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San Lorenzo cuenta / selección y edición por Pamela Delgado y Augusto


Luna ; presentación por René Valdez Soruco y Ramiro Miranda Armella –
San Lorenzo: Subgobernación de San Lorenzo, 2018.

1. Bolivia – Tradición Oral – Recopilación de historias de tradición oral.


Pamela Delgado y Augusto Luna, prólogo, selección y edición.
1ª edición, Tarija: “San Lorenzo, Cuenta”, 2018

Arte en tapa: Mayra Villa Villa


Ilustraciones interiores: Sadid Arancibia
Diseño de portada: Sadid Arancibia y Augusto Luna
Gestión editorial: Pamela Delgado – Augusto Luna
Diseño Editorial: detrabajosydias.wordpress.com
Diseño y Diagramación: Iván Fuentes Q. – Juan Pablo Orellana F.

Derechos de la presente edición, noviembre 2018:


“Los Caminantes” / Pamela Delgado, Augusto Luna

Los derechos morales de las obras contenidas en el presente libro pertene-


cen a los autores.
Nº de Depósito Legal: 9-1-3188-18
Primera Edición: Noviembre de 2018
1.000 ejemplares
Imprenta: Corpografika LTDA
Impreso en Bolivia
Este libro se publica bajo la licencia de Creative Commons:
Atribución-NoComercial-CompartirIgual 4.0 Internacional (CC BY-NC-SA 4.0)

Esta licencia permite a otros crear y distribuir obras derivadas a partir de


la presente obra de modo no comercial, siempre y cuando se atribuya la
autoría y fuente de manera adecuada, y se licencien las nuevas creaciones,
bajo las mismas condiciones.
[3]

Este libro fue realizado en el marco del Proyecto “San Lorenzo, cuenta”
ejecutado por “Los Caminantes”, que fue apoyado por el Fondo Cultural
de la Embajada Suiza en Bolivia, administrado por Solidar Suiza.

PROYECTO “SAN LORENZO, CUENTA”


Responsable: Pamela Delgado Fernández
Comunicación: Augusto Luna
Subgobernación de San Lorenzo: René Valdez Soruco
Coordinación Subgobernación de San Lorenzo: Ramiro Miranda Armella
Dirección Distrital de Educación de San Lorenzo: Sandro Donaire Soruco

Investigación Participativa: “Recopilación De Historias De Tradición Oral”


Profesores a cargo de la investigación y guía en aula:
Alcides Espinoza Arroyo Lesby Sonia Jaramillo Gutierrez
Carlos Alberto Cruz Sánchez Liliana Benítez
Carmen Rosa Aban Limberg Yussef Velázquez Villa
Cintia Yohana Cardozo Guerrero Luis Henry Duran Cárdenas
Claudia Cecilia Quiñones Ríos Marcelina Castillo Cari
Deimar Ayarde Cardozo Mery Luz Villa López
Edith Miranda Gonzales Nils Orlando Alarcón Soliz
Edith Mariela Sánchez Oswaldo Gira Paredes
Eleanne Flores Flores Patricia Lorena Acosta Lopez
Elva Arenas Ibáñez Roxana Tarifa Yebara
Flavio Cazón Miranda Wilson Ronald Añazgo Rueda
Heidy Giovana Perales Valdez Yolanda Aban Jaramillo
Janeth Lorena Gutiérrez Orosco

Dirección Distrital de Educación de San Lorenzo


Unidades Educativas del Nivel Secundario participantes:
15 de Abril Erquis Norte Luis Carrasco Salinas
Angel Calabi Pazzonlini 2 Prof. Osvaldo Galvez
Carachimayo Rancho Norte
Jarcas Sella Méndez
Juan Misael Saracho de Coimata Simon Bolivar de la Victoria
Julio Sucre Tomatas Grandes
Leon Cancha
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[5]

Índice

PRESENTACIÓN 9
PRÓLOGO 13
I. RETRATOS 17

AGUA ROBADA 17
LO QUE YO HICE POR MI QUERIDA ROSARIO 20
RECUERDOS DE UN TROPERO 23
DON SALUSTRIANO RUIZ 24
DON TOMÁS CARO 25
HISTORIA DE MI BISABUELO 27
LA CREACIÓN DE LA COMUNIDAD DE TOMATITAS 28
LA HISTORIA DEL RÍO CHIQUITO 30
HISTORIA DE SAN PEDRO DE LAS PEÑAS 30
LA IGLESIA (DE CAMARÓN) 33
NOCHE OSCURA 36

II. CUENTOS FOLKLÓRICOS 39


PEDRO URDIMAL Y EL DIABLO 39
EL SONSO Y LOS BUÑUELOS 41
EL CURA 43
EL ROTO QUE ENGAÑÓ AL DIABLO 44
LOS TRES ENAMORADOS DE LA TUERTA CECILIA 45
EL CHIQUILÍN Y EL REY 46
LA HISTORIA DEL PERRO Y EL HOMBRE 49
LOS HERMANOS Y EL DIABLO 49
EL PASTOR Y LA VIRGEN 54
EL MÁS ALLÁ 55
LA FLOR DE LIROLAY 57
[6]

CARRETERA FANTASMA 60
EL HERMANO RICO Y EL HERMANO POBRE 61
EL HOMBRE TONTITO 62
LA BRUJA 63
LA BRUJA Y SU CAJA MAGICA 66
LOS DOS AMIGOS 67
LA LEYENDA DEL ROSQUETE 68

III. LEYENDAS 71
EL ALMA PERDIDA 71
EL BEBÉ EN LA QUEBRADA 73
LA ALMITA DE LA CUESTA DE SAMA 75
LA CASA MOCHA 76
LA HISTORIA DE PEDRO 78
ALMA PERTURBADORA 79
EL CAMIONERO Y MARÍA 81
EL CUIDADOR DEL CEMENTERIO 81
EL DÍA DE TODOS SANTOS 82
EL MOLLE DESCANSADERO 88
EL SEÑOR NOCHERO Y EL CABALLERO EN
EL CABALLO BLANCO 90
EL SUSTO QUE ME DIO UNA LECCIÓN 92
UN ESPÍRITU TRANSFORMADO 93
EL JOVEN DE PATAS DE GALLO 95
EL ZORRO Y LA MUJER 96
LA CUESTA DEL DIABLO 97
LA POZA ASUSTADERA 99
MIEDO EN LA QUEBRADA 100
CALLE “LA HECHICERA” 102
LA MUJER BRUJA DE LA COMUNIDAD 103
LAS BRUJAS 105
EL CONDENADO (I) 107
[7]

EL CONDENADO (II) 108


EL CONDENADO (III) 110
EL CONDENADO (IV) 113
EL LLANTO DEL ZORRO 116
LOCURA EN LA NOCHE 118
DON JUAN DEL DIABLO 120
EL CABALLO DEL DIABLO 122
EL HOMBRE QUE NO QUIZO CASARSE 123
EL MOLINO DEL DIABLO 125
LA APARICIÓN DEL DIABLO 129
LA MALDICIÓN 130
MI DIOS ME SALVÓ DEL DIABLO 135
UNA NOCHE TENEBROSA 138
EL MALIGNO DEL RÍO CHICO 141
EL BEBÉ QUE SE CONVIRTIÓ EN DUENDE 143
EL DUENDE DE LA ACEQUIA 144
EL DUENDE DEL CAÑAL 146
LA CASA MOCHA 147
LA QUEBRADA DEL DUENDE 148
LA FLOR DEL DIABLO Y EL PATRONO FLORESTAL 150
LA LEYENDA DE LAS QUIRUSILLAS 151
EL CERRO SIPI (I) 153
EL CERRO SIPI (II) 155
EL CURANDERO 156
EL HOMBRE CON CARA DE BURRO 158
LA APARICIÓN DE UN PUEBLO 159
LA CABAÑA POSEÍDA 160
LA SALAMANCA (I) 161
LA SALAMANCA (II) 162
LAS POSAS VERDES DE SALAMANCAS 164
EL PUENTE DEL RÍO CALAMA 167
LA SIRENA (I) 169
[8]

LA SIRENA (II) 170


LA SIRENA DEL CAMINO VIEJO 173
LA SIRENA DEL GUADALQUIVIR 174
LA SIRENA QUE LE APARECÍA A UN HOMBRE
EN UNA REPRESA 177
EL TAPAU 178
EL TORO DE ORO 182
LA VIUDA NEGRA (I) 183
LA VIUDA NEGRA (II) 184

IV. FÁBULAS 187


EL CÓNDOR Y EL ZORRO (I) 187
EL CARCANCHO Y EL ZORRO (I) 188
EL CÓNDOR Y EL ZORRO (II) 191
LA YUTA Y EL ZORRO 193
EL CÓNDOR ENAMORADO 194
EL ZORRO Y LA PERDIZ 196

V. MITOS 199
EL JUCUMARI (I) 199
EL JUCUMARI (II) 201
EL JUCUMARI (III) 204
LA COQUENA 205
EL SILBACO 207
EL SEÑOR POBRE Y LA COQUENA 208

MEMORIAS 211
INSTANTÁNEAS 214
[9]
11

Presentación

Con el proyecto “San Lorenzo Cuenta”, me tocó recorrer di-


versos espacios educativos. Me fui compenetrando en lo que
llegaría a ser el resultado de una recopilación de la tradición
oral del pueblo mendeño. Las actividades que se han realiza-
do para conseguir estos logros, fueron hechas en conjunto por
quienes participaron de este magnífico proyecto: estudiantes
secundarios, profesores, adultos mayores y, nuestros huéspe-
des de honor, Los Caminantes.
Tenemos en este libro, una sabiduría maravillosa. En estas
páginas, cobran vida las costumbres, la narrativa y sus modis-
mos, el modo de vida, el sentir y los valores de las comunida-
des mendeñas. Esto nos lleva a valorar las pequeñas y grandes
historias, y a sentir un cariño muy especial por nuestra tierra
y sus costumbres.
El compromiso asumido con el proyecto “San Lorenzo Cuen-
ta”, nos entrega en recompensa, un texto cargado de historias
mendeñas, que darán vuelta al Universo. Ese es el mayor premio
que tendrán, quienes pusieron su granito de arena en la crea-
ción de este material.
Esta recopilación de historias de tradición oral, no sólo está
dirigida a los estudiantes, sino también a los profesores y al pú-
blico en general. Estos relatos, que pueden disfrutar grandes y
chicos, son incluso una buena excusa para crear un encuentro
familiar. Confío en que este libro, pasará a ser un clásico en las
bibliotecas de muchas familias, y un buen material de estudio
en la educación formal.
Agradezco a cada uno de los colegios que ha participado ac-
tivamente, despertando la memoria de nuestra gente. Nuestra
gratitud para los profesores de Lengua y Literatura, que, con
la experiencia que tienen, brindaron su apoyo y guía en la reco-
pilación de historias; para la Dirección Distrital de San Loren-
[ 10 ]
12
zo y un agradecimiento especial a todas aquellas personas que
fueron artífices de esta obra: “San Lorenzo, Cuenta”
Siempre recuerdo que en la vida hay sueños por los que debemos
luchar. Uno de ellos, y de lo más importantes, es poner en valor y dar
vida, a nuestra tradición e identidad.

Dr. René Valdez Soruco


SUBGOBERNADOR DE SAN LORENZO
[ 11 ]
13
Desde los albores de la humanidad, pueblos y comarcas han
ido construyendo historias, cuentos y leyendas, que fueron la
herencia transmitida de generación en generación, de abuelos
a hijos, de hijos a nietos. San Lorenzo no es la excepción. Te-
nemos mucho que contar y así fue que nació el proyecto “San
Lorenzo cuenta”, con el apoyo del Fondo Cultural de la Embaja-
da Suiza en Bolivia, la participación de la Subgobernación y de
los diferentes colegios del municipio, gestionado y producido
por “Los Caminantes”.
En estos 6 meses de ardua labor cultural, se han aborda-
do diferentes temáticas a través de la recopilación de histo-
rias locales: narradas por los adultos mayores de las comu-
nidades y recopilada por los jóvenes estudiantes secundarios.
Paralelamente, se impartieron talleres de formación artística,
para crear y actualizar historias referentes a la identidad de la
región.
Debemos resaltar la participación de nuestros adultos mayo-
res, quienes son los principales creadores de la narrativa de los
cuentos y leyendas. Aquí tenemos el resultado: el Libro San
Lorenzo Cuenta, texto que servirá y enriquecerá como apor-
te intelectual para los investigadores etnógrafos.
Para la Unidad de Desarrollo Humano de la Subgobernación
de San Lorenzo, es un privilegio el haber apoyado esta inicia-
tiva de Los Caminantes, dúo de arte y gestión cultural.
Aquí se narran las vivencias, tradiciones, costumbres e idio-
sincrasia de nuestras comunidades. Con este libro estamos
aportando al desarrollo cultural de nuestra provincia. Los jó-
venes que participaron en este proyecto, se enriquecieron con
el conocimiento de los mitos y leyendas de nuestros antepasa-
dos, patrimonio cultural que hoy ponemos a disposición de
todos ustedes.

Ing. Ramiro Miranda Armella


Jefe Unidad de Desarrollo Humano
SUBGOBERNACIÓN DE SAN LORENZO
[ 12 ]
[ 13 ]
15

Prólogo

Cada vez que se cuenta una historia, no solo se abren las


ventanas de la imaginación, sino también las puertas del alma.
Los adultos, con nostalgia recuerdan, entre suspiros, todos
esos momentos de la niñez cuando reunidos en torno al fuego,
o sentados en el poyito fuera de casa, bajo la sombrita del árbol,
el abuelo o la abuela contaba esa historia que tan bien se sabía.
Esa que no contaba solo con palabras, sino con el cuerpo, con
los ojos, con la experiencia y con el alma entera.
Entonces, nuestro corazón se estremecía al escuchar esas pa-
labras de miedo o se tranquilizaba con aquellas de esperanza.
Nos mirábamos entre todos, guardando ese instante de com-
plicidad, pidiendo que se volviera a repetir, queriendo siempre
una historia más... una nueva, repetida o inventada, no impor-
taba: solo queríamos unita más.
Contarse historias es un acto puro y sencillo. Al hacerlo, el
cuentacuentos no cuenta solo, sino que hay mil voces que ha-
blan a la vez: los hombres y mujeres que con sus vidas, escri-
bieron la historia de la comunidad y sus fantasías.
De seguro que escuchaste esa aparición de la Sirena a tu
abuelo y no le quisiste creer, o ese remedio casero que te reco-
mendó tu abuela y no lo quisiste usar. Pero llegará el día en
el que extrañarás escuchar su voz, y si hablara de nuevo, le
prestarías más atención y le darías más de tu tiempo. Y vas a
hacer el junte de hiervas para el resfrío porque de alguna forma
tenemos que recordarlos. Una forma es con sus historias, que
alguna vez nos contaron, y que no olvidaremos jamás.
Al encontrarnos con estas historias estamos reviviendo las
reuniones que fueron parte de nuestras vidas. En cada relato,
están presentes esos pequeños hilos del alma que tejen, entre
palabras, lazos imposibles de destruir. Depende de los jóvenes
y futuras generaciones continuarlas, para que no se pierdan y
perduren para siempre en nuestro pueblo.
[ 14 ]
16
Este libro es una recopilación de historias mendeñas: un ho-
menaje a todos los mayores de San Lorenzo, que con sus rela-
tos mantienen viva la identidad del pueblo. Porque una histo-
ria no solo contiene palabras, sino que además posee eso que
nadie nos puede quitar: la identidad y el amor. Y la felicidad del
encuentro.
Investigación Participativa: Recopilación de Historias
de Tradición Oral
Como parte del Proyecto “San Lorenzo, cuenta”, impulsado
por Los Caminantes, en cooperación con la Dirección Distrital
de Educación de San Lorenzo, se implementó en las 13 escue-
las secundarias del Municipio de San Lorenzo, una tarea (de
carácter individual) en el área de Comunicación y Lenguaje:
recopilar al menos una historia de tradición oral entrevistando
a un adulto mayor de 55 años. Como resultado, 815 alumnos
recopilaron 865 versiones de historias de tradición oral, todas
acompañadas por un cuestionario que fue guía para la entre-
vista realizada. En esta instancia, fue imprescindible la partici-
pación y el compromiso de 25 profesores del área de Comuni-
cación y Lenguaje, que diligentemente guiaron y supervisaron
la tarea. Para esto, previamente, el equipo coordinador diseñó
un instructivo sobre Patrimonio Cultural Inmaterial y Tradi-
ción Oral Narrativa, socializado con los profesores. Posterior-
mente, y con un cuestionario común, los alumnos hicieron lo
que había que hacer: conversar con los mayores.
El libro: selección de historias de tradición oral
Esta selección de historias se realizó en base a la recopilación
mencionada. Hemos intentado conservar en estas páginas, la
enorme variedad que presenta la tradición oral mendeña: en-
cantos, asustaderas, picardía, moralejas, mitos, etc. Asimismo,
nos hemos propuesto que el presente libro, tenga una represen-
tatividad geográfica y comunitaria. Así es que todas las Unida-
des Educativas fueron representadas en la selección, indepen-
dientemente de la cantidad de alumnos que la misma tuviera.
Así también, hay decenas de comunidades que se representan
aquí, con sus historias.
[ 15 ]
17
Clasificación
Aunque este asunto tiene mucha tela para cortar, hemos deci-
dido ordenar las historias bajo uno de los criterios posibles. Para
información del lector, damos las características que contempla-
mos para la segmentación por capítulos, del material:
retratos. Aquí se encuentran aquellos relatos donde predo-
mina la historia de una persona o de un espacio, en sus eventos
históricos más destacables, y comprobados.
cuentos Folklóricos. Aquí se encuentran los relatos que no
aseguran ser sucesos de la realidad. Los personajes no son per-
sonas que conozcamos, ni sucede en lugares muy precisos. Son,
en general, producto de la imaginación e inventiva popular.
leyendas. Aquí se encuentran los relatos que aseguran ser
sucesos de la realidad, y dan información precisa de los prota-
gonistas (generalmente personas conocidas por el que relata).
Su carácter de leyenda, se afirma por contener seres o eventos
sobrenaturales, recurrentes e identificables en la tradición oral.
Fábulas. Aquí están las historias en las que los animales pre-
sentan rasgos humanos: conversan con palabras, se ríen, se ena-
moran, etc.
Mitos. Aquí están los relatos que tienen seres o eventos so-
brenaturales, pero no se precisan como hechos cercanos en la
historia. En estas historias, no se puede comprobar que los
sucesos descriptos, hayan sucedido a alguien identificable en
la realidad.
La tradición oral, en palabras escritas
Aquí se presentan escritas, historias que no han sido creadas
para eso, sino para ser narradas oralmente. Por este motivo, las
versiones aquí presentes, ni son las únicas, ni las “verdaderas”1.
Simplemente son un reflejo del enorme Patrimonio Cultural

1. Siendo el patrimonio cultural inmaterial, algo vivo y cambiante, las expresiones se presen-
tan de diferentes formas. No hay mejores ni peores, verdaderas ni falsas, simplemente son
diversas.
[ 16 ]
18
presente en las historias de tradición oral en el municipio de
San Lorenzo, Provincia Eustaquio Méndez, Departamento de
Tarija, Bolivia.
Hemos intentado realizar esta transcripción, de lo oral a lo
escrito, de la mejor manera: conservando diversas formas de
expresión oral y modismos locales/regionales, palabras de ori-
gen quechua, o creaciones lingüísticas populares, característi-
cas de un idioma castellano criollo. Para facilitar la comprensión
del texto, están las aclaraciones al pie de página.
Presentamos al lector, unas gotas de lo mejor del imagina-
rio popular. De generación en generación, estas narraciones
fueron transmitiéndose de manera oral, al tiempo que se enri-
quecieron con los dones creativos y espirituales de cada quién
haya contado la historia. Se presentan aquí, entonces, apenas
algunas versiones de la infinitud de formas que las historias
fueron tomando. Nada más vivo que la tradición oral, y este
libro, no es más que un probatorio de su existencia.
Ojalá sirva este trabajo, para salvaguardar el patrimonio vivo,
incentivar a los jóvenes en la tradición oral, y movilizar las volun-
tades políticas para que se declare la tradición oral narrativa aquí
presente, “Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad”.

LIC. PAMELA DELGADO AUGUSTO LUNA


Narradora Oral Poeta y Cantor
Gestora Cultural Investigador Folklórico
[ 17 ]
19

I. RETRATOS

AGUA ROBADA
Avril Aldana

era una tarde como todas las tardes de mayo, clima


seco ventoso y polvoso, donde caminar por el campo sig-
nifica andar prendido de Saitilla y Cadillo: las flores de la
temporada.
Yo era una tropera del campo, no por elección sino por
jerarquía de edad, ya que yo era la séptima de ocho herma-
nos, cinco mujeres y tres hombres.
En mí recaía la custodia de las vacas, ovejas y chivos, lo
que hacía con ayuda de mis dos perros “el diablo” y “cor-
zuela”. Salí como todos los días por la tarde con mis dos
custodios, un par de ojotas, un sombrero lapa, un bolso con
un cuaderno orejudo, un lápiz a medias, un borrador de papa
y un camote eraca1 watiyau2 (que era mi avío, porque ese día
ya se habían acabado las galletas saltarinas, que era tostado
de maíz morocho). Lista armada de guapeza me dirigía a la
playa donde corriendo apedriando y gritando dirigía a los
animales al campo con el amén en la boca si hacía daño.
Consiguiendo que los animales se quedaran pastando, sa-
caba mi cuaderno para hacer la tarea, ya que sino seguro el
castigo en la escuela era tal vez pasar parada descalza sobre

1 Grande
2 Cocido a las brazas
20
[ 19 ]
21
pepas de durazno o quién sabe.
Ya tardecito, oscureciendo, me disponía a volver pero los
labios secos y polvorientos pedían a gritos un trago de agua.
Corriendo al púgio sin antes echarle un ojo a los animales,
me arrodillé frente suyo y clavando la cabeza le di un gran
sorbo de agua pasando por el cuello con la garganta parada
como gallina me dispuse a dar otro sorbo más cuando en ese
momento una gran explosión salpicando de agua y enturbe-
ciendo todo vi salir del agua un hombre pelado, caminando
hacia mí. Yo de rodillas tiritando y con el corazón por saltar
del pecho eché un grito y entonces ese gran hombre empezó
a sacudirse y me di cuenta de que era mi perro “el diablo”
que, jugando con “corzuela” cayó al agua frente mío y con
el pelaje pegado al cuerpo me dio la silueta de un hombre.
Tranquilizándome y, no sin antes gritar y putear al perro,
corrí por mis cosas a juntar los animales e irme a casa a des-
cansar y pintarme los ojos negros con el mechero mientras
hacía la tarea.
Más tarde ya acostada durmiendo cerca de la media no-
che salté mirando de nuevo al hombre saliendo del púgio.
Sudando heladito toda la noche apenas cerraba los ojos la
imagen venía a mí. Así estuve como tres días hasta que mi
madre me llevó a un curandero porque recién era viernes,
día de brujos, limpias y santiguadas.
Me llevó a Calama, Tarija Cancha Norte y San Pedro.
Pero nadie daba con mi mal. Así pasaron los días y semanas
y yo con los ojos hundidos y mal dormidos no encontraba
cura ni con llamadas, limpias y refregadas. Hasta que un
día de esos llegó un tatita a cambiar sal, quinua y coime por
maíz y papas. Charlando con mi papá me miró y notó mi
dolencia y dijo “esa imillita3 ‘ta khisada 4 y grave”. Mi papá le
contó cómo me asustó el perro y él dijo “yo tengo la cura.
No la han curao porque su asustada es de perro y agua. Y los

3 Niña
4 Asustada, padeciendo asustadera
[ 20 ]
22
remedios que le han dado eran o bien pa asustada de perro
o asustada de agua. Pero no las dos juntas”. Y entonces vino
hacia mí y me dijo al oído el remedio, pero que yo no lo dijera
a nadie hasta que me haya curado. Y así lo hice. En la noche
ya despertando de nuevo por el susto recordé el remedio del
tatita y me dirigí a la cocina, sin que nadie me escuchara ni
sintiera, como una ladrona ocultada por la noche. Llegando
a la cocina agarré un mate, destapé el cántaro de agua del
púgio y sin pensar me tome siete tragos de agua y dando
un responso a María me fui a dormir. Desperté a la mañana
siguiente llena de fuerzas y descansada porque dormí como
una inocente, se borró el susto y la asustada. Y les conté a
mis papás y hermanos que me curó el remedio del tatita, que
me dijo al oído un día antes: “hoy en la noche como ladrona
llega a la cocina y roba agua del cántaro, toma siete tragos
reza pa’ la Virgen María y sin que nadie se dé cuenta, vete a
dormir y vas ver que el remedio es el agua robada”.

LO QUE YO HICE POR MI QUERIDA


ROSARIO
Narrador Oral: Calixto Calizaya
Recopiladora: Fernanda Calizaya
Profesora: Edith Miranda

N
era 14 de noviembre, un día tan soleado, que yo me
puse bajo la sombra de un lindo y coposo árbol. Yo la vi,
ella estaba tan bonita… con un olor tan fragante pasó por
mi lado. En ese momento, me la quedé mirando cuando, a
lo lejos, la llamaron: “¡Rosario! ¡Vente hijita del alma, tu ta-
[ 21 ]
23
yta esta enjermo! ¡Venite, venite!”. Ella sin pensarlo, se perdió
5

corriendo por esa loma… yo al verla tan triste y en apuros,


corrí detrás de ella. Cuando llegué a su casa, la vi tirada
abrazando a su tayta. No aguanté verla en ese llanto, se me
puso la piel de gallina y salí con la ojota en la mano.
Al otro día, lo velaron a su tayta. Como era de esperarse,
al día siguiente, a ella y a su mamá se la llevaron camino
pa’ otro pago. Me dejó ella un recuerdo en la mano: un lin-
do pañuelo blanco, bordado con la inicial de su nombre a
cada lado. Me abrazó y dio un beso en la frente diciéndome,
tristemente, que ella siempre me había amado. Se me partió
el alma al escucharla al oído. Con llanto en los ojos me dijo:
“andá a buscarme y traeme a vivir con vos en tu rancho”.
A los ocho días, me había mandado una carta donde ella
me decía que yo fuera a buscarla detrás de las tres montañas en
el pueblito que ahí estaba. Sin pensarlo dos veces, alisté mis
alforjas mi poncho, mi avío y emprendí mi largo viaje.
En el camino encontré a un hombre mal herido. Sus pa-
trones lo habían pegado. Yo, sin pensarlo, lo ayudé a llegar
a su rancho, donde muy amablemente me dieron posada. Al
otro día, muy de madrugada, agradecí al hombre y seguí mi
camino.
Después de varias semanas de caminata, llegué a ver a lo
lejos: una bella cascada. Corrí por un poco de agua… ahí
vi a una mujer, tan bella, que cantaba. Ella estaba en medio
de la posa, muy bien sentada, y de ahí me llamaba… “dis-
culpe, muy bella dama, yo voy en busca de mi amada”. Ella
me miró tan enojada...Yo le pedí un poquito de agua, ella me
sonrió con mala gana, y me dijo: “si quieres, vos tomala”. Alcé
con mi cantimplora, pero casi ya no salgo de ahí…
Después seguí mi camino. A la semana encontré a una
anciana… Ella me llevó a su casa, donde me tuvo por varios
meses en los brazos de su hija. La moza, al verme tan triste,
me dijo: “mi mamá te hechizó, por eso no recuerdas a tu que-
5 padre
[ 22 ]
24
rida Rosario. Andate bien de madrugada… se me va a partir
el alma, pero buscá a tu amada”…

Después de cuatro largos años, yo había cambiado. Me


puse mas juerte y malo, de tanto que yo la había llorado…
Vino un joven y me dijo que mi Rosario ya casi me había olvi-
dado y que dentro de cuatro días la iban a hacer casar. Con eso,
yo más me había enojado. Quise volverme y dejarlos… pero yo
no creí que ella me habría olvidado.
Llegué justo el día del casorio. Ella solo me había mirado
y yo, con llanto en los ojos y su pañuelo en la mano, corrí
a sus brazos. Su madre, muy triste me había mirado: “tanto
es el amor que la tienes, que hasta aquí has llegado”. Al ver a
mi amada tan alarmada, le di el recuerdo que ella me ha-
bía dado: su blanco pañuelo bordado. Le dije despacito… “yo
siempre te he amado”… Ella, con eso, por fin me recordó…
Con el otro nos peleamos y casi nos matamos, pero al
final me casé con mi Rosario. Con ella vivimos unos 70 her-
mosos años. Tuvimos tres hijos: el Santiago, el Calixto y el
Julio. Pero un tres de noviembre, Dios para su lado se la había
llevado.
Yo nunca he olvidado lo que ella me encargó: que cuide
bien a los muchachos y que ella siempre me había amado.
Y cada tres de noviembre, me siento en la sombra de ese
lindo y coposo árbol, a contar a mis hijos y nietos…
…lo mucho que yo la he amado…
…y todo lo que yo he pasado por estar a su lado…
…de mi amada Rosario…
…yo siendo un pobre campesino mi historia he contado.
[ 23 ]
25
RECUERDOS DE UN TROPERO
Narrador oral: Vidal Ponce Ayarde
Recopiladora: Lisbeth Alison Vilca Ponce
Profesora: Edith Sánchez

N
don Vidal cuenta su vida. Lo habían puesto a la escue-
la cuando tenía 11 años. Solo le hicieron estudiar dos años
donde aprendió a leer y a escribir. A esta edad también lo
mandaban al cerro a cuidar las chivas y tenía que bajar con
una carga de leña para cocinar. Le hacían comida de yuyos con
un poquito de manteca y algunas arvejas.
Cuenta que algunas veces le pillaba la lluvia y la grani-
zada junto con las ovejas y las chivas, la cual hacía que el
rebaño se esparciera. Con la tormenta se mojaba la ropa, que
era tan solo una camisa y un pantalón que hacía su mama
de bolsas harineras. La ropa se volvía a secar en su propio
cuerpo.
A veces, el cóndor o el zorro le quitaban alguna oveja o
cordero. El castigo era seguro. Cuando al atardecer él ba-
jaba con los animales a la casa recibía una guasqueada 6, le
decían que no las cuidaba bien.
La vecina también salía con sus ovejas y se sabían juntar
las ovejas y compartían la comida. Sabían encontrarse col-
menas con miel y sacaban las abejas y se partían la miel. A
los 13 años su mamá lo empleó a uno de sus hermanos y se
crió como empleado hasta los 17 años.
Cuenta que le sacaban como a las 5 de la mañana a pastear
los bueyes en los días de siembra. El patrón tenía yuntas
mansas pero a él le daban los novillos para que aprendiera
a amansar. Algunos patrones le daban de comer, otros le
daban migas y le trataban mal.
Y cuando tenía 18 años, comenzó a ir a algunas fiestas siem-

6 Golpiza
[ 24 ]
26
pre con su compañera que estaba con él y eran amigos con mucha
confianza hasta llegar a ser esposos.

DON SALUSTRIANO RUIZ


Narrador oral: Delio Isidro Tolaba Rivera
Recopiladora: Carla Andrea Cruz Velasquez
Profesor: Oswaldo Gira

N
esta es la historia de Don Salustriano Ruiz. Era un
hombre que ayudaba y se preocupaba por los pobres. Era
como su defensor y vivía en la provincia Méndez.
Su manera de ayudar a los pobres era muy especial: asal-
taba, robaba y mataba. En esos tiempos existían terrate-
nientes, hombres adinerados con mucha riqueza. Los luga-
res que Don Salustriano Ruiz atacaba eran: el trayecto de
San Lorenzo a los valles, Las tres aguadas y el Abra Negra.
Muchos temían pasar por ahí. Cuando la gente pasaba con
sus caballos y burros con carga, él los atacaba de sorpresa,
quitándoles el dinero, las alforjas de pan, el avío, la fruta y
papa que traían de los valles. En caso de no querer entregar
el dinero o sus pertenencias, él los mataba. Pero todo lo que
quitaba se lo daba a la gente pobre con el fin de ayudarlos.
Don Salustriano Ruiz era muy enemigo de Don Honorio
Méndez. Ellos no se querían, no se llevaban bien para nada.
Honorio Méndez era un hombre adinerado, tenía tierras por
doquier y molinos, todo por San Pedro de las Peñas.
Un día, Don Salustriano va a buscar a Don Honorio
Méndez en Abra Negra ya que sabía que iba a salir del valle.
Lo encuentra y le sale al paso. Habían caminado ese trecho
los dos a caballo conversando y molestándose ya que ese
camino era muy angosto y solo pasaba un caballo. Don Sa-
lustriano le dice a Don Honorio que pase él primero, pero
[ 25 ]
27
no quería. Éste le dice al otro que pase él, pero él tampoco
quería. Fue un momento en que ambos insistían de igual.
Hasta que Don Honorio logró convencer a Don Salustriano
que él pase primero. Fue de sorpresa que Don Honorio le da
un machetazo por la espalda a Don Salustriano y lo mata.
Carga el cuerpo en su caballo y se lo lleva a San Lorenzo.
Ahí se acaba la historia de Don Salustriano Ruiz, un
hombre temible y buscado por la justicia por asesinar y ro-
bar, que con lo robado ayudaba a la gente pobre. Sus ene-
migos eran todos los ricos y adinerados de la región, como
Don Honorio Méndez.

DON TOMÁS CARO


Narradora oral: María Caro Amador
Recopiladora: Mishel Alison Alarcón Rosales
Profesora: Edith Sánchez

N
don Tomás Caro era un médico casero y también era
partero. Vivía en la Loma de Tomatitas. Todos los vecinos
acudían a su casa para ser atendidos: algunos por lastima-
duras, otros por asustaduras y otras mujeres iban para ser
ayudadas a tener a sus bebés.
Don Tomás también iba a otras comunidades a asistir a
otras mujeres con sus partos, ya que era una persona cono-
cida, y la mayoría de ellas le nombraban padrino de bautizo
porque les ayudaba en los partos del niño o la niña.
Él también conocía la nube que traía granizo. Él usaba
un cuchillo grande, casi igualito a un machete pero más grande,
y cortaba la nube para que no caiga granizo y perjudique en
la agricultura.
En una ocasión le tocó curar a su nieto que se había asus-
28
[ 27 ]
29
tado en una cueva de la quebrada de Tomatitas, cuando esta-
ba cuidando las ovejas. Llegando la tarde, al recogerse a su
casa con su rebaño, escuchaba que lo llamaban de una cueva,
y entró a ver. Le seguían llamando por su nombre. Cuando
estaba dentro de la cueva de vuelta escuchó su nombre… y
eran su tío y su primo muertos. Entonces salió y al día si-
guiente amaneció hinchado como una pelota.
Entonces Tomás fue a la cueva a media noche, llevó su
cuchillo grande que clavó en la tierra diciendo “a mi nieto me
lo dejás”… Y así curó a su nieto.
Don Tomás era una persona tradicionalista: sabía tocar
el erke y la caja. Era una persona que inventaba y cantaba
coplas. Tiempo atrás, cuando había muchísimas fiestas, to-
caba en el carnaval, en San Roque y en La Cruz. En diferen-
tes chicherías la gente agradecida le regalaba dinero y se lo
compraban chicha, en agradecimiento por tocar sus instru-
mentos. Y los hacía bailar también…

HISTORIA DE MI BISABUELO
Narradora oral: Dionisia Velásquez Heredia
Recopilador: Juan Galarza Velásquez
Profesora: Heidy Perales

N
Mi bisabuelo era un hombre campesino, muy fuerte y
sin enfermedades en todo su cuerpo porque era muy sano.
Él era un hombre de estatura normal, humilde, trabajador
y era bueno con las personas de la comunidad. Él cuidaba y
mantenía a la familia unida, era muy responsable. Así era mi
bisabuelo, decía mi madre.
Él vivía en la comunidad de La Victoria, casi al lado de
mi casa. Luego de un tiempo dice que inició la guerra del
[ 28 ]
30
Chaco con Paraguay y comenzaron a salir los militares a
reclutar hombres y jóvenes. En ese tiempo pillaron a mi bis-
abuelo para llevarlo al Chaco en donde se realizó la guerra.
Al llegar allá, los militares se dieron cuenta que era vie-
jo y no podía ser útil para disparar. Entonces los militares
le destinaron a transportar municiones y comida. Como en
ese tiempo no había carreteras ni medios de transporte, mi
bisabuelo transportaba la carga en burros. Estos se trans-
portaban entre muchas personas. Todas ellas caminaban por
donde los caminos eran muy pequeños y peligrosos: ellos
iban y volvían para llevar más municiones. Al caminar por
los montes, se encontraban con tigres, leopardos y muchos
animales salvajes.
Cada noche, cuando dormían, encendían como seis foga-
tas para que los animales no les hicieran daño. Ellos tenían
que hacer leña para que el fuego no se apagara.
Ya al terminar la guerra, él regresó a casa muy sano,
gracias a Dios. Él continúo su vida a pesar de la vida muy
peligrosa que tuvo en la guerra. Él no cambió en nada su
carácter y continuó con la humildad que lo caracterizaba,
todos los días de su vida.

LA CREACIÓN DE LA COMUNIDAD
DE TOMATITAS
Narrador oral: Jacinto Zeballos Montellanos
Recopilador: Kevin Javier Campos Gutierrez
Profesora: Edith Sánchez

N
en los años de la guerra del Chaco muchos de los pue-
blos originarios, se asentaron en lo que hoy conocemos como
la comunidad de Tomatitas.
[ 29 ]
31
Cuenta la historia de dos hombres que cavaban unas zan-
jas. Con la punta de la picota de hierro, golpearon una gran
madera. No le tomaron mucha importancia ya que pensaron
que era una raíz o un árbol enterrado, pero como le estorba-
ba tuvieron que desenterrarla. Al lograr retirarla del suelo
compactado, se asombraron al ver que no era lo que ellos se
imaginaban, sino que era una vieja cruz de misiones “Chi-
riguanas”. Los hombres se dieron cuenta que al estar tanto
tiempo bajo la tierra se había dañado mucho. Así que decidie-
ron llevarla al pueblo en una pequeña carreta jalada por un
burro. Al llegar, muchas personas se acercaron a observar y
tocar la cruz para rezarle y tener su bendición para ellos y
para sus hijos. Al acabar la tarde, fueron donde el carpintero
y le preguntaron si la podía arreglar. Él dijo que sí, y en po-
cos días la cruz estaba como nueva. La llevaron a un rincón
de la pequeña iglesia, pero ésta siempre se caía y al momento
de caerse, moría una persona de aquel alegre pueblo.
En este pueblo vivía una persona vidente que desde tiem-
pos inmemoriales, se sentaba fuera de su casa en una vieja
silla de madera de eucalipto. Este hombre era el que predecía
quién iba a morir. Esto siguió pasando unos meses más y no
se volvió a caer.
Al acabar esta horrorosa guerra del Chaco, muchas per-
sonas se asentaron en este pueblo en especial los “Tomatas”
que eran un pueblo indígena de la zona. De ahí el nombre
Tomatitas. Muchas veces, en las noches frías, se despertaba
el pueblo entero por los sonidos emitidos de unas cadenas
que arrastraba un hombre llorando todo ensangrentado y
con muchas heridas. Muchos de los comunarios lo veían con
mucha tristeza y en algunas ocasiones los jóvenes se trata-
ban de acercar para dar de beber un poco de agua a aquel
hombre, pero al salir de sus casas, el hombre desaparecía.
Esto siguió pasando por muchos años más hasta el día de
hoy, que se siguen escuchando las cadenas de este hombre y
en algunas noches oscuras, en las que no hay luna, se vuel-
ven a escuchar los estremecedores sonidos.
[ 30 ]
32
LA HISTORIA DEL RÍO CHIQUITO
Narradora oral: Verónica Arenas Ortega
Recopilador: Guido Renan Fernández Altamirano
Profesora: Elva Arenas

N
la señora Verónica Arenas de Tarija Cancha Sud me
contó lo siguiente:
“…Se dice que años antes, el río chiquito era muy limpio.
Tenía mucha agua, había pescado en los pozos de agua y
también mucho cangrejo. La gente de antes cuidaba la natu-
raleza y no había contaminación. Las personas cada vez iban
a pescar y era muy bonito. Pero con el tiempo fue cambiando
y empezaron a desaparecer los peces que habitaban en el río
chiquito. Se fue secando el agua porque no hay muchas llu-
vias como antes. Cambió el tiempo y empezó a existir más
contaminación. Antes las personas no usaban bolsas plás-
ticas y después aparecieron las bolsas plásticas y empezó
a contaminarse, el río chiquito. Se secó el agua y desapa-
recieron los cangrejos. El río se lleno de bolsas plásticas y
también el agua esta contaminada.

HISTORIA DE SAN PEDRO


DE LAS PEÑAS
Narradora oral: Bernardina Guerrero Guerrero
Recopiladora: Darlin Guadalupe Tolaba Sigler
Profesor: Nils Alarcón

N
Apariciones de San Pedro
contaban mis abuelos que hace muchos años atrás,
[ 31 ]
33
en la comunidad apareció una imagen de San Pedro en un
lugar que se llama “Esquina los loros–Monte negro”. La
imagen estaba en una piedra que tenía la forma de una urna.
Las personas que la encontraron decidieron llevarla donde
se encontraba ya la iglesia, más abajo frente a la plaza. Lue-
go que la dejan en la iglesia, al otro día no estaba ahí. De
nuevo la hallaban en la piedra en el mismo lugar que el día
anterior, y otra vez la llevaron a la iglesia. Y de nuevo desa-
parecía… y otra y otra vez… la llevaron a la iglesia de nuevo
y desaparecía otra y otra vez...
Los comunarios decidieron, para que no vuelva a la pie-
dra, romper un pedazo de la piedra con una dinamita donde
dejan la piedra kajsa7. Pensaron que haciendo esto se queda-
ría San Pedro en la iglesia. Pero al contrario otra vez desa-
pareció de la piedra y de la iglesia, esta vez sin vuelta porque
ya no fue a la piedra, simplemente desapareció.
Un día una tropera encontró un hombrecito viejito su-
biendo por un camino estrecho hacia la peña. Él llevaba unas
llaves en la mano, entonces la tropera le pregunta “¿qué se
llama usted y dónde va?”. El dijo “yo soy Pedro y me voy
allá, a la peña a vivir” y siguió caminando. Cuando la tro-
pera se dio cuenta, Pedro había desaparecido del lugar. Ella
bajo y contó lo sucedido a los comunarios.
Pasó el tiempo y una víspera del 29 de junio encontraron
a un hombre desconocido llegando a la iglesia. Era un hom-
brecito humilde y de barba. Cuando una tropera que estaba
por ahí le preguntó, antes de llegar a la iglesia, “¿dónde se
va?”. Él dijo: “estoy viniendo a mi fiesta”. Ella preguntó “¿y
dónde vive? y él dijo “allá en la peña más alta y colorada”.
Sin decir más… otra vez desapareció.
Esta noticia de nuevo despertó la curiosidad de las perso-
nas del lugar. De lo que volvió la imagen a la iglesia, volvie-
ron a festejar la fiesta, con misas y rezos.

7 Partido, partida
[ 32 ]
34
La fiesta de San Pedro
La fiesta de San Pedro se realiza el 29 de junio de to-
dos los años. Se realiza con cambio de alférez por medio del
trueque.
El trueque consiste en un cántaro de chicha, una canasta
con tortas, un gallo ticanchau8 o enflorado, una botella de
cañazo, una caldera de canelado9 y también hacen un amarro
con muchas cosas. Esto lo realizan en un poncho o en un pu-
llo10 donde van productos que se producen en la comunidad
y un pedazo de carne.
También se prepara tikas (pequeñas ofrendas para los
ayudantes), se prepara una cena o almuerzo para todos los
devotos y visitantes. Se realizan carreras de caballos, cuar-
teadas a caballo y mano, gallo enterrado11 para la corcova.
Años antes, habían muchos devotos que llegaban de mu-
chos lugares por la fe que les movía. Al ver todo esto, los co-
munarios se arrepentían de no haber construido un templo
en el lugar del hallazgo.
Un tiempo atrás, esta fiesta estaba dejada. Hoy en día
se retomó con mucha devoción, porque según la fe, es un
patrón milagroso: cura los enfermos y aparece su imagen a
las personas. A su honor, va esta tonada de San Pedro de las
Peñas, que cantaban los abuelos:

8 Adornado con hilos o papeles de colores


9 Infusión de canela con bebida alcohólica
10 Manta para taparse
11 Juego tradicional consistente en enterrar un gallo con su cabeza a la vista de

todos. Un participante debe aproximarse, con los ojos vendados, y golpearlo


con un palo en la cabeza.
[ 33 ]
35
Un corregimiento en Sacuyo En la plaza de San Pedro
Y otro en San Pedro No venden vino
Un corregimiento en Sacuyo En la plaza de San Pedro
Y otro en San Pedro No venden vino
Aquí no hay cura ni alcalde Con su agüita de saitilla1
Casan devalde Dejan temblando
Aquí no hay cura ni alcalde Con su agüita de saitilla
Casan devalde Dejan temblando
Casan devalde Dejan temblando
Casan devalde Dejan temblando

LA IGLESIA (DE CAMARÓN)


Narrador oral: Robert Velásquez
Recopiladora: Yaneth Felicidad Almazán
Profesor: Nils Alarcón
CRÓNICA

N
Hace muchísimos años en la comunidad de Camarón,
antes que existieran las escuelas, existía una casa enorme
que vivía una familia muy unida. Pero un día inesperado,
en una noche fría y oscura de julio, cuando toda la familia
dormía, la casa comenzó a quemarse y en esa noche acabó
con toda la familia. Pasó un tiempo y la casa fue derrumba-
da. Allí se creó la primera iglesia en honor a la familia que
murió esa noche. Ahí hacían misas, fiestas tradicionales y
adoraciones.
La encargada de la iglesia era una señora de la comunidad
que vivía al lado de la iglesia: era muy religiosa y dueña del
divino niño Jesús. Se acercaba el 25 de diciembre y hacían
adoraciones en honor al divino niño Jesús. Un 24 de diciem-
bre por la noche, la señora fue a abrir la iglesia y se encontró
con una niña que estaba muerta. La señora se asustó mucho
[ 34 ]
36
al punto que estaba volviéndose loca. Pasó una semana y la
señora murió. Los comunarios decidieron hacer el entierro,
ya que ella no tenía familiares y decidieron enterrarla en la
puerta de la iglesia, como un símbolo al divino niño Jesús y
a la Iglesia.
Pasó un tiempo y las personas que vivían cerca comenta-
ban que se escuchaban gritos muy aterradores de personas,
también se escuchaban ruidos dentro de la iglesia. Cada vez
que la gente pasaba cerca de la iglesia se asustaba y cuando
celebraban misas, las velas se apagaban y empezaba a correr
un viento lento y bien frio. Fue así que los comunarios deci-
dieron hacer traer a un cura para bendecir dentro y fuera de
la iglesia. Después de eso ya no se escucharon muchas cosas.
En esos tiempos las mujeres tenían muchos hijos y al-
gunos morían por no ser atendidos. Para poder llegar hasta
un hospital tardaban mucho porque antes las personas se
movilizaban en burros, caballos y otros a pie, por lo cual
tardaban días, a veces semanas. Así fue que los comunarios
decidieron construir una posta cerca de la iglesia para aten-
der a las mujeres de parto. Había una sola partera. Los co-
munarios cuentan que iban hasta 5 mujeres al día a hacerse
atender. Como era una sola partera, tardaba mucho y no le
daba tiempo de atender a todas, por lo cual algunas mujeres
morían al dar a luz a sus hijos y otras antes de dar a luz;
algunos niños nacían muy pálidos y morían, y todas esas
personas eran enterradas ahí cerca de la iglesia.
Pasaron días, meses, y años. Los comunarios seguían es-
cuchando ruidos, gritos de señoras, de niños… Iban a ver
qué pasaba y no encontraban nada. Las personas que escu-
chaban eso no podían dormir: les atacaban las pesadillas o
tenían sueños muy aterradores.
Pasó un largo tiempo y la posta dejó de funcionar por
motivo del miedo a los ruidos y las cosas que pasaban allí.
Con el tiempo construyeron una simple escuela donde solo
podían estudiar los hombrecitos. Las mujercitas se queda-
ban en sus casas y decían: “la mujer pa’ la casa y el hombre
[ 35 ]
37
para el estudio”. Como no había escuelas en otras comunida-
des, iban niños de diferentes sectores como Cerro Redondo,
Melón Pujio, Jarcacancha, Lluscani, Campanario y otros. Se
les hacía muy difícil llegar a hora porque vivían muy lejos:
algunos caminaban hasta 7 horas para poder llegar. Deci-
dieron usar la posta para ayudar a los niños de lejos y que
allí durmieran.
Los niños comentaban que les asustaban los gritos de
señoras, de bebés… algunos dicen que cuando no hay nadie
en la escuela, por la noche se escuchan ruidos de personas
caminando por el patio y otros ven sombras que pasan hacia
la iglesia. Los profesores no creían hasta que un día un pro-
fesor se quedó para ver qué era lo que tanto asustaba a los
niños. Un 20 de septiembre, en una noche fría y oscura, el
profesor se quedó en la escuela. Estaba con un gran miedo…
ya casi eran las 11 de la noche cuando sintió el viento… se
vio una sombra blanca que pasó hacia la iglesia. Se quedó
mudo con el miedo y quiso salir de ahí pero la puerta se
cerró y alguien o algo no le dejaba abrir. Siguió intentando
hasta que logró abrir, salió corriendo y fue donde los niños
que estaban durmiendo tranquilos. El profesor muy asusta-
do se quedó ahí. Por la mañana contó a uno de los comuna-
rios lo que había pasado, pero no dijeron nada.
Pasados unos años, construyeron una escuela nueva y un
internado, pero se siguen escuchando estas cosas. Se dice
que son almas perdidas que buscan la salvación, también se
dice que los niños que murieron ahí son duendes. Algunas
personas comentan que sus hijos juegan con los duendes
porque éstos se les presentan en forma humana. La iglesia
sigue funcionando hasta el momento y se siguen escuchando
todas esas cosas horrorosas en ese lugar.
[ 36 ]
38
NOCHE OSCURA
Narradora Oral: Yolanda Ríos
Recopiladora: Karen Villa
Profesora: Marcelina Castillo

N
una noche muy oscura y fría, caminaba yo solo. Debía
llegar a casa de mi abuelito que vivía solo porque se había
quedado viudo, y sus hijos se fueron de la casa, incluyendo
mi padre. Ellos dos no se hablaban por algo que mi padre
nunca me dijo. En el trayecto del camino había un molle muy
viejo y grande, en el que se dice se había suicidado una mujer
que estaba embarazada. Sentí mucho miedo, porque al pasar
me tocaron mi hombro, di la vuelta, pero no vi a nadie. No
le di importancia y proseguí. Llegué a casa de mi abuelito,
platicamos, estuvimos mucho tiempo conversando, pero me
dijo que ya era hora de regresar, entonces me despedí y salí.
Se me estremeció el cuerpo con tan solo pensar que debía
volver a pasar por ahí, pero seguí. Llegué al lugar, pero esta
vez alguien me habló. La voz de una dama dijo mi nombre…
giré hacia la izquierda y allí estaba ella… colgada del cuello
con una cuerda muy gruesa. Su aspecto era horrible, tenía
toda la cara desarmándose. De pronto, comenzó a llegar un
olor horrible hacia mí. Ella cayó al suelo y caminó dirigién-
dose al sitio donde me encontraba yo. Empecé a correr y
ella gritaba como si estuviera sufriendo. Tenía una voz muy
gruesa y tenebrosa, me dijo que ella ya cumplió con adver-
tirme… pero no entendí a qué se refería y le pregunté: “¿que
me quiere decir con eso?”. Estaba temblando de miedo. Lo
que me dijo fue que yo lo comprenderé y desapareció.
Yo tenía un presentimiento, algo me hizo que volviera
a casa de mi abuelito… fue la noche más fea de mi vida. Lo
encontré colgado de la viga del techo de su cuarto. Él había
dejado una nota dirigida hacia mí que decía: “…perdóname
[ 37 ]
39
hijo mío por no haberte dicho nunca la verdad y la verdad
es que esa mujer que se suicidó es tu madre. Yo fui quien la
impulsó a hacer eso, perdóname hijo mío…”
[ 39 ]
41

II. CUENTOS
FOLKLÓRICOS

PEDRO URDIMAL Y EL DIABLO


Narrador oral: Cimar Cristóbal Velásquez
Recopiladora: Romelia Velásquez Choque
Profesor: Carlos Cruz

N
un día Pedro Urdimal estaba en busca de trabajo, don-
de se encontró con el diablo y le dijo que si le pudiese dar un
trabajo y el diablo le respondió diciendo: “bueno mañana me
vas a primera hora”.
Pedro regresó al día siguiente. El diablo le dio herra-
mientas para que fuera a trabajar y le dijo:
- Tomá el arado y una yunta y me vas a arar; vas y vuel-
ves por el mismo surco pero avanzando –
Resulta que se hizo tarde y no avanzó. El diablo fue a las
4 de la tarde a ver el trabajo y al ver que no había avance le
dijo:
- ¡Pedro, qué pasó! - Y Pedro le respondió:
- Si usted me dijo que vaya y vuelva por el mismo surco
¿quién tiene la culpa?
Después al día siguiente le ordenó que fuera a cantear la
chacra y que dejara raso, pero dejando las plantas de utili-
dad. Y Pedro le dijo: “bueno patrón”.
Pedro fue a la chacra, agarró el machete y empezó a tra-
bajar sacando todas las plantas, tanto de utilidad como las
demás, dejando raso el terreno.
Al promediar las 4 pm, el diablo regresó a ver el trabajo
y se encontró con su chacra toda rasa y le dijo:
42
[ 41 ]
43
- ¡Qué pasó Pedro! ¿Por qué sacaste todas las plantas de
utilidad?
Y Pedro respondió diciendo:
- ¿Quién tiene la culpa si usted me dijo que dejara raso
todo?
El diablo muy enojado le dijo:
- Ya jodiste mi chacra más, mejor tomá tu plata y te vas.

EL SONSO Y LOS BUÑUELOS


Narradora Oral: Francisca Iñíguez
Recopilador: Erick Sardina Villa
Profesora: Lesby Sonia Jaramillo

N
HabÍa una vez un sonso gangoso12, muy cojudo13 que
tenía su mujer y no le gustaba trabajar. Ella le mandaba a
trabajar y él decía: “Cuando Dios quiere dar, por la puerta
hay dentrar”14 . Cada vez que su mujer le mandaba a trabajar
para mantener a las guaguas, él decía lo mismo.
Un día de esos, un arriero pasaba por la casa del sonso,
con un cargamento de mulas cargadas de plata y oro. Como
en aquellos tiempos no había vehículos, cargaban las cosas
en mulas. Para la suerte del sonso, una mula se escapó y en-
tró a la casa del sonso: esa mula estaba cargada de oro.
El sonso y su mujer descargaron la mula, luego guar-
daron la plata contentos; pero al mismo tiempo la mujer se
encontraba preocupada, porque sabía que su marido cuando

12 Que no habla bien


13 Flojo, que no le gusta trabajar
14 Ha de entrar
[ 42 ]
44
se machara15 en cualquier chichería, abriría la reja16 . La mujer
rápidamente pensó en una idea: preparó buñuelos mientras
que el sonso estaba echau panza arriba, bajo la sombra de
la higuera. Entonces la mujer salió hacia afuera con su olla
de buñuelos y un balde de agua y empezó a tirar dentro del
patio, donde estaba el sonso durmiendo… un mate17 de agua
y un puñau18 de buñuelos, un mate de agua y un puñau de
buñuelos... Entonces el sonso empezó a gritar: “Che, che ‘ta
lloviendo buñuelos, ¡vení a ver!”.
No faltó un día en que el sonso se fue a una chichería y una
vez borracho comenzó a hablar sobre la mula cargada de
plata. Los amigos, interesados, comenzaron a investigarlo.
En ese momento intervino la mujer del sonso y dijo:
- Maveya19 qué está diciendo este sonso ustedes no le cre-
yan nada, a ver, pregúntenle cuándo ha siu20 eso.
- Che, ¿cuándo te pasó eso? - y el sonso contestó:
- El día que ha lloviu buñuelos.
- Han visto, ¡¿cuándo ha lloviu buñuelos?! Este sonso ma-
cana21 no sabe nada.
De esa manera la mujer logró quedarse con la plata para
mantener a sus hijos.

15 embriagara
16 Expresión oral para “boca”
17 Recipiente elaborado del fruto del porongo, que al cortarlo forma un de vaso ovalado
18 puñado
19 Expresion oral similar a “caray”
20 Sido
21 tonto
[ 43 ]
45
EL CURA
Narrador oral: Demetrio Abán
Recopilador: Cristian Abán Zenteno
Profesora: Heidy Perales

N
HabÍa una vez, un padre que llevó a su hija a la iglesia
y el cura se enamoró de ella y le preguntó:
- ¿Cómo se llama tu hija?
- Se llama María
- ¿Sabe confesarse?
El padre de la niña le dijo:
- La traeré un día de estos.- El padre de María, se dio
cuenta que el cura se había enamorado de su hija. El cura le
dijo que la trajera para confesarla a las seis de la tarde y el
padre de María, en vez de llevar a su hija, llevó una burra
arisca y le dijo al cura: “he traído a mi hija”. El cura le dijo
que la metiera en la sacristilla22 y él acabando la misa, la con-
fesaría. Al finalizar la misa, el cura se dirige a la sacristillas
y le decía “María”, y no contestaba. Luego la burra le dice
“jiaujijau” y como estaba oscuro y no se veía casi nada, la bu-
rra le pateaba. El cura decía: “basta María, basta María”…
El padre de María llevó a la burra para darle una lección al
cura.

22 confesionario
[ 44 ]
46
EL ROTO QUE ENGAÑÓ AL DIABLO
Narradora oral: Felipa Cano
Recopiladora: Fanny Soledad Llanos C.
Profesora: Patricia Acosta

cierto día, un joven de 19 años estaba esperando con


ansias la fiesta del carnaval, pero cuando llegó el día, su pa-
dre le mandó a regar el chocliar23. El joven molesto fue a lar-
gar el agua y aproximadamente a las 9 pm aparecieron dos
hombres montando dos caballos blancos y hermosos que le
dijeron:
- ¿Por qué no estás en la fiesta?
- Tengo que acabar de regar el chocliar24 – respondió él
con cara de tristeza.
- Vamos, te vamos a llevar
- No puedo ir hasta acabar de regar – respondió el joven.
Los hombres interrumpiéndolo dijeron:
- Cuando vuelvas, el chocliar estará nadando en agua. - El
joven lo pensó y dijo:
- Está bien, vamos.
El joven se fue a cambiar y se subió al caballo. Llegaron
a una fiesta hermosa. Uno de los hombres le presentó a su
sobrina y los jóvenes se pusieron a hablar. Cuando la fiesta
acabó, el joven se iba triste porque la muchacha le dijo que le
gustaban personas elegantes y con dinero. El joven caminó
a casa diciendo “necesito dinero” y de repente se alzó una
sombra… y allí una cabra diciéndole:
- Yo te puedo ayudar, te doy dinero a cambio de tu alma.
- El joven se había enamorado tanto de la señorita que no lo
dudó y aceptó. El diablo le preguntó:
- ¿Cuándo te vengo a recoger?
- Hoy mismo – respondió él.

23 Sembrado de choclos
24 Plantacion de choclo
[ 45 ]
47
El diablo, confundido porque todas las personas pedían
años para gozar de sus riquezas, le dijo:
- ¿Estás seguro que hoy?
- No, mejor mañana – respondió él. Entonces el diablo es-
cribió “no te llevaré hoy, pero te llevaré mañana” y firmaron el
contrato. El diablo desapareció y el joven siguió su camino.
Al regresar, notó que el maíz estaba hecho de oro.
Al día siguiente el diablo vino por lo que era suyo por
derecho. El joven enojado dijo:
- Diablo estúpido, ¿acaso no sabes leer? - El diablo sacó
el contrato y vio “no te llevaré hoy, pero te llevaré mañana”.
Dándose cuenta del engaño, se fue maldiciendo.

LOS TRES ENAMORADOS


DE LA TUERTA CECILIA
Narrador oral: Idorio Gutierrez Aguilar
Recopiladora: Soledad Patricia Gutierrez Villa
Profesora: Janeth Gutiérrez

N
cuentan que el “chueco” Anastasio fue a casa de su
novia la “tuerta” Cecilia a proponerle matrimonio. Ella acep-
ta, pero con la condición de que vaya al cementerio a hacerse
el muerto.
El “sordo” Alfredo, también interesado en la “tuerta” Ce-
cilia, va a pedirle matrimonio y ella también le acepta, pero
con la condición que vaya a velar un muerto al cemente-
rio. Él aceptó y llevó todo lo necesario: velas, coca, cigarros
y trago. Llegó donde estaba el muerto y prendió las velas,
rezó, se santiguó, coqueó (y tomaba trago para no asustar-
se).
[ 46 ]
48
El “senka25” Pancrasio también va a pedirle matrimonio a
la “tuerta” Cecilia. Ella le acepta pero con la condición: que
se vista de diablo y que vaya al cementerio a llevar un jinau26
y él acepta.
El sordo Alfredo ve llegar al diablo y grita:
- ¡Ay! ¡Hermanito, el diablo está aquí! - El jinau (chue-
co Anastasio), se levanta botando las sábanas y grita: “¡anta
che!” y sale corriendo. El sordo Alfredo se asusta de ver
al diablo y el jinau condenarse27, y sale huyendo. El diablo
(senka Pancracio) se asusta del condenau28 y huye por el otro
extremo del cementerio.
Con tremendo susto, los pretendientes renunciaron al matri-
monio con la “tuerta” Cecilia.

EL CHIQUILÍN Y EL REY
Narrador Oral:Gregorio Tarifa P
Recopilador: Yeison Brayan Tarifa Calizaya
Profesora: Roxana Tarifa

N
HabÍa una vez, tres hermanos que buscaban trabajo.
Primero, el más mayor, fue a buscar trabajo donde el rey. Éste
encontró trabajo: el rey lo mandó a cargar leña en una mula,
pero él no pudo realizar este trabajo. El rey se molestó y lo
mató: lo sacó la lonja y lo puso a secar.
Al ver que su hermano mayor no volvía, fue el otro her-
mano a buscar trabajo. También encontró trabajo donde el

25 Apodo
26 Expresión oral para “finado”: difunto
27 Levantarse de su tumba
28 Expresión oral para “condenado”: muerto que se levanta de la tumba
[ 47 ]
49
mismo rey: el rey mandó a este a yuntiar , pero tampoco
29

pudo realizar el trabajo, ya que lastimó al buey su pata. El


rey, de muy malvado, sacó los ojos al muchacho y le puso a
colgar en el alambre.
Tanta era la preocupación del hermano menor, llamado
Chiquilín, que no sabía qué hacer al ver que sus hermanos
no volvían. Se fue a buscarlos donde el rey, pero el asesino de
sus hermanos también le ofreció trabajo. Chiquilín aceptó.
A éste también le mandó a cargar la mula. La mula era ma-
ñuda30: no se dejaba cargar. Entonces, Chiquilín agarró un
palo y le sacó la oreja al animal, y así logró cargarla. Volvió
a la casa con la mula cargada y sin oreja. El rey, sorprendido
le dijo: “¡ay papito! ¿Cómo vas a hacer eso?”. Entonces Chi-
quilín respondió: “se enoja, mi rey. ¿Por eso lo sacó la lonja?
Entonces, el rey sorprendido, le dice: “no es que me enoje…
¿cómo vas a hacer eso?”. Resignado, lo manda a realizar otra
cosa: esta vez lo manda a sembrar en un lugar donde se en-
contraban barrancas a ambos lados…
Al momento de hacer dar la vuelta a los bueyes, uno de
ellos se despeñó. Sin importarle a Chiquilín, vuelve a la casa
del rey, con la carne del buey. El rey asustado le dice: “¿cómo
vas a matar al buey de mi hija?”. Entonces Chiquilín malo
responde: “se enoja, mi rey. ¿Por eso le sacó los ojos?”. El
rey le dice: “no es que me enoje, cómo vas a matar al buey
de mi hija… ¿ahora qué le voy a decir a ella?”. Resignado,
al otro día le manda a Chiquilín con la carne donde su hija.
Chiquilín llega donde tenía que ir, pero la hija estaba emba-
razada y no quiso recibir la carne. Chiquilín, muy enojado,
lanza la carne sobre el estómago de la hija del rey… la hija
del rey desgraciadamente muere. Chiquilín, asustado, vuelve
a la casa del rey y el rey le pregunta: “¿dejaste la carne?”.

29 Trabajar con la yunta de animales


30 Que tiene mañas, desobediente o de mal carácter
[ 48 ]
50
Chiquilín responde: “ahí la dejé”. “Bueno”, dice el rey. Al
ver que chiquilín se encontraba sospechoso, va a verla a su
hija y la encuentra muerta. Vuelve enojado y le dice a Chi-
quilín: “¿cómo vas a matar a mi hija? ¿Ahora que le diré a
su madre?”. Chiquilín responde: “se enoja, mi rey. Por eso
le saco la lonja”. El rey, sin saber qué hacer, decide escapar.
Pero el muy astuto de Chiquilín se da cuenta, y se mete a la
maleta de viaje del rey.
La maleta del rey estaba demasiada pesada y, con el can-
sancio, decide descansar y hacer noche. El rey abre la maleta
y sale el Chiquilín. El rey malvado, decide hacer dormir a
chiquilín al lado de una peña, con el resto de su familia. Al
Chiquilín lo ponen en la orilla de la peña, con la finalidad
de empujarlo y matarlo. Pero Chiquilín se da cuenta, y a la
medianoche cuando todos estaban durmiendo, se cambia de
lugar al medio. El rey no se dio cuenta, así que dice: “pechá31
másito32, mujer, másito”. Pero el chiquilín pechaba más y más
a la mujer del rey hasta que, al final, la mujer se cayó en la
barranca. Entonces, el rey contento dice “aura ya se hemos li-
berado del chiquilín”. El chiquilín responde: “se enoja, mi rey.
Por eso le sacó la lonja”. El rey asustado, sin saber qué ha-
cer… una vez que amaneció van a tomar agua, y el Chiquilín
ahoga al rey y lo mata.

31 De pechar, hacer fuerza, empujar


32 Expresión oral para “más”
[ 49 ]
51
LA HISTORIA DEL PERRO Y EL HOMBRE
Narradora oral: Elia Ramírez Ortega
Recopiladora: Rosalía Benítez Ramírez
Profesora: Elva Arenas

N
HabÍa una vez, un hombre que vivía en el campo solo
con su perrito. Su casa era la más alejada del lugar. Al caer
la noche, el hombre se fue a su cama y como siempre, dejó a
su perrito afuera. Cuando el hombre estaba por dormirse, el
perro empezó a ladrar sin parar y el hombre salió a ver, pero
no había nadie.
- Perro mentiroso – le decía
Los días pasaban y el perro seguía haciendo lo mismo…
Un día fue a visitar a una mujer mayor de su comunidad
y ésta le dijo que se pusiera las lagañas del perro en sus ojos.
Él le hizo caso y al amanecer del día siguiente, el hombre
quitó las lagañas al perro con agua y se las puso él. En la no-
che, al ladrar el perro, salió afuera y vio como unos hombres
vestidos de negro con caballos, venían hacia él. Corrió sin
parar pero fue en vano… lo alcanzaron y se lo llevaron.

LOS HERMANOS Y EL DIABLO


Narradora oral: Amalia Paredes
Recopiladora: Sonia Magaly Ordoñez Aguilera
Profesora: Heidy Perales

N
existÍan dos hermanos Juan y Víctor. Ambos tenían
su familia e hijos. Juan tenía todo el dinero del mundo para
[ 50 ]
52
satisfacer sus necesidades, pero aún así era ambicioso y en-
vidioso
Envidiaba mucho a su hermano Víctor, aunque éste era
muy pero muy pobre y en muchas ocasiones no tenía para dar-
les de comer a su esposa e hijos.
Todas las noches salía a buscar culimas33 del campo. Ca-
minaba por caminos muy extraños donde no había señas de
que las personas transitaran por ahí.
Una noche, cuando ya era de madrugada, intentaba
arrancarlas pero éstas estaban muy duras. De pronto escu-
cha un ruido extraño, que se acercaba cada vez más y pudo
notar que era el ruido de un caballo trotando. Se acercaba
más y más. Lleno de pánico, Víctor no sabía qué hacer ni para
dónde correr. Se quedó ahí a esperar y enfrentar fuese lo que
fuese. De pronto vio acercase de entre los cerros, un caballo
blanco, enorme con algo que lo montaba. Mientras más se
acercaba, vio que era un hombre muy extraño, fuera de lo
normal. Vestía un poncho negro, un sombrero y llevaba un
chicote34 largo y muy grueso.
- ¿Qué haces aquí? - le dijo el extraño con voz de enojado.
- Buenas noches señor, es que yo soy muy pobre y salgo
a buscar algo para poder llevarles de comer a mis hijos y
esposa - contestó Víctor.
- Así que eres pobre, - dijo el extraño - Ven conmigo ten-
go trabajo en mi casa, debes voltear montes en tres días y
cuando termines te pagaré y te podrás ir.
Víctor aceptó y fue con el extraño. Llegaron a la casa.
Era enorme, como un palacio, pero muy extraño, con escul-
turas de serpientes gigantes, que te arrasaban el cuerpo con
solo mirarte. El extraño llevó a Víctor al monte y le dio un
hacha para que comenzara su trabajo.

33 raíces comestibles
34 cuero trenzado para arrear animales
[ 51 ]
53
Una vez terminada su obligación, fue a la casa del patrón:
- Ya terminé mi trabajo, - le dijo
- ¿Y volteaste todos los montes? - dijo el patrón
- Sí – respondió Víctor
- Entonces ve a ese cuarto y adentro verás que en un rin-
cón hay un murro35 de oro, y en el otro rincón otro murro de
carbón. Toma esta bolsa, ve y llénala de todo el carbón que
puedas llevar. Toma estos porotos, cuando llegues a tu casa,
los tiras en la pampa y en la mañana verás tu pampa llena
de ganado. Y no vuelvas a salir de noche, el día es para las
personas y la noche es para el diablo.
Víctor obedeció: entró en el cuarto y vio en una esquina
un morro de oro que brillaba cual rayo de sol, en la otra
esquina el carbón. Se acercó y llenó su bolsa de lo que más
pudo, se la hecho a la espalda y se fue. Mientras iba camino
a su casa, sentía que su bolsa le pesaba cada vez más. Con la
inquietud, la bajó de la espalda y la abrió para ver por qué
pesaba tanto: el carbón se estaba convirtiendo en oro. To-
davía había señas de carbón. Con una sonrisa cerró la bolsa
y continuó su camino, pero la bolsa pesaba cada vez más,
hasta que llegó a una parte que no daba más. Bajó la bolsa al
suelo y empezó a cavar un pozo. Vació la bolsa en el pozo, lo
tapó y continúo su camino a casa.
-Aylin ven conmigo, - le dijo Víctor
- ¿Qué pasa?¿dónde has estado? Pensé que algo malo te
había pasado.
- Esa noche que fui a buscar culimas, me apareció un
hombre muy extraño, me llevó a su casa y me pagó con car-
bón. Mientras venía por el camino, ¡el carbón se convirtió en
oro! Lo dejé enterrado porque pesaba demasiado. También
me dio estos porotos y dijo que los tirara en la pampa. - dijo
Víctor.

35 mucho
[ 52 ]
54
- ¿¡Qué!? – respondió Aylin. No lo podía creer, creía que
Víctor estaba loco. Algo le había pasado en esos días que
despareció. Para que no la siguiera fastidiando, fue con él
al lugar donde estaba enterrado el carbón. Sacaron la bolsa
del pozo y el carbón ya estaba completamente convertido en
oro. Aylin miró a Víctor y sonrió con una sonrisa infinita.
Se sacó la chomba y la llenó de oro. La otra mitad la llevó
Víctor en la bolsa y fueron a su casa. Al llegar colocaron el
oro en cántaros36. Cuando ya estaba por atardecer, antes de
irse a la cama, Víctor tiró los porotos a la pampa y se fue a
dormir con mucho entusiasmo por saber lo que pasaría al
otro día.
Al día siguiente, muy temprano se levantó y vio la pampa
completamente cubierta de ganado de todo tipo. A Víctor no
le cabía la felicidad que sentía. Juan fue a visitarle un día y
sorprendido por todo lo que tenía su hermano y había hecho
aparecer de un día para el otro.
- Víctor, ¿cómo conseguiste todo este ganado y dinero?
Víctor no quiso decir nada y no lo hizo. Juan, con la tre-
menda envidia que lo dominaba, un fin de semana hizo chi-
cha37 y un gran almuerzo. Invitó a Víctor y le dio de beber
hasta hacerlo quedar fuera de sí. Juan nuevamente le pre-
guntó de dónde había sacado todo lo que tenía. Víctor, como
estaba ebrio, confesó todo. Al día siguiente, cuando ya era de
madrugada, Juan salió de su casa y fue al mismo lugar que
le había indicado Víctor. Hizo todo lo que hizo su hermano.
Estaba vestido con ropa vieja que tenía y le había ensucia-
do a propósito con tierra para parecer un verdadero pobre.
Estaba esperando que el hombre apareciera y sí… de pronto
escuchó un ruido extraño. Juan ya sabía que le esperaba, y lo
esperaba con ansias y con toda la mala intención que tenía.

36 ollas de barro
37 bebida alcohólica (comúnmente de maíz) de preparación casera
[ 53 ]
55
Vio que se acercaba un enorme caballo blanco montado por
un hombre que le dijo:
- ¿Qué haces aquí?
- Es que soy muy pobre y no tengo qué dar de comer a
mi familia. Y por eso salgo todas la noches a juntar culimas,
para poder darles de comer. - Dijo en voz baja a punto de
llorar. Pero claro, todo era actuación.
- Ven conmigo, tengo trabajo. Trabajarás tres días vol-
teando arboles y te pagaré.
Juan aceptó el trabajo con mucho gusto. Se fue con el ex-
traño, llegaron a la casa, un enorme palacio con esculturas
de serpientes en los pasillos. De inmediato le mandó a Juan a
trocear los montes. Pero no fue solo, le acompañó una perra
negra, para que lo vigilara. Pasaron dos días y Juan ya iba
terminando de trocear los montes.
- Un día más y ya termino, tendré mucho oro y ganado,
- dijo con voz de maldad y ambición.
Dejó todo allí y se fue a dormir a la casa del patrón. Al
día siguiente regresó y todos los montes troceados estaba
parados. Juan muy sorprendido y lleno de dudas volvió a
trocear los montes, no le quedaba de otra. Ese mismo día ter-
minó de trocear lo que ya había troceado antes, y un poco
más. Luego del atardecer, se fue a dormir. Al otro día volvió
al trabajo y los montes troceados estaban nuevamente para-
dos. Juan esta vez estaba muy asustado. No sabía qué hacer,
entonces la perra le dijo que antes de irse a dormir debía
dejar orinado, para que los montes no se parasen y dijo “mi
papá te va comer, sino terminas de trocear los montes ma-
ñana”. Juan hizo caso a lo que le dijo la perra negra. Resulta
que era la hija del diablo y así funcionó y no se levantaron
los montes. La perra había traicionado a su padre porque
la intención del diablo era comer a Juan porque sabía de su
mala intención, y que era envidioso y mala persona. Por eso
quería darle una lección…
[ 54 ]
56
EL PASTOR Y LA VIRGEN
Narradora oral: Alejandra Tárraga Castillo
Recopiladora: Lurdes Aguilera Gutiérrez
Profesora: Claudia Quiñones

N
HabÍa una vez un pastor que tenía ovejas. Un día de
esos, se perdió una de sus ovejas y fue a buscarla, pero no
la encontró y se le hizo tarde. Mientras estaba caminando,
encontró una casa vieja con un horno, entonces, el pastor
entró dentro del horno para dormirse. Cuando despertó, vio
un hombre con asta acercándose y salió de un salto de donde
estaba y se fue rumbo a su casa.
Cuando estuvo muy lejos, otra vez vio al hombre per-
siguiéndole y el pastor se apuraba. De repente vio una luz
blanca de una casita, entonces el pastor llegó hasta ese lugar.
Salió una mujer llena de belleza y muy amable, que era la
virgen. Le dijo al pastor: “ese hombre que te persigue es el
diablo. Yo te daré este peine, espejo y esta agua bendita… la
tiras al piso para que no te persiga”. Y el pastor obedeció y
se fue… miró atrás y la casita desapareció.
Después de un rato, el pastor vio otra vez al hombre que
lo perseguía. El pastor agarró el peine y lo tiró al suelo…
y se convirtió en espinas. Gracias a esto el hombre no pudo
pasar porque se espinaba. El pastor seguía su camino y de
repente volvió a aparecer el hombre. El pastor agarró el es-
pejo y lo tiró al suelo…y éste se convirtió en muchos espejos.
El hombre se avergonzaba de ver su cara horrible, no sabía
dónde meterse. El pastor siguió su camino y de un rato vio
aparecer al hombre nuevamente. Agarró el agua bendita, la
roció por el suelo y se convirtió en un río inmenso. Gracias
a eso, el pastor pudo llegar a su casa.
[ 55 ]
57
EL MÁS ALLÁ
Narradora oral: Victoria Valdez Velasquez
Recopiladora: Sandra Celina Obando Valdez
Profesora: Elva Arenas

N
HabÍa una vez una pareja de esposos, Juan y María,
que vivían en el campo.
Ya se estaba acercando el día de los difuntos y María que-
ría hacer algo para esperar a las almitas pero Juan no quería
porque él no creía en las almas.
El día de Todos Santos María se levantó temprano y fue a
buscar leña y se puso a hacer chicha, pan y comida. Preparó
todo para esperar a las almas. Pero Juan, muy molesto, le
dijo a María que ella solo hizo eso para dar de comer a sus
machos… y se fue de la casa a caminar. Se hizo de noche y él
ya estaba cansado. Se echó para poder descansar y de pronto
escuchaba charlar a la gente. Cada vez se acercaban más y
decían “vamos a comer a mi casa y después vamos a la tuya”.
Juan se decía “carajo mierda ya vienen por ahí sus machos”. Él
esperó que la gente pasara y fue por atrás. Ellos llegaron a su
casa y empezaron a tomar la chicha y se invitaban entre ellos,
comieron todo lo que María puso en la mesa. Después, una
de las almitas dijo: ya terminamos todo aquí, ahora vamos
a mi casa. Todos se fueron y Juan muy molesto fue a ver a
María a su cuarto y le dijo: “¡carajo, mierda! ya nos has dado
de comer a tus machos y no me has dejado nada para que yo
coma”. Pero María estaba echada en su cama con sus hijos.
Después ella se levantó, fueron a ver la mesa y todo esta-
ba intacto como ella lo había dejado. En ese momento Juan
muy arrepentido le pidió perdón a María y desde ese día
empezó a creer en las almitas.
En el siguiente año, los dos prepararon todo para esperar
a las almitas.
58
[ 57 ]
59
LA FLOR DE LIROLAY
Narradora oral: Juliana Villa Villa
Recopiladora: Delinda Martha Rodríguez Caihuara
Profesor: Nils Alarcón

N
se dice que una vez, en una de las comunidades de la
provincia de Méndez, existía una familia de muy pocos re-
cursos económicos: una madre que tenía tres hijos. Eran
huérfanos de padre, por lo que la madre los tuvo que criar
sola desde temprana edad. Uno de los tres hermanos, el me-
nor, por desgracia era discapacitado de una pierna (la pierna
derecha), que se había fracturado al caer por estar jugando
en un árbol. Los doctores dijeron que no había cura para su
hijo, pero la madre no tomó en cuenta lo que los doctores le
dijeron.
Siguieron sus vidas como si nada, sólo que el menor de
los hermanos, por la discapacidad de su pierna, caminaba un
poco chueco, pero no le impedía caminar. Era el hijo más
querido, el consentido. Sus dos hermanos mayores le guar-
daban un inmenso rencor: lo odiaban. Estaban muy cansa-
dos porque la madre le ponía toda la atención, debido a que
los mayores ya tenían la suficiente edad para madurar, bus-
car trabajo y así tener sus propias familias.
Un día, como todos los días de la semana, la madre baja
hacia el río en busca del líquido vitalicio (el agua). Ya con el
agua, tenía que saltar un charco y no pudo: cayó de espaldas
hacia el charco y se lastimó la espalda. Era una mujer de
avanzada edad y no se podía mover. Sus hijos se extrañaron
ante la ausencia de su madre y decidieron ir a buscarla, pero
no la encontraron. Mientras ella gritaba: “¡Auxilio, Auxi-
lio!”.
El menor de los hermanos la encontró, pero como ésta no
se podía mover no la pudo ayudar. Vio conveniente llamar
[ 58 ]
60
a sus hermanos, para que ayudaran a la madre. Después de
que sus hijos mayores la llevaron a la casa, pasó un buen rato
y los mayores decidieron ir en busca de un médico casero.
Lo encontraron y le pidieron que fuera a su casa para que cu-
rara a su madre, a lo que el médico casero respondió: “tengo
una agenda muy ocupada, pero tratándose del caso de una
conocida, haré lo posible por estar en su casa mañana”. El
hijo mayor al escucharlo le dijo: “bueno, sin más que decir,
nos retiramos y lo esperamos mañana. Hasta luego”. Y se
fueron a su casa.
Al día siguiente, mientras el médico se dirigía a la casa,
en el camino se encontró con el menor de los hermanos,
que también se dirigía hacia su casa y se fueron charlando.
Mientras caminaban el menor le contaba que era desprecia-
do por sus hermanos mayores, que no lo querían, por lo que
el médico le pidió paciencia, ya que pronto conocería la gloria
de Dios.
Ya habiendo llegado a la casa, el médico revisó a la madre
para verificar qué era lo que tenía, porque se veía muy mal.
Pasando un buen rato, salió y comunicó a sus hijos que ne-
cesitaría unas pócimas de plantas, para que su madre se pu-
siera bien. Los hijos muy curiosos le preguntaron qué tenían
que hacer. El médico les dijo que consiguieran una flor, que
no es común de encontrar, “la flor de Lirolay”… infaltable
para que hiciera una poción de hierbas. Tenían que buscarla
en los cerros, ya que era el único lugar donde podían conse-
guirla. En esos cerros altos había un viento frío y aterrador.
Después de lo dicho, el médico casero se fue y los tres
hermanos salieron decididos en busca de la flor. Salieron
el primer día: buscaron y buscaron, pero no encontraron.
El segundo día, lo mismo. Y así... Se cansaron de buscar la
maldita flor por lo que obligaron al menor a que la buscara
porque ellos ya no querían hacer nada.
El menor de los hermanos buscó y buscó. Por esta razón
estaba ya muy cansado, pero tenía esperanzas de que la en-
contraría. Por fin la encontró y con alegría fue a mostrar-
[ 59 ]
61
les a sus hermanos mayores, que estaban muy sorprendidos.
Muriéndose de envidia porque él era el de la suerte, el con-
sentido, el que más quería su madre, planearon matarlo. Con
ese plan entre manos, le preguntaron dónde había encon-
trado la flor y, pues, el inocente les mostró el camino. Acto
seguido, los hermanos tomaron coraje y lo mataron ahí… en
la arena que había en una parte de la misma quebrada.
Volvieron a casa con la flor los dos hermanos mayores.
La madre, extrañada, preguntó por el menor, a lo que le res-
pondieron que mientras buscaban la flor, se había perdido.
La madre se puso melancólica, no podía dejar de llorar. Para
que su madre ya no lloré más, sus hijos mayores le dijeron
que lo irían a buscar en la mañana. Se sintió un poco más
tranquila al escuchar eso de sus hijos mayores, pero tenía la
sensación de que algo le había ocurrido a su hijo menor.
Al día siguiente, llegó el médico casero y les pidió la flor
a sus hijos mayores. Se la dieron al médico para que haga
la mezcla de hierbas y tomara la madre. También preguntó
extrañado por el hijo menor y los mayores respondieron con
mucha molestia que a él no le importaba ese asunto y solo
tenía que curar a la madre. Después de curar a la madre, le
recomendó que se cuidara mucho y se marchó. Ya había pa-
sado un día y extrañaba muchísimo a su hijo. No paraba de
llorar, mientras reposaba en casa. Se hacía más daño porque
seguía llorando. Los hijos mayores se fueron de la casa, por-
que no podían más con la consciencia, mientras la madre se
quedó sola en casa y sin parar de llorar.
La madre salía a buscar a su hijo, pero no lo encontraba y
un día de esos murió en su casa de pura tristeza. Nunca supo
de su hijo y no sospechó que sus hijos mayores lo habían
matado. A los pocos días, un niño que pastoreaba sus ovejas,
justo donde había ocurrido el asesinato, se puso a jugar en la
arena. Salió una sombra negra, que era una calavera con una
capa negra, pronunciando que sus hermanos lo habían mata-
do por una flor de Lirolay, que iba en busca de sus hermanos
para que se arrepientan de lo que habían hecho.
[ 60 ]
62
Al oír eso de esa figura tan extraña, el niño huyó des-
pavorido. Después de un tiempo, los hermanos mayores re-
gresaron donde había muerto su madre para llevársela y la
enterraron en el mismo lugar donde habían enterrado a su
hermano. Se encontraron con la misma extraña figura que
les repetía la misma frase. Los hermanos despavoridos y
muy asustados huyeron.
Desde esa vez, la extraña figura los perseguía y no los
dejaba dormir por la noche: estaban traumados. Decidieron
irse a vivir a otro lado. Sin embargo, por más lejos que se
iban, la extraña figura les perseguía torturándolos durante
años. Los hermanos no pudieron más y se quitaron la vida.

CARRETERA FANTASMA
Narrador Oral: Celestino Mejía
Recopilador: Benjamín Mejía Rivera
Profesora: Marcelina Castillo

N
se cuenta que hay una carretera donde ocurren unos su-
cesos un tanto extraños. Lo más impactante es que, en los
últimos meses, más de diez personas han muerto allí. No se
sabe bien por qué. Nadie se había percatado de esta circuns-
tancia, no le había dado importancia hasta que el testimonio
del señor Martín Ruiz. Este hombre narra un suceso impor-
tante que causó impacto ya que ha hecho que se investiguen
los sucesos.
El señor Ruiz vive en un chalet situado en la carretera.
Una noche conducía a casa de regreso del trabajo. Iba con
mucha preocupación porque en el ambiente reinaba un am-
biente espeso y muy poco apropiado de aquella zona. Nunca
había visto una niebla tan densa, nunca. De repente, tuvo
[ 61 ]
63
que dar una curva, dio un frenazo brusco y se encontró ante
un cruce en la carretera. Pero un cruce que no había visto
nunca. Él llevaba 10 años viviendo allí, pasando dos o tres
veces al día, y nunca había visto ese cruce.
Reanudó el trayecto con una sensación de extrañeza
enorme. Dudaba si realmente había visto un cruce o sólo era
una señalización. Podía haber sido un efecto de la luna en la
niebla, pero estaba seguro de haberlo visto. Al día siguiente
regresó por el mismo camino en dirección al trabajo y al pa-
sar por el mismo punto un escalofrío recorrió su cuerpo. No
había ningún cruce en aquel lugar solo un terraplén de 4 me-
tros de altura. En ese momento, se dio cuenta que si hubiera
cogido ese camino se hubiese caído y se habría despeñado.
Gracias a que conocía el camino no lo cogió.
El suceso le había dejado muy confundido. Lo comentó
con sus amigos, al llegar al trabajo todos se rieron, salvo
uno que palideció al instante porque conocía esa historia. De
un camino que aparecía súbitamente en la noche de niebla,
pero nunca la creyó, ahora todo parecía aclararse…

EL HERMANO RICO Y EL HERMANO


POBRE
Narrador oral: Silverio Bamba
Recopiladora: Soledad Patricia Guerrero Bamba
Profesora: Janeth Gutiérrez

N
HabÍa una vez dos hermanos: el uno era rico y el otro era
pobre. El hermano ricacho ya no quería dar de comer a su
hermano pobre ni le quería hacer caso. El hombre pobre se
fue a rodar el mundo, dejando a sus hijos y a su mujer. Él esta-
ba yendo por un camino y escuchó un ruido que se acercaba.
[ 62 ]
64
El ruido se escuchaba detrás suyo. Él no tenía miedo y miró
hacia atrás. Resulta que era la C’oquena quien le preguntó al
hombre:
- ¿Dónde estás yendo?
- Me voy a rodar el mundo - le contestó el hombre.
Entonces la C’oquena le dijo que le ayudara a ajustar las
cargas. Él fue y vio que la soga era de cuero de víboras. Des-
pués llegaron a casa de la C’oquena y él le ayudó a bajar las
cargas y acomodarlas. Ella le dijo que descanse porque era
muy de noche y en la mañanita lo iba a despachar.
Amaneció y la C’oquena le dio una cajita encargándole
que no mire y que no le cuente lo sucedido a su familia ni a
nadie.
Llegó tarde a su casa y puso la cajita en la esquina, como
le había dicho la C’oquena. Al día siguiente se levantó a ver…
y era plata pura. Se alegró y tomó un poco para comprarse
lo que él quería. Sacaba más y más… y más plata tenía.
El hombre pobre se hizo rico y el otro hermano rico, que
era codicioso, le tenía envidia. Él también decidió a ir a bus-
car a la C’oquena para que le diera plata como a su herma-
no… la C’oquena le dijo: “tú eres rico”. Él se enojó y quiso
pelear con la C’oquena. Ella se enojó y lo mató, lo cargó a sus
mulas y se lo llevó para comérselo.

EL HOMBRE TONTITO
Narradora Oral: Natalia Estrada Velasquez
Recopiladora: Carolina Gareca Rueda
Profesora: Eleanne Flores

N
HabÍa una vez un hombre muy tonto que había llegado
a un pueblo. La gente de ahí no lo aceptaba. En el pueblo
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65
había muchas fiestas y a todos los lugares que iba: no lo
aceptaban.
En la orilla del pueblo había un matrimonio. El tontito
les dijo si le pueden hacer pasar a su casa. El matrimonio
aceptó y lo hizo pasar. El matrimonio tenía un hijo y una
vaca. El matrimonio ya había preparado todo de comer y le
invitaron todo al tontito. Le dijeron que no tenían carne. El
tontito le dijo que vayan y saquen la pierna de la vaca. Ellos
fueron y le hicieron caso.
Al otro día, el tontito les dijo que se vayan a un monte
que había cerca, y les dijo: “no miren al pueblo”. Así hicieron.
Al llegar el matrimonio arriba, empezaron a oír muchos rui-
dos. La mujer por curiosa se volteó, pero el hombre siguió
sin mirar atrás. La mujer observó que el pueblo se estaba
quemando, y después de eso, la mujer quedó atrapada en una
piedra para siempre, por no obedecer a Jesús.

LA BRUJA
Narradora Oral: Elucinda Acosta
Recopiladora: Daily Shineth Velásquez Vides
Profesora: Cintia Yohana Cardozo Guerrero

N
este es uno de los muchos cuentos que nos contaban los
antiguos para pasar nuestras noches en vela y así comienza…
Había una vez una señora que vivía en el campo con sus
tres hijos en una pequeña chocita. Esta familia era muy, muy
pobre. Algunos días no tenían ni que comer. El hijo menor
tenía virtudes de curandero, podía ver algunas cosas antes
que pasen.
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66
Al ver esta triste situación que vivían y, siendo los mu-
chachos ya jóvenes, decidieron irse a trabajar. Le dijeron a
su mamá que se irían a recorrer el mundo. La madre, por su
parte, les aconsejó que no se fiaran de la gente extraña. Puso
sus sombreros limpios acabaus en las cabezas de sus hijos; les
dio sus avíos que preparó con apenas motecitos y un pedazo
de charque, los despidió con un beso y les deseó suerte. Los
changos agarraron sus bolsas y se fueron sin rumbo.
Un buen día, de tanto caminar y caminar, se hizo de no-
che. Buscando donde dormir llegaron a una casa, llamaron a
la puerta pero nadie salía. Después de tanta insistencia, salió
una señora que era muy amable. Le contaron su situación,
por lo que ella se conmovió y los hizo pasar. Les dio de co-
mer, luego les dijo: “deben estar cansados, les daré lugarcito
junto a mis hijas. Que tengan buena noche”.
Esta señora, resulta que tenía tres hijas: eran lindas mo-
zas. Así fue que cada chango durmió junto a una de las hi-
jas, se sacaron sus sombreros y ojotas y se acostaron. El
más chiqui38 les dice a sus hermanos: “no se van a dormir,
no conocemos a estas personas, además que tengo un mal
presentimiento”. Ya a medianoche, la mayor de las hermanas
se levantó y les puso sus sombreros aujerudos a los changos
y se fue a acostar. El menor de los hermanos que no dormía,
vio lo que hizo, se levantó y fue a cambiar los sombreros. Se
los puso a las hijas de la señora y se volvió a la cama pero
sin dormirse.
Pasaron algunas unas horas de lo sucedido y apareció la
señora en el cuarto, pero ahora se veía fiera con lunares y
verrugas grandes. En las manos llevaba un hacha que arras-
traba. Ya frente a las camas, donde dormían los hermanos
alza el hacha y le mete un hachazo a los que tenían los som-
breros agujereados, les separa la cabeza y se va a dormir.

38 pequeño
[ 65 ]
67
Al aclarar el día, el hermano menor despierta a sus her-
manos y les dice: “vámonos de aquí antes que despierte la
bruja”. Salen sin hacer ruido y se pierden por el campo.
En la mañanita la bruja despierta feliz y les dice a sus
hijas: “levanten hijas, hijitas, tenemos carne humana de co-
mer”. Las hijas no se levantaban, ni contestaban, entonces la
bruja ya molesta, va a ver porque no venían las hijas y cuan-
do destapa la cama las ve muertas con la cabeza separada.
Llena de rabia sale la vieja bruja en busca de los muchachos
agarrando una caja de fósforos, un costal y un machete. La
vieja iba gritando: “¡cajita pumpum, cae joven al costal!¡cajita
pumpum, cae joven al costal! ¡cajita pumpum, cae joven al
costal!”
El hermano menor siente la presencia de la bruja y les
advierte a los hermanos que no miraran para atrás aunque
pase lo que pase. La bruja ya estaba cerca y seguía yendo de-
trás de los jóvenes y gritando: “¡cajita pumpum, cae joven al
costal…!” Antes de dar la vuelta al cerro uno de los changos
mira para atrás y cae llenito al costal. Viendo esto el herma-
no menor le dice a su otro hermano: “daremos la vuelta al
cerro y vamos a salir allá detrás de la bruja”. Entonces van
rapidito sin que la bruja se de cuenta. Han dado la vuelta el
cerro y salen detrás de la bruja y los hermanos empiezan a
decir: “¡cajita pum pum, cae vieja al costal! ¡cajita pum pum,
cae vieja al costal…!” y la vieja sin darse cuenta mira para
atrás y cae llenita al costal, quedando atrapada. Liberan a su
hermano y amarran fuerte el costal en el que estaba la bruja,
lo prenden fuego completo hasta que muere la bruja.
Así los hermanos logran salvarse. Se quedan con la casa
de la bruja y sus valiosas posesiones. Van a buscar a su mamá
para llevarla con ellos y viven tranquilos y felices trabajan-
do la tierra y sin volver a sufrir de hambre.
[ 66 ]
68
LA BRUJA Y SU CAJA MÁGICA
Narrador oral: Clemente Cardozo
Recopilador: Edilberto Cardozo Tarifa
Profesora: Janeth Gutiérrez

N
Hace muchísimos años en los valles, existía una bruja
malvada que tenía dos hijas hermosas. Su casa era cerca del
camino y los muchachos del pueblo se quedaban en la casa
de la bruja para echarles un ojo a las hijas. La bruja, acos-
tumbraba asesinar a quienes se quedaran en su casa, para
preparar mondonguitos.
La gente, al saber lo que la bruja hacía, mandaron a dos
muchachos desconocidos que llegaron, a quedarse donde la
bruja. Se decía que ella les ponía una estrella en la frente
para señalar a su víctima. Una vez llegada la noche y apa-
gadas las luces, la bruja les dio las buenas noches, pero ellos
recordaron lo que había dicho la gente y simularon estar
dormidos. La bruja vino a poner las estrellas. Mientras iba
a traer el hacha, los muchachos cambiaron las estrellas a las
frentes de las hijas de la bruja. Cuando ella volvió dio los
hachazos a las víctimas con la estrella en la frente…
Los muchachos sabiendo lo que pasó, ya de madrugada,
se fueron. Para cuando había amanecido, la bruja se levantó
y gritó:
- ¡Hijitas! Levántense a hacer los mondonguitos - Así gritó
dos o tres veces, pero las muchachas no se levantaban. La
bruja fue al cuarto donde dormían las hijas, y para su sor-
presa, encontró solo a las dos muchachas muertas. Como
la bruja tenía “su arte”, levantó un costal y sacó una caja y
dijo: “ahora van a ver”… Se fue detrás de los jóvenes. Ellos
escucharon los gritos enfurecidos de la bruja y se fueron co-
rriendo hacia la montaña.
[ 67 ]
69
Ya los jóvenes estaban cansados y la bruja ya casi los al-
canzaba. Uno de ellos se había escondido cerca… cuando la
bruja estaba pasando dijo “¡cajita tintin, cae niño al costal!”. El
joven miró hacia abajo y cayó al costal. Pero la rabia de la
bruja era tan fuerte que siguió yendo detrás del otro. Él se
había escondido en un árbol. Cuando la bruja lo descubrió
volvió a decir: “¡cajita tintin, cae niño al costal!”. Pero el joven
no miraba hacia abajo y no caía. La enfurecida mujer subió
al árbol dejando todo en el suelo. El muchacho ágilmente
bajó por los gajos del árbol y sacó al otro joven del costal.
Mientras uno agarró el costal, el otro tomó la caja y dijeron:
“¡cajita tintin, cae vieja bruja al costal!”. La bruja miró hacia
abajo y cayó. La amarraron bien en el costal, juntaron leña
y la quemaron.

LOS DOS AMIGOS


Narradora Oral: Natalia Estrada Velásquez
Recopiladora: Adela Soledad Valeriano Rivera
Profesora: Eleanne Flores Flores

N
cierta noche, dos amigos que viajaban a tierras le-
janas, decidieron quedarse a dormir al lado del camino. La
noche estaba fría. El amigo que deseaba llegar no tan pronto
a su destino, decidió hacer su cama a un lado del camino.
El otro preparó la cama en todo el medio del camino. En la
noche, se escuchaban muchos ruidos extraños: masticaban
chanchos, gritos en el camino y otros ruidos. Él no sabía
qué pasaba y por no ser, o parecer, curioso, decidió dormirse.
Al otro día, fue donde se encontraba el amigo, y vio que
todavía el amigo no se levantaba. Lo habló, pero no le con-
testaba. Fue a doblar su cama y cuando volvió, el amigo se-
[ 68 ]
70
guía echado. Levantó las mantas, y solo vio un montón de
huesos. Él se fue escapando, pero vio que la cabeza del hom-
bre lo seguía diciendo: “¡no te vayas! ¡ no te vayas!”. La cala-
vera se le acercaba más y él corría todo lo que podía, pero se
le acercaba mucho. Al pasar una pequeña zanja, la calavera
cayó y el hombre se salvó.
Desde esa vez no se supo más del hombre. Por eso se dice
que nunca se debe dormir en medio del camino: porque el
diablo viene y se come a la persona.

LA LEYENDA DEL ROSQUETE


Lizeth Ávila Segovia

N
Se cuenta que unos ángeles descendieron del cielo a un
pequeño lugar de San Lorenzo. Cuando estuvieron en el lu-
gar, se sacaron sus alas y sus aureolas para que la gente no
se diera cuenta que eran ángeles. Las dejaron encima de una
piedra, dentro de una cueva, y se fueron a recorrer el pueblo.
Cerca de ese lugar, donde los ángeles habían escondido
sus pertenencias, vivía una familia muy pobre: una madre
con varios hijos. Estos niños salieron a caminar y estaban
con mucha hambre. De repente empiezan a oler algo y se
dirigen a la cueva. Allí se encontraron con las alas y las
aureolas de los ángeles. Uno de los niños agarró y lo probó,
comprobando que era muy rico y dulce. Los niños corren a
avisar a su madre y le dicen: “¡Mamá, mamá! Encontramos
mucha comida en una cueva”. La madre coge una canasta
y se dirigen a la cueva. Recogen todo en su canasta y se lo
llevan para comer.
Llegaron los ángeles a la cueva a recoger sus pertenen-
cias para volver al cielo… pero no encontraron nada. Se pu-
[ 69 ]
71
sieron a llorar, y uno de los niños los vio. Volvió corriendo a
su casa a decirle a su madre que vio a unos hombres blancos,
chocos y muy altos, llorando en la cueva porque no encon-
traban sus pertenencias.
La madre, para remendar el daño, comenzó a hacer masa
y fue formando con la masa, unas alas. Por encima les puso
blanqueo. Lo mismo hizo con las aureolas, les dio forma y
puso blanqueo por encima.
A lo que iba preparando, salía un olor agradable y la gen-
te se acercaba para comprarle. Hizo para vender y luego se
dirigió a la cueva a dejar lo que hizo para que los ángeles
pudieran volver al cielo.
Pero cuando los ángeles vieron, lo agarraron y lo proba-
ron: eran muy ricos y dulces. Les gustó y decidieron quedar-
se en el pueblo de San Lorenzo.
Pasó el tiempo y los ángeles se enamoraron y formaron
sus familias en San Lorenzo, y la madre de los niños enseñó
y dio la receta de cómo hacer los rosquetes y las empanadas
blanqueadas.
Por eso se dice que en el pueblo de San Lorenzo, hay
algunas personas blancas, chocas y altas… porque sus an-
cestros fueron ángeles.
72
[ 71 ]
73

III. LEYENDAS

EL ALMA PERDIDA
Narradora Oral: Felicidad Aguilera López
Recopiladora: Ilsen Dayana Ortega Mercado
Profesora: Roxana Tarifa

N
una vez, hace muchos años, en Tarija Cancha había una
señora que tenía mucha plata blanca. Poco antes de morir
había enterrado la plata: un poco en una olla en la puerta de
su casa, lo demás lo enterró en un virqui39 en la puerta del
corral, donde hacían la Pachamama 40. Al oscurecer, llegaba
la hora de que de la puerta del cementerio de San Lorenzo,
salía un viento en el medio, el silbido y la voz de una mujer
que iba hasta la puerta de la casa en donde vivía y otra vez
volvía al cementerio. Las personas que vivían ahí se asusta-
ban y se escondían ya que sabían la hora que iba a pasar ese
viento.
Al padre de la Iglesia de San Lorenzo, ya le había dado
miedo. Decidió hablar con los hijos de la señora para decir-
les que uno de ellos tenía que hablarle al alma de su mamá,
porque ella se ha había ido debiendo algo o dejando algo
pendiente. Después de haberles dicho eso, fue un hijo de la
señora a confesarse donde el padre. El padre le puso santos
oleos, reliquias, le había bendecido y le dijo: “vas a ir a la en-
trada de la casa, te vas a acostar en la tierra de costado vas
a esperar a que ella llegue después le vas a hablar”. Él decía
que iba a hablarle a su mamá, para que ella le avise donde
39 Recipiente de greda
40 Madre Tierra
[ 72 ]
74

dejó enterrados los tapados para él poder sacarlos. Pasó un


tiempo en el que él esperaba a su mamá en la entrada de su
casa. Llegó la hora, él se puso bien atento en que su mamá
ya iba a llegar, e hizo lo que el padre le dijo. Cuando sintió y
escuchó el silbido del alma de su mamá, que ya estaba ahí, él
le dijo “¿Mamá?”. Ella respondió: “¿Qué quieres hijo?”. Al oír
eso se desmayó y cayó a suelo. No hizo nada. El padre dijo
que fue porque él era muy angurriento, el peor de todos los
hermanos, y que él no tenía que ser así.
Después el otro hijo decidió hablarle al alma de su mamá
porque pensaba que era algún enemigo, o algo que ella debía
a alguien. El hijo fue donde el padre, con buena fe a confe-
sarse, y le dijo que él no le iba a tener miedo al alma de su
mamá. El padre hizo lo mismo que con el otro hijo: también
le puso lo mismo pero a él, a diferencia de a su hermano, le
explicó todo bien empezando porque él no tenía que ser an-
gurriento ni debería ir a hablarle a su mamá por ambición.
Sino que tiene que ser con buena fe y por su propia voluntad.
Entonces el hijo le hizo caso, fue a la entrada de la casa, es-
peró ahí echado en la tierra de costado, escuchó el silbido de
su mamá que ya se estaba acercando, esperó hasta que llegue
ahí, se puso atento y una vez que ya estaba ahí le dijo al alma
de su mamá:
- ¿Mamita, qué quieres, qué necesitas? - La madre le res-
pondió al hijo:
- Saquen la plata. Está enterrada en una olla en la entra-
da de la casa y lo demás está en la entrada del corral, donde
hacíamos la Pachamama. - Le dijo:
- Van a desenterrar la plata y se van a repartir la plata
pesando en romana por igual todo. Ninguno no se va a ha-
cer quedar más. - Por último le dijo: - háganme rezar un
novenario para que Dios me perdone por haber escondido la
plata blanca, en vez de repartirla a mis hijos.
- Está bien mamá.- Al día siguiente los hijos fueron a des-
enterrar los tapados, hicieron todo lo que le dijo su mamá,
[ 73 ]
75
hicieron rezar los novenarios y desde aquél día, el alma per-
dida de la señora no volvió a salir de la puerta cementerio hasta
hora.

EL BEBÉ EN LA QUEBRADA
Narradora Oral: Asunta Gutiérrez
Recopiladora: Yesica Natali Chavez Gutiérrez
Profesora: Edith Miranda

N
una vez, cuando yo era chica, mi papá nos ha manda-
do a cuidar a los animales al campo. Siempre que íbamos a
cuidar a los animales, llevábamos ropa para lavar y de paso
íbamos a bañarnos. Una vez que hemos llevado los animales,
les hemos echado por ahí arriba y nos hemos puesto a lavar
ropa. Por primera vez, mi cuñada ha ido con nosotras, y ella
tenía su bebé chiquito. Hemos terminado de jabonar la ropa
y todavía faltaba enjuagar. Mi hermana se ha puesto a lavar
la cabeza ahí en el agua. Mi cuñada estaba con su bebé, ahí
lavando ropa… cuando de pronto sentimos que un bebé llo-
raba y lloraba. Entonces nosotros decíamos “¿qué bebé es
que llora?” y mi hermana pensaba que era el otro hermano
mas chiquito que nos ha seguido dice:
- Debe ser el Elías, que nos ha seguido y no nos hemos
dado cuenta.
Yo he subido de una sola carrera ahí arribita a ver si era él.
Lloraba y lloraba, y subo ahí arribita... y resulta que no era
él. Era de ande nosotros que lloraba el bebé. En la quebrada…
y nosotros nos hemos empezau a asustar, a tener miedo, qué
bebé era que lloraba y nos hemos desesperau... y no sabíamos
qué hacer. Le veíamos el bebé de mi cuñada: él estaba dur-
miendo (era bebé de un mes)… estaba durmiendo.
No sabíamos qué hacer y todavía faltaba enjuagar la ropa.
[ 74 ]
76
Cuando de pronto… el bebé era una cosa que se acercaba más
y más ande nosotros. El miedo era más que nosotras, no sa-
bíamos qué hacer. Hemos empezau a salir de la quebrada,
les digo: “¡vamos!”. Hemos saliu de la quebrada corriendo.
Hemos dejau toda la ropa ahí en la quebrada, porque faltaba
enjuagar, y mi cuñada ha agarrau a su bebé a las marcas41, y
hemos salido a carrera. Ya el bebé que lloraba, era fuerte y
ahisito sentíamos… era como si fuera al lado de nosotros que
lloraba el bebé y no veíamos nada. Así que se hemos asustado
feo. Hemos saliu ahí arriba, al bordito y ahí se hemos senta-
do todos asustados.
Ahí estábamos con los animales, y nadie quería bajar a la
quebrada. De pronto, el bebé seguía llorando y seguía llo-
rando ahí… y después ya se ha ido alejando. Ya se sentía
como más lejos, más lejos... como que se iba ese ruido quebrada
arriba. Se ha empezau a callar, pero ha durau como quince
minutos poray42. Recién se ha empezau a alejar, así más lejos
y se ha ido. Después que ha pasau todo eso, recién nosotros
de nuevo hemos hecho coraje de bajar a enjuagar la ropa. Así
con miedo hemos enjuagau y hemos sacau a tender la ropa.
Ya tarde se hemos ido a la casa y le hemos contau a mi papá.
Mi papá según decía… porque el bebé de mi cuñada no era bau-
tizado que poray el duende se ha queriu apegar a él. Nosotros
allí jamás nos habíamos asustau... y así que, de esa vez, no
hemos vuelto nunca más.

41 Rapidamente
42 Por ahí, aproximadamente
[ 75 ]
77
LA ALMITA DE LA CUESTA DE SAMA
Narrador oral: Celso Barrios Jaramillo
Recopiladora: Daniela Fernanda Barrios Zenteno
Profesor: Carlos Cruz

N
cuenta esta historia sobre un camionero que llevaba
carga a la ciudad de Potosí. En una noche fría, de vuelta a
Tarija, dicen que en la cumbre de Sama, él volvía solo sin
ayudantes. En una curva apareció una señorita que le hacía
señas para que le lleve hasta Tarija. Don Juan se detuvo y
le dijo que subiera, y la llevó. En el camino, él le prestó su
campera (por el frio que hacía) y le conversaba. Ella decía
llamarse Sandra y él le decía “qué hace sola en este lugar”. Ella
le contestó que estaba yendo de vuelta a su casa para visitar
a su madre.
Llegando a Tomatitas, ella le dijo que se quedaba y que la
esperara. Como ella no tenía plata, iba pedirle a su madre…
y que le espere un ratito. Se bajó y entró a su casa.
Al ver que ella no salía, Don Juan toca la puerta y de
pronto sale una señora mayor y éste le pregunta por Sandra.
Grande fue la sorpresa, cuando la señora respondió: “era mi
hija… pero murió hace 3 años atrás en la cuesta de Sama”.
Don Juan comentó todo lo ocurrido a su madre y le explicó
que le trajo hasta aquí y que se entró a su casa. Don Juan
solo quería que Sandra le devuelva su campera. Luego Don
Juan se marchó a su casa y comentó a su esposa.
En otro viaje, yendo a Potosí, Don Juan paró donde ha-
bía levantado a Sandra, y verificó que había una cruz donde
decía “Sandra Ruiz”. Al regreso de Potosí a Tarija, él decidió
volver a preguntar dónde estaba Sandra enterrada. Así Don
Juan visitó el lugar del nicho, donde sorprendido encontró
su campera.
[ 76 ]
78
Don Juan, al pasar el tiempo, comenzó a hablar de la al-
mita y un día se volvió loco… Al pasar los meses, apareció
muerto.

43
LA CASA MOCHA
Narradora oral: María Ordóñez Jaramillo
Recopiladora: María de los Ángeles Barón Villa
Profesor: Limberg Velásquez

N
cierto día de febrero, en épocas de carnaval, donde las
mozas más airosas y sus churos44 chapacos salían a disfrutar
de una rica chicha45 y un buen baile, un grupo de amigos
llegaron a casa de Doña Guadalupe Jaramillo. Entre risas y
coplas se fue pasando la tarde.

Como de costumbre, al caer el sol María debía volver del


campo donde todas las mañanas solía partir con su alforja
cargada de una mollera, su pedazo de queso y su cantimplora
cargada de agua. Tan linda era ella con sus ojotas charolea-
das46 , que tan solo al verla te alegraba. Entre juegos y risas,
María cuidaba sus ovejitas. A ella le gustaba coser y bordar
sus propias muñecas. Buscando una sombra donde refugiarse,
logró dar con la conocida “Casa Mocha”. Ahí pasaba las ho-
ras cosiendo y jugando hasta que el sol se entraba47… cerca de

43 Sin techo
44 De bien, bueno, agradable
45 Bebida alcohólica de producción casera
46 De charol
47 Bajaba al horizonte
79
[ 78 ]
80
la oración debía volver. Ahicito48 de llegar a su casa, se dio
cuenta que le faltaba una oveja. A tuita49 carrera cuesta arri-
ba fue a traer a su ovejita. Dio vueltas y vueltas y de pron-
to a lo lejos, dentro de la casa mocha, la escuchó balar. Al
llegar, grande fue su sorpresa al ver como el duende hacía
bailar a sus muñecas sosteniéndolas de las manos. Cuenta
que ella ahí escondida, divisó a la oveja perdida a un lado
y rápidamente la levantó con sus brazos. De pronto escu-
chó como este pequeño hombre de sombrero grande y nariz
puntiaguda le preguntaba: “¿María… con cuál mano quieres
que te pegue?¿ con la de plomo o con la de lana?”. Del susto,
María presionó con tal fuerza a la oveja, que ésta comenzó
a balar. Su padre y su hermano, al ver que María no volvía,
fueron en busca de ella y de pronto escucharon a la oveja ba-
lar. Asustados corrieron hasta donde estaba María. Al llegar
donde ella, las muñecas se desvanecieron y el pequeño hombre
desapareció.

LA HISTORIA DE PEDRO
Narradora oral: Gabriela Peñas
Recopiladora: Florentina Peñas Añagua
Profesora: Heidy Perales

N
en una cierta época, un hombre llamado Pedro, de vein-
tiocho años de edad, vivía en Villa Charcas. Decidió ir a
trabajar a la Argentina, dejando a su esposa Rosa y a sus
tres hijos que eran María, Rosaura, Ana y José. Eran de tres,
cinco y siete años de edad.

48 Cerca
49 Toda
[ 79 ]
81
Las palabras de Pedro a su esposa fueron:
- Cuida mucho a nuestros hijos. Yo regresaré pronto y
traeré mucho dinero. No quisiera irme, pero tú sabes que
donde iré hay mucho trabajo. Los quiero, se cuidan y volveré
pronto.
Después de un año Pedro iba de regreso y feliz de volver
a ver a su familia. El iba caminando a su comunidad por los
cerros y de pronto vio a una mujer que estaba a lo lejos. Ca-
minó más rápido para alcanzarla y se dio cuenta que era su
esposa Rosa y él le preguntó:
- ¿Qué haces en este lugar?
- Yo me estoy yendo y no volveré nunca más. Ve rápido a
casa dejé a nuestros hijos sin comer. Cuando llegues cuídalos
y dales de comer – respondió ella.
Pedro llorando le pide que no se vaya, que no lo abando-
ne, por favor. Ella se fue por la dirección contraria y Pedro
triste siguió su camino. Llegó a un cerro desde donde se veía
su comunidad. Él miraba en dirección a su casa y vio que ha-
bía muchas personas. Se puso a pensar qué estaría ocurriendo.
Se apresuró y cuando ya estaba cerca de su casa, encontró
a una vecina y le preguntó qué hacía tanta gente en su casa.
Ella un poco apenada, le dijo que su esposa había fallecido.

ALMA PERTURBADORA
Narradora oral: Severa Porco Mamani
Recopilador: José Vasquez Porco
Profesora: Edith Sánchez

N
cuando mi abuelita vivía en la localidad de Erquiz
Oropeza, cada mañana ella iba a trabajar muy temprano,
como a las tres de la mañana, porque debía bajar a pie hasta
[ 80 ]
82
la carretera principal. Cada vez que salía de su casa, siempre
le aparecía un señor de negro que estaba sentado en la orilla
del camino. Ella se asustaba mucho. Cuando salía de su casa,
tenía miedo porque notaba algo raro en ese señor disfrazado
de negro. Él tenía algo que cubría su rostro. Ella pensaba
que era un ladrón, que le iba a hacer algo y, por ese motivo,
no se atrevía a ir a su trabajo.
Un día le contó a mi abuelito que le aparecía cada maña-
na un señor disfrazado de negro. Salieron con mi abuelito
a ver, pero no había nada en la orilla del camino. Otro día
mi abuelita se atrevió a hablarle y, cuando iba a hacerlo, ese
señor desapareció de la nada. Cuando mi abuelita vio eso,
ella se asustó demasiado y rápidamente se fue corriendo a
su trabajo. Cuando llegó a su trabajo, estaba más tranquila,
pero al terminar su jornada y cuando ya iba a su casa, vio a
ese mismo señor sentado en una plaza. Ella se fue corriendo
porque ya no quería ver más a ese hombre.
Cuando llegó a su casa se puso a pensar: “si ese hombre
fuera una persona normal, no estaría siguiéndome… pero
si es un alma, eso sería aterrador… Si de veras es un alma
vino por algo”. Así que pensó que debería armarse de coraje
y preguntarle. Ella era amable, se llevaba bien con las per-
sonas que conocía.
Un día salió a enfrentar al alma y le preguntó: “¿qué te
hice yo a ti?”. El alma hizo una señal y esa señal era el fa-
llecimiento de esa persona. Mi abuelita se asustó al ver que
hizo esa señal de muerte. Mi abuelita escribió en la tierra:
“yo no te maté. Esa persona fue mi amiga que quería ven-
ganza”. De repente, el alma se fue y mi abuelita al fin pudo
estar tranquila. Esa historia le pasó hace 25 años atrás.
[ 81 ]
83
EL CAMIONERO Y MARÍA
Narradora Oral: Victoria Cavero
Recopiladora: Vanessa Varinia Guzmán
Profesora: Eleanne Flores

N
dicen que había un camionero que pasaba siempre por
Tomatitas. Una vez, el camionero vio a una chica que le al-
zaba la mano. El camionero le alzó en el camión y le prestó
su campera. Mientras charlaban, el camionero le preguntó
su nombre. Ella le respondió: “me llamo María”.
El camionero le llevó a su casa y se olvidó pedirle su
campera. Al otro día, fue a su casa y le salió a atender una
señora. El camionero le dijo: “aquí dejé una joven llamada
María y me olvidé pedirle mi campera”. La señora asustada
le dijo: “María murió, si no me cree vamos a su tumba” y su
campera estaba en la tumba de María. El camionero, desde
esa vez, se quería volver loco.

EL CUIDADOR DEL CEMENTERIO


Narradora oral: Mirna Ayarde Ponce
Recopiladora: Mirna Estefani Mariscal Ayarde
Profesora: Yolanda Abán

N
Hace unos años atrás, se cuenta que en el cementerio de
San Lorenzo, una noche como cualquier noche de aquellas,
el sereno o cuidador tuvo que quedarse a dormir allí. Hubo
un comentario en el pueblo: estaban robando los cuerpos del
cementerio y los vecinos que vivían alrededor argumenta-
ban que escuchaban muchos ruidos por las noches.
[ 82 ]
84
Así es que el cuidador decide quedarse a dormir, y así
averiguar lo que estaba pasando. Transcurría la noche de
luna llena, no podía conciliar el sueño: escuchaba hablar a
personas en el cementerio, como si fuera de día. Sale a ver y
observa a muchos niños y personas adultas paseándose por
las diferentes calles del cementerio: algunos comentaban,
otros reían, otros lloraban y los niños jugaban. A lo lejos ve
que en algunas tumbas habían velas prendidas. Viendo todo
esto, el cuidador se asusta y sale corriendo dejándolo todo.
Al otro día comenta con los pobladores sobre lo sucedi-
do y muchos no le creyeron. Aún así, los pobladores acuden
dudando al cementerio, para verificar la narración del cuida-
dor. Se quedan asombrados al verificar que en las calles que
eran de tierra, se podía observar huellas de adultos, de niños
descalzos y en algunos lugares como si bebés hubieran gateado.

EL DÍA DE TODOS SANTOS


Narradora Oral: Melchora Cáceres Caro
Recopiladora: Dina Gutiérrez Franco
Profesrora: Cintia Cardozo

N
”aManeció muy hermoso y fresco esa mañana. Con
pocas nubes en el cielo se veían lindas las puyaspuyas 50flore-
ciditas. Fui a ver la chacra, estaba todo rocío. Pude sacar unos
cuantos choclos, bajar unas cuantas peras y duraznos. Lle-
gué a la casa a hacer mi avío con lo que recogí y mi quesito
de chiva… pa’ mi marido y pa’ mí. Después él se fue a cortar
la chacra y yo dejé acomodando todo en mi casa, k’arando51 los

50 Flores
51 Dando de comer
[ 83 ]
85
cu’chis , cha’wando(ordeñar) las chivas y comencé a sacar
52

mi hacienda camino al campo. Cuando llegué a un lugar ver-


decito, en eso me acuerdo de la jiesta53 de Todos Santos. Me
volví corriendo a la casa a decirle a mi marido, el Néstor, que
vaya al molino a hacer moler maíz pa’ hacer la chicha pa’ todos
santos. Él como siempre… nunca le gustaban las jiestas y era
un celoso acabau… no me ha jecho54 caso. Mejor, a gritos me ha
agarrau, diciéndome:
-¡Carajo de mierda!, te mandau55 a cuidar los animales y no
a pensar en jiestas. Que botes los animales a las chacras. ¡Zon-
za, burra! Pensando en las jiestas nomás parás56… ¿Qué es eso?
¿Acaso las fiestas te van a ayudar? ¿De fiesta en fiesta nomas que-
ras parar, acaso?¡Crees en todos santos!¿Acaso ves las almas?¿Qué
te han dicho, haber… ves que comen?¡Eres una sonsa, no sabes
nada!¡Ándate a ver los animales, que hagan daño pero, ya vas a
ver!¡Te voy a hacer pagar a vos…vas a ver!
Yo muy enojada sin decirle nada me saliu57 puerta ajue-
ra a ver mi haciendita. Ya estaba subiendo, jaldita58 arriba
pensando... “¿Cómo hacer pa’ ir al molino pa’ hacer alguito pa’
esperar la almita de mi mamá?” Él no quería ni saber de hacer
nada. Así me pasau todo el día pensando y viendo la manera
de cómo iba a hacer.
Ya se iba yendo el día… cuando me fui a amontonar a mis
animalitos. Mientras me juntaba unos cuantos palos de leña
pa’ la cena, ya que él no sabía ni de cuál lau59 hacer llegar un
palo de leña… pa’ hacerle de comer. Iba de camino a mi casa

52 chanchos
53 Fiesta
54 hecho
55 Te he mandado
56 Andas pensando en fiestas solamente
57 Me he salido
58 Faldita, falda
59 lado
[ 84 ]
86
y en eso me encuentro con mi comadre la Reinalda. Ella me
podía ayudar, le conté lo que me ha pasau y ella me ha dicho:
- Mire Cuma, mi marido era igual que el compadre, pero
lei dicho a mi suegra y ella la dau una güena latiguiada.
- El cumpa no cree nada…
- No le haga caso… yo se lo voy a llevar el maíz al moli-
no. De mañanita voy a bajar pa’ San Lorenzo, usted llévelo
más tarde, cuando él no esté en la casa.
-Yo buscaré la jorma de llevar el maíz, ¡muchas gracias!
Hasta lueguito, iré pasando.
Seguía jarreando mis animales, pensando cómo iba hacer
llegar el maíz a su casa de mi Cuma. Cuando he llegau a la
casa, no estaba el Néstor. Rapidito cerré los animales, pesé
el maíz y me fui ande mi Cuma. Le deje el maíz, la plata y me
volví rapidito… y con suerte llego a la casa y no había toda-
vía mi marido. Me he puesto a hacer de cena una rica sopa de
trigo. Mientras, lavaba los platos en la batea de palo… y se
me acabó el agua. Corriendo fui a traer agua en los galones,
de la quebrada. Ya se acercaba la noche y él no llegaba, ya os-
curito ha llegau cansau de k’orar60, le serviu su plato para que
cene y me jui a descansar. Al otro día me levante de mañani-
ta a hacerme de comer un guiso de trigo con panza de vaca,
mote con queso y ok’as61 hervidas. Me puesto mi avío y mei
ido al corral a amamantar los chitos62 y cha’war63 las vacas pa’
dejar la leche. Echando la panchera 64 para que se haga queso
y de nuevo me jui con mi hacienda y así pasó la semana.
Me jui a traer la harina di ande65 mi Cuma. Un día domin-
go desperté y le dije al Néstor que vaya a cuidar los anima-

60 desmalezar
61 Variedad de tuberculo, pequeña
62 Bebé de cabra
63 ordeñar
64 Cuajo casero, usado para cortar leche
65 De donde
[ 85 ]
87
les, que yo iba hacer pancito pa’ comer, él me ha jecho caso y
se fue al campo.
Ya se acercaba Todos Santos. Me puesto a hacer pan, tor-
tas, escaleras y muyapos66 para hacer la chicha. Él solo sabía
que yo iba hacer pan… Escondí los muyapos y las tortas. Al
otro día el Néstor se fue a trabajar y yo me fui a cuidar las
chivas y las vacas. Las dejé pastando y me he puesto a hacer la
chicha para esperar las almas, y así hice tres días hasta que
ha arropau 67.
Cuando llegó el día de Todos Santos, le mandé a mi ma-
rido a San Lorenzo a comprar mercadería pa’ la casa y se
ha ido mientras que yo me jui a sacar k’ora para ka’rar los
animales y ponerme a hacer lo que yo tenía que hacer pa’ las
almitas. Me puesto a hacer él té pa’ poner a la mesa, he ido a
comprar flores de mi cuma y otras cosas que necesitaba. Al
volver me puesto a cocinar lo que más le gustaba a mi mamá
como: la leche con mote, papas con queso, sopa de maní, al-
verjada, guiso de lisa y otras comidas más. Al día siguiente
he saliu de mañanita al cementerio a limpiar y enflorar la
tumba de mi papá y de mi mamá. Les he puesto sus guir-
nalditas y me vuelto a alzar la mesa, porque ya iba llegar el
Néstor. Al llegar a mi casa rapidito, he sacau los animales a
cuidar, me llevau mi avío y mi puisca68 jilando 69. Como tres
años he jecho lo mismo para Todos Santos. Un año me dice
el Nestor enojau:
-¡Vos ponís la mesa todos los años a escondidas!¿Pensás
que no me doy cuenta? ¿Yo voy a ver si queris? Si es cierto
que vienen tus almas… voy ir a la quebrada a remojar este

66 piezas de harina de maiz


67 Instancia intermedia del proceso de fabricación de la chicha
68 Instrumento de madera para hilar lana
69 Expresión oral para hilando
[ 86 ]
88
cuero de vaca y me voy esconder debajo del cuero, aquí en este
ku’cho70.
-¡No seas sonso! Las almas te van a llevar pal año… yo
qué voy a hacer, escondete. Ya que no me creis, pero ya verás
que las almas te van llevar.
Ese día me levantau de mañanita a hacer el tecito, mien-
tras acomodaba la casa pa’ poner la mesa he lavantau los
jarros para poner a la mesa. He puesto leche con pancito,
torta y un virqui de chicha, chancaca con pan y unas cuantas
flores.
Pa’ las doce he cosinau una sopita de maní, unas papas con
queso, hey matau una gallina para hacer fritar, pa’ poner con
papas a la mesa, hey puesto arrope, mote con cuajada, y otras
comidas más que les gustaba a los finaus. Mientras que él
estaba escondiu debajo del cuero en el ku’chito de la casa, sin
mover ni un pelo. Yo hey dejau puniendo todo eso y mei ido a
cuidar mis animales, ahi arriba en el mojón del taita. Estaba
el cóndor sentado mirando mis ovejas, me saliu cuesta arriba
a espantarlo… volando sea ido pa’ la banda, me juntau unas
cuantas leñas, mientras cuidaba mis animales. La vaca des-
graciada se pasaba pal lau la chacra, me bajau jalda abajo a
alcanzarla. Le hablaba que güelva y más rápido se bajaba. Ha
llegau nomás a la chacra. Le sacau cagando a la desgraciada
p’arriba y me ido a bajar las ovejas que ya estaban arriba.
Les hey amontonau y me dau cuenta que jaltaba la borreguita
que estaba preñada. Hey saliu waico71 arriba buscándola. Ahí
arriba ha stau72 ya con su corderito. Ley jarriado73 , ande esta-
ban los demás animales y les he llevau rapidito al corral. Hey
cerrau rapidito, y mei ido a ver la mesa. No había nada lo qui
hey dejau. Me ido a la cocina a hacer más comida y hey puesto

70 Rincón
71 quebrada
72 Ha estado
73 Les he arreado
[ 87 ]
89
más chicha y más arrope, anchicito. Hey jecho un guiso de
lisas y una caldera de té, hey puesto eso y recién ha saliu el
Nestor de debajo del cuero. Todo calladito… y asustau, me
saliu de ahí adentro74.
Me sentau en el poyito75 y él se sienta a mi lau. Y me dice:

“Che… haya siu verda lo que me desiyas! Tu mamá a


llegau con hartas mujeres y hombres. Ella decía:
- Ay, que hará hecho mi hijta, su marido es malo y celo-
so, no le deja hacer nada. Ella hace escondidito las cosa pa’
poner a la mesa. ¡Pasen, pasen! Comamos lo que hay.
Han entrau harta gente y no alcanzaba lo que estaba en
la mesa, no ha pasau ni cinco minutos y raspaban los platos.
El virqui de chicha raspaban juerte. Al ratito ha hablau ella
otra vez, decía:
- Ay, desgracia no ha enterau pa’ nada lo que ha puesto.
Otra señora le ha dicho:
- No comadre no se preocupe al menos a jecho algo, peor
es nada. Vamos a mi casa mejor cuma, mi hija hace harto
¡vamos,vamos!
Han salido todos por la puerta, unos tenían cajas, otros
erques y cañas.”

Yo me he quedau calladita no lei dicho nada y él me ha


dicho:
- Pal año voy hacer yo, voy comprar mesas, sillas, voy matar
un bueye, un cuchi, un chivo, voy hacer dos cargas de chicha, todo
pa’ las almas.
Al otro año se ha puesto a hacer todo él sólo, no quería
ni que le ayude en nada. Hizo todo lo que había dicho… ha
puesto sus mesas y todo lo qui a jecho, y ese año, en esos días
ha caído enjermo y ha muerto… todo lo que él ha jecho ha ser-
viu pa’ su velorio y entierro.

74 Me ha asustado, saliendo de ahí adentro


75 Piedra para sentarse
[ 88 ]
90
Yo como todos los años sigo haciendo pa’ todos santos pa’
recibir las almas de la jamilia, mis hijos y mis nietos también
siguen la costumbre en sus casas.”

EL MOLLE DESCANSADERO
Narradora oral: Dora Arroyo
Recopilador: Daniel Alejandro Villa Velásquez
Profesora: Yolanda Abán

N
recuerda la señora Dora Arroyo que hace muchos
años atrás, le contaban sus abuelos que entre la comunidad
de Tarija Cancha Sud y la Calama, había un lugar solitario
llamado el prieto, o también conocido como el tajo. Allí ha-
bía un gran molle viejo que hacía una enorme sombra. Los
comunarios lo llamaban “el Molle Descansadero”, porque la
gente acostumbraba descansar en ese lugar bajo la sombra
de dicho árbol. Cuando algún comunario fallecía, se trasla-
daba al difunto para enterrarlo en el cementerio del pueblo
de San Lorenzo, porque en la comunidad de la Calama no se
contaba con un cementerio propio en esos tiempos. Todos se
trasladaban a pie y el trayecto que tenían que caminar era
muy largo y soleado.
Ella cuenta que los comunarios tenían mucho miedo de
pasar por ese lugar durante las noches, dice que ahí asustaba:
aparecían una tropa de cuchis negros con unos grandes col-
millos; se escuchaba el grito de los zorros en algunas oca-
siones; aparecía un hombre grande sentado y apoyau76 en el
molle descansadero, con su sombrero grande y viejo, vestido
todo de negro, al que no se le veía el rostro. Se veía un ca-

76 Expresión oral para “apoyado”


[ 89 ]
91
jón bajo el molle o cruzando la calle o camino, y el hombre
viejo desaparecía al instante. La gente comentaba que era el
diablo o las almas de los difuntos que hacían descansar en el
“molle descansadero”.
[ 90 ]
92
EL SEÑOR NOCHERO Y EL CABALLERO
EN EL CABALLO BLANCO
Narradora oral: Rosa Paredes Fernández
Recopiladora: Ana Viviana Paredes Alvarado
Profesora: Carmen Rosa Abán

N
Hace muchos años, don Isidoro le contó a su hija doña
Rosa, que en la época cuando él vivía en Tucumilla, le ha-
bían contado que en Iscayachi, sabía andar un hombre lla-
mado Ricardo.
Ricardo era un hombre de unos 60 años que andaba en
las noches. Salía como a las 6 de la tarde de Iscayachi y baja-
ba por Sama, luego por Tomatitas, hasta llegar al pueblo. Se
quedaba en Tarija hasta las 6 de la tarde y luego volvía por
el mismo camino de noche. Caminaba toda la noche hasta
llegar a la madrugada a su pago. Él tenía esta costumbre…
ya eran como 7 veces que el hombre andaba así.
Cada tanto, volvía a bajar al pueblo en la tarde y luego
volvía a su pago a la misma hora. Pero el hombre, una vez,
cuando se dirige por Sama, escucha por detrás un ruido…
era un caballero. Pasó nomás, no le dijo nada. La siguiente
vez que volvía a su casa, escuchó de nuevo la misma bulla
por su detrás… volvió a encontrarse de nuevo con el señor
sentado en su caballo blanco. El caballero le dijo a Ricar-
do que subiera a su caballo, que él le iba a acercar. Ricardo
le dijo: “no se preocupe, puedo ir caminando”. Entonces el
caballero se fue y él siguió caminando solo y así llegó a su
pago.
Otra vez volvía del mercado y como de costumbre, subía
por Sama. Nuevamente apareció el caballero que le dijo que
subiera a las ancas del caballo. El hombre, para no decirle
que no como la otra vez, hizo caso y se subió. El caballero
caminó con el caballo una larga distancia y Ricardo no po-
[ 91 ]
93
día aguantar en las ancas, por que estaban muy quemantes.
De un rato, llegaron donde había dos caminos: uno era a
la derecha y el otro a la izquierda. El caballero estaba yendo
por el lado izquierdo. Entonces Ricardo le dijo:
– Por aquí no es el camino, mi camino es por la derecha.
– Por aquí es… – respondió el caballero
Por ese lado sólo había una peña y estaba muy oscuro.
Ricardo, al ver que el camino no era por ahí, se bajó de las
ancas y se cayó echado. Entonces el caballero se detuvo, y le
preguntó
– ¿Por qué te has bajado del caballo?
– Porque allí no es mi camino – el hombre respondió.
– Te voy a hacer unas preguntas: ¿tienes cigarro, coca,
alcohol y cuchillo?
– Sí – le dijo Ricardo, y le mostró las cosas.
El caballero le hizo que fumara al hombre, que coqueara,
que tomara el alcohol y por último que mordiera el cuchillo.
Luego que el hombre hizo esas cosas el caballero le dijo:
– Hijito, escucha. Ésta es la última vez que te encuentro
por aquí. No andes por la noche: la noche es mía y el día es
tuyo.
Diciendo esto el caballero se fue por el lugar oscuro don-
de era una peña. El caballo corría, con las patas largando
chispas de fuego. El señor muy asustado se fue por su cami-
no un largo trecho y al caminar escuchó un ruido muy fuer-
te y de miedo ya no volvió por ese camino. Enderezó por una
zanja pero ya no faltaba mucho para llegar a su casa. Estaba
muy alterado, subió por la zanja cayéndose, levantándose re-
iteradas veces. Así perdió su sombrero y su ojota. Llegó a su
casa todo lastimado de espinas… a los 8 días se enfermo, y a
los 15 días murió.
[ 92 ]
94
EL SUSTO QUE ME DIO UNA LECCIÓN
Narrador oral: Hermójinez Martinez
Recopiladora: Mely Dayana Martinez Aguirre
Profesor: Flavio Cazón

N
en los años 1980, mi abuelo trabajaba de casero de Don
Oscar, cuidando y regando plantas hasta las 19 pm. Un día
de esos, ya eran las 2 am y él recién llegó a casa. Todos le
preguntábamos ¿qué pasó?¿Por qué no llegaste a cenar? Él
respondió con su pequeña pero llamativa historia:
“Me quedé a regar las plantas y limpiar la casa del señor
Oscar y a mi regreso, venía solo y sin acompañante… De
pronto escuché pasos detrás mío. Di la vuelta para ver quién
me seguía, pero para mi sorpresa no había nadie. Los pasos
seguían detrás de mí… no les tomé importancia y seguí ca-
minando. Pero los pasos estaban cada vez más cerca, hasta
que llegué a asustarme.
Empecé a caminar más rápido de lo común, para que los
pasos que venían detrás, no me alcancen. En un momento
sentí un aliento y una respiración en mi hombro, algo que
me hizo estremecer… pero no paré de caminar. (Yo no creía
mucho en Dios, ni en los milagros; tenía 38 años, los cuales
pasé sin creer y sin tener fe). De repente mis pensamientos
fueron interrumpidos por una voz gruesa que decía mi nom-
bre. De tal susto, empecé a rezar una oración a Dios
Ya no había nadie detrás mío. Ya no sentía los pasos, ni la
voz que me hablaba. Todo desapareció… era un alivio para
mí. Solo se sentía la suave brisa de la noche y una tranqui-
lidad única.
Seguí rumbo a casa. Al llegar eran las 2 am y mi esposa
me esperaba con ansias fuera de la casa con velas encendidas.
Les expliqué todo. Ella me dio un fuerte abrazo y con
lágrimas en los ojos me dijo:
[ 93 ]
95
– ¡Eres muy valiente!
– No hubiera logrado nada, sin Dios a mi lado.”
desde esa vez, mi abuelo se convirtió en un seguidor de
Dios, yo creo que fue una lección que Dios le dio para creer
en los milagros y en la salvación.

UN ESPÍRITU TRANSFORMADO
Narradora oral: Laura Tolaba Fernández
Recopiladora: Talia Gallardo Soruco
Profesor: Nils Alarcón

N
una tarde de agosto dos hermanos habían ido desde
Carachimayo al molino de San Lorenzo a hacer moler su
maíz que iba cargado en sus burros. Justamente durante la
noche de ese mismo día, un señor junto a su familia, que
vivían en Carachimayo, los cuales no eran del lugar, habían
ido a un bautismo, porque el señor era padrino del niño bau-
tizado. Festejaron, se divirtieron, comieron y bebieron. Lue-
go la familia quiso retornar a su casa en su auto, pero el
señor se perdió porque estaba borracho. Se dirigió con su
auto por el camino y en el puente de Carachimayo, sufrió un
accidente. Se había caído por un barranco hasta llegar al río.
Cuando los dos hermanos volvieron de San Lorenzo, por
la noche a eso de las 12 pm, escuchaban que alguien se queja-
ba en el río, pero ninguno de ellos sabía que podría ser. Unos
minutos después, uno de los hermanos volvió a sentir un
movimiento ruidoso más extraño que el anterior. Entonces
le comentó a su hermano pero como éste no escuchó nada,
porque era sordo, entonces nada le preocupaba. En cambio el
otro hermano estaba un poco asustado e inquieto.
Siguieron su camino y, cuando estaban pasando por el
puente donde estaba el señor muerto en el río, sintieron frío,
[ 94 ]
96
se les pararon los cabellos y sintieron escalofríos y se les
arrasó77 el cuerpo. En ese momento, salió una joven alta, de
buen cuerpo, cubierta la cara con un velo negro y con unos
libros en la mano. Uno de los hermanos le saludó, pero el
otro no le quiso saludar. Pasó esta joven y se fue camino
abajo.
Poco tiempo después salió un toro negro, resollando
fuerte, subió hacia arriba y volvió a bajar. Estos hermanos,
asustados al ver que el toro se dirigía hacia ellos, apuraron
a sus burros sin importar si se les caía la carga de maíz
molido. Corrieron y corrieron sin parar. A uno de ellos se
le cortó la ojota y éste volteó a buscar su ojota pero no la
encontró, así que corrió a pata pila78 . Alcanzó a su herma-
no y entonces corrieron sin parar hasta encontrar la casa
más cercana. Mientras corrían, voltearon a ver hacia atrás y
veían que el toro venía botando fuego por la boca y haciendo
chispear las uñas.
Luego lograron llegar a la casa de una familia humilde
(la primera que encontraron). Llamaron a la puerta y sa-
lió el dueño, sin pantalón y algo asustado al oír la manera
desesperada en que gritaban este par de hermanos. Luego
salieron los perros. Ladraron y ladraron, lo que hizo que el
toro se volviera un polvo negro y desapareciera.
El señor les hizo pasar a los dos hermanos y les preguntó
qué les había pasado precisamente. Ellos empezaron a con-
tarle lo que habían visto.
Al otro día, recién supieron que había muerto un señor
en el puente y se les arrasó el cuerpo, y así supieron que el
toro que les apareció, no era toro, sino que era el espíritu
transformado.
Ese día, la familia del señor que había muerto, se dio
cuenta que murió un miembro de su familia y dijeron que

77 “Escalofrío”, “Nerviosismo”, “Adrenalina”.


78 De pie pelado, o descalzo
[ 95 ]
97
la casa estaba embrujada. Por ese motivo se fueron para no
volver.
En cuanto a los dos hermanos, por las noches tenían pe-
sadillas y se levantaban gritando. Ambos murieron por el
susto que pasaron. Primero falleció uno y poco después el
otro, porque no se habían hecho curar bien.
A partir de ese día, en ese lugar donde se asustaron los
hermanos se hizo asustadero para cualquier persona que pa-
sara por ahí en la noche o en horas no indicadas. Se dice que
hay malas horas como ser las 12 del día o 12 de la noche. Así
es que puede aparecer cualquier cosa que llegue a asustar, y
más aún en los lugares conocidos como asustadero.
Se dice que cuando una persona obra mal en su vida, al
fallecer, pena su alma. Puede ser que esté penando cuando
grita el zorro, cuando chilla la lechuza, cuando relincha un
caballo o una mula. O se puede transformar en cualquier
cosa, sobre todo en las noches.

EL JOVEN DE PATAS DE GALLO


Narradora Oral: Victoria Cavero
Recopiladora: Vanessa Varinia Guzmán
Profesora: Eleanne Flores Flores

N
Dicen que habían unos enamorados que se veían muchas
veces en un lugar ubicado en Monte Méndez. Ellos se veían
muchas veces, hasta que un día la chica se quedó esperando
en ese lugar y el joven no llegaba. Pasando 30 minutos, el
joven llegó con un caballo colorado. La chica quedó mirán-
dolo, porque su caballo era de color blanco. La chica pensó
que él se había prestado ese caballo. Se saludaron y también
se besaron, y el joven quería llevarla a otro lugar, pero el
[ 96 ]
98
caballo no quería que suba la chica. La chica miró bien al
chango79, y vio que tenía patas de gallo… al pasar eso, la
chica se volvió loca.

EL ZORRO Y LA MUJER
Narradora Oral: Teodora Paredes Farfán
Recopiladora: Rosemery Fernández Paredes
Profesora: Eleanne Flores Flores
Lugar que ocurrió: En Cañahuayco

N
HabÍa una mujer que paraba siempre sola. Ella hilaba
mucho. Una de esas noches, le apareció a la mujer, un mozo
con su violín. La mujer se enamoró del mozo. Él se quedó y
le preguntaba muchas cosas a la mujer. Estaban durmiendo
los dos juntos, hasta que amaneció. El zorro dijo: “yo iré
a barbechar80 y tú cocina, y llévame almuerzo a las doce.”
“Bueno”, dijo la mujer. Agarró el azadón y se fue el zorro a
barbechar.
La mujer hizo el almuerzo y fue a buscarlo al mozo. An-
duvo y no lo encontró. Solo vio a un zorro escarbando bos-
tas. Se bajó la mujer a su casa y cuando apareció el mozo:
“¿por qué no me llevaste la comida” dijo.
- Te busqué por todos lados y no te encontré. Solo vi a un
zorro escarbando bostas.
- Ese fui yo - dijo el mozo. Entonces la mujer agarró y le
echo a los perros.
El zorro se fue guacaquiando81.

79 Joven
80 labrar
81 Aullido de zorro, gritando
[ 97 ]
99
LA CUESTA DEL DIABLO
Narradora oral: María Sánchez Aguilera
Recopilador: Horacio Aldana Sánchez
Profesor: Limberg Velásquez

N
en la provincia de Méndez, en la parte norte de San
Lorenzo, se encuentra la comunidad de Tomatas Grandes.
Hoy dividida por sus habitantes, lleva el nombre de Tomatas
15 de Abril.
En aquel pueblito maravilloso por su paisaje de sauces
llorones y su hermoso río de aguas cristalinas, sobre la ca-
rretera principal, se encuentra la tenebrosa cuesta del diablo,
y al pie de ella, una curva bien cerrada.
En aquella época no existía un medio de transporte que
llegara hasta esta comunidad. Los vecinos debían bajar
hasta la altura de la escuelita de la comunidad de Tomatas
Grandes para poder viajar a la ciudad. Iban a vender sus
productos como ser papa, trigo, arvejas, maíz, verduras, pe-
lones y otros, al tiempo que aprovechaban para comprar las
cosas que necesitaban y que ellos no producían. El camión,
de marca Leylan, era del señor René Riquelme. Éste hacía el
servicio a la ciudad de Tarija como único medio de transpor-
te para las comunidades de Tomatas, Corana y Canasmoro.
Todos los días pasaba a las 4 de la madrugada, así que la
gente debía madrugar para poder llegar a tiempo a la parada
(como ellos la llamaban) sino se hacían dejar82 . Por lo feo de la
carretera, el camión tardaba, más o menos, unas dos horas en
llegar a la ciudad. Unas personas viajaban solas, otras acom-
pañadas, y todos traían sus productos a lomo de burro, en
mulas y caballos. Todos debían pasar por la cuesta del diablo,

82 Se iba el camión sin ellos


[ 98 ]
100
una cuesta alejada de las casas, lugar solitario cubierto por
grandes molles, que solo con la proyección de su sombra en
noches de luna llena, daba miedo.
En este lugar, sucedían apariciones de cosas diabólicas:
perros grandes que caminaban junto a los viajeros y en un
determinado lugar se convertían en pequeños y desapare-
cían causándoles gran susto. Una joven vestida de negro que
les coqueteaba a los hombres y cuando querían acercarse
a ella, desaparecía dejándolos sin aliento; un jinete vestido
con un hermoso traje y del caballo ni qué decir todo ensillao
chapiau83 con riendas de pura plata blanca. Causaba el es-
panto de las bestias que transportaban su carga y cuando
alguien se atrevía a mirarlo observaba toda la dentadura de
puro oro y veían caer de su boca grandes gusanos amarillos
que les causaba tanto terror que los dejaba mudos. En otras
ocasiones de repente, les alcanzaba justo en ese lugar otra
persona que conversaba con ellos de forma normal. Pero no
faltaba un curioso que observaba la vestimenta que llevaba,
percatándose que uno de sus pies tenía la forma de una pata
de gallo que podían advertir por la presencia de la luz de
la mecha con la que viajaban. Sin importarles la oscuridad
echábanse a correr sin parar hasta llegar al lugar donde les
esperaba el camión en el que debían viajar.
Nadie pasaba por aquel lugar sin experimentar el terrible
miedo por las diferentes apariciones que solían suceder en la
tenebrosa cuesta del diablo.

83 Expresión oral para “ensillado chapeado”: recado o montura con elementos de plata
[ 99 ]
101
LA POZA ASUSTADERA
Narradora oral: Asunta Villarpando Ivara
Recopiladora: Celinda Segovia Villarpando
Profesora: Janeth Gutiérrez

N
HabÍa una vez en la comunidad de San Pedro de las
Peñas, cuatro hermanos que fueron a una poza verde y hon-
da a bañarse. Cuando se disponían a salir por una cuestita,
les apareció una paloma de colores y se hizo muy grande.
Los niños se asustaron y se fueron a su casa. Algunas horas
más tarde, en la noche de carnaval, el hermano mayor mu-
rió. Sus hermanos estaban asustados y decidieron hacerse
curar con un médico casero de la comunidad.
Al día siguiente, un hombre fue a buscar sus vacas tem-
pranito. Al estar pasando por esa misma poza, encontró un
caballo blanco grande sobre ésta, pero él no le dio impor-
tancia y continuó buscando sus vacas. Finalmente las encon-
tró… muertas y partidas por la mitad. El diablo le apareció y
él se asustó y quedó mudo. Cuando volvió a su casa, su mujer
le preguntó sobre las vacas pero él solo hacía señas.
Luego fue con el curandero que le preguntó dónde se
había asustado. Él dio a entender que fue en una p’ajcha84,
entonces el curandero, llevando su chicote y su cuchillo, lo
lleva hasta ese lugar. Encontró al caballo con el diablo, le
hizo la señal de la cruz en la paleta del caballo y entonces el
alma del hombre que se asustó, regresó a su cuerpo.
Desde entonces se cuenta en la comunidad, que esa p’ajcha
es asustadera.

84 Cascada, chorro de agua


[ 100 ]
102
MIEDO EN LA QUEBRADA
Narrador oral: Amado D. Gutiérrez Tolaba
Recopilador: Elián Fernando Gutiérrez Osorio
Profesor: Nils Alarcón

N
una noche helada tenía que ir a hacer un trabajo gru-
pal, ya que en esos tiempos estaba yo cursando el 2do de Se-
cundaria (que ahora es el 4to). Antes de salir de clases nos
organizamos con mi grupo que estaba compuesto por Ro-
berth y Luis. Decidimos ir a hacer el trabajo en la casa de
Roberth, ya que él vivía más cerca del colegio. Quedamos
en encontrarnos a las 17 hs. en su casa. En esos tiempos es-
tudiábamos con luz de mechero ya que no contábamos con
electricidad. Roberth tendría listas las velas y el combustible
para el mechero.
Antes de dirigirme a la casa de Roberth, mi mamá me
dijo que alimentase a los animales en la mañanita, porque
ella no iba a estar.
Salí rumbo a la casa de Roberth. Estaba caminando tran-
quilo, y pasando por una quebrada, de repente grita un zorro.
Salté de susto y le apedrié85 . El zorro se perdió por los chur-
quis y ya no lo volví a ver. Seguí caminando hasta llegar a la
casa de Roberth. Allí ya me estaban esperando y rápido nos
pusimos a hacer el trabajo, ya que era mucho. Conversando
entre nosotros salió la charla de que justo en la quebrada
donde gritó el zorro, era un asustadero86 . Roberth dijo que
a él le apareció una velita y Luis dijo que él había visto una
sombra perderse al fondo de los arboles. Luego decidimos
seguir haciendo el trabajo para no perder el tiempo.

85 Expresión oral: apedreé


86 Sitio donde suceden apariciones o eventos que asustan o espantan.
[ 101 ]
103
Acabamos nuestra tarea a las 10 de la noche y como ya
estaba oscuro, Roberth nos ofreció quedarnos en su casa a
dormir. Luis aceptó, pero yo recordé que mi mamá me había
dicho que alimente a los animales. Sí o sí87 tenía que irme a
mi casa. Me dirigí a mi hogar pensando en lo que dijeron
mis compañeros del asustadero.
La noche estaba bastante oscura y sólo la tenue luz de la
luna, hacía que las sombras se desprendieran de los arboles,
e iluminaba un poco el camino.
Yo caminaba tranquilo pateando piedritas y jugando con
mi honda. Ya a la mitad del camino a casa tenía que cruzar
ese lugar oscuro que llamaban asustadero. Yo estaba inde-
ciso entre cruzar o rodearlo, pero rodearlo llevaría el doble
de tiempo. En ese rato que paré a pensar, pasaron unos 10
minutos.
Mi reloj de muñeca marcaba las 22:30. Para mi suerte
vi una señora que venía caminando lento. Por la ropa y su
forma de caminar, supe que era una señora mayor con un
bastón en la mano, y decidí ayudarla. Lo confieso: solo fue
por sentirme acompañado y sentirme protegido por lo que
me podía pasar en el asustadero. Me acerqué a la señora y le
dije “¿qué hace una mujer sola a estas horas? Si me permite
le tomaré del brazo y la ayudaré a pasar por este lugar”. Mo-
viendo la cabeza me dijo que sí.
Y así fuimos cruzando el asustadero. Yo iba mirando a
todas partes por el miedo, pero no lograba ver nada más que
las sombras de los arboles que la luz de la luna proyectaba,
y el camino. Caminábamos lento, al ritmo de la señora; más
lento de lo que yo hubiera querido.
Ya llegando al final del llamado asustadero, di un suspiro
de calma, sabiendo que esa noche no me había pasado nada.
Se me ocurrió preguntarle a la anciana si no le daba miedo
caminar a esas altas horas de la noche por estos lugares:

87 obligadamente
[ 102 ]
104
– ¿No le da miedo la oscuridad? – le pregunté
Girando su rostro hacia mí dijo:
–Cuando estaba viva, sí.
Al ver ese rostro pálido, ojos hundidos, poco cabello, piel
arrugada, salí asustado y corriendo llegué a mi casa y no
pude hablar hasta que llegó mi mamá. Con mucho llanto le
conté lo que me había pasado. Mi querida madre me llevó al
curandero más cercano donde me hizo santiguar, y me ben-
dijo diciéndome que era una mala hora para andar por esos
lugares.

CALLE “LA HECHICERA”


Narrador oral: Carlos López
Recopiladora: Katerin López Fernández
Profesora: Elva Arenas

N
tras varias generaciones, en el lugar que ahora es el
Barrio Oscar Alfaro, existió una curandera a la cual la gen-
te llamó “la hechicera”. Llegaron a ponerle a una calle, ese
mismo nombre. Toda la comunidad se asombraba por la agi-
lidad que esta persona tenía para curar. Ella vivía en una
propiedad en la cual tenía su propia casa de dos plantas: an-
tigua, oscura y de adobe.
Ella era una persona que siempre se esmeraba en sus cu-
raciones. Algunas personas pensaban que todo era pura bru-
jería para curar a toda persona de su enfermedad. También
decían que escuchaban a ciertas brujas rodear el lugar en
donde vivía la curandera. Veían volar a las brujas a eso de las
12 de la medianoche y eso hacía dar más temor al acercarse
a ella. Esas brujas aparecían casi todas las noches en el lu-
gar donde la hechicera habitaba y se creía que esas extrañas
criaturas, eran creadas y dirigidas, por la hechicera del pueblo.
[ 103 ]
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LA MUJER BRUJA DE LA COMUNIDAD
Narrador Oral: Arnildo Rivera Aparicio
Recopilador: Cinthia Yanina Rivera Valdez
Profesora: Lesby Sonia Jaramillo Gutiérrez

N
una vez en la comunidad de Bordo Calama, vivía una
mujer llamada Catalina. Ella era muy temida por su fama de
bruja, los vecinos y toda la gente del lugar decían que tenía
pacto con el diablo.
Don Armando, con sus más de 80 años, aseguraba que
el acuerdo se celebró en el cerro de las aguaitas a las 12 de la
noche de un viernes. Por efectos del pacto, la mujer podría
hacer y conseguir todo lo que quisiera especialmente: curar
enfermedades, adivinar pérdidas y hacer daño. A cambio de
ello entregaría su alma al diablo el día de su muerte.
En prueba del acuerdo, el diablo le sacó a la mujer el dedo
mayor de su mano izquierda y él le entregó la punta de su
cuerno del mismo lado. La mujer lucía en su cuello el cuerno
diabólico, a modo de medalla. Lo mostraba orgullosa a sus
clientes, y así su fama se extendió por todos lados. Desde
entonces los vecinos de la comunidad acudían a ella en busca
de la solución a sus problemas. Su casa se convirtió en una
posada que se tornó terrible y peligrosa. Ya anciana sufrió
por primera vez de una extraña enfermedad, a consecuencia
de la cual desapareció por 45 días, sin que nadie pudiera dar
razón de su paradero. Cuando reapareció lo hizo totalmente
cambiada: ya no quería trabajar, ni ver a nadie. Duró pocos
meses y al fin dejó de existir.
Aunque en la comunidad, se acostumbraba velar a los di-
funtos durante 3 noches, poca gente acompañó al velorio
por temor a que algo malo les ocurriera. Cuando el diablo se
enteró del fallecimiento de su socia, emprendió rápido viaje,
ensilló su caballo negro con una montura plateada, que re-
lampagueaba con los reflejos de la luna.
[ 104 ]
106
Además como la distancia que le separaba de la casa de
la bruja muerta era de varios kilómetros, debía darse prisa.
Iba dejando a su paso un ruido sordo que retumbaba por
todos los confines. En ese momento dos campesinos que se
dirigían a su chacra, arriando88 su burrito, escucharon de
pronto el ensordecedor ruido que cada vez se acercaba más.
Se detuvieron para atender mejor y quedaron paralizados
de terror al observar el relámpago de los aperos y espuelas
de la maligna figura. En menos de unos segundos, el diablo
cogió a unos de los campesinos, lo subió al anca del caballo y
le dijo: “¡Agárrate fuerte!” y prosiguió su loca carrera. Llegó
a eso de las 3 de la madrugada. De inmediato se dirigió al
cuartito de la bruja, convertido en perro negro. De repen-
te se apagaron las velas y se pudo escuchar el ruido de la
tapa al abrirse el ataúd. Varios vecinos se inmovilizaron de
espanto, otros rezaban, cuando otra vez se encendieron las
velas. El cajón apareció destrozado por el suelo, el cadáver
había desaparecido, el diablo llevó a la muerta de una sola
mano. Cuando el día ya clareaba, se detuvo, bajó el cadáver
al suelo, le pasó la uña por la frente, la partió en dos partes
iguales que se distribuyó con su acompañante, diciéndole:
“Toma tu parte. Esta es mía”. Rápido volvió a cabalgar y se
perdió sin rumbo. Un poco recuperado del susto, el campesi-
no caminó sin saber por dónde, pues estaba completamente
perdido. Después de unos ocho días pudo llegar a su casa.
Profundamente conmovido, refirió la historia a su familia y
se retiró a descansar. Se le brindó toda la clase de cuidados,
en medio de rezos y oraciones, pero cuando quiso levantarse
sintió fuertes dolores de cabeza. Se enfermó muy seriamente
y comenzó a enflaquecer, hasta que a los pocos días murió.
Desde entonces los vecinos de la comunidad tienen mucho
miedo a los brujos, especialmente a los descendientes de la
mala mujer.

88 arreando
[ 105 ]
107
LAS BRUJAS
Narradora oral: Lucía Villa
Recopiladora: Camila Nataly Fernández Rivas
Profesora: Yolanda Abán

N
las generaciones pasadas, cuando los papás de nuestros
abuelos eran niños y no había tele, ni radio, menos teléfonos,
ni luz siquiera…

“…Después de terminar una jornada de trabajo,


donde todos ayudaban y compartían una comida con
alimentos de la propia tierra donde trabajaban, era
costumbre sentarse a escuchar una historia de Que-
vedo, para reír mucho, o mejor todavía si era de mie-
do para que al salir e irnos a acostar, agarrados de las
manos, sintiéramos los jalones de los más miedosos.
La historia que más recuerdo y la que nos gustaba
escuchar varias veces a mis hermanos y a mí, era la
historia de las brujas:
Generalmente, cuando habían fiestas y los hom-
bres se excedían tomando unas copitas de más y se
recogían solos, pasada la medianoche, por las calles
oscuras de San Lorenzo (lo que hoy es el barrio “La
Banda”), se les aparecía la bruja: una cabeza de mujer
con los cabellos sueltos y revueltos que volaba y per-
seguía al que encontraba, amenazando con llevárselo.
Cuando muerto de miedo y curado hasta de su
borrachera, llegaba el hombre a su casa gritando, la
bruja era espantada y solo se iba si alguien salía con
una manta y hacía el ademán de tirársela encima. En-
tonces, la cabeza despeinada se iba volando y se enre-
daba en un churqui, de donde pedía que se la saquen,
pero se la dejaba ahí hasta que desapareciera…”
108
[ 107 ]
109
Lo raro era que la cabeza de la bruja era de una mujer cono-
cida del pueblo y que mi abuela no me quiso dar su nombre.

EL CONDENADO (I)
Narradora oral: Ermelinda Ramos Ramos Rueda
Recopilador: Rodrigo Villa Perales
Profesora: Heidy Perales

N
cuenta la historia que, cerca de un pueblito muy pe-
queño, con apenas algunas viviendas, una iglesia y algunos
caminos de tierra, existía una casa donde vivía una mujer
con sus tres hijos. Su esposo acababa de fallecer. Pasaron
tres días y el hombre se había levantado de su tumba. Mu-
chos creen que se convirtió en un condenado. Antes la gente
decía condenado a las personas que generalmente se levan-
taban de su tumba y estas personas se comían a su propia
familia.
El hombre fue a su casa y su esposa se había sorprendi-
do al ver a su esposo caminando. Él le dijo: “yo estoy vivo,
no muerto”. También le dijo a su mujer que no le contara a
nadie que él estaba ahí y la mujer estuvo de acuerdo. Al día
siguiente la mujer se fue a traer leña y llegó tarde a su casa y
vio que le faltaba uno de sus hijos y le preguntó a su marido:
“¿dónde está nuestro hijo?”. Y el respondió: “está sentado en
la ventana”. Ella le creyó. Pasó otro día y la mujer de nuevo
llegó tarde a su casa y notó que faltaba otro de sus hijos.
Ella le preguntó: “¿dónde está nuestro hijo?”. Y de nuevo él
le dijo que estaba en la ventana. Ella siguió confiando en él
y cada vez que le daba algo de comer él le decía que no tenía
hambre y así pasó otro día. La mujer esta vez vio que la ropa
de su marido estaba con sangre, el piso también estaba con
[ 108 ]
110
sangre y no estaba ninguno de sus hijos en su casa. Ahora la
mujer le preguntó: “¿dónde están los niños?” Y el le respon-
dió enojado: “¡qué se yo!”.
Ella se había dado cuenta que su marido se había devora-
do a sus hijos. Inmediatamente la mujer pensó en escapar y
le dijo a su marido que iba a orinar. Una vez afuera empezó a
correr rumbo al pueblo, pero él le seguía y le gritaba: “¿Dón-
de estas?”. Ella escuchaba cada vez más cerca los gritos de él
y finalmente llegó al pueblo y pidió ayuda a unas monjas que
pasaban por el camino. Ellas, al oír lo que le había pasado, se
pusieron alrededor de ella formando un círculo.
Estaban agarrando sus cruces y orando cuando el con-
denado llegó hasta donde estaba la mujer. Intentó sacar a
la mujer del circulo hasta que en uno de sus esfuerzos cayó
y su estomago se reventó. Las monjas quemaron el cuerpo
y en medio del fuego salieron tres palomitas. Las monjas
le dijeron a la mujer que esas tres palomitas eran sus hijos.
Luego de todo esto la mujer se fue a otro lugar y nunca más
regreso.

EL CONDENADO (II)
Narradora oral: María Castrillo
Recopiladora: Gustavo Tribeño Castrillo
Profesora: Heidy Perales

N
el esposo de María había muerto dejándola a ella y a
sus hijos en la miseria. La familia desconsolada no dejaba
de llorar. Ella no iba a visitar la tumba por prescripción del
médico, ya que padecía de una afección cardíaca causada por
los maltratos del esposo.
[ 109 ]
111
Muchas tardes se la había visto mirar meditabunda el
horizonte, como si esperara la llegada de él. Así lo hacía día
a día. Deteriorada su salud por tan singular pérdida, y per-
seguida por las deudas de su esposo y los recuerdos, decide
alejarse de la comunidad junto a sus hijos. Se trasladan a
la capital donde busca trabajo para mantener a sus hijos y
olvidar el pasado.
Un día, recibe la visita de Julia, amiga inseparable, quien
le cuenta todas las novedades ocurridas en el pueblo na-
tal. Con bastante preocupación le refiere la aparición de un
hombre parecido a su esposo. Al recibir esta noticia, María
se queda perpleja. Desde la visita de Julia, para María las
noches son más largas y las lágrimas ya no son un consuelo.
Ella maldice la hora de su matrimonio y su único consuelo
son sus hijos, que son la razón de su vida.
Una mañana, dejando a los niños dormidos, con actitud
resuelta, se dirige a la cancha donde le dicen que “Jampiri”
sabía de estas cosas y que podía ayudarla. Echadas las hojas
de coca, el adivino le asegura que su marido se ha condenado
y que la está buscando, pero que el condenado se perdió en
un pantano.
Cansada de tanto acoso, decide acudir a un sacerdote de
la iglesia más cercana, quien le dice que es menester que ella
espere rodeada de niños, a los que los aparecidos, no se acer-
can por ser angelitos, y le pregunte el motivo de su condena.
Resuelta a enfrentarlo, retorna a su pueblo rodeada siempre
de niños. Espera pacientemente… el espectro hace su apa-
rición, pero al verla rodeada de niños, desde lejos y con voz
lastimera le dice:
- Ven, no te voy hacer nada.
Ella muerta de miedo, pero sintiéndose segura con los ni-
ños, sigue al aparecido. Al fondo del patio de su anterior vi-
vienda, al tiempo de señalar un rincón, cae y se vuelve polvo.
Al siguiente día, muy intrigada por lo ocurrido la noche
antes, llama a algunos vecinos para cavar el lugar donde in-
dicó el aparecido. Más grande fue su sorpresa, al encontrar a
[ 110 ]
112
poca profundidad, un cofre lleno de oro, dinero y joyas. Ben-
dice el alma del difunto esposo y con ese dinero hacer dar
sendas misas por su alma y con el resto salvó su situación.

EL CONDENADO (III)
Narradora Oral: Genoveva Bamba
Recopiladora: Karen Magali Castillo Baldiviezo
Profesora: Cintia Cardozo

N
se cuenta que en la comunidad del Rosal, donde las ca-
sas son distantes y las viviendas humildes, vivía una pareja
que no había contraído matrimonio. Tenían un niño de un
año de edad. El hombre era malo y le pegaba mucho a su
mujer. Además le daba para los gastos medidito, para que ella
cocine: primero comía él, hasta que se hartaba bien, y luego
recién podía comer ella, si es que sobraba alguito. Si no sobraba,
tenía que raspar la olla para poder comer siquiera alguito.
Un día él se fue al cerro a ver los sembrados. Ella aprove-
chó de hacerse algo para comer, porque ese día no había so-
brado nada de comida para ella. Ya era tarde y tenía hambre.
Se cocinó rapidito y se apuró lo más que pudo… y cuando ya
estaba comiendo, vio que venía su marido. Escondió rápido
la olla y su plato. Su bebé estaba llorando, así que alzó a su
bebé para que se callara. En eso, llegó su marido y se enojó
mucho al escuchar llorar al niño. Le pegó a la señora, le dió
de patadas y puñetes… quería matarla. Ella logró hacerse
soltar y escapó con su bebé en brazos. Él salió por su detrás89
para poder alcanzarla. Ella se escondió en un corral de pie-
dra viejo que encontró, y él, no viéndola, se fue por otro ca-

89 Detrás de ella
[ 111 ]
113
mino. Ella volvió a su casa y cerró bien la puerta (para que,
por si acaso él regresaba, no pudiera entrar). Él se fue por el
cerro y se hizo de noche mientras seguía buscándola. Cuan-
do estaba volviendo a su casa, pasando por el río, vio que ve-
nía un hombre, vestido todo de negro, sentado en su caballo.
El caballo venía a todo galope, canchando 90 los herrajes. Él se
apuró y corrió lo más que pudo, pero como estaba oscuro, no
se dio cuenta de donde pisaba, se despeñó y murió.
El día siguiente, al amanecer, la mujer despertó y se le
hizo raro que no apareciera su marido. Pensó en esconderse,
creyendo que volvería más enojado, esta vez a matarla. Se
fue con su bebé donde su hermana. Ésta tenía una hija joven-
cita de 14 años, que iba a cuidar sus ovejas todos los días por
el mismo caminito. Ese día la moza salió con sus animales
como de costumbre, y en el camino vio a alguien echado que
no se movía. Las ovejas se espantaron, pero ella se acercó
para ver si estaba bien, y le dijo:
- Señor levántese, mis ovejas se asustan - pero él no se
movía. La joven pensó que estaba muerto, se asustó muchí-
simo y regresó corriendo a su casa. Le dijo a su mamá lo que
vio. Ella también se asustó y fue a avisar a los demás vecinos
para que fueran a ver qué es lo que pasaba. Todos fueron al
lugar… cuando llegaron hasta ahí, la mujer se acercó a ver
quién podría ser. Se asustó porque era su marido, y más aún
porque tenía los ojos y la boca abiertos. Los mayores de la
comunidad le dijeron que el diablo le había robado el alma
al hombre. La mujer les pidió a sus vecinos que estaban ahí,
que la ayuden a llevarlo hasta su casa, donde lo velaron y
luego lo enterraron. La mujer se sentía triste… aunque más
tranquila porque ya no volvería a golpearla el marido.
Pasó como91 una semana y la mujer seguía con su vida nor-
mal. Ella se ponía a hilar y se quedaba hasta tarde hilando.

90 Sacando chispas
91 Aproximadamente
[ 112 ]
114
Como en ese tiempo no había luz, se hacían claridad con una
vela y en una de esas de noches alguien le habló por la ven-
tana. Sin dejarse ver, le dijo:
-¡Le pasaré una velita de hueso! - ella se asustó y se quedó
calladita con su bebé sin decir nada.
-¿Por qué trabajas hasta tan de noche? ¡Para eso es el día!
¡El día es para vos y la noche es para mí! - y se fue… Ella
miró por una rendijita de la puerta y vio que era un hombre
que estaba todo de negro, con su caballo canchando los he-
rrajes. La mujer se quedó temblando con su hijo en brazos y
esa noche no durmió nada. Amaneció sentada en su cama…
Al amanecer puso a su bebé en la cama, y se fue a prender
el fuego. Puso la caldera, se hizo té y se preparó su avío.
Después se fue al cerro con su hijito a cosechar lo que su
marido había sembrado antes de morir. Se hizo tarde y bajó
rapidito para hacerse cena. Ya oscurito, mientras ella cena-
ba, vio desde su ventana, que a lo lejos venía alguien. Era un
hombre, vestido de negro. Le hablo a la mujer diciendo:
-¿Señora, por dónde es el caminito para llegar hasta su
casa?-. Ella le dijo - por ahisito nomás vengase-. Llegó a su
casa, lo hizo pasar y le invitó un plato de comida. La vela
ya se estaba apagando y no hacía mucha luz por lo que no
se veía muy bien. La mujer fue a prender otra vela para que
hubiera más luz y cuando miró bien al hombre… vio que era
su marido. Él ya tenía su cuerpo totalmente descompuesto:
gusanos le caían de su cara, le salían de los ojos, la boca y los
oídos. El hombre le dijo:
- Me llevó el diablo, estoy condenado por ser tan malo en
vida. Tú no sabías pero además de pegarte, me metí con mi
sobrina cuando era joven.
La mujer, muerta de miedo, agarró a su hijo y salió co-
rriendo. Al mirar atrás, el condenado venía detrás de ella. La
mujer se apuraba lo más que podía e iba rezando a la Virgen
María, pidiéndole que la ayudara. El condenado se acercaba
cada vez más y la mujer rezaba y pedía con más fuerza. De
pronto, le apareció la imagen de la virgen y le dijo que no
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115
se asustara, que ella le ayudaría. Le dio unas reliquias, que
eran como una luz muy fuerte, y le dijo que se subiera a un
molle y que cada vez que él mirara hacia arriba, ella dejara
caer una reliquia para que él no la pudiera ver, y que se baja-
ra del molle cuando el gallo cantara por tercera vez. Ella le
agradeció llorando y se apuró a subir a un molle que estaba
en el camino. Apenas terminó de subir, llegó el condenado
y decía:
- Huele a carne humana - y quería mirar hacia arriba…
ella lanzaba una reliquia y él ya no podía verla. Así pasó
toda la noche, en el molle lanzando las reliquias cada vez
que miraba el condenado. Antes de que amanezca, apare-
ció el diablo y se lo comió al condenado. Él también quería
mirar hacia arriba y la mujer lanzó una reliquia, y el diablo
desapareció.
Por fin amaneció. Esperó arriba hasta que el gallo cantó
por tercera vez. La mujer pudo bajar del molle con su bebé
y se fue a su casa. Temía por ella y por su hijo, así que fue a
la iglesia y le pidió al padre que fuera bendecir su casa. Des-
pués de eso, vivió tranquila por mucho tiempo, hasta que su
hijo se convirtió en todo un hombre.

EL CONDENADO (IV)
Narradora Oral: Modesta Sánchez
Recopiladora: Rilda Mamani López
Profesora: Marcelina Castillo

N
Una de las historias que les puedo contar es algo que me
pasó a mí y a mi familia. Años antes se escuchaba hablar
mucho sobre la existencia del condenado porque en realidad
existía. A mí me apareció dos veces:
[ 114 ]
116
Como a las ocho de la noche, estábamos cenando yo y mi
familia. Mi hermano fue el primero en terminar de comer y
salió al patio. Como nosotros no teníamos luz, sólo utilizá-
bamos el mechero. Con la poca luz que reflejaba el mechero
desde la cocina, mi hermano llegó a ver una persona afue-
ra del patio merodeando nuestra casa, y como el muro que
rodea a nuestro patio no era muy alto pudo observar que la
persona que estaba afuera era un hombre. Mi hermano pen-
só que era el enamorado de mi hermana, entonces le dijo que
se fuera, pero el hombre no le hizo caso.
Entonces mi hermano agarró una piedra y le tiró, vol-
viendo a repetir que se fuera. Pero el hombre le respondió
tirándole una piedra al patio que cayó muy cerca de mi her-
mano. Éste buscó la misma piedra y quiso tirarle, pero lo
que le tiró, no era una piedra era un pedazo de puyla92 . Cuan-
do mi hermano la alzó, se espinó toda la palma de su mano.
Asustado pensó que ese hombre no era una persona, porque
una persona no puede agarrar y sacar un pedazo de puyla y tirar-
la. Así que entró en la cocina medio tembloroso, y nos contó,
cerrando la puerta con fuerza.
Al escucharlo, todos asustados no sabíamos qué hacer.
Mis hermanos y yo nos metimos en la cama casi llorosos
y mis padres pusieron al fuego un palo con punta de fierro
para que cuando el condenado quiera entrar nos podamos
defender con el palo. Pero el condenado no entró, más bien,
dio la vuelta a la casa haciendo ruidos fuertes, como si tu-
viera unas gigantes botas de agua, luego empezó a llorar y
gritar de una manera terrorífica.
Todos asustados escuchábamos los gritos del condenado
y los ladridos del perro, ya que los perros cuando ven a un
condenado ladran y hay veces en que no pueden ladrar o
empezando a ladrar lloran de susto con el cuerpo temblo-
roso y sin poder moverse. Pero cuando escuchamos ladrar

92 Planta pequeña con espinas parecida a un cactus


[ 115 ]
117
más lejos y más fuerte a los perros nos pusimos tranquilos
todos porque los perros lo estaban espantando. Esa noche
no salimos de la cocina.
Al día siguiente, cuando apenas amaneció, fuimos a bus-
car las huellas del hombre condenado al lugar donde había
estado parado. Pudimos observar las huellas de sus manos
y dedos en la parte donde había buscado la puyla para tirarle
a mi hermano. Las huellas de sus manos eran muy grandes,
como de un gorila, y las huellas de sus pies eran igual de
grandes y se veía como si los hubiese arrastrado.
Hicimos curar a mi hermano de las heridas que le dejaron
las espinas de la puyla. La segunda vez que yo vi a un con-
denando fue cuando salí a pastar a mis chivas y ovejas y al
volver en la tarde a mi casa me faltaban como cinco ovejas.
Mi mamá me regañó y me mandó a buscar a las ovejas en
plena noche.
Yo fui a buscar al cerro donde había ido a pastear. Cuando
estaba por la mitad del cerro, atrás mío había un hombre con
poncho blanco. Como mi tío Ricardo utilizaba un poncho
blanco y pensando que era mi tío le hablé diciéndole: “tio
Ricardo”, pero no me respondió. Entonces seguí subiendo
más arriba del cerro, pero el señor del poncho blanco me
perseguía. Le volví a decir “tío Ricardo”, pero tampoco me
respondió. Fue entonces que sentí que mi cuerpo cambió
bruscamente.
Mi cuerpo temblaba, mi cabello era como si prendiera
fuego, mis dientes rechinaban, mis pestañas sonaban como
si hubiera electricidad, me escapé y me alejé lo más rápido
que pude por encima de todo, sea espina, sea piedra, sea pu-
yla, sea lo que sea, escapé sin sentir nada de dolor, ya que
estaba muy asustada.
Bajé al otro lado del cerro, donde estaba mi escuela.
Cuando llegué, habían muchas personas porque se celebraba
una fiesta comunal. Mi hermano y mi hermana me fueron a
buscar gritando mi nombre pero yo no fui a responder nada
porque ya estaba al otro lado del cerro. Cuando me estaban
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118
buscando, mis hermanos vieron algo blanco en la mitad del
cerro y pensaron que era un cactus blanco. Ellos recordaron
que nunca habían visto un cactus blanco en ese lugar del
cerro y con el miedo se volvieron.
Entonces mi tía me llevó a mi casa. Mi mamá me regañó
porque no llegué con ninguna oveja y luego le expliqué lo
que me ocurrió. Me comprendió y me dijo que las iríamos a
buscar al amanecer.
“Bueno así fue como yo conocí al condenado. Cuando el con-
denado se acerca, nuestro cuerpo siente miedo igual que el de un
perrito. También dicen que si somos débiles, nos sangra la nariz
y no podemos caminar rápido, es como si estuvieran amarradas
las mismas partes de los tobillos. Los perros también sienten mie-
do cuando ven un condenado, su cuerpo también reacciona de
manera diferente: no pueden moverse y a medida que ladran, ya
no pueden ladrar solo sueltan un pequeño gemido y se orinan de
miedo. El condenado es el mismísimo diablo ya que asusta a las
personas y puede quitarles su alma a las personas que les aparece
causándoles la muerte o quedar mal de la cabeza. El condenando,
después de aparecer, puede terminar en cualquier cosa ya sea un
gato negro, una víbora, una piedra, una planta, etc.”

EL LLANTO DEL ZORRO


Narrador oral: Demetrio Arenas
Recopilador: Vladimir Barrios García
Profesora: Lesby Sonia Jaramillo Gutiérrez

N
en la comunidad de Calama, se cuenta que el llanto del
zorro representa sucesos sobrenaturales o paranormales
como apariciones, llantos y gritos. Este señor nos relata una
historia muy interesante sobre un suceso en relación a lo
explicado:
[ 117 ]
119
“…Se cuenta que años atrás, un joven se encontraba ca-
mino a su maizal para abastecerlo de agua; pero en el cami-
no escuchó los gritos o llanto de un zorro. En ese instante,
recordó que sus abuelos le comentaron que cuando eso su-
cede uno debe alejarse del lugar, porque eso significa que
algo peligroso puede ocurrir. Pero a este muchacho nunca le
fue fácil obedecer… entonces tomó vigor y coraje y se adentró
en el monte para ver la razón por la cual el zorro gritaba.
Al acercarse, vio algo que brillaba a unos metros de distan-
cia. Creyó que era una persona que se encontraba por ahí.
Se acercó más y notó una figura humana que acechaba al
animal. Él se aproximó y le habló, pero no respondía. De
pronto… el silencio lo consumió. Se acercó más y lo tomó
de un hombro, pero lo que vio fue algo muy espantoso: era
una persona en descomposición, se podría decir un cadáver
o condenado viviente. Tenía el rostro infestado de gusanos,
los parpados descompuestos y una nariz partida y colgando
junto a su ojo derecho. Esto aterrorizó al muchacho, quien
se quedó sin aliento y ni siquiera pudo exclamar un grito.
El muchacho se desmayó en ese momento y al día siguiente
su familia estaba en busca de él. Lo que encontraron fue
terrorífico: su hijo estaba manchado de sangre y el animal
descuartizado de una forma muy atemorizante. Los padres
tomaron a su hijo y se lo llevaron. Al despertar el muchacho,
se encontraba asustado y con mucho temor a todo lo que lo
rodeaba. Sus padres lo cuestionaron pero él no podía decir
una palabra: era como si se hubiese quedado mudo.
Desde aquel día el chico actuaba de una manera extra-
ña. Desaparecía por las noches y sus padres tenían que sa-
lir a buscarlo. Estuvo así durante varios meses, hasta que
un día desapareció por varios días. Sus padres angustiados
lo buscaban sin parar. De pronto una noche se escucharon
nuevamente los llantos del zorro y durante la mañana los
comunarios y su familia fueron a ver lo que sucedió. Se en-
contraron con una escena espantosa: el joven se encontraba
nuevamente ensangrentado y el animal hecho pedazos. Pero
[ 118 ]
120
lo anormal, lo más sorprendente, fue que el chico se encon-
traba en descomposición… al igual que aquel condenado.
Los comunarios, lo llevaron y lo enterraron.
Desde entonces, se dice que el chico aparece por las no-
ches, en las quebradas y lugares oscuros, donde existen pocas
personas, y poca luz.

LOCURA EN LA NOCHE
Narradora oral: Felipa Cano
Recopiladora: Fanny Soledad Llanos C.
Profesora: Patricia Acosta

N
”…cuando yo era niña, tendría como ocho años, mis
padres me llevaron a visitar a un tío. Él estaba muy enfermo,
cuando llegamos a su casa lo vimos recostado y muy agoni-
zante. Su esposa se encontraba muy preocupada ya que no
sabía lo que le pasaba. Mis padres le aconsejaron llamar a
uno de esos brujos chamanes, pero mi tía no creía en esas cosas:
ya los había llamado y no habían curado a mi tío.
Un día mi tía llegó a mi casa muy espantada y nos contó
que ayer por la mañana mi tío había escapado y no sabían
donde estaba… Mi tío ya llevaba como unos tres días desa-
parecido, cuando mi padre volvía de trabajar en la chacra…
vio a un hombre boca abajo flotando en el río. Fue a ver quién
era… y era mi tío. Lo llevó a mi casa y mi madre le dio una
sopa. Pero él le dijo que no quería… ella insistió… él empezó
a actuar violentamente, empezó a tirar las cosas y a patearlas.
Yo estaba muy asustada, mi tío no era el mismo de antes, él…
era como si fuera otra persona. Mi padre después de calmar-
lo, lo llevó con su esposa ya que estaba harto de su actitud.
Con la ayuda de otros vecinos lo llevaron a su casa para des-
[ 119 ]
121
pués atarlo en una silla. Su esposa estaba aliviada y acorda-
ron quedarse despiertos para que no se soltara y se vaya.
Ya eran las diez de la noche y se escuchó un ruido muy
fuerte mi tío se había desatado y estaba corriendo hacia el
monte. Mi padre y los otros lo seguían pero él gritaba:
- ¡Déjenme ir! ¡Él me persigue!
Corrieron tanto hasta que lo perdieron. En ese momento
no habían linternas… así que no podían ver nada. Estuvie-
ron unas horas buscándolo pero lo dieron por perdido y di-
jeron que volverían al amanecer. Cuando era de madrugada,
todos salimos a buscarlo y después de un rato de búsqueda
lo encontramos… pero él estaba muerto.
En ese momento todos estábamos espantados ya que ja-
más habíamos visto algo así. Mi tío tenía el estómago ensan-
grentado, con sus tripas salidas y con las moscas alrededor.
Y lo más impactante era que no tenía los ojos. Todos pensa-
mos que fueron los animales del monte y no quisieron que la
noticia se expanda, así que le dimos una religiosa sepultura…”

DON JUAN DEL DIABLO


Narrador oral: Belisario Rueda
Recopilador: Samuel Marcelo Fernández Rueda
Profesor: Yolanda Abán

N
contaba mi bisabuelo, que en sus tiempos vivía en la
comunidad de Lajas un hombre llamado Juan Méndez que
hizo un pacto con el diablo. Mientras toda la gente trabajaba
de sol a sol sin descanso alguno, los gobiernos dictadores de
la época día a día devaluaban la moneda. Por eso en lugar de
ganar algunos pesitos con la cosecha de temporada, termina-
ban en deuda.
122
[ 121 ]
123
Pero a Don Juan se lo veía estrenar de fiesta en fiesta. La
gente no sabía cuáles eran sus negocios que le daban tanta
prosperidad: tenía un hermoso caballo negro con montadu-
ra enchapada en plata, ojotas charoleadas93 , la hacienda que
crecía día a día, un molino, la mirada de todas las mozas y la
envidia de los mozos.
Así transcurrían los días y Don Juan prosperaba inexpli-
cablemente. Se casó con la moza más linda de la zona, quien
le dio un único hijo. Parecía que los años lo hacían más joven
y al mismo tiempo aumentaban los rumores de su pacto con
el diablo. No faltó un mozo audaz y corajudo llamado Pedro
que estaba decidido a seguirle los pasos para conseguir la
buena fortuna. Estaba tan entusiasmado que empezó a vi-
gilarlo día y noche a fin de comprobar si era verdad lo que
decían las habladurías. Así descubrió que de vez en cuando,
algunas personas que iban a moler maíz al molino de propie-
dad de Don Juan en el Picacho, no volvían: él los empujaba a
la posa. También pudo observar que algunas noches de luna
llena, Juan se metía a la posa montado en su caballo… Pedro
suponía que iba a hacer tratos con el Diablo.
Una noche de esas, Don Juan salió de su casa alrededor
de la medianoche. Rápidamente ensilló su caballo y se di-
rigió hacia el Río Grande, y Pedrito a carrera limpia por
atrás. No tardó en aparecer un rayo de fuego río abajo, con
dirección a ellos. Pedro se tiró de panza tras unas piedras y
pudo ver una terrible aparición que se acercaba a todo galo-
pe. Se escuchaba relinchar un caballo blanco con un jinete
vestido del mismo color, las riendas del caballo eran de oro
y al galopar brotaban chispas de las patas, resollaba fuego
vivo por la boca y en los ojos del caballo, se veía el mismo
infierno. El pobre Pedrito hubiese querido salir corriendo
pero estaba paralizado del susto. No se atrevió a alzar la vis-
ta para mirar al jinete, quien después de hablar un momento

93 De charol
[ 122 ]
124
con Juan, soltó una estremecedora carcajada. Mientras Don
Juan rogaba y suplicaba, el jinete alzó galope río abajo hasta
perderse en el picacho. Don Juan se quedó en el río llorando
y rogando a Dios por su esposa y su hijo.
El susto de Pedro fue tan grande que llegó a su casa em-
papado en sangre y nunca más se atrevió a seguir a don Juan
del Diablo. Al poco tiempo la esposa de Don Juan se volvió
loca y unos meses después murió su hijo. Esto llevó a Don
Juan a envejecer rápidamente y a la repentina muerte.
Mi abuelito decía que cuando se hace pacto con el diablo,
siempre se pierde, porque el diablo da todo lo que le piden
pero exige a cambio almas inocentes y cada vez más cer-
canas al pactante y en caso de incumplir el trato, de todas
maneras se los lleva y les quita todo.

EL CABALLO DEL DIABLO


Narradora oral: Lila Arenas
Recopiladora: Mayra Pamela Arenas
Profesora: Heidy Perales

N
en la comunidad del Rincón de la Victoria, se cuenta
que en las noches a partir de las ocho de las noche, aparece
un caballo blanco. Un día se le apareció a un hombre llama-
do Aurelio Cuellar, de sesenta años de edad, que vivía en esa
comunidad con su hijo y su esposa.
Él estaba llegando de su trabajo, ebrio. Justo cuando es-
taba andando por allí a esa hora, vio un caballo blanco que
estaba lastimado. Don Aurelio era apasionado por los caba-
llos, así que trató de llevarle al río para darle agua. Luego
lo llevó al mismo lugar donde lo encontró. Al llegar a su
casa contó lo que le había sucedido a su esposa. Después de
[ 123 ]
125
unos días, Aurelio enfermó y le empezaron a salir manchas
negras por todo el cuerpo. Pasados algunos días falleció por
esa extraña enfermedad que todos desconocían.
Al pasar el tiempo su esposa recordó todo lo que le había
ocurrido a su esposo y contó la historia a su hijo. El joven
Paulo Cuellar fue al mismo lugar como a las doce de la no-
che y le pasó igual que lo que le había contado su madre: vio
al caballo blanco que estaba herido. Él se asusto y corrió
hasta llegar a su casa y le contó a su madre. Desde ese día
esta leyenda se expandió por la comunidad y también por
comunidades vecinas: denominaron al caballo blanco como
el caballo del diablo.

EL HOMBRE QUE NO QUIZO CASARSE


Narrador oral: Estanislao Velásquez Jurado
Recopilador: Antonio Velásquez
Profesor: Carlos Cruz

N
Hace muchos, muchos años, en el Cantón de Tomayapo,
en Loros, vivía una pareja en concubinato. El hombre de
nombre Santos no quería casarse por nada. Siempre esta-
ba huyendo del cura y buscando cualquier excusa para no
casarse. Un día, él salió de su casa para ir en busca de co-
mestibles a la tienda del pueblo. Cuando estaba de vuelta a su
casa, le alcanzó el padre de la parroquia montado en su caba-
llo negro: el padre se llamaba Ananías. Le alcanzó al señor
Santos y le dijo que en la noche iría a su casa para charlar
con su mujer y para casarlos de inmediato. Ahí fue que el
Diablo en la forma del Padre del pueblo, Ananías, ya lo tentó
al señor Santos.
[ 124 ]
126
Cuando llegó a su casa, estaba actuando de una forma
rara y le dijo a su esposa Saturnina Velásquez, tía de Don
Estanislao, que lo encontró al padre Ananías y le dijo que
“va a venir a la casa para casarnos”, y que él no quería casarse.
Entonces le dijo a Doña Saturnina, su mujer, que le diga al
padre cuando venga, que él se viajó y no volvería en días. Ella
le preguntó “¿Dónde te vas a esconder?” y él le dijo que se
iba a dormir por esa noche a la chacra. Agarró un cuero de
oveja, su poncho y se fue a la chacra.
Cerca de la medianoche, Don Santos escuchó los pasos
de un caballo que entraba por la chacra, e iba directo donde
estaba él.
Al otro día la mujer fue a verlo porque no volvía y sólo
encontró el cuero y su poncho: él desapareció.
Ella avisó a los vecinos y lo buscaron por todos lados
pero no lo encontraban. Paso mucho tiempo, cuando llegó
una noticia de unos pastores de ovejas de la comunidad ve-
cina de Paicho, diciendo que encontraron a un hombre en el
cerro donde nadie podía subir porque era peligroso y em-
pinado: de nombre Santos y de Tomayapo. En ese tiempo
el corregidor del Pueblo de Tomayapo era Don Estanislao
Velásquez, sobrino de Doña Saturnina y Don Santos. Le
avisaron a él, e hicieron un grupo de personas y fueron a
verlo… cuando llegaron a Paicho, Don Santos había muerto.
Las personas que lo habían hallado todavía con vida, dijeron
que él había dicho que el padre Ananías lo dejó ahí, y que le
dijo que volvería por él.
Las personas que fueron a traerlo, buscaron un cajón
para llevárselo de vuelta a Tomayapo. Cuando lo llevaban
y justamente pasaban por el lugar cerca de donde fue en-
contrado, el cajón se cruzaba de un lado a otro, y los que
lo llevaban le echaron agua bendita y así dejo de cruzarse.
Cuando llegaron a la casa donde él vivía, lo velaron una no-
che y esa noche…
A medio de velarlo, en el cuarto donde estaba el muerto,
las gatas rasguñaban el techo, querían entrar y era como si
[ 125 ]
127
alguien echara tierra al techo y al cajón. Luego, en la puerta,
se apareció una mula negra relinchando y sacando fuego por
la boca. La gente que estaba ahí sintió mucho, mucho miedo.
Don Estanislao tomó un chicote y salió atrás de la mula que
se fue relinchando. Al día siguiente, lo llevaron a enterrar y
cuando lo estaban metiendo a la sepultura, el cajón se cru-
zaba y no se dejaba manejar. Al final con mucho trabajo lo
metieron a la sepultura.
Al otro día, fueron a dejar agua bendita y flores. Encon-
traron la sepultura abierta y el cajón abierto: no había el cuer-
po de Don Santos. Se presume que el diablo lo sacó y lo llevó.

EL MOLINO DEL DIABLO


Narradora Oral: Melchora Cáceres Caro
Recopiladora: Érica Vilte Orozco
Profesora: Cintia Cardozo

N
cuenta la gente que hace mucho tiempo, en la comu-
nidad de Carachimayo existía un molino. Allí habitaba una
serpiente de ojos rojos sangre, que irradiaba brillo incandes-
cente con el sol. Reposaba en un molle que se encontraba
al lado de aquel molino abandonado, donde hoy en día, sólo
quedan escombros en el lugar. Se dice que aquella serpiente
era guardiana del molino y que el Diablo la había dejado
para aquellas personas desventuradas que se les ocurriera
andar por ahí. Aquellos que lo hacen condenan su alma y
son capturadas por la serpiente en el molino, para que al
anochecer el Diablo aparezca y se coma su alma. Gritos des-
garradores perturban a las personas de Carachimayo.
Esta es la historia de Isidoro Fernández un hombre co-
mún, humilde, de campo. Lo caracterizaba su masculinidad:
[ 126 ]
128
se podría decir que era un hombre honrado, de buena fe…
que más adelante daría un cambio drástico en la naturaleza
de su persona.
Todo inicia durante la época de carnaval, cuando Cara-
chimayo se pintaba de dalias y flores de campo. Era de notar
que el verano era una época demasiado alegre, los hombres
salían montados a caballo con sus cajas y erques, su vesti-
menta de bayeta, acompañada de sombrero y poncho, que
caracterizaba su masculinidad. Salían cantando coplas, dan-
do bienvenida al carnaval.
Sus mujeres preparaban la rica chicha, el arrope y alo-
ja para la marcada de los animales. Las alegres chapaquitas
vestían con pollera, blusa, manta, sombrero con su caracte-
rística flor en la oreja y con los colores vivos del verano. Las
personas adultas con sus alegres danzas y tonadas repartían
chicha y aloja.
Justo fue durante la época de carnaval, que Isidoro estaba
pasando por una necesidad económica muy fuerte. Mientras
otros festejaban, él estaba en el borde de la locura. Las des-
gracias naturales que acontecieron durante esos meses por
la zona, acabaron con sus sembradíos y, con la desesperación
de haberlo perdido todo, de no saber qué hacer, no podía ni
siquiera conciliar el sueño. Todo lo llevó a no encontrar otra
salida y tuvo que pedir la ayuda del diablo.
Una noche lo invocó, pidiéndole que lo ayudara y que a
cambio le daría lo que quisiera. En ese momento pasó lo
impensable: al conocer la desesperación de este hombre,
pensando en aprovecharse de su humanidad, se presentó el
diablo en el lugar y le propuso un pacto.
Este consistía en que Isidoro tendría todo lo que quisiera,
pero a cambio él tendría que entregarle un alma cristiana
cada mes y de no hacerlo condenaría su propia alma. Se lle-
vó adelante el acuerdo y así fue que todos los meses Isido-
ro le entregaba una persona. Misteriosamente empezaron
a desaparecer personas de la comunidad, y de comunidades
aledañas, de las cuales no se sabía nada. Una vez que desa-
[ 127 ]
129
parecían, solo sus ropas se encontraban, era como si la tierra
se los tragara, nadie veía nada.
Isidoro se había vuelto dueño de todos los molinos de ese
tiempo, un hombre con mucho dinero y muy poderoso en
aquel entonces. Pero no lo hacía notar a los ojos de la gente.
Durante las fiestas de carnaval, la gente acostumbraba a
salir a compartir a las chicherías.Al anochecer la mayoría de
las personas retornaban a sus casas, pero una que otra per-
sona se iba a reunirse en grupos para desvelarse copleando,
mientras tomaban chicha y bailaban.
Una familia que había venido desde el campo a celebrar la
fiesta de carnaval a la comunidad, se les hizo de noche y no
encontraban un lugar para descansar. Mientras caminaban
sin rumbo, de repente Isidoro se apareció y amablemente les
ofreció techo para pasar la noche, la familia muy agradecida
aceptó.
Isidoro llevó a la familia al molino para que pasaran la no-
che. Al llegar les dio unas mantas para que pudieran echarse
a descansar. Se acomodaron con su hijito en medio. La noche
parecía tranquila, hasta que fueron las tres de la mañana...
todo estaba muy oscuro, no había ni una sola estrella en el
cielo, y la luna no había salido. Un viento frio empezó a co-
rrer, la puerta comenzó a rechinar lentamente… una sombra
oscura y escalofriante se asomó por la puerta, algo agarró a
la mujer repentinamente y la sacó del molino.
Al amanecer el hombre abrió los ojos bruscamente al es-
cuchar a su hijo llorando, entonces vio que su mujer no se
encontraba en el lugar. Gritó, gritó y gritó su nombre pero
no apareció ni un rastro de ella. Así transcurrieron los días
y semanas pero no la encontró. Uno de esos días, cerca del
río un comunario encontró las ropas de la mujer que ves-
tía ese día que desapareció. Siguió con su búsqueda, con la
esperanza de encontrar a su mujer, pero después de mucho
tiempo de buscarla terminó aceptando lo peor: que nunca
más la volvería ver.
[ 128 ]
130
Sin embargo, la verdad es que esa noche aquella sombra
que se había infiltrado, había sido Isidoro. Su pura intención
de haber invitado a dormir a esa familia, fue para entregar a
la mujer al diablo.
Después de lo que hizo, y al ver la desesperación y el do-
lor del esposo por esa pobre mujer que él entregó, se sintió
tan mal que se dio cuenta que no podía seguir haciéndolo.
Por un buen tiempo no entregó ningún alma cristina, pero
sabía que le pasaría lo peor. Isidro no estaba cumpliendo con
lo pactado, así que esa noche el Diablo anunció su llegada
con aquel viento frio y tenebroso de costumbre. Pero Isidoro
tenía un plan entre manos: le quería proponer otro trato,
mejor aún, para que le perdonara la vida. En ese momento,
en la sombra más oscura del cuarto, salió de donde se encon-
traba, mostrándose enorme, alado, con tres cuernos como
agujas que trastornaban hacía atrás, sus pies eran como las
de un perro y sus manos pintaban uñas grandes y gruesas
como la de un gato gigante y una cola larga con punta de
lanza. Isidoro al verlo y sentir un miedo aterrador en su in-
terior, rogó por su vida, suplicó, imploró, y por último le
prometió que le daría muchas más almas que sólo necesitaba
más tiempo. El diablo muy molesto no aceptó y le dijo que
un trato es un trato y que como no tenía un alma para en-
tregarle, se llevaría la suya. El demonio con una sonrisa de
malicia y placer en el rostro, le dijo: “por tu avaricia y falta,
es hora de morir eternamente Isidoro”. Gritos terribles de
dolor se escucharon esa noche.
Años después de la muerte de Isidoro Fernández, sus
molinos se repartieron entre sus familiares, y terminaron
pasando de mano en mano, llegando a quedar solo ruinas de
ellos y en algunos casos absolutamente nada.
En la comunidad de Carachimayo la gente aún cuenta
que cada febrero en las fechas de carnaval, se suele sentir
un aire caliente y olor a azufre cerca de aquel molino que
impregna el cuerpo y el olfato. En unos senderos se puede
sentir como el cuerpo se estremece.
[ 129 ]
131
Así que si van algún día por la comunidad y ven un molino
tengan cuidado porque no es seguro ese lugar.

LA APARICIÓN DEL DIABLO


Narradora oral: Salomé Valdez
Recopiladora: Carmen Zenteno Tolaba
Profesor: Carlos Cruz

N
en la comunidad de Rancho Norte, cuando una persona
andaba a la medianoche, se le aparecía el diablo en forma
de un gallo blanco, o de persona parada adelante, incluso
muchas veces en forma de una persona muy querida. Ese
lugar era un asustadero. Habían dos partes donde aparecía:
la primera es en el puentecito de la casa de Doña Maura y
la segunda es en el canal de agua por el camino viejo (era
donde más asustaba). Había unas horas que la gente decía
que eran malas horas: desde las 12 de la noche hasta las 4 de
la madrugada. Las personas que bajaban a esas horas por la
noche no tenían que mirar atrás porque les aparecía… Donde
antes vivía Don José Luis Zenteno Valdez aparecía siempre
un hombre parado, todas las noches… y se perdía por medio
de los arboles.
[ 130 ]
132
LA MALDICIÓN
Narrador Oral: Estanislao Benitez Choque
Recopiladora: María Isabel Gutierrez Benites
Profesora: Lesby Sonia Jaramillo G.

N
HabÍa una vez, hace mucho tiempo, un hombre llamado
Manuel Baldivieso vivía cerca de Iscayachi, en la comunidad
de Tres Cruces, un lugar tranquilo con pocos habitantes.
En aquellos tiempos don Manuel era un hombre de paz,
tranquilo, generoso, le gustaba compartir con la gente y ha-
cer amigos. Él tenía veinticinco años y estaba soltero. Solía
ir a pasar la fiesta de Santiago a Chamata, comunidad cer-
cana a Tres Cruces. Un veinticuatro de julio, como todos los
años, emprendió su viaje por la tardecita, acompañado de
sus amigos. Eran cinco o seis muchachos, iluminados por
los últimos rayos del sol, el camino no era muy largo, pero a
ellos les gustaba pasarse el tiempo charlando y recordando
lo lindo que pasaron la fiesta el año pasado. Ellos recorda-
ban más que todo a las mozas de polleritas cortas, a la chicha
de doña Lucinda y se preguntaban si ese año iba ser igual de
divertido y lindo. Don Manuel estaba muy contento y emo-
cionado, nunca imaginó que aquel día tan esperado marcaría
su vida para siempre.
A la madrugada del veinticinco de julio llegaron a Cha-
mata, era el día del puchero y los tistinchos94. Llegaron bien
de mañanita a la casa de doña Lucinda donde era la fiesta.
De llegadita, les dio un plato de puchero con sus tistinchos
que no cabían en el plato, se pasaron el día cantando, con-
versando y en la noche era lo bueno: el baile. Para su des-
gracia don Manuel había tomado más de la cuenta estaba

94 Maíz maduro en mazorca hervido


[ 131 ]
133
irreconocible. No era ni la sombra de lo que solía ser cuando
estaba sano. Los tragos hicieron de él un hombre bochin-
chero, molestoso y malcriado. Más tarde, a eso de las once y
cuarto de la noche, comenzaron las peleas. Don Manuel mo-
lestaba a uno y a otro, de pronto un hombre llamado Felipe
se le dio la vuelta y se agarraron a los golpes. Sus amigos
intentaron separarlos y parar la pelea. Pero era inútil, no pu-
dieron, así que decidieron dejarlo y retirarse. Como los dos
estaban muy borrachos tropezaron y cayeron, don Manuel
cayó encima y no dejaba de golpearlo, don Felipe sacó un
cortaplumas y le cortó todo el estómago. El corte era muy
grave, porque las tripas de don Manuel estaban casi afuera,
lo increíble fue que no se dañó ninguna. Todos los especta-
dores se quedaron muy asustados en completo silencio. Don
Manuel se levantó sujetando sus tripas dio dos o tres pasos
y cayó inconsciente. Se les pasó la borrachera a todos y la
fiesta terminó. Unos corrían a alzar a don Manuel, otros
corrían a agarrar a don Felipe, que lo primero que hizo fue
intentar escapar.
En ese momento hicieron un callapo95 de palos para poder
alzar a don Manuel y llevarlo al hospital de San Lorenzo
para que pudiera ser atendido urgente porque don Manuel
aún permanecía con vida, aunque inconsciente, pero más o
menos . Veinte minutos después, él recuperó el conocimiento
y decía con una voz temblorosa y agonizante: “bájenme ¡me
muero! ¡Me muero! Por favor ¡bájenme!” Consiguió que lo
bajaran, empujaba sus tripas con sus manos hacia adentro,
daba dos o tres pasos y se volvía a desmayar. Entonces lo
volvían a cargar y seguían su camino, esto se repitió tres o
cuatro veces, hasta que don Manuel quedó completamente
inconsciente. A don Felipe le hicieron cargar solo la parte
de adelante del callapo amarrado con un lazo por la cintura

95 Camilla
[ 132 ]
134
para evitar que escape. Otros dos hombres cargaban el ca-
llapo de la parte de atrás, lo bajaron por Choroma y luego
por la cuesta de Calama, debían llegar al hospital de San Lo-
renzo. Cuando llegaron al hospital inmediatamente lo car-
garon a un camión y lo pasaron a la ciudad de Tarija al hos-
pital San Juan de Dios donde lo atendieron de emergencia. A
don Felipe le hicieron pagar todos los medicamentos desde
la cárcel porque cuando internaron a don Manuel, apresaron
a don Felipe de inmediato. Permaneció en la cárcel hasta que
don Manuel quedó completamente recuperado, más o menos
tres meses después.
Entonces recién don Felipe pudo conseguir su libertad,
obviamente, le hicieron pagar algunas multas para que pu-
diera salir sin problemas. Don Manuel se recuperó muy bien,
pero nunca volvió a ser el mismo. Después del accidente,
poco a poco, la avaricia y la ambición lo iban consumiendo.
Así fue pasando el tiempo. Don Manuel se casó, formó una
familia y nunca más se volvió a cruzar con don Felipe. Se
corrían rumores de que don Manuel había hecho un pacto
con el diablo, pues no encontraban respuesta, ni explicación
para la grande riqueza que poseía. En ese entonces, se lo
veía bajar por Chamata con una gran hacienda montando a
su mula negra. Don Manuel solía salir mucho en la noche y
su rumbo casi siempre era la cuesta de la Quiñua. Caminaba
y caminaba hasta cierto lugar llamado El Cajón, lo llamaban
así porque era un camino muy angosto que se desprendía del
cerro. En medio de dos barrancos muy altos, había un vacío
muy oscuro y profundo. Ese lugar era temido por todos y
más que todo en la noche. Nadie se atrevía a pasar por allí,
sólo porque en ese lugar se habían cometido muchos críme-
nes.
Cuando los viajeros pasaban por allí con sus mulas car-
gadas de plata, los cuatreros los asaltaban los mataban y
los tiraban al cajón. Don Manuel llegaba hasta ese lugar y
pasaba la noche allí, luego volvía a su casa todo tranquilo.
En la época de siembra, él sembraba mucho maíz para cam-
[ 133 ]
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biarlo por sal o venderlo a los forasteros. Entregaba alrede-
dor de veinte o treinta cargas por semana. A pesar de que él
era poseedor de grandes riquezas, siempre andaba andrajoso
vestía sus trapos viejos hechos de lana de oveja y tejidos por
su esposa.
Un día había hecho un trato con un forastero para en-
tregar mucho maíz y no convenía perder aquel negocio y
de ver que el forastero no iba a recoger el maíz don Manuel
decidió ir a buscarlo a Chamata. Don Manuel vivía siempre
preocupado y con esto se molestó mucho y perdió la razón.
Estaba tan obsesionado con el dinero que, cuando encontró
al forastero, lo obligó a que fuera a recoger el maíz. Estaban
en camino y don Manuel actuaba como si estuviese discu-
tiendo y peleando con alguien, pero no había nadie. El fo-
rastero estaba a unos cuantos pasos más atrás, llegaron a un
río el cual tenía dos maneras de cruzar: una era rodearlo y la
otra cruzar recto. Don Manuel decidió rodearlo y el foras-
tero como tenía prisa cruzó recto. Cuando llegó al punto de
encuentro, don Manuel no aparecía. Minutos después se fue
a buscarlo y se encontró con su cuerpo flotando en una poza
del río muy profunda. Muy sorprendido y asustado el foras-
tero no se atrevió ni a intentar sacarlo, lo único que hizo fue
correr a avisar a su familia. Se reunió mucha gente de Tres
Cruces y se lo llevaron para enterrarlo. Después de velarlo
lo llevaron al cementerio, los hombres de la comunidad de-
cían: “pronto vendrá y lo sacará”. Se quedaron a cuidar cin-
co o seis hombres todos con coca, cigarrillos y trago, para
agarrar coraje por si algo pasaba. Todo estaba tranquilo y
de repente a la media noche vieron que algo se acercaba muy
rápido: era una mula blanca que botaba fuego por la boca, al
mismo tiempo que pisaba soltaba chispas. Un gran jinete de
sombrero negro, que no dejaba ver su cara, llegó y entró al
cementerio. Los hombres muertos de miedo se ocultaron de-
trás de una pared, se quedaron todos abrazados y temblan-
do. El jinete desmontó su mula caminó hacia la sepultura de
don Manuel y le dijo: “Manuel Baldivieso levántate”. Don
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136
Manuel se levantó de la tumba como si estuviera vivo, luego
le dijo: “quítate esa ropa” y don Manuel le hizo caso se quitó
toda la ropa, la dejó al lado de su tumba. Entonces el jinete
agarró a don Manuel lo puso en las ancas de su mula y se fue
exactamente por donde vino. Los cuidadores muy asustados
se fueron a casa y avisaron lo sucedido a los familiares. Fue
un momento muy triste así que decidieron no comentarlo
con nadie y olvidar lo sucedido.
Varios años después los hijos de don Manuel ya eran adul-
tos. Uno de ellos llamado Luis Baldivieso, había seguido los
pasos de su padre: practicaba mucho la brujería, se decía que
era el brujo más eficiente del lugar. Un día salió a caminar
a la comunidad vecina y cometió el error más grande de su
vida. Luis se enamoró de la persona equivocada, se enamo-
ró de Jacinta. Una moza bonita, muy buena que odiaba las
personas que se dedicaban a la brujería. Fueron enamorados
por mucho tiempo, pero ella empezó a escuchar rumores de
que Luis era un brujo. Así que decidió ir a visitarlo sin avi-
sar. Justo aquel día Luis había salido en su función de brujo
para lo cual desprendía sus ojos y su cuerpo, solo salía con su
cabeza, dejó sus ojos y su cuerpo en su cuarto. Jacinta llegó,
preguntó por él, su mamá que estaba haciendo chicha, le dijo
que había salido y no tardaba en regresar. Jacinta decidió
esperarlo, en un pequeño descuido se metió en el cuarto de
Luis y se encontró con el cuerpo y sus ojos. Llena de rabia
agarró los ojos y actuó de la manera más normal con su sue-
gra. Se acercó a la olla de arrope y sin pensarlo dos veces los
tiró allí. Se despidió como de costumbre y se fue.
Al regresar Luis no encontró sus ojos, se dice que le qui-
tó los ojos a un cuervo. A partir de aquel día casi nunca salía
de su casa porque no podía ver bien ni caminar y nunca más
pudo volver a hacer brujería. Jacinta había quedado embara-
zada, volvió después de un tiempo con el niño. Los comu-
narios no querían a nadie de esa familia así que decidieron
matar al niño. Un día lo secuestraron, lo llevaron al cerro y
lo abandonaron allí solo. Se dice que el niño se convirtió en
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un duende que se les aparecía a los niños y se los robaba para
jugar con ellos y nunca más volvían.

MI DIOS ME SALVÓ DEL DIABLO


Narrador Oral: Jorge Ortega
Recopiladora: Juanita Ortega Soliz
Profesora: Edith Miranda

N
Hace unos años atrás, había un señor que tenía un pac-
to con el diablo. Yo era niño cuando, una tarde de esas, es-
cuché sonidos de herramientas, como si estuvieran peleando.
Mi mamá se asustó mucho y fuimos a ver lo que pasaba. De
repente el señor Mateo Segovia salió del cañal. Ella le pre-
guntó llorando:
- ¿Qué ha pasado? ¿Quién lo estaba pegando?
- No, no era nada ahijada… era sólo una cochinada que
me apareció. - Como mi mamá sabía que era comprometido
con el diablo, imaginó que eso fue lo que se le apareció.
Pasaron tres meses… ya era noviembre, tiempo de llu-
vias. Todos estaban apurados, guardando sus cosas para que
la lluvia no las mojara… A la madrugada, sentí un tremendo
alboroto, lo cual me despertó. Era el mismo señor, Mateo
Segovia, padrino de mi mamá, que renegaba… gritaba a sus
sirvientas y peones. Me levanté de la cama, caminé hacia
mi madre y mientras ella cocinaba, yo me calentaba con el
fuego. De repente, vi dos hombres. Sus pies eran como patas
de gallina, sus sacos eran largos y overos. Ellos se dirijían al
rancho de Don Mateo… Yo quería ver la cara de aquellos,
pero no pude: estaban tapados con un trapo largo y negro.
Asustado pregunté…
[ 136 ]
138
- ¡Mamá, mamá!... ¿Quiénes son aquellos hombres?
- ¿Dónde?... - dijo ella. Intentaba verlos, pero no pudo.
Ella me regañó diciéndome: “llok’alla 96 mentiroso, chosño-
so97... qué ves si no hay nada”. Me dio un pechón 98… y caí
sobre las cenizas. Al instante que entraron esos hombres al
rancho, el señor se calmó. Se tranquilizó, como si eso fuese
lo que estaba esperando y tuviesen hecho un arreglo entre
ellos.
Pasaron los años… la gente desaparecía… y morían de
vez en cuando, porque ese señor entregaba personas al dia-
blo a cambio de riquezas.
Crecí, y siendo ya joven, como era técnico, el señor Ma-
teo me hacía llamar varias veces para que le fuera a arreglar
radios. Me hizo llamar con varias personas pero mi mamá
no me dejaba… rogaba que no fuera. Yo, caprichoso, ya no
le hice caso y me dije: “¿qué me puede hacer? ¡Él no es más
que Dios!”.
Fui a la casa de ese señor, llegué y ¡ufff!…. Me sirvió dife-
rentes platos de comida, de lo mejor. Todo el día me alimen-
tó muy bien. Cuando quise venirme, no me dejaba. Sacaba
una y otra radio para arreglar. Tardecito, ya cansado, entre a
su casa para pedirle un alambre para captar ondas. Lo vi de
rodillas, sin sombrero, en dirección al sol. Hablaba, saborea-
ba y hacia pasar sus salivas… A mi me dio vergüenza entrar
e interrumpir lo que estaba haciendo. Di media vuelta para
irme y justo hizo volar una gallina blanca, haciendo caer mi
gorra. Me fijé adonde cayó la gallina, pero no había ni una
blanca... todas eran de color oscuro. Me puse a pensar… en
ese momento salió el señor. Yo ya quería irme, pero él no me
dejó: rogó que me quedara. Entonces imaginé que tal vez
quería hacerme algo. Como yo creía en Dios, clamé y dije:

96 Niño o adolescente
97 Lagañudo, que tiene lagañas en los ojos
98 Empujón
[ 137 ]
139
“Dios mío, si este hombre me quiere hacer algo, por favor protége-
me, de las garras de satanás”
Así, confiando en Dios, acepté quedarme. Me dio un
dormitorio aparte. Cuando ya era medianoche, sentí que al-
guien chupaba y saboreaba mis cabellos. Desperté bien: era
Don Mateo.
En ese momento me puse a pensar qué hacer, quise darle
un puñetazo… por no faltarle el respeto no le se lo dí. Que-
ría hablarle… pero gracias a Dios me llegó la idea de em-
pujar y moverme un poquito. Eso fue suficiente, ya no pudo
hacerme nada, porque se asustó…. Y dijo: “va a disculpar
Don Orteguita, no quería despertarlo, estaba buscando unas
soguitas, ya sabe que siempre hacen falta para cualquier co-
sita”. Cuando salió del cuarto, todavía me quedé pensando,
que tal vez había sido un sueño… cuando toqué mi cabeza,
mis cabellos estaban mojados y, comprobé que era real.
Luego, a los pocos días, me enteré que enfermó. A lo tres
días después de asustarse con mi murmullo. Ahí fue cuando
me hizo llamar, pidiéndome ayuda y me decía que solo mi
Dios le podía salvar… Rogaba, suplicaba y me abrazaba, di-
ciéndome que por favor le pida a mi Dios que lo salve. Yo le
contesté:
- ¿Pero qué hizo usted en su vida, qué ha hecho de malo?
Confiese todo lo que ha hecho, pídale perdón, entonces Él
podrá perdonarlo.
A los pocos días, vuelta me hizo llamar. Otra vez fui a
verlo. Estaba muy mal… con todas sus fuerzas me abrazó y
murió en mis brazos. No le pidió perdón a Dios, y se lo llevó
el diablo, porque él falló y no pudo entregarme: yo tenía fe
en Dios Padre todopoderoso, el cual me salvó.
Después de su muerte, comenzaron a morir sus animales.
Toda su riqueza se acabó y su familia quedó en la pobreza, y
ni siquiera les alcanzaba para comer.
[ 138 ]
140
UNA NOCHE TENEBROSA
Narradora oral: Santusa Anachuri Altamirano 99
Recopiladora: Lizbeth Isabella Aparicio Anachuri
Profesora: Osvaldo Gira

N
una noche, Don Marcelo Anachuri, estaba regresando
de curar. Acostumbraba llevar a un compañero pero el se-
ñor que le acompañó esta vez era muy miedoso. Cuando ya
terminaron de curar, era más o menos las 12 de la noche. Al
regresar para dejarlo en su casa, Don Marcelo iba montado
por delante y su compañero le seguía a pie por detrás. Cami-
nando iban, conversando, pero de pronto, el caballo empezó
a inquietarse bastante. Cuando se dio vuelta para verlo a su
compañero, con la oscuridad vio que venía él, pero estaba
raro. Cuando le habló, no le respondió. Entonces encendió
su linterna y vio que no era él: tenía los ojos rojos, sus dien-
tes podridos y sus patas eran como de cabra. Como él no
conocía el miedo, de un salto se bajó del caballo, sacó su
chicote que siempre llevaba en la cintura y le preguntó por
su amigo. Le dio tres látigos y le echó agua bendita y… des-
apareció ante sus ojos.
Fue a buscar a su compañero que ya estaba cerca del río y
el río ese día estaba caudaloso. Él lo quiso hacer volver, pero
el compañero no se dejó, sino que seguía caminando. Don
Marcelo se dio cuenta que por delante del hombre, iba un
caballo del mismo color que el suyo. Entonces agarró fuerte
a su compañero para que no entrase al río. El caballo que
iba por delante, se entró al río pero no sintieron que saliera
del otro lado. Don Marcelo volvió a encender su linterna…
en la otra banda del río, no había nada. Le subió a su amigo

99 Hija de Don Marcelo Anachuri, agricultor y curandero de Tomatas 15 de abril


[ 139 ]
141
al caballo y regresaron. Lo hizo llegar a su casa al hombre,
muy asustado por lo ocurrido. Lo dejó en su cama para que
durmiera.
Don Marcelo volvió a montarse para regresar a su casa.
De pronto sintió un ruido, y su caballo volvió a agitarse y a
no querer seguir caminando. De atrás le alcanzó un hombre
montado en un caballo de color blanco que le saludó con una
voz muy fuerte a lo que él respondió. Lo miró… y no era
conocido. Empezaron una conversación de lo más normal.
Avanzaron con sus caballos a paso lento, el sujeto le dijo que
era de la comunidad cercana de Huancoiro, que no está muy
lejos de Tomatas. Don Marcelo le creyó porque él conocía
a algunas personas de ese lugar y cuando él las menciona-
ba, este sujeto las conocía también. Así que entablaron una
larga conversación… pero el caballo no quería caminar y
empezó a darse vueltas hasta que Don Marcelo terminó en
el suelo. El caballo jalaba, quería escapar, pero él no se soltó
de las riendas y logró montarse nuevamente. El sujeto em-
pezó a reír a carcajadas. Le dijo: “¿qué pasa, los hombres de
este lugar no saben ni manejar un caballo?” y continuaron
el camino.
Cuando llegaron cerca del cementerio, el sujeto le dijo:
- Espéreme, que tengo que entrar a sacar un encargo de
aquí.
Ahí fue recién cuando Don Marcelo se dio cuenta que
no era una persona y empezó a apurar el caballo y a hacerlo
correr… pero fue en vano. El sujeto le siguió galopando y
se le cruzó:
- Ayúdeme a sujetar el caballo mientras entro a sacar mi
encargo del cementerio… o sino me lo cargo a usted.
Así que Don Marcelo tuvo que dar la vuelta porque no
le dejaba avanzar. Llegaron a la puerta del cementerio, Don
Marcelo se bajó del caballo y lo amarró a un churque. El
sujeto desmontó y le dio su caballo para que lo agarre. An-
tes de irse lo advirtió: “si se va, donde sea lo encontraré”. Se
tuvo que quedar en ese lugar esperándolo. Tardó un rato…
[ 140 ]
142
Don Marcelo sintió que era una eternidad… hasta que por
fin salió cargado con algo en el hombro. Primero pensó que
era un quintal de algo, como estaba oscuro no se podía ver
bien. Cuando ya estaba más cerca, pudo ver que no era lo
que pensaba, sino el cuerpo de una persona muerta: de un
hombre. Le dio un poco de miedo. El sujeto le cargó en las
ancas de su caballo, le aseguró bien, se montó a su caballo
y le dijo: “gracias por ayudarme. Ahora puede seguir con su
camino, yo me tengo que ir. Le dejo este jabón para que se
lave las manos”. Entregándole el jabón se alejó a todo galo-
pe. Don Marcelo guardó el jabón en el bolsillo, se monto a
su caballo y siguió despacio a su casa. No quería apurarse
porque pensaba que le alcanzaría, ya que se fue en la misma
dirección que tenía que irse él. Llegó a su casa y dio gracias
a Dios porque no le pasó nada.
Al otro día en el desayuno, contó a toda su familia lo que
le había ocurrido. Para que lo creyeran, se fue a buscar en su
bolsillo el jabón, y lo sacó delante de todos… pero era solo un
hueso viejo.
la curiosidad le hizo ir hasta el cementerio donde ocu-
rrió, para ver a quién se lo llevó el diablo. Revisando todas
las tumbas dio con una que estaba un poco hundida: era de
un hombre, que la gente comentaba, que en vida había esta-
do con su comadre.
[ 141 ]
143
EL MALIGNO DEL RÍO CHICO
Narradora oral: Lidia Marina Choque Arenas
Recopiladora: Carla Lorena Aramayo Arroyo
Profesora: Yolanda Abán

N
cuentan algunas personas de antaño lo que les voy a
relatar… Ocurrió en el Río Chico, que es el río que separa a
Tarija Cancha Sud y Tarija Cancha Norte. Se dice que antes
había una pequeña poza en el río. Algunos cuentan que por
el atardecer se les podía aparecer un hombre o una mujer,
depende de la persona que se muestre ante el o ella. El hom-
bre o la mujer invitaba a jugar en la poza a todos los niños
que cruzaban por ahí sin la compañía de un adulto. Algunos
niños se acercaban y no se daban cuenta de la poza y termi-
naban ahogados.
Fue así que un día a mi abuelita…

“…junto a una de mis hermanas, nos mandaron a


llevar pan a una de nuestras tías. En el camino, me
vine a quedar atrás de mi hermana, cuando de pronto
veo a un hombre vestido con un saco largo, pantalón
holgado y un sombrero grande… sentado en una roca
en el centro del río chico, que la incitaba a ir a jugar
diciéndole que él tenía muchos juguetes dentro de su
bolsa… que solo tenía que acercarse…casi lo hace, sin
darse cuenta de la poza que tenía al frente…le di un
grito que la hizo voltearse y nos fuimos...”

Llegando a casa de sus tíos les contó lo sucedido sobre la


aparición del hombre en el río. Sus tíos asustados los acom-
pañaron a su casa por temor a que ese hombre se les apare-
ciera de nuevo. Cuando llegaron a su casa también les conta-
ron a sus padres lo que sucedió. Sus padres les contaron que
144
[ 143 ]
145
en esa poza siempre se aparecía a los niños que les gustaba
jugar y estaban sin la compañía de un adulto. Por eso es
mejor que por esa parte del río siempre hay que ir acompa-
ñado porque en ocasiones aparecieron dos niños ahogados,
y nadie supo cuál fue el motivo.
Con el paso de los años la poza fue desapareciendo poco
a poco. Hay algunos que aseguran que el hombre/mujer que
aparecía en el río era el Maligno que trataba de llevarse a los
niños a su mundo.

EL BEBÉ QUE SE CONVIRTIÓ


EN DUENDE
Narradora oral: Plásida Humacata Añazgo
Recopiladora: Nelva Soledad Say
Profesora: Carmen Rosa Abán

N
se dice que hace 30 años, un día del mes de septiembre a
las 12 pm., en el cerro de Erquiz, conocido como “Cabrería”,
Doña Plásida fue a cuidar a sus ovejas y vacas. En ese lugar,
había duraznos, peras y membrillos. Mientras ella fue a ba-
jar duraznos para comer, llegó Don Guillermo. En sus bra-
zos traía flores y un bebé muerto. Don Guillermo le explicó
a Doña Plásida que su hijo había nacido muerto y lo quería
enterrar en ese sitio. A los pocos minutos cavaron un pozo
para enterrarlo. Don Guillermo llamó a los vecinos para que
lo acompañaran en su dolor durante el entierro. Don Gui-
llermo les invitó un vaso de canela a todos, y después se
despidieron del muertito y se marcharon a sus casas.
Así pasaron los días, y el bebé que fue enterrado en la tierra de
la quebrada, se convirtió en duende.
[ 144 ]
146
A los 2 meses Don Guillermo fue al lugar donde enterra-
ron a su hijo a dejar flores. Más grande fue su sorpresa al
ver el hueco que había, donde antes hubiesen enterrado a su
hijo: estaba destapado y en el hueco no había nada.
Don Julio, esposo de Doña Plásida, todas las tardes iba
al cerro a buscar leña y varas para hacer canastas. Cuando
pasó por el lugar donde enterraron al niño, le apareció un
duende. El duende le hacía señas para que se apegue hacia
él, pero Don Julio no le hizo caso y se fue. Al día siguiente
pasó por el mismo lugar y otra vez le apareció el duende
haciéndole señas para que se acerque. Don Julio decidido,
hizo con sus manos una cruz. El duende salió escapando
por el cerro y se perdió en la quebrada, a la que ahora le
llaman “Molloso”. Desde esa vez nunca más se apareció el
duende por ese lugar.

EL DUENDE DE LA ACEQUIA
Narradora oral: Emma Castrillo Añazgo
Recopilador: Manuel Yahir Cruz Castrillo
Profesora: Edith Sánchez

N
era por el año 1935 en la comunidad de Tomatitas. La
señora Marcelina Añazgo, pastora de ovejas, en ese tiempo
era una niña. Todos los días salía muy temprano a pastar sus
ovejas y sus chivas. Tenía un horario para recorrer ciertos
lugares. Llevaba sus animales largas distancias y luego las
llevaba a la acequia para que puedan beber agua. Las llevaba
por la mañana y un día por la tarde muy cansada se sentó a
descansar y se quedó dormida.
Al despertar, muy asustada por la hora, retornó a su casa
rápidamente para meter los animales al corral. Su papá la
[ 145 ]
147
esperaba para ayudarle pero cuando estaban terminando de
cerrar los animales, su papá notó que faltaban una oveja y
su corderito.
En ese momento su papá muy enfurecido le mandó a bus-
carlos. Ya eran las nueve de la noche y Marcelina seguía
buscando… hasta que por fin escuchó el balido y era cerca
de la acequia. Tenía miedo de entrar ahí de noche ya que
contaban que por esa parte asustaba y comentaban que ahí
enterraron un bebé. Más grande fue su sorpresa al ver que de
arriba de un molle saltó a la acequia un hombrecillo de som-
brero grande.
Al ver esto Marcelina huyó corriendo del lugar sin im-
portarle nada y escuchaba que alguien entre risas como un
bebé la perseguía. Sin darse vuelta, Marcelina siguió co-
rriendo hasta llegar a su casa.
Su papá la esperaba en la puerta muy angustiado porque
no volvía. Al verla a lo lejos corrió a darle alcance. Marceli-
na estaba sin aliento y muy asustada que no podía hablar. En
eso su papá la calmó y tranquilizó.
La mañana siguiente el papá fue al corral y vio que los
animales estaban completos… Un escalofrío corrió a través
del cuerpo de Marcelina y de su padre, que quedaron sor-
prendidos al ver esto.
A partir de ese día, Marcelina cambió de lugares para pastar
los animales y volvía más temprano a casa.
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EL DUENDE DEL CAÑAL100
Narrador oral: Agapo Aban Altamirano
Recopiladora: Paola Dayana Aban Huanca
Profesora: Heidy Perales

N
en Rancho Norte había una familia local de bajos re-
cursos. Ellos tenían terrenos en un sitio alejado, cerca del
río. La familia tenía un hijo pequeño de 2 ó 3 años de edad.
Como la familia era de bajos recursos, iban a cosechar ver-
duras que ellos mismos plantaban en su terreno, el cual es-
taba cerca de un canal.
Un día como cualquiera, la madre junto a con su pequeño,
como todos los días fue a sacar verduras del terreno que po-
seían. El niño jugaba muy animado mientras su madre saca-
ba verduras. La madre acostumbraba a lavar verduras cerca
del terreno en el canal, para poderlas vender más rápido y
con mejor calidad. Cerca del canal había un cañal en ambas
orillas donde formaba una cueva un poco oscura. Después de
sacar las verduras, la madre fue a lavarlas y su niño la acom-
pañó. Él se fue a jugar en el callejón del cañal y después de
un rato, la madre, al terminar su labor, se dio cuenta que su
hijo ya no estaba en el lugar donde ella lo había dejado. Se
dio cuenta que el niño estaba en el cañal e inmediatamente
fue a ver su hijo y vio que el niño jugaba con un pequeño
niño de piel blanca y de ojos de color negro, vestido con un
trajecito de color blanco, con un gran sombrero blanco en su
mano. Era el duende. Después de un rato de que el duende
viera a su madre comenzó a jalar al niño porque quería lle-
várselo. El niño lloraba, entonces la madre fue corriendo y
agarró al niño de su mano y se lo llevó.

100 Cañaveral, zona de cañas


[ 147 ]
149
Los otros días siguientes no lo llevó. Después de un tiem-
po, comenzó a llevarlo nuevamente y el niño lloraba cada
vez que pasaban por el cañal. Dicen que cerca del cañal se
escucha llorar un bebé y en los días impares se lo ve bailar
solo.

LA CASA MOCHA101
Narradora oral: María Ordóñez Jaramillo
Recopiladora: María de los Ángeles Barón Villa
Profesor: Limberg Velásquez

N
cierto día de febrero, en épocas de carnaval, donde las
mozas más airosas y sus churos102 chapacos salían a disfrutar
de una rica chicha103 y un buen baile, un grupo de amigos
llegaron a casa de Doña Guadalupe Jaramillo. Entre risas y
coplas se fue pasando la tarde.
Como de costumbre, al caer el sol María debía volver del
campo donde todas las mañanas solía partir con su alforja
cargada de una mollera, su pedazo de queso y su cantimplo-
ra cargada de agua. Tan linda era ella con sus ojotas charo-
leadas104 , que tan solo al verla te alegraba. Entre juegos y
risas, María cuidaba sus ovejitas. A ella le gustaba coser y
bordar sus propias muñecas. Buscando una sombra donde
refugiarse, logró dar con la conocida “casa mocha”. Ahí pa-
saba las horas cosiendo y jugando hasta que el sol se entra-

101 Sin techo


102 De bien, bueno, agradable
103 Bebida alcohólica de producción casera
104 De charol
[ 148 ]
150
ba105… cerca de la oración debía volver. Ahicito106 de llegar
a su casa, se dio cuenta que le faltaba una oveja. A tuita107
carrera cuesta arriba fue a traer a su ovejita. Dio vueltas y
vueltas y de pronto a lo lejos, dentro de la casa mocha, la es-
cuchó balar. Al llegar, grande fue su sorpresa al ver como el
duende hacía bailar a sus muñecas sosteniéndolas de las ma-
nos. Cuenta que ella ahí escondida, divisó a la oveja perdida
a un lado y rápidamente la levantó con sus brazos. De pron-
to escuchó cómo este pequeño hombre de sombrero grande
y nariz puntiaguda le preguntaba: “¿María… con cuál mano
quieres que te pegue?¿ con la de plomo o con la de lana?”.
Del susto, María presionó con tal fuerza a la oveja, que ésta
comenzó a balar. Su padre y su hermano, al ver que María
no volvía, fueron en busca de ella y de pronto escucharon a
la oveja balar. Asustados corrieron hasta donde estaba María.
Al llegar donde ella, las muñecas se desvanecieron y el pequeño
hombre desapareció.

LA QUEBRADA DEL DUENDE


Narrador oral: Gregorio Rafael Jerez Gutiérrez
Recopiladora: Fernanda Katherine Jerez Miranda
Profesora: Heidy Perales

N
la familia Chocala criaba diferentes animales en Ran-
cho Norte. Un día de esos la madre fue a cuidar a su ganado,
como todos los días. Había dejado a su bebé jugando con

105 Bajaba al horizonte


106 Cerca
107 Toda
[ 149 ]
151
arena cerca de la quebrada. Al atardecer regresó la madre a
buscarlo y ya no se encontraba ahí. Lo buscó toda la tarde
y no lo encontró. Regresó a su casa con todo su ganado y
de ahí fue a avisar a sus vecinos. Fueron a la quebrada (de
la tranca, más arriba) pero no lo encontraron. En la noche
seguían buscando, quebrada por quebrada de Rancho, pero
desgraciadamente no lo hallaban.
Ellos ya estaban desesperados y fueron a curanderos o
suertiadores108, y ellos le dijeron que el duende se lo había
robado. También dijeron que, al día siguiente al mediodía,
iba a aparecer el niño en la quebrada. Así es que todos los
vecinos se prepararon y se escondieron por ahí. A las 12 del
mediodía, el niño apareció jugando solo. Las personas que
estaban en ese lugar, le atraparon pero él no quería venir-
se porque él decía que estaba feliz y contento jugando con
otros amiguitos. Estaba tentado por el demonio del duende.
Pasaron los años, y este chico se sanó, pero no del todo.
Quedó un poco atontado, distraído y disperso de la realidad.
Cuando fue más grande, se fue a la Argentina a trabajar en
los cañales y de un día para otro desapareció de allí.

108 Adivino, oráculo


[ 150 ]
152
LA FLOR DEL DIABLO Y
EL PATRONO FLORESTAL
Narradora oral: Verónica Ponce Miranda
Recopiladora: María Belén Ponce Camacho
Profesora: Mery Luz Villa

N
tieMPo atrás, un joven de 28 años llamado Antonio
vivía en la ciudad. Un día decidió ir a visitar a sus padres que
vivían en el campo, un lugar muy bonito rodeado de cerros.
Al llegar a casa de sus padres y verlos, se puso muy contento
y decidió quedarse un tiempo con ellos.
Los padres de Antonio tenían algunos animales que cria-
ban en corrales cerca de su casa y a otros los despachaban
al cerro para que fueran a comer pasto. Un día el padre de
Antonio tenía que ir a ver a sus animales en el cerro. Como
el hombre ya era mayor y le costaba subir, Antonio, que era
bueno y generoso, decidió ir en su lugar.
Al amanecer del día siguiente, Antonio preparó su avío
y se fue al cerro. Mientras subía, iba admirando las flores y
plantas que crecían ahí. Cuando llegó, donde se encontraban
sus animales, vio que todo estaba bien. Al bajar fue sacando
unas plantitas que le gustaron mucho y al llegar a su casa
las colocó en macetas y las cuidó.
A Antonio le gustaron mucho las plantas. Pasaron dos
semanas y decidió ir a buscar más. A la subida, fue sacando
unas cuantas plantitas y se sentó a observar el paisaje. Pasó
el tiempo y cuando se dio cuenta, ya se había hecho de no-
che e inmediatamente se levantó para ir a su casa. Mientras
bajaba vio que en una peña brillaba algo. Fue a asomarse a
ver que era y vio que era una linda flor alantuya109 de color

109 Flor de varios colores, fraganciosa y bonita


[ 151 ]
153
violeta. Se quedó muy sorprendido y bajó donde estaba la
flor para sacarla. Cuando estaba a punto de sacarla, escuchó
una voz que le decía: “no saques mi flor o morirás”… Anto-
nio se asustó mucho e intento irse pero no podía, porque la
flor lo tentaba. Intentaba sacarla de nuevo cuando siente que
alguien lo empuja. Cayó y quedó inconsciente.
Al recuperar la conciencia, se encontraba en su casa todo
golpeado. Sus padres le preguntaron qué le había pasado.
Lo único que pudo recordar fue que alguien lo empujó por
tratar de sacar una flor y un hombre lo cargó en su hombro
y lo llevó cerca de su casa y le dijo: “nunca más vuelvas a
sacar ninguna flor porque la flor que intentaste sacar es del
diablo… sino otra vez no la cuentas”. Por la experiencia que
pasó, Antonio quedó muy asustado y lastimado. Sus padres
lo llevaron al médico para que lo curaran. La persona que
salvó a Antonio… era el Patrono Florestal.

LA LEYENDA DE LAS QUIRUSILLAS


Narradora oral: Lucía Mesa
Recopilador: Kevin Ángel Condori Mesa
Profesora: Osvaldo Gira

N
era una vez en la localidad de Quirusillas en la provin-
cia de Méndez. Allí vivían dos hermanos, Juan y Cirila, que
pasaban cuidando las chivas de su querida madre. Siempre
los observaba pasar por mi casa y seguir su recorrido has-
ta una quebrada al pie de la montaña, conjuntamente con
sus animales. Una mañana mientras preparaba el desayuno,
escuché a los dos hermanos tener una discusión y luego se
comenzaron a empujar hasta que los perdí de vista. Al po-
nerse el sol, mientras estaba en mi casa, vi a Juan regresar
[ 152 ]
154
con sus chivas, pero no se encontraba con su hermana Cirila.
Pensé que tal vez no había observado bien, y seguí con mis
actividades.
Ya eran las diez de la noche y me estaba por entrar a la
cama, cuando de pronto, alguien toca la puerta. Voy a ob-
servar y era Cirila, quien se encontraba echada en la puerta
de mi casa. La metí a mi cama y ahí, un poco asustada, le
pregunté qué le había pasado:

“estaba peleando con mi hermano Juan duran-


te todo el camino hasta llegar a la quebrada. Ahí
se me ocurrió empujarlo al arroyo y lo hice. Él se
enfadó mucho, pero no me hizo nada. Cuando llegó
la hora de volvernos, subíamos de retorno y en una
peña medio peligrosa me empujó y yo caí incons-
ciente en el arroyo. Cuando volví a despertar, ya era
de noche y me encontraba con muchos golpes. Vi
una luz muy resplandeciente en el fondo del arroyo,
me acerqué a observar y vi una gran cantidad de
quirusillas que se podían mover y también creo que
hablaban un lenguaje muy raro. Me acerqué para
comprobar si lo que vi era real y… no recuerdo
nada más, solo que desperté aquí”

Lo que me dijo Cirila me dejó pensando mucho. Por más


que yo pensé que se había inventado todo lo que dijo, la rea-
lidad es que la encontré en mi puerta… echada sobre plantas
de quirusilla110.

110 Planta comestible que crece en siénagas o charcos barrosos


[ 153 ]
155
EL CERRO SIPI (I)
Narradora Oral: Margarita Caro
Recopilador: Rodrigo Noe Rojas Caro
Profesora: Cintia Cardozo

N
Hace mucho tiempo, cerca del cerro Sipi, vivía una fa-
milia muy pobre. Era invierno y la madre con su hijo es-
taban en la casa con mucho frio. Como no había leña para
calentarse, la mujer con desconfianza mandó a su hijo para
traer leña del cerro con su burro. Éste no era muy despierto
que digamos, así que su madre le dio algunas recomendacio-
nes y le pidió que se apresurara.
El joven se fue cantando coplas al cerro por un camino
muy viejo y angosto que daba recelo111, el chango no tenía
miedo, para él todo era un juego. Mientras caminaba sintió
que el suelo se movía, entonces gritó: “¡terremoto, sálvese el
que pueda!”
En ese momento el burro se le escapó asustado y el mu-
chacho lo fue a buscar. Buscaba y buscaba, entonces escuchó
hablar a la gente que estaba por ahí, se escondió rápidamente
en un churqui. Entre tolas y escondido miró que eran hom-
bres que tenían vestimentas que nunca había visto y tenían
animales raros cargados con sacos y algunos burros, ellos
estaban haciendo un campamento en el lugar.
El joven por miedo decidió volverse. Cuando iba de re-
greso pensaba cómo iba explicarle a su madre que había
perdido el único burro que tenían. En ese momento vio un
pato, lo agarró, lo amarró y se lo llevó. Al llegar a su casa le
dijo a su mamá: “mira mamá el burro se tranjormó112 en pato

111 Miedo
112 Expresión oral de “transformó”
[ 154 ]
156
para comerlo”. La mamá más viva le dijo: “¿con qué vamos a
cocinar el pato si no hay leña? Mejor anda a buscar la leña
y al burro”.
Al día siguiente se fue de regreso por el campo hacia el
cerro, ya cerca de llegar al lugar donde perdió el burro, vio
a los mismos hombres, tomó coraje y se acercó. Los hombres
se pararon sorprendidos, al ver que sólo era un chango y se
volvieron a acomodar. El muchacho les contó lo que le pasó,
entonces uno de los hombres, se levantó y le dijo: “agarra ese
burro de ahí, descárgalo y lárgate de aquí y no vuelvas por
estos rumbos”.
El chango va a desamarrar el burro y no se da cuenta
que la soga era una víbora. La desata y de lejos le gritan:
“¡cuidado!” El muchacho se asusta, pero sigue soltando los
sacos. Al caer los sacos se ve que estaban hechos de sapos,
éstos salen brincando. En su interior tenía cantidad de pepas
de oro, así que toma unas cuantas sin que lo vean, las guarda
en su chuspa113 y se va apurau114 .
Cuando estaba aclarando, llega a su casa con el burro
cargado de leña, le cuenta lo que le había pasado a su ma-
dre. Ésta muy viva decide hacer buñuelos toda la noche sin
dormir nada, para luego al día siguiente bien temprano tirar
todos los buñuelos por el patio.
Al pasar en la mañana, la gente con sus animales, mi-
raba con asombro los buñuelos y le preguntaban que había
pasau115 . La mujer les decía que en la noche llovieron puro
buñuelos, que ahora se habían vuelto ricos, gracias a los bu-
ñuelos. Cada vez que compraban algo decían que era gracias
a los buñuelos.
La mamá le enseñó al hijo para que diga lo mismo y no
los haga pillar porque nadie podía saber cómo ahora tenían
plata.

113 Bolsa pequeña de hilo


114 Expresión oral de “apurado”
115 Expresión oral de “pasado”
[ 155 ]
157
De los hombres misteriosos no se había hablado más, no
se sabía nada de ellos, por esa razón hasta estos días se dice
que el Sipi es un cerro rico del que no se puede salir con vida.

EL CERRO SIPI (II)


Narradora oral: Pascuala Vaca
Recopiladora: María Celena Bamba Vaca
Profesora: Elva Arenas

N
esto pasó en la provincia Méndez en una comunidad
llamada Zapatera, un día como todos los días. Era una tarde
soleada cuando un hombre dejó de trabajar en su potrero.
El hombre se fue a su casa a comer. Terminó de comer y se
sentó a contemplar la tarde fresca… cuando su compadre
venía por el camino de piedra montado en su caballo. Su
compadre le dijo:
- Compadrito ayúdeme a ir a buscar a mis vacas, se han
escapado del corral.
El compadre le dijo:
- ¡Vamos! Pero espéreme hasta que me ponga mi poncho
y saque el caballo del corral.
Se fueron montados a caballo por el camino viejo. Cuan-
do dieron las doce de la noche, llegaron hasta una casa vieja
y abandonada. Los hombres bajaron de su caballo y tuvieron
la curiosidad de entrar ahí. Entraron con miedo… y encon-
traron un cántaro lleno de oro.
Los compadres salieron rápidamente, se montaron en su
caballo y se fueron cuando desde lejos vieron un cerro que
brillaba como oro puro. Ya no podían ir a caballo. Se bajaron
y fueron a pie cuando apareció una tropera con sus ovejas.
Los hombres se acercaron y le dijeron:
[ 156 ]
158
- ¿Qué haces aquí tan sola?
- Estoy aquí porque la bruja del pueblo me echó una mal-
dición. ¿Ustedes que hacen aquí?
Los compadres dijeron:
- Estamos buscando el oro de este cerro
- Este lugar esta bendecido por el diablo, porque de aquí
no volverán a salir.
De pronto el compadre vio a su toro a tres metros, in-
tenta agarrarlo pero le fue imposible. Entonces la tropera
alcanzó a darle una pedrada en una de sus astas y salió un
pedazo. El toro siguió corriendo hasta que el hombre ter-
minó cayéndose por detrás del toro. Cayeron a un remolino
muy hondo y ahí quedaron hasta el día de hoy. La historia
cuenta que en ese cerro hay mucha vegetación y está lleno
de minerales, sobre todo de oro. También está la tropera que
cuida ovejas a partir de las 12 de la noche. También se dice
que miles y miles de personas están atrapadas en el remolino
más profundo.

EL CURANDERO
Narradora oral: Marcelina Velázquez
Recopiladora: Iveth Pamela Tolaba
Profesor: Nils Alarcón

dicen que hace mucho tiempo, un curandero debía res-


catar el espíritu de una señora que estaba enferma y no po-
día despertar. Entonces el hombre, decidido a recuperar ese
espíritu, fue a hablar con el diablo para que se lo regresara.
Llegando el hombre a la matanza, el lugar de donde nadie
vuelve, con su compañero, se pararon frente a una montaña
y el hombre dijo unas palabras… y la montaña se comenzó
a abrir. Se llamaba el “Palacio del Diablo”, o más conoci-
do como La ciudad de Sipi. Dicen que era un lugar enorme,
[ 157 ]
159
donde había muchas personas que se encontraban allí por
una muerte no natural o por haber obrado mal en la vida.
Estaban allí esclavos, servidores del diablo. Allí todo era ri-
queza del diablo, todo hecho de oro y en los suelos estaban
tirados montones de oro y otras cosas de mucho valor. Todo
pertenecía al diablo: el rey de la ciudad del Sipi y gobernante
del infierno. Entonces el curandero le pidió al diablo que le
entregara el espíritu de la mujer y el diablo se lo dio en for-
ma de una mosca en un frasco.
El curandero y su acompañante salieron de esa ciudad y
se fueron a la casa de la señora. En cuanto llegaron, el cu-
randero sacó la mosca y la untó en la espalda de la mujer y
la refregó hasta que desapareciera. La mujer comenzó a des-
pertar y le agradeció por haber traído de vuelta su espíritu.
Después de mucho tiempo, el curandero volvió a ir al pa-
lacio del diablo para pedirle otro favor: esta vez el favor era
que le devolviera las almas de dos niños. Pero esta vez el dia-
blo le negó su petición y entonces el curandero dijo que los
niños no habían hecho nada malo. El diablo le dijo al curan-
dero que aceptaría devolverles sus almas, si él le entregaba
la suya o la de otra persona. El curandero aceptó quedarse,
pero tenía una condición: no ser su esclavo. El diablo aceptó y
el curandero se quedó en el Sipi.
[ 158 ]
160
EL HOMBRE CON CARA DE BURRO
Narradora oral: Clara Zenteno
Recopilador: Alexander Caro Choque
Profesor: Alcides Espinoza

N
eran las 5 de la mañana. Todavía estaba un poco os-
curo cuando junto a mis hermanos, Andrés y Santos, nos
fuimos a matar palomas con la honda. Llevábamos una lin-
terna y nos acompañaba mi perrito. Cuando estábamos por
el bosque escuchamos voces de mucha gente hablando, como
si fuera una fiesta. Fuimos a ver qué era y vimos un hombre
con sombrero y un saco… tenía aspecto de burro. Estaba al
lado de un churqui que se balanceaba de un lado a otro… Así
nos quedamos unos momentos escuchando y mirando.
En eso, la bulla de la gente se sentía más cerca y el hom-
bre con cara de burro nos comenzó a corretear. Nosotros es-
capamos corriendo, mientras nuestro perrito le gochaba116…
Mientras corríamos, tropecé con una piedra y el perrito se
paró al frente mío y le seguía ladrando. Pude levantarme y
seguir corriendo pero mi perrito no gochaba más, como si
algo le tapara la boca o como si le faltara el aire. Mientras,
el hombre con cara de burro nos gritaba fuerte mientras nos
alejábamos del bosque.
Llegamos a la casa y les contamos lo sucedido a nues-
tros padres. Felizmente, nuestro perrito ya estaba bien.

116 ladraba
[ 159 ]
161
LA APARICIÓN DE UN PUEBLO
Narradora Oral: Santusa Anachuri Altamirano
Recopilador: Alexis Sebastián Espinoza Anachuri
Profesora: Edith Sánchez

N
Mi abuelo vivía en la comunidad de Tomatas 15 de abril
primera sección de la Provincia de Méndez. Como años an-
tes no existía transporte, ellos trasladaban sus productos en
animales cargueros hasta San Lorenzo.
Una noche regresaba de vender sus productos y se le hizo
muy tarde. Eran las doce de la noche. Estaba por el lugar lla-
mado “El Mollar”, que está ubicado cerca de su casa. Cuando
de pronto, frente a él, se produjo un sonido estremecedor.
Contó que, en ese lugar, se abrió como un pueblo muy ilu-
minado. Vio a muchas personas blancas, hombres, mujeres,
niños y una mesa grande llena de servicios muy lujosos.
Como apareció en el camino por donde tenía que pasar, tuvo
que detener sus burritos, quedándose quieto al lado de sus
animales, observando como conversaban, reían y jugaban
los niños. Se quedó a un lado del caballo porque temía ser
visto.
De pronto uno de los hombres dice que olía carne huma-
na y hacía como si estuviera olfateando. En ese momento,
sintió mucho miedo y empezó a rezar, sacó el cuchillo que
acostumbraba a llevar en su cintura y el chicote. Contó que
nunca había sentido tanto miedo porque él era curandero y
estaba acostumbrado a ver cosas que asustan. De pronto,
aparecieron dos hombres montados a caballos blancos que
les dijeron a las mujeres que tengan todo listo para la cena,
que ellos traían la carne.
Mi abuelito contaba, en forma de broma, que él pensaba
que sería la cena, pero los hombres pasaron por su lado con
sus caballos a todo galope. Luego de un rato, volvieron y
[ 160 ]
162
en las ancas de uno de los caballos trajeron el cuerpo de un
hombre pelado117 que estaba muerto y tenía tierra sobre su
piel, parecía sacado de la tumba. Dijo que lo pusieron sobre
la mesa, le levantaron y lo metieron dentro de un tanque. Ya
cocido lo sacaron y lo pusieron sobre la mesa y todos em-
pezaron a comer cortando con sus cubiertos, hasta quedar
llenos.
En ese momento, dijo mi abuelito, que cantó el primer
gallo y todo desapareció antes sus ojos, quedando todo en
tinieblas por la oscuridad de la noche. Muy asustado juntó a
sus burritos continúo su camino hasta llegar a su casa. Pasó
un buen rato sin poder hablar por el susto, esto preocupó a
toda la familia, pero luego habló y contó todo lo que vio.

LA CABAÑA POSEÍDA
Narrador oral: Alfredo Nieves
Recopiladora: Geovana Sarah Saldaña Nieves
Profesor: Alcides Espinoza

N
dicen que años antes, cerca de la plaza de San Loren-
zo, había un señor que era pobre. Él había encontrado una
casa vieja y dicen que al pasar el tiempo el viejo iba arre-
glando más la casa. Una noche… no había ya la casa. En
cambio, había una cabaña chiquita… era como si nadie vivie-
ra ahí. El hombre hizo un ritual y entonces todas las noches
la cabaña… desaparecía.
Dicen que ese hombre era un curandero y que todas las
personas que le buscaban para que los cure y él al curarlos
decía “entra a la cabaña de abajo”. Eso era como un remedio
para los enfermos… cuando la gente salía de la cabaña… la
cabaña desaparecía.

117 Sin ropa


[ 161 ]
163
Y dicen, que al llegar las 12 de la noche el señor prendía
una fogata en un cerro muy lejano. Se desvestía y bailaba al-
rededor de la fogata diciendo: “cuando la cabaña desaparezca
yo seguiré de pie”.
La gente creía que al bailar era como si él estuviera des-
pertando al diablo, y cuando querían ver, la cabaña desapa-
rece. Esto asustaba mucho a la gente del lugar. Entonces un
día prometió irse lejos de allí con su cabaña, apuntando un
cerro muy alto en el horizonte.
Al pasar el tiempo la gente decía que vivía en una cueva con
su cabaña.

LA SALAMANCA (I)
Narradora oral: Francisca Choque Subelza
Recopiladora: Evelin Aracely Rivera Tapia
Profesor: Limberg Velásquez

N
cuenta esta historia lo que le ocurrió a Don Vidal. En
época de carnaval, Don Vidal estaba retornando de la fiesta
y se dirigía a su casa. Estaba por donde ahora está construi-
do el Cristo, un poco más arriba, (en ese año todavía no ha-
bía el Cristo). Entonces se le apareció una señorita bien linda
y hermosa, rubia y le dijo: “¡vamos allá!”. Él, como estaba
medio ebrio, fue. De pronto se abrió una puerta y entraron.
El cuarto era bien lindo y la señorita le quería hacer echar
ahí…118 pero él pensó y dijo que no. Como siempre manejaba
un cuchillo, sacó eso y le amenazó con matarle, entonces ella
le dejó salir y él se fue. Cuando Don Vidal salió, no hubo

118 Recostarse
[ 162 ]
164
nada, ni cuarto, ni puerta. Entonces se fue con su cuchillo en
la mano. Ahí apareció eso porque había una Salamanca que
se abre cuando es carnaval y le puede aparecer a cualquiera,
pero más a los hombres.
Años antes cuando le apareció eso a Don Vidal, no había
el Coliseo ni el Cristo, y esta salamanca se encuentra cerca
del coliseo, más abajo, en dirección al río Calama.

LA SALAMANCA (II)
Narradora Oral: Celestina Torrez
Recopilador: Elmer Josué Zambrana Guerrero
Profesora: Roxana Tarifa

N
en una humilde casita de la comunidad de Corana Sud,
vivía una familia conformada por cinco niños y sus padres:
María (de 10 años), Ángel (de 8), Severo (de 6), Juana (de 4)
y Juan (el más pequeño).
Una tarde, cuando la familia se disponía a cenar a la re-
dondilla119, los perros comenzaron a ladrar. El esposo salió a
mirar y vio que pasaba muy veloz un caballo blanco con su
jinete que poco se distinguía. Los perros lo siguieron hasta
que llegó a la quebrada, donde existía una poza de forma
redonda, muy pero muy honda, llamada “salamanca”. Fue tan
grande la curiosidad del esposo, que fue hasta el lugar para
observar. Encontró a los perros ladrando alrededor de la
salamanca… sintió una brisa que le entró al cuerpo, y de
repente un sentimiento de miedo, al ver que no había nada.
Regresó a la casa, tan rápido como pudo. Al llegar, no podía

119 Sentados en circulo en el suelo


[ 163 ]
165
hablar… estaba mudo. No sabía qué pasaba… Quedó tan
mal, que desde ese día, el hombre no quería comer. Salía a
mediodía y volvía pasada la medianoche… y así la rutina de
todos los días.
Su mujer, muy preocupada, salió en busca de ayuda. Lle-
gó donde un curandero de la región, que tenía mucha fama
porque curaba a las personas que iban con fe. Le cuenta todo
lo sucedido a su marido, éste agarra la coca en sus manos,
seleccionando algunas hojas, sopla tres veces y lo echa sobre
un trapito. Según lo que revelaba la coca, dijo que el señor se
había asustado y que estaba muy difícil de curarlo. Comentó
que hay alguien que quiere robar su alma, y si no se hace algo
a tiempo, podría morir.
El curandero, después de ver tres veces en la coca, le dice
a la mujer que debe cumplir con todo lo que le diga si quiere
ver curado a su marido. Le da la receta diciendo: “usted va a
seguir a su marido donde vaya cuando salga a la hora acos-
tumbrada. Donde él se siente a descansar y vea que se queda
por mucho tiempo, va a ir con un chicote, lo saque a wasca120,
le echa agua bendita y agua bendita, hasta llevarlo a su casa.
Así lo hizo la mujer. Salió por detrás de él sin que se diera
cuenta… justo llega a la salamanca y lo perdió. Se encontró
con un hombre alto de sombrero negro, quien no le dejaba
avanzar. Ella veía un salón rojo, con gente elegante donde
todas las cosas brillaban como si fueran de oro. Al fondo
estaba su marido… Ella entró a la fuerza, sacó a su esposo a
chicotazos, y al salir golpeó al hombre de traje negro (quien
supuestamente era el diablo) y le echó el agua bendita por
los ojos. Aprovechó que no podía correr, y escaparon de la
salamanca. Llegaron a la casa todos agitados.
El esposo, a los días, volvió a la normalidad y tranquili-
dad, y vivieron felices por mucho tiempo. Se regó la noticia

120 Golpeando
[ 164 ]
166
y los comunarios no querían ya pasar por aquella quebrada.
Ya con los años, y con la lluvia y la erosión, la quebrada se
llenó de arena y la salamanca quedo como una leyenda de la
comunidad.

LAS POZAS VERDES DE SALAMANCAS


Narrador Oral: Plácido Soliz
Recopilador: Carlos Soliz
Profesora: Cintia Yohana Cardozo Guerrero

N
se cuenta que en la comunidad de Carachimayo, por la
zona norte, vivía don Marcos Guzmán, una persona que se
decía que tenía un pacto con el diablo y utilizaba la magia
negra para sus intereses.
Los comunarios comentaban que esta persona sabía usar
su magia para hacer maldad a la gente. También se decía que
a este señor le gustaba hacer bromas pesadas, como hacer
asustar a la gente.
Esta persona era odiada por los comunarios, no tenía
casi amigos, todos le tenían recelo: sólo Plácido Soliz, era su
único amigo. Plácido conocía a Marcos desde hacía mucho
tiempo y lo consideraba una buena persona sin importar lo
que la gente comentara, él ignoraba las malas voces.
Marcos con Plácido sabían tomar mucho trago, chicha,
entre otras bebidas que se podían encontrar en el pueblo.
Marcos tenía que entregar a alguien al diablo, para que éste
no le quite su magia. Él tenía algo en mente, quería entregar
a Plácido, pero tenía que llevarlo a un lugar especial donde
estuvieran solos. Entonces Marcos puso su magia a prueba,
para que ésta le diera más poder.
[ 165 ]
167
Una tarde, como muchas en las que se reunían los cumpas
de tomada, se pusieron a beber: trago, vino, chicha, alcohol,
hasta quedar bien borrachos.
Una vez que no tenían más bebida, Marcos le pedió pres-
tado un billete de 10 bs a Plácido, Marcos agarró el billete
lo apuñó y dijo: “billete de 10 convertir en 100”. Ahora con
más platita, seguían tomando, mientras iban camino a su
destino.
Lo que Marcos no sabía era que su buen amigo Plácido
tenía algo que lo protegía. Estaba protegido por las 4 ma-
gias: la magia blanca, el cigarro; la verde, la coca; la ama-
rilla, el alma y la roja, el machete. Por eso, Plácido siempre
estaba bien coquiau121, con machete en la cintura y un cigarro
en la boca.
Cuando estaban por llegar al lugar, Plácido reaccionó de
la inconsciencia que tenía por el alcohol, gracias a la protec-
ción de estas magias.
Viendo esto Marcos, pensó en intentarlo de nuevo. Ahora
quería llevarlo a Churquiguayco pasando la banda. Marcos
hizo tomar de nuevo a Plácido para llevarlo.
En el camino le dio una bebida muy fuerte preparada. Al
tomar quedó muy borracho e inconsciente, cerca de llegar al
lugar esperado. La tierra se puso de color sangre y del frente
de ellos salió un chivo parado en dos patas, tenía astas que
median como dos metros con cara de humano, deforme y cu-
bierto de pelos. En ese momento, para protegerlo a Plácido,
se activaron las cuatros magias, intentando salvarlo de esa
terrible situación.
La magia amarilla del alma le dio una salida a Plácido
mostrándole cuatro caminos: uno de ellos era una peña pro-
funda, el otro un alambrado lleno de espinas en suelo, en el
otro estaba el diablo y el último había un arenal con piedras
puntiagudas.

121 Expresión oral de “coqueado”


[ 166 ]
168
Entonces Plácido siguió su instinto, eligiendo ir por el
camino del arenal, gracias a esto logró salvar su vida. El
arenal resultó ser el río que estaba lleno de arena.
De allí salió Plácido muerto de miedo por lo que le ha-
bía sucedido, pero sano y salvo que era lo importante. Al
día siguiente la madre de Plácido, Sixta Soliz fue a buscar
al curandero del pueblo para hacer curar a su hijo ya que
éste estaba con una fuerte asustadura. Temblaba, estaba ojos
adentro, pálido y no conseguía dormir. Fueron en busca de
Calixto para que le dé una santigüada, con esto se logró cu-
rar de la maldad de la que había sido víctima.
Pasando como dos semanas de lo ocurrido, Plácido al
entrar en una tienda de la comunidad, encontró a Marcos
tomándose unos tragos, entonces Plácido le dijo:
-¡Maldito, desgraciau122 ! ¡Sinvergüenza! ¡Mal amigo! ¡Qui-
siste entregarme al diablo! ¡Eso lo pagaras caro, te lo prome-
to! Yo te digo que vas a morir en una semana, por el poder
de la magia amarilla.
Marcos no hizo caso de lo que había escuchado.
Había pasado una semana desde aquel encuentro, cuando
Marcos se encontraba volviendo del cerro con sus burros
durante la época de siembra. Al pasar por una poza, el agua
empezó a burbujear y salió de entre el agua el diablo dicién-
dole:
-¡Tú no me diste a alguien en sacrificio, en mi nombre!
Entonces te llevare a ti.
El diablo agarrándolo de los pies, lo empezó a arrastrar
al interior de la poza, una vez adentro el diablo empezó a
escupir una baba verde y decía:
-¡Las pozas verdes de salamancas! ¡Las pozas verdes de
salamancas! Y desaparecieron de entre el agua verde.

122 Expresión oral de “desgraciado”


[ 167 ]
169
Este suceso lo presenció Don Teófilo Torres. Éste hom-
bre estaba juntando sus vacas y pudo ver todo lo que había
pasado. Llegó a reconocer que era Marcos el amigo de Plá-
cido, y al día siguiente este señor fue a contar a Plácido lo
que había pasado con Marcos. Plácido simplemente guardó
silencio y bajó la cabeza en señal de duelo.
Estas pozas tomaron el nombre de “Las Pozas verdes de
Salamancas” y en la actualidad siguen estando ubicadas en
la zona norte de la comunidad de Carachimayo. Como cuen-
ta la historia, es de color verde y muy atrayente. Algunas
personas dicen que si llegas a entrar a esa poza el diablo se
te aparece y te lleva con él, por eso la gente suele temer a ese
lugar, y alejarse de él lo más posible.

EL PUENTE DEL RÍO CALAMA


Narrador oral: Modesto Huaita Portal
Recopiladora: Eldi Fernanda Albornoz Huaita
Profesor: Carlos Cruz

N
se dice que en el puente del río Calama, en la esquina,
había una cascada de agua cristalina. Antes de carnaval, la
gente del lugar siempre iba a dejar sus cajas123 que estaban
destempladas. Cuando iban a recoger, las cajas estaban to-
talmente retocadas: listas para el carnaval. Nadie sabía quién
las retocaba.
Un día, mi abuelo fue a San Lorenzo y a la vuelta, llegó
al río Calama, donde vio una sirena colgada del puente. Era

123 Instrumento típico de la zona, tambor de mano, con parches de cuero y cuerda
170
[ 169 ]
171
hermosa, su cabello era de color oro y también era largo. Mucha
gente la vio y empezaron a pensar que ella era la que reto-
caba las cajas dejándolas como si fueran nuevas. Otro día,
cuando ya era carnaval, mi abuelo volvió a ir a San Lorenzo
y a la vuelta, en la cascada, otra vez estaba la sirena, sentada
en una piedra. Su cabello le tapaba el cuerpo desnudo y con
una caja en la mano cantaba. Su voz era tan bella y melodio-
sa que todos los que pasaban por allí, la escuchaban cantar.

LA SIRENA (I)
Narradora Oral: Gabriela Gareca
Recopiladora: Esmeralda Yhanela barca
Profesora: Marcelina Castillo

N
cuentan que en la huerta de mi abuelos había una
acequia; que al pasar el agua, se detenía un poco en el pozo,
donde, según decían, se encontraba una sirena que solía can-
tar hermosamente. Los vecinos de ahí solían dejar sus ca-
jas124 dos semanas antes de compadres125 para componerlas126.
Dichas cajas eran colocadas en un molle que estaba ladia-
do127, chueco hacia el pozo. El molle tenía sus ramas como
ganchos, cómodos para dejar colgando las cajas. Las únicas
personas que tenían que dejar las cajas, eran los hombres,
tan solo ellos. Las cajas se quedaban ahí durante una se-
mana, después cuando volvían a recogerlas, se habían con-

124 Instrumento musical percusivo con el que se acompañan las coplas


125 Fecha de encuentro de compadres, celebración de la amistad y el compadrazgo
126 Alistar, afinar el instrumento.
127 Inclinado o torcido sobre un lado
[ 170 ]
172
vertido en las mejores que se podían escuchar en toda la
comunidad.
Pero dicen también que un hombre, que le ganó la curiosi-
dad, a las 12 de la noche, fue a la huerta. Escuchó y vio como
la sirena estaba tocando la caja y componiéndola. La sirena
le decía al hombre que se acercara, que ella no le haría nin-
gún daño. El hombre fue hacia ella porque la sirena era muy
hermosa. Al entrar al pozo, no volvió a salir nunca más. Al
día siguiente vieron como empezaba a salir del agua, peda-
zos de la ropa del hombre que no volvió a aparecer. Desde
entonces, nunca más la gente volvió a dejar las cajas ahí en
el molle. Tan solo iban los dueños de la huerta, que son mis
abuelos.

LA SIRENA (II)
Narradora Oral: María Elena Chocala Fernández
Recopiladora: Valeria Sarahi Chocala Paredes
Profesora: Marcelina Castillo

N
era una tarde bella y calurosa. Caminaba por el campo
en compañía de mi hermana Juana y mi perro llamado Solo-
vino. Nos íbamos al campo, que en ese entonces le llamaban
La Loma, para cuidar a todos nuestros animales: las vacas,
las ovejas, los chivos y los burros. En ese entonces, Juana
tenía doce años.
Camino al campo jugábamos por esa pequeña quebrada
llena de rocas y un poco de agua. Saltábamos y cantábamos
coplas de carnaval, de la pascua, de la cruz, en fin, siempre
cantando de todo sin descuidar a todos los animales.
Cada vez nos alejábamos más de las casas y nos íbamos
por medio de las montañas con nuestras ojotas rotas y polle-
[ 171 ]
173
ritas viejas, con nuestra cana sucia, nuestras blusitas blan-
128

cas bordadas, nuestra comidita al quepe129, en medio de un


aguayo multicolor, mote pelado, papa con cascara, ají molido
y un pedazo de charki130 de vaca; ese era nuestro almuerzo.
Nos detuvimos, en medio de la quebrada, a jugar con
agua y así bañarnos un poco, pero entonces todos los anima-
les se dispersaron. Unos fueron para un lado y otros por el
otro lado. Al darnos cuenta de esto, salimos inmediatamente
del agua para ir a buscar a todos los animales y que no se
nos perdieran. Pasamos como una media hora buscándolos y
por fin los reunimos a todos.
Íbamos alejándonos cada vez más y ya estábamos por lle-
gar a la comunidad de Santa Bárbara Grande, (que en ese
tiempo solo habitaban ocho familias).
Cada vez nos íbamos acercando y en un chorro de agua,
que estaba en medio de las montañas, nos asomamos a ver
ese bello chorro. Cuando de repente, vimos ahí, en medio
del agua sentada en las orillas de una roca, a una mujer bella
que se estaba peinando. La mujer era blanca, tenía el cabello
rubio, era alta, traía puesta una pollera roja hermosa llena de
brillantina, una blusa blanca floreada, unas ojotas charolea-
das, una manta amarilla que brillaba como oro, era de boca
roja, traía unos aretes largos y resplandecientes.
Nosotras solo la mirábamos a la distancia, pero esa mujer
nos llamaba y nosotras no le hacíamos caso, pero ella cada
vez nos llamaba más y más. En medio de las manos, tenía
una muñeca grande y hermosa, con esa muñeca nos quería
atraer.
En ese momento a nosotras nos comenzó a dar miedo.
Nuestros corazones latían rápidamente, nuestro cuerpo es-
taba temblando, la cara rosada y los ojos llorosos.

128 cabello
129 Bulto que se lleva en la espalda
130 Carne seca, alimento
[ 172 ]
174
Sin dejar pasar más tiempo comenzamos a correr rápida-
mente quebrada abajo sin mirar para atrás, dejando las ojo-
tas botadas, las ollas con la comida en el suelo y a todos los
animales botados en La Loma. Seguimos corriendo quebra-
da abajo tropezándonos con piedras y metiéndonos espinas
de churqui en los pies.
Ya llegábamos por la Cuchilla, un lugar de 3 peñas pe-
queñas alargadas y gredosas. Ahí paramos a descansar un
momento porque a Juana le comenzó a dar una toz inmen-
sa. Nos dimos la vuelta para ver si la mujer nos estaba si-
guiendo, y allí estaba. Seguimos corriendo hasta llegar al
Taco Morado, un lugar que es como una pampa. Ahí esta ese
tronco grueso, viejo, sin nada de hojas y ramas. Nuevamente
descansamos y vimos a la mujer detrás de nosotras pero ya
iba despareciendo era como si el viento poco a poco se lleva-
ba la imagen de la mujer.
Ya íbamos llegando a mi casa, asustadas y temblorosas.
Le contamos a nuestra madre lo que nos había pasado. Le
dijimos que a las orillas de un chorro de agua nos apareció
una mujer hermosa vestida de chapaca y que nos llamaba
para que vayamos donde estaba ella.
Nuestra madre nos dijo que era una mala hora y que por
eso nos había aparecido esa mujer.
Al pasar los días Juana y yo nos enfermamos, teníamos
fiebre, nos dolía la cabeza, no podíamos comer nada y sobre
todo no dejábamos de pensar en esa mujer que vimos en
La Loma. Al pasar una semana, vino un hombre curandero
que se llama Manuel Llaves. Tenía como 40 años y vivía en
Tabladita. Venía por Rancho Norte a hacer cambios de pro-
ducto, él traía losas, virquis, platos y a cambio quería maíz.
Él nos vio mal, enfermas y nos dijo que estábamos así por
la asustadera. Nosotras le dijimos lo que vimos en La Loma
a esa mujer. Y él nos dijo que esa mujer era una sirena y que
nos quería llevar. Nos dijo también que si no nos hacíamos
curar nos íbamos a volver locas...
[ 173 ]
175
LA SIRENA DEL CAMINO VIEJO
Narrador oral: Eulogio Llanois Herrera
Recopiladora: Alesandra Yhessenia Fernández Murillo
Profesora: Yolanda Abán

N
en aquel tiempo no había el puente del río La Calama.
Había cuatro caminos: uno a la mano izquierda, otro de fren-
te camino a San Lorenzo, otro a la derecha camino al monte,
y otro camino más donde los pasajeros esperaban a los ca-
miones que eran de René Ponce, Cesar Ponce, Elvia Molina
y Osorio Méndez.
En el Río Calama, hasta el día de hoy existe la sirena. Yo
Eulogio Llanos desde muy pequeño escuchaba sus coplas y
tonadas carnavaleras131 todos los domingos de carnaval a las
12 de la noche.
Una mañana de domingo de carnaval, en el año 1965, mi
padre me mandó a las 5 de la mañana a comprar puchero,
cabeza de cordero, y las patitas para cocinar. En el camino
me encontré con una linda moza de cabello largo, rubio, de
ojos verdes, sentada en una gran piedra y me dijo:
- Joven ¿a dónde vas tan apurado? Quédate a charlar con-
migo un rato.
Yo no sabía que ella era sirena; inocentemente me quedé.
- ¿Y tú cantas? – me preguntó
- Sí, canto - le respondí. Me dijo que aprenda éstas dos
coplas, y que la buscara el martes de carnaval en Tarija Can-
cha Sud:
“Las mujeres son el diablo Yo soy nacido en el rancho
Parientes del gallinazo En medio del algarrobal
Se comen la tripa gorda Por eso yo nací alegre
Al huevo no le hacen caso Soy hijo del carnaval”

131 Propias de la época de carnaval


[ 174 ]
176
Con esas dos coplas la busqué en Tarija Cancha Sud al
martes siguiente… y no la encontré a la señorita de cabello
rubio y ojos verdes. También me dijo que cuando regresara
a mi casa, un amigo me visitaría y me dejaría un regalo en
mi cama.
A medida que me iba yendo, ella se iba dando vuelta, has-
ta que vi como una cola de pescado… yo no le tomé impor-
tancia y me fui. Cuando regresé a mi casa fui directo a mi
cuarto y debajo de mi almohada había un libro de coplas.
Todas las tardes me subía a la copa de un molle a leer ese
libro, hasta que mi mamá lo encontró y lo quemó. Esta era
la última copla del libro que me dio la sirena, desde entonces
tengo el don de cantar, hasta el día de hoy:

“Cuando llega el carnaval


Canto tres noches y tres días
No comía ni dormía
De coplas me mantenía”

LA SIRENA DEL GUADALQUIVIR


Narador Oral: Evaristo Caseres
Recopiladora: Abigail Brinda Caseres Baldiviezo
Profesora: Cintia Yohana Cardozo Guerrero

N
cuenta la gente de la comunidad, que en el rio Gua-
dalquivir que pasa por la comunidad del Bordo de Carachi-
mayo:

“como antes no se encontraba el puente que hoy vemos


en el lugar y los habitantes tenían que pasar el río cami-
nando, cuando llovía, tenían que cruzar entre varias perso-
[ 175 ]
177
nas, agarrados en forma de cadena, ya que se ponía cauda-
loso y se los podía llevar.”

Dicen que al pasar la media noche, por el río, se escucha-


ba la voz de alguna mujer. Una vez un chapaco que pasaba
por ahí, escuchó la voz de una mujer cantando. Pensó que
era una mujer bañándose, que seguramente sería una imi-
lla132 k’ala133. No le dio mayor importancia y se fue.
En otra ocasión, tiempo después, pasaron dos muchachos
y escucharon sonar platos.
-Ve la Elvira, sigue laburando - comentaron entre ellos.
Ella era una señora que era muy comedida134 en la casa de
sus suegros. Siguieron caminando, cuando sonaron fuerte
estos platos como si se estuvieran rompiendo, se asusta-
ron… y se apuraron a pasar.
Después pasaron otras personas y también escucharon
voces, como si fuera una mujer cantando, el llorido135 de un
nacido, quejidos, etc. Ya mucha gente se había asustado en el
lugar, así que los comunarios preocupados llamaron a un cu-
randero de la zona. La hicieron santiguar la poza y las voces
pararon por un tiempo.
Para el carnaval siguiente las voces volvieron, pero esta
vez les pasó a unos chapacos y chapacas chupaus136 que vol-
vían el lunes de carnaval desde Canasmoro. Pasada la una
de la madrugada, ellos alegremente iban contrapunteando y
bebiendo…

132 Niña, moza


133 Desnuda
134 Servicial, laboriosa
135 llanto
136 Expresión oral para “chupados”, o ebrios.
[ 176 ]
178
Empezaron a cantar los mozos:

-Por qué me miras tan triste


Negrita y tan sin consuelo
Si no te gusta la cama
Negrita bájate al suelo
Las mozas respondieron con picardía:

-Ya no sirves, ya no vales


Negrito ya no haces nada
Ni en el suelo, ni en la cama

Seguían el camino alegremente, cuando de repente se ca-


llaron y vieron a una mujer a la orilla del río sin ropa, como
si se estaría bañando. Las chapacas poco interesadas siguie-
ron su camino, pero los chapacos se quedaron a contemplar
la belleza de la mujer… su piel brillaba por la luz de la luna,
parecía moldeada por los Dioses. Tenía un cuerpo cautivan-
te, su voz era la de un ángel. No podían dejar de verla, pero
a la vez se movía para no dejarse ver la cara, por un rato
estuvieron contemplando a la mujer. Su voz los hechizó sin
dejarlos moverse del lugar. Lo que paso después, nadie sabe
bien: ni los jóvenes saben qué sucedió, cómo volvieron a sus casas.
Ellos estaban en bien y no saben más, el menor de los mu-
chachos fue el más afectado, con solo veinte años. Saturnino
enloqueció, hablaba k’ jaka137… Su madre doña Candelaria
preocupada, le preguntaba qué había ocurrido. Pero ellos no
podían explicar nada. Su hijo solo aclaraba:
- Ella no quería llevarme mamay, dile que vuelva.
La gente mayor de la comunidad dice que lo que los des-
dichados muchachos vieron, era el alma de una mujer que se
ahogó en esa poza (eso pasó antes que ellos nacieran)...
…que su alma espera salir de la poza, para irse al cielo y des-
cansar en paz

137 tartamudeando
[ 177 ]
179
…que atrae a las personas para que tomen su lugar y así poder
ella salir de ese lugar que la tiene atrapada,
…que más bien corrieron con suerte,
…que se los hubiera llevado.
Los comunarios le pusieron de nombre: “la sirena del
Guadalquivir” a la joven mujer que aparece en esa poza. Le
guardan recelo al lugar, aunque ahora con el puente que hay
en el lugar, ya no se volvió a escuchar la historia de la sirena.

LA SIRENA QUE LE APARECÍA A UN


HOMBRE EN UNA REPRESA
Narradora Oral: María Vargas
Recopiladora: Layda Lucía Condori Rojas
Profesora: Eleanne Flores

N
HabÍa una vez, en Sella Quebradas, un hombre que es-
taba regresando a su casa de trabajar. Vio una luz en una
represa y él se acercó. Vio a una chica muy bonita, que tenía
mucho brillo en su cuerpo. Al ver la sirena, el hombre se
quedó hipnotizado. Entonces la sirena se le iba acercando.
Él no se dio cuenta… la sirena más se le iba acercando. Él se
iba quedando hipnotizado…
Su mujer creía que su marido se había enojado y habría
dormido en la casa de su madre. Entonces al otro día fue a la
casa de su suegra y le preguntó:
- ¿Mi marido durmió en su casa?
- No… - respondió su suegra. Entonces la mujer fue a
buscarlo a su trabajo y le pregunto a su patrón:
- ¿Usted le ha visto a mi esposo?
- Ayer se fue, en la tarde, rumbo a su casa.
[ 178 ]
180
Entonces se volvió a su casa y pasando por la represa vio
a su marido, hipnotizado. El señor perdió la memoria y su
esposa no sabía qué hacer. Así que lo llevó a un curandero
donde lo hizo curar.

EL TAPAU138
Narradora oral: Eloiza Cabezas
Recopiladora: Lourdes Quispe
Profesor: Nils Alarcón

N
Introducción: Los Tobas

en aquellos años (más de cien), en la Jarka existían los


Tobas139 que vivían en una cueva profunda. Ellos se vestían
con ropa de hilo de lana de oveja: hilaban la lana y luego la
tejían. Así las mujeres se hacían polleras, blusas, chompas y
para los hombres hacían pantalones de lana y ponchos. Ellos
en ese tiempo vestían de caito140 y también tejían pullos141,
colchas para taparse
Sus colchones eran de cuero (de vaca, de chivo o de oveja).
Curtían los cueros en una pecana142 grande, ahí los ablanda-
ban mojándolos. Limpiaban dentro de su cueva y dormían
en el suelo. Los tobas comían carne de sus ganados por-

138 Expresión oral para “tapado”: antiguo tesoro enterrado


139 Pueblo originario
140 Palabra quechua: hilo de lana, usado para la vestimenta típica de bayeta
141 Frazadas hechas de caito, hilo de lana
142 Piedra para moler
[ 179 ]
181
que criaban muchas vacas, ovejas, chivas, llamas y venados.
También hacían mucho queso, requesón, suero, pirí143 y todo
eso comían con mote. Con eso se alimentaban, con cosas
sanas que sembraban más antes como ser lisa, trigo, avena,
etc. En aquellos tiempos no escaseaba la carne porque mata-
ban sus animales sin miedo ya que criaban muchos.
Se dedicaban a sembrar para tener alimentos. Sabían
vender animales, y con eso ganaban plata. Toda esas rique-
zas que tenían (como ser la plata blanca, oro, joyas, etc.), lo
ponían en virquis144 o en ollas, jarrones, calderas y cajones.
Esos recipientes llenos de riquezas los enterraban de ma-
nera secreta para que nadie supiera donde se encontraban.
Solo tenían el pensamiento de guardar la plata bien escon-
dida donde nadie viera, porque en esos años no había en qué
gastar la plata. Cuando fallecían esas personas, los tesoros
quedaban enterrados y encantados por el diablo... Y con los
años se los llamó “tapados”, por ser tesoros tapados de tie-
rra. Con el tiempo la gente buscaba los tapaus para sacarlos
y venderlos, pero estos tapaus hasta ahora ya tienen un siglo
de antigüedad.

Desentierro de tapados

Se dice que para sacar estos tapaus es mejor sacarlos el 29


y 30 de agosto de cada año porque en esas fechas despiden
una llama que es controlada por la luz de la luna. Esta es
la noche del diablo donde se pueden buscar y sacar tapaus.
Para sacarlos, hay que realizar un ritual que consiste en pa-
gar a la tierra en manera de agradecimiento con ofrendas
como ser coca, pillagüa, cigarro, alcohol, vino o animales de
color negro, o hasta personas se tiene que entregar a cam-
bio del tesoro. Pero eso no puede sacarlo cualquier persona.

143 Comida
144 Cántaro de greda
[ 180 ]
182
Tiene que ser una persona con sangre pesada, corajuda que
no tenga miedo a nada, ya sea un medico o un brujo. Algu-
nas personas al sacar el tapau se hacen soplar con la tierra145
o sino les aparece un gato, un tigre o un león. De no ser así,
es posible que el tapau se lo coma a toda la familia uno por
uno.
Un señor sacó un tapau sin pedir permiso y sin pagar a
la tierra. Lo llevó a su casa y al llegar a su casa lo colocó en
un cuarto. Cuentan que el tapau en la noche ha empezado a
arder… que ardía como un juego146 grande… y se dice que
al otro día unas vacas amanecieron muertas. Y así se repitió
hasta que terminó con todos sus animales. Luego comenzó
con la familia… Al día siguiente amaneció muerto un señor
que se llamaba Teófilo, y al otro día siguió con la finadita
Ana… y luego la finadita Lidia… y después la finadita Isa-
bel… y después se lo comió al que ha sacado el tesoro y por
ultimo al finadito Eusebio y a Emiliano Tolaba. Así quedó
un solo señor vivo en la familia. Él, al ver como el tapau se
comía a la familia, se armó de coraje y se fue a enterrarlo de
nuevo a la jarka para salvarse. Al dejarlo enterrado de nue-
vo, ya dejaron de morirse personas.

La coquena147
También se dice que a alguna persona que tiene suerte, o
que es pobre y le hace falta recursos para alimentarse u otra
cosa importante, les aparece de la nada una coquenita.
Una tarde un señor salió al morro de la jarka a ver sus
animalitos. Le apareció una coquenita, que era una mujerci-

145 Hay numerosos relatos que cuentan de un viento, hediondez, o soplo de tierra que pasa
enfermando a quien desentierra el tapado, perdiendo la vida en pocos días.
146 fuego
147 Ser mitológico u aparición en forma de mujer, que es el espíritu de la tierra
[ 181 ]
183
ta bien quepidita y con su sombrerito llenito de flores del
148

campo y con su pollerita de lana que estaba con su cantina


hilando.
La coquena era la Tierra, solo que la Tierra se hacía ver
como una mujercita. Dicen que el señor le convidó su co-
quita, su vinito, su pillagüa y que le habló bien a la tierra. Y
con eso el hombre ofrendó y abonó a la Tierra. Dicen que
entonces la coquena, le habló al hombre y que el señor no le
tuvo nada de miedo. Y la coquena le ha dicho al señor “vení,
seguíme, vamos allacito”.
El señor la siguió y la coquena lo ha llevado a una quebra-
dita y le ha dicho “así como vos me has abonado y no me has
tenido miedo ahora yo te voy a dar un toro de oro”… Al dar-
le el toro de oro, ella le ha dicho “ahora te vas a ir sin mirar
hacia atrás”. El hombre le dio las gracias y se ha ido contento
con su toro de oro bien quepiu. Dicen que ha caminado un
largo trecho y que se ha dado la vuelta a ver lo que hacía la
mujercita pero que no logró ver nada porque la coquenita se
ha hecho chincas149.
El señor se volvió rico se compró casas, camiones, lotes,
de todo con el toro de oro que le había dado la Madre Tierra.
Pero él siempre le da gracias a la Tierra dándole su coquita,
su traguito, su pillagüita… porque gracias a la Madre Tie-
rra él se volvió rico.
Por eso se dice, que el cerro del morro que llaman “ jarka”, es
un cerro rico: por los tapaus que hay.

148 Palabra de origen quechua, proviene de K’epi: bulto, carga. Quepidita puede ser robus-
ta, o cargada con su k’epi o bulto
149 Se ha desaparecido
[ 182 ]
184
EL TORO DE ORO
Narrador oral: Erasmo Mamani Tejerina
Recopilador: Tony Nezareth Sandoval Mamani
Profesora: Yolanda Abán

N
dicen que años antes no había dinero en billetes. Lo
único que había de valor era el oro. Ocurrió que en los ce-
rros, cerca del Río Calama, existía un toro de oro que se
caminaba por los alrededores una vez por temporada.
Los comunarios buscaban la forma de agarrarle, pero en
vano eran los intentos. A pesar de ser buenos toreros con el
lazo en las marcadas150 , ninguno podía enlazar al toro de oro.
Un día, un grupo numeroso de hombres valientes, ex-
pertos en enlazar toros, acordaron pillarlo en grupo. Mucho
tiempo estudiaron su camino por donde recorría, las épocas
del año y las horas en que pasaba de un lugar a otro con
enormes mugidos.
Cuando ya tenían todo preparado, lo emboscaron en un
angosto de su camino y le acecharon. Cuando ya lo tenían
casi cercado, antes que lancen sus lazos, el toro de oro dio
un salto increíble y, casi sobre ellos, se entró al Río Calama,
en el remanso más grande y profundo. Levantando su cola y
dejando caer un poco de sus astas, se entró al río.
Los hombres, asustados y frustrados, lo vieron fijamente
como se entraba al río poco a poco. Se acercaron y levanta-
ron su bosta. La sorpresa fue que era de oro fino, del mejor
quilate. Desde ese tiempo es buscado por toreros y oreros151
que no pierden la esperanza de, un día, poder verlo y, por lo
menos, encontrar su excremento en las orillas del río.

150 Jornadas en las que se marca el ganado con hierros ardientes


151 Buscadores de oro
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185
LA VIUDA NEGRA (I)
Narradora oral: Florentina Altamirano Cardozo
Recopiladora: Ruth Noemi Eguez Cruz
Profesor: Carlos Cruz

N
se dice que hace mucho tiempo, por las calles más an-
tiguas de San Lorenzo, en diferentes caminos oscuros, se
aparecía una mujer vestida de negro.
Una de esas noches, un hombre había ido a una fiesta y al
volver, vio un camino muy oscuro. El estaba borracho por-
que había bebido mucho en aquella fiesta. Decidido a ir por
ese camino para ver a qué lugar llegaba, o lo que había por
allí, caminó hasta que en un momento escuchó un ruido. No
lo tomó en cuenta y siguió aunque era muy oscuro y no se veía
nada (ni lo que había por el camino). Más allá escuchó una
voz de mujer que le decía que él vaya hacia donde ella, pero
él no la veía, así que siguió. De pronto vio una sombra…
como si una persona estuviese allí delante. Escuchó que le
dijo que fuera donde ella, y él fue. Llegó hasta ella. Ella le
acompañó hasta un lugar más oscuro, mucho más oscuro, y
lo mató.
Al otro día encontraron su cadáver, avisaron a la fami-
lia sobre lo sucedido. La familia muy triste lloraba y así lo
enterraron. Desde entonces nadie va por esa calle, por la
historia que cuentan. La Viuda Negra siempre aparece por
las noches: su manto es negro, y se mueve con el viento. Se
te acerca cuando estás solo, y más aún si has bebido… se te
va a acercando con el afán de no sentirse sola.
[ 184 ]
186
LA VIUDA NEGRA (II)
Narradora oral: Nélida Sánchez Ávalos
Recopiladora: Nancy R. Segovia V.
Profesor: Carlos Cruz

N
Hace aproximadamente 43 años152, frente a la escuela
Eustaquio Méndez (de San Lorenzo) había una casita que
vendía trago, chicha y otros. Una noche muy tarde viene
don Julgencio Cáceres, un hombre que siempre solía venir
a esta mala hora. En ese tiempo no era bueno estar hasta
cierta hora, porque se dice que los duendes que vivían en el
sauce roto, de ahí salían y se llevaban a todos los niños y
personas que andaban a altas horas de la noche.
Don Julgencio quería comprar trago, pero pasados unos
minutos que no lo atienden, se va al lado del sauce roto. El
padre quiere salir a atenderlo pero escucha como si Julgen-
cio estuviese peleando con alguien. Gritaba:
- ¡Me estás pegando, me estás pegando!
Cuando todos salen a ver con quién estaba peleando, se
llevan una sorpresa muy grande. Frente al hombre había
una mujer vestida toda de negro y con un gran velo que le
cubría la cara. Pero lo más llamativo eran sus pies… que en
realidad eran patas de gallina. Pasó unos minutos y la mujer
se fue para arriba, por el camino del hospital. Cuando llega
a una casa mocha, que está antes de entrar al hospital, la
mujer se quita el velo y resulta que su cara era pura calavera.
El hombre que se había peleado con la mujer viene a la
casa, y realmente estaba como si hubiera peleado con al-
guien, porque su cara estaba toda rasguñada, arañada, con
heridas profundas. Su cara, camisa y manos estaban con san-

152 En 1975
187
[ 186 ]
188
gre. Asustado y traumado, decía repetidas veces: “me quería
llevar, me quería llevar”. Pasaron algunas horas y recién se
animaron a llamar a la policía. Entraron al lugar donde ha-
bía entrado la mujer y no encontraron nada.
Había pasado un año aproximadamente de lo sucedido y el
hombre muere. Algunos decían que murió porque se volvió loco
y otros porque él era un alcohólico y eso lo mató.
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189

IV. FÁBULAS

EL CÓNDOR Y EL ZORRO (I)


Narrador oral: Eusebio Tellez Melendres
Recopiladora: Virginia Villca Tellez
Profesora: Heidy Perales

N
esta historia se trata de un zorro que buscaba comida
en el bosque y de repente se encontró con un cóndor. El
zorro quiso matarlo, para después poder comérselo. Pero el
cóndor le dijo: “no me mates, yo te puedo dar la mejor comi-
da”. El zorro se subió a la espalda del cóndor y empezaron a
elevarse. Pararon en una nube y en esa nube había muchos
cóndores. El cóndor escondió al zorro para que nadie lo vea
y le dijo: “espera aquí que yo iré por comida y te traeré los
huesos”. El zorro esperó y esperó hasta que no aguantó el
hambre y se lanzó sobre los demás cóndores. Todos se fue-
ron asustados y enojados. El cóndor le dijo al zorro: “eres un
tonto ahora te dejo aquí”. El zorro contestó: “no me importa
al menos tengo comida”. El cóndor, sin decir nada, se fue.
Pasaron varios días y el zorro quería bajar pero no había
cómo. Se le ocurrió hacer una soga de algunos pedazos de
trapos que encontraba y cada día hacía más larga la soga.
Él empezaba a soltar la soga para ver si alcanzaba a tocar la
tierra. Un día cuando todo estaba listo, empezó a bajar por
la soga. Estuvo por horas bajando hasta que se encontró con
unos loros. El zorro empezó a molestarlos diciendo:
- Loros picudos.- Ellos se enojaron y le dijeron:
- Vamos a cortar tu soga si nos sigues molestando.- El
zorro arrepentido les pidió perdón. Los loros aceptaron sus
[ 188 ]
190
disculpas y se fueron pero cuando volvieron a pasar por el
mismo lugar el zorro volvió a molestarlos diciéndoles: “¡lo-
ros picudos!”. Ellos no aguantaron los insultos y, molestos,
cortaron la soga. El zorro empezó a caer hasta que cayó
sobre una piedra enorme y explotó.
Pasaron los días y en ese lugar empezó a crecer maíz.
Los animales iban ese lugar para recoger maíz para poder
alimentarse ya que, cada día, crecía más y más.

EL CARCANCHO Y EL ZORRO (I)


Narrador oral: Nolberto Claudio Zenteno Quispe
Recopiladora: Claudia Belén Zenteno Flores
Profesora: Heidy Perales

N
esta historia se desarrolla en un campo que se encon-
traba alejado de la cuidad. Se trata de dos amigos: un zorro
que era muy desobediente y malicioso, y un carcancho que
era muy elegante. El carcancho siempre participaba de reu-
niones muy importantes con sus amigos de clase alta (anda-
ban siempre de traje y corbata).
Ellos eran compadres y un día el carcancho le dijo a su
compadre zorro:
- Cumpita, tengo una reunión con mis amigos en el cielo
- Oh, compadre lléveme con usted, lléveme a la reunión.
- Ya compadre, ¿pero no me va hacer quedar mal, no? – le
preguntó el carcancho.
- No compadre, no lo haré. - El carcancho con voz muy
firme le dijo:
- Está bien compadre, pero cuando sirvan la comida y
pongan el plato sobre la mesa, prométame que no saltará
encima de la mesa como un muerto de hambre. Porque si así
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191
lo hace no lo traeré devuelta a la tierra y tendrá que arre-
glárselas solo para bajar del cielo…
Terminaron de hablar sobre la reunión. Llegó la hora de
ir y el carcancho llevó al zorro hasta el cielo. Llegaron todos
y se sentaron en sus respectivos lugares. Todos los amigos
del carcancho se encontraban con su traje y corbata. Pasó
un momento y empezaron a servir la comida dando a cada
cual, su respectivo plato. El carcancho observaba a cada rato
al zorro, para ver que no hiciera nada malo. Pasó un momen-
to… y el zorro saltó a la mesa como un muerto de hambre
quitando a cada uno de los amigos del carcancho, su plato de
comida. El carcancho al ver todo lo que había hecho el zorro,
se acercó a él, lo agarró de una de sus patas y lo arrojó fuera
de la reunión. El carcancho estaba bastante enojado…
El zorro, que había quedado solo en el cielo, vio eso y se
asustó. Empezó a caminar, de un lado al otro lado, pensando
qué hacer para bajar del cielo. Entonces un día, de tanto an-
dar pensando, se le vino una idea a la cabeza: se acordó que
existía una planta llamada sivinga. Ésta se podía trenzar y
hacer de ella, un tipo de cuerda. El zorro empezó a trenzar
la sivinga … cada día era poco lo que podía trenzar. Todos
los días tiraba la cuerda desde el cielo hasta la tierra, para
ver si ya podía bajar con seguridad y tranquilidad.
El zorro tenía mucha hambre y lo único que tenía, eran
unas semillas que le había dado Dios. Él se las dio al zorro,
para que se las llevara a sus hijos en la tierra. Como el zorro
era tan desobediente, no hizo caso y en todo el camino se
las empezó a comer. Un día, de tanta desesperación, tiró la
cuerda hacia la tierra.
Él creía que la cuerda llegaba hasta la tierra, pero no fue
así. Empezó a bajar y llegó hasta el final de la cuerda. El
zorro estaba colgando de la cuerda muy desesperado porque
estaba muy alejado de la tierra y tenía miedo de caer. Un
loro pasó por ahí, entonces el zorro empezó a molestarlo
diciéndole:
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192
- Loro quechichi153, no vas a cortar la sivinga. - El loro lo
amenaza diciéndole:
- La voy a cortar con mi pico si me sigues molestando.
- Ya no te molestaré por favor, no cortes la cuerda.
El loro se alejaba hasta cierta distancia y el zorro otra
vez lo molestaba
- Loro quechichi.
- Ahora sí te cortaré la cuerda, te lo advertí zorro. - El
zorro muy desesperado le pedía disculpas una y otra vez
pero el loro ya no le hacía caso. Tomó un poco de distancia
y con mucha rapidez fue hacia la cuerda y la cortó. Mientras
caía, el zorro gritaba:
- ¡Señor ayúdame! ¡Pongan colchones que aquí va el zo-
rro!
Pero los hijos de Dios no le hicieron caso y al contrario
pusieron una roca en la que cayó el zorro. Cayó y su panza
explotó. Al explotar, salieron bruscamente las semillas que
se había comido. Se distribuyeron en diferentes direcciones
haciendo que aparezcan todas las plantas que ahora se en-
cuentran en nuestro entorno. Estas semillas se reprodujeron
rápidamente en un bello y cálido campo en el que no había
mucha vegetación.
El zorro ya había muerto y gracias a eso, aparecieron todo
tipo de plantas.

153 Expresión coloquial para cochino o sucio


[ 191 ]
193
EL CÓNDOR Y EL ZORRO (II)
Narrador Oral: Pascual Orosco Navarro
Recopilador: Gustavo Yamil Orosco Méndez
Profesora: Cintia Cardozo

N
HabÍa una vez un cóndor y un zorro que eran compa-
dres. Un día el cóndor fue invitado a una cena en el cielo y
el zorro se enteró. Le rogó a su compadre que lo llevara y
después de tanta insistencia, el cóndor aceptó llevarlo. Pero
le dijo:
- Suba a mi espalda pa’ poder llevarlo, ¡pero no me va
hacer quedar mal cumpa!
- Ta’ bien, no hay problema cumpita, - dijo el zorro.
Entonces, el zorro subió a la espalda de su compadre
y se fueron al cielo. Una vez que llegaron al lugar, vieron
un enorme banquete. Había una variedad de platillos para
comer. Mientras, los demás cóndores se iban sentando a la
mesa. El cóndor le dijo a su compadre zorro:
- Espere aquí cumpa mientras nosotros comemos. Ya
después le voy a invitar.
Mientras los cóndores comían, los huesos volaban por la
mesa de un lado para el otro. El zorro, al ver esto, no pudo
aguantarse las ganas y se lanzó tras los huesos por sobre la
mesa donde estaban los cóndores comiendo. Todos se enoja-
ron, incluso el compadre del zorro. Los invitados se fueron
furiosos y dejaron al zorro en el cielo, totalmente solo. El
zorro gritaba desesperadamente:
-¡Compadre no me deje, cumpita por favor! - pero el cón-
dor se bajó nomás, haciendo oídos sordos.
[ 192 ]
194
El zorro sin encontrar cómo bajar, pasó un año en el cielo
haciéndose una cincha154 con sivingulla155 para poder bajar del
cielo. Durante todo el año sólo comió semillas de lo que en-
contraba, grandes y pequeñas, de: lacayote, guineo, zapallo,
achojcha156, poroto y garbanzo.
Cuando el zorro ya había acabado de hacer la cincha, listo
para regresar a casa, la tiró hacia abajo y empezó a bajar.
Cuando estaba bajando, vio pasar una bandada de loros y el
zorro les gritó:
-¡Loros ke’chinches157!¡Loros ke’chinches! ¡Loros
ke’chinches!
Como a los loros no les gustaba que les dijeran así, estos
se dieron la vuelta y empezaron a picotear la cincha para
cortarla. El zorro suplicó que no cortaran la cincha… y los
loros al verlo tan asustado se fueron y lo dejaron. Cuando
estaban lejos, el zorro volvió a gritar:
-¡Loros ke’chinches! ¡Loros ke’chinches, ja ja ja ja ja…!
Esta vez los loros se enojaron mucho más, volvieron rá-
pidamente para terminar de cortar la cincha y poder acabar
con la vida del zorro burlón. Mientras el zorro estaba cayen-
do, decía:
- ¡Pongan cama y colchón, que está cayendo su Dios!
Pero nadie puso nada y el zorro cayó encima de unas pie-
dras, reventó por todas partes y se esparcieron todas las se-
millas que tenía en su estómago. Desde entonces se cuenta
cómo aparecieron las semillas de lacayote, guineo, zapallo,
achojcha, poroto, garbanzo, y otras. Cuenta la gente que an-
tes de lo ocurrido al zorro no habían esas hortalizas.

154 Correa o cinturón


155 De sivinga, planta larga que sirve para hacer cuerdas
156 Fruto blando de forma alargada
157 molestosos
[ 193 ]
195
LA YUTA Y EL ZORRO
Narradora Oral: Aurora Ordoñez Soruco
Recopilador: Luis Yamil Aparicio Ortega
Profesora: Roxana Tarifa

N
HabÍa una vez, una yuta158 que apareció con sus tropas
de guagüitas159 pintadas…y apareció el zorro y le dijo:
- ¿Cómo pinta, comadre, a sus guagüitas así de bonitas?
Y la yuta le dijo:
- Fui a traer un quepe160 de leña y le prendiu el horno y les
metí ahí, al horno… y se pintaron así…Vaya a traer la leña
y junda161 el horno y métale ahí sus guaguas y agárrese la
caja162 diciendo: “pinta guagüita, pinta guagüita, pinta gua-
güita”…así hizo el zorro… y las guaguas del zorro comenza-
ron a reventar en el horno.
Al otro día, fue a sacar las guaguas y estaban todas he-
chas carbón. Con eso, se fue el zorro a encontrarle a la yuta.
Le encontró y le dijo: “comadre, ¿por qué usted me hizo que-
mar mis guaguas?... ahora me lo como a usted”. Y ella le
respondió:
- Soy agria y no me puede comer.
- Aquí lo como.
- Vaya a buscar ají con sal, si quiere comerme -. Ahí el
zorro se fue a buscar el ají con la sal. Molió y trajo un atau,
y la yuta le dijo:
- Ahora vamos a la punta del bordito y ahísito cachinche-

158 ave
159 Hijitos/as
160 carga
161 Encender, calentar
162 Instrumento musical
[ 194 ]
196
me163. - Ella extendía sus alitas y él le puso el ají por todos
lados, por debajo de sus alitas, por todo ello lo cachinchó y dijo:
- Ahora me la como
- Cómame. - Él ya estaba por abocarlo… y la yuta tiró un
bólido, sacudió sus alas y llenó los ojos del zorro de ají, quien
cayó peña abajo, partiéndose la cabeza.

EL CÓNDOR ENAMORADO
Narradora oral: Ramona Fernández
Recopilador: Humberto Denis Velásquez
Profesora: Lesby Sonia Jaramillo Gutiérrez

N
HabÍa una vez, una madre que tenía una hija que era
muy floja. No le gustaba que la manden a cuidar las ovejas,
porque se dormía por ahí en el cerro y los zorros se comían a
sus ovejas y su madre le regañaba por ser descuidada.
Un día, cuando la chica estaba yendo a cuidar a sus ove-
jitas, de repente le aparece un hombre con traje de color ne-
gro bien corbateado y le pregunta: “¿dónde estás yendo?”. La
chica le cuenta que tiene que ir a cuidar las ovejas al cerro
porque su mamá le ha retado, diciendo que las hace comer con
el zorro. El hombre le dice: “échalas por ahí a tus ovejas,
¿quieres venirte conmigo?” y ella le contestó que sí… él le
dice que se suba a su espalda.
Cuando de repente empieza a volar, ella se da cuenta que
era un cóndor. Se la lleva a una cueva en una peña. Horas
después, llegaban las ovejas solas a la casa y ella no llegaba.
Su mamá preocupada le manda a su papá que le vaya a buscar.
Su papá salió a buscarla, y no la encontró.

163 sazóneme
197
[ 196 ]
198
La chica estaba en la cueva y el cóndor le traía toda clase
de carne, pero cruda… la chica no quería comerla, porque
era cruda. Después a unos troperos que fueron a cuidar por
ahí, la chica les gritaba que llamen a su papá. Los troperos
le van a avisar. Su papá va y ella le dice que mate una vaca,
y que extienda la carne a la vista.
Ella le decía al cóndor que la baje, que ella quería elegirse
la mejor carne con sus propias manos. El cóndor no quería
bajarla, pero tanto rogarle al cóndor, la bajó donde estaba la
carne. Cuando estaban llegando, aparecieron muchos perros
para corretearlo, el cóndor escapó y se fue a esperar en la
bandita.
El papá se llevó a su hija. Hicieron una parrillada con
toda su familia y en la noche para asegurar que el cóndor no
se la lleve, le pa’charon 164un virki grande encima. Al otro
día fueron a ver a su hija, pero la encontraron muerta por
falta de aire.
El cóndor seguía esperando y donde estaba él, había go-
tas de sangre. Él había llorado toda la noche, ya que él esta-
ba enamorado de la tropera.

EL ZORRO Y LA PERDIZ
Carla Añazgo Quiñones

N
HabÍa una vez un zorro y una perdiz que se hicieron
compadres. Un día, la perdiz se enojó con el zorro y, como
ella corría peligro al lado del zorro, buscaba la manera de
deshacerse de su compadre.

164 Echaron
[ 197 ]
199
Un día, el zorro le pregunta a la perdiz:
- ¿Comadre, cómo es que tiene sus guagüitas tan bonitas?
Y la perdiz le dice:
- Mire compadre, póngale leña al horno, préndalo, caldee
bien el horno y métale ahí a sus guagüitas. Tápele bien el
horno y cante alrededor del horno “pinta guagüita, pinta
guagüita”.
El zorro hace todo lo que la perdiz le dijo y cuando fue a
ver el horno, vio que sus guagüitas estaban hechas chicha-
rrón, muertas. El zorro va a ver a la perdiz y le reclama:
- Ahora sí, comadre, no se escapa de mí… ¿Por qué es us-
ted tan mala, tan perversa? ¿Por qué mató a mis guagüitas?
Ahora sí me la voy a comer.
A lo que la perdiz le responde:
- Compadre, usted para comerme a mí… yo soy desabri-
da… así que me tiene que echar salcita debajo de mis alitas
y con eso recién me puede comer.
El zorro, sonso, va y busca la sal y le echa por las alitas.
La perdiz emprende vuelo, echándole la sal en los ojos, y le
deja ciego al zorro. Así ya el zorro, no pudo comerse a la
perdiz, que se fue volando. Por eso se dice que el zorro, des-
de ese día, no ve bien en el día, y ve mejor en la noche.
[ 199 ]
201

V. MITOS

EL JUCUMARI (I)
Narradora oral: Alejandra Saldaña Ovando
Recopilador: Luis Alberto Gonzales Ovando
Profesor: Carlos Cruz

N
cuentan que hace muchos años, una ovejera salió al
campo a cuidar a sus ovejas. En un momento le apareció
el Jucumari, y le dijo “tóqueme mi espalda” y ella le tocó. La
llevó quepio165 a la cueva donde él vivía y la encerró con una
piedra grande. Ahí la mantuvo mientras él iba a robar ollas
de carne de las casas silenciosas, para que la ovejera pudiese
alimentarse. Pasaron muchos meses en los que el jucumari
le hizo tener un hijo suyo. Mientras, la familia de la ovejera,
la tenían por desaparecida a su hija la ovejera.
Ella le pedía al Jucumari carne y sal para que pudiera
alimentar a su hijo. Ella lloraba mucho. Su hijo crecía muy
rápido, hasta que un día le dijo: “mami no llores más, yo voy
a crecer y voy a empujar la piedra”. En el transcurso de los
días que pasaban el hijo hacía mover la piedra, más y más...
Un día de esos, la ovejera le pidió al Jucumari que fuera a
buscar miel para darles de comer. Mientras fue a buscar la
miel, su hijo empujó la piedra y sacó a su madre de la cueva.
El jucumari escuchó el ruido de la piedra caerse desde muy

165 Cargada al hombro


[ 200 ]
202
lejos. Mientras su hijo y su madre estaban escapando, él es-
taba volviendo rápidamente y se encontraron en el camino.
- ¿Dónde están yendo? – preguntó el jucumari.
- Estamos yendo a ver a mis abuelos… Papi aquí hay miel
–dijo el hijo, alzando una planta. - Mete tus dos manos –
El jucumari le hizo caso, y el hijo le hizo apretar con la
planta y ahí se quedo atascado su padre hasta morir.
Luego se fueron a la casa de su madre donde sus padres le
recibieron y se alegraron mucho de que ella hubiera vuelto.
Su hija les contó la historia a sus padres, de que su hijo era
del jucumari. Ellos aceptaron criar a su hijo y le pusieron en
la escuela.
Era el mejor alumno del curso mientras que sus compa-
ñeros no podían. Su maestro le dijo al niño que les “corrija
a sus compañeros”... a los que no podían que les de un coca-
cho (golpe). Cuando su maestro volvió, los alumnos estaban
muertos. Le preguntó “qué se hicieron tus compañeros”, y él
le respondió “ellos están durmiendo”.
El profesor comunicó a todos los comunarios que su
alumno había matado a sus demás compañeros. Todas las
personas se reunieron en el colegio y la madre del alumno,
dio la autorización para que lo maten a su hijo (porque su
padre era un jucumari). Todas las personas le rodearon y lo
mataron con palos y otras cosas… su madre siguió adelante.
[ 201 ]
203
EL JUCUMARI (II)
Narradora oral: Ela María Garzón Vides
Recopilador: Neyder Daniel Reyes Choque
Profesora: Heidy Perales

N
según los relatos de las personas antiguas que se fue-
ron transmitiendo de generación en generación, se cuenta la
historia del jucumari.
Esta historia comienza en una comunidad muy lejana en
medio de los cerros. En esta comunidad, los caminos eran
pequeños senderos y las casas estaban hechas de paja y ba-
rro. Las personas vivían de los animales y por eso salían to-
dos los días a pastorearlos. Un día, una joven muy hermosa
de cabello negro, ojos negros y tez morena, llamada María,
salía a pastar a sus animales al campo. Todo el día estuvo
en eso, y cuando volvía a su casa de noche se le apareció el
jucumari, que era un animal de dos metros cubierto de pelos
que tenía la fuerza de diez hombres. Ella al verlo se asustó
y salió corriendo hacia una quebrada a esconderse, pero el
jucumari la atrapó y se la llevó. Ella gritaba “¡auxilio, por
favor ayúdenme!”, pero nadie acudió a ayudarla. Así el jucu-
mari se la llevó a su cueva que se encontraba al pie de una
montaña.
La cueva estaba llena de restos de animales: huesos, cue-
ros, pezuñas. Ahí encerró a María, trancando la entrada con
una enorme roca. Cuando volvió, el jucumari encontró a
María sentada en una esquina llorando. Éste le trajo ropa y
comida y le dijo:
- Toma
Ella al escucharlo a hablar se quedó sorprendida. Tomó
las cosas que había traído y así pasó el tiempo. Ella se acos-
tumbró a vivir con él y después de un tiempo quedó emba-
razada. Como toda mujer embarazada, tenía antojos y el ju-
204
[ 203 ]
205
cumari tenía que complacerlos. Así pasaron los nueve meses
y ella dio a luz a un niño mitad humano, mitad animal: era
una persona que estaba cubierta de pelos. Así pasaron los
años y María aún tenía el deseo de ser libre de esa cueva.
Su hijo, al que le había puesto por nombre Juan, ya era todo
un adolescente. Además podía hablar y se vestía a pesar de
estar cubierto de pelos. Un día Juan logró derribar la enor-
me roca que trancaba la entrada (porque además de estar
cubierto de pelo, también sacó la misma fuerza de su padre).
María, al ver que podía irse, tomó algunas cosas y se fue con
su hijo. Cuando el jucumari volvió, encontró la cueva vacía
y salió corriendo en busca de ellos. María y Juan, cansados
de tanto correr, decidieron descansar bajo la sombra de un
árbol. De pronto escucharon el grito del jucumari que se
estaba acercando. Comenzaron a correr hasta que llegaron
a un río muy caudaloso. Para cruzar, Juan derribó un árbol
por donde pasó su madre María y después él. Esperó a su
padre y cuando llegó le dijo:
- Papá, cruza por aquí.
Éste le hizo caso y cuando estaba cruzando Juan volteó
el árbol y arrojó a su padre al agua. Fue arrastrado por el
rio y murió ahogado. María y su hijo Juan, al verse libres del
jucumari decidieron irse y comenzar una nueva vida.
[ 204 ]
206
EL JUCUMARI (III)
Narrador oral: Weimar Abel Sánchez Vega
Recopiladora: Mariette Celina Sánchez Cardozo
Profesora: Heidy Perales

N
cuentan que hace ya mucho tiempo, vivían en la es-
pesura del monte, una raza de seres dotados de una fuerza
descomunal. Por ser velludos, se habían alejado de los seres
humanos para vivir en la espesura de los bosques.
Siendo todos varones y al no haber mujeres para man-
tener viva su especie, entraron en una profunda crisis. Lue-
go de una larga y discutida reunión, decidieron acudir al
jucumari mayor, para que les diera un consejo sabio para
resolver el problema. Éste les dijo “al igual que el águila real
es señor de las alturas, los jucumaris, de la misma manera,
somos dueños de todo lo que es de la tierra”.
A partir de ese día, estos seres se dispersaron para buscar
la solución a sus problemas de supervivencia. Los hombres
evitaban a toda costa encontrarse con ellos. Sin embargo,
un día un joven jucumari, desde la espesura del bosque, con-
templó a una joven sin pelos, quedándose enamorado por su
encanto y voz, tierna y dulce. Desde ese día iba ver a la mu-
jer sin acercarse. Una tarde en que la mujer entró a bañarse,
el jucumari, sin pensarlo dos veces, corrió y tomó a la joven
para luego perderse en la espesura del bosque.
Caminaron varias horas y solo descansaban para comer
algunos frutos, hasta que llegaron a una cueva donde vivía
el jucumari. Introdujo a la mujer a la cueva, pese a la débil
oposición de ella. Pasaron los años y tuvieron un hijo, al que
ella le dio toda su protección, atención y educándolo como
pudo. Pero su hijo preguntaba qué había fuera de su hogar.
Tanto que el niño insistió, logró convencer a su madre de
salir de la cueva.
[ 205 ]
207
Una mañana, cuando el padre se fue en busca de alimen-
tos, la madre y el hijo hicieron un esfuerzo para mover la
piedra y así escaparon hasta la población más cercana, donde
fue amparada por los vecinos protegiéndola de la furia del
jucumari, que la buscaba por todo el bosque. La mujer, con
tal de darle una buena educación a su hijo, lo inscribió en
una escuela, sin darse cuenta que el niño tenía la piel llena
de pelos, lo cual fue notado por sus compañeros quienes se
burlaron de él.
Un día, el niño se cansó de las burlas de sus compañeros
y le dio un golpe a uno de ellos, dejándolo inconsciente en el
suelo. Lo mismo hizo con otros que lo insultaban. La fuerza
que tenía, no fue del agrado de todos y vieron al niño como
una amenaza. La madre, al enterarse del hecho y temiendo a
la reacción de la población, se fue con su hijo al bosque, para
nunca más volver.

LA COQUENA
Narradora oral: Joaquina Gareca
Recopiladora: Alba Abigail Ramos
Profesora: Heidy Perales

N
un hombre muy pobre, de unos sesenta años, vivía en
una choza de paja. El pobre hombre no tenía qué comer, no
tenía dinero y su ropa era vieja.
Un día el hombre tenía muchísima hambre. Se fue al ce-
rro a cazar venados para poder comer. Mientras logra cazar
seis venados, le aparece la coquena que le dice al hombre:
- ¿Por qué cazas mis venados?
- Yo los quería cazar para poder comer, porque yo no
tengo nada y soy una persona pobre – respondió el hombre.
208
[ 207 ]
209
- Yo te voy a dar un arte. Andáte a tu casa y no vuelvas
más por aquí a cazar mis animales.
El hombre obedeció y se fue. Durmió toda la noche y al
despertar a la mañana siguiente, se quedo muy asombrado al
ver todo lo que encontraba dentro de su casa. Había varieda-
des de papas, maíz, frutas, verduras, arroz, etc.
El hombre decidió vender todo aquello y se hizo millona-
rio. Pasaron unos días y uno de sus compadres le preguntó:
- Compadre, usted era pobre. ¿Cómo se hizo rico de la
noche a la mañana?
- Compadre, fui al cerro a cazar unos venados y de la
nada me aparece la coquena. Me dijo que me iba a dar un
arte y que me viniera a la casa y no volviera más y al des-
pertar a la mañana siguiente me encontré con una variedad
de papas, verduras, frutas.
Su compadre al oír todo esto fue al cerro a cazar venados,
aparece coquena y el hombre rico le dice a la coquena:
- Yo he venido a cazar los venados porque no tengo nada
que comer soy pobre.
Pero coquena no le creyó, ya que era rico y no pobre.
- ¡Yo te voy a dar! Andáte a tu casa y no vuelvas más.
El hombre obedeció y se fue a su casa. Él se durmió y no
despertó más: se había muerto por mentiroso.

EL SILBACO
Narradora oral: Amalia Alvarado Avendaño
Recopiladora: Faviola Paredes Alvarado
Profesora: Mery Luz Villa

N
se dice que por las noches, en lo más profundo de los
bosques, en los montes y quebradas, con un frío que viene
del sur, se suele oír un sonido estremecedor, parecido a un
[ 208 ]
210
llanto o lamento, al que los lugareños llaman: el silbido del
Silbaco. Si estas solo y con pena, podrías escuchar al silbaco
y llorar del susto.
Dicen que el sonido es producido por una indiecita gua-
raní convertida en ave nocturna por su propio padre.
Su padre era malvado y no soportaba el amor de su hija
con un hombre. Éste no era de su agrado y por eso lo mató
con un machete. Su hija fue testigo de este crimen. El padre
malvado, para no ser descubierto, convirtió a su hija en un
pájaro.
Desde entonces, esta indiecita convertida en ave, vagó
arrastrando sus penas por el monte chaqueño. Quien la es-
cuche y trate de seguirla, se perderá junto a ella… hasta
llegar a su casa donde el ave lleva a cualquier persona que la
escuche o la imite en su silbido. Este pájaro es conocido en
el chaco como el silbaco.

EL SEÑOR POBRE Y LA COQUENA


Narradora oral: Natividad Cazón
Recopiladora: Celina Cazón Alarcón
Profesora: Claudia Quiñones

N
HabÍa una vez un señor muy pobre que no tenía qué
comer. Del hambre que tenía, se iba a cazar a las jurinas166
con su perro.
Ya eran muchas las veces que cazaba las jurinas el hom-
bre pobre. Un día se descuidó y su perro desapareció. El
perro se fue a cazar solito las jurinas. Cuando estaba a punto

166 Animal parecido a un pequeño venado


[ 209 ]
211
de cazar, le apareció la dueña de aquellos animales y le dijo:
“¿Qué estas por hacer con mis animales? Ahora te voy a ma-
tar”. El perro agachó la cabeza y soltó unas lágrimas de sus
ojos. La coquena, dueña de las jurinas, llevó al perro a su
casa. Pasaban los días y el perro no regresaba a la casa de
su dueño.
El señor pobre estaba muy preocupado y decía: “Qué ha-
brá pasado que no aparece mi perro”. Se puso muy triste, se
hizo tarde, y el perro no llegó. Al otro día, el señor pobre
se levantó de su cama a hacer el avío, preparó el pirí167 y lo
ató en un trapito para llevarlo a su perrito. Se lo cargó en un
bolso y salió a buscar.
Subió un cerro muy alto y silbó para llamar a su perro.
Bajó una senda muy larga y de nuevo silbó…. Cuando levan-
tó la vista, miró unos corrales muy llenos de jurinas. Llegó a
la casa de la coquena y estaba muy asustado. De repente, vio
a su perro amarrado del cuello con una serpiente. Se acercó
al corral donde la coquena hacía amamantar a los chivitos de
las jurinas.
El señor pobre le saludó a la señora coquena y ella le
respondió:
- Buenos días - muy enojada le dijo - Mirá tanto costo
que me das con tu perro, que mató a mis jurinas. Soltaré a
tu perro con una condición: que ya no mate a mis animales
- Bueno, ya nunca más soltaré a mi perro. - La señora
coquena le dijo:
- Espérame aquí. Yo iré a casa a traer una cosita para
usted.
El señor pobre lo esperó muy asustado... la señora coque-
na tardó en volver.
Volvió con un atadito en sus manos y le entregó al señor
pobre y le dijo: “este atadito que te estoy dando, lo vas a po-

167 Comida hecha de trigo molido


[ 210 ]
212
ner en un rinconcito de la casa”. El señor pobre se fue a su
casa sin mirar hacia atrás. Cuando llegó a su casa colocó el
atadito en un rincón como dijo la coquena.
Al otro día el señor pobre despertó y vio que su casa
estaba llena de dinero, que no podía abrir la puerta por esa
razón. Desde ese día nunca más sufrió por falta comida y
tenía todo para vivir muy feliz.

instantáneas

Algunos de los Profesores de Comunicación y Lenguaje participantes

Unidad Educativa
Prof. Osvaldo Gálvez
(La Calama)
Prof. Lesby Jaramillo

Unidad Educativa
Tomatas Grandes
Prof. Nils Alarcón
Prof. Deimar Ayarde
[ 211 ]
213

MeMoria

SAN LORENZO, CUENTA


Proyecto de arte y transformación social
“San Lorenzo, cuenta”, tuvo como finalidad la promoción de
la identidad local, a través de las historias. Para esto, reali-
zamos dos grandes tareas: formación artística en narración
oral y recopilación de historias de tradición oral.
La formación artística en narración oral se realizó desde
julio hasta noviembre de 2018, en encuentros semanales de
2 horas. Los talleres estuvieron a cargo de la profesora Lic.
Pamela Delgado, quien acompañó y guió el proceso de for-
mación artística de cada uno de estos jóvenes, facilitando
aprendizajes significativos. Además, se contó con la parti-
cipación de excelentes artistas que vinieron desde La Paz
a brindar talleres de especialización. El primero se realizó
en el mes de septiembre a cargo de Janeth Cordero, y el
segundo en octubre, a cargo de Martín Céspedes. Participa-
ron de estos talleres formativos, estudiantes de secundaria
del “Colegio Simón Bolívar de la Victoria” motivados por la
Profesora Heidy Perales, (quien creyó en este proyecto y lo
valoró la oportunidad para sus estudiantes); y cuatro muje-
res de San Lorenzo de edades diversas. En ambos grupos,
se realizaron actividades que tuvieron como resultado, el de-
sarrollo de la personalidad, la confianza, y la expresión de
quienes formaron parte. En algunos casos, esta formación,
fue suficiente para despertar y sacar a la luz, al artista que
había latente en cada quién.
Por otra parte, en los meses de Julio, Septiembre y Octu-
bre, se realizaron espectáculos de narración oral. El prime-
ro estuvo a cargo del dúo “Los Caminantes”, presentando
su espectáculo “Historias del camino, un viaje entre cuentos y
canciones”. En septiembre se presentó el grupo “Tarambanas
[ 212 ]
214
Teatro” con su obra “Joshua” y en octubre, Martín Céspe-
des con su espectáculo “Cuentos que abrazan”. Ambos, tu-
vieron una excelente recepción de los alumnos y también de
las profesoras y profesores del Colegio Simón Bolívar de la
Victoria.
Complementando lo anterior, se realizó un conversatorio
en la Escuela Normal de Formación de Maestros de Ca-
nasmoro: “Identidad Local en tiempos de Cultura Global”.
Contamos con la presencia de destacados cultores de Tarija:
Lucila López Tamayo (poetisa y escritora), Paulino Figue-
roa (escritor, recopilador y compositor) y Francisco Perales
(agricultor, profesor y ex director de la Escuela Normal).
Además se realizaron dos audiocuentos por parte de Los
caminantes. Los mismos fueron adaptaciones de un cuento
y un poema del reconocido escritor mendeño, Don Oscar
Alfaro. Esto tuvo como objetivo, la difusión del proyecto y
la valorización de la cultura local.
La recopilación de historias, estuvo dirigida por Augusto
Luna, quien promovió la Investigación Participativa “Re-
copilación de Historias de Tradición Oral”, diseñada como
tarea con valor pedagógico, en el área de Lenguaje y Comu-
nicación. La misma, se materializó con un instructivo para
los profesores, donde se definieron los aspectos generales
del concepto de Patrimonio Cultural Inmaterial, los aspec-
tos específicos de recopilación folklórica, y la consigna única
y común a todos: recopilar una historia de tradición oral, a
través de la entrevista de un adulto mayor a 55 años. Los
materiales entregados a los estudiantes recopiladores fue-
ron: folletín de ejemplos y cuestionario para la entrevista.
Para el entusiasmo de la población estudiantil, dicha tarea se
enmarcó en el “Concurso de Historias de Tradición Oral”, el
cual planteaba la premiación de los mejores trabajos.
Gracias al convenio de cooperación firmado con la Direc-
ción Distrital de Educación, a cargo de Lic. Sandro Donaire
[ 213 ]
215
Soruco, los profesores de Lenguaje y Comunicación (men-
cionados en los créditos iniciales del presente libro), pusie-
ron en práctica la tarea en la mayoría de los cursos de las 13
Unidades Educativas del Nivel Secundario, del municipio de
San Lorenzo. Esta investigación participativa se desarrolló
exitosamente en los meses de septiembre y octubre. De una
población total de 1600 estudiantes secundarios, se logró
que 815 jóvenes recopilaran un total de 865 versiones de his-
torias de tradición oral, siguiendo las indicaciones y com-
pletando el cuestionario.
Las recopilaciones se llevaron a un proceso de selección
y edición por parte de Augusto Luna y Pamela Delgado,
quienes se encargaron de mantener la esencia narrativa y la
oralidad, de cada una de las historias seleccionadas.
El dúo narrativo – musical “Los caminantes”, gestores y
productores del proyecto, agradecen a todas las personas de
San Lorenzo, que confiaron y aportaron para el éxito de las
propuestas: profesores, estudiantes, adultos mayores y po-
blación general.
Con la alegría de dejar a nuestro paso un aporte fundamen-
tal y significativo, no solo para los presentes sino para las
futuras generaciones, esperamos que el presente libro sirva
para la salvaguarda del Patrimonio Cultural Inmaterial de
la provincia Méndez. Asimismo, anhelamos que los jóvenes,
niños y niñas, se apropien de este texto leyéndolo una y otra
vez. Si este libro cumple su objetivo y despierta el interés de
los menores por la tradición oral, le dejamos el mejor conse-
jo que le podemos dar al lector: vaya y converse con los adul-
tos mayores, pidiéndoles que les cuenten aquellas historias
que sus padres le habrían contado en su infancia.
[ 214 ]
216
[ 215 ]
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