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Malos estudiantes, grandes genios

Triunfar en el colegio de niños no es garantía de éxito


profesional de adultos. Pero ser un mal estudiante tampoco
es una condena de por vida. Más de un genio consagrado fue
un auténtico desastre en la escuela. Siempre hay esperanza

Se un "asno" en el colegio no impide triunfar en la vida profesional de adultos (Propias)


PIER GIORGIO M . SANDRI, B ARCEL ON A

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El veredicto del profesor suena inapelable. “Su rendimiento, sus resultados, son
insatisfactorios. No asimila bien. Las notas donde apunta sus experimentos están
rasgadas y confusas. A menudo se encuentra perdido, porque no escucha. Insiste
en hacer las cosas a su manera. Me ha llegado la noticia de que quiere ser
científico. En las circunstancias actuales, me parece algo ridículo. Si no puede ni
siquiera aprender las bases de la biología, no tiene posibilidades de desempeñar
el trabajo de un especialista. Sería una pura pérdida de tiempo no sólo para él,
sino también para los que deberán enseñarle”.

El alumno en cuestión es John Gurdon. Medio siglo después de este juicio


demoledor, en el 2012, a sus 64 primaveras, Gurdon se ha tomado su revancha al
ganar el premio Nobel de Medicina. Sus pobres resultados en la Eton School,
donde los académicos todavía se acuerdan de que sacó en una prueba una
miserable puntuación de 2 sobre 50, no le impidieron llegar a lo más alto en su
carrera profesional.

Genios que en el colegio fueron malos estudiantes: es más común de lo que se


piensa y abarca todas las disciplinas. Por ejemplo, el profesor de Albert
Einstein escribió: “Este chico no llegará nunca a ningún sitio”. Tampoco es que
fuera un desastre (se ha exagerado mucho este aspecto), pero es cierto que sus
maestros encontraban al joven Einstein lento y se quejaban de que reflexionaba
demasiado antes de contestar a una pregunta. No conseguía aprender nada
de memoria. No entendía las reglas y las órdenes. Rechazaba practicar deporte y
esto lo llevó a aislarse. A los 16 años fue rechazado en una primera prueba de
acceso a la Escuela Politécnica de Zurich por sus malos resultados en letras. Pese
a ser excelente en matemáticas y física, era flojo en francés (se acababa de mudar
a Suiza y no conocía el país), geografía y dibujo. Años después, el padre de la
teoría de la relatividad dejó para la posteridad una de sus célebres frases sobre el
tema: “La educación es lo que queda después de que uno ha olvidado lo que
aprendió en la escuela”.

Otro físico de renombre, el estudioso de los agujeros negros Stephen Hawking,


recuerda sus años de la universidad como un periodo de “aburrimiento y con la
sensación de que no mereciera la pena esforzarse”. Hawking estudiaba menos de
una hora al día. Confesó haber aprendido a leer sólo a la edad de ocho años.
Aunque claro, su inteligencia estaba fuera de discusión. Su tutor de física, Robert
Berman, contó posteriormente en The New York Times Magazine: “Sólo le
bastaba saber que se podía hacer algo. Y él era capaz de hacerlo sin mirar cómo
los demás lo hacían. Por supuesto, su menteera completamente diferente de las de
sus coetáneos”. Su enfermedad, relacionada con la esclerosis lateral amiotrófica
que le golpeó a los 21 años, le despertó: “Sólo entonces entendí que moriría
pronto y que había que activarse”, declaró Hawking.

Estos casos tuvieron un final feliz. Pero hubo en la historia otro matemático que
no tuvo la misma suerte. Évariste Galois, considerado el padre de
la álgebra moderna, fue rechazado dos veces por la École Polytechnique de París
por su manifiesta incapacidad de superar los exámenes de acceso y por su
sistemática rebelión a las reglas y al sistema. Murió en un duelo a los 20 años.

Tener un hijo con grandes capacidades pero poco apto para las aulas puede llegar
a convertirse en una pesadilla para los padres. Charles Darwin era, según sus
maestros, “un chico que se encuentra por debajo de los estándares comunes de la
inteligencia. Es una desgracia para su familia”. Al parecer, su padre compartía el
diagnóstico. Consideraba que era vago y soñador: “Mi hijo no piensa en otra cosa
que en la caza y en los perros”.

Otro padre con quebraderos de cabeza fue el de Winston Churchill. Tuvo que
admitir: “El trabajo escolar de mi hijo es un insulto a la inteligencia” (años
después el canciller británico afirmó: “Siempre me ha encantado aprender. Lo
que no me gusta es que me enseñen”). Según su maestro de primaria, “Winston
es un elemento que molesta constantemente, siempre está a punto de meterse
en líos”. En cuanto a la madre de Thomas Edison, llegó a perder la paciencia con
su hijo. Al cabo de tres años, tuvo que quitarle del colegio por desesperación,
para educarle en casa. Era “un chico confuso, inestable y embrollón”, según su
profesor. El inventor de la bombilla incandescente empezó a vender dulces y
periódicos en los trenes y así desarrolló, con los años, su genio creativo.

La figura del genio matemático superdotado pero incomprendido es un clásico de


la mitología popular. Pero esta divergencia entre rendimiento escolar y éxito
profesional se ha manifestado también en otras ramas, como las artísticas.
Piensen, por ejemplo, que Giuseppe Verdi no fue admitido en la Escuela Superior
de Música de Milán, el Conservatorio. La razón: haber superado los límites de
edad y ¡adoptar una postura incorrecta de las manos sobre el piano! En la pintura,
más de lo mismo. Picasso (mientras que los otros alumnos seguían la clase del
maestro, él dibujaba incansablemente palomas y corridas en sus
cuadernos), Debussy (faltas de ortografía recurrentes) y Leonardo (emprendía
investigaciones en dominios diferentes y, una vez comenzadas, las abandonaba)
nunca destacaron en sus estudios. Por no hablar del arte de
escribir: Unamunosuspendió la asignatura de literatura. Marguerite
Yourcenar nunca pasó por la escuela y Balzac fue un auténtico desastre:
indisciplinado, distraído…

¿Son cosas del pasado? En realidad, la divergencia entre las pobres notas sacadas
en la etapa del cole y la posterior y exitosa carrera sigue produciéndose hoy en
día. Incluso dos genios de la sociedad moderna, como Craig Venter, el padre del
genoma humano, o Larry Ellison, el fundador de Oracle, también dejaron un mal
recuerdo en su paso por las aulas. El primero estaba más interesado en la vela y
el windsurf. Sus notas eran muy insuficientes. El segundo era un estudiante poco
atento. Dejó la universidad ya al segundo año, también debido a problemas
familiares. Ahora es considerado el quinto hombre más rico del planeta.

¿Y Bill Gates? ¡Al fundador de Microsoft tuvieron que pagarle para estudiar!
“Para estimularnos, mis padres nos daban a mi hermana y a mí 25 dólares por
cada sobresaliente que sacábamos. Mi hermana cobraba más porque siempre fui
mal estudiante”, cuentan en su biografía.
¿Cómo es posible que los centros de enseñanza y los profesores no supieron
darse cuenta de que tenían delante a genios? Paul Arden, publicista autor del
libro Usted puede ser lo bueno que quiera ser(Phaidon), escribe que el criterio de
enseñanza no puede en ningún caso ser un criterio fiable: “En la escuela se
aprende sólo el pasado, los hechos conocidos. Cuanto más hechos se recuerdan,
mejores son las notas. Los que fracasan en la escuela no están interesados en el
pasado, tal vez porque piensan en clave de futuro. O simplemente no tienen
buena memoria. Pero esto no significa que no puedan tener éxito”. “Siempre hay
que recordar que los grandes números dicen todo lo contrario: a la gente a la que
le ha ido bien en la escuela, le fue bien en la vida. Pero es cierto que hay niños
que pueden chocar fácilmente con sistemas rígidos y torpes”, reconoce Mariano
Enguita, autor del estudio de la Obra Social de La Caixa Fracaso y abandono
escolar en España, y catedrático de Sociología de la Universidad de Salamanca.

Dicen los psicólogos que estamos predispuestos, por la naturaleza, a recuperar


nuestra autoestima después de un fracaso. Y, a veces, para ciertas personas es
más fácil conseguirlo siguiendo caminos alternativos al estudio, tal vez porque
los creativos, por definición, se rebelan a las reglas. Según Alicia López,
fundadora y directora del Centro de Psicología López de Fez, en Valencia
(Centropsicologiainfantil.es), “es muy posible que la rigidez del sistema
educativo les haya impulsado a estimular su creatividad ante la necesidad de
encontrar su propio camino, un camino en el que poder dar rienda suelta a su
talento”. Así que siempre hay esperanzas. Tal como escribe Jean-Bernard Pouy,
coautor del libro Enciclopedia de malos alumnos y rebeldes que llegaron a genios
(Catapulta), “una infancia problemática, una educación fallida, una vocación
forzada o desviada a menudo pueden llevar a la iluminación”.

En todo caso, parece evidente que los profesores, en muchos casos, no supieron
detectar o entender las potencialidades de estos alumnos geniales. El escritor
francés Daniel Pennac fue durante años un maestro y contó sus experiencias en
un libro (Mal de escuela, Mondadori). Él cree que los que enseñan deberían,
antes que nada, mantener la mente abierta y abandonar los prejuicios. Porque
incluso la persona que aparentemente es un mal estudiante puede esconder
grandes virtudes y capacidades. “Todo el tiempo que trabajé como profesor de
alumnos de bachillerato, nunca me topé con ningún muchacho idiota. Los hay
más vivos, más atrevidos, más rápidos, sí. Pero no hay que olvidar que la escuela
es el lugar donde se entrechocan el conocimiento y la ignorancia. Enseñar
siempre es algo violento”.

“Todas las personas tienen una dosis de talento, pero no todas tienen fuerza
de voluntad y ganas de trabajar para desarrollarlo, aún siendo motivadas. Las
personas con talento pueden ser también personas perezosas”, matiza Alicia
López. De ahí la pregunta clave: ¿ir al colegio puede ayudar a vencer esta pereza
o, en cambio, estos ejemplos demuestran que, por muy buena intención que se
ponga, estamos ante una batalla perdida? Mariano Enguita reconoce que, a
diferencia del pasado, “ahora con las redes sociales todo el mundo
tiene oportunidades para formarse incluso fuera de las aulas. Hay muchas
herramientas disponibles. Y sí, digamos que sí, hay personas que aparentemente
no necesitan la escuela”. Piergiorgio Odifreddi, matemático, divulgador y autor
de varios libros, también cree que en ciertas circunstancias las aulas no sirven o,
en todo caso, sirven poco. “La escuela siempre es necesaria, salvo en los casos en
los que hace más daño que otra cosa. Sus puertas deben permanecer abiertas a
todos, salvo a los que están en grado de desarrollar un pensamiento
independiente y de mirar al mundo con una mirada poco convencional. Intentar
atar una persona con estas características en el esquema del saber común puede
frustrarle, y cortarle las alas al impedirle desarrollar sus potencialidades”.
Sin embargo, la escuela todavía puede desempeñar un papel esencial, también
para los que tengan a un genio escondido en la lámpara. “Incluso las personas
creativas necesitan una cierta disciplina. Debe ser una disciplina sobre todo
interna, pero que puede también imponerse desde lo externo. En este sentido, la
escuela puede enseñar a tener capacidad de autocontrol y de trabajo que serán
útiles para desarrollar el propio talento”, subraya Enguita, que, en todo caso,
recuerda que sentarse en un banco en un aula no tiene por qué ser incompatible
con cultivar la propia genialidad. “No hay que olvidar que el año escolar, por lo
menos en España, es de 175 días al año. Los que, por alguna razón, no se
encuentran cómodos o a gusto en el colegio, disponen de mucho tiempo para
desarrollar intereses, pasiones y el talento que uno posee. ¡Más de la mitad de las
horas del año, son suyas! No es por acudir a la escuela que una persona con
capacidades o talentos especiales va a acabar apretado de la yugular. Por todo
eso, es absurdo pensar que si te va mal en la escuela necesariamente te vas a
convertir en nada en la vida”.

Así que genios y maestros pueden convivir de una manera provechosa si cada
uno pone algo de su parte. Por un lado, los estudiantes pueden aprovechar el
marco que ofrece el programa de la enseñanza para no desperdiciar y dispersar
sus dotes. Pero ¿qué tiene que hacer la escuela para mejorar? “Lo deseable sería
adaptar los criterios de enseñanza al estudiante. La práctica demuestra que en
grupos reducidos de alumnos, con atención individualizada, estos aprenden más y
están más motivados. Esto requiere recursos y profesionales motivados y
formados en altas capacidades. El sistema escolar debería contemplar, además de
la adquisición de conocimientos académicos, la educación emocional de los
alumnos y el desarrollo de sus habilidades sociales (enseñándoles a ser asertivos)
para fortalecer su voluntad e introducir hábitos de esfuerzo, autodisciplina y
automotivación”, dice López.

Ahora bien, todo dependerá también de la idea de éxito que cada uno tenga y de
la capacidad de sobreponerse a los suspensos. Pennac lo sabe bien. “Yo repetí
curso. Y, queridos chicos, os aseguro que en la vida hay cosas mucho peores”.
Genial.

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