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SCHELICA MOZOBANCYK
2014
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INTRODUCCIÓN
Este escrito es una adaptación -destinada a ser utilizada como material de estudio
de la Cátedra I de Salud Pública y Mental, Prof. Titular Martín de Lellis- de una
ponencia presentada en las “Jornadas Internacionales de Neurociencias, Medio
Ambiente y Salud Comunitaria”, realizadas en el año 2012 en la Universidad
Nacional de Avellaneda (UNDAV).
Si el estudiante puede quedarse con esta “guestalt”, con esta impronta, respecto a
la visión compleja de la “realidad” y puede dejarse asombrar, confundir, inquietar,
interrogar por algunas de las relaciones que aquí se presentan, el propósito estará
cumplido. Ya habrá tiempo para analizar con detalle estos modelos conceptuales
en otras instancias de la asignatura, la carrera o aún la vida profesional.
En esta ponencia aspiramos a generar una mirada integradora tanto acerca del
medio ambiente, como del desarrollo humano y de las múltiples y significativas
relaciones de interdependencia que existen entre ambos términos. El propósito es
complementar las miradas parcializadas que existen muchas veces respecto al
ambiente y al desarrollo humano que, si bien aportan siempre elementos de
análisis imprescindibles, tienen la desventaja de que los mismos no son reunidos
nuevamente en síntesis integrativas que permitan una lectura más compleja, de
mayor poder explicativo.
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Las características de los sistemas complejos y su utilización para la comprensión de los
fenómenos del campo de la Salud Pública pueden ser consultados extensamente en de Lellis &
Mozobancyk, 2013.
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LA COMPLEJIDAD DEL DESARROLLO HUMANO
Entendemos por Desarrollo Humano “aquel que sitúa a las personas en el centro del
desarrollo”, permitiendo la expansión de las capacidades de las personas de modo
de ampliar sus opciones y oportunidades en la vida, con la posibilidad de que todos
los individuos sean sujetos y beneficiarios del desarrollo, gozando de la libertad de
vivir plenamente de acuerdo a sus valores. Es el proceso por el que una sociedad
mejora las condiciones de vida de sus ciudadanos a través de un incremento de los
bienes con los que puede cubrir sus necesidades básicas y complementarias y de la
creación de un entorno en el que se respeten los derechos humanos de todos ellos
(PNUD, 2011a).
Una noción central para el estudio del desarrollo humano es la de valores que son
“guías de acción” que orientan la escala de prioridades de las personas (y
sociedades) y por tanto influyen en las decisiones de desarrollo que toman. A nivel
social los valores orientan el rumbo del desarrollo, al definir “lo que es bueno o
deseable para una sociedad” (PNUD, 2010). A nivel personal o interpersonal, esta
dimensión, tan relevante en el curso de la vida humana, ha sido ampliamente
estudiada desde la psicología, especialmente por la psicología social.
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La definición de los valores que orientan la construcción de los procesos de
desarrollo necesita realizarse sobre una ancha base de convocatoria y participación
popular que permitan la sustentabilidad de los mismos, tal como lo ha realizado
Brasil de un modo inédito, recientemente (PNUD, 2010).
Así, el Índice de Desarrollo Humano (IDH) propuesto por el PNUD en 1990 considera,
además del PBI per cápita, un indicador de salud (la esperanza de vida al nacer) e
indicadores de educación (tasas de alfabetización). No obstante, entendiendo que
estos indicadores son demasiado estrechos como para capturar el enorme y
complejo abanico de dimensiones que abarca la noción de desarrollo humano se
han ido agregando, a lo largo del tiempo, otros nuevos. Algunos de los considerados
han sido, por ejemplo: situación de pobreza, cobertura de agua potable y
saneamiento, estado nutricional, salud maternoinfantil, acceso a los servicios de
salud, desigualdad de ingresos, situación ambiental, igualdad de oportunidades
para la mujer (PNUD, 2005). Particularmente importantes son los indicadores que
miden no ya la riqueza de una sociedad sino cuán equitativamente está distribuida.
Actualmente, los indicadores han alcanzado una gran variedad que da cuenta de
una multiplicidad de dimensiones: empleo (con énfasis en su calidad), seguridad
física, empoderamiento, libertad política, relaciones sociales y comunitarias, ocio,
llegando a incluir algunos otrora insospechados como bienestar subjetivo y
psicológico y aún la felicidad (PNUD, 2011b).
Pero frente a esta aspiración esperanzadora presentada por muchos países del
mundo y en medio de la complejidad de variables que condicionan el desarrollo
humano, ha aparecido una amenaza inquietante que, tal como la crónica de un
desastre anunciado, vino a empañar las expectativas. En efecto, en el informe de
Desarrollo Humano de 2011 nos encontramos con una frase demoledora: “el
ambiente está poniendo un límite real al desarrollo humano. Es la limitante más
fuerte. Se espera que el IDH baje y no suba para 2050” (PNUD, 2011a).
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La contundencia de esta afirmación y la amenaza que profetiza vuelve a poner en
relación al ambiente y al desarrollo humano como dos caras indisociables de una
misma moneda.
El Desarrollo Sustentable
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No hay posibilidad de desarrollo humano si no se preserva el medio ambiente que
sustenta la vida en la Tierra y que permite las actividades económicas que
permiten satisfacer las necesidades humanas. Recíprocamente, no es posible
pensar en una sustentabilidad ambiental sin (re)considerar el desarrollo humano,
particularmente la equidad en el acceso a los recursos ambientales, porque la
sustentabilidad ambiental no es una cuestión de orden “ecológico”, sino un
problema social, político y económico.
El Informe sobre Desarrollo Humano (PNUD, 2011a) advierte que “no es posible
continuar con los notables avances en materia de desarrollo humano conseguidos
en las últimas décadas -debidamente documentados en los Informes sobre
Desarrollo Humano mundiales- sin que se tomen medidas audaces para reducir
tanto los riesgos ambientales como la desigualdad”.
Así como a nivel social consideramos el desarrollo como un proceso a través del
cual los países y comunidades expanden sus potencialidades para alcanzar un
mayor bienestar y calidad de vida, a nivel personal, el sujeto humano también
recorre un proceso de desarrollo que le permite incrementar su autonomía, su
capacidad de elección y expresar plenamente sus capacidades en pro de sus
objetivos vitales.
El estado actual del conocimiento científico revela, sin lugar a dudas, que el
período crítico del desarrollo humano es la primera infancia y, particularmente, los
dos primeros años de vida, puesto que si en este período no se cumplen ciertos
procesos fundamentales del desarrollo, los mismos no podrán tener lugar en etapas
posteriores de la vida.
¿Cuáles son, entonces, las condiciones de vida adecuadas para el desarrollo integral
(cerebral, cognitivo, afectivo y social) del bebé y el infante? Básicamente, las
condiciones mínimas para el buen desarrollo involucran un ambiente físico seguro y
libre de contaminantes, una figura de apego que brinde cuidado, afecto y estímulos
y una alimentación adecuada. Este conjunto de condiciones básicas se ven
seriamente limitadas en contextos de pobreza, siendo todavía la pobreza, en
nuestro ámbito -y pese a los avances significativos logrados por la puesta en
marcha de políticas públicas socialmente inclusivas en la última década- la mayor
amenaza que enfrentan los niños pequeños para su desarrollo.
Un bajo nivel educativo de los padres puede afectar negativamente sus habilidades
de crianza y su capacidad de brindar los estímulos (sensoriales, lúdicos, cognitivos,
interaccionales) adecuados a los niños. La pobreza estimular del ambiente (escasez
o inexistencia de elementos para jugar, por ejemplo) ha mostrado reiteradamente,
por su parte, correlación con déficits del desarrollo infantil. No nos estamos
refiriendo aquí a la carencia de juguetes caros o comprados en las jugueterías; nos
referimos a carencias tan básicas como la inexistencia de un lápiz en el hogar, una
hoja de papel o un libro –uno solo, no importa el tema que el mismo trate-. Estos
elementos, centrales en nuestra cultura, están ausentes, no obstante, en muchos
hogares argentinos.
Pero, como agudamente señala Clinton (1996, citado por Oates, J. 2007, pág. 22)
estas relaciones padre-niño no se dan en un vacío de contexto, sino que “es útil
reconocer que las características positivas de las relaciones entre el cuidador y el
niño dependen, de manera decisiva, de las circunstancias ambientales que
condicionan el tiempo, el espacio y los recursos necesarios para que dichas
relaciones se desarrollen y perduren. Una vivienda adecuada, la disponibilidad de
alimentos, el nivel de ingresos y la ayuda social son factores que, conjuntamente,
conforman el contexto dentro del cual se pueden construir relaciones de apego
seguras: para criar un niño hace falta una comunidad”. Es decir que, si los padres
no disponen de una vivienda segura, ingresos suficientes o acceso a servicios de
salud y educación de calidad para los niños, es muy difícil que logren las
condiciones psicoemocionales necesarias para cumplir las funciones parentales
adecuadamente. Entonces, las familias pobres que están en desventaja para
brindar estas condiciones de vida adecuada a sus niños necesitarán de un plus de
servicios y apoyos comunitarios (sociales, educativos, sanitarios) que los ayuden a
poder cumplimentar exitosamente esta tarea.
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complejas tramas de factores que afectan el desarrollo infantil. Dicha teoría se
adscribe al paradigma ecológico en ciencias sociales.
Dicho paradigma hunde sus raíces en la ecología, ciencia que se preocupa por las
interrelaciones totales entre los organismos y sus ambientes. Desde allí dicho
paradigma ha impregnado distintas disciplinas (sociología, psicología, economía,
salud pública) aportando un marco general para comprender la naturaleza de las
interacciones de las personas con su ambiente físico y su entorno sociocultural.
El aporte que hace el modelo de Bronfenbrenner es que nos permite obtener una
visión amplia y contextualizada de los fenómenos vinculados al desarrollo infantil
que, a menudo, son simplificados en extremo y reducidos a meros procesos
individuales.
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El Desarrollo Humano desde la Salud Ambiental y desde la Psicología Ambiental
Nos referiremos aquí a otras dos corrientes de aportes que brindan elementos
relevantes para comprender la salud y el desarrollo infantil. Se trata de los aportes
de la Salud Ambiental y de la Psicología Ambiental que pueden ser integrados a las
teorías ecológicas del desarrollo humano antes presentadas. Estos aportes
adquieren relevancia en tanto brindan constructos y herramientas que permiten
investigar y comprender el enorme poder determinante que, sobre la salud y el
desarrollo infantil tienen los ambientes en que los niños desarrollan su vida
cotidiana (la vivienda, el barrio, la escuela, la ciudad).
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Un desarrollo respecto a las diferencias de enfoque entre la Salud Ambiental y los Ambientes
Saludables, así como de los aportes de la Psicología Ambiental al desarrollo de los mismos puede
consultarse en Mozobancyk, 2013.
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La Psicología Ambiental se ocupa de estudiar la dimensión psicológica del
ambiente. Pinheiro, Günter & Souza Lobo (2004) la caracterizan diciendo que
estudia a individuos y comunidades en estrechas relaciones con el contexto físico y
social. “Busca sus inter-relaciones con el ambiente, atribuyendo importancia a las
percepciones, actitudes, evaluaciones o representaciones ambientales, al mismo
tiempo considerando los comportamientos asociados a ellas… se interesa por los
efectos de las condiciones del ambiente sobre los comportamientos individuales en
tanto y en cuanto el individuo percibe y actúa en su entorno” (pág. 8).
Chawla (2012) señala que es importante considerar el modo en que los desarrollos
urbanos afectan la vida de los niños, especialmente de los niños pequeños, quienes
debido a su dependencia de los adultos y a su limitada movilidad no tienen la
oportunidad de reorganizar sus entornos cotidianos. La Fundación Bernard van
Leer, institución con sede en Holanda dedicada a la investigación y promoción del
desarrollo infantil, otorga tanta importancia al hábitat de los niños que está
promoviendo el concepto de “declaración de impacto infantil”. Estas declaraciones
son estudios similares a una evaluación de impacto ambiental, pero de tipo rápido,
que tienen la función de ayudar -o más bien anticipar- a los urbanistas, arquitectos
y empresas constructoras a tomar conciencia del impacto que tendrán sus
intervenciones urbanas sobre la vida de los niños.
En cuanto al barrio, que representa nuestro segundo sistema, también puede influir
fuertemente en el desarrollo infantil. Si es un espacio de buena calidad, puede
ofrecer al niño un ámbito donde satisfacer sus necesidades de desarrollo integral:
brindar estimulación sensorial, oportunidades de exploración, juego, aventura,
encuentro social y de establecimiento de vínculos afectivos. Las plazas y los
parques son lugares privilegiados en este sentido. El espacio barrial puede ser un
ámbito que propicie el desarrollo infantil o, inversamente, puede ser un espacio
peligroso, sucio, anónimo, ajeno, desprovisto de atractivo y capacidad de
estimulación, que no ofrezca oportunidades para el desarrollo del niño.
Asimismo, la autora refiere que las observaciones etnográficas del juego de los
niños indican que cuando éste tiene lugar en entornos naturales es más imaginativo
y creativo que cuando se da en entornos construidos. El juego en la naturaleza
también favorece la agilidad física y promueve un sentido profundo de conexión
con el mundo de los otros seres vivos.
Entonces ¿qué pasa con el niño que debe crecer en semejantes condiciones? Como
muy claramente lo describe el sanitarista estadounidense Daniel Stokols (1992):
“desde el punto de vista psicológico, y también desde el punto de vista de los
efectos que ejercen sobre las personas, estos ambientes no se presentan como un
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cúmulo caótico de estímulos inconexos, sino que constituyen unidades holísticas
que, además, son dotadas de significado en cuanto totalidad, por las personas que
con y en ellos interactúan”. En un trabajo más reciente el autor añade que “los
diversos ambientes en los cuales un individuo participa ejercen un efecto
acumulativo, sinérgico en su salud” (Stokols & Clitheroe, 2010, pág. 111). Es decir
que el niño que debe desarrollarse en estas condiciones de pobreza, se ve
afectado, sinérgicamente, de modo negativo, por todos los ambientes -físicos y
sociales- en que transcurre su vida cotidiana.
BIBLIOGRAFÍA:
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