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En este artículo vamos a abordar, desde una perspectiva crítica, el concepto de la autodeterminación
como derecho humano. Hay que usar este concepto con precaución: es fácil su manipulación
política según el contexto donde se utilice.
La Carta proclama como objetivo de las Naciones Unidas «fomentar entre las naciones relaciones de
amistad basadas en el respeto al principio de la igualdad de derechos y la libre determinación de los
pueblos».
Los pactos internacionales de derechos humanos consagran en los mismos términos el derecho de
los pueblos a la autodeterminación.
Todos los pueblos tienen el derecho de libre determinación. En virtud de este derecho establecen
libremente su condición política y proveen a sí mismos su desarrollo económico, social y cultural.
Para el logro de sus fines, todos los pueblos pueden disponer libremente de sus riquezas y recursos
naturales […]. En ningún caso podrá privarse a un pueblo de sus propios medios de subsistencia.
Así pues, el derecho internacional reconoce el derecho a la autodeterminación con una vertiente
política y otra económica. Entiende, eso sí, que la económica es prioritaria, es decir, que la soberanía
de los recursos naturales es prioritaria para que pueda existir este derecho.
La utilización del Estado como instrumento emancipatorio de los pueblos es un fenómeno que surge
durante la descolonización de la primera mitad del siglo XX. Los pueblos colonizados consiguen la
soberanía de los territorios que habitan constituyéndose en Estado, única posibilidad que ofrece el
derecho internacional. Sin embargo, de esta necesidad no se puede hacer virtud. Siendo conscientes
de las limitaciones emancipadoras que el propio concepto de Estado impone, es necesario articular
discursos en pos de la soberanía del territorio que se habita trascendiendo la visión estatalista, como
muchos pueblos indígenas de América latina han construido ya.
La historia acredita que los Estados que mejor vehículo han sido para el ejercicio del derecho a la
soberanía de los pueblos son aquellos que han apostado por una mayor descentralización del poder
como, por ejemplo, el modelo cantonal suizo. La ecuación «a mayor descentralización del poder,
mayor ejercicio de soberanía», nos da una pista de los vehículos que hay que dejar aparcados para el
ejercicio de la autodeterminación.
Tampoco hay que confundir la soberanía de los pueblos con las identidades culturales. Aunque el
derecho internacional no establece una definición de «pueblo», podemos utilizar la que sugiere
Aurelieu Cristescu, experto en la ONU: «a) el término “pueblo” designa una entidad social que
posee una evidente identidad y tiene características propias; b) implica relación con un territorio; c)
el pueblo no se confunde con las minorías étnicas, religiosas o lingüísticas».
Es decir, el pueblo o los pueblos que habiten un territorio tienen el derecho a la soberanía sobre él,
independientemente de las diferencias culturales que puedan existir en la población.
¿Por qué no es posible el ejercicio pacífico del derecho a la autodeterminación de los pueblos?
De entre ellas, las fórmulas más importantes son: la deuda externa y los programas de ajuste
estructural, el comercio y las inversiones extranjeras, las actividades de las sociedades
transnacionales, los derechos de propiedad intelectual, la privatización de los servicios públicos, la
utilización de mercenarios y la explotación de los recursos naturales, entre otras, por el
acaparamiento de tierras a gran escala.
Las grandes extensiones de tierras cultivables concentradas en manos de la Casa de Alba que no son
explotadas y reciben subvenciones europeas, lo que impide el desarrollo agrario en Andalucía.
Conclusión
Para que las luchas que protagonicemos no sean asistencialistas, es necesario —ahora más que
nunca— reivindicar la soberanía del territorio que habitamos. No solo como reivindicación cultural,
sino como nuestra principal reivindicación económica y social. No pidamos pan y vivienda,
conquistemos la soberanía de nuestra tierra. No queremos un pez, sino las redes para pescar.