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El trabajo en la antigüedad.

Agricultura, economía familiar y


esclavismo
Dr. Javier Moyano
Prof. Leandro Inchauspe

En este módulo correspondiente a la Unidad N° 1 y en relación con la primera parte de la


Unidad N° 2, analizaremos la evolución del mundo del trabajo desde la antigüedad hasta la
revolución industrial de fines del siglo XVIII y principios del XIX. Se trata de un recorte de la
historia de la humanidad, el cual comprende diversos períodos. El énfasis principal del análisis
estará ubicado en la interacción entre la realidad del trabajo y la evolución del concepto del
trabajo.

El desarrollo de la unidad incluye como contenidos, la consideración de la mencionada


interacción entre realidad y concepto del trabajo en diversas sociedades históricas. Ellas son la
sociedad en la Grecia clásica, la sociedad hebrea y caldea, la sociedad en la Roma Antigua, el
cristianismo primitivo a fines de la Edad Antigua, la Edad Media Europea, el Renacimiento y el
mundo surgido de la reforma protestante, en especial, aquellas sociedades influidas por el
calvinismo.

En el análisis de la Grecia clásica, prestaremos atención a la incidencia de la esclavitud


como forma predominante en el trabajo manual sobre la generalización, considerada por los
principales pensadores como una concepción negativa acerca del trabajo. En cambio, al
considerar el mundo del trabajo en hebreos y caldeos, vincularemos el predominio de una
economía campesina, a cargo de unidades domésticas familiares, con la preponderancia de una
visión positiva sobre el trabajo. En el caso de los hebreos, la concepción del trabajo como castigo
pero también como expiación del pecado original, introdujo, además, una cierta ambigüedad entre
percepciones positivas y negativas sobre el trabajo.

En el mundo romano, la preponderancia de la esclavitud condujo a percepciones similares


sobre el trabajo a las de los griegos. En ese contexto es preciso considerar los aportes del
cristianismo primitivo. Para ello nuestro análisis incluirá los efectos “subversivos” de una religión
que reconoce condición humana a todos los hombres, incluidos los esclavos y, al mismo tiempo,
tendrá en cuenta las consecuencias, conducentes a una valoración más positiva acerca del
trabajo, de una visión de mundo para la cual el trabajo era un medio que contribuía al objetivo de
“salvación” extraterrenal de la comunidad cristiana.

Para estudiar, posteriormente, el cristianismo triunfante en una Edad Media en que la


sociedad se dividía entre campesinos que trabajaban por un lado y estratos privilegiados que
rezaban o iban a la guerra por el otro, nuestro análisis deberá tener en cuenta la pervivencia de
una percepción positiva del trabajo en tanto medio para la salvación eterna de las almas, pero
también la introducción de una concepción que establecía diferencias entre el trabajo manual y el
intelectual, otorgando a éste último una jerarquía mucho mayor. También consideraremos, al
analizar la Edad Media, las modificaciones que esas percepciones experimentaron cuando
comerciantes y artesanos de las ciudades adquirieron creciente relevancia, constituyéndose en un
estrato intermedio entre campesinos y aristócratas, fueran éstos últimos guerreros o sacerdotes.

El análisis del Renacimiento partirá del reconocimiento de un radical cambio en la


cosmovisión de una parte importante de los seres humanos, cambio que condujo, sin dejar de
lado la religión, a asignar creciente importancia a la transformación del mundo por la mano del

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hombre. En ese contexto intelectual, será decisiva la ubicación de una valoración del trabajo como
fin en si mismo, a diferencia de etapas anteriores en que era considerado un medio en función de
otros objetivos entonces considerados más trascendentes. En el marco de esas transformaciones
analizaremos los aportes del calvinismo respecto a la concepción acerca del trabajo. La
identificación, en esta corriente religiosa, entre la acumulación de riquezas y la existencia de
símbolos sobre la futura salvación del alma, guarda relación con la creciente valoración positiva
acerca de cualquier tipo de trabajo.

Analizar en un mismo módulo la historia del trabajo humano entre la antigüedad y la


Revolución Industrial requiere explicar, en primer lugar, las razones de abordar en una unidad un
período de tiempo extremadamente extenso. Se trata, efectivamente, de un período que incluye el
esclavismo y las economías domésticas familiares del mundo antiguo, el feudalismo de la Edad
Media y la época del Renacimiento.

Las sociedades cazadoras – recolectoras edificaron formas relativamente simples de


organización social
(Imagen extraída de http://elblogdetucidides.blogspot.com/2009/02/el-tiempo-de-los-
predadores.html)

En el inicio de este análisis, es preciso señalar que entre el descubrimiento de la


agricultura, ocurrido varios milenios antes de Cristo y el uso de las innovaciones tecnológicas que
dieron origen a la producción fabril desde mediados del siglo XVIII, la actividad agropecuaria
constituyó el principal medio de vida de las sociedades humanas. Por oposición, por un lado, a
una economía depredadora fundada en la caza, la pesca y la recolección y por otro, a una
economía industrial basada en la producción fabril de artículos masivos, las sociedades
dependientes la producción agropecuaria presentan un común rasgo esencial,
independientemente de las múltiples heterogeneidades que las distinguen entre sí. Cabe
preguntarse entonces, por el origen de tales sociedades.

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Las economías de la antigüedad: los procesos de urbanización y las
primeras experiencias de división del trabajo
La revolución agrícola

A partir del descubrimiento de la agricultura, las sociedades antiguas experimentaron un


proceso paulatino, pero no por ello poco profundo, de cambios. Tales cambios transformaron
radicalmente a los grupos humanos. Se iniciaba el tránsito desde las hordas de cazadores
recolectores paleolíticos que conseguían sus alimentos mediante una economía básicamente
depredadora, hacia incipientes organizaciones estatales, fundadas en la agricultura, es decir en la
producción de alimentos y en la división del trabajo entre diferentes grupos de especialistas.
Entre el año 10.000 y el 8.000 antes de Cristo, en diferentes regiones del mundo antiguo,
tales como Egipto, Mesopotamia, India y China, tuvo lugar el descubrimiento de la agricultura. El
descubrimiento daba origen a tempranos procesos de hibridación de vegetales que dieron origen
al cultivo de modernos cereales, como el trigo y la cebada en occidente y el arroz en oriente. Tales
cultivos constituirían la base de la alimentación humana durante milenios.
Paralelamente, se desarrollaban las primeras experiencias de domesticación de animales.
Eran los casos de la cría de vacas, ovejas, caballos, cerdos, cabras y aves de corral.
Anteriormente, sólo el perro acompañaba a los grupos humanos, aunque al consistir su función en
colaborar con la casa, se enmarcaba en una economía depredadora, diferente a la economía
productora que siguió al descubrimiento de la agricultura.

La progresiva diversificación de las actividades a partir de la revolución agrícola, se expresó en la


especialización del trabajo. En la imagen, una tablilla sumeria refleja distintas tareas.

Se trataba de procesos similares a los experimentados, mucho más tardíamente, por


algunas sociedades americanas, especialmente en las actuales repúblicas de México, Guatemala

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y Perú, antes de la conquista española. Aunque se trata de dos procesos independientes, cultivos
americanos como el maíz, así como la cría de animales, como la llama en Perú o algunas aves en
México, ponen de manifiesto las semejanzas entre las experiencias del viejo y el nuevo mundo.
No obstante, dado que la conquista interrumpió ese proceso autónomo al incorporar las áreas
recientemente descubiertas a una economía mundo en formación, fuertemente determinada por
su centro ubicado en Europa, no nos detendremos a analizar el caso de estas sociedades
americanas precolombinas.
Corresponde entonces, retomar el caso del mundo antiguo. Al respecto, cabe señalar que
hibridación de cereales y domesticación de animales constituyen los principales elementos
explicativos del origen de la citada transición desde el mundo paleolítico a las sociedades
agrícolas. No está de más insistir en que esa transición marcaría la historia del trabajo durante
milenios.
No obstante, a pesar de su enorme incidencia sobre la transformación de las sociedades
de cazadores recolectores nómadas en pueblos agrícolas sedentarios, tal transición fue
consecuencia, paradójicamente, de un proceso que ocupó varios milenios de experimentación y
adaptación. En efecto, transcurriría un prolongado lapso de tiempo entre el descubrimiento de la
agricultura y su adopción como actividad económica predominante. Pero como venimos
sosteniendo, ese descubrimiento significó un cambio revolucionario en tanto modificó radicalmente
las formas de vida de los grupos humanos.

¿En qué radica el carácter revolucionario de esa lenta transformación? En primer lugar,
como ya adelantamos, las sociedades paleolíticas dependían de la caza, la pesca y la recolección,
actividades básicamente depredadoras. La agricultura, en cambio, significó la emergencia de
sociedades ocupadas en la producción de los bienes que consumían.
Asociado con ello, tuvo lugar el tránsito desde el nomadismo al sedentarismo de las
nacientes sociedades campesinas. Ello se debía a que, mientras la actividad cazadora requería
efectuar continuos desplazamientos, las tareas agrícolas exigían permanencias más prolongadas
en un mismo lugar. Aunque es probable que, en un primer momento tras el descubrimiento de la
agricultura, los grupos humanos desarrollaran un modo de vida que combinaba nomadismo con
sedentarismo estacional, poco a poco el sedentarismo se fue convirtiendo en el patrón de
asentamiento generalizado.

El descubrimiento y adopción de las actividades agropecuarias también generaron cambios


en la organización familiar. La causa de esos cambios era que la agricultura y la ganadería
asignaban a mujeres y niños funciones desconocidas cuando el principal medio de vida era la
caza, ocupación predominantemente masculina pues exigía contar con una mayor fuerza física y
con una más alta resistencia. Incluso es probable que las mujeres fueran las principales
protagonistas de ese proceso de experimentación con cultivos, tarea a la que se dedicaban en los
momentos en que los hombres se encontraban abocados a la consecución de alimentos mediante
la caza.

Surgieron asimismo, actividades asociadas con el trabajo agrícola, como la alfarería y más
adelante la metalurgia. Si bien los grupos neolíticos fabricaban sus propios utensilios, la
sofisticación lograda en las sociedades agrícolas era mucho mayor.
Por último, incluso las creencias religiosas sufrieron el impacto de las nuevas formas de
vida. Dado que el desempeño de la cosecha dependía en gran medida del comportamiento de
fuerzas de la naturaleza que los seres humanos, además de no controlar, ni siquiera
comprendían, estos comenzaron a rendir culto a divinidades asociadas al proceso agrícola. El
surgimiento de divinidades que representaban a la lluvia, la tierra o la fertilidad, debe ser explicado
en este contexto.

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La formación de las primeras ciudades estado

Ya señalamos que el surgimiento de las sociedades agrícolas había significado una


profunda transformación respecto a las sociedades de cazadores y recolectores. Sin embargo, la
primitiva economía campesina, altamente igualitaria pues dependía del trabajo de todos los
miembros de un grupo, contenía elementos que, con el transcurso del tiempo, contribuirían a la
propia transformación de esas sociedades igualitarias. Ello guarda relación tanto con las
necesidades como con las potencialidades de la propia economía campesina.

La adopción de tareas agropecuarias también modificó la organización familiar, asignando a mujeres


y niños nuevas tareas. (Imagen extraída de elblogdetucidides.blogspot.com/)

Guarda relación con las necesidades de la economía campesina, en tanto las


consecuencias de las variaciones climáticas (sequías, inundaciones, etc. que requerían
respuestas) principalmente obras de riego o depósitos para el almacenamiento de cosechas, que
redujeran la incertidumbre de las tareas agrícolas. De la mano de ello, con el tiempo se acrecentó
la emergencia de grupos especializados para la realización de tales tareas, tanto en lo relativo a la
ejecución de obras como en lo atinente a la realización de controles contables.
Del mismo modo, la sedentarización de las poblaciones obligó a planificar tareas de
defensa ante la amenaza (que muchas veces se concretaba) de invasiones de otros pueblos. Se
trataba, en muchos casos, de sociedades nómadas o semi-nómadas que todavía habitaban en
regiones cercanas o se habían desplazado desde puntos más alejados. Aunque más atrasadas en
lo atinente a su sistema productivo, era frecuente que los pueblos nómadas fueran más fuertes
militarmente que algunas sociedades sedentarias. Ello tornó necesaria la formación, en el interior
de las sociedades fundadas en la agricultura, de otro grupo de especialistas, en este caso los
soldados ocupados en el arte de la guerra.
En cuanto a las potencialidades de estas sociedades campesinas, en su propia evolución
es posible ubicar las posibilidades de dar respuesta a las citadas necesidades. En efecto, la
satisfacción de éstas, derivadas de las nuevas formas productivas, sólo era posible si la

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agricultura arrojaba excedentes que permitieran liberar a algunos grupos de las tareas con la
tierra.
En esa confluencia de necesidades y potencialidades se ubica el surgimiento de divisiones
entre grupos sociales. El incremento de los excedentes agrícolas permitió que un segmento de la
sociedad primitiva fuera exceptuado de la necesidad de trabajar en la producción de alimentos. Es
posible que los primeros sujetos exceptuados de las tareas agrícolas fueran magos y brujos, cuyo
papel era el diálogo con las fuerzas sobrenaturales con el objetivo de proteger a sus comunidades
de los estragos de la naturaleza.

A partir de esa disposición de excedentes, es posible de la figura de esos magos primitivos


surgiera la organización del templo y que, del propio seno de la casta sacerdotal, se fuera
desprendiendo un segmento dando origen a las primeras monarquías. De este modo, fue posible
el nacimiento de las primeras ciudades estado y más adelante de los primeros imperios. Cuando
ello ocurrió, las divisiones sociales implicaron la separación entre aquellos grupos dedicados a
trabajar la tierra y aquellos otros ocupados en la administración, el culto o la guerra. Pero esta
realidad también estaría llamada a transformarse con el tránsito de una economía doméstica
familiar hacia una economía fundada, principalmente, en la utilización de mano de obra esclava.

La economía doméstico familiar y la formación de sociedades


esclavistas. Un proceso de cambios paulatino pero radical en el mundo
antiguo
La economía doméstica familiar

Al margen de los grandes ríos que proporcionaban regadío, se fueron formando las
primeras ciudades estado. Eran los casos de río Nilo en Egipto, el Tigris y el Eufrates en la
Mesopotamia asiática (actual Irak), el Indo y el Ganges en la India. El poder dentro de estas
incipientes formas de organización política se distribuía entre el palacio y el templo.
Luego de una primera etapa de autonomía, la conquista militar permitió que algunas de
estas ciudades estado sometieran a otras, dando origen a reinos más extensos. En un segundo
momento, la guerra de conquista condujo a la formación de imperios, si bien no en todos los casos
se trató de formaciones políticas duraderas, pues conspiraciones y rebeliones obstaculizaban
permanentemente las posibilidades de alcanzar estabilidad.
Tanto la economía de las ciudades estado como la de los imperios, dependía la producción
del mundo rural. En ese mundo rural predominaban, en un primer momento y en algunos casos
durante mucho tiempo, formas de trabajo dependientes de la colaboración familiar de los
campesinos. Se aprecia, de este modo, una significativa línea de continuidad con las primeras
etapas que siguieron al descubrimiento de la agricultura.
Estos campesinos estaban obligados a pagar tributos para el sostenimiento del palacio y
del templo que de este modo se apropiaban de los excedentes de la producción agrícola. A
cambio de ello, palacio y templo garantizaban la defensa ante posibles invasiones de pueblos
vecinos, la organización del culto y del almacenamiento de cosechas y la realización de obras
públicas necesarias para aprovechar mejor los recursos que ofrecía la naturaleza.
Era el origen de la desigualdad social pues mientras algunos grupos sociales trabajaban en
función de garantizar la subsistencia, otros quedaban liberados de la producción primaria. Esa
desigualdad alcanzaría niveles mucho mayores cuando la esclavitud desplaza a las comunidades
familiares como principal forma de organización del trabajo agrícola.

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Las sociedades esclavistas

El paso de los siglos fue introduciendo una radical transformación en la organización del
trabajo agrícola. Ello tuvo lugar, paulatinamente, cuando las comunidades familiares fueron
progresivamente sustituidas por el recurso a la esclavitud. Se trataba de una institución
preexistente, pues su origen coincide, prácticamente, con el origen de la guerra a partir de las
posibilidades de capturar prisioneros y, en lugar de matarlos, obligarlos a trabajar para un amo.
Sin embargo, durante siglos el trabajo esclavo había sido marginal en el cultivo de la tierra; se lo
utilizaba, fundamentalmente, para las grandes obras públicas organizadas desde el poder político.
Una vez convertida en la forma predominante de trabajo en el campo, la esclavitud fue uno
de los rasgos característicos más relevantes de la actividad productiva en la Grecia clásica y en el
Imperio Romano. Más allá de significativas continuidades, como la persistencia de un dinámico
mundo urbano sostenido desde la producción de las áreas rurales, ese tránsito permite oponer
dos realidades altamente diferentes. Una de ellas estaba fundada en el trabajo familiar. La otra
dependía de la organización de tareas compulsivas a cargo de esclavos.

Por la riqueza del pensamiento filosófico griego, explica Hopenayn, llama


la atención la escasa reflexión sobre el trabajo (Detalle de estatua de
Platón, en http://www.biografiasyvidas.com/biografia/p/platon.htm)

La esclavitud marcó, de ese modo, la historia de la última etapa del mundo antiguo. Cabe
tomar como ejemplo el caso del Imperio Romano donde, al igual que en el resto del mundo
antiguo, el sistema productivo estaba basado en las actividades rurales. De los excedentes

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generados en el campo dependía una vigorosa vida urbana y una actividad administrativa y militar
que alcanzaron escalas sin precedentes, pues el imperio conquistó y dominó durante siglos
amplísimas regiones hacia Oriente (hasta Persia, la actual República de Irán) y Occidente
(incluyendo la conquista de la península Ibérica, de la actual Francia y de Gran Bretaña). El
sostenimiento de las actividades productivas en el campo, que mantuvieron esa basta empresa
imperial, era tributario del reclutamiento de esclavos. La importancia de los esclavos para la
economía romana se pone de manifiesto en el hecho de que, cada vez que éstos se revelaron,
sacudieron el orden imperial.

Los límites de la economía esclavista

El análisis desarrollado en el apartado anterior nos conduce a preguntarnos acerca de los


límites de una economía basada en la mano de obra esclava. Cabe señalar al respecto, que esa
economía, ubicada en el trasfondo de civilizaciones que, como la griega y la romana, llegaron a
alcanzar momentos plenos de esplendor (que incluso genera sorpresa en la actualidad) en lo
relativo al arte, la filosofía, la organización política democrática (en el caso de la polis griega de
Atenas) o el derecho (en el caso de Roma), era una economía fundada en pilares altamente
vulnerables. En primer lugar, al depender principalmente del esfuerzo humano, la base
tecnológica de esa economía era sumamente pobre. Predominaba el cultivo con azada y se
desconocían aún significativos adelantos técnicos como el molino de viento, invención que data de
principios de la Edad Media.

El segundo problema de esa economía estaba vinculado con lo anterior, en función de la


escasa rentabilidad de una atrasada agricultura que estaba asentada principalmente sobre la
energía humana. En efecto, serias dificultades impedían la reproducción de la mano de obra
esclava sin recurrir de modo permanente a la guerra.

Dos factores se combinaban para llegar a esa problemática situación. En primer lugar, las
miserables condiciones de vida de los esclavos no constituía el mejor escenario para el
crecimiento vegetativo de la población rural. En segundo lugar predominaba la separación de los
sexos. Al respecto, la mayoría de quienes trabajaban en el campo eran hombres. Las esclavas
mujeres, además de ser muchas menos que los hombres, se reservaban para trabajos domésticos
en las ciudades, en donde residían los propietarios rurales.

Como principal consecuencia de esas circunstancias problemáticas, era permanente la


necesidad de recurrir a la guerra en función del reclutamiento de esclavos. Sólo de ese modo era
posible garantizar la reproducción de las condiciones indispensables para el funcionamiento de
una economía rural, de la cual dependía el resto de la actividad humana.

Esa necesitad permanente de recurrir a la guerra constituyó, sin embargo, una fuente de
inestabilidad que también adquirió carácter permanente. Tal inestabilidad alcanzó sus
dimensiones más dramáticas durante los últimos siglos del Imperio Romano. Sin pretender arribar
a explicaciones monocausales, cabe señalar que la crisis, decadencia y posterior destrucción del
Imperio Romano reconoce una significativa dimensión vinculada con los límites de la producción
esclavista, de la cual dependía en gran medida el edificio del imperio al constituir la base de la
economía, tanto en materia abastecimiento de alimentos a la población urbana como en lo relativo
a las posibilidades de acumular riqueza y poder por parte de los grupos dominantes.

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La grandeza del Imperio Romano recayó, en gran parte, sobre el trabajo de una
numerosa mano de obra esclava (Extraído de
www.imperioromano.com/blog/news.bbc.co.uk)

Puede apreciarse, como veremos en otros pasajes de la asignatura, que los diferentes
modelos productivos generalmente dan respuesta a problemas que sus modelos precedentes no
lograban resolver, pero suelen dejar cabos sueltos que anticipan posteriores crisis, en muchos
casos terminales. El sistema esclavista fue la base de una sociedad dinámica pues liberó de la
producción primaria a grandes contingentes de personas que pudieron dedicarse a otras
actividades. Aunque el surgimiento de grupos sociales exceptuados de las tareas agrícolas era
anterior al nacimiento de las economías esclavistas, las dimensiones de este logro eran
impensables en una economía fundada en el trabajo de comunidades domésticas familiares. Sin
embargo, el sistema esclavista presentaba debilidades que, tarde o temprano, conducirían a su
propia crisis.

Cabe preguntarse, ahora, cómo era la interacción entre la realidad del trabajo,
precedentemente analizada, con las percepciones predominantes acerca del trabajo en las
sociedades antiguas.

Realidad y concepto del trabajo en las economías domésticas y en los


sistemas esclavistas

Nuestro objetivo en este apartado es considerar las interacciones que se fueron


estableciendo entre las características sociales y materiales del trabajo humano por un lado y, por
el otro, las percepciones predominantes acerca del trabajo en general y del trabajo manual en
particular dentro de las diferentes sociedades del mundo antiguo. Es preciso advertir, sin

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embargo, que la mayor parte de los testimonios disponibles se encuentran en el universo de la
palabra escrita (aunque también han llegado a nosotros documentos escritos que reproducen
tradiciones de transmisión oral). Por lo tanto, tales documentos reflejan, principalmente, la opinión
de las élites de las diferentes sociedades analizadas.

El caso de la comunidad doméstica familiar

En nuestro análisis, fundado en los aportes efectuados por el sociólogo chileno Martín
Hopenhayn, tomaremos como punto de partida la organización del trabajo en aquellas etapas
anteriores a la generalización de la esclavitud como forma dominante en las tareas agrícolas. Se
trataba, como ya analizamos, de economías domésticas basadas en el trabajo colectivo de las
comunidades familiares, incluidos mujeres y niños que tenían a cargo parte de las
responsabilidades productivas.

En la trabajo de Martín Hopenhayn, para los pueblos de


economías basadas en la comunidad doméstica familiar, como
los caldeos, por ejemplo, el valor que adquiere el trabajo es
distinto al de las sociedades esclavistas.
Detalle de bajorrelieve caldeo (http://www.unidad-servicio-
uruguay.org/parte3.htm)

En su análisis sobre caldeos (pueblo de la antigua Mesopotamia asiática) y hebreos


(pueblo del Mediterráneo oriental, en la actual Israel), Martín Hopenhayn ha señalado que esas

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características sociales, en lo relativo a la organización del proceso de trabajo, guardan relación
con la generalización de una concepción positiva acerca del trabajo manual. En efecto, si el
trabajo estaba a cargo de todos los miembros de las familias, constituía un factor de cohesión
social y, en consecuencia, de estabilidad en sociedades que valoraban altamente el
mantenimiento de formas de vida tradicionales. Al respecto, sostiene Hopenhayn que:

“La desvalorización del trabajo manual en la Grecia clásica (ver el siguiente apartado) contrasta con su
exaltación en los textos sagrados de pueblos que vivieron en el Medio Oriente y cuya existencia data de antes
de la era cristiana. Una posible explicación es que la división del trabajo que desarrolló la civilización helénica
no tuvo paralelo entre los caldeos o hebreos, cuya existencia se mantuvo ligada a las actividades agrícolas y
cuya modalidad social no trascendió el ámbito del clan familiar o de pequeña comunidad. Esta diferencia
respecto de la sociedad griega contribuyó también a que consideraran el trabajo desde una óptica distinta. La
producción comunitaria constituyó la base para una estructura social y de relaciones humanas menos compleja
que la sociedad de clases propia de la Atenas del siglo V a. C. Es natural que grupos humanos que convivían y
aseguraban su subsistencia en el trabajo agrícola, generaran otro pensamiento político. Y en la medida en que
vivieron y se alimentaron del fruto de su propio trabajo, difícilmente llegaron a despreciar el trabajo manual.”
(Hopenhayn, M.: Repensar el trabajo. Buenos Aires: Grupo Editorial Norma, p. 41)

La concepción de los antiguos hebreos respecto al trabajo, siempre según Hopenayn,


estaba ligada a sus concepciones religiosas, además de las características
específicas que adquirió en comunidades aldeanas (Imagen: Moisés con ancianos de
Israel, www.dibujosbiblicos.net)

Lejos de cualquier explicación monocausal, el análisis de Hopenhayn añade, en el caso de


los hebreos, la consideración de factores estrictamente religiosos a la hora de explicar la
coexistencia de conceptos positivos o negativos respecto al trabajo. Nos referimos a la concepción
hebrea, luego heredada por la cosmovisión cristiana, sobre el pecado original y el paraíso perdido.
Respecto a esta cuestión, Hopenhayn sostiene que:

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“Entre los hebreos, la valoración del trabajo estaba teñida de ambivalencias” (…) “Como los griegos, los
hebreos veían en el trabajo un mal necesario, una actividad sacrificada y fatigosa, pero no por ello desprovista
de sentido ético. El hebreo creía conocer la causa de esta obligación de trabajar, pues sentía como deber de
cada cual expiar el pecado cometido por sus antepasados en el paraíso perdido.” (Hopenhayn, M.: Repensar el
trabajo. Buenos Aires: Grupo Editorial Norma, pp. 43-44)

Si el pecado original fue la causa de la pérdida del paraíso y, por consiguiente, de la


obligación de los hombres de “ganar su pan con el sudor de la frente”, no es difícil inferir una
connotación negativa en el trabajo, entendido como un castigo. Sin embargo, se trataba también
del medio por el cual los hombres lograrían la expiación del pecado y de allí se desprende una
dimensión positiva que coexistía con la visión del trabajo como castigo. Al respecto, el autor afirma
que

“es cierto que el trabajo encarnó aquí, como en los griegos, un destino fatal. Pero esta fatalidad se justificó
porque a través de ella se superaba el reino “caído” por causa del pecado original. El trabajo era un
medio para producir pero también para redimir. En tanto castigo, poseía carga negativa, pero como expiación
tuvo sentido positivo…” (Hopenhayn, M.: Repensar el trabajo. Buenos Aires: Grupo Editorial Norma, p. 44)

Una concepción ambivalente (que incluía aspectos positivos y negativos) acerca del
trabajo, era introducida en el pensamiento hebreo a partir de la cosmovisión religiosa
predominante y ello complejizaba los efectos del sistema productivo familiar sobre el pensamiento
en torno al trabajo. Entre los pensadores de la Grecia clásica, en cambio, no habría tales
ambivalencias en las opiniones sobre el trabajo, considerado como una actividad propia de los
grupos inferiores.

La reflexión sobre el trabajo en la Grecia clásica. La marca de la esclavitud

En Grecia fue temprana, tal como se aprecia en los poemas homéricos, la emergencia de
un ideal aristocrático que distinguía a los guerreros, depositarios del honor, de quienes trabajaban
la tierra, si bien en la figura de Ulises coexistía el ideal de ese honor guerrero con el de la astucia
de comerciantes y piratas, dos profesiones escasamente diferenciadas entre sí en la Grecia
arcaica.

No obstante este ideal aristocrático y guerrero, prevaleciente en los poemas homéricos,


Hopenhayn hace notar que la Grecia arcaica también fue escenario, de modo más o menos
semejante a lo ocurrido entre hebreos y caldeos, de cierta idealización de la vida campesina. Tal
idealización era manifiesta en los poemas de Hesiodo que exaltaban la cotidianeidad de las tareas
agrícolas. También lo era en los orgiásticos ritos dionisíacos que, al representar y “revivir”
anualmente el ciclo de la cosecha, introducían una divinidad con rasgos diferentes respecto a los
Dioses que habitaban el panteón del Olimpo. Estos últimos habían sido concebidos a imagen y
semejanza de los aristócratas especializados en el arte de la guerra. La exaltación de la vida
campesina era la consecuencia del predominio, en la Grecia arcaica, de una economía campesina
basada en la producción familiar.

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Una imagen estilizada del tráfico de esclavos en la Antigüedad (En “Breve historia de
la esclavitud” http://barcossinhonra.files.wordpress.com/2009/01/theslavemarket.jpg)

Pero el desplazamiento, cuando la Grecia clásica dejó atrás a la Grecia arcaica, de la


economía doméstica familiar por un sistema esclavista, fue modificando ese sistema de valores en
torno al trabajo manual. Tal vez llame la atención que un sistema de pensamiento rico en
originalidades (incluido el nacimiento de la especulación filosófica) y complejidad como lo fue el
pensamiento griego, dedicara tan escasa atención al problema del trabajo manual. Hopenhayn
procura explicar esa escasa atención cuando señala que

“En una cultura que asombra por el desarrollo de su reflexión intelectual, como fue la de la Grecia clásica, no
ha de extrañar la pobreza de su reflexión sobre el trabajo. La base material de la polis griega fue el esclavismo,
pilar sobre el cual aseguró su permanencia...” (Hopenhayn, M.: Repensar el trabajo. Buenos Aires: Grupo
Editorial Norma, p. 29.)

Más aún, aunque muchos de los principales aportes de los pensadores griegos fueron
consecuencia de una preocupación central, mucho mayor que en otras civilizaciones antiguas, por
el hombre y por el mundo, también sorprende que esa preocupación no estuviera vinculada con la
aplicación práctica, ni tampoco con el “dominio del mundo”, como sí lo estaría muchos siglos más
tarde, desde la época del Renacimiento.
La clave explicativa de la situación planteada se encuentra, según Hopenhayn, en la
asimilación, en la cultura de la Grecia clásica, entre el trabajo manual y el mundo de los esclavos.
Desde la perspectiva de este autor

“…la valoración peyorativa que nació del desprecio por los esclavos se extendió a toda la fuerza de trabajo
empleada en tareas manuales: quien brega con la naturaleza para vencer, mediante su trabajo, las resistencias
que un material le impone, y en esa lucha debe renunciar a la pura contemplación, y se extravía en los afanes
de su cuerpo y en los imperativos de su supervivencia, se ve impedido de llevar una vida libre y de poseer un
conocimiento verdadero de la realidad.” (Hopenhayn, M.: Repensar el trabajo. Buenos Aires: Grupo Editorial
Norma, p. 32)

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Si los esclavos eran considerados objetos, no debe entonces sorprender que los
pensadores griegos, para quienes el ocio era el marco propicio para cualquier aporte creativo,
prestaran tan escasa atención al problema del trabajo. Tampoco sorprende, en ese contexto, que
cuando se ocuparon del problema, predominó entre ellos una visión altamente negativa acerca del
trabajo manual, considerado como una actividad impropia para los hombres libres.

El impacto ideológico del cristianismo primitivo sobre las sociedades


esclavistas
El antecedente romano

La sociedad romana en su etapa imperial fue similar a la de la Grecia clásica en lo relativo


a una división del trabajo que dejaba en manos esclavas las pesadas tareas del mundo rural.
También al igual que en Grecia, en el mundo romano la agricultura era la base de la economía
aunque los grandes propietarios fueran residentes citadinos. Por ello no tiene demasiado objeto
que nos detengamos en el análisis de la reflexión sobre el trabajo en Roma, al menos durante el
período de plenitud del imperio.
En cambio, conviene detenerse un momento en el legado romano en materia jurídica. La
relevancia de esta cuestión radica en que es allí donde se encuentran los primeros precedentes
del concepto moderno de propiedad y de la distinción, también moderna, entre lo público y lo
privado. Con la confluencia entre ese aporte intelectual en el plano del derecho y la persistente
realidad de la esclavitud, se reforzaron las percepciones peyorativas acerca del trabajo manual.
En efecto, quienes debían realizar tareas manuales eran considerados como una parte de las
propiedades de los señores.
Sobre esta sociedad esclavista impactaría el novedoso mensaje universalista del
cristianismo.

El impacto del cristianismo

En el contexto del imperio romano, sociedad esclavista, el impacto del cristianismo amerita
un tratamiento especial. A diferencia de la cosmovisión de los hebreos, quienes se consideraban a
sí mismos como el pueblo elegido, el cristianismo introdujo un pensamiento religioso portador de
un mensaje de salvación universal, extensible a todos los pueblos del mundo. Al respecto
Hopenhayn asevera que:

“el cristianismo primitivo conservó, en lo que respecta a la noción de trabajo, la ambivalencia hebrea y la visión
del trabajo como castigo impuesto al hombre por Dios a causa del pecado original. Pero le asignó un nuevo
valor, aunque siempre en tanto medio para un fin virtuoso: el trabajo, para el cristiano, no sólo se destinaba a la
subsistencia sino sobre todo a producir bienes que pudieran compartirse fraternalmente. Si se utilizan los frutos
del trabajo para la práctica de la caridad, el trabajo mismo se convierte en actividad virtuosa. En el carácter
moral atribuido al trabajo el cristianismo primitivo difiere de la concepción hebrea, pero mantiene el rasgo de
medio para un fin moral.” (Hopenhayn, M.: Repensar el trabajo. Buenos Aires: Grupo Editorial Norma, p. 52)

A partir de una estricta y explícita diferenciación entre “lo que es del César y lo que es de
Dios”, es decir entre lo terrenal y lo espiritual, los cristianos no cuestionaron el poder temporal del
Imperio Romano. Tampoco objetaron la presencia de considerables asimetrías sociales, la
principal de las cuales era la esclavitud, que cimentaban el edificio político y económico del
imperio.

Materia: Historia del Trabajo - 14 -


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El cristianismo primitivo, pese a no cuestionar explícitamente las bases de la sociedad
romana, tendrá un impacto transformador en el concepto de esclavitud. (Detalle de imagen
de época, en http://www.cristianismo-primitivo.org/imagenes/Cristianos_Orando.jpg)

Sin embargo, los cristianos eran portadores de un mensaje religioso cuyo destinatario era
la humanidad entera. Ello generaría, de modo inevitable, fuertes sacudones en una sociedad
fundada en una radical distinción de estatus entre las personas, tan radical que incluso
consideraba a algunos individuos como propietarios de pleno derecho del tiempo y la vida de otros
individuos. En ese contexto, el mensaje de los primeros cristianos contenía un ingrediente
altamente subversivo de las jerarquías del imperio y de su modelo productivo. En torno a esta
cuestión, Hopenhayn sostiene que

“…El universalismo del mensaje de Cristo era incompatible con la esclavitud” (…) “La solidaridad genérica y la
igualdad de todos ante Dios exige valorar indistintamente a todos los hombres y a todos los trabajos” (…) “Una
oposición abierta se desató entre los aspectos espirituales de la nueva religión y las cuestiones materiales
que dividían al imperio.” (Hopenhayn, M.: Repensar el trabajo. Buenos Aires: Grupo Editorial Norma, pp. 51-52)

Todo ello contribuye a explicar tanto las persecuciones sufridas por los primeros cristianos,
como los efectos disruptivos y desestructurantes que, en el largo plazo, ejerció la nueva religión
sobre la sociedad imperial.

Materia: Historia del Trabajo - 15 -


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El cristianismo primitivo también significó una ruptura respecto a las valoraciones
anteriormente prevalecientes acerca del trabajo. Además de su explícito reconocimiento de una
esencial dignidad humana común a todos, independientemente de cualquier estatuto social o
jurídico, el objetivo último de alcanzar en comunidad la salvación del alma introdujo una
connotación positiva acerca del trabajo en la medida en que contribuyera a la consecución de ese
objetivo, aunque siempre con la salvedad de que se trataba de un medio en función de un fin más
elevado.
Los primeros cristianos fueron, asimismo, tributarios del pensamiento hebreo en su
adopción de una concepción del trabajo como medio de expiación. Sin embargo, añadieron a esa
concepción un carácter comunitario que excedía al de la economía doméstica familiar propia de
los hebreos. La idea de salvación colectiva era fundamento del trabajo comunitario. Muy poco de
esto último quedaría cuando, ya entrada la Edad Media, los valores del cristianismo primitivo
cedieran paso a los valores de la “Iglesia triunfante”.

A modo de cierre

El descubrimiento de la agricultura y su adopción como principal actividad económica de


los grupos humanos significó una ruptura radical para la historia de la humanidad, pues implicó el
tránsito desde sociedades nómadas de cazadores recolectores hacia la formación de sociedades
sedentarias que producían sus propios alimentos. Los primeros excedentes obtenidos en la
producción agrícola permitieron que un segmento de la población fuera exceptuado de las
obligaciones de colaborar en el trabajo productivo. Era el origen de las primeras desigualdades
sociales en lo relativo al sistema productivo. Sobre estas bases y sobre la necesidad de
especialistas en administración, obras públicas, guerra y religión fue posible el surgimiento de las
primeras ciudades estado y, posteriormente, de los primeros imperios.
En ese recorrido, también se fueron transformando las formas en que se organizaba el
trabajo agrícola. En un primer momento la producción agrícola estaba a cargo de unidades
familiares, dentro de las cuales había división de tareas. Estas economías domésticas debían
tributar al estado que de ese modo se apropiaba de un excedente de la producción campesina. En
un segundo momento, se formaron fundos que producían a gran escala mediante el empleo de
mano de obra esclava. Ese paso de la economía doméstica familiar al esclavismo constituye una
de las transiciones más importantes en el mundo antiguo.
La diferencia entre ambos sistemas productivos tuvo su correlato, además, en los sistemas
de pensamiento. Entre caldeos y hebreos, la base familiar de la economía condujo a valorar el
trabajo como fuente de subsistencia y también de estabilidad, aunque en los hebreos esa
percepción se veía complejizada por la creencia en el pecado original que veía en el trabajo un
castigo y un medio de expiación.
Esa visión positiva sobre el trabajo, propia de sociedades basadas en la colaboración
familiar, cedió paso a la visión negativa predominante en las sociedades esclavistas de la Grecia
clásica y de Roma. En estas sociedades, si el trabajo manual estaba a cargo de personas
consideradas inferiores, era obvio que los pensadores, quienes expresaban los valores de los
hombres libres, no tuvieran una percepción del trabajo como una actividad respetable.
Los valores de la sociedad esclavista serían socavados por la irrupción del cristianismo
primitivo. Con esta irrupción y con las dificultades estructurales del esclavismo para reproducirse
como sistema productivo, estaban sentadas las bases para el tránsito desde la antigüedad al
feudalismo. Pero el análisis de esa problemática será objeto de la próxima lectura.

Materia: Historia del Trabajo - 16 -


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