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Después de leer la ponencia, la química de Wacker dio las gracias a los asistentes y
les deseó un buen viaje de vuelta. El profesor Auner no se tomó en serio el murmullo
de asentimiento de los cerca de 300 asistentes. Olvidó todo lo que tenía a su
alrededor: el esplendoroso hotel, el grandioso paisaje nevado que se contemplaba
por la ventana... En su cabeza sólo había una idea. Allí estaba la prueba de una
reacción química que había buscado durante mucho tiempo. Para él significaba nada
menos que la solución de los problemas energéticos del futuro de la Humanidad. En
unos años, los coches podrían tener motores de cerámica y turbinas propulsoras que
no expeliesen gases, sino arena.
Auner se había resistido a creer que ésa fuera la única manera de conseguirlo. En
1999 empezó a buscar algún truco para que la reacción entre el silicio y el nitrógeno
pudiera producirse a temperaturas más bajas. Aquel viernes por la tarde, en la sala
de reuniones del hotel Rica supo inmediatamente que lo que había ocurrido en
Wacker era algo más que un accidente. En eso coincidía con Richard Weidner, jefe
de investigación de esta empresa, mientras tomaban unas cervezas por la noche.
Aquel incidente había proporcionado la receta para la reacción liberadora de energía
del silicio y el nitrógeno a temperaturas relativamente reducidas, unos 500 grados,
y no a 1.500 ó 2.000, como suponían los químicos. Los ingredientes eran el silicio
pulverizado y pequeñas partículas de óxido de cobre.
La alternativa al hidrógeno.
Mientras se está buscando un sustituto de la gasolina, también el incidente de Wacker
podría abrir el camino a nuevas soluciones. Hasta el momento, el hidrógeno era la
alternativa. Existe un proyecto de colaboración entre Europa y Canadá para
transportar energía a Hamburgo. Los embalses canadienses proporcionarían la
energía necesaria para extraer del agua el gas, que cruzaría licuado el Atlántico. En
Alemania, el hidrógeno se destinaría al transporte público y las pequeñas centrales
eléctricas. Este combustible tiene dos grandes ventajas respecto al carbono: cuando
se quema, las chimeneas y los tubos de escape no expelen el nocivo dióxido de
carbono, y de su reacción con el oxígeno se obtiene agua limpia, ideal desde el punto
de vista ecológico. Además, para emplearlo como combustible no es necesario
inventar una técnica de propulsión. Los motores de combustión habituales, con una
ligera modificación, podrían funcionar sin problemas con hidrógeno.
Por su parte, la combustión del silicio no emite gases. Cuando se combina con el
oxígeno, este metal se vuelve a convertir en lo que era antes: inofensiva arena. En
la actualidad sigue siendo necesario utilizar carbón para separar el metal, por lo que
también se produce dióxido de carbono. El profesor Auner busca la forma de filtrar
este gas, nocivo para el medio ambiente. Según los últimos descubrimientos, el CO2
contenido podría convertirse en metanol, un posible sustituto de la gasolina. El
dióxido de carbono pasa al aire cuando se quema, pero a medio plazo se podría
pensar en las soluciones libres de CO2, por medios biotecnológicos o electrólisis.
Será necesario desarrollar las centrales eléctricas para el calentamiento del silicio. La
mayoría de la energía se liberaría al quemar el metal con oxígeno puro, pero Auner
es más partidario de provocar esta reacción con nitrógeno, ya que además del calor
se obtienen varios productos valiosos. En palabras del químico, "el nitrógeno permite
económicamente convertir la arena en oro". En la práctica, es probable que las
centrales eléctricas de silicio funcionen con aire normal, compuesto por nitrógeno
casi en un 80%.
La ceniza del reactor estaría compuesta, sobre todo, por nitruro de silicio. Este
material, en absoluto tóxico, es útil para la elaboración de cerámica
extraordinariamente cara, que recubre numerosos objetos protegiéndolos contra los
arañazos, la humedad, el fuego o los ácidos. Además, el nitruro de silicio se puede
convertir con facilidad en amoniaco, un ingrediente básico de los abonos artificiales.
Esto abriría un nuevo camino para la fabricación de este imprescindible nutriente
para plantas, sin el que la tierra no podría alimentar a su población. Desde hace casi
cien años, las agroquímicas utilizan un procedimiento muy caro, el proceso Haber-
Bosch, que requiere temperaturas y presiones muy elevadas.
Es posible que este problema se resuelva en el futuro con los motores de cerámica,
cuya materia prima sería el silicio, ya que dos de sus componentes, el nitruro y el
carburo de silicio, se encuentran entre los materiales más duros del mundo. A pesar
del peligro de que las autopistas se llenen de dunas, la arena resultante es tan fina
que por el tubo de escape saldría una nube de polvo blanco, como las que levantan
las manadas de búfalos. Para evitar que esto ocurra, el polvo se conservará dentro
del coche. Al repostar, el conductor podría devolver el saquito de arena. Aquellos que
tengan un quemador de TMS en el sótano de su casa deberán construir un cajón para
la arena.
Cuando en la década de los 70 el motor del Volkswagen funcionó en las instalaciones
de Wacker con combustible líquido procedente del silicio, un químico de la
Universidad de Colonia investigaba este metal. Peter Plichta tenía una meta
ambiciosa: quería comprobar si el silicio compartía con los átomos de carbono la
capacidad de combinarse en cadenas largas y crear una gran variedad de productos
químicos. En los años 50, la comunidad científica alemana había invertido decenas
de millones en ello, pero lo único que obtuvo fueron moléculas con dos, tres o, como
mucho, cuatro átomos de silicio. "Estos productos eran extraordinariamente
peligrosos y ardían como la pólvora", explica Plichta. Pero el joven químico estaba
empeñado en que las sustancias con cadenas mayores de átomos serían más sólidas.
Sus experimentos tuvieron éxito. Aprendió a fabricar silanos estables "que tenían el
aspecto de un aceite denso". Nadie pensó en la posibilidad de utilizarlos como
combustibles.
Esta idea no entusiasmó demasiado a nadie. La industria hizo caso omiso. Jürgen
Rüttgers, el último ministro de Investigación del gobierno de Kohl, archivó la
propuesta. Para poder presentar algo más que fórmulas sobre el papel, este grupo
se dirigió al profesor Auner. Éste sintetizó unos cuantos mililitros de silanol e investigó
su capacidad de propulsión en el Instituto de Tecnología Química de Fraunhof. Las
pruebas de combustión con oxígeno demostraron que el aceite de silano era más
eficaz que la hidracina, el combustible que se emplea normalmente en astronáutica.
También en la comparación con la bencina salió bien parado el silicio: desprendía
aproximadamente la misma cantidad de energía. Plichta sueña con ver coches que
recorran las autopistas con propulsores espaciales modificados.
Pero, ¿quedará todo en agua de borrajas? Para Udo Pernisz, físico de la empresa
estadounidense Dow Corning, "el uso del silicio como combustible tiene unos
fundamentos químicos demostrados". Excepto los resultados obtenidos por Wacker,
todos los demás hechos son conocidos en el sector. "Sólo hacía falta que llegara
alguien como Norbert Auner para convertir en un concepto general todas las piezas
del rompecabezas", añade Pernisz.