Nos cubre con las mantas y me abraza. Y esa resulta ser la llave
mágica para abrir las puertas. Me sostiene y el miedo se revela, el instinto
de protegerme a mí misma de acercarme demasiado a alguien; se
desvanece en la nada.
14
Traducido por GIGI<3 & astrea75
Corregido por Daliam

Estamos sentados en la sala de espera de un consultorio médico.


Adam se encuentra a mi lado, leyendo una revista, y me he dado cuenta
que se ha tocado las costillas de vez en cuando.
—¿Adam? —Levanta su rostro para mirarme—. ¿Cómo están tus
costillas?
Se encoge de hombros. —Están bien —dice—. Sanarán.
—¿Te duelen?
Niega. —Realmente no. Solo me incomoda un poco.
—¿En qué consistía la escena?
Cierra su revista. —Saltar desde el tejado de una bodega a la parte
superior de un tren en movimiento. El director quería que el aterrizaje se
viera de una determinada manera y yo continuaba estropeándolo. De todos
modos, en la última toma el tren se movió demasiado rápido, así que
cuando salté, en lugar de aterrizar en el centro del vagón, como estaba
planeado, golpeé el borde posterior y caí sobre mi estómago. Me hice
algunos moretones, pero no es nada que no pueda manejar. —Obviamente
intenta minimizar el asunto.
—Espera. ¿Saltaste sobre el techo de un tren en movimiento? ¿En
serio? ¿Eso no es peligroso?
Se encoge de hombros. —Es lo que hago.
—¡Eso es una locura! ¡Podrías haberte matado!
—Todo está cuidadosamente dispuesto y planificado. Para ser
honesto, si lo piensas bien, es menos imprudente que ponerte algunas
almohadillas y dejar que otros chicos te derriben en una cancha. Cuando
juegas al fútbol, te expones a conseguir una conmoción cerebral y huesos
rotos todos los días. En cada práctica o partido, corres el riesgo de
lesionarte. En la actuación, incluso para las acrobacias más peligrosas se ha
previsto hasta el más mínimo detalle. Sí, este truco salió mal, pero es una
escena entre cientas. Y es la más difícil que vamos a hacer en este
proyecto. No es la gran cosa.
—¿Anoche lo empeoramos?
Me guiña el ojo. —Cariño, ni siquiera lo siento. En la universidad,
competí varias veces estando lesionado. Una vez, jugué todo un partido con
un esguince en la muñeca. Contusiones como esta eran tan comunes que,
honestamente, ni siquiera las mencionaba. Una costilla rota sería una
historia diferente, pero esto son solo algunos moretones.
Me concentro en él, en lugar de enfocarme en mis nervios. Tenemos
una cita con un ginecólogo para que me prescriba un control de natalidad.
Adam insistió en venir conmigo, y en hacer que Oliver nos trajera. Lo que
significó evitar la sonrisa socarrona de Oliver. Dios. Que embarazoso. Con
veintidós, casi veintitrés años, y hasta ahora voy a conseguir
anticonceptivos por primera vez. Y fui conducida hasta la cita por un
guardaespaldas, con mi novio estrella de cine sentándose a mi lado.
¿Novio? ¿Eso es lo que era? ¿Esta cosa entre nosotros es de verdad?
Si está dispuesto a sentarse en la oficina de un ginecólogo conmigo,
supongo que sí.
Tengo novio.
Mierda. Eso me excita más de lo que me siento cómoda de admitir
incluso a mí misma.
Adam nota mi sonrisa atolondrada. —¿Qué?
Me encojo de hombros y niego. —Yo solo... No sé. Es una tontería. Te
diré después.
—Está bien, entonces. —Sonríe y se encoje de hombros.
La puerta entre la zona de espera y la sala de exámenes se abre. Una
joven con cabello castaño rizado y uniforme de color verde oscuro se ubica
en la puerta, manteniéndola abierta con un pie mientras sostiene un iPad en
su mano.
Levanta su cabeza. —¿Destiny Ross?
Adam frunce el ceño y me observa. Me sonrojo, negándome a
encontrar su mirada confundida.
La enfermera me mira. —¿Destiny Ross?
Me pongo de pie. —Esa… esa soy yo. —Camino hacia la enfermera
diciendo—: Prefiero que me llamen Des.
—Será Des entonces. Acompáñame, la Doctora Guzmán te verá
ahora.
Me vuelvo hacia Adam, que se encuentra con el ceño fruncido. Me
encojo de hombros y la puerta se cierra detrás de mí, la enfermera me hace
pararme en una báscula, para medir mi altura y pesarme, anotando los
resultados en su iPad. Después me conduce a una sala de examen, al llegar
permanece en la puerta.
Sus ojos se encuentran muy abiertos cuando se me acerca. —¿Tu
novio es…?
Asiento, y no puedo evitar la sonrisa idiota que cruza mi cara.—Sí.
—Maldita sea. ¡Bien por ti chica!
Hago un gesto con las manos, restándole importancia. —Pero no
puedes decirle nada a nadie ¿de acuerdo? ¿Por favor?
Tira de un rizo color marrón. —¿Al menos puedo decirle a mi
compañera de piso que lo conocí?
Me encojo de hombros. —Por supuesto. Solo... no tomes ninguna foto
o algo de eso. Está aquí acompañándome para resolver un asunto privado
importante.
Asiente. —No hay problema. —Se ríe entre dientes y sacude su
cabeza—. No puedo creer que estés saliendo con Adam Trenton. Eso es tan
genial.
—No tienes idea. —Ahora me encuentro profundamente sonrojada.
De repente, parece caer en cuenta de en qué tipo de oficina trabaja y
cuáles son las implicaciones de ello, por lo que me mira asombrada. —Oh
Dios mío. ¿Es tan grande…?
La interrumpo. —No existe una maldita posibilidad de que vaya a
responder eso.
Agacha la cabeza. —Por supuesto que no. Lo siento. —Se ríe, y luego
ofrece una sonrisa formal y educada—. La Doctora Guzmán vendrá a verte
en un momento.
—Gracias.
Un momento resulta ser un cuarto de hora. Pensé que sería cuestión
de decir sencillamente que querías usar anticonceptivos y obtendrías unas
pastillas, pero no resulta ser tan fácil. Como nunca he tenido ningún tipo de
seguro médico, nunca me he realizado los exámenes pertinentes, así que
ella insiste en realizarlos, y luego tenemos toda la conversación de qué tipo
de método anticonceptivo deseo utilizar. Me decido por un DIU, ya que
nunca podría recordar tomar una píldora todos los días.
Cuando salgo de la sala de exámenes, escucho a un murmullo de
voces entusiasmadas elevándose. Mi corazón se detiene cuando abro la
puerta y encuentro a Adam en la sala de espera, rodeado de una multitud
de mujeres, algunas son pacientes y otras vistiendo uniformes. Tiene un
rotulador en su mano y está firmando recibos y tapas de celulares, presume
su sonrisa de estrella, pero se ve forzada. Me abro paso a empujones a
través de la multitud, agarro su mano arrebatándole el Sharpie y tapándolo,
y luego me paro en frente de él, interrumpiendo a las mujeres, que parecen
un poco... furiosas.
—Disculpen —digo, mirándolas ferozmente—. Es suficiente.
—Pero espera —dice una mujer—. ¿Puedo tomarme una foto con él?
Algo me consume. ¿Son celos? ¿Un instinto protector? O tal vez
¿posesividad? —No. No puedes hacerlo. Nos vamos.
—Des, está bien… —comienza Adam.
—Claro que no. Este es un consultorio médico, no una jodida
conferencia de prensa.
—¿Eres su novia? —pregunta otra mujer, estudiándome.
Adam responde por mí. —Sí. Lo es.
Supongo que eso responde esa pregunta.
—Perra suertuda —murmura alguien.
—¿Qué tiene ella de especial?
—Soy más bonita…
—Ven conmigo a casa, ¡voy a demostrarte lo que
una verdadera mujer puede hacer!
—Vámonos de aquí —gruñe Adam, y me empuja delante de él,
atravesamos la puerta y llegamos hasta el estacionamiento. El grupo de
mujeres nos sigue, pero Oliver está esperándonos. La puerta del lado del
conductor se encuentra abierta y el motor en marcha. Abre una de las
puertas del asiento de atrás, y luego se mueve entre nosotros y la multitud,
desplegando sus dos enormes brazos para formar una barrera. Adam se
interpone entre el ruido detrás de nosotros, esperando hasta que estoy
dentro para ladearse y también deslizarse en el interior.
Y entonces nos alejamos, con el suave y potente motor del Rover
rugiendo.
—Bueno, eso fue divertido —dice Oliver.
—Sí —digo con amargura—. Verdaderamente entretenido.
Adam deja escapar un suspiro. —Dios, Des. Siento que hayas tenido
que lidiar con eso.
—¿Yo? No deberías tener que preocuparte de ser acosado en la
consulta del maldito ginecólogo.
Se encoge de hombros con facilidad. —Supongo que es el precio de la
fama. Se puede decir que estoy acostumbrado.
—Sin embargo, no entiendo de donde salieron. La sala de espera
estaba vacía cuando entré a la consulta.
Adam asiente. —Sí, bueno, la única chica que estaba en la sala de
espera envió un mensaje de texto, y unos minutos más tarde tres o cuatro
de sus amigas se presentaron, a continuación, llegó la recepcionista, y
luego fue un puto circo. Lo que sea. Ya se terminó. —Me echa un vistazo—.
Así que ¿estamos cubiertos?
Sonrío débilmente. —Sí.
Frunce el ceño y mira a Oliver en el espejo retrovisor. —Nos fuimos
antes de que pudiera pagar la factura. ¿Puedes llamar y encargarte de eso?

Él asiente. —Claro que sí, jefe. Considérelo hecho.


Y entonces los ojos de Adam se posan nuevamente en mí. —Así que.
¿Destiny?
Suspiro. —Odio ese nombre. Hay una razón por la que prefiero Des.
—¿Por qué? Destiny es un nombre bonito. Me gusta.
Niego. —Sí, solo... supongo que soy rara con ello. Es decir, no hay
nada malo con el nombre en sí, es solo que no sé. Destiny Ross suena como
nombre de stripper o algo así. Supuse que ya tenía suficiente en mi contra
como para encima llamarme como una stripper. Así que Des me gusta más.
—Entonces, ¿puedo llamarte Destiny? —pregunta Adam, con una
pequeña sonrisa en sus labios.
Le doy una mirada enfurecida. —No, si te soy honesta.
Se ríe. —Tendremos que pensarlo —dice con una sonrisa traviesa.
No estoy segura de que quiera saber lo que significa esa sonrisa.
Nos detenemos a almorzar en un restaurante mexicano en el centro,
ocultándonos en la cabina de la esquina en la parte de atrás, Adam se ubica
de cara a la pared, así que lo único que alguien puede ver es a mí.
Comemos y hablamos despreocupadamente y cuando ya estamos
terminando, Adam me mira.
—Entonces. ¿Por qué tenías esa sonrisa tan grande antes en la sala
de espera?
Me encojo de hombros y juego con la pajita en mi vaso de Coca-Cola
Light. —Es tonto.
—¿Y? Dime de todos modos.
—Eres mi novio. —Le echo un vistazo—. ¿Correcto?
Frunce sus cejas. —Espero que sí. Es decir, se lo dije a la multitud en
la consulta del médico.
—Es por eso que estaba sonriendo. Eres mi primer novio.
—¿Nunca antes has tenido un novio?
Niego. —Ruth es la única persona con la que he construido un lazo
afectivo. No me fío de nadie. La he conocido desde mi primer año en la
escuela secundaria. Tan pronto como nos graduamos, conseguimos un lugar
juntas. Ella es mi única amiga, mi única familia. Soy una persona... muy…
privada. —Empujo un cubo de hielo con el extremo de la pajita, observando
cómo se sacude de un lado para otro—. Te lo dije el otro día. Hubo un
chico. Tomaba un par de clases con él. Era agradable y atractivo. Parecía
interesado. Tomamos café, me llevó a casa y nos besamos en su coche. Ese
fue mi primer beso. Estaba bien con eso, se sentía bien, y no tenía
problema. Pero luego puso una mano debajo de mi camisa y trató de
desabrocharme los pantalones y yo... me aparté. Tuve un ataque de pánico.
No tan malo como el que tuve contigo, pero aun así fue feo. Esa fue la única
vez que traté de tener citas, o algo parecido. Después de eso, no me atrevía
a salir. Los chicos trataban de hablar conmigo, pero simplemente... los
ignoraba. Así que sí. Eres mi primer novio. Y eso me hace sonreír.
Solamente sonríe, feliz, satisfecho consigo mismo.
Una vez que lo dije, no sonaba tan tonto como había pensado. O tal
vez, solo es Adam y su capacidad de hacer que me sintiera cómoda, que me
sintiera bien conmigo misma.

***
Salir con una celebridad nunca es aburrido. Algunos días, no lo veo
en absoluto. Filma de sol a sol y yo tengo mis clases y mi trabajo. Pero
entonces, aparece afuera de la escuela, con un gorro calado hasta los ojos,
o con una capucha y me lleva a cenar en alguna parte, y terminamos de
regreso en su departamento e invariablemente estaremos desnudos antes
de tener cerrada la puerta detrás de nosotros.
Ruth esta eufórica por mí.
Yo me siento eufórica por mí.
De vez en cuando somos acosados. Una vez, fue en el centro
comercial Somerset, afuera de Nordstrom. En otra ocasión, fue en el metro:
resulta que Adam tiene una ligera adicción al metro. Siempre lidia con la
atención con aplomo y clase. Nunca se niega a firmar nada, raramente
rechaza tomarse una foto y siempre mantiene el foco de atención en sí
mismo, sabiendo que no me siento enteramente cómoda con esto.
Somos fotografiados juntos en varias ocasiones. Y los tabloides tienen
un día de campo con esto. Abundan los rumores. De acuerdo con la prensa
amarilla, hasta ahora hemos roto al menos una vez, probablemente
basados en una fotografía retocada en donde yo trato de quitarme el cabello
de la boca y luzco, accidentalmente, como si estuviera enojada o gritando.
En la imagen, Adam se encuentra al teléfono y se aleja de mí. Acabábamos
de despedirnos, él iba al plató y yo iba a clases. Momentos antes de que la
foto fuera tomada, nos habíamos besado apasionadamente. Pero no
colocaron esa foto en la revista.
Me invita al plató para ver el rodaje un par de veces, lo cual es
divertido. Es asombroso verlo en acción. Vi el rodaje de la escena de una
gran pelea. Adam está peleando, con sus manos desnudas contra el villano,
que tiene algún tipo de bastón negro con puntos verdes corriendo por toda
su longitud. Alguien cerca me explica que el bastón es un sustituto de lo
que más tarde será una espada de fuego creada usando CGI5. Adam tiene
mucha energía explosiva, da marcha atrás bajo el asalto del villano, cruza
los antebrazos bloqueando los golpes, y luego se lanza y golpea el cuerpo
de su oponente con los puños. Incluso aunque sé que es una coreografía,
los golpes de Adam se ven despiadados y reales. Su expresión es
concentrada y furiosa. Está desnudo de la cintura hacia arriba, tiene un par
de vaqueros azules rasgados y botas de combate, y piezas de cuero
envueltas alrededor de sus antebrazos, los mismos puntos verdes cubriendo
el cuero. Obviamente, algún tipo de efecto especial será agregado a sus
antebrazos, presumiblemente algo que explicará cómo puede bloquear una
espada de fuego.
Cada movimiento es elegante y de gran alcance, y para el momento
en que la escena termina, se encuentra cubierto con sudor y su pecho está
agitado, y mis bragas mojadas de deseo por él.
El director grita ¡Corten! y Adam me lleva de la mano hasta su
remolque. Cierra la puerta, me empuja contra la pared, abre mis vaqueros
y me los baja. Busco a tientas en su vaquero al mismo tiempo para abrirlo y
entonces inclina sus rodillas y se empuja dentro de mí, y se me escapa un
gemido. Cubre mi boca con su palma, sus ojos ardiendo en los míos.
Descansa su frente sobre la mía y me penetra hasta que me corro y su

5
CGI: Imagen Generada por Computadora (siglas en inglés).
mano es todo lo que amortigua mis jadeos por el clímax. Y entonces se
corre en mi interior, disparando su calor, húmedo y espeso, llenándome.
Cuando hemos terminado, entra en el pequeño cuarto de baño y sale
con una toallita húmeda y me limpia. Yo escurro el paño, mojándolo otra
vez, y lo limpio a él. Luego me besa, nos colocamos la ropa y él regresa al
rodaje y yo a mis clases.
Es nuestro secreto. Solamente que por las sonrisas de algunos de los
miembros del equipo como Oliver que me acompaña hasta el Rover, no es
tan secreto.
No me importa.
De acuerdo, quizás en el fondo estoy avergonzada y emocionada en
partes iguales. El saber que follamos, con cientos de personas afuera de las
paredes del remolque le añade una capa de excitación a todo el asunto.
En otra ocasión, cerca del final del rodaje, Adam me sorprende en el
trabajo. Es el final de mi turno, hacia la una de la mañana, y me siento
exhausta. No dormimos mucho la noche anterior… ejem…y tuve clases a las
siete y treinta de la mañana y luego tuve que ir al trabajo desde las cuatro
de la tarde. Así que cuando siento sus manos en mi cintura, chillo por la
sorpresa. Él me quita los auriculares de las orejas.
―Hola. ―Su boca está en mi garganta y sus manos acarician mi
trasero.
Sonrío, y hago mi fregona a un lado. ―Hola.
Me suelta, extiende su mano hacia una pequeña bolsa a sus pies.
―Como que odio no poder escribirte un mensaje de texto mientras estamos
separados. Así que te compré un teléfono. ―Me entrega la caja de un
IPhone 6 blanco―. Ya tiene mi número, el de Oliver y el de Ruth
programados.
―Adam… ―empiezo, pero no estoy segura de qué decir.
Nadie me hace regalos. Ruth y yo tenemos un acuerdo permanente
sobre el tema, ya que ambas nos encontramos normalmente muy en la
quiebra como para pagar mucho. Por lo general, solo nos emborrachamos
para cualquier ocasión que requiera un regalo.
―Es algo egoísta lo que estoy haciendo ―dice Adam―. Necesito ser
capaz de llamarte o escribirte. Quiero decir, me gusta aparecerme y
sorprenderte, pero sería mucho más eficaz si pudiera solo enviarte un
mensaje y decir algo como “oye, voy a buscarte, así que ponte esa atractiva
ropa interior que tanto me gusta”.
Le frunzo el ceño. ―No tengo ninguna ropa interior atractiva.
Él sonríe. ―Exactamente. Esas.
Me sonrojo. ―Adam. No voy a dejar de usar ropa interior. Eso es
raro.
―Deberías probarlo alguna vez. Es divertido.
Mi mirada se desplaza al sur. ―¿Estas usando ropa interior en este
momento?
―¿En dónde está la diversión si te lo digo?
Así que lo empujo dentro del baño de hombres, al cubículo de
minusválidos, y descubro que está erecto cuando abro la cremallera de su
vaquero y su pene sale de un salto, endureciéndose bajo mi mirada.
Se endurece aún más en mi boca. He descubierto que le gusta
agarrar mi cabello en una cola de caballo cuando desciendo sobre él. Le
gusta enterrar sus manos en mi cabello manteniéndolo fuera de mi rostro y
ayudándome muy suavemente, especialmente cuando se encuentra cerca.
―Si así es como vas a reaccionar cuando te regalo cosas, podría
empezar a darte más regalos ―bromea mientras abrocho su cremallera.
Enjuago mi boca y le echo un vistazo. ―No tienes que darme regalos
para esto, Adam. Solo pídemelo.
Inclina su cabeza. ―¿De verdad? Si te lo pido, tú solo…
Le guiño un ojo. ―Pruébalo, en algún momento.
Bueno, no me gusta precisamente ir ahí abajo, pero disfruto mucho
cuando él va hacia mi parte baja, lo cual hace regularmente, insaciable y
hábilmente, y también disfruto de sus reacciones y la manera en la que me
agradece.
Por lo tanto, un par de días después de darme el teléfono, el cual me
encanta y parece que no puedo dejarlo, estamos en su departamento,
viendo una película. Andrés6 se encuentra de visita, cerrándome para los
negocios. Así que él me lo pide, y yo lo hago, alargándolo el mayor tiempo
posible, haciéndolo volverse loco hasta que casi está rogándome que lo deje
correrse. Cuando lo hace, es abundante y duro, y jadea, y me parece que
no puede formar frases coherentes por al menos cinco minutos y me siento
muy complacida conmigo misma.
La cosa con Adam es, que siempre parece tener la última palabra.
Los créditos de la película aparecen, un texto blanco sobre un fondo
negro, con una música electrónica sonando. Me encuentro tumbada sobre
su regazo, con sus vaqueros aun desabrochados, pero puestos y sus dedos
se arrastran a través de mi cabello.
―Así que. Hoy concluimos el rodaje ―dice―. Lo que significa que
regresare a Los Ángeles en algún momento.
Me tenso. ―Oh.
Hola, ataque de pánico. Qué horrible verte de nuevo.
Pero no ha terminado, así que trato de mantener el inminente ataque
de pánico a raya con algunas respiraciones profundas.
―¿Cuándo termina tu semestre?
―La próxima semana ―me las arreglo para decir.
―¿Y cuántos semestres te quedan antes de conseguir el grado?
―Tengo un año más. Quizás un poco menos.

6
Andrés: Periodo menstrual.
Solamente asiente y se queda en silencio por un momento. Todavía
estoy cerca de entrar en pánico. ―El estreno de Fulcrum 2 es en tres
semanas.
―Está bien. ―No estoy segura de hacia dónde va con esto y tengo
miedo de preguntar.
―¿Estás pensando en ir a Mackinac este verano?
Niego, la tela de sus vaqueros raspando mis mejillas. ―No, dije que
iba pero Ruthie tiene una pasantía aquí en la ciudad este año y yo… no sé lo
que voy a hacer. Mackinac no sería lo mismo sin ella.
Adam agarra el mando a distancia, apaga la televisión, y tira de la
manga de mi camisa, una petición tácita para que me siente. Me giro y
coloco los pies debajo de mis muslos, sentándome frente a él.
―Ven a L.A. conmigo. ―Toma mi mano mientras dice esto,
entrelazando nuestros dedos.
―Um... ¿qué? ―Parpadeo varias veces―. Estoy casi terminando con
mi maestría, Adam. No puedo mudarme…
―Solo por el verano ―interrumpe.
―Oh.
―Al principio, quiero decir ―hace una pausa―. Mi agente acaba de
enviarme un guión para una película de policías. Va a ser filmada aquí en
Detroit a comienzos del otoño. Están pensando en Septiembre u en
Octubre. Suena como un buen guión. No es una película de acción de gran
presupuesto, es más como un drama policial. Quiero probar suerte
actuando en papeles más serios y esta podría ser una buena manera de
mostrar mi habilidad en otras cosas que no sean escenas de lucha y locas
acrobacias. Mientras tanto, podría mantener este departamento.
―¿Por este verano? ―señalo. No es que no me importe hacia dónde
va su carrera, porque sí me interesa y mucho, pero quiero concretar lo que
me está pidiendo.
―Este verano. Vamos a L.A. Asiste al estreno de Fulcrum conmigo
―Toca mi pómulo con su pulgar―. Conoce a mi familia.
Trago saliva con fuerza y tengo que parpadear para apartar el
vértigo. ―¿En dónde… um? ¿En dónde me quedaría?
Frunce el ceño. ―¿Con… migo?
Esto es dicho con un tono de duh en su voz. Toca mi mentón e inclina
mi rostro, para que lo observe. ―Des, cuando dije que iba a volver a L.A.
¿Qué pensabas que estaba diciendo?
Me encojo de hombros miserablemente. ―No lo sé.
Tiene el descaro de reírse. ―Des, ¿en serio? Creías que cuando la
filmación concluyera yo simplemente… ¿Qué? ¿Despegaría y me iría? ¿Algo
así como, nos vemos, ya me divertí?
Me levanto y camino a través del cuarto, sintiéndome enojada y
herida porque se está riendo de mí. ―¡No lo sé, Adam! ―espeto―. No sé lo
que estoy haciendo. No sé qué es esto… en donde estamos… no lo sé. Si, tal
vez pensé eso. Es decir, supongo que asumí que querías que me mudara
contigo a L.A… ¿Y cómo podría hacerlo? No puedo transferirme a estas
alturas de mi carrera y no me gustaría de todos modos. ¿Y entonces qué? Y
después de tener mi título ¿entonces qué? ¡No lo sé! No… no lo sé.
Adam se encuentra detrás de mí, con los brazos alrededor de mi
cintura, su nariz en mi cabello. ―Respira, amor. No tienes que saber nada
de eso. Yo tampoco lo sé. Así es como funcionan las relaciones, Des. Tú
tienes tu vida, yo la mía. Y de alguna manera encontramos una forma de
que tu vida y la mía encajen, porque nos gusta la forma en la que la vida se
siente cuando estamos juntos. ¿De acuerdo? ¿Al menos sabes eso?
Me apoyo en él, dejando que me sostenga. ―Sí, eso lo sé bien.
―Entonces eso es todo lo que necesitas. Todo lo que yo necesito
saber. El resto lo tomamos como venga. Lo resolveremos.
―Bueno.
―¿Está bien? ―Me hace girar―. Así que, ¿vendrás a L.A. por el
verano?
Me encojo de hombros. ―Seguro.
Ignoro el miedo que viene con el resto de lo que sugirió: una gran
entrada de alto perfil en un evento de estreno como su novia oficial y más
miedo todavía por conocer a su familia.
―Bueno. ―Levanta mi rostro, inclinando su boca hacia la mía―.
Ahora bésame.
―Tengo el sabor de tu semen ―susurro en advertencia.
Solamente sonríe, me besa, pasando su lengua por mi boca.
―Seguro que sí. Pero también me besas cuando tengo el sabor de tu coño,
así que supongo que estamos a mano.
No puedo evitar sonrojarme y entierro mi rostro en su cuello. ―¿Me
convierte en una sucia que me guste besarte cuando sabes a mí?
Se ríe. ―Sí, así es. Eso te convierte en una chica muy sucia. Tendré
que recordar eso.
Me pregunto cómo me metí en esto. Sea lo que sea, estoy segura de
que lo disfrutaré.
Mucho.
Voy a L.A. con Adam. Voy a conocer a su familia.
Mierda.
15
Traducido por CJ Alex, SOS por MadHatter, Khira Sullivan & GIGI <3
Corregido por Danny Hart

Pensé que tal vez iríamos a su casa después de aterrizar en Los


Ángeles, o tal vez a un hotel, o algo así. Pensé que quizás Oliver se reuniría
con nosotros allí, o algún otro conductor. Creí que haríamos un sinnúmero
de cosas.
En cambio, había un hombre negro alto con un traje negro de pie
junto a un coche deportivo de color rojo elegante, sosteniendo un cartel que
decía A. Trenton. El hombre agarra nuestras cuatro maletas y las apila en el
baúl, lo que me parece improbable, le entrega a Adam un llavero, y acepta
un billete de $100 doblado. Adam sostiene la puerta y la cierra detrás de
mí, y luego sube en el asiento del conductor. Toca un botón, tira de la
palanca de cambios y lo coloca en marcha, y luego el coche arranca en
silencio. No hay ningún rugido por parte del motor, ni siquiera un ronroneo
sedoso. Solo... silencio.
Miro a Adam—¿Qué clase de coche es este? ¿Es eléctrico?
Sonríe. —Sí. Es un Tesla. Muy lindo, ¿no?
—¿En dónde está Oliver?
—¿Ya lo echas de menos? —bromea Adam—. ¿O conduce mucho
mejor que yo?
Hace que el coche se traslade entre los carriles, rodeando a un coche
y luego a otro, llegando con facilidad a ochenta y cinco, si es que no es
más. Desde luego no es lo que esperaba cuando pensé en un coche
eléctrico. Tiene un aspecto elegante y sensual, poderoso sin hacer ningún
esfuerzo, y el interior está forrado de cuero de lujo, con una gran pantalla
táctil en donde se encuentran el control de la radio y la calefacción.
—Solo... ¿quizás es mucho pedir que vayas un poco más despacio?
Solamente se ríe. —Cariño, esto es Los Ángeles. El tráfico me va a
frenar en algún momento. Además, he echado de menos conducir mi coche.
No pregunto a donde nos lleva. Debería haberlo hecho. De verdad,
realmente debería haberlo hecho. Pero no lo hago. No nos dirigimos hacia el
centro de Los Ángeles, sino hacia las colinas que lo rodean. Después de una
buena hora en coche dedicada a conversaciones intercaladas con agradables
silencios, sale de la autopista y entra en una zona suburbana.
Atravesamos algunos semáforos, pasamos algunos centros
comerciales, con palmeras bordeando las amplias avenidas. Es como una
escena salida de cada película ambientada alguna vez en Los Ángeles, es
inmediatamente familiar a pesar de que nunca he estado aquí. Aparece un
barrio tranquilo y las casas no son las mansiones monstruosas que me
esperaba, pero aun así son bastante grandes. Me refiero a que siguen
siendo mansiones en comparación con lo que estoy acostumbrada, pero aun
así.
Damos unas pocas vueltas, y luego sube hacia una casa alta de dos
pisos, de ladrillo, adobe y vigas oscuras establecidas en un acre o algo así.
Hay un sedán Lexus, un BMW más antiguo de dos puertas, y un Wrangler
nuevo de cuatro puertas en la calzada.
Adam se detiene detrás del Wrangler, apaga el coche, y me da una
sonrisa feliz. —¿Lista?
Miro fijamente los tres coches, a la casa costosa aunque modesta, en
comparación con lo que imagino que Adam probablemente podría
permitirse, a pesar de que no tengo ni idea de lo que gana. Me doy cuenta
de lo lejos que estamos de Hollywood y de los estudios, y algo dentro de mí
hace una conexión.
—Aquí no es en donde vives ¿no? —Esto sale como una afirmación.
Sonríe aún más ampliamente. —No. Por lo menos, ya no. —Sale, y
luego vuelve a meter la cabeza cuando no me muevo para salir del Tesla—.
Vamos, Des.
Niego. —Tienes que estar bromeando.
Suspira irritado, cierra su puerta, y rodea el capó dirigiéndose hacia
mi lado. Abriendo la puerta, se arrodilla ante mí. —Des. Esto no es un gran
problema. Están emocionados de conocerte.
—¡He estado en un avión durante todo el día! —siseo—. Esta mañana
no tomé una ducha. No estoy usando nada de maquillaje, y visto unos
jodidos pantalones de yoga. No es como quisiera lucir cuando conozca a tu
familia.
Coloca sus ojos en blanco. —Créeme, son las últimas personas en la
tierra a los que les importa cómo luzcas, amor. Y luces impresionante.
—No me has contado ni una sola cosa acerca de tu familia.
Esto no es cierto. Sé que tiene dos hermanas y conozco sus nombres,
Lizzy y Lia, y que son gemelas. Sé que su mamá y su papá todavía están
casados, y que sus nombres son Lani y Erik.
—Mentirosa. También lo he hecho. —Agarra mis manos y me levanta,
y lo dejo sacarme del auto—. Ahora ven. Les agradarás. Lo prometo.
Toma mi mano y me conduce entre el Lexus y el BMW, por un camino
bordeado de piedras de color rojo oscuro que llevan hacia la puerta
principal, la cual fácilmente tiene tres metros de altura y un vivo color
marrón, con accesorios de hierro negro. Ahora que me encuentro más cerca
de la casa, me doy cuenta de que es un poco más grande de lo que había
estimado originalmente. Mi corazón late.
Adam abre la puerta de un empujón, y estamos en un amplio
vestíbulo nuevo, el suelo tiene azulejos azules y blancos de mosaico
español, una escalera hacia la derecha, una sala formal a la izquierda, y una
cocina visible más allá de un corto pasillo. Adam se quita los zapatos, y yo
hago lo mismo.
Eso, sacarme los zapatos antes de entrar en la casa, es una marca de
que de verdad ya no me encuentro en Kansas, Toto7. De donde vengo, a
nadie le importaba una mierda si tenías los zapatos puestos o no. Quiero
decir, ¿por qué te quitarías los zapatos? No era como si importara. Adam se
quita los zapatos de una manera que me hace pensar que es un ritual de
toda la vida. Entrar, quitarse los zapatos.
Puedo oír voces, una de un hombre y de varias mujeres.
Adam me lleva hasta la cocina, y luego se detiene justo en el interior.
Nadie nos ve en un primer momento. Hay música sonando, el top cuarenta
de música pop. Una mujer alta, delgada, con la piel oscura y cabello negro
largo y lacio se encuentra en una isla situada en el centro de la cocina,
cortando queso. Es muy probable que sea la madre de Adam. Su cabeza
está gacha para concentrarse en lo que hace, así que todavía no me
encuentro segura. Sentados sobre los taburetes en el lado opuesto de la
isla, hay tres personas más.
Todo lo que puedo ver de ellos son sus espaldas, ya que nos la están
dando, pero puedo adivinar sus identidades básicas. El hombre es aún más
alto que Adam y casi tan bien fornido, pero tiene la piel clara y el cabello
castaño y ondulado. Las otras dos son sus hermanas, creo, con el color de
piel oscura de Adam y el cabello negro.
Se me ocurre que Adam proviene de una familia interracial.
La mujer es la primera en levantar su mirada, ve a Adam. Él mueve
su cabeza, y la mujer de alguna manera mantiene su expresión neutral
mientras Adam se arrastra por detrás de los otros tres que se encuentran
en la isla. Todos están comiendo galletas y queso en lonchas, charlando y
riendo con familiaridad.
Una familia real.
Una familia normal.
Por alguna razón me es difícil respirar.
Adam me suelta la mano y se acerca en puntillas por detrás de sus
hermanas, moviéndose sorprendentemente en silencio para ser un hombre
tan enorme. Sus manos palmean los hombros de sus hermanas, y grita.
Ellas chillan de forma ensordecedora, saltando en los taburetes, y luego se
giran y ambas se levantan de un salto de sus asientos al mismo tiempo.
Ambas se aferran a Adam, y él envuelve un brazo alrededor de las dos,
haciéndolas girar en círculos, y luego las baja y abraza a cada una de ellas a
su vez.
No son gemelas idénticas, me dijo, pero son casi indistinguibles. O lo
serían, si no estuvieran vestidas de forma totalmente diferente, con su
cabello peinado también de manera distinta. Una lleva una falda más corta
que cualquier cosa con la que me sentiría cómoda y una blusa sin mangas,
ajustada, el cabello recogido en un nudo complicado, y la otra se viste más
modestamente con un par de vaqueros y una camiseta sin mangas, el
cabello en una cola de caballo baja.

7
Toto: referencia al perro de Dorothy, del libro Mago de Oz.
Después de que las ha abrazado, Adam se gira hacia su padre, quien
se ha puesto de pie para esperarlo. Él y Adam se abrazan. Eso es
jodidamente extraño. Es decir, antes he visto abrazos de chicos, golpes en
los pechos, las manos unidas entre ellos, se golpean la espalda mutuamente
tres o cuatro veces, pero nunca un abrazo real como este entre hombres. Y
luego Adam se encuentra sobre su madre, y para mí esto es difícil de ver.
Claramente adora a su madre. Hace una pausa, la sujeta por los brazos, la
mira, y luego le da un abrazo largo e íntimo.
Las manos de ella se curvan debajo de sus brazos y se aferra a los
hombros de él, y cuando la suelta; ella se sorbe la nariz y arrastra un dedo
debajo de sus ojos. —Tory... hola, amor. No sabía que estabas en la ciudad.
¿Tory?
Adam me mira, haciéndome un gesto para que me le acerque con un
movimiento de su cabeza. —Mamá, papá, Lia, Lizzy... esta es mi novia,
Des. —Señala a cada miembro de la familia a su vez—. Des, esta es mi
madre Lani, mi padre Erik, y mis hermanas pequeñas, Lia y Lizzy. —Mira a
Lizzy, la hermana de la minifalda—. Y Lizzy, ¿te gustaría explicarme
exactamente qué diablos llevas puesto?
Lizzy entrecierra sus ojos en su dirección. —¿Tú también? Dios,
¿podrían darme un descanso? No es tan corta.
—Eso es lo que yo le pregunté esta mañana —dice el padre de
Adam—. Se me hacía tarde, así que no tuve tiempo de discutir con ella
sobre eso.
—Liz, eso no cabría ni en una muñeca Barbie —dice Adam.
—No seas un idiota, Tory. No es tan corta. En serio. Deberías ver lo
que usan las otras chicas en la escuela. Esto es modesto.
Toco el hombro de Adam. —Um. ¿Quién es Tory?
Toda su familia intercambia miradas, y luego todos se echan a reír.
Su madre es la primera en responder. Hace esto mientras pasa entre su
esposo e hijas y me abraza. Lo cual es incómodo, porque no soy una
fanática de los abrazos. Por lo tanto me tenso, y me pregunto qué se
supone que debo hacer con mis manos y ¿coloco mi cara contra su hombro
o qué? No lo sé. Pero a ella no parece importarle; solo envuelve sus brazos
a mi alrededor y me abraza. Huele a canela, y su abrazo es suave y parece
no tener fin.
—Des, es tan bueno conocerte. —Finalmente me suelta, y se sitúa a
una distancia cómoda—. Su nombre completo en realidad es Torrence Adam
Trenton. Lo llamaron Tory hasta la secundaria, cuando decidió que era
demasiado femenino para él, y se cambió a Adam. Pero para nosotros ha
sido Tory toda su vida, y siempre lo será, sobre todo porque le irrita tanto.
—Me sonríe, sus dientes blancos brillando contra su piel oscura como la
moka. Es muy débil, pero noto una cadencia en su voz, el rastro de un
acento de algún tipo en ciertas palabras.
Me vuelvo hacia él y sonrió. —Tory, eh. Uno pensaría que esto habría
salido a colación antes en vez de en este momento.
Entrecierra sus ojos hacia mí, y la mirada que me da es igual a la que
su hermana acababa de darle. —¿Es así, Destiny?
Frunzo el ceño, porque exactamente no tengo mucho que discutir en
ese aspecto. Me aparto de él y extiendo mi mano hacia su padre, quien
ignora mi mano y se mueve hacia mí.
¿También va a abrazarme? ¿Qué mierda? ¿Quién abraza tanto? No es
natural. Mi estómago da un vuelco y mi pulso empieza a martillar, porque
su madre es una cosa, pero el padre de Adam es casi tan grande como su
hijo, y mayormente me siento incómoda alrededor de cualquier persona,
especialmente de hombres. Pero no quiero parecer distante ni nada de eso,
así que me obligo a mantener la calma y a permitirle que se me acerque. Se
siente como si sucediera en cámara lenta, y luego sus brazos fornidos se
encuentran alrededor de mis hombros, pero está ligeramente inclinado en
lugar de darme la cara, y no hay espacio entre nosotros, y de alguna
manera no es extraño ni aterrador como pensé que sería. Huele a colonia y
me suelta rápidamente.
—Es un placer conocerte, Des. Bienvenida. —Sonríe, y veo de dónde
sacó Adam sus ojos, el mismo verde pálido, inteligente y penetrante.
—Igualmente —digo—. Y gracias por dejarme venir hasta aquí.
Eso es lo que se dice en estas situaciones, ¿verdad? No lo sé. Cada
vez que me colocaron en un nuevo hogar, solo decía mi nombre y todos los
demás decían los suyos y luego encontraba algún lugar fuera del camino de
los demás para pasar el rato. Nadie me abrazaba, nadie me decía
bienvenida o que era un placer conocerme. Solo—: Hola, nena. ¿Cómo
estás? —Y luego regresaban a la televisión o a los videojuegos o al porro.
Y entonces sus hermanas se encuentran delante de mí, en mis
costados, y cada una me abraza, porque es evidente que abrazando es la
forma en la que esta familia recibe a la gente nueva, o tal vez solamente a
las novias de Adam. No lo sé. Pero logro atravesar lo de los abrazos sin
entrar en pánico o congelarme.
—¿Des quieres una copa de vino? —pregunta Lani, descorchando una
botella.
—Um. ¿Por supuesto?
—¿Te gusta el shiraz?
Me encojo de hombros, desconcertada. —Yo... no soy de beber vino,
así que sinceramente no lo sé. Lo que sea que vayas a tomar está bien.
Acepto una enorme copa de vino de color rojo rubí, y cuando la
pruebo, mi boca estalla. Es denso, rico, y le hace algo extraño a mis papilas
gustativas. Parpadeo y me obligo a tragarlo.
Adam está observando mi expresión cuidadosamente, y se ríe. —Sí,
el shiraz te hace eso. Odio esa mierda.
Lani me mira con preocupación. —¡Oh! Lo siento. Supongo que no me
di cuenta... dame, ¿te importaría tomar otra cosa? —Extiende su mano para
agarrar la copa, su expresión tan preocupada que es casi graciosa.
Niego y tomo otro sorbo, que ataca mi boca de forma tan violenta
como la primera vez, pero no es del todo desagradable, simplemente... muy
diferente. —No, está bien. Lo probaré.
Lani frunce el ceño. —Bueno, no lo bebas para ser educada, si no te
gusta.
Las chicas tienen copas con algo de color rosa y burbujeante, y no
estoy segura de si eso tiene alcohol o no. Adam y su padre beben cervezas,
y su madre tiene una copa del mismo vino que estoy bebiendo, y luego
todos salimos hacia una mesa de cristal rectangular larga debajo de una
pérgola. Gracias a Dios por HGTV, por lo que al menos sé lo que es una
pérgola. Lani lleva un plato de queso blanco y picante y otro plato con
galletas hexagonales, y el queso está dispuesto en una forma radial
intrincada en la bandeja y las galletas se encuentran apiladas en filas, y se
ve como algo salido de un programa de televisión, en donde la gente hace
mierdas lujosas, como ordenar el queso en el plato antes de comerlo.
Me acomodo en una silla y tomo otro sorbo, y esta vez realmente es
casi agradable, la forma en la que el vino parece ocupar toda mi boca,
explotando y cambiando a medida que lo trago. Tengo una mano hacia
abajo en el lado de la silla, y siento algo húmedo que acaricia mi palma.
Echo un vistazo, y luego salto con tanta fuerza que mi vino se
derrama sobre el borde de la copa y luego chillo. Tienen un oso. Un oso
mascota de verdad. De acuerdo, tal vez solamente es un perro grande, pero
es del tamaño de un pequeño oso, con orejas y pelaje gris hirsuto.
—¿Qué demonios es eso? —pregunto, moviendo rápidamente mi silla
hacia atrás y colocándome detrás de Adam, quien se está riendo.
—Eso es Iggy —dice Adam, atrayendo a la enorme bestia a su lado—.
Es un perro lobo irlandés. Es grande, dulce y estúpido.
—¿Iggy? —Parece un nombre incongruente para un perro tan
gigante. Salgo de atrás de la silla de Adam y me siento de nuevo.
—¡Él no es estúpido, Tory! —protesta Lizzy—. Es solo que es un
incomprendido. Y un poco lento.
—¿Va a tratar de comerme? —No puedo evitar preguntar.
No soy amante de los perros. De los gatos, tal vez. De los peces,
lagartos, aves muy pequeñas... bueno. ¿Perros del tamaño de un oso
pardo? Nadita.
Adam se ríe. —No. Sin embargo, puede que intente sentarse en tu
regazo y te aplaste. Siéntate, Iggy. —Le da palmaditas al perro en el
trasero, y se sienta, jadeando, con la lengua afuera, la boca llena de unos
colmillos enormes que gotean con saliva—. Iggy. Di hola.
El perro ladra, un fuerte sonido que hace que salte del susto de
nuevo. —Hola, Iggy. —Extiendo mi mano tentativamente, y el perro ladra
otra vez y se mueve hacia mí.
Me apresuro a retirar mi mano, pero ahora el perro se encuentra
delante de mí. Es tan alto que, cuando estoy sentada, básicamente puede
lamerme la cara sin tener que levantarse. Lo cual hace. Vigorosamente. Me
levanto y retrocedo, pero Iggy simplemente salta y coloca sus patas sobre
mis hombros. Sus patas llegan a mis hombros y su cabeza se encuentra
más en alto que la mía. Y ahora su respiración se halla en mi cara y su
lengua me está lamiendo.
—¡Quítamelo de encima! —Me gustaría decir que salió como un gritito
agudo, pero en realidad fue más como un chillido.
—Ignatius, abajo —dice tajantemente Erik, y el perro-oso o perro
lobo o lo que sea, baja sus patas al suelo y me mira, con la lengua afuera,
sus ojos felices e inocentes, con su cabeza al mismo nivel que mi ombligo.
Me limpio la cara, y luego limpio la baba de mis manos en las piernas
de mis pantalones, tratando de contener mi disgusto. Cuando finalmente
levanto mi mirada, todo el mundo está intentando no reírse.
Los observo con una mirada feroz, pero digo en tono amistoso. —¿Por
qué demonios tienen un oso por mascota? Eso es una locura.
—Perro lobo, nena. No es un oso. —Adam está sonriendo.
—Oso, perro lobo, el tamaño de esa cosa hace que sea discutible, si
me lo preguntas. —Observo nerviosamente mientras Iggy se aleja, da
vueltas en círculo tres veces, y después se acuesta en el suelo detrás de la
silla de Adam.
—¿Así que tuviste alguna mascota mientras crecías, Des? —pregunta
Lani.
Niego. —No. Yo... me mudaba mucho, así que tener mascotas no era
realmente una posibilidad.
—Oh, ¿tu padre se encontraba en el ejército o algo así? —Las
preguntas de Lani son inocentes, pero tan difíciles de responder.
—Mamá. —Adam le lanza a su madre una mirada significativa y una
ligera negación de su cabeza.
Y ahora es incómodo. Tomo un sorbo del vino fortificante. —No tuve
una infancia... tradicional —digo. Todo el mundo en la mesa se encuentra
absorto—. Crecí en el sistema de crianza en Detroit.
—Oh. —La mirada de Lani se vuelve suave y comprensiva—. Ya veo.
Esa es la mirada que odio. Esa, justo allí, aunque sé que ella tiene las
mejores intenciones, es la razón por la que no hablo al respecto.
Me encojo de hombros. —Hubo una familia con la que me quedé por
unos meses, y tenían un loro. —No puedo evitar sonreír—. Era un poco
imbécil. Ahora que lo pienso, creo que en realidad era una cacatúa. Era
realmente extraña. Se te subía en el brazo y se sentaba en tu hombro
cuando te conocía por primera vez, y solo se te quedaba mirando fijamente.
Era espeluznante. No podías sacártela de encima o tratar de acariciarla, o
siquiera hablarle hasta que se bajaba por su cuenta, o te mordiera.
—¿Cuál era su nombre? —pregunta una de las gemelas. ¿Lia? La que
lleva los vaqueros.
—Cartmann.
—Como... ¿el personaje de South Park? —intenta clarificarlo.
Asiento. —Sí.
—Eso es un poco raro —dice Lia, sonriendo.
—Sí, hasta que te saca un pedazo de oreja —digo, tocando el
pequeño agujero en el borde exterior de mi oreja, en donde Cartmann me
mordió cuando lo conocí.
—Qué feo. —Lia hace una mueca.
—Entonces, Tory, ¿por cuánto tiempo te quedarás en la ciudad? —
pregunta Erik.
—Hasta Septiembre u Octubre —contesta Adam.
—Oh, entonces será por un tiempo.
Adam asiente. —Sí. Todo lo que tengo es lo del estreno el próximo
mes, pero estoy libre para el verano a excepción de eso.
Erik saca la etiqueta de la botella de cerveza, mirando fijamente a su
hijo. —Entonces, ¿qué van a hacer ustedes?
Adam se encoge de hombros. —No lo sé. Mostrarle a Des la ciudad.
Pasar el rato y no memorizar líneas. Ni pasar veinte o treinta horas a la
semana en el gimnasio. —Me mira, y hay un destello de humor en sus ojos,
o tal vez es una promesa.
Algo me dice que esas veinte o treinta horas a la semana en el
gimnasio serán trasladadas a la habitación, y probablemente me va a
involucrar a mí yaciendo sobre mi espalda. O de rodillas. O de pie, o
agachada. Él es muy imaginativo. Mi núcleo se contrae y se humedece ante
mi línea de pensamiento, y obligo a mi mente a salir de la cuneta y a que
regrese a la conversación, que ha pasado a la transición futura de Lia y de
Lizzy yendo a la universidad en el otoño.
Presto atención y guardo silencio, observando a Adam interactuando
con su familia. Es tan increíble de ver. Todos ellos se conocen tan bien, que
cada uno se encuentra de manera invertida en los otros, y cada uno tiene
su propia forma de hablarle al otro. Las chicas obviamente adoran e
idolatran a su hermano mayor, y Adam es muy protector, interrogándolas a
su vez sobre el tipo de chicos con los que han salido, con los que pasan el
rato, y se pasa varios minutos dándoles un sermón para que se mantengan
alejadas de los problemas cuando comiencen la universidad. Es adorable, y
muy atractivo. Es tierno y respetuoso con su madre, macho y viril con su
padre. Y conmigo, es un poco de todo eso. Se las arregla para incluirme en
las conversaciones, aleja los temas de cualquier cosa que pudiera hacerme
sentir incómoda.
En algún momento de la tarde, Lani deja en silencio la mesa y se
traslada a la cocina y empieza a sacar cosas de la nevera. Me levanto y me
le uno en la cocina.
―¿Puedo ayudar? ―pregunto.
Me sonríe. ―Seguro. ¿Podrías picar algunos dientes de ajo por mí?
Quiebro los dientes con la parte plana de la hoja del cuchillo, los pelo
y empiezo a cortarlos. ―Adam es realmente increíble ―digo―. Erick y tú
estarían orgullosos.
Sonríe de forma radiante. ―Oh, lo estamos. Muy orgullosos. Ha
logrado mucho en un tiempo muy corto. ―Lani abre dos paquetes de carne
de res molida y los vuelca dentro de una enorme sartén y revuelve. Cuando
la carne chisporrotea, se gira hacia mí y mira sobre mi hombro, a Adam―.
Estaba preocupada por él cuando firmó con los Chargers. En ese entonces
también me sentía orgullosa de él, por supuesto, porque entrar en la NFL es
un logro enorme para un jugador de fútbol. Pero incluso en los cuatros años
que jugó para Stanford, se lesionó varias veces. Era su talón de Aquiles,
eso era. La NFL es muy competitiva, y me preocupé por él.
―¿Cómo te sientes acerca de que actúe? Algunos de los trucos que
hace son bastante peligrosos.
Se encoje de hombros. ―Bueno, es un hombre muy fuerte y atlético.
Siempre lo ha sido. No estaría contento haciendo algo que no fuera
físicamente demandante. Así que sí, supongo que los trucos son peligrosos,
pero creo que el riesgo en su totalidad es menor que en la NFL. ―Me
mira―. ¿Sabías que consiguió una beca completa para Stanford?
Negué. ―No lo sabía. Sabía que fue allí y jugó, pero…
El orgullo de Lani es evidente. ―Bueno, sí, también jugó futbol, pero
su beca completa era una beca académica, no atlética. No lo mencionaría,
porque no es su naturaleza presumir, pero fue el mejor estudiante cuando
se graduó. Tiene un título en psicología. Eso sumado a lo de jugar fútbol
como titular durante los cuatro años.
Mi cabeza da vueltas. ―Vaya, no lo sabía. Quiero decir, sé que es
inteligente, pero… ―Me encojo los hombros―. Aunque cuando es sobre
Adam, no me sorprende mucho.
―¿Qué hay de ti? ―pregunta Lani, poniendo a hervir el agua para la
pasta―. ¿Qué haces?
―Estoy trabajando para obtener un título de maestría en trabajo
social.
―¿Qué harás con eso?
―Trabajar con niños de acogida como yo. Necesitan un defensor.
Alguien que se preocupe, porque es solo que... no hay suficientes personas
en el mundo que se preocupen por los niños que se pierden en el sistema.
―Le paso la tabla de cortar con el ajo picado a Lani, quien lo vierte en la
sartén con la carne molida ahora dorada y la salsa de tomate―. Quiero ser
alguien que hubiera deseado tener para mí, al crecer.
―Lo entiendo ―dice Lani, su voz tranquila, sus ojos lejanos―. Crecí
en Fiji, fui uno de los varios niños cuyos padres simplemente no podían
afrontar su cuidado. Pero para nosotros, no había sistema.
Mi corazón se tensa. Algo en su porte, en su comportamiento, en su
voz, me dice que me entiende en un nivel personal. ―¿Pero saliste
adelante?
Asiente. ―Con el tiempo, sí. Tenía una tía; la hermana más mayor de
mi padre. No tenía hijos. Se mudó aquí a Los Ángeles varios años antes de
que naciera. Incluso no estoy segura de cómo lo hizo, para ser honesta. Nos
visitó en Fiji cuando tenía once. Y… me trajo con ella. ¿Por qué a mí? Nunca
lo sabré. Pero lo hizo. Me colocó en la escuela, me dio una oportunidad que
nunca habría conseguido de otra forma.
―Eso es asombroso ―digo.
―Sí, fui muy afortunada.
―Así que, ¿qué haces? ―pregunto.
―Soy cirujana ―responde―. Y Erik es un empresario capitalista.
Posee diversos complejos de apartamentos, un centro comercial, una
cadena de gimnasios, y también administra una compañía de suministros
médicos, principalmente para asistencia domiciliaria ambulatoria.
―Entonces deben estar ocupados.
Se encoje de hombros. ―¿Quién no lo está? Aunque ahora está
pensando en vender algunos de sus propiedades, ya que las dos chicas irán
a la universidad al final del verano. ―Su mirada se dirige hacia mí, y
aunque su expresión no es exactamente dura, es penetrante e
inquebrantable―. Tory es amable y leal hasta la muerte, sabes. Y quizás
puede que sea un gran macho y un tipo duro, pero sus emociones son
profundas. Fue lastimado por una mujer recientemente, muy gravemente.
Eso fue… difícil para mí de ver.
Dejo salir una respiración larga y encuentro sus ojos. ―Emma. Me
dijo sobre eso.
Lani parece sorprendida. ―¿Lo hizo? Normalmente es muy reticente a
hablar de ese momento de su vida. Era solo tan… público, lo cual lo hizo
mucho más doloroso para todos los involucrados. Excepto para ella, por
supuesto.
Asiento. ―Lo hizo ver como si todo el asunto no fue gran cosa para
ella. Lo que es solo… una locura para mí. Al menos de la forma en la que lo
explicó.
―Bueno, nunca la conocimos, pero cada momento que lo vi durante
el tiempo que estuvieron saliendo, parecía… estresado. Como si permanecer
con ella, mantenerla feliz era más un trabajo a tiempo completo de lo que
era, incluso, su trabajo de actor. ―Me echa un vistazo―. Si me preguntas,
las personas son únicamente tan hermosas como el contenido de sus almas.
―¿Nunca la conociste? ―Encuentro eso extraño―. Salieron por
cuánto… ¿un año y medio?
―Tal vez cerca de dos años, sí. Y no, nunca la trajo aquí. ―La
expresión de Lani es pensativa―. ¿Cuánto tiempo han estado saliendo Tory
y tú?
Me encojo de hombros. ―No mucho.
Adam está detrás de mí, sus manos deslizándose alrededor de mi
cintura. ―Nunca traje a Emma porque solo… supongo que sabía que tú y
papá no lo aprobarían. Y no quería ese conflicto. Des es una historia
diferente. ―Se movió a mi lado, apoyando la cadera contra la isla―. Y Des,
eres la única chica que he traído a casa a conocer a mis padres desde… qué,
mamá, ¿la secundaria?
Lani asiente. ―Tu primera novia. Sarah Wexford. Fue en tu segundo
año.
Mi corazón sube hasta mi garganta. ―Así que soy una compañía muy
exclusiva, ¿eh?
Adam ríe. ―Cariño, eres la compañía. Traje a Sarah aquí una vez
después de haber salido por un mes, pero entonces dos días después me
dejó por el mariscal de campo, quién resultaba ser mi mejor amigo en ese
momento. Así que ni siquiera cuenta.
―Vaya. ―No estoy segura de qué más decir, así que no digo nada.
El resto de la tarde pasa con facilidad. Me gusta su familia. Me gusta
sentarme alrededor del comedor, pasar una cesta de pan, reír, hablar,
sentirme como si perteneciera. Tal vez es solamente por lo amables y
abiertos que son, pero me siento como si pudiera pertenecer. Lo que es
embriagador, adictivo y aterrador. Pellizco mi pierna debajo de la mesa
varias veces durante la tarde, pero todo seguía siendo real. Lia, Lizzy y yo
discutimos de moda por un largo tiempo, especialmente una vez que
descubrieron que fui modelo. Les dije que modelar no era todo lo bueno que
parecía y Lizzy especialmente parece un poco desanimada por eso. Me
entero que Erik solía jugar futbol para los Trojans de la USC, y luego de
sustituto para los Forty-Niners por cuatro temporadas, lo que explica la
constitución de Adam y su atletismo natural.
Tan asustada como me sentía cuando llegamos al principio, para la
hora que ha caído la noche y Adam parece listo para irse, me siento como si
hubiera conocido a esta familia desde siempre, lo que hace difícil que nos
marchemos.
Pero nos vamos, en algún momento cerca de las diez de la noche, y
Adam está tranquilo de camino al centro de la ciudad de L.A. Me lleva a un
edificio de apartamentos de gran altura en el bullicioso corazón de la
cuidad, en donde un valet estaciona su auto y un portero descarga nuestro
equipaje y lo carga. Subimos a un ascensor, Adam inserta una llave
pequeña y presiona “A”, y entonces subimos, cuarenta y tres pisos por
encima del suelo.
El ascensor se abre directamente hacia un vestíbulo amplio en donde
el equipaje de alguna forma nos espera. Es un ático con suite de una sola
planta abierta; con cocina, comedor, sala de estar y una librería, todo
desparramado por toda la planta superior, con más metros que nunca he
visto antes. Las paredes son blancas, decoradas con fotografías en blanco y
negro del viejo Hollywood, unas pocas fotos muy brillantes enmarcadas de
Adam jugando para los Chargers, y algunos mapas de estilo antiguo. Los
pisos son de madera negra y tan brillante que reflejan las lámparas
iluminadas. Hay amplios ventanales que se encuentran a lo largo de una
pared completa, un sofá blanco en la sala de estar al frente de una
televisión que tiene que ser al menos de un poco más de dos metros. Es un
departamento hermoso, masculino y acogedor.
Estoy absorbiendo todo cuando Adam tira sus llaves sobre el
mostrador de la cocina, se quita los zapatos, y entonces se quita la camisa.
Su piel oscura y estupendos músculos atrapan mi atención, y entonces el
brillo en su mirada, la expresión hambrienta y predadora hace que contenga
el aliento y que mi centro se vuelva caliente y húmedo.
―Verte con mi familia fue increíble ―dice, acercándose.
―Tu familia es increíble. Todos son maravillosos.
―Te amaron. ―Baja la cintura de mis pantalones de yoga―. Te dije
que lo harían.
―Me sentí muy bienvenida. Fue… agradable.
―¿Agradable? ¿Eso es todo lo que fue?
Dejo mi bolso en el piso y coloco mis manos a mis lados, observando
su mirada verde, hambrienta y feroz.
―Me hicieron sentir como si ellos pudieran ser… como si yo pudiera…
―Sin embargo, no puedo terminar el pensamiento. Es mucho por lo que
esperar.
―¿Cómo si pertenecieras? ―Su boca se inclina hacia mi mandíbula.
―Sí. ―Respiro, inclinando la cabeza hacia un lado, ofreciéndole mi
garganta.
―Eso es porque así es.
―¿De verdad?
―Sí. ―Acepta mi oferta, pellizcando mi garganta y entonces abajo,
sus manos bajan más mi pantalón de yoga, revelando la hendidura en
donde mis huesos de la cadera llevan hacia mi centro.
―Quiero pertenecer. ―Mis manos aletean y encuentran su piel―.
Nunca antes he pertenecido a ningún lugar.
Baja mi pantalón así que estoy casi desnuda para él, pero no del
todo, y entonces sus manos acunan cada lado de mi mandíbula. Sus ojos
encuentran los míos. ―Bueno, ahora perteneces, Destiny.
Mi corazón tartamudea por la forma en la que mi nombre completo
suena en sus labios. Las palabras se clavan en mi garganta.
―¿A dónde perteneces, preguntaste? Bueno, permíteme decírtelo
―habla en el silencio por mi incapacidad de decir palabras―. A mí. Con mi
familia. En mi vida. En mi hogar.
―Me gustan todos esos lugares ―susurro.
―En mi cama.
―Estoy usando demasiada ropa para pertenecer a tu cama –digo,
mirándolo.
Me quita el pantalón, entonces mi blusa. ―Déjame remediarlo
―murmura, sus ojos deambulando por todo mi cuerpo mientras lo desnuda,
me quita el sostén y luego las bragas.
―Y también a ti.
―Entonces también deberías remediarlo.
Así que lo despojo de sus pantalones y de su ropa interior, luego me
hace caminar hacia atrás, abriendo de una patada la puerta. Hago una
pausa para mirar a mi alrededor. La cama se encuentra en un rincón a la
izquierda de la puerta, en una plataforma elevada. Es una cama enorme,
que por su aspecto parece hecha a la medida, abarrotada con montones de
almohadas y mantas. A la derecha, hay una serie de puertas francesas que
llevan hacia un balcón, y en el fondo se encuentra una puerta que conduce
a un armario gigantesco que, a su vez, lleva a un cuarto de baño.
—Me gusta tu condominio —le digo.
—A mí también. —Me sonríe, sus manos se deslizan por encima de mi
trasero—. Solo lo he tenido durante un año. Eres la única persona además
de mis padres, mis hermanas y mi agente que ha estado aquí. —Sé lo que
está queriendo decir, que Emma nunca ha estado aquí. Que los recuerdos
que crearemos aquí son exclusivamente nuestros. Besa mi hombro y agarra
mi seno—. Así que, mi sensual Destiny... tienes dos opciones. Número uno,
que te recuestes en esa cama, me dejes comerte completamente hasta que
no puedas respirar, y luego te folle de seis maneras diferentes hasta el
domingo. O número dos, que te dobles sobre la bañera y luego te folle en la
tina. Y después, tal vez en la ducha.
Extiendo mi mano detrás de mí y agarro su erección. —¿Qué hay de
la opción número dos, seguido por la opción número uno?
Su dedo se desliza entre mis muslos, encontrándome húmeda y lista.
—Me gusta tu forma de pensar, amor. Será mejor que nos pongamos en
marcha.
—Supongo que sí.
Pasa junto a mí, me lleva a través del armario que se extiende por lo
menos a setenta o noventa metros cuadrados a cada lado, hacia el cuarto
de baño. El suelo es de mármol y se siente caliente bajo mis pies. Hay una
ducha palaciega con paredes de vidrio y más perillas y boquillas de las que
puedo entender, un lavabo doble, varios estantes gruesos con toallas
blancas dobladas, y una habitación separada para el inodoro. Pero la pieza
central es la bañera. Con patas, circular y asombrosamente enorme. Lo
suficientemente grande, como para que incluso un hombre tan corpulento
como Adam pueda caber dentro, con espacio para mí también. El grifo y las
perillas son de latón, iguales a las que se encuentran en el lavabo y en la
ducha.
Y, casualmente, las paredes de la bañera son de la altura perfecta
para que pueda agarrarlas. Descubro esto de una manera divertida cuando
Adam me guía hacia la bañera, coloca mis manos sobre el borde, presiona
suave pero firmemente mis omóplatos hasta que me arqueo, y luego
empuja mis pies para separarlos. Mi cabello se encuentra todavía recogido
en una cola de caballo, así que poco a poco tira de la banda elástica para
liberarlo, pasando sus dedos entre las hebras, y luego dejándolo caer por
encima de mi hombro. Estiro mi cuello para verlo, temblando por la
anticipación.
Palmea mis nalgas, elevándolas y dejándolas caer con un rebote
pesado, desliza su mano entre mis muslos encontrando mi entrada. Se
orienta a sí mismo hacia mi apertura y se introduce, sin previo aviso, con
rapidez, sin ningún juego previo. Suspiro y luego gimo ante la repentina
plenitud dentro de mí, se inclina hacia adelante y relaja sus movimientos
por uno... Dos... Tres... Cuatro empujes, y luego se retira.
—No te muevas —dice, dándome una suave palmada en el trasero.
Rodea la bañera y gira el grifo, ajusta la temperatura y, por último,
sitúa el tapón. Cuando comienza a llenarse, rebusca en un armario debajo
del fregadero, encuentra una botella de algún tipo, y agrega un chorro en la
corriente de agua. Las burbujas se forman inmediatamente.
Lo miro con curiosidad. —¿Un baño de burbujas?
Sonríe un poco tímidamente. —Hice que una empresa diseñara todo
el lugar. Escogieron todos los muebles, eligieron cada cosa, desde las
toallas hasta la vajilla de plata. Y, por alguna razón, nos proporcionaron una
botella de jabón para burbujas. No estoy seguro de por qué aprovisionaron
un condominio de soltero con esto, pero ahora me alegro de que lo hicieran.

Me agacho y agito el agua con la mano, liberando el vapor caliente.


Adam me señala. —Te dije que no te movieras, Des.
Pongo las manos de nuevo sobre la bañera. —Bueno apúrate. Te
necesito.
Agarra su pene con su mano y lo acaricia. —¿A esto?
Asiento con la cabeza. —A eso. Tráelo aquí.
Niega. —¿Qué tal si te tocas para mí? Déjame ver mientras te haces
correr a ti misma. —Así que deslizo dos dedos contra mi clítoris y jadeo
mientras trazo círculos, lentamente al principio, y luego más rápido—.
Detente —ordena, cuando estoy a punto de alcanzar el clímax.
Me detengo, temblando de dolor, y luego Adam se encuentra detrás
de mí, presionando la cabeza ancha y suave de su enorme polla contra mi
clítoris. Agarra mi seno con la otra mano, haciendo rodar mi pezón con su
pulgar hasta que gimo, y luego masajeando mi nudo hipersensible con su
pene hasta que estoy restregándome contra él, jadeando y gimiendo.
—Adam, yo mierda... mierda, ¡me vengo! —Siento que me golpea
todo a la vez, una explosión estallando hacia el exterior de mi núcleo,
haciendo que mis rodillas tiemblen.
Cuando alcanzo mi orgasmo, mete su polla de nuevo, y chillo de
placer sorprendida cuando me llena. Caigo hacia delante, agarrando el
borde de la bañera como si mi vida dependiera de ello, y luego me presiono
contra él, inclinando la columna vertebral para conseguir que llegue más
profundamente. Agarra mis caderas y me tira hacia su empuje, alejándome
mientras lo saca, acercándome cuando lo vuelve a meter; mi clímax todavía
me está atravesando, robándome el aliento y mareándome.
Y entonces, de repente, se retira, dejándome sin equilibrio y sin
respiración. —Joder... Adam, ¿por qué paras?
—Porque todavía no estoy listo para terminar —gruñe, y puedo
percibir que cualquiera que sea este juego, le está costando todo su control.
Se quiere correr, y sé que estaba cerca, pero de todos modos se detuvo.
Entra en la bañera, me ayuda, dejándose caer y haciéndome sentar
entre sus muslos, y me relajo contra su pecho. El agua caliente se
arremolina a nuestro alrededor, haciendo estallar las burbujas y causando
que sintamos un hormigueo sobre nuestra piel. El repentino calor es
relajante, un giro abrupto de la urgencia frenética de mi clímax, que todavía
me estremece.
Pero parece que Adam no ha terminado conmigo. Nos quedamos
sentados en quietud y en silencio durante unos minutos, tiempo suficiente
para que las secuelas de mi orgasmo desaparezcan y su erección disminuya
un poco, y luego su mano acuna mi estómago justo por encima de mi coño,
al tiempo que su otra mano extiende el agua jabonosa a través de mi torso,
ahuecando y acariciando mis senos, pellizcando y haciendo rodar mis
pezones hasta que me estoy mordiendo el labio y retorciéndome. Y
entonces su mano se desliza entre mis muslos, cubre mi coño, y su largo
dedo medio se desliza en mi interior.
Masajea mi clítoris lentamente, muy despacio, Dios, tan despacio.
Exasperantemente lento. Le toma varios minutos llevarme a término,
temblando, retorciéndome contra su dedo medio, el único dentro de mí,
rodeando mi clítoris y luego follando mi entrada, alternando en un patrón
arrítmico.
Me corro con un suspiro, y luego me levanta por el trasero y estoy
siendo empalada, sentada sobre él. Sus rodillas se separan para soportar mi
peso, el agua salpicando a nuestro alrededor, derramándose. Sus manos
encuentran las mías, guiando mis dedos hacia mi clítoris, e instándome a
tocarme. Así que lo hago, y las réplicas se convierten en precursores de
algo más, algo más grande, sus manos se encuentran en mis senos,
sosteniéndolas, amasándolas y acariciándolas; todo lo que puedo hacer es
montarlo y dejar que me folle como desea.
—Vente de nuevo, Destiny. Ahora mismo. —Su orden funciona como
un disparador.
Alcanzo el clímax otra vez, con fuerza. Y esta vez, grito.
Tan pronto como la ola inicial del orgasmo me abandona, me levanta
y sale de mí, gimiendo y moviéndose temblorosamente, como si el esfuerzo
de retener su propio orgasmo fuera casi demasiado.
—Adam, ¿A qué estás jugando? Solo termina, amor —le digo,
observándolo desde mi lugar en la bañera mientras enciende la ducha.
Niega. —Aún no.
Me hace levantar y salir de la bañera, me lleva a la ducha, y me lava.
Moja mi cabello, haciendo espuma con el champú desde la raíz hasta la
punta, luego lo enjuaga para colocarle acondicionador, y después sus
manos frotan una pastilla de jabón a través de mi piel. No puedo no tocarlo,
así que mis manos vagan por sus hombros, deslizándose por sus músculos
duros enfundados en su suave piel oscura, hasta su erección, que acaricio
hasta que aleja mi mano. Me lava cada centímetro y, a continuación, me
permite hacer lo mismo con él.
Arrastro la pastilla de jabón sobre su estómago, por sus caderas, y
luego caigo de rodillas para lavar sus piernas, y tomar su pene en mi boca.
Me deja acariciarlo con mis labios y mi lengua durante unos instantes, y
luego me aparta, presionándome contra la pared de la ducha, besándome
hasta que me quedo sin aliento. Me besa debajo del chorro de agua caliente
como si fuera oxígeno y se estuviera ahogando.
—Jesús, Adam. Estoy aquí amor. Estoy aquí. —Sostengo su mejilla, el
agua cayendo de su cuero cabelludo en mi cara.
Solamente me sonríe y cierra el agua. —¿Estás lista para la fase dos?
Agarro su pene. —Muy preparada.
Su sonrisa se vuelve lujuriosa. —Esa no es la fase dos. ¿Recuerdas lo
que era?
Finjo que lo pienso. —Algo acerca de comerme, ¿verdad?
Me saca de la ducha y envuelve una toalla a mi alrededor, me frota
secándome como si fuera incapaz de hacerlo por mí misma. —Sí, hasta que
no puedas respirar.
Le devuelvo el favor, secándolo. Y luego envuelvo mi mano alrededor
de la parte posterior de su cuello y lo beso de la misma forma en la que él
lo hizo, como si no pudiera existir sin su boca sobre la mía. —No puedo
respirar. Estar contigo es tan... intenso... tanto... que es difícil respirar,
deseando que no se termine nunca.
Su expresión se vuelve seria y reflexiva, mientras me conduce hasta
la habitación, me levanta en sus brazos como si yo no pesara nada, y me
coloca en la cama. —No tiene por qué acabarse, Destiny.
Nunca pensé que diría esto, pero amo el modo en que suena mi
nombre cuando lo dice.
Mierda. Acabo de pensar en la palabra con “A”.
Y, de alguna manera, no es tan aterrador como solía serlo.
16
Traducido por MadHatter
Corregido por Erienne

Veo algo en sus ojos, algún pensamiento que no comparte. No es una


expresión de miedo, o de nerviosismo, o cualquier cosa que reconozca.
Parece más como que se hubiera dado cuenta de algo.
No pregunto, simplemente deslizo mi rostro por su estómago, froto
mi mejilla contra la cara interna de su muslo, me entierro en su núcleo,
inhalo el olor de su excitación, saco la lengua y saboreo su esencia. Ella
gime, deja que sus rodillas se abran, y retuerce sus caderas. Me tomo mi
tiempo, moviendo mi lengua lentamente en círculos alrededor de su clítoris
hasta que está jadeando, su estómago tensándose y relajándose con cada
roce de la punta de mi lengua contra su nudo endurecido. Y cuando pienso
que empieza a acercarse, succiono con mis labios su clítoris y muevo mi
lengua de atrás hacia adelante hasta que se encuentra gimiendo y sin
aliento.
—Sí, sí... —gime, levantando sus caderas para restregarlas contra mi
boca—. Estoy allí, estoy tan cerca, Adam...
Y esa es mi señal. Me deslizo por su cuerpo, besando su piel a
medida que avanzo, su estómago, sus costillas, sus senos, su cuello, luego
sus labios. Me alineo con ella, colocando mi pene contra sus pliegues
suaves, y lo introduzco. Inhala bruscamente mientras me deslizo en casa, y
sus talones rodean mi trasero. Le doy una estocada lenta, dos, una tercera,
y luego hago una pausa, enterrándome profundamente, y tomo un
momento para lamer sus pezones hasta que me impulsa a moverme
hundiendo sus talones en mis nalgas.
Empujo, empujo y empujo, y ella está gimiendo, jadeando y gritando
con todas sus fuerzas.
—Dime cuando te estés corriendo, Des. Di mi nombre cuando te
corras —susurro en su oído, y ella asiente.
Me encuentro cerca, pero pienso en otra cosa y hago que se aleje,
obligando a que mis estocadas sean lentas y uniformes.
Y entonces está arqueando la espalda. —Adam, Dios... Jesús, oh
mierda, ¡me estoy corriendo, Adam!
Me salgo de ella de golpe, me coloco de rodillas entre sus muslos,
chupo su clítoris con mi boca y muevo la lengua hasta que se está
retorciendo y tengo que envolver mis brazos alrededor de sus muslos para
que se quede quieta. Agarra mi cabeza con ambas manos y me aplasta
contra su coño mientras la chupo y la lamo, sus caderas moviéndose
violentamente para follar mi cara.
Y entonces empieza a ralentizarse y sus gritos jadeantes pasan a ser
suspiros de alivio.
La cual es mi siguiente entrada.
Me levanto y entro en ella, y ahora se obliga a abrir los ojos y me
mira. —Mierda, Adam. ¿Estás intentando matarme? No estoy segura de que
pueda tener otro orgasmo.
—Creo que puedes hacerlo —le digo.
Niega. —No. No puedo.
Me empujo lentamente, levantándome sobre ella. —Puedes hacerlo.
—Acaricio sus labios con los míos, brevemente—. Tócate los senos.
Agárralos, cariño. Déjame verte jugar con esas tetas grandes.
Toma sus senos con ambas manos y pellizca sus pezones entre sus
dedos y el pulgar. Su boca se abre de golpe y sus ojos se amplían como
platos. —¿De esta forma?
Gruño. —Sí, cariño. Lame uno por mí.
Lleva una de sus tetas hasta su boca y saca la lengua, la pasa por un
pezón rosado y erecto, dejando escapar un suspiro mientras lo hace. —¿Eso
te excita, Tory? ¿Viéndome tocarme y lamiéndome a mí misma?
—Sí lo hace —murmuro.
Ahora comienza a moverse conmigo, encontrándome con cada
estocada. —También me gusta observarte. ¿Me dejarías ver mientras te
masturbas?
Le sonrío. —Tal vez.
—¿Qué tal si dejo que te masturbes en mis tetas?
Siento un nudo en mis bolas mientras me imagino eso. —Mierda, sí.
—Me agacho para darle un beso, deslizando la lengua entre sus labios.
Ella pasea la suya por mi boca. —Sabes a mi coño.
—Lo mismo sucede con mi pene —le digo.
Hace que salga de ella de un empujón, engancha una pierna
alrededor de la mía y me gira, para que yazca sobre mi espalda. La dejo, y
entonces me encuentro sin aliento mientras se inclina sobre mí y pasa su
lengua por la longitud de mi polla desde mis bolas hasta la punta. —Mmm.
Sí, así es. —Me lame otra vez, y luego gira su cabeza hacia los lados para
deslizar sus labios por mi longitud, y luego llega hasta mi cabeza y también
la lame, deslizando su lengua, haciendo remolinos con ella y chupando
hasta que su esencia se ha ido y solo permanece su saliva.
Y entonces deja de estar encima de mí, tumbada sobre su espalda
con sus talones metidos contra la parte posterior de sus muslos para abrir
más su coño para mí. —Cómeme cariño. Lámeme hasta que grite. —
Arrastra un dedo por su ranura y lo mete.
Jesús. No estoy seguro de que pueda durar más. Ahora he estado a
punto de correrme durante tanto tiempo que duele, me duelen las pelotas
por no haber eyaculado al punto en que hierven dentro de mí.
Extiende su dedo hacia mí, y cierro mis labios a su alrededor,
saboreando su esencia, y luego bajo hacia sus dulces muslos fibrosos,
suaves y regordetes, una vez más, saboreo sus jugos con mi lengua y la
lamo sin descanso hasta que agarra mi cabello con sus puños y folla mi cara
con embestidas desesperadas de sus caderas, corriéndose.
Y yo lo hago con ella.
Y esta vez, no habrá más paradas. Dios no. Los juegos han
terminado.
Engancha sus talones alrededor de mi espalda, con sus brazos
rodeando mi cuello, y restriega sus caderas contra mí, sus labios en mi
oreja. —Esta vez no te detengas, cariño. Córrete por mí. Córrete en mí.
Déjame sentir que disparas tu carga en mi interior. —Su voz es un susurro
constante de exhortación en mi oído mientras siento que su coño se aprieta
a mi alrededor—. Sí, sí... Dios te sientes tan bien, Adam. Sigue follándome.
Estoy gruñendo, gimiendo y empujándome con movimientos lentos y
fuertes, tratando de hacer que dure. No quiero que esto termine, este
sentimiento de perfección, este sentimiento de realización. Ella se encuentra
envuelta a mi alrededor, enredada en mí, y nada nunca se ha sentido tan
bien como su cuerpo sujeto contra el mío, sus palabras en mi oído, sus
manos agarradas a mis hombros.
Esta mujer, ella es mi Destino.
Diablos, eso es cursi, pero es tan cierto.
—Eres mi Destino. —No puedo evitar decirlo en voz alta.
Entierra su rostro en mi cuello y se ríe. —Jesús. Eso fue tan malo que
fue bueno. —Se deja caer de nuevo en la cama y mis estocadas se
ralentizan hasta casi quedar en nada mientras lucho contra el impulso de
desatarme—. Pero me encantó. Porque… lo soy.
Mis ojos se fijan en los suyos, y sé lo que he logrado, en ese mismo
momento.
Esto es amor.
Sin embargo, no voy a decirlo todavía. Guardaré eso para un mejor
momento. Si lo digo ahora, pensará que es solo la intimidad del sexo la que
hace que lo diga. Y no es eso en absoluto. O al menos, no del todo.
Mis movimientos se vuelven alocados y erráticos. Estoy jadeando,
sudando, y no me atrevo a apartar la mirada de la suya, marrón fundida.
—Ahora, Adam. Ahora. —Se mueve contra mí con fuerza, y la siento
apretándome con sus músculos internos mientras se retuerce, follándome.
Y de alguna manera, a pesar de hallarse debajo de mí, ahora tiene el
control. Me agarra el trasero y engancha sus talones alrededor de la parte
posterior de mis rodillas y su coño me fija, y no tengo más remedio que
enterrar mi cara en el cielo generoso de sus pechos sedosos y me dejo
llevar. Sin embargo, no es que me dejo ir, porque no tengo ningún control
sobre esto. Ella está exigiendo mi orgasmo, arrancándomelo. Sacándomelo.
De repente me vuelvo salvaje, poseído, salvaje y rudo. Y grita—: ¡SÍ,
SÍ, SÍ! —Y me folla en respuesta y gruñe conmigo.
—Destiny... me estoy corriendo, Des. —Mi frente se apoya en su
pómulo, su aliento en mi oído, sus manos ahora gentilmente en mi trasero,
pero todavía tirando y tirando de mí, instándome a hacerlo—. Oh...
mierda... mierda...
—Sí, Tory, dámelo, dámelo, Adam. —Debe ser raro oír que me llame
Tory ya que solamente mi familia inmediata utiliza ese nombre, pero no lo
es. Tampoco es raro escucharla usando ambos nombres en una sola frase.
Simplemente refuerza la forma tan completamente entrelazada en la
que nos encontramos.
Y entonces mi polla estalla en su interior, el calor disparándose a
través de mí, tirando de todo mi ser así que solo puedo conducirme en ella,
con fuerza, rapidez y explotar de nuevo, y pasa sus dos manos desde mi
trasero hasta mis hombros, sus caderas restregándose contra las mías, y
gime en mi oído, sujetándose a mi alrededor y todo se ha ido, nada existe
además de este momento, esta unidad sin aliento.
—Mierda, Adam. —Besa mi mejilla, mi mandíbula, sus manos todavía
pasando por toda mi espalda.
Colapso sobre ella, y acepta mi peso y me sostiene hasta que me
salgo de su interior, pero no me deja ir muy lejos, acuna mi cabeza contra
su pecho y me acaricia el cabello. —Cada vez se vuelve más intenso, Des —
murmuro.
—Fuera de bromas —está de acuerdo—. No sabía que era posible
terminar muchas veces.
Solo me río contra su piel. —Perdí la cuenta.
—Cinco —responde.
—Entonces la última vez, ¿cuándo yo me corrí?
Se ríe, sacudiendo sus pechos. —La verdad, no estoy segura. No sé lo
que fue. Te sentí eyaculando dentro de mí, y a pesar de que acababa de
terminar y no creía que pudiera hacerlo de nuevo ni aunque lo intentara,
me estaba... corriendo contigo. Sentir que te venías con esa fuerza solo...
me provocó algo. No estoy segura de lo que fue. —Ruedo sobre mi espalda
y la llevo conmigo, así que ahora se encuentra recostada en mi brazo. Me
acaricia, suspirando. Después de un momento descansa una palma sobre mi
estómago, hace girar a mi pene, todavía recuperándose, de atrás hacia
adelante—. Voy a necesitar esto de nuevo pronto.
—Me encanta lo cachonda que eres, cariño. —No fue mi intención
usar esa palabra, pero ella no se vuelve loca.
La siento sonreír contra mi pecho. —¿Qué puedo decir? Me encanta la
forma en la que me follas, y no puedo tener suficiente de ello.
—No es solo algo de follar, Destiny.
Inclina su cabeza para mirarme, sus ojos profundos y llenos de
conocimiento. —Lo sé. Es mucho más. —Toca mis labios con su dedo—.
Pero vamos a guardar eso para más adelante. Por ahora, céntrate en
prepararte para mí otra vez.
Mierda, estoy profundamente enamorado de esta chica.
17
Traducido por Khira Sullivan y CJ Alex
Corregido por Yani

―Quédate quieta, Des ―me dice Adam―. Te vez asombrosa.


Pero no puedo dejar de estar inquieta. Es el estreno, lo que significa
que es mi primer evento público con Adam, como su novia. Tengo el
corazón en la garganta y se niega a latir adecuadamente. Y no puedo
respirar.
Él luce sensual sin mucho esfuerzo en un traje a medida de Brooks
Brothers, con un pantalón negro, una camisa con cuello abotonada con una
pajarita del mismo tono de sus ojos, y una chaqueta negra con las mangas
arremangadas hasta sus codos, los puños de la camisa girados y envueltos
sobre los puños de la chaqueta. Su cabello se encuentra un poco más largo
de lo normal, por petición mía, peinado hacia atrás y ligeramente gelificado.
Tiene una barba de dos días, lo que me excita y me hace mojar cada vez
que lo miro; más o menos cada seis segundos, ya que mis nervios se están
en alerta máxima.
Yo luzco un vestido de Betsey Johnson en el mismo tono verde pastel
que su pajarita y sus ojos. Es sin mangas, mostrando el tatuaje entre mis
omóplatos. Es de gasa, que fluye hasta el piso con una abertura sobre mi
muslo derecho, con escote en forma de corazón. Ha sido redimensionado y
adaptado para amoldarse a mí, donado por el diseñador del estreno.
¿Cabello y maquillaje? Rose me prestó a su estilista, lo cual fue…
surrealista. Que me peinaran y me maquillaran por razones profesionales
fue divertido las primeras veces, pero se volvió una rutina. ¿Sentada en el
lujoso apartamento de Rose, con alguien mimando mi cabello, bebiendo
algo dulce, afrutado y con mucho alcohol para calmar mis nervios? Era
increíble.
Pero ahora estamos en un Bentley rentado, estacionándonos afuera
del teatro, y no puedo respirar. Las dos bebidas que tomé se agitan en mi
estómago.
El vehículo se detiene, y un cuerpo aparece al otro lado de la
ventanilla: es un joven con esmoquin que se prepara para abrir la puerta
del auto. Adam se encuentra junto a la puerta, así que saldrá primero. Los
destellos brillan y resplandecen, son segadores. Incluso a pesar del interior
acústico a prueba de ruidos, el bullicio afuera del auto es alto.
Adam toma mi mano, apretándola. ―Destiny. Mírame.
Dios. Le encanta usar mi nombre completo cuando quiere llamar mi
atención. Sin embargo, es efectivo.
Levanto la mirada hacia él y aprieto su mano con la mía. ―¿Qué?
―Mi voz es inestable.
―Puedes hacerlo. Podemos hacerlo. Has hecho esto antes, ¿de
acuerdo?
―No… no como esto. Esto es diferente. ―Mi voz decae en un
susurro―. ¿Qué pasa si te avergüenzo de alguna manera?
Niega. ―No lo harás. Estaré justo a tu lado. Ahora solo respira, sonríe
y permanece calmada.
Y luego golpea la ventana con un nudillo, la puerta se abre, el
parloteo de las voces y los sonidos de los obturadores me invaden. Adam se
baja del Bentley con una gracia fácil y envidiable, gira y extiende una mano
hacia mí. Me deslizo sobre el asiento, coloco un tacón de plataforma en la
alfombra roja, y sujeto la mano de Adam para ponerme de pie. Doy una
breve mirada hacia abajo para asegurarme que todo se encuentra en el
lugar correcto, sostengo el bolso negro de mano de Prada que Adam me dio
como parte de mi regalo de cumpleaños número veintitrés, y me acerco al
brazo en espera de Adam. Envuelve su mano alrededor de mi cintura, me
lleva a su lado y luego enfrentamos a la multitud de fotógrafos.
Mi sonrisa es automática. Me relajo y camino junto a Adam de forma
natural mientras nos giramos ligeramente para darles a los fotógrafos un
ángulo diferente. Y entonces entrelaza mis dedos con los suyos y
avanzamos por la alfombra hacia el telón de fondo en donde Rose y Dylan
están posando. Se dirigen hacia el teatro y es nuestro turno. Tiene mi mano
en la suya, y nos paramos lado a lado, con las manos abajo y estrechadas,
sonriendo, girándonos de una forma y otra, más sonrisas. Ignoro el hecho
de que los destellos me ciegan, por lo que veo puntos frente a mis ojos.
Y entonces, Adam se aleja, señalándome con un movimiento de su
mano, sonriéndome de modo tranquilizador. Oh Dios. Oh Dios. Ahora estoy
de pie, sola, enfrentando lo que se siente como un pelotón de ejecución de
fotógrafos. Esto no es nada parecido a modelar. Eso era arreglado, armado,
un chico con una cámara, dirigiéndome. Tengo que hacer esto por mi propia
cuenta. Me paro con una mano en mi cadera, una rodilla doblada, levanto
un hombro, giro mi cabeza hacia un lado y sonrío. Miro hacia una lente,
cambio la inclinación de mis labios y miro hacia una cámara diferente,
ajustando mi pose, girando y dándoles un vistazo de la parte trasera del
vestido y de mi tatuaje, lo cual es aterrador. El ansia de tener un hogar vive
en todos nosotros…
Es una declaración y la elegí para hacer una, pero ¿estar en público,
ser fotografiada y hablar del tema? Oh Dios. El pánico me invade. Los
tatuajes siempre fueron editados en las tomas para los clientes. Eso ahora
está fuera de cuestión, obviamente. Se hizo público y las conjeturas
comenzarán, las preguntas, las solicitudes de entrevistas. Ya habían
comenzado, empezaron cuando Adam me anunció como su cita para el
estreno.
―¿Qué significa tu tatuaje, Des? ―La pregunta vino de mi derecha.
Enfrento al hombre que preguntó. ―Adam es el único que sabe la
respuesta a eso ―digo, y ofrezco una sonrisa tímida.
―Entonces es un hombre con suerte ―dice el reportero con una
sonrisa burlona―. De muchas maneras.
Adam se me acerca. ―No te das una idea, amigo ―dice, con una
sonrisa juguetona de satisfacción en sus labios.
Y entonces avanzamos, Lawrence y su esposa suben a la alfombra
después de nosotros. Adam nos guía hacia el vestíbulo del teatro, en donde
hay docenas de parejas, hablando, riendo, sonriendo para aún más
fotógrafos, posando, haciendo entrevistas improvisadas. Nos mezclamos y
me encuentro deslumbrada por la manera sencilla con la que Adam se
mueve de conversación en conversación, saludando a todos por su nombre,
a los hombres con un apretón de manos, a las mujeres con un abrazo
amistoso. Todos me miran, se presentan a sí mismos y me incluyen en sus
conversaciones.
Eso pasa por lo que parece como una hora, y en un punto somos
arrinconados por un fotógrafo y una mujer joven haciendo malabares con
una libreta, un celular y una lapicera. Toca la pantalla de su celular, lo
apoya encima de su libreta y se prepara para garabatear. Le realiza a Adam
una serie de preguntas sobre la filmación, las cuales él responde con
confianza, y entonces me mira.
―Así que dime algo de ti, Des. ¿Cómo conociste a Adam? ¿Qué te
hizo dejar el modelaje?
No tenía absolutamente ninguna pista de cómo responder a eso sin
perder la compostura. Le echo un vistazo a Adam, trago saliva
ruidosamente y pienso rápido. ―Yo. Eh. Conocí a Adam en la Isla Mackinac
cuando se encontraba allí por una cena de caridad. Y en cuanto al
modelaje… eh. ―Tengo que dejar de decir eh. Mierda. Cálmate―. Es solo
que no fue lo indicado para mí. Nueva York era demasiado agitada y las
horas me mataban.
―¿Hay algo de verdad en los dichos de que agrediste a Ludovic
Perretti?
Pestañeo. ―Yo… Eso no es algo de lo que me sienta cómoda
hablando.
Adam se pone en mi lugar, obligándome a alejarme de la
entrevistadora, colocándose a sí mismo frente a ella. ―Es suficiente, Amy.
Gracias.
Incluso sabe los nombres de los reporteros. Es una locura. No puedo
recordar el nombre de alguien al menos que lo haya visto más de una vez.
Atravesamos la multitud, y luego siento a Adam poniéndose rígido a
mi lado. ―¿Qué mierda hace ella aquí? ―sisea.
Miro entre la multitud y la veo. De una altura media, con una figura
de reloj de arena, con tetas enormes y caderas elegantes. Con sus brillantes
labios rojos haciendo un puchero. Sus ojos de un azul vívido, su cabello
largo y castaño y cepillado para darle un brillo satinado y cayendo en ondas
sueltas alrededor de sus hombros delgados. Luce un vestido de seda gris
perla ceñido que expone tanto como cubre sin llegar a ser exactamente una
zorra. Con unos tacones color crema de diez centímetros, unos diamantes
colgando de sus orejas, alrededor de su cuello y de sus muñecas.
Dios, es hermosa. Me hace sentir inmediatamente inferior, porque no
puedo negar lo intensamente sensual y preciosa que es.
Y lo sabe. Es el centro de atención, la invitada inesperada.
La jodida Emma Hayes.
Ella me ve en el mismo momento en el que yo la veo, y se pavonea
atravesando a la multitud de fotógrafos y periodistas y aduladores y
hombres jadeantes. ―Tú debes ser Des ―dice con una voz que gotea
seductora sexualidad.
―¿Qué demonios haces aquí, Em? ―pregunta Adam, sin molestarse
en ocultar su animadversión.
Las cámaras destellan y los teléfonos celulares están listos para
grabar un vídeo. ―Bueno, Adam… Drew me invitó. ―Extiende su mano, y
un hombre que recuerdo de la cena en Mackinac se le acerca.
Es alto y guapo con el cabello rubio espeso peinado ingeniosamente
hacia un lado, y su mirada color avellana se posa sobre mí brevemente.
―Hola, Adam.
Creo que Drew es uno de los escritores, ¿o tal vez era el director? No
me acuerdo. Lo único que sé es que entonces parecía un idiota, y nada ha
cambiado. Desliza su brazo alrededor de la cintura de Emma, con una
sonrisa sarcástica de comemierda en su rostro. Está provocando a Adam,
puedo ver que está tenso, muy tenso.
―Veo que finalmente has seguido adelante —dice Emma, mirándome
fijamente, repasándome con la mirada, evaluándome y descartándome.
Por primera vez, Adam luce perdido. Creo que quiere atacar, pero no
desea hacer una escena, especialmente con toda la prensa mirando. Quiero
decir algo cortante, inteligente, ingenioso e hiriente.
―Lindos implantes. ―Es lo que termino diciendo.
Adam resopla en un intento de contener la risa, y el rostro de Emma
se enrojece, temblando. Me preocupa por un momento, parece que en
realidad va a atacarme. Drew obviamente piensa lo mismo, porque veo que
su brazo se aprieta alrededor de su cintura.
Permanece en silencio durante un momento, y puedo ver su
mandíbula rechinando. Finalmente, se burla de mí y dice―: Solo recuerda
que yo lo tuve primero, perra.
Vaya respuesta. Pongo mis ojos en blanco ―Lo que solo me hace ver
mucho mejor.
Adam me aleja. ―Y eso fue suficiente. ―Mira hacia atrás―. Adiós,
Emma. ¿Y Drew? Suerte, amigo. La necesitarás.
Y entonces estamos afuera del vestíbulo, avanzando hacia las puertas
que dan al auditorio.
La realidad de lo que he hecho me golpea. Acabo de insultar a Emma
Hayes en un entorno muy público. Me volví maliciosa. Jesús. ¿Qué mierda
está mal conmigo?
Escucho a la gente detrás de mí, hablando de la escena que se acaba
de desarrollar, y me giro para ver a la gente escribiendo furiosamente en
sus teléfonos celulares. Posteando en Twitter y escribiendo en el Facebook.
Publicando todo el feo intercambio al mundo de las redes sociales.
Me tropiezo, y Adam me atrapa. ―No puedo… respirar ―digo
ásperamente―. Sácame de aquí.
Me guía hacia el cuarto de abrigos. Una chica con el uniforme del
teatro está apoyada contra una pared, con el teléfono celular en la mano y
una expresión de aburrimiento en su rostro. Pero luego ve a Adam y ella,
cautivada por la fama, balbucea un hola, y se dirige hacia él.
―Sal ―dice Adam y la chica se escabulle con la cabeza gacha. Él se
gira hacia mí―. Des, cariño, ¿qué va mal?
Me agacho, con las manos sobre las rodillas, y me obligo a inhalar
lentamente. ―Acabo de… decirle a Emma… ¿Lindos implantes? ¿En qué
mierda estaba pensando?
Adam se ríe. ―Eso, probablemente, fue la peor cosa que le pudiste
decir, porque, y esto puede sonar como demasiada información, son reales.
Cuando la gente dice eso, la vuelve totalmente loca.
―La insulté en tu estreno. Todos estaban viendo. El video
probablemente ya está en YouTube. Ahora puedo ver los mensajes en
Twitter: #PeleaDeGatas, #DesEsUnaPerra. ―Adam se ríe incluso más fuerte
y finalmente me enderezo para mirarlo―. ¿Por qué mierda te estás riendo
de mí? ¿Recuerdas lo que dije acerca de avergonzarte? Bueno, hola
vergüenza. Sí, eso acaba de pasar.
Toma una respiración profunda y me le acerco, me abraza contra su
pecho. ―Eso fue jodidamente divertido, Des. No estoy avergonzado para
nada. En realidad me siento un poco excitado porque casi te lanzas a su
cara por mí.
―Uno, siempre estás excitado. Y dos, probablemente solo querías
vernos luchar.
Resopla. ―La aplastaste como un jodido bicho, cariño.
Presiono mi frente contra su pecho. ―Es tan hermosa que ni siquiera
es justo. ―Dejo escapar un suspiro de frustración―. Es decir, sus pechos
son casi más grandes que los míos, y yo soy del doble de su tamaño. ¿Y son
reales? Por favor. Eso no es jodidamente justo.
Adam gruñe. ―Mierda. No te vas a obsesionar, ¿cierto? Ella es linda,
seguro. Pero no es tú, Des.
―Lo que es un punto a su favor, pienso.
―¿Te olvidaste de lo que me hizo?
Me encojo de hombros miserablemente. ―Así que es una zorra de
mierda. Apuesto a que da una mejor mamada que yo.
Adam me empuja. ―¿Hablas jodidamente en serio? Destiny. Jesús.
Es mi ex. Me rompió el maldito corazón y lo hizo públicamente, sin una
pizca de remordimiento. ¿Y estás comparando cuál de las dos es mejor
dando una mamada? Vamos, cariño. Déjalo.
Me lo quedo mirando fijamente. ―Sin embargo, me doy cuenta de
que tampoco lo niegas.
―No voy a hacer comparaciones, Des. No lo haré. ¿Sabes por qué?
Porque no hay punto de comparación. Eres todo lo que he querido en mi
vida. Eres fuerte. Eres sensual. Eres absolutamente inteligente y
trabajadora y sabes lo que quieres. Tienes un apetito sexual voraz…
―Un apetito voraz, y punto, eso es a lo que te refieres.
Asiente. ―Sí y eso también es sensual para mí. Disfrutas de la
comida. Disfrutas de la vida. No juegas juegos. ―Adam toma mi rostro
entre sus manos―. Para mí, tú eres mejor en cualquier sentido. Me besas
mejor, me follas mejor, y sí, el sexo oral que me das es mejor. Más
importante aún, me ves, como una vez dijiste. Me conoces. No solo me
aprecias por cómo luzco, o por el hecho de que soy famoso. Me aprecias por
lo que soy.
―Adulador.
―No es por adularte, Des, es la cruda verdad.
―Bueno, sea lo que sea, está funcionando. ―No puedo evitar que
una sonrisa aparezca en mis labios.
―Bien. ―Toca mi barbilla con su dedo índice, levantando mi rostro.
Sus labios rozan los míos, su lengua se desliza delicadamente sobre la
comisura de mis labios, probando y tanteando―. Ahora vayamos a ver el
estreno, ¿quieres?
Y el estreno es fantástico. Adam es increíble. No solo por las escenas
brutales de lucha o las escenas de riesgo de infarto, sino por la forma en la
que interpreta a su personaje, siendo autocrítico y con humor negro, y aun
así rudo y completa y primitivamente todo un alfa.
Dios, este hombre es increíble, no solo en la película sino en cada
posible manera.
18
Traducido SOS por MadHatter & Khira Sullivan
Corregido por Daliam

Ya nunca me pongo nervioso. No lo hago. Me encontré nervioso la


primera vez que entré en un estadio con una multitud reunida en Stanford,
estuve nervioso la primera vez que entré corriendo en la cancha de
Chargers, y me quedé petrificado cuando llegó a los cines mi primer papel
protagonista de una película con un gran presupuesto y de gran perfil.
Pero ninguna de esas experiencias puede compararse con los nervios
ardientes que me atraviesan en este momento.
Lo que es más que estúpido. No debería sentirme nervioso. Las
posibilidades de que diga que no son casi nulas. Conozco a mi chica, y sé
que desea esto. Pero aun así lo estoy.
He esperado mucho tiempo por esto. Meses de viajar entre Detroit,
Los Ángeles, y dos diferentes rodajes en diferentes partes del mundo. Actué
en un drama policial en Detroit, y luego hice gran parte de una película de
pequeño presupuesto con un personaje interesante y predecible en un
estudio en Los Ángeles. Tuve dos meses libre que pasé en Detroit con Des.
Y luego ese momento fue seguido por un proyecto histórico gigante filmado
en un estudio en Londres, en Alemania y en España.
Y todo el tiempo, supe lo que quería. La quería a ella, en mi casa. En
mi cama. No más vuelos brutales de larga distancia, no más tiempo
dividiéndonos entre las ciudades, no más noches solo. Pero tenía que
esperar. Ella también trabajaba muy duro para su título como para que yo
me le interpusiera en el camino. Así que esperé.
Y ahora lo ha terminado. Se graduó la semana pasada. Arreglé la
planificación del rodaje en España por su graduación y volé el día anterior y
la sorprendí con un colgante de zafiro de diseño personalizado. Ella no deja
que le compre muchos regalos extravagantes, así que cuando hay una
razón para comprarle algo con lo que no puede discutir, lo hago a lo grande.
El colgante era solo la primera parte de su regalo de graduación. La
segunda parte es un viaje secreto. En este momento nos encontramos en
un avión privado, volando hacia el sur de Detroit. Me negué a decirle a
dónde íbamos, y solo le permití que guardara en la mochila un puñado de
vestidos, unos pantalones cortos y camisetas sin mangas, y un par de trajes
de baño. Para que supiera que vamos a algún lugar cálido, pero eso es
todo.
Mi amigo Dawson y su esposa Grey, recientemente compraron una
propiedad en el Caribe. Ahora, cuando digo propiedad, me refiero a la mitad
de una isla. Y la única razón por la que eso no es todo el asunto es porque
compré la otra mitad. El sueldo de la película histórica de guerra que acabo
de hacer fue el mayor pago que he tenido hasta ahora, y no he gastado
gran parte de lo que he hecho en los últimos cuatro años, a excepción de
los impuestos y del departamento.
Por eso, cuando Dawson vino a mí con un plan para trabajar en
equipo y compartir el costo de una pequeña isla, me lancé a ello. Unos
monstruosos quince mil doscientos cuarenta metros cuadrados de palacios
en Beverly Hills no eran atractivos para mí, y sospecho que tampoco lo
serían para Des. El condominio está muy bien, y es aún más de lo que dos
personas necesitan. Pero ¿una finca tropical en expansión en una isla
privada, con espacios abiertos al exterior y sin vecinos cerca, literalmente, a
cientos de kilómetros en cualquier dirección, excepto Dawson y Grey en el
otro lado? Claro que sí.
Así que la compré a finales del año pasado y hemos pasado los
últimos seis meses construyendo las casas. Dawson ha hecho la mayor
parte del trabajo supervisando la construcción, ya que se está tomando una
pausa de dos años de los rodajes. Todo terminó hace dos semanas, y nos
vamos a encontrar en la isla durante la visita inaugural.
Sin embargo, Des no ha conocido a Dawson y a Grey. Nosotros
hemos estado tan ocupados y ese par ha estado viajando por el mundo.
Creo que han ido a una docena de países en el último año, y se quedan al
menos una semana en cada lugar. Me siento emocionado por esto,
honestamente. Dawson es un gran tipo, y Grey es dulce como el azúcar,
pero también es ruda, recordándome a Des en ese aspecto.
Le echo un vistazo a Des, que duerme a mi lado, con la cabeza en mi
hombro. Dios, la amo.
Saco el anillo y lo miro. Me pasé cuatro meses diseñándolo,
trabajando con uno de los joyeros personalizados de primera clase del
mundo. Es un diamante impecable, en forma de lágrima de uno en un
millón de color rosa, de dos quilates y medio. La banda está compuesta por
más de trescientas hebras individuales de platino de filigrana tejidas, las
hebras fusionándose y expandiéndose para capturar la piedra en una red
adornada intrincada.
Escucho a Des murmurando en su sueño y me apresuro a guardar el
anillo de nuevo en la caja de terciopelo negro, y meto la caja en mi mochila.
Se despierta, se estira, parpadea hacia mí. ―¿Casi llegamos?
Le sonrío, paso mi pulgar por la comisura de su boca. ―Tienes algo
aquí ―digo―. Sí. Aterrizaremos en unos veinte minutos, y luego haremos
otro viaje corto en avión hasta llegar a nuestro destino.
―¿Y todavía no me vas a decir a dónde vamos?
―Nop. Es una sorpresa.
―No me gustan las sorpresas ―refunfuña.
―Bueno, creo que esta te gustará.
Aterrizamos en San Juan, transferimos nuestra única maleta a un
jeep, y nos sentamos en un silencio cómodo mientras el conductor nos lleva
desde el aeropuerto hasta el puerto deportivo, en donde un hidroavión con
bimotor nos espera. El piloto es un viejo canoso con una barba roja larga y
canosa. Ha sido elegido personalmente por Dawson y tiene más tiempo de
vuelo registrado del que cualquiera de nosotros ha tenido, según lo que dice
Dawson, y eso es lo suficientemente bueno para nosotros.
Tomo nuestra maleta y me llevo la mochila al hombro, al tiempo que
Des y yo cruzamos el muelle. Coloco un pie en el flotador, y el otro en el
muelle, y subo la maleta de un tirón, y luego le extiendo mi mano a Des.
Ella la toma, da un paso hacia el flotador y luego se mete al avión.
Ron, el piloto, despega sin problemas, y entonces nos encontramos a
trescientos metros por encima de las aguas azules del Caribe.
Estamos solos en el avión. Podría preguntarle ahora.
No. No. Tengo un plan; sigue con el plan. Cena en la playa, una
propuesta a la luz de la luna.
Pierdo la noción del tiempo escribiendo en un guión mental lo que voy
a decir, y luego Des está agarrando mi mano con tanta fuerza que me duele
al tiempo que nos hundimos en el agua.
―¡Mierda, mierda! ―Des está temblando, petrificada, con los ojos
cerrados y arrugados.
―Relájese, señorita. He hecho esto unas cien mil veces. No hay de
qué preocuparse. ―La voz de Ron es ronca por el humo, tiene un cigarrillo
sin encender escondido detrás de su oreja.
―¡Es terrorífico!
Ron se ríe. ―Supongo que la primera vez da un poco de miedo. Solo
permanezca con los ojos cerrados y sostenga la mano de su hombre.
Estaremos abajo antes de que pueda parpadear dos veces.
Efectivamente, apenas un minuto más tarde, hay un toque de luz,
una breve sensación de ingravidez, y entonces estamos patinando en el
agua. Me recuesto en mi asiento, tratando de obtener una visión de la isla
por el parabrisas. Solo se ven árboles verdes, con una franja de playa de
arena blanca en el borde. Puedo ver la luz del sol brillante, un muelle
extendiéndose por varios cientos de metros en el agua. Ron lleva el
hidroavión a una parada suave en el borde del muelle, apaga el motor, y
luego abre de un empujón su puerta y salta al muelle con una facilidad que
contradice su edad. Ata el avión en el muelle, y luego agarra la maleta que
le entrego. Salto, y luego le doy la mano a Des para que baje después de
mí.
Ella nos pasa a Ron y a mí y luego se detiene, con su mano cubriendo
su boca, mirando con asombro a la isla. ―Adam, esto es... increíble.
Solamente me río. ―Todavía no has visto nada, amor.
Ron hace gestos hacia la isla. ―Sigan adelante. Llevaré la maleta por
ustedes.
―¿Qué es este lugar, Adam?
La saco del muelle y la llevo hasta la arena, por un camino
empedrado que conduce a la selva. Unas antorchas tiki apagadas marcan el
camino a cada lado. Esto conduce hasta una colina empinada que se curva,
siguiendo la línea de costa y luego cortando hacia el interior, emergiendo en
un claro. Nos encontramos alrededor de la curva de la isla, así que el muelle
está a la vista. El claro fácilmente es de dos acres completos, la selva se
levanta por los tres lados, unos altos árboles dando sombra en la parte
posterior de la casa que se encuentra en medio del claro. La casa está
orientada al oeste, hacia el sol poniente, con otra ruta de piedras, más
corta, y con otro camino alineado con antorchas tiki que conduce a la playa,
con unos escalones de madera lisa y unos pasamanos en lugares
estratégicos para ayudar a bajar por la colina.
La casa en sí no es enorme, poco más de ciento cincuenta metros
cuadrados. Pero todo está ricamente equipado, la edificación se extiende de
norte a sur para que cada habitación dé hacia la playa. Hay un porche
cubierto que envuelve el perímetro de la casa, el que se encuentra en la
cúspide de una colina, así que en realidad la casa tiene dos plantas, una a
nivel del suelo, y la inferior en la curva de la ladera, cada nivel se encuentra
conectado en el exterior por una elaborada serie de pasarelas, puentes y
miradores. El porche, las pasarelas y los miradores están iluminados por
unas cadenas de luces blancas y antorchas tiki, con control electrónico de
alimento de gas.
Dawson me llevó a hacer un recorrido virtual completo la semana
pasada, y me mostró cada una de las características, cada panel de control,
cada pequeño rincón, para que así supiera la disposición y la forma en la
que todo operaba. La planta de la casa es impresionante. Es de diseño
abierto, pero los metros cuadrados están distribuidos en rincones
acogedores y en espacios confortables, cada pared tienen una ventana que
van del piso al techo que se puede abrir para dejar entrar la brisa constante
del Caribe.
Llevo a Des a dar un recorrido, señalándole la bodega, el gimnasio, la
increíble cocina, y, por último, pero lo más importante, el dormitorio, que se
encuentra en un ala entera en ángulo con el resto de la casa, conectado por
una pasarela cubierta. Las cuatro paredes son de cristal, que al igual que el
resto de la casa se pueden abrir enteramente. Hay un cuarto de baño con
una ducha al aire libre y una bañera al aire libre situada directamente en la
ladera, protegida de la vista del resto de la casa detrás de los paisajistas
listillos y del diseño.
Se queda sin habla. ―Adam. En serio. ¿Qué es este lugar? ¿Es un
complejo de algún tipo?
Me río mientras estamos sentados en el porche de la habitación
principal, mirando las olas llegando a la playa. ―No amor. Esto es nuestro.
Bienvenida a casa.
Se vuelve hacia mí, con sus ojos muy abiertos. ―¿Qué quieres decir
con bienvenida a casa?
Sonrío aún más ampliamente. ―Este es el verdadero regalo de
graduación, Des. No solamente el viaje hasta aquí, sino la isla y la casa.
―La isla. Explícame eso cariño. ¿La isla?
Me encanta su incapacidad para comprender esto. ―Somos dueños
de la mitad de esta isla.
―Te refieres a que tú eres el dueño.
Niego. ―No. Es de nosotros. ―La llevo de nuevo hacia la cocina―.
Vamos, hay algo que necesito mostrarte.
En el mostrador de la cocina están los papeles, distribuidos en pilas,
con una “X” amarilla luminosa donde quiera que una firma sea necesitada.
Tomo la lapicera que Dawson nos ha dejado, y firmo cada página, y
entonces se la entrego a Des. ―Firma, y será de verdad nuestra. Tuya y
mía. A nombre de ambos. ―Con una disposición que nos permite actualizar
la documentación si Des toma mi nombre. Pero no menciono esa disposición
en este momento.
Mira fijamente los papeles, entonces a las aguas y al sol
descendiendo por el horizonte. ―No entiendo. ¿Cómo podemos ser dueños
de media isla? ¿Quién es el dueño de la otra mitad?
―Mi amigo Dawson Kellor, y su esposa Grey ―Gesticulo con la mano
hacia el otro lado de la isla―. Tienen una casa por allá, muy parecida a la
de nosotros, con el puerto en el medio. En el lado opuesto de la isla desde
el puerto hay un embarcadero, con un velero y una lancha.
―¿Así que tú y tu amigo compraron una isla completa?
Sonrío con engreimiento. ―Por supuesto que lo hicimos. Sin
embargo, es pequeña, ni siquiera tiene dos kilómetros cuadrados
completos. Era apropiada para algún chico rico que quería construir una
casa. En realidad hizo la mayor parte del trabajo duro, creó una
infraestructura energética y de plomería factible y autónoma. ―Toco los
papeles―. Y no solo Dawson y yo, también Grey y tú.
Baja la lapicera, camina al exterior, y se apoya en la barandilla. La
sigo, apoyo mi trasero contra la barandilla y espero por ella. ―Esto es
grande, Tory. Grandísimo. Y muy permanente.
Dios, habla en serio. Solo me dice Tory cuando se siente emocional.
―¿Estás asustada? ―pregunto.
Se encoje de hombros y entonces asiente. ―Nos compraste una
jodida isla, Adam. Jesús. Quiero decir, ¿qué se supone que haré en una
isla?
―Des, cariño. Es una casa vacacional. Un escape. Seguiré actuando,
y ahora que tienes tu título, puedes hacer lo que quieras. ¿Quieres
permanecer en Detroit? Compraré el departamento. Tenemos mi lugar en
L.A. ¿En dónde más te gustaría vivir? Tengo que regresar a L.A. para filmar,
y tengo grabaciones en otras partes; eso no va a cambiar. Esto no nos
cambia, Des. Es solo un lugar al que podemos ir y escapar del estudio y de
las entrevistas y de los paparazis, y de todo. Solo ser nosotros, sin
interrupciones.
―Oh. ―Alza la mirada hacia mí―. ¿Quiero saber cuánto gastaron
Dawson y tú en todo esto?
Sonrío burlonamente. ―No. Podrías desmayarte. ―Los números
grandes la aturden.
Cuando le compré ese bolso Prada, me preguntó cuánto había
gastado, así que se lo dije. Se puso rara. Intentó convencerme de que
quería que lo devolviera, a pesar de que lo tenía con un agarre de muerte.
En otra ocasión, estaba al teléfono con mi agente, discutiendo una oferta.
Era por dieciséis millones, y mi agente pensaba que era muy poco, así que
le dije que contrarrestara con veinticinco, sin darme cuenta de que Des se
encontraba de pie detrás de mí, escuchando. Así que intenté explicarle
cómo funcionaba un pago para una película de elevado presupuesto, y ella
simplemente negó, haciéndome callar con su mano. No le gusta pensar en
el dinero, me he dado cuenta. Ha vivido de una manera frugal toda su vida,
sin jamás tener suficiente de nada, y pienso que la conmoción del cambio
de estilo de vida fue simplemente demasiado como para comprenderlo. Así
que no lo hace. Se siente perfectamente contenta con dejar que me
encargue del dinero y no decirle sobre eso.
―Así que ―pregunto―, ¿vas a firmar o qué?
―Es demasiando para procesar ―responde―. ¿Puedo pensar sobre
eso?
La atraigo hacia mí y la beso. ―Tómate todo el tiempo del mundo,
cariño.

***
Él está usando un esmoquin, descalzo, los bordes enrollados más allá
de sus tobillos, las mangas de la chaqueta arremangadas. Con una pajarita
negra, cabello peinado hacia atrás y hacia un lado. Jodidamente magnífico.
Un hombre apuesto, tan poderoso, sus brazos estirando las mangas del
abrigo. El centellar de sus ojos, ardiente e intenso en ese tono único e
increíble de verde. Nunca me cansaré de mirar fijamente sus ojos. Es cursi
y bobo, pero no puedo tener suficiente.
Y está observándome con esos ojos, y una emoción que nunca pensé
que un hombre pudiera sentir por mí brilla en ellos, saliéndose de él:
Amor.
Estoy luchando contra las lágrimas, sobrecogida por la verdad de esta
isla, la impresionante e imponente belleza de la propiedad y de la casa. Me
siento aún más sobrecogida por lo que él ha planeado para esta noche.
Hizo que una empresa de catering acomodara una mesa pequeña,
cubierta con un mantel blanco, justo en la playa, cerca de del oleaje, para
que las olas tocaran los dedos de nuestros pies. Unas antorchas, metidas
profundamente en la arena, parpadean en una fila detrás de nosotros,
rodeándonos. Las antorchas se extienden en una doble línea hacia el
interior del agua, formando un corredor de llamas anaranjadas en el agua
oscura e iluminada por la luna. La luna está levantándose justo ahora,
saliendo de las olas, por encima del horizonte, grande, llena y blanca, su luz
dejando un camino de plata reluciente por el corredor formado por las
antorchas.
A cincuenta metros, arriba en la playa, un violinista y un chelista
tocan, rodeados por más antorchas iluminadas.
La cena son cuatros platos ligeros pero abundantes de comida, una
sopa cítrica, ensalada verde, algún tipo de pescado sabroso y escamoso con
arroz de jazmín, y vegetales al vapor, y entonces el postre.
Compartimos una botella de vino blanco frío y caro que sabe muy
bien. No se lo digo a Adam pero para mí, sabe igual a los otros vinos.
Una vez que la comida ha terminado y la última gota de vino ha sido
tomada, Adam se levanta, con una mano en el bolsillo de su pantalón, y
me aleja de la mesa, llevándome hacia el agua, por el camino iluminado
por la luna y el fuego.
El dobladillo de mi vestido flota en el agua.
Se detiene, se gira para enfrentarme, con su rostro serio.
Lo miro, de forma expectante. Tan pronto como vi el montaje, supe
lo que era esto, lo que estaba haciendo, y he amado cada minuto de ello. Es
perfecto. Increíble, romántico.
Pero habría podido hacerme la proposición en el baño de un
aeropuerto y hubiera dicho que sí.
―Eres mi Destiny. ―Con eso se inclina, y con una sonrisa―. Te amo.
Mi garganta se cierra, y mis ojos arden. ―Te amo, Adam. Muchísimo.
―Oye, había tenido todo esto planeado como en un guión. Voy a
olvidar algo si empiezas a hablar.
―Oh. Lo siento. ―Me inclino, deslizando mi mano alrededor de su
espalda―. Continúa.
Niega. ―No, ahora lo he perdido. Tendré que improvisar.
―No necesitas un discurso ―le digo.
―¿No?
Señalo la mesa, al cuarteto. ―Esto es tu discurso. Solo ve a la mejor
parte.
―¿Ves? Por esto te amo. Nunca sé cómo reaccionarás. ―Respira
profundamente y lo deja salir―. Cambiaste todo para mí, Des. Desde el día
en el que te conocí en la Isla Mackinac, cambiaste todo. Todo lo que sabía
era que tenía que tenerte, que tenía que conocerte. Estoy tan feliz de
haberme bajado de ese carro. Porque eso me trajo hasta aquí, contigo.
Saca una pequeña caja negra de su bolsillo, abriéndola, sacando un
anillo y volviendo a guardarla. Sostiene el anillo para que pueda verlo, y
contengo la respiración, se queda alojada en mi garganta, me deja atónita.
―Lo diseñé yo mismo. Eres única, y mereces un anillo tan
increíblemente único en su clase como tú. ―Toma mi mano izquierda, con
sus ojos fijos en los míos―. Destiny, ¿te casarías conmigo?
Ya estoy sonriendo, las lágrimas cayendo por mis mejillas, pero mi
sonrisa se vuelve mayor y las lágrimas fluyen con más rapidez, y solo
puedo asentir, esperar hasta que ha colocado el anillo en mi dedo, y
entonces me le lanzo encima, abrazo su cuello y lo beso en donde sea que
puedo.
Por último, encuentro su boca, y nos besamos hasta que ninguno de
los dos puede respirar y mis piernas tiemblan y se sienten débiles por el
deseo.
Susurra contra mi boca―: Des, necesito escucharte decirlo. Dime que
sí.
Muerdo su labio inferior, y entonces le susurro en respuesta―: Sí,
Torrence Adam Trenton, me casaré contigo. ―Retrocedo y lo miro a los
ojos, con hambre en mi mirada―. Aunque con una condición.
Sus ojos se oscurecen, y frunce su boca. ―¿Cuál es, nena?
―Llévame a esa habitación asombrosa de allá arriba, abre todas las
ventanas y fóllame hasta el amanecer.
Recoge el dobladillo de mi vestido en su mano hasta que se agrupa
alrededor de mi cintura, revelando el hecho de que no estoy usando nada
de ropa interior. Sus manos se deslizan a través de mi piel. ―¿Qué tal aquí
mismo?
―La banda… ―Respiro, deteniendo sus manos, a pesar de que Adam
está entre ellos y mi persona.
Adam se gira, agita sus manos en dirección del cuarteto, y ellos se
marchan. Su boca encuentra la mía y devora mi respiración. Estoy perdida
en su beso, así que apenas registro el sonido de un hidroavión alejándose.
―Se han ido ―murmura Adam.
―Entonces tómame.
Agarrando la tela amontonada de mi vestido con una mano, extiende
la otra y abre el cierre. Sacándolo por encima de mi cabeza, lo deja caer en
las olas.
―No necesitarás esto ―dice.
Desato su cinturón, bajo el cierre de su pantalón, meto la mano y
encuentro su erección, deslizo el puño por su longitud. Jadea en mi oreja
cuando tomo sus bolas y les doy un ligero apretón. Sonrío contra su mejilla
y palmeo su pene hasta que está gruñendo en mi oreja, y entonces le bajo
el pantalón.
―Y tú no necesitarás estos ―le digo.
Se los saca, sus zapatos y medias, su chaqueta. Desato su pajarita,
desabrocho los botones de su camisa y entonces ambos nos encontramos
desnudos y nuestras ropas están yéndose a la deriva por el camino plateado
de luz lunar, mi vestido enredado con su pantalón, una media y un zapato
hundidos envueltos en mi sostén sin tirantes.
Sus dedos se encuentran ocupados entre mis muslos, acariciando y
dando círculos hasta que estoy lloriqueando e inclinándome por las rodillas
para montar sus dedos para llegar a un clímax lento y estremecedor. Y
luego se acuesta y se desliza en mí, agarrándome por la rodilla y
sosteniendo mi pierna en alto cerca de su cadera, gruñendo y
penetrándome.
Me aferro a su cuello y río cuando pierdo el equilibrio, cayendo sobre
él, y nos caemos en el agua. Chapoteamos y nos desconectamos, y luego
está reuniendo nuestra ropa, me lleva hasta la playa y subimos por las
escaleras hasta llegar al balcón, en donde deposita nuestra pila empapada
de ropa. Subimos más, para luego entrar en nuestra habitación.
Abre una puerta de un empujón y, a continuación, se vuelve hacia
mí. ―Ve a meterte en la cama, cariño.
Agarro una toalla del baño y me seco mientras Adam abre todas las
puertas en las paredes hasta que la brisa del mar llena la habitación. Para el
momento en que ha terminado, me encuentro en la cama, boca arriba, con
los dedos en mi clítoris, deslizándolos a través de la humedad de mi deseo.
Adam se encuentra al pie de la cama y observa mientras me toco, y
entonces se coloca entre mis rodillas y su lengua reemplaza a mis dedos, y
me quedo sin aliento, corriéndome otra vez, y lame los jugos al tiempo que
gotean de mí, exprimidos de mi interior por la tensión de mis paredes
internas.
―Adam, te necesito que... ―jadeo, tirando de él―. Te necesito
dentro de mí. En este momento, cariño, por favor.
Se arrastra por mi cuerpo, ubica su núcleo contra el mío, inclinándose
sobre mí. Se encuentra en mi entrada, con fuerza y más fuerza,
abriéndome. Doblo mis caderas, entra, y jadeo. Permanece quieto, sus ojos
claros y penetrantes en los míos, sus manos al lado de mi cara. Una de sus
palmas pasa por encima de mi pezón y gimoteo, envolviendo mis tobillos
alrededor de su columna vertebral y me levanto, conduciéndolo más
profundamente en mi interior.
―¿Así cariño? ―Sus labios se mueven contra los míos, en algún lugar
entre un beso y un susurro.
―Casi ―digo.
Paso mi coño contra él, a su alrededor, sintiéndolo mientras se
desliza en círculos profundos y rudos dentro de mi cuerpo, arqueando mi
columna vertebral y haciendo rodar mis caderas para follarlo con más
fuerza y hacer que vaya más profundo.
―No puedo tener suficiente ―gimo―, necesito más. Te necesito más
profundamente.
Hago que se vaya de lado y me permite hacernos cambiar de
posición, para que me encuentre en la parte superior. Él solamente sonríe
mientras me acomodo, hundiéndolo más profundamente, y empezando a
moverme a un ritmo. Descanso las palmas de mis manos sobre su pecho y
dejo que mi cabello caiga a nuestro alrededor, mis tetas balanceándose y
rebotando mientras lo monto hasta que los dos estamos gruñendo por la
fuerza inminente del clímax.
Pero todavía no es lo suficientemente bueno.
―Sé lo que necesitas ―me susurra Adam.
Me detengo y bajo mi mirada hacia él. ―¿Oh si?
―Sí. ―Se sienta, sale de debajo de mí, y luego se pone de pie junto
a la cama―. Ven aquí, Des. Sobre tu vientre. Inclínate sobre la cama para
mí. Muéstrame ese trasero tan lindo, amor.
Hago lo que me pide, moviéndome para doblarme sobre la cama,
pero cuando mis pies tocan el suelo, agarra mi pierna izquierda con sus
manos y la levanta hasta que mi rodilla se encuentra hacia arriba y hacia
delante, descansando en la cama. Estoy desnudada ante él, completamente
abierta e inclinada, sin equilibrio.
Desliza un dedo entre mis muslos y encuentra mi entrada húmeda y a
la espera, me toca y se guía a sí mismo en mi interior, flexionando sus
caderas en un deslizamiento lento. Su pie está al lado del mío en el suelo,
su mano en la cama en el hueco de mi rodilla, evitando que se salga de la
cama, y la otra mano va hacia el pliegue de mi cadera, atrayéndome de
nuevo hacia él. Jadeo ante la profundidad de su pene dentro de mí, y me
empujo hacia atrás, alejándome más de la cama. Mi rodilla se dobla, así que
mi muslo se encuentra presionado contra mi cuerpo, y estoy tanto de pie
como simplemente yaciendo en la cama, sostenida por la polla empalada de
Adam.
―¿Qué te parece esto? ―gruñe, pasando una mano sobre mi
espalda.
―Perfecto ―suspiro―, siempre y cuando empieces a follarme.
Se conduce hacia mi interior y se retira, su mano rozando mi piel en
un circuito desde mi muslo hasta mi columna vertebral, de mi trasero hasta
mi espalda hacia mi muslo doblado. Presiona mi glúteo mientras me
penetra, separándome, y no puedo evitar gemir en mi garganta mientras se
introduce profundamente hasta sus bolas, tan profundo que puedo sentirlas
golpeándose contra mí.
―Joder, Adam... sí... ―murmuro, sin aliento.
―¿Te gusta así?
―Dios, sí, bebé. Me encanta.
―¿Es suficiente?
Niego y me empujo hacia atrás contra él. ―No. Todavía necesito
más.
Me folla con más fuerza, y esta vez, mientras se introduce, me golpea
el trasero de forma rotunda, lo suficientemente fuerte como para que me
pique y me haga sobresaltar, y grito por la sorpresa, pero se convierte en
un gemido de necesidad mientras el golpe de alguna manera le permite que
vaya aún más profundo, y ahora me está follando y golpeándome, follando
y golpeándome, y lo único que puedo hacer es gemir su nombre.
―Adam… Adam… Adam…
―¿Quieres que me corra en tu interior así cariño? ―pregunta.
Niego. ―No. Quiero ver tus ojos cuando te corras.
Así que entonces se sale y me da vuelta, sentándome en el borde de
la cama. No tiene que decirme lo que quiero, y no adivino. Simplemente lo
sé. Él está allí, entre mis muslos, y tengo mis tobillos fijos alrededor de su
cintura y beso su pecho sudoroso y jadeante mientras se desliza de nuevo
en mi interior, entra profundamente al hogar al que pertenece. Sus manos
encuentran mis mejillas, me apartan el cabello de la cara y su boca busca la
mía, besándome la frente, los pómulos, el mentón, la línea de la mandíbula,
la comisura de los labios y luego su lengua se encuentra entre mis labios, y
nos besamos de esa manera profunda y desesperada, el aliento ahogador,
perdido, y totalmente loco y un beso necesitado de alma a alma.
Nos movemos en sincronía, acariciándonos y rodando juntos, y siento
mi clímax creciendo dentro de mí, incluso cuando siento que su ritmo se
tambalea. Caemos en la cama, me acuesto rápidamente y le doy la
bienvenida a su peso encima de mí, aferrándome a él con mis brazos y mis
piernas, y mis labios se encuentran sobre su cuello, mis dientes
mordisquean, y grito mientras me corro, sintiendo y escuchando su rugido
de liberación, nuestro sudor se fusiona, y nos encontramos sin aliento al
unísono, nuestras caderas aplastadas contra las del otro y en movimiento,
rodando, restregándose, desesperadas por cada momento fraccionado del
clímax mutuo.
―Destiny, Jesús, Destiny, te amo tantísimo maldita sea... ―Se
encuentra inerte encima de mí, y me aferro a él, sintiendo que se tensa,
tiembla y mueve sus caderas ante las réplicas estremecedoras.
―Te amo, te amo, te amo ―le susurro en la oreja, jadeando, mis
dedos pasando y rascándole la espalda mientras mi cuerpo tiembla debajo
de él―. Te amaré por siempre y para siempre y para siempre.
Nos quedamos a la deriva y dormitamos a la luz de la luna, con la sal
del mar en nuestros labios y la luz de la luna en nuestra piel, pegajosa y
resbaladiza por haber hecho el amor.
Y entonces me está sosteniendo por atrás, los dos sobre nuestros
costados, y resurge en mi interior, de forma lenta y perezosa. Sus
embestidas son como el deslizamiento de los glaciares, sin prisas e
inevitables, y cuando siento que comienza a temblar, deslizo mis dedos
entre mis muslos y me llevo a mí misma hasta allí con él. Y nunca decimos
ni una palabra, nunca necesitamos siquiera mirarnos el uno al otro.
Dormimos, y luego siento sus labios en mi hombro y su pene entre
mis glúteos, y sus dedos se deslizan sobre el hueso de mi cadera y hasta mi
centro, y me hace retorcer de necesidad antes de que mis ojos se abran. Y
luego rueda sobre su espalda, para que me encuentre encima de él, con la
espalda contra su pecho, mi peso sobre él. Planto los pies en el colchón y
extiendo mis rodillas tanto como puedo y lo siento deslizándose en mi
interior, suspiro mientras me llena, sus enormes manos ásperas ahuecando
mis pechos suavemente, su respiración en mi oído, su corazón latiendo
contra mi columna vertebral, su estómago tensándose por debajo de mí
mientras me penetra, gruñe mi nombre con un susurro y se empuja, con
más y más fuerza hasta que mis tetas se agitan y mis muslos se tensan al
tiempo que me muevo con él, mi trasero bajando con fuerza para meterlo
más profundamente, mis manos en sus muslos lo agarran con fuerza y
empujan, lo atraen...
―Te amo…
―Te amo…
Ni siquiera estoy segura de quien lo dice primero, quien se corre
primero, solo que es todo un borrón ardiente de fuego y una creciente
explosión de amor y aliento y su eyaculación se dispara de forma húmeda,
espesa y profunda y sus manos se encuentran sobre mí y sus labios en mi
oído.
El cielo es de color rosa con la salida del sol cuando finalmente acuna
mi mejilla contra su pecho, los dos sudorosos, desnudos y saciados. Miro la
luz del sol destellando sobre mi diamante rosa, que la refracta en un arco
iris en el cielo raso, maravillada por el intrincado trabajo de metalistería de
la banda.
Casi se ha dormido, y yo no me encuentro muy lejos de hacer lo
mismo cuando habla. ―Por cierto, he reservado la pequeña iglesia de
piedra para el próximo verano.
―¿Tú qué?
―¿La iglesia de piedra pequeña, en Mackinac? ¿En dónde nos
besamos por primera vez? Nos vamos a casar allí el próximo mes de Junio.
Es el lugar que tenían lo más pronto posible.
Solo puedo sonreír adormilada contra su piel. Él me conoce, Dios, tan
bien. ―Te amo, Adam.
―Te amo más, Destiny Ross.
Epílogo
Traducido por MadHatter
Corregido por Danny Hart

La pequeña capilla es de un tamaño adecuado para la boda que


hemos planeado. La mayoría de las personas presentes en realidad se
encuentran en la fiesta de bodas. Mi madre, por supuesto, quien me
acompañó por el pasillo. Y mi papá, quien me entregó a Des. Ella ya estaba
llorando simplemente por eso, y le dio a mi padre un abrazo largo y
emocional. Mis hermanas, mis abuelos, Rose, Gareth, y mi agente Rachel y
su marido.
La boda ha sido planificada en total secreto, así que los fotógrafos no
sabrán de esto hasta que lo anunciemos. Me encuentro mareado por el
hecho de que de verdad nos decidimos por una boda secreta.
Dawson está de pie a mi izquierda, mi padrino. Sonríe como un tonto.
Ruth, Grey, Lia y Lizzy, y sorprendentemente, Rose Garret están
alineados en la parte delantera de la iglesia, las damas de Des. Solamente
tengo a Dawson pero es todo lo que necesito.
Después de un breve discurso sobre el amor y la santidad del
matrimonio, el ministro nos pide que intercambiemos los votos.
Yo empiezo. Hablo desde el corazón. —Des... Honestamente, nunca
pensé que llegaría hasta aquí, ya sabes. A una iglesia, a casarme. Y luego
te conocí, y simplemente lo supe, incluso entonces, que te necesitaba, y
que tenía que hacerte mía. Así que aquí estamos, cariño. Te estoy haciendo
mía, por siempre mía. Ahora me perteneces. A mí. Conmigo. Mi casa es la
tuya, mi familia es la tuya, mi vida, mi amor, mi futuro... Es todo suyo.
Des apenas contiene sus emociones. Le toma unos momentos de
respiraciones profundas para recomponerse, dejando escapar un suspiro a
través de sus labios fruncidos, parpadeando con sus gruesas pestañas
negras.
—Tengo una cita tatuada en mi cuerpo. Un poema de Maya Angelou.
—Parpadea y respira, y luego continúa—: El ansia de tener un hogar vive en
todos nosotros, el lugar seguro a donde podemos ir como somos y no ser
cuestionados. Esa fue la única constante en mi vida, la dolorosa necesidad
de tener un lugar al que llamar hogar, de tener a alguien a quien llamar mi
hogar. Hasta que llegaste tú, Adam, yo... sinceramente no pensé que fuera
posible. Empezaba a pensar que eso no existía. Me refiero al amor. Y al
hogar. Y luego saltaste de ese carro y me mostraste lo equivocada que me
encontraba.
Tiene que parar otra vez, suelta una de mis manos y se limpia debajo
del ojo con un dedo, su cabeza inclinada hacia atrás.
—Ya no siento dolor por no tener un hogar, Adam. Eres mi lugar
seguro. Eres en donde soy exactamente quién estoy destinada a ser, y sé
que amas todo de mí, la parte rota y todo lo demás.
Oigo sollozos y suspiros, y no necesito mirar a la pequeña multitud
para saber que todo el mundo ha sido conmovido por sus palabras, yo más
que nadie. Mi garganta quema, y tengo que tragar saliva para pasar el nudo
caliente de emoción en mi garganta. No puedo apartar la mirada de Des,
por el brillo de las lágrimas en sus ojos marrones, por el amor saliendo de
ella.
Casi me pierdo la siguiente frase del ministro—: ¿Torrence Adam
Trenton, tomas a esta mujer para que sea tu legítima esposa, en la salud y
en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, por siempre, hasta que la
muerte los separe?
—Sí, acepto. —No he apartado mis ojos de los suyos durante todo el
servicio. No me encuentro ni un poco nervioso, solo increíblemente feliz.
—¿Y, tú Destiny Lynn Ross, tomas a este hombre para que sea tu
legítimo esposo, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la
pobreza, hasta que la muerte los separe?
Toma una respiración profunda, sonríe. —Sí, acepto. Con todo mi
corazón, acepto.
El ministro sonríe ante su adición. —Entonces, por el poder que me
otorga el estado de Michigan, los declaro marido y mujer. —Toma nuestras
manos, las une, y las levanta—. ¡Les presento, al señor y a la señora Adam
Trenton! —Me aseguré de preparar al predicador en la manera en la que
nos presentaría, y me divierto con la mirada de mi madre de irritación. Ella
fue la que eligió mi nombre, y siempre le ha molestado que me incline por
Adam, tanto como me molesta a mí que siga llamándome Tory. Es un
juego, y este es mi contraataque más reciente.
Nos encontramos afuera de la puerta, con el sol brillando en el cielo
azul. Un carro blanco hermoso nos está esperando, con dos enormes
percherones de color negro brillante pisando con sus pezuñas y resoplando.
El Grand Hotel se cierne sobre la colina, con unas columnatas marchando en
la distancia, con sus banderas al viento.
No puedo quitar mis ojos de Des, sus hombros desnudos en el
vestido blanco y sin tirantes, la cola circulando alrededor de sus pies, el
corpiño ahuecando sus pechos magníficos y levantándolos con orgullo. Me
coloco detrás de ella y la ayudo a subir al carruaje, con Ruth a mi lado
arreglando su cola para que no se enrede.
Ruth me sonríe mientras termina de arreglar el vestido de Des. —Me
alegro que te encontrara, Adam.
Solo sacudo mi cabeza. —Yo soy el que la encontró, de hecho —dije
con una sonrisa.
Ruth coloca sus ojos en blanco, pero está sonriendo. —Idiota
arrogante.
—Tú lo sabes.
Ruth se encuentra en la escalera del carruaje, abrazando a Des, y las
dos están susurrando, llorando. Me vuelvo y Dawson está allí, con el cabello
oscuro recogido en una cola de caballo. Tiene la obligación de mantenerlo
largo por el contrato que firmó para el papel en la serie original de HBO que
está haciendo. Le queda bien. Agarra mi mano y me abraza, golpeando mi
espalda.
—Felicidades, hermano. —Se aparta y me sonríe—. Te luce estar
casado.
Me río. —Han pasado alrededor de cuatro minutos, Dawson.
Se encoge de hombros. —Aunque han sido los mejores cuatro
minutos de tu vida, ¿verdad? —Se inclina y me da un codazo—. ¿O estoy
pensando en otro tipo de cuatro minutos?
Lo empujo. —Imbécil. Debes estar pensando en ti mismo.
Grey se encuentra al lado de Dawson, escuchando el intercambio con
un brillo divertido en los ojos. —Oye. No hables de la resistencia de mi
hombre de esa forma. Puede hacerlo por horas.
Dawson se queda mirando a su esposa. —Um. Está bien, entonces...
Gracias por eso, cariño.
Ella se encoge de hombros y se esfuerza por parecer inocente. —
Anoche no fueron cuatro minutos, eso es lo mucho que te puedo decir.
Todavía me encuentro adolorida.
—Grey. Jesús. —Dawson de verdad se ve un poco avergonzado, lo
que es divertidísimo.
Des se inclina desde el carruaje, me agarra del brazo y tira de mí. —
Vamos, guapo. Tenemos un paseo en carruaje que empezar. Puedes seguir
midiendo pollas con Dawson más tarde, después de que haya tenido
suficiente de la tuya.
Y esa es mi señal.
—Entonces de acuerdo. —Me acerco para abrazar a mis padres y
besar a mis hermanas, y luego me siento al lado de mi esposa, mi Destiny,
mi dulce y atractiva Des, y saludamos a nuestros amigos y familiares. Los
veremos un poco más tarde en la recepción en el Grand Hotel. Por ahora,
sin embargo, solo seremos nosotros.
Después de que la multitud ha quedado atrás, el conductor se gira. —
Entonces. ¿Hacemos un recorrido o vamos al hotel? —pregunta él con una
sonrisa de complicidad, después de haber escuchado la conversación
anterior.
—En realidad, hace tres años yo estuve aquí y se suponía que tenía
que hacer un recorrido por la isla, pero nunca fui.
—¿Oh no? ¿Qué te detuvo? —pregunta.
—La conocí a ella —digo, colocando mi brazo alrededor de mi esposa.
Nos mira. —Entonces es una buena razón. Bueno, tienen al hombre
adecuado para el trabajo. Mi nombre es Dan, y vivo aquí en la isla durante
todo el año. Probablemente les puedo decir más acerca de este lugar que
cualquier otra persona, incluyendo algunas historias de fantasmas bastante
extrañas, si les gusta ese tipo de cosas.
—Suena bien —digo.
Des me acaricia al tiempo que los caballos se inclinan en su arnés y
nos arrastran por una colina. —Bueno cariño. Estamos casados.
Le beso el cuello. —Sabes, nunca le diría esto a Dawson, pero tenía
razón. Los minutos desde que dije sí acepto han sido los mejores de mi
vida.
Gira su cabeza, y nuestros labios se encuentran. —Los míos también.

Fin
Sobre La
Autora
Autora de súper ventas del New
York Time y del USA Today.
Jasinda Wilder nació en Michigan
con una afición por las historias
excitantes sobre hombres
sensuales y mujeres fuertes.

Cuando no está escribiendo,


probablemente sale de compras,
hornea algo o lee. Alguno de sus
autores favoritos son Nora Roberts, JR Ward, Sherrilyn Kenyon,
Liliana Hat y Bella Andre.

Le encanta viajar y algunos de sus lugares favoritos para vacacionar


son: Las Vegas, la ciudad de Nueva York y Toledo, Ohio.

A menudo puedes encontrar a Jasinda bebiendo vino tinto dulce con


bayas congeladas y comiendo magdalenas.

También podría gustarte