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Contraportada
Índice
Prólogo
Ntro. Padre Jesús, “El Abuelo”
El agua de la Magdalena
El alguacil Velasco
Los angelitos de las Angustias
La Virgen del Arco del Consuelo
La bandeja de plata
La casa de los Rincones
Celos y honra
El Cristo del Arroz
La Cruz de Jaspe
La Cruz del Pósito
El descenso de la Virgen de la Capilla
La espada de Antonio Ordóñez
¿Frente al moro?
El lagarto de la Malena
La mantilla colorada
El Peñón de Uribe
Revelación de Santa Catalina a San Fernando
El ronquío de Jaén
El Señor de la Tarima
El viento de Jabalcuz
La Virgen Coronada
La Virgen de la Antigua
El vuelo de San Eufrasio
Prólogo
_ ¿Y qué tiene ese Santo para que venga tanto genio?_ preguntó el
muchacho, al que se le notaba una manera de hablar que no era la de
Jaén, porque pronunciaba demasiado las eses.
✰✰✰✰✰
✞✞✞✞✞✞
EL AGUA DE LA MAGDALENA
_ “Aquí sea
A Dios levantado un templo
De planta y fábrica nueva.
Y tenga la devoción
De María Magdalena
De cuyos ojos brotaron
Raudales de penitencia“.
☀☀☀☀☀
EL ALGUACIL VELASCO
☧☧☧☧☧
Decía así:
☠☠☠☠
✳✳✳✳
Decían así:
✠✠✠✠
Al final del relato, dos iniciales cerraban la página manuscrita.
Eran: M.M. ¿A quién corresponderán?
_ ¿No puedes andar más deprisa? ¿Es que te has hecho daño?
✿✿✿✿
LA BANDEJA DE PLATA
María, conforme salía del salón y vio que todos la miraban, notó
que enrojecía y se fue sintiendo insegura, violenta, avergonzada. Al
llegar al piso de abajo, donde la esperaba Juan, se abrazó a él y, entre
el corrimiento y la emoción, como pudo, sentados ambos en un sofá,
le contó a su marido lo ocurrido. Él la reconfortó y, dándole un beso,
le dijo que no se preocupara más, que lo importante era que había
hablado con la Reina.
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_ ¿Quién va?
_ Sal del Rincón. Por éste tu gesto y ante D. Pero Gil, te otorgo
título de nobleza para ti y para tus descendientes. Tu apellido será
Rincón, como recuerdo y testimonio del lugar en el que guardaste fiel
lealtad a tu Señor natural. ¿Reclamas para ti alguna merced?
△△△△
CELOS Y HONRA
A pesar de sus celos, por los que ya creía ver lo que no ocurría,
cosa que aprovechaba su amigo para, arteramente, sugerirle ciertas
apariencias que más y más le envenenaban el ánimo, no cometió la
imprudencia de acusar a su esposa. Se sentía angustiado, pero no
tenía más remedio que reconocer la inexistencia de causa concreta
alguna, que indicara que su mujer fuera culpable de nada.
_ Sí, os juro por Dios que nada diré de este lance. Asimismo
afirmo que vuestra esposa nunca me ha dado ocasión de creerla infiel
ni caprichosa ni liviana en ningún modo. Estad seguro de que su
honestidad y fidelidad a vos han sido inquebrantables. Fueron mi
orgullo herido, mi envidia y mi afán de una impertinente venganza las
causas que me guiaron para actuar de tan alevosa manera contra
vuestra honra, por lo que reconozco haber sido merecedor de estas
heridas y aun de haberos entregado la vida.
◎◎◎◎◎
LA CRUZ DE JASPE
- ¡D. Álvaro, rezad tan sólo por el alma de Dª Catalina; que la mía,
sin remisión, está condenada a vagar por estos lugares por toda la
eternidad!
☥☥☥
En la muy noble ciudad de Jaén, martes, a trece días
del mes de junio del año de mil cuatrocientos treinta del nacimiento
de Nuestro Salvador Jesucristo, este día, el honrado y discreto varón
Juan Rodríguez de Villalpando, bachiller en Decretos, Provisor oficial
y Vicario general en lo espiritual y temporal en todo el obispado, por
el muy reverendo en Cristo, padre y señor D. Gonzalo de Astúñiga,
por la gracia de Dios y de la Santa Iglesia de Roma, obispo de Jaén, y
en presencia de nos, los notarios públicos y testigos yuso escritos.
La justicia se desvela,
Más por la espada que quita
Que por la vida que enmienda.
☨
Antonio Ordóñez fue un joven jaenés que, a los catorce años, se
alistó en la compañía del famoso capitán Hernando de Quesada, el
Mellado. Estaban en Cartagena y se preparaban para marchar a la
guerra en Italia. Era un mozalbete algo libre, muy desenvuelto y tal
vez demasiado atrevido, por todo lo cual hubo de salir de su patria
chica, cambiar de vida y buscar fortuna. De allí en adelante sólo daría
pesar a los enemigos de su religión y de su rey.
¿FRENTE AL MORO?
Sentado en el autobús que me acercaba a la plaza de Santa
María, hace unos días, no pude evitar el escuchar lo que dos
personas, que iban detrás de mí, comentaban.
☪☪☪☪☪
“Y, ¿por qué no va a estar por aquí, donde sea, ese tesoro?,
pensó nuestro hombre. Se levantó y se puso a mirar por los derruidos
restos del viejo castillo moro, el del foso, el que estaba en la zona
menos alejada de Caño Quebrado. Removía piedras, observaba las
paredes y los techos. Salió a los alrededores y volvió a entrar una y
otra vez. Con las herramientas que llevaba, sacó de los muros
algunos pequeños sillares. ¡Nada! Y no podía quitarse de encima la
repiqueteante frasecita: “Frente al moro…” Se sentía agotado. Apenas
tenía fuerzas para seguir arrastrando los pies entre los escombros.
Entró en lo que llamaban la habitación de guardia, inmediata al casi
cegado foso. Miró una vez más por todos lados y se vino abajo. Sólo
había piedras sueltas y ruina. Apoyado en el murete norte, quieto y
deshecho, no aguantó más y se le saltaron las lágrimas. Al notarlas,
se dejó vencer y se le doblaron las rodillas. Quedó sentado, con la
espalda apoyada contra el muro y con la cara entre las manos
mientras, roto en un sollozo, intentaba limpiarse las desesperadas
lágrimas. Se serenó un poco. Levantó la cara y observó que, frente a
él, algo más arriba, se abría una especie de saetera vertical,
angostísima, por la que veía las Peñas de Castro, sólo su parte más
alta, la que conocían todos como Silla del Moro, porque levantaba sus
dos pétreas cimas como los brazos de una jamuga o como los cuernos
de un monte… “¡Silla del moro! ¡Cuernos de…! ¡El toro o el moro!” –
le dio por pensar a Felipe con una alegría sobresaltada -. Aquello le
cambió el ánimo. Se puso de pie, se acercó a la buhedera. No tenía el
alféizar en chaflán como los de las troneras, era igual de estrecha por
el interior que por el exterior. En aquel momento, el sol, que llegaba
la medio día, se coló por la rendija y lo dejó cegado por unos
instantes. Apartó la cara y se volvió hacia dentro. Recobró la visión al
momento y observó que una raya de luz atravesaba la estancia
pintando de blanco brillante las motas de polvo que danzaban en el
aire, y se apoyaba en el suelo hasta cerca de la pared donde había
estado sentado poco antes. Entonces pensó: “Mira que si esa raya del
sol marcara…” Y, como un proceso febril, comenzó a retirar las
piedras y el escombro y arrojarlo hacia los rincones más apartados.
Limpió un espacio suficiente en el lugar donde la raya de luz se había
apoyado tan sólo unos pocos segundos, quizás ni un minuto. Con el
viejo escardillo y con unas inexplicables energías, siguió levantando el
empedrado, la tierra, una especie de zahorra que había debajo.
Estaba como loco, obsesionado por hacer aquel agujero, aquella
pequeña zanja. A poco más de dos cuartas de hondura, hacia la
pared, le pareció que la punta del escardillo se enganchaba en un
hierro. ¡Así fue! Aumentó la velocidad de sus movimientos y, fuera de
sí, descubrió una arquetilla reforzada con pletinas y clavos de hierro.
La sacó, la colocó sobre sus piernas, se echó a llorar y no se atrevió a
abrirla.
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EL LAGARTO DE LA MALENA
☧☧☧☧
Así estaban las cosas hasta que, un día, un joven pastor, cuyo
viejo padre, por sus achaques y torpeza, ya no salía con el ganado, y
al que la fiera había sorprendido una fría mañana de invierno y le
había devorado varios corderuelos, se propuso enfrentarse y matar al
insaciable y cruel enemigo. Habló en su casa de lo que iba a hacer. Su
padre se opuso; su madre se abrazó a él desconsolada y diciéndole
que nadie había podido antes ponerse delante de aquella bestia y
seguir vivo, que era el único hijo que tenían, que qué sería de ellos,
tan viejos, si él desaparecía, y muchas otras razones. Todas fueron en
vano. El muchacho estaba decidido y había preparado, con gran
astucia, una trampa en la que esperaba que el monstruo cayera. Al
final, dejando a su madre desesperada de dolor y de miedo y al padre
con una paralizante duda sobre el éxito de la aventura, nuestro joven
héroe se dirigió a las proximidades de la cueva del agua. Hacía varios
días que el monstruo no había salido, de modo que su voracidad lo
tendría a punto de aparecer.
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LA MANTILLA COLORADA
El cauce del río se iba abriendo ante ellos y la fértil vega era
cada vez más anchurosa. Para no dejarse ver, continuaron sin
descender hasta la zona más llana de las huertas, en dirección al
oeste. Al – Aniq, que habría la marcha, se detuvo y los demás se
agruparon a su alrededor. Les pidió silencio y todos callaron y
sujetaron o acariciaron a sus caballerías.
A los demás les brillaron los ojos. Sin más palabras, comenzaron a
bajar procurando no dejarse ver. Para aproximarse más, cruzaron el
río y avanzaron por detrás de unos macizos de cañaverales. No les
separaban ni cincuenta metros de sus presas, cuando Al – Aniq, con
su nueva espada en la mano, hizo un gesto inconfundible de cargar
contra los descuidados cristianos.
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EL PEÑÓN DE URIBE
_ Sí, eso está muy bien; pero mientras que tú vas y trabajas y
cobras y vuelves con algún dinero ¿de qué vamos a comer? – le
preguntó, sin ninguna acritud, pero con desesperanza, la mujer _
¿Cómo viviremos aquí los cinco? Y eso si te vas; porque si no te
llaman…
✞✞✞✞✞
Allá por los principios del siglo XIII, en Yayyán, que era el
nombre de Jaén musulmán, los ciudadanos estaban revueltos y
preocupados. Las pretensiones y rivalidades entre las grandes
familias y los poderosos señores hacían cambiar de bando, con
frecuencia, a los pueblos y, también muy frecuentemente, acarreaban
guerras, muertes, destrucciones y desgracias de todo tipo. En una de
esas luchas, el señor de Arjona, Muhammad ibn Yusuf ibn Nasr,
llamado Al Ahmar, o sea, el Rojo, ayudado por su familia política,
agrandó su reino a costa de Jaén y de Guadix. Al hacerse con la
ciudad, por su importancia y características, decidió establecer su
capital en ella y rindió pleitesía al señor de Murcia, Ibn Hud. Cuando
murió éste, Al Ahmar, hombre de gran visión política, se unió a los
castellanos quienes, con el rey Fernando III, no dejaban de asolar y
reconquistar territorios al sur de la Sierra Morena. Incluso ayudó a S.
Fernando a reconquistar Córdoba, por lo que el castellano le permitió
conquistar Granada en 1238 y hacer de ella la nueva capital de su
reino.
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EL RONQUÍO DE JAÉN
_ Y, ¿por qué se dice eso? ¿Es que aquí roncamos más que en
otros sitios? – volvió a preguntar el chaval, a quien su maestro le
había despertado un nuevo interés por lo que le había dicho.
Eso del ronquío era una costumbre que ya está casi perdida.
Cuando a una persona le contaban algo increíble o le pedían una cosa
muy costosa o que no quería dar, cuando se quería decir algo así
como “¡Anda ya!”…, en lugar de responder con palabras o
menospreciar con otros gestos, el de Jaén soltaba una especie de
gruñido o de ronquido: “¡jrrr!” y se quedaba tan pancho el tío. Por
usar frecuentemente en estos pagos ese sonido, con esa significación,
es por lo que se dijo la frase de Jaén es la tierra del ronquío.
Especia riesgo corrían los que debían hacer turno de noche. Una
táctica de los moros era la de, aprovechando la obscuridad,
aproximarse en celada hasta el farallón del S. Cristóbal donde los
jaeneses establecían la guardia y, sorprendiéndolos, evitar el aviso a
la ciudad. De esa manera, al amanecer, podían llevar impunemente
su ataque hasta los mismos muros, no sin apresar o descabezar a los
desprevenidos campesinos que salían a trabajar con el alba.
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EL SEÑOR DE LA TARIMA
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EL VIENTO DE JABALCUZ
Cualquier investigador sabe lo delicado que es un manuscrito que
haya permanecido casi mil años metido en una vasija de barro,
enterrado o escondido. Por ello, cuando tuve la inmensa suerte de
encontrar aquellos irregulares y viejos pergaminos en una olleta que
reventó bajo la maza que arribaba un muro maestro de la casería en
el pago de Almodóvar, como llevaba conmigo la cámara fotográfica,
hice unas fotos sobre las cuales pude luego trabajar para transcribir
aquellas palabras. Lo que no podía esperar era que, a los pocos
minutos, aquellos documentos se volatilizaran, se descompusieran
tan deprisa que ni siquiera tuve tiempo de meterlos entre dos
cristales de ventana, como era mi intención.
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“Hacia el año 450 de Roma, tuvo lugar una cruenta batalla entre los
colonizadores y los habitantes de Aurgi que se defendían fieramente.
La ciudad les fue arrebatada; muchos murieron, pero bastantes
huyeron a los bosques desde donde hostigaban con frecuencia a los
colonizadores romanos y a sus colaboradores, quienes menos
conocedores del terreno, no lograban dominarlos o eliminarlos.
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Al leer estas palabras, recordé el dicho de un sabio: “Oh,
gentes, la tierra es el primer don de Allah a favor de sus siervos…” y
reconocí que el único Dios de los creyentes puso desde siempre en el
corazón de los hombres la fructífera semilla del amor a la tierra. Por
eso doy gracias a Allah y a él solo alabo y elogio en este año del
doscientos noventa y seis de ha hégina del Profeta.
LA VIRGEN CORONADA
_ ¿Por qué dice usted que “le ganaba”?- preguntó uno de mis
compañeros.
Sin duda que sería una de las imágenes que, con todo cuidado,
los godos o sus descendientes que tuvieron que soportar las
persecuciones del tiempo del dominio islámico, época en que se
prohibía el culto cristiano y se destruían las imágenes, ocultarían
enterrándola, en el hueco de aquel contenedor.
LA VIRGEN DE LA ANTIGUA
_ La de la Antigua.
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Allá por los años en que todo era posible y a casi nadie se le
ocurría investigar y comprobar la veracidad de cuanto el narraban ni,
si nos apuran, la verosimilitud de las historias, surgió una pintoresca
leyenda acerca del porqué de la presencia del Santo Rostro de Jaén.
También habíamos leído que las brujas volaban con sus escobas
y que…
Se sabe que, hace casi dos mil años, uno de los siete varones
apostólicos que trajeron el Evangelio de Cristo a la Península Ibérica
fue Eufrasio. Este santo varón predicó por nuestras tierras y fundó su
sede en Iliturgi, que era una ciudad situada casi donde hoy se levanta
la de Andújar, a orillas del río Guadalquivir.
_ ¡Esta vez será sonada! – oyó que decía Lucipauca, que era el
más tontucio de los dos.
_ Ábrelo – le dijo-
_ Vete con Dios, que sea bueno tu viaje y procura que esta
imagen de Nuestro Señor encuentre en aquellas lejanas tierras el
lugar idóneo para su culto a mayor gloria del Creador. Ten por seguro
que Él velará por todos vosotros. Recibe mi bendición.
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