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¡Importante!

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Contenido
¡Importante! _________________________________________________________ 3
Sinopsis _____________________________________________________________ 5
Prólogo _____________________________________________________________ 6
1__________________________________________________________________ 17
2__________________________________________________________________ 30
3__________________________________________________________________ 41
4__________________________________________________________________ 54
5__________________________________________________________________ 64
6__________________________________________________________________ 80
7__________________________________________________________________ 91
8_________________________________________________________________ 102
9_________________________________________________________________ 113
10________________________________________________________________ 125
11________________________________________________________________ 137
12________________________________________________________________ 147
13________________________________________________________________ 157
14________________________________________________________________ 171
15________________________________________________________________ 181
16________________________________________________________________ 193
Epílogo____________________________________________________________ 203
Créditos ___________________________________________________________ 210
Sinopsis
Aubrey Kendrick ha dedicado su vida a continuar con el legado
familiar. Su tiempo no es solo dinero, son millones. ¿Una adicta al trabajo?
Sí. Según su ex, está casada con su trabajo. ¿Su vida personal es aburrida?
Tal vez. ¿Su ático es bastante solitario? No hay tiempo para responder a
esa pregunta.

Demasiados hombres le han pedido que sacrifique su éxito para


apaciguar sus frágiles egos. Ella prefiere estar soltera que asfixiada.

Hasta que Landon McClellan entra en su oficina y cambia su vida. Es


tan exasperante como guapo. Él cree que la espontaneidad mantiene la
vida interesante y solo es feliz si la pone nerviosa.

Landon es una distracción que ella no puede permitirse. Pero tal vez él
sea todo lo que ella necesita.
Prólogo
Charlie
Parecía la muerte.
Ojos enrojecidos e inyectados en sangre. Nariz mocosa. Mejillas
manchadas. Tenía esa cosa rara de la saliva en la que abría la boca y un
hilo de baba se extendía entre mi labio superior e inferior.
—Atractiva, Charlotte. —Una nueva oleada de lágrimas me inundó
hasta que mi mirada estuvo tan borrosa que no pude verme la cara en el
espejo del baño.
Nadie me llamaba Charlotte. No desde que era pequeña. Porque -según
mamá- a los cuatro años había declarado que odiaba el nombre Charlotte.
Odiar era un poco exagerado. No detestaba mi nombre. Simplemente
prefería Charlie. Lo había hecho desde el día en que un niño del
campamento local de mi ciudad natal, Lark Cove, Montana, me llamó
Charlie.
—¿Cuál era su nombre? —me pregunté en el espejo. ¿Roy? ¿Ray? A
lo mejor mamá se acordaba. Había pasado demasiado tiempo, y mi mente
no era la más aguda hoy.
Independientemente del nombre de aquel chico, nadie en mi vida me
llamaba Charlotte.
Excepto Dustin.
Me había llamado Charlotte desde nuestra primera cita hasta la última.
Hasta el día en que rompió mi corazón. Incluso mientras subía
frenéticamente la cremallera de sus jeans y rogaba por la oportunidad de
explicar por qué su polla había estado dentro de otra mujer, me llamó
Charlotte.
Charlie me quedaba mejor que Charlotte. Mi apodo era tan cómodo
como los jeans boyfriend y la camiseta vintage que me había puesto esta
mañana. Prefería las zapatillas a los tacones. La cerveza fría a los cócteles
de lujo. Hacía meses que no me cortaba el cabello y mi rutina de maquillaje
duraba menos de tres minutos.
Al menos, cuando lloraba, no había mucho que estuviera corriendo por
mi rostro, aparte del rímel que ahora estaba corrido debajo de mis pestañas.
—Bastardo —murmuré, limpiándome furiosamente para secarme la
cara—. Ugh.
Dustin no merecía mis lágrimas. Eso es lo que dijo mamá. Entonces,
¿por qué no podía hacer que se detuvieran?
—Charlie. —La voz de papá sonó desde afuera de la puerta del baño
mientras sus nudillos golpeaban la madera—. Vamos a salir en el barco.
¿Quieres venir?
—Ve sin mí —dije.
—¿Segura?
—Sí. —Mi voz se quebró.
—Bueno. —Hizo una pausa—. Te amo, cacahuete.
—Yo también te amo, papá. —Mi barbilla tembló mientras él
permanecía en el pasillo. Como un abrazo silencioso. Papá había estado
rondando cerca desde el desastre de Dustin.
Después de unos largos momentos, sus pasos se retiraron,
probablemente para reunir a Collin y Camila.
Antes que me escapara al baño para otro festival de llanto, mis
hermanos habían estado corriendo con mis primos en el patio.
Mi tía Aubrey y mi tío Landon estaban de visita desde Nueva York
con sus dos hijos, Greyson y Bodie. Toda nuestra familia se había reunido
en Lark Cove durante una semana.
Era mi primer viaje a casa en meses. Debería estar riendo y feliz,
disfrutando de cada minuto con las personas que más amaba, no
lloriqueando cada hora en punto.
—Apestas, Dustin Lewis. —Estaba arruinando mis vacaciones.
Mi plan era pasar la semana en Lark Cove antes de volver a Bozeman
para una entrevista de trabajo. Acababa de graduarme en el estado de
Montana el mes pasado con mi título en marketing empresarial. En mi
último año había hecho prácticas en una empresa tecnológica y mi
supervisor esperaba que aceptara un puesto vacante de analista comercial.
La entrevista era para el show, el trabajo era mío si lo quería.
¿Lo quería? Ciertamente no era el trabajo de mis sueños, no es que
tuviera un trabajo soñado en mente. En este punto, simplemente quería
tener un empleo. Y hasta ayer, quería trabajar en Bozeman.
Para Dustin.
Se había graduado en la MSU1 hace un año y había estado trabajando
para la empresa de gabinetes de su padre. Yo había diseñado todo mi futuro
en torno a él porque no tenía planes para salir de Bozeman.
¿Y ahora qué?
En menos de veinticuatro horas, había perdido a mi novio, mi casa y
mi gato.
¿Por qué no escuché a mis padres cuando me ofrecieron comprarme
una casa en Bozeman para la universidad? Había insistido en tener una
experiencia universitaria normal. Para forjar mi propio camino y ganar mi
propio dinero, como lo había hecho mamá cuando tenía mi edad.
En mi primer año de estudiante viví en los dormitorios. En mi segundo
y tercer año, había alquilado una casa barata con dos amigos. Luego, el
año pasado, Dustin me pidió que me mudara a su casa.
Dos años juntos y se acabó. Terminado. Destruido.
Dustin había estado muy ocupado en el trabajo últimamente,
demasiado ocupado para venir a Lark Cove esta semana. Sabiendo que no
lo vería por un tiempo, pasé por la tienda ayer para llevarle el almuerzo.
Pero en lugar de encontrarlo enterrado en papeleo, lo encontré enterrado
en la asistente de su padre.
La parte más triste de todo este calvario fue que no me tomó tiempo
empacar mis cosas. Para empacar la vida que había pensado que Dustin y
yo habíamos estado comenzando.
Horas, solo horas, después de encontrarlo follando con aquella mujer,
mi todoterreno estaba lleno de mis pertenencias e iba a toda velocidad por
la interestatal.

1
Midwestern State University.
¿Por qué no había agarrado al gato? Loki había sido la mascota de
Dustin, no la mía. Pero el gato me quería más.
Echaba de menos a mi gato.
Los pies resonaron fuera del baño, seguidos de risitas. Entonces una
puerta se cerró de golpe y la casa quedó en silencio.
Suspiré y agarré un fajo de papel higiénico, sonándome la nariz. Me
sequé los ojos por última vez y abrí la puerta, saliendo al pasillo.
El sonido de risas lejanas me atrajo hacia la larga pared de ventanas de
la parte trasera de la casa. Más allá de los cristales, el sol brillaba con
fuerza desde el claro cielo azul. Sus rayos reflejaban las ondas del lago,
haciéndolas brillar como estrellas.
Cuando abrí la puerta corrediza y salí a la cubierta, el ruido del motor
de un barco llenó el aire.
Papá estaba al volante. Detrás de él había un grupo de niños sonrientes
y risueños. El tío Landon estaba desatando las últimas cuerdas atadas al
muelle. Mamá estaba de pie en la proa, con los ojos dirigidos hacia mí.
Levantó el brazo en señal de saludo y me lanzó un beso.
Soplé uno de vuelta.
Apoyando los codos en la barandilla de cubierta, vi cómo Landon
subía y papá se alejaba del muelle, girando lentamente en círculos antes
de pisar el acelerador. La lancha wakesurf tenía todas las características de
gama alta disponibles, incluido un sistema de lastre y sonido envolvente.
También tenía otros tres barcos en nuestro muelle privado, pero ese era su
nuevo juguete.
El motor tronó cuando aumentaron la velocidad, el elegante casco
cortando una línea en el agua mientras aceleraban a través de la bahía.
Cuando se perdieron de vista, saqué mi teléfono de mi bolsillo.
Ningún mensaje. Ni llamadas perdidas. Ni una palabra de Dustin.
Para ser un hombre que prometió hacer las cosas bien, reconquistarme,
suplicarme si era necesario, había estado terriblemente callado desde que
me fui ayer.
—Imbécil —murmuré.
—Sí. Sí, lo es.
Mi cabeza se movió por encima de mi hombro cuando la tía Aubrey
entró en la terraza.
—Oh, hola. Pensé que estaba sola.
—¿Quieres estar sola?
Sí. No.
—No quiero que nadie me vea llorar. —Eso enfurecía a mamá, y cada
vez que papá veía una lágrima, sus cejas se juntaban en una mirada de
preocupación.
—No me importa si lloras, Charlie. —Los ojos marrones de Aubrey se
suavizaron.
—Lo sé. —Suspiré mientras otra oleada de lágrimas se abalanzaba
sobre mí—. Es que... ugh.
—Él se lo pierde —dijo, caminando hacia un par de tumbonas en la
terraza.
—Verdad. —La seguí, sentándome a su lado y dejando que el sol de
la tarde me secara las mejillas.
Aubrey me sonrió antes de quitarse las gafas de sol del cabello y
protegerse los ojos.
La gente siempre decía que Aubrey y yo nos parecíamos. Teníamos el
mismo cabello oscuro. La misma nariz. La misma inclinación del labio
superior. Aubrey era preciosa, por dentro y por fuera, y aparte de mamá,
si pudiera elegir a cuál mujer parecerme, sería ella.
—Me alegro que estés aquí. —Me dio una palmadita en el brazo—.
Incluso dadas las circunstancias, me alegro de verte.
—Yo también me alegro de verte. Y me alegro de estar en casa.
Lark Cove siempre sería mi hogar.
Si había un lugar en el mundo para reparar un corazón roto, era aquí,
en mi ciudad natal, a orillas del lago Flathead.
La casa de mis padres se erguía orgullosa en la orilla. El techo alto e
inclinado y la plétora de ventanas brindaban una vista impresionante de
esta parte del lago. Rodeada de imponentes árboles de hoja perenne, era
un pedazo de paraíso. La casa era una de las más caras de la zona, pero
para mí era simplemente mi hogar.
A pesar de la riqueza de mi familia, mamá siempre se había esforzado
por mantenernos con los pies en la tierra. En lugar de colgar cuadros
famosos, ponía sus propias obras en las paredes. Sus acuarelas y lienzos
se mezclaban con fotos de nuestra familia. Los libros de las estanterías del
salón no estaban allí para decorar, sino para leer. Los libros de bolsillo
hechos jirones de mamá y papá se mezclaban con novelas juveniles y
nuestros libros infantiles favoritos de cuando éramos pequeños.
Los zócalos estaban arañados por el monopatín de Collin. Camila
había heredado el talento artístico de mamá y una noche, mientras pintaba
frente al televisor, dejó caer una mancha de acrílico naranja sobre la
alfombra. Por más que fregó, la mancha no se quitó.
Mi habitación estaba igual que antes de mudarme a los dieciocho años,
con recuerdos y chucherías esparcidos por mis estanterías. El ramillete
seco del baile de graduación. Una tarjeta de cumpleaños de mi abuela,
Hazel. La colección de llaveros baratos que había recogido en las
vacaciones familiares por todo el mundo.
El estudio de arte de mamá, un viejo cobertizo, estaba al lado del
garaje. Y a lo lejos, entre un grupo de árboles, estaba la casa de árbol que
había construido de niña. Mi escondite del mundo.
Esconderse parecía una buena idea en ese momento.
—¿Quieres hablar de ello? —preguntó Aubrey.
—No lo sé. —Mi interior era un caos. Aparte de darles a mamá y a
papá los detalles sucios, había pasado la mayor parte del tiempo desde
entonces llorando. Quizás hablar de ello fuera la solución—. Tengo todas
estas preguntas —dije—. ¿Cómo no lo vi venir? ¿Cómo no supe que me
engañaba? ¿Cuánto tiempo estuvo jodiendo a mis espaldas?
En su avalancha de excusas de ayer, Dustin había prometido que era
un error de juicio de una sola vez. Había jurado que no volvería a suceder.
Y me rogó que no se lo dijera a nadie.
Me rogó que no se lo dijera a mi familia.
Tal vez porque le preocupaba que lo odiaran para siempre. Que
perdería el favor de papá.
—¿Crees que estaba conmigo porque papá es rico? —Era la pregunta
que no había sido capaz de hacer. Probablemente porque en el fondo, sabía
la respuesta desde hacía dos años.
A Dustin siempre le había fascinado la riqueza de mi familia, tanto que
había hecho su proyecto de investigación final sobre la Fundación
Kendrick, que incluía una entrevista con papá. El año pasado, cuando
Aubrey salió en la portada de Forbes, compró más ejemplares para
regalárselos a sus amigos, asegurándose que todos supieran que era mi tía.
Yo lo había considerado normal, como un novio que se interesaba por
la herencia de su novia. Pero quizás siempre había sido por el dinero.
—¿Qué te parece? —preguntó Aubrey.
—Sí —admití—. Creo que eso fue parte de ello.
—Ojalá pudiera decirte que todas las personas que conozcas mirarán
más allá del dinero.
Pero no lo harían.
Aubrey no necesitaba explicarlo. Lo había visto de primera mano en
la universidad.
Mi padre era el exitoso Logan Kendrick. Mis amigos, o aquellos que
creía que eran amigos, me trataron de manera diferente una vez que
descubrieron quién era yo. En lugar de compartir la cuenta en un
restaurante, me pedían que pagara la cuenta. Me pedían que los llevara en
mi auto a todos los sitios porque yo podía pagar la gasolina. Me invitaban
a fiestas de cumpleaños de gente que apenas conocía porque pensaban que
yo llevaría un regalo elegante.
Dustin había sido diferente, o eso creía. Él había pagado nuestras citas.
Él había sido la persona que compraba los regalos caros. Cuando insistí en
cubrir la mitad del alquiler, dudó hasta que lo molesté lo suficiente como
para que finalmente cediera.
¿Y si eso hubiera sido un espectáculo, una forma de colarse en la vida
de mi padre? ¿Y si las innumerables veces que había dicho te amo habían
sido mentira?
¿Y si todo lo que había significado para él era la promesa de una futura
fortuna?
Cada pregunta sin respuesta agravaba el dolor.
—¿Alguna vez te han roto el corazón? —le pregunté a Aubrey.
—Sí.
—¿Qué hiciste para que dejara de doler?
—No hay nada que hacer más que darle tiempo. El dolor pasará. Te lo
prometo. —Desvió la mirada hacia el lago.
La lancha de papá zumbaba al otro lado de la bahía. Detrás estaba el
tubo que transportaba a los dos niños de Aubrey. Papá hizo un giro y
obligó al tubo a cruzar la estela. Rebotó y patinó hasta que se enganchó en
un borde y se inclinó hacia un lado, lanzando a sus ocupantes al agua.
Incluso a esta distancia, podíamos oír sus risas y vítores mientras
esperaban a que la lancha los recogiera.
Aubrey se rio.
—Les encanta estar aquí.
Sonreí hacia mis primos, la primera sonrisa real de hoy.
—Te encontrará cuando lo necesites —dijo.
—¿Qué?
—El amor.
No. No, gracias. La soltería sonaba como un muy buen plan para mí.
—Tu corazón sanará —dijo.
—¿Cuándo? —Porque Dios, dolía.
Dustin nunca había sido perfecto, pero había sido mío. Cuando había
imaginado el futuro, él había estado a mi lado. Y ahora... tal vez lo que
más dolía era que esos sueños se habían ido. Borrados como si nunca
hubieran existido.
—No lo sé, Charlie. Pero hay algo que tu tío Landon me enseñó.
Sucederá cuando tenga que suceder. No hay reloj. —Aubrey tocó el
diamante de su alianza—. El amor es atemporal.
1
Aubrey
NUEVE AÑOS ANTES. . .

—Imbécil. —Sollocé y me sequé los ojos con un pañuelo.


No más lágrimas. Tristan no solo no los merecía, sino que había pasado
treinta minutos maquillándome esta mañana y no lo arruinaría a su costa.
Me incliné hacia el espejo del baño, inspeccionando mis pestañas
húmedas. Se me había corrido el rímel. Maldita sea. Las ojeras de mis ojos
inyectados en sangre se mostraban a través de mi corrector. Incluso con
mi maquillaje, me veía como la muerte.
—Ugh. —Maldito Tristan.
Maldije su nombre, pero en el fondo no podía echarle toda la culpa de
esta crisis emocional. Falta de sueño. El estrés. La soledad. Eran los
culpables subyacentes.
Ayer había estado repleta de reuniones, como de costumbre. Y como
siempre, me había retrasado con los correos electrónicos. Los mensajes
urgentes de mi bandeja de entrada no habían podido esperar hasta mañana,
así que después de volver a casa anoche, trabajé durante unas horas hasta
que finalmente me metí en la cama a la una.
Mi entrenador personal había llegado puntualmente a las cuatro y
media de la mañana. Acabado el entrenamiento, me preparé y llegué a la
oficina a las seis.
Que semana. ¿Era martes? No, miércoles. Los días corrían juntos en
un borrón. Dormir. Necesitaba dormir. No tenía tiempo para este pequeño
ataque de llanto, así que abrí el cajón junto al lavado, saqué mi bolsa de
maquillaje y me puse a arreglarme la cara.
—Comprometido. ¿Ya? —me burlé mientras me aplicaba una nueva
capa de rímel.
Al parecer, Tristan no estaba tan devastado por nuestra ruptura como
había fingido.
Hora de renunciar a los hombres.
Otra vez.
En mi tercer año en la universidad prometí permanecer soltera hasta la
graduación después de una humillante experiencia en el gimnasio de la
escuela con mi entrenador personal de entonces. En mi defensa, él tenía
una sonrisa de muerte y abdominales para días. Nos enrollamos varias
veces y un sábado por la noche nos pusimos aventureros. El conserje nos
había pillado juntos en la sala de pesas vacía.
Había pocos momentos más embarazosos que ser pillado de rodillas
con una polla en la boca. Al día siguiente, después de ser despedido por
violar el código de conducta de los empleados del gimnasio, había roto por
mensaje de texto.
Así que renuncié a los hombres. Me había centrado en mis estudios y,
sinceramente, había sido más feliz con un único objetivo en mente:
graduarme con honores. Pero después de trabajar durante algunos años,
levanté la prohibición de los hombres.
Relación fallida tras relación fallida. Se apilaban en una fila de fichas
de dominó que se estrellaban.
Tenía treinta y cinco años. No eran solo los días o las semanas
mezclándose, sino también los años. Y aquí estaba yo, desperdiciándolos
llorando por pendejos.
No más hombres. Esa estrategia me había funcionado en la
universidad. ¿Por qué no intentarlo de nuevo? Además, no tenía tiempo
para tener citas. ¿Dónde iba a conocer a alguien? ¿En la sala de
conferencias?
Todos los que trabajaban en este edificio trabajaban para mí. La
mayoría de los hombres que conocí fuera de estas paredes se sentían
intimidados por mi éxito. Me negué a reprimirme para apaciguar el frágil
ego de un novio.
Así que terminé. Con efecto inmediato. Como CEO de una corporación
multimillonaria, me concentraría en dirigir esta empresa.
Empresas Kendrick nunca me pidió que sacrificara mis objetivos.
Empresas Kendrick no se quejaba cuando llegaba tarde a casa.
Empresas Kendrick no me dejaría por una amiga del instituto después
que los presentara en una galería de arte.
—Tristan y Tiffany. —Puse los ojos en blanco y volví a meter el
maquillaje en el cajón, cerrándolo de golpe. Según la foto de Instagram
que provocó estas lágrimas, estaban comprometidos. Tristan y yo
habíamos terminado hace dos meses—. Parece una maldita comedia.
No estaba en posición de juzgar su aliteración. Abel y Aubrey habían
sonado igual de asquerosamente lindos.
En el ámbito de mis desamores, el de Tristan no era más que un
pellizco. Me dolía que se hubiera ido tan rápido y con Tiffany, pero en
realidad había sido mi despecho de Abel.
Abel había sido el hombre que me había dado los verdaderos golpes.
Nos habíamos separado en enero. Era octubre. Diez meses después,
todavía pensaba en él con demasiada frecuencia. Al menos Tristan había
sido una breve distracción.
Dos exnovios en menos de un año, y ahora ambos estaban
comprometidos.
Me contuve cuando la invitación de boda de Abel llegó en el correo de
esta mañana. Pero cuando la foto de Tristan y Tiffany se coló en mis redes
sociales, me empujó al límite.
Y aquí estaba yo, llorando en el baño privado de mi oficina.
Por una foto de compromiso.
Y una invitación de boda.
¿Por qué Abel me enviaría esa invitación? ¿Para ser rencoroso? ¿Para
restregármelo por la cara? Habíamos salido durante cinco meses, y la cosa
se había puesto bastante seria. Al final, había pasado la mayoría de las
noches en mi penthouse, y yo lo había amado.
Quizás. Ahora no estaba tan segura.
¿Era la invitación una especie de insulto? Se iba a casar, ¿era esto un
recordatorio de que todavía estaba casada con mi trabajo?
Noticia de última hora: era muy consciente de dónde pasaba la mayor
parte de mi tiempo, y no era ningún insulto. Algo que siempre debería
haber entendido, pero que parecía no poder comprender.
Abel era abogado y tenía una carrera muy exigente. Ese había sido el
quid de nuestra perdición. Abel trabajaba para el bufete de abogados que
representaba a Empresas Kendrick. Técnicamente, yo era su cliente.
Dada la dinámica en juego, los diversos contratos entre el bufete y mi
empresa, no había querido hacer un gran revuelo de nuestra relación. Así
que la mantuvimos en secreto. Al principio, él estaba de acuerdo. Pero a
medida que pasaba el tiempo, se sentía cada vez más frustrado por mi
reticencia a hacer un gran anuncio.
No era asunto de nadie quién compartía mi cama. La gente haría
preguntas y se preocuparía por los límites profesionales. Le rogué a Abel
que mantuviera el secreto un poco más. En cambio, lo había cancelado.
¿Era yo? ¿Era antipática? ¿Indomable?
Mis hombros se hundieron mientras me miraba en el espejo. Al otro
lado de la puerta cerrada, sonó mi teléfono.
El regodeo tendría que esperar.
Enderecé mis hombros y me ajusté las solapas de la americana verde
oscuro. Añadí otro pasador a la trenza de mi cabello. Me aseguré que la
blusa de seda color crema que llevaba bajo la chaqueta estuviera metida
por dentro del pantalón y salí del baño.
Los tacones de mis botines Louis Vuitton de diez centímetros
resonaron en el suelo de mármol cuando volví a mi silla. En los diez
minutos que había estado llorando en el baño, mi bandeja de entrada se
había inundado.
Suspiré e ignoré los correos para tomar el teléfono. Una notificación
perdida de FaceTime de mi hermano. Lo toqué, girando en mi silla
mientras el timbre llenaba la habitación.
—Hola —respondió Logan con una sonrisa—. ¿Ocupada?
—Siempre. —Sonreí.
—Seremos rápidos. —Miró por encima de su hombro, luego estiró el
brazo, sosteniendo el teléfono más lejos de su cara—. Ven aquí, Camila.
Después de unos segundos, una carita apareció en la pantalla cuando
Logan levantó a su hija y la sentó en su regazo.
Mi angustia se alivió al instante.
—Hola, cielo.
Camila sonrió más ampliamente, poniendo sus dedos regordetes en su
boca mientras se acurrucaba más profundamente en el pecho de Logan. A
los tres años, mi sobrina era tan adorable como tímida.
—Solo queríamos decir gracias por los regalos. —Logan besó el
cabello oscuro de su hija.
Los ojos oscuros de Camila bailaban mientras miraba fijamente la
pantalla.
—¿Puedes dar las gracias? —le preguntó.
—Cracias —susurró ella con su leve ceceo.
—De nada.
—Charlie y Collin también te dan las gracias, pero están en el colegio
—dijo Logan—. Eso fue muy generoso.
—Si no puedo estar allí en persona para mimarlos, entonces lo haré
desde lejos.
El lunes por la noche, había estado trabajando hasta tarde, sola con
nada más que las luces de Nueva York más allá de mis ventanas para
hacerme compañía. Una foto de la familia de Logan estaba enmarcada en
las estanterías de mi oficina, y cuando me levanté de mi escritorio para
estirar las piernas, esa foto llamó mi atención.
En la imagen, la esposa de Logan, Thea, estaba acurrucada contra su
costado, con la mano presionada contra su corazón. Y sus tres hermosos
hijos estaban parados cerca. Collin, de cinco años, tenía la cabeza echada
hacia atrás por la risa. Camila estaba abrazando la pierna de Thea. Y
Charlie, de doce años, estaba en el centro, con una amplia sonrisa.
Mamá y papá nos recordaban a menudo lo mucho que me parecía a
Charlie a esa edad. Era asombroso.
Mientras miraba la foto el lunes, este agujero negro e interminable se
había extendido a través de mi pecho. Entonces, en lugar de devolver
correos electrónicos por el resto de la noche, pasé dos horas comprando en
línea, enviando paquetes de juguetes y libros durante la noche a Lark
Cove, Montana.
Era duro vivir al otro lado del país y echar de menos a mis sobrinos.
Pero intenté compensarlo con llamadas regulares. ¿Qué sentido tenía ser
obscenamente rico si no podías derrochar en regalos para tus hijos
favoritos?
—Está bien, te dejaremos ir —dijo Logan.
—Sí, será mejor que vuelva al trabajo. —Exhalé un largo suspiro—.
Saluda a Thea de mi parte.
—Lo haré.
—Adiós, Camila. —Le hice un gesto con el dedo y terminé la llamada,
abriendo mi agenda para el resto del día.
Reunión tras reunión. Solo tenía veinte minutos libres, así que tomé el
teléfono de mi escritorio y presioné la extensión de mi asistente.
—Señorita Kendrick —contestó.
—Estoy lista para ti, Wynter.
—Ahora mismo voy. —Terminó la llamada, sin duda para recoger la
pila de notas que había creado desde nuestra reunión matutina.
A Wynter le encantaban las notas adhesivas. Sobre todo, creo que le
encantaba arrugarlas cuando terminaba una tarea. Así que, en lugar de
listas electrónicas o un bloc de notas con tareas, entró en mi oficina con
un puñado de post-its de color amarillo neón.
—Muy bien. —Se sentó frente a mi mesa. Levantó la vista, con la boca
abierta y dispuesta a empezar su lista, y se detuvo, con los ojos muy
abiertos—. ¿Está bien?
Maldita sea. La cámara del teléfono había disimulado mis ojos rojos
ante Logan, pero con Wynter sentada tan cerca, no podía ocultar que había
estado llorando.
—Alergias.
—¿En octubre?
Arqueé una ceja, asintiendo a sus notas.
—Tengo una reunión en veinte minutos.
—Lo siento. —Agachó la barbilla.
Wynter era un nuevo miembro de Empresas Kendrick. Mi antigua
ayudante, Gwen, se había tomado la licencia de maternidad hace tres
meses y, después de estar en casa con su bebé, decidió no volver a trabajar.
Gwen había estado conmigo durante cinco años. Reemplazarla había
sido una agonía.
Wynter y yo seguíamos buscando a tientas nuestra rutina.
Empezábamos a conocernos. No es que ella estuviera haciendo un mal
trabajo. Simplemente sus métodos eran diferentes, y aún no se había dado
cuenta que yo no iba a ser su amiga.
Hacer amigos en el trabajo era imposible, algo que había aprendido al
principio de mi carrera.
Las amistades hacían que despedir a un empleado fuera
exponencialmente más difícil.
Así que mantuve los límites. Los empleados, como Gwen y Wynter,
me llamaban señorita Kendrick. Como llamaban a mi padre señor
Kendrick.
Wynter y yo no chismorreábamos sobre las relaciones entre oficinas.
No íbamos a comer ni hablábamos de nuestros programas de televisión
favoritos. Podría hacerse amiga de las otras personas en este edificio.
Papá siempre me había advertido que estar a cargo era un trabajo
solitario. No estaba equivocado.
Pero al menos tenía a mi familia. Logan, Thea y sus hijos. Tal vez el
próximo fin de semana, haría un viaje a la finca de mamá y papá en Long
Island para cambiar de aires. Y tenía a mi hermana, Sofia.
Ella también estaba en Lark Cove. Había empezado a salir con Dakota
a principios de año y, por lo que parecía, su relación estaba a punto de
generar otra invitación de boda en mi cajón.
—¿Señorita Kendrick? —Wynter me miraba fijamente, esperando.
—Lo siento. —Sacudí la cabeza.
—Bien, entonces primero. Tengo la maqueta del artículo que van a
imprimir en Entrepreneur para su aprobación. —Me tendió una carpeta.
La abrí y fruncí el ceño.
El fotógrafo que había venido aquí hace unas semanas había hecho una
sesión rápida en mi oficina para la portada de la revista. Quería algo
auténtico para el artículo y, en lugar de hacer las fotos en su estudio, había
venido aquí.
Hojeé el artículo, asegurándome que no había nada que tuviera que
cambiar. Papá me había enseñado hace mucho tiempo que las únicas
entrevistas que había que hacer eran aquellas en las que nosotros diéramos
la aprobación de la publicación.
No hacíamos muchas entrevistas.
Especialmente después del lío en el que Sofia se había metido con una
revista a principios de este año.
—Su publicista tenía algunas notas —dijo Wynter, inclinándose hacia
delante para señalar la página—. Están en los márgenes.
Asentí, pasando a la página siguiente. Cuando terminé, lo puse en mi
escritorio y toqué la foto de portada.
—Esto es inaceptable.
La foto que habían elegido era la mía de pie junto a la ventana detrás
de mi escritorio, apreciando las vistas de la ciudad. Mi cabello oscuro
estaba suelto, ingeniosamente rizado y cayendo sobre un hombro. El
vestido que usé ese día era negro con mangas tres cuarto. El amplio escote
había dejado mis hombros al descubierto. Una cremallera plateada se
extendía por mi columna hasta mi trasero.
Pero no era una foto para la que yo hubiera posado.
Aquel maldito fotógrafo debió de hacerla cuando mintió diciendo que
estaba preparando las luces. Otro pendejo.
—Diles que busquen una foto de portada diferente. —Empujé la
maqueta a través del escritorio a Wynter.
—Por supuesto.
Parte de mi trabajo como directora ejecutiva -la peor parte- consistía
en demostrar mi valía a mis colegas masculinos. La mayoría siempre me
consideraba demasiado joven. Para otros, era demasiado bonita. Por
muchas decisiones que tomara para Empresas Kendrick, por mucho dinero
que ganáramos, por muchas letras que se estamparan detrás de mi nombre,
siempre habría una colección de hombres que no me tomarían en serio por
ser mujer.
Este artículo en Entrepreneur era una flexión. No para la empresa. Para
mí.
Quería que los hombres de esta ciudad supieran que no debían
ignorarme.
Tarde o temprano, papá se jubilaría. Ya me había nombrado su
sucesor. Yo era el director general en funciones y, a todos los efectos, la
persona a cargo.
De ninguna manera dejaría que estas personas mostraran mi trasero en
esta revista. Podrían mostrar mi maldita cara en la portada.
—¿Qué más? —le pregunté a Wynter.
Empezó a hojear sus notas, una hoja amarilla a la vez, hasta que todas
menos tres quedaron arrugadas en una bola.
Un pitido de mi ordenador interrumpió nuestra reunión, un
recordatorio que tenía que estar en la sala de conferencias al final del
pasillo en cinco minutos.
—A ver si encuentras otro hueco en mi agenda de esta tarde —le dije
a Wynter levantándome de la silla—. Terminaremos tus notas.
—Gracias. —Ella también se levantó y se dirigió a la puerta.
Entré en el vestíbulo, dispuesta a ir a la reunión, pero me detuve. La
recepcionista, Leah, corría hacia mí.
Levantó una mano, indicándome que esperara.
—¿Señorita Kendrick? Hay un agente de policía que quiere verla.
—¿Qué? ¿Por qué?
Unos pasos resonaron en el espacio abierto. Detrás de Leah, un hombre
uniformado se acercó a nosotras.
Mi respiración se detuvo en la garganta.
Un físico musculoso completaba el uniforme de oficial. Sus largas
piernas devoraron la distancia entre nosotras mientras caminaba en mi
dirección, con ese aire natural que solo los hombres seguros de sí mismos
y sexys parecían poseer.
Su cabello rubio oscuro estaba peinado, pero un poco alborotado. Su
mandíbula cincelada era lo suficientemente afilada como para hacer un
agujero en las ventanas de mi oficina con una sola sonrisa. Y sus ojos
azules como el cristal parecían desnudarme a cada paso.
Este hombre no solo era atractivo, era embriagador. No podía apartar
los ojos de aquel cuerpo ancho y fuerte. Su placa brillaba bajo las luces del
techo. Su arma estaba enfundada. ¿Dónde estaban sus esposas? ¿Me
quedarían bien? ¿Cabrían alrededor de mi cabecera? Antes que pudiera
alejar la imagen, mis mejillas se encendieron.
La comisura de sus labios se torció en una sonrisa arrogante.
Fruncí la boca en una fina línea y di un golpecito con el pie para
parecer molesta. Crucé los brazos sobre mi pecho, contenta de haber usado
un blazer hoy, porque mis pezones se sentían como guijarros dentro de mi
sujetador.
¿Qué había en él que causó esta reacción física instantánea? Mi cuerpo
había reaccionado de la misma manera el día que nos conocimos. En su
comisaría.
—Oficial McClellan.
Su sonrisa se ensanchó.
—Hola, Aubrey.
2
Landon
—Hola, Aubrey.
—Señorita Kendrick —me corrigió con el ceño fruncido.
De ninguna manera iba a llamarla señorita Kendrick.
No cuando usar Aubrey parecía erizar sus plumas. Y qué bonitas
plumas eran.
—¿Qué está haciendo aquí, oficial McClellan? —Se puso una mano
en la cadera.
—En el vecindario. Pensé en pasarme.
Estaba aquí por un capricho. No había visto a Aubrey en meses, no
desde el día que nos conocimos. Pero ella había estado en mi mente
últimamente, y había querido venir pero no había tenido tiempo. Esta
tarde, mientras caminaba de regreso a la comisaría después de mi hora de
almuerzo, pasé por delante del edificio y el nombre Kendrick llamó mi
atención. No estaba seguro de si ella estaría aquí, pero qué demonios.
Quería volver a verla.
La curiosidad había podido conmigo.
Aubrey miró a las otras dos mujeres que rondaban cerca, y con una
sola mirada, se dispersaron, dejándonos solos.
—¿Has encontrado el Chanel de mi hermana?
—No. —Incluso cuando le dije repetidamente que el bolso de su
hermana se había perdido, no me escuchó.
El verano pasado, Sofia Kendrick había sido asaltada y yo había sido
asignado a su caso. Un imbécil le había robado el bolso y el teléfono. Ella
había salido ilesa, pero ese tipo de infracción seguía siendo alarmante.
Después de recopilar datos para investigar y presentar una denuncia,
hice todo lo posible por consolar a Sofia y, al mismo tiempo, ser sincero,
explicándole que la probabilidad que encontráramos sus pertenencias era
mínima. Aquel bolso de diseño probablemente había sido empeñado
menos de una hora después de ser robado. Lo mismo con su teléfono tan
pronto como lo borraron.
Había millones de personas decentes en Nueva York, pero también
teníamos nuestra buena ración de cabrones.
Aubrey había estado con Sofia después del atraco, escuchando su
declaración. Luego me lanzó su descaro a la cara, haciéndome preguntas
sobre cómo manejaría la investigación y exigiendo justicia.
Me gustaba la insolencia.
Me gustaba mucho.
Los atracos eran lamentables y, por desgracia, ocurrían con demasiada
frecuencia. La policía no tenía personal suficiente para perseguir a todos
los ladronzuelos.
Pero esta era una mujer que estaba acostumbrada a salirse con la suya.
Una mujer que no aceptaba un no por respuesta.
Antes de abandonar la comisaría, Aubrey me había dado su tarjeta de
visita, con su número privado escrito en la parte inferior, para que pudiera
ponerme en contacto con ellos hasta que Sofia encontrara un teléfono de
reemplazo. Guardé la tarjeta en el bolsillo del uniforme y, más tarde, en la
cartera.
Estaba en mi bolsillo en este mismo momento.
Por alguna razón, había guardado esa tarjeta. Olvidé esa tarjeta.
Un error.
Mientras ella me miraba con los labios fruncidos, me di cuenta del gran
error que había cometido al dejar que Aubrey saliera por la puerta de la
comisaría y se olvidara.
—¿Cómo has estado? —le pregunté.
—Bien. —Aubrey golpeó el suelo de mármol con un pie, haciendo
todo lo posible por parecer molesta. Excepto que sus mejillas estaban
sonrojadas. Sus ojos se desviaban hacia mi boca.
Definitivamente me miró cuando entré, su mirada me recorrió desde
mi cabello hasta mis botas. Demonios, yo había hecho lo mismo,
apreciando cada línea de su traje verde oscuro y la forma en que se
adaptaba a su esbelta figura.
Maldición, ella era hermosa. Había olvidado lo impresionante que era,
especialmente hoy, con el cabello recogido en un moño.
—¿Algo más, oficial McClellan? ¿Hablamos del tiempo? —Aubrey
levantó una ceja, casi como si esperara que me acobardara.
No me acobardé.
Sonreí más ampliamente.
Desde su cabello oscuro hasta aquellos zapatos que probablemente
costaban más que todo mi vestuario junto, Aubrey Kendrick era una
descarada de los pies a la cabeza.
Sí, definitivamente cometí un error este verano.
Elegí a la maldita hermana equivocada.
Porque cuando Sofia y Aubrey abandonaron la comisaría, fue a Sofia
a quien perseguí.
Obviamente, había estado jodidamente ciego. No es que me arrepienta
de mi tiempo con Sofia. En los meses posteriores, se había convertido en
una buena amiga.
Sofia y yo habíamos intercambiado números después del atraco. Yo
no le daba mi número personal a cualquiera, pero ella estaba tan afectada
que decidí qué demonios. Al día siguiente, aunque era mi día libre, la
llamé. Ella ya había recibido un teléfono de reemplazo, así que me registré
para ponerla al corriente de que no tenía ninguna novedad. Me confesó
que se sentía asustada y preocupada por volver a casa. Que el ladrón no
solo le había robado la cartera con las tarjetas de crédito y licencia de
conducir, sino también sus llaves.
Así que me ofrecí a hacer un barrido de su ático, para asegurarme que
no había ningún delincuente escondido en su armario. Después de barrer
su casa, su chef personal me preparó la mejor taza de café del SoHo.
Antes de irme, le pedí una cita. Sofia me rechazó, entonces y siempre.
Cada vez que la invitaba a desayunar, comer o cenar, me decía que no. Tal
vez por eso la perseguí. Ese rechazo.
No era un hombre al que rechazaran a menudo.
Lo único que aceptó fue tomar café los domingos por la mañana.
Así que durante dos meses, quedamos para tomar café. No eran
exactamente citas, pero pasar tiempo con ella era divertido. Nos hicimos
amigos, charlando de nada serio. Era ligero. Entretenido.
Platónico.
Ni una sola vez sentí el impulso de besarla. De reclamarla.
Sofia Kendrick era una mujer encantadora, pero no era para mí.
Mi mujer ideal no era tolerante. Tenía que empujar y tirar y a veces
provocar que me dieran ganas de arrancarme el cabello. Tenía que tener
un fuego que ardiera en su mirada. Ser tan testaruda como yo y tener una
voluntad de hierro.
Mi mujer ideal era un reto.
Necesitaba una mujer que me mantuviera alerta hasta que esos dedos
estuvieran en la tumba.
De hecho, fue Sofia quien me sugirió que llamara a Aubrey. Ella plantó
una idea que había estado dándole vueltas durante demasiado tiempo.
Así que aquí estaba, finalmente, parado frente a esta hermosa mujer,
preguntándome por qué diablos no había estado parado aquí hace dos
meses.
Mi cuerpo cobró vida mientras nos mirábamos fijamente, mi pulso se
aceleró. Esta era la mujer que había que besar. Para desentrañar.
Mis dedos ansiaban soltar ese sedoso cabello color chocolate y
envolverlo en un puño.
Su nariz era recta, la línea perfecta sobre unos labios suaves. Su boca
estaba pintada de un rosa fuerte, lo suficientemente oscuro como para dejar
un rastro en mi piel.
Dios, era un tonto. ¿Cómo pude pasar por alto esta chispa?
—Llego tarde a una reunión. —El pie de Aubrey seguía dando
golpecitos—. ¿Hay alguna razón para esta visita sorpresa?
—Oh, hay una razón.
—¿Cuál es?
Sonreí burlonamente.
—Creo que me lo guardaré por un tiempo.
—¿Perdona?
Esos bonitos ojos marrones se encendieron, tan oscuros que un hombre
podría ahogarse. Una tormenta rugía en esa mirada.
Una tormenta que prometía un desafío.
El desafío de mi vida.
—¿Mmm, señorita Kendrick? —La mujer rubia que había salido antes
de la oficina de Aubrey estaba a unos metros de distancia, con una mano
levantada.
Tan perdido en los ojos de Aubrey, no había oído acercarse a la mujer.
Aubrey se sobresaltó, como si también la hubieran sorprendido. Su
cabeza se giró hacia un lado y enderezó los hombros, una visión de la
gracia. Una mujer en su elemento.
Tenía una confianza y un poder innatos, sobre todo aquí, en un edificio
con su apellido en la fachada.
Recordé el descaro de después del atraco, pero había extrañado ese aire
de mando. Tal vez porque había estado tan nerviosa como Sofia. Bueno,
hoy estaba tan clara como el cielo de otoño. Y sexy como el infierno.
—¿Sí? —le preguntó a la rubia.
—¿Debería decirles que se retrasará para la reunión?
—No. —Aubrey frunció el ceño y volvió a mirarme—. Esto ha sido...
bueno, inútil.
Me reí entre dientes.
Mi risa solo pareció enojarla. Excelente.
—Ya conoce la salida, agente McClellan.
No me moví.
—Landon.
Con el ceño fruncido de nuevo, se dio la vuelta y pasó junto a la rubia,
sus tacones resonaron con fuerza sobre el suelo pulido.
Estaba a unos tres metros cuando sus pasos se ralentizaron y luego se
detuvieron. Se dio la vuelta con la barbilla alta y volvió hacia donde yo
estaba. Pero ni siquiera me dedicó una mirada cuando abrió la puerta de
su oficina y entró.
Aubrey se dirigió directamente a su mesa y agarró su teléfono. Cuando
salió al pasillo, se negó a mirarme. Pero sus mejillas seguían sonrojadas.
Solo cuando pasó a mi lado me fulminó con otra mirada, dejando a su paso
un rastro de perfume floral y limón.
—Aubrey —la llamé.
Redujo la velocidad, su cuerpo se tensó cuando se volvió lo suficiente
para mirarme por encima del hombro.
—Me alegro de verte. —Le guiñé un ojo.
Abrió la boca, como si fuera a decir algo. En lugar de eso, resopló y
desapareció tras una esquina.
Sí, esto iba a ser divertido.
Sonreí.
—¿Puedo ayudarlo en algo? —preguntó la rubia.
—No, gracias. —Levanté la barbilla y me dirigí hacia los ascensores,
sin prisa.
Tenía que hacer una llamada.
Pero primero, dejaría que Aubrey se instalara en su reunión.
La recepcionista me dedicó una tímida sonrisa cuando pasé por delante
de su mesa. A su lado había un hombre corpulento vestido con un traje
negro. ¿Un guardaespaldas? Probablemente.
Asentí a ambos y pulsé el botón del ascensor. Las puertas se abrieron
instantáneamente y entré, dejando que me llevara al primer piso.
Los dos guardias de seguridad de la recepción asintieron con la cabeza
cuando atravesé el vestíbulo. Cuando llegué antes, les dije que tenía un
asunto privado que discutir con Aubrey Kendrick -no era del todo mentira-
, así que me indicaron la dirección correcta y me dijeron que pasara por la
mesa de su asistente, en la planta cuarenta.
Cuando atravesé la puerta giratoria y salí a la acera, el frío de octubre
se filtró a través de mi abrigo. Metí las manos en los bolsillos y miré hacia
la estructura que se alzaba sobre mi cabeza.
El edificio Empresas Kendrick estaba situado en Midtown. No era tan
alto como algunos de los famosos rascacielos de la zona, pero resplandecía
bajo el sol de la tarde con ventanas que se extendían desde el piso inferior
hasta el superior.
Era un edificio digno de una reina.
Sonreí mientras recorría la manzana y sacaba el móvil del bolsillo.
La visita de hoy había sido un capricho. El resto sería a propósito.
Esa chispa era demasiado prometedora.
Con cualquier otra mujer, se lo diría todo. Le pediría una cita. Cena.
Conversación. Llegaríamos a conocernos. Ir despacio.
Aubrey no.
No tenía duda que si la invitaba a salir, me cerraría la puerta en la cara.
Así que esta vez, no se lo iba a pedir.
Mamá siempre me había llamado excavadora. Cuando tenía la mente
puesta en algo, lo hacía realidad. Como cuando le dije que quería seguir
los pasos de papá y convertirme en policía.
Acababa de terminar mi segundo año de universidad y sabía que no
había manera que pudiera aguantar otros dos para obtener mi licenciatura.
La escuela era aburrida, y aunque mis notas habían sido decentes, mi
corazón no había estado en eso.
Mamá sabía cuánto le había gustado a papá ser policía, pero era madre.
Había hecho todo lo posible para convencerme que un aburrido trabajo de
oficina era el billete dorado. Un trabajo con pocas posibilidades de que
alguien intentara dispararme durante un turno.
Pero aunque no había elegido el camino que ella prefería, no había
nadie más orgulloso cuando terminé con la academia. Mamá siempre había
sido mi mayor apoyo, desde el día en que nací hasta el día en que falleció
hace dos años.
Maldito cáncer.
Frené en la acera, girándome para lanzar otra mirada al edificio
Kendrick.
A mamá le habría gustado el espíritu de Aubrey. Porque antes de que
la enfermedad le robara el fuego a mamá, ella lo tenía a raudales. Por algo
era tan testarudo. Lo había conseguido honestamente.
A Lacy también le gustaría Aubrey. Con suerte, algún día tendrían la
oportunidad de conocerse.
Saqué la cartera del bolsillo y extraje la tarjeta de visita que llevaba
encima desde hacía dos meses.
Dos meses.
Quizá Aubrey no me había pasado tan desapercibida como pensaba.
Introduje su número, guardándolo primero, y luego marqué.
Ella respondió al tercer timbre, probablemente después de haber tenido
que excusarse de su reunión primero.
—Aubrey Kendrick.
—Soy Landon. Solo quería darte mi número.
Incluso por encima del ruido del tráfico, podía oír el rechinar de sus
muelas.
—Agente McClellan, le di este número para que pudiera actualizarme
sobre el caso de Sofia, no para interrumpir mi jornada laboral.
Me reí.
—Tu hermana no te habló mucho de mí, ¿verdad?
—¿Tiene algún sentido esta llamada? ¿O es como tu visita? Una
pérdida de tiempo.
—Sí, hay un punto.
—¿Cuál es?
—Darte mi número. Llámame cuando quieras.
—No lo haré.
Sonreí.
—Cuídate, Aubrey.
—Señorita Kendrick —espetó, y terminó la llamada.
Guardé el teléfono y volví a la comisaría silbando.
Sí, esto iba a ser divertido.
3
Aubrey
—¿De vuelta a la oficina, señorita Kendrick? —Glen preguntó desde
el asiento del conductor.
—Por favor. Gracias.
Asintió y se alejó de la acera.
Glen era el miembro más nuevo de mi personal. Había sido el chofer
de Sofia, pero ahora que estaba en Montana, no necesitaba mucho un
chofer. La sincronización había funcionado bien porque mi anterior chofer
había decidido jubilarse, así que cuando Sofia se había marchado de la
ciudad, contraté a Glen.
A su lado, en el asiento del copiloto de mi Rolls-Royce Cullinan,
estaba mi guardaespaldas, Wilson. Con su metro ochenta, su cabeza casi
rozaba el techo de la camioneta. Sus hombros se extendían mucho más allá
de los bordes del asiento. Parecía pequeño, pero más allá de comprar un
tanque para conducir por Manhattan, dudaba que cualquier vehículo que
comprara fuera lo suficientemente espacioso.
El Cullinan fue una compra reciente, un esfuerzo para acomodar a
Wilson. Llevaba conmigo desde el verano. Después del atraco, por
insistencia de papá, Sofia y yo nos habíamos encargado de la seguridad
personal. Junto con Glen, Sofia había abandonado el suyo cuando cambió
la ciudad por Lark Cove.
Tal vez debería haber comprado una camioneta, como la que Logan
conducía en Montana.
—¿Estás cómodo, Wilson? —pregunté.
—Sí, señorita Kendrick.
—¿Me lo dirías si no lo estuvieras?
—Sí, señorita Kendrick.
Sonreí.
—Mentiroso.
Sus hombros temblaron. Un milímetro. Pero en el tiempo que
llevábamos juntos, todavía no había escuchado reír a Wilson.
Me relajé en mi asiento mientras mi teléfono vibraba en mi bolso
Chanel. Tenía correos electrónicos que devolver y un puñado de mensajes
de voz en espera. Pero miré por la ventana, contemplando la ciudad
mientras nos dirigíamos al centro.
La ciudad era un borrón de acero, hormigón y ruido. Una parte de mí
anhelaba desconectarse del ajetreo, retirarse a la tranquila ciudad junto al
lago que mis hermanos llamaban hogar. Pero, ¿quién sería yo sin Empresas
Kendrick?
¿Quién sería yo sin la ciudad de Nueva York?
Este era mi hogar. Lo que necesitaba eran unas vacaciones, o la
apariencia de unas. No me había tomado un día entero libre en el trabajo
desde, bueno... hacía tiempo.
Pero Acción de Gracias se acercaba rápidamente. Mis padres y yo
volaríamos a Lark Cove para pasar las vacaciones, y eso me daría la
oportunidad de bajar el ritmo. Al menos durante unos días.
El sonido de una sirena llenó el aire y Glen miró por el retrovisor,
apartándose a un lado de la carretera. Un auto de policía pasó a toda
velocidad, zigzagueando entre el tráfico hasta que giró en la siguiente
manzana.
¿Estaba Landon en ese auto?
—Maldita sea —refunfuñé con los ojos en blanco.
Aquel hombre, con su rostro exasperantemente apuesto, se me había
venido a la cabeza más veces de lo razonable en los últimos cinco días.
—¿Algún problema, señorita Kendrick? —preguntó Wilson,
intentando girar en su asiento.
—No. —Negué con la cabeza, luego saqué mi teléfono de mi bolso.
La pantalla estaba llena de notificaciones, pero mientras las miraba, no
podía quitarme de la cabeza los ojos azul cristalino de Landon.
Parpadeé y abrí un correo electrónico. Pero a mitad de la respuesta,
levanté la vista, buscando en la calle el auto de policía.
Ni siquiera el trabajo ofrecía una distracción sólida.
La curiosidad me estaba matando.
¿Por qué había venido a la oficina? ¿Por qué querría verme? Él había
estado saliendo con Sofia, ¿no?
No estaba muy segura de cuál había sido su relación. Sofia lo había
mencionado algunas veces, sobre todo que quedaban para tomar café los
domingos por la mañana y charlar.
Si ella lo había dejado por Dakota, ¿no querría Landon librarse de las
mujeres Kendrick? ¿La había amado? ¿Se había acostado con ella?
Busqué el contacto de mi hermana en el teléfono, pero no me atreví a
enviarle un mensaje. Quizás porque en realidad no quería las respuestas.
¿Por qué me importaba? Landon era básicamente un extraño.
—Glen, ¿podrías pasarte por una cafetería? —Bostecé. Había dormido
muy poco. Esa era la razón por la que estaba tan obsesionada con Landon
McClellan. Mi cerebro estaba nublado. Quizás esta tarde, después de mi
última reunión, podría irme pronto a casa. Acostarme antes de
medianoche.
—Estaré encantado de llevarla a la oficina, señorita Kendrick —dijo
Glen—. Luego recogeré café para usted.
—Eso sería encantador. —Dios te bendiga, Glen. No es de extrañar
que Sofia lo amara como su chofer.
Escribí un correo electrónico rápido a Wynter, preguntando por el
estado de nuestra remodelación de la cocina en Empresas Kendrick.
Normalmente, obtendría café del chef en el trabajo. Pero hasta que
terminaran las reformas, estaría sin los capuchinos o lattes de nuestro chef.
Durante años, habíamos mantenido una pequeña cocina y un chef que
preparaba comidas para los almuerzos de negocios y eventos para
empleados. Pero yo quería ofrecer más opciones a nuestro personal. Así
que decidí reconfigurar la cocina y ampliarla al tamaño de un restaurante,
con electrodomésticos industriales. Una vez terminadas las reformas,
contrataríamos a todo el personal y ofreceríamos a los empleados
desayunos y almuerzos económicos. Además, tendría a alguien que me
hiciera la cena las noches que trabajara hasta tarde.
Mi chef y ama de llaves en mi ático odiaban la idea, principalmente
porque no estaba en casa a menudo.
Glen entró en el garaje privado de Empresas Kendrick y aparcó junto
al ascensor. Wilson salió del auto en un instante; para un hombre de su
tamaño, su agilidad siempre era sorprendente. Abrió mi puerta,
sosteniéndola para mí mientras me deslizaba fuera del asiento trasero.
Detrás de sus gafas de sol espejadas, unas gafas que solía llevar incluso
dentro del auto, me di cuenta que estaba barriendo el garaje.
Aparte de mi Cullinan, todos los espacios estaban vacíos. Papá había
empezado a trabajar desde casa los lunes, y como este garaje era privado
solo para nuestros vehículos, hoy permanecería vacío.
A pesar de todo, Wilson estaba siempre al acecho.
Su tamaño era imposible de ignorar, pero Wilson no se interpuso en
mi camino. Ese había sido mi único requisito cuando papá insistió en un
destacamento de seguridad.
Sin una palabra, caminé hacia el ascensor privado, Wilson
siguiéndome de cerca. En el momento en que estuvimos adentro y las
puertas se cerraron, Glen se fue a buscar mi café.
—Olvidé preguntarte si querías café —le dije a Wilson mientras
subíamos en el ascensor—. Disculpas. ¿Puedo pedirle a Glen que te traiga
algo?.
—No, señorita Kendrick. Gracias.
—¿Té?
—No, señorita Kendrick.
Wilson no tenía ningún problema en llamarme señorita Kendrick.
Entonces, ¿qué demonios le pasaba a Landon? Y maldita sea, ¿por qué no
podía dejar de pensar en él?
Miré las puertas de acero inoxidable, mi reflejo borroso en el metal,
deseando poder sacarlo de mi cabeza. En el momento en que las puertas
se abrieron, caminé por el pasillo hacia mi oficina.
—Buenas tardes, señorita Kendrick —dijo Leah desde detrás de su
escritorio.
Saludé.
—Buenas tardes, Leah.
Wilson se colocó las gafas de sol sobre el cabello negro y ocupó su
lugar habitual en el vestíbulo para vigilar. Cada semana parecía acercarse
un poco más al escritorio de Leah. El pensamiento me hizo sonreír.
Leah medía poco más de metro y medio. Era pequeña comparada con
la mayoría, pero sobre todo cuando estaba al lado de Wilson. A ella nunca
le faltaba una sonrisa. Wilson era la personificación de la seriedad. Pero
de vez en cuando, sus ojos oscuros se arrugaban a los lados en una sonrisa
apenas perceptible cuando la veía.
En Empresas Kendrick teníamos una política de no confraternización.
Odiaría perder a cualquiera de ellos, pero tal vez podríamos hacer una
excepción ya que Wilson era técnicamente mi empleado, no de la empresa.
Alguien debería estar enamorado, porque desde luego no iba a ser yo.
—Wynter, cinco minutos —le dije al pasar por delante de su mesa.
—Por supuesto. —Se puso en pie, tomó un montón de notas adhesivas
y se apresuró a seguirme a la oficina.
Dejé el bolso sobre la mesa y me senté en la silla.
—Bien, ¿qué tienes para mí?
—La remodelación de la cocina está atrasada. —Hizo una mueca
mientras miraba el primer Post-it de su pila—. Lo siento.
—¿Hasta qué punto?
—El director del proyecto estimó tres…
—¿Semanas?
—Meses.
Gemí.
—Se están encontrando con algunas limitaciones laborales.
Suspiré. ¿Estaba sorprendida? No. Ya había anticipado que esto
sucedería, así que cuando me proporcionaron la línea de tiempo original,
mentalmente agregué un margen de tres meses. Con suerte, sería
suficiente.
—¿Qué sigue? —pregunté.
—Su reunión de las tres se ha pasado a las cinco. Y la de las cuatro a
las siete. Están actualizadas en su calendario.
Al parecer, no sería una noche temprana después de todo.
—¿Algo más?
Wynter tenía otras tres notas adhesivas, cada una con actualizaciones
que yo había pedido esta mañana. Cuando terminó, se levantó, justo
cuando Glen llamó a mi puerta, con una taza de café para llevar en la mano.
—Gracias —le dije.
—De nada. —Hizo una ligera reverencia mientras salía de mi
oficina—. La veré esta tarde, señorita Kendrick.
Glen tampoco tenía ningún problema en llamarme señorita Kendrick.
—Sí, gracias de nuevo por el café.
—Por supuesto. —Tanto él como Wynter se escaparon de mi oficina,
probablemente para consultar mi agenda actualizada y así saber cuándo
tenía que estar aquí para llevarme a casa.
Le di un sorbo a mi café con leche de vainilla, girando la silla para
alejarme del monitor y dirigirme hacia los amplios ventanales que daban
a la ciudad.
Hoy el cielo estaba gris, del color de la nieve inminente. Invierno o
verano, las estaciones tenían poca importancia en mi vida. Lloviera o
hiciera sol, mis días transcurrían aquí, detrás de estas ventanas con
edificios dispersos en todas direcciones, enmarcados por bulliciosas calles.
La vista desde mi oficina de la esquina era la mejor de la zona, aunque
papá argumentaba que su lado del último piso era mejor porque se podía
ver más de Central Park.
En la calle de abajo, un auto de policía doblaba la esquina con las luces
azules y rojas parpadeando. Al parecer, hoy no se podía escapar de la
policía de Nueva York. O de pensar en Landon.
¿Por qué? ¿Por qué había venido aquí? Y cuando le pregunté, ¿por qué
no me lo dijo?
Creo que me guardaré eso para mí por un tiempo.
¿Qué clase de respuesta era esa?
Había una persona que lo sabría. Me aparté del cristal, tomando mi
teléfono de mi escritorio para llamar a Sofia.
—Hola, soy Sofia. No estoy disponible en este momento. Por favor,
deje un mensaje. Si es sobre el estudio, llame a Daniel Kim al…
Colgué antes que recitara el número de su gerente de operaciones.
Probablemente fue mejor que me dejara su buzón de voz. Sofia tenía
muchas cosas que hacer en su vida, cosas más importantes que lidiar con
mi curiosidad desenfrenada por Landon McClellan.
Es solo... no tenía sentido. Odiaba la vaguedad, y Landon había
entrado aquí el otro día y me había dejado con suficiente ambigüedad
como para pintar el horizonte de la ciudad.
Mamá siempre bromeaba diciendo que debería tatuarme ese eslogan
en la frente: Establece tu propósito. Ella era una mujer a la que le
encantaba hablar por hablar. Yo no tenía tiempo para charlas ociosas y no
lo había tenido desde el día en que me gradué en la universidad y ocupé
mi puesto en Empresas Kendrick.
—Deja de pensar en él. —Me senté en la silla, enderezando los
hombros. Ya era suficiente. A partir de ese momento, dejaría de pensar en
cierto agente de policía y en sus suaves labios.
Froté mis sienes, deseando que este dolor de cabeza desapareciera. Se
había estado gestando desde mi reunión del almuerzo. Una reunión en la
que me había reunido con el director general de una empresa inmobiliaria.
Representaba a un cliente que quería vender tres edificios en Manhattan.
Tenía todo un equipo que gestionaba nuestras transacciones
inmobiliarias. Trabajaban en los pisos décimo, undécimo y duodécimo.
Por encima de ellos, en la decimotercera y decimocuarta, estaban los
equipos que gestionaban nuestras inversiones en varias fábricas de acero
de todo el país. En la planta quince estaban el equipo que supervisaba
nuestra participación en dos grandes navieras. Y en las demás plantas,
esparcidos entre la planta cuarenta, donde yo estaba, y el equipo técnico,
en la segunda, había cientos de empleados más.
Este tipo de la inmobiliaria había insistido en discutir un acuerdo de
compraventa conmigo personalmente. No importaba cuántas veces mi
vicepresidente senior, Martin, se había ofrecido a asistir a la reunión, él se
había negado.
Durante el almuerzo, el hijo de puta me había coqueteado tres veces.
Cerdo.
Tomé el teléfono de mi escritorio y llamé a la extensión de Martin.
—Señorita Kendrick. ¿Cómo estuvo la reunión del almuerzo?
—Frustrante —dije—. Quiero que contactes al cliente directamente. A
ver si podemos prescindir por completo de este agente inmobiliario.
—Lo he intentado —dijo Martin—. Son amigos. El cliente quiere que
su amigo obtenga una parte.
—¿Alguna idea de cuándo vence el contrato de venta?
—Un mes, creo.
—Bien. —Esperaría a este cerdo hasta que el cliente no estuviera en
contrato. Los edificios habían estado en la lista durante meses sin una
oferta. Me arriesgaría—. Vamos a probar su amistad, ¿de acuerdo?
Envíame cifras sobre el precio más alto posible que podemos pagar y aun
así hacer que este proyecto sea rentable. Vamos a ver lo unidos que están
estos dos.
Si el propietario podía ganar suficiente dinero, podría estar dispuesto
a tirar a su amigo debajo del autobús, sobre todo si eso le ahorraba unos
elevados honorarios de agente inmobiliario.
—Lo tendré para usted antes del final del día.
—Gracias, Martin.
Se rio entre dientes.
—No, gracias a ti. No soporto a ese tipo.
—Ya somos dos. —Terminé la llamada y abrí el cajón de mi escritorio,
buscando mi reserva de Advil.
Pero en vez de un frasco de pastillas, mis dedos rozaron una invitación.
La tarjeta estaba decorada con un borde de satén perlado en relieve. La
letra era caligrafía dibujada a mano. Levanté el papel, pasé el dedo por el
borde liso y tracé el nombre de Abel.
La tarjeta de confirmación que la acompañaba, aún en el cajón, se
burló de mí.
No solo me había roto el corazón, sino que ahora, meses después, el
tormento continuaba. Si rechazaba la invitación a su boda, podría pensar
que seguía sintiendo algo por él. No lo hacía, pero él lo supondría.
O asumiría que estaba demasiado ocupada. Y eso solo probaría su
punto, ¿no? Que trabajaba demasiado.
Abel me había hecho sentir culpable por trabajar. Por mi dedicación.
Por ser motivada y competitiva. No son las cualidades ideales en una mujer
hoy en día, aparentemente. Aunque supongo que era mejor que un hombre
que solo me quería por mi apariencia. O un hombre que solo me quería
por mis millones.
¿Era por eso que Landon había venido a mi oficina? ¿Por el dinero? Si
había fracasado con Sofia, ¿por qué no intentarlo con la otra hermana
Kendrick?
La idea me revolvió el estómago. Volví a meter la invitación en el
cajón y lo cerré justo cuando sonó el teléfono. Fruncí el ceño mientras
miraba el número en la pantalla.
No lo había guardado en mis contactos.
Pero sabía quién llamaba.
—¿Sí?
—Hola —Ese estruendo profundo y rico envió un escalofrío por mi
columna vertebral. Si Landon alguna vez decidiera abandonar su carrera
en las fuerzas del orden, podría ganarse muy bien la vida narrando
audiolibros—. ¿Cómo te encuentras hoy?
—Bien —dije, y esperé.
—¿Estás en el trabajo?
—Sí.
—Lo mismo. Acabo de almorzar tarde. Compré un bocadillo en una
tienda de delicatessen a un par de manzanas de la comisaría. Pollo
tailandés con salsa de maní. Estaba muy bueno.
Parpadeé. ¿Almuerzo? ¿Me estaba llamando para decirme qué había
almorzado?
—¿Tiene algún propósito esta llamada, oficial McClellan? ¿O es como
su llamada de hace cinco días?
—Cinco días. Suena como si hubieras estado contando.
Mierda. No tenía sentido negarlo. Podría haber dicho la semana
pasada, pero en vez de eso, había dado un número específico. Porque sí,
había estado contando.
—Solo llamaba para saludar —dijo—. Para ver cómo te va.
—¿En serio?
Volvió a reírse.
—Adiós, Aubrey.
Abrí la boca para corregirlo, pero ya se había ido.
—Grr.
No. No más. A partir de este momento, me negué a darle a ese hombre
otro momento de mi tiempo.
Mi voto duró el resto de mi jornada laboral.
Hasta que fui a casa a cenar y abrí la nevera para ver lo que mi chef
me había dejado para cenar.
Rollos de pollo tailandés. Con salsa de maní.
—Maldita sea.
4
Landon
Hoy fue un mal día.
—Mierda. —Leí el texto y rápidamente escribí mi respuesta. ¿Debería
ir?
—Esta noche no. Ya está dormida.
Solo eran las siete. Pero había perdido mi oportunidad.
—Estoy libre mañana. Estaré allí por la mañana. Gracias por estar
con ella hoy.
—De nada.
Me metí el teléfono en el bolsillo, deseando poder hacer algo más.
Sabiendo que no lo había.
Ese era el problema de ser policía. Me encantaba mi trabajo, pero mi
horario variaba y algunos días, como hoy, trabajaba hasta más tarde. Eso
hacía imposible ver a Lacy antes que se fuera a la cama.
Los días malos de Lacy siempre eran duros. Para ella. Para mí.
Últimamente parecían ser cada vez menos. No sabía si eso era bueno o
malo. Pero la mayoría de las veces, yo no estaba allí para ayudarla. La
culpa era un hijo de puta, y ese bastardo me había estado castigando
durante años.
¿Debería aceptar ese trabajo de seguridad privada? Pagaban mejor. El
dinero era escaso en este momento, demasiado escaso. Tendría más
control sobre mis horas. Pero maldita sea, me encantaba ser policía. La
idea de entregar mi placa me enfermaba.
—McClellan —llamó Mikey desde el banco de casilleros detrás del
mío—. ¿Listo?
—Sí. —Hace cinco minutos, estaba emocionado por ir a nuestro bar
favorito para ver el partido de esta noche. Ahora, todo lo que quería era
irme a casa. Tal vez después de algo de comida y una cerveza, estaría de
mejor humor. Dejaría de preocuparme.
Doblé mi manga de la camisa abotonada por el antebrazo, luego agarré
mi abrigo de mi casillero y metí mi billetera en el bolsillo de mis jeans.
Mikey dobló la esquina, vestido de manera similar para el bar.
—¿Estás bien? —Sus ojos se entrecerraron en mi cara. El hombre era
un buen policía por una razón. Demasiado observador para mi propio bien.
—Sí —mentí, haciendo todo lo posible para quitarme de encima ese
mensaje. Este no era el primero de los días malos de Lacy. No sería el
último, y esta noche, estaba en buenas manos—. ¿Quién más viene?
—Rodgers, Baldwin y Smith se reunirán con nosotros allí.
—Parece que no he visto a Baldwin en años —dije—. Será bueno
ponerse al día.
—De acuerdo. —Se subió la cremallera del abrigo mientras yo me
colgaba la mochila en el hombro y salía de los vestuarios.
Mikey y yo éramos oficiales de la comisaría de Midtown North.
Rodgers y Smith estaban en la Veinte, en los alrededores de Lincoln
Square y el Upper West Side. Pero Baldwin trabajaba en Chelsea, así que
rara vez nos cruzábamos.
Baldwin y yo habíamos ido juntos a la academia. Una noche habíamos
salido a tomar una cerveza, viendo un partido en el Old Irish, cuando entró
Mikey. Iba acompañado de Rodgers y Smith. Los cinco éramos amigos
desde entonces e intentábamos quedar una vez al mes.
—Hombre, espero que ganen los Bills —dijo Mikey mientras
avanzábamos por la estación hacia la salida.
—No ganarán. Y cuando pierdan contra mis Giants, quiero que sepan
que estaré allí para restregárselo.
Mikey se rio.
—Recuerda mis palabras. Uno de estos años, los Bills llegarán a la
Super Bowl.
Sonreí.
—Pero no este año.
—Probablemente no. —Se rio.
Los Buffalo Bills estarían en buena compañía, porque si la temporada
avanzaba como hasta ahora, los Giants tendrían suerte si llegaban siquiera
a los playoffs, por no hablar del campeonato.
—Demonios, qué frío —murmuró Mikey mientras salíamos.
Metí las manos en los bolsillos, deseando haber recordado los guantes
esta mañana.
Era finales de octubre y el invierno estaba sobre nosotros. Había estado
antes en Central Park y todos los árboles estaban cubiertos de cristales de
hielo.
Mikey y yo recorrimos en poco tiempo las cinco manzanas que nos
separaban del bar. En cuanto cruzamos la puerta, el aroma de la cerveza,
mezclado con el pescado y las patatas fritas, hizo que mi estómago
gruñera.
Mejor. Estar con los chicos esta noche era mejor que volver a casa y
detenerse solo en la realidad. Mi estado de ánimo mejoró, pero aún podía
mejorar.
Y sabía qué hacer.
—Oye, voy a hacer una llamada rápida. —Le di una palmada en el
hombro a Mikey y luego levanté la barbilla hacia los otros chicos, que ya
estaban sentados en una mesa.
—¿Quieres que te pida una cerveza?
—Por favor. —Esperé hasta que se alejó antes de sacar el teléfono de
mi bolsillo. Luego me acerqué a la puerta, donde había más silencio, y
toqué el nombre de Aubrey.
Habían pasado tres días desde que la llamé sin ningún motivo.
¿Había vuelto a contar los días? Porque yo sí. Y realmente me gustó
que hubiera contado los primeros cinco.
—¿Sí, oficial McClellan? —ella respondió después del primer timbre.
También me gustó mucho que me llamara Oficial McClellan con ese
toque de irritación en su tono.
—Solo llamo para saludar.
—Otra vez con los saludos. ¿Me vas a hablar de tu almuerzo?
—Cena, en realidad. He salido a tomar algo con unos amigos y a ver
el partido de los Giants.
—Entonces, ¿no deberías estar prestándoles tu atención?
No pude evitar sonreír. Ese descaro era irresistible.
—No, prefiero dártela a ti.
—Qué suerte tengo —dijo.
—Estoy en un pequeño pub, no muy lejos de tu edificio, en realidad.
Old Irish. ¿Has estado aquí alguna vez?
—No.
—Pruébalo. Hacen el mejor pescado con patatas fritas de Manhattan.
—Quizás si hablaba lo suficiente de comida y de mis sitios favoritos para
comer, se animaría a compartir una comida conmigo. Al menos ese era mi
plan. Hablarle lo suficiente como para que no pudiera olvidarme. Y al cabo
de un tiempo, cuando ya no le resultara tan fácil decirme que no, le pediría
una cita.
—Suena un poco alto para mi gusto —dijo.
Todos los televisores del bar estaban sintonizados en el partido con el
volumen al máximo. Si a eso le añadimos la charla y las risas que flotaban
por la sala, el ruido era lo mejor de este bar.
Era estridente y despreocupado. Para que te oyeran, tenías que gritar,
y la persona más ruidosa de la sala era el dueño y cantinero, Seamus. Vivía
en el piso de arriba, en el apartamento situado encima del bar, y en los años
que llevaba viniendo no me había encontrado ni una sola vez a otra persona
detrás de la barra. Y ni una sola vez había cruzado la puerta para verlo sin
una sonrisa.
—Ahora que ya has saludado e informado sobre tu próxima comida,
¿había algún otro motivo para esta llamada? —preguntó Aubrey.
—¿Tiene que haber un motivo?
—La mayoría de las llamadas tienen un motivo. Y yo soy una mujer
ocupada.
Me reí entre dientes, mirando a Seamus mientras echaba la cabeza
hacia atrás y se reía de algo que decía uno de sus clientes.
—¿Has sonreído hoy?
—¿Qué?
—¿Has sonreído hoy?
La línea se quedó en silencio.
Eso significaba que no.
—Entonces el propósito de esta llamada es hacerte sonreír.
—¿Por qué?
—¿Por qué no?
Aubrey resopló.
—Estoy sonriendo. ¿Feliz ahora?
—Mentirosa. —Me reí, girándome hacia la ventana de vidrio que daba
a la calle—. ¿Estás en el trabajo?
—Sí.
—Hazme un favor, busca una ventana y mira afuera.
Suspiró, pero incluso por encima del ruido del bar, oí una silla rodando
y pasos. Probablemente unos tacones de aguja.
—Está bien, estoy mirando afuera.
—¿Qué ves?
—La ciudad —dijo—. Luces. Tráfico. Los edificios. Las nubes.
La vista desde su edificio tenía que ser espectacular. Con tantos pisos
en el cielo, probablemente podría ver a kilómetros de distancia. ¿Estaba
sola allí arriba esta noche, observando el mundo en soledad?
—Estoy mirando por la ventana del bar. Hay un tipo al otro lado de la
calle hablando por teléfono y llevando un paraguas. Sea lo que sea lo que
está pasando al otro lado de la llamada, no tiene buena pinta, porque sigue
balanceando ese paraguas por todas partes como si fuera una espada.
Ella tarareó. No era una risa, pero estaba entrando en calor.
—¿Quieres oír una historia divertida?
—¿Por qué te molestas en preguntar si los dos sabemos que me la vas
a contar independientemente de mi respuesta?
—Me alegro que empieces a entender cómo funciona esto. —Puede
que ella no esté sonriendo, pero yo sí—. Hoy vino un tipo a la comisaría
vestido de Batman. Tenía todo el atuendo. Capa. Máscara con orejas de
murciélago. Traje negro.
—¿Cinturón de herramientas? —bromeó ella.
—Sí. —Cerré los ojos, imaginando su rostro mientras hablaba.
Esperando que las comisuras de su boca comenzaran a torcerse—. Pidió
ver al comisario Gordon. Le dije que yo era Gordon y pasamos treinta
minutos hablando de cómo mejorar la batiseñal.
—Estás bromeando.
—Por supuesto que estoy bromeando.
Había pasado el día patrullando y recibiendo insultos de dos taxistas
que habían tenido un accidente. Me habían llamado cerdo dos veces y
había tenido que sacar a un vagabundo borracho de una tienda.
—¿Estás sonriendo?
—Tal vez. Apenas. ¿Algo más, oficial McClellan?
Ten una cita conmigo. Tenía las palabras en la punta de la lengua, pero
las contuve, sabiendo que diría que no.
—No. Será mejor que vuelvas al trabajo. Eres una mujer ocupada.
Adiós, Aubrey.
—Adiós, Landon. —Su voz cambió, solo un poco, en mi nombre. Tal
vez fue mi imaginación, pero incluso con el ruido en el bar, habría jurado
que se relajó.
Maldita sea. Había visto a la mujer dos veces, hablado con ella tres -
más conteo- y ya estaba enganchado.
Esa pequeña conversación había cambiado mi noche. Me acerqué a la
mesa, con una sonrisa fácil, y me uní a mis amigos.
—Hola, chicos.
—¿Quién es ella? —Baldwin preguntó, sus ojos oscuros sonrieron
mientras se llevaba el vaso a los labios.
No tenía sentido fingir que no tenía razón, así que me senté en el
taburete y negué con la cabeza.
—Ella está tan fuera de mi liga que ni siquiera es gracioso.
—Ah, no te subestimes —dijo Rodgers con su fuerte acento de Boston.
Subestimar sonaba más como un tiro.
—No lo hago. La verdad es que no. —No era el tipo de hombre con
inseguridades sobre mi vida. Tenía una debilidad, y se llamaba Lacy
McClellan.
—Tengo que repetir mi pregunta. —Baldwin apoyó los brazos en la
mesa—. ¿Quién es ella?
—¿Recuerdas a esa mujer con la que me reunía los domingos para
tomar un café? ¿Sofia? —pregunté, esperando mientras cuatro cabezas
asentían alrededor de la mesa—. Tuvimos una cita no hace mucho y ambos
nos dimos cuenta que estábamos mejor como amigos. Pero su hermana,
Aubrey... hay algo ahí. Ella es brillante. Hermosa.
Mikey dejó escapar un silbido.
—Cerebro y belleza. ¿Cuál es el problema?
—Aubrey no me está ignorando exactamente. —Todavía no me había
colgado—. Pero ella tampoco me está dando mucho con qué trabajar. Ella
es un desafío.
—Las mejores lo son. —Smith sonrió, golpeando el anillo de bodas de
plata que brillaba contra su piel oscura. Se acababa de casar hacía tres
meses y yo había sido uno de los padrinos.
—Bueno, yo, por mi parte, espero que ella te haga pasar un mal rato.
—Baldwin rio entre dientes, levantando su cerveza en un brindis—. Por
nuestro chico Landon. Que esta mujer le rompa las pelotas cada vez que
pueda para que aprenda lo que es para el resto de nosotros enfrentarse al
mundo de las citas.
Me reí, sacudiendo la cabeza mientras levantaba mi copa.
—Sí, sí —vitoreó Rodgers, cuya calvicie captaba el resplandor de la
pantalla de televisión más cercana.
El bar estalló en ruido cuando un coro de aplausos llenó la sala.
Nuestra atención se centró en el juego, donde los Giants acababan de
anotar un touchdown.
Baldwin empujó mi codo con el suyo, inclinándose cerca para que no
todos escucharan.
—¿Ella sabe sobre Lacy?
—No. —Solo un puñado de personas sabían lo de Lacy, incluidos los
hombres sentados a esta mesa.
—¿Se lo vas a decir?
—Si llegamos a ese punto.
Esperaba que lo hiciéramos. Tenía treinta y cinco años, y cuando
miraba al futuro, me sentía solo. No quería estar solo. Quería pasar mi vida
adorando a una mujer. Memorizando su rostro. Haciéndola reír. Como mi
padre había hecho con mi madre.
Antes que sus vidas se desmoronaran.
Y me habían dejado para limpiar las piezas rotas.
5
Aubrey
—¿Señorita Kendrick?
Dejé caer mi teléfono como si estuviera ardiendo. Resonó, aterrizando
en mi escritorio mientras miraba hacia la puerta de mi oficina.
—¿Sí, Wynter?
—Lo siento. Creía que me había oído llamar. ¿Interrumpo?
—No. —Aparté mi teléfono.
—Solo quería hacerle saber que el señor Kendrick está aquí. —Wynter
tenía órdenes de avisarme cuando papá estaba en la oficina. No lo veía
muy a menudo, así que siempre que estaba aquí, me preocupaba de
saludarlo.
Cada mes que pasaba, las horas de trabajo de papá eran más y más
esporádicas. A mamá le encantaba que estuviera en casa con ella más que
nunca. Pero extrañaba verlo todos los días, caminando por los pasillos o
en las reuniones.
—Gracias. —Sonreí mientras se alejaba y, en cuanto se cerró la puerta,
me desplomé en la silla—. Ugh.
Mi concentración durante la última semana había sido una auténtica
basura porque cada tres segundos comprobaba mi teléfono. Por una
llamada perdida. Por un mensaje. Cualquier cosa de Landon.
¿Qué estaba mal conmigo? Esto tenía que parar. Me froté las sienes y
me quité de la cabeza los pensamientos sobre cierto oficial de policía.
¡Gah!
Landon no me había llamado desde la semana pasada, cuando estuvo
en aquel bar ruidoso. A lo mejor esta vez me estaba esperando. Bueno, se
llevaría una decepción. No tenía tiempo para llamar a Landon, como
tampoco tenía tiempo para obsesionarme con que me llamara.
Había trabajo por hacer, así que me senté con la espalda recta y sacudí
el mouse para activar mi computadora. Luego hice clic en el último correo
electrónico en mi bandeja de entrada, una actualización de Martin. Sonreí
al leerlo.
Los edificios que habíamos intentado comprar a través de aquel agente
inmobiliario de pacotilla pronto serían nuestros. Tras unas cuantas
reuniones con el cliente, había accedió a vendérnoslos directamente una
vez que expirara su contrato con el agente inmobiliario. Adiós a su
amistad.
Escribí una respuesta rápida y pulsé enviar justo cuando llamaron a la
puerta y mi padre entró.
—Hola, papá.
—Hola, cariño.
Me levanté de mi silla, encontrándome con él en el centro de la
habitación para darle un abrazo.
—¿Quieres un poco de café o agua?
—No, gracias. —Me soltó y se dirigió a los dos sofás blancos de tweed
de la esquina del despacho.
Me senté frente al suyo y miré hacia el cristal.
Grandes y pesados copos de nieve se deslizaban por las ventanas.
Hacía una hora que había empezado a nevar y no parecía que fuera a dejar
de hacerlo.
—¿Qué vas a hacer hoy? —le pregunté.
Suspiró. No un suspiro cualquiera, sino el que suele preceder a las
malas noticias.
—Oh-oh. ¿Qué ha pasado?
—Recibí una llamada de William Abergel esta mañana.
Me puse rígida. William era uno de nuestros abogados. Era socio del
bufete en el que trabajaba Logan cuando vivía en la ciudad. También era
el bufete donde trabajaba Abel.
William no le habría dicho a papá que estábamos saliendo, ¿verdad?
Eso significaría que Abel lo habría dejado escapar. Pero estaba
comprometido. No tenía sentido hablar de mí, ya no.
—Está bien —dije—. ¿Por qué?
Porque si había un problema, William debería haberme llamado. No ir
con el chisme a mi padre. Una de mis mayores frustraciones era cuando la
gente acudía a él en vez de a mí. Era un hecho bien conocido que me estaba
haciendo cargo de Empresas Kendrick. Papá me había nombrado su
sucesor, pero aun así, la gente, especialmente los hombres mayores,
acudían directamente a él.
—No te enfades. —Papá levantó las manos—. No estaba tratando de
ir a tus espaldas. Llamó porque tenía una pregunta sobre algunos cambios
que he hecho en mi testamento.
—¿Está todo bien?
Papá asintió.
—Todo va bien. Tu madre y yo hemos estado hablando de nuestras
propiedades inmobiliarias y de cómo repartirlas.
—Ah. —Las fortunas de los Kendrick, las que se heredaban, se
administraban a través de varios fondos fiduciarios. Logan estaba a cargo
de esos fideicomisos, asegurándose que cada pariente Kendrick recibiera
su parte justa de la fortuna que mi familia había acumulado a través de las
décadas.
Durante años, papá había sido el encargado de resolver las disputas
entre primos y tíos. Había supervisado las Empresas Kendrick y la
Fundación Kendrick, hasta que nos hicimos adultos. La fundación era de
Logan. La empresa, mía.
Había funcionado perfectamente porque yo no tenía ningún deseo de
administrar los fideicomisos familiares o la fundación. Y Logan no
aspiraba a hacerse cargo del negocio.
Al menos, esperaba que hubiera funcionado perfectamente.
Logan se había forjado un camino diferente al esperado. Durante
generaciones, el hijo mayor se había hecho cargo del negocio. Pero había
ido a la facultad de derecho y encontró una pasión diferente. Entonces, en
lugar de un hijo, la protegida de papá había sido una hija.
Mi mayor temor era que papá me considerara su segunda opción.
—Mientras William y yo hablábamos, me preguntó si había oído
hablar de 907 Minería.
Ahogué un gemido.
—Estoy al tanto. Sé que es un desastre, pero el CEO me ha asegurado
que lo están revirtiendo. Creo que si les damos un poco más de capital para
trabajar...
—No. —Papá lanzó una mano al aire—. Es hora de reducir nuestras
pérdidas. Alejarse.
¿Irnos? Teníamos millones de dólares invertidos en 907 Minería. Me
había interesado personalmente en esa operación, y aunque en el alcance
de nuestra cartera el rendimiento potencial estaba en el extremo más
pequeño de la escala, era uno que quería ver hasta el final.
—Esa no es tu decisión, papá. —Endurecí mi columna vertebral,
deseando que mis nervios dejaran de sacudirme. Recordarle a papá que él
no era la única persona a cargo nunca fue más fácil.
—Lo sé. —Asintió—. Es tu decisión. Pero considéralo un consejo.
Aléjate. William cree que el director ejecutivo lo está engañando al pedir
siempre enmiendas a su contrato. No sé si es así o si simplemente es un
mal minero. Lo que sí sé es que no extrae suficiente oro como para que sea
una empresa lucrativa.
—Admito que la última temporada no fue tan bien como estaba
previsto. —907 solo había producido una quinta parte de lo que habían
proyectado extraer—. Pero...
—Aubrey.
¿Podría dejar de interrumpirme?
—¿Qué?
—Solo... piénsalo. Objetivamente. He estado allí. He aguantado
demasiado tiempo cuando algo estaba condenado desde el principio. —Su
rostro se suavizó—. No es fácil admitir el fracaso.
Fracaso. Oír esa palabra era como ser empujado por la ventana y caer
en picado cuarenta pisos hasta la calle.
¿Por eso había venido a la oficina esta mañana? ¿Para darme este
sermón y reprocharme una mala decisión? ¿Había hecho lo mismo su
propio padre? ¿O mi abuelo había dejado que papá descubriera sus errores
por su cuenta? Por el momento, no estaba segura de qué era mejor. Si
Logan fuera el director ejecutivo en lugar de mí, ¿habría hecho papá esta
visita?
Hubo momentos en los que sentí que todos estaban conteniendo la
respiración, esperando ver si era capaz de dirigir esta empresa.
O tal vez la única persona que contenía la respiración era yo.
No quería defraudar a nadie, especialmente a papá. No quería tomar el
legado de mi familia y llevarlo a la ruina.
No quería estar en la línea de mis predecesores y ser el Kendrick que
se había quedado corto.
La presión era casi paralizante.
No podía ser un fracaso.
—Está bien —susurré pasando el nudo en mi garganta—. Dejaré ir al
907.
Papá puso sus manos sobre las rodillas y se levantó.
—¿Tienes tiempo esta mañana? Esperaba que hicieras un viaje rápido
conmigo.
No, no tenía tiempo, pero me puse de pie de todos modos.
—Claro, solo dame diez.
—Ven a mi oficina cuando estés lista.
Forcé una sonrisa y esperé a que se fuera, luego volví a mirar hacia las
ventanas, observando durante unos dolorosos latidos cómo la nieve
revoloteaba desde el cielo.
Fracaso. Esa palabra flotaba en el aire. El escozor no se desvaneció,
pero despegué los pies y me apresuré a recoger el teléfono, mi cartera y mi
abrigo. Luego me detuve en el escritorio de Wynter y le pedí que cambiara
mi horario para poder ir con papá a donde quisiera ir.
Estaba esperando en su oficina, con un abrigo de lana y sonriendo al
teléfono cuando entré por la puerta.
—¿Has visto esto?
Papá me tendió el teléfono para que pudiera ver la foto en Instagram
que Thea había publicado de Charlie esta mañana. En la imagen, mi
sobrina llevaba un abrigo grueso y unos pantalones para la nieve. Tenía
las mejillas sonrosadas y una amplia sonrisa. Estaba en cuclillas junto a un
muñeco de nieve en el patio de Thea y Logan, la creación adornada con
una bufanda a cuadros, piedras para los ojos y la boca y una zanahoria para
la nariz.
—Ya la vi.
—Está creciendo demasiado rápido. —Papá suspiró, lleno de
añoranza—. Cada día se parece más a ti.
—Me alegro que todos vayamos allí para el Día de Acción de Gracias.
—Yo también. —Guardó su teléfono y extendió un brazo—. ¿Vamos?
—¿Adónde vamos?
Sonrió.
—De compras.
De compras. Estupendo. No tenía tiempo para ir de compras. Pero dejé
que me llevara al garaje, donde me esperaba su chofer en el Rolls-Royce
Ghost de papá; heredé mi amor por los autos de él.
Wilson, mi sombra siempre presente, se metió en el asiento delantero
después de abrir la puerta trasera para papá y para mí.
Las calles eran lentas, el tráfico cuidadoso con la nieve y el ruido
amortiguado a medida que atravesábamos Midtown.
Justo cuando pasamos por delante de la comisaría de policía, mi mano
alcanzó mi teléfono, pero me contuve para no sacarlo de mi bolsillo.
¿Landon estaba trabajando hoy? ¿Estaba en la estación? ¿O en
patrulla? ¿Por qué demonios me importaba?
Fruncí el ceño y aparté la mirada.
—¿Qué es esa mirada? —preguntó papá, empujando su codo contra el
mío.
—Nada —murmuré. Solo un hombre que se había infiltrado en mi
mente como una especie de ladrón de gatos—. ¿Adónde vamos?
—Chelsea —contestó papá.
Diez minutos más tarde, el conductor se detuvo delante de una tienda
con escaparates desordenados y un toldo color burdeos.
—¿Antigüedades? —le pregunté a papá—. No es tu estilo habitual.
Se rio entre dientes.
—Esto es más del estilo de tu madre.
Sí, pero mamá no estaría aquí rebuscando en el desorden. Ella enviaría
a su diseñador de interiores para hacer la excavación.
Wilson me abrió la puerta y me ayudó a subir a la acera.
Levanté las perneras de mis pantalones grises, no quería que se
mojaran con la nieve. Luego seguí a papá al interior de la tienda, arrugando
la nariz cuando nos recibió una pared de mosto.
En las paredes exteriores había espejos dorados de todas las formas y
tamaños. El centro de la tienda estaba lleno de mesas adornadas, cada una
cubierta con jarrones de vidrio y accesorios de latón. Mesas de boticario.
Puertas talladas a mano. Sillas tapizadas, ninguna de las cuales tenía un
par. Los pasillos eran estrechos y entre el desorden solo se veían astillas
de la alfombra descolorida.
Papá no se entretuvo ni curioseó. Se dirigió directamente al mostrador
y tocó una campanilla en la vitrina.
Unos pasos se acercaron desde la parte trasera del edificio antes que
un hombre joven apareciera detrás de una estantería repleta de libros
antiguos en distintos tonos de marrón y negro. Se limpió las manos en los
pantalones de pana mientras se dirigía a la caja registradora.
—Buenos días. ¿En qué puedo ayudarle?
—Sí, mi nombre es Thomas Kendrick. Llamé antes por un anillo
antiguo.
—Ah. —El empleado asintió, sacando un juego de llaves de su
bolsillo. Luego se agachó, abrió la vitrina y sacó una bandeja de anillos.
Colocó una bandeja tras otra sobre el mostrador, no como si nos las
estuviera mostrando, sino más bien como si necesitara apartarlas para
poder conseguir el anillo que buscaba papá.
Me deslicé junto a papá, inspeccionando las joyas.
Mis ojos se posaron en una pieza única. El anillo no tenía una joya,
sino una piedra, pulida y suave. Era de un blanco lechoso con rayas verdes,
como el musgo a través de una roca. El corte tenía forma de ataúd.
—¿Me permite? —Señalé el anillo mientras el empleado continuaba
sacando bandejas y cajas.
—Por supuesto.
Levanté el anillo, colocándolo en la punta de mi dedo y girándolo para
inspeccionar la banda de filigrana de oro. No era exactamente el estilo que
normalmente elegía para mis joyas, pero tampoco podía dejarlo en su sitio.
—Aquí tiene. —El empleado le entregó a papá una caja de terciopelo
de color rosa que se abrió con un chasquido audible.
El anillo que había dentro era de estilo art-déco, con un gran diamante
rectangular rodeado de gemas más pequeñas, cada una de ellas tallada en
formas diversas, algunas redondas, otras cuadradas, algunas espejos del
gran rectángulo pero a menor escala. La plata que rodeaba las gemas tenía
pequeñas muescas, de modo que si arrastrabas la uña por la superficie, se
enganchaba, casi como una cremallera.
—Voy a comprar esto para tu madre por Navidad —explicó papá,
inclinando la caja para que pudiera verlo más de cerca.
—Es precioso. —Aunque los regalos de papá a mamá solían ser de un
salón de Harry Winston, no de una polvorienta tienda de antigüedades.
—Llevo años buscando un anillo como éste. Tu bisabuela tenía un
anillo como este. Lillian tiene una vieja foto enmarcada en su escritorio.
—Recuerdo la foto. El anillo no. —La foto siempre había llamado mi
atención porque, incluso en blanco y negro, mi bisabuela se había parecido
tanto a mamá. Las dos eran guapísimas, con la misma forma de cara, nariz
y boca.
—El anillo fue para tu tía abuela. Y luego a su hija. Pero por el camino,
se perdió.
—¿Es este ese anillo? —pregunté, sorprendida que hubiera sido capaz
de encontrarlo.
—Desgraciadamente no —dijo—. Traté de encontrar ese pero está
perdido. Me planteé hacer uno, pero parte de lo que le gustaba a tu madre
era la edad. Así que llevo años buscando algo parecido.
Mi corazón se derritió. El amor de mamá y papá era algo que siempre
había admirado. Hoy parecía tan fuerte como siempre. De niña, recordaba
cuando entraba en el comedor y encontraba a mamá sentada en el regazo
de papá, cada uno con una taza de café en la mano, riéndose de uno de los
chistes estúpidos de papá. La llevaba a una cita una vez a la semana, sin
importarle nada más.
Eran eternos, como este anillo, tan bonito hoy como nuevo.
—Creo que le encantará.
—Eso espero. —Papá miró al empleado—. ¿Cuánto?
—¿Cinco mil? —Sonó como una pregunta. Quizá esperaba que
regateáramos, pero cinco mil dólares era una ganga.
—Perfecto. —Papá buscó su bolsillo, luego refunfuñó—. Olvidé mi
billetera.
Porque cuando eras Thomas Kendrick, no la necesitabas para
conducir, y sus restaurantes favoritos tenían una ficha a su nombre.
—Lo tengo. —Abrí mi bolso y recuperé mi billetera, abriendo la
solapa. Luego saqué una gruesa pila de billetes de cien dólares.
—No me gusta que lleves tanto dinero en efectivo. —Papá frunció el
ceño—. Sobre todo después de lo que pasó con tu hermana.
—Es por eso que tengo a Wilson, ¿recuerdas? —Miré a mi
guardaespaldas que estaba estoicamente junto a un perchero de hierro
forjado junto a la puerta.
Prefería pagar en efectivo, y ayer mismo un mensajero había entregado
diez mil dólares en la oficina. No tenía tiempo para ir regularmente al
banco, y era práctico tener dinero a mano para situaciones como ésta.
—Uh, ¿necesita un recibo? —preguntó el empleado con los ojos muy
abiertos cuando le entregué el dinero.
Señalé el anillo de ágata.
—¿Cuánto por esto?
—¿Mil? —Otra pregunta.
Saqué más dinero en efectivo de mi billetera y se lo entregué, luego
deslicé el anillo en mi dedo índice. Encajaba perfectamente.
—¿Algo más? —le pregunté a papá, moviendo mi mano alrededor del
espacio.
—No. —Asintió al despedirse del empleado, luego guardó la caja de
terciopelo en el bolsillo de su abrigo, haciéndome un gesto para que saliera
y entrara en el auto que nos esperaba.
Mientras el conductor nos llevaba de regreso a la oficina, miré el anillo
en mi mano.
El oro era precioso sobre mi piel. Siempre me había gustado el oro
amarillo. Tal vez por eso había estado tan involucrada personalmente en
907 Minería.
El fracaso. No se estaba volviendo más fácil de tragar.
—¿Me haces un favor? —Papá me preguntó mientras entrábamos al
estacionamiento. Buscó en su bolsillo y sacó el anillo—. ¿Lo guardarás en
la caja fuerte de tu oficina?
—¿No quieres llevártelo a casa?
Se burló.
—¿Y confiar en que tu madre no lo encuentre? Ella ya ha estado
husmeando en busca de sus regalos. Ha revisado la caja fuerte tres veces.
Tuve que esconder la pulsera que le compré en mi bolsa de golf.
Sonreí y tomé el anillo.
—Lo guardaré bien.
Papá se inclinó para besarme la mejilla.
—Piensa en lo que te dije... Sobre el 907.
—Lo haré —murmuré, luego abrí la puerta y seguí a Wilson hasta el
ascensor, dejando que nos llevara hasta la última planta.
Aquella pequeña excursión con papá me había costado una hora, pero
por el anillo en mi dedo -y la sonrisa en la cara de mamá cuando viera el
suyo- merecía la pena quedarse hasta tarde un viernes. Además, no tenía
planes para esta noche.
Cuando llegué a mi oficina, guardé el anillo en mi caja fuerte, luego
me dirigí a mi escritorio y levanté el teléfono para hacer la llamada que no
quería hacer.
Una llamada al propietario de una mina en Alaska. Una llamada que
dejaría a un grupo de hombres sin trabajo en primavera. Una llamada que
confirmaba mi fracaso.
—Lo siento —le dije al CEO de 907 Minería.
—Solo necesito tiempo. Otro millón, tal vez dos, para reemplazar
algunos equipos. Por favor.
—Lo siento —repetí, mi voz firme traicionando la agitación que se
agitaba en mis entrañas. Sin otra palabra, porque no había nada más que
decir, puse el teléfono en la base y cerré los ojos con fuerza.
Maldita sea.
Mi teléfono vibró sobre mi escritorio. Lo levanté, esperando ver el
nombre de un empleado de Empresas Kendrick en la pantalla, pero era el
nombre que había estado esperando toda la semana.
Landon.
¿Debía contestar? Lo más inteligente era dejarlo pasar. Seguir
adelante. Sin embargo, toqué la pantalla con el dedo y me llevé el teléfono
a la oreja.
—Oficial McClellan —respondí.
—¿Estás bien? Suenas molesta.
¿Cómo sabía que estaba molesta? ¿Era tan transparente?
—No es nada. Es que... cometí un error.
—Y no te gustan los errores, ¿verdad?
—¿A alguien le gustan?
—Me gustaría decir que no, pero trato con muchos idiotas a diario, y
su comportamiento diría lo contrario. —Él se rio—. ¿Qué es lo que pasa?
Cuéntamelo.
—¿En pocas palabras? Me estoy haciendo cargo de la empresa de mi
padre y cada decisión que tomo está bajo el microscopio. Por mi edad.
Porque soy una mujer. Porque papá llevó a Empresas Kendrick al siguiente
nivel y todo el mundo me mira, preguntándose si seré capaz de hacer lo
mismo. Quiero tener éxito y no solo manteniendo el statu quo.
Cada generación de líderes de esta empresa había duplicado la fortuna
del CEO anterior. Mi padre casi había triplicado el éxito de mi abuelo. No
quería ser la persona que simplemente mantenía las luces encendidas.
—Así que lo que estás diciendo es que tienes grandes mocasines que
llenar y estás usando tacones.
Una carcajada brotó de mis labios. Una analogía tonta pero que
resumía perfectamente mis sentimientos.
—Exacto.
—Teniendo en cuenta lo bien que caminas con esos zapatos, no tengo
ninguna duda de que lograrás lo que te propongas.
—Gracias. —Mi corazón palpitó ante la seguridad de su profunda
voz—. ¿Por qué me has llamado hoy?
—Para oírte reír.
Teniendo en cuenta mi estado de ánimo cuando atendí el teléfono, una
risa no fue poca cosa.
—Adiós, Aubrey.
Realmente me gustaba cómo decía mi nombre.
—Adiós, Landon.
6
Landon
Dos días. Por mucho que quisiera llamar a Aubrey, para oír aquella
risa dulce y tranquila, solo habían pasado dos días. Me estaba obligando a
esperar tres. Mi esperanza, una tonta esperanza, era que ella me llamara
esta vez.
El impulso de romper mi propia regla era tan jodidamente tentador que
metí mi teléfono en el bolsillo de mis pantalones cortos, me puse los
auriculares y salí del vestuario que apestaba a colonia.
Sin duda era colonia cara, teniendo en cuenta que era el gimnasio más
bonito que había pisado nunca, pero el hedor era tan abrumador que mis
ojos se llenaron de lágrimas. El tipo que se estaba afeitando en el lavabo
cuando entré hacía unos minutos se había echado demasiada.
¿Qué mierda estaba haciendo aquí? Este gimnasio no era para mí.
Prefería el gimnasio del sótano de la comisaría, donde no había ventanas
y la temperatura en esta época del año rozaba el punto de congelación.
Donde los únicos olores eran a sudor rancio, metal y cemento.
En la comisaría no había colchonetas ni máquinas sofisticadas. Si
querías hacer cardio, levantabas una cuerda para saltar o golpeabas el saco
pesado Si querías levantar peso, utilizabas las pesas libres. Y, por
supuesto, no había clases de yoga ni de pilates.
Cuando salí del vestuario, cada persona con la que me cruzaba vestía
ropa de diseñador. No sudaban tanto como brillaban.
Mientras tanto, yo llevaba una raída camiseta Hanes a la que le había
cortado las mangas. No, este lugar no era para mí. Pero al menos mi mes
aquí era gratis. No podía pagar una membresía en un gimnasio pretencioso
de Midtown.
Y si tenía que dejar la fuerza, tendría que acostumbrarme a gimnasios
más comerciales.
Las luces fluorescentes eran brillantes esta mañana, combatiendo la
oscuridad que entraba a raudales a través de la pared de ventanas que
daban a la calle. El reloj, alineado con una hilera de pantallas de televisión,
marcaba las cinco y diez. Mi plan era hacer ejercicio.
Mi plan era hacer ejercicio, aprovechando mi membresía gratuita de
un mes porque me lo habían regalado, y luego pasar el día con Lacy. Esta
noche iba a descansar, preparando la cena y limpiando mi apartamento.
Teniendo en cuenta el tamaño de mi pequeño apartamento tipo estudio, la
limpieza tomaría alrededor de una hora.
Una cosa que diría sobre este gimnasio es que estaba relativamente
cerca de casa. Había venido trotando desde la calle Cuarenta y Seis Este
en vez de perder el tiempo en el metro.
Otro punto a favor del gimnasio eran sus escaladoras. Eran máquinas
con escaleras de verdad, no con pedales. Me subí a una, puse mi teléfono
en la pantalla y estaba a punto de presionar el botón de inicio cuando un
mechón de cabello castaño llamó mi atención dos máquinas más abajo de
la mía.
Lo miré dos veces. Luego sonreí.
Supongo que no tenía que esperar otro día para hablar con Aubrey.
¿Cuáles eran las posibilidades? Sonreí más ampliamente, sacándome
los auriculares y riéndome mientras cambiaba de máquina por la que
estaba al lado de ella.
Ella tenía los auriculares puestos y el sudor le corría por las sienes
mientras subía y subía. Cuando me vio a su lado, me miró. Luego hizo su
propia toma doble, con la boca abierta cuando casi tropezó con una
escalera. Sus manos volaron hacia las barandillas cuando me acerqué y
pulsé el botón de parada.
—¿Qué haces aquí? —Su pregunta fue casi un grito.
Aubrey se dio cuenta demasiado tarde y se encogió de hombros
mientras se quitaba los auriculares y miraba a su alrededor.
Nadie nos prestaba atención. Las veinte personas esparcidas por el mar
de máquinas estaban absortas en sus propios dispositivos.
—¿Qué haces aquí? —volvió a preguntar, apoyando las manos en las
caderas.
Mi mirada recorrió su cuerpo y mierda…
¿Qué había en esta mujer? Al igual que el día que fui a Empresas
Kendrick, mi cuerpo reaccionó al instante. Mi polla se hinchó. Mi corazón
latía cada vez más rápido, como si tuviera el dedo pulsando sobre el botón
de velocidad de una cinta de correr. Bajé la mirada, deseando que mi polla
dejara de retorcerse.
Estos pantalones cortos de gimnasia no dejaban mucho a la
imaginación y andar por ahí con una erección furiosa no era el mensaje
que quería enviarle a Aubrey.
Respiré hondo tres veces y pude controlar mi cuerpo. Que el cielo me
ayude si ella se agachaba con esas mallas negras y esa camiseta de tiras.
Pero por ahora, había ganado la batalla.
—¿Vas a responder a mi pregunta? —jadeó, su rostro sonrojado. Al
menos no tenía miedo de sudar.
—Subir escaleras, cariño. —Sonreí cuando puso los ojos en blanco—
. Normalmente uso el gimnasio de la comisaría, pero hoy no estoy de turno
y no quería ir un domingo. Un tipo que conozco es dueño de este lugar.
Me consiguió una membresía.
—Oh.
—No suenes tan decepcionada —bromeé.
—No lo estoy.
—Claro. —Definitivamente había algo de decepción en su tono.
¿Quizás esperaba que viniera por ella?—. Es la primera vez que vengo
aquí.
—Yo también —dijo.
—Pensé que tendrías tu propio gimnasio privado.
—Lo tengo. —Agarró su botella de agua del portavasos de la máquina
y bebió un trago—. Mi entrenadora personal viene a mi casa tres veces por
semana. Me sugirió que probara esto para tener un ambiente diferente.
—A veces es bueno no hacer ejercicio solo. Incluso si estás haciendo
lo tuyo.
Aubrey me estudió, inclinando ligeramente la cabeza.
—Sí. Exacto.
—¿Quieres que hagamos ejercicio juntos?
—Yo, eh… Creo que simplemente haré lo mío.
—Está bien. Probablemente sea mejor así. No me gusta holgazanear
en el gimnasio. —Contuve una sonrisa cuando ese fuego se encendió en
su mirada. Tiro al blanco.
Aubrey Kendrick no retrocedería ante un desafío. Ni yo tampoco.
—Bien —cortó—. ¿Cuál es tu plan?
Me puse los auriculares y añadí veinte minutos al reloj de la
escaladora.
—Supongo que lo averiguarás. Si puedes mantener el ritmo.
Veinte minutos después, me estaba arrepintiendo de mi decisión.
Aubrey estaba en forma. Muy en forma.
Demonios. Salté de la escaladora con las piernas temblorosas, me
acerqué a una estantería y tomé una toalla de mano, secándome el sudor
que resbalaba por mi cara.
Aubrey paró su propia máquina y se puso a mi lado, apenas sin aliento.
La única prueba que había quemado calorías era el color de sus mejillas y
el vello húmedo de las sienes.
—¿Lo siguiente? —preguntó arqueando las cejas.
—Pesas. —Respira. Hice lo mejor que pude para estabilizar mis
pulmones.
Aubrey había fijado su velocidad en el escalador y la igualé. Pero había
sido el doble de rápido de lo que había planeado.
—Muéstrenos el camino, oficial. —Aubrey sonrió—. ¿A menos que
necesites un descanso?
—No. —Tomé la botella de limpiador del estante y luego me puse a
limpiar mi máquina mientras ella hacía lo mismo—. Hoy voy a levantar
para pecho y tríceps.
—De acuerdo. —Se encogió de hombros y se dirigió a una máquina
para hacer extensiones de tríceps.
Al igual que el ejercicio cardiovascular, se esforzó mucho con las
repeticiones y el peso, pero aún no mostraba signos de fatiga cuando
terminamos la rotación.
—Bueno, no sé cuánto le estás pagando a tu entrenador, pero
probablemente no sea suficiente —dije mientras me limpiaba la frente—.
Tú ganas. Me rindo.
Ella sonrió.
Mi corazón se detuvo.
Esa sonrisa transformó su rostro, como el amanecer más allá de las
ventanas iluminando mi ciudad.
Esta mujer iba a consumir cada pensamiento despierto, ¿no? Ella
acababa de reclamar amaneceres. No volvería a entrar en un gimnasio sin
esperar encontrarla en una escaladora.
Sentía demasiada presión en el pecho, así que tragué fuerte y señalé
con la cabeza una sección vacía de colchonetas en la esquina.
—Será mejor que me estire.
Mis isquiotibiales ya estaban tensos, así que tomé asiento y respiré a
través del ardor mientras buscaba mis zapatos.
Aubrey se unió a mí en las colchonetas y se agachó para hacer el
mismo estiramiento. Aunque yo apenas podía tocarme los dedos de los
pies, ella prácticamente se dobló por la mitad.
Me dio el ángulo perfecto para estudiar ese cuerpo apretado y
tonificado. Maldita sea, era sexy. Su coleta se agitó sobre un hombro y
luché contra el impulso de quitarle el elástico y dejarla suelta.
Había tenido que hacer un gran esfuerzo para no pensar en sus piernas
y en cómo se verían envueltas alrededor de mis caderas. Mientras ella no
miraba, me ajusté rápidamente la polla.
—Háblame de este negocio tuyo —dije mientras me estiraba de nuevo.
Aubrey exhaló un largo suspiro.
—¿Qué quieres saber?
—Cualquier cosa. —Todo. Cualquier cosa. Lo que necesitara para
mantener una conversación con ella que durara más de los dos minutos por
teléfono.
—A principios de siglo, mi tatarabuelo compró una panadería en la
calle Cincuenta y siete. Fue la primera de sus inversiones empresariales.
Fue el comienzo de Empresas Kendrick. —Su voz estaba impregnada de
orgullo—. Tenía un don para tomar un negocio y obtener beneficios. A
partir de la panadería, compró una floristería, luego un puñado de
restaurantes antes de expandirse a desarrollos inmobiliarios. Cuando
murió, había construido un negocio multimillonario.
—Impresionante.
—Su nombre era Logan. Mi hermano mayor lleva su nombre.
—¿Y Aubrey? ¿De dónde viene ese nombre?
—De la abuela de mi madre.
—La familia es importante para ti, ¿no?
—Sí. —Sin dudarlo. Una sola palabra que decía mucho sobre las
prioridades de esta mujer.
No era solo un negocio, un trabajo, para Aubrey. Este negocio era su
familia.
Eso me gustaba. Porque la familia lo era todo para mí.
—Cuéntame más.
—Eres muy mandón. —Insolente.
—No estás acostumbrada, ¿verdad? —Sonreí burlonamente.
—Yo doy las órdenes.
Le guiñé un ojo.
—Seguro lo haces.
Me dirigió una mirada plana, pero la insinuación de otra sonrisa estaba
en su bonita boca.
Me reí entre dientes.
—¿Vas a contarme más sobre el negocio o no?
—Son inversiones principalmente. Proporcionamos capital a grandes
corporaciones. Estamos bastante diversificados en estos días. Pero algunas
de nuestras mayores participaciones están en fábricas de acero y
compañías navieras.
—Entendido. Y su edificio, ¿está todo ocupado por sus empleados?
—Ahora lo está. Solíamos alquilar las cinco primeras plantas, pero
cuando mi padre amplió algunas operaciones en la última década,
necesitábamos el espacio para nuestros equipos.
—Eso es increíble. —Cuarenta pisos de gente trabajando para Aubrey.
—Gracias. —Ella agachó la barbilla, ocultando un sonrojo. Era tímida,
como si no la halagaran lo suficiente y no supiera cómo tomárselo—.
También tenemos una cartera de capital de riesgo en crecimiento. Esas
suelen ser las empresas más interesantes.
—Cuéntame sobre tus favoritas.
Sus ojos oscuros bailaban al hablar de los proyectos que la
apasionaban.
Esa floristería que había comprado su tatarabuelo Logan Kendrick
todavía era parte de su empresa. Se había convertido en una cadena
nacional, pero la ubicación original todavía estaba en Gramercy Park.
Ella recientemente había invertido en una empresa de perfumes y los
primeros frascos llegarían a las estanterías de Neiman Marcus y Bergdorf
Goodman antes de Navidad.
Aubrey habló sobre dos nuevas empresas tecnológicas diferentes y
cómo tenían el potencial de cambiar el panorama de las redes sociales. Ella
me confió sobre una operación minera de oro en Alaska que estaba a punto
de quebrar.
—Cuando me llamaste el otro día, acababa de hablar por teléfono con
el dueño de la mina.
—Ah. —Asentí. Por eso tenía tanta tristeza en la voz—. Lo siento.
Se encogió de hombros y miró el reloj de pared por encima de mi
hombro. Sus ojos se abrieron.
—Dios mío. ¿Es esa la hora?
Agarré el teléfono mientras ella hacía lo mismo y me quedé
boquiabierto. Eran más de las siete.
Había estado aquí por más de dos horas, y se habían sentido como
minutos.
Como si los relojes se hubieran parado.
—Será mejor que me vaya. —Se levantó de la colchoneta—. Tengo
que ir a trabajar.
Un domingo, porque sospechaba que no existían los días libres para
una mujer como Aubrey. Eso también me gustaba. Su dedicación. Su
ambición.
Me puse de pie, observándola mientras se inclinaba para recoger su
botella de agua.
—Adiós, Landon. —Aubrey dio un paso, lista para irse, pero luego se
giró, y volvió a dirigirme esa mirada inquisitiva, con la cabeza inclinada
hacia un lado—. No te intimido, ¿verdad?
—¿Debería?
—La mayoría de los hombres lo están.
Acorté la distancia entre nosotros, obligándola a inclinar la cabeza
hacia atrás para mantener mi mirada.
—Yo no soy la mayoría de los hombres, nena.
Su boca se abrió. Mierda, eso era sexy. Era la cantidad justa para que
yo deslizara mi lengua en su interior.
Así que antes que pudiera besarla, le guiñé un ojo y me dirigí a los
vestuarios masculinos.
Tal vez este gimnasio no era tan malo.
7
Aubrey
Mientras Glen conducía el auto por Park Avenue, mi teléfono vibró en
mi regazo con una llamada entrante de Wynter.
—Sí —contesté.
—Señorita Kendrick. Hay un oficial de policía que quiere verla.
Mi corazón dio un vuelco. Landon. Miré a través del parabrisas para
ver exactamente dónde estábamos.
—Estaremos allí en breve. ¿Puedes pedirle que espere?
—Por supuesto.
—Gracias. —Terminé la llamada y bajé la barbilla para ocultar una
sonrisa.
Landon McClellan era un hilo constante en mis pensamientos. En los
cinco días que habían pasado desde que nos encontramos en el gimnasio,
no me había llamado. No me había enviado ningún mensaje. Pero había
estado en mi mente y había perdurado, como las mariposas en mi vientre.
Le eché la culpa a esa camiseta que había estado usando en el
gimnasio. Era una camiseta normal, pero le había cortado las mangas para
dejar al descubierto esos brazos esculpidos. Los agujeros eran tan anchos
que pude ver la definición muscular de sus costillas. Había levantado el
dobladillo de la camisa en un punto, abanicándose y mostrándome esos
deliciosos abdominales. Con sus hombros anchos, piernas largas y cintura
estrecha, era un Adonis.
Un pulso floreció en mi centro y me retorcí en mi asiento.
Landon me perseguía. Hasta ahora, mis inútiles intentos de alejarlo
habían fracasado espectacularmente. Pero, ¿y si lo dejo ganar? ¿Qué pasa
si dejo de empujar?
No tenía idea de lo que quería de mí. Tal vez venganza contra mi
hermana por dejarlo. Tal vez dinero. Tal vez sexo.
Esto último, bueno… ¿Sería tan mala idea tener sexo casual con un
policía sexy? Porque el cuerpo de Landon contenía la promesa de un
hermoso orgasmo. Había pasado un tiempo desde que tuve un orgasmo
decente no inducido por el vibrador en mi mesita de noche.
Era viernes. Si Landon me esperaba en la oficina, podríamos salir a
cenar. Disfrutar de una copa de vino. Ir a mi casa. Tener sexo.
Una serie de casillas de verificación se formaron en mi mente.
No era exactamente romántico, pero yo era una mujer ocupada. El
romance estaba sobrevalorado. Ya lo había vivido y había fracasado.
Miré el ramo de rosas rosadas en el asiento a mi lado. Yo misma las
compré hoy. Me compraba flores casi todas las semanas, aunque
normalmente me las entregaban en la floristería.
Pero después de hablar con Landon en el gimnasio sobre mi familia y
los orígenes de Empresas Kendrick, me puse sentimental. Durante el
almuerzo, decidí pasar por la floristería y verla en persona.
Hacía más de un año que no pasaba por allí. La recepcionista no tenía
idea que el nombre de mi familia figuraba en la escritura del lugar donde
trabajaba, pero había sido muy amable y me había vendido una docena de
rosas envueltas en papel de seda a juego.
Tenía que dedicar más tiempo a visitar lugares como la floristería. Me
había llenado de energía, al igual que hablar con Landon sobre mis partes
favoritas del negocio.
Me había escuchado absorto mientras balbuceaba la semana pasada.
Aubrey Kendrick no balbuceaba.
Era tan desconcertante como atractivo. Nunca había sentido el impulso
de lamer el cuerpo sudoroso de un hombre, pero mientras Landon y yo
hablábamos, tuve que luchar contra el deseo irrefrenable de recorrer con
la lengua la larga columna de su garganta.
Qué mañana tan extraña había sido. Maravillosamente extraña. Los
días siguientes habían sido iguales. La concentración parecía fugaz en el
mejor de los casos, especialmente hoy.
Cuanto más nos acercábamos a Empresas Kendrick, más fuerte latía
mi corazón. Aquel dolor entre las piernas se convirtió en palpitación y,
cuando entramos en el garaje, no esperé a que Wilson o Glen abrieran mi
puerta para salir del auto y correr hacia el ascensor.
Wilson trotó para alcanzarme y ocupó su lugar habitual en la pared
trasera mientras yo pulsaba el botón de la última planta.
El ascensor iba despacio, tenía que ir despacio, porque el trayecto era
insoportable. Hasta que finalmente las puertas sonaron, se abrieron y entré
en el vestíbulo, buscando a Landon.
Pero no era Landon el que estaba sentado en el banco acolchado frente
al escritorio de Leah.
—Oh. Um, hola. —¿Quién era este? ¿Dónde estaba Landon? Dejé a
un lado mi decepción y me acerqué, tendiéndole la mano mientras se
levantaba—. Aubrey Kendrick.
—Señorita Kendrick. —Me devolvió el apretón de manos con un
asentimiento—. Oficial Bertello. Me gustaría hacerle unas preguntas.
Su tono hizo que se me erizaran los vellos de la nuca.
—Por supuesto —le dije—. Llevemos esto a mi oficina.
Con un gesto de la cabeza para que Wilson me siguiera, queriendo un
testigo de esta conversación, los tres pasamos junto a una Wynter con los
ojos muy abiertos y entramos en mi oficina.
—¿Puedo ofrecerle algo de beber, oficial Bertello? —le pregunté.
—No, gracias, señora.
Señalé los sofás.
—Por favor.
Se sentó en el borde de un cojín, sacando un cuaderno, mientras yo
ocupaba el asiento opuesto al suyo, sentada con la espalda recta.
¿Qué coño estaba pasando ahora? Si alguien hubiera resultado herido,
habría recibido una llamada, ¿verdad? Si alguien estuviera en problemas,
este policía no me haría preguntas. ¿Había algún problema con un
empleado? Normalmente, esos problemas los resolvía Recursos Humanos
antes que yo me enterara.
El oficial Bertello abrió su bolígrafo y luego lo acercó a su cuaderno,
con la punta suspendida sobre el papel.
—Señora Kendrick, ¿puede decirme dónde estaba el viernes por la
mañana de la semana pasada?
Espera. ¿Qué? ¿Me estaba preguntando por mi paradero?
—Estaba aquí. Trabajando.
—¿Y a qué hora llegó esa mañana?
—A las seis. Estoy aquí todos los días a las seis.
Bertello tomó nota y levantó la vista, con la barriga apretando los
botones de la camisa bajo el abrigo.
—¿Y salió de la oficina?
¿El viernes pasado? ¿Qué demonios había estado haciendo el viernes
pasado? Ese fue el día de la Minería 907.
—Sí. Mi padre llegó a la oficina alrededor de las diez. Fuimos a una
tienda de antigüedades para que pudiera comprar un anillo para mi madre.
Un regalo de Navidad.
—¿Y lo compró?
—¿El anillo? Sí. —Levanté un dedo—. En realidad, no.
Los ojos del oficial se entrecerraron.
—Yo compré el anillo. Papá se olvidó la cartera en casa.
—Usted compró el anillo.
—Sí. —¿Por qué había tanta duda en su tono?—. Pagué en efectivo.
Cinco mil dólares.
—¿Cinco mil dólares en efectivo? —El oficial Bertello me miró como
si fuera absurdo. No tenía que decirlo porque la acusación en sus ojos era
suficiente. Este tipo me estaba llamando mentirosa.
Así que levanté una mano e hice un círculo con un dedo en el aire,
recordándole exactamente dónde estaba sentado.
—Sí. Efectivo.
Garabateó algo en su bloc de notas.
—¿Y tiene el anillo?
—Sí. Está en mi caja fuerte.
—¿Puedo verlo?
—No. No hasta que me explique de qué va esto.
Su boca se aplanó en una línea delgada.
—La dueña de la tienda dice que le robaron ese anillo la semana
pasada.
—¿Perdón? —Mi mandíbula golpeó el suelo—. Pagamos por ese
anillo.
—¿Tienen un recibo?
—No. —Mierda—. No recibí un recibo.
—Por su compra en efectivo. —Empezó a escribir de nuevo, y
mientras el bolígrafo raspaba el papel, miré a Wilson, que tenía el ceño
fruncido.
—Tanto Wilson como mi padre estaban allí como testigos. El
empleado se llevó mi dinero.
—Señor Wilson, ¿es usted un empleado a sueldo de la señora
Kendrick?
—No respondas a eso. —Levanté la mano, deteniendo a Wilson antes
que pudiera hablar—. Antes de continuar con más preguntas, me pondré
en contacto con mi abogado.
Bertello frunció el ceño.
—Que tenga un buen día, oficial Bertello.
Cerró el bolígrafo, como si ya hubiera conseguido todo lo que
necesitaba.
—Estaré en contacto, señora Kendrick.
Me quedé en mi asiento, mirando su espalda mientras salía de mi
oficina. Luego cerré los ojos, apretando las manos en puños.
¿Me acababa de acusar de robar? ¿O había estado acusando a papá?
Tampoco le había contado todo. No le había hablado del otro anillo, de los
otros mil dólares. Si él ya sabía sobre eso, ¿pensaría que todo era parte de
una mentira? Mi estómago se retorció.
—Señorita Kendrick... —Wilson se interrumpió.
Yo tampoco sabía qué diablos decir, así que me levanté y me dirigí a
la silla de mi escritorio.
—Por favor, avísame si regresa.
Wilson asintió.
—Sí, señorita Kendrick.
Cruzó la habitación, listo para disculparse, excepto que cuando abrió
la puerta, casi choca con un oficial de policía. El oficial que esperaba ver
hoy.
—Lo siento —dijo Landon, intentando apartarse del camino de
Wilson.
Pero Wilson se movió, impidiendo que Landon siguiera entrando en la
oficina.
—¿Puedo ayudarlo?
—No pasa nada, Wilson —le dije.
Wilson miró a Landon de arriba abajo antes de indicarle que entrara.
—Hola. —Landon me miró con recelo cuando la puerta se cerró tras
Wilson—. ¿Mal momento?
—Se podría decir que sí. —Apreté los dientes—. Uno de tus hermanos
acaba de estar aquí. Me sorprende que no lo hayas visto en el vestíbulo.
—Debió de entrar en el otro ascensor cuando yo subía. ¿Qué pasa?
—No estoy muy segura. Pero creo... Creo que soy sospechosa de un
robo.
—¿Qué? —Landon cruzó la habitación, deteniéndose al otro lado de
mi escritorio y plantando sus manos en la superficie, inclinándose. La
expresión de su rostro era tan seria, tan oficial de policía, que por primera
vez en mucho tiempo me sentí intimidada.
—Empieza por el principio —me ordenó—. No omitas ningún detalle.
Respiré hondo y luego reproduje la conversación con el oficial
Bertello.
Landon se frotó la mandíbula cuando terminé, caminando frente a mi
escritorio.
—¿Por qué iba a robar? Fueron cinco mil dólares. Yo valgo millones.
Esta empresa vale miles de millones. No tiene sentido. —Salté de mi silla
y me dirigí hacia mi baño.
La oficina incluía el cuarto de baño, una pequeña cocina y un armario.
No guardaba muchas cosas aquí, pero en ocasiones se me hacía tarde, así
que me aseguraba de tener algunas prendas a la mano. Al fondo del
armario estaba mi caja fuerte.
Introduje el código en el teclado, abrí la puerta y saqué el anillo. Con
él en mi puño, volví a la oficina, donde Landon me esperaba con las
piernas abiertas y los brazos cruzados sobre el pecho.
—¿Ves? —Le tendí la caja de terciopelo—. He pagado por esto,
Landon.
—Respira hondo, Aubrey.
—No quiero...
—Respira, nena.
Apreté la mandíbula pero inhalé por las fosas nasales.
—¿Cómo podría alguien pensar que robaría?
—Otro respiro —ordenó Landon.
—No quiero respirar —espeté—. ¿Sabes qué? Probablemente sea una
estafa. ¿Y si la dueña de la tienda de antigüedades está intentando
apuntarse un tanto? Ella sabe que le pagamos en efectivo a su empleado.
Él le dijo que no me dio un recibo porque soy una maldita idiota. Así que
a lo mejor se inventó esta ridícula historia que robamos este anillo, y
cuando amenace con llevarlo a los periódicos, pagaremos para que
nuestros nombres no sean arrastrados por el barro.
Tenía sentido. No era la primera vez que alguien de nuestra familia
había sido engañado.
Pero era mi primera vez.
Yo no era una ladrona. No era crédula. Solo quería ayudar a mi papá a
comprar un regalo para mi mamá. Gritar. Llorar. En este momento, quería
hacer ambas cosas.
—Aubrey, respira otra vez, cariño.
Cerré los ojos con fuerza para no llorar y luego respiré.
Landon se acercó y sus grandes manos se posaron en mis hombros.
Pero yo seguía con los ojos cerrados, respirando su aroma. Jabón de
lavandería y una pizca de colonia picante, lo suficiente para ser tentador
pero no abrumador.
Me incliné un poco más hacia él e inhalé de nuevo antes de abrir los
ojos.
—Yo no he robado este anillo.
—Lo sé.
—Ese tipo, Bertello, no me creyó. Se le notaba en la cara.
—Pero él no te arrestó. Eso es bueno. Significa que no tiene pruebas
suficientes para presentar cargos. Así que esperaremos a ver qué
encuentra.
Levanté la vista, sus ojos azul cristalino esperándome.
—¿Nosotros? ¿No rompe esto algún tipo de código de lealtad policial?
Sonrió.
—Estoy de tu parte.
—¿Qué prueba puedo mostrar? No tengo un recibo. No tengo un
extracto de la tarjeta de crédito que demuestre que lo compré.
—Lo más probable es que la tienda tenga cámaras de seguridad.
—Sí, pero si ella está intentando extorsionarme, lo más probable es
que esas imágenes hayan desaparecido.
—¿Has llamado a tu abogado?
—No. Ugh. —Hice una mueca y luego rodeé a Landon—. Tengo un
equipo de abogados, pero en su mayoría están especializados en derecho
corporativo. —Excepto uno que había pasado sus primeros años en la
oficina de un abogado defensor.
Caminé hacia mi silla, dejándome caer en el asiento.
Por mucho que odiara hacer la llamada, la hice de todos modos, levanté
mi teléfono celular y llamé a un hombre con el que realmente no quería
hablar, precisamente hoy. Mientras sonaba, miré el cajón de mi escritorio
y la invitación de boda que había dentro.
—Aubrey —contestó.
—Abel.
8
Landon
No me importaban los abogados. Tendían a enturbiar las
investigaciones y a hacer las cosas diez veces más difíciles de lo necesario.
Pero eran inevitables y había aprendido a lidiar con ellos.
¿El abogado de Aubrey?
Definitivamente no era un fan.
Pero quería protegerla más de lo que quería que él se fuera, así que
borré mi expresión cuando entró en su oficina.
Entró en el espacio sin dudarlo, como un hombre que se sentía muy
cómodo aquí. Y no porque fuera su abogado. Su cabello castaño estaba
peinado, ni un solo cabello fuera de lugar. Llevaba un maletín y calzaba
zapatos recién lustrados.
—Hola. —Se quitó el abrigo, dándome una breve mirada mientras lo
colgaba sobre el respaldo de un sofá. Luego caminó hasta donde estaba
Aubrey junto al borde de su escritorio.
—Gracias por venir —dijo.
—Por supuesto. —Se inclinó, como si fuera a darle un casto beso en
la mejilla, pero se detuvo. ¿Una vieja costumbre?
Se giró, cuadró los hombros y me miró.
—Siento el retraso, oficial. Ahora que estoy aquí, me gustaría unos
minutos para discutir lo que está pasando con mi cliente. Si desea esperar
en el pasillo, lo llamaremos cuando estemos listos.
Me reí, cruzando los brazos sobre mi pecho. Mientras esperábamos a
que llegara, me había colocado junto a las ventanas, con vistas a la ciudad.
Aubrey tenía una vista increíble desde su oficina. Y no solo la vista
más allá del cristal.
Había estado callada desde que hizo la llamada a este tipo. Se había
quedado en su silla, pero también la había girado hacia el cristal. Solo se
levantó cuando su asistente nos informó que el abogado estaba subiendo.
Aubrey no me había pedido que me fuera y, aunque lo hubiera hecho,
la habría ignorado. Esto no era algo con lo que se lidiaba solo. Algo que
mi papá me había enseñado hace años: no dejas a una mujer que te
necesita.
—Landon no es el oficial que me interrogó —le dijo Aubrey al
abogado—. Él es, eh…
—Landon McClellan. —Me acerqué a su lado, poniendo la mano
izquierda en la parte baja de su espalda. Luego extendí la derecha para
estrechar la suya.
—Abel Zimmerman. —Me miró de arriba abajo mientras me devolvía
el apretón.
Levanté la barbilla hacia los sofás.
—Vamos a sentarnos para hablar de esto.
Los ojos del abogado se entrecerraron. Y cuando Aubrey obedeció sin
decir una palabra, se puso rígido.
Sí, amigo. Ella es mía.
Aubrey se sentó en un extremo de un sofá y, en lugar de darle espacio,
me hundí en el cojín central, dejando apenas una pulgada entre nosotros.
Se movió, cruzando las piernas, luego me lanzó una mirada. Pero no
me empujó ni me exigió que me moviera.
Mi intención era que pareciéramos una pareja. Y aparentemente ella
iba a seguirme la corriente. Interesante.
Había una historia personal con este Abel. Lo suficiente como para que
estuviera dispuesta a fingir, a seguirle la corriente a una ilusión... pronto
se daría cuenta que no estaba fingiendo.
—No sé si eres la persona adecuada para esto o no —le dijo Aubrey
después de sentarse en el sofá opuesto al nuestro—. Pero me imagino que
puedes remitirme a alguien si es necesario.
—¿Dijiste que te interrogó un oficial de policía? —preguntó Abel,
lanzándome una rápida mirada.
—El oficial Bertello —dijo Aubrey—. Le dije que no hablaría más
hasta que mi abogado estuviera presente.
—Empieza por el principio, nena —le dije.
Me miró de perfil y clavó sus bonitos ojos marrones en los míos.
Le guiñé un ojo.
Aubrey apretó los labios, como si estuviera ocultando una sonrisa, y
me dio un leve movimiento de cabeza. Luego la sonrisa desapareció y se
sentó más alta, mirando a Abel.
No me gustó la tensión que nublaba su expresión. Una parte de mí
quería rodearla con el brazo, arroparla contra mi costado, pero no lo
estábamos...
A la mierda.
Me conformé con apoyarle una mano en la rodilla.
Su respiración fue casi inaudible. Casi.
—Adelante. —Apreté su rodilla, luego asentí al abogado.
Ella respiró hondo y, como había hecho antes conmigo, le contó su
conversación con Bertello.
—¿Quién estaba contigo cuando compraste los anillos? —Abel
preguntó.
—Papá. Wilson.
—Y Wilson es...
—Mi guardaespaldas. —Señaló hacia la puerta—. Debió de estar en el
vestíbulo cuando saliste del ascensor.
—¿Por qué tienes guardaespaldas? —preguntó él.
—Mi padre insistió después que Sofia fuera asaltada este verano.
—Oh. No me había enterado. —Abel frunció el ceño—. ¿Está bien?
—Está bien. —Aubrey se desentendió de ello—. ¿Qué tengo que hacer
para que esto desaparezca?
—Desafortunadamente, no hay mucho que hacer. Tendremos que
esperar a ver qué pasa.
—Espera. ¿Ya está? ¿Y si vuelve aquí y me arresta? —Se levantó del
sofá y caminó hacia las ventanas.
—Dudo que vaya a arrestarte, Aubrey —dijo Abel—. Tienes dos
testigos que te vieron pagar por ese anillo.
—Tres —corregí—. El empleado de la tienda. Pero obviamente le está
mintiendo a la dueña. O esto es una conspiración que prepararon juntos.
—Sí. —Aubrey asintió—. Esto tiene que ser un plan para sacarme
dinero.
Abel suspiró.
—Lo más probable.
—Es jodidamente ridículo. —Se apartó de la ventana, cruzando los
brazos sobre su pecho—. No tengo tiempo para esto.
—Cierto. Estás ocupada. Trabajando. —Abel pronunció esa última
palabra con tanto desdén que me hizo moverme al borde de mi asiento—.
No hemos recibido tu confirmación de asistencia a la boda. ¿Recibiste la
invitación?
¿Boda? ¿Qué boda?
—Sí. —Aubrey bajó la mirada al suelo—. Yo, eh...
—Estábamos esperando a que saliera el horario de mi próximo turno
—dije, levantándome del sofá—. Solo para asegurarnos que teníamos esa
fecha libre.
—Ah. —Abel miró entre los dos—. ¿Así que podemos esperarlos a
ambos?
—Sí —contesté.
Aubrey permaneció inmóvil, mirándose los dedos de los pies. Pero ella
no se opuso.
—¿Aubrey? —pronunció su nombre con tanta familiaridad que se me
puso la piel de gallina.
Levantó la barbilla, forzando una sonrisa.
—Allí estaremos.
—Estupendo. —Se levantó y recogió su abrigo, colgándolo sobre un
brazo—. ¿Me llamas si surge algo?
—Por supuesto —dijo ella—. Gracias por venir.
—De nada. —Me miró—. Un placer conocerte.
Mentira.
—Igualmente.
Seguí cada uno de sus pasos mientras se dirigía a la puerta y salía. El
silencio que siguió al cierre de la puerta se asentó en el aire como una
niebla espesa. Hasta que pasé una mano por mi cabello y caminé hasta
situarme junto a Aubrey en las ventanas.
—¿Cuándo es esta boda? —pregunté.
—El primer sábado de diciembre. Te agradezco lo que hiciste. Abel y
yo estábamos...
—Juntos.
Ella asintió.
—Él trabaja para la firma que representa a la empresa. Fue
complicado. Lo cancelamos a principios de año.
Ahora se iba a casar. Y el cabrón le había enviado una maldita
invitación, probablemente para que fuera. Si trabajaban juntos, ella no
podía negarse. Si ella decía que no, él podría tomarlo como que aún sentía
algo por él.
Diablos, tal vez lo hacía.
—Me preguntaste en el gimnasio si me intimidabas. ¿Fue él?
—No. —Ella negó con la cabeza—. Pero creo que se sintió
amenazado.
Amenazado por su éxito. Idiota.
—Lo mantuve en secreto —dijo ella—. Le molestaba.
Bueno, no podía culpar al tipo. Si Aubrey estuviera en mi brazo,
querría que todo el maldito mundo lo supiera. Pero si ella me pedía que lo
mantuviera en secreto, yo respetaría ese deseo. Prefería tenerla a no tener
nada.
—Necesitaré un esmoquin, ¿no? —No tenía esmoquin. Seguro que no
podía permitirme uno, pero me las arreglaría para que no tuviera que ir
sola a la boda de su ex.
—Encontraré una manera de sacarnos de la boda.
—No lo hagas por mí. —Empujé su codo con el mío—. Me encantan
las bodas. Espero que sepas bailar.
Levantó la comisura de los labios.
—¿De verdad irías conmigo?
—¿Quieres ir sola?
—No.
—Entonces no tendrás que hacerlo.
Sus hombros cayeron.
—Sobre el anillo.
—Estará bien.
—Podría ir a la tienda de antigüedades. Pagarle lo que ella quiera.
Olvidar que esto ha pasado.
—Mierda, no. —Fruncí el ceño—. Confía en el proceso. Danos un
poco de crédito a los policías.
No conocía a Bertello, pero haría una llamada en cuanto volviera a la
comisaría. Baldwin lo conocería y podría decirme qué clase de policía era
Bertello. Averiguaría si iba a hacer bien su trabajo.
—Será mejor que me vaya. —Suspiré. El último lugar al que quería
volver era al trabajo, pero le había pedido un favor a Mikey para que me
cubriera mientras me quedaba aquí.
—Gracias.
Alcancé su cara, dejando que mi pulgar rozara su mejilla.
—Nos vemos.
Me costó un esfuerzo alejarme sin besarla. Pero paso a paso, crucé la
habitación hacia la puerta.
—Landon —me llamó.
Me detuve y me giré.
—¿Sí?
—¿Por qué has venido hoy?
—Ya sabes la respuesta a esa pregunta, Aubrey.
—Dímela de todos modos —susurró.
Entré en su espacio y enmarqué su cara con las manos.
—Eres lo único en lo que pienso.
—¿Y Sofia? —Había vulnerabilidad en su voz, como si hubiera estado
esperando durante semanas para hacer esa pregunta.
—¿Qué pasa con Sofia?
—¿Tienes sentimientos por ella? ¿De eso se trata esto? ¿Estás tratando
de vengarte…?
Aplasté mi boca contra la de ella, tragándome el resto de la absurda
pregunta que estaba a punto de hacer.
Aubrey se congeló y durante una fracción de segundo se convirtió en
hielo. Pero entonces ese fuego cobró vida y se puso de puntillas, buscando
más. Se derritió cuando pasé la lengua por su labio inferior y profundicé
en su boca.
Maldita sea, sabía dulce.
Cuando mis labios se movieron sobre los suyos, el mundo se
desvaneció en la nada. El reloj se detuvo.
No había vuelta atrás. Ya no.
La sostuve conmigo, besándola con todo lo que tenía. Su lengua se
enredó con la mía, batiéndose en duelo mientras se aferraba a mis brazos.
Cuando incliné la boca para saborearla más a fondo, sin dejar ningún
rincón de su boca sin tocar, ella gimió en mi garganta.
Ese sonido se disparó directamente a mi polla. Mierda.
Me separé mientras pude. El rubor rosado de sus mejillas hacía juego
con el tono de su boca.
Le pasé el pulgar por el labio inferior húmedo.
—¿Eso responde a tu pregunta?
Debería haber sido un sí fácil. Pero aún tenía dudas en los ojos. Así
que solté su cara y tomé una de sus manos, llevándola a mi dolorida
excitación, presionando su palma contra el bulto debajo de mis pantalones.
—No siento nada por Sofia. Es una amiga, nada más. Ella nunca
recibió esto. Nunca tuvo mi boca. Lo que siento es todo por ti, ¿entendido?
Aubrey tragó y, asintiendo levemente, arrastró la palma de su mano
contra mi erección.
—Mierda —siseé, cerrando los ojos.
Se estaba volviendo imposible controlar mi cuerpo con ella alrededor.
Estuve a segundos de llevarla al sofá y subirle esa falda para averiguar a
qué sabía en otros lugares, pero la puerta se abrió detrás de nosotros.
—Oh, mierda. —A la asistente se le cayó un montón de notas
adhesivas al suelo. Se agachó, luchando por recogerlas—. Lo siento. Lo
siento mucho.
Aubrey se alejó, colocando un mechón suelto de cabello detrás de una
oreja.
Apreté los dientes, ajusté mi polla y luego me tomé un momento para
pensar en el pecho peludo de Mikey.
—Lo siento. —La asistente seguía esforzándose por recoger sus notas.
—Está bien, Wynter —dijo Aubrey.
Wynter negó con la cabeza y se puso en pie, al borde de las lágrimas
o de la risa histérica. Luego salió de la oficina, dejándonos a Aubrey y a
mí solos de nuevo.
—Será mejor que vuelva al trabajo —dijo.
—Igualmente. —No confiaba en mí mismo para volver a tocarla, así
que me di la vuelta y caminé hacia la puerta.
—¿Landon? —Me detuvo una vez más.
Mantuve mi agarre en la manija de la puerta, dejando que me atara en
el lugar.
—¿Si, cariño?
—¿Me llamarás?
Mis ojos se suavizaron.
—¿Qué crees?
Ella sonrió.
—Adiós, oficial McClellan.
—Adiós, señorita Kendrick.
Esa sonrisa se amplió, sus ojos bailando.
—Finalmente, me muestra algo de respeto.
Me reí.
Y el sonido de su dulce risa me siguió hasta la puerta.
9
Aubrey
La casa de Thea y Logan era un caos. Cerré los ojos, sonreí y me
empapé de todo.
Las risas y las conversaciones circulaban por el salón. La abuela y
Charlie estaban acurrucadas en el sofá, leyendo un libro. Collin jugaba a
los Legos con papá en el suelo. Camila se reía tontamente mientras mamá
le hacía cosquillas en las costillas mientras miraban una caricatura de
princesa. Thea y Logan estaban visitando a Sofia y Dakota en la cocina.
El ruido me envolvió como una cálida manta en este frío día de
noviembre.
Me acurruqué más en la silla donde había estado sentada durante la
última hora, respondiendo algunos correos electrónicos mientras
escuchaba a mi familia. Este viaje a Montana, unas vacaciones, hacía
tiempo que debía haberse producido.
No solo para ver a mi familia, sino para tener tiempo para pensar.
Principalmente sobre Landon y ese beso de hace dos semanas.
Solo había sido un beso. Dos semanas deberían haber sido suficientes
para darle sentido. Sin embargo, cada vez que lo reproducía, mi estómago
se retorcía en un nudo.
Porque no había sido solo un beso. Había sido el mejor beso de mi
vida. Admitirlo, incluso ante mí misma, era aterrador.
En el momento en que sus labios tocaron los míos, supe que estaba en
problemas.
Landon era el tipo de hombre que podía consumir mi vida. Ya me
había robado una parte y solo había pasado un mes.
¿Qué pasaba si cedía? ¿Qué pasaba cuando al final ocurriera? ¿Qué
pasaba cuando me rompiera el corazón? ¿No sería mejor evitarlo todo
desde el principio?
Claro que a veces me sentía sola, pero ¿no era mejor estar sola que
devastado?
Mis entrañas se retorcieron. ¿Qué hacer? ¿Alejarme? ¿O dejar que se
desarrolle?
Logan entró en la sala de estar, inspeccionando el espacio.
—¿Quien tiene hambre?
—¡Yo! —Las dos manos de Collin volaron en el aire.
—¿Qué le apetece a todos? —preguntó Logan—. Podemos almorzar
las sobras de Acción de Gracias. O podemos ir al bar por unas pizzas.
Además de esta casa, el bar de Thea era mi lugar favorito en Lark
Cove.
—Voto por pizza.
—Yo también. —Sofia entró en la sala de estar, pasó junto a Logan y
se dejó caer en la silla a mi lado—. Pero no quiero salir, porque hace
mucho frío.
Esta semana había sido la más fría que se había visto en la zona en dos
décadas. Todos habíamos evitado salir, quedándonos adentro, donde se
estaba a gusto. Por suerte, la casa de Logan era enorme, así que siempre
había una habitación o un rincón tranquilo cuando alguien necesitaba un
descanso de la multitud.
—Iré a buscar un poco —dijo Logan—. ¿Alguien quiere venir
conmigo?
Abrí la boca, a punto de ofrecerme voluntaria, cuando Sofia sacudió la
cabeza y me lanzó una mirada suplicante para que me quedara.
—Yo iré —dijo papá, poniéndose de pie.
—¿Puedo ir, papá? —preguntó Charlie.
—Claro, cacahuete. —Sonrió—. Ve a ponerte el abrigo y los zapatos.
Besó la mejilla de la abuela y salió corriendo de la habitación.
—¿Alguna preferencia? —preguntó Logan.
—Extra de queso —dijimos Sofia y yo al unísono, luego nos miramos
y nos reímos.
—Siento que todo lo que he hecho desde que llegamos es comer —le
dije a Sofia mientras Logan y papá salían de la habitación.
—Lo mismo. —Ella bajó la voz—. Esta mañana le dije a Dakota que
necesitaba hacer ejercicio, así que se encargó de ayudarme a quemar unos
cientos de calorías. Hizo esta cosa en la que inmoviliza…
—Para —gemí—. ¿En serio? ¿Tienes que restregármelo?
Sofia soltó una risita.
—Sí.
Me reí, a punto de cambiar de tema, cuando mi teléfono vibró en mi
regazo. Miré la pantalla y, por una fracción de segundo, mi corazón se
aceleró.
—¿Vas a contestarle? —Sofia sonrió satisfecha.
—No. —Rechacé la llamada y escondí el teléfono bajo una pierna,
tomé una prenda de la cesta que había junto a la silla y me la puse sobre el
regazo. Así era como había tenido que lidiar con las llamadas de Landon
durante dos semanas. Tuve que esconder el teléfono, ocultármelo, para no
mirar la pantalla con nostalgia.
Para no contestar.
—¿Cómo está Landon?
—Persistente —murmuré, fingiendo fastidio.
Landon había llamado unas cuantas veces mientras Sofia había estado
cerca. Cada vez, fingí irritación.
Una parte de mí quería contárselo todo a Sofia. Confiar en mi hermana
y decirle lo mucho que estaba empezando a desear su compañía. Pero la
otra parte de mí, la cobarde, ganó, y en lugar de una confesión, había
estado evitando esta conversación.
Me las arreglé para evitarlo toda la semana. Pero nos íbamos mañana
y ahora Sofia me tenía acorralada.
—Es guapo, ¿no crees? —preguntó.
Landon era el hombre más guapo que había visto nunca. Pensé lo
mismo el día que nos conocimos en su comisaría.
—Sí —admití. No había forma de mentir. El hombre era guapísimo.
—Es simpático. Divertido. Inteligente.
—Entonces sal con él. Oh, espera, ya lo hiciste.
—¿De eso se trata? —Se sentó más recta—. Porque no éramos nada.
Éramos amigos. Él nunca hizo un movimiento y yo tampoco. No fue así.
Exactamente lo que él había dicho también.
—Dale una oportunidad —dijo.
—No. —Negué con la cabeza—. He renunciado a los hombres. Y
estoy demasiado ocupada.
—Landon es un buen tipo. Haz una excepción.
Miré fijamente el bonito rostro de mi hermana y le mentí
descaradamente.
—Sofia, no estoy interesada en salir con él.
—Ah. —Parpadeó, como si eso la hubiera sorprendido. Como si
estuviera decepcionada.
Yo también estaba decepcionada. De mí misma. Dios, apesto. Pero no
necesitaba la presión añadida de las expectativas y esperanzas de mi
hermana.
—Ni siquiera me ha pedido una cita.
—¿En serio?
—En serio.
—Huh. —Parecía confundida, probablemente porque Landon le había
pedido citas.
Todo lo que había conseguido eran algunas visitas y una serie de
llamadas telefónicas. No iba a admitir ante Sofia lo mucho que ansiaba
que sonara mi teléfono. Incluso cuando no contestaba, me gustaba ver su
nombre en mi registro de llamadas.
Y había estado allí muchas veces.
Dos semanas y no había aceptado ni una sola llamada. Pero él no se
había dado por vencido.
¿Pensaba en mí tan a menudo como yo pensaba en él? ¿Había pensado
en aquel beso durante horas?
Un escalofrío recorrió mis hombros al recordar la forma en que su
lengua se había enredado con la mía. La suavidad de sus labios y el
mordisco de sus dientes. Nunca en mi vida un hombre me había besado
tan... profundamente.
Luego, la forma en que había tomado mi mano y moldeado mi palma
a su excitación.
Había sido el momento más erótico de mi vida. Ni siquiera el sexo era
comparable. Me había mostrado exactamente cuánto me deseaba y luego
se había marchado, dejándome con ganas de más.
El juego previo en su máxima expresión.
Ansiaba más y esa era parte de la razón por la que había evitado sus
llamadas. Tenía miedo de oír su voz áspera en mi oído, porque me rendiría.
Tenía miedo de lo que Landon McClellan podría hacerle a mi vida.
—¿Cómo va el trabajo? —Sofia preguntó.
—Bien. —Sonreí, agradecida por el cambio de tema—. Exigente,
como siempre.
—No te gustaría que fuera de otra manera.
—Realmente me encanta mi trabajo.
¿Sería Landon solo otro hombre que me pediría que renunciara? ¿Otro
hombre que se quejaría de mis largas horas de trabajo? Ahora mismo, él
era una ilusión. Mejor que cualquiera en el pasado. Tal vez esa era la
verdadera razón por la que tenía miedo de levantar el teléfono.
Ya había tenido suficientes ilusiones rotas en mi vida.
Quería conservar la suya, solo un poco más.
Mi teléfono vibró de nuevo y la tentación se apoderó de mí, así que lo
saqué. Pero no era Landon quien llamaba, era Wynter.
—Será mejor que tome esta. —Me moví, dispuesta a excusarme, pero
Sofia se levantó primero.
—Tu quédate. Voy a buscar a Dakota.
Esperé hasta que se fue y luego acepté la llamada.
Wynter había hecho todo lo posible por no molestarme esta semana,
pero el negocio no se había detenido solo porque estaba en Montana.
Repasó una lista de preguntas, sin duda adjuntas a notas, y luego me
dio la última actualización sobre una demanda que estábamos enfrentando
con un antiguo empleado.
—¿Hay algo que necesite antes de su vuelo mañana?
—No, ya está todo listo. —La asistente de papá se encargó de los
planes para este viaje—. Llámame si surge algo. Estaré en la oficina el
lunes a primera hora.
—Buen viaje.
—Gracias. —Terminé la llamada justo cuando papá entraba en el
salón, con la cara enrojecida por el frío.
—¿La oficina? —preguntó.
—Sí. Solo estoy recibiendo la actualización diaria.
—¿Algo de Bertello?
—No. —Suspiré—. Nada. —¿Era eso algo bueno?
El oficial Bertello también había visitado a papá con respecto al anillo.
Tuvo que viajar hasta Oyster Bay para esa discusión.
Papá había dejado que Bertello le hiciera una sola pregunta:
—¿Puede decirme dónde estaba el viernes por la mañana de la
semana pasada? —En lugar de responder, como yo había hecho, papá le
había dado a Bertello el número de teléfono de su abogado.
Eso es lo que yo también debería haber hecho, pero me había
sorprendido.
Tal vez Landon tenía razón y nada saldría de eso. Quizás después que
Bertello se enterara que mi historia coincidía con la de papá, que coincidía
con la historia de Wilson, se daría cuenta que decíamos la verdad.
Lo ignoraba hasta que regresara a Nueva York.
—Llegó la pizza —dijo papá, dando una palmada—. ¿Quieres que te
traiga un trozo?
—No, lo conseguiré. Sigue adelante.
Sonrió y se acercó al sofá, tendiéndole una mano a mamá. Luego la
tomó del brazo y acompañó a su esposa a la cocina.
Por la ventana a mi lado, el jardín cubierto de nieve se extendía hasta
el lago helado más allá de los árboles. Los árboles de hoja perenne estaban
espolvoreados de blanco, y los carámbanos captaban el sol que se colaba
por el cielo azul y despejado.
Lark Cove era tan encantador como hermoso. En otra vida, tal vez yo
también me habría establecido aquí, junto a mi hermano y mi hermana.
Habría encontrado la paz en el campo.
Mi teléfono volvió a vibrar, un rápido zumbido para indicar que había
recibido un correo electrónico.
Por mucho que me gustara despertarme con estas vistas cada mañana,
Montana solo sería un escape.
La ciudad de Nueva York no era solo mi hogar, era parte de mi
corazón.
—¿Aubrey? ¿Vienes? —Logan llamó desde la cocina.
Aparté los ojos de las vistas, tiré de la manta, la doblé para guardarla
en la cesta y me reuní con mi familia en la cocina.
Después de horas de visitar y jugar con los niños, disfrutamos de una
última cena en familia antes que mamá, papá, la abuela y yo nos
retiráramos a nuestras habitaciones para empezar a hacer las maletas para
el viaje de vuelta a casa.
Nuestro jet privado nos recogería alrededor de las diez en el aeropuerto
de Kalispell, a treinta minutos de distancia.
Vestida con unos pantalones de franela y una sudadera de gran tamaño,
me asomé a la ventana, contemplando la noche oscura y tantas estrellas
que no parecían reales.
Mi teléfono vibró en la mesita de noche. La historia de mi vida. La
relación más exitosa que había tenido había sido con aquel aparato.
Lo recogí, mi corazón saltó ante el nombre en la pantalla.
Tal vez fuera porque me iba a casa, tal vez porque lo echaba de menos
y por fin había llamado cuando estaba sola, pero por primera vez en dos
semanas, contesté.
—Hola.
—Hola —dijo Landon.
Solo una palabra. Y sonreí.
—Siento no haber contestado cuando llamaste antes.
Se rio.
—¿A qué hora?
—Todas. —Caminé hacia la cama, retirando las sábanas antes de
deslizarme debajo de las sábanas y hundirme en la almohada.
—¿Cómo estuvo el Día de Acción de Gracias?
—Bien. Estoy en Montana con mi familia.
—Me he enterado. Pasé antes por tu oficina.
—Oh. —¿Por qué Wynter no me lo había dicho?
—¿Cuándo vuelves?
—Mañana. —Contuve la respiración. ¿Me invitaría a tomar un café o
a cenar? Pero se limitó a tararear.
Maldita sea. ¿Quizás quería hacerlo en persona?
—¿Cómo estuvo tu día de Acción de Gracias?
—No estuvo mal. Trabajé.
—¿Por el desfile? —Bostecé.
—Sí, en parte. ¿Estás cansada?
—No he dormido bien. Es demasiado... todavía. —Mi ático estaba
muy por encima del tráfico de la ciudad. Las ventanas estaban
insonorizadas, así que no era la falta de ruido lo que me había impedido
dormir bien en Montana—. No sé si tiene sentido, pero falta energía. Y
está muy oscuro.
En Nueva York no tenía cortinas en la habitación. Me gustaba que la
luz entrara por las ventanas mientras dormía.
—Tiene sentido —dijo.
—Suele ser así en mis viajes aquí. Tardo toda la semana en
acostumbrarme y, cuando lo hago, ya es hora de volver a casa.
—Tengo una idea. Espera un segundo.
Crujidos, entonces Landon me puso en el altavoz.
—¿Estás ahí?
—Sí.
—Está bien, escucha.
Contuve la respiración y cerré los ojos, dejando que el sonido del fondo
llenara mi oído.
Tráfico. Una sirena a lo lejos.
Sonreí, relajándome más profundamente en mi almohada antes de
bostezar de nuevo.
—Gracias.
—Bienvenida. —Landon no habló hasta que estuve a punto de
dormirme. Entonces murmuró—: Buenas noches, Aubrey.
—Buenas noches, Landon.
Excepto que no colgué el teléfono.
Ni él tampoco.
No hasta mucho después de quedarme dormida.
10
Landon
El piso de Aubrey en el edificio Empresas Kendrick siempre olía a
limón.
El aroma era agradable y sutil. Tal vez todos los pisos olían así, pero
cuando salí del ascensor, aspiré el cítrico familiar y sonreí.
—Buenas tardes, señor. —La recepcionista asintió, sin molestarse en
preguntarme por qué estaba aquí, mientras cruzaba el vestíbulo.
No muy lejos de su escritorio, Wilson estaba de pie, con las manos
entrelazadas delante de él. Tenía la cara de piedra, sin expresión alguna.
Era la máscara de la autoridad, una que yo mismo había asumido muchas
veces.
Le di un breve asentimiento, luego caminé hacia donde estaba la
asistente de Aubrey detrás de su propio escritorio, con los dedos volando
sobre el teclado mientras hablaba por los auriculares.
—Tiene una vacante el jueves a las nueve —tartamudeó Wynter, con
los ojos muy abiertos, cuando no me detuve para registrarme, caminando
directamente hacia la oficina de Aubrey.
Aubrey estaba sentada detrás de su escritorio, enmarcada por la
oscuridad de la noche y las luces parpadeantes de la ciudad. Sus ojos
marrones se levantaron de la pantalla cuando entré por la puerta y se
entrecerraron en una mirada fulminante hasta que se dio cuenta que era yo.
Entonces se encendieron y la comisura de sus labios se levantó, solo un
poco, pero lo suficiente.
—Hola.
—Hola, nena. —Caminé alrededor de su escritorio, esperando hasta
que ella giró en su silla para mirarme. Luego me incliné y le di un beso en
la mejilla, aspirando su propio aroma.
Perfume floral con un toque de limón, como si el edificio formara parte
de ella. O quizás ella formaba parte del edificio.
—¿Por qué siempre huele a limón aquí? —pregunté.
—El pulidor de pisos. —Sus ojos recorrieron mi ropa sencilla, la
camisa abotonada debajo de mi abrigo de lana. Unos jeans oscuros que
cubrían mis botas. Luego su mirada se clavó en mi gorra negra descolorida
de los Yankees. Un toque de color se deslizó en sus mejillas—. Yo, um,
hola.
Me reí, apoyándome en el borde de su escritorio.
—Ya me lo habías dicho.
—Supongo que lo hice. —Ella apartó los ojos, mirando de nuevo a su
pantalla y luego a su teléfono y luego de nuevo a mi gorra.
—Dios, quiero besarte.
Su boca se abrió. Una invitación si alguna vez tuve una.
Me incliné y apoyé las manos en los reposabrazos de su sillón de cuero.
Sosteniendo esos iris de chocolate como rehenes, me incliné tan cerca que
nuestras narices se rozaron.
Se quedó sin aliento. Pero en lugar de tomar esa bonita boca y hacer
un desastre con su lápiz labial color ciruela, me alejé y me senté en uno de
sus sofás blancos.
—Provocador —me regañó.
—Considéralo una venganza por haberme castigado las últimas dos
semanas.
—Siento no haber contestado a tus llamadas.
—No lo sientas. —Le hice un gesto con la mano—. Estabas cupada.
Las vacaciones son agitadas.
Sí, había echado de menos su voz, pero contaba con que la escucharía
durante años. Solo tenía que acostumbrarse a esa idea primero.
—La próxima vez, envíame un mensaje y hazme saber que estás bien
—le dije—. Solo para que no me preocupe. ¿De acuerdo?
Aubrey parpadeó y ladeó la cabeza.
—¿Estabas preocupado?
—Soy policía, Aubrey. —He visto los horrores de este mundo. Así que
sí, estaba preocupado.
—No pretendía preocuparte.
—Lo sé. Así que envíame un mensaje, ¿sí?
Ella asintió.
—¿Qué haces aquí?
Extendí mis brazos sobre el respaldo del sofá, relajándome más
profundamente en los cojines.
—Vamos a una boda el sábado. Pensé que sería mejor averiguar la
primicia para conseguir un traje o esmoquin o lo que sea. Y tal vez
podamos aclarar nuestra historia.
—¿Historia?
—De cómo te enamoraste locamente de mí.
Una risa, tan despreocupada y caprichosa, acompañó la sonrisa más
hermosa que jamás había visto.
Mi maldito corazón casi se sale de mi pecho. Cristo, estaba jodido.
Esta mujer me tenía de rodillas y apenas nos conocíamos. Que era el punto
de venir aquí esta noche. Era hora de cambiar eso. Hora de conocernos.
—¿Qué posibilidades hay que tengas tiempo para cenar? —pregunté.
—¿Como una cita?
—Sí.
—Las posibilidades son buenas. —Sus ojos brillaron—. De hecho,
bloqueé el resto de mi día para intentar ponerme al día de mi ausencia, así
que no tengo más reuniones.
Eran las seis, y cuando entré por el vestíbulo principal de la primera
planta, había un montón de gente abandonando el edificio para pasar la
noche. Pero Aubrey no. Probablemente se quedaba hasta más tarde que los
demás.
—Sobre la boda —dijo—. Me gustaría encargarme del esmoquin por
ti. Es lo menos que puedo hacer.
—Puedo encargarme.
—Sé que puedes. Pero te estoy pidiendo ayuda. ¿Por favor?
Había planeado parar en una tienda de alquiler, pero había una súplica
en sus ojos.
—De acuerdo.
—Gracias.
—¿Sabes algo de Bertello?
Ella negó con la cabeza.
—Nada.
—Pregunté por ahí. Llamé a un amigo que trabaja en Chelsea. Bertello
es un buen policía. Supongo que en este punto, ninguna noticia es una
buena noticia.
—Eso espero. —Ella suspiró—. ¿Me das cinco para terminar?
—Tómate tu tiempo. —Me moví, sacando mi teléfono de mi bolsillo
para ver las noticias mientras esperaba.
Llamaron a la puerta y Wynter asomó la cabeza.
—Estoy a punto de irme, señorita Kendrick. ¿Puedo traerle algo más
antes de irme?
—¿Podrías tomar nota para que el sastre de mi padre se comunique
con Landon por un esmoquin? Lo necesitará antes del sábado. Y hazle
saber a Glen que estamos en camino hacia abajo.
—Por supuesto. —Wynter asintió y salió de la habitación.
Aubrey se levantó de la silla, tomó el teléfono y se inclinó para pulsar
el ratón unas cuantas veces más.
Tracé la línea de su cuello. Hoy llevaba el cabello recogido en un nudo.
Llevaba algunos mechones sueltos junto a la oreja y otro arrastrado a lo
largo de la línea de su cuello. Llevaba un traje, una chaqueta gris de tweed
con pantalones a juego. Debajo tenía una camisa de seda negra. En sus
pies había unos tacones de quince centímetros.
Una mujer poderosa que vestía a la moda. Mierda, pero yo quería
quitarle la ropa y adorar su cuerpo. Besar cada centímetro de su piel hasta
que yo también oliera a limón.
Obligué a mis ojos a regresar a mi teléfono mientras mi polla se
contraía. Esta noche, sería otra ducha fría y mi puño. Al parecer, no solo
me estaba burlando de ella, sino también de mí mismo.
—Déjame tomar mi abrigo —dijo, caminando hacia la esquina y
desapareciendo por la puerta que conducía a su baño.
Guardé mi teléfono, luego me puse de pie y esperé mientras ella salía,
vistiendo una gruesa gabardina negra ceñida alrededor de su cintura.
—¿Tienes ganas de caminar? —pregunté.
—Mi chofer está en el garaje.
—Podríamos tomar un taxi.
Su nariz se arrugó, la reacción fue tan automática y adorable que eché
la cabeza hacia atrás y me reí.
Nada de taxis. No para Aubrey Kendrick.
—Vamos, hermosa. —Me acerqué, agarré su mano y la arrastré hacia
la puerta.
Entramos en el vestíbulo, donde Wilson estaba esperando fuera de la
oficina de Aubrey.
—Señorita Kendrick.
—Vamos a cenar —le dijo ella.
Él asintió y se giró, llevándonos a un pasillo por el que no había estado
antes. Wilson se detuvo frente a un ascensor, acercando una tarjeta de
acceso a un sensor antes de presionar el botón. Debía de ser su ascensor
privado.
Las puertas se abrieron y Wilson nos hizo señas para que entráramos.
Aubrey entró primero, de pie contra la pared del fondo. Tomé el
espacio a su lado, y como su mano encajaba tan perfectamente en la mía,
la estreché de nuevo.
Me miró de perfil, estudiándome.
—¿Qué? —le pregunté.
—Nada.
Apreté su mano.
—¿Adónde vamos?
—Es lunes.
—Está bien —dijo—. ¿Se supone que eso significa algo?
—Monday Night Football2
—Eso no responde a mi pregunta.
—Lo hará.

2 Monday Night Football (abreviado como MNF y también conocido como ESPN Monday Night Football on ABC en las transmisiones simultáneas) es una
transmisión de televisión en vivo estadounidense de los juegos de los lunes por la noche de la National Football League (NFL) que se hace actualmente por ESPN, ABC
(juegos seleccionados), ESPN2 (transmisión alternativa de —Manningcast—) y ESPN+ en los Estados Unidos.
El ascensor llegó al garaje y Wilson salió primero, mirando en ambas
direcciones antes de acompañarnos a un lujoso todoterreno. No era de los
que se encuentran en los concesionarios. La pintura negra y los cristales
tintados brillaban bajo las luces del garaje. Los neumáticos parecían recién
pulidos.
Un hombre conocido saltó del lado del conductor para abrir la puerta
trasera.
—Glen, ¿verdad? —Lo reconocí de cuando trabajaba para Sofia—.
Encantado de verte de nuevo.
—Oficial McClellan. Igualmente. Señorita Kendrick. —Le hizo una
leve reverencia a Aubrey—. ¿A dónde esta noche?
—Pregúntele a él. —Soltó su mano de la mía para deslizarse en el
asiento trasero—. Dijo algo sobre fútbol, y lo desconecté.
Me reí, sacudiendo la cabeza.
—¿Sabes dónde está Old Irish? —le pregunté a Glen.
—Sí, señor.
—Landon —corregí—. Solo Landon.
Glen asintió, esperando a que me deslizara junto a Aubrey antes de
cerrar la puerta.
Wilson se subió al asiento delantero y, aunque una parte de mí quería
decirle que podía estar fuera de servicio esta noche, que yo me aseguraría
que Aubrey estuviera a salvo, sabía lo que era estar en su situación.
Le pagaban -y probablemente le pagaban bien- por ser su sombra.
Dejaría que el hombre hiciera su trabajo.
Rodamos en silencio mientras Glen nos llevaba a Old Irish. Aubrey
tenía las manos sobre el regazo, pero eran tan tentadoras que le robé una,
sosteniéndola en mi muslo hasta que estuvimos estacionados afuera del
bar.
—Wilson, no hace falta que entres —dijo Aubrey—. Estoy segura que
el agente McClellan me mantendrá fuera de peligro.
Wilson salió del todoterreno de todos modos y abrió la puerta. Buen
hombre.
—Cualquiera diría que estoy al mando —murmuró Aubrey, ganándose
una risa tranquila de Glen detrás del volante.
—Llame cuando esté lista, señorita Kendrick —dijo.
—Gracias.
Le indiqué el camino, tendiéndole una mano para ayudarla a subir a la
acera. Entonces tiré de ella detrás de mí hacia el bar.
El ruido era como chocar contra una pared y apreté mi agarre,
arrastrando los pies entre las mesas hasta que vi un reservado vacío en la
esquina más alejada.
La ayudé a quitarse el abrigo, luego la dejé elegir un lado antes de
tomar el opuesto.
—¿Monday Night Football? —Señaló los televisores, todos
sintonizados con el partido de esta noche—. No sé nada de fútbol.
—Eso cambiará. Dame tiempo.
Estudió mi rostro de nuevo, como lo había hecho en el ascensor.
Antes de que pudiera preguntarle qué estaba buscando, apareció
nuestra camarera, dejando dos vasos de agua helada y los menús.
Los menús no tenían sentido. La camarera rondaba, masticando
impacientemente su chicle.
—¿Qué vas a pedir?
—Brooklyn Lager —dije—. Pescado y patatas fritas.
Aubrey se encogió de hombros.
—Tomaré lo mismo.
—¿Me haces un favor? —le pedí a la camarera, señalando a Wilson,
que estaba de guardia junto a la puerta—. Asegúrate que el tipo del traje
cene. Ponlo en mi cuenta.
La camarera recogió los menús, dio unos golpecitos en la mesa para
agradecer mi petición y desapareció entre la multitud.
Aubrey miró a su alrededor, bebiendo un sorbo de agua. Su teléfono
debe haber vibrado en su bolsillo porque lo sacó, leyendo la pantalla. Sus
cejas se juntaron y lo desbloqueó, con sus dedos volando.
La observé, me encantó cómo movía la boca al teclear, como si
pronunciara en silencio las palabras que aparecían en la pantalla.
La camarera trajo nuestras cervezas y Aubrey todavía estaba
escribiendo, así que tomé un sorbo, más contento de mirarla a ella que al
juego.
Tenía un aspecto pulido y perfecto. Probablemente era la persona más
elegante que se había sentado en este reservado. No había nadie en el bar
que tuviera su gracia y aplomo. Pero aunque se había opuesto al taxi, ni
una sola vez había levantado la barbilla o arrugado la nariz en los minutos
que llevábamos aquí.
Aubrey agarró su cerveza y bebió un sorbo antes de terminar lo que
estaba escribiendo. Luego suspiró y dejó el teléfono sobre la mesa,
levantando la vista para encontrarse con mi mirada.
—Lo siento.
—¿Por qué te disculpas?
—Por trabajar cuando se supone que debemos estar en una cita.
—Mira. —Apoyé los codos en la mesa—. Entiendo que no tienes un
trabajo que termina cuando sales de la oficina. Mi trabajo tampoco es
siempre predecible. Tengo horas locas y recibo llamadas de última hora.
Así que, ¿qué tal si ahora mismo establecemos una norma básica: no tienes
que sentirte culpable por enviar un correo electrónico o hacer una llamada?
No necesito disculpas. Haz lo que tengas que hacer.
La camarera eligió ese momento para aparecer con dos cestas rojas de
plástico forradas con papel de seda a cuadros y humeantes con pescado y
patatas fritas. Las dejó y sacó de su delantal dos cubiertos enrollados en
servilletas.
—¿Algo más?
—Se ve muy bien. Gracias.
—Llámame si quieres otra ronda.
Asentí, alcanzando la botella de ketchup que había en el estante junto
al dispensador de servilletas de la mesa, dispuesto a servirme, pero cuando
miré a Aubrey, ella me estaba mirando de nuevo, sus ojos evaluadores y
su cabeza inclinada hacia un lado.
—¿Qué? Sigues mirándome así.
Sacudió la cabeza.
—Supongo... Supongo que solo estoy tratando de descifrarte.
—¿Quieres ayuda? —Si necesitaba saber quién era, se lo diría.
—No. —Una hermosa sonrisa se dibujó en esos labios perfectos—.
Creo que prefiero descubrirlo yo misma. Me gusta más así.
Sonreí. Yo también.
11
Aubrey
Acababa de comer una patata frita cuando un grupo de hombres
apareció junto a nuestra mesa.
—McClellan. —Un hombre negro con una amplia sonrisa le dio una
palmada en el hombro a Landon—. Ahora entiendo por qué no me has
devuelto el mensaje.
Landon se rio entre dientes y le estrechó la mano.
—Sabes mucho más de fútbol que ella, Baldwin. Pero Aubrey es
mucho más guapa.
Baldwin extendió una mano en mi dirección.
—Bo Baldwin.
—Aubrey Kendrick. —Le devolví el apretón y luego hice lo mismo
con el resto de los hombres mientras Landon recitaba sus nombres.
—Rodgers. Smith. Mikey.
—Encantado de conocerlos —dije.
—Les agradezco que hayan pasado por aquí. —Landon señaló hacia
la puerta—. Ahora váyanse.
—Las mesas están bastante llenas. —Mikey miró alrededor de la
habitación, y luego al espacio a ambos lados de nosotros en el reservado.
—No. —Landon negó con la cabeza—. No va a pasar. Además, creo
que ese grupo de la esquina está a punto de irse.
—¿Miedo de lo que diremos? —Baldwin bromeó.
—Sí. —Landon se rio entre dientes—. Finalmente accedió a cenar
conmigo. No dejaré que ustedes, payasos, lo arruinen.
—Sí, sí. —Mikey le hizo un gesto a Landon para que se calmara—.
Saldremos del medio. Pero teníamos que parar y echarte mierda por
abandonarnos esta noche. Nos vemos mañana.
Landon asintió.
—Nos vemos.
Los cuatro hombres me saludaron con la cabeza antes de deambular
entre la multitud en busca de una mesa.
—¿Mikey trabaja contigo? —le pregunté a Landon.
—Lo hace. Baldwin y yo estuvimos juntos en la academia. Rodgers y
Smith también están en el cuerpo. Tratamos de encontrarnos cada mes más
o menos. Tomar una cerveza. Ver un juego.
—Podrías haber ido con ellos esta noche.
Clavó sus ojos en los míos.
—Prefiero estar contigo.
Bajé la mirada a mi cesta, recogiendo otra patata frita. Fue la
honestidad lo que me convenció. Cada vez que esperaba que Landon
hiciera una cosa o dijera otra, me sorprendía. Me había pillado
desprevenida más de una vez esta noche.
En el ascensor, cuando me agarró de la mano, solo por el hecho de
sujetarla. Cuando tuve que devolver un correo electrónico sobre la
demanda por despido injustificado que estábamos peleando. Cuando me
dijo que estaba preocupado.
La voluntad de Landon de ir a esta boda era tan entrañable como útil.
No tenía ninguna duda que estaría increíble en un esmoquin. Pero maldita
sea, también me gustaba con esa gorra de los Yankees. Hoy no se había
afeitado y tenía la mandíbula cubierta de barba. Combinado con la gorra,
le daba un aire desenfadado y sexy que no esperaba que me gustara tanto.
Todos los hombres con los que había salido en los últimos años
pertenecían al mundo empresarial. Trajes. Zapatos brillantes. Maletines y
relojes Rolex.
Un tipo, Mitchell, que había sido gestor de fondos de cobertura, había
tenido más citas regulares en el spa que mi madre. Me había dejado
después de una gala, admitiendo que no le gustaba que yo estuviera bajo
un foco más brillante que el suyo.
Otro ex, Steven, que había trabajado como agente inmobiliario de
propiedades residenciales de lujo, ni siquiera había tenido un par de jeans.
Ni uno. Salió conmigo durante un mes antes de terminarlo porque aún no
quería presentárselo a mi padre. Si no era mi dedicación al trabajo lo que
alejaba a los hombres, era mi reticencia a dejar que me utilizaran como
trampolín para sus propias carreras.
Landon era tan... diferente. Terco, pero paciente. Insistente, pero
relajado.
¿No querría una mujer que pudiera prestarle más atención, una mujer
fácil y ligera? ¿Por qué yo? ¿Qué era lo que buscaba Landon?
Esas preguntas solo arruinarían nuestra cita. Esperarían hasta más
tarde.
—Así que querías dejar clara nuestra historia para la boda. ¿Cuál es
exactamente esta historia? —pregunté.
—No sé tú, pero yo soy fan de la verdad. Nos conocimos a través de
tu hermana después que la asaltaran. Tuve un puñado de citas con ella. Me
di cuenta que no había chispa y que estábamos mejor como amigos. Y un
día, decidí pasar por la oficina de su hermana por capricho. Lanzaste ese
descaro en mi dirección, y fue como un tiempo muerto. El reloj se detuvo.
A partir de ese momento, estaba perdido.
Guau. ¿Era esa su verdad? Mi corazón dio un vuelco.
Tuve la misma sensación el día que llegó por primera vez a Empresas
Kendrick, como si alguien hubiera presionado un botón de pausa.
—¿Esa historia te funciona? —preguntó.
Asentí.
—Bien. —Se rio entre—. No sabemos mucho el uno del otro. Será
mejor que lo cambiemos.
Sabía a qué sabía. Sabía que su colonia era el aroma más embriagador
de la tierra. Pero habría compañeros de trabajo en esta boda. Y no quería
que me hicieran preguntas cuyas respuestas aún no sabía.
—Probablemente —dije—. ¿Qué quieres saber?
—¿Encurtidos o pan con mantequilla?
—Eneldo. —Me reí—. ¿En serio? ¿Esa es tu pregunta?
—Parece importante si alguna vez voy a hacerte un sándwich de
jamón. —Landon sonrió—. Si estuvieras varada en una isla desierta y solo
pudieras llevarte tres pertenencias, ¿cuáles serían?
—Hmm. —Comí un trozo de mi pescado, dejando que el empanado y
el sabor se derritieran en mi boca—. Un cepillo, porque odio cuando mi
cabello está enredado. Un saco de dormir, porque tengo frío por la noche.
Y un encendedor, porque no como pescado crudo.
La sonrisa de Landon se ensanchó, sus hombros temblaban de risa
mientras masticaba.
—Tu turno. ¿Qué te llevarías?
—A ti.
—¿A mí?
Asintió, sus ojos bailando.
—A ti. Tendrás lo esencial. Y creo que podríamos pasarlo muy bien
juntos en una isla.
—Yo también lo creo. —Dios, era divertido coquetear. ¿Cuándo fue
la última vez que coqueteé abiertamente con un hombre? Ni siquiera Abel
y yo habíamos coqueteado realmente. Había una atracción mutua, pero no
nos habíamos divertido.
Landon era divertido. Me dolían las mejillas de sonreír.
—¿Por qué te hiciste policía? —le pregunté.
—Mi padre era policía. Crecí viéndolo vestirse con su uniforme. No
podía imaginarme vistiendo otra cosa que no fuera azul para ir a trabajar.
Fui un par de años a la universidad, sobre todo porque mi madre quería
eso para mí. Pero no era mi camino. Abandoné. Fui a la academia. Nunca
miré atrás.
—Eso me gusta —dije.
—¿Y qué hay de ti? ¿Siempre supiste que trabajarías para la empresa
de tu familia?
—Sí. Siempre me fascinó el negocio de mi papá. Los fines de semana
cuando tenía que trabajar, le rogaba que me llevara. Por la noche, hacía mi
tarea en su oficina en casa, solo para escucharlo cuando estaba hablando
por teléfono. En la escuela, cuando los maestros me preguntaban sobre mis
héroes, papá estaba en la parte superior de esa lista.
—Y no quieres defraudarlo. —Los ojos de Landon se suavizaron—.
Seguro que está orgulloso de ti, Aubrey.
—Eso espero —susurré—. Seguro que tu padre también está orgulloso
de ti.
Me dedicó una sonrisa triste.
—Me gusta pensar que sí. Murió. Hace unos dos años.
Jadeé.
—Lo siento mucho. No debería haber sacado el tema.
—Es parte de conocernos, cariño. No lo sientas. Murió un mes después
que mi madre. Cáncer de mama.
Me llevé la mano al corazón.
—Landon.
—Eran personas maravillosas. —Me dedicó otra sonrisa triste, luego
volvió su atención a su comida.
El ambiente en el reservado cambió, de alegre a sombrío.
Papá siempre me había dicho que leyera la habitación. Que midiera el
tono, la tensión, antes de abrir la boca.
Tal vez fuera una tontería, pero si nos estábamos conociendo, si el
ambiente ya se había calentado, quería acabar de una vez con la siguiente
parte.
—Hemos hablado de mi negocio, pero nunca del dinero.
La cara de Landon se levantó, sus ojos sosteniendo los míos.
—Ha sido un problema. En el pasado —dije—. Antes que esto vaya
más lejos, creo que merece la pena abordarlo.
—¿Crees que soy una cazafortunas?
—Yo, bueno... no. —Si estaba siendo honesta conmigo misma, la
respuesta era definitivamente no. No se parecía en nada a esos idiotas con
los que había salido. O los idiotas que habían estado con Sofia por su
propia fortuna. Entonces, ¿por qué preguntaba?
Maldita sea. ¿Por qué había sacado el tema? ¿Qué demonios me
pasaba? Tal vez la razón por la que mis relaciones siempre habían
fracasado no era por mi trabajo, sino por mí. Aquí estábamos, pasando un
buen rato, y entonces saqué el tema de sus padres antes de acusarlo de
quererme solo por mi dinero.
—Landon, yo...
—Mierda, Aubrey. Creo que pensé que había sido claro.
Esta era la parte de la cita en la que me dejaron. Otra vez.
—Lo siento...
—Sí. —Antes que pudiera terminar mi disculpa, me interrumpió—.
Estoy en esto por el dinero. Eres la única que puede permitirse sacarnos de
esa isla desierta.
Parpadeé mientras una sonrisa se dibujaba en su boca.
—Estás bromeando.
—Por supuesto que estoy bromeando. —Se rio—. Mira, entiendo lo
que dices. Y entiendo por qué lo dices. No tengo mucho que ofrecer. Soy
un hombre sencillo. Vivo en un estudio en Midtown East que tiene la mitad
del tamaño de tu oficina. Me gusta ver el Monday Night Football con mis
amigos y me encantaría ver a los Giants ganar el Super Bowl en mi vida.
Me enorgullezco mucho de mi trabajo, pero nunca me convertirá en un
hombre rico. No como la mayoría define la riqueza. Pero soy rico en
satisfacción. Eso es lo suficientemente bueno para mí.
Mi corazón. Siguió apretándolo.
—Creo que tal vez tienes más que ofrecer de lo que crees.
Suspiró.
—Esto se puso pesado.
—Pesado no siempre es malo.
—No, no lo es. —Me guiñó un ojo.
Me estaba enamorando de ese guiño.
—Cuéntame más sobre Montana —dijo—. Nunca he estado allí.
Pasamos el resto de la comida hablando de Montana y de otros lugares
a los que había viajado en los últimos años, sobre todo por trabajo. Landon
me contó sobre su lista de deseos de lugares para visitar, con Irlanda en la
parte superior de la lista y Lark Cove como la incorporación más reciente.
Mi teléfono seguía vibrando sobre la mesa. Era algo a lo que me había
acostumbrado, pero cada vez, contuve la respiración, esperando que él me
lanzara una mirada furiosa o me pidiera que la guardara.
—¿Quieres otra cerveza? —le pregunté cuando nuestras cestas
quedaron vacías salvo por unas pocas patatas fritas rezagadas.
—No. Tengo trabajo mañana. ¿Estás lista para salir? —Cuando asentí,
levantó la mano, indicándole a la camarera nuestra cuenta.
Alcancé mi bolso, pero él negó con la cabeza, sacando su billetera de
su bolsillo para dejar algo de dinero en efectivo sobre la mesa.
—Gracias por la cena.
—De nada. —Salió primero del reservado y se puso el abrigo. Y
cuando me levanté para hacer lo mismo, lo sostuvo mientras yo me lo
ponía y me ataba el cinturón a la cintura.
Todos sus amigos levantaron sus copas cuando pasamos por la barra
hacia la puerta.
Landon levantó la barbilla, dio las buenas noches y dejó que Wilson
sostuviera la puerta para que saliéramos a la noche.
—Glen está de camino —dijo Wilson, alejándose un paso para darnos
un poco de intimidad.
Me ajusté el abrigo con más fuerza, tratando de protegerme del frío.
—¿Quieres que te lleve?
—Iré andando. No está lejos.
—Bueno. ¿El sábado?
—El sábado. —Asintió, acercándose. Sus manos se acercaron a mi
cara. Una colocó un mechón de cabello detrás de mi oreja. La otra se
enganchó bajo mi barbilla, arrastrándome más cerca.
Por fin. Me puse de puntillas y cerré los ojos mientras esperaba su
boca.
Pero sus labios nunca rozaron los míos. Rozaron mi pómulo, dejando
un rastro de hormigueo hasta que susurró en mi oído.
—Buenas noches, Aubrey.
Luego se fue, dejándome mareada. Caminó por la acera, con las manos
en los bolsillos de su abrigo, con ese contoneo y aquella gorra sexy.
Sé real. ¿Era esto demasiado bueno para ser verdad? Lo observé hasta
que dobló una esquina y Glen se acercó a la acera.
Landon parecía demasiado bueno para ser verdad.
Probablemente lo era.
12
Landon
El portero del edificio de Aubrey se levantó de su escritorio cuando
entré en el vestíbulo.
—Buenas noches, señor.
—Landon McClellan —dije—. Estoy aquí por...
—Señorita Kendrick. —Asintió—. Lo está esperando.
El hombre hizo un gesto hacia los ascensores y me hizo pasar por
delante de su escritorio.
Mis zapatos resonaron en el piso de mármol brillante y, cuando me
paré junto al ascensor, el acero era tan transparente que podía ver mi reflejo
casi tan bien como en el espejo de mi casa.
Ajusté mi corbatín, asegurándome que estuviera derecho y en línea con
los botones de perla negra de mi camisa blanca. Pasé una mano por las
solapas de mi chaqueta y el abrigo que se había incluido con la bolsa del
esmoquin que un mensajero había dejado en mi apartamento esta mañana.
Este era el traje más caro que jamás había usado. El abrigo también.
El sastre que Aubrey me había enviado lo había ajustado perfectamente a
mis anchos hombros y bíceps. Los pantalones se estrechaban
perfectamente en mis tobillos. Los zapatos me apretaban un poco, pero los
calcetines de cachemira aliviaban el escozor.
Las puertas del ascensor se abrieron y entré, pulsando el botón del ático
e introduje un código de acceso, siguiendo las instrucciones de la asistente
de Aubrey.
Wynter había sido muy minuciosa en el correo electrónico que me
envió el lunes con instrucciones, no solo para el sastre, sino también sobre
cuándo y dónde debía recoger a Aubrey.
No estaba seguro de lo que iba a hacer falta para que Aubrey me
llamara ella misma, pero por lo visto no era una boda. Quizás la próxima
vez que viniera aquí sería una invitación susurrada de sus propios labios.
El edificio no estaba tan lejos de Empresas Kendrick, sin duda porque
Aubrey quería estar cerca del trabajo. Sus abundantes ventanas reflejaban
las luces de la ciudad. Era un estilo moderno, en lugar de algunos de los
edificios más históricos de la zona. Esta torre rezumaba opulencia y
elegancia, con un techo de dos pisos en el vestíbulo y luces colgantes que
parecían estrellas colgantes. Era exactamente lo que esperaba para Aubrey.
Alto. Elegante. Brillante.
La música del ascensor era un jazz suave, el saxofón canturreaba una
melodía perezosa. Un suave tintineo indicó que la cabina se había detenido
y las puertas se abrieron, no a un pasillo, sino directamente a su amplio
ático. Ventajas de poseer todo el piso.
Aubrey estaba de pie en la entrada, con el cabello oscuro ondulado en
cascada. Su maquillaje estaba ingeniosamente aplicado, sus labios teñidos
del mismo rojo intenso que su vestido.
El aire salió de mis pulmones.
—Maldita sea.
—Maldito seas tú también. —Sonrió y se acercó, su mano llegando a
mi abrigo—. Tiene buen aspecto, oficial McClellan.
—Está impresionante, señorita Kendrick.
El vestido se ajustaba a su torso, amoldándose a sus pechos, y se
sujetaba con dos tirantes finos que contrastaban maravillosamente con su
piel perfecta. La parte superior era casi como lencería, un corsé con forro
transparente entre las costuras. Pequeñas e intrincadas flores rojas
adornaban el material, de modo que un vestido que podría haber sido
escandaloso resultaba sofisticado y femenino.
La falda tenía la misma capa transparente, también adornada con
flores, pero debajo llevaba un forro de seda sólida que se balanceaba con
su cuerpo al moverse.
Aubrey no llevaba joyas, salvo unos pendientes de diamantes en forma
de araña que probablemente costaban más que mi salario anual.
Era la gracia y la elegancia, la riqueza personificada. Y esta noche, ella
era mía.
Ella me dio esa sonrisa sexy, sus ojos brillando, más oscuros esta
noche gracias al maquillaje. Luego agarró un abrigo de un gancho y me
dejó que se lo tendiera para que metiera los brazos en las mangas.
—¿Vamos?
—No. Todavía no. —Solo quería estar un segundo más a solas con ella
antes del espectáculo de la boda. Así que acerqué mis labios a su oreja,
enterrando mi nariz en su cabello para respirar ese dulce aroma. Y un toque
de limón.
Se inclinó hacia mi toque, tomando su propia inhalación larga, antes
de inclinarse hacia atrás para encontrarse con mi mirada.
—Guarda esa mirada para más tarde —dije, amando la lujuria que
brillaba en esos ojos—. O arruinaré tu maquillaje.
Aubrey se rio.
—¿Me lo prometes?
Me costó un gran esfuerzo considerable dar un paso atrás y evitar que
mi polla se pusiera dura como una piedra. Esta mujer estaba poniendo a
prueba los límites de mi autocontrol.
—Será mejor que nos vayamos.
—Glen está esperando para llevarnos. Le di la noche libre a Wilson.
No lo dijo, pero cuando le dije que no necesitaría que nos acompañara a la
boda, me lanzó una mirada de advertencia que creo que iba dirigida a ti.
Me reí y le tendí el brazo.
—Probablemente sí.
Aubrey enlazó su brazo con el mío y juntos nos dirigimos al ascensor,
entrando en la cabina. Pulsó el botón del primer piso y tecleó su código,
luego nos fuimos, bajando de las estrellas a la planta baja.
—El rojo es tu color —le dije, estudiando su reflejo en las puertas del
ascensor.
—Gracias. —Volvió a mirarme de pies a cabeza, se sonrojó y se
mordió el labio inferior.
Mierda, pero yo quería tomar ese labio entre mis propios dientes.
—No me lo pondrás fácil esta noche, ¿verdad?
—No. —Se rio cuando el ascensor se detuvo.
La llevé a la noche de diciembre donde Glen esperaba afuera junto a
su auto, con la puerta trasera abierta para que pudiéramos tomar asiento.
—Me disculparé de antemano por la cantidad de negocios que
probablemente se discutirán esta noche —dijo Aubrey mientras nos
dirigíamos hacia el Upper East Side—. Estoy segura que la mayoría de los
abogados del bufete de Abel estarán allí. Querrán hablar. Y es probable
que también estén algunos colegas.
—No hace falta que te disculpes. —Me estiré a través del asiento,
tomando su mano en la mía para entrelazar nuestros dedos.
Se disculpaba demasiado a menudo. Y siempre era por el trabajo. ¿Por
qué? ¿Esperaba que me molestara su devoción por su trabajo?
Seguramente. Probablemente porque imbéciles de su pasado, como Abel,
la habían hecho sentir culpable por trabajar.
Bueno, con el tiempo se daría cuenta que yo no era un hombre que
dejaría a una mujer por su éxito. Me importaba un carajo si ella ganaba
cien veces más dinero que yo en un año. No me importaba que trabajara
muchas horas.
Mi confianza no se basaba en superar a una mujer brillante.
Eso se lo tenía que agradecer a mis padres. Las horas de papá habían
sido erráticas en el mejor de los casos. Lo mismo me ocurría a mí. Y nunca,
ni una sola vez, había oído a mamá quejarse. Ella lo había apoyado, sin
esfuerzo. Y papá había hecho lo mismo por mamá.
Ella había tenido su propio negocio de limpieza, y mamá había
encontrado mucha alegría trabajando. Había hecho crecer su empresa, año
tras año, añadiendo empleados y servicios hasta que se convirtió en el
sostén de nuestra familia. Ella había sido una estrella.
Tal vez por eso papá se había derrumbado después de su muerte.
Mamá había sido su ancla. Sin ella, había quedado a la deriva.
Aubrey probablemente no necesitaba un ancla. No era impulsiva ni
impredecible. Pero quizás lo que necesitaba era un puerto seguro. Un
hombre dispuesto a estar ahí cuando ella entrara por la puerta cada noche.
Un hombre que nunca intentara desinflar sus velas.
Su mano se movió nerviosamente en la mía mientras Glen disminuía
la velocidad, metiéndose en una fila de autos. Uno por uno, avanzamos
poco a poco mientras los conductores de adelante dejaban a sus pasajeros.
Hasta que llegó nuestro turno.
Abrí la puerta, agarré a Aubrey de la mano para ayudarla a salir, luego
le di mi brazo nuevamente, acompañándola dentro de The Pierre.
Seguimos la fila de gente por el mármol a cuadros blancos y negros hasta
la segunda planta, donde nos filtramos en un salón de baile repleto de
conversaciones.
El hotel tenía hermosas vistas de Central Park durante el día, pero para
una boda nocturna en invierno, habían traído las vistas al interior. La sala
estaba adornada con flores en todas direcciones, incluso arreglos que
colgaban del techo. Las velas añadían ambiente a las lámparas de araña,
iluminando la estancia con un cálido resplandor. Además de una pista de
baile abierta, el espacio estaba repleto de mesas cubiertas con manteles
blancos y ramos de flores blancas y verdes.
Los camareros con bandejas de champán servían a hombres vestidos
con esmóquines negros similares y a mujeres con vestidos de gala de todos
los tonos. La ceremonia había tenido lugar ese mismo día, al parecer en la
iglesia de la novia, así que esta noche solo sería la recepción. Pero habían
invitado a lo que parecía cada miembro de la élite de la ciudad.
—Aubrey. —Acabábamos de dejar nuestros abrigos y apenas
entramos al salón de baile cuando un hombre mayor se acercó.
—Hola, William. —Se inclinó para que él pudiera presionar su mejilla
contra la suya—. Deja que te presente a Landon McClellan. Landon, este
es William Abergel.
—Un placer —dije, extendiendo mi mano.
Me rechazó casi de inmediato, acercándose a Aubrey y bajando la voz.
—Necesito algo de tiempo el lunes para discutir algunos asuntos.
—De acuerdo. —Ella asintió—. ¿Algo urgente?
—No. Pero tenía intención de llamarte ayer y se me fue el día. Ya sabes
cómo es.
Ella asintió.
—Lo sé.
—Creo que estamos sentados en la misma mesa. Te dejaré conseguir
un poco de champán. Nos pondremos al día más tarde.
—De acuerdo. —Sonrió pero no le llegó a los ojos.
—Encantado de conocerte —me dijo William, y luego pasó junto a
nosotros para hablar con otra persona.
—Es uno de nuestros abogados —me dijo.
—El enemigo —me burlé, haciéndole señas a un camarero para que
trajera dos copas de champán.
Aubrey apenas había bebido un sorbo cuando la siguiente persona
corrió a su lado.
Una tras otra, las personas se agolpaban a su lado, disputándose su
atención. Hice todo lo posible por recordar sus nombres, simplemente
porque esas personas formaban parte del mundo de Aubrey.
Yo también.
O… quería estar.
—Aquí nos sentamos. —Aubrey señaló una mesa donde William ya
estaba sentado junto a una mujer de cabello rubio canoso.
El resto de las sillas también estaban ocupadas, algunas caras me
resultaban familiares y todas las expresiones demasiado serias para una
recepción de boda.
Tomé la mano de Aubrey, llevándola hasta allí y le tendí la silla para
que tomara asiento. Tal vez fuera un tonto por no estar nervioso, pero
cuando tomé mi propia silla, me relajé en el cojín, contemplando a la
hermosa mujer que tenía a mi lado.
Estaba tan claro como las copas de agua cristalina que yo estaba fuera
de lugar. No solo aquí, en The Pierre, sino en su edificio. Como les había
dicho a los chicos, ella estaba fuera de mi maldita liga.
Pero alguien tendría que arrancarme de esta silla para que me fuera de
su lado.
Con el tiempo, me acostumbraría a esta multitud, ¿verdad? Demonios,
incluso si no lo hiciera, ¿a quién le importaba? Mientras tuviera a Aubrey,
soportaría los desaires pretenciosos.
Tal y como Aubrey esperaba, la conversación en nuestra mesa giró
rápidamente hacia los negocios. Hizo todo lo posible por alejarla del
trabajo, pero los demás eran implacables. Incluso cuando Abel y su nueva
novia entraron en la sala, ganándose una ronda de aplausos de pie mientras
se dirigían a la mesa principal, la conversación volvió inmediatamente al
trabajo una vez que volvimos a nuestros asientos.
—Lo siento. —Aubrey suspiró mientras se servía el primer plato.
—¿Qué te dije sobre las disculpas? —Me incliné y le di un beso en la
mejilla. Luego cené observando cómo Aubrey se enfadaba cada vez más
cuando los hombres de la mesa hablaban de oportunidades de inversión,
de nuevos proyectos inmobiliarios o de ¿Te enteraste de eso?
Finalmente, se ganó un respiro cuando empezaron los brindis,
seguidos del primer baile de los recién casados. Cuando el cantante de la
banda en directo dio la bienvenida a la pista a otras parejas, no
desaproveché la oportunidad de sacarla de aquella silla.
—Si nos disculpan. —Me levanté, apartando la silla de Aubrey—. Voy
a bailar con mi preciosa cita.
Tomó mi mano y me dejó llevarla a la pista y tomarla entre mis brazos.
—¿Ya te aburriste?
Me reí.
—¿Contigo? Nunca.
—Yo...
—No te disculpes, Aubrey. —La sostuve más cerca, hasta que no
quedó ni un centímetro de espacio entre nosotros.
Era peligroso. Sin duda ella podía sentir cuánto la deseaba. Pero por
encima de su cabeza, vi a Abel.
Sus ojos apuntaban a la pista de baile. Sus ojos estaban puestos en
Aubrey. Imbécil.
A lo mejor se arrepentía de haberla dejado ir, incluso en el maldito día
de su boda. No tenía idea de quién era su novia, pero en cuanto a las
mujeres de la sala, ninguna tenía la belleza de Aubrey.
Me incliné más hacia ella, besándole la sien, y luego le di la espalda a
Abel, ocultándola de su vista.
—Gracias por venir conmigo —dijo, con una sonrisa iluminando su
rostro.
Sin duda, cada vez que pasara por The Pierre de nuevo, la vería así.
Vestido rojo. Ojos bonitos. Una sonrisa, solo para mí.
—De nada, nena.
—Eres un gran novio falso.
Dejé de bailar, esperando a que volviera la cara. Esperando a que
tuviera sus ojos pegados a los míos.
—Esto nunca ha sido falso, cariño.
Volvió a morderse el labio inferior.
—¿Cómo te sientes acerca del pastel de bodas?
—Depende de cómo te sientas acerca del pastel de bodas. Si te gusta
lo suficiente como para quedarte y comer un pedazo, entonces me gusta el
pastel. Si estás pensando en irnos de aquí y nos lo saltemos, entonces no
me gusta el pastel.
Su sonrisa se ensanchó.
—Odio el pastel de bodas.
13
Aubrey
Para el momento en que llegamos al frente de mi edificio, todo mi
cuerpo temblaba de deseo. Semanas de juegos previos que culminaron en
ese baile. Deseaba a Landon más de lo que necesitaba respirar.
Abrió la puerta de la camioneta antes que nos detuviéramos por
completo, luego su mano agarró la mía mientras me arrastraba por la acera
hacia las puertas del vestíbulo.
Sonreí, amando que él tuviera tanta prisa por subir las escaleras como
yo.
—Buenas noches, señorita Kendrick. —El portero era nuevo en el
edificio desde esta semana y quería saber su nombre. Tendría que esperar
hasta más tarde.
Landon no aminoró su paso por el vestíbulo, directo hacia el ascensor.
Pulsó el botón y, cuando las puertas se abrieron, se movió tan rápido que
casi me da un latigazo.
Su mano soltó la mía para poder abrazarme y me levantó contra su
fuerte cuerpo mientras me llevaba dentro. Me abrazó con fuerza, marcó el
código de mi planta y, en cuanto las puertas empezaron a cerrarse, su boca
aplastó la mía.
Gemí, abriéndome para él al instante. Su lengua recorrió mi labio
inferior antes de enredarse con la mía mientras lamía y chupaba. Su
urgencia coincidía con la mía. Nos besamos con frenesí, apenas respirando
mientras me aferraba a esos anchos hombros.
El ascensor se abrió. Sonó un tintineo por encima de mi cabeza. Pero
estaba tan perdida en Landon que apenas reconocía adónde íbamos. Lo
único que sentía eran sus latidos chocando contra los míos. Nos estábamos
moviendo. Sus zapatos resonaron en mi suelo.
Entonces apartó su boca y yo gemí, forzándome a abrir los ojos.
El ático. Ya estábamos en el ático.
—¿Habitación?
—A la izquierda —jadeé.
Se movió, llevándonos por un pasillo. Todo mientras mis pies flotaban
sobre el suelo, como si estuvieran flotando. Su agarre no decayó en ningún
momento mientras le daba indicaciones, atravesando los pasillos de mi
casa hasta que cruzó las puertas dobles de mi suite.
La habitación estaba a oscuras, pero los grandes ventanales dejaban
pasar la luz suficiente para que el espacio se tiñera en sombras grises y
tonos apagados. Más allá de los cristales, caía nieve y los copos reflejaban
las luces de la ciudad. Gracias a Dios por esa luz. Esta noche quería ver la
cara de Landon. Quería fijarme en cada sombra, en cada expresión,
mientras se deshacía.
Me puso de pie y se alejó un paso, entrecerrando los ojos mientras me
miraba. Pasaron tres segundos. Cuatro segundos. Mi corazón latía con
fuerza mientras él estaba allí y observaba.
—¿Qué? —¿Por qué no se movía? Necesitaba que me tocara. Que me
besara. Que me follara hasta dejarme sin sentido.
—Tú.
—¿Qué hay de mí? —Mi voz casi temblaba.
—Te perteneceré después de esto.
Se me cortó la respiración. Esa honestidad, esa cruda verdad. Nunca
decía lo que yo esperaba.
—¿Eso te preocupa?
—Ni un poco. —Torció un dedo, haciéndome señas para que me
acercara.
Me moví sobre piernas inestables, mis rodillas débiles, hasta que
estuve frente a él, con el cuello estirado para sostener su mirada.
Sus grandes manos se acercaron a mi rostro, apartando el cabello de
mis sienes.
—Aubrey.
Landon pronunció mi nombre de la misma forma que yo había deseado
a las estrellas cuando era pequeña.
Al unísono, nos quitamos los abrigos. Mis dedos fueron a los botones
de su chaqueta, liberándolos.
Sus ojos se ensombrecieron.
—Sigue adelante.
Mordí mi labio inferior para ocultar una sonrisa mientras mis manos
recorrían el plano de su pecho, moviéndose hacia sus hombros para apartar
la chaqueta. Luego tiré de su corbatín, aflojándolo de su cuello.
—Quítame la camisa. —Su voz áspera envió un escalofrío por mi
espalda.
Obedecí y fui soltando los botones hasta que saqué la camisa
almidonada del dobladillo de sus pantalones. Y tal como había hecho con
la chaqueta, subí por su pecho, esta vez mis palmas arrastrándose contra
su piel caliente, hasta que tiré la camisa al suelo, su ropa acumulándose
junto a nuestros pies.
—Quítate los zapatos —le dije, deseando arrodillarme y arrancarle los
pantalones de las piernas.
Landon negó con la cabeza, tomando mi barbilla en su mano. Esperó
hasta que comencé a retorcerme. Mierda, era excitante estar a su merced.
—Landon —le supliqué.
—Yo doy las órdenes, ¿sí?
Tragué fuerte.
—Sí.
La comisura de su boca se levantó en una sonrisa maliciosa mientras
se quitaba los zapatos.
Quería saborearlo, pero cuando hice ademán de arrodillarme, me
agarró con fuerza la barbilla y negó con la cabeza. Me enderecé. Y esperé
su siguiente orden.
En sus ojos brillaba la aprobación.
—Date la vuelta.
Obedecí. ¿Quién era yo? No era una mujer que recibiera bien las
órdenes. No era una mujer a la que le gustara ceder el control. Pero vino
tan naturalmente, esta rendición, que mi cabeza comenzó a dar vueltas.
Respiraba entrecortadamente, con los nervios a flor de piel.
Landon pasó las puntas de sus dedos por mi hombro. Un movimiento
y mi coño se apretó. Nunca en mi vida había estado tan excitada. Tan
desesperada por liberarme. Y apenas me había tocado.
¿Era ese el objetivo de esas llamadas? ¿Esos breves encuentros en mi
oficina? ¿El primer beso? ¿Todo este tiempo había estado trabajando para
llegar a este momento? La tensión me tenía tan tensa, como una goma
elástica a punto de romperse.
Los labios de Landon sustituyeron a sus dedos, su lengua dejó un rastro
húmedo en mi piel mientras sus manos se dirigían a la cremallera del
vestido, abriéndola centímetro a centímetro. Deslizó los tirantes,
dejándolas caer más allá de mi cintura.
Mis pezones se endurecieron, el aire frío corrió hacia mi piel
sobrecalentada.
Las manos de Landon llegaron a mi cabello, enredándose entre las
ondas. Empezó a tirar de los mechones, suavemente, pero con la suficiente
presión como para inclinar mi cabeza hacia atrás. Una mano sujetaba los
mechones mientras la otra se acercaba a mi cuero cabelludo, luego arrastró
la masa a través de su puño, una mano reemplazó a la otra una y otra vez,
como si estuviera creando una cola.
Luego la sujetó, enrollándola en un puño, mientras su otra mano se
deslizaba por mis costillas hasta mi vientre, subiendo por mi esternón y
desplazándose hasta ahuecar un pecho.
Me arqueé hacia él, sujeta por el cabello e incapaz de girar. ¿Me
gustaba? Sí. Era liberador, dejarse llevar.
Sus dedos rozaron un pezón, dándole un ligero pellizco que disparó
una oleada de deseo a mi núcleo. Su boca se aferró a mi cuello, chupando
y lamiendo hasta que todas las venas y arterias de mi cuerpo palpitaron.
Si esto era un juego previo, lo dejaría jugar conmigo por la eternidad.
—Landon. —Deslizó su mano hacia el otro seno, dándole un fuerte
pellizco a ese pezón—. Oh, Dios —siseé.
—¿Así? —Su risa profunda llenó mi oído mientras su mano bajaba por
mi vientre, ahuecando mi montículo.
Jadeé, ya me temblaban las piernas, cuando sus dedos se deslizaron
por debajo de mis bragas para recorrer mis pliegues.
—Estás empapada.
—Sí. —Me balanceé contra su mano, necesitando solo un poco más
de fricción.
—¿Cuánto cuestan estas bragas? —preguntó, pero no esperó a mi
respuesta antes de desplazarse hasta mi cadera, agarrar el encaje y
arrancarlo de mi cuerpo. Rompió el encaje como si fuera papel de seda.
Gemí.
Landon se acercó más, su erección presionando mi culo.
Alcancé detrás de mí, sintiéndolo. Si había estado duro el día en mi
oficina después de nuestro beso, esta noche, era de acero. Palmeé su
longitud, dejándolo presionarla en mi mano. Dios, quería tocarlo. Tomar
su polla con la mano, con la boca, y ver cómo se deshacía. Pero su agarre
en mi cabello se hizo más fuerte, un recordatorio silencioso que yo no tenía
el control.
Era desconcertante. Frustrante. Emocionante. Erótico.
—Esto te está volviendo loca, ¿verdad, nena? —Los labios de Landon
acariciaron el lóbulo de mi oreja mientras hablaba.
—Sí —admití.
—Aprenderás a adorarlo. —Sus dedos se deslizaron por mi abertura
una vez más, cubriéndose de mi humedad antes de rozar mi clítoris.
Jadeé cuando una onda recorrió mi cuerpo.
—Date la vuelta —ordenó, soltándome el cabello y, cuando giré, sus
brazos me rodearon y su boca selló la mía. Sus manos recorrieron mi piel
desnuda, tocando cada centímetro, moldeando cada curva. Su lengua
dibujó círculos perezosos contra la mía.
Era un tipo diferente de urgencia. No frenético o apresurado. Nos
besamos como si estuviéramos desesperados por memorizar los secretos
del otro.
Landon mantuvo sus labios sobre los míos mientras rebuscaba en su
bolsillo antes de bajarse la cremallera de los pantalones y tirarlos al suelo.
Su erección se balanceó libre, dura y gruesa entre nosotros, mientras me
levantaba de nuevo y me llevaba a la cama.
Me hundí en el colchón cuando su peso cayó sobre el mío,
acomodándose en el hueco de mis caderas.
Sus manos se acercaron a las mías, estirándolas y levantándolas por
encima de mi cabeza.
—No las muevas.
Apretando una almohada, vi cómo se cernía sobre mí, dejando caer
besos a lo largo de mis clavículas hasta que bajó para llevarse un pezón a
la boca.
Cerré los ojos, derritiéndome con el movimiento de su lengua. ¿Sabía
cuánto amaba esto? ¿Qué tan sensibles eran mis pezones y cuánto amaba
su boca caliente?
Landon se movió hacia el otro pecho, dándole el mismo tratamiento,
hasta que me retorcí debajo de él, desesperada por más.
Mis piernas se abrieron. Mi núcleo dolía. El sonido de un envoltorio
de condón rompiéndose llenó la habitación.
Su lengua recorrió mi piel, volvió a mi cuello, hasta que encontró mis
labios nuevamente. Entonces una mano se acercó a la mía, sujetándome
las muñecas, mientras la otra guiaba su polla, colocándola en mi entrada.
—Demonios, pero si eres preciosa. —Besó la comisura de mis
labios—. Mírame.
Abrí los ojos y lo miré mientras nos mecía lentamente hasta que se
enterró dentro de mí.
—Oh, mierda.
Oh, era grande. Mi cuerpo tardó un momento en estirarse a su
alrededor y relajarse. Entonces me invadió una oleada de placer, como si
me estuviera derritiendo.
—Estás tan apretada. —Soltó mis muñecas—. Voy a follarte duro,
nena.
—Sí —gemí.
—Aguanta.
Mis manos se dirigieron a sus hombros, pero no le gustó dónde las
había colocado, así que las volvió a colocar exactamente donde quería.
Entonces se relajó, solo para empujar. Duro, como prometió. Mi cuerpo
tembló, mis extremidades comenzaron a temblar.
—Una de estas veces, te voy a poner las esposas —murmuró.
Mi coño se apretó.
—Te gusta la idea, ¿verdad? —No me dejó responder. Salió de mí y
me penetró, robándome las palabras.
Nos juntó una y otra vez, con el sonido de nuestros cuerpos y nuestras
respiraciones entrecortadas llenando la habitación. Una serie de gemidos
incoherentes escaparon de mis labios. Estrellas blancas se deslizaron en
los bordes de mi visión hasta que cerré los ojos con fuerza.
—Todavía no. —Landon apretó los dientes mientras mis paredes
internas se agitaban—. No te corras.
—Necesito...
—No. Todavía no.
Abrí los ojos y lo fulminé con la mirada. Solo conseguí una sonrisa
sexy mientras seguía follándome. Apretaba la mandíbula mientras se
movía. Su cara era de granito mientras perseguía su propia liberación.
Era imposible tratar de contenerme cuando cada célula de mi cuerpo
se sentía como si se estuviera desmoronando. Mis uñas se clavaron en su
piel, mis dientes se hundieron en mi labio inferior.
Hasta que finalmente, mordió un pezón y susurró:
—Vente.
Me hice añicos.
Me rompí en mil pedacitos mientras gritaba su nombre. Mi cuerpo
temblaba, estremecimiento tras estremecimiento del orgasmo más largo e
increíble de mi vida. Mi núcleo palpitaba, apretándose a su alrededor
mientras empujaba más rápido.
—Aubrey —murmuró—. Maldito infierno. —Entonces enterró la cara
en mi cabello y gimió, cediendo a su propia liberación. Cada músculo de
su cuerpo tembló y se tensó mientras, tal como yo había esperado, las
ventanas dejaban entrar suficiente luz para iluminar el placer en su rostro.
El éxtasis absoluto.
Se desplomó sobre mí, con los brazos apretados. Nuestros cuerpos
estaban resbaladizos, pegajosos de sudor, mientras mi corazón latía con
fuerza y las réplicas palpitaban.
Landon rodó sobre su espalda y me empujó hacia él.
—Eso fue solo para aliviar la tensión.
Sonreí. Si quisiera repetir eso toda la noche, no me opondría.
Estaba flácida. Estaba en las nubes. Cuando Landon se levantó para
ocuparse del condón, apenas me moví. No hasta que volvió a la cama,
apartando las sábanas.
—Eres un mandón —murmuré mientras él se acostaba, colocándome
una vez más sobre su pecho—. Me gusta.
—Bien. Porque ni siquiera hemos arañado la superficie.
Me acurruqué más profundamente en su costado.
Apretó los labios contra mi cabello.
—Duerme, Aubrey.
Tarareé.
Y me dormí.

Me moví, levantando mi almohada -¿por qué estaba tan firme?- para


mirar el reloj. No, no una almohada. Landon.
Recordé la noche anterior mientras contenía la respiración y miraba su
atractivo rostro.
La boda. Los orgasmos. Oh Dios, los orgasmos. Tres. No, cuatro. El
cuerpo de este hombre estaba hecho para el pecado. Me despertó dos veces
en la noche hasta después del último orgasmo, cuando me hizo correrme
sobre su lengua, básicamente me desmayé.
Aparté los ojos de sus suaves labios y miré el reloj de la mesita de
noche.
Eran las cuatro de la madrugada. El cielo seguía oscuro. Por mucho
que quisiera dormir unas horas más, mi mente estaba despierta. Así que
salí de la cama y me dirigí de puntillas al cuarto de baño, donde cerré la
puerta con cuidado y me acerqué al lavabo para mirarme en el espejo.
Mi cabello era un desastre enredado. El maquillaje de anoche estaba
corrido debajo de mis ojos. Estaba dolorida en todos los lugares correctos.
Mis labios estaban hinchados por la boca de Landon y mis pezones estaban
sensibles.
Ese hombre había utilizado mi cuerpo a fondo la noche anterior. Él
había tomado el control, y me encantaba. Lo anhelaba.
Me rendí a él sin dudarlo un momento.
¿Era por eso que había pánico en mi mirada mientras me miraba en el
espejo?
No renuncié al control. Esa era una buena manera que te rompieran el
corazón. Mi estómago se revolvió. Mi corazón latía demasiado rápido.
Esto se estaba poniendo serio. Demasiado serio. Apenas nos
conocíamos. Todavía no estaba segura de lo que él quería exactamente.
Fuera lo que fuera, ¿tenía yo la capacidad de dárselo?
¿Cuánto tardaría en darse cuenta que quería a otra persona?
Mierda. La cabeza me daba vueltas. Necesitaba... trabajar. Necesitaba
la familiaridad de los correos electrónicos y mis dedos sobre un teclado
porque ahuyentaría esta sensación de ansiedad. Así que recogí
tranquilamente algo de ropa de mi vestidor y me escapé por el pasillo,
dándome una ducha rápida en la suite de invitados, antes de prepararme
un poco de café en la cocina y retirarme a mi oficina.
En el momento en que me senté en mi silla y extendí mis manos sobre
mi escritorio, esperaba sentirme tranquila. Centrada. Excepto que la
inquietud se hizo más profunda hasta que estuve a punto de vomitar.
Cerré los ojos con fuerza, respirando profundamente, hasta que las
náuseas pasaron. Luego sacudí mi mouse, desbloqueé mi computadora y
abrí mi bandeja de entrada.
Mis dedos se sentían débiles mientras escribía. La concentración era
casi imposible. Pero a medida que leía un correo tras otro, recuperaba el
equilibrio. Las preocupaciones empezaron a desvanecerse.
Solo era sexo, ¿verdad? Sexo fenomenal, pero sexo al fin y al cabo.
No tenía que significar nada más que una liberación física.
Landon y yo éramos prácticamente extraños. Teníamos vidas muy
diferentes. Probablemente sería el siguiente en mi cadena de relaciones
fallidas. Eso estaba bien. Tal vez mi problema siempre fue esperar algo
duradero.
Tal vez si tomaba esto por partes, Landon no se rompería...
—Hola, nena. —Entró en mi oficina con ese contoneo perezoso. Se
había puesto los bóxers, el algodón tirando de sus voluminosos muslos.
Sus abdominales estaban a la vista y eran absolutamente deliciosos.
Recorrí cada línea, cada músculo, mientras cruzaba la habitación.
Luego se inclinó para darme un beso en la mejilla.
—¿Qué hora es?
Miré el ordenador.
—Las cuatro y media.
Me acomodó un mechón de cabello húmedo detrás de la oreja.
—¿Estás bien?
—Sí —mentí.
—Bueno. —Besó mi mejilla de nuevo, luego caminó hacia el sofá al
costado de la habitación.
Era del mismo tono blanco que los sofás de mi oficina. Casi todo en
mi apartamento era de un tono blanco, crema o gris.
Siempre había preferido un diseño moderno y minimalista. Todas las
habitaciones de la casa eran sencillas, de líneas limpias. Las habitaciones
eran luminosas y no se respiraba un ambiente taciturno. Era exactamente
lo contrario del estilo tradicional de mi madre. Le encantaban los colores
intensos, el cuero suave y las alfombras lujosas con diseños elegantes.
Este ático, como mi oficina, había sido mi santuario. Excepto por la
primera vez, se sentía vacío. Aburrido. Landon tenía que ver eso, ¿no? ¿Lo
aburrido que era?
Era un hombre que necesitaba un espacio hogareño. Un hombre con
carácter que estaba acostado en un sofá que carecía de personalidad.
Un escalofrío recorrió mi piel, dejándome la piel de gallina. ¿Cuándo
se había vuelto tan frío mi ático?
Landon bostezó y recogió la manta que estaba tirada en el extremo del
sofá. Luego se cubrió mientras se estiraba, con los pies colgando sobre el
extremo.
—Vamos a necesitar un sofá más grande aquí.
Parpadeé.
—¿Me despiertas a las seis?
—Um, claro. —Asentí, esperando que me dijera que dejara de trabajar
o que volviera a la cama.
Pero él solo suspiró y cerró los ojos.
Y volvió a dormirse.
Esto era demasiado bueno para ser verdad. Tenía que serlo.
¿Qué me estaba perdiendo? Tenía que haber algo.
Fuera lo que fuera, supongo que lo descubriría cuando nos
separáramos. Porque esto se derrumbaría.
Siempre lo hacía.
14
Landon
Aubrey me estaba dejando afuera.
Y me estaba jodiendo.
¿Había sabido algo de ella desde la boda del fin de semana pasado? Ni
una palabra. ¿Se había molestado en devolverme los mensajes? No. ¿Qué
coño tenía que hacer para que mi mujer agarrara el maldito teléfono y me
llamara?
Aparentemente, no era repartir orgasmos.
Llevaba cuatro días ignorándome. Eso terminó.
Ahora.
Atravesé el vestíbulo de su piso de Empresas Kendrick, sin dedicarle
una mirada a la recepcionista ni a Wilson.
—¿Está reunida? —le pregunté a Wynter cuando llegué a su mesa, sin
detenerme.
—No, pero si me da un momento, puedo decirle que está aquí.
—Oh, se lo diré yo mismo. —Pasé junto a su escritorio y abrí la puerta
de Aubrey.
Estaba sentada en su escritorio, con los ojos puestos en su teléfono.
Cuando entré, levantó la cara y abrió la boca.
—Así que no has perdido tu teléfono. —Fruncí el ceño y me detuve
frente a su escritorio, apoyando los puños en mis caderas.
—He estado ocupada. —Dejó el teléfono.
—¿Te pedí que dejaras de estar ocupada?
—No. Pero no tengo un trabajo en el que pueda irme sin más al final
de mi turno. Me quedo atrapada.
—Otra vez, ¿te pedí que dejaras de estar ocupada?
Ella tragó.
—No.
—No hagas esto, Aubrey.
Me miró fijamente, sin necesidad de explicaciones. Ambos sabíamos
que la estaba llamando por esta mierda.
—¿Terminaste con las reuniones del día? —le pregunté.
—Sí, pero...
—Tengo hambre —la interrumpí antes que pudiera protestar—. ¿Qué
quieres para cenar?
—No puedo...
—¿Pizza? Qué bien. Yo también. ¿Cerveza o vino o agua?
—Yo no...
—Vino. Buena decisión. Algo rojo.
—No me estás escuchando. —Se levantó de la silla, con las manos
apretando los costados de su sencillo vestido negro.
—No, no te estoy escuchando. No cuando estás a punto de decir algo
para alejarme.
—Necesito concentrarme. —Aubrey cruzó los brazos sobre el pecho
y, maldita sea, esa mirada que me envió me hizo querer besarla.
—Pues concéntrate. —Señalé a su computadora, me di la vuelta y salí
de su oficina tan rápido como había entrado.
Los ojos de Wynter se desorbitaron cuando pasé junto a su escritorio
en dirección al ascensor.
Pero la ignoré, ignoré a todo el mundo, mientras me dirigía al primer
piso, luego caminé tres cuadras hasta la pizzería más cercana. Pedí un
pepperoni mediano y tomé una botella de vino, le di una propina al
empleado antes de volver a salir al frío de diciembre.
Equilibrando la caja de pizza en una mano con el vino debajo de mi
brazo, saqué mi teléfono del bolsillo y presioné el nombre de Aubrey.
—Hola —respondió ella.
—¿Tienes un sacacorchos? ¿Platos? ¿Servilletas?
—Landon...
—Sí o no.—
Ella dejó escapar un largo suspiro.
—Sí.
Terminé la llamada y me dirigí a su edificio. La pizza no estaría
caliente, no con las gélidas temperaturas de hoy, pero mientras subía en el
ascensor, todavía estaba lo suficientemente caliente.
Eran más de las seis cuando se abrieron las puertas del ascensor y la
recepcionista ya no estaba en su escritorio. Wilson se había movido para
pararse al lado del escritorio ahora vacío de Wynter.
—La llevaré a casa —le dije a Wilson—. Entiendo que quieras
quedarte. Te respeto, hombre. Pero tienes ayuda. No dejaré que le pase
nada, y te aseguro que no voy a hacerle daño.
Me estudió durante unos largos instantes y luego asintió. Al parecer,
había pasado la prueba de Wilson.
—Que tengas una buena noche —dije, entrando en la oficina de
Aubrey.
Estaba detrás de su escritorio, con los dedos sobre el teclado. Dejó de
teclear cuando caminé hacia los sofás.
Sin mediar palabra, dejé la pizza en la mesita junto con la botella de
vino y me dirigí a la pequeña cocina que había junto a su cuarto de baño
privado.
Saqué platos, tenedores, servilletas y dos copas de cristal. Rebusqué
en los cajones hasta encontrar un sacacorchos. Luego regresé a la oficina,
los ojos de Aubrey en mí mientras me movía. Primero serví su pizza en el
plato y le serví una copa de cabernet, llevándole la cena a su escritorio.
—Gracias —murmuró.
—De nada. —Regresé al sofá, quitándome el abrigo antes de servirme
mi propio plato. Revisé mi teléfono mientras comía y bebía mi vino.
Cuando terminé, recogí sus platos y los míos, llevándolos a la cocina para
lavarlos y limpiarlos.
La mirada de Aubrey se movió en mi dirección mientras me movía,
pero no dije ni una palabra mientras regresaba al sofá, me quitaba los
zapatos y me estiraba. Mis piernas eran demasiado largas y mis pies
sobresalían, al igual que el sofá de la oficina de su casa.
El chasquido de las uñas de Aubrey sobre el teclado llenó el silencio.
Envié unos cuantos mensajes, comprobando cómo estaba Lacy antes de
responderle a Baldwin, quien quería reunirse este fin de semana para tomar
una cerveza.
Finalmente, al cabo de una hora, cuando ya no estaba tan enfadado
como antes, le envié un mensaje a Aubrey. Su teléfono sonó en su
escritorio.
Tenemos que hablar de tus sofás. Son demasiado pequeños.
—Compraré sofás más largos.
Sonreí, mis dedos escribiendo otro mensaje.
Ven aquí.
Las ruedas de su silla rodaron por el suelo antes que sus tacones
chasquearan y se detuviera junto a mi cabeza.
Me desplacé hasta un asiento, torciendo mi dedo, guiándola para que
se colocara entre mis piernas. Puse mis manos en sus caderas, con los
pulgares masajeando pequeños círculos—. ¿Has comido suficiente?
—Sí. —Su mano se acercó a mi cabello y sus dedos se enredaron en
los mechones.
Tiré de ella hacia abajo para que se sentara en mi regazo y su mirada
estuviera a la altura de la mía.
—Hola.
Sus ojos se suavizaron.
—Hola.
—Siempre tendrás mi apoyo. Puedes dirigir tu imperio. Nunca
intentaré quitarte eso. Pero no lo pongas entre nosotros porque tengas
miedo.
Su barbilla cayó, sus hombros se hundieron.
—No sé lo que quieres de mí.
—Tú. —Tomé su rostro con una mano, inclinándolo hacia arriba—.
Solo tú.
Aubrey me miró a los ojos, como si esperara encontrar una mentira.
Culpé de esa mierda a Abel y a los otros imbéciles que habían venido
antes que yo. Pero ella lo vería. Con el tiempo, lo vería.
—Lo siento —susurró.
Tomé su boca, sellando mis labios sobre los de ella y pasando mi
lengua por su labio inferior. Nunca me cansaría de cómo se sentía. El suave
mohín. El dulce gemido cada vez que enredaba mi lengua con la suya. La
besé hasta que se quedó sin aliento. Hasta que la tensión desapareció de su
cuerpo.
—Te he echado de menos. —Dejé caer mi frente sobre la suya.
Ella cerró los ojos y asintió. Luego se mordió el labio inferior y me
dedicó una sonrisa maliciosa.
—¿Qué?
Se movió de mi regazo y se puso de pie, luego caminó hacia la puerta,
girando la cerradura.
Un pequeño clic y se me puso dura al instante.
Aubrey regresó, parándose frente a mí. Me tendió una mano, así que
me puse de pie, esperando que me llevara a alguna parte. Pero entonces se
arrodilló.
—Quiero hacer algo.
Mierda. Sí. Sus manos llegaron a mis jeans, y con un movimiento,
desabrochó el botón. Deslizó la cremallera y tiró del dobladillo,
arrastrando los jeans por mis muslos junto con los bóxers que llevaba
debajo.
Ella gimió, colocando su mano alrededor de mi eje.
—Mierda, nena. —Incliné la cabeza hacia atrás mientras me
acariciaba, y cuando su lengua lamió la parte inferior de mi polla, casi me
derrumbo.
Aubrey me tomó en su boca, caliente y húmeda. Un paraíso. Chupó
con fuerza y lamió la perlada gota preseminal de la punta. Luego, otra
sonrisa perversa antes de tragarme.
Mis dedos se hundieron en su cabello, sujetándola mientras le follaba
la boca. Esta mujer era un maldito milagro. Su boca era un puto sueño, y
era implacable, trabajándome hasta que estuve a punto de perder el control.
Así que la alejé, esperando hasta que miró por debajo de esas pestañas
cubiertas de hollín.
—Estás de rodillas, pero me posees. Eso te gusta, ¿verdad, cariño?
—Sí —susurró.
—¿Ves el poder que tienes sobre mí? —Empuñé mi polla, arrastrando
la cabeza por sus labios—. Puedes tener poder sobre mí todos los jodidos
días. Pero no me dejes fuera.
Aubrey se abrió, a punto de tomarme de nuevo, pero me agaché y la
levanté. Luego, en un giro que la hizo gritar, la tuve de vuelta en el sofá.
—Mi turno. —Sonreí y le subí la falda del vestido, revelando esas
piernas tan sexys y un par de bragas de encaje que con gusto le arrancaría
del cuerpo.
—Landon —me advirtió.
Tiré. Desgarro.
—Esas eran de París.
El ceño fruncido que me envió desapareció con un gemido cuando me
sumergí, arrastrando mi lengua a través de su centro empapado. Le di un
golpecito en el clítoris, ganándome un grito ahogado, y saboreé su dulce
sabor, dándome un festín mientras la hacía subir y subir y subir.
—Oh, Dios mío, Landon. —Aubrey se retorció, su mano agarró mi
cabello, pero antes que pudiera correrse, busqué un condón en el bolsillo
y me apresuré a enfundármelo.
Mi camisa fue tirada sobre mi cabeza. Mis jeans pateados al suelo.
Busqué a tientas la cremallera de su vestido y tiré de él por encima de su
cabeza. Mientras caía al suelo, me coloqué en su entrada y la penetré.
—Demonios —maldije, apretando los dientes para no hacer el
ridículo.
Sus piernas rodearon mis caderas. Esos tacones suyos clavándose en
mi culo.
Giré las caderas, deslizándome más profundamente hasta que me gané
un grito ahogado. Sus pechos eran perfectos, envueltos en encaje. Tomé
un pezón en mi boca, e incluso a través del sostén, lo sentí como un
guijarro en mi lengua mientras las paredes internas de Aubrey se agitaban.
Luego follamos, desesperadamente. Como si los últimos cuatro días
hubieran sido una pesadilla y finalmente hubiera caminado hacia la luz.
—Todos los días. Eres mía, todos los días. —No me iba a ir sin ella
otra vez.
—Sí —gritó, y cuando metí la mano entre nosotros para encontrar su
clítoris, detonó, arqueando la espalda sobre el sofá.
La tensión en la base de mi columna vertebral, la tensión en cada
músculo, alcanzó su punto álgido y yo seguí con un gemido, todo mi
cuerpo temblando mientras rugía en mi liberación, colapsando cuando
estaba agotado.
Había que deshacerse del preservativo, pero no podía abandonar el
sofá. Todavía no. La niebla se disipó y me levanté, sin querer aplastarla, y
giré para que se tumbara sobre mi pecho. La envolví en mis brazos,
deseando que desapareciera cualquier preocupación que tuviera en esa
hermosa cabeza.
Esta mujer... Había estado de un humor de mierda esta semana. No
sorprende por qué. Así que la abracé más fuerte.
Carajos, esto era bueno. Tan jodidamente bueno. ¿Cómo ella podía no
querer esto? ¿No sentía esta conexión? ¿Esta intensidad? No te alejas de
algo como esto. No le das la espalda al potencial de lo que esto podría ser.
—Tienes razón. —Ella se levantó sobre un codo, su cabello en cascada
alrededor de su cara, las puntas haciéndome cosquillas en el pecho
desnudo.
—¿Sobre qué?
—Este sofá es demasiado pequeño.
Sonreí y, por primera vez en días, ese nudo en mi estómago se aflojó.
Así que nos hice rodar hasta el suelo.
Donde teníamos mucho espacio para la segunda ronda.
15
Aubrey
—Buenos días, cariño. —Landon entró en la cocina, abotonándose la
camisa de ayer.
—Buenos días. —Le acerqué una taza de café.
Levantó la taza y bebió un sorbo antes de acercarse a mí. Sus labios se
acercaron a mi cabello para besarme.
Bajo el aroma de mi propio jabón corporal, persistía esa colonia
adictiva de ayer. Lo respiré. Sé real. Por favor.
Después de anoche, cuando irrumpió en mi oficina enojado y
frustrado, estaba segura que todo había terminado. Pero se quedó. Me trajo
la cena y simplemente pasó el rato mientras yo terminaba de trabajar.
Luego, después del sexo en el sofá y en el suelo, vinimos a mi casa y nos
quedamos dormidos.
—¿Vas a trabajar hoy? —pregunté.
—Sí. —Tomó otro sorbo de café—. Tengo que ir a casa. Tomar mi
uniforme. Ir a la comisaría.
—¿Quieres que te lleve?
Miró por encima de mi cabeza hacia las ventanas oscuras, donde estaba
nevando. Había comenzado anoche mientras conducíamos hasta aquí y no
debe haberse detenido. Las calles y aceras serían un desastre.
—Eso sería genial. ¿A qué hora...?
Antes que pudiera terminar la frase, su teléfono vibró en el bolsillo.
Landon me soltó y lo sacó, frunciendo el ceño ante la pantalla.
—¿Me das un minuto?
—Por supuesto. —Asentí, observando cómo se retiraba por el pasillo.
Sé real.
Tomé un sorbo de mi propio café, mirando el microondas. Eran las
cinco y media, y dada la nieve, le pedí a Glen que viniera diez minutos
antes de lo normal. Estaría aquí en breve. Tenía una llamada con una
empresa en Londres a partir de las seis y media y quería estar en la oficina
temprano para prepararme.
Así que tomé mi taza y salí de la cocina para recoger mi computadora
portátil de mi oficina. Pero la voz de Landon me detuvo antes que fuera
demasiado lejos.
—Sé que estoy atrasado en el pago de este mes. Voy a conseguir el
dinero. Solo necesito otra semana. Por favor.
Me quedé paralizada. Mi estómago cayó. Dinero.
Dinero. Dinero. Dinero.
Esa palabra pasó por mi mente en bucle mientras mis rodillas casi se
doblaban.
Lo sabía. Sabía que esto era demasiado bueno para ser verdad.
Le había preguntado por mi dinero y él había bromeado. Se había
reído. Y había caído en la trampa.
Había caído, sin lugar a dudas.
—¿Cuánto necesitas? —Landon preguntó, su voz baja—. Bueno. Yo,
umm… Te llevaré un cheque después del trabajo.
Muévete. Aléjate, Aubrey. Pero tenía los pies pegados al suelo, junto a
mi corazón salpicado.
Maldita sea. Esto duele. No debería doler. Landon y yo éramos… ¿Qué
éramos?
Éramos una posibilidad. Éramos un sueño. Éramos la promesa de
grandeza.
Y ahora se acabó.
Mi mano estaba temblando, una gota de café se derramó y aterrizó en
mi zapato. Me giré, lista para retirarme a la cocina por una toalla, pero me
detuve cuando pronunció un nombre. El nombre de una mujer.
—Dile a Lacy que la amo. Y que la veré más tarde hoy, ¿de acuerdo?
Lacy.
¿Quién era Lacy?
—Adiós. —Landon terminó la llamada y suspiró—. Mierda.
Era demasiado tarde para escapar. Estaba demasiado cerca. Así que
puse en blanco mi expresión y cuadré los hombros. Adopté la cara que
ponía en las negociaciones. Gracias a Dios, había practicado durante años.
Tomé un sorbo de café, tragando el nudo que tenía en la garganta, y luego
caminé por el pasillo como si acabara de salir de la cocina.
Landon se reunió conmigo en el pasillo, con el ceño fruncido.
—Solo necesito tomar mi computadora portátil, luego estaré lista.
—Está bien. —Asintió, guardando su teléfono.
Caminé, con los hombros rectos y la barbilla en alto, como si no tuviera
un agujero en el pecho.
Al menos lo sabía, ¿no? Al menos esto terminaba ahora, en lugar de
dentro de meses o años. En lugar de después de haberme enamorado de él.
¿O era demasiado tarde?
Todo era culpa mía. Había renunciado a los hombres, y en el momento
en que un chico guapo entró en mi oficina, mi voto había sido arrojado a
la basura.
¿Cómo pude ser tan crédula? ¿Tan estúpida?
Cada latido de mi corazón era doloroso. Mi nariz picaba y mis ojos se
inundaron de lágrimas cuando entré a la oficina. Pero me las sequé,
negándome a llorar. Todavía no.
Lloraría después de decirle a Landon que no quería volver a verlo
nunca más.
Esta mañana, tenía que ir a trabajar. Donde estaba a salvo. Así que
recogí mis cosas y caminé hasta la entrada por un abrigo.
Landon estaba esperando, con su propio abrigo cubriendo sus anchos
hombros.
—¿Estás bien?
—Bien —mentí.
—Aubrey. —Tomó mi barbilla, obligándome a mirarlo a los ojos—.
¿Qué está mal?
¿Mal? Todo. Todo estaba mal. Había confiado en él. Le creí. Lo quería.
Y yo había sido una tonta.
—¿Quién es Lacy? —Odiaba la grieta en mi voz—. ¿Siempre fue por
mi dinero?
—¿Qué carajo? —Dejó caer su mano como si mi piel estuviera
ardiendo. Luego hizo una T con las manos—. Tiempo muerto. Para el
reloj. Repite eso.
—Mi dinero. ¿Es por eso que estás aquí?
El dolor en su mirada era como un cuchillo clavado en mis costillas.
Su expresión se transformó en un instante, del dolor a la ira. Su mandíbula
se apretó y sus fosas nasales se ensancharon. Entonces levantó un dedo.
Y lo utilizó para pulsar el botón del ascensor.
Los segundos que tardaron en abrirse las puertas fueron insoportables.
Contuve la respiración, deseando que llegara más rápido. Luego,
finalmente, un timbre y se abrió, listo para llevárselo.
—¿Qué clase de hombre crees que soy, Aubrey? —La voz de Landon
era tranquila. Calmada—. ¿Alguna vez dejarás de compararme con los
imbéciles de tu pasado? ¿O siempre he estado condenado al fracaso?
Una lágrima rodó por mi mejilla cuando entró en el ascensor. Luego
se fue, sin mirar atrás.
Cayó otra lágrima. Luego otra.
—Mierda. —Me sequé los ojos justo cuando mi teléfono sonó en mi
bolso, haciéndome saltar. Lo saqué frenéticamente. El nombre de Glen
apareció en la pantalla con un mensaje que decía que había llegado.
Resoplé, me sequé los ojos, luego agarré un abrigo y presioné el botón del
ascensor.
Mi barbilla tembló durante todo el viaje hasta el primer piso y el lento
viaje al trabajo. Recorrí las aceras con la esperanza de ver a Landon
caminando, pero no había ni rastro de él.
¿Qué clase de hombre crees que soy, Aubrey?
¿Alguna vez dejarás de compararme con los imbéciles de tu pasado?
Tenía razón. Claro que tenía razón. Había estado guardando todo
contra él, esperando que fallara. Y en cambio, había sido yo quien había
sido el fracaso.
¿Qué diablos estaba mal conmigo?
Ni siquiera había preguntado por la llamada. Solo había hecho una
suposición.
Una suposición equivocada.
Golpeé mi pie en el piso de la camioneta, deseando que llegáramos a
la oficina más rápido. Quería llamar a Landon, pero no quería que Glen
me escuchara, y para cuando levantara la mampara, estaríamos a minutos
de distancia. No había tiempo suficiente para disculparme. Para
arrastrarme.
No, quería hacer esta llamada en mi oficina. Pero en cuanto salí del
ascensor privado, Wynter ya me estaba esperando con un puñado de notas
adhesivas.
Tal vez era mejor darle tiempo a Landon de todos modos. Lo llamaría
dentro de una hora, después que él hubiera tenido tiempo de ir a trabajar.
Excepto que la reunión se convirtió en otra y luego otra, consumiendo mi
mañana. Las horas pasaban dolorosamente, y cada vez que pensaba que
tenía un minuto libre para llamar a Landon, alguien me interrumpía.
Cinco minutos. Solo quería cinco minutos. En lugar de eso, estaba
sentada en una sala de conferencias, escuchando a uno de mis
vicepresidentes hablar sobre nuestras proyecciones financieras de fin de
año.
¿Ésta iba a ser realmente mi vida? ¿Incapaz de encontrar cinco minutos
para mí? ¿Para Landon?
—Disculpen. —Me levanté de la silla bruscamente, atrayendo la
atención de toda la sala—. Ha surgido algo y necesito salir. ¿Puedes avisar
a Wynter si hay algo urgente?
Mi director financiero, Matt, asintió.
—Todo va según lo previsto. Esto era solo un resumen.
Entonces, ¿por qué demonios habíamos estado sentados aquí durante
una hora?
Salí de la sala de conferencias y le indiqué a Wynter que me siguiera
mientras me apresuraba por el pasillo hacia mi oficina.
—Busca tiempo con Matt la semana que viene. Esa reunión fue una
pérdida de tiempo para todos. Especialmente el mío. Un correo electrónico
habría bastado.
—Sí, señorita Kendrick. —Ella garabateó en su bloc de Post-its.
—Quiero que empieces a ser más selectiva con las reuniones después
de las cinco. A menos que sea una emergencia, tendrá que esperar.
—Oh, eh, está bien. —Hasta hoy, nunca le había dicho que dejara de
programar. Desde las seis de la mañana hasta las siete de la noche, había
estado totalmente disponible.
Demasiado disponible.
Quizás porque no quería enfrentarme a los hechos. Los hombres de mi
pasado esperaban que me doblegara. Que fuera otra persona.
Landon nunca me había pedido que cambiara. No lo esperaba ni lo
necesitaba.
Por eso cambiaría. Porque era mi elección. Porque lo que más quería
en ese momento, incluso mi carrera, era Landon.
Si no era demasiado tarde.
—Necesito unos minutos a solas antes del almuerzo —le dije a
Wynter, doblando la esquina. Pero cuando la puerta de mi oficina apareció
a la vista, también lo hizo un hombre vestido con un uniforme de policía.
Mis pies vacilaron. Me recuperé rápidamente, con la cara en blanco.
—Oficial Bertello. Qué gusto verlo de nuevo.
—Señora Kendrick. —Asintió—. ¿Me permite un momento?
Forcé una sonrisa tensa.
—No sin mi abogado presente.
—Eso probablemente no será necesario. Tal vez podría tener cinco
para explicar. Entonces puede llamar al abogado.
—Bien. —Demasiados cinco minutos para mí. Caminé hacia la puerta
de mi oficina, la abrí y le hice señas para que entrara.
Wynter dio un paso como si fuera a retirarse a su escritorio, pero negué
con la cabeza.
—Escucha, por favor.
—Por supuesto. —Se escabulló junto a mí, siguiendo al oficial
Bertello hasta los sofás.
Miré hacia el vestíbulo, deseando que hubiera otro policía en el
edificio.
Wilson abandonó su puesto junto al escritorio de Leah y se dirigió a
mi oficina.
—Yo también me sentaré.
—Gracias. —Suspiré, luego me uní a Bertello y Wynter, ocupando el
sofá donde Landon y yo habíamos estado la noche anterior.
Nunca más me sentaría aquí y no pensaría en su rostro mientras
empujaba dentro de mí. Así sería para siempre, ¿no? Si comprara sofás
más grandes, ¿estaría él cerca para ayudarme a usarlos?
—Señora Kendrick.
Parpadeé, apartando los ojos de la tapicería.
—Sí.
—Solo una actualización rápida para usted hoy. Sin preguntas. —El
oficial Bertello sacó su bloc de notas y hojeó una página—. La última vez
que estuve aquí, le pregunté por un anillo que había comprado.
—Por cinco mil dólares.
Asintió.
—Así es. En efectivo.
Crucé las piernas, colocando las manos juntas sobre mi regazo.
—Un joven le vendió ese anillo.
—Sí.
—Un empleado del dueño de la tienda. Fue él quien denunció el robo
al dueño.
—No hubo robo. —Mis muelas rechinaron.
—Según la dueña de la tienda, el hombre acudió a ella. Dijo que su
padre y usted habían entrado en la tienda para ver dos anillos. Sacó las
bandejas y las cajas, dándoles tiempo para revisar. Fue cuando estaba
guardándolo todo, después que se fueron, que notó que faltaban dos
anillos.
Esa pequeña mierda. Como sospechaba, o bien había mentido a su jefa,
la dueña de la tienda, o bien habían inventado esta estafa juntos.
—¿Sabía que la dueña de la tienda no es la dueña del edificio? —
preguntó Bertello.
—No. Solo he estado una vez.
—Ah. Bueno, la dueña de la tienda no sabía que el propietario del
edificio había instalado algunas cámaras de vigilancia en el exterior.
Resultó que había una montada en una esquina, y si la miras justo en el
ángulo correcto, puedes ver la puerta principal de la tienda.
Arqueé las cejas, esperando a que continuara.
—No pude verla, salvo cuando entró y salió. Pero después, ese joven
se acercó a la puerta. Probablemente para comprobar que realmente usted
se había ido. ¿Y sabe lo que se metió en el bolsillo?
—¿Dinero en efectivo?
—La dueña de la tienda lo informó, creyendo a su empleado. Pero lo
arrestamos a principios de esta semana. Disculpe por no haberla
actualizado antes. Me llevó un poco encontrar las imágenes. Con las
vacaciones de por medio...
—Está bien. —No estaba bien, pero me sentí lo suficientemente
aliviada como para mentir—. Le agradezco que haya venido hoy.
Devolvió el bloc de notas al bolsillo de su abrigo, luego se puso de pie,
mirando alrededor de la oficina.
—Bonito despacho. Recibí una llamada interesante después de mi
última visita aquí.
—¿Ah, sí? —Me levanté.
—El oficial Landon McClellan. Un buen amigo suyo, Bo Baldwin,
trabaja conmigo en Chelsea. —Las comisuras de los labios de Bertello se
levantaron—. Me animó a ser minucioso. Tenía la sensación que si metía
la pata, me ayudaría a convertir mi vida en un infierno.
Mi corazón. Realmente, realmente necesitaba hablar con Landon.
Necesitaba a esta gente fuera de mi oficina para poder disculparme.
—Por curiosidad —dijo Bertello—, ¿tiene ese anillo en su caja fuerte?
Me he estado preguntando qué aspecto tiene. Tengo un boceto pero... ¿le
importaría?
Sí. Sí, me importaría.
—En absoluto —mentí de nuevo—. Un momento.
Mis tacones golpeaban el suelo, tan fuerte como los latidos de mi
corazón, mientras me apresuraba a pasar el baño y entrar en el armario,
tecleando el código de mi caja fuerte, más que dispuesta a apaciguar a este
policía y sacarlo de una maldita vez de mi edificio.
Pero cuando la puerta de la caja fuerte se abrió, mi corazón se detuvo.
Vacío.
Todo estaba vacío.
Palpé la superficie, como si fuera una ilusión. Pero el anillo no estaba.
También los tres mil dólares que guardaba dentro.
—Dios mío. —Volví a comprobarlo, girando en círculo para mirar por
el suelo, como si tal vez aquel anillo hubiera salido por arte de magia.
Pero ya no estaba.
Me alejé de la caja fuerte, con el corazón martilleándome. ¿Dónde
estaba el anillo? ¿Dónde estaba el dinero?
Di media vuelta y entré corriendo en la oficina, moviéndome
directamente hacia mi teléfono que había dejado en el sofá.
—¿Señorita Kendrick? —preguntó Wynter, pero levanté una mano,
desbloqueando el teléfono para pulsar un nombre y acercármelo a la oreja.
—Aubrey, estoy ocupado.
—Landon.
—¿Qué pasa? —Escuchó el pánico en mi voz—. ¿Dónde estás?
—En el trabajo.
—Aguanta. —No dudó—. Ya voy.
16
Landon
Salí apurado del ascensor y me dirigí a la oficina de Aubrey. Había un
montón de nieve en mi bota, y se deslizó por el piso liso.
Wynter no estaba en su mesa. Wilson no estaba en su puesto habitual.
Así que caminé más deprisa, prácticamente trotando mientras empujaba la
puerta de su oficina.
Aubrey estaba de pie en el centro de la habitación, con el labio inferior
entre los dientes.
Otro policía estaba sentado en un sofá. Tenía que ser Bertello. ¿Por eso
había llamado?
En el momento en que entré, Aubrey se dio la vuelta, con los ojos muy
abiertos y el rostro pálido.
Wynter estaba de pie contra la ventana, con los ojos fijos en su jefa.
Wilson estaba al lado del sofá, situado entre Bertello y Aubrey.
En lugar de preguntarle a Aubrey qué estaba pasando, entré
directamente en su espacio, la tomé del codo y la conduje hasta el baño,
cerrando la puerta de una patada detrás de nosotros mientras
desaparecíamos.
Me detuve al llegar a la cocina.
—¿Qué ocurre? Supongo que es Bertello. ¿Por qué no llamaste al
abogado?
—No se trata de Bertello. —Aubrey tomó mi mano y me arrastró hacia
el armario, deteniéndose junto a una caja fuerte abierta—. Bertello vino a
decirme que el anillo que sospechaba que habíamos robado en realidad no
fue robado. El tipo que trabajaba en la tienda de antigüedades se quedó
con el dinero y le dijo a la dueña que lo habíamos robado cuando no estaba
mirando.
—Está bien —dije—. Esas son buenas noticias.
—No, no son buenas noticias. Porque Bertello me pidió ver el anillo
por curiosidad, y vine aquí a buscarlo y ya no está. —Su voz comenzó a
elevarse, el pánico que había oído en el teléfono más claro ahora—. Todo
ha desaparecido. Incluso algo de dinero que tenía aquí también.
—¿Cuándo fue la última vez que revisaste la caja fuerte?
—Cuando te lo enseñé la última vez que Bertello estuvo aquí. Han
pasado semanas.
—¿Quién tiene acceso a la caja fuerte? ¿Quién sabe la combinación?
—Solo mi padre. —Se rodeó el estómago con los brazos—. Eso es
todo.
—Ven aquí. —La atraje hacia mi pecho, sosteniéndola con fuerza
mientras se hundió contra mí. Aunque todavía estaba enojado por lo que
había dicho esta mañana, no podía estar tan cerca de ella, verla tan molesta
y no tocarla—. Está bien, comencemos llamando a tu papá.
Ella asintió, parándose erguida y abriendo su teléfono. Presionó su
nombre y lo puso en altavoz.
—Hola —contestó él—. ¿Cómo estás hoy?
—Papá, ¿viniste a mi oficina y abriste mi caja fuerte?
—Sí, esta mañana temprano. Estabas en una reunión.
Todo su cuerpo se hundió y sus ojos se cerraron.
—No me dijiste eso. Pensé que alguien había entrado en mi oficina y
había forzado la puerta.
—Te escribí una nota adhesiva —dijo él—. La dejé en el escritorio de
tu asistente.
Ella suspiró.
—Supongo que también te llevaste el dinero que tenía aquí.
—Sí, lo siento. Olvidé mi billetera otra vez y me dirijo a una reunión
para almorzar. También en la nota adhesiva.
Aubrey se frotó una sien.
—Se habrá perdido en la confusión.
Probablemente porque a su asistente le encantaban las notas adhesivas.
Negué con la cabeza, dejando que mi propio pánico se desvaneciera.
Cuando llamó, yo estaba en medio de una reunión con mi jefe, tratando de
elaborar un horario para el próximo mes que se acomodara a mi trabajo
secundario. Pero ella había llamado y me había escapado, corriendo aquí
y montando la adrenalina.
El corazón se me salía por la garganta.
Y una sonrisa se dibujó en mi boca.
—Está bien, papá. Gracias.
—¿Tienes tiempo libre más tarde? —preguntó—. Pasa por mi oficina.
—Claro.
No, Aubrey no tenía tiempo libre. Pude verla barajar mentalmente su
horario, tratando de encontrar un minuto disponible.
—Adiós. —Terminó la llamada, con los hombros caídos—. Soy una
idiota. Entré en pánico y ni siquiera pensé en llamarlo. Hoy estoy hecha
un desastre. Lo estoy arruinando todo.
Puse mis manos sobre sus hombros.
—No eres idiota.
—¿Estás seguro de eso? A lo mejor repito lo de esta mañana y cambias
de opinión.
Me reí entre dientes, enmarcando su cara con mis manos e inclinándola
hacia atrás para poder ver esos bonitos ojos marrones.
—Me llamaste.
—Lo siento. Seguro que estabas ocupado y no tenías tiempo de venir
corriendo aquí porque me estoy desmoronando.
—Me llamaste.
—Lo sé y lo siento...
—Aubrey. Para. —Pasé un pulgar por su mejilla—. Llevo meses
esperando que por fin me llames. Esta es la primera vez que mi teléfono
sonó con tu nombre en la pantalla.
—¿Qué? No, no es la primera vez. Te he llamado.
Arqueé las cejas, observando cómo giraban esos engranajes en su
maravillosa mente.
—Eso no puede ser. ¿De verdad no te he llamado antes?
Negué con la cabeza, riéndome y atrayéndola hacia mi pecho de nuevo.
—Solo se necesitó una pequeña no-emergencia.
—Bueno... ¿A quién más llamaría? —susurró, envolviendo sus brazos
alrededor de mi cintura—. Landon, lo siento. Lo siento mucho por lo que
dije antes.
Dejé caer mi mejilla sobre su cabello.
—Vamos a deshacernos de la gente de tu oficina. Luego hablaremos.
Ella asintió, pero sus brazos se apretaron, como si no estuviera lista
para soltarme.
Así que la abracé hasta que lo estuvo y luego la seguí a la oficina,
quedándome cerca mientras ella explicaba.
—Solo un pequeño malentendido —dijo—. Oficial Bertello, mi papá
vino a recoger el anillo hoy para envolverlo para mi madre. Lo siento.
—No hay problema. —Se levantó, asintiéndole antes de mirarme—.
¿Landon McClellan?
Asentí.
—Sí. Si vuelves a la comisaría, saluda a Baldwin de mi parte.
—Lo haré —dijo Bertello—. Me acompañaré a la salida, señora
Kendrick.
Aubrey esperó a que se fuera y se acercó a su sofá -nuestro sofá-
recostándose en su borde.
—Wynter, ¿te importaría despejar mi hora del almuerzo? Y hoy
necesito una hora más tarde para reunirme con mi padre.
—Por supuesto —dijo Wynter—. ¿Algo más?
—No, gracias. Gracias, Wilson. —Le dedicó una pequeña sonrisa y
luego observó cómo se marchaban.
Quité mi abrigo y lo dejé sobre un brazo del sofá. Luego ocupé el
espacio al lado de Aubrey, apoyando los codos en mis rodillas.
—Pareces demasiado bueno para ser verdad —dijo ella.
—No lo soy.
—Nunca te quejas de mis horarios. No te importa que atienda llamadas
o responda correos mientras cenamos. No me dices que deje de trabajar o
que guarde el teléfono. ¿Por qué?
—Porque eso forma parte de ti. —Me moví, frente a ella, y enganché
un dedo debajo de su barbilla para que pudiera ver la verdad en mi rostro—
. No voy a pedirte que cambies, Aubrey. Trabajas porque te gusta. ¿Por
qué iba a quitártelo? Sé que cuando termines, vendrás a mí. Allí estaré.
Puedo vivir con eso. ¿Tú puedes?
Sus ojos se inundaron.
—¿Qué me pasa? Es como si estuviera tratando de sabotear esto.
Como si intentara fracasar a propósito.
—No hay fracaso aquí, cariño. No mientras salgamos juntos de esto.
Sollozó y se inclinó, dejando que su frente chocara contra mi pecho.
Luego se arrastró hasta mi regazo, hundiéndose profundamente.
—Lo siento.
—Compénsame. Cómprame un sofá más grande.
Aubrey se rio, el dulce sonido calmó cualquier enfado persistente.
—Sobre lo que oíste antes —le dije.
—No tienes que decírmelo. No debería haber escuchado a escondidas.
No, había llegado el momento de compartir. Había mantenido a Lacy
cerca de mí por muchas razones. Pero si había una persona que quería que
supiera de mi pasado, era Aubrey.
—Lacy es mi hermana.
Aubrey se enderezó.
—Vaya. No sabía que tenías una hermana.
—Es diez años más joven —le dije—. Cumplió veinticinco en octubre.
Lacy no fue planeada. Mis padres no creían que pudieran tener otros hijos,
entonces, sorpresa.
Lacy se había unido a nuestra familia como si hubiera sido la pieza que
ni siquiera nos habíamos dado cuenta que faltaba Inteligente. Encantadora.
Su risa iluminaba los días más oscuros.
—Cuando a mi madre le diagnosticaron cáncer, papá fue el más
afectado. Lacy también. Yo estaba trabajando, pero Lacy vivía en casa,
tratando de ayudar mientras tomaba clases en un colegio comunitario.
—Debió de ser duro.
—Lo fue. Pero ella sonreía a pesar de todo. Un rayo de sol infinito. Así
era ella.
—¿Era? —Aubrey no se perdió mucho.
—Mi madre murió hace dos años. Fue devastador, sobre todo para
papá. A todos nos costó salir de nuestro dolor, pero especialmente a papá.
Demonios, ni siquiera lo intentó. Pero Lacy, estaba decidida a sacarlo
adelante. Apenas se separaba de él. Durante meses, no se separó de él. Una
noche, me llamó llorando. Simplemente era demasiado. Necesitaba un
descanso.
Había repetido esa llamada miles de veces. Cada vez, deseaba haberlo
manejado de manera diferente.
—Me preguntó si podía llevar a papá a mi casa. Solo para sacarlo de
la casa. Para sacarlo de la cama donde mamá…
—Landon. —Aubrey tomó mi mano entre las suyas.
—Lacy conducía. Papá iba de copiloto. Un conductor ebrio se saltó un
semáforo en rojo y chocó contra su auto. El otro conductor murió en el
impacto. Papá también.
Aubrey jadeó.
—Ay, Dios mío. Lo siento mucho.
Había más de diez mil muertes al año por conductores ebrios.
Aproximadamente una muerte cada cincuenta y dos minutos. Esos eran los
casos más difíciles para mí como policía, detener a un conductor que había
estado bebiendo, especialmente a los que se quejaban cuando los llevaba
a la cárcel y me decían que no era para tanto.
Era un maldito gran problema. Un hombre que se había tomado tres
copas de vino con la cena y había decidido volver a casa conduciendo
había matado a mi padre. Y había destruido la vida de mi hermana.
—Lacy sufrió un traumatismo craneal grave. Los médicos dicen que
nunca se recuperará. Ella no es la persona que era. La mayoría de los días,
ella no sabe quién es. Los días malos, sí. Recuerda quién solía ser. Y en
quién se ha convertido. Está en una residencia porque necesita cuidados
las veinticuatros horas.
—Es con quien hablabas esta mañana —dijo Aubrey.
Asentí.
—Es caro. El tratamiento de mamá fue costoso. Y papá tenía un seguro
de vida, pero solo cubre una parte. El resto depende de mí. Hay lugares
más baratos, pero ella es mi hermana. Se siente cómoda donde está y me
gusta el personal de enfermería. Así que hago que funcione. Asumo
trabajos de seguridad privada cuando no estoy en la comisaría porque me
pagan.
—¿Trabajas como seguridad privada? ¿Cómo Wilson?
—Sí. ¿Recuerdas el gimnasio donde nos encontramos? El dueño es un
tipo que me contrató para ayudar en un evento de lujo que estaba
organizando. Me dio la membresía del gimnasio como un beneficio. Y ha
estado intentando contratarme a tiempo completo.
—Pero te encanta ser policía.
—Quiero más a mi hermana. —Le dediqué una sonrisa triste—. Por
ahora, puedo manejar ambos. Si eso cambia, entonces entregaré mi placa.
Aubrey pasó sus dedos sobre mi cara, luego se puso de pie y caminó
hacia las ventanas.
—Puedo ayudar.
—No es por eso que te lo digo.
—Lo sé. Pero, ¿qué sentido tiene todo esto? —Levantó una mano en
el aire—. ¿Qué sentido tiene si no puedo ayudar?
Me levanté y me acerqué.
—Te lo agradezco, nena. Pero no aceptaré.
—Eso es ridículo —se burló.
—Puede ser. Excepto que es lo que es. Si llegamos al punto de
compartir una dirección, tendremos esa conversación. Pero todavía no.
—¿Crees que llegaremos a ese punto?
—Carajo, eso espero. —Pasaría mi vida ahogándome en sus hermosos
ojos. Dejando que me arroje ese descaro a la cara.
—Yo también lo espero —susurró ella.
Si el tiempo se detuviera cuando estuviéramos juntos, como lo había
hecho durante semanas, tendríamos todo el tiempo del mundo para llegar
a ese punto. Al punto en el que ella tuviera algo más que este trabajo.
Donde yo tuviera algo más que una familia rota.
Solo deseaba que mi madre, mi padre, hubieran podido conocer a
Aubrey. Que Aubrey hubiera podido conocer a Lacy antes.
Pero algunos deseos no estaban destinados a hacerse realidad. Así que
deseé con más fuerza los que sí podían cumplirse.
Me incliné y dejé caer un beso en su boca, demorándome hasta que su
lápiz labial se corrió.
—No quiero nada de ti excepto tu corazón.
—Quizá ya lo tengas.
Puede que sí. Seguro que ella tenía el mío.
—No pienses que te lo voy a devolver.
Epílogo
Charlie
NUEVE AÑOS DESPUÉS...

—Recuerdo la noche en que Landon te propuso matrimonio —le dije


a la tía Aubrey—. Fue en el bar.
—En Nochevieja, un año después que empezáramos a salir. Vinimos
a Montana para Navidad.
—Yo también recuerdo tu boda. —Yo había sido su niña de las
flores—. Recuerdo que entré en tu oficina y había muchos policías.
Aubrey se rio, levantando su mano izquierda. El sol de verano iluminó
el solitario anillo de diamantes en su dedo. Era modesto, no algo que
esperarías de una mujer que vale millones. Pero era ella. Y era el tío
Landon.
Al igual que el anillo de mamá era sorprendente en su simplicidad.
Papá podía permitirse comprarle suficientes diamantes para llenar su
barco, pero todo lo que mamá quería era una hermosa joya que encajara
en su vida cotidiana.
—Tu tío pensó que casarse en la oficina era tan inteligente e hilarante
—dijo Aubrey—. Su razonamiento era que, como yo llevaba tanto tiempo
casada con mi trabajo, no quería que mi trabajo y yo nos separáramos. En
vez de eso, me compartiría con la oficina. ¿Qué mejor manera que casarnos
allí?
Los detalles eran confusos, pero recordé el vestido que mamá me había
obligado a usar junto con el rizado de mi cabello. Pero se comprometió y
me había dejado llevar mis zapatillas de tenis en lugar de unas elegantes
sandalias. En cuanto terminó la ceremonia, me puse la gorra del bar Lark
Cove que había guardado en la mochila.
La boda de Aubrey y Landon había sido mi primera visita al edificio
de Empresas Kendrick. Antes de aquel viaje, habíamos pasado la mayor
parte de nuestras vacaciones en Nueva York explorando la ciudad y
alojándonos en el ático de mis padres en Manhattan. Eso, o haber ido a la
finca de mis abuelos en Oyster Bay en Long Island.
Incluso ahora, no había pasado mucho tiempo en Empresas Kendrick.
Pero nunca olvidaría su oficina. Me habían hipnotizado las ventanas que
daban a la ciudad. Mientras Aubrey y Landon intercambiaban votos frente
a un altar arqueado con flores y vegetación, yo me sentaba en mi silla y
miraba a través de aquellas ventanas.
—Estaba embarazada de Greyson —dijo Aubrey—. Y me aterrorizaba
vomitar sobre el esmoquin de Landon o sobre mi vestido.
—Era un vestido bonito. —No es que lo recordara de ese día, pero
mamá tenía una galería arriba—. Tu ex. Ese abogado. Abel. ¿Qué pasó
con él?
—Nada. —Ella se encogió de hombros—. Él siguió con su vida. Yo
seguí con la mía. Reduje el trabajo, no porque Landon me lo pidiera, sino
porque yo quería hacerlo. Encontramos un equilibrio juntos. Abel y yo nos
cruzamos de vez en cuando por trabajo. Pero esa angustia, fue solo un
punto en el radar.
—Quiero llegar a ese punto. —Al punto en el que Dustin Lewis no
fuera más que una nota del pie de página. Un recuerdo desagradable.
—Lo harás —prometió Aubrey.
Miré hacia el lago. El barco de papá cruzó la bahía, regresando a casa.
—No sabía sobre la hermana de Landon.
—No habla mucho de Lacy.
—¿Ella está, um...? —Viva. No me atrevía a decir la palabra.
—Vive en una residencia. Después de comprometernos, Landon
finalmente me dejó empezar a pagar por su cuidado. La trasladamos a un
buen lugar con más espacio y enfermeras personalizadas. La visitamos tan
a menudo como podemos. Los chicos saben quién es ella. A veces hay
pequeñas mejoras, pero son raras. Simplemente la amamos. Eso es todo lo
que podemos hacer.
Mi corazón se retorció.
Aubrey se sentó más erguida cuando el barco redujo la velocidad y se
acercó al muelle.
Papá lo colocó en su lugar mientras Landon saltaba, atándolo.
Después, el resto de la tripulación salió y los niños corrieron hacia la casa.
—Charlie, vamos a recolectar en la costa —dijo Camila mientras sus
pasos golpeaban la cubierta—. ¿Quieres venir?
—Claro. —Sonreí.
Recolectar en la orilla era la versión de mamá de ir a comprar material
de arte. Dábamos un largo paseo a lo largo del lago en busca de cualquier
basura que pudiera haber sido arrastrada por la corriente o tirada.
Encontraba tesoros en la basura y los convertía en obras de arte.
—Nos vamos a pescar. —Collin subió las escaleras de la cubierta con
Greyson y Bodie corriendo para seguirlo. Estaban empapados.
—¡Hola, mamá! —Greyson se rio mientras entraba corriendo a la
casa—. ¡Adiós, mamá!
Bodie pasó junto a la silla de Aubrey y le dio un beso rápido. Luego
persiguió a los mayores hasta el interior.
Mamá fue la siguiente, cargando un montón de toallas mojadas.
—¿Camila te dijo que vamos a ir a recolectar en la costa?
—Sí. —Asentí—. Yo también voy.
—Yo también —dijo Aubrey.
—Oh Dios. —Mamá sonrió—. Conseguiré cubos. Y esas cosas para
sujetar garras que me compró tu papá.
—¡Mamá! ¿Podemos comer algo? —Collin gritó desde adentro.
—Sí —gritó ella y desapareció dentro de la casa.
Papá llegó a la barandilla de la cubierta.
—Vamos a pescar. ¿Quieren venir?
—Voy con mamá y Camila.
—Bien. ¿Cómo te sientes?
Miré a Aubrey, su mirada expectante.
—Estaré bien.
Papá exhaló, como si hubiera estado esperando esa confirmación.
Luego se alejó de la cubierta, rodeando la casa en dirección al garaje.
Landon subió las escaleras y se acercó a la tumbona de Aubrey.
—Hola, nena.
—Hola. ¿Qué tal la navegación?
—Divertido. Los chicos van a ir a buscarte más tarde. Creen que
deberíamos añadir otra semana a nuestras vacaciones.
Ella se rio.
—Yo estaba pensando lo mismo.
—¿Sí?
—Tendré que trabajar aquí y allá, mantenerme al día con los correos
electrónicos, pero puedo hacerlo. No me importaría tener otra semana.
—Esta es la ventaja de la jubilación anticipada, Charlie. —Landon se
inclinó para besar a su mujer—. Máxima flexibilidad.
El tío Landon se había retirado de la policía más o menos cuando Bodie
cumplió un año. Según papá, Landon había estado trabajando muchas
horas y, combinado con el exigente horario de Aubrey, los niños habían
estado pasando la mayor parte del tiempo con una niñera.
Un día, Landon había vuelto a casa de su turno y la niñera le había
dicho que Bodie había dado sus primeros pasos.
Tanto Landon como Aubrey se lo habían perdido.
Así que se había retirado. Se quedó en casa con sus hijos y, por lo que
podía ver, no se arrepentía.
—Perdón por el imbécil infiel —dijo Landon, dándome una cálida
sonrisa.
—Sí, yo también.
—Se necesita un hombre fuerte para amar a una mujer Kendrick.
Recuérdalo, Charlie.
—Lo recordaré.
Me guiñó un ojo, volvió a besar a Aubrey, luego se levantó y entró,
probablemente para reunir a los chicos para ir a pescar.
—No sé qué será lo próximo —le dije a Aubrey—. Había planeado
conseguir un trabajo en Bozeman. Encajar mi vida alrededor de la de
Dustin. ¿Y ahora qué?
—¿Quizás algo nuevo?
—¿Cómo qué?
—Mi asistente, Wynter, se va al final del verano. Bueno, no se va. La
van a ascender. Así que necesito una nueva asistente. ¿Qué me dices?
Me senté más erguida.
—¿Yo?
—¿Por qué no?
¿Por qué no?
Aubrey se movió y balanceó las piernas sobre el respaldo de la silla.
—Podrías intentarlo durante un año. Vivir en el ático de tu padre.
¿Dejar Montana? ¿Trabajar para Aubrey? ¿En Nueva York?
—¿En serio me estás ofreciendo un trabajo?
—Te estoy ofreciendo una perspectiva diferente. Piénsalo. —Se
levantó, lista para entrar. Pero antes que pudiera abrir la puerta, la detuve.
—¿Aubrey?
—¿Sí?
—Gracias por contarme tu historia.
—Cuando quieras.
Miré hacia el lago mientras ella desaparecía dentro. Lark Cove era mi
hogar. Siempre sería mi hogar.
Pero tal vez era hora de estirar mis alas. De volar un poco más lejos.
Una sonrisa se dibujó en mi boca.
Nueva York.
Una aventura.
¿Por qué no?
Créditos
Traducción
AINE

Corrección
ANYA

Diseño
ANJANA

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