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Este libro fue realizado en el marco del Proyecto “San Lorenzo, cuenta”
ejecutado por “Los Caminantes”, que fue apoyado por el Fondo Cultural
de la Embajada Suiza en Bolivia, administrado por Solidar Suiza.
Índice
PRESENTACIÓN 9
PRÓLOGO 13
I. RETRATOS 17
AGUA ROBADA 17
LO QUE YO HICE POR MI QUERIDA ROSARIO 20
RECUERDOS DE UN TROPERO 23
DON SALUSTRIANO RUIZ 24
DON TOMÁS CARO 25
HISTORIA DE MI BISABUELO 27
LA CREACIÓN DE LA COMUNIDAD DE TOMATITAS 28
LA HISTORIA DEL RÍO CHIQUITO 30
HISTORIA DE SAN PEDRO DE LAS PEÑAS 30
LA IGLESIA (DE CAMARÓN) 33
NOCHE OSCURA 36
CARRETERA FANTASMA 60
EL HERMANO RICO Y EL HERMANO POBRE 61
EL HOMBRE TONTITO 62
LA BRUJA 63
LA BRUJA Y SU CAJA MAGICA 66
LOS DOS AMIGOS 67
LA LEYENDA DEL ROSQUETE 68
III. LEYENDAS 71
EL ALMA PERDIDA 71
EL BEBÉ EN LA QUEBRADA 73
LA ALMITA DE LA CUESTA DE SAMA 75
LA CASA MOCHA 76
LA HISTORIA DE PEDRO 78
ALMA PERTURBADORA 79
EL CAMIONERO Y MARÍA 81
EL CUIDADOR DEL CEMENTERIO 81
EL DÍA DE TODOS SANTOS 82
EL MOLLE DESCANSADERO 88
EL SEÑOR NOCHERO Y EL CABALLERO EN
EL CABALLO BLANCO 90
EL SUSTO QUE ME DIO UNA LECCIÓN 92
UN ESPÍRITU TRANSFORMADO 93
EL JOVEN DE PATAS DE GALLO 95
EL ZORRO Y LA MUJER 96
LA CUESTA DEL DIABLO 97
LA POZA ASUSTADERA 99
MIEDO EN LA QUEBRADA 100
CALLE “LA HECHICERA” 102
LA MUJER BRUJA DE LA COMUNIDAD 103
LAS BRUJAS 105
EL CONDENADO (I) 107
[7]
V. MITOS 199
EL JUCUMARI (I) 199
EL JUCUMARI (II) 201
EL JUCUMARI (III) 204
LA COQUENA 205
EL SILBACO 207
EL SEÑOR POBRE Y LA COQUENA 208
MEMORIAS 211
INSTANTÁNEAS 214
[9]
11
Presentación
Prólogo
1. Siendo el patrimonio cultural inmaterial, algo vivo y cambiante, las expresiones se presen-
tan de diferentes formas. No hay mejores ni peores, verdaderas ni falsas, simplemente son
diversas.
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presente en las historias de tradición oral en el municipio de
San Lorenzo, Provincia Eustaquio Méndez, Departamento de
Tarija, Bolivia.
Hemos intentado realizar esta transcripción, de lo oral a lo
escrito, de la mejor manera: conservando diversas formas de
expresión oral y modismos locales/regionales, palabras de ori-
gen quechua, o creaciones lingüísticas populares, característi-
cas de un idioma castellano criollo. Para facilitar la comprensión
del texto, están las aclaraciones al pie de página.
Presentamos al lector, unas gotas de lo mejor del imagina-
rio popular. De generación en generación, estas narraciones
fueron transmitiéndose de manera oral, al tiempo que se enri-
quecieron con los dones creativos y espirituales de cada quién
haya contado la historia. Se presentan aquí, entonces, apenas
algunas versiones de la infinitud de formas que las historias
fueron tomando. Nada más vivo que la tradición oral, y este
libro, no es más que un probatorio de su existencia.
Ojalá sirva este trabajo, para salvaguardar el patrimonio vivo,
incentivar a los jóvenes en la tradición oral, y movilizar las volun-
tades políticas para que se declare la tradición oral narrativa aquí
presente, “Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad”.
I. RETRATOS
AGUA ROBADA
Avril Aldana
1 Grande
2 Cocido a las brazas
20
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pepas de durazno o quién sabe.
Ya tardecito, oscureciendo, me disponía a volver pero los
labios secos y polvorientos pedían a gritos un trago de agua.
Corriendo al púgio sin antes echarle un ojo a los animales,
me arrodillé frente suyo y clavando la cabeza le di un gran
sorbo de agua pasando por el cuello con la garganta parada
como gallina me dispuse a dar otro sorbo más cuando en ese
momento una gran explosión salpicando de agua y enturbe-
ciendo todo vi salir del agua un hombre pelado, caminando
hacia mí. Yo de rodillas tiritando y con el corazón por saltar
del pecho eché un grito y entonces ese gran hombre empezó
a sacudirse y me di cuenta de que era mi perro “el diablo”
que, jugando con “corzuela” cayó al agua frente mío y con
el pelaje pegado al cuerpo me dio la silueta de un hombre.
Tranquilizándome y, no sin antes gritar y putear al perro,
corrí por mis cosas a juntar los animales e irme a casa a des-
cansar y pintarme los ojos negros con el mechero mientras
hacía la tarea.
Más tarde ya acostada durmiendo cerca de la media no-
che salté mirando de nuevo al hombre saliendo del púgio.
Sudando heladito toda la noche apenas cerraba los ojos la
imagen venía a mí. Así estuve como tres días hasta que mi
madre me llevó a un curandero porque recién era viernes,
día de brujos, limpias y santiguadas.
Me llevó a Calama, Tarija Cancha Norte y San Pedro.
Pero nadie daba con mi mal. Así pasaron los días y semanas
y yo con los ojos hundidos y mal dormidos no encontraba
cura ni con llamadas, limpias y refregadas. Hasta que un
día de esos llegó un tatita a cambiar sal, quinua y coime por
maíz y papas. Charlando con mi papá me miró y notó mi
dolencia y dijo “esa imillita3 ‘ta khisada 4 y grave”. Mi papá le
contó cómo me asustó el perro y él dijo “yo tengo la cura.
No la han curao porque su asustada es de perro y agua. Y los
3 Niña
4 Asustada, padeciendo asustadera
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remedios que le han dado eran o bien pa asustada de perro
o asustada de agua. Pero no las dos juntas”. Y entonces vino
hacia mí y me dijo al oído el remedio, pero que yo no lo dijera
a nadie hasta que me haya curado. Y así lo hice. En la noche
ya despertando de nuevo por el susto recordé el remedio del
tatita y me dirigí a la cocina, sin que nadie me escuchara ni
sintiera, como una ladrona ocultada por la noche. Llegando
a la cocina agarré un mate, destapé el cántaro de agua del
púgio y sin pensar me tome siete tragos de agua y dando
un responso a María me fui a dormir. Desperté a la mañana
siguiente llena de fuerzas y descansada porque dormí como
una inocente, se borró el susto y la asustada. Y les conté a
mis papás y hermanos que me curó el remedio del tatita, que
me dijo al oído un día antes: “hoy en la noche como ladrona
llega a la cocina y roba agua del cántaro, toma siete tragos
reza pa’ la Virgen María y sin que nadie se dé cuenta, vete a
dormir y vas ver que el remedio es el agua robada”.
N
era 14 de noviembre, un día tan soleado, que yo me
puse bajo la sombra de un lindo y coposo árbol. Yo la vi,
ella estaba tan bonita… con un olor tan fragante pasó por
mi lado. En ese momento, me la quedé mirando cuando, a
lo lejos, la llamaron: “¡Rosario! ¡Vente hijita del alma, tu ta-
[ 21 ]
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yta esta enjermo! ¡Venite, venite!”. Ella sin pensarlo, se perdió
5
N
don Vidal cuenta su vida. Lo habían puesto a la escue-
la cuando tenía 11 años. Solo le hicieron estudiar dos años
donde aprendió a leer y a escribir. A esta edad también lo
mandaban al cerro a cuidar las chivas y tenía que bajar con
una carga de leña para cocinar. Le hacían comida de yuyos con
un poquito de manteca y algunas arvejas.
Cuenta que algunas veces le pillaba la lluvia y la grani-
zada junto con las ovejas y las chivas, la cual hacía que el
rebaño se esparciera. Con la tormenta se mojaba la ropa, que
era tan solo una camisa y un pantalón que hacía su mama
de bolsas harineras. La ropa se volvía a secar en su propio
cuerpo.
A veces, el cóndor o el zorro le quitaban alguna oveja o
cordero. El castigo era seguro. Cuando al atardecer él ba-
jaba con los animales a la casa recibía una guasqueada 6, le
decían que no las cuidaba bien.
La vecina también salía con sus ovejas y se sabían juntar
las ovejas y compartían la comida. Sabían encontrarse col-
menas con miel y sacaban las abejas y se partían la miel. A
los 13 años su mamá lo empleó a uno de sus hermanos y se
crió como empleado hasta los 17 años.
Cuenta que le sacaban como a las 5 de la mañana a pastear
los bueyes en los días de siembra. El patrón tenía yuntas
mansas pero a él le daban los novillos para que aprendiera
a amansar. Algunos patrones le daban de comer, otros le
daban migas y le trataban mal.
Y cuando tenía 18 años, comenzó a ir a algunas fiestas siem-
6 Golpiza
[ 24 ]
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pre con su compañera que estaba con él y eran amigos con mucha
confianza hasta llegar a ser esposos.
N
esta es la historia de Don Salustriano Ruiz. Era un
hombre que ayudaba y se preocupaba por los pobres. Era
como su defensor y vivía en la provincia Méndez.
Su manera de ayudar a los pobres era muy especial: asal-
taba, robaba y mataba. En esos tiempos existían terrate-
nientes, hombres adinerados con mucha riqueza. Los luga-
res que Don Salustriano Ruiz atacaba eran: el trayecto de
San Lorenzo a los valles, Las tres aguadas y el Abra Negra.
Muchos temían pasar por ahí. Cuando la gente pasaba con
sus caballos y burros con carga, él los atacaba de sorpresa,
quitándoles el dinero, las alforjas de pan, el avío, la fruta y
papa que traían de los valles. En caso de no querer entregar
el dinero o sus pertenencias, él los mataba. Pero todo lo que
quitaba se lo daba a la gente pobre con el fin de ayudarlos.
Don Salustriano Ruiz era muy enemigo de Don Honorio
Méndez. Ellos no se querían, no se llevaban bien para nada.
Honorio Méndez era un hombre adinerado, tenía tierras por
doquier y molinos, todo por San Pedro de las Peñas.
Un día, Don Salustriano va a buscar a Don Honorio
Méndez en Abra Negra ya que sabía que iba a salir del valle.
Lo encuentra y le sale al paso. Habían caminado ese trecho
los dos a caballo conversando y molestándose ya que ese
camino era muy angosto y solo pasaba un caballo. Don Sa-
lustriano le dice a Don Honorio que pase él primero, pero
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no quería. Éste le dice al otro que pase él, pero él tampoco
quería. Fue un momento en que ambos insistían de igual.
Hasta que Don Honorio logró convencer a Don Salustriano
que él pase primero. Fue de sorpresa que Don Honorio le da
un machetazo por la espalda a Don Salustriano y lo mata.
Carga el cuerpo en su caballo y se lo lleva a San Lorenzo.
Ahí se acaba la historia de Don Salustriano Ruiz, un
hombre temible y buscado por la justicia por asesinar y ro-
bar, que con lo robado ayudaba a la gente pobre. Sus ene-
migos eran todos los ricos y adinerados de la región, como
Don Honorio Méndez.
N
don Tomás Caro era un médico casero y también era
partero. Vivía en la Loma de Tomatitas. Todos los vecinos
acudían a su casa para ser atendidos: algunos por lastima-
duras, otros por asustaduras y otras mujeres iban para ser
ayudadas a tener a sus bebés.
Don Tomás también iba a otras comunidades a asistir a
otras mujeres con sus partos, ya que era una persona cono-
cida, y la mayoría de ellas le nombraban padrino de bautizo
porque les ayudaba en los partos del niño o la niña.
Él también conocía la nube que traía granizo. Él usaba
un cuchillo grande, casi igualito a un machete pero más grande,
y cortaba la nube para que no caiga granizo y perjudique en
la agricultura.
En una ocasión le tocó curar a su nieto que se había asus-
28
[ 27 ]
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tado en una cueva de la quebrada de Tomatitas, cuando esta-
ba cuidando las ovejas. Llegando la tarde, al recogerse a su
casa con su rebaño, escuchaba que lo llamaban de una cueva,
y entró a ver. Le seguían llamando por su nombre. Cuando
estaba dentro de la cueva de vuelta escuchó su nombre… y
eran su tío y su primo muertos. Entonces salió y al día si-
guiente amaneció hinchado como una pelota.
Entonces Tomás fue a la cueva a media noche, llevó su
cuchillo grande que clavó en la tierra diciendo “a mi nieto me
lo dejás”… Y así curó a su nieto.
Don Tomás era una persona tradicionalista: sabía tocar
el erke y la caja. Era una persona que inventaba y cantaba
coplas. Tiempo atrás, cuando había muchísimas fiestas, to-
caba en el carnaval, en San Roque y en La Cruz. En diferen-
tes chicherías la gente agradecida le regalaba dinero y se lo
compraban chicha, en agradecimiento por tocar sus instru-
mentos. Y los hacía bailar también…
HISTORIA DE MI BISABUELO
Narradora oral: Dionisia Velásquez Heredia
Recopilador: Juan Galarza Velásquez
Profesora: Heidy Perales
N
Mi bisabuelo era un hombre campesino, muy fuerte y
sin enfermedades en todo su cuerpo porque era muy sano.
Él era un hombre de estatura normal, humilde, trabajador
y era bueno con las personas de la comunidad. Él cuidaba y
mantenía a la familia unida, era muy responsable. Así era mi
bisabuelo, decía mi madre.
Él vivía en la comunidad de La Victoria, casi al lado de
mi casa. Luego de un tiempo dice que inició la guerra del
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Chaco con Paraguay y comenzaron a salir los militares a
reclutar hombres y jóvenes. En ese tiempo pillaron a mi bis-
abuelo para llevarlo al Chaco en donde se realizó la guerra.
Al llegar allá, los militares se dieron cuenta que era vie-
jo y no podía ser útil para disparar. Entonces los militares
le destinaron a transportar municiones y comida. Como en
ese tiempo no había carreteras ni medios de transporte, mi
bisabuelo transportaba la carga en burros. Estos se trans-
portaban entre muchas personas. Todas ellas caminaban por
donde los caminos eran muy pequeños y peligrosos: ellos
iban y volvían para llevar más municiones. Al caminar por
los montes, se encontraban con tigres, leopardos y muchos
animales salvajes.
Cada noche, cuando dormían, encendían como seis foga-
tas para que los animales no les hicieran daño. Ellos tenían
que hacer leña para que el fuego no se apagara.
Ya al terminar la guerra, él regresó a casa muy sano,
gracias a Dios. Él continúo su vida a pesar de la vida muy
peligrosa que tuvo en la guerra. Él no cambió en nada su
carácter y continuó con la humildad que lo caracterizaba,
todos los días de su vida.
LA CREACIÓN DE LA COMUNIDAD
DE TOMATITAS
Narrador oral: Jacinto Zeballos Montellanos
Recopilador: Kevin Javier Campos Gutierrez
Profesora: Edith Sánchez
N
en los años de la guerra del Chaco muchos de los pue-
blos originarios, se asentaron en lo que hoy conocemos como
la comunidad de Tomatitas.
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Cuenta la historia de dos hombres que cavaban unas zan-
jas. Con la punta de la picota de hierro, golpearon una gran
madera. No le tomaron mucha importancia ya que pensaron
que era una raíz o un árbol enterrado, pero como le estorba-
ba tuvieron que desenterrarla. Al lograr retirarla del suelo
compactado, se asombraron al ver que no era lo que ellos se
imaginaban, sino que era una vieja cruz de misiones “Chi-
riguanas”. Los hombres se dieron cuenta que al estar tanto
tiempo bajo la tierra se había dañado mucho. Así que decidie-
ron llevarla al pueblo en una pequeña carreta jalada por un
burro. Al llegar, muchas personas se acercaron a observar y
tocar la cruz para rezarle y tener su bendición para ellos y
para sus hijos. Al acabar la tarde, fueron donde el carpintero
y le preguntaron si la podía arreglar. Él dijo que sí, y en po-
cos días la cruz estaba como nueva. La llevaron a un rincón
de la pequeña iglesia, pero ésta siempre se caía y al momento
de caerse, moría una persona de aquel alegre pueblo.
En este pueblo vivía una persona vidente que desde tiem-
pos inmemoriales, se sentaba fuera de su casa en una vieja
silla de madera de eucalipto. Este hombre era el que predecía
quién iba a morir. Esto siguió pasando unos meses más y no
se volvió a caer.
Al acabar esta horrorosa guerra del Chaco, muchas per-
sonas se asentaron en este pueblo en especial los “Tomatas”
que eran un pueblo indígena de la zona. De ahí el nombre
Tomatitas. Muchas veces, en las noches frías, se despertaba
el pueblo entero por los sonidos emitidos de unas cadenas
que arrastraba un hombre llorando todo ensangrentado y
con muchas heridas. Muchos de los comunarios lo veían con
mucha tristeza y en algunas ocasiones los jóvenes se trata-
ban de acercar para dar de beber un poco de agua a aquel
hombre, pero al salir de sus casas, el hombre desaparecía.
Esto siguió pasando por muchos años más hasta el día de
hoy, que se siguen escuchando las cadenas de este hombre y
en algunas noches oscuras, en las que no hay luna, se vuel-
ven a escuchar los estremecedores sonidos.
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LA HISTORIA DEL RÍO CHIQUITO
Narradora oral: Verónica Arenas Ortega
Recopilador: Guido Renan Fernández Altamirano
Profesora: Elva Arenas
N
la señora Verónica Arenas de Tarija Cancha Sud me
contó lo siguiente:
“…Se dice que años antes, el río chiquito era muy limpio.
Tenía mucha agua, había pescado en los pozos de agua y
también mucho cangrejo. La gente de antes cuidaba la natu-
raleza y no había contaminación. Las personas cada vez iban
a pescar y era muy bonito. Pero con el tiempo fue cambiando
y empezaron a desaparecer los peces que habitaban en el río
chiquito. Se fue secando el agua porque no hay muchas llu-
vias como antes. Cambió el tiempo y empezó a existir más
contaminación. Antes las personas no usaban bolsas plás-
ticas y después aparecieron las bolsas plásticas y empezó
a contaminarse, el río chiquito. Se secó el agua y desapa-
recieron los cangrejos. El río se lleno de bolsas plásticas y
también el agua esta contaminada.
N
Apariciones de San Pedro
contaban mis abuelos que hace muchos años atrás,
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en la comunidad apareció una imagen de San Pedro en un
lugar que se llama “Esquina los loros–Monte negro”. La
imagen estaba en una piedra que tenía la forma de una urna.
Las personas que la encontraron decidieron llevarla donde
se encontraba ya la iglesia, más abajo frente a la plaza. Lue-
go que la dejan en la iglesia, al otro día no estaba ahí. De
nuevo la hallaban en la piedra en el mismo lugar que el día
anterior, y otra vez la llevaron a la iglesia. Y de nuevo desa-
parecía… y otra y otra vez… la llevaron a la iglesia de nuevo
y desaparecía otra y otra vez...
Los comunarios decidieron, para que no vuelva a la pie-
dra, romper un pedazo de la piedra con una dinamita donde
dejan la piedra kajsa7. Pensaron que haciendo esto se queda-
ría San Pedro en la iglesia. Pero al contrario otra vez desa-
pareció de la piedra y de la iglesia, esta vez sin vuelta porque
ya no fue a la piedra, simplemente desapareció.
Un día una tropera encontró un hombrecito viejito su-
biendo por un camino estrecho hacia la peña. Él llevaba unas
llaves en la mano, entonces la tropera le pregunta “¿qué se
llama usted y dónde va?”. El dijo “yo soy Pedro y me voy
allá, a la peña a vivir” y siguió caminando. Cuando la tro-
pera se dio cuenta, Pedro había desaparecido del lugar. Ella
bajo y contó lo sucedido a los comunarios.
Pasó el tiempo y una víspera del 29 de junio encontraron
a un hombre desconocido llegando a la iglesia. Era un hom-
brecito humilde y de barba. Cuando una tropera que estaba
por ahí le preguntó, antes de llegar a la iglesia, “¿dónde se
va?”. Él dijo: “estoy viniendo a mi fiesta”. Ella preguntó “¿y
dónde vive? y él dijo “allá en la peña más alta y colorada”.
Sin decir más… otra vez desapareció.
Esta noticia de nuevo despertó la curiosidad de las perso-
nas del lugar. De lo que volvió la imagen a la iglesia, volvie-
ron a festejar la fiesta, con misas y rezos.
7 Partido, partida
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La fiesta de San Pedro
La fiesta de San Pedro se realiza el 29 de junio de to-
dos los años. Se realiza con cambio de alférez por medio del
trueque.
El trueque consiste en un cántaro de chicha, una canasta
con tortas, un gallo ticanchau8 o enflorado, una botella de
cañazo, una caldera de canelado9 y también hacen un amarro
con muchas cosas. Esto lo realizan en un poncho o en un pu-
llo10 donde van productos que se producen en la comunidad
y un pedazo de carne.
También se prepara tikas (pequeñas ofrendas para los
ayudantes), se prepara una cena o almuerzo para todos los
devotos y visitantes. Se realizan carreras de caballos, cuar-
teadas a caballo y mano, gallo enterrado11 para la corcova.
Años antes, habían muchos devotos que llegaban de mu-
chos lugares por la fe que les movía. Al ver todo esto, los co-
munarios se arrepentían de no haber construido un templo
en el lugar del hallazgo.
Un tiempo atrás, esta fiesta estaba dejada. Hoy en día
se retomó con mucha devoción, porque según la fe, es un
patrón milagroso: cura los enfermos y aparece su imagen a
las personas. A su honor, va esta tonada de San Pedro de las
Peñas, que cantaban los abuelos:
N
Hace muchísimos años en la comunidad de Camarón,
antes que existieran las escuelas, existía una casa enorme
que vivía una familia muy unida. Pero un día inesperado,
en una noche fría y oscura de julio, cuando toda la familia
dormía, la casa comenzó a quemarse y en esa noche acabó
con toda la familia. Pasó un tiempo y la casa fue derrumba-
da. Allí se creó la primera iglesia en honor a la familia que
murió esa noche. Ahí hacían misas, fiestas tradicionales y
adoraciones.
La encargada de la iglesia era una señora de la comunidad
que vivía al lado de la iglesia: era muy religiosa y dueña del
divino niño Jesús. Se acercaba el 25 de diciembre y hacían
adoraciones en honor al divino niño Jesús. Un 24 de diciem-
bre por la noche, la señora fue a abrir la iglesia y se encontró
con una niña que estaba muerta. La señora se asustó mucho
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al punto que estaba volviéndose loca. Pasó una semana y la
señora murió. Los comunarios decidieron hacer el entierro,
ya que ella no tenía familiares y decidieron enterrarla en la
puerta de la iglesia, como un símbolo al divino niño Jesús y
a la Iglesia.
Pasó un tiempo y las personas que vivían cerca comenta-
ban que se escuchaban gritos muy aterradores de personas,
también se escuchaban ruidos dentro de la iglesia. Cada vez
que la gente pasaba cerca de la iglesia se asustaba y cuando
celebraban misas, las velas se apagaban y empezaba a correr
un viento lento y bien frio. Fue así que los comunarios deci-
dieron hacer traer a un cura para bendecir dentro y fuera de
la iglesia. Después de eso ya no se escucharon muchas cosas.
En esos tiempos las mujeres tenían muchos hijos y al-
gunos morían por no ser atendidos. Para poder llegar hasta
un hospital tardaban mucho porque antes las personas se
movilizaban en burros, caballos y otros a pie, por lo cual
tardaban días, a veces semanas. Así fue que los comunarios
decidieron construir una posta cerca de la iglesia para aten-
der a las mujeres de parto. Había una sola partera. Los co-
munarios cuentan que iban hasta 5 mujeres al día a hacerse
atender. Como era una sola partera, tardaba mucho y no le
daba tiempo de atender a todas, por lo cual algunas mujeres
morían al dar a luz a sus hijos y otras antes de dar a luz;
algunos niños nacían muy pálidos y morían, y todas esas
personas eran enterradas ahí cerca de la iglesia.
Pasaron días, meses, y años. Los comunarios seguían es-
cuchando ruidos, gritos de señoras, de niños… Iban a ver
qué pasaba y no encontraban nada. Las personas que escu-
chaban eso no podían dormir: les atacaban las pesadillas o
tenían sueños muy aterradores.
Pasó un largo tiempo y la posta dejó de funcionar por
motivo del miedo a los ruidos y las cosas que pasaban allí.
Con el tiempo construyeron una simple escuela donde solo
podían estudiar los hombrecitos. Las mujercitas se queda-
ban en sus casas y decían: “la mujer pa’ la casa y el hombre
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37
para el estudio”. Como no había escuelas en otras comunida-
des, iban niños de diferentes sectores como Cerro Redondo,
Melón Pujio, Jarcacancha, Lluscani, Campanario y otros. Se
les hacía muy difícil llegar a hora porque vivían muy lejos:
algunos caminaban hasta 7 horas para poder llegar. Deci-
dieron usar la posta para ayudar a los niños de lejos y que
allí durmieran.
Los niños comentaban que les asustaban los gritos de
señoras, de bebés… algunos dicen que cuando no hay nadie
en la escuela, por la noche se escuchan ruidos de personas
caminando por el patio y otros ven sombras que pasan hacia
la iglesia. Los profesores no creían hasta que un día un pro-
fesor se quedó para ver qué era lo que tanto asustaba a los
niños. Un 20 de septiembre, en una noche fría y oscura, el
profesor se quedó en la escuela. Estaba con un gran miedo…
ya casi eran las 11 de la noche cuando sintió el viento… se
vio una sombra blanca que pasó hacia la iglesia. Se quedó
mudo con el miedo y quiso salir de ahí pero la puerta se
cerró y alguien o algo no le dejaba abrir. Siguió intentando
hasta que logró abrir, salió corriendo y fue donde los niños
que estaban durmiendo tranquilos. El profesor muy asusta-
do se quedó ahí. Por la mañana contó a uno de los comuna-
rios lo que había pasado, pero no dijeron nada.
Pasados unos años, construyeron una escuela nueva y un
internado, pero se siguen escuchando estas cosas. Se dice
que son almas perdidas que buscan la salvación, también se
dice que los niños que murieron ahí son duendes. Algunas
personas comentan que sus hijos juegan con los duendes
porque éstos se les presentan en forma humana. La iglesia
sigue funcionando hasta el momento y se siguen escuchando
todas esas cosas horrorosas en ese lugar.
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38
NOCHE OSCURA
Narradora Oral: Yolanda Ríos
Recopiladora: Karen Villa
Profesora: Marcelina Castillo
N
una noche muy oscura y fría, caminaba yo solo. Debía
llegar a casa de mi abuelito que vivía solo porque se había
quedado viudo, y sus hijos se fueron de la casa, incluyendo
mi padre. Ellos dos no se hablaban por algo que mi padre
nunca me dijo. En el trayecto del camino había un molle muy
viejo y grande, en el que se dice se había suicidado una mujer
que estaba embarazada. Sentí mucho miedo, porque al pasar
me tocaron mi hombro, di la vuelta, pero no vi a nadie. No
le di importancia y proseguí. Llegué a casa de mi abuelito,
platicamos, estuvimos mucho tiempo conversando, pero me
dijo que ya era hora de regresar, entonces me despedí y salí.
Se me estremeció el cuerpo con tan solo pensar que debía
volver a pasar por ahí, pero seguí. Llegué al lugar, pero esta
vez alguien me habló. La voz de una dama dijo mi nombre…
giré hacia la izquierda y allí estaba ella… colgada del cuello
con una cuerda muy gruesa. Su aspecto era horrible, tenía
toda la cara desarmándose. De pronto, comenzó a llegar un
olor horrible hacia mí. Ella cayó al suelo y caminó dirigién-
dose al sitio donde me encontraba yo. Empecé a correr y
ella gritaba como si estuviera sufriendo. Tenía una voz muy
gruesa y tenebrosa, me dijo que ella ya cumplió con adver-
tirme… pero no entendí a qué se refería y le pregunté: “¿que
me quiere decir con eso?”. Estaba temblando de miedo. Lo
que me dijo fue que yo lo comprenderé y desapareció.
Yo tenía un presentimiento, algo me hizo que volviera
a casa de mi abuelito… fue la noche más fea de mi vida. Lo
encontré colgado de la viga del techo de su cuarto. Él había
dejado una nota dirigida hacia mí que decía: “…perdóname
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39
hijo mío por no haberte dicho nunca la verdad y la verdad
es que esa mujer que se suicidó es tu madre. Yo fui quien la
impulsó a hacer eso, perdóname hijo mío…”
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II. CUENTOS
FOLKLÓRICOS
N
un día Pedro Urdimal estaba en busca de trabajo, don-
de se encontró con el diablo y le dijo que si le pudiese dar un
trabajo y el diablo le respondió diciendo: “bueno mañana me
vas a primera hora”.
Pedro regresó al día siguiente. El diablo le dio herra-
mientas para que fuera a trabajar y le dijo:
- Tomá el arado y una yunta y me vas a arar; vas y vuel-
ves por el mismo surco pero avanzando –
Resulta que se hizo tarde y no avanzó. El diablo fue a las
4 de la tarde a ver el trabajo y al ver que no había avance le
dijo:
- ¡Pedro, qué pasó! - Y Pedro le respondió:
- Si usted me dijo que vaya y vuelva por el mismo surco
¿quién tiene la culpa?
Después al día siguiente le ordenó que fuera a cantear la
chacra y que dejara raso, pero dejando las plantas de utili-
dad. Y Pedro le dijo: “bueno patrón”.
Pedro fue a la chacra, agarró el machete y empezó a tra-
bajar sacando todas las plantas, tanto de utilidad como las
demás, dejando raso el terreno.
Al promediar las 4 pm, el diablo regresó a ver el trabajo
y se encontró con su chacra toda rasa y le dijo:
42
[ 41 ]
43
- ¡Qué pasó Pedro! ¿Por qué sacaste todas las plantas de
utilidad?
Y Pedro respondió diciendo:
- ¿Quién tiene la culpa si usted me dijo que dejara raso
todo?
El diablo muy enojado le dijo:
- Ya jodiste mi chacra más, mejor tomá tu plata y te vas.
N
HabÍa una vez un sonso gangoso12, muy cojudo13 que
tenía su mujer y no le gustaba trabajar. Ella le mandaba a
trabajar y él decía: “Cuando Dios quiere dar, por la puerta
hay dentrar”14 . Cada vez que su mujer le mandaba a trabajar
para mantener a las guaguas, él decía lo mismo.
Un día de esos, un arriero pasaba por la casa del sonso,
con un cargamento de mulas cargadas de plata y oro. Como
en aquellos tiempos no había vehículos, cargaban las cosas
en mulas. Para la suerte del sonso, una mula se escapó y en-
tró a la casa del sonso: esa mula estaba cargada de oro.
El sonso y su mujer descargaron la mula, luego guar-
daron la plata contentos; pero al mismo tiempo la mujer se
encontraba preocupada, porque sabía que su marido cuando
15 embriagara
16 Expresión oral para “boca”
17 Recipiente elaborado del fruto del porongo, que al cortarlo forma un de vaso ovalado
18 puñado
19 Expresion oral similar a “caray”
20 Sido
21 tonto
[ 43 ]
45
EL CURA
Narrador oral: Demetrio Abán
Recopilador: Cristian Abán Zenteno
Profesora: Heidy Perales
N
HabÍa una vez, un padre que llevó a su hija a la iglesia
y el cura se enamoró de ella y le preguntó:
- ¿Cómo se llama tu hija?
- Se llama María
- ¿Sabe confesarse?
El padre de la niña le dijo:
- La traeré un día de estos.- El padre de María, se dio
cuenta que el cura se había enamorado de su hija. El cura le
dijo que la trajera para confesarla a las seis de la tarde y el
padre de María, en vez de llevar a su hija, llevó una burra
arisca y le dijo al cura: “he traído a mi hija”. El cura le dijo
que la metiera en la sacristilla22 y él acabando la misa, la con-
fesaría. Al finalizar la misa, el cura se dirige a la sacristillas
y le decía “María”, y no contestaba. Luego la burra le dice
“jiaujijau” y como estaba oscuro y no se veía casi nada, la bu-
rra le pateaba. El cura decía: “basta María, basta María”…
El padre de María llevó a la burra para darle una lección al
cura.
22 confesionario
[ 44 ]
46
EL ROTO QUE ENGAÑÓ AL DIABLO
Narradora oral: Felipa Cano
Recopiladora: Fanny Soledad Llanos C.
Profesora: Patricia Acosta
23 Sembrado de choclos
24 Plantacion de choclo
[ 45 ]
47
El diablo, confundido porque todas las personas pedían
años para gozar de sus riquezas, le dijo:
- ¿Estás seguro que hoy?
- No, mejor mañana – respondió él. Entonces el diablo es-
cribió “no te llevaré hoy, pero te llevaré mañana” y firmaron el
contrato. El diablo desapareció y el joven siguió su camino.
Al regresar, notó que el maíz estaba hecho de oro.
Al día siguiente el diablo vino por lo que era suyo por
derecho. El joven enojado dijo:
- Diablo estúpido, ¿acaso no sabes leer? - El diablo sacó
el contrato y vio “no te llevaré hoy, pero te llevaré mañana”.
Dándose cuenta del engaño, se fue maldiciendo.
N
cuentan que el “chueco” Anastasio fue a casa de su
novia la “tuerta” Cecilia a proponerle matrimonio. Ella acep-
ta, pero con la condición de que vaya al cementerio a hacerse
el muerto.
El “sordo” Alfredo, también interesado en la “tuerta” Ce-
cilia, va a pedirle matrimonio y ella también le acepta, pero
con la condición que vaya a velar un muerto al cemente-
rio. Él aceptó y llevó todo lo necesario: velas, coca, cigarros
y trago. Llegó donde estaba el muerto y prendió las velas,
rezó, se santiguó, coqueó (y tomaba trago para no asustar-
se).
[ 46 ]
48
El “senka25” Pancrasio también va a pedirle matrimonio a
la “tuerta” Cecilia. Ella le acepta pero con la condición: que
se vista de diablo y que vaya al cementerio a llevar un jinau26
y él acepta.
El sordo Alfredo ve llegar al diablo y grita:
- ¡Ay! ¡Hermanito, el diablo está aquí! - El jinau (chue-
co Anastasio), se levanta botando las sábanas y grita: “¡anta
che!” y sale corriendo. El sordo Alfredo se asusta de ver
al diablo y el jinau condenarse27, y sale huyendo. El diablo
(senka Pancracio) se asusta del condenau28 y huye por el otro
extremo del cementerio.
Con tremendo susto, los pretendientes renunciaron al matri-
monio con la “tuerta” Cecilia.
EL CHIQUILÍN Y EL REY
Narrador Oral:Gregorio Tarifa P
Recopilador: Yeison Brayan Tarifa Calizaya
Profesora: Roxana Tarifa
N
HabÍa una vez, tres hermanos que buscaban trabajo.
Primero, el más mayor, fue a buscar trabajo donde el rey. Éste
encontró trabajo: el rey lo mandó a cargar leña en una mula,
pero él no pudo realizar este trabajo. El rey se molestó y lo
mató: lo sacó la lonja y lo puso a secar.
Al ver que su hermano mayor no volvía, fue el otro her-
mano a buscar trabajo. También encontró trabajo donde el
25 Apodo
26 Expresión oral para “finado”: difunto
27 Levantarse de su tumba
28 Expresión oral para “condenado”: muerto que se levanta de la tumba
[ 47 ]
49
mismo rey: el rey mandó a este a yuntiar , pero tampoco
29
N
HabÍa una vez, un hombre que vivía en el campo solo
con su perrito. Su casa era la más alejada del lugar. Al caer
la noche, el hombre se fue a su cama y como siempre, dejó a
su perrito afuera. Cuando el hombre estaba por dormirse, el
perro empezó a ladrar sin parar y el hombre salió a ver, pero
no había nadie.
- Perro mentiroso – le decía
Los días pasaban y el perro seguía haciendo lo mismo…
Un día fue a visitar a una mujer mayor de su comunidad
y ésta le dijo que se pusiera las lagañas del perro en sus ojos.
Él le hizo caso y al amanecer del día siguiente, el hombre
quitó las lagañas al perro con agua y se las puso él. En la no-
che, al ladrar el perro, salió afuera y vio como unos hombres
vestidos de negro con caballos, venían hacia él. Corrió sin
parar pero fue en vano… lo alcanzaron y se lo llevaron.
N
existÍan dos hermanos Juan y Víctor. Ambos tenían
su familia e hijos. Juan tenía todo el dinero del mundo para
[ 50 ]
52
satisfacer sus necesidades, pero aún así era ambicioso y en-
vidioso
Envidiaba mucho a su hermano Víctor, aunque éste era
muy pero muy pobre y en muchas ocasiones no tenía para dar-
les de comer a su esposa e hijos.
Todas las noches salía a buscar culimas33 del campo. Ca-
minaba por caminos muy extraños donde no había señas de
que las personas transitaran por ahí.
Una noche, cuando ya era de madrugada, intentaba
arrancarlas pero éstas estaban muy duras. De pronto escu-
cha un ruido extraño, que se acercaba cada vez más y pudo
notar que era el ruido de un caballo trotando. Se acercaba
más y más. Lleno de pánico, Víctor no sabía qué hacer ni para
dónde correr. Se quedó ahí a esperar y enfrentar fuese lo que
fuese. De pronto vio acercase de entre los cerros, un caballo
blanco, enorme con algo que lo montaba. Mientras más se
acercaba, vio que era un hombre muy extraño, fuera de lo
normal. Vestía un poncho negro, un sombrero y llevaba un
chicote34 largo y muy grueso.
- ¿Qué haces aquí? - le dijo el extraño con voz de enojado.
- Buenas noches señor, es que yo soy muy pobre y salgo
a buscar algo para poder llevarles de comer a mis hijos y
esposa - contestó Víctor.
- Así que eres pobre, - dijo el extraño - Ven conmigo ten-
go trabajo en mi casa, debes voltear montes en tres días y
cuando termines te pagaré y te podrás ir.
Víctor aceptó y fue con el extraño. Llegaron a la casa.
Era enorme, como un palacio, pero muy extraño, con escul-
turas de serpientes gigantes, que te arrasaban el cuerpo con
solo mirarte. El extraño llevó a Víctor al monte y le dio un
hacha para que comenzara su trabajo.
33 raíces comestibles
34 cuero trenzado para arrear animales
[ 51 ]
53
Una vez terminada su obligación, fue a la casa del patrón:
- Ya terminé mi trabajo, - le dijo
- ¿Y volteaste todos los montes? - dijo el patrón
- Sí – respondió Víctor
- Entonces ve a ese cuarto y adentro verás que en un rin-
cón hay un murro35 de oro, y en el otro rincón otro murro de
carbón. Toma esta bolsa, ve y llénala de todo el carbón que
puedas llevar. Toma estos porotos, cuando llegues a tu casa,
los tiras en la pampa y en la mañana verás tu pampa llena
de ganado. Y no vuelvas a salir de noche, el día es para las
personas y la noche es para el diablo.
Víctor obedeció: entró en el cuarto y vio en una esquina
un morro de oro que brillaba cual rayo de sol, en la otra
esquina el carbón. Se acercó y llenó su bolsa de lo que más
pudo, se la hecho a la espalda y se fue. Mientras iba camino
a su casa, sentía que su bolsa le pesaba cada vez más. Con la
inquietud, la bajó de la espalda y la abrió para ver por qué
pesaba tanto: el carbón se estaba convirtiendo en oro. To-
davía había señas de carbón. Con una sonrisa cerró la bolsa
y continuó su camino, pero la bolsa pesaba cada vez más,
hasta que llegó a una parte que no daba más. Bajó la bolsa al
suelo y empezó a cavar un pozo. Vació la bolsa en el pozo, lo
tapó y continúo su camino a casa.
-Aylin ven conmigo, - le dijo Víctor
- ¿Qué pasa?¿dónde has estado? Pensé que algo malo te
había pasado.
- Esa noche que fui a buscar culimas, me apareció un
hombre muy extraño, me llevó a su casa y me pagó con car-
bón. Mientras venía por el camino, ¡el carbón se convirtió en
oro! Lo dejé enterrado porque pesaba demasiado. También
me dio estos porotos y dijo que los tirara en la pampa. - dijo
Víctor.
35 mucho
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54
- ¿¡Qué!? – respondió Aylin. No lo podía creer, creía que
Víctor estaba loco. Algo le había pasado en esos días que
despareció. Para que no la siguiera fastidiando, fue con él
al lugar donde estaba enterrado el carbón. Sacaron la bolsa
del pozo y el carbón ya estaba completamente convertido en
oro. Aylin miró a Víctor y sonrió con una sonrisa infinita.
Se sacó la chomba y la llenó de oro. La otra mitad la llevó
Víctor en la bolsa y fueron a su casa. Al llegar colocaron el
oro en cántaros36. Cuando ya estaba por atardecer, antes de
irse a la cama, Víctor tiró los porotos a la pampa y se fue a
dormir con mucho entusiasmo por saber lo que pasaría al
otro día.
Al día siguiente, muy temprano se levantó y vio la pampa
completamente cubierta de ganado de todo tipo. A Víctor no
le cabía la felicidad que sentía. Juan fue a visitarle un día y
sorprendido por todo lo que tenía su hermano y había hecho
aparecer de un día para el otro.
- Víctor, ¿cómo conseguiste todo este ganado y dinero?
Víctor no quiso decir nada y no lo hizo. Juan, con la tre-
menda envidia que lo dominaba, un fin de semana hizo chi-
cha37 y un gran almuerzo. Invitó a Víctor y le dio de beber
hasta hacerlo quedar fuera de sí. Juan nuevamente le pre-
guntó de dónde había sacado todo lo que tenía. Víctor, como
estaba ebrio, confesó todo. Al día siguiente, cuando ya era de
madrugada, Juan salió de su casa y fue al mismo lugar que
le había indicado Víctor. Hizo todo lo que hizo su hermano.
Estaba vestido con ropa vieja que tenía y le había ensucia-
do a propósito con tierra para parecer un verdadero pobre.
Estaba esperando que el hombre apareciera y sí… de pronto
escuchó un ruido extraño. Juan ya sabía que le esperaba, y lo
esperaba con ansias y con toda la mala intención que tenía.
36 ollas de barro
37 bebida alcohólica (comúnmente de maíz) de preparación casera
[ 53 ]
55
Vio que se acercaba un enorme caballo blanco montado por
un hombre que le dijo:
- ¿Qué haces aquí?
- Es que soy muy pobre y no tengo qué dar de comer a
mi familia. Y por eso salgo todas la noches a juntar culimas,
para poder darles de comer. - Dijo en voz baja a punto de
llorar. Pero claro, todo era actuación.
- Ven conmigo, tengo trabajo. Trabajarás tres días vol-
teando arboles y te pagaré.
Juan aceptó el trabajo con mucho gusto. Se fue con el ex-
traño, llegaron a la casa, un enorme palacio con esculturas
de serpientes en los pasillos. De inmediato le mandó a Juan a
trocear los montes. Pero no fue solo, le acompañó una perra
negra, para que lo vigilara. Pasaron dos días y Juan ya iba
terminando de trocear los montes.
- Un día más y ya termino, tendré mucho oro y ganado,
- dijo con voz de maldad y ambición.
Dejó todo allí y se fue a dormir a la casa del patrón. Al
día siguiente regresó y todos los montes troceados estaba
parados. Juan muy sorprendido y lleno de dudas volvió a
trocear los montes, no le quedaba de otra. Ese mismo día ter-
minó de trocear lo que ya había troceado antes, y un poco
más. Luego del atardecer, se fue a dormir. Al otro día volvió
al trabajo y los montes troceados estaban nuevamente para-
dos. Juan esta vez estaba muy asustado. No sabía qué hacer,
entonces la perra le dijo que antes de irse a dormir debía
dejar orinado, para que los montes no se parasen y dijo “mi
papá te va comer, sino terminas de trocear los montes ma-
ñana”. Juan hizo caso a lo que le dijo la perra negra. Resulta
que era la hija del diablo y así funcionó y no se levantaron
los montes. La perra había traicionado a su padre porque
la intención del diablo era comer a Juan porque sabía de su
mala intención, y que era envidioso y mala persona. Por eso
quería darle una lección…
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56
EL PASTOR Y LA VIRGEN
Narradora oral: Alejandra Tárraga Castillo
Recopiladora: Lurdes Aguilera Gutiérrez
Profesora: Claudia Quiñones
N
HabÍa una vez un pastor que tenía ovejas. Un día de
esos, se perdió una de sus ovejas y fue a buscarla, pero no
la encontró y se le hizo tarde. Mientras estaba caminando,
encontró una casa vieja con un horno, entonces, el pastor
entró dentro del horno para dormirse. Cuando despertó, vio
un hombre con asta acercándose y salió de un salto de donde
estaba y se fue rumbo a su casa.
Cuando estuvo muy lejos, otra vez vio al hombre per-
siguiéndole y el pastor se apuraba. De repente vio una luz
blanca de una casita, entonces el pastor llegó hasta ese lugar.
Salió una mujer llena de belleza y muy amable, que era la
virgen. Le dijo al pastor: “ese hombre que te persigue es el
diablo. Yo te daré este peine, espejo y esta agua bendita… la
tiras al piso para que no te persiga”. Y el pastor obedeció y
se fue… miró atrás y la casita desapareció.
Después de un rato, el pastor vio otra vez al hombre que
lo perseguía. El pastor agarró el peine y lo tiró al suelo…
y se convirtió en espinas. Gracias a esto el hombre no pudo
pasar porque se espinaba. El pastor seguía su camino y de
repente volvió a aparecer el hombre. El pastor agarró el es-
pejo y lo tiró al suelo…y éste se convirtió en muchos espejos.
El hombre se avergonzaba de ver su cara horrible, no sabía
dónde meterse. El pastor siguió su camino y de un rato vio
aparecer al hombre nuevamente. Agarró el agua bendita, la
roció por el suelo y se convirtió en un río inmenso. Gracias
a eso, el pastor pudo llegar a su casa.
[ 55 ]
57
EL MÁS ALLÁ
Narradora oral: Victoria Valdez Velasquez
Recopiladora: Sandra Celina Obando Valdez
Profesora: Elva Arenas
N
HabÍa una vez una pareja de esposos, Juan y María,
que vivían en el campo.
Ya se estaba acercando el día de los difuntos y María que-
ría hacer algo para esperar a las almitas pero Juan no quería
porque él no creía en las almas.
El día de Todos Santos María se levantó temprano y fue a
buscar leña y se puso a hacer chicha, pan y comida. Preparó
todo para esperar a las almas. Pero Juan, muy molesto, le
dijo a María que ella solo hizo eso para dar de comer a sus
machos… y se fue de la casa a caminar. Se hizo de noche y él
ya estaba cansado. Se echó para poder descansar y de pronto
escuchaba charlar a la gente. Cada vez se acercaban más y
decían “vamos a comer a mi casa y después vamos a la tuya”.
Juan se decía “carajo mierda ya vienen por ahí sus machos”. Él
esperó que la gente pasara y fue por atrás. Ellos llegaron a su
casa y empezaron a tomar la chicha y se invitaban entre ellos,
comieron todo lo que María puso en la mesa. Después, una
de las almitas dijo: ya terminamos todo aquí, ahora vamos
a mi casa. Todos se fueron y Juan muy molesto fue a ver a
María a su cuarto y le dijo: “¡carajo, mierda! ya nos has dado
de comer a tus machos y no me has dejado nada para que yo
coma”. Pero María estaba echada en su cama con sus hijos.
Después ella se levantó, fueron a ver la mesa y todo esta-
ba intacto como ella lo había dejado. En ese momento Juan
muy arrepentido le pidió perdón a María y desde ese día
empezó a creer en las almitas.
En el siguiente año, los dos prepararon todo para esperar
a las almitas.
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59
LA FLOR DE LIROLAY
Narradora oral: Juliana Villa Villa
Recopiladora: Delinda Martha Rodríguez Caihuara
Profesor: Nils Alarcón
N
se dice que una vez, en una de las comunidades de la
provincia de Méndez, existía una familia de muy pocos re-
cursos económicos: una madre que tenía tres hijos. Eran
huérfanos de padre, por lo que la madre los tuvo que criar
sola desde temprana edad. Uno de los tres hermanos, el me-
nor, por desgracia era discapacitado de una pierna (la pierna
derecha), que se había fracturado al caer por estar jugando
en un árbol. Los doctores dijeron que no había cura para su
hijo, pero la madre no tomó en cuenta lo que los doctores le
dijeron.
Siguieron sus vidas como si nada, sólo que el menor de
los hermanos, por la discapacidad de su pierna, caminaba un
poco chueco, pero no le impedía caminar. Era el hijo más
querido, el consentido. Sus dos hermanos mayores le guar-
daban un inmenso rencor: lo odiaban. Estaban muy cansa-
dos porque la madre le ponía toda la atención, debido a que
los mayores ya tenían la suficiente edad para madurar, bus-
car trabajo y así tener sus propias familias.
Un día, como todos los días de la semana, la madre baja
hacia el río en busca del líquido vitalicio (el agua). Ya con el
agua, tenía que saltar un charco y no pudo: cayó de espaldas
hacia el charco y se lastimó la espalda. Era una mujer de
avanzada edad y no se podía mover. Sus hijos se extrañaron
ante la ausencia de su madre y decidieron ir a buscarla, pero
no la encontraron. Mientras ella gritaba: “¡Auxilio, Auxi-
lio!”.
El menor de los hermanos la encontró, pero como ésta no
se podía mover no la pudo ayudar. Vio conveniente llamar
[ 58 ]
60
a sus hermanos, para que ayudaran a la madre. Después de
que sus hijos mayores la llevaron a la casa, pasó un buen rato
y los mayores decidieron ir en busca de un médico casero.
Lo encontraron y le pidieron que fuera a su casa para que cu-
rara a su madre, a lo que el médico casero respondió: “tengo
una agenda muy ocupada, pero tratándose del caso de una
conocida, haré lo posible por estar en su casa mañana”. El
hijo mayor al escucharlo le dijo: “bueno, sin más que decir,
nos retiramos y lo esperamos mañana. Hasta luego”. Y se
fueron a su casa.
Al día siguiente, mientras el médico se dirigía a la casa,
en el camino se encontró con el menor de los hermanos,
que también se dirigía hacia su casa y se fueron charlando.
Mientras caminaban el menor le contaba que era desprecia-
do por sus hermanos mayores, que no lo querían, por lo que
el médico le pidió paciencia, ya que pronto conocería la gloria
de Dios.
Ya habiendo llegado a la casa, el médico revisó a la madre
para verificar qué era lo que tenía, porque se veía muy mal.
Pasando un buen rato, salió y comunicó a sus hijos que ne-
cesitaría unas pócimas de plantas, para que su madre se pu-
siera bien. Los hijos muy curiosos le preguntaron qué tenían
que hacer. El médico les dijo que consiguieran una flor, que
no es común de encontrar, “la flor de Lirolay”… infaltable
para que hiciera una poción de hierbas. Tenían que buscarla
en los cerros, ya que era el único lugar donde podían conse-
guirla. En esos cerros altos había un viento frío y aterrador.
Después de lo dicho, el médico casero se fue y los tres
hermanos salieron decididos en busca de la flor. Salieron
el primer día: buscaron y buscaron, pero no encontraron.
El segundo día, lo mismo. Y así... Se cansaron de buscar la
maldita flor por lo que obligaron al menor a que la buscara
porque ellos ya no querían hacer nada.
El menor de los hermanos buscó y buscó. Por esta razón
estaba ya muy cansado, pero tenía esperanzas de que la en-
contraría. Por fin la encontró y con alegría fue a mostrar-
[ 59 ]
61
les a sus hermanos mayores, que estaban muy sorprendidos.
Muriéndose de envidia porque él era el de la suerte, el con-
sentido, el que más quería su madre, planearon matarlo. Con
ese plan entre manos, le preguntaron dónde había encon-
trado la flor y, pues, el inocente les mostró el camino. Acto
seguido, los hermanos tomaron coraje y lo mataron ahí… en
la arena que había en una parte de la misma quebrada.
Volvieron a casa con la flor los dos hermanos mayores.
La madre, extrañada, preguntó por el menor, a lo que le res-
pondieron que mientras buscaban la flor, se había perdido.
La madre se puso melancólica, no podía dejar de llorar. Para
que su madre ya no lloré más, sus hijos mayores le dijeron
que lo irían a buscar en la mañana. Se sintió un poco más
tranquila al escuchar eso de sus hijos mayores, pero tenía la
sensación de que algo le había ocurrido a su hijo menor.
Al día siguiente, llegó el médico casero y les pidió la flor
a sus hijos mayores. Se la dieron al médico para que haga
la mezcla de hierbas y tomara la madre. También preguntó
extrañado por el hijo menor y los mayores respondieron con
mucha molestia que a él no le importaba ese asunto y solo
tenía que curar a la madre. Después de curar a la madre, le
recomendó que se cuidara mucho y se marchó. Ya había pa-
sado un día y extrañaba muchísimo a su hijo. No paraba de
llorar, mientras reposaba en casa. Se hacía más daño porque
seguía llorando. Los hijos mayores se fueron de la casa, por-
que no podían más con la consciencia, mientras la madre se
quedó sola en casa y sin parar de llorar.
La madre salía a buscar a su hijo, pero no lo encontraba y
un día de esos murió en su casa de pura tristeza. Nunca supo
de su hijo y no sospechó que sus hijos mayores lo habían
matado. A los pocos días, un niño que pastoreaba sus ovejas,
justo donde había ocurrido el asesinato, se puso a jugar en la
arena. Salió una sombra negra, que era una calavera con una
capa negra, pronunciando que sus hermanos lo habían mata-
do por una flor de Lirolay, que iba en busca de sus hermanos
para que se arrepientan de lo que habían hecho.
[ 60 ]
62
Al oír eso de esa figura tan extraña, el niño huyó des-
pavorido. Después de un tiempo, los hermanos mayores re-
gresaron donde había muerto su madre para llevársela y la
enterraron en el mismo lugar donde habían enterrado a su
hermano. Se encontraron con la misma extraña figura que
les repetía la misma frase. Los hermanos despavoridos y
muy asustados huyeron.
Desde esa vez, la extraña figura los perseguía y no los
dejaba dormir por la noche: estaban traumados. Decidieron
irse a vivir a otro lado. Sin embargo, por más lejos que se
iban, la extraña figura les perseguía torturándolos durante
años. Los hermanos no pudieron más y se quitaron la vida.
CARRETERA FANTASMA
Narrador Oral: Celestino Mejía
Recopilador: Benjamín Mejía Rivera
Profesora: Marcelina Castillo
N
se cuenta que hay una carretera donde ocurren unos su-
cesos un tanto extraños. Lo más impactante es que, en los
últimos meses, más de diez personas han muerto allí. No se
sabe bien por qué. Nadie se había percatado de esta circuns-
tancia, no le había dado importancia hasta que el testimonio
del señor Martín Ruiz. Este hombre narra un suceso impor-
tante que causó impacto ya que ha hecho que se investiguen
los sucesos.
El señor Ruiz vive en un chalet situado en la carretera.
Una noche conducía a casa de regreso del trabajo. Iba con
mucha preocupación porque en el ambiente reinaba un am-
biente espeso y muy poco apropiado de aquella zona. Nunca
había visto una niebla tan densa, nunca. De repente, tuvo
[ 61 ]
63
que dar una curva, dio un frenazo brusco y se encontró ante
un cruce en la carretera. Pero un cruce que no había visto
nunca. Él llevaba 10 años viviendo allí, pasando dos o tres
veces al día, y nunca había visto ese cruce.
Reanudó el trayecto con una sensación de extrañeza
enorme. Dudaba si realmente había visto un cruce o sólo era
una señalización. Podía haber sido un efecto de la luna en la
niebla, pero estaba seguro de haberlo visto. Al día siguiente
regresó por el mismo camino en dirección al trabajo y al pa-
sar por el mismo punto un escalofrío recorrió su cuerpo. No
había ningún cruce en aquel lugar solo un terraplén de 4 me-
tros de altura. En ese momento, se dio cuenta que si hubiera
cogido ese camino se hubiese caído y se habría despeñado.
Gracias a que conocía el camino no lo cogió.
El suceso le había dejado muy confundido. Lo comentó
con sus amigos, al llegar al trabajo todos se rieron, salvo
uno que palideció al instante porque conocía esa historia. De
un camino que aparecía súbitamente en la noche de niebla,
pero nunca la creyó, ahora todo parecía aclararse…
N
HabÍa una vez dos hermanos: el uno era rico y el otro era
pobre. El hermano ricacho ya no quería dar de comer a su
hermano pobre ni le quería hacer caso. El hombre pobre se
fue a rodar el mundo, dejando a sus hijos y a su mujer. Él esta-
ba yendo por un camino y escuchó un ruido que se acercaba.
[ 62 ]
64
El ruido se escuchaba detrás suyo. Él no tenía miedo y miró
hacia atrás. Resulta que era la C’oquena quien le preguntó al
hombre:
- ¿Dónde estás yendo?
- Me voy a rodar el mundo - le contestó el hombre.
Entonces la C’oquena le dijo que le ayudara a ajustar las
cargas. Él fue y vio que la soga era de cuero de víboras. Des-
pués llegaron a casa de la C’oquena y él le ayudó a bajar las
cargas y acomodarlas. Ella le dijo que descanse porque era
muy de noche y en la mañanita lo iba a despachar.
Amaneció y la C’oquena le dio una cajita encargándole
que no mire y que no le cuente lo sucedido a su familia ni a
nadie.
Llegó tarde a su casa y puso la cajita en la esquina, como
le había dicho la C’oquena. Al día siguiente se levantó a ver…
y era plata pura. Se alegró y tomó un poco para comprarse
lo que él quería. Sacaba más y más… y más plata tenía.
El hombre pobre se hizo rico y el otro hermano rico, que
era codicioso, le tenía envidia. Él también decidió a ir a bus-
car a la C’oquena para que le diera plata como a su herma-
no… la C’oquena le dijo: “tú eres rico”. Él se enojó y quiso
pelear con la C’oquena. Ella se enojó y lo mató, lo cargó a sus
mulas y se lo llevó para comérselo.
EL HOMBRE TONTITO
Narradora Oral: Natalia Estrada Velasquez
Recopiladora: Carolina Gareca Rueda
Profesora: Eleanne Flores
N
HabÍa una vez un hombre muy tonto que había llegado
a un pueblo. La gente de ahí no lo aceptaba. En el pueblo
[ 63 ]
65
había muchas fiestas y a todos los lugares que iba: no lo
aceptaban.
En la orilla del pueblo había un matrimonio. El tontito
les dijo si le pueden hacer pasar a su casa. El matrimonio
aceptó y lo hizo pasar. El matrimonio tenía un hijo y una
vaca. El matrimonio ya había preparado todo de comer y le
invitaron todo al tontito. Le dijeron que no tenían carne. El
tontito le dijo que vayan y saquen la pierna de la vaca. Ellos
fueron y le hicieron caso.
Al otro día, el tontito les dijo que se vayan a un monte
que había cerca, y les dijo: “no miren al pueblo”. Así hicieron.
Al llegar el matrimonio arriba, empezaron a oír muchos rui-
dos. La mujer por curiosa se volteó, pero el hombre siguió
sin mirar atrás. La mujer observó que el pueblo se estaba
quemando, y después de eso, la mujer quedó atrapada en una
piedra para siempre, por no obedecer a Jesús.
LA BRUJA
Narradora Oral: Elucinda Acosta
Recopiladora: Daily Shineth Velásquez Vides
Profesora: Cintia Yohana Cardozo Guerrero
N
este es uno de los muchos cuentos que nos contaban los
antiguos para pasar nuestras noches en vela y así comienza…
Había una vez una señora que vivía en el campo con sus
tres hijos en una pequeña chocita. Esta familia era muy, muy
pobre. Algunos días no tenían ni que comer. El hijo menor
tenía virtudes de curandero, podía ver algunas cosas antes
que pasen.
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66
Al ver esta triste situación que vivían y, siendo los mu-
chachos ya jóvenes, decidieron irse a trabajar. Le dijeron a
su mamá que se irían a recorrer el mundo. La madre, por su
parte, les aconsejó que no se fiaran de la gente extraña. Puso
sus sombreros limpios acabaus en las cabezas de sus hijos; les
dio sus avíos que preparó con apenas motecitos y un pedazo
de charque, los despidió con un beso y les deseó suerte. Los
changos agarraron sus bolsas y se fueron sin rumbo.
Un buen día, de tanto caminar y caminar, se hizo de no-
che. Buscando donde dormir llegaron a una casa, llamaron a
la puerta pero nadie salía. Después de tanta insistencia, salió
una señora que era muy amable. Le contaron su situación,
por lo que ella se conmovió y los hizo pasar. Les dio de co-
mer, luego les dijo: “deben estar cansados, les daré lugarcito
junto a mis hijas. Que tengan buena noche”.
Esta señora, resulta que tenía tres hijas: eran lindas mo-
zas. Así fue que cada chango durmió junto a una de las hi-
jas, se sacaron sus sombreros y ojotas y se acostaron. El
más chiqui38 les dice a sus hermanos: “no se van a dormir,
no conocemos a estas personas, además que tengo un mal
presentimiento”. Ya a medianoche, la mayor de las hermanas
se levantó y les puso sus sombreros aujerudos a los changos
y se fue a acostar. El menor de los hermanos que no dormía,
vio lo que hizo, se levantó y fue a cambiar los sombreros. Se
los puso a las hijas de la señora y se volvió a la cama pero
sin dormirse.
Pasaron algunas unas horas de lo sucedido y apareció la
señora en el cuarto, pero ahora se veía fiera con lunares y
verrugas grandes. En las manos llevaba un hacha que arras-
traba. Ya frente a las camas, donde dormían los hermanos
alza el hacha y le mete un hachazo a los que tenían los som-
breros agujereados, les separa la cabeza y se va a dormir.
38 pequeño
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67
Al aclarar el día, el hermano menor despierta a sus her-
manos y les dice: “vámonos de aquí antes que despierte la
bruja”. Salen sin hacer ruido y se pierden por el campo.
En la mañanita la bruja despierta feliz y les dice a sus
hijas: “levanten hijas, hijitas, tenemos carne humana de co-
mer”. Las hijas no se levantaban, ni contestaban, entonces la
bruja ya molesta, va a ver porque no venían las hijas y cuan-
do destapa la cama las ve muertas con la cabeza separada.
Llena de rabia sale la vieja bruja en busca de los muchachos
agarrando una caja de fósforos, un costal y un machete. La
vieja iba gritando: “¡cajita pumpum, cae joven al costal!¡cajita
pumpum, cae joven al costal! ¡cajita pumpum, cae joven al
costal!”
El hermano menor siente la presencia de la bruja y les
advierte a los hermanos que no miraran para atrás aunque
pase lo que pase. La bruja ya estaba cerca y seguía yendo de-
trás de los jóvenes y gritando: “¡cajita pumpum, cae joven al
costal…!” Antes de dar la vuelta al cerro uno de los changos
mira para atrás y cae llenito al costal. Viendo esto el herma-
no menor le dice a su otro hermano: “daremos la vuelta al
cerro y vamos a salir allá detrás de la bruja”. Entonces van
rapidito sin que la bruja se de cuenta. Han dado la vuelta el
cerro y salen detrás de la bruja y los hermanos empiezan a
decir: “¡cajita pum pum, cae vieja al costal! ¡cajita pum pum,
cae vieja al costal…!” y la vieja sin darse cuenta mira para
atrás y cae llenita al costal, quedando atrapada. Liberan a su
hermano y amarran fuerte el costal en el que estaba la bruja,
lo prenden fuego completo hasta que muere la bruja.
Así los hermanos logran salvarse. Se quedan con la casa
de la bruja y sus valiosas posesiones. Van a buscar a su mamá
para llevarla con ellos y viven tranquilos y felices trabajan-
do la tierra y sin volver a sufrir de hambre.
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68
LA BRUJA Y SU CAJA MÁGICA
Narrador oral: Clemente Cardozo
Recopilador: Edilberto Cardozo Tarifa
Profesora: Janeth Gutiérrez
N
Hace muchísimos años en los valles, existía una bruja
malvada que tenía dos hijas hermosas. Su casa era cerca del
camino y los muchachos del pueblo se quedaban en la casa
de la bruja para echarles un ojo a las hijas. La bruja, acos-
tumbraba asesinar a quienes se quedaran en su casa, para
preparar mondonguitos.
La gente, al saber lo que la bruja hacía, mandaron a dos
muchachos desconocidos que llegaron, a quedarse donde la
bruja. Se decía que ella les ponía una estrella en la frente
para señalar a su víctima. Una vez llegada la noche y apa-
gadas las luces, la bruja les dio las buenas noches, pero ellos
recordaron lo que había dicho la gente y simularon estar
dormidos. La bruja vino a poner las estrellas. Mientras iba
a traer el hacha, los muchachos cambiaron las estrellas a las
frentes de las hijas de la bruja. Cuando ella volvió dio los
hachazos a las víctimas con la estrella en la frente…
Los muchachos sabiendo lo que pasó, ya de madrugada,
se fueron. Para cuando había amanecido, la bruja se levantó
y gritó:
- ¡Hijitas! Levántense a hacer los mondonguitos - Así gritó
dos o tres veces, pero las muchachas no se levantaban. La
bruja fue al cuarto donde dormían las hijas, y para su sor-
presa, encontró solo a las dos muchachas muertas. Como
la bruja tenía “su arte”, levantó un costal y sacó una caja y
dijo: “ahora van a ver”… Se fue detrás de los jóvenes. Ellos
escucharon los gritos enfurecidos de la bruja y se fueron co-
rriendo hacia la montaña.
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69
Ya los jóvenes estaban cansados y la bruja ya casi los al-
canzaba. Uno de ellos se había escondido cerca… cuando la
bruja estaba pasando dijo “¡cajita tintin, cae niño al costal!”. El
joven miró hacia abajo y cayó al costal. Pero la rabia de la
bruja era tan fuerte que siguió yendo detrás del otro. Él se
había escondido en un árbol. Cuando la bruja lo descubrió
volvió a decir: “¡cajita tintin, cae niño al costal!”. Pero el joven
no miraba hacia abajo y no caía. La enfurecida mujer subió
al árbol dejando todo en el suelo. El muchacho ágilmente
bajó por los gajos del árbol y sacó al otro joven del costal.
Mientras uno agarró el costal, el otro tomó la caja y dijeron:
“¡cajita tintin, cae vieja bruja al costal!”. La bruja miró hacia
abajo y cayó. La amarraron bien en el costal, juntaron leña
y la quemaron.
N
cierta noche, dos amigos que viajaban a tierras le-
janas, decidieron quedarse a dormir al lado del camino. La
noche estaba fría. El amigo que deseaba llegar no tan pronto
a su destino, decidió hacer su cama a un lado del camino.
El otro preparó la cama en todo el medio del camino. En la
noche, se escuchaban muchos ruidos extraños: masticaban
chanchos, gritos en el camino y otros ruidos. Él no sabía
qué pasaba y por no ser, o parecer, curioso, decidió dormirse.
Al otro día, fue donde se encontraba el amigo, y vio que
todavía el amigo no se levantaba. Lo habló, pero no le con-
testaba. Fue a doblar su cama y cuando volvió, el amigo se-
[ 68 ]
70
guía echado. Levantó las mantas, y solo vio un montón de
huesos. Él se fue escapando, pero vio que la cabeza del hom-
bre lo seguía diciendo: “¡no te vayas! ¡ no te vayas!”. La cala-
vera se le acercaba más y él corría todo lo que podía, pero se
le acercaba mucho. Al pasar una pequeña zanja, la calavera
cayó y el hombre se salvó.
Desde esa vez no se supo más del hombre. Por eso se dice
que nunca se debe dormir en medio del camino: porque el
diablo viene y se come a la persona.
N
Se cuenta que unos ángeles descendieron del cielo a un
pequeño lugar de San Lorenzo. Cuando estuvieron en el lu-
gar, se sacaron sus alas y sus aureolas para que la gente no
se diera cuenta que eran ángeles. Las dejaron encima de una
piedra, dentro de una cueva, y se fueron a recorrer el pueblo.
Cerca de ese lugar, donde los ángeles habían escondido
sus pertenencias, vivía una familia muy pobre: una madre
con varios hijos. Estos niños salieron a caminar y estaban
con mucha hambre. De repente empiezan a oler algo y se
dirigen a la cueva. Allí se encontraron con las alas y las
aureolas de los ángeles. Uno de los niños agarró y lo probó,
comprobando que era muy rico y dulce. Los niños corren a
avisar a su madre y le dicen: “¡Mamá, mamá! Encontramos
mucha comida en una cueva”. La madre coge una canasta
y se dirigen a la cueva. Recogen todo en su canasta y se lo
llevan para comer.
Llegaron los ángeles a la cueva a recoger sus pertenen-
cias para volver al cielo… pero no encontraron nada. Se pu-
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71
sieron a llorar, y uno de los niños los vio. Volvió corriendo a
su casa a decirle a su madre que vio a unos hombres blancos,
chocos y muy altos, llorando en la cueva porque no encon-
traban sus pertenencias.
La madre, para remendar el daño, comenzó a hacer masa
y fue formando con la masa, unas alas. Por encima les puso
blanqueo. Lo mismo hizo con las aureolas, les dio forma y
puso blanqueo por encima.
A lo que iba preparando, salía un olor agradable y la gen-
te se acercaba para comprarle. Hizo para vender y luego se
dirigió a la cueva a dejar lo que hizo para que los ángeles
pudieran volver al cielo.
Pero cuando los ángeles vieron, lo agarraron y lo proba-
ron: eran muy ricos y dulces. Les gustó y decidieron quedar-
se en el pueblo de San Lorenzo.
Pasó el tiempo y los ángeles se enamoraron y formaron
sus familias en San Lorenzo, y la madre de los niños enseñó
y dio la receta de cómo hacer los rosquetes y las empanadas
blanqueadas.
Por eso se dice que en el pueblo de San Lorenzo, hay
algunas personas blancas, chocas y altas… porque sus an-
cestros fueron ángeles.
72
[ 71 ]
73
III. LEYENDAS
EL ALMA PERDIDA
Narradora Oral: Felicidad Aguilera López
Recopiladora: Ilsen Dayana Ortega Mercado
Profesora: Roxana Tarifa
N
una vez, hace muchos años, en Tarija Cancha había una
señora que tenía mucha plata blanca. Poco antes de morir
había enterrado la plata: un poco en una olla en la puerta de
su casa, lo demás lo enterró en un virqui39 en la puerta del
corral, donde hacían la Pachamama 40. Al oscurecer, llegaba
la hora de que de la puerta del cementerio de San Lorenzo,
salía un viento en el medio, el silbido y la voz de una mujer
que iba hasta la puerta de la casa en donde vivía y otra vez
volvía al cementerio. Las personas que vivían ahí se asusta-
ban y se escondían ya que sabían la hora que iba a pasar ese
viento.
Al padre de la Iglesia de San Lorenzo, ya le había dado
miedo. Decidió hablar con los hijos de la señora para decir-
les que uno de ellos tenía que hablarle al alma de su mamá,
porque ella se ha había ido debiendo algo o dejando algo
pendiente. Después de haberles dicho eso, fue un hijo de la
señora a confesarse donde el padre. El padre le puso santos
oleos, reliquias, le había bendecido y le dijo: “vas a ir a la en-
trada de la casa, te vas a acostar en la tierra de costado vas
a esperar a que ella llegue después le vas a hablar”. Él decía
que iba a hablarle a su mamá, para que ella le avise donde
39 Recipiente de greda
40 Madre Tierra
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74
EL BEBÉ EN LA QUEBRADA
Narradora Oral: Asunta Gutiérrez
Recopiladora: Yesica Natali Chavez Gutiérrez
Profesora: Edith Miranda
N
una vez, cuando yo era chica, mi papá nos ha manda-
do a cuidar a los animales al campo. Siempre que íbamos a
cuidar a los animales, llevábamos ropa para lavar y de paso
íbamos a bañarnos. Una vez que hemos llevado los animales,
les hemos echado por ahí arriba y nos hemos puesto a lavar
ropa. Por primera vez, mi cuñada ha ido con nosotras, y ella
tenía su bebé chiquito. Hemos terminado de jabonar la ropa
y todavía faltaba enjuagar. Mi hermana se ha puesto a lavar
la cabeza ahí en el agua. Mi cuñada estaba con su bebé, ahí
lavando ropa… cuando de pronto sentimos que un bebé llo-
raba y lloraba. Entonces nosotros decíamos “¿qué bebé es
que llora?” y mi hermana pensaba que era el otro hermano
mas chiquito que nos ha seguido dice:
- Debe ser el Elías, que nos ha seguido y no nos hemos
dado cuenta.
Yo he subido de una sola carrera ahí arribita a ver si era él.
Lloraba y lloraba, y subo ahí arribita... y resulta que no era
él. Era de ande nosotros que lloraba el bebé. En la quebrada…
y nosotros nos hemos empezau a asustar, a tener miedo, qué
bebé era que lloraba y nos hemos desesperau... y no sabíamos
qué hacer. Le veíamos el bebé de mi cuñada: él estaba dur-
miendo (era bebé de un mes)… estaba durmiendo.
No sabíamos qué hacer y todavía faltaba enjuagar la ropa.
[ 74 ]
76
Cuando de pronto… el bebé era una cosa que se acercaba más
y más ande nosotros. El miedo era más que nosotras, no sa-
bíamos qué hacer. Hemos empezau a salir de la quebrada,
les digo: “¡vamos!”. Hemos saliu de la quebrada corriendo.
Hemos dejau toda la ropa ahí en la quebrada, porque faltaba
enjuagar, y mi cuñada ha agarrau a su bebé a las marcas41, y
hemos salido a carrera. Ya el bebé que lloraba, era fuerte y
ahisito sentíamos… era como si fuera al lado de nosotros que
lloraba el bebé y no veíamos nada. Así que se hemos asustado
feo. Hemos saliu ahí arriba, al bordito y ahí se hemos senta-
do todos asustados.
Ahí estábamos con los animales, y nadie quería bajar a la
quebrada. De pronto, el bebé seguía llorando y seguía llo-
rando ahí… y después ya se ha ido alejando. Ya se sentía
como más lejos, más lejos... como que se iba ese ruido quebrada
arriba. Se ha empezau a callar, pero ha durau como quince
minutos poray42. Recién se ha empezau a alejar, así más lejos
y se ha ido. Después que ha pasau todo eso, recién nosotros
de nuevo hemos hecho coraje de bajar a enjuagar la ropa. Así
con miedo hemos enjuagau y hemos sacau a tender la ropa.
Ya tarde se hemos ido a la casa y le hemos contau a mi papá.
Mi papá según decía… porque el bebé de mi cuñada no era bau-
tizado que poray el duende se ha queriu apegar a él. Nosotros
allí jamás nos habíamos asustau... y así que, de esa vez, no
hemos vuelto nunca más.
41 Rapidamente
42 Por ahí, aproximadamente
[ 75 ]
77
LA ALMITA DE LA CUESTA DE SAMA
Narrador oral: Celso Barrios Jaramillo
Recopiladora: Daniela Fernanda Barrios Zenteno
Profesor: Carlos Cruz
N
cuenta esta historia sobre un camionero que llevaba
carga a la ciudad de Potosí. En una noche fría, de vuelta a
Tarija, dicen que en la cumbre de Sama, él volvía solo sin
ayudantes. En una curva apareció una señorita que le hacía
señas para que le lleve hasta Tarija. Don Juan se detuvo y
le dijo que subiera, y la llevó. En el camino, él le prestó su
campera (por el frio que hacía) y le conversaba. Ella decía
llamarse Sandra y él le decía “qué hace sola en este lugar”. Ella
le contestó que estaba yendo de vuelta a su casa para visitar
a su madre.
Llegando a Tomatitas, ella le dijo que se quedaba y que la
esperara. Como ella no tenía plata, iba pedirle a su madre…
y que le espere un ratito. Se bajó y entró a su casa.
Al ver que ella no salía, Don Juan toca la puerta y de
pronto sale una señora mayor y éste le pregunta por Sandra.
Grande fue la sorpresa, cuando la señora respondió: “era mi
hija… pero murió hace 3 años atrás en la cuesta de Sama”.
Don Juan comentó todo lo ocurrido a su madre y le explicó
que le trajo hasta aquí y que se entró a su casa. Don Juan
solo quería que Sandra le devuelva su campera. Luego Don
Juan se marchó a su casa y comentó a su esposa.
En otro viaje, yendo a Potosí, Don Juan paró donde ha-
bía levantado a Sandra, y verificó que había una cruz donde
decía “Sandra Ruiz”. Al regreso de Potosí a Tarija, él decidió
volver a preguntar dónde estaba Sandra enterrada. Así Don
Juan visitó el lugar del nicho, donde sorprendido encontró
su campera.
[ 76 ]
78
Don Juan, al pasar el tiempo, comenzó a hablar de la al-
mita y un día se volvió loco… Al pasar los meses, apareció
muerto.
43
LA CASA MOCHA
Narradora oral: María Ordóñez Jaramillo
Recopiladora: María de los Ángeles Barón Villa
Profesor: Limberg Velásquez
N
cierto día de febrero, en épocas de carnaval, donde las
mozas más airosas y sus churos44 chapacos salían a disfrutar
de una rica chicha45 y un buen baile, un grupo de amigos
llegaron a casa de Doña Guadalupe Jaramillo. Entre risas y
coplas se fue pasando la tarde.
43 Sin techo
44 De bien, bueno, agradable
45 Bebida alcohólica de producción casera
46 De charol
47 Bajaba al horizonte
79
[ 78 ]
80
la oración debía volver. Ahicito48 de llegar a su casa, se dio
cuenta que le faltaba una oveja. A tuita49 carrera cuesta arri-
ba fue a traer a su ovejita. Dio vueltas y vueltas y de pron-
to a lo lejos, dentro de la casa mocha, la escuchó balar. Al
llegar, grande fue su sorpresa al ver como el duende hacía
bailar a sus muñecas sosteniéndolas de las manos. Cuenta
que ella ahí escondida, divisó a la oveja perdida a un lado
y rápidamente la levantó con sus brazos. De pronto escu-
chó como este pequeño hombre de sombrero grande y nariz
puntiaguda le preguntaba: “¿María… con cuál mano quieres
que te pegue?¿ con la de plomo o con la de lana?”. Del susto,
María presionó con tal fuerza a la oveja, que ésta comenzó
a balar. Su padre y su hermano, al ver que María no volvía,
fueron en busca de ella y de pronto escucharon a la oveja ba-
lar. Asustados corrieron hasta donde estaba María. Al llegar
donde ella, las muñecas se desvanecieron y el pequeño hombre
desapareció.
LA HISTORIA DE PEDRO
Narradora oral: Gabriela Peñas
Recopiladora: Florentina Peñas Añagua
Profesora: Heidy Perales
N
en una cierta época, un hombre llamado Pedro, de vein-
tiocho años de edad, vivía en Villa Charcas. Decidió ir a
trabajar a la Argentina, dejando a su esposa Rosa y a sus
tres hijos que eran María, Rosaura, Ana y José. Eran de tres,
cinco y siete años de edad.
48 Cerca
49 Toda
[ 79 ]
81
Las palabras de Pedro a su esposa fueron:
- Cuida mucho a nuestros hijos. Yo regresaré pronto y
traeré mucho dinero. No quisiera irme, pero tú sabes que
donde iré hay mucho trabajo. Los quiero, se cuidan y volveré
pronto.
Después de un año Pedro iba de regreso y feliz de volver
a ver a su familia. El iba caminando a su comunidad por los
cerros y de pronto vio a una mujer que estaba a lo lejos. Ca-
minó más rápido para alcanzarla y se dio cuenta que era su
esposa Rosa y él le preguntó:
- ¿Qué haces en este lugar?
- Yo me estoy yendo y no volveré nunca más. Ve rápido a
casa dejé a nuestros hijos sin comer. Cuando llegues cuídalos
y dales de comer – respondió ella.
Pedro llorando le pide que no se vaya, que no lo abando-
ne, por favor. Ella se fue por la dirección contraria y Pedro
triste siguió su camino. Llegó a un cerro desde donde se veía
su comunidad. Él miraba en dirección a su casa y vio que ha-
bía muchas personas. Se puso a pensar qué estaría ocurriendo.
Se apresuró y cuando ya estaba cerca de su casa, encontró
a una vecina y le preguntó qué hacía tanta gente en su casa.
Ella un poco apenada, le dijo que su esposa había fallecido.
ALMA PERTURBADORA
Narradora oral: Severa Porco Mamani
Recopilador: José Vasquez Porco
Profesora: Edith Sánchez
N
cuando mi abuelita vivía en la localidad de Erquiz
Oropeza, cada mañana ella iba a trabajar muy temprano,
como a las tres de la mañana, porque debía bajar a pie hasta
[ 80 ]
82
la carretera principal. Cada vez que salía de su casa, siempre
le aparecía un señor de negro que estaba sentado en la orilla
del camino. Ella se asustaba mucho. Cuando salía de su casa,
tenía miedo porque notaba algo raro en ese señor disfrazado
de negro. Él tenía algo que cubría su rostro. Ella pensaba
que era un ladrón, que le iba a hacer algo y, por ese motivo,
no se atrevía a ir a su trabajo.
Un día le contó a mi abuelito que le aparecía cada maña-
na un señor disfrazado de negro. Salieron con mi abuelito
a ver, pero no había nada en la orilla del camino. Otro día
mi abuelita se atrevió a hablarle y, cuando iba a hacerlo, ese
señor desapareció de la nada. Cuando mi abuelita vio eso,
ella se asustó demasiado y rápidamente se fue corriendo a
su trabajo. Cuando llegó a su trabajo, estaba más tranquila,
pero al terminar su jornada y cuando ya iba a su casa, vio a
ese mismo señor sentado en una plaza. Ella se fue corriendo
porque ya no quería ver más a ese hombre.
Cuando llegó a su casa se puso a pensar: “si ese hombre
fuera una persona normal, no estaría siguiéndome… pero
si es un alma, eso sería aterrador… Si de veras es un alma
vino por algo”. Así que pensó que debería armarse de coraje
y preguntarle. Ella era amable, se llevaba bien con las per-
sonas que conocía.
Un día salió a enfrentar al alma y le preguntó: “¿qué te
hice yo a ti?”. El alma hizo una señal y esa señal era el fa-
llecimiento de esa persona. Mi abuelita se asustó al ver que
hizo esa señal de muerte. Mi abuelita escribió en la tierra:
“yo no te maté. Esa persona fue mi amiga que quería ven-
ganza”. De repente, el alma se fue y mi abuelita al fin pudo
estar tranquila. Esa historia le pasó hace 25 años atrás.
[ 81 ]
83
EL CAMIONERO Y MARÍA
Narradora Oral: Victoria Cavero
Recopiladora: Vanessa Varinia Guzmán
Profesora: Eleanne Flores
N
dicen que había un camionero que pasaba siempre por
Tomatitas. Una vez, el camionero vio a una chica que le al-
zaba la mano. El camionero le alzó en el camión y le prestó
su campera. Mientras charlaban, el camionero le preguntó
su nombre. Ella le respondió: “me llamo María”.
El camionero le llevó a su casa y se olvidó pedirle su
campera. Al otro día, fue a su casa y le salió a atender una
señora. El camionero le dijo: “aquí dejé una joven llamada
María y me olvidé pedirle mi campera”. La señora asustada
le dijo: “María murió, si no me cree vamos a su tumba” y su
campera estaba en la tumba de María. El camionero, desde
esa vez, se quería volver loco.
N
Hace unos años atrás, se cuenta que en el cementerio de
San Lorenzo, una noche como cualquier noche de aquellas,
el sereno o cuidador tuvo que quedarse a dormir allí. Hubo
un comentario en el pueblo: estaban robando los cuerpos del
cementerio y los vecinos que vivían alrededor argumenta-
ban que escuchaban muchos ruidos por las noches.
[ 82 ]
84
Así es que el cuidador decide quedarse a dormir, y así
averiguar lo que estaba pasando. Transcurría la noche de
luna llena, no podía conciliar el sueño: escuchaba hablar a
personas en el cementerio, como si fuera de día. Sale a ver y
observa a muchos niños y personas adultas paseándose por
las diferentes calles del cementerio: algunos comentaban,
otros reían, otros lloraban y los niños jugaban. A lo lejos ve
que en algunas tumbas habían velas prendidas. Viendo todo
esto, el cuidador se asusta y sale corriendo dejándolo todo.
Al otro día comenta con los pobladores sobre lo sucedi-
do y muchos no le creyeron. Aún así, los pobladores acuden
dudando al cementerio, para verificar la narración del cuida-
dor. Se quedan asombrados al verificar que en las calles que
eran de tierra, se podía observar huellas de adultos, de niños
descalzos y en algunos lugares como si bebés hubieran gateado.
N
”aManeció muy hermoso y fresco esa mañana. Con
pocas nubes en el cielo se veían lindas las puyaspuyas 50flore-
ciditas. Fui a ver la chacra, estaba todo rocío. Pude sacar unos
cuantos choclos, bajar unas cuantas peras y duraznos. Lle-
gué a la casa a hacer mi avío con lo que recogí y mi quesito
de chiva… pa’ mi marido y pa’ mí. Después él se fue a cortar
la chacra y yo dejé acomodando todo en mi casa, k’arando51 los
50 Flores
51 Dando de comer
[ 83 ]
85
cu’chis , cha’wando(ordeñar) las chivas y comencé a sacar
52
52 chanchos
53 Fiesta
54 hecho
55 Te he mandado
56 Andas pensando en fiestas solamente
57 Me he salido
58 Faldita, falda
59 lado
[ 84 ]
86
y en eso me encuentro con mi comadre la Reinalda. Ella me
podía ayudar, le conté lo que me ha pasau y ella me ha dicho:
- Mire Cuma, mi marido era igual que el compadre, pero
lei dicho a mi suegra y ella la dau una güena latiguiada.
- El cumpa no cree nada…
- No le haga caso… yo se lo voy a llevar el maíz al moli-
no. De mañanita voy a bajar pa’ San Lorenzo, usted llévelo
más tarde, cuando él no esté en la casa.
-Yo buscaré la jorma de llevar el maíz, ¡muchas gracias!
Hasta lueguito, iré pasando.
Seguía jarreando mis animales, pensando cómo iba hacer
llegar el maíz a su casa de mi Cuma. Cuando he llegau a la
casa, no estaba el Néstor. Rapidito cerré los animales, pesé
el maíz y me fui ande mi Cuma. Le deje el maíz, la plata y me
volví rapidito… y con suerte llego a la casa y no había toda-
vía mi marido. Me he puesto a hacer de cena una rica sopa de
trigo. Mientras, lavaba los platos en la batea de palo… y se
me acabó el agua. Corriendo fui a traer agua en los galones,
de la quebrada. Ya se acercaba la noche y él no llegaba, ya os-
curito ha llegau cansau de k’orar60, le serviu su plato para que
cene y me jui a descansar. Al otro día me levante de mañani-
ta a hacerme de comer un guiso de trigo con panza de vaca,
mote con queso y ok’as61 hervidas. Me puesto mi avío y mei
ido al corral a amamantar los chitos62 y cha’war63 las vacas pa’
dejar la leche. Echando la panchera 64 para que se haga queso
y de nuevo me jui con mi hacienda y así pasó la semana.
Me jui a traer la harina di ande65 mi Cuma. Un día domin-
go desperté y le dije al Néstor que vaya a cuidar los anima-
60 desmalezar
61 Variedad de tuberculo, pequeña
62 Bebé de cabra
63 ordeñar
64 Cuajo casero, usado para cortar leche
65 De donde
[ 85 ]
87
les, que yo iba hacer pancito pa’ comer, él me ha jecho caso y
se fue al campo.
Ya se acercaba Todos Santos. Me puesto a hacer pan, tor-
tas, escaleras y muyapos66 para hacer la chicha. Él solo sabía
que yo iba hacer pan… Escondí los muyapos y las tortas. Al
otro día el Néstor se fue a trabajar y yo me fui a cuidar las
chivas y las vacas. Las dejé pastando y me he puesto a hacer la
chicha para esperar las almas, y así hice tres días hasta que
ha arropau 67.
Cuando llegó el día de Todos Santos, le mandé a mi ma-
rido a San Lorenzo a comprar mercadería pa’ la casa y se
ha ido mientras que yo me jui a sacar k’ora para ka’rar los
animales y ponerme a hacer lo que yo tenía que hacer pa’ las
almitas. Me puesto a hacer él té pa’ poner a la mesa, he ido a
comprar flores de mi cuma y otras cosas que necesitaba. Al
volver me puesto a cocinar lo que más le gustaba a mi mamá
como: la leche con mote, papas con queso, sopa de maní, al-
verjada, guiso de lisa y otras comidas más. Al día siguiente
he saliu de mañanita al cementerio a limpiar y enflorar la
tumba de mi papá y de mi mamá. Les he puesto sus guir-
nalditas y me vuelto a alzar la mesa, porque ya iba llegar el
Néstor. Al llegar a mi casa rapidito, he sacau los animales a
cuidar, me llevau mi avío y mi puisca68 jilando 69. Como tres
años he jecho lo mismo para Todos Santos. Un año me dice
el Nestor enojau:
-¡Vos ponís la mesa todos los años a escondidas!¿Pensás
que no me doy cuenta? ¿Yo voy a ver si queris? Si es cierto
que vienen tus almas… voy ir a la quebrada a remojar este
70 Rincón
71 quebrada
72 Ha estado
73 Les he arreado
[ 87 ]
89
más chicha y más arrope, anchicito. Hey jecho un guiso de
lisas y una caldera de té, hey puesto eso y recién ha saliu el
Nestor de debajo del cuero. Todo calladito… y asustau, me
saliu de ahí adentro74.
Me sentau en el poyito75 y él se sienta a mi lau. Y me dice:
EL MOLLE DESCANSADERO
Narradora oral: Dora Arroyo
Recopilador: Daniel Alejandro Villa Velásquez
Profesora: Yolanda Abán
N
recuerda la señora Dora Arroyo que hace muchos
años atrás, le contaban sus abuelos que entre la comunidad
de Tarija Cancha Sud y la Calama, había un lugar solitario
llamado el prieto, o también conocido como el tajo. Allí ha-
bía un gran molle viejo que hacía una enorme sombra. Los
comunarios lo llamaban “el Molle Descansadero”, porque la
gente acostumbraba descansar en ese lugar bajo la sombra
de dicho árbol. Cuando algún comunario fallecía, se trasla-
daba al difunto para enterrarlo en el cementerio del pueblo
de San Lorenzo, porque en la comunidad de la Calama no se
contaba con un cementerio propio en esos tiempos. Todos se
trasladaban a pie y el trayecto que tenían que caminar era
muy largo y soleado.
Ella cuenta que los comunarios tenían mucho miedo de
pasar por ese lugar durante las noches, dice que ahí asustaba:
aparecían una tropa de cuchis negros con unos grandes col-
millos; se escuchaba el grito de los zorros en algunas oca-
siones; aparecía un hombre grande sentado y apoyau76 en el
molle descansadero, con su sombrero grande y viejo, vestido
todo de negro, al que no se le veía el rostro. Se veía un ca-
N
Hace muchos años, don Isidoro le contó a su hija doña
Rosa, que en la época cuando él vivía en Tucumilla, le ha-
bían contado que en Iscayachi, sabía andar un hombre lla-
mado Ricardo.
Ricardo era un hombre de unos 60 años que andaba en
las noches. Salía como a las 6 de la tarde de Iscayachi y baja-
ba por Sama, luego por Tomatitas, hasta llegar al pueblo. Se
quedaba en Tarija hasta las 6 de la tarde y luego volvía por
el mismo camino de noche. Caminaba toda la noche hasta
llegar a la madrugada a su pago. Él tenía esta costumbre…
ya eran como 7 veces que el hombre andaba así.
Cada tanto, volvía a bajar al pueblo en la tarde y luego
volvía a su pago a la misma hora. Pero el hombre, una vez,
cuando se dirige por Sama, escucha por detrás un ruido…
era un caballero. Pasó nomás, no le dijo nada. La siguiente
vez que volvía a su casa, escuchó de nuevo la misma bulla
por su detrás… volvió a encontrarse de nuevo con el señor
sentado en su caballo blanco. El caballero le dijo a Ricar-
do que subiera a su caballo, que él le iba a acercar. Ricardo
le dijo: “no se preocupe, puedo ir caminando”. Entonces el
caballero se fue y él siguió caminando solo y así llegó a su
pago.
Otra vez volvía del mercado y como de costumbre, subía
por Sama. Nuevamente apareció el caballero que le dijo que
subiera a las ancas del caballo. El hombre, para no decirle
que no como la otra vez, hizo caso y se subió. El caballero
caminó con el caballo una larga distancia y Ricardo no po-
[ 91 ]
93
día aguantar en las ancas, por que estaban muy quemantes.
De un rato, llegaron donde había dos caminos: uno era a
la derecha y el otro a la izquierda. El caballero estaba yendo
por el lado izquierdo. Entonces Ricardo le dijo:
– Por aquí no es el camino, mi camino es por la derecha.
– Por aquí es… – respondió el caballero
Por ese lado sólo había una peña y estaba muy oscuro.
Ricardo, al ver que el camino no era por ahí, se bajó de las
ancas y se cayó echado. Entonces el caballero se detuvo, y le
preguntó
– ¿Por qué te has bajado del caballo?
– Porque allí no es mi camino – el hombre respondió.
– Te voy a hacer unas preguntas: ¿tienes cigarro, coca,
alcohol y cuchillo?
– Sí – le dijo Ricardo, y le mostró las cosas.
El caballero le hizo que fumara al hombre, que coqueara,
que tomara el alcohol y por último que mordiera el cuchillo.
Luego que el hombre hizo esas cosas el caballero le dijo:
– Hijito, escucha. Ésta es la última vez que te encuentro
por aquí. No andes por la noche: la noche es mía y el día es
tuyo.
Diciendo esto el caballero se fue por el lugar oscuro don-
de era una peña. El caballo corría, con las patas largando
chispas de fuego. El señor muy asustado se fue por su cami-
no un largo trecho y al caminar escuchó un ruido muy fuer-
te y de miedo ya no volvió por ese camino. Enderezó por una
zanja pero ya no faltaba mucho para llegar a su casa. Estaba
muy alterado, subió por la zanja cayéndose, levantándose re-
iteradas veces. Así perdió su sombrero y su ojota. Llegó a su
casa todo lastimado de espinas… a los 8 días se enfermo, y a
los 15 días murió.
[ 92 ]
94
EL SUSTO QUE ME DIO UNA LECCIÓN
Narrador oral: Hermójinez Martinez
Recopiladora: Mely Dayana Martinez Aguirre
Profesor: Flavio Cazón
N
en los años 1980, mi abuelo trabajaba de casero de Don
Oscar, cuidando y regando plantas hasta las 19 pm. Un día
de esos, ya eran las 2 am y él recién llegó a casa. Todos le
preguntábamos ¿qué pasó?¿Por qué no llegaste a cenar? Él
respondió con su pequeña pero llamativa historia:
“Me quedé a regar las plantas y limpiar la casa del señor
Oscar y a mi regreso, venía solo y sin acompañante… De
pronto escuché pasos detrás mío. Di la vuelta para ver quién
me seguía, pero para mi sorpresa no había nadie. Los pasos
seguían detrás de mí… no les tomé importancia y seguí ca-
minando. Pero los pasos estaban cada vez más cerca, hasta
que llegué a asustarme.
Empecé a caminar más rápido de lo común, para que los
pasos que venían detrás, no me alcancen. En un momento
sentí un aliento y una respiración en mi hombro, algo que
me hizo estremecer… pero no paré de caminar. (Yo no creía
mucho en Dios, ni en los milagros; tenía 38 años, los cuales
pasé sin creer y sin tener fe). De repente mis pensamientos
fueron interrumpidos por una voz gruesa que decía mi nom-
bre. De tal susto, empecé a rezar una oración a Dios
Ya no había nadie detrás mío. Ya no sentía los pasos, ni la
voz que me hablaba. Todo desapareció… era un alivio para
mí. Solo se sentía la suave brisa de la noche y una tranqui-
lidad única.
Seguí rumbo a casa. Al llegar eran las 2 am y mi esposa
me esperaba con ansias fuera de la casa con velas encendidas.
Les expliqué todo. Ella me dio un fuerte abrazo y con
lágrimas en los ojos me dijo:
[ 93 ]
95
– ¡Eres muy valiente!
– No hubiera logrado nada, sin Dios a mi lado.”
desde esa vez, mi abuelo se convirtió en un seguidor de
Dios, yo creo que fue una lección que Dios le dio para creer
en los milagros y en la salvación.
UN ESPÍRITU TRANSFORMADO
Narradora oral: Laura Tolaba Fernández
Recopiladora: Talia Gallardo Soruco
Profesor: Nils Alarcón
N
una tarde de agosto dos hermanos habían ido desde
Carachimayo al molino de San Lorenzo a hacer moler su
maíz que iba cargado en sus burros. Justamente durante la
noche de ese mismo día, un señor junto a su familia, que
vivían en Carachimayo, los cuales no eran del lugar, habían
ido a un bautismo, porque el señor era padrino del niño bau-
tizado. Festejaron, se divirtieron, comieron y bebieron. Lue-
go la familia quiso retornar a su casa en su auto, pero el
señor se perdió porque estaba borracho. Se dirigió con su
auto por el camino y en el puente de Carachimayo, sufrió un
accidente. Se había caído por un barranco hasta llegar al río.
Cuando los dos hermanos volvieron de San Lorenzo, por
la noche a eso de las 12 pm, escuchaban que alguien se queja-
ba en el río, pero ninguno de ellos sabía que podría ser. Unos
minutos después, uno de los hermanos volvió a sentir un
movimiento ruidoso más extraño que el anterior. Entonces
le comentó a su hermano pero como éste no escuchó nada,
porque era sordo, entonces nada le preocupaba. En cambio el
otro hermano estaba un poco asustado e inquieto.
Siguieron su camino y, cuando estaban pasando por el
puente donde estaba el señor muerto en el río, sintieron frío,
[ 94 ]
96
se les pararon los cabellos y sintieron escalofríos y se les
arrasó77 el cuerpo. En ese momento, salió una joven alta, de
buen cuerpo, cubierta la cara con un velo negro y con unos
libros en la mano. Uno de los hermanos le saludó, pero el
otro no le quiso saludar. Pasó esta joven y se fue camino
abajo.
Poco tiempo después salió un toro negro, resollando
fuerte, subió hacia arriba y volvió a bajar. Estos hermanos,
asustados al ver que el toro se dirigía hacia ellos, apuraron
a sus burros sin importar si se les caía la carga de maíz
molido. Corrieron y corrieron sin parar. A uno de ellos se
le cortó la ojota y éste volteó a buscar su ojota pero no la
encontró, así que corrió a pata pila78 . Alcanzó a su herma-
no y entonces corrieron sin parar hasta encontrar la casa
más cercana. Mientras corrían, voltearon a ver hacia atrás y
veían que el toro venía botando fuego por la boca y haciendo
chispear las uñas.
Luego lograron llegar a la casa de una familia humilde
(la primera que encontraron). Llamaron a la puerta y sa-
lió el dueño, sin pantalón y algo asustado al oír la manera
desesperada en que gritaban este par de hermanos. Luego
salieron los perros. Ladraron y ladraron, lo que hizo que el
toro se volviera un polvo negro y desapareciera.
El señor les hizo pasar a los dos hermanos y les preguntó
qué les había pasado precisamente. Ellos empezaron a con-
tarle lo que habían visto.
Al otro día, recién supieron que había muerto un señor
en el puente y se les arrasó el cuerpo, y así supieron que el
toro que les apareció, no era toro, sino que era el espíritu
transformado.
Ese día, la familia del señor que había muerto, se dio
cuenta que murió un miembro de su familia y dijeron que
N
Dicen que habían unos enamorados que se veían muchas
veces en un lugar ubicado en Monte Méndez. Ellos se veían
muchas veces, hasta que un día la chica se quedó esperando
en ese lugar y el joven no llegaba. Pasando 30 minutos, el
joven llegó con un caballo colorado. La chica quedó mirán-
dolo, porque su caballo era de color blanco. La chica pensó
que él se había prestado ese caballo. Se saludaron y también
se besaron, y el joven quería llevarla a otro lugar, pero el
[ 96 ]
98
caballo no quería que suba la chica. La chica miró bien al
chango79, y vio que tenía patas de gallo… al pasar eso, la
chica se volvió loca.
EL ZORRO Y LA MUJER
Narradora Oral: Teodora Paredes Farfán
Recopiladora: Rosemery Fernández Paredes
Profesora: Eleanne Flores Flores
Lugar que ocurrió: En Cañahuayco
N
HabÍa una mujer que paraba siempre sola. Ella hilaba
mucho. Una de esas noches, le apareció a la mujer, un mozo
con su violín. La mujer se enamoró del mozo. Él se quedó y
le preguntaba muchas cosas a la mujer. Estaban durmiendo
los dos juntos, hasta que amaneció. El zorro dijo: “yo iré
a barbechar80 y tú cocina, y llévame almuerzo a las doce.”
“Bueno”, dijo la mujer. Agarró el azadón y se fue el zorro a
barbechar.
La mujer hizo el almuerzo y fue a buscarlo al mozo. An-
duvo y no lo encontró. Solo vio a un zorro escarbando bos-
tas. Se bajó la mujer a su casa y cuando apareció el mozo:
“¿por qué no me llevaste la comida” dijo.
- Te busqué por todos lados y no te encontré. Solo vi a un
zorro escarbando bostas.
- Ese fui yo - dijo el mozo. Entonces la mujer agarró y le
echo a los perros.
El zorro se fue guacaquiando81.
79 Joven
80 labrar
81 Aullido de zorro, gritando
[ 97 ]
99
LA CUESTA DEL DIABLO
Narradora oral: María Sánchez Aguilera
Recopilador: Horacio Aldana Sánchez
Profesor: Limberg Velásquez
N
en la provincia de Méndez, en la parte norte de San
Lorenzo, se encuentra la comunidad de Tomatas Grandes.
Hoy dividida por sus habitantes, lleva el nombre de Tomatas
15 de Abril.
En aquel pueblito maravilloso por su paisaje de sauces
llorones y su hermoso río de aguas cristalinas, sobre la ca-
rretera principal, se encuentra la tenebrosa cuesta del diablo,
y al pie de ella, una curva bien cerrada.
En aquella época no existía un medio de transporte que
llegara hasta esta comunidad. Los vecinos debían bajar
hasta la altura de la escuelita de la comunidad de Tomatas
Grandes para poder viajar a la ciudad. Iban a vender sus
productos como ser papa, trigo, arvejas, maíz, verduras, pe-
lones y otros, al tiempo que aprovechaban para comprar las
cosas que necesitaban y que ellos no producían. El camión,
de marca Leylan, era del señor René Riquelme. Éste hacía el
servicio a la ciudad de Tarija como único medio de transpor-
te para las comunidades de Tomatas, Corana y Canasmoro.
Todos los días pasaba a las 4 de la madrugada, así que la
gente debía madrugar para poder llegar a tiempo a la parada
(como ellos la llamaban) sino se hacían dejar82 . Por lo feo de la
carretera, el camión tardaba, más o menos, unas dos horas en
llegar a la ciudad. Unas personas viajaban solas, otras acom-
pañadas, y todos traían sus productos a lomo de burro, en
mulas y caballos. Todos debían pasar por la cuesta del diablo,
83 Expresión oral para “ensillado chapeado”: recado o montura con elementos de plata
[ 99 ]
101
LA POZA ASUSTADERA
Narradora oral: Asunta Villarpando Ivara
Recopiladora: Celinda Segovia Villarpando
Profesora: Janeth Gutiérrez
N
HabÍa una vez en la comunidad de San Pedro de las
Peñas, cuatro hermanos que fueron a una poza verde y hon-
da a bañarse. Cuando se disponían a salir por una cuestita,
les apareció una paloma de colores y se hizo muy grande.
Los niños se asustaron y se fueron a su casa. Algunas horas
más tarde, en la noche de carnaval, el hermano mayor mu-
rió. Sus hermanos estaban asustados y decidieron hacerse
curar con un médico casero de la comunidad.
Al día siguiente, un hombre fue a buscar sus vacas tem-
pranito. Al estar pasando por esa misma poza, encontró un
caballo blanco grande sobre ésta, pero él no le dio impor-
tancia y continuó buscando sus vacas. Finalmente las encon-
tró… muertas y partidas por la mitad. El diablo le apareció y
él se asustó y quedó mudo. Cuando volvió a su casa, su mujer
le preguntó sobre las vacas pero él solo hacía señas.
Luego fue con el curandero que le preguntó dónde se
había asustado. Él dio a entender que fue en una p’ajcha84,
entonces el curandero, llevando su chicote y su cuchillo, lo
lleva hasta ese lugar. Encontró al caballo con el diablo, le
hizo la señal de la cruz en la paleta del caballo y entonces el
alma del hombre que se asustó, regresó a su cuerpo.
Desde entonces se cuenta en la comunidad, que esa p’ajcha
es asustadera.
N
una noche helada tenía que ir a hacer un trabajo gru-
pal, ya que en esos tiempos estaba yo cursando el 2do de Se-
cundaria (que ahora es el 4to). Antes de salir de clases nos
organizamos con mi grupo que estaba compuesto por Ro-
berth y Luis. Decidimos ir a hacer el trabajo en la casa de
Roberth, ya que él vivía más cerca del colegio. Quedamos
en encontrarnos a las 17 hs. en su casa. En esos tiempos es-
tudiábamos con luz de mechero ya que no contábamos con
electricidad. Roberth tendría listas las velas y el combustible
para el mechero.
Antes de dirigirme a la casa de Roberth, mi mamá me
dijo que alimentase a los animales en la mañanita, porque
ella no iba a estar.
Salí rumbo a la casa de Roberth. Estaba caminando tran-
quilo, y pasando por una quebrada, de repente grita un zorro.
Salté de susto y le apedrié85 . El zorro se perdió por los chur-
quis y ya no lo volví a ver. Seguí caminando hasta llegar a la
casa de Roberth. Allí ya me estaban esperando y rápido nos
pusimos a hacer el trabajo, ya que era mucho. Conversando
entre nosotros salió la charla de que justo en la quebrada
donde gritó el zorro, era un asustadero86 . Roberth dijo que
a él le apareció una velita y Luis dijo que él había visto una
sombra perderse al fondo de los arboles. Luego decidimos
seguir haciendo el trabajo para no perder el tiempo.
87 obligadamente
[ 102 ]
104
– ¿No le da miedo la oscuridad? – le pregunté
Girando su rostro hacia mí dijo:
–Cuando estaba viva, sí.
Al ver ese rostro pálido, ojos hundidos, poco cabello, piel
arrugada, salí asustado y corriendo llegué a mi casa y no
pude hablar hasta que llegó mi mamá. Con mucho llanto le
conté lo que me había pasado. Mi querida madre me llevó al
curandero más cercano donde me hizo santiguar, y me ben-
dijo diciéndome que era una mala hora para andar por esos
lugares.
N
tras varias generaciones, en el lugar que ahora es el
Barrio Oscar Alfaro, existió una curandera a la cual la gen-
te llamó “la hechicera”. Llegaron a ponerle a una calle, ese
mismo nombre. Toda la comunidad se asombraba por la agi-
lidad que esta persona tenía para curar. Ella vivía en una
propiedad en la cual tenía su propia casa de dos plantas: an-
tigua, oscura y de adobe.
Ella era una persona que siempre se esmeraba en sus cu-
raciones. Algunas personas pensaban que todo era pura bru-
jería para curar a toda persona de su enfermedad. También
decían que escuchaban a ciertas brujas rodear el lugar en
donde vivía la curandera. Veían volar a las brujas a eso de las
12 de la medianoche y eso hacía dar más temor al acercarse
a ella. Esas brujas aparecían casi todas las noches en el lu-
gar donde la hechicera habitaba y se creía que esas extrañas
criaturas, eran creadas y dirigidas, por la hechicera del pueblo.
[ 103 ]
105
LA MUJER BRUJA DE LA COMUNIDAD
Narrador Oral: Arnildo Rivera Aparicio
Recopilador: Cinthia Yanina Rivera Valdez
Profesora: Lesby Sonia Jaramillo Gutiérrez
N
una vez en la comunidad de Bordo Calama, vivía una
mujer llamada Catalina. Ella era muy temida por su fama de
bruja, los vecinos y toda la gente del lugar decían que tenía
pacto con el diablo.
Don Armando, con sus más de 80 años, aseguraba que
el acuerdo se celebró en el cerro de las aguaitas a las 12 de la
noche de un viernes. Por efectos del pacto, la mujer podría
hacer y conseguir todo lo que quisiera especialmente: curar
enfermedades, adivinar pérdidas y hacer daño. A cambio de
ello entregaría su alma al diablo el día de su muerte.
En prueba del acuerdo, el diablo le sacó a la mujer el dedo
mayor de su mano izquierda y él le entregó la punta de su
cuerno del mismo lado. La mujer lucía en su cuello el cuerno
diabólico, a modo de medalla. Lo mostraba orgullosa a sus
clientes, y así su fama se extendió por todos lados. Desde
entonces los vecinos de la comunidad acudían a ella en busca
de la solución a sus problemas. Su casa se convirtió en una
posada que se tornó terrible y peligrosa. Ya anciana sufrió
por primera vez de una extraña enfermedad, a consecuencia
de la cual desapareció por 45 días, sin que nadie pudiera dar
razón de su paradero. Cuando reapareció lo hizo totalmente
cambiada: ya no quería trabajar, ni ver a nadie. Duró pocos
meses y al fin dejó de existir.
Aunque en la comunidad, se acostumbraba velar a los di-
funtos durante 3 noches, poca gente acompañó al velorio
por temor a que algo malo les ocurriera. Cuando el diablo se
enteró del fallecimiento de su socia, emprendió rápido viaje,
ensilló su caballo negro con una montura plateada, que re-
lampagueaba con los reflejos de la luna.
[ 104 ]
106
Además como la distancia que le separaba de la casa de
la bruja muerta era de varios kilómetros, debía darse prisa.
Iba dejando a su paso un ruido sordo que retumbaba por
todos los confines. En ese momento dos campesinos que se
dirigían a su chacra, arriando88 su burrito, escucharon de
pronto el ensordecedor ruido que cada vez se acercaba más.
Se detuvieron para atender mejor y quedaron paralizados
de terror al observar el relámpago de los aperos y espuelas
de la maligna figura. En menos de unos segundos, el diablo
cogió a unos de los campesinos, lo subió al anca del caballo y
le dijo: “¡Agárrate fuerte!” y prosiguió su loca carrera. Llegó
a eso de las 3 de la madrugada. De inmediato se dirigió al
cuartito de la bruja, convertido en perro negro. De repen-
te se apagaron las velas y se pudo escuchar el ruido de la
tapa al abrirse el ataúd. Varios vecinos se inmovilizaron de
espanto, otros rezaban, cuando otra vez se encendieron las
velas. El cajón apareció destrozado por el suelo, el cadáver
había desaparecido, el diablo llevó a la muerta de una sola
mano. Cuando el día ya clareaba, se detuvo, bajó el cadáver
al suelo, le pasó la uña por la frente, la partió en dos partes
iguales que se distribuyó con su acompañante, diciéndole:
“Toma tu parte. Esta es mía”. Rápido volvió a cabalgar y se
perdió sin rumbo. Un poco recuperado del susto, el campesi-
no caminó sin saber por dónde, pues estaba completamente
perdido. Después de unos ocho días pudo llegar a su casa.
Profundamente conmovido, refirió la historia a su familia y
se retiró a descansar. Se le brindó toda la clase de cuidados,
en medio de rezos y oraciones, pero cuando quiso levantarse
sintió fuertes dolores de cabeza. Se enfermó muy seriamente
y comenzó a enflaquecer, hasta que a los pocos días murió.
Desde entonces los vecinos de la comunidad tienen mucho
miedo a los brujos, especialmente a los descendientes de la
mala mujer.
88 arreando
[ 105 ]
107
LAS BRUJAS
Narradora oral: Lucía Villa
Recopiladora: Camila Nataly Fernández Rivas
Profesora: Yolanda Abán
N
las generaciones pasadas, cuando los papás de nuestros
abuelos eran niños y no había tele, ni radio, menos teléfonos,
ni luz siquiera…
EL CONDENADO (I)
Narradora oral: Ermelinda Ramos Ramos Rueda
Recopilador: Rodrigo Villa Perales
Profesora: Heidy Perales
N
cuenta la historia que, cerca de un pueblito muy pe-
queño, con apenas algunas viviendas, una iglesia y algunos
caminos de tierra, existía una casa donde vivía una mujer
con sus tres hijos. Su esposo acababa de fallecer. Pasaron
tres días y el hombre se había levantado de su tumba. Mu-
chos creen que se convirtió en un condenado. Antes la gente
decía condenado a las personas que generalmente se levan-
taban de su tumba y estas personas se comían a su propia
familia.
El hombre fue a su casa y su esposa se había sorprendi-
do al ver a su esposo caminando. Él le dijo: “yo estoy vivo,
no muerto”. También le dijo a su mujer que no le contara a
nadie que él estaba ahí y la mujer estuvo de acuerdo. Al día
siguiente la mujer se fue a traer leña y llegó tarde a su casa y
vio que le faltaba uno de sus hijos y le preguntó a su marido:
“¿dónde está nuestro hijo?”. Y el respondió: “está sentado en
la ventana”. Ella le creyó. Pasó otro día y la mujer de nuevo
llegó tarde a su casa y notó que faltaba otro de sus hijos.
Ella le preguntó: “¿dónde está nuestro hijo?”. Y de nuevo él
le dijo que estaba en la ventana. Ella siguió confiando en él
y cada vez que le daba algo de comer él le decía que no tenía
hambre y así pasó otro día. La mujer esta vez vio que la ropa
de su marido estaba con sangre, el piso también estaba con
[ 108 ]
110
sangre y no estaba ninguno de sus hijos en su casa. Ahora la
mujer le preguntó: “¿dónde están los niños?” Y el le respon-
dió enojado: “¡qué se yo!”.
Ella se había dado cuenta que su marido se había devora-
do a sus hijos. Inmediatamente la mujer pensó en escapar y
le dijo a su marido que iba a orinar. Una vez afuera empezó a
correr rumbo al pueblo, pero él le seguía y le gritaba: “¿Dón-
de estas?”. Ella escuchaba cada vez más cerca los gritos de él
y finalmente llegó al pueblo y pidió ayuda a unas monjas que
pasaban por el camino. Ellas, al oír lo que le había pasado, se
pusieron alrededor de ella formando un círculo.
Estaban agarrando sus cruces y orando cuando el con-
denado llegó hasta donde estaba la mujer. Intentó sacar a
la mujer del circulo hasta que en uno de sus esfuerzos cayó
y su estomago se reventó. Las monjas quemaron el cuerpo
y en medio del fuego salieron tres palomitas. Las monjas
le dijeron a la mujer que esas tres palomitas eran sus hijos.
Luego de todo esto la mujer se fue a otro lugar y nunca más
regreso.
EL CONDENADO (II)
Narradora oral: María Castrillo
Recopiladora: Gustavo Tribeño Castrillo
Profesora: Heidy Perales
N
el esposo de María había muerto dejándola a ella y a
sus hijos en la miseria. La familia desconsolada no dejaba
de llorar. Ella no iba a visitar la tumba por prescripción del
médico, ya que padecía de una afección cardíaca causada por
los maltratos del esposo.
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111
Muchas tardes se la había visto mirar meditabunda el
horizonte, como si esperara la llegada de él. Así lo hacía día
a día. Deteriorada su salud por tan singular pérdida, y per-
seguida por las deudas de su esposo y los recuerdos, decide
alejarse de la comunidad junto a sus hijos. Se trasladan a
la capital donde busca trabajo para mantener a sus hijos y
olvidar el pasado.
Un día, recibe la visita de Julia, amiga inseparable, quien
le cuenta todas las novedades ocurridas en el pueblo na-
tal. Con bastante preocupación le refiere la aparición de un
hombre parecido a su esposo. Al recibir esta noticia, María
se queda perpleja. Desde la visita de Julia, para María las
noches son más largas y las lágrimas ya no son un consuelo.
Ella maldice la hora de su matrimonio y su único consuelo
son sus hijos, que son la razón de su vida.
Una mañana, dejando a los niños dormidos, con actitud
resuelta, se dirige a la cancha donde le dicen que “Jampiri”
sabía de estas cosas y que podía ayudarla. Echadas las hojas
de coca, el adivino le asegura que su marido se ha condenado
y que la está buscando, pero que el condenado se perdió en
un pantano.
Cansada de tanto acoso, decide acudir a un sacerdote de
la iglesia más cercana, quien le dice que es menester que ella
espere rodeada de niños, a los que los aparecidos, no se acer-
can por ser angelitos, y le pregunte el motivo de su condena.
Resuelta a enfrentarlo, retorna a su pueblo rodeada siempre
de niños. Espera pacientemente… el espectro hace su apa-
rición, pero al verla rodeada de niños, desde lejos y con voz
lastimera le dice:
- Ven, no te voy hacer nada.
Ella muerta de miedo, pero sintiéndose segura con los ni-
ños, sigue al aparecido. Al fondo del patio de su anterior vi-
vienda, al tiempo de señalar un rincón, cae y se vuelve polvo.
Al siguiente día, muy intrigada por lo ocurrido la noche
antes, llama a algunos vecinos para cavar el lugar donde in-
dicó el aparecido. Más grande fue su sorpresa, al encontrar a
[ 110 ]
112
poca profundidad, un cofre lleno de oro, dinero y joyas. Ben-
dice el alma del difunto esposo y con ese dinero hacer dar
sendas misas por su alma y con el resto salvó su situación.
EL CONDENADO (III)
Narradora Oral: Genoveva Bamba
Recopiladora: Karen Magali Castillo Baldiviezo
Profesora: Cintia Cardozo
N
se cuenta que en la comunidad del Rosal, donde las ca-
sas son distantes y las viviendas humildes, vivía una pareja
que no había contraído matrimonio. Tenían un niño de un
año de edad. El hombre era malo y le pegaba mucho a su
mujer. Además le daba para los gastos medidito, para que ella
cocine: primero comía él, hasta que se hartaba bien, y luego
recién podía comer ella, si es que sobraba alguito. Si no sobraba,
tenía que raspar la olla para poder comer siquiera alguito.
Un día él se fue al cerro a ver los sembrados. Ella aprove-
chó de hacerse algo para comer, porque ese día no había so-
brado nada de comida para ella. Ya era tarde y tenía hambre.
Se cocinó rapidito y se apuró lo más que pudo… y cuando ya
estaba comiendo, vio que venía su marido. Escondió rápido
la olla y su plato. Su bebé estaba llorando, así que alzó a su
bebé para que se callara. En eso, llegó su marido y se enojó
mucho al escuchar llorar al niño. Le pegó a la señora, le dió
de patadas y puñetes… quería matarla. Ella logró hacerse
soltar y escapó con su bebé en brazos. Él salió por su detrás89
para poder alcanzarla. Ella se escondió en un corral de pie-
dra viejo que encontró, y él, no viéndola, se fue por otro ca-
89 Detrás de ella
[ 111 ]
113
mino. Ella volvió a su casa y cerró bien la puerta (para que,
por si acaso él regresaba, no pudiera entrar). Él se fue por el
cerro y se hizo de noche mientras seguía buscándola. Cuan-
do estaba volviendo a su casa, pasando por el río, vio que ve-
nía un hombre, vestido todo de negro, sentado en su caballo.
El caballo venía a todo galope, canchando 90 los herrajes. Él se
apuró y corrió lo más que pudo, pero como estaba oscuro, no
se dio cuenta de donde pisaba, se despeñó y murió.
El día siguiente, al amanecer, la mujer despertó y se le
hizo raro que no apareciera su marido. Pensó en esconderse,
creyendo que volvería más enojado, esta vez a matarla. Se
fue con su bebé donde su hermana. Ésta tenía una hija joven-
cita de 14 años, que iba a cuidar sus ovejas todos los días por
el mismo caminito. Ese día la moza salió con sus animales
como de costumbre, y en el camino vio a alguien echado que
no se movía. Las ovejas se espantaron, pero ella se acercó
para ver si estaba bien, y le dijo:
- Señor levántese, mis ovejas se asustan - pero él no se
movía. La joven pensó que estaba muerto, se asustó muchí-
simo y regresó corriendo a su casa. Le dijo a su mamá lo que
vio. Ella también se asustó y fue a avisar a los demás vecinos
para que fueran a ver qué es lo que pasaba. Todos fueron al
lugar… cuando llegaron hasta ahí, la mujer se acercó a ver
quién podría ser. Se asustó porque era su marido, y más aún
porque tenía los ojos y la boca abiertos. Los mayores de la
comunidad le dijeron que el diablo le había robado el alma
al hombre. La mujer les pidió a sus vecinos que estaban ahí,
que la ayuden a llevarlo hasta su casa, donde lo velaron y
luego lo enterraron. La mujer se sentía triste… aunque más
tranquila porque ya no volvería a golpearla el marido.
Pasó como91 una semana y la mujer seguía con su vida nor-
mal. Ella se ponía a hilar y se quedaba hasta tarde hilando.
90 Sacando chispas
91 Aproximadamente
[ 112 ]
114
Como en ese tiempo no había luz, se hacían claridad con una
vela y en una de esas de noches alguien le habló por la ven-
tana. Sin dejarse ver, le dijo:
-¡Le pasaré una velita de hueso! - ella se asustó y se quedó
calladita con su bebé sin decir nada.
-¿Por qué trabajas hasta tan de noche? ¡Para eso es el día!
¡El día es para vos y la noche es para mí! - y se fue… Ella
miró por una rendijita de la puerta y vio que era un hombre
que estaba todo de negro, con su caballo canchando los he-
rrajes. La mujer se quedó temblando con su hijo en brazos y
esa noche no durmió nada. Amaneció sentada en su cama…
Al amanecer puso a su bebé en la cama, y se fue a prender
el fuego. Puso la caldera, se hizo té y se preparó su avío.
Después se fue al cerro con su hijito a cosechar lo que su
marido había sembrado antes de morir. Se hizo tarde y bajó
rapidito para hacerse cena. Ya oscurito, mientras ella cena-
ba, vio desde su ventana, que a lo lejos venía alguien. Era un
hombre, vestido de negro. Le hablo a la mujer diciendo:
-¿Señora, por dónde es el caminito para llegar hasta su
casa?-. Ella le dijo - por ahisito nomás vengase-. Llegó a su
casa, lo hizo pasar y le invitó un plato de comida. La vela
ya se estaba apagando y no hacía mucha luz por lo que no
se veía muy bien. La mujer fue a prender otra vela para que
hubiera más luz y cuando miró bien al hombre… vio que era
su marido. Él ya tenía su cuerpo totalmente descompuesto:
gusanos le caían de su cara, le salían de los ojos, la boca y los
oídos. El hombre le dijo:
- Me llevó el diablo, estoy condenado por ser tan malo en
vida. Tú no sabías pero además de pegarte, me metí con mi
sobrina cuando era joven.
La mujer, muerta de miedo, agarró a su hijo y salió co-
rriendo. Al mirar atrás, el condenado venía detrás de ella. La
mujer se apuraba lo más que podía e iba rezando a la Virgen
María, pidiéndole que la ayudara. El condenado se acercaba
cada vez más y la mujer rezaba y pedía con más fuerza. De
pronto, le apareció la imagen de la virgen y le dijo que no
[ 113 ]
115
se asustara, que ella le ayudaría. Le dio unas reliquias, que
eran como una luz muy fuerte, y le dijo que se subiera a un
molle y que cada vez que él mirara hacia arriba, ella dejara
caer una reliquia para que él no la pudiera ver, y que se baja-
ra del molle cuando el gallo cantara por tercera vez. Ella le
agradeció llorando y se apuró a subir a un molle que estaba
en el camino. Apenas terminó de subir, llegó el condenado
y decía:
- Huele a carne humana - y quería mirar hacia arriba…
ella lanzaba una reliquia y él ya no podía verla. Así pasó
toda la noche, en el molle lanzando las reliquias cada vez
que miraba el condenado. Antes de que amanezca, apare-
ció el diablo y se lo comió al condenado. Él también quería
mirar hacia arriba y la mujer lanzó una reliquia, y el diablo
desapareció.
Por fin amaneció. Esperó arriba hasta que el gallo cantó
por tercera vez. La mujer pudo bajar del molle con su bebé
y se fue a su casa. Temía por ella y por su hijo, así que fue a
la iglesia y le pidió al padre que fuera bendecir su casa. Des-
pués de eso, vivió tranquila por mucho tiempo, hasta que su
hijo se convirtió en todo un hombre.
EL CONDENADO (IV)
Narradora Oral: Modesta Sánchez
Recopiladora: Rilda Mamani López
Profesora: Marcelina Castillo
N
Una de las historias que les puedo contar es algo que me
pasó a mí y a mi familia. Años antes se escuchaba hablar
mucho sobre la existencia del condenado porque en realidad
existía. A mí me apareció dos veces:
[ 114 ]
116
Como a las ocho de la noche, estábamos cenando yo y mi
familia. Mi hermano fue el primero en terminar de comer y
salió al patio. Como nosotros no teníamos luz, sólo utilizá-
bamos el mechero. Con la poca luz que reflejaba el mechero
desde la cocina, mi hermano llegó a ver una persona afue-
ra del patio merodeando nuestra casa, y como el muro que
rodea a nuestro patio no era muy alto pudo observar que la
persona que estaba afuera era un hombre. Mi hermano pen-
só que era el enamorado de mi hermana, entonces le dijo que
se fuera, pero el hombre no le hizo caso.
Entonces mi hermano agarró una piedra y le tiró, vol-
viendo a repetir que se fuera. Pero el hombre le respondió
tirándole una piedra al patio que cayó muy cerca de mi her-
mano. Éste buscó la misma piedra y quiso tirarle, pero lo
que le tiró, no era una piedra era un pedazo de puyla92 . Cuan-
do mi hermano la alzó, se espinó toda la palma de su mano.
Asustado pensó que ese hombre no era una persona, porque
una persona no puede agarrar y sacar un pedazo de puyla y tirar-
la. Así que entró en la cocina medio tembloroso, y nos contó,
cerrando la puerta con fuerza.
Al escucharlo, todos asustados no sabíamos qué hacer.
Mis hermanos y yo nos metimos en la cama casi llorosos
y mis padres pusieron al fuego un palo con punta de fierro
para que cuando el condenado quiera entrar nos podamos
defender con el palo. Pero el condenado no entró, más bien,
dio la vuelta a la casa haciendo ruidos fuertes, como si tu-
viera unas gigantes botas de agua, luego empezó a llorar y
gritar de una manera terrorífica.
Todos asustados escuchábamos los gritos del condenado
y los ladridos del perro, ya que los perros cuando ven a un
condenado ladran y hay veces en que no pueden ladrar o
empezando a ladrar lloran de susto con el cuerpo temblo-
roso y sin poder moverse. Pero cuando escuchamos ladrar
N
en la comunidad de Calama, se cuenta que el llanto del
zorro representa sucesos sobrenaturales o paranormales
como apariciones, llantos y gritos. Este señor nos relata una
historia muy interesante sobre un suceso en relación a lo
explicado:
[ 117 ]
119
“…Se cuenta que años atrás, un joven se encontraba ca-
mino a su maizal para abastecerlo de agua; pero en el cami-
no escuchó los gritos o llanto de un zorro. En ese instante,
recordó que sus abuelos le comentaron que cuando eso su-
cede uno debe alejarse del lugar, porque eso significa que
algo peligroso puede ocurrir. Pero a este muchacho nunca le
fue fácil obedecer… entonces tomó vigor y coraje y se adentró
en el monte para ver la razón por la cual el zorro gritaba.
Al acercarse, vio algo que brillaba a unos metros de distan-
cia. Creyó que era una persona que se encontraba por ahí.
Se acercó más y notó una figura humana que acechaba al
animal. Él se aproximó y le habló, pero no respondía. De
pronto… el silencio lo consumió. Se acercó más y lo tomó
de un hombro, pero lo que vio fue algo muy espantoso: era
una persona en descomposición, se podría decir un cadáver
o condenado viviente. Tenía el rostro infestado de gusanos,
los parpados descompuestos y una nariz partida y colgando
junto a su ojo derecho. Esto aterrorizó al muchacho, quien
se quedó sin aliento y ni siquiera pudo exclamar un grito.
El muchacho se desmayó en ese momento y al día siguiente
su familia estaba en busca de él. Lo que encontraron fue
terrorífico: su hijo estaba manchado de sangre y el animal
descuartizado de una forma muy atemorizante. Los padres
tomaron a su hijo y se lo llevaron. Al despertar el muchacho,
se encontraba asustado y con mucho temor a todo lo que lo
rodeaba. Sus padres lo cuestionaron pero él no podía decir
una palabra: era como si se hubiese quedado mudo.
Desde aquel día el chico actuaba de una manera extra-
ña. Desaparecía por las noches y sus padres tenían que sa-
lir a buscarlo. Estuvo así durante varios meses, hasta que
un día desapareció por varios días. Sus padres angustiados
lo buscaban sin parar. De pronto una noche se escucharon
nuevamente los llantos del zorro y durante la mañana los
comunarios y su familia fueron a ver lo que sucedió. Se en-
contraron con una escena espantosa: el joven se encontraba
nuevamente ensangrentado y el animal hecho pedazos. Pero
[ 118 ]
120
lo anormal, lo más sorprendente, fue que el chico se encon-
traba en descomposición… al igual que aquel condenado.
Los comunarios, lo llevaron y lo enterraron.
Desde entonces, se dice que el chico aparece por las no-
ches, en las quebradas y lugares oscuros, donde existen pocas
personas, y poca luz.
LOCURA EN LA NOCHE
Narradora oral: Felipa Cano
Recopiladora: Fanny Soledad Llanos C.
Profesora: Patricia Acosta
N
”…cuando yo era niña, tendría como ocho años, mis
padres me llevaron a visitar a un tío. Él estaba muy enfermo,
cuando llegamos a su casa lo vimos recostado y muy agoni-
zante. Su esposa se encontraba muy preocupada ya que no
sabía lo que le pasaba. Mis padres le aconsejaron llamar a
uno de esos brujos chamanes, pero mi tía no creía en esas cosas:
ya los había llamado y no habían curado a mi tío.
Un día mi tía llegó a mi casa muy espantada y nos contó
que ayer por la mañana mi tío había escapado y no sabían
donde estaba… Mi tío ya llevaba como unos tres días desa-
parecido, cuando mi padre volvía de trabajar en la chacra…
vio a un hombre boca abajo flotando en el río. Fue a ver quién
era… y era mi tío. Lo llevó a mi casa y mi madre le dio una
sopa. Pero él le dijo que no quería… ella insistió… él empezó
a actuar violentamente, empezó a tirar las cosas y a patearlas.
Yo estaba muy asustada, mi tío no era el mismo de antes, él…
era como si fuera otra persona. Mi padre después de calmar-
lo, lo llevó con su esposa ya que estaba harto de su actitud.
Con la ayuda de otros vecinos lo llevaron a su casa para des-
[ 119 ]
121
pués atarlo en una silla. Su esposa estaba aliviada y acorda-
ron quedarse despiertos para que no se soltara y se vaya.
Ya eran las diez de la noche y se escuchó un ruido muy
fuerte mi tío se había desatado y estaba corriendo hacia el
monte. Mi padre y los otros lo seguían pero él gritaba:
- ¡Déjenme ir! ¡Él me persigue!
Corrieron tanto hasta que lo perdieron. En ese momento
no habían linternas… así que no podían ver nada. Estuvie-
ron unas horas buscándolo pero lo dieron por perdido y di-
jeron que volverían al amanecer. Cuando era de madrugada,
todos salimos a buscarlo y después de un rato de búsqueda
lo encontramos… pero él estaba muerto.
En ese momento todos estábamos espantados ya que ja-
más habíamos visto algo así. Mi tío tenía el estómago ensan-
grentado, con sus tripas salidas y con las moscas alrededor.
Y lo más impactante era que no tenía los ojos. Todos pensa-
mos que fueron los animales del monte y no quisieron que la
noticia se expanda, así que le dimos una religiosa sepultura…”
N
contaba mi bisabuelo, que en sus tiempos vivía en la
comunidad de Lajas un hombre llamado Juan Méndez que
hizo un pacto con el diablo. Mientras toda la gente trabajaba
de sol a sol sin descanso alguno, los gobiernos dictadores de
la época día a día devaluaban la moneda. Por eso en lugar de
ganar algunos pesitos con la cosecha de temporada, termina-
ban en deuda.
122
[ 121 ]
123
Pero a Don Juan se lo veía estrenar de fiesta en fiesta. La
gente no sabía cuáles eran sus negocios que le daban tanta
prosperidad: tenía un hermoso caballo negro con montadu-
ra enchapada en plata, ojotas charoleadas93 , la hacienda que
crecía día a día, un molino, la mirada de todas las mozas y la
envidia de los mozos.
Así transcurrían los días y Don Juan prosperaba inexpli-
cablemente. Se casó con la moza más linda de la zona, quien
le dio un único hijo. Parecía que los años lo hacían más joven
y al mismo tiempo aumentaban los rumores de su pacto con
el diablo. No faltó un mozo audaz y corajudo llamado Pedro
que estaba decidido a seguirle los pasos para conseguir la
buena fortuna. Estaba tan entusiasmado que empezó a vi-
gilarlo día y noche a fin de comprobar si era verdad lo que
decían las habladurías. Así descubrió que de vez en cuando,
algunas personas que iban a moler maíz al molino de propie-
dad de Don Juan en el Picacho, no volvían: él los empujaba a
la posa. También pudo observar que algunas noches de luna
llena, Juan se metía a la posa montado en su caballo… Pedro
suponía que iba a hacer tratos con el Diablo.
Una noche de esas, Don Juan salió de su casa alrededor
de la medianoche. Rápidamente ensilló su caballo y se di-
rigió hacia el Río Grande, y Pedrito a carrera limpia por
atrás. No tardó en aparecer un rayo de fuego río abajo, con
dirección a ellos. Pedro se tiró de panza tras unas piedras y
pudo ver una terrible aparición que se acercaba a todo galo-
pe. Se escuchaba relinchar un caballo blanco con un jinete
vestido del mismo color, las riendas del caballo eran de oro
y al galopar brotaban chispas de las patas, resollaba fuego
vivo por la boca y en los ojos del caballo, se veía el mismo
infierno. El pobre Pedrito hubiese querido salir corriendo
pero estaba paralizado del susto. No se atrevió a alzar la vis-
ta para mirar al jinete, quien después de hablar un momento
93 De charol
[ 122 ]
124
con Juan, soltó una estremecedora carcajada. Mientras Don
Juan rogaba y suplicaba, el jinete alzó galope río abajo hasta
perderse en el picacho. Don Juan se quedó en el río llorando
y rogando a Dios por su esposa y su hijo.
El susto de Pedro fue tan grande que llegó a su casa em-
papado en sangre y nunca más se atrevió a seguir a don Juan
del Diablo. Al poco tiempo la esposa de Don Juan se volvió
loca y unos meses después murió su hijo. Esto llevó a Don
Juan a envejecer rápidamente y a la repentina muerte.
Mi abuelito decía que cuando se hace pacto con el diablo,
siempre se pierde, porque el diablo da todo lo que le piden
pero exige a cambio almas inocentes y cada vez más cer-
canas al pactante y en caso de incumplir el trato, de todas
maneras se los lleva y les quita todo.
N
en la comunidad del Rincón de la Victoria, se cuenta
que en las noches a partir de las ocho de las noche, aparece
un caballo blanco. Un día se le apareció a un hombre llama-
do Aurelio Cuellar, de sesenta años de edad, que vivía en esa
comunidad con su hijo y su esposa.
Él estaba llegando de su trabajo, ebrio. Justo cuando es-
taba andando por allí a esa hora, vio un caballo blanco que
estaba lastimado. Don Aurelio era apasionado por los caba-
llos, así que trató de llevarle al río para darle agua. Luego
lo llevó al mismo lugar donde lo encontró. Al llegar a su
casa contó lo que le había sucedido a su esposa. Después de
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125
unos días, Aurelio enfermó y le empezaron a salir manchas
negras por todo el cuerpo. Pasados algunos días falleció por
esa extraña enfermedad que todos desconocían.
Al pasar el tiempo su esposa recordó todo lo que le había
ocurrido a su esposo y contó la historia a su hijo. El joven
Paulo Cuellar fue al mismo lugar como a las doce de la no-
che y le pasó igual que lo que le había contado su madre: vio
al caballo blanco que estaba herido. Él se asusto y corrió
hasta llegar a su casa y le contó a su madre. Desde ese día
esta leyenda se expandió por la comunidad y también por
comunidades vecinas: denominaron al caballo blanco como
el caballo del diablo.
N
Hace muchos, muchos años, en el Cantón de Tomayapo,
en Loros, vivía una pareja en concubinato. El hombre de
nombre Santos no quería casarse por nada. Siempre esta-
ba huyendo del cura y buscando cualquier excusa para no
casarse. Un día, él salió de su casa para ir en busca de co-
mestibles a la tienda del pueblo. Cuando estaba de vuelta a su
casa, le alcanzó el padre de la parroquia montado en su caba-
llo negro: el padre se llamaba Ananías. Le alcanzó al señor
Santos y le dijo que en la noche iría a su casa para charlar
con su mujer y para casarlos de inmediato. Ahí fue que el
Diablo en la forma del Padre del pueblo, Ananías, ya lo tentó
al señor Santos.
[ 124 ]
126
Cuando llegó a su casa, estaba actuando de una forma
rara y le dijo a su esposa Saturnina Velásquez, tía de Don
Estanislao, que lo encontró al padre Ananías y le dijo que
“va a venir a la casa para casarnos”, y que él no quería casarse.
Entonces le dijo a Doña Saturnina, su mujer, que le diga al
padre cuando venga, que él se viajó y no volvería en días. Ella
le preguntó “¿Dónde te vas a esconder?” y él le dijo que se
iba a dormir por esa noche a la chacra. Agarró un cuero de
oveja, su poncho y se fue a la chacra.
Cerca de la medianoche, Don Santos escuchó los pasos
de un caballo que entraba por la chacra, e iba directo donde
estaba él.
Al otro día la mujer fue a verlo porque no volvía y sólo
encontró el cuero y su poncho: él desapareció.
Ella avisó a los vecinos y lo buscaron por todos lados
pero no lo encontraban. Paso mucho tiempo, cuando llegó
una noticia de unos pastores de ovejas de la comunidad ve-
cina de Paicho, diciendo que encontraron a un hombre en el
cerro donde nadie podía subir porque era peligroso y em-
pinado: de nombre Santos y de Tomayapo. En ese tiempo
el corregidor del Pueblo de Tomayapo era Don Estanislao
Velásquez, sobrino de Doña Saturnina y Don Santos. Le
avisaron a él, e hicieron un grupo de personas y fueron a
verlo… cuando llegaron a Paicho, Don Santos había muerto.
Las personas que lo habían hallado todavía con vida, dijeron
que él había dicho que el padre Ananías lo dejó ahí, y que le
dijo que volvería por él.
Las personas que fueron a traerlo, buscaron un cajón
para llevárselo de vuelta a Tomayapo. Cuando lo llevaban
y justamente pasaban por el lugar cerca de donde fue en-
contrado, el cajón se cruzaba de un lado a otro, y los que
lo llevaban le echaron agua bendita y así dejo de cruzarse.
Cuando llegaron a la casa donde él vivía, lo velaron una no-
che y esa noche…
A medio de velarlo, en el cuarto donde estaba el muerto,
las gatas rasguñaban el techo, querían entrar y era como si
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127
alguien echara tierra al techo y al cajón. Luego, en la puerta,
se apareció una mula negra relinchando y sacando fuego por
la boca. La gente que estaba ahí sintió mucho, mucho miedo.
Don Estanislao tomó un chicote y salió atrás de la mula que
se fue relinchando. Al día siguiente, lo llevaron a enterrar y
cuando lo estaban metiendo a la sepultura, el cajón se cru-
zaba y no se dejaba manejar. Al final con mucho trabajo lo
metieron a la sepultura.
Al otro día, fueron a dejar agua bendita y flores. Encon-
traron la sepultura abierta y el cajón abierto: no había el cuer-
po de Don Santos. Se presume que el diablo lo sacó y lo llevó.
N
cuenta la gente que hace mucho tiempo, en la comu-
nidad de Carachimayo existía un molino. Allí habitaba una
serpiente de ojos rojos sangre, que irradiaba brillo incandes-
cente con el sol. Reposaba en un molle que se encontraba
al lado de aquel molino abandonado, donde hoy en día, sólo
quedan escombros en el lugar. Se dice que aquella serpiente
era guardiana del molino y que el Diablo la había dejado
para aquellas personas desventuradas que se les ocurriera
andar por ahí. Aquellos que lo hacen condenan su alma y
son capturadas por la serpiente en el molino, para que al
anochecer el Diablo aparezca y se coma su alma. Gritos des-
garradores perturban a las personas de Carachimayo.
Esta es la historia de Isidoro Fernández un hombre co-
mún, humilde, de campo. Lo caracterizaba su masculinidad:
[ 126 ]
128
se podría decir que era un hombre honrado, de buena fe…
que más adelante daría un cambio drástico en la naturaleza
de su persona.
Todo inicia durante la época de carnaval, cuando Cara-
chimayo se pintaba de dalias y flores de campo. Era de notar
que el verano era una época demasiado alegre, los hombres
salían montados a caballo con sus cajas y erques, su vesti-
menta de bayeta, acompañada de sombrero y poncho, que
caracterizaba su masculinidad. Salían cantando coplas, dan-
do bienvenida al carnaval.
Sus mujeres preparaban la rica chicha, el arrope y alo-
ja para la marcada de los animales. Las alegres chapaquitas
vestían con pollera, blusa, manta, sombrero con su caracte-
rística flor en la oreja y con los colores vivos del verano. Las
personas adultas con sus alegres danzas y tonadas repartían
chicha y aloja.
Justo fue durante la época de carnaval, que Isidoro estaba
pasando por una necesidad económica muy fuerte. Mientras
otros festejaban, él estaba en el borde de la locura. Las des-
gracias naturales que acontecieron durante esos meses por
la zona, acabaron con sus sembradíos y, con la desesperación
de haberlo perdido todo, de no saber qué hacer, no podía ni
siquiera conciliar el sueño. Todo lo llevó a no encontrar otra
salida y tuvo que pedir la ayuda del diablo.
Una noche lo invocó, pidiéndole que lo ayudara y que a
cambio le daría lo que quisiera. En ese momento pasó lo
impensable: al conocer la desesperación de este hombre,
pensando en aprovecharse de su humanidad, se presentó el
diablo en el lugar y le propuso un pacto.
Este consistía en que Isidoro tendría todo lo que quisiera,
pero a cambio él tendría que entregarle un alma cristiana
cada mes y de no hacerlo condenaría su propia alma. Se lle-
vó adelante el acuerdo y así fue que todos los meses Isido-
ro le entregaba una persona. Misteriosamente empezaron
a desaparecer personas de la comunidad, y de comunidades
aledañas, de las cuales no se sabía nada. Una vez que desa-
[ 127 ]
129
parecían, solo sus ropas se encontraban, era como si la tierra
se los tragara, nadie veía nada.
Isidoro se había vuelto dueño de todos los molinos de ese
tiempo, un hombre con mucho dinero y muy poderoso en
aquel entonces. Pero no lo hacía notar a los ojos de la gente.
Durante las fiestas de carnaval, la gente acostumbraba a
salir a compartir a las chicherías.Al anochecer la mayoría de
las personas retornaban a sus casas, pero una que otra per-
sona se iba a reunirse en grupos para desvelarse copleando,
mientras tomaban chicha y bailaban.
Una familia que había venido desde el campo a celebrar la
fiesta de carnaval a la comunidad, se les hizo de noche y no
encontraban un lugar para descansar. Mientras caminaban
sin rumbo, de repente Isidoro se apareció y amablemente les
ofreció techo para pasar la noche, la familia muy agradecida
aceptó.
Isidoro llevó a la familia al molino para que pasaran la no-
che. Al llegar les dio unas mantas para que pudieran echarse
a descansar. Se acomodaron con su hijito en medio. La noche
parecía tranquila, hasta que fueron las tres de la mañana...
todo estaba muy oscuro, no había ni una sola estrella en el
cielo, y la luna no había salido. Un viento frio empezó a co-
rrer, la puerta comenzó a rechinar lentamente… una sombra
oscura y escalofriante se asomó por la puerta, algo agarró a
la mujer repentinamente y la sacó del molino.
Al amanecer el hombre abrió los ojos bruscamente al es-
cuchar a su hijo llorando, entonces vio que su mujer no se
encontraba en el lugar. Gritó, gritó y gritó su nombre pero
no apareció ni un rastro de ella. Así transcurrieron los días
y semanas pero no la encontró. Uno de esos días, cerca del
río un comunario encontró las ropas de la mujer que ves-
tía ese día que desapareció. Siguió con su búsqueda, con la
esperanza de encontrar a su mujer, pero después de mucho
tiempo de buscarla terminó aceptando lo peor: que nunca
más la volvería ver.
[ 128 ]
130
Sin embargo, la verdad es que esa noche aquella sombra
que se había infiltrado, había sido Isidoro. Su pura intención
de haber invitado a dormir a esa familia, fue para entregar a
la mujer al diablo.
Después de lo que hizo, y al ver la desesperación y el do-
lor del esposo por esa pobre mujer que él entregó, se sintió
tan mal que se dio cuenta que no podía seguir haciéndolo.
Por un buen tiempo no entregó ningún alma cristina, pero
sabía que le pasaría lo peor. Isidro no estaba cumpliendo con
lo pactado, así que esa noche el Diablo anunció su llegada
con aquel viento frio y tenebroso de costumbre. Pero Isidoro
tenía un plan entre manos: le quería proponer otro trato,
mejor aún, para que le perdonara la vida. En ese momento,
en la sombra más oscura del cuarto, salió de donde se encon-
traba, mostrándose enorme, alado, con tres cuernos como
agujas que trastornaban hacía atrás, sus pies eran como las
de un perro y sus manos pintaban uñas grandes y gruesas
como la de un gato gigante y una cola larga con punta de
lanza. Isidoro al verlo y sentir un miedo aterrador en su in-
terior, rogó por su vida, suplicó, imploró, y por último le
prometió que le daría muchas más almas que sólo necesitaba
más tiempo. El diablo muy molesto no aceptó y le dijo que
un trato es un trato y que como no tenía un alma para en-
tregarle, se llevaría la suya. El demonio con una sonrisa de
malicia y placer en el rostro, le dijo: “por tu avaricia y falta,
es hora de morir eternamente Isidoro”. Gritos terribles de
dolor se escucharon esa noche.
Años después de la muerte de Isidoro Fernández, sus
molinos se repartieron entre sus familiares, y terminaron
pasando de mano en mano, llegando a quedar solo ruinas de
ellos y en algunos casos absolutamente nada.
En la comunidad de Carachimayo la gente aún cuenta
que cada febrero en las fechas de carnaval, se suele sentir
un aire caliente y olor a azufre cerca de aquel molino que
impregna el cuerpo y el olfato. En unos senderos se puede
sentir como el cuerpo se estremece.
[ 129 ]
131
Así que si van algún día por la comunidad y ven un molino
tengan cuidado porque no es seguro ese lugar.
N
en la comunidad de Rancho Norte, cuando una persona
andaba a la medianoche, se le aparecía el diablo en forma
de un gallo blanco, o de persona parada adelante, incluso
muchas veces en forma de una persona muy querida. Ese
lugar era un asustadero. Habían dos partes donde aparecía:
la primera es en el puentecito de la casa de Doña Maura y
la segunda es en el canal de agua por el camino viejo (era
donde más asustaba). Había unas horas que la gente decía
que eran malas horas: desde las 12 de la noche hasta las 4 de
la madrugada. Las personas que bajaban a esas horas por la
noche no tenían que mirar atrás porque les aparecía… Donde
antes vivía Don José Luis Zenteno Valdez aparecía siempre
un hombre parado, todas las noches… y se perdía por medio
de los arboles.
[ 130 ]
132
LA MALDICIÓN
Narrador Oral: Estanislao Benitez Choque
Recopiladora: María Isabel Gutierrez Benites
Profesora: Lesby Sonia Jaramillo G.
N
HabÍa una vez, hace mucho tiempo, un hombre llamado
Manuel Baldivieso vivía cerca de Iscayachi, en la comunidad
de Tres Cruces, un lugar tranquilo con pocos habitantes.
En aquellos tiempos don Manuel era un hombre de paz,
tranquilo, generoso, le gustaba compartir con la gente y ha-
cer amigos. Él tenía veinticinco años y estaba soltero. Solía
ir a pasar la fiesta de Santiago a Chamata, comunidad cer-
cana a Tres Cruces. Un veinticuatro de julio, como todos los
años, emprendió su viaje por la tardecita, acompañado de
sus amigos. Eran cinco o seis muchachos, iluminados por
los últimos rayos del sol, el camino no era muy largo, pero a
ellos les gustaba pasarse el tiempo charlando y recordando
lo lindo que pasaron la fiesta el año pasado. Ellos recorda-
ban más que todo a las mozas de polleritas cortas, a la chicha
de doña Lucinda y se preguntaban si ese año iba ser igual de
divertido y lindo. Don Manuel estaba muy contento y emo-
cionado, nunca imaginó que aquel día tan esperado marcaría
su vida para siempre.
A la madrugada del veinticinco de julio llegaron a Cha-
mata, era el día del puchero y los tistinchos94. Llegaron bien
de mañanita a la casa de doña Lucinda donde era la fiesta.
De llegadita, les dio un plato de puchero con sus tistinchos
que no cabían en el plato, se pasaron el día cantando, con-
versando y en la noche era lo bueno: el baile. Para su des-
gracia don Manuel había tomado más de la cuenta estaba
95 Camilla
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134
para evitar que escape. Otros dos hombres cargaban el ca-
llapo de la parte de atrás, lo bajaron por Choroma y luego
por la cuesta de Calama, debían llegar al hospital de San Lo-
renzo. Cuando llegaron al hospital inmediatamente lo car-
garon a un camión y lo pasaron a la ciudad de Tarija al hos-
pital San Juan de Dios donde lo atendieron de emergencia. A
don Felipe le hicieron pagar todos los medicamentos desde
la cárcel porque cuando internaron a don Manuel, apresaron
a don Felipe de inmediato. Permaneció en la cárcel hasta que
don Manuel quedó completamente recuperado, más o menos
tres meses después.
Entonces recién don Felipe pudo conseguir su libertad,
obviamente, le hicieron pagar algunas multas para que pu-
diera salir sin problemas. Don Manuel se recuperó muy bien,
pero nunca volvió a ser el mismo. Después del accidente,
poco a poco, la avaricia y la ambición lo iban consumiendo.
Así fue pasando el tiempo. Don Manuel se casó, formó una
familia y nunca más se volvió a cruzar con don Felipe. Se
corrían rumores de que don Manuel había hecho un pacto
con el diablo, pues no encontraban respuesta, ni explicación
para la grande riqueza que poseía. En ese entonces, se lo
veía bajar por Chamata con una gran hacienda montando a
su mula negra. Don Manuel solía salir mucho en la noche y
su rumbo casi siempre era la cuesta de la Quiñua. Caminaba
y caminaba hasta cierto lugar llamado El Cajón, lo llamaban
así porque era un camino muy angosto que se desprendía del
cerro. En medio de dos barrancos muy altos, había un vacío
muy oscuro y profundo. Ese lugar era temido por todos y
más que todo en la noche. Nadie se atrevía a pasar por allí,
sólo porque en ese lugar se habían cometido muchos críme-
nes.
Cuando los viajeros pasaban por allí con sus mulas car-
gadas de plata, los cuatreros los asaltaban los mataban y
los tiraban al cajón. Don Manuel llegaba hasta ese lugar y
pasaba la noche allí, luego volvía a su casa todo tranquilo.
En la época de siembra, él sembraba mucho maíz para cam-
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135
biarlo por sal o venderlo a los forasteros. Entregaba alrede-
dor de veinte o treinta cargas por semana. A pesar de que él
era poseedor de grandes riquezas, siempre andaba andrajoso
vestía sus trapos viejos hechos de lana de oveja y tejidos por
su esposa.
Un día había hecho un trato con un forastero para en-
tregar mucho maíz y no convenía perder aquel negocio y
de ver que el forastero no iba a recoger el maíz don Manuel
decidió ir a buscarlo a Chamata. Don Manuel vivía siempre
preocupado y con esto se molestó mucho y perdió la razón.
Estaba tan obsesionado con el dinero que, cuando encontró
al forastero, lo obligó a que fuera a recoger el maíz. Estaban
en camino y don Manuel actuaba como si estuviese discu-
tiendo y peleando con alguien, pero no había nadie. El fo-
rastero estaba a unos cuantos pasos más atrás, llegaron a un
río el cual tenía dos maneras de cruzar: una era rodearlo y la
otra cruzar recto. Don Manuel decidió rodearlo y el foras-
tero como tenía prisa cruzó recto. Cuando llegó al punto de
encuentro, don Manuel no aparecía. Minutos después se fue
a buscarlo y se encontró con su cuerpo flotando en una poza
del río muy profunda. Muy sorprendido y asustado el foras-
tero no se atrevió ni a intentar sacarlo, lo único que hizo fue
correr a avisar a su familia. Se reunió mucha gente de Tres
Cruces y se lo llevaron para enterrarlo. Después de velarlo
lo llevaron al cementerio, los hombres de la comunidad de-
cían: “pronto vendrá y lo sacará”. Se quedaron a cuidar cin-
co o seis hombres todos con coca, cigarrillos y trago, para
agarrar coraje por si algo pasaba. Todo estaba tranquilo y
de repente a la media noche vieron que algo se acercaba muy
rápido: era una mula blanca que botaba fuego por la boca, al
mismo tiempo que pisaba soltaba chispas. Un gran jinete de
sombrero negro, que no dejaba ver su cara, llegó y entró al
cementerio. Los hombres muertos de miedo se ocultaron de-
trás de una pared, se quedaron todos abrazados y temblan-
do. El jinete desmontó su mula caminó hacia la sepultura de
don Manuel y le dijo: “Manuel Baldivieso levántate”. Don
[ 134 ]
136
Manuel se levantó de la tumba como si estuviera vivo, luego
le dijo: “quítate esa ropa” y don Manuel le hizo caso se quitó
toda la ropa, la dejó al lado de su tumba. Entonces el jinete
agarró a don Manuel lo puso en las ancas de su mula y se fue
exactamente por donde vino. Los cuidadores muy asustados
se fueron a casa y avisaron lo sucedido a los familiares. Fue
un momento muy triste así que decidieron no comentarlo
con nadie y olvidar lo sucedido.
Varios años después los hijos de don Manuel ya eran adul-
tos. Uno de ellos llamado Luis Baldivieso, había seguido los
pasos de su padre: practicaba mucho la brujería, se decía que
era el brujo más eficiente del lugar. Un día salió a caminar
a la comunidad vecina y cometió el error más grande de su
vida. Luis se enamoró de la persona equivocada, se enamo-
ró de Jacinta. Una moza bonita, muy buena que odiaba las
personas que se dedicaban a la brujería. Fueron enamorados
por mucho tiempo, pero ella empezó a escuchar rumores de
que Luis era un brujo. Así que decidió ir a visitarlo sin avi-
sar. Justo aquel día Luis había salido en su función de brujo
para lo cual desprendía sus ojos y su cuerpo, solo salía con su
cabeza, dejó sus ojos y su cuerpo en su cuarto. Jacinta llegó,
preguntó por él, su mamá que estaba haciendo chicha, le dijo
que había salido y no tardaba en regresar. Jacinta decidió
esperarlo, en un pequeño descuido se metió en el cuarto de
Luis y se encontró con el cuerpo y sus ojos. Llena de rabia
agarró los ojos y actuó de la manera más normal con su sue-
gra. Se acercó a la olla de arrope y sin pensarlo dos veces los
tiró allí. Se despidió como de costumbre y se fue.
Al regresar Luis no encontró sus ojos, se dice que le qui-
tó los ojos a un cuervo. A partir de aquel día casi nunca salía
de su casa porque no podía ver bien ni caminar y nunca más
pudo volver a hacer brujería. Jacinta había quedado embara-
zada, volvió después de un tiempo con el niño. Los comu-
narios no querían a nadie de esa familia así que decidieron
matar al niño. Un día lo secuestraron, lo llevaron al cerro y
lo abandonaron allí solo. Se dice que el niño se convirtió en
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137
un duende que se les aparecía a los niños y se los robaba para
jugar con ellos y nunca más volvían.
N
Hace unos años atrás, había un señor que tenía un pac-
to con el diablo. Yo era niño cuando, una tarde de esas, es-
cuché sonidos de herramientas, como si estuvieran peleando.
Mi mamá se asustó mucho y fuimos a ver lo que pasaba. De
repente el señor Mateo Segovia salió del cañal. Ella le pre-
guntó llorando:
- ¿Qué ha pasado? ¿Quién lo estaba pegando?
- No, no era nada ahijada… era sólo una cochinada que
me apareció. - Como mi mamá sabía que era comprometido
con el diablo, imaginó que eso fue lo que se le apareció.
Pasaron tres meses… ya era noviembre, tiempo de llu-
vias. Todos estaban apurados, guardando sus cosas para que
la lluvia no las mojara… A la madrugada, sentí un tremendo
alboroto, lo cual me despertó. Era el mismo señor, Mateo
Segovia, padrino de mi mamá, que renegaba… gritaba a sus
sirvientas y peones. Me levanté de la cama, caminé hacia
mi madre y mientras ella cocinaba, yo me calentaba con el
fuego. De repente, vi dos hombres. Sus pies eran como patas
de gallina, sus sacos eran largos y overos. Ellos se dirijían al
rancho de Don Mateo… Yo quería ver la cara de aquellos,
pero no pude: estaban tapados con un trapo largo y negro.
Asustado pregunté…
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138
- ¡Mamá, mamá!... ¿Quiénes son aquellos hombres?
- ¿Dónde?... - dijo ella. Intentaba verlos, pero no pudo.
Ella me regañó diciéndome: “llok’alla 96 mentiroso, chosño-
so97... qué ves si no hay nada”. Me dio un pechón 98… y caí
sobre las cenizas. Al instante que entraron esos hombres al
rancho, el señor se calmó. Se tranquilizó, como si eso fuese
lo que estaba esperando y tuviesen hecho un arreglo entre
ellos.
Pasaron los años… la gente desaparecía… y morían de
vez en cuando, porque ese señor entregaba personas al dia-
blo a cambio de riquezas.
Crecí, y siendo ya joven, como era técnico, el señor Ma-
teo me hacía llamar varias veces para que le fuera a arreglar
radios. Me hizo llamar con varias personas pero mi mamá
no me dejaba… rogaba que no fuera. Yo, caprichoso, ya no
le hice caso y me dije: “¿qué me puede hacer? ¡Él no es más
que Dios!”.
Fui a la casa de ese señor, llegué y ¡ufff!…. Me sirvió dife-
rentes platos de comida, de lo mejor. Todo el día me alimen-
tó muy bien. Cuando quise venirme, no me dejaba. Sacaba
una y otra radio para arreglar. Tardecito, ya cansado, entre a
su casa para pedirle un alambre para captar ondas. Lo vi de
rodillas, sin sombrero, en dirección al sol. Hablaba, saborea-
ba y hacia pasar sus salivas… A mi me dio vergüenza entrar
e interrumpir lo que estaba haciendo. Di media vuelta para
irme y justo hizo volar una gallina blanca, haciendo caer mi
gorra. Me fijé adonde cayó la gallina, pero no había ni una
blanca... todas eran de color oscuro. Me puse a pensar… en
ese momento salió el señor. Yo ya quería irme, pero él no me
dejó: rogó que me quedara. Entonces imaginé que tal vez
quería hacerme algo. Como yo creía en Dios, clamé y dije:
96 Niño o adolescente
97 Lagañudo, que tiene lagañas en los ojos
98 Empujón
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“Dios mío, si este hombre me quiere hacer algo, por favor protége-
me, de las garras de satanás”
Así, confiando en Dios, acepté quedarme. Me dio un
dormitorio aparte. Cuando ya era medianoche, sentí que al-
guien chupaba y saboreaba mis cabellos. Desperté bien: era
Don Mateo.
En ese momento me puse a pensar qué hacer, quise darle
un puñetazo… por no faltarle el respeto no le se lo dí. Que-
ría hablarle… pero gracias a Dios me llegó la idea de em-
pujar y moverme un poquito. Eso fue suficiente, ya no pudo
hacerme nada, porque se asustó…. Y dijo: “va a disculpar
Don Orteguita, no quería despertarlo, estaba buscando unas
soguitas, ya sabe que siempre hacen falta para cualquier co-
sita”. Cuando salió del cuarto, todavía me quedé pensando,
que tal vez había sido un sueño… cuando toqué mi cabeza,
mis cabellos estaban mojados y, comprobé que era real.
Luego, a los pocos días, me enteré que enfermó. A lo tres
días después de asustarse con mi murmullo. Ahí fue cuando
me hizo llamar, pidiéndome ayuda y me decía que solo mi
Dios le podía salvar… Rogaba, suplicaba y me abrazaba, di-
ciéndome que por favor le pida a mi Dios que lo salve. Yo le
contesté:
- ¿Pero qué hizo usted en su vida, qué ha hecho de malo?
Confiese todo lo que ha hecho, pídale perdón, entonces Él
podrá perdonarlo.
A los pocos días, vuelta me hizo llamar. Otra vez fui a
verlo. Estaba muy mal… con todas sus fuerzas me abrazó y
murió en mis brazos. No le pidió perdón a Dios, y se lo llevó
el diablo, porque él falló y no pudo entregarme: yo tenía fe
en Dios Padre todopoderoso, el cual me salvó.
Después de su muerte, comenzaron a morir sus animales.
Toda su riqueza se acabó y su familia quedó en la pobreza, y
ni siquiera les alcanzaba para comer.
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UNA NOCHE TENEBROSA
Narradora oral: Santusa Anachuri Altamirano 99
Recopiladora: Lizbeth Isabella Aparicio Anachuri
Profesora: Osvaldo Gira
N
una noche, Don Marcelo Anachuri, estaba regresando
de curar. Acostumbraba llevar a un compañero pero el se-
ñor que le acompañó esta vez era muy miedoso. Cuando ya
terminaron de curar, era más o menos las 12 de la noche. Al
regresar para dejarlo en su casa, Don Marcelo iba montado
por delante y su compañero le seguía a pie por detrás. Cami-
nando iban, conversando, pero de pronto, el caballo empezó
a inquietarse bastante. Cuando se dio vuelta para verlo a su
compañero, con la oscuridad vio que venía él, pero estaba
raro. Cuando le habló, no le respondió. Entonces encendió
su linterna y vio que no era él: tenía los ojos rojos, sus dien-
tes podridos y sus patas eran como de cabra. Como él no
conocía el miedo, de un salto se bajó del caballo, sacó su
chicote que siempre llevaba en la cintura y le preguntó por
su amigo. Le dio tres látigos y le echó agua bendita y… des-
apareció ante sus ojos.
Fue a buscar a su compañero que ya estaba cerca del río y
el río ese día estaba caudaloso. Él lo quiso hacer volver, pero
el compañero no se dejó, sino que seguía caminando. Don
Marcelo se dio cuenta que por delante del hombre, iba un
caballo del mismo color que el suyo. Entonces agarró fuerte
a su compañero para que no entrase al río. El caballo que
iba por delante, se entró al río pero no sintieron que saliera
del otro lado. Don Marcelo volvió a encender su linterna…
en la otra banda del río, no había nada. Le subió a su amigo
N
cuentan algunas personas de antaño lo que les voy a
relatar… Ocurrió en el Río Chico, que es el río que separa a
Tarija Cancha Sud y Tarija Cancha Norte. Se dice que antes
había una pequeña poza en el río. Algunos cuentan que por
el atardecer se les podía aparecer un hombre o una mujer,
depende de la persona que se muestre ante el o ella. El hom-
bre o la mujer invitaba a jugar en la poza a todos los niños
que cruzaban por ahí sin la compañía de un adulto. Algunos
niños se acercaban y no se daban cuenta de la poza y termi-
naban ahogados.
Fue así que un día a mi abuelita…
N
se dice que hace 30 años, un día del mes de septiembre a
las 12 pm., en el cerro de Erquiz, conocido como “Cabrería”,
Doña Plásida fue a cuidar a sus ovejas y vacas. En ese lugar,
había duraznos, peras y membrillos. Mientras ella fue a ba-
jar duraznos para comer, llegó Don Guillermo. En sus bra-
zos traía flores y un bebé muerto. Don Guillermo le explicó
a Doña Plásida que su hijo había nacido muerto y lo quería
enterrar en ese sitio. A los pocos minutos cavaron un pozo
para enterrarlo. Don Guillermo llamó a los vecinos para que
lo acompañaran en su dolor durante el entierro. Don Gui-
llermo les invitó un vaso de canela a todos, y después se
despidieron del muertito y se marcharon a sus casas.
Así pasaron los días, y el bebé que fue enterrado en la tierra de
la quebrada, se convirtió en duende.
[ 144 ]
146
A los 2 meses Don Guillermo fue al lugar donde enterra-
ron a su hijo a dejar flores. Más grande fue su sorpresa al
ver el hueco que había, donde antes hubiesen enterrado a su
hijo: estaba destapado y en el hueco no había nada.
Don Julio, esposo de Doña Plásida, todas las tardes iba
al cerro a buscar leña y varas para hacer canastas. Cuando
pasó por el lugar donde enterraron al niño, le apareció un
duende. El duende le hacía señas para que se apegue hacia
él, pero Don Julio no le hizo caso y se fue. Al día siguiente
pasó por el mismo lugar y otra vez le apareció el duende
haciéndole señas para que se acerque. Don Julio decidido,
hizo con sus manos una cruz. El duende salió escapando
por el cerro y se perdió en la quebrada, a la que ahora le
llaman “Molloso”. Desde esa vez nunca más se apareció el
duende por ese lugar.
EL DUENDE DE LA ACEQUIA
Narradora oral: Emma Castrillo Añazgo
Recopilador: Manuel Yahir Cruz Castrillo
Profesora: Edith Sánchez
N
era por el año 1935 en la comunidad de Tomatitas. La
señora Marcelina Añazgo, pastora de ovejas, en ese tiempo
era una niña. Todos los días salía muy temprano a pastar sus
ovejas y sus chivas. Tenía un horario para recorrer ciertos
lugares. Llevaba sus animales largas distancias y luego las
llevaba a la acequia para que puedan beber agua. Las llevaba
por la mañana y un día por la tarde muy cansada se sentó a
descansar y se quedó dormida.
Al despertar, muy asustada por la hora, retornó a su casa
rápidamente para meter los animales al corral. Su papá la
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147
esperaba para ayudarle pero cuando estaban terminando de
cerrar los animales, su papá notó que faltaban una oveja y
su corderito.
En ese momento su papá muy enfurecido le mandó a bus-
carlos. Ya eran las nueve de la noche y Marcelina seguía
buscando… hasta que por fin escuchó el balido y era cerca
de la acequia. Tenía miedo de entrar ahí de noche ya que
contaban que por esa parte asustaba y comentaban que ahí
enterraron un bebé. Más grande fue su sorpresa al ver que de
arriba de un molle saltó a la acequia un hombrecillo de som-
brero grande.
Al ver esto Marcelina huyó corriendo del lugar sin im-
portarle nada y escuchaba que alguien entre risas como un
bebé la perseguía. Sin darse vuelta, Marcelina siguió co-
rriendo hasta llegar a su casa.
Su papá la esperaba en la puerta muy angustiado porque
no volvía. Al verla a lo lejos corrió a darle alcance. Marceli-
na estaba sin aliento y muy asustada que no podía hablar. En
eso su papá la calmó y tranquilizó.
La mañana siguiente el papá fue al corral y vio que los
animales estaban completos… Un escalofrío corrió a través
del cuerpo de Marcelina y de su padre, que quedaron sor-
prendidos al ver esto.
A partir de ese día, Marcelina cambió de lugares para pastar
los animales y volvía más temprano a casa.
[ 146 ]
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EL DUENDE DEL CAÑAL100
Narrador oral: Agapo Aban Altamirano
Recopiladora: Paola Dayana Aban Huanca
Profesora: Heidy Perales
N
en Rancho Norte había una familia local de bajos re-
cursos. Ellos tenían terrenos en un sitio alejado, cerca del
río. La familia tenía un hijo pequeño de 2 ó 3 años de edad.
Como la familia era de bajos recursos, iban a cosechar ver-
duras que ellos mismos plantaban en su terreno, el cual es-
taba cerca de un canal.
Un día como cualquiera, la madre junto a con su pequeño,
como todos los días fue a sacar verduras del terreno que po-
seían. El niño jugaba muy animado mientras su madre saca-
ba verduras. La madre acostumbraba a lavar verduras cerca
del terreno en el canal, para poderlas vender más rápido y
con mejor calidad. Cerca del canal había un cañal en ambas
orillas donde formaba una cueva un poco oscura. Después de
sacar las verduras, la madre fue a lavarlas y su niño la acom-
pañó. Él se fue a jugar en el callejón del cañal y después de
un rato, la madre, al terminar su labor, se dio cuenta que su
hijo ya no estaba en el lugar donde ella lo había dejado. Se
dio cuenta que el niño estaba en el cañal e inmediatamente
fue a ver su hijo y vio que el niño jugaba con un pequeño
niño de piel blanca y de ojos de color negro, vestido con un
trajecito de color blanco, con un gran sombrero blanco en su
mano. Era el duende. Después de un rato de que el duende
viera a su madre comenzó a jalar al niño porque quería lle-
várselo. El niño lloraba, entonces la madre fue corriendo y
agarró al niño de su mano y se lo llevó.
LA CASA MOCHA101
Narradora oral: María Ordóñez Jaramillo
Recopiladora: María de los Ángeles Barón Villa
Profesor: Limberg Velásquez
N
cierto día de febrero, en épocas de carnaval, donde las
mozas más airosas y sus churos102 chapacos salían a disfrutar
de una rica chicha103 y un buen baile, un grupo de amigos
llegaron a casa de Doña Guadalupe Jaramillo. Entre risas y
coplas se fue pasando la tarde.
Como de costumbre, al caer el sol María debía volver del
campo donde todas las mañanas solía partir con su alforja
cargada de una mollera, su pedazo de queso y su cantimplo-
ra cargada de agua. Tan linda era ella con sus ojotas charo-
leadas104 , que tan solo al verla te alegraba. Entre juegos y
risas, María cuidaba sus ovejitas. A ella le gustaba coser y
bordar sus propias muñecas. Buscando una sombra donde
refugiarse, logró dar con la conocida “casa mocha”. Ahí pa-
saba las horas cosiendo y jugando hasta que el sol se entra-
N
la familia Chocala criaba diferentes animales en Ran-
cho Norte. Un día de esos la madre fue a cuidar a su ganado,
como todos los días. Había dejado a su bebé jugando con
N
tieMPo atrás, un joven de 28 años llamado Antonio
vivía en la ciudad. Un día decidió ir a visitar a sus padres que
vivían en el campo, un lugar muy bonito rodeado de cerros.
Al llegar a casa de sus padres y verlos, se puso muy contento
y decidió quedarse un tiempo con ellos.
Los padres de Antonio tenían algunos animales que cria-
ban en corrales cerca de su casa y a otros los despachaban
al cerro para que fueran a comer pasto. Un día el padre de
Antonio tenía que ir a ver a sus animales en el cerro. Como
el hombre ya era mayor y le costaba subir, Antonio, que era
bueno y generoso, decidió ir en su lugar.
Al amanecer del día siguiente, Antonio preparó su avío
y se fue al cerro. Mientras subía, iba admirando las flores y
plantas que crecían ahí. Cuando llegó, donde se encontraban
sus animales, vio que todo estaba bien. Al bajar fue sacando
unas plantitas que le gustaron mucho y al llegar a su casa
las colocó en macetas y las cuidó.
A Antonio le gustaron mucho las plantas. Pasaron dos
semanas y decidió ir a buscar más. A la subida, fue sacando
unas cuantas plantitas y se sentó a observar el paisaje. Pasó
el tiempo y cuando se dio cuenta, ya se había hecho de no-
che e inmediatamente se levantó para ir a su casa. Mientras
bajaba vio que en una peña brillaba algo. Fue a asomarse a
ver que era y vio que era una linda flor alantuya109 de color
N
era una vez en la localidad de Quirusillas en la provin-
cia de Méndez. Allí vivían dos hermanos, Juan y Cirila, que
pasaban cuidando las chivas de su querida madre. Siempre
los observaba pasar por mi casa y seguir su recorrido has-
ta una quebrada al pie de la montaña, conjuntamente con
sus animales. Una mañana mientras preparaba el desayuno,
escuché a los dos hermanos tener una discusión y luego se
comenzaron a empujar hasta que los perdí de vista. Al po-
nerse el sol, mientras estaba en mi casa, vi a Juan regresar
[ 152 ]
154
con sus chivas, pero no se encontraba con su hermana Cirila.
Pensé que tal vez no había observado bien, y seguí con mis
actividades.
Ya eran las diez de la noche y me estaba por entrar a la
cama, cuando de pronto, alguien toca la puerta. Voy a ob-
servar y era Cirila, quien se encontraba echada en la puerta
de mi casa. La metí a mi cama y ahí, un poco asustada, le
pregunté qué le había pasado:
N
Hace mucho tiempo, cerca del cerro Sipi, vivía una fa-
milia muy pobre. Era invierno y la madre con su hijo es-
taban en la casa con mucho frio. Como no había leña para
calentarse, la mujer con desconfianza mandó a su hijo para
traer leña del cerro con su burro. Éste no era muy despierto
que digamos, así que su madre le dio algunas recomendacio-
nes y le pidió que se apresurara.
El joven se fue cantando coplas al cerro por un camino
muy viejo y angosto que daba recelo111, el chango no tenía
miedo, para él todo era un juego. Mientras caminaba sintió
que el suelo se movía, entonces gritó: “¡terremoto, sálvese el
que pueda!”
En ese momento el burro se le escapó asustado y el mu-
chacho lo fue a buscar. Buscaba y buscaba, entonces escuchó
hablar a la gente que estaba por ahí, se escondió rápidamente
en un churqui. Entre tolas y escondido miró que eran hom-
bres que tenían vestimentas que nunca había visto y tenían
animales raros cargados con sacos y algunos burros, ellos
estaban haciendo un campamento en el lugar.
El joven por miedo decidió volverse. Cuando iba de re-
greso pensaba cómo iba explicarle a su madre que había
perdido el único burro que tenían. En ese momento vio un
pato, lo agarró, lo amarró y se lo llevó. Al llegar a su casa le
dijo a su mamá: “mira mamá el burro se tranjormó112 en pato
111 Miedo
112 Expresión oral de “transformó”
[ 154 ]
156
para comerlo”. La mamá más viva le dijo: “¿con qué vamos a
cocinar el pato si no hay leña? Mejor anda a buscar la leña
y al burro”.
Al día siguiente se fue de regreso por el campo hacia el
cerro, ya cerca de llegar al lugar donde perdió el burro, vio
a los mismos hombres, tomó coraje y se acercó. Los hombres
se pararon sorprendidos, al ver que sólo era un chango y se
volvieron a acomodar. El muchacho les contó lo que le pasó,
entonces uno de los hombres, se levantó y le dijo: “agarra ese
burro de ahí, descárgalo y lárgate de aquí y no vuelvas por
estos rumbos”.
El chango va a desamarrar el burro y no se da cuenta
que la soga era una víbora. La desata y de lejos le gritan:
“¡cuidado!” El muchacho se asusta, pero sigue soltando los
sacos. Al caer los sacos se ve que estaban hechos de sapos,
éstos salen brincando. En su interior tenía cantidad de pepas
de oro, así que toma unas cuantas sin que lo vean, las guarda
en su chuspa113 y se va apurau114 .
Cuando estaba aclarando, llega a su casa con el burro
cargado de leña, le cuenta lo que le había pasado a su ma-
dre. Ésta muy viva decide hacer buñuelos toda la noche sin
dormir nada, para luego al día siguiente bien temprano tirar
todos los buñuelos por el patio.
Al pasar en la mañana, la gente con sus animales, mi-
raba con asombro los buñuelos y le preguntaban que había
pasau115 . La mujer les decía que en la noche llovieron puro
buñuelos, que ahora se habían vuelto ricos, gracias a los bu-
ñuelos. Cada vez que compraban algo decían que era gracias
a los buñuelos.
La mamá le enseñó al hijo para que diga lo mismo y no
los haga pillar porque nadie podía saber cómo ahora tenían
plata.
N
esto pasó en la provincia Méndez en una comunidad
llamada Zapatera, un día como todos los días. Era una tarde
soleada cuando un hombre dejó de trabajar en su potrero.
El hombre se fue a su casa a comer. Terminó de comer y se
sentó a contemplar la tarde fresca… cuando su compadre
venía por el camino de piedra montado en su caballo. Su
compadre le dijo:
- Compadrito ayúdeme a ir a buscar a mis vacas, se han
escapado del corral.
El compadre le dijo:
- ¡Vamos! Pero espéreme hasta que me ponga mi poncho
y saque el caballo del corral.
Se fueron montados a caballo por el camino viejo. Cuan-
do dieron las doce de la noche, llegaron hasta una casa vieja
y abandonada. Los hombres bajaron de su caballo y tuvieron
la curiosidad de entrar ahí. Entraron con miedo… y encon-
traron un cántaro lleno de oro.
Los compadres salieron rápidamente, se montaron en su
caballo y se fueron cuando desde lejos vieron un cerro que
brillaba como oro puro. Ya no podían ir a caballo. Se bajaron
y fueron a pie cuando apareció una tropera con sus ovejas.
Los hombres se acercaron y le dijeron:
[ 156 ]
158
- ¿Qué haces aquí tan sola?
- Estoy aquí porque la bruja del pueblo me echó una mal-
dición. ¿Ustedes que hacen aquí?
Los compadres dijeron:
- Estamos buscando el oro de este cerro
- Este lugar esta bendecido por el diablo, porque de aquí
no volverán a salir.
De pronto el compadre vio a su toro a tres metros, in-
tenta agarrarlo pero le fue imposible. Entonces la tropera
alcanzó a darle una pedrada en una de sus astas y salió un
pedazo. El toro siguió corriendo hasta que el hombre ter-
minó cayéndose por detrás del toro. Cayeron a un remolino
muy hondo y ahí quedaron hasta el día de hoy. La historia
cuenta que en ese cerro hay mucha vegetación y está lleno
de minerales, sobre todo de oro. También está la tropera que
cuida ovejas a partir de las 12 de la noche. También se dice
que miles y miles de personas están atrapadas en el remolino
más profundo.
EL CURANDERO
Narradora oral: Marcelina Velázquez
Recopiladora: Iveth Pamela Tolaba
Profesor: Nils Alarcón
N
eran las 5 de la mañana. Todavía estaba un poco os-
curo cuando junto a mis hermanos, Andrés y Santos, nos
fuimos a matar palomas con la honda. Llevábamos una lin-
terna y nos acompañaba mi perrito. Cuando estábamos por
el bosque escuchamos voces de mucha gente hablando, como
si fuera una fiesta. Fuimos a ver qué era y vimos un hombre
con sombrero y un saco… tenía aspecto de burro. Estaba al
lado de un churqui que se balanceaba de un lado a otro… Así
nos quedamos unos momentos escuchando y mirando.
En eso, la bulla de la gente se sentía más cerca y el hom-
bre con cara de burro nos comenzó a corretear. Nosotros es-
capamos corriendo, mientras nuestro perrito le gochaba116…
Mientras corríamos, tropecé con una piedra y el perrito se
paró al frente mío y le seguía ladrando. Pude levantarme y
seguir corriendo pero mi perrito no gochaba más, como si
algo le tapara la boca o como si le faltara el aire. Mientras,
el hombre con cara de burro nos gritaba fuerte mientras nos
alejábamos del bosque.
Llegamos a la casa y les contamos lo sucedido a nues-
tros padres. Felizmente, nuestro perrito ya estaba bien.
116 ladraba
[ 159 ]
161
LA APARICIÓN DE UN PUEBLO
Narradora Oral: Santusa Anachuri Altamirano
Recopilador: Alexis Sebastián Espinoza Anachuri
Profesora: Edith Sánchez
N
Mi abuelo vivía en la comunidad de Tomatas 15 de abril
primera sección de la Provincia de Méndez. Como años an-
tes no existía transporte, ellos trasladaban sus productos en
animales cargueros hasta San Lorenzo.
Una noche regresaba de vender sus productos y se le hizo
muy tarde. Eran las doce de la noche. Estaba por el lugar lla-
mado “El Mollar”, que está ubicado cerca de su casa. Cuando
de pronto, frente a él, se produjo un sonido estremecedor.
Contó que, en ese lugar, se abrió como un pueblo muy ilu-
minado. Vio a muchas personas blancas, hombres, mujeres,
niños y una mesa grande llena de servicios muy lujosos.
Como apareció en el camino por donde tenía que pasar, tuvo
que detener sus burritos, quedándose quieto al lado de sus
animales, observando como conversaban, reían y jugaban
los niños. Se quedó a un lado del caballo porque temía ser
visto.
De pronto uno de los hombres dice que olía carne huma-
na y hacía como si estuviera olfateando. En ese momento,
sintió mucho miedo y empezó a rezar, sacó el cuchillo que
acostumbraba a llevar en su cintura y el chicote. Contó que
nunca había sentido tanto miedo porque él era curandero y
estaba acostumbrado a ver cosas que asustan. De pronto,
aparecieron dos hombres montados a caballos blancos que
les dijeron a las mujeres que tengan todo listo para la cena,
que ellos traían la carne.
Mi abuelito contaba, en forma de broma, que él pensaba
que sería la cena, pero los hombres pasaron por su lado con
sus caballos a todo galope. Luego de un rato, volvieron y
[ 160 ]
162
en las ancas de uno de los caballos trajeron el cuerpo de un
hombre pelado117 que estaba muerto y tenía tierra sobre su
piel, parecía sacado de la tumba. Dijo que lo pusieron sobre
la mesa, le levantaron y lo metieron dentro de un tanque. Ya
cocido lo sacaron y lo pusieron sobre la mesa y todos em-
pezaron a comer cortando con sus cubiertos, hasta quedar
llenos.
En ese momento, dijo mi abuelito, que cantó el primer
gallo y todo desapareció antes sus ojos, quedando todo en
tinieblas por la oscuridad de la noche. Muy asustado juntó a
sus burritos continúo su camino hasta llegar a su casa. Pasó
un buen rato sin poder hablar por el susto, esto preocupó a
toda la familia, pero luego habló y contó todo lo que vio.
LA CABAÑA POSEÍDA
Narrador oral: Alfredo Nieves
Recopiladora: Geovana Sarah Saldaña Nieves
Profesor: Alcides Espinoza
N
dicen que años antes, cerca de la plaza de San Loren-
zo, había un señor que era pobre. Él había encontrado una
casa vieja y dicen que al pasar el tiempo el viejo iba arre-
glando más la casa. Una noche… no había ya la casa. En
cambio, había una cabaña chiquita… era como si nadie vivie-
ra ahí. El hombre hizo un ritual y entonces todas las noches
la cabaña… desaparecía.
Dicen que ese hombre era un curandero y que todas las
personas que le buscaban para que los cure y él al curarlos
decía “entra a la cabaña de abajo”. Eso era como un remedio
para los enfermos… cuando la gente salía de la cabaña… la
cabaña desaparecía.
LA SALAMANCA (I)
Narradora oral: Francisca Choque Subelza
Recopiladora: Evelin Aracely Rivera Tapia
Profesor: Limberg Velásquez
N
cuenta esta historia lo que le ocurrió a Don Vidal. En
época de carnaval, Don Vidal estaba retornando de la fiesta
y se dirigía a su casa. Estaba por donde ahora está construi-
do el Cristo, un poco más arriba, (en ese año todavía no ha-
bía el Cristo). Entonces se le apareció una señorita bien linda
y hermosa, rubia y le dijo: “¡vamos allá!”. Él, como estaba
medio ebrio, fue. De pronto se abrió una puerta y entraron.
El cuarto era bien lindo y la señorita le quería hacer echar
ahí…118 pero él pensó y dijo que no. Como siempre manejaba
un cuchillo, sacó eso y le amenazó con matarle, entonces ella
le dejó salir y él se fue. Cuando Don Vidal salió, no hubo
118 Recostarse
[ 162 ]
164
nada, ni cuarto, ni puerta. Entonces se fue con su cuchillo en
la mano. Ahí apareció eso porque había una Salamanca que
se abre cuando es carnaval y le puede aparecer a cualquiera,
pero más a los hombres.
Años antes cuando le apareció eso a Don Vidal, no había
el Coliseo ni el Cristo, y esta salamanca se encuentra cerca
del coliseo, más abajo, en dirección al río Calama.
LA SALAMANCA (II)
Narradora Oral: Celestina Torrez
Recopilador: Elmer Josué Zambrana Guerrero
Profesora: Roxana Tarifa
N
en una humilde casita de la comunidad de Corana Sud,
vivía una familia conformada por cinco niños y sus padres:
María (de 10 años), Ángel (de 8), Severo (de 6), Juana (de 4)
y Juan (el más pequeño).
Una tarde, cuando la familia se disponía a cenar a la re-
dondilla119, los perros comenzaron a ladrar. El esposo salió a
mirar y vio que pasaba muy veloz un caballo blanco con su
jinete que poco se distinguía. Los perros lo siguieron hasta
que llegó a la quebrada, donde existía una poza de forma
redonda, muy pero muy honda, llamada “salamanca”. Fue tan
grande la curiosidad del esposo, que fue hasta el lugar para
observar. Encontró a los perros ladrando alrededor de la
salamanca… sintió una brisa que le entró al cuerpo, y de
repente un sentimiento de miedo, al ver que no había nada.
Regresó a la casa, tan rápido como pudo. Al llegar, no podía
120 Golpeando
[ 164 ]
166
y los comunarios no querían ya pasar por aquella quebrada.
Ya con los años, y con la lluvia y la erosión, la quebrada se
llenó de arena y la salamanca quedo como una leyenda de la
comunidad.
N
se cuenta que en la comunidad de Carachimayo, por la
zona norte, vivía don Marcos Guzmán, una persona que se
decía que tenía un pacto con el diablo y utilizaba la magia
negra para sus intereses.
Los comunarios comentaban que esta persona sabía usar
su magia para hacer maldad a la gente. También se decía que
a este señor le gustaba hacer bromas pesadas, como hacer
asustar a la gente.
Esta persona era odiada por los comunarios, no tenía
casi amigos, todos le tenían recelo: sólo Plácido Soliz, era su
único amigo. Plácido conocía a Marcos desde hacía mucho
tiempo y lo consideraba una buena persona sin importar lo
que la gente comentara, él ignoraba las malas voces.
Marcos con Plácido sabían tomar mucho trago, chicha,
entre otras bebidas que se podían encontrar en el pueblo.
Marcos tenía que entregar a alguien al diablo, para que éste
no le quite su magia. Él tenía algo en mente, quería entregar
a Plácido, pero tenía que llevarlo a un lugar especial donde
estuvieran solos. Entonces Marcos puso su magia a prueba,
para que ésta le diera más poder.
[ 165 ]
167
Una tarde, como muchas en las que se reunían los cumpas
de tomada, se pusieron a beber: trago, vino, chicha, alcohol,
hasta quedar bien borrachos.
Una vez que no tenían más bebida, Marcos le pedió pres-
tado un billete de 10 bs a Plácido, Marcos agarró el billete
lo apuñó y dijo: “billete de 10 convertir en 100”. Ahora con
más platita, seguían tomando, mientras iban camino a su
destino.
Lo que Marcos no sabía era que su buen amigo Plácido
tenía algo que lo protegía. Estaba protegido por las 4 ma-
gias: la magia blanca, el cigarro; la verde, la coca; la ama-
rilla, el alma y la roja, el machete. Por eso, Plácido siempre
estaba bien coquiau121, con machete en la cintura y un cigarro
en la boca.
Cuando estaban por llegar al lugar, Plácido reaccionó de
la inconsciencia que tenía por el alcohol, gracias a la protec-
ción de estas magias.
Viendo esto Marcos, pensó en intentarlo de nuevo. Ahora
quería llevarlo a Churquiguayco pasando la banda. Marcos
hizo tomar de nuevo a Plácido para llevarlo.
En el camino le dio una bebida muy fuerte preparada. Al
tomar quedó muy borracho e inconsciente, cerca de llegar al
lugar esperado. La tierra se puso de color sangre y del frente
de ellos salió un chivo parado en dos patas, tenía astas que
median como dos metros con cara de humano, deforme y cu-
bierto de pelos. En ese momento, para protegerlo a Plácido,
se activaron las cuatros magias, intentando salvarlo de esa
terrible situación.
La magia amarilla del alma le dio una salida a Plácido
mostrándole cuatro caminos: uno de ellos era una peña pro-
funda, el otro un alambrado lleno de espinas en suelo, en el
otro estaba el diablo y el último había un arenal con piedras
puntiagudas.
N
se dice que en el puente del río Calama, en la esquina,
había una cascada de agua cristalina. Antes de carnaval, la
gente del lugar siempre iba a dejar sus cajas123 que estaban
destempladas. Cuando iban a recoger, las cajas estaban to-
talmente retocadas: listas para el carnaval. Nadie sabía quién
las retocaba.
Un día, mi abuelo fue a San Lorenzo y a la vuelta, llegó
al río Calama, donde vio una sirena colgada del puente. Era
123 Instrumento típico de la zona, tambor de mano, con parches de cuero y cuerda
170
[ 169 ]
171
hermosa, su cabello era de color oro y también era largo. Mucha
gente la vio y empezaron a pensar que ella era la que reto-
caba las cajas dejándolas como si fueran nuevas. Otro día,
cuando ya era carnaval, mi abuelo volvió a ir a San Lorenzo
y a la vuelta, en la cascada, otra vez estaba la sirena, sentada
en una piedra. Su cabello le tapaba el cuerpo desnudo y con
una caja en la mano cantaba. Su voz era tan bella y melodio-
sa que todos los que pasaban por allí, la escuchaban cantar.
LA SIRENA (I)
Narradora Oral: Gabriela Gareca
Recopiladora: Esmeralda Yhanela barca
Profesora: Marcelina Castillo
N
cuentan que en la huerta de mi abuelos había una
acequia; que al pasar el agua, se detenía un poco en el pozo,
donde, según decían, se encontraba una sirena que solía can-
tar hermosamente. Los vecinos de ahí solían dejar sus ca-
jas124 dos semanas antes de compadres125 para componerlas126.
Dichas cajas eran colocadas en un molle que estaba ladia-
do127, chueco hacia el pozo. El molle tenía sus ramas como
ganchos, cómodos para dejar colgando las cajas. Las únicas
personas que tenían que dejar las cajas, eran los hombres,
tan solo ellos. Las cajas se quedaban ahí durante una se-
mana, después cuando volvían a recogerlas, se habían con-
LA SIRENA (II)
Narradora Oral: María Elena Chocala Fernández
Recopiladora: Valeria Sarahi Chocala Paredes
Profesora: Marcelina Castillo
N
era una tarde bella y calurosa. Caminaba por el campo
en compañía de mi hermana Juana y mi perro llamado Solo-
vino. Nos íbamos al campo, que en ese entonces le llamaban
La Loma, para cuidar a todos nuestros animales: las vacas,
las ovejas, los chivos y los burros. En ese entonces, Juana
tenía doce años.
Camino al campo jugábamos por esa pequeña quebrada
llena de rocas y un poco de agua. Saltábamos y cantábamos
coplas de carnaval, de la pascua, de la cruz, en fin, siempre
cantando de todo sin descuidar a todos los animales.
Cada vez nos alejábamos más de las casas y nos íbamos
por medio de las montañas con nuestras ojotas rotas y polle-
[ 171 ]
173
ritas viejas, con nuestra cana sucia, nuestras blusitas blan-
128
128 cabello
129 Bulto que se lleva en la espalda
130 Carne seca, alimento
[ 172 ]
174
Sin dejar pasar más tiempo comenzamos a correr rápida-
mente quebrada abajo sin mirar para atrás, dejando las ojo-
tas botadas, las ollas con la comida en el suelo y a todos los
animales botados en La Loma. Seguimos corriendo quebra-
da abajo tropezándonos con piedras y metiéndonos espinas
de churqui en los pies.
Ya llegábamos por la Cuchilla, un lugar de 3 peñas pe-
queñas alargadas y gredosas. Ahí paramos a descansar un
momento porque a Juana le comenzó a dar una toz inmen-
sa. Nos dimos la vuelta para ver si la mujer nos estaba si-
guiendo, y allí estaba. Seguimos corriendo hasta llegar al
Taco Morado, un lugar que es como una pampa. Ahí esta ese
tronco grueso, viejo, sin nada de hojas y ramas. Nuevamente
descansamos y vimos a la mujer detrás de nosotras pero ya
iba despareciendo era como si el viento poco a poco se lleva-
ba la imagen de la mujer.
Ya íbamos llegando a mi casa, asustadas y temblorosas.
Le contamos a nuestra madre lo que nos había pasado. Le
dijimos que a las orillas de un chorro de agua nos apareció
una mujer hermosa vestida de chapaca y que nos llamaba
para que vayamos donde estaba ella.
Nuestra madre nos dijo que era una mala hora y que por
eso nos había aparecido esa mujer.
Al pasar los días Juana y yo nos enfermamos, teníamos
fiebre, nos dolía la cabeza, no podíamos comer nada y sobre
todo no dejábamos de pensar en esa mujer que vimos en
La Loma. Al pasar una semana, vino un hombre curandero
que se llama Manuel Llaves. Tenía como 40 años y vivía en
Tabladita. Venía por Rancho Norte a hacer cambios de pro-
ducto, él traía losas, virquis, platos y a cambio quería maíz.
Él nos vio mal, enfermas y nos dijo que estábamos así por
la asustadera. Nosotras le dijimos lo que vimos en La Loma
a esa mujer. Y él nos dijo que esa mujer era una sirena y que
nos quería llevar. Nos dijo también que si no nos hacíamos
curar nos íbamos a volver locas...
[ 173 ]
175
LA SIRENA DEL CAMINO VIEJO
Narrador oral: Eulogio Llanois Herrera
Recopiladora: Alesandra Yhessenia Fernández Murillo
Profesora: Yolanda Abán
N
en aquel tiempo no había el puente del río La Calama.
Había cuatro caminos: uno a la mano izquierda, otro de fren-
te camino a San Lorenzo, otro a la derecha camino al monte,
y otro camino más donde los pasajeros esperaban a los ca-
miones que eran de René Ponce, Cesar Ponce, Elvia Molina
y Osorio Méndez.
En el Río Calama, hasta el día de hoy existe la sirena. Yo
Eulogio Llanos desde muy pequeño escuchaba sus coplas y
tonadas carnavaleras131 todos los domingos de carnaval a las
12 de la noche.
Una mañana de domingo de carnaval, en el año 1965, mi
padre me mandó a las 5 de la mañana a comprar puchero,
cabeza de cordero, y las patitas para cocinar. En el camino
me encontré con una linda moza de cabello largo, rubio, de
ojos verdes, sentada en una gran piedra y me dijo:
- Joven ¿a dónde vas tan apurado? Quédate a charlar con-
migo un rato.
Yo no sabía que ella era sirena; inocentemente me quedé.
- ¿Y tú cantas? – me preguntó
- Sí, canto - le respondí. Me dijo que aprenda éstas dos
coplas, y que la buscara el martes de carnaval en Tarija Can-
cha Sud:
“Las mujeres son el diablo Yo soy nacido en el rancho
Parientes del gallinazo En medio del algarrobal
Se comen la tripa gorda Por eso yo nací alegre
Al huevo no le hacen caso Soy hijo del carnaval”
N
cuenta la gente de la comunidad, que en el rio Gua-
dalquivir que pasa por la comunidad del Bordo de Carachi-
mayo:
137 tartamudeando
[ 177 ]
179
…que atrae a las personas para que tomen su lugar y así poder
ella salir de ese lugar que la tiene atrapada,
…que más bien corrieron con suerte,
…que se los hubiera llevado.
Los comunarios le pusieron de nombre: “la sirena del
Guadalquivir” a la joven mujer que aparece en esa poza. Le
guardan recelo al lugar, aunque ahora con el puente que hay
en el lugar, ya no se volvió a escuchar la historia de la sirena.
N
HabÍa una vez, en Sella Quebradas, un hombre que es-
taba regresando a su casa de trabajar. Vio una luz en una
represa y él se acercó. Vio a una chica muy bonita, que tenía
mucho brillo en su cuerpo. Al ver la sirena, el hombre se
quedó hipnotizado. Entonces la sirena se le iba acercando.
Él no se dio cuenta… la sirena más se le iba acercando. Él se
iba quedando hipnotizado…
Su mujer creía que su marido se había enojado y habría
dormido en la casa de su madre. Entonces al otro día fue a la
casa de su suegra y le preguntó:
- ¿Mi marido durmió en su casa?
- No… - respondió su suegra. Entonces la mujer fue a
buscarlo a su trabajo y le pregunto a su patrón:
- ¿Usted le ha visto a mi esposo?
- Ayer se fue, en la tarde, rumbo a su casa.
[ 178 ]
180
Entonces se volvió a su casa y pasando por la represa vio
a su marido, hipnotizado. El señor perdió la memoria y su
esposa no sabía qué hacer. Así que lo llevó a un curandero
donde lo hizo curar.
EL TAPAU138
Narradora oral: Eloiza Cabezas
Recopiladora: Lourdes Quispe
Profesor: Nils Alarcón
N
Introducción: Los Tobas
Desentierro de tapados
143 Comida
144 Cántaro de greda
[ 180 ]
182
Tiene que ser una persona con sangre pesada, corajuda que
no tenga miedo a nada, ya sea un medico o un brujo. Algu-
nas personas al sacar el tapau se hacen soplar con la tierra145
o sino les aparece un gato, un tigre o un león. De no ser así,
es posible que el tapau se lo coma a toda la familia uno por
uno.
Un señor sacó un tapau sin pedir permiso y sin pagar a
la tierra. Lo llevó a su casa y al llegar a su casa lo colocó en
un cuarto. Cuentan que el tapau en la noche ha empezado a
arder… que ardía como un juego146 grande… y se dice que
al otro día unas vacas amanecieron muertas. Y así se repitió
hasta que terminó con todos sus animales. Luego comenzó
con la familia… Al día siguiente amaneció muerto un señor
que se llamaba Teófilo, y al otro día siguió con la finadita
Ana… y luego la finadita Lidia… y después la finadita Isa-
bel… y después se lo comió al que ha sacado el tesoro y por
ultimo al finadito Eusebio y a Emiliano Tolaba. Así quedó
un solo señor vivo en la familia. Él, al ver como el tapau se
comía a la familia, se armó de coraje y se fue a enterrarlo de
nuevo a la jarka para salvarse. Al dejarlo enterrado de nue-
vo, ya dejaron de morirse personas.
La coquena147
También se dice que a alguna persona que tiene suerte, o
que es pobre y le hace falta recursos para alimentarse u otra
cosa importante, les aparece de la nada una coquenita.
Una tarde un señor salió al morro de la jarka a ver sus
animalitos. Le apareció una coquenita, que era una mujerci-
145 Hay numerosos relatos que cuentan de un viento, hediondez, o soplo de tierra que pasa
enfermando a quien desentierra el tapado, perdiendo la vida en pocos días.
146 fuego
147 Ser mitológico u aparición en forma de mujer, que es el espíritu de la tierra
[ 181 ]
183
ta bien quepidita y con su sombrerito llenito de flores del
148
148 Palabra de origen quechua, proviene de K’epi: bulto, carga. Quepidita puede ser robus-
ta, o cargada con su k’epi o bulto
149 Se ha desaparecido
[ 182 ]
184
EL TORO DE ORO
Narrador oral: Erasmo Mamani Tejerina
Recopilador: Tony Nezareth Sandoval Mamani
Profesora: Yolanda Abán
N
dicen que años antes no había dinero en billetes. Lo
único que había de valor era el oro. Ocurrió que en los ce-
rros, cerca del Río Calama, existía un toro de oro que se
caminaba por los alrededores una vez por temporada.
Los comunarios buscaban la forma de agarrarle, pero en
vano eran los intentos. A pesar de ser buenos toreros con el
lazo en las marcadas150 , ninguno podía enlazar al toro de oro.
Un día, un grupo numeroso de hombres valientes, ex-
pertos en enlazar toros, acordaron pillarlo en grupo. Mucho
tiempo estudiaron su camino por donde recorría, las épocas
del año y las horas en que pasaba de un lugar a otro con
enormes mugidos.
Cuando ya tenían todo preparado, lo emboscaron en un
angosto de su camino y le acecharon. Cuando ya lo tenían
casi cercado, antes que lancen sus lazos, el toro de oro dio
un salto increíble y, casi sobre ellos, se entró al Río Calama,
en el remanso más grande y profundo. Levantando su cola y
dejando caer un poco de sus astas, se entró al río.
Los hombres, asustados y frustrados, lo vieron fijamente
como se entraba al río poco a poco. Se acercaron y levanta-
ron su bosta. La sorpresa fue que era de oro fino, del mejor
quilate. Desde ese tiempo es buscado por toreros y oreros151
que no pierden la esperanza de, un día, poder verlo y, por lo
menos, encontrar su excremento en las orillas del río.
N
se dice que hace mucho tiempo, por las calles más an-
tiguas de San Lorenzo, en diferentes caminos oscuros, se
aparecía una mujer vestida de negro.
Una de esas noches, un hombre había ido a una fiesta y al
volver, vio un camino muy oscuro. El estaba borracho por-
que había bebido mucho en aquella fiesta. Decidido a ir por
ese camino para ver a qué lugar llegaba, o lo que había por
allí, caminó hasta que en un momento escuchó un ruido. No
lo tomó en cuenta y siguió aunque era muy oscuro y no se veía
nada (ni lo que había por el camino). Más allá escuchó una
voz de mujer que le decía que él vaya hacia donde ella, pero
él no la veía, así que siguió. De pronto vio una sombra…
como si una persona estuviese allí delante. Escuchó que le
dijo que fuera donde ella, y él fue. Llegó hasta ella. Ella le
acompañó hasta un lugar más oscuro, mucho más oscuro, y
lo mató.
Al otro día encontraron su cadáver, avisaron a la fami-
lia sobre lo sucedido. La familia muy triste lloraba y así lo
enterraron. Desde entonces nadie va por esa calle, por la
historia que cuentan. La Viuda Negra siempre aparece por
las noches: su manto es negro, y se mueve con el viento. Se
te acerca cuando estás solo, y más aún si has bebido… se te
va a acercando con el afán de no sentirse sola.
[ 184 ]
186
LA VIUDA NEGRA (II)
Narradora oral: Nélida Sánchez Ávalos
Recopiladora: Nancy R. Segovia V.
Profesor: Carlos Cruz
N
Hace aproximadamente 43 años152, frente a la escuela
Eustaquio Méndez (de San Lorenzo) había una casita que
vendía trago, chicha y otros. Una noche muy tarde viene
don Julgencio Cáceres, un hombre que siempre solía venir
a esta mala hora. En ese tiempo no era bueno estar hasta
cierta hora, porque se dice que los duendes que vivían en el
sauce roto, de ahí salían y se llevaban a todos los niños y
personas que andaban a altas horas de la noche.
Don Julgencio quería comprar trago, pero pasados unos
minutos que no lo atienden, se va al lado del sauce roto. El
padre quiere salir a atenderlo pero escucha como si Julgen-
cio estuviese peleando con alguien. Gritaba:
- ¡Me estás pegando, me estás pegando!
Cuando todos salen a ver con quién estaba peleando, se
llevan una sorpresa muy grande. Frente al hombre había
una mujer vestida toda de negro y con un gran velo que le
cubría la cara. Pero lo más llamativo eran sus pies… que en
realidad eran patas de gallina. Pasó unos minutos y la mujer
se fue para arriba, por el camino del hospital. Cuando llega
a una casa mocha, que está antes de entrar al hospital, la
mujer se quita el velo y resulta que su cara era pura calavera.
El hombre que se había peleado con la mujer viene a la
casa, y realmente estaba como si hubiera peleado con al-
guien, porque su cara estaba toda rasguñada, arañada, con
heridas profundas. Su cara, camisa y manos estaban con san-
152 En 1975
187
[ 186 ]
188
gre. Asustado y traumado, decía repetidas veces: “me quería
llevar, me quería llevar”. Pasaron algunas horas y recién se
animaron a llamar a la policía. Entraron al lugar donde ha-
bía entrado la mujer y no encontraron nada.
Había pasado un año aproximadamente de lo sucedido y el
hombre muere. Algunos decían que murió porque se volvió loco
y otros porque él era un alcohólico y eso lo mató.
[ 187 ]
189
IV. FÁBULAS
N
esta historia se trata de un zorro que buscaba comida
en el bosque y de repente se encontró con un cóndor. El
zorro quiso matarlo, para después poder comérselo. Pero el
cóndor le dijo: “no me mates, yo te puedo dar la mejor comi-
da”. El zorro se subió a la espalda del cóndor y empezaron a
elevarse. Pararon en una nube y en esa nube había muchos
cóndores. El cóndor escondió al zorro para que nadie lo vea
y le dijo: “espera aquí que yo iré por comida y te traeré los
huesos”. El zorro esperó y esperó hasta que no aguantó el
hambre y se lanzó sobre los demás cóndores. Todos se fue-
ron asustados y enojados. El cóndor le dijo al zorro: “eres un
tonto ahora te dejo aquí”. El zorro contestó: “no me importa
al menos tengo comida”. El cóndor, sin decir nada, se fue.
Pasaron varios días y el zorro quería bajar pero no había
cómo. Se le ocurrió hacer una soga de algunos pedazos de
trapos que encontraba y cada día hacía más larga la soga.
Él empezaba a soltar la soga para ver si alcanzaba a tocar la
tierra. Un día cuando todo estaba listo, empezó a bajar por
la soga. Estuvo por horas bajando hasta que se encontró con
unos loros. El zorro empezó a molestarlos diciendo:
- Loros picudos.- Ellos se enojaron y le dijeron:
- Vamos a cortar tu soga si nos sigues molestando.- El
zorro arrepentido les pidió perdón. Los loros aceptaron sus
[ 188 ]
190
disculpas y se fueron pero cuando volvieron a pasar por el
mismo lugar el zorro volvió a molestarlos diciéndoles: “¡lo-
ros picudos!”. Ellos no aguantaron los insultos y, molestos,
cortaron la soga. El zorro empezó a caer hasta que cayó
sobre una piedra enorme y explotó.
Pasaron los días y en ese lugar empezó a crecer maíz.
Los animales iban ese lugar para recoger maíz para poder
alimentarse ya que, cada día, crecía más y más.
N
esta historia se desarrolla en un campo que se encon-
traba alejado de la cuidad. Se trata de dos amigos: un zorro
que era muy desobediente y malicioso, y un carcancho que
era muy elegante. El carcancho siempre participaba de reu-
niones muy importantes con sus amigos de clase alta (anda-
ban siempre de traje y corbata).
Ellos eran compadres y un día el carcancho le dijo a su
compadre zorro:
- Cumpita, tengo una reunión con mis amigos en el cielo
- Oh, compadre lléveme con usted, lléveme a la reunión.
- Ya compadre, ¿pero no me va hacer quedar mal, no? – le
preguntó el carcancho.
- No compadre, no lo haré. - El carcancho con voz muy
firme le dijo:
- Está bien compadre, pero cuando sirvan la comida y
pongan el plato sobre la mesa, prométame que no saltará
encima de la mesa como un muerto de hambre. Porque si así
[ 189 ]
191
lo hace no lo traeré devuelta a la tierra y tendrá que arre-
glárselas solo para bajar del cielo…
Terminaron de hablar sobre la reunión. Llegó la hora de
ir y el carcancho llevó al zorro hasta el cielo. Llegaron todos
y se sentaron en sus respectivos lugares. Todos los amigos
del carcancho se encontraban con su traje y corbata. Pasó
un momento y empezaron a servir la comida dando a cada
cual, su respectivo plato. El carcancho observaba a cada rato
al zorro, para ver que no hiciera nada malo. Pasó un momen-
to… y el zorro saltó a la mesa como un muerto de hambre
quitando a cada uno de los amigos del carcancho, su plato de
comida. El carcancho al ver todo lo que había hecho el zorro,
se acercó a él, lo agarró de una de sus patas y lo arrojó fuera
de la reunión. El carcancho estaba bastante enojado…
El zorro, que había quedado solo en el cielo, vio eso y se
asustó. Empezó a caminar, de un lado al otro lado, pensando
qué hacer para bajar del cielo. Entonces un día, de tanto an-
dar pensando, se le vino una idea a la cabeza: se acordó que
existía una planta llamada sivinga. Ésta se podía trenzar y
hacer de ella, un tipo de cuerda. El zorro empezó a trenzar
la sivinga … cada día era poco lo que podía trenzar. Todos
los días tiraba la cuerda desde el cielo hasta la tierra, para
ver si ya podía bajar con seguridad y tranquilidad.
El zorro tenía mucha hambre y lo único que tenía, eran
unas semillas que le había dado Dios. Él se las dio al zorro,
para que se las llevara a sus hijos en la tierra. Como el zorro
era tan desobediente, no hizo caso y en todo el camino se
las empezó a comer. Un día, de tanta desesperación, tiró la
cuerda hacia la tierra.
Él creía que la cuerda llegaba hasta la tierra, pero no fue
así. Empezó a bajar y llegó hasta el final de la cuerda. El
zorro estaba colgando de la cuerda muy desesperado porque
estaba muy alejado de la tierra y tenía miedo de caer. Un
loro pasó por ahí, entonces el zorro empezó a molestarlo
diciéndole:
[ 190 ]
192
- Loro quechichi153, no vas a cortar la sivinga. - El loro lo
amenaza diciéndole:
- La voy a cortar con mi pico si me sigues molestando.
- Ya no te molestaré por favor, no cortes la cuerda.
El loro se alejaba hasta cierta distancia y el zorro otra
vez lo molestaba
- Loro quechichi.
- Ahora sí te cortaré la cuerda, te lo advertí zorro. - El
zorro muy desesperado le pedía disculpas una y otra vez
pero el loro ya no le hacía caso. Tomó un poco de distancia
y con mucha rapidez fue hacia la cuerda y la cortó. Mientras
caía, el zorro gritaba:
- ¡Señor ayúdame! ¡Pongan colchones que aquí va el zo-
rro!
Pero los hijos de Dios no le hicieron caso y al contrario
pusieron una roca en la que cayó el zorro. Cayó y su panza
explotó. Al explotar, salieron bruscamente las semillas que
se había comido. Se distribuyeron en diferentes direcciones
haciendo que aparezcan todas las plantas que ahora se en-
cuentran en nuestro entorno. Estas semillas se reprodujeron
rápidamente en un bello y cálido campo en el que no había
mucha vegetación.
El zorro ya había muerto y gracias a eso, aparecieron todo
tipo de plantas.
N
HabÍa una vez un cóndor y un zorro que eran compa-
dres. Un día el cóndor fue invitado a una cena en el cielo y
el zorro se enteró. Le rogó a su compadre que lo llevara y
después de tanta insistencia, el cóndor aceptó llevarlo. Pero
le dijo:
- Suba a mi espalda pa’ poder llevarlo, ¡pero no me va
hacer quedar mal cumpa!
- Ta’ bien, no hay problema cumpita, - dijo el zorro.
Entonces, el zorro subió a la espalda de su compadre
y se fueron al cielo. Una vez que llegaron al lugar, vieron
un enorme banquete. Había una variedad de platillos para
comer. Mientras, los demás cóndores se iban sentando a la
mesa. El cóndor le dijo a su compadre zorro:
- Espere aquí cumpa mientras nosotros comemos. Ya
después le voy a invitar.
Mientras los cóndores comían, los huesos volaban por la
mesa de un lado para el otro. El zorro, al ver esto, no pudo
aguantarse las ganas y se lanzó tras los huesos por sobre la
mesa donde estaban los cóndores comiendo. Todos se enoja-
ron, incluso el compadre del zorro. Los invitados se fueron
furiosos y dejaron al zorro en el cielo, totalmente solo. El
zorro gritaba desesperadamente:
-¡Compadre no me deje, cumpita por favor! - pero el cón-
dor se bajó nomás, haciendo oídos sordos.
[ 192 ]
194
El zorro sin encontrar cómo bajar, pasó un año en el cielo
haciéndose una cincha154 con sivingulla155 para poder bajar del
cielo. Durante todo el año sólo comió semillas de lo que en-
contraba, grandes y pequeñas, de: lacayote, guineo, zapallo,
achojcha156, poroto y garbanzo.
Cuando el zorro ya había acabado de hacer la cincha, listo
para regresar a casa, la tiró hacia abajo y empezó a bajar.
Cuando estaba bajando, vio pasar una bandada de loros y el
zorro les gritó:
-¡Loros ke’chinches157!¡Loros ke’chinches! ¡Loros
ke’chinches!
Como a los loros no les gustaba que les dijeran así, estos
se dieron la vuelta y empezaron a picotear la cincha para
cortarla. El zorro suplicó que no cortaran la cincha… y los
loros al verlo tan asustado se fueron y lo dejaron. Cuando
estaban lejos, el zorro volvió a gritar:
-¡Loros ke’chinches! ¡Loros ke’chinches, ja ja ja ja ja…!
Esta vez los loros se enojaron mucho más, volvieron rá-
pidamente para terminar de cortar la cincha y poder acabar
con la vida del zorro burlón. Mientras el zorro estaba cayen-
do, decía:
- ¡Pongan cama y colchón, que está cayendo su Dios!
Pero nadie puso nada y el zorro cayó encima de unas pie-
dras, reventó por todas partes y se esparcieron todas las se-
millas que tenía en su estómago. Desde entonces se cuenta
cómo aparecieron las semillas de lacayote, guineo, zapallo,
achojcha, poroto, garbanzo, y otras. Cuenta la gente que an-
tes de lo ocurrido al zorro no habían esas hortalizas.
N
HabÍa una vez, una yuta158 que apareció con sus tropas
de guagüitas159 pintadas…y apareció el zorro y le dijo:
- ¿Cómo pinta, comadre, a sus guagüitas así de bonitas?
Y la yuta le dijo:
- Fui a traer un quepe160 de leña y le prendiu el horno y les
metí ahí, al horno… y se pintaron así…Vaya a traer la leña
y junda161 el horno y métale ahí sus guaguas y agárrese la
caja162 diciendo: “pinta guagüita, pinta guagüita, pinta gua-
güita”…así hizo el zorro… y las guaguas del zorro comenza-
ron a reventar en el horno.
Al otro día, fue a sacar las guaguas y estaban todas he-
chas carbón. Con eso, se fue el zorro a encontrarle a la yuta.
Le encontró y le dijo: “comadre, ¿por qué usted me hizo que-
mar mis guaguas?... ahora me lo como a usted”. Y ella le
respondió:
- Soy agria y no me puede comer.
- Aquí lo como.
- Vaya a buscar ají con sal, si quiere comerme -. Ahí el
zorro se fue a buscar el ají con la sal. Molió y trajo un atau,
y la yuta le dijo:
- Ahora vamos a la punta del bordito y ahísito cachinche-
158 ave
159 Hijitos/as
160 carga
161 Encender, calentar
162 Instrumento musical
[ 194 ]
196
me163. - Ella extendía sus alitas y él le puso el ají por todos
lados, por debajo de sus alitas, por todo ello lo cachinchó y dijo:
- Ahora me la como
- Cómame. - Él ya estaba por abocarlo… y la yuta tiró un
bólido, sacudió sus alas y llenó los ojos del zorro de ají, quien
cayó peña abajo, partiéndose la cabeza.
EL CÓNDOR ENAMORADO
Narradora oral: Ramona Fernández
Recopilador: Humberto Denis Velásquez
Profesora: Lesby Sonia Jaramillo Gutiérrez
N
HabÍa una vez, una madre que tenía una hija que era
muy floja. No le gustaba que la manden a cuidar las ovejas,
porque se dormía por ahí en el cerro y los zorros se comían a
sus ovejas y su madre le regañaba por ser descuidada.
Un día, cuando la chica estaba yendo a cuidar a sus ove-
jitas, de repente le aparece un hombre con traje de color ne-
gro bien corbateado y le pregunta: “¿dónde estás yendo?”. La
chica le cuenta que tiene que ir a cuidar las ovejas al cerro
porque su mamá le ha retado, diciendo que las hace comer con
el zorro. El hombre le dice: “échalas por ahí a tus ovejas,
¿quieres venirte conmigo?” y ella le contestó que sí… él le
dice que se suba a su espalda.
Cuando de repente empieza a volar, ella se da cuenta que
era un cóndor. Se la lleva a una cueva en una peña. Horas
después, llegaban las ovejas solas a la casa y ella no llegaba.
Su mamá preocupada le manda a su papá que le vaya a buscar.
Su papá salió a buscarla, y no la encontró.
163 sazóneme
197
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198
La chica estaba en la cueva y el cóndor le traía toda clase
de carne, pero cruda… la chica no quería comerla, porque
era cruda. Después a unos troperos que fueron a cuidar por
ahí, la chica les gritaba que llamen a su papá. Los troperos
le van a avisar. Su papá va y ella le dice que mate una vaca,
y que extienda la carne a la vista.
Ella le decía al cóndor que la baje, que ella quería elegirse
la mejor carne con sus propias manos. El cóndor no quería
bajarla, pero tanto rogarle al cóndor, la bajó donde estaba la
carne. Cuando estaban llegando, aparecieron muchos perros
para corretearlo, el cóndor escapó y se fue a esperar en la
bandita.
El papá se llevó a su hija. Hicieron una parrillada con
toda su familia y en la noche para asegurar que el cóndor no
se la lleve, le pa’charon 164un virki grande encima. Al otro
día fueron a ver a su hija, pero la encontraron muerta por
falta de aire.
El cóndor seguía esperando y donde estaba él, había go-
tas de sangre. Él había llorado toda la noche, ya que él esta-
ba enamorado de la tropera.
EL ZORRO Y LA PERDIZ
Carla Añazgo Quiñones
N
HabÍa una vez un zorro y una perdiz que se hicieron
compadres. Un día, la perdiz se enojó con el zorro y, como
ella corría peligro al lado del zorro, buscaba la manera de
deshacerse de su compadre.
164 Echaron
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199
Un día, el zorro le pregunta a la perdiz:
- ¿Comadre, cómo es que tiene sus guagüitas tan bonitas?
Y la perdiz le dice:
- Mire compadre, póngale leña al horno, préndalo, caldee
bien el horno y métale ahí a sus guagüitas. Tápele bien el
horno y cante alrededor del horno “pinta guagüita, pinta
guagüita”.
El zorro hace todo lo que la perdiz le dijo y cuando fue a
ver el horno, vio que sus guagüitas estaban hechas chicha-
rrón, muertas. El zorro va a ver a la perdiz y le reclama:
- Ahora sí, comadre, no se escapa de mí… ¿Por qué es us-
ted tan mala, tan perversa? ¿Por qué mató a mis guagüitas?
Ahora sí me la voy a comer.
A lo que la perdiz le responde:
- Compadre, usted para comerme a mí… yo soy desabri-
da… así que me tiene que echar salcita debajo de mis alitas
y con eso recién me puede comer.
El zorro, sonso, va y busca la sal y le echa por las alitas.
La perdiz emprende vuelo, echándole la sal en los ojos, y le
deja ciego al zorro. Así ya el zorro, no pudo comerse a la
perdiz, que se fue volando. Por eso se dice que el zorro, des-
de ese día, no ve bien en el día, y ve mejor en la noche.
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V. MITOS
EL JUCUMARI (I)
Narradora oral: Alejandra Saldaña Ovando
Recopilador: Luis Alberto Gonzales Ovando
Profesor: Carlos Cruz
N
cuentan que hace muchos años, una ovejera salió al
campo a cuidar a sus ovejas. En un momento le apareció
el Jucumari, y le dijo “tóqueme mi espalda” y ella le tocó. La
llevó quepio165 a la cueva donde él vivía y la encerró con una
piedra grande. Ahí la mantuvo mientras él iba a robar ollas
de carne de las casas silenciosas, para que la ovejera pudiese
alimentarse. Pasaron muchos meses en los que el jucumari
le hizo tener un hijo suyo. Mientras, la familia de la ovejera,
la tenían por desaparecida a su hija la ovejera.
Ella le pedía al Jucumari carne y sal para que pudiera
alimentar a su hijo. Ella lloraba mucho. Su hijo crecía muy
rápido, hasta que un día le dijo: “mami no llores más, yo voy
a crecer y voy a empujar la piedra”. En el transcurso de los
días que pasaban el hijo hacía mover la piedra, más y más...
Un día de esos, la ovejera le pidió al Jucumari que fuera a
buscar miel para darles de comer. Mientras fue a buscar la
miel, su hijo empujó la piedra y sacó a su madre de la cueva.
El jucumari escuchó el ruido de la piedra caerse desde muy
N
según los relatos de las personas antiguas que se fue-
ron transmitiendo de generación en generación, se cuenta la
historia del jucumari.
Esta historia comienza en una comunidad muy lejana en
medio de los cerros. En esta comunidad, los caminos eran
pequeños senderos y las casas estaban hechas de paja y ba-
rro. Las personas vivían de los animales y por eso salían to-
dos los días a pastorearlos. Un día, una joven muy hermosa
de cabello negro, ojos negros y tez morena, llamada María,
salía a pastar a sus animales al campo. Todo el día estuvo
en eso, y cuando volvía a su casa de noche se le apareció el
jucumari, que era un animal de dos metros cubierto de pelos
que tenía la fuerza de diez hombres. Ella al verlo se asustó
y salió corriendo hacia una quebrada a esconderse, pero el
jucumari la atrapó y se la llevó. Ella gritaba “¡auxilio, por
favor ayúdenme!”, pero nadie acudió a ayudarla. Así el jucu-
mari se la llevó a su cueva que se encontraba al pie de una
montaña.
La cueva estaba llena de restos de animales: huesos, cue-
ros, pezuñas. Ahí encerró a María, trancando la entrada con
una enorme roca. Cuando volvió, el jucumari encontró a
María sentada en una esquina llorando. Éste le trajo ropa y
comida y le dijo:
- Toma
Ella al escucharlo a hablar se quedó sorprendida. Tomó
las cosas que había traído y así pasó el tiempo. Ella se acos-
tumbró a vivir con él y después de un tiempo quedó emba-
razada. Como toda mujer embarazada, tenía antojos y el ju-
204
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205
cumari tenía que complacerlos. Así pasaron los nueve meses
y ella dio a luz a un niño mitad humano, mitad animal: era
una persona que estaba cubierta de pelos. Así pasaron los
años y María aún tenía el deseo de ser libre de esa cueva.
Su hijo, al que le había puesto por nombre Juan, ya era todo
un adolescente. Además podía hablar y se vestía a pesar de
estar cubierto de pelos. Un día Juan logró derribar la enor-
me roca que trancaba la entrada (porque además de estar
cubierto de pelo, también sacó la misma fuerza de su padre).
María, al ver que podía irse, tomó algunas cosas y se fue con
su hijo. Cuando el jucumari volvió, encontró la cueva vacía
y salió corriendo en busca de ellos. María y Juan, cansados
de tanto correr, decidieron descansar bajo la sombra de un
árbol. De pronto escucharon el grito del jucumari que se
estaba acercando. Comenzaron a correr hasta que llegaron
a un río muy caudaloso. Para cruzar, Juan derribó un árbol
por donde pasó su madre María y después él. Esperó a su
padre y cuando llegó le dijo:
- Papá, cruza por aquí.
Éste le hizo caso y cuando estaba cruzando Juan volteó
el árbol y arrojó a su padre al agua. Fue arrastrado por el
rio y murió ahogado. María y su hijo Juan, al verse libres del
jucumari decidieron irse y comenzar una nueva vida.
[ 204 ]
206
EL JUCUMARI (III)
Narrador oral: Weimar Abel Sánchez Vega
Recopiladora: Mariette Celina Sánchez Cardozo
Profesora: Heidy Perales
N
cuentan que hace ya mucho tiempo, vivían en la es-
pesura del monte, una raza de seres dotados de una fuerza
descomunal. Por ser velludos, se habían alejado de los seres
humanos para vivir en la espesura de los bosques.
Siendo todos varones y al no haber mujeres para man-
tener viva su especie, entraron en una profunda crisis. Lue-
go de una larga y discutida reunión, decidieron acudir al
jucumari mayor, para que les diera un consejo sabio para
resolver el problema. Éste les dijo “al igual que el águila real
es señor de las alturas, los jucumaris, de la misma manera,
somos dueños de todo lo que es de la tierra”.
A partir de ese día, estos seres se dispersaron para buscar
la solución a sus problemas de supervivencia. Los hombres
evitaban a toda costa encontrarse con ellos. Sin embargo,
un día un joven jucumari, desde la espesura del bosque, con-
templó a una joven sin pelos, quedándose enamorado por su
encanto y voz, tierna y dulce. Desde ese día iba ver a la mu-
jer sin acercarse. Una tarde en que la mujer entró a bañarse,
el jucumari, sin pensarlo dos veces, corrió y tomó a la joven
para luego perderse en la espesura del bosque.
Caminaron varias horas y solo descansaban para comer
algunos frutos, hasta que llegaron a una cueva donde vivía
el jucumari. Introdujo a la mujer a la cueva, pese a la débil
oposición de ella. Pasaron los años y tuvieron un hijo, al que
ella le dio toda su protección, atención y educándolo como
pudo. Pero su hijo preguntaba qué había fuera de su hogar.
Tanto que el niño insistió, logró convencer a su madre de
salir de la cueva.
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Una mañana, cuando el padre se fue en busca de alimen-
tos, la madre y el hijo hicieron un esfuerzo para mover la
piedra y así escaparon hasta la población más cercana, donde
fue amparada por los vecinos protegiéndola de la furia del
jucumari, que la buscaba por todo el bosque. La mujer, con
tal de darle una buena educación a su hijo, lo inscribió en
una escuela, sin darse cuenta que el niño tenía la piel llena
de pelos, lo cual fue notado por sus compañeros quienes se
burlaron de él.
Un día, el niño se cansó de las burlas de sus compañeros
y le dio un golpe a uno de ellos, dejándolo inconsciente en el
suelo. Lo mismo hizo con otros que lo insultaban. La fuerza
que tenía, no fue del agrado de todos y vieron al niño como
una amenaza. La madre, al enterarse del hecho y temiendo a
la reacción de la población, se fue con su hijo al bosque, para
nunca más volver.
LA COQUENA
Narradora oral: Joaquina Gareca
Recopiladora: Alba Abigail Ramos
Profesora: Heidy Perales
N
un hombre muy pobre, de unos sesenta años, vivía en
una choza de paja. El pobre hombre no tenía qué comer, no
tenía dinero y su ropa era vieja.
Un día el hombre tenía muchísima hambre. Se fue al ce-
rro a cazar venados para poder comer. Mientras logra cazar
seis venados, le aparece la coquena que le dice al hombre:
- ¿Por qué cazas mis venados?
- Yo los quería cazar para poder comer, porque yo no
tengo nada y soy una persona pobre – respondió el hombre.
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- Yo te voy a dar un arte. Andáte a tu casa y no vuelvas
más por aquí a cazar mis animales.
El hombre obedeció y se fue. Durmió toda la noche y al
despertar a la mañana siguiente, se quedo muy asombrado al
ver todo lo que encontraba dentro de su casa. Había varieda-
des de papas, maíz, frutas, verduras, arroz, etc.
El hombre decidió vender todo aquello y se hizo millona-
rio. Pasaron unos días y uno de sus compadres le preguntó:
- Compadre, usted era pobre. ¿Cómo se hizo rico de la
noche a la mañana?
- Compadre, fui al cerro a cazar unos venados y de la
nada me aparece la coquena. Me dijo que me iba a dar un
arte y que me viniera a la casa y no volviera más y al des-
pertar a la mañana siguiente me encontré con una variedad
de papas, verduras, frutas.
Su compadre al oír todo esto fue al cerro a cazar venados,
aparece coquena y el hombre rico le dice a la coquena:
- Yo he venido a cazar los venados porque no tengo nada
que comer soy pobre.
Pero coquena no le creyó, ya que era rico y no pobre.
- ¡Yo te voy a dar! Andáte a tu casa y no vuelvas más.
El hombre obedeció y se fue a su casa. Él se durmió y no
despertó más: se había muerto por mentiroso.
EL SILBACO
Narradora oral: Amalia Alvarado Avendaño
Recopiladora: Faviola Paredes Alvarado
Profesora: Mery Luz Villa
N
se dice que por las noches, en lo más profundo de los
bosques, en los montes y quebradas, con un frío que viene
del sur, se suele oír un sonido estremecedor, parecido a un
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llanto o lamento, al que los lugareños llaman: el silbido del
Silbaco. Si estas solo y con pena, podrías escuchar al silbaco
y llorar del susto.
Dicen que el sonido es producido por una indiecita gua-
raní convertida en ave nocturna por su propio padre.
Su padre era malvado y no soportaba el amor de su hija
con un hombre. Éste no era de su agrado y por eso lo mató
con un machete. Su hija fue testigo de este crimen. El padre
malvado, para no ser descubierto, convirtió a su hija en un
pájaro.
Desde entonces, esta indiecita convertida en ave, vagó
arrastrando sus penas por el monte chaqueño. Quien la es-
cuche y trate de seguirla, se perderá junto a ella… hasta
llegar a su casa donde el ave lleva a cualquier persona que la
escuche o la imite en su silbido. Este pájaro es conocido en
el chaco como el silbaco.
N
HabÍa una vez un señor muy pobre que no tenía qué
comer. Del hambre que tenía, se iba a cazar a las jurinas166
con su perro.
Ya eran muchas las veces que cazaba las jurinas el hom-
bre pobre. Un día se descuidó y su perro desapareció. El
perro se fue a cazar solito las jurinas. Cuando estaba a punto
instantáneas
Unidad Educativa
Prof. Osvaldo Gálvez
(La Calama)
Prof. Lesby Jaramillo
Unidad Educativa
Tomatas Grandes
Prof. Nils Alarcón
Prof. Deimar Ayarde
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MeMoria