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Contenido
¡Importante! _________________________________________________________ 3
Sinopsis _____________________________________________________________ 5
Prólogo _____________________________________________________________ 6
1__________________________________________________________________ 17
2__________________________________________________________________ 30
3__________________________________________________________________ 41
4__________________________________________________________________ 54
5__________________________________________________________________ 64
6__________________________________________________________________ 80
7__________________________________________________________________ 91
8_________________________________________________________________ 102
9_________________________________________________________________ 113
10________________________________________________________________ 125
11________________________________________________________________ 137
12________________________________________________________________ 147
13________________________________________________________________ 157
14________________________________________________________________ 171
15________________________________________________________________ 181
16________________________________________________________________ 193
Epílogo____________________________________________________________ 203
Créditos ___________________________________________________________ 210
Sinopsis
Aubrey Kendrick ha dedicado su vida a continuar con el legado
familiar. Su tiempo no es solo dinero, son millones. ¿Una adicta al trabajo?
Sí. Según su ex, está casada con su trabajo. ¿Su vida personal es aburrida?
Tal vez. ¿Su ático es bastante solitario? No hay tiempo para responder a
esa pregunta.
Landon es una distracción que ella no puede permitirse. Pero tal vez él
sea todo lo que ella necesita.
Prólogo
Charlie
Parecía la muerte.
Ojos enrojecidos e inyectados en sangre. Nariz mocosa. Mejillas
manchadas. Tenía esa cosa rara de la saliva en la que abría la boca y un
hilo de baba se extendía entre mi labio superior e inferior.
—Atractiva, Charlotte. —Una nueva oleada de lágrimas me inundó
hasta que mi mirada estuvo tan borrosa que no pude verme la cara en el
espejo del baño.
Nadie me llamaba Charlotte. No desde que era pequeña. Porque -según
mamá- a los cuatro años había declarado que odiaba el nombre Charlotte.
Odiar era un poco exagerado. No detestaba mi nombre. Simplemente
prefería Charlie. Lo había hecho desde el día en que un niño del
campamento local de mi ciudad natal, Lark Cove, Montana, me llamó
Charlie.
—¿Cuál era su nombre? —me pregunté en el espejo. ¿Roy? ¿Ray? A
lo mejor mamá se acordaba. Había pasado demasiado tiempo, y mi mente
no era la más aguda hoy.
Independientemente del nombre de aquel chico, nadie en mi vida me
llamaba Charlotte.
Excepto Dustin.
Me había llamado Charlotte desde nuestra primera cita hasta la última.
Hasta el día en que rompió mi corazón. Incluso mientras subía
frenéticamente la cremallera de sus jeans y rogaba por la oportunidad de
explicar por qué su polla había estado dentro de otra mujer, me llamó
Charlotte.
Charlie me quedaba mejor que Charlotte. Mi apodo era tan cómodo
como los jeans boyfriend y la camiseta vintage que me había puesto esta
mañana. Prefería las zapatillas a los tacones. La cerveza fría a los cócteles
de lujo. Hacía meses que no me cortaba el cabello y mi rutina de maquillaje
duraba menos de tres minutos.
Al menos, cuando lloraba, no había mucho que estuviera corriendo por
mi rostro, aparte del rímel que ahora estaba corrido debajo de mis pestañas.
—Bastardo —murmuré, limpiándome furiosamente para secarme la
cara—. Ugh.
Dustin no merecía mis lágrimas. Eso es lo que dijo mamá. Entonces,
¿por qué no podía hacer que se detuvieran?
—Charlie. —La voz de papá sonó desde afuera de la puerta del baño
mientras sus nudillos golpeaban la madera—. Vamos a salir en el barco.
¿Quieres venir?
—Ve sin mí —dije.
—¿Segura?
—Sí. —Mi voz se quebró.
—Bueno. —Hizo una pausa—. Te amo, cacahuete.
—Yo también te amo, papá. —Mi barbilla tembló mientras él
permanecía en el pasillo. Como un abrazo silencioso. Papá había estado
rondando cerca desde el desastre de Dustin.
Después de unos largos momentos, sus pasos se retiraron,
probablemente para reunir a Collin y Camila.
Antes que me escapara al baño para otro festival de llanto, mis
hermanos habían estado corriendo con mis primos en el patio.
Mi tía Aubrey y mi tío Landon estaban de visita desde Nueva York
con sus dos hijos, Greyson y Bodie. Toda nuestra familia se había reunido
en Lark Cove durante una semana.
Era mi primer viaje a casa en meses. Debería estar riendo y feliz,
disfrutando de cada minuto con las personas que más amaba, no
lloriqueando cada hora en punto.
—Apestas, Dustin Lewis. —Estaba arruinando mis vacaciones.
Mi plan era pasar la semana en Lark Cove antes de volver a Bozeman
para una entrevista de trabajo. Acababa de graduarme en el estado de
Montana el mes pasado con mi título en marketing empresarial. En mi
último año había hecho prácticas en una empresa tecnológica y mi
supervisor esperaba que aceptara un puesto vacante de analista comercial.
La entrevista era para el show, el trabajo era mío si lo quería.
¿Lo quería? Ciertamente no era el trabajo de mis sueños, no es que
tuviera un trabajo soñado en mente. En este punto, simplemente quería
tener un empleo. Y hasta ayer, quería trabajar en Bozeman.
Para Dustin.
Se había graduado en la MSU1 hace un año y había estado trabajando
para la empresa de gabinetes de su padre. Yo había diseñado todo mi futuro
en torno a él porque no tenía planes para salir de Bozeman.
¿Y ahora qué?
En menos de veinticuatro horas, había perdido a mi novio, mi casa y
mi gato.
¿Por qué no escuché a mis padres cuando me ofrecieron comprarme
una casa en Bozeman para la universidad? Había insistido en tener una
experiencia universitaria normal. Para forjar mi propio camino y ganar mi
propio dinero, como lo había hecho mamá cuando tenía mi edad.
En mi primer año de estudiante viví en los dormitorios. En mi segundo
y tercer año, había alquilado una casa barata con dos amigos. Luego, el
año pasado, Dustin me pidió que me mudara a su casa.
Dos años juntos y se acabó. Terminado. Destruido.
Dustin había estado muy ocupado en el trabajo últimamente,
demasiado ocupado para venir a Lark Cove esta semana. Sabiendo que no
lo vería por un tiempo, pasé por la tienda ayer para llevarle el almuerzo.
Pero en lugar de encontrarlo enterrado en papeleo, lo encontré enterrado
en la asistente de su padre.
La parte más triste de todo este calvario fue que no me tomó tiempo
empacar mis cosas. Para empacar la vida que había pensado que Dustin y
yo habíamos estado comenzando.
Horas, solo horas, después de encontrarlo follando con aquella mujer,
mi todoterreno estaba lleno de mis pertenencias e iba a toda velocidad por
la interestatal.
1
Midwestern State University.
¿Por qué no había agarrado al gato? Loki había sido la mascota de
Dustin, no la mía. Pero el gato me quería más.
Echaba de menos a mi gato.
Los pies resonaron fuera del baño, seguidos de risitas. Entonces una
puerta se cerró de golpe y la casa quedó en silencio.
Suspiré y agarré un fajo de papel higiénico, sonándome la nariz. Me
sequé los ojos por última vez y abrí la puerta, saliendo al pasillo.
El sonido de risas lejanas me atrajo hacia la larga pared de ventanas de
la parte trasera de la casa. Más allá de los cristales, el sol brillaba con
fuerza desde el claro cielo azul. Sus rayos reflejaban las ondas del lago,
haciéndolas brillar como estrellas.
Cuando abrí la puerta corrediza y salí a la cubierta, el ruido del motor
de un barco llenó el aire.
Papá estaba al volante. Detrás de él había un grupo de niños sonrientes
y risueños. El tío Landon estaba desatando las últimas cuerdas atadas al
muelle. Mamá estaba de pie en la proa, con los ojos dirigidos hacia mí.
Levantó el brazo en señal de saludo y me lanzó un beso.
Soplé uno de vuelta.
Apoyando los codos en la barandilla de cubierta, vi cómo Landon
subía y papá se alejaba del muelle, girando lentamente en círculos antes
de pisar el acelerador. La lancha wakesurf tenía todas las características de
gama alta disponibles, incluido un sistema de lastre y sonido envolvente.
También tenía otros tres barcos en nuestro muelle privado, pero ese era su
nuevo juguete.
El motor tronó cuando aumentaron la velocidad, el elegante casco
cortando una línea en el agua mientras aceleraban a través de la bahía.
Cuando se perdieron de vista, saqué mi teléfono de mi bolsillo.
Ningún mensaje. Ni llamadas perdidas. Ni una palabra de Dustin.
Para ser un hombre que prometió hacer las cosas bien, reconquistarme,
suplicarme si era necesario, había estado terriblemente callado desde que
me fui ayer.
—Imbécil —murmuré.
—Sí. Sí, lo es.
Mi cabeza se movió por encima de mi hombro cuando la tía Aubrey
entró en la terraza.
—Oh, hola. Pensé que estaba sola.
—¿Quieres estar sola?
Sí. No.
—No quiero que nadie me vea llorar. —Eso enfurecía a mamá, y cada
vez que papá veía una lágrima, sus cejas se juntaban en una mirada de
preocupación.
—No me importa si lloras, Charlie. —Los ojos marrones de Aubrey se
suavizaron.
—Lo sé. —Suspiré mientras otra oleada de lágrimas se abalanzaba
sobre mí—. Es que... ugh.
—Él se lo pierde —dijo, caminando hacia un par de tumbonas en la
terraza.
—Verdad. —La seguí, sentándome a su lado y dejando que el sol de
la tarde me secara las mejillas.
Aubrey me sonrió antes de quitarse las gafas de sol del cabello y
protegerse los ojos.
La gente siempre decía que Aubrey y yo nos parecíamos. Teníamos el
mismo cabello oscuro. La misma nariz. La misma inclinación del labio
superior. Aubrey era preciosa, por dentro y por fuera, y aparte de mamá,
si pudiera elegir a cuál mujer parecerme, sería ella.
—Me alegro que estés aquí. —Me dio una palmadita en el brazo—.
Incluso dadas las circunstancias, me alegro de verte.
—Yo también me alegro de verte. Y me alegro de estar en casa.
Lark Cove siempre sería mi hogar.
Si había un lugar en el mundo para reparar un corazón roto, era aquí,
en mi ciudad natal, a orillas del lago Flathead.
La casa de mis padres se erguía orgullosa en la orilla. El techo alto e
inclinado y la plétora de ventanas brindaban una vista impresionante de
esta parte del lago. Rodeada de imponentes árboles de hoja perenne, era
un pedazo de paraíso. La casa era una de las más caras de la zona, pero
para mí era simplemente mi hogar.
A pesar de la riqueza de mi familia, mamá siempre se había esforzado
por mantenernos con los pies en la tierra. En lugar de colgar cuadros
famosos, ponía sus propias obras en las paredes. Sus acuarelas y lienzos
se mezclaban con fotos de nuestra familia. Los libros de las estanterías del
salón no estaban allí para decorar, sino para leer. Los libros de bolsillo
hechos jirones de mamá y papá se mezclaban con novelas juveniles y
nuestros libros infantiles favoritos de cuando éramos pequeños.
Los zócalos estaban arañados por el monopatín de Collin. Camila
había heredado el talento artístico de mamá y una noche, mientras pintaba
frente al televisor, dejó caer una mancha de acrílico naranja sobre la
alfombra. Por más que fregó, la mancha no se quitó.
Mi habitación estaba igual que antes de mudarme a los dieciocho años,
con recuerdos y chucherías esparcidos por mis estanterías. El ramillete
seco del baile de graduación. Una tarjeta de cumpleaños de mi abuela,
Hazel. La colección de llaveros baratos que había recogido en las
vacaciones familiares por todo el mundo.
El estudio de arte de mamá, un viejo cobertizo, estaba al lado del
garaje. Y a lo lejos, entre un grupo de árboles, estaba la casa de árbol que
había construido de niña. Mi escondite del mundo.
Esconderse parecía una buena idea en ese momento.
—¿Quieres hablar de ello? —preguntó Aubrey.
—No lo sé. —Mi interior era un caos. Aparte de darles a mamá y a
papá los detalles sucios, había pasado la mayor parte del tiempo desde
entonces llorando. Quizás hablar de ello fuera la solución—. Tengo todas
estas preguntas —dije—. ¿Cómo no lo vi venir? ¿Cómo no supe que me
engañaba? ¿Cuánto tiempo estuvo jodiendo a mis espaldas?
En su avalancha de excusas de ayer, Dustin había prometido que era
un error de juicio de una sola vez. Había jurado que no volvería a suceder.
Y me rogó que no se lo dijera a nadie.
Me rogó que no se lo dijera a mi familia.
Tal vez porque le preocupaba que lo odiaran para siempre. Que
perdería el favor de papá.
—¿Crees que estaba conmigo porque papá es rico? —Era la pregunta
que no había sido capaz de hacer. Probablemente porque en el fondo, sabía
la respuesta desde hacía dos años.
A Dustin siempre le había fascinado la riqueza de mi familia, tanto que
había hecho su proyecto de investigación final sobre la Fundación
Kendrick, que incluía una entrevista con papá. El año pasado, cuando
Aubrey salió en la portada de Forbes, compró más ejemplares para
regalárselos a sus amigos, asegurándose que todos supieran que era mi tía.
Yo lo había considerado normal, como un novio que se interesaba por
la herencia de su novia. Pero quizás siempre había sido por el dinero.
—¿Qué te parece? —preguntó Aubrey.
—Sí —admití—. Creo que eso fue parte de ello.
—Ojalá pudiera decirte que todas las personas que conozcas mirarán
más allá del dinero.
Pero no lo harían.
Aubrey no necesitaba explicarlo. Lo había visto de primera mano en
la universidad.
Mi padre era el exitoso Logan Kendrick. Mis amigos, o aquellos que
creía que eran amigos, me trataron de manera diferente una vez que
descubrieron quién era yo. En lugar de compartir la cuenta en un
restaurante, me pedían que pagara la cuenta. Me pedían que los llevara en
mi auto a todos los sitios porque yo podía pagar la gasolina. Me invitaban
a fiestas de cumpleaños de gente que apenas conocía porque pensaban que
yo llevaría un regalo elegante.
Dustin había sido diferente, o eso creía. Él había pagado nuestras citas.
Él había sido la persona que compraba los regalos caros. Cuando insistí en
cubrir la mitad del alquiler, dudó hasta que lo molesté lo suficiente como
para que finalmente cediera.
¿Y si eso hubiera sido un espectáculo, una forma de colarse en la vida
de mi padre? ¿Y si las innumerables veces que había dicho te amo habían
sido mentira?
¿Y si todo lo que había significado para él era la promesa de una futura
fortuna?
Cada pregunta sin respuesta agravaba el dolor.
—¿Alguna vez te han roto el corazón? —le pregunté a Aubrey.
—Sí.
—¿Qué hiciste para que dejara de doler?
—No hay nada que hacer más que darle tiempo. El dolor pasará. Te lo
prometo. —Desvió la mirada hacia el lago.
La lancha de papá zumbaba al otro lado de la bahía. Detrás estaba el
tubo que transportaba a los dos niños de Aubrey. Papá hizo un giro y
obligó al tubo a cruzar la estela. Rebotó y patinó hasta que se enganchó en
un borde y se inclinó hacia un lado, lanzando a sus ocupantes al agua.
Incluso a esta distancia, podíamos oír sus risas y vítores mientras
esperaban a que la lancha los recogiera.
Aubrey se rio.
—Les encanta estar aquí.
Sonreí hacia mis primos, la primera sonrisa real de hoy.
—Te encontrará cuando lo necesites —dijo.
—¿Qué?
—El amor.
No. No, gracias. La soltería sonaba como un muy buen plan para mí.
—Tu corazón sanará —dijo.
—¿Cuándo? —Porque Dios, dolía.
Dustin nunca había sido perfecto, pero había sido mío. Cuando había
imaginado el futuro, él había estado a mi lado. Y ahora... tal vez lo que
más dolía era que esos sueños se habían ido. Borrados como si nunca
hubieran existido.
—No lo sé, Charlie. Pero hay algo que tu tío Landon me enseñó.
Sucederá cuando tenga que suceder. No hay reloj. —Aubrey tocó el
diamante de su alianza—. El amor es atemporal.
1
Aubrey
NUEVE AÑOS ANTES. . .
2 Monday Night Football (abreviado como MNF y también conocido como ESPN Monday Night Football on ABC en las transmisiones simultáneas) es una
transmisión de televisión en vivo estadounidense de los juegos de los lunes por la noche de la National Football League (NFL) que se hace actualmente por ESPN, ABC
(juegos seleccionados), ESPN2 (transmisión alternativa de —Manningcast—) y ESPN+ en los Estados Unidos.
El ascensor llegó al garaje y Wilson salió primero, mirando en ambas
direcciones antes de acompañarnos a un lujoso todoterreno. No era de los
que se encuentran en los concesionarios. La pintura negra y los cristales
tintados brillaban bajo las luces del garaje. Los neumáticos parecían recién
pulidos.
Un hombre conocido saltó del lado del conductor para abrir la puerta
trasera.
—Glen, ¿verdad? —Lo reconocí de cuando trabajaba para Sofia—.
Encantado de verte de nuevo.
—Oficial McClellan. Igualmente. Señorita Kendrick. —Le hizo una
leve reverencia a Aubrey—. ¿A dónde esta noche?
—Pregúntele a él. —Soltó su mano de la mía para deslizarse en el
asiento trasero—. Dijo algo sobre fútbol, y lo desconecté.
Me reí, sacudiendo la cabeza.
—¿Sabes dónde está Old Irish? —le pregunté a Glen.
—Sí, señor.
—Landon —corregí—. Solo Landon.
Glen asintió, esperando a que me deslizara junto a Aubrey antes de
cerrar la puerta.
Wilson se subió al asiento delantero y, aunque una parte de mí quería
decirle que podía estar fuera de servicio esta noche, que yo me aseguraría
que Aubrey estuviera a salvo, sabía lo que era estar en su situación.
Le pagaban -y probablemente le pagaban bien- por ser su sombra.
Dejaría que el hombre hiciera su trabajo.
Rodamos en silencio mientras Glen nos llevaba a Old Irish. Aubrey
tenía las manos sobre el regazo, pero eran tan tentadoras que le robé una,
sosteniéndola en mi muslo hasta que estuvimos estacionados afuera del
bar.
—Wilson, no hace falta que entres —dijo Aubrey—. Estoy segura que
el agente McClellan me mantendrá fuera de peligro.
Wilson salió del todoterreno de todos modos y abrió la puerta. Buen
hombre.
—Cualquiera diría que estoy al mando —murmuró Aubrey, ganándose
una risa tranquila de Glen detrás del volante.
—Llame cuando esté lista, señorita Kendrick —dijo.
—Gracias.
Le indiqué el camino, tendiéndole una mano para ayudarla a subir a la
acera. Entonces tiré de ella detrás de mí hacia el bar.
El ruido era como chocar contra una pared y apreté mi agarre,
arrastrando los pies entre las mesas hasta que vi un reservado vacío en la
esquina más alejada.
La ayudé a quitarse el abrigo, luego la dejé elegir un lado antes de
tomar el opuesto.
—¿Monday Night Football? —Señaló los televisores, todos
sintonizados con el partido de esta noche—. No sé nada de fútbol.
—Eso cambiará. Dame tiempo.
Estudió mi rostro de nuevo, como lo había hecho en el ascensor.
Antes de que pudiera preguntarle qué estaba buscando, apareció
nuestra camarera, dejando dos vasos de agua helada y los menús.
Los menús no tenían sentido. La camarera rondaba, masticando
impacientemente su chicle.
—¿Qué vas a pedir?
—Brooklyn Lager —dije—. Pescado y patatas fritas.
Aubrey se encogió de hombros.
—Tomaré lo mismo.
—¿Me haces un favor? —le pedí a la camarera, señalando a Wilson,
que estaba de guardia junto a la puerta—. Asegúrate que el tipo del traje
cene. Ponlo en mi cuenta.
La camarera recogió los menús, dio unos golpecitos en la mesa para
agradecer mi petición y desapareció entre la multitud.
Aubrey miró a su alrededor, bebiendo un sorbo de agua. Su teléfono
debe haber vibrado en su bolsillo porque lo sacó, leyendo la pantalla. Sus
cejas se juntaron y lo desbloqueó, con sus dedos volando.
La observé, me encantó cómo movía la boca al teclear, como si
pronunciara en silencio las palabras que aparecían en la pantalla.
La camarera trajo nuestras cervezas y Aubrey todavía estaba
escribiendo, así que tomé un sorbo, más contento de mirarla a ella que al
juego.
Tenía un aspecto pulido y perfecto. Probablemente era la persona más
elegante que se había sentado en este reservado. No había nadie en el bar
que tuviera su gracia y aplomo. Pero aunque se había opuesto al taxi, ni
una sola vez había levantado la barbilla o arrugado la nariz en los minutos
que llevábamos aquí.
Aubrey agarró su cerveza y bebió un sorbo antes de terminar lo que
estaba escribiendo. Luego suspiró y dejó el teléfono sobre la mesa,
levantando la vista para encontrarse con mi mirada.
—Lo siento.
—¿Por qué te disculpas?
—Por trabajar cuando se supone que debemos estar en una cita.
—Mira. —Apoyé los codos en la mesa—. Entiendo que no tienes un
trabajo que termina cuando sales de la oficina. Mi trabajo tampoco es
siempre predecible. Tengo horas locas y recibo llamadas de última hora.
Así que, ¿qué tal si ahora mismo establecemos una norma básica: no tienes
que sentirte culpable por enviar un correo electrónico o hacer una llamada?
No necesito disculpas. Haz lo que tengas que hacer.
La camarera eligió ese momento para aparecer con dos cestas rojas de
plástico forradas con papel de seda a cuadros y humeantes con pescado y
patatas fritas. Las dejó y sacó de su delantal dos cubiertos enrollados en
servilletas.
—¿Algo más?
—Se ve muy bien. Gracias.
—Llámame si quieres otra ronda.
Asentí, alcanzando la botella de ketchup que había en el estante junto
al dispensador de servilletas de la mesa, dispuesto a servirme, pero cuando
miré a Aubrey, ella me estaba mirando de nuevo, sus ojos evaluadores y
su cabeza inclinada hacia un lado.
—¿Qué? Sigues mirándome así.
Sacudió la cabeza.
—Supongo... Supongo que solo estoy tratando de descifrarte.
—¿Quieres ayuda? —Si necesitaba saber quién era, se lo diría.
—No. —Una hermosa sonrisa se dibujó en esos labios perfectos—.
Creo que prefiero descubrirlo yo misma. Me gusta más así.
Sonreí. Yo también.
11
Aubrey
Acababa de comer una patata frita cuando un grupo de hombres
apareció junto a nuestra mesa.
—McClellan. —Un hombre negro con una amplia sonrisa le dio una
palmada en el hombro a Landon—. Ahora entiendo por qué no me has
devuelto el mensaje.
Landon se rio entre dientes y le estrechó la mano.
—Sabes mucho más de fútbol que ella, Baldwin. Pero Aubrey es
mucho más guapa.
Baldwin extendió una mano en mi dirección.
—Bo Baldwin.
—Aubrey Kendrick. —Le devolví el apretón y luego hice lo mismo
con el resto de los hombres mientras Landon recitaba sus nombres.
—Rodgers. Smith. Mikey.
—Encantado de conocerlos —dije.
—Les agradezco que hayan pasado por aquí. —Landon señaló hacia
la puerta—. Ahora váyanse.
—Las mesas están bastante llenas. —Mikey miró alrededor de la
habitación, y luego al espacio a ambos lados de nosotros en el reservado.
—No. —Landon negó con la cabeza—. No va a pasar. Además, creo
que ese grupo de la esquina está a punto de irse.
—¿Miedo de lo que diremos? —Baldwin bromeó.
—Sí. —Landon se rio entre dientes—. Finalmente accedió a cenar
conmigo. No dejaré que ustedes, payasos, lo arruinen.
—Sí, sí. —Mikey le hizo un gesto a Landon para que se calmara—.
Saldremos del medio. Pero teníamos que parar y echarte mierda por
abandonarnos esta noche. Nos vemos mañana.
Landon asintió.
—Nos vemos.
Los cuatro hombres me saludaron con la cabeza antes de deambular
entre la multitud en busca de una mesa.
—¿Mikey trabaja contigo? —le pregunté a Landon.
—Lo hace. Baldwin y yo estuvimos juntos en la academia. Rodgers y
Smith también están en el cuerpo. Tratamos de encontrarnos cada mes más
o menos. Tomar una cerveza. Ver un juego.
—Podrías haber ido con ellos esta noche.
Clavó sus ojos en los míos.
—Prefiero estar contigo.
Bajé la mirada a mi cesta, recogiendo otra patata frita. Fue la
honestidad lo que me convenció. Cada vez que esperaba que Landon
hiciera una cosa o dijera otra, me sorprendía. Me había pillado
desprevenida más de una vez esta noche.
En el ascensor, cuando me agarró de la mano, solo por el hecho de
sujetarla. Cuando tuve que devolver un correo electrónico sobre la
demanda por despido injustificado que estábamos peleando. Cuando me
dijo que estaba preocupado.
La voluntad de Landon de ir a esta boda era tan entrañable como útil.
No tenía ninguna duda que estaría increíble en un esmoquin. Pero maldita
sea, también me gustaba con esa gorra de los Yankees. Hoy no se había
afeitado y tenía la mandíbula cubierta de barba. Combinado con la gorra,
le daba un aire desenfadado y sexy que no esperaba que me gustara tanto.
Todos los hombres con los que había salido en los últimos años
pertenecían al mundo empresarial. Trajes. Zapatos brillantes. Maletines y
relojes Rolex.
Un tipo, Mitchell, que había sido gestor de fondos de cobertura, había
tenido más citas regulares en el spa que mi madre. Me había dejado
después de una gala, admitiendo que no le gustaba que yo estuviera bajo
un foco más brillante que el suyo.
Otro ex, Steven, que había trabajado como agente inmobiliario de
propiedades residenciales de lujo, ni siquiera había tenido un par de jeans.
Ni uno. Salió conmigo durante un mes antes de terminarlo porque aún no
quería presentárselo a mi padre. Si no era mi dedicación al trabajo lo que
alejaba a los hombres, era mi reticencia a dejar que me utilizaran como
trampolín para sus propias carreras.
Landon era tan... diferente. Terco, pero paciente. Insistente, pero
relajado.
¿No querría una mujer que pudiera prestarle más atención, una mujer
fácil y ligera? ¿Por qué yo? ¿Qué era lo que buscaba Landon?
Esas preguntas solo arruinarían nuestra cita. Esperarían hasta más
tarde.
—Así que querías dejar clara nuestra historia para la boda. ¿Cuál es
exactamente esta historia? —pregunté.
—No sé tú, pero yo soy fan de la verdad. Nos conocimos a través de
tu hermana después que la asaltaran. Tuve un puñado de citas con ella. Me
di cuenta que no había chispa y que estábamos mejor como amigos. Y un
día, decidí pasar por la oficina de su hermana por capricho. Lanzaste ese
descaro en mi dirección, y fue como un tiempo muerto. El reloj se detuvo.
A partir de ese momento, estaba perdido.
Guau. ¿Era esa su verdad? Mi corazón dio un vuelco.
Tuve la misma sensación el día que llegó por primera vez a Empresas
Kendrick, como si alguien hubiera presionado un botón de pausa.
—¿Esa historia te funciona? —preguntó.
Asentí.
—Bien. —Se rio entre—. No sabemos mucho el uno del otro. Será
mejor que lo cambiemos.
Sabía a qué sabía. Sabía que su colonia era el aroma más embriagador
de la tierra. Pero habría compañeros de trabajo en esta boda. Y no quería
que me hicieran preguntas cuyas respuestas aún no sabía.
—Probablemente —dije—. ¿Qué quieres saber?
—¿Encurtidos o pan con mantequilla?
—Eneldo. —Me reí—. ¿En serio? ¿Esa es tu pregunta?
—Parece importante si alguna vez voy a hacerte un sándwich de
jamón. —Landon sonrió—. Si estuvieras varada en una isla desierta y solo
pudieras llevarte tres pertenencias, ¿cuáles serían?
—Hmm. —Comí un trozo de mi pescado, dejando que el empanado y
el sabor se derritieran en mi boca—. Un cepillo, porque odio cuando mi
cabello está enredado. Un saco de dormir, porque tengo frío por la noche.
Y un encendedor, porque no como pescado crudo.
La sonrisa de Landon se ensanchó, sus hombros temblaban de risa
mientras masticaba.
—Tu turno. ¿Qué te llevarías?
—A ti.
—¿A mí?
Asintió, sus ojos bailando.
—A ti. Tendrás lo esencial. Y creo que podríamos pasarlo muy bien
juntos en una isla.
—Yo también lo creo. —Dios, era divertido coquetear. ¿Cuándo fue
la última vez que coqueteé abiertamente con un hombre? Ni siquiera Abel
y yo habíamos coqueteado realmente. Había una atracción mutua, pero no
nos habíamos divertido.
Landon era divertido. Me dolían las mejillas de sonreír.
—¿Por qué te hiciste policía? —le pregunté.
—Mi padre era policía. Crecí viéndolo vestirse con su uniforme. No
podía imaginarme vistiendo otra cosa que no fuera azul para ir a trabajar.
Fui un par de años a la universidad, sobre todo porque mi madre quería
eso para mí. Pero no era mi camino. Abandoné. Fui a la academia. Nunca
miré atrás.
—Eso me gusta —dije.
—¿Y qué hay de ti? ¿Siempre supiste que trabajarías para la empresa
de tu familia?
—Sí. Siempre me fascinó el negocio de mi papá. Los fines de semana
cuando tenía que trabajar, le rogaba que me llevara. Por la noche, hacía mi
tarea en su oficina en casa, solo para escucharlo cuando estaba hablando
por teléfono. En la escuela, cuando los maestros me preguntaban sobre mis
héroes, papá estaba en la parte superior de esa lista.
—Y no quieres defraudarlo. —Los ojos de Landon se suavizaron—.
Seguro que está orgulloso de ti, Aubrey.
—Eso espero —susurré—. Seguro que tu padre también está orgulloso
de ti.
Me dedicó una sonrisa triste.
—Me gusta pensar que sí. Murió. Hace unos dos años.
Jadeé.
—Lo siento mucho. No debería haber sacado el tema.
—Es parte de conocernos, cariño. No lo sientas. Murió un mes después
que mi madre. Cáncer de mama.
Me llevé la mano al corazón.
—Landon.
—Eran personas maravillosas. —Me dedicó otra sonrisa triste, luego
volvió su atención a su comida.
El ambiente en el reservado cambió, de alegre a sombrío.
Papá siempre me había dicho que leyera la habitación. Que midiera el
tono, la tensión, antes de abrir la boca.
Tal vez fuera una tontería, pero si nos estábamos conociendo, si el
ambiente ya se había calentado, quería acabar de una vez con la siguiente
parte.
—Hemos hablado de mi negocio, pero nunca del dinero.
La cara de Landon se levantó, sus ojos sosteniendo los míos.
—Ha sido un problema. En el pasado —dije—. Antes que esto vaya
más lejos, creo que merece la pena abordarlo.
—¿Crees que soy una cazafortunas?
—Yo, bueno... no. —Si estaba siendo honesta conmigo misma, la
respuesta era definitivamente no. No se parecía en nada a esos idiotas con
los que había salido. O los idiotas que habían estado con Sofia por su
propia fortuna. Entonces, ¿por qué preguntaba?
Maldita sea. ¿Por qué había sacado el tema? ¿Qué demonios me
pasaba? Tal vez la razón por la que mis relaciones siempre habían
fracasado no era por mi trabajo, sino por mí. Aquí estábamos, pasando un
buen rato, y entonces saqué el tema de sus padres antes de acusarlo de
quererme solo por mi dinero.
—Landon, yo...
—Mierda, Aubrey. Creo que pensé que había sido claro.
Esta era la parte de la cita en la que me dejaron. Otra vez.
—Lo siento...
—Sí. —Antes que pudiera terminar mi disculpa, me interrumpió—.
Estoy en esto por el dinero. Eres la única que puede permitirse sacarnos de
esa isla desierta.
Parpadeé mientras una sonrisa se dibujaba en su boca.
—Estás bromeando.
—Por supuesto que estoy bromeando. —Se rio—. Mira, entiendo lo
que dices. Y entiendo por qué lo dices. No tengo mucho que ofrecer. Soy
un hombre sencillo. Vivo en un estudio en Midtown East que tiene la mitad
del tamaño de tu oficina. Me gusta ver el Monday Night Football con mis
amigos y me encantaría ver a los Giants ganar el Super Bowl en mi vida.
Me enorgullezco mucho de mi trabajo, pero nunca me convertirá en un
hombre rico. No como la mayoría define la riqueza. Pero soy rico en
satisfacción. Eso es lo suficientemente bueno para mí.
Mi corazón. Siguió apretándolo.
—Creo que tal vez tienes más que ofrecer de lo que crees.
Suspiró.
—Esto se puso pesado.
—Pesado no siempre es malo.
—No, no lo es. —Me guiñó un ojo.
Me estaba enamorando de ese guiño.
—Cuéntame más sobre Montana —dijo—. Nunca he estado allí.
Pasamos el resto de la comida hablando de Montana y de otros lugares
a los que había viajado en los últimos años, sobre todo por trabajo. Landon
me contó sobre su lista de deseos de lugares para visitar, con Irlanda en la
parte superior de la lista y Lark Cove como la incorporación más reciente.
Mi teléfono seguía vibrando sobre la mesa. Era algo a lo que me había
acostumbrado, pero cada vez, contuve la respiración, esperando que él me
lanzara una mirada furiosa o me pidiera que la guardara.
—¿Quieres otra cerveza? —le pregunté cuando nuestras cestas
quedaron vacías salvo por unas pocas patatas fritas rezagadas.
—No. Tengo trabajo mañana. ¿Estás lista para salir? —Cuando asentí,
levantó la mano, indicándole a la camarera nuestra cuenta.
Alcancé mi bolso, pero él negó con la cabeza, sacando su billetera de
su bolsillo para dejar algo de dinero en efectivo sobre la mesa.
—Gracias por la cena.
—De nada. —Salió primero del reservado y se puso el abrigo. Y
cuando me levanté para hacer lo mismo, lo sostuvo mientras yo me lo
ponía y me ataba el cinturón a la cintura.
Todos sus amigos levantaron sus copas cuando pasamos por la barra
hacia la puerta.
Landon levantó la barbilla, dio las buenas noches y dejó que Wilson
sostuviera la puerta para que saliéramos a la noche.
—Glen está de camino —dijo Wilson, alejándose un paso para darnos
un poco de intimidad.
Me ajusté el abrigo con más fuerza, tratando de protegerme del frío.
—¿Quieres que te lleve?
—Iré andando. No está lejos.
—Bueno. ¿El sábado?
—El sábado. —Asintió, acercándose. Sus manos se acercaron a mi
cara. Una colocó un mechón de cabello detrás de mi oreja. La otra se
enganchó bajo mi barbilla, arrastrándome más cerca.
Por fin. Me puse de puntillas y cerré los ojos mientras esperaba su
boca.
Pero sus labios nunca rozaron los míos. Rozaron mi pómulo, dejando
un rastro de hormigueo hasta que susurró en mi oído.
—Buenas noches, Aubrey.
Luego se fue, dejándome mareada. Caminó por la acera, con las manos
en los bolsillos de su abrigo, con ese contoneo y aquella gorra sexy.
Sé real. ¿Era esto demasiado bueno para ser verdad? Lo observé hasta
que dobló una esquina y Glen se acercó a la acera.
Landon parecía demasiado bueno para ser verdad.
Probablemente lo era.
12
Landon
El portero del edificio de Aubrey se levantó de su escritorio cuando
entré en el vestíbulo.
—Buenas noches, señor.
—Landon McClellan —dije—. Estoy aquí por...
—Señorita Kendrick. —Asintió—. Lo está esperando.
El hombre hizo un gesto hacia los ascensores y me hizo pasar por
delante de su escritorio.
Mis zapatos resonaron en el piso de mármol brillante y, cuando me
paré junto al ascensor, el acero era tan transparente que podía ver mi reflejo
casi tan bien como en el espejo de mi casa.
Ajusté mi corbatín, asegurándome que estuviera derecho y en línea con
los botones de perla negra de mi camisa blanca. Pasé una mano por las
solapas de mi chaqueta y el abrigo que se había incluido con la bolsa del
esmoquin que un mensajero había dejado en mi apartamento esta mañana.
Este era el traje más caro que jamás había usado. El abrigo también.
El sastre que Aubrey me había enviado lo había ajustado perfectamente a
mis anchos hombros y bíceps. Los pantalones se estrechaban
perfectamente en mis tobillos. Los zapatos me apretaban un poco, pero los
calcetines de cachemira aliviaban el escozor.
Las puertas del ascensor se abrieron y entré, pulsando el botón del ático
e introduje un código de acceso, siguiendo las instrucciones de la asistente
de Aubrey.
Wynter había sido muy minuciosa en el correo electrónico que me
envió el lunes con instrucciones, no solo para el sastre, sino también sobre
cuándo y dónde debía recoger a Aubrey.
No estaba seguro de lo que iba a hacer falta para que Aubrey me
llamara ella misma, pero por lo visto no era una boda. Quizás la próxima
vez que viniera aquí sería una invitación susurrada de sus propios labios.
El edificio no estaba tan lejos de Empresas Kendrick, sin duda porque
Aubrey quería estar cerca del trabajo. Sus abundantes ventanas reflejaban
las luces de la ciudad. Era un estilo moderno, en lugar de algunos de los
edificios más históricos de la zona. Esta torre rezumaba opulencia y
elegancia, con un techo de dos pisos en el vestíbulo y luces colgantes que
parecían estrellas colgantes. Era exactamente lo que esperaba para Aubrey.
Alto. Elegante. Brillante.
La música del ascensor era un jazz suave, el saxofón canturreaba una
melodía perezosa. Un suave tintineo indicó que la cabina se había detenido
y las puertas se abrieron, no a un pasillo, sino directamente a su amplio
ático. Ventajas de poseer todo el piso.
Aubrey estaba de pie en la entrada, con el cabello oscuro ondulado en
cascada. Su maquillaje estaba ingeniosamente aplicado, sus labios teñidos
del mismo rojo intenso que su vestido.
El aire salió de mis pulmones.
—Maldita sea.
—Maldito seas tú también. —Sonrió y se acercó, su mano llegando a
mi abrigo—. Tiene buen aspecto, oficial McClellan.
—Está impresionante, señorita Kendrick.
El vestido se ajustaba a su torso, amoldándose a sus pechos, y se
sujetaba con dos tirantes finos que contrastaban maravillosamente con su
piel perfecta. La parte superior era casi como lencería, un corsé con forro
transparente entre las costuras. Pequeñas e intrincadas flores rojas
adornaban el material, de modo que un vestido que podría haber sido
escandaloso resultaba sofisticado y femenino.
La falda tenía la misma capa transparente, también adornada con
flores, pero debajo llevaba un forro de seda sólida que se balanceaba con
su cuerpo al moverse.
Aubrey no llevaba joyas, salvo unos pendientes de diamantes en forma
de araña que probablemente costaban más que mi salario anual.
Era la gracia y la elegancia, la riqueza personificada. Y esta noche, ella
era mía.
Ella me dio esa sonrisa sexy, sus ojos brillando, más oscuros esta
noche gracias al maquillaje. Luego agarró un abrigo de un gancho y me
dejó que se lo tendiera para que metiera los brazos en las mangas.
—¿Vamos?
—No. Todavía no. —Solo quería estar un segundo más a solas con ella
antes del espectáculo de la boda. Así que acerqué mis labios a su oreja,
enterrando mi nariz en su cabello para respirar ese dulce aroma. Y un toque
de limón.
Se inclinó hacia mi toque, tomando su propia inhalación larga, antes
de inclinarse hacia atrás para encontrarse con mi mirada.
—Guarda esa mirada para más tarde —dije, amando la lujuria que
brillaba en esos ojos—. O arruinaré tu maquillaje.
Aubrey se rio.
—¿Me lo prometes?
Me costó un gran esfuerzo considerable dar un paso atrás y evitar que
mi polla se pusiera dura como una piedra. Esta mujer estaba poniendo a
prueba los límites de mi autocontrol.
—Será mejor que nos vayamos.
—Glen está esperando para llevarnos. Le di la noche libre a Wilson.
No lo dijo, pero cuando le dije que no necesitaría que nos acompañara a la
boda, me lanzó una mirada de advertencia que creo que iba dirigida a ti.
Me reí y le tendí el brazo.
—Probablemente sí.
Aubrey enlazó su brazo con el mío y juntos nos dirigimos al ascensor,
entrando en la cabina. Pulsó el botón del primer piso y tecleó su código,
luego nos fuimos, bajando de las estrellas a la planta baja.
—El rojo es tu color —le dije, estudiando su reflejo en las puertas del
ascensor.
—Gracias. —Volvió a mirarme de pies a cabeza, se sonrojó y se
mordió el labio inferior.
Mierda, pero yo quería tomar ese labio entre mis propios dientes.
—No me lo pondrás fácil esta noche, ¿verdad?
—No. —Se rio cuando el ascensor se detuvo.
La llevé a la noche de diciembre donde Glen esperaba afuera junto a
su auto, con la puerta trasera abierta para que pudiéramos tomar asiento.
—Me disculparé de antemano por la cantidad de negocios que
probablemente se discutirán esta noche —dijo Aubrey mientras nos
dirigíamos hacia el Upper East Side—. Estoy segura que la mayoría de los
abogados del bufete de Abel estarán allí. Querrán hablar. Y es probable
que también estén algunos colegas.
—No hace falta que te disculpes. —Me estiré a través del asiento,
tomando su mano en la mía para entrelazar nuestros dedos.
Se disculpaba demasiado a menudo. Y siempre era por el trabajo. ¿Por
qué? ¿Esperaba que me molestara su devoción por su trabajo?
Seguramente. Probablemente porque imbéciles de su pasado, como Abel,
la habían hecho sentir culpable por trabajar.
Bueno, con el tiempo se daría cuenta que yo no era un hombre que
dejaría a una mujer por su éxito. Me importaba un carajo si ella ganaba
cien veces más dinero que yo en un año. No me importaba que trabajara
muchas horas.
Mi confianza no se basaba en superar a una mujer brillante.
Eso se lo tenía que agradecer a mis padres. Las horas de papá habían
sido erráticas en el mejor de los casos. Lo mismo me ocurría a mí. Y nunca,
ni una sola vez, había oído a mamá quejarse. Ella lo había apoyado, sin
esfuerzo. Y papá había hecho lo mismo por mamá.
Ella había tenido su propio negocio de limpieza, y mamá había
encontrado mucha alegría trabajando. Había hecho crecer su empresa, año
tras año, añadiendo empleados y servicios hasta que se convirtió en el
sostén de nuestra familia. Ella había sido una estrella.
Tal vez por eso papá se había derrumbado después de su muerte.
Mamá había sido su ancla. Sin ella, había quedado a la deriva.
Aubrey probablemente no necesitaba un ancla. No era impulsiva ni
impredecible. Pero quizás lo que necesitaba era un puerto seguro. Un
hombre dispuesto a estar ahí cuando ella entrara por la puerta cada noche.
Un hombre que nunca intentara desinflar sus velas.
Su mano se movió nerviosamente en la mía mientras Glen disminuía
la velocidad, metiéndose en una fila de autos. Uno por uno, avanzamos
poco a poco mientras los conductores de adelante dejaban a sus pasajeros.
Hasta que llegó nuestro turno.
Abrí la puerta, agarré a Aubrey de la mano para ayudarla a salir, luego
le di mi brazo nuevamente, acompañándola dentro de The Pierre.
Seguimos la fila de gente por el mármol a cuadros blancos y negros hasta
la segunda planta, donde nos filtramos en un salón de baile repleto de
conversaciones.
El hotel tenía hermosas vistas de Central Park durante el día, pero para
una boda nocturna en invierno, habían traído las vistas al interior. La sala
estaba adornada con flores en todas direcciones, incluso arreglos que
colgaban del techo. Las velas añadían ambiente a las lámparas de araña,
iluminando la estancia con un cálido resplandor. Además de una pista de
baile abierta, el espacio estaba repleto de mesas cubiertas con manteles
blancos y ramos de flores blancas y verdes.
Los camareros con bandejas de champán servían a hombres vestidos
con esmóquines negros similares y a mujeres con vestidos de gala de todos
los tonos. La ceremonia había tenido lugar ese mismo día, al parecer en la
iglesia de la novia, así que esta noche solo sería la recepción. Pero habían
invitado a lo que parecía cada miembro de la élite de la ciudad.
—Aubrey. —Acabábamos de dejar nuestros abrigos y apenas
entramos al salón de baile cuando un hombre mayor se acercó.
—Hola, William. —Se inclinó para que él pudiera presionar su mejilla
contra la suya—. Deja que te presente a Landon McClellan. Landon, este
es William Abergel.
—Un placer —dije, extendiendo mi mano.
Me rechazó casi de inmediato, acercándose a Aubrey y bajando la voz.
—Necesito algo de tiempo el lunes para discutir algunos asuntos.
—De acuerdo. —Ella asintió—. ¿Algo urgente?
—No. Pero tenía intención de llamarte ayer y se me fue el día. Ya sabes
cómo es.
Ella asintió.
—Lo sé.
—Creo que estamos sentados en la misma mesa. Te dejaré conseguir
un poco de champán. Nos pondremos al día más tarde.
—De acuerdo. —Sonrió pero no le llegó a los ojos.
—Encantado de conocerte —me dijo William, y luego pasó junto a
nosotros para hablar con otra persona.
—Es uno de nuestros abogados —me dijo.
—El enemigo —me burlé, haciéndole señas a un camarero para que
trajera dos copas de champán.
Aubrey apenas había bebido un sorbo cuando la siguiente persona
corrió a su lado.
Una tras otra, las personas se agolpaban a su lado, disputándose su
atención. Hice todo lo posible por recordar sus nombres, simplemente
porque esas personas formaban parte del mundo de Aubrey.
Yo también.
O… quería estar.
—Aquí nos sentamos. —Aubrey señaló una mesa donde William ya
estaba sentado junto a una mujer de cabello rubio canoso.
El resto de las sillas también estaban ocupadas, algunas caras me
resultaban familiares y todas las expresiones demasiado serias para una
recepción de boda.
Tomé la mano de Aubrey, llevándola hasta allí y le tendí la silla para
que tomara asiento. Tal vez fuera un tonto por no estar nervioso, pero
cuando tomé mi propia silla, me relajé en el cojín, contemplando a la
hermosa mujer que tenía a mi lado.
Estaba tan claro como las copas de agua cristalina que yo estaba fuera
de lugar. No solo aquí, en The Pierre, sino en su edificio. Como les había
dicho a los chicos, ella estaba fuera de mi maldita liga.
Pero alguien tendría que arrancarme de esta silla para que me fuera de
su lado.
Con el tiempo, me acostumbraría a esta multitud, ¿verdad? Demonios,
incluso si no lo hiciera, ¿a quién le importaba? Mientras tuviera a Aubrey,
soportaría los desaires pretenciosos.
Tal y como Aubrey esperaba, la conversación en nuestra mesa giró
rápidamente hacia los negocios. Hizo todo lo posible por alejarla del
trabajo, pero los demás eran implacables. Incluso cuando Abel y su nueva
novia entraron en la sala, ganándose una ronda de aplausos de pie mientras
se dirigían a la mesa principal, la conversación volvió inmediatamente al
trabajo una vez que volvimos a nuestros asientos.
—Lo siento. —Aubrey suspiró mientras se servía el primer plato.
—¿Qué te dije sobre las disculpas? —Me incliné y le di un beso en la
mejilla. Luego cené observando cómo Aubrey se enfadaba cada vez más
cuando los hombres de la mesa hablaban de oportunidades de inversión,
de nuevos proyectos inmobiliarios o de ¿Te enteraste de eso?
Finalmente, se ganó un respiro cuando empezaron los brindis,
seguidos del primer baile de los recién casados. Cuando el cantante de la
banda en directo dio la bienvenida a la pista a otras parejas, no
desaproveché la oportunidad de sacarla de aquella silla.
—Si nos disculpan. —Me levanté, apartando la silla de Aubrey—. Voy
a bailar con mi preciosa cita.
Tomó mi mano y me dejó llevarla a la pista y tomarla entre mis brazos.
—¿Ya te aburriste?
Me reí.
—¿Contigo? Nunca.
—Yo...
—No te disculpes, Aubrey. —La sostuve más cerca, hasta que no
quedó ni un centímetro de espacio entre nosotros.
Era peligroso. Sin duda ella podía sentir cuánto la deseaba. Pero por
encima de su cabeza, vi a Abel.
Sus ojos apuntaban a la pista de baile. Sus ojos estaban puestos en
Aubrey. Imbécil.
A lo mejor se arrepentía de haberla dejado ir, incluso en el maldito día
de su boda. No tenía idea de quién era su novia, pero en cuanto a las
mujeres de la sala, ninguna tenía la belleza de Aubrey.
Me incliné más hacia ella, besándole la sien, y luego le di la espalda a
Abel, ocultándola de su vista.
—Gracias por venir conmigo —dijo, con una sonrisa iluminando su
rostro.
Sin duda, cada vez que pasara por The Pierre de nuevo, la vería así.
Vestido rojo. Ojos bonitos. Una sonrisa, solo para mí.
—De nada, nena.
—Eres un gran novio falso.
Dejé de bailar, esperando a que volviera la cara. Esperando a que
tuviera sus ojos pegados a los míos.
—Esto nunca ha sido falso, cariño.
Volvió a morderse el labio inferior.
—¿Cómo te sientes acerca del pastel de bodas?
—Depende de cómo te sientas acerca del pastel de bodas. Si te gusta
lo suficiente como para quedarte y comer un pedazo, entonces me gusta el
pastel. Si estás pensando en irnos de aquí y nos lo saltemos, entonces no
me gusta el pastel.
Su sonrisa se ensanchó.
—Odio el pastel de bodas.
13
Aubrey
Para el momento en que llegamos al frente de mi edificio, todo mi
cuerpo temblaba de deseo. Semanas de juegos previos que culminaron en
ese baile. Deseaba a Landon más de lo que necesitaba respirar.
Abrió la puerta de la camioneta antes que nos detuviéramos por
completo, luego su mano agarró la mía mientras me arrastraba por la acera
hacia las puertas del vestíbulo.
Sonreí, amando que él tuviera tanta prisa por subir las escaleras como
yo.
—Buenas noches, señorita Kendrick. —El portero era nuevo en el
edificio desde esta semana y quería saber su nombre. Tendría que esperar
hasta más tarde.
Landon no aminoró su paso por el vestíbulo, directo hacia el ascensor.
Pulsó el botón y, cuando las puertas se abrieron, se movió tan rápido que
casi me da un latigazo.
Su mano soltó la mía para poder abrazarme y me levantó contra su
fuerte cuerpo mientras me llevaba dentro. Me abrazó con fuerza, marcó el
código de mi planta y, en cuanto las puertas empezaron a cerrarse, su boca
aplastó la mía.
Gemí, abriéndome para él al instante. Su lengua recorrió mi labio
inferior antes de enredarse con la mía mientras lamía y chupaba. Su
urgencia coincidía con la mía. Nos besamos con frenesí, apenas respirando
mientras me aferraba a esos anchos hombros.
El ascensor se abrió. Sonó un tintineo por encima de mi cabeza. Pero
estaba tan perdida en Landon que apenas reconocía adónde íbamos. Lo
único que sentía eran sus latidos chocando contra los míos. Nos estábamos
moviendo. Sus zapatos resonaron en mi suelo.
Entonces apartó su boca y yo gemí, forzándome a abrir los ojos.
El ático. Ya estábamos en el ático.
—¿Habitación?
—A la izquierda —jadeé.
Se movió, llevándonos por un pasillo. Todo mientras mis pies flotaban
sobre el suelo, como si estuvieran flotando. Su agarre no decayó en ningún
momento mientras le daba indicaciones, atravesando los pasillos de mi
casa hasta que cruzó las puertas dobles de mi suite.
La habitación estaba a oscuras, pero los grandes ventanales dejaban
pasar la luz suficiente para que el espacio se tiñera en sombras grises y
tonos apagados. Más allá de los cristales, caía nieve y los copos reflejaban
las luces de la ciudad. Gracias a Dios por esa luz. Esta noche quería ver la
cara de Landon. Quería fijarme en cada sombra, en cada expresión,
mientras se deshacía.
Me puso de pie y se alejó un paso, entrecerrando los ojos mientras me
miraba. Pasaron tres segundos. Cuatro segundos. Mi corazón latía con
fuerza mientras él estaba allí y observaba.
—¿Qué? —¿Por qué no se movía? Necesitaba que me tocara. Que me
besara. Que me follara hasta dejarme sin sentido.
—Tú.
—¿Qué hay de mí? —Mi voz casi temblaba.
—Te perteneceré después de esto.
Se me cortó la respiración. Esa honestidad, esa cruda verdad. Nunca
decía lo que yo esperaba.
—¿Eso te preocupa?
—Ni un poco. —Torció un dedo, haciéndome señas para que me
acercara.
Me moví sobre piernas inestables, mis rodillas débiles, hasta que
estuve frente a él, con el cuello estirado para sostener su mirada.
Sus grandes manos se acercaron a mi rostro, apartando el cabello de
mis sienes.
—Aubrey.
Landon pronunció mi nombre de la misma forma que yo había deseado
a las estrellas cuando era pequeña.
Al unísono, nos quitamos los abrigos. Mis dedos fueron a los botones
de su chaqueta, liberándolos.
Sus ojos se ensombrecieron.
—Sigue adelante.
Mordí mi labio inferior para ocultar una sonrisa mientras mis manos
recorrían el plano de su pecho, moviéndose hacia sus hombros para apartar
la chaqueta. Luego tiré de su corbatín, aflojándolo de su cuello.
—Quítame la camisa. —Su voz áspera envió un escalofrío por mi
espalda.
Obedecí y fui soltando los botones hasta que saqué la camisa
almidonada del dobladillo de sus pantalones. Y tal como había hecho con
la chaqueta, subí por su pecho, esta vez mis palmas arrastrándose contra
su piel caliente, hasta que tiré la camisa al suelo, su ropa acumulándose
junto a nuestros pies.
—Quítate los zapatos —le dije, deseando arrodillarme y arrancarle los
pantalones de las piernas.
Landon negó con la cabeza, tomando mi barbilla en su mano. Esperó
hasta que comencé a retorcerme. Mierda, era excitante estar a su merced.
—Landon —le supliqué.
—Yo doy las órdenes, ¿sí?
Tragué fuerte.
—Sí.
La comisura de su boca se levantó en una sonrisa maliciosa mientras
se quitaba los zapatos.
Quería saborearlo, pero cuando hice ademán de arrodillarme, me
agarró con fuerza la barbilla y negó con la cabeza. Me enderecé. Y esperé
su siguiente orden.
En sus ojos brillaba la aprobación.
—Date la vuelta.
Obedecí. ¿Quién era yo? No era una mujer que recibiera bien las
órdenes. No era una mujer a la que le gustara ceder el control. Pero vino
tan naturalmente, esta rendición, que mi cabeza comenzó a dar vueltas.
Respiraba entrecortadamente, con los nervios a flor de piel.
Landon pasó las puntas de sus dedos por mi hombro. Un movimiento
y mi coño se apretó. Nunca en mi vida había estado tan excitada. Tan
desesperada por liberarme. Y apenas me había tocado.
¿Era ese el objetivo de esas llamadas? ¿Esos breves encuentros en mi
oficina? ¿El primer beso? ¿Todo este tiempo había estado trabajando para
llegar a este momento? La tensión me tenía tan tensa, como una goma
elástica a punto de romperse.
Los labios de Landon sustituyeron a sus dedos, su lengua dejó un rastro
húmedo en mi piel mientras sus manos se dirigían a la cremallera del
vestido, abriéndola centímetro a centímetro. Deslizó los tirantes,
dejándolas caer más allá de mi cintura.
Mis pezones se endurecieron, el aire frío corrió hacia mi piel
sobrecalentada.
Las manos de Landon llegaron a mi cabello, enredándose entre las
ondas. Empezó a tirar de los mechones, suavemente, pero con la suficiente
presión como para inclinar mi cabeza hacia atrás. Una mano sujetaba los
mechones mientras la otra se acercaba a mi cuero cabelludo, luego arrastró
la masa a través de su puño, una mano reemplazó a la otra una y otra vez,
como si estuviera creando una cola.
Luego la sujetó, enrollándola en un puño, mientras su otra mano se
deslizaba por mis costillas hasta mi vientre, subiendo por mi esternón y
desplazándose hasta ahuecar un pecho.
Me arqueé hacia él, sujeta por el cabello e incapaz de girar. ¿Me
gustaba? Sí. Era liberador, dejarse llevar.
Sus dedos rozaron un pezón, dándole un ligero pellizco que disparó
una oleada de deseo a mi núcleo. Su boca se aferró a mi cuello, chupando
y lamiendo hasta que todas las venas y arterias de mi cuerpo palpitaron.
Si esto era un juego previo, lo dejaría jugar conmigo por la eternidad.
—Landon. —Deslizó su mano hacia el otro seno, dándole un fuerte
pellizco a ese pezón—. Oh, Dios —siseé.
—¿Así? —Su risa profunda llenó mi oído mientras su mano bajaba por
mi vientre, ahuecando mi montículo.
Jadeé, ya me temblaban las piernas, cuando sus dedos se deslizaron
por debajo de mis bragas para recorrer mis pliegues.
—Estás empapada.
—Sí. —Me balanceé contra su mano, necesitando solo un poco más
de fricción.
—¿Cuánto cuestan estas bragas? —preguntó, pero no esperó a mi
respuesta antes de desplazarse hasta mi cadera, agarrar el encaje y
arrancarlo de mi cuerpo. Rompió el encaje como si fuera papel de seda.
Gemí.
Landon se acercó más, su erección presionando mi culo.
Alcancé detrás de mí, sintiéndolo. Si había estado duro el día en mi
oficina después de nuestro beso, esta noche, era de acero. Palmeé su
longitud, dejándolo presionarla en mi mano. Dios, quería tocarlo. Tomar
su polla con la mano, con la boca, y ver cómo se deshacía. Pero su agarre
en mi cabello se hizo más fuerte, un recordatorio silencioso que yo no tenía
el control.
Era desconcertante. Frustrante. Emocionante. Erótico.
—Esto te está volviendo loca, ¿verdad, nena? —Los labios de Landon
acariciaron el lóbulo de mi oreja mientras hablaba.
—Sí —admití.
—Aprenderás a adorarlo. —Sus dedos se deslizaron por mi abertura
una vez más, cubriéndose de mi humedad antes de rozar mi clítoris.
Jadeé cuando una onda recorrió mi cuerpo.
—Date la vuelta —ordenó, soltándome el cabello y, cuando giré, sus
brazos me rodearon y su boca selló la mía. Sus manos recorrieron mi piel
desnuda, tocando cada centímetro, moldeando cada curva. Su lengua
dibujó círculos perezosos contra la mía.
Era un tipo diferente de urgencia. No frenético o apresurado. Nos
besamos como si estuviéramos desesperados por memorizar los secretos
del otro.
Landon mantuvo sus labios sobre los míos mientras rebuscaba en su
bolsillo antes de bajarse la cremallera de los pantalones y tirarlos al suelo.
Su erección se balanceó libre, dura y gruesa entre nosotros, mientras me
levantaba de nuevo y me llevaba a la cama.
Me hundí en el colchón cuando su peso cayó sobre el mío,
acomodándose en el hueco de mis caderas.
Sus manos se acercaron a las mías, estirándolas y levantándolas por
encima de mi cabeza.
—No las muevas.
Apretando una almohada, vi cómo se cernía sobre mí, dejando caer
besos a lo largo de mis clavículas hasta que bajó para llevarse un pezón a
la boca.
Cerré los ojos, derritiéndome con el movimiento de su lengua. ¿Sabía
cuánto amaba esto? ¿Qué tan sensibles eran mis pezones y cuánto amaba
su boca caliente?
Landon se movió hacia el otro pecho, dándole el mismo tratamiento,
hasta que me retorcí debajo de él, desesperada por más.
Mis piernas se abrieron. Mi núcleo dolía. El sonido de un envoltorio
de condón rompiéndose llenó la habitación.
Su lengua recorrió mi piel, volvió a mi cuello, hasta que encontró mis
labios nuevamente. Entonces una mano se acercó a la mía, sujetándome
las muñecas, mientras la otra guiaba su polla, colocándola en mi entrada.
—Demonios, pero si eres preciosa. —Besó la comisura de mis
labios—. Mírame.
Abrí los ojos y lo miré mientras nos mecía lentamente hasta que se
enterró dentro de mí.
—Oh, mierda.
Oh, era grande. Mi cuerpo tardó un momento en estirarse a su
alrededor y relajarse. Entonces me invadió una oleada de placer, como si
me estuviera derritiendo.
—Estás tan apretada. —Soltó mis muñecas—. Voy a follarte duro,
nena.
—Sí —gemí.
—Aguanta.
Mis manos se dirigieron a sus hombros, pero no le gustó dónde las
había colocado, así que las volvió a colocar exactamente donde quería.
Entonces se relajó, solo para empujar. Duro, como prometió. Mi cuerpo
tembló, mis extremidades comenzaron a temblar.
—Una de estas veces, te voy a poner las esposas —murmuró.
Mi coño se apretó.
—Te gusta la idea, ¿verdad? —No me dejó responder. Salió de mí y
me penetró, robándome las palabras.
Nos juntó una y otra vez, con el sonido de nuestros cuerpos y nuestras
respiraciones entrecortadas llenando la habitación. Una serie de gemidos
incoherentes escaparon de mis labios. Estrellas blancas se deslizaron en
los bordes de mi visión hasta que cerré los ojos con fuerza.
—Todavía no. —Landon apretó los dientes mientras mis paredes
internas se agitaban—. No te corras.
—Necesito...
—No. Todavía no.
Abrí los ojos y lo fulminé con la mirada. Solo conseguí una sonrisa
sexy mientras seguía follándome. Apretaba la mandíbula mientras se
movía. Su cara era de granito mientras perseguía su propia liberación.
Era imposible tratar de contenerme cuando cada célula de mi cuerpo
se sentía como si se estuviera desmoronando. Mis uñas se clavaron en su
piel, mis dientes se hundieron en mi labio inferior.
Hasta que finalmente, mordió un pezón y susurró:
—Vente.
Me hice añicos.
Me rompí en mil pedacitos mientras gritaba su nombre. Mi cuerpo
temblaba, estremecimiento tras estremecimiento del orgasmo más largo e
increíble de mi vida. Mi núcleo palpitaba, apretándose a su alrededor
mientras empujaba más rápido.
—Aubrey —murmuró—. Maldito infierno. —Entonces enterró la cara
en mi cabello y gimió, cediendo a su propia liberación. Cada músculo de
su cuerpo tembló y se tensó mientras, tal como yo había esperado, las
ventanas dejaban entrar suficiente luz para iluminar el placer en su rostro.
El éxtasis absoluto.
Se desplomó sobre mí, con los brazos apretados. Nuestros cuerpos
estaban resbaladizos, pegajosos de sudor, mientras mi corazón latía con
fuerza y las réplicas palpitaban.
Landon rodó sobre su espalda y me empujó hacia él.
—Eso fue solo para aliviar la tensión.
Sonreí. Si quisiera repetir eso toda la noche, no me opondría.
Estaba flácida. Estaba en las nubes. Cuando Landon se levantó para
ocuparse del condón, apenas me moví. No hasta que volvió a la cama,
apartando las sábanas.
—Eres un mandón —murmuré mientras él se acostaba, colocándome
una vez más sobre su pecho—. Me gusta.
—Bien. Porque ni siquiera hemos arañado la superficie.
Me acurruqué más profundamente en su costado.
Apretó los labios contra mi cabello.
—Duerme, Aubrey.
Tarareé.
Y me dormí.
Corrección
ANYA
Diseño
ANJANA