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El congreso llegaba a su fin.

El pasado mes de mayo, los expertos de todo el


mundo se habían reunido durante cinco días en la ciudad noruega de Tromso
para poner en común los últimos descubrimientos sobre el uso industrial del
silicio.

La última ponencia del programa se titulaba Silicio y óxido de cobre en la elaboración


de silicona: ¿una combinación peligrosa? El número de asistentes había menguado.
Los participantes que no habían abandonado el hotel del Círculo Polar Ártico estaban
medio dormidos.

A la izquierda. Norbert Auner, catedrático de química, descubridor de la


energía del silicio. A la derecha Richard Weiner, director de investigación de
Wacker, un defensor de la energía de la arena.

Norbert Auner, catedrático de química inorgánica de la Universidad de Frankfurt,


estaba en primera fila, reclinado en su sillón. Familiarizado con el asunto de la
ponencia presentada por Gudrun Tamme, química de la empresa bávara Wacker,
Auner es experto en silicio, el material con el que se fabrican los chips de ordenador
y la silicona. Este todoterreno de las materias primas modernas no sirve sólo para
aumentar el pecho y sellar las fugas del cuarto de baño, sino que, actualmente, puede
encontrarse en todo tipo de productos, como tintes, tejidos, cosméticos y lentes de
contacto. Así que Auner no esperaba nada extraordinario, no sospechaba que esa
ponencia cambiaría su vida.

La científica estuvo hablando de un extraño acontecimiento ocurrido dos años atrás


en la sede de su empresa, en Burghausen. Estaban fabricando silanos, los
compuestos de silicio a partir de los que se obtiene la silicona. Los silanos líquidos
contienen impurezas, sobre todo silicio puro y óxido de cobre. Estas pequeñas
partículas se filtran y se depositan en un silo para la recuperación del cobre. Esto era
lo que se había hecho en Wacker durante años, y nunca habían tenido ningún
problema. Pero aquel día, 3 de mayo de 1998, el polvo de silicio y óxido de cobre se
inflamó de repente. La temperatura del depósito ascendió a 200 grados. Los técnicos
intentaron averiguar el motivo pero no consiguieron encontrarlo. Al día siguiente se
habilitó otro reactor para la fabricación de silanos, y la mezcla resultante del proceso
se elevó a 400 grados. Inmediatamente, se interrumpió la línea de producción y se
refrigeró el depósito con agua. Introdujeron nitrógeno en su interior, que
normalmente detiene las reacciones químicas en las que interviene el oxígeno, pero
en este caso avivó el fuego. En el silo se podían ver placas al rojo vivo que
burbujeaban como la lava. Detuvieron el flujo de nitrógeno y añadieron en su lugar
argón, un gas noble. Por fin, la temperatura empezó a descender.

El silicio, que se obtiene de la arena, es una materia prima muy


valiosa para la elaboración, por ejemplo, de los chips de
ordenador. Un producto accesorio de su extracción es el
tetrametilisano (TMS), un líquido inflamable que libera tanta
energía como la gasolina. Cuando se quema se convierte en
arena.

Este incidente preocupó a los investigadores. En el depósito se había producido una


reacción en cadena. Primero, los compuestos de cloruro de metano habían
reaccionado con el polvo de silicio, un proceso ya conocido en el que la energía se
libera en forma de calor. Este calor fue suficiente para que el silicio se combinara con
el polvo de óxido de cobre, otra combustión química previsible. La temperatura del
depósito siguió aumentando. Pero después, cuando se introdujo nitrógeno, ocurrió
algo que no se describía en ningún libro. El silicio reaccionaba con el nitrógeno de la
misma forma que con el oxígeno del óxido de cobre. Las partes de hierro del silo se
habían derretido. Las temperaturas podrían haber alcanzado los 6.000 grados.

Después de leer la ponencia, la química de Wacker dio las gracias a los asistentes y
les deseó un buen viaje de vuelta. El profesor Auner no se tomó en serio el murmullo
de asentimiento de los cerca de 300 asistentes. Olvidó todo lo que tenía a su
alrededor: el esplendoroso hotel, el grandioso paisaje nevado que se contemplaba
por la ventana... En su cabeza sólo había una idea. Allí estaba la prueba de una
reacción química que había buscado durante mucho tiempo. Para él significaba nada
menos que la solución de los problemas energéticos del futuro de la Humanidad. En
unos años, los coches podrían tener motores de cerámica y turbinas propulsoras que
no expeliesen gases, sino arena.

Una fuente de energía inagotable.


Los precios de la gasolina, en ascenso continuo, son el primer indicio del final del
petróleo, el carbón y el gas natural, compuestos orgánicos que contienen carbono,
un material que no abunda en nuestro planeta (el aire, el agua y la tierra contienen
menos de un 0,2%). Cada día se consume más petróleo del que se acumula a lo largo
de 1.000 años. Si se explotan las reservas que por el momento no se consideran
rentables, al final del siglo XXI el combustible fósil no constituirá más que un breve
capítulo en la historia del hombre.

Igual que los compuestos orgánicos, el silicio se quema en combinación con el


oxígeno, pero se encuentra en grandes cantidades en todo el planeta. En la corteza
terrestre es el elemento más frecuente después del oxígeno, ya que se encuentra en
la mayoría de las formaciones arenosas. Una civilización que consiga aprovechar este
metal de brillo plateado como fuente de energía a un precio asequible no tendrá que
preocuparse por la duración de sus recursos. El silicio contiene más energía que el
petróleo y el carbón. A diferencia de este último, también se quema con nitrógeno,
que es el principal componente del aire. Los químicos estaban convencidos de que
esta reacción sólo puede darse a temperaturas extremadamente altas, con un
catalizador de hierro. Para desencadenar esta reacción era necesario aplicar tal
cantidad de calor que el proceso no resultaba rentable para la creación de energía.

Auner se había resistido a creer que ésa fuera la única manera de conseguirlo. En
1999 empezó a buscar algún truco para que la reacción entre el silicio y el nitrógeno
pudiera producirse a temperaturas más bajas. Aquel viernes por la tarde, en la sala
de reuniones del hotel Rica supo inmediatamente que lo que había ocurrido en
Wacker era algo más que un accidente. En eso coincidía con Richard Weidner, jefe
de investigación de esta empresa, mientras tomaban unas cervezas por la noche.
Aquel incidente había proporcionado la receta para la reacción liberadora de energía
del silicio y el nitrógeno a temperaturas relativamente reducidas, unos 500 grados,
y no a 1.500 ó 2.000, como suponían los químicos. Los ingredientes eran el silicio
pulverizado y pequeñas partículas de óxido de cobre.

Almacenamiento ilimitado y seguro.


El silicio en estado puro no existe en la naturaleza. Siempre se presenta combinado,
sobre todo con oxígeno. Este dióxido de silicio no es otra cosa que la arena y la piedra
de cuarzo, que constituyen una cuarta parte de la corteza terrestre. El motivo de su
abundancia es sencillo: no hay ningún compuesto químico más estable que el de este
metal plateado con el oxígeno. Por ello, hace falta una gran cantidad de energía para
separar los dos elementos. Pero esta energía no se pierde, sino que se almacena en
el silicio, que proporciona a partir de entonces la misma energía que el carbón. Esa
energía almacenada se puede liberar quemando el metal con oxígeno o nitrógeno.
De este modo, el silicio abre un camino inexplorado hasta el momento: el del
almacenamiento ilimitado y el transporte seguro de energía.Éste era precisamente el
transmisor que se buscaba. De él depende todo el futuro de las energías
regenerativas.

La alternativa al hidrógeno.
Mientras se está buscando un sustituto de la gasolina, también el incidente de Wacker
podría abrir el camino a nuevas soluciones. Hasta el momento, el hidrógeno era la
alternativa. Existe un proyecto de colaboración entre Europa y Canadá para
transportar energía a Hamburgo. Los embalses canadienses proporcionarían la
energía necesaria para extraer del agua el gas, que cruzaría licuado el Atlántico. En
Alemania, el hidrógeno se destinaría al transporte público y las pequeñas centrales
eléctricas. Este combustible tiene dos grandes ventajas respecto al carbono: cuando
se quema, las chimeneas y los tubos de escape no expelen el nocivo dióxido de
carbono, y de su reacción con el oxígeno se obtiene agua limpia, ideal desde el punto
de vista ecológico. Además, para emplearlo como combustible no es necesario
inventar una técnica de propulsión. Los motores de combustión habituales, con una
ligera modificación, podrían funcionar sin problemas con hidrógeno.

Pero, a pesar de estas ventajas, el proyecto de europeos y canadienses no parece


factible. Tras dos décadas de investigación, ha sido imposible resolver algunos
problemas que presenta este gas. Debe enfriarse a 253 grados bajo cero para
licuarse, requisito imprescindible para el transporte, y en este proceso consume
mucha energía. Es un elemento que puede atravesar los poros más diminutos de los
contenedores de acero: si se deja en el garaje un coche con el depósito lleno de
hidrógeno líquido, se habrá vaciado al cabo de diez semanas. Y, sobre todo, es
extremadamente inflamable, más que la gasolina.

El silicio, de brillo plateado, se pulveriza y se quema en un


reactor experimental. Los investigadores han descubierto que,
a diferencia, por ejemplo, del carbono, este metal no reacciona
sólo con oxígeno, sino también con nitrógeno. Este ha sido el
resultado de los experimentos de la empresa bávara Wacker.

Por su parte, la combustión del silicio no emite gases. Cuando se combina con el
oxígeno, este metal se vuelve a convertir en lo que era antes: inofensiva arena. En
la actualidad sigue siendo necesario utilizar carbón para separar el metal, por lo que
también se produce dióxido de carbono. El profesor Auner busca la forma de filtrar
este gas, nocivo para el medio ambiente. Según los últimos descubrimientos, el CO2
contenido podría convertirse en metanol, un posible sustituto de la gasolina. El
dióxido de carbono pasa al aire cuando se quema, pero a medio plazo se podría
pensar en las soluciones libres de CO2, por medios biotecnológicos o electrólisis.

En lo que respecta a la seguridad, el silicio es incomparable. A diferencia de las barras


de uranio, por ejemplo, no necesita ningún contenedor especial para el transporte.
Tampoco son necesarios los depósitos de alta presión, como en el caso del hidrógeno.
El metal energético se podría transportar en cualquier camión convencional y el
conductor podría fumar tranquilamente. El silicio en roca no puede prenderse ni
siquiera con un soldador. Las catástrofes medioambientales, como las que ocurren
cuando naufraga un petrolero, son impensables con este metal.

Será necesario desarrollar las centrales eléctricas para el calentamiento del silicio. La
mayoría de la energía se liberaría al quemar el metal con oxígeno puro, pero Auner
es más partidario de provocar esta reacción con nitrógeno, ya que además del calor
se obtienen varios productos valiosos. En palabras del químico, "el nitrógeno permite
económicamente convertir la arena en oro". En la práctica, es probable que las
centrales eléctricas de silicio funcionen con aire normal, compuesto por nitrógeno
casi en un 80%.

La ceniza del reactor estaría compuesta, sobre todo, por nitruro de silicio. Este
material, en absoluto tóxico, es útil para la elaboración de cerámica
extraordinariamente cara, que recubre numerosos objetos protegiéndolos contra los
arañazos, la humedad, el fuego o los ácidos. Además, el nitruro de silicio se puede
convertir con facilidad en amoniaco, un ingrediente básico de los abonos artificiales.
Esto abriría un nuevo camino para la fabricación de este imprescindible nutriente
para plantas, sin el que la tierra no podría alimentar a su población. Desde hace casi
cien años, las agroquímicas utilizan un procedimiento muy caro, el proceso Haber-
Bosch, que requiere temperaturas y presiones muy elevadas.

Si el silicio empezara a sustituir al petróleo o al gas natural, se produciría mucho más


amoniaco del que se necesita para la síntesis de abonos artificiales. Pero a este gas
de olor penetrante, Auner le ha encontrado un uso sorprendente: podría utilizarse
para las pilas de combustible de los vehículos. En su opinión, "las empresas
automovilísticas habrían pensado en las posibilidades del amoniaco hace mucho
tiempo si no fuera tan caro".

Arena por el tubo de escape.


El silicio abre más posibilidades para la propulsión de automóviles. En la producción
de silicona a partir de este metal se obtiene un producto llamado tetrametilsilano
(TMS), un líquido inflamable que libera la misma energía que la gasolina. Klaus
Höfelmann, director de producción de siliconas de Wacker, recuerda que una vez
llenaron con este combustible el depósito de un Volkswagen y lo probaron en las
instalaciones de la empresa. El automóvil funcionó perfectamente durante varias
horas hasta que se detuvo en seco: se había acumulado arena en los cilindros.

Es posible que este problema se resuelva en el futuro con los motores de cerámica,
cuya materia prima sería el silicio, ya que dos de sus componentes, el nitruro y el
carburo de silicio, se encuentran entre los materiales más duros del mundo. A pesar
del peligro de que las autopistas se llenen de dunas, la arena resultante es tan fina
que por el tubo de escape saldría una nube de polvo blanco, como las que levantan
las manadas de búfalos. Para evitar que esto ocurra, el polvo se conservará dentro
del coche. Al repostar, el conductor podría devolver el saquito de arena. Aquellos que
tengan un quemador de TMS en el sótano de su casa deberán construir un cajón para
la arena.
Cuando en la década de los 70 el motor del Volkswagen funcionó en las instalaciones
de Wacker con combustible líquido procedente del silicio, un químico de la
Universidad de Colonia investigaba este metal. Peter Plichta tenía una meta
ambiciosa: quería comprobar si el silicio compartía con los átomos de carbono la
capacidad de combinarse en cadenas largas y crear una gran variedad de productos
químicos. En los años 50, la comunidad científica alemana había invertido decenas
de millones en ello, pero lo único que obtuvo fueron moléculas con dos, tres o, como
mucho, cuatro átomos de silicio. "Estos productos eran extraordinariamente
peligrosos y ardían como la pólvora", explica Plichta. Pero el joven químico estaba
empeñado en que las sustancias con cadenas mayores de átomos serían más sólidas.
Sus experimentos tuvieron éxito. Aprendió a fabricar silanos estables "que tenían el
aspecto de un aceite denso". Nadie pensó en la posibilidad de utilizarlos como
combustibles.

El químico se entregó en cuerpo y alma a las matemáticas. Veinte años después,


recordó sus experimentos y emprendió una colaboración con Klaus Kunkel, un
empresario de Düsseldorf, con el fin de investigar los procesos de combustión y los
motores de cohetes. Consiguió desarrollar un combustible de silicio para los viajes
espaciales. Otros combustibles aprovechan sólo el oxígeno del aire, pero Plichta
recuerda que los silanos también aprovechan el nitrógeno, que constituye casi el 80%
de la atmósfera. Así, las naves espaciales podrían funcionar fuera de la atmósfera sin
que hubiera que poner en órbita más oxígeno del necesario.

Esta idea no entusiasmó demasiado a nadie. La industria hizo caso omiso. Jürgen
Rüttgers, el último ministro de Investigación del gobierno de Kohl, archivó la
propuesta. Para poder presentar algo más que fórmulas sobre el papel, este grupo
se dirigió al profesor Auner. Éste sintetizó unos cuantos mililitros de silanol e investigó
su capacidad de propulsión en el Instituto de Tecnología Química de Fraunhof. Las
pruebas de combustión con oxígeno demostraron que el aceite de silano era más
eficaz que la hidracina, el combustible que se emplea normalmente en astronáutica.
También en la comparación con la bencina salió bien parado el silicio: desprendía
aproximadamente la misma cantidad de energía. Plichta sueña con ver coches que
recorran las autopistas con propulsores espaciales modificados.

Pero, ¿quedará todo en agua de borrajas? Para Udo Pernisz, físico de la empresa
estadounidense Dow Corning, "el uso del silicio como combustible tiene unos
fundamentos químicos demostrados". Excepto los resultados obtenidos por Wacker,
todos los demás hechos son conocidos en el sector. "Sólo hacía falta que llegara
alguien como Norbert Auner para convertir en un concepto general todas las piezas
del rompecabezas", añade Pernisz.

Según los cálculos de Richard Weidner, director de investigación de Wacker, el


combustible sintético, que ahora sólo es considerado como un simple producto
secundario dentro de la elaboración de la silicona, tendría aproximadamente el mismo
precio que la gasolina si el Estado lo eximiese de impuestos. Podría utilizarse para
que, en caso de crisis petrolífera, los vehículos de rescate pudieran funcionar y la
calefacción de los hospitales no tuviera que apagarse.

Heinz Riesenhuber, antiguo ministro de investigación y actual compañero de Auner


en la facultad de Química de la Universidad de Frankfurt, ha recurrido a todos sus
contactos políticos para llamar la atención del Ministerio de Economía alemán sobre
este revolucionario concepto energético. Los funcionarios reaccionaron de inmediato.
Auner forma parte de un comité de expertos, con representantes de la industria y la
investigación.

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