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Historia económica

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Para la historia de la obra intelectual, véase Historia del pensamiento económico.
La historia económica es la rama de la historiografía que estudia la economía del
pasado, así como la rama de la economía que estudia los hechos y estructuras
económicas del pasado.
No debe confundirse la historia económica con la historia del pensamiento
económico, disciplina que estudia la historia de las escuelas de pensamiento
económico. La historia económica se preocupa por describir la evolución de los
sistemas económicos que han servido a la especie humana para asegurar su
supervivencia y multiplicar su población.1 Dado que las ciencias sociales no son
susceptibles de experimentarse en un laboratorio, situaciones pasadas y los datos
recogidos sobre estas deben servir a la hora de elaborar hipótesis falsables.
Según las metodologías y enfoques particulares de cada escuela de historiadores
económicos, su propósito es, bien comprender la persistencia de las estructuras
de larga duración (concepto de Fernand Braudel), sus paulatinas transformaciones
en las grandes transiciones históricas (transición del feudalismo al capitalismo), su
comportamiento en el nivel de la coyuntura (crisis seculares como la crisis del siglo
XIV o la crisis del siglo XVII; ciclos más cortos como la crisis de 1929 o la crisis de
1973); o, desde otro punto de vista, explicar cómo los cambios en la estructura
social y los mercados han contribuido al desarrollo económico en el largo plazo.
Una tendencia reciente dentro de la historia económica es la
llamada cliometría (en referencia a Clío la musa de la historia) aplica las técnicas
del análisis estadístico y econométrico a los datos y hechos históricos, siendo sus
representantes principales Robert Fogel y Douglass North. En la historiografía
influida por la francesa Escuela de los Annales o a la historiografía
anglosajona cercana al materialismo histórico de origen marxista suele ir de la
mano con la historia social, en lo que puede considerarse más un enfoque que un
género, denominado historia económica y social.2
El objetivo es comprender cuáles han sido los grandes movimientos de la
economía mundial que nos han traído a la situación actual, caracterizada por una
esperanza de vida y unos niveles de consumo incomparablemente superiores a
los de la civilizaciones anteriores, pero que sigue teniendo numerosos retos
pendientes. Entre ellos, el más importante es extender los beneficios del progreso
económico a los miles de millones de personas que todavía están fuera de él. 3

Índice

 1Economía paleolítica
 2La revolución neolítica
 3Economía antigua
 4Economía medieval
o 4.1Europa
o 4.2China
 5Economía moderna y contemporánea
o 5.1Mercantilismo y orígenes del capitalismo
o 5.2Industrialización europea
o 5.3Primera globalización (1870-1914)
o 5.4La gran depresión y el período de entreguerras (1914-1945)
o 5.5La edad de oro capitalista y el comunismo (1945-1973)
o 5.6Segunda globalización y crisis económicas (1973-2010)
 6Véase también
 7Referencias
o 7.1Notas
o 7.2Bibliografía

Economía paleolítica[editar]
Debido a la falta de fuentes escritas del periodo pre-agrícola, no se pueden hacer
idealizaciones sobre cómo vivieron los hombres de aquellas épocas. Sin embargo,
sí se pueden hacer ciertas generalizaciones a partir de grupos aborígenes que han
estudiado antropólogos e historiadores modernos.
"Es seguro que la gran mayoría de la gente vivía en pequeñas cuadrillas o bandas
que sumaban en total varias decenas, o como mucho varios cientos de personas.
Quizá en periodos de crisis se acercaban a bandas vecinas para cazar
conjuntamente. El comercio se limitaba sobre todo a objetos de prestigio. No
existen pruebas de que la gente comerciara con bienes básicos como frutos y
carne. La población de sapiens estaba desperdigada sobre territorios inmensos.
La mayoría de las culturas de cuadrillas vivían como nómadas, viajando de un
lugar a otro en busca de comida. Por lo general se desplazaban por un mismo
territorio conocido. A veces, las bandas salían de su territorio y exploraban nuevas
tierras, ya fuera debido a desastres naturales, a conflictos violentos, a presiones
demográficas o a la iniciativa de un jefe carismático. Estos desplazamientos eran
el motor de la expansión humana por todo el mundo." 4
Debido a la dieta saludable y variada, la semana laboral relativamente corta y la
rareza de las enfermedades infecciosas, el antropólogo estadounidense Marshall
Sahlins ha definido las sociedades de cazadores-recolectores preagrícolas como
«las sociedades opulentas originales». Sin embargo, los niveles de consumo per
cápita eran muy inferiores a los actuales, la escolaridad era nula y la mortalidad
materno infantil era elevada.

La revolución neolítica[editar]
Artículo principal: Revolución neolítica
Inicios de la agricultura en diferentes regiones del planeta; sólo se consideran las áreas de desarrollo
primario no las que domesticaron plantas por influjo de regiones que previamente habían desarrollado la
agricultura.

La revolución neolítica, junto con la revolución industrial, ha sido el proceso


histórico-económico que ha tenido un mayor impacto en la organización de las
sociedades humanas y los modos de producción. Ambas revoluciones
comportaron una explosión demográfica de las sociedades humanas.
La economía paleolítica se basaba muy ampliamente en modos de producción de
alimentos no intensificables como son la caza, la recolección y la pesca. Por el
contrario la economía neolítica comportó un desarrollo más amplio de la
agricultura y la ganadería que eran modos de producción intensificables, es decir,
si se dedicaban más horas de trabajo a esas actividades podía incrementarse la
producción, frente a la caza y la recolección que eran muy poco intensificables,
además de ser modos vulnerables a la sobreexplotación.
La agricultura intensiva apareció independientemente en diversas regiones del
planeta. Parece que el único continente donde la agricultura fue un desarrollo
importado, fue Europa donde la agricultura se extendió a partir de migraciones o
expansiones de pueblos a partir de Próximo Oriente.
La intensificación de la agricultura permitió por primera vez la existencia de
excedentes, lo cual permitió la existencia de asentamientos permanentes, la
explosión demográfica, la especialización laboral y en consecuencia estratificación
laboral. La diversidad de papeles sociales y la división del trabajo llevó a la
aparición de la servidumbre, las guerras, la existencia de clases sociales, a su vez
el aumento del número de personas que formaban una comunidad llevó a la
necesidad de coordinar la acción social y en último término llevó a la aparición de
ciudades-estado y de una clase administrativa (donde frecuentemente se
desarrolló la escritura y otros desarrollos culturales más complejos). Si la
civilización primitiva no sabía más que sobrevivir, la civilización agrícola-pastoril
reveló pronto el gusto por las novedades.

Economía antigua[editar]
Artículo principal: Esclavismo

La economía del mundo antiguo no era capitalista, era más bien esclavista.
Destacan los imperios
de Mesopotamia, Egipto, Persia, India, China, Grecia y Roma. La organización
social asociada a su economía se caracterizó por:

 Un sistema jerárquico de clases sociales inmutables con poca o


nula movilidad social, basado en unidades tradicionales como clanes
familiares, castas u órdenes sociales.
 Un sistema agrario de bajo o nulo crecimiento económico porque no
había inversión o ahorro. La riqueza no se convertía en capital, porque no se
reinvertía sistemáticamente.
 Dimensión del mercado reducida, y limitada a la comercialización de
excedentes y de productos de primera necesidad, fundamentalmente.
 En su última fase, la economía del mundo antiguo estaba ya monetarizada
y el trueque fue desapareciendo paulatinamente.
El imperio romano se basó en un sistema mixto, compuesto por el modelo de
imperio tributario típico y un modelo esclavista con mano de obra forzada.
En China y en India con algunas diferencias parece que existió un sistema similar
aunque con desarrollos regionales peculiares. Es importante señalar que ya
durante este período existieron rutas comerciales que unían occidente y oriente
tanto a través de la ruta de la seda como por vía marítima a través del Mar rojo.
Sin embargo, los productos comerciados a largas distancias se limitaban
principalmente a productos suntuarios y evidentemente no perecederos.

Economía medieval[editar]
Artículo principal: Economía feudal
Europa[editar]
En Europa occidental, el sistema económico romano evolucionó a una sociedad
básicamente agrícola, en el que la tierra se constituye la fuente primaria de
riqueza y poder. La traducción política de este hecho económico es el sistema
denominado comúnmente como feudalismo, que presentó variaciones regionales,
y que nunca llegó a ser uniforme en toda Europa. Este sistema tenía tasas de
crecimiento cercanas a cero, y los salarios dependían ampliamente de la cantidad
de mano de obra disponible. Así la gran peste negra de mediados del siglo XIV
que mató a un 30% de la población europea, produjo un vertiginoso aumento de
los salarios en las generaciones siguientes.
China[editar]
Ilustración china sobre el procedimiento de refinado del hierro, tomado de la enciclopedia Tiangong
Kaiwu, 1637.

Durante la Edad Media, China fue en muchos aspectos tecnológicamente superior


a Europa y tenía una economía más grande y que involucraba redes de
intercambio mayores que las existentes en Europa. Durante la dinastía Song se
generalizó el uso de papel moneda, eso contribuyó a la economía durante los
inicios de la "revolución industrial china". El historiador Robert Hartwell estimó que
la producción per cápita de hierro fundido en China se multiplicó por seis entre el
806 y el 1078. Numerosos inventos que tuvieron una importancia crucial durante la
Edad Moderna en Europa tuvieron su origen en China: la pólvora, el papel
moneda, el cañón, la brújula, la imprenta, etc. (ver Anexo:Inventos chinos), sin
embargo quienes le dieron un mayor impulso a esos inventos fueron los imperios
europeos. Adam Smith escribía en 1776: "Desde hace mucho tiempo China es el
país más fértil, mejor cultivado, más laborioso y más poblado del mundo. Pero
también se ha mantenido durante mucho tiempo en un estado estacionario."5

Economía moderna y contemporánea[editar]


Artículo principal: Historia del capitalismo
Ciertos desarrollos económicos poco anteriores al descubrimiento de América y la
introducción de ciertas innovaciones técnicas, algunas de ellas importadas desde
China, marcaron el inicio de la expansión europea en América, que más tarde se
generalizaría también a Oceanía, partes de Asia y África. Esa expansión
eminentemente militar aunque también económica y cultural llevó a un predominio
mundial de las potencias europeas y otras surgidas de la colonización europea
(como Estados Unidos o Australia).
Mercantilismo y orígenes del capitalismo[editar]
Artículo principal: Mercantilismo

La economía europea de los siglos XVI, XVII y la primera mitad del XVIII, se
practicó una política económica caracterizada por un gran intervencionismo. Se
promovía un fuerte control de la moneda, se expandió la regulación estatal de la
economía, la unificación del mercado interno, y se estimuló la producción propia,
controlando los recursos naturales y los mercados. Se practicó ampliamente
el proteccionismo, protegiendo la producción local de la competencia extranjera,
se subsidió a empresas privadas y se impusieron grandes aranceles a los
productos extranjeros. Además se procuró un incremento de la oferta monetaria -
mediante la prohibición de exportar metales preciosos y la acuñación
inflacionaria-, siempre con vistas a la multiplicación de los ingresos fiscales. Estas
actuaciones tuvieron como finalidad última la formación de Estados-nación lo más
fuertes posible. Si bien esta doctrina conocida como mercantilismo no es un
conjunto de recomendaciones económicas enteramente coherente, la mayor parte
de especialistas económicos de la época se adherían en mayor o menor medida a
la mayoría de estas medidas. Estas políticas, se dieron en un contexto general de
aumento de la población de la renta de las naciones europeas, en las que también
intervinieron factores extraeconómicos. Durante este período tanto por el aumento
de los metales en circulación procedentes de América como por las políticas
inflacionistas tuvo lugar la revolución de los precios entre los siglos XV y XVI.
Sin embargo durante el siglo XVIII estas políticas fueron desechadas
progresivamente, Adam Smith criticó ampliamente estas doctrinas en La riqueza
de las naciones y en su lugar promovió ampliamente el liberalismo económico.
Industrialización europea[editar]
Artículo principal: Revolución industrial
El concepto de "revolución industrial" hace referencia al nacimiento y pronto
desarrollo de la industria moderna en Inglaterra (después en el resto de Europa y
del mundo) a partir del uso extensivo de maquinaria mecánica, la introducción de
nuevas fuentes de energía (hidráulica, carbón, gas y petróleo) y la organización
del sistema de producción fabril.
Esto permitió realizar tareas que hasta entonces se habían hecho de forma mucho
más lenta y laboriosa con energía humana o animal, o que no se habían realizado
en absoluto. La introducción de la máquina de vapor en la minería, la fabricación y
el transporte dio resultados impresionantes. Los cambios no fueron sólo
“industriales”, sino principalmente sociales.
¿Por qué ocurrió la revolución industrial en Inglaterra? es una pregunta que se
hacen continuamente los historiadores. Las razones son diversas, pero destacan:
el avance científico y las aplicaciones tecnológicas realizadas, una burguesía cada
vez más pujante, la consolidación de un sistema legal que garantizaba los
derechos de propiedad privada, los pensadores políticos propugnaban por
mayor libertad económica y la ética protestante empujaba al enriquecimiento.
Primera globalización (1870-1914)[editar]
Artículos principales: Primera globalización y  Segunda Revolución Industrial.
Se produce la consolidación de los mercados nacionales en casi todo el globo y su
interconexión creciente por efecto de la libertad de comercio. Desaparecen las
aduanas interiores dentro de los estados en casi toda Europa y Asia. Aparecen los
primeros bancos y casas aseguradoras internacionales y las primeras industrias
integradas globales textil y siderometalúrgica. Tienen lugar las primeras
migraciones masivas entre Europa y América despuntando un mercado de trabajo
global. Surge la primera potencia no occidental, Japón, que enfrenta al imperio
ruso con éxito ya en 1905. La primera globalización tiene en el telégrafo su
catalizador y su símbolo cultural en el optimismo del progreso y el librecambio las
exposiciones universales el concierto de las naciones y las novelas de Verne.
Acaba con la primera guerra mundial que si en buena medida es mundial
afectando a las economías de todas las regiones incluida la neutral América del
Sur es porque es la primera que se da en el marco de un mercado mundial
mínimamente estructurado.
Véanse también: Guerras del opio,  La gran divergencia (milagro europeo)  y  Patrón oro.
La gran depresión y el período de entreguerras (1914-1945)
[editar]
Artículos principales: Gran depresión y  Consecuencias económicas de la Primera
Guerra Mundial.
A diferencia de Europa, Estados Unidos salió de la guerra más fuerte que nunca.
Sólo en términos económicos había pasado de ser deudor a acreedor y había
obtenido posición de liderazgo a nivel mundial en nuevos mercados. Se vivieron
los "felices años veinte" en una época de continuo crecimiento y cada vez mayor
especulación. Durante el alza especulativa, muchas personas con ingresos
modestos compraron acciones a crédito. En medio del furor, se creó una burbuja
financiera que finalmente estalló el 24 de octubre de 1929 -el «jueves negro»-. Los
americanos que habían invertido en Europa dejaron de hacerlo y vendieron su
activo allí para repatriar los fondos. Así se difundió la crisis a Europa y otras partes
del mundo. Algunos historiadores señalan que esa fue una de las razones por la
que pudieron ascender los líderes fascistas -Hitler y Mussolini- al poder en Europa.
La edad de oro capitalista y el comunismo (1945-1973)[editar]
Artículos principales: Edad de oro del capitalismo  y  Socialismo real.

Estados con economías inspiradas por el "Socialismo real" durante el siglo XX.

Poco antes del final de la Segunda Guerra Mundial, los acuerdos de Bretton


Woods de 1944 supusieron un intento de establecer reglas para las relaciones
comerciales y financieras entre los países más industrializados del mundo. Dentro
de los acuerdos alcanzados se decidió la creación del Banco Mundial y del FMI y
el uso del dólar como moneda internacional. Estas organizaciones se volvieron
operativas en 1946. Estos acuerdos trataron de poner fin al proteccionismo del
período 1914-1945, que se inició en 1914 con la Primera Guerra Mundial. Se
consideraba que para llegar a la paz tenía que existir una política librecambista,
donde se establecerían las relaciones con el exterior. Por diversos motivos el
crecimiento económico en los países capitalistas bajo estas reglas e instituciones
fue estable y sostenido en el período 1945-1973.
Por otra parte, en esa época los países donde se practicó la vía
socialista experimentaron también tasas de crecimiento económicas vertiginosas.
De hecho, durante el periodo 1950-1965 la Unión Soviética y otros países
socialistas experimentaron tasas de crecimiento mucho mayores que el promedio
experimentado por los países capitalistas de Europa occidental y Norteamérica.
Otros países como Corea del Sur o Japón optaron por una tercera vía que podría
denominarse un capitalismo de estado o economía con fuerte intervención estatal,
con el objetivo de lograr una amplia y rápida industrialización de estos países.
Segunda globalización y crisis económicas (1973-2010)[editar]
Desde 1973 a la actualidad la tasa de crecimiento a nivel mundial ha sido
considerablemente menor que en el período 1945-1973. La crisis del petróleo de
1973 tuvo un impacto demoledor en los precios del petróleo, lo cual desembocó en
una crisis económica importante en los países occidentales más dependientes del
petróleo. A partir de finales de los años 70, en diversos países las políticas
keynesianas fueron arrinconadas en gran medida por numerosos gobiernos, por
motivos políticos o porque algunos economistas consideraban no daban
respuestas adecuadas en la nueva situación económica. En gran parte el
abandono de las políticas económicas desarrollistas, fueron acompañadas por un
auge de política neoliberales tendentes a desregular la economía, disminuir el
tamaño del sector público en la economía y privatizar numerosas industrias.
Durante este período el sector secundario o industrial disminuyó como porcentaje
del PIB en muchos países, y a costa del sector terciario (sector servicios), y el
desarrollo de las TIC empezó a tener un papel destacado en la economía de
muchos países occidentales.
Sin embargo, este período fue mucho menos estable respecto al crecimiento y
estuvo sometido a numerosas crisis económicas regionales como la Crisis de la
deuda latinoamericana durante los años 1980, la crisis europea de los años 1990
(fue especialmente grave en Suecia y Finlandia), la crisis, la crisis financiera
asiática de 1997 y otras crisis que aún más localizadas como las de Japón (1986-
2003), México (1994), Rusia (1998) o Argentina (1999-2002). Todas ellas preludio
de la gran crisis económica de 2008-2013.

https://es.wikipedia.org/wiki/Historia_econ%C3%B3mica
 

9. La evolución del sistema económico mundial

El sistema económico mundial, pese a que mantenga una cierta


estabilidad estructural, no va a permanecer invariable para siempre, sino
que irá evolucionando en el tiempo a lo largo de un creodo (1);
entendiendo por creodo una trayectoria relativamente estable del
desarrollo de un sistema (Waddington, 1957). Así, aunque “las
influencias del entorno pueden operar de tal manera que la tendencia sea
sacar al sistema de la trayectoria, (…) la canalización del creodo (…)
tenderá a devolver al sistema a su trayectoria habitual” (Waddington,
1969: 366).

Dicho de otro modo, las múltiples perturbaciones que permanentemente


sacuden al sistema económico mundial son continuamente neutralizadas
por el funcionamiento de los mecanismos de autorregulación de dicho
sistema, garantizando así la estabilidad estructural del mismo. Gran parte
de dichas perturbaciones son neutralizadas por las instituciones
reguladoras, mientras que otras requieren de las decisiones ex profeso
de los agentes reguladores.

Estos mecanismos de autorregulación, en cuanto limitan la deriva del


sistema en su evolución, contribuyen a la conformación del creodo, y
dado que aquellos son el resultado del desarrollo del código ideológico
del sistema económico mundial, el neoliberalismo, el creodo por el que
viene evolucionando dicho sistema será un creodo ideológico, el creodo
neoliberal. Mientras los citados mecanismos cumplan correctamente su
función, la evolución del sistema económico mundial vendrá guiada por el
neoliberalismo.

Sin embargo, cuando una perturbación no pudiese ser neutralizada por


los mecanismos de autorregulación del sistema económico mundial, y
para evitar que dicho sistema entrase en una situación de profunda
inestabilidad estructural, los agentes podrían adoptar decisiones que
generasen pequeños cambios estructurales para permitirle a dicho
sistema una mejor adaptación a la nueva situación; dichos cambios
garantizarían una nueva estabilidad estructural, que sería igualmente
coherente con la organización capitalista del mismo y con el código
ideológico neoliberal. Estos cambios los podemos denominar cambios
estructurales menores para diferenciarlos de los cambios estructurales
mayores, que serían el resultado de cambios del código ideológico.

“El código cultural [y, como parte de él, el código ideológico] (…) puede
modificarse (…) bajo el efecto de ciertos sucesos (…) directamente
surgidos de la experiencia fenoménica de la sociedad. Tales sucesos
pueden tener su origen en modificaciones del ecosistema natural que
repercuten sobre la práctica social, suscitan nuevas costumbres, nuevas
reglas, y, muy probablemente, nuevas técnicas y nuevos mitos. También
pueden tener su origen en contactos con sociedades vecinas, a través de
los cuales una cultura puede integrar técnicas, productos de uso o de
consumo, ideas, etc., procedentes de una cultura foránea. Por último,
pueden surgir de la vida misma de la sociedad, donde la desviación
individual introduce nuevos patrones de conducta que llegan a
extenderse hasta convertirse en costumbre o una nueva invención acaba
siendo integrada en su capital cultural” (Morin, 1973 [2000]: 199-200).

Un cambio del código ideológico, o mutación ideológica, implica


necesariamente un salto creódico, un cambio brusco de trayectoria
evolutiva, el desplazamiento del sistema desde un creodo a otro. Y esto
es así en la medida en que del desarrollo del nuevo código ideológico
derivarán nuevas instituciones reguladoras y nuevas decisiones
reguladoras, incluso nuevos agentes reguladores.

Pero dicha mutación ideológica no se producirá con facilidad y será más


probable si el sistema económico mundial se aproxima a una catástrofe,
o situación de inestabilidad extrema en el que existan puntos de
bifurcación evolutiva, como sería el hecho de que el sistema se
encontrase en medio de una crisis estructural; entendiendo por crisis (2):

“un acrecentamiento del desorden y de la incertidumbre en el seno de un


sistema (…) provocado por (…) el bloqueo de dispositivos organizadores,
especialmente los de carácter regulador (…), determinando, por una
parte, rígidas coacciones, y por otra, el desbloqueo de virtualidades hasta
entonces inhibidas” (Morin, 1973 [2000]: 165).

Hasta el momento, el sistema económico mundial no ha sufrido ninguna


crisis estructural, pero podría sufrirla en cualquier momento, aunque no
puede precisarse a priori si una crisis será, o no, estructural hasta que no
se desarrolle en su plenitud. Sin embargo, bastaría con que una
combinación de perturbaciones no pudiese ser neutralizada por los
mecanismos de autorregulación del sistema debido a la existencia de
una incompatibilidad, tanto del marco institucional como del referente
ideológico de las decisiones de los agentes, con el reestablecimiento de
la estabilidad estructural del sistema, para que dicha situación podamos
considerarla como una crisis estructural.

En este caso, los diferentes agentes, desbloqueando virtualidades


inhibidas, se apresurarían a romper con las instituciones y a iniciar
estrategias de supervivencia o a construir nuevos mecanismos de
autorregulación del sistema económico mundial conforme a los valores
ideológicos que considerasen más adecuados en ese momento; y
dependiendo de qué agentes consiguieran que sus acciones
condicionasen más las acciones de otros agentes, así serían el nuevo
código ideológico, las nuevas instituciones y las nuevas decisiones de la
mayoría de los agentes del sistema económico mundial, produciéndose
entonces una mutación ideológica y un consiguiente salto creódico.

Así pues, en algún momento, determinadas combinaciones de


perturbaciones, procedentes del ecosistema mundial, de los sistemas
económicos de su entorno o del propio interior del sistema económico
mundial, podrían gatillar una mutación ideológica, salvaguardando
siempre la organización capitalista que lo identifica, aunque alterando
igualmente su estructura. Es decir, el sistema económico mundial podría
dejar de ser neoliberal sin dejar de ser capitalista.

“En términos de política, aunque la existencia de desarrollos de tipo


creódico implica que los pequeños ajustes marginales hacia pautas de
desarrollo óptimas son generalmente ineficientes, sí queda abierta la
posibilidad de una transición planeada desde una pauta creódica hasta
otra. En efecto, esta transición puede ser necesaria si la pauta creódica
está cerca de una ‘catástrofe’” (Hodgson, 1993 [1995]: 362).

Un buen ejemplo de mutación ideológica lo encontramos en los


antecedentes inmediatos de la aparición del sistema económico mundial.
Cuando tuvo lugar la crisis de los setenta-ochenta (crisis del patrón
cambios-oro, crisis energéticas, crisis del fordismo, crisis de la deuda,
crisis del Estado del Bienestar…) los mecanismos de autorregulación
deliberada y automática de los distintos sistemas económicos capitalistas
nacionales fallaron y durante algún tiempo no fueron capaces de
garantizar la estabilidad estructural; hasta que no se produjo una
mutación ideológica, y el código ideológico existente dio paso a un nuevo
código ideológico, los mecanismos de autorregulación no recuperaron su
capacidad operativa. La citada mutación ideológica de los sistemas
económicos capitalistas nacionales no fue otra cosa que la sustitución del
keynesianismo por el neoliberalismo como código ideológico de los
mismos y supuso un salto creódico desde una trayectoria evolutiva
keynesiana a otra neoliberal. Así, desde mediados-finales de los ochenta,
la autorregulación neoliberal de los sistemas económicos capitalistas
nacionales volvió a garantizar la estabilidad estructural de los mismos,
permitiendo que éstos conformaran el sistema económico mundial.

De todo ello se derivaron cambios en los marcos institucionales de los


sistemas económicos capitalistas nacionales con la desaparición de
ciertas instituciones (por ejemplo, el patrón cambios-oro o la necesidad
de autorización administrativa para la circulación de capitales entre
sistemas económicos nacionales) y la aparición de instituciones
nuevas (3) (por ejemplo, la libre fluctuación de los tipos de cambio en los
mercados de divisas o la libre circulación de capitales entre sistemas
económicos nacionales); además, aparecieron nuevos agentes
reguladores (4) (por ejemplo, la OMC, el G-8 o el Foro Económico
Mundial (5)) y otros se transformaron (por ejemplo, el cambio de
funciones del FMI).

Así, los sistemas económicos capitalistas nacionales consiguieron


sobrevivir a la crisis estructural de los años setenta-ochenta saltando de
creodo, es decir, consiguieron mantener su identidad gracias a una
mutación ideológica, y terminaron por conformar el sistema económico
mundial. Sin embargo, los sistemas económicos socialistas nacionales,
en su mayoría, no fueron capaces de superar la crisis estructural por la
que atravesaron en dicho período y se extinguieron, es decir, perdieron
su identidad, siendo fagocitados por el naciente sistema económico
mundial.

Recapitulando, el sistema económico mundial puede sufrir en cualquier


momento una crisis estructural, impredecible a priori, de la que, o bien
surgiría una mutación ideológica que le permitiese mantener su identidad
capitalista (6) y evolucionar por un nuevo creodo, o bien el sistema se
desintegraría por la perdida de su identidad capitalista, dando lugar a un
sistema económico mundial diferente o a un grupo de sistemas
económicos territoriales igualmente diferentes.

También “se puede promover una transición asequible tanto desde un


estado de desarrollo inicial de una pauta creódica, cercana al punto de
bifurcación, como desde un estado más avanzado con una inversión
suficientemente cuantiosa en recursos” (Hodgson, 1993 [1995]: 362); es
decir, sería posible que ciertos agentes con ideología diferente a la
dominante, la neoliberal, tratasen de provocar un salto creódico cuando
el sistema económico mundial no se encontrase aún ante una catástrofe,
pero, a menos que el sistema económico mundial hubiese sufrido un
salto creódico poco tiempo atrás, y éste no es el caso, el esfuerzo que
dichos agentes tendrían que realizar lo hace muy improbable. Luego, la
mejor estrategia de los agentes desviados empeñados en provocar un
salto creódico consistiría en estar preparados para, en el momento en el
que sistema se encuentre ante una catástrofe, poder ofrecer una
alternativa ideológica que permita un nuevo desarrollo creódico en el que
el sistema económico mundial sea capaz de recuperar su estabilidad
estructural y mantener su identidad capitalista.

https://www.eumed.net/libros-gratis/2007b/280/11.htm

La historia de la economía estudia la economía desde sus inicios:


desde el simple y local trueque que, con el paso de los milenios,
ha acabado evolucionando en el complejo y globalizado
capitalismo, pasando por otros modelos, como el esclavista, el
feudal o el mercantilista.
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La economía es tan antigua como la propia humanidad. Hace cinco mil años, cuando
dos pastores intercambiaban una cabra por cinco gallinas, estaban haciendo
economía. Desde entonces se han sucedido, uno tras otro, diferentes sistemas
económicos. ¿Podemos entonces, mirando al pasado,  intuir lo que nos depara el
futuro?

Especial: ¿Cómo es un banquero del S.XXI?

Cada sistema económico, se ha visto precedido de un cambio en la filosofía de la


sociedad, además, dicho sistema ha respondido a una serie de necesidades e
inquietudes propias de la época en la que fue creado.

1. Los primeros sistemas agrarios


En el principio toda la actividad económica estaba circunscrita a la agricultura, la
pesca y el pastoreo. No existía el dinero y todos los intercambios económicos se
hacían mediante trueques, de modo que nuestros ancestros ignoraban lo que era una
hipoteca o una empresa de trabajo temporal.

Durante siglos, las principales vías de comunicación y comercio fueron los ríos. Los
intercambios que se realizaban estaban basados en los excedentes de las
familias, productos artesanales hechos a mano que sobraban. Estas constituían los
principales núcleos económicos de las economías de subsistencia.
HISTORIA

Breve historia de BBVA (I): nace Banco de Bilbao

Comienza, con este artículo, un repaso a la larga historia de BBVA. A través de varios
capítulos, bbva.com quiere dar a conocer de una manera sencilla y divulgativa los casi
160 años de vida de una de las entidades bancarias con mayor reconocimiento a lo
largo de los siglos XIX, XX y XXI.

A mediados del siglo XIX la sociedad española se encontraba en un momento de


cambio. La política nacional vivía momentos complicados, se contaba desde la
década de los 40 con una Ley de Sociedades Anónimas, la pujante minería
necesitaba de mejoras en las infraestructuras de transporte y una mejor financiación.
Con la llegada de la revolución liberal, el panorama de las entidades bancarias va a
comenzar a vivir un auge sin precedentes.
Con las culturas egipcia, griega y romana, en ese orden, el sistema
esclavista constituyó la base de la economía. La principal riqueza provenía del
trabajo de los esclavos en la agricultura. La guerra también se consideraba, según
algunos filósofos griegos, una fuente de riqueza, debido al aprovisionamiento de
esclavos y la mano de obra barata que se obtenía tras las conquistas.

Durante el imperio romano se produjo un aumento en la actividad comercial, si bien no


era muy eficiente pues todas la mercancías se enviaban a Roma y, desde allí, se
redistribuían a los confines del "mundo conocido".

2. El sistema feudal
Con el derrumbamiento del imperio romano se produjo una gran vertebración de la
actividad económica. El concepto de imperio protector con fronteras bien
definidas se vino abajo y los campesinos, principales generadores de riqueza, se
mudaron al castillo más cercano para protegerse de las hordas de invasores y
saqueadores.

Cada señor feudal protegía a un número determinado de vasallos que trabajaban las
tierras. A cambio de la protección, les entregaban una cantidad anual de su cosecha
al señor y a la iglesia. Esto era lo que se conocía como diezmo, por equivaler a la
décima parte de la cosecha. Durante esta época el comercio se reducía a ciertas
ferias de carácter anual donde se compraban y vendían artículos artesanales.

A finales de la época feudal comenzó a surgir una nueva forma de producción de


riqueza, diferente a todo lo conocido hasta entonces (agricultura, ganadería, pesca y
conquista) y basada en la aportación de un cierto valor añadido a las mercancías.
Hablamos del gremio de artesanos, precursores de las fábricas. En esta etapa los
ricos debían purgar su condición de privilegio mediante la entrega de limosna
(caridad) y el cobro de intereses se consideraba una blasfemia.

3. El sistema mercantilista
Conforme los tiempos avanzaron y las hordas invasoras redujeron su flujo, las
ciudades comenzaron a crecer fuera de las murallas, y comenzó la difusión de la
moneda, la letra de cambio y los pagarés. Con ello, el ser rico no estaba mal visto
ya que si el trabajo dignifica, la riqueza, como producto del trabajo, era igualmente
digna. Surge una nueva clase social entre los campesinos, la nobleza y el clero: la
burguesía, aupada por el comercio.
HISTORIA

La tulipomanía, la primera burbuja económica de la historia

La primera burbuja económica de la historia, conocida como tulipomanía, se produjo


en la economía más potente de la Europa del siglo XVII, los Países Bajos. Hoy,
Holanda es un país reconocido por ser el máximo productor de tulipanes del mundo.
Dicha flor es, sin duda, imagen del propio país. Pero lo que hoy es un símbolo, un día
fue una pesadilla que arruinó su economía por completo.
Con todos estos cambios, el cobro de interés deja de ser un tabú. Se entiende que
el que presta corre el riesgo de que no se le devuelva el dinero de modo que el interés
se entiende como una compensación a dicho riesgo. Además, el que presta dinero
tampoco puede utilizarlo en otra cosa así que el cobro de interés se ve legitimado una
vez más por lo que se conoce como "lucro cesante".
4. Capitalismo vs. comunismo
Fábricas, sindicatos, producción en cadenas, partes intercambiables, internet... Con la
llegada del capitalismo la riqueza dejó de ser un medio para acercarse a dios y se
convirtió en un fin en sí mismo. Enriquecerse era la meta de la versión económica
de la evolución de Darwin: los más listos era los que se enriquecían. El capitalismo
se basó, en sus inicios, en la falsa creencia de que las materias primas eran
ilimitadas. La falsedad de esta premisa se puso de manifiesto con la crisis del petróleo
de 1973. Lógicamente, las materias primas parecían ilimitadas cuando la Tierra tenía
100 millones de habitantes, pero con más de 6.000 la cosa cambiaba.

Por otra parte, como buena utopía, el comunismo funcionaba bien sobre el papel pero
fallaba en uno de sus pilares básicos: el ser humano y su altruismo para con sus
semejantes. Todo se basaba en la planificación centralizada, la supremacía del
bien común y el estado sobre el individuo.

Una visión de futuro: lo que está por venir


Si bien el capitalismo estaba basado, entre otras cosas, en el individualismo y la idea
de que los recursos son ilimitados, el próximo sistema económico, debería basarse en
todo lo contrario (cooperación y reciclaje). Puesto que los recursos se han
demostrado escasos, se debería optimizar su uso. Puesto que cada vez hay más
población en el planeta, si queremos trabajar todos habría que reducir los horarios y
procurar que el valor añadido aportado por cada trabajador fuera enorme. Un
ingeniero diseñaría algo, otro optimizaría su diseño y un tercero lo construiría de un
modo más eficiente. De modo que al final, el producto acabado hubiera sido
construído de la forma más económica y aprovechando al máximo los recursos
disponibles.

'Podcast': José Carlos Gómez Borrero: ''Marx nunca hubiese


ganado el Nobel de Economía''
00:0018:58

    

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HISTORIA

Historia de las tarjetas de crédito


Hoy en día son ubicuas, pero hubo un tiempo en el que no existían. Las tarjetas de crédito
llevan bastante tiempo entre nosotros, pero existen desde mucho antes de lo que muchos
creen.  Por ello, en el siguiente artículo trataremos la historia de una herramienta que se ha
vuelto imprescindible en la vida moderna.
https://www.bbva.com/es/la-economia-en-la-historia-una-mirada-al-pasado-una-vision-de-
futuro/

El invento de la economía y su “medio ambiente”

La preocupación por la crisis ambiental y la polarización social ha marcado el


final del siglo XX, poniendo en cuestión la fe en la senda de progreso indefinido
que nos había  propuesto la civilización industrial. Sin embargo este hecho no
autoriza por si solo a hablar de crisis de civilización. Es más, puede argumentarse
que el proyecto de modernidad y progreso subyacente nunca se había extendido
tanto, ni había desbancando tanto como ahora a otras formas de concebir y de
sentir el mundo.

Empecemos por advertir una curiosa paradoja: se dice que la crítica


“postmoderna”[1] ha subvertido los dogmas de la modernidad pero se silencia
que algunos de estos dogmas, como son las ideas al uso de sistema
político y económico, han escapado milagrosamente a esa subversión y siguen
gozando de buena salud. Se compatibilizan, así, paradójicamente, los más
extremos alardes de relativismo “postmoderno”, con la petrificación tan extrema
del modelo de sociedad actualmente dominante que permite diagnosticar sin
rubor “el fin de la Historia” y “la muerte de las (otras) ideologías”. Y es que la
relativización ha trascendido solo hasta donde resultaba funcional a los poderes
establecidos, sirviendo a veces más para esterilizar que para incentivar las críticas
al modelo de sociedad actual.
La ideología que canta los parabienes de la llamada “globalización” y justifica
los poderes hoy hegemónicos en el mundo no es ningún fruto “postmoderno”,
sino una simple herencia del empeño ilustrado o moderno de construir una
civilización universal apoyada en bases pretendidamente racionales. Como los
ensayos deconstructivos del pensamiento postmoderno son poco útiles para
construir justificaciones sólidas del poder, se mantiene bien firme la visión
moderna del individuo y de la sociedad, con sus ideas de sistema
político y económico, para ofrecer al poder coartadas de racionalidad. Y es que
resulta difícil ofrecer a los ricos y poderosos otro regalo mejor que el que les hizo
esta visión de la sociedad al  liberar de cualquier cortapisa moral el manejo del
poder y la riqueza. El secreto del éxito del nuevo credo así configurado estriba en
que “a los fuertes les promete libertad absoluta en el ejercicio de su fuerza y a los
débiles la esperanza de que algún día lleguen a ser fuertes” (Tawney, R.H.,
1921).

En efecto, el pensamiento moderno consiguió emancipar por vez primera lo


político y lo económico de las antiguas reglas morales, no sólo mediante la
relajación más o menos instrumental y transitoria de estas reglas, sino a base de
identificar con el bien el poder y la riqueza y con la virtud el afán de
acrecentarlos. Corresponde al mismo Maquiavelo (en El Príncipe, 1513) el
mérito de haber roto tempranamente la dicotomía entre poder y virtud, para hacer
de la política una disciplina independiente: "El Príncipe -señala este autor- debe
aparecer siempre del lado de la virtud, sólo para trabajar más efectivamente en la
causa del poder; porque dentro del Estado el poder es sólo virtud, y como virtud
su única recompensa". En lo económico, tanto Mandeville con su famosa Fábula
de las abejas (1729), cuyo subtítulo rezaba “donde las vicios privados hacen el
bien público”, o Smith con su famosa “mano invisible del mercado”, que se
suponía enderezaba el egoísmo individual en beneficio de la comunidad,
presentaban este campo como una excepción a los otros aspectos de la vida
regidos por la moral ordinaria. Y Malthus dio un paso más, en sus Principios de
Economía Política (1820) al cambiar la propia idea de virtud, tal y como lo había
hecho Maquiavelo para la política: "Todos los moralistas -señala Malthus- desde
los más antiguos a los más modernos, nos han enseñado a preferir la virtud a la
riqueza... se ha supuesto siempre que diferían esencialmente por sí mismas, pero
si la virtud constituye la riqueza ¿cómo interpretar todas las admoniciones
morales que nos exhortan a abandonar la segunda para dedicarnos a la primera?
¿Por qué repetir que no hay que dirigir nuestra ambición hacia la riqueza si la
virtud es la riqueza?". En resumidas cuentas que tras haber hecho buenos y
virtuosos el poder y la riqueza y concluido, desde hace tiempo se viene
postulando que, en política y en economía, el fin justifica los medios: la
eficiencia en el logro de poder o de riqueza dice, a la postre, si los medios son
buenos o malos con independencia de los daños sociales o ambientales que éstos
ocasionen. En lo que sigue reflexionaremos sobre la génesis y afianzamiento del
pensamiento económico dominante y sobre su función a la vez apologética de un
poder crecientemente económico, y mistificadora de los problemas y las
tendencias en curso, que apuntan inequívocamente hacia el deterioro ecológico y
la polarización social.

Sobre cómo la economía estándar se consolidó generando un “medio


ambiente” inestudiado

Conseguir un mejor entendimiento entre los enfoques y áreas de conocimiento


diferentes que se ocupan de la problemática horizontal que la gestión de los
recursos naturales o ambientales plantea, exige conocer en profundidad las
razones que explican el divorcio entre economía y ecología, viendo cómo la
noción de sistema económico sobre la que acostumbra a razonar la primera se
consolidó echando por la borda las consideraciones sobre la economía de la
naturaleza que preocupaban a los autores, hoy llamados fisiócratas, que la
idearon en el siglo XVIII. Y conociendo cómo fueron surgiendo, ya al margen de
la ciencia económica establecida, otras disciplinas que trataban de aportar
respuestas útiles para la gestión en ese campo que la economía había abandonado
tras aislar y consolidar su reflexión en el universo autosuficiente de los valores de
cambio. Pues hay que tener bien claro que la noción de sistema utilizado en estas
disciplinas, entre las que ocupa un lugar central la ecología, difiere radicalmente
del empleado por la economía, como difiere también su objeto de estudio: de ahí
la desconexión, la incomprensión y el conflicto observado entre ambas. Un mejor
entendimiento entre enfoques exige, también, tener conciencia de las
posibilidades y limitaciones de cada enfoque, a fin de desterrar los
reduccionismos que suelen acompañar al conocimiento parcelario.

La idea de sistema económico que permitió la consolidación de


la economía como disciplina y que ha venido monopolizando hasta ahora la
reflexión de los economistas, tomó cuerpo allá por el siglo XVIII, tal y como se
detalla en el libro La economía en evolución (Naredo, J.M., 1987, 3ª ed.
actualizada 2003). Fueron los economistas franceses de esa época, hoy llamados
fisiócratas, los que instalaron el carrusel de la producción, del consumo,
del crecimiento y demás piezas constitutivas de la idea usual de sistema
económico. Al proponer la noción de producción (y de su deseable crecimiento)
como centro de esta disciplina, se desterró la idea anterior que concebía la
actividad mercantil como una especie de juego de suma cero, en el que si unos se
enriquecían era a costa de otros. Se desplazó así la reflexión económica desde
la adquisición y el reparto de la riqueza hacia la idea de forzar la producción de
la misma que, al suponer que era beneficiosa para todo el mundo, permitía
soslayar los conflictos sociales o ambientales inherentes al proceso económico y
desterrar las preocupaciones morales de este campo a las que antes se encontraba
estrechamente vinculado. Tal desplazamiento se apoyó en la visión organicista
del mundo todavía vigente por aquel entonces, que veía sujetos a procesos de
generación y crecimiento no solo a los animales y las plantas, sino también a los
minerales. La economía se afianzó como disciplina asumiendo la tarea de
promover y orientar ese crecimiento de las riquezas generadas por la Madre-
Tierra. Quesnay, el más destacado de los economistas de la época, proponía
como objetivo de la moderna Economía “acrecentar las riquezas renacientes sin
menoscabo de los bienes fondo” (entre los que figuraba sobre todo la capacidad
generadora de la Madre-Tierra). Producir, para este autor, no era simplemente
“revender con beneficio”, sino contribuir al aumento de esas riquezas
renacientes (o renovables, diríamos hoy) dando lugar a un Producto neto físico
(por ejemplo, se plantaba un grano de trigo y se obtenía una espiga con muchos
granos) expresable también en términos monetarios. La idea
de crecimiento resultaba entonces coherente con la visión organicista del mundo
físico en crecimiento antes mencionada, que alcanzaba también al “reino
mineral”: no en vano Quesnay incluía a la minería entre las
actividades productivas (es decir, que trabajaban con riquezas renacientes)
recogidas en la cabecera de su famoso Tableau économique (Quesnay, F., 1758).
El crecimiento económico (medido en términos físicos y monetarios) se situaba
en correspondencia con el crecimiento físico, no solo de las riquezas renacientes,
sino de la propia Tierra que las generaba, tal y como postula Linneo en
su Discurso sobre el crecimiento de la Tierra habitable (Oratio Telluris
habitabilis incremento) (Linneo, C., 1744). El crecimiento propuesto pretendía
así desarrollarse, ingenuamente, “sin menoscabo de los bienes fondo”, es decir,
de modo “sostenible” en términos actuales. A partir de aquí la ciencia económica
siguió asumiendo acríticamente las ideas de producción y crecimiento como
premisas indiscutibles en la marcha hacia el Progreso, olvidando el contexto y
las matizaciones originarias, para popularizar toda la mitología vinculada a estas
nociones.

Para la corriente de pensamiento que se ocupaba en la época de Quesnay y de


Linneo de la entonces llamada economía de la naturaleza, “todo lo creado era
útil (de forma más o menos mediata) a nuestras necesidades”, habida cuenta las
múltiples interdependencias observadas entre animales, minerales y plantas en el
marco de un supuesto mutualismo providencial: hasta las criaturas más modestas
de la creación, como la lombriz de tierra, o los insectos, se consideraban de
alguna utilidad, aunque fueran también molestos para el hombre. En
consecuencia, los fisiócratas trataron de conciliar sus reflexiones sobre los
valores “venales” o pecuniarios, con esa economía de la naturaleza que extendía
su objeto de estudio a toda la biosfera y los recursos. Estos autores propusieron
así, en pleno siglo XVIII, una síntesis audaz entre crematología y economía de la
naturaleza, tratando de orientar la gestión con unos principios de la economía
monetaria acordes con las leyes del mundo físico (de ahí su posterior calificación
de fisiócratas). Pero, como es sabido, su programa de investigación se vio
truncado al irse desplazando su idea de sistema económico al mero campo de los
valores pecuniarios o de cambio, hasta cortar el cordón umbilical que
originariamente lo unía al mundo físico. En la “ecuación natural” en la que
William Petty consideraba ya que “el trabajo era el padre y la naturaleza la
madre de la riqueza”, fue perdiendo peso esta última. Los llamados “economistas
clásicos” la mantuvieron como un objeto cada vez más pasivo e incómodo, que
se suponía acabaría frenando el crecimiento económico y haciendo desembocar
el sistema hacia un inevitable “estado estacionario”, manteniendo todavía una
noción de producción que permanecía cargada de materialidad y exigía distinguir
entre actividades “productivas” e “improductivas”.  Hay que recordar que a
finales del siglo XVIII y principios del XIX la geodesia, la mineralogía,... y la
química modernas desautorizaron la antigua idea del crecimiento de los
minerales y de la Tierra misma (e incluso llegó a establecerse la definición del
metro, unidad invariable de longitud, como equivalente a la diez millonésima
parte del cuadrante del meridiano terrestre): los economistas clásicos no pudieron
menos que aceptar que el crecimiento de la población, la producción y los 
consumos (materiales) resultaba inviable a largo plazo si la Tierra no crecía. De
ahí que aceptaran de mala gana que el crecimiento económico acabaría
apuntando irremisiblemente hacia un horizonte de “estado estacionario”. El
hecho de que un economista tan acreditado como John Stuart Mill, cuyo manual
alcanzó numerosas ediciones, viera con buenos ojos ese “estado estacionario”,
denota hasta qué punto no estaba todavía firmemente establecida la mitología
actual del crecimiento como llave inequívoca de progreso. “No puedo mirar al
estado estacionario del capital y la riqueza --decía este autor en su manual—con
el disgusto que por el mismo manifiestan los economistas de la vieja escuela. Me
inclino a creer que, en conjunto, sería un adelanto muy considerable sobre
nuestra situación actual. Confirmo que no me gusta el ideal de vida que
defienden aquellos que creen que el estado normal de los seres humanos es una
lucha incesante por avanzar y que aplastar, dar codazos y pisar los talones al que
va delante, característicos del tipo de sociedad actual, constituyen el género de
vida más deseable para la especia humana...No veo que haya motivo para
congratularse de que personas que son ya más ricas de lo que nadie necesita ser,
hayan doblado sus medios de consumir cosas que producen poco o ningún placer,
excepto como representativas de riqueza,...solo en los países más atrasados del
mundo puede ser el aumento de la producción un asunto importante; en los más
adelantados lo que se necesita desde el punto de vista económico es una mejor
distribución...” (Mill, J.S., 1848 (reed.1978, p. 641)).

Serían los economistas llamados “neoclásicos” de finales del siglo XIX y


principios del XX, los que acabaron vaciando de materialidad la noción
de producción y separando ya por completo el razonamiento económico del
mundo físico, completando así la ruptura epistemológica que supuso desplazar el
la idea de sistema económico, con su carrusel de la producción y el crecimiento,
al mero campo del valor, donde seguiría girando libremente, hasta que las
recientes preocupaciones ecológicas o ambientales demandaron nuevas
conexiones entre lo económico y lo físico.

Así, el predominio del enfoque mecánico y causal redujo el campo de estudio de


la economía solo a aquellos objetos que se consideraban directamente útiles para
el hombre en sus actividades e industrias. Entre los “economistas neoclásicos”
más representativos, podemos decir, por ejemplo, que Walras no comulgaba con
ese mutualismo providencial de los fisiócratas y hablaba ya, en su famoso tratado
(1874), de “malas hierbas” y “alimañas” a eliminar, porque atentaban contra esa
utilidad directa, o que Jevons señalaba taxativamente que los recursos naturales
no formaban parte de la ciencia económica ya que solo podían ofrecer utilidad
potencial. La idea de que tanto la Tierra como el Trabajo, eran sustituibles por
Capital, permitió cerrar el razonamiento económico en el universo del valor
haciendo abstracción del mundo físico, al considerar el Capital como el factor
limitativo último para la producción de riqueza.

Pero todavía es necesario practicar nuevos recortes en esta noción más restringida
de lo útil para acercarnos al campo de los objetos económicos a los que se refiere
la noción usual de sistema económico. Walras, calificado por Samuelson como el
Newton de la ciencia económica, fue consciente de estos recortes, al igual que
otros autores neoclásicos, y los explicitó de la siguiente manera. El primer recorte
viene dado al considerar solo aquel subconjunto de lo directamente útil que es
objeto de apropiación efectiva por parte de los agentes económicos, pasando a
formar parte de su patrimonio. El segundo recorte se practica al retener solamente
aquel subconjunto de objetos apropiados que tienen valor de
cambio (subconjunto éste que puede ampliarse mediante la imputación de valores
a aquellos objetos que, por las razones que sean, no tienen un valor de cambio
explícito). El tercer recorte se opera al tomar del campo de
lo apropiable y valorable solamente aquellos
objetos apropiados y valorados que se consideran productibles, atendiendo al
postulado que permite asegurar el equilibrio del sistema
(entre producción y consumo, más o menos diferido, de valor) sin recurrir a
consideraciones ajenas al mismo. Así, tal y como señalaba Walras en
sus Elementos (Walras, L.,1900), al matizar la noción de riqueza social a la que
circunscribe su sistema: “el valor de cambio, la industria, la propiedad, tales son
pues los tres hechos generales de los que toda la riqueza social y de los que solo
la riqueza social es el teatro”.

De esta manera, en contra de lo que pretendía Quesnay, producir acabó siendo,


sin más, “revender con beneficio”, utilizándose la noción de “valor añadido”
(calculado como saldo entre el valor en venta de un producto menos el valor
gastado en su obtención) para estimar y agregar dicha producción en los sistemas
de Cuentas Nacionales, plasmada en el consabido Producto Nacional Bruto, que
hace abstracción del contenido físico de los procesos  que conducen a su
obtención. Como contraposición a las operaciones que llevan a la formación,
distribución, consumo o acumulación del producto monetario así generado,
aparece un “medio ambiente” inestudiado, compuesto por recursos naturales, no
valorados, apropiados o producidos, y por residuos que, por definición, han
perdido su valor.

Los recortes mencionados en el objeto de estudio que se han operado entre


esa economía de la naturaleza, que los fisiócratas del siglo XVIII mantenían
como marco de referencia en sus razonamientos, y la versión de sistema
económico adoptada por los autores neoclásicos a finales del siglo XIX y
utilizada hasta el momento como objeto de representación (de las Contabilidades
Nacionales de flujos) y de reflexión de los economistas, explica el divorcio
entre economía y ecología que ahora se trata de paliar. El problema estriba en
que cada una de estas dos disciplinas razona sobre oikos diferentes, dando lugar a
diálogos de sordos, cuando sus diferentes objetos de estudio no se precisan con
claridad. Pues mientras la ecología, al igual que la economía de la naturaleza del
siglo XVIII, razona sobre el conjunto de la biosfera y los recursos que
componen la Tierra, la economía suele razonar sobre el conjunto más restringido
de objetos que son apropiables, valorables y productibles. Y fácilmente se
aprecia que la ampliación de este último subconjunto suele entrañar recortes o
desplazamientos de los objetos preexistentes en los otros conjuntos de recursos
más amplios sobre los que razona la ecología, con el agravante de que tales
recortes permanecen al margen del cómputo contable ordinario de la economía.
Tal sería el caso de una empresa minera, que amplía la “producción” (léase
extracción) de minerales a costa de reducir las reservas que pueden ser
apropiadas y valoradas, pero no producidas. O de la construcción de nuevos
edificios que exige la ocupación de suelo fértil. O de la empresa
que produce utilizando y contaminando el aire, que no está ni apropiado ni
valorado. Es más, la mayoría de los procesos de produción y consumo (de valor)
suelen abarcar elementos y sistemas del mundo físico que se ubican en conjuntos
de objetos “libres” que pueden pasar a ser apropiados, valorados, intercambiados,
producidos,…o también disipados y contaminados (por ejemplo, comprender el
ciclo del agua exige abarcarlo desde su fase atmosférica, que da paso a la
precipitación, a la absorción por el suelo y las plantas, a sus cambios de estado,
por evapotranspiración o congelación, a la infiltración superficial y profunda y a
la escorrentía hasta que finalmente llega al sumidero de los mares, para volver de
nuevo a la fase atmosférica: de todas estas fases solo una fracción puede ser
apropiada, valorada y producida, cuyo estudio debe relacionarse con el resto).

A las diferencias observadas entre el objeto de estudio de la economía y


la ecología, se añaden otras no menos importantes en las nociones de sistema con
las que trabajan: mientras que la economía suele trabajar con una noción de
sistema permanentemente equilibrado, que se cierra en el mero campo del valor,
aislándose del mundo físico sin dar cuenta de las irreversibilidades, la ecología,
trabaja con sistemas físicos abiertos (que intercambian materiales y energía con
su entorno), permanentemente desequilibrados y sujetos a la “flecha
(unidireccional) del tiempo” que marca la Ley de la Entropía. El hecho de
trabajar, no solo con objetos de estudio diferentes, sino también con sistemas de
razonamiento diferentes, agrava la falta de entendimiento antes mencionada,
cuando se discute sin precisar estos extremos.

Así las cosas, cuando la ciencia económica, y su sistema contable de referencia,


se consolidaron abandonando el contexto físico-natural en el que habían nacido,
con los fisiócratas, para limitar su campo de aplicación al universo lógicamente
autosuficiente de los valores de cambio (productibles), llama la atención que se
quiera ampliar ahora su radio de acción para abarcar el “medio ambiente”,
compuesto por bienes libres o no económicos, que aparece plagado, no solo de
recursos naturales y de residuos artificiales sin valor, sino también, de bienes
fondo, como el territorio con sus ecosistemas, que son improductibles en el
sentido que Quesnay atribuía a este término. Lo mismo que cuando la ciencia
económica se hizo autosuficiente a costa de echar por la borda la conexión con el
mundo físico demandada por Quesnay, para asegurar que la producción se
realizara “sin menoscabo de los bienes fondo”, llama la atención que ahora se
trate de restablecer de nuevo esa conexión para pretender que
dicha producción sea físicamente sostenible. Ni que decir tiene que estas nuevas
exigencias afectan a los cimientos de la ciencia económica establecida y tienen
que ver con su propio estatuto como disciplina autosuficiente, por lo que
constituyen uno de los puntos más vivos del debate económico actual, dando
lugar a diversas formas de abordar la nueva problemática, como ocurre con las
corrientes de economía ambiental y economía ecológica. Por un lado, la
llamada economía ambiental, trata de estirar la vara de medir del dinero para
abordar los problemas de gestión de la naturaleza como externalidades a valorar
desde el instrumental analítico de la economía ordinaria, que razona en términos
de precios, costes y beneficios reales o simulados. Curioso empeño éste de
construir una economía del medio ambiente inestudiado que la propia economía
había generado, empeño que podría asimilarse al de hacer una física de la
metafísica. Bien es verdad que, en el fondo, este empeño no busca tanto analizar
y solucionar los “problemas ambientales” como justificar la toma de decisiones
en este campo con la ayuda de la racionalidad parcelaria propia de la economía
estándar.  Por otro, la llamada economía ecológica, considera los procesos de
la economía como parte integrante de esa versión agregada de la naturaleza que
es la biosfera y los ecosistemas que la componen (incorporando líneas de trabajo
de ecología industrial, ecología urbana, agricultura ecológica,..., que recaen
sobre el comportamiento físico y territorial de los distintos sistemas y procesos).
Entre ambos ha surgido también una economía institucional que relativiza los
“óptimos” formulados por la economía estándar, al advertir que el intercambio
mercantil viene condicionado por la definición de los derechos de propiedad y de
las reglas del juego que el marco institucional le impone, tratando de identificar
aquellos marcos cuyas soluciones se adaptan mejor al logro de objetivos de
conservación del patrimonio natural o de calidad ambiental socialmente
deseados. Como es natural, escapa al propósito de este texto hacer una
exposición detallada de tales corrientes: ahora se trata más bien de apuntar el
telón de fondo ideológico que las hizo nacer, escindiendo el universo académico
de los economistas, gobernado hasta hace poco por la hoy llamada economía
ordinaria, convencional o estándar.

Pero hemos de advertir que el enfoque económico ordinario no solo genera un


“medio ambiente” físico inestudiado, sino que genera también un “medio
ambiente” social inestudiado. La ceguera de este enfoque hacia aspectos sociales
dio pie a la paradoja de permitir diagnosticar que “España iba bien”, a la vez que
se extendían la crispación y la inseguridad por todo el cuerpo social. Aunque
menos conocido, existe además un “medio ambiente” financiero fruto de la
cortedad de miras del enfoque económico estándar. En efecto, las Cuentas
Nacionales y la macroeconomía que se enseña en los manuales razonan sobre los
agregados de renta nacional, que se supone generada por procesos
de producción (mediante el cálculo habitual de los valores añadidos que se
obtienen en el curso del mismo), pero cierran los ojos a aquellos otros los valores
añadidos que genera un comercio de activos patrimoniales (terrenos, inmuebles,
acciones,…o empresas) alimentado por la emisión de activos financieros, que
ocupa un lugar cada vez más relevante en la generación y reparto de la capacidad
de compra sobre el mundo. Así, mientras el enfoque económico estándar sigue
centrando su reflexión en los agregados monetarios de producción y renta que
figuran en el “cuadro macroeconómico” y considera el mundo financiero como
un simple apéndice de la “economía real”, los principales grupos de empresas
transnacionales han desplazado su actividad hacia las finanzas y el comercio de
activos patrimoniales (sobre todo de empresas e inmuebles), haciendo que estas
actividades “atípicas” acaben condicionando más su cuenta de resultados y sus
perspectivas que los ingresos derivados de sus actividades “ordinarias”.

Asimetrías en el tratamiento del  poder y la riqueza

Presuponiendo que el afán de acumular y mantener el poder era algo irrefrenable


en el homo político, se intentó evitar que ello desembocara en el despotismo, a
base de contrapesar esta tendencia con mecanismos adecuados para ello. Por una
parte se postuló la conveniencia de dividir el poder absoluto proponiendo como
solución la conocida división de poderes de Montesquieu, que separaba el poder
ejecutivo, del legislativo y el judicial. Por otra, se estableció la necesidad de
promover el sufragio más o menos universal y el pluralismo de los partidos
políticos e, incluso, de incentivar la existencia de “cuerpos sociales intermedios”
que facilitaran la participación de la sociedad civil en las decisiones políticas y en
el control de su gestión. La incorporación de todos estos “contrapesos” dio lugar
a la aplicación democrática de la idea general de sistema político. El diseño
institucional de este modelo, incorporando al panorama político partidos,
elecciones, parlamentos,…y tribunales supuestamente independientes, dio carta
de naturaleza a este modelo y justificó el calificativo de democrático que se
otorga hoy con generalidad a los sistemas políticos imperantes en el mundo.

Sin embargo, presuponiendo desde el prisma de la producción que acrecentar la


riqueza era bueno para todo el mundo, la ciencia económica no estableció
contrapeso alguno al aumento ni a la acumulación de la riqueza[2]. Admitiendo
como algo no solo inevitable, sino también socialmente saludable, que el afán de
acumular riquezas espoleara al homo económico “desde la cuna hasta la tumba”
(Smith, A., 1769), se propuso como solución el mercado para que, a través de la
“mano invisible” de la competencia, enderezara en favor de la comunidad el
egoísmo pecuniario de los contendientes. Se llega así a proponer un sistema
político democrático y un sistema económico mercantil como soluciones idóneas
para gestionar con razonable eficiencia el poder y la riqueza. Siendo la libre
expresión de las voluntades y gustos de los individuos como votantes y como
consumidores, la clave de ambos sistemas que se suponía capaz de orientar hacia
el bien común la actuación de partidos ávidos de poder y de empresas ávidas de
beneficio, guiados por sus respectivos líderes y empresarios. Y apareciendo el
Estado por encima de ellos, como árbitro supremo que garantiza el respeto de la
propiedad y la libertad individual, mediante reglas del juego que rigen el
funcionamiento de ambos sistemas y que aseguran a la vez la paz y el bienestar
social.
El derrumbe del llamado bloque socialista inclinó las ideas de sistema político y
de sistema económico hacia sus versiones democrático-mercantiles, frente a las
que ofrecían la “dictadura del proletariado” y “planificación imperativa” con la
idea de forzar la consecución de logros igualmente productivistas pero más
igualitarios. La unificación de las formas de gestión generalmente admitidas de
ambos sistemas en torno a un único modelo democrático y mercantil, es lo que
dio pié a hablar de “pensamiento único”, al desaparecer la “alternativa” antes
indicada de gestionarlos.

En suma, que se observa un paralelismo entre ambos modelos (el político-


democrático y el económico-mercantil) derivado de la misma filosofía mecánica
y atomista que los inspira: ambos parten de considerar una sociedad compuesta
por átomos individuales movidos por intereses políticos y económicos que
interaccionan a modo de fuerzas, orientando el quehacer de los mandatarios
políticos y empresariales, a través del  sufragio y del mercado, hasta alcanzar
síntesis supuestamente optimizadoras en esos dos mundos separados de lo
político y lo económico, que se suponen reflejo de la “voluntad” y de las
“preferencias” generales, respectivamente.

Pero junto a este paralelismo hay que subrayar una diferencia sustancial en lo
relativo a sus fines. Mientras se pensaba que no era socialmente deseable que el
aumento del poder perseguido por lideres y partidos políticos prosiguiera ad
infinitum y se establecía para evitarlo la división y la descentralización de
poderes unida al juego democrático-parlamentario, no ocurrió lo mismo con el
aumento y la ostentación de la riqueza por parte de empresas e individuos. Antes
al contrario, se asumió que ampliar la producción (y el consumo) de riquezas
debería  ser el principal objetivo que guiaba la idea al uso de sistema
económico (finalidad ésta en la que coincidían tanto la versión mercantil como
aquella otra estatalizante y planificadora del mismo).  La finalidad de
este sistema apunta así a aumentar la riqueza, mientras que la del sistema
político se limita a gestionar el poder. La aceptación acrítica de la noción
de producción como centro de la idea usual de sistema económico antes indicada
se encuentra en la base de esta situación diferencial, que explica en buena medida
el sentido de muchas de las mutaciones que se están produciendo en nuestra
sociedad. Mutaciones que transcurren al margen, e incluso en profunda asimetría,
con la red analítica que se despliega comunmente desde los dos sistemas y
modelos mencionados, generando la incomprensión, imprevisión y
desorientación actuales.

Desde que se implantaron las ideas usuales de sistema político democrático y


de sistema económico mercantil, se han multiplicado los empeños de analizar la
sociedad desde el prisma analítico-parcelario de tales modelos, presuponiendo su
universalidad y su  capacidad a la vez  propositiva, explicativa y predictiva y, lo
que es más grave, ignorando otras realidades y esquemas interpretativos. Así, se
confunde a menudo la función normativa de tales sistemas, utilizados como
modelos a los que se pretenden adaptar las sociedades de carne y hueso, con su
papel en la orientación de análisis pretendidamente positivos, que se construyen
presuponiendo que las sociedades de carne y hueso funcionan de acuerdo con
dichos modelos. Actualmente estamos recogiendo los frutos de tan prolongados
empeños normativos y analíticos. Por una parte, la fe en la supuesta capacidad de
ambos sistemas para autorregularse apuntando siempre al bien común, justifica e
incluso subraya la conveniencia de que políticos y empresarios den rienda suelta
a sus afanes de poder y de riqueza al margen de todo freno moral, favoreciendo la
pérdida de la cohesión social y la desatención de la esfera comunitaria que se
aceleran en los últimos tiempos. Por otra parte, habida cuenta que el capitalismo
no es la realización de ningún modelo utópico, sino el fruto de la evolución
histórica de sociedades concretas, nos encontramos con que en esta evolución
afloran con fuerza herencias despóticas y aspectos no deseados cada vez más
graves que permanecían ignorados en los modelos tan harto simplistas de sistema
político y de sistema económico que monopolizan la reflexión.

Antes de resaltar la función mistificadora de los enfoques habituales,


mediatizados por la idea usual de sistema político y económico, y su
inadecuación para analizar y tratar las mutaciones que se están produciendo en
nuestra sociedad a escala planetaria, vamos a profundizar un poco más sobre la
idea de sociedad y de propiedad sobre la que implícitamente enraízan los
modelos indicados.

Libertad y propiedad: los derechos enunciados llevan el germen de su


incumplimiento

El empeño de trascender los rancios privilegios del Antiguo Régimen refundando


la sociedad a partir de los derechos “naturales” del individuo humano, supuso a la
vez el éxito y el fracaso de la Revolución francesa en su propósito de extender su
divisa de libertad, igualdad, fraternidad. El éxito vino, en primer lugar, marcado
por la abolición de los privilegios de la nobleza la célebre noche del 4 de agosto
de 1789, con el apoyo de la gran movilización popular que suscitaron las nuevas
ideas y el triunfo de la Revolución. Las limitaciones arrancan del propio
desarrollo de los derechos enunciados dos días después (en la Declaración del 6
de agosto), que trajo consigo el germen de sus incumplimientos al albergar serias
contradicciones internas que pasamos a ver seguidamente. Pese a su aparente
radicalidad, el nuevo punto de partida dio pie al desarrollo del capitalismo y de
las desigualdades, que acabaron generando en Francia un tipo de sociedad que no
difería esencialmente de la establecida en Inglaterra, pese a los orígenes más
moderados y clasistas que marcaron la evolución de esta última. El nudo
gordiano de los fracasos vino de las relaciones observadas entre el ejercicio de
dos derechos pretendidamente naturales e imprescriptibles: los de libertad y de
propiedad.

La Declaración de 1789 consta de 17 artículos. El artículo 1º afirma que “los


hombres nacen libres e iguales en derechos y las distinciones sociales no pueden
fundarse más que en la utilidad común”. El artículo 2º, que “el objeto de toda
sociedad política es la conservación de los derechos naturales e imprescriptibles
del hombre. Estos derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y la
resistencia a la opresión”.  El artículo 17º remachaba que “siendo la propiedad un
derecho inviolable y sagrado, nadie puede ser privado de ella sino cuando la
necesidad pública, legalmente justificada, lo exija evidentemente y a condición
de una justa y previa indemnización”. La mencionada Declaración coincidía así
en la defensa indiscriminada del derecho de propiedad  con la declaración inglesa
de 1689 y la norteamericana de 1774. El problema que suscita el mantenimiento
acrítico de este derecho varios siglos más tarde se deriva de que la propiedad es
una categoría extremadamente ambigua que, para colmo, ha evolucionado
enormemente, adquiriendo dimensiones entonces imprevistas.

En efecto la propiedad es una categoría que alberga multitud de derechos que


solo tienen en común ser ejercidos por personas o entidades y regulados por el
Estado. En el ambiente más simple de la era preindustrial, la asociación entre
propiedad y libertad parecía bastante evidente y no requería muchas
matizaciones. En una sociedad de campesinos y artesanos parecía lógico postular
que su libertad se asociaba a su propiedad sobre las tierras que trabajaban, sobre
el ganado, sobre los talleres y herramientas empleados o sobre las viviendas, los
enseres domésticos y los ingresos conseguidos básicamente con su trabajo. En
este sentido se expresa Locke, en su famoso Two Treatises on Civil
Governement (1690) cuando presenta el trabajo como el “sello” que justifica la
propiedad privada en tanto que derecho natural, apoyando su argumentación con
numerosos ejemplos: “aunque el agua de la fuente es de todos, ¿quién puede
dudar que la recogida en un recipiente le pertenece al que lo llenó? El trabajo
suyo la ha sacado de manos de la Naturaleza, en la que era común a todos, y con
ello se la ha apropiado para sí” (p. 25). Tras apreciar que el principal objeto de la
propiedad no lo constituían entonces “los frutos de la tierra y los animales que
viven en ella, sino la tierra misma” afirma que ésta se adquiere también mediante
el trabajo: “la extensión de tierra que un hombre labra, planta, mejora, cultiva y
cuyos productos es capaz de utilizar, constituye la medida de su propiedad” (p.
26). Así, concluye que aunque “Dios ha dado el mundo a los hombres en común,
…[pero] puesto que se lo dio para que sacasen del mismo la mayor cantidad
posible de ventajas para su vida,… lo dio para que el hombre trabajador y
racional se sirviese del mismo (y su trabajo habría de ser su título de posesión)”
(p. 27).

Pero el problema de fondo aparece cuando Locke considera normal que la


propiedad de un individuo pueda acrecentarse sirviéndose del trabajo de otros.
Habla así  de que la propiedad privada de los frutos de las tierras comunales “se
inicia con el acto de recogerlos sacándolos del estado en el que la Naturaleza  los
dejó […] Por esa razón, la hierba que mi caballo ha pastado, el forraje
que mi criado cortó […] se convierten en propiedad mía sin el señalamiento ni la
conformidad de nadie. El trabajo que me pertenecía […] dejó marcada en
ellos mi propiedad” (p. 24). Vemos, pues, que no es el criado el que se apropia de
los frutos recogidos con su trabajo, sino que pone en ellos el sello de la propiedad
de su amo, ya que se presupone que éste es propietario del trabajo de su criado.
Esta justificación del derecho “natural” de propiedad se revela en franca
contradicción con el tipo de sociedad compuesta de individuos libres e iguales
que se proponía como punto de partida de todo razonamiento. Por el contrario,
sin apenas explicitarlo, se toma como punto de partida “natural” una sociedad en
la que las personas se ven sometidas a relaciones de subordinación y
dependencia: la libertad del criado alcanza, todo lo más, a la posibilidad de elegir
su amo, a diferencia de la vinculación más permanente que sometía al esclavo o
al siervo de la gleba. Si a esto se añade el derecho de las personas a acumular sin
límites, y a transmitir por herencia, toda clase de propiedades, nos encontramos
con que el punto de partida es una sociedad en la que domina la desigualdad y la
dependencia. La única propiedad que asegura a todos los individuos la igualdad
formal de derechos acordada es la propiedad de su propio cuerpo (que incluye
cerebro y mente)[3]: de ahí que, en un mundo totalmente privatizado, a los
individuos que no poseen más propiedad que la de su propio cuerpo no les quede
otro remedio que alquilarlo o venderlo a los propietarios de tierras y riquezas
para sobrevivir, generando entre los obligados a venderse por horas, servilismo y
frustración contenida. Se perpetúa, así, una sociedad desigual, en la que la cadena
de dominación y dependencia presente en las sociedades jerárquicas anteriores,
no solo se mantiene entre ricos y pobres, sino que se prolonga también entre
estos últimos hasta invadir los últimos rincones de lo privado, para asegurar
mediante el miedo y el maltrato el sometimiento de los individuos más débiles
(mujeres, niños, ancianos y, a otro nivel, inmigrantes…).

En la Declaración de derechos algo más detallada por la Convención en 1793 se


definía el derecho de propiedad como “el derecho que tiene todo hombre a
disfrutar y disponer a su voluntad de sus bienes, de sus rentas fruto de su trabajo
y de su industria”, dejando intuir cierta relación entre ese derecho y la función
productiva vinculada al mismo que, en principio, lo justificaba. Sin embargo, en
el Código de Napoleón (artículo 544) se desvincula ya ese derecho de toda
función al consignar que “la propiedad es el derecho a disponer de las cosas de la
manera más absoluta, en tanto no se haga de ellas un uso prohibido por las leyes
y reglamentos”, dejando el camino expedito para seguir afirmando el derecho
indiscriminado al “uso y abuso” de la amplísima gama de cosas poseíbles sin
exigir función social alguna en el modo de disponer de ellas. El Código Civil
español copia prácticamente al pie de la letra esta definición de propiedad
desvinculada de su origen y función: “la propiedad es el derecho de gozar y
disponer de una cosa, sin más limitaciones que las establecidas en las leyes” (Art.
348).

Cabe subrayar que la idea positiva de crear un marco institucional propicio para
extender la libertad en el seno de toda la población, propio de la Francia
revolucionaria, trajo consigo implícitamente una visión crítica del derecho de
propiedad. El derecho enunciado como natural, inviolable e incluso sagrado,
en la Declaración de 1789, no se refería a cualquier derecho de propiedad. La
prueba es que, en nombre de los derechos de propiedad (compatibles con la
libertad de todos) postulados en la Declaración de 1789, se abolieron la mayoría
de los derechos de propiedad de la nobleza, que bajo el Antiguo Régimen
mantuvieron sometidos y explotados a los campesinos, dando paso a una reforma
agraria que en pocos años ocasionó profundas transformaciones sociales que
sobrevivieron después a los distintos regímenes políticos. Evidentemente este
tratamiento discriminado de los derechos es lo que hizo que la revolución
francesa haya pasado a calificarse de burguesa, ya que abolió los derechos de la
nobleza, pero potenció los de la burguesía y el campesinado, abriendo la puerta a
un nuevo proceso de diferenciación social mediante la desigual acumulación de
riqueza.

De esta manera, tras abolir los privilegios (es decir, los derechos carentes de
función) de la nobleza, se acabaron instaurando otros derivados de la defensa del
nuevo derecho de propiedad como algo absoluto. Esta defensa sin condiciones de
la propiedad, al hacer abstracción de su distribución y de su función, dio paso a
nuevos privilegios. Evidentemente se suponía que la “mano invisible” del
mercado enderezaría el uso mezquino e insolidario de la propiedad
desigualmente repartida, en beneficio del conjunto social. Pero incluso aunque
haya claras evidencias de que esto no es así, no por ello suelen revisarse o
limitarse los derechos de propiedad, sino que se sigue otorgando a la propiedad el
mismo carácter sagrado e inviolable. A diferencia de lo que ocurrió en la Francia
revolucionaria, los derechos de propiedad han tendido a considerarse, en bloque,
como algo absoluto, mientras que los intereses comunes han pasado a tratarse
como algo secundario, ocasional o relativo: si el uso y abuso de la propiedad
privada redunda en beneficio de la colectividad, bien, si no, también.
El plan de construir una sociedad basada en derechos primarios e irrevocables, se
pervirtió al incluir entre ellos el derecho de propiedad haciendo abstracción de su
composición, distribución, uso y funciones. Si el libre ejercicio de los derechos
de propiedad concentrada en algunos está fuera de discusión, por mucho que
atente contra los intereses y la libertad de la mayoría, está claro que esos
derechos han naturalizado y actualizado los privilegios en las sociedades de hoy
día. Evidentemente, esta sacralización acrítica de los derechos de propiedad no
hubiera permitido abolir las privilegios vinculados al Antiguo Régimen, todo lo
más habría inducido a “modernizarlos” facilitando su reencarnación, con mayor
solidez y ausencia de contrapartidas, a base de transformarlas en propiedad
burguesa, como ocurrió en primer lugar en Inglaterra[4] y como fue ocurriendo
también en la mayoría de los países.

Así, la idea de Orden Natural echó primero por tierra la autoridad de la tradición
ancestral predominante en sociedades “arcaicas”, en las que los vínculos de
sangre reales o imaginarios eran predominantes, pero también sirvió para
respaldar la autoridad en el Antiguo Régimen, al “naturalizarla” presuponiendo el
origen divino de la realeza. Más tarde, la idea de establecer los Derechos
Humanos (naturales) como base del sistema político democrático y del sistema
económico mercantil dejó sin respaldo a la autoridad del Antiguo Régimen, pero
también sirvió para respaldar la autoridad y, sobre todo, para aligerar sus deberes,
en las sociedades capitalistas de hoy día.

Una teoría de la propiedad petrificada y unos derechos de propiedad


sacralizados

La teoría convencional de la propiedad parece haber quedado petrificada y sorda


a las intensas mutaciones operadas en las formas de propiedad y en la
organización social desde que se formuló hace siglos. El enconado
enfrentamiento entre los que consideraban la propiedad sagrada y los que la
consideraban un robo ―como rezaba el subtítulo de la primera edición de la obra
clásica de Proudhon (1840) ¿Qué es la propiedad?― no fue muy clarificador.
Para empezar a aclarar las cosas, habría que decir  que la propiedad no tiene por
qué ser un robo, aunque la mayoría de los robos acaben engrosando la propiedad
de algunos. Y es que resulta tan absurdo defender en bloque todas las
propiedades habidas y por haber, como proponer su abolición también en bloque,
cuando, insistamos, la propiedad es una categoría extremadamente ambigua que
puede englobar los derechos más variopintos que solo tienen en común ser
ejercidos por personas físicas o jurídicas y respaldados por el Estado. Por lo
tanto, no tiene sentido tratar toda la propiedad, ni todas las actividades
económicas vinculadas a ella, como si estuvieran al mismo nivel.
A diferencia de lo que ocurría en la época en la que se vio la propiedad avalada
por el trabajo como un derecho universal ajeno a los privilegios del Antiguo
Régimen, hoy la mayor parte de la misma no es fruto del trabajo de sus
propietarios, ni tampoco la utilizan para su uso o disfrute directo, sino para
reforzar y ejercer su poder. Hemos de advertir el peso tan determinante que
tienen los activos financieros en el patrimonio mundial y, sobre todo, en el de las
personas y los países ricos. Y dentro de esos activos sobresalen hoy las acciones
transferibles, que se compran y venden anónimamente, constituyendo lo que
hemos llamado “dinero financiero” (Naredo, J.M., 2000a).

Hay que recordar que hasta la segunda mitad del siglo XIX ni siquiera en
Inglaterra se veía con buenos ojos la financiación de sociedades mediante la
emisión anónima de acciones transferibles. Antes las acciones, por ejemplo, de la
famosa Compañía de Indias, se suscribían para cada viaje o agrupación de viajes
u operaciones y se pagaban una vez terminados. La financiación global e
indiscriminada de las sociedades mediante la emisión de acciones transferibles a
cualquiera, tardó en generalizarse por la desconfianza hacia estas prácticas y las
limitaciones que suscitaron algunas crisis financieras bastante sonadas en la
primera mitad del siglo XVIII, siendo las más conocidas las de La Compagnie
d’Occident (o del Misissipi) ligada la Banque Royale, en Francia, y la South Sea
Company, en Inglaterra[5]. Así, como puntualiza Tawney, R.H. (1921), “la
financiación colectiva basada en la existencia de un extenso cuerpo de
accionistas, que ahora es lo corriente, constituía entonces una excepción. El
contraste que ofrece esa actitud con los hechos de la organización industrial, tal y
como existen hoy, es un índice de la revolución en la naturaleza de la propiedad
del capital que ha tenido lugar desde el establecimiento de Ley de
Responsabilidad Limitada (Limited Liability Act) de 1855 y la Ley de Compañías
de 1862 [precursoras de la actual legislación de sociedades anónimas]”. Estas dos
leyes abrieron camino hacia la presente situación que permitió concluir a este
autor que, en Inglaterra y hoy diríamos que en el mundo entero,  “la justificación
de la propiedad tradicional ―que veía en ella la seguridad de que cada uno podía
gozar de los frutos de su propio trabajo― aunque mayormente aplicable en la
época en la que fue formulada, sufrió la misma suerte que la mayoría de las
teorías políticas, ha sido refutada, no por las doctrinas de filósofos opuestos a
ella, sino por el prosaico curso del desarrollo económico”.

En efecto, la evolución misma de la propiedad hace obsoletas las razones que


tradicionalmente la han venido justificando, en bloque, como algo sagrado e
indisolublemente vinculado a la libertad de los individuos. En primer lugar, la
propiedad financiera pasiva hoy predominante no puede ya justificarse como
fruto del trabajo de sus propietarios. En segundo lugar, el argumento a favor de la
propiedad privada, frente a la pública, que postula la superioridad de una
organización económica regida por empresarios-propietarios pensando que el ojo
del amo engorda el caballo,  se desmorona junto con el peso de ese colectivo:
hoy día las grandes empresas transnacionales están dirigidas por asalariados al
servicio de los accionistas y no por empresarios-propietarios. En tercer lugar, la
mayor parte de la propiedad moderna no se tiene para uso o disfrute directo, sino
para adquisición de poder. Es más, lo habitual es que uso y propiedad estén
separados, como ocurre con las grandes fortunas[6]. Pero además, se tiende a
escindir la sociedad en dos grupos: uno, minoritario, que tiene su interés
primordial en la propiedad pasiva y otro, mayoritario, en el trabajo activo. De
esta manera abunda, por un lado, la propiedad sin función productiva o utilitaria
y, por otro, estas funciones desvinculadas del grueso de la propiedad. E,
insistimos, que un derecho sin función y sin tener en cuenta el modo de
adquisición, no es más que un privilegio. Y que en los últimos tiempos estos
privilegios ―apoyados en la vertiginosa expansión de los activos financieros y
de la capacidad de compra sobre el mundo― se extienden amparados en un
marco institucional que los propicia.

Por último, la propiedad especulativa hoy predominante es fuente de inseguridad


para aquella otra propiedad más vinculada a las funciones productivas o
utilitarias; lo cual deja sin fundamento la defensa tradicional que se venía
haciendo de la propiedad, en bloque, como fuente de seguridad para el disfrute de
la libertad de la mayoría, frente a las arbitrariedades del Antiguo Régimen.
Paradójicamente, lo que hace insegura la propiedad hoy día, no son ni los
privilegios de la aristocracia, ni el poder discrecional del monarca absoluto, sino
la expansión y concentración insaciable de la propiedad financiera, que amenaza
con comprar, absorber o arruinar los patrimonios de empresas locales,
administraciones y familias, mediante la creación de dinero financiero, que
genera las consiguientes burbujas financiero-inmobiliarias. La realidad actual
confirma plenamente que ―como supo apreciar tempranamente Tawney, R.H.
(1920)― “la propiedad carente de función es el mayor enemigo de la propiedad
legítima, […] el dinero malo puede más que el bueno; y como lo demuestra la
historia de los últimos doscientos años, cuando la propiedad destinada a la
adquisición o el poder y la propiedad destinada al servicio o a la utilidad se
codean libremente en el mercado, sin restricciones […] sobre la enajenación y la
herencia, el segundo tipo de propiedad tiende a ser absorbido por el primero…”.

Mutaciones actuales

Nuevas relaciones entre poder y riqueza, entre el Estado y las empresas:


“Maquiavelo para directivos”
El dinero ha estado desde siempre vinculado al poder: El derecho a acuñar
moneda y a cobrar impuestos ha venido plasmando, en el terreno de lo
económico, el ejercicio de la soberanía política sobre los territorios. Pero la
economía ordinaria hace abstracción del poder, al presumir la igualdad de
individuos y empresas en el intercambio mercantil, salvo las “deformidades”
monopolistas. Se trataba así habitualmente la política monetaria como un
instrumento técnico al servicio de el sistema económico, no como teatro del
ejercicio del poder para obtener directamente dinero, en las variadas formas que
hoy adopta, primero sobre todo por el Estado, pero también y cada vez más por
las empresas privadas. Cabe subrayar así posición del dinero como elemento
clave en la conexión entre el negocio económico-empresarial y el poder político-
estatal. Sin embargo, en los últimos tiempos está culminando a escala
internacional la ruptura del vínculo exclusivo que unía al Estado con el dinero, al
multiplicarse los activos financieros que usurpan las funciones de éste y las
entidades que los emiten al margen del control estatal. El desplazamiento sordo y
paulatino que se observa en el control de las finanzas mundiales no es una
cuestión meramente técnica, sino que refleja el desplazamiento simétrico de
poder que se está operando desde los Estados hacia esas otras organizaciones
igualmente jerárquicas y centralizadas que son las empresas capitalistas
transnacionales. Así, los Estados fueron perdiendo las riendas del dinero y, por
ende, su capacidad de intervenir sobre la economía, con el consiguiente recorte
del poder “político” estatal en favor de los emergentes poderes “económicos”
transnacionales, hasta desembocar en la presente “globalización” financiera.

La visión unificada y simplista de los procesos económicos que ofrece la


economía convencional desde el ángulo de la producción y de la noción usual de
sistema económico, soslaya el desplazamiento que se observa en el poder a escala
mundial, contribuyendo a evitar que se le otorgue la trascendencia que merece.
Desplazamiento que va desde las organizaciones estatales hacia las
organizaciones empresariales, haciendo que, por primera vez en la historia, éstas
tengan más peso que aquellas. Este cambio altera las bases sobre las que venían
razonando las principales corrientes opositoras al sistema: tanto el marxismo,
como el anarquismo pusieron en su punto de mira al Estado como principal
bastión de la autoridad y del poder ―ya fuera con ánimo de utilizarlo o de
destruirlo. Pero, en los últimos tiempos, se observa que el poder de los Estados se
está socavando ―sin revoluciones ni levantamientos que lo anuncien― en favor
de esas organizaciones igualmente jerárquicas, centralizadas y coercitivas que
son las empresas capitalistas. “La Tierra ―señala Ramonet, I. (1997)― como en
el siglo XV, está ahora disponible para una nueva era de conquista. En la época
del Renacimiento, los Estados eran los principales actores de la expansión
colonizadora. Hoy son las empresas y holdings privados los que se plantean
dominar el mundo, lanzan sus razias y amasan un botín inmenso. Nunca los amos
del mundo han sido tan poco numerosos ni tan potentes”.

Autores como Constant, B. (1813) y Veblen, T. (1889) consideraban ―quizá


demasiado ingenuamente a la vista de las innumerables guerras acaecidas desde
entonces que culminaron con la reciente invasión de Irak― que el comercio
estaba llamado a sustituir a la guerra como medio de apropiación de riquezas en
el mundo y que el instrumento de tal apropiación sería, al decir de este último, la
“empresa nómada” transnacional. Pero para conseguirlo plenamente hacía falta
que se cumplieran dos requisitos. En primer lugar, que la actual “revolución de
las comunicaciones” rematara la llamada “revolución del transporte”, iniciada el
siglo XIX. Con el apoyo de miles de satélites girando alrededor de la Tierra, el
maridaje entre informática y telecomunicación está permitiendo una
verdadera globalización de los mercados, que incluso llega a convertir la
información misma en mercancía que escapa al control de los Estados,
constituyendo un importante campo de negocio, y de conflictos, en el reparto del
poder mundial. En segundo lugar, hacía falta que la fe en el mercado
como panacea alcanzara nuevos vuelos para eclipsar en la conciencia de la gente
las consecuencias negativas de tal globalización y hacer “entrar en razón” a los
Estados para que no pusieran trabas al comercio ni a la entrada de las empresas
transnacionales ―capaces de fabricar dinero― en sus territorios y permitieran,
mediante “desregulación” en el movimiento de capitales, compra de sus activos
nacionales aunque ello fuera en detrimento de su propia soberanía.

Como consecuencia de lo anterior se ha extendido por todos los confines ese


modelo de empresa “nómada” transnacional, que ve en las organizaciones
y holdings empresariales un mero instrumento para la adquisición de dinero y de
poder. Lo cual está modificando la cultura empresarial desde el modelo
tradicional todavía presente en los manuales, orientado a competir en la
fabricación de determinados productos de calidad, hacia aquel otro en el que
predomina la consideración meramente instrumental de la empresa antes
indicada. El antiguo objetivo empresarial de acumular capital a partir de
actividades económicas ordinarias, tiende a sustituirse por el de captar capital,
emitiendo papel en los mercados financieros, más o menos apalancado con
créditos de entidades del grupo, para expandir su poder corporativo a base de
comprar con ese papel empresas y otros activos preexistentes. El dinero mismo, y
su acumulación, están perdiendo las funciones tan determinantes que había
adquirido: el imperio del dinero se extendió, en principio, facilitando las
transacciones y haciendo obsoleto el trueque; pero la expansión y diversificación
de los activos líquidos, y la transferencia electrónica de fondos, hicieron obsoleta
la tenencia de dinero por motivos de transacción y precaución; todo se reduce ya
a anotaciones de activos (y pasivos) financieros, es decir, de no dinero -en el
sentido tradicional del término-; el consumo conspicuo, desenfrenado y ostentoso
puede apoyarse así en un endeudamiento crónico; lo mismo que el poder se
apoya hoy más en la capacidad de emitir pasivos o “valores virtuales” que todo el
mundo acepta (y que son por lo tanto convertibles en dinero), que en la
acumulación del dinero mismo mediante actividades “productivas” ordinarias.

El observado desplazamiento de poder desde el mundo de lo político hacia aquel


otro de lo económico, o, más en concreto, desde las organizaciones estatales
hacia las empresariales, va camino de hacer de los Estados un cascarón cada vez
más vacío de poder autónomo. Lo que nos lleva a la paradoja de que, tras haber
elaborado la idea de sistema político,  e ideado tantos “contrapesos”
democráticos, nos encontramos con que el poder que debería gestionar
dicho sistema se escapa hacia el campo de lo económico. A la vez que la figura
del empresario tradicional con finalidad productiva, se desplaza hacia la de
nuevos condottieri cuya práctica empresarial parece inspirarse más en
Maquiavelo que en Smith. Así lo prueba el libro Maquiavelo: Lecciones para
directivos (JAY, A., 2002) publicado por una editorial especializada en economía
de la empresa, evidenciando que los consejos de Smith se revelan poco
operativos para las prácticas empresariales de hoy día. Y he aquí que la noción al
uso de sistema económico sigue haciendo abstracción del poder y careciendo de
instrumentos para gestionarlo. Sin embargo se sigue razonando con el sistema
político como si siguiera siendo el bastión de poder supremo que en su día fue.
Al igual que se sigue razonando sobre el sistema económico como si se ocupara
sólo de producir riqueza, y no de adquirirla y utilizarla como vehículo de poder
para modificar las reglas del juego que facilitan su adquisición, controladas
formalmente por los políticos. El personaje lóbrego de un chiste de EL ROTO
sintetizaba tal desplazamiento de funciones, cuando exclamaba: “soy empresario
por vocación, pero político por negocios”.

A la vista de las ideas e instituciones que se han instalado, y de la ideología que


las informa, la evolución descrita de los acontecimientos resulta de todo punto
razonable. Parece lógico que la expansión continuamente incentivada y liberada
de lo económico acabara dominando a aquella otra más limitada de lo político.
Lo mismo que, tras tanto espolear y desregular el ánimo de lucro empresarial, no
cabe sorprenderse que éste se haya canalizado por la vía más fácil y directa de la
mera adquisición de riqueza, dando cada vez más la razón a Veblen en su visión
tan extremadamente negativa del empresario, al que considera como una
verdadera plaga social[7]. Y que al encomendarse el manejo de la economía y de
la política a esos dos tipos de organizaciones igualmente jerárquicas,
centralizadas y disciplinarias, que son los partidos políticos y las empresas, no
cabe sorprenderse que ambas se acabaran coaligando para erigirse en el principal
bastión de autoridad que somete a los individuos.
Mientras las organizaciones empresariales se imponen en el mundo como núcleos
de poder que escapan al control de parlamentos y procesos electorales, los
políticos se ven cada vez más impulsados a hacer las veces de gestores al servicio
de tales organizaciones, ya que controlan la reglas del juego y, por ende, la llave
de los negocios. Porque a su vez  la política constituye una pieza clave a la hora
de establecer un marco institucional propicio al negocio del capital transnacional,
que premia y castiga ahora la economía de los países: la información anticipada
sobre los cambios en la calificación de terrenos, en las comunicaciones ... o en
cualesquiera otros aspectos institucionales que alteran el valor de los patrimonios
y las perspectivas de los negocios, se revelan como instrumentos clave de
enriquecimiento y los empresarios están dispuestos a pagar por ello. También
parece lógico que tras tanto proponer y fomentar un modelo de sociedad
compuesto básicamente por individuos, empresas y partidos, se haya
empobrecido y debilitado la intrincada red de instituciones y relaciones sociales
antes existentes, dificultando la construcción de alternativas, ya que estos
mimbres condicionan el cesto resultante. Evidentemente, el exclusivo dominio de
estos dos tipos de organizaciones jerárquicas y centralizadas, jamás podrá
conducir a  una sociedad compuesta por individuos libres e iguales. Los
individuos aparecen mayoritariamente encajados en uno u otro lugar de las
cadenas de mando que despliega este tipo de organizaciones, multiplicándose las
relaciones asimétricas y segregando individuos dependientes, desiguales e
incluso marginales. Así lo atestigua la sobredimensión de la población penal en
los EEUU: el desmantelamiento del “estado de bienestar”, que se ocupaba de
paliar la pobreza que segrega la máquina económica en funcionamiento, está
dando paso a la expansión del “estado represivo-penal”, como mutación
perfectamente previsible en un panorama de creciente polarización económica y
social (Wacquant, L., 1999).

La democracia, cuya implantación costó en otro tiempo tantos sacrificios, se


extiende ahora sin problemas por el mundo, denotando que resulta perfectamente
funcional a los poderes establecidos, si va acompañada de la eliminación de las
trabas económicas a la libre entrada de capitales y productos, facilitando así la
subordinación de los países a los dictados del capital transnacional (a la vez que
se imponen barreras al libre movimiento de las personas). Con ello
el sistema político democrático se desacredita, al tener que estar los gobiernos,
más pendientes de practicar políticas acordes con los intereses del capital
transnacional del que dependen, que de mantener sus promesas electorales. Hasta
la capacidad de crear dinero y de endeudarse de los Estados, que se situaba
tiempo atrás a años luz de las organizaciones empresariales, se ve ahora
continuamente vigilada, limitada y, llegado el caso,  penalizada por éstas. Pues
son éstas las que manejan, en la era de la “globalización”, los recursos
económicos  más libremente y en cantidades mayores que los Estados, financian
a los partidos políticos y los someten cada vez más a sus dictados para facilitar
sus negocios. Asistimos, así, a un despotismo que se dice democrático y a un
intervencionismo que se dice liberal. Los principios libertarios de la utopía
liberal están siendo sacrificados en aras de organizaciones empresariales que,
curiosamente, enarbolan ahora con oportunismo la bandera liberal para mejor
acrecentar su poder sobre la mayoría de los individuos. Y mientras tanto la
economía y la política continúan entreteniéndonos con discursos que reproducen
y desarrollan con prolijidad surrealista los viejos sistemas de razonamiento, con
sus visiones contractualistas de la sociedad y con la “soberanía” del consumidor
y del elector a la cabeza.

Consecuencias, perspectivas y alternativas

La especie humana como patología terrestre

Entre las creaciones de la mente humana que hoy gobiernan nuestra existencia
destaca cada vez más la idea usual de lo económico, con la convención social
del dinero que le da vida y sus afanes de crecimiento permanente, con evidente
incidencia en el territorio con sus recursos y calidades ambientales. El hecho de
que las reglas del juego económico “globalmente” imperantes se muestren en
franca contradicción con aquellas que caracterizan el comportamiento de la
biosfera y sus ecosistemas, induce a considerar a la especie humana como una
patología terrestre cuyos rasgos esenciales pasamos a sintetizar.

Patologías del crecimiento: cuando el parásito invade al huésped

En efecto, en el marco de la llamada “globalización”, el objetivo generalizado del


crecimiento económico promueve la progresiva explotación y uso humano
masivo de la biosfera, la corteza terrestre, la hidrosfera y la atmósfera, unidos a la
expansión de asentamientos e infraestructuras, a ritmos muy superiores al del
crecimiento demográfico, que están dejando huellas de deterioro territorial
evidentes[8]. Lo cual avala la consideración antes mencionada de la especie
humana como patología parasitaria de la biosfera que devora, simplifica y
deteriora el complejo entramado de ecosistemas y paisajes que había llegado a
tejer la vida evolucionada en la Tierra.

Hern, W.M. (1990), médico de profesión, apreció una fuerte analogía entre las
características que definen los procesos cancerígenos y la incidencia de la especie
humana sobre el territorio, apoyándose en las similitudes observadas entre la
evolución de las manchas tumorales reflejadas en los escáneres y las que recoge
la cartografía sobre la ocupación del territorio. Este autor enumeró las siguientes
características de las patologías cancerígenas: 1- Crecimiento rápido e
incontrolado. 2- Indiferenciación de las células malignas. 3- Metástasis en
diferentes lugares. 4- Invasión y destrucción de los tejidos adyacentes. Analizó
después la relación de estas características con el reflejo territorial de las
tendencias incontroladas del crecimiento poblacional, económico, etc.; con sus
consecuencias destructivas sobre el patrimonio natural y cultural; con la
extensión de los modos de vida y de gestión indiferenciados; con las metástasis
que genera la proyección del colonialismo de los estados primero y de las
empresas transnacionales después, a través de la “globalización” del comercio,
las finanzas,… y los media. Como pasamos a ver seguidamente, las
características mencionadas ofrecen, a mi juicio, un paralelismo todavía más
concreto con el modelo territorial, urbano y constructivo que se deriva de las
reglas del juego económico dominantes.

Nuestro país, pese a contar con una demografía estable o en regresión, ofrece un
ejemplo modélico del “crecimiento rápido e incontrolado”, no solo económico en
general, sino urbanístico, con sus crecientes servidumbres territoriales, por
extracción de recursos, vertido de residuos e infraestructuras diversas. Al que se
unen los paralelos fenómenos de simplificación extractiva y contaminante de los
sistemas agrarios o abandono y ruderización del medio rural, con el consiguiente
deterioro del patrimonio natural observable en el paisaje. El trepidante
crecimiento de la urbanización viene espoleado, más allá de la demografía, por el
insaciable afán de lucro de promotores y compradores, animado por un marco
institucional que privilegia la adquisición de viviendas como inversión,  que ha
situado a nuestro país a la cabeza de Europa en porcentaje de viviendas
secundarias y desocupadas (Naredo, J.M (dir.) 2000 y 2003a). España ejemplifica
cómo, alextenderse por toda la población el virus de la especulación inmobiliaria,
se está construyendo un patrimonio inmobiliario sobredimensionado de escasa
calidad y se está originando una burbuja especulativa cuyas dimensiones resultan
cada vez más amenazantes (Naredo, J.M., 2004b). A la vez que la ocupación
territorial por usos urbano-industriales indirectos sigue un ritmo expansivo muy
superior al de la urbanización directa, contribuyendo a situar el crecimiento de la
ocupación total muy por encima del crecimiento demográfico[9].

La “indiferenciación de las células malignas” ofrece una clara similitud con el


predominio planetario de “un único modelo constructivo: el que podríamos
llamar “estilo universal”, que dota a los edificios de un esqueleto de vigas y
pilares (de hierro y hormigón) independiente de los muros, por contraposición a
la arquitectura vernácula (que construía los edificios como un todo indisoluble
adaptado a las condiciones del entorno y utilizando los materiales de éste)”
(Naredo, J.M., 2000b). A la vez que la aparición de “metástasis en diferentes
lugares” encaja como anillo al dedo con la naturaleza del “nuevo modelo de
urbanización: el de la “conurbación[10] difusa” (el llamado urban sprawl, que
separa además las distintas funciones de la ciudad), por contraposición a la
“ciudad clásica” o “histórica”, más compacta y diversa” (Ibidem.). Pero aquí ya
no son los canales linfáticos del organismo enfermo los que permiten la extensión
de las metástasis, sino el viario y las redes que el propio sistema construye
posibilitando su difusión hasta los lugares más recónditos.

Por último, en lo que concierne a la “invasión y destrucción de los tejidos


adyacentes”, hay que subrayar que las tendencias indicadas no ayudan a mejorar
los asentamientos y edificios anteriores, sino que, en ausencia de frenos
institucionales que lo impidan, los engullen y destruyen, para levantar sobre sus
ruinas los nuevos e indiferenciados modelos territoriales, urbanísticos y
constructivos. Destruyen los asentamientos alejados vaciándolos de población, de
contenido y condenándolos a la ruina. Y engullen a los asentamientos próximos
al envolverlos en un volumen tal de nueva edificación y de esquemas de vida
metropolitanos que dejan como algo testimonial o caduco su antigua
especificidad económica, cultural o arquitectónica. A la vez que el “estilo
universal” tiende a suplantar al patrimonio inmobiliario preexistente,
condenándolo a la demolición para acrecentar el volumen construido siempre que
la normativa lo permita. En este sentido ya señalamos que España es líder
europeo en destrucción de patrimonio inmobiliario[11]. También las expectativas
de urbanización contribuyen a desorganizar los sistemas agrarios próximos, a la
vez que las demandas en recursos y residuos, en extracciones y vertidos, que
plantea el modelo de urbanización imperante extienden la “huella” de deterioro
ecológico hacia puntos cada vez más alejados.

El resultado conjunto de estas tendencias es la creciente exigencia directa en


recursos naturales y territorio (y, por ende, en generación de residuos), que
acentúan las servidumbres indirectas que tal modelo comporta, unidas a la
evolución simplificadora y esquilmante de los propios sistemas agrarios-
extractivos. El tamaño y la velocidad de estas exigencias dan muestras de un
comportamiento que se revela globalmente degradante, al expandirse a mayor
tasa las servidumbres territoriales indirectas que tal modelo comporta (vertidos,
actividades extractivas e infraestructuras diversas que se incluyen en la
denominación de “sistemas generales”[12]). Los procesos indicados están
produciendo el cambio de fase (Margalef, R., 2004) en el modelo territorial que
denota la extensión de la dolencia descrita: se está pasando de un mar de
ruralidad o naturaleza poco intervenida con algunos islotes urbanos, hacia un mar
metropolitano con enclaves de campo o naturaleza cuyo deterioro se trata, en
ocasiones, de proteger de la patología en curso (con la doble incidencia
degradante no sólo de los sistemas urbanos sino también de los sistemas agrario-
extractivos). Pero el modelo parasitario al que estamos haciendo referencia se
solapa con otros también propiciados por las reglas del juego económico
imperantes que merece la pena considerar.

Patologías competitivas: cuando el enfrentamiento se impone sobre la


cooperación y la extracción depredadora sobre la producción renovable

Es un hecho hoy admitido que la simbiosis es el fenómeno que impulsó la


evolución de la vida en la Tierra desde sus formas iniciales más simples hacia la
configuración de los organismos y ecosistemas complejos que hoy componen
la biosfera (Margulis, L., 2002 y 2003). De esta manera ya hemos visto que la
Tierra  aparece como una prodigiosa recicladora de materiales que trabaja
apoyándose en la energía solar. Y tanto la simbiosis como el reciclaje requieren
un alto grado de diversidad biológica, ya que los organismos no acostumbran a
alimentarse de sus propios detritus, ni a ser simbiontes de si mismos. Sin
embargo, hoy se divulga a los cuatro vientos que la competitividad debe regir, y
en buena medida rige, la vida económica. A la vez que el instrumental
económico al uso, no sólo reduce la toma de información a una única dimensión,
la monetaria, sino que registra solamente el coste de extracción y manejo de los
recursos naturales, pero no el de reposición, favoreciendo así el creciente
deterioro del patrimonio natural, que no se tiene en consideración en el proceso
cuantificador. Los frutos de esta regla de valoración sesgada, que permanece por
lo común indiscutida[13], son el creciente abastecimiento del metabolismo
económico con cargo a la extracción de recursos de la corteza terrestre y el
esquilmo de los derivados de la fotosíntesis, que va en detrimento de las
verdaderas producciones renovables. De esta manera, el metabolismo de la
civilización industrial, a diferencia del correspondiente a la biosfera, se
caracteriza por no cerrar los ciclos de materiales y por simplificar o deteriorar
drásticamente la diversidad propia de los ecosistemas naturales para aumentar las
extracciones de determinados productos.

Así las cosas, la especie humana se ha erigido en la cúspide de la pirámide de la


depredación planetaria. En la naturaleza, los depredadores suelen estar dotados
de mayor tamaño y más medios (dientes, garras, etc.) que sus presas: “el pez
grande se come al chico”. Pero la especie humana, gracias a sus medios de
intervención exosomática, no sólo es capaz hoy de capturar ballenas o elefantes,
de talar bosques enteros y de domesticar animales y plantas, sino que extiende
hasta límites sin precedentes los usos agrarios, urbano-industriales y extractivos
sobre el Planeta, así como las infraestructuras y medios de transporte que los
posibilitan. Las asimetrías en jerarquía y capacidad de control que suelen darse
entre el depredador y la presa alcanzan, en el caso de la especie humana, no sólo
un cambio de escala, sino también de dimensión, al extender el objeto de las
capturas al conjunto de los recursos planetarios, ya sean éstos bióticos o
abióticos, dando pie a los modelos territoriales antes mencionados y a los símiles
de parasitación patológica de la biosfera que comportan.

La polarización social y territorial antes mencionada se produce no sólo entre las


ciudades y el resto del territorio, sino, dentro de aquéllas, entre barrios ricos y
zonas desfavorecidas o “sensibles” y, más allá, entre los países ricos y el resto del
mundo, como ejemplifica la creciente “brecha Norte-Sur”. En el
libro Extremadura saqueada (Naredo, J.M., M. Gaviria y J. Serna (dirs.), 1978),
aplicamos ya el modelo depredador-presa para ejemplificar la tendencia a
ordenar el territorio en núcleos atractores de capitales, poblaciones y recursos y
áreas de apropiación y vertido: los grandes núcleos, como Madrid o Barcelona,
no sólo recibían los flujos netos de materiales y energía cuantificados en el
libro[14], sino que succionaban igualmente tanto la población como el ahorro de
Extremadura y otras zonas abastecedoras “periféricas” o “excéntricas”. En
Naredo, J.M. y A. Valero (dirs.) (1999) se aplica este modelo a escala planetaria,
saldando el comercio de los países ricos y calculando su posición deficitaria en
tonelaje, que confirma su condición de receptores netos de recursos del resto del
mundo. Y esta entrada neta de recursos medida en términos físicos, no se
equilibra ya en términos monetarios: no es la balanza de mercancías la que, por
lo general, salda las cuentas de los países ricos, sino el intercambio financiero, al
ejercer estos países como atractores del ahorro del mundo. De esta manera los
intercambios comerciales y financieros explican que, al igual que existe un flujo
de baja entropía que va desde el depredador a la presa, se observa también un
flujo semejante, que va desde el resto del mundo hacia los países ricos, apoyado
en el juego comercial y financiero descrito (véase también Naredo, J.M., 2003a).
Lo cual testifica que el desarrollo es hoy un fenómeno posicional, en el que los
países ricos trascienden las posibilidades que les brindan sus propios territorios, y
sus propios ahorros, para utilizar los recursos (y los sumideros) disponibles a
escala planetaria, por lo que no cabe generalizar sus patrones de vida y de
comportamiento al resto de la población mundial[15]. La existencia de países
ricos se vincula hoy al hecho de que otros no lo son, al igual que no cabe
concebir la existencia de depredadores sin la existencia de presas. No todos los
países pueden beneficiarse a la vez de una relación de intercambio favorable,
como tampoco todos pueden ejercer como atractores del ahorro del mundo.

En los libros de ecología que estudian el modelo depredador-presa (Margalef, R.,


1992) se advierte que, a la vez que se produce, como consecuencia de las
capturas, un flujo de energía y materiales desde la población de presas hacia la de
depredadores, ambas poblaciones muestran modelos demográficos diferentes. En
primer lugar, la esperanza de vida de las presas suele ser mucho menor que la de
los depredadores. En segundo lugar, mientras en las presas la probabilidad de
supervivencia cae desde edades muy tempranas, en los depredadores se mantiene
alta hasta edades avanzadas en las que, al fin, se desploma bruscamente. En
tercer lugar, las presas son mucho más prolíficas que los depredadores y además
se reproducen durante la mayor parte de su vida, mientras que los depredadores
tienden a hacerlo sólo durante intervalos de edad mucho más limitados.

La polarización social y territorial que se observa a todos los niveles de


agregación llega a escindir también los patrones demográficos entre países, entre
regiones y entre barrios ricos y pobres de acuerdo con los modelos antes
indicados. En efecto en Naredo, J.M. (2004a) se confirma que, en el último
cuarto de siglo XX, las curvas de supervivencia y las curvas de natalidad por
edades de la población de la mayoría de los países ricos y pobres se ajustaban,
respectivamente, a las típicas de depredadores y presas, encontrándose en
posiciones intermedias los países llamados en “vías de desarrollo”. Y, como
hemos indicado, la polarización social y territorial se proyecta también dentro de
los países e incluso de las ciudades, haciendo que la esperanza de vida caiga, en
los barrios desfavorecidos de los países ricos, por debajo incluso de la media de
los países más pobres. En este modelo crecientemente polarizado ya no cabe
preservar la calidad del nuevo mar metropolitano, con sus servidumbres e
infraestructuras, sino solo de las zonas más valoradas del mismo cada vez más
segregadas y defendidas de las bolsas marginación que las envuelven,
acentuándose las fronteras de dentro del propio medio urbano,
entre bunkers privilegiados y ghetos de marginación. La polarización social
avanza así de la mano de la segregación espacial, amenazando incluso con
romper el espacio de vida colectivo, de libertad, de apertura y de civismo que en
su día fue o pretendió ser la ciudad.

Valga lo anterior para subrayar que la especie humana no sólo destaca como la
gran depredadora de la biosfera, sino también de sus propios congéneres,
llegando a escindirse profundamente como especie: la polarización social entre
países, regiones o barrios es tan extremada que origina patrones demográficos tan
diferentes como los que se observan en la naturaleza entre especies distintas[16].
Pero, a diferencia de otros depredadores, los individuos y grupos humanos no
ejercen hoy generalmente su dominio apoyándose en una estructura corporal
mejor dotada en tamaño, olfato, vista, colmillos o garras, sino utilizando las
reglas del juego y los instrumentos económico-financieros imperantes para
dotarse de medios exosomáticos de intervención y diferenciación social cada vez
más potentes[17]. Y recordemos que esas reglas del juego son las que también
promueven los modelos de ocupación del territorio, de urbanización y de
construcción ligados a las patologías parasitarias del crecimiento indicadas al
inicio.
En suma, que las reglas del juego económico-financiero descrito refuerzan un
orden territorial crecientemente polarizado en núcleos atractores de recursos,
capitales y población y áreas de abastecimiento y vertido que, como se ha
indicado, se despliega tanto a escala global como regional y local. El nuevo
orden metropolitano resultante es fértil en paradojas (se solapan
mercados globales y economías de archipiélago término utilizado por Veltz, P.,
1999), fenómenos de globalización y de exclusión socioeconómica,
de conexión y de fragmentación territorial…) cuyo análisis detallado escapa a las
pretensiones de este texto. Cabe recordar que una de las consecuencias de este
juego es el desbocado proceso de urbanización “difusa”, con el consiguiente mar
de redes y servidumbres, que se sitúa en la base de los principales problemas
ecológicos y sociales de nuestro tiempo (Naredo, J.M., 2000 b). También hay que
advertir que un indicador (Margalef, R., 1992, pp. 233-234) que marca la
decadencia del sistema es la fracción cada vez mayor de recursos que reclaman
las funciones (e infraestructuras) de transporte, gestión comercial, servicios
meramente defensivos y control administrativo, ideológico,…y policial-militar, a
la vez que se reduce la fracción de recursos que se plasma en verdaderas
ganancias de información o de disfrute de la vida.

Perspectivas

La ecología enseña que las perspectivas de evolución de un sistema dependen de


su flexibilidad para reaccionar ante nuevos acontecimientos en función de las
señales que sobre ellos le envían sus circuitos de información. Pero la
información ni se capta de modo homogéneo ni fluye por igual a todos los
niveles. De ahí que “su capacidad para reaccionar como un sistema y su
flexibilidad interna se deben precisamente a que no todas las conexiones
imaginables están realizadas, a que muchas que serían posibles no se dan o
estarían cortadas” (Margalef, R., 1992, pp. 222-223).

Se ha subrayado que el actual sistema económico se apoya en ciertas


informaciones monetarias, a la vez que mantiene taponados los circuitos que
informan sobre los aspectos físicos y sociales ligados a dicha gestión. Mientras
esto ocurra, el juego económico seguirá impulsando la extracción y deterioro de
recursos frente a la obtención y uso renovable de los mismos, con el consiguiente
deterioro del conjunto. Este modelo de gestión conduce hacia estados de mayor
entropía planetaria. La evolución de la Tierra, que arranca de esa sopa
primigenia de la que empezó a surgir la vida, se ve impulsada con fuerza por este
modelo hacia una especie de puré crepuscular, cuya composición química se ha
precisado (Naredo, J.M. y A. Valero (dirs.) (1999), Ranz, L. (1999) y Botero.
E.A. (2000). Cabe cuantificar[18] esta senda de evolución calculando la energía
de calidad contenida en la corteza terrestre actual frente a la de máximo orden, en
la que todas las sustancias estuvieran debidamente agrupadas, como en un
almacén, y la de máxima entropía, en la que estarían todas revueltas. Lo cual
ofrece una versión inequívocamente cuantitativa del deterioro de la base de
recursos planetarios y del horizonte de insostenibilidad hacia el que apunta el
metabolismo de la sociedad actual. Por otra parte,  apoyar la calidad de los
barrios, las ciudades y los países más ricos sobre la explotación y el deterioro
acrecentado del resto, es un buen caldo de cultivo para alimentar la crispación y
la conflictividad social que, previsiblemente, socavarán el actual modelo mucho
antes de que éste se acerque al puré póstumo antes mencionado.

La pretensión de avanzar hacia un mundo social y ecológicamente más


equilibrado y estable sin cuestionar las actuales tendencias expansivas de los
activos financieros, los agregados monetarios y la  mercantilización de la vida en
general, es algo tan ingenuo y desinformado que raya en la estupidez. El objetivo
de hacer social y ecológicamente sostenible el desarrollo de estas tendencias es
así profundamente irrealista y solo cobra sentido como instrumento engañoso
para esterilizar las críticas. Valga todo lo anterior para mostrar que no cabe
corregir de forma significativa el deterioro ambiental ni la polarización social y
territorial sin modificar las reglas del juego que hoy orientan la evolución del
comercio y las finanzas en el mundo, y sin cuestionar la mitología del
crecimiento que las ampara. Ya que ambos generan, distribuyen y orientan la
capacidad de compra sobre el Planeta que mueve la extracción de recursos y la
emisión de residuos característica de la sociedad industrial, ocasionando los
daños sociales y ambientales de todos conocidos.

Sobre posibles alternativas: revisar la teoría de la propiedad y el marco


institucional que la regula

Cuando la práctica totalidad del Planeta ha sido ya apropiado, el problema


ecológico no estriba solo en socializar, redistribuir o privatizar esa
propiedad, sino en establecer unas reglas del juego que faciliten la conservación
del patrimonio natural, cualquiera que sea su titularidad, en vez de su acelerada
explotación-destrucción practicada hoy tanto por particulares, empresas o
administraciones de índole diversa, así como su redistribución, en vez de su
acelerada concentración.. Y el replanteamiento de la reglas del juego económico
tiene que pasar por la revisión de la obsoleta teoría de la propiedad vigente y el
establecimiento de un nuevo marco institucional que la regule con criterios bien
diferentes del actual.

Una teoría de la propiedad mínimamente consistente y adaptada a la realidad


actual no puede meter toda la propiedad en un mismo saco y considerarla
sagrada. De acuerdo con lo anteriormente expuesto, ha de distinguir al menos las
propiedades ligadas ya sea al trabajo y a las actividades económicas ordinarias o
al uso y disfrute de sus propietarios, de aquellas otras financieras o inmobiliarias
hoy mayoritarias, que tienen como función principal salvaguardar y ampliar el
poder y la riqueza de sus propietarios. Y una ética adaptada a la situación actual
ha de dar un tratamiento diferenciado a la propiedad a fin de recortar o abolir los
privilegios que estas últimas formas de propiedad otorgan a ciertos grupos
sociales y empresariales minoritarios en su desbocada carrera de acumulación de
poder y riqueza. En la era de la globalización comercial y financiera, la primera
medida para poner en práctica esta nueva ética pasaría por la reforma del marco
institucional y normativo que rige el comercio y, sobre todo, el sistema monetario
internacional, a fin de regular las formas de propiedad parasitaria antes
mencionadas.

Pero, hoy por hoy, las entidades encargadas de velar por el sistema monetario
internacional ―que se revela incompatible no solo con la estabilidad ecológica
sino también financiera― no piensan en cambiarlo. La desregulación actual
propicia cada vez mayores “burbujas financieras” (que tienden a explotar), y es
fuente de discrecionalidad a la hora de acometer las cada vez mayores
“operaciones de salvamento” y de recaudar los fondos necesarios para ellas. Lo
cual pone de manifiesto que el capitalismo transnacional hegemónico hace un
uso oportunista de las ideas liberales. Las utiliza para ampliar sus negocios
solicitando la libertad de explotación y la desregulación financiera para crear
“dinero financiero” con el que ampliar sus actividades, así como
la privativatización de las propiedades públicas para poder adquirirlas, al igual
que las propiedades particulares. Pero ignora que el ejercicio de la libertad se
facilita con el establecimiento de reglas del juego aplicables para todos, cuya
inequívoca claridad permita a la vez reducir las desigualdades, arbitrariedades y
conflictos fruto del actual intervencionismo.

Precisamente, para evitar el intervencionismo de los Bancos Centrales y las crisis


financieras, los teóricos del liberalismo económico han venido defendiendo desde
hace tiempo la conveniencia de exigir que los bancos mantengan una reserva del
100 por 100 de los depósitos a la vista, eliminando así la creación de “dinero
bancario” que actualmente se desarrolla utilizando el dinero de estos depósitos.
En efecto, como señala uno de los principales introductores de estas ideas en
España, “el verdadero sistema de banca libre ha de venir ineludiblemente
acompañado por el restablecimiento del coeficiente de reserva del 100 por 100 de
las cantidades recibidas en forma de depósitos a la vista y cuya violación inicial
es el origen de todos los problemas bancarios y monetarios que han dado lugar al
sistema bancario actual, fuertemente intervenido y controlado por los Estados”
(Huerta de Soto, J., 1998). La radicalidad de estas ideas, defendidas desde
antiguo por Mises, Hayek, M. Friedman y otros portavoces del liberalismo más
extremado, resultan, paradójicamente, mucho más radicales que la mayoría de las
medidas que, como la Tasa Tobin, sugieren los mal[19] llamados movimientos
“antiglobalización”. Estas ideas entroncan con la propuesta de Simons, H.C.
(1948) de establecer “bancos limitados” (narrow banks) que garanticen esa
reserva del 100 por 100 o que realicen solo inversiones de gran seguridad, frente
al modelo imperante de banca con inversiones y riesgos poco definidos. El
problema estriba en que estas propuestas son escasamente conocidas. El actual
sistema de poder solo ha contribuido a divulgar hasta la saciedad declaraciones y
publicaciones de economistas liberales que sirven para vender ciertos productos
(desreguladores y privatizadores) que le interesan, pero no otros que le
incomodan. Este juego mediático ha desviado las críticas de ese mal llamado
movimiento “antigloblización” hacia los demonios del “neoliberalismo”,
salvaguardando así al capitalismo de carne y hueso que los utiliza como señuelo.

Por otra parte, el antiguo GATT y la actual OMC, en su permanente cruzada por
eliminar trabas al comercio, han contribuido a extender a escala internacional la
valoración de las mercancías por su mero coste de obtención, es decir, haciendo
abstracción de la “mochila” de deterioro ecológico y social que conllevan, que
unida a la creciente especialización, es también fuente de deterioro ecológico y
polarización social y territorial. En Naredo, J.M. y A. Valero (Dirs.) (1999) se
establecen criterios para evaluar el coste físico completo que arrastra la obtención
de los productos como primer paso para paliar, con el establecimiento de normas
adecuadas, la actual asimetría entre coste físico y valor monetario. El
establecimiento de este tipo de normas permitiría extender la libertad de
comercio sobre bases ecológicas y sociales más saludables que las actuales. No
se trata por lo tanto de anteponer liberalismo a intervencionismo, sino de discutir
las reglas de funcionamiento que han de regir.

La polémica liberalismo-intervencionismo distrae hoy la atención de la verdadera


encrucijada del sistema económico y financiero internacional y de la posible
formulación de alternativas razonables, esterilizando con ello los frutos de la
protesta. Esta encrucijada muestra, por un lado, que la masiva creación actual de
“dinero financiero” demanda de los Estados y los organismos internacionales un
intervencionismo mucho más potente del que reclamaba la creación de “dinero
bancario” para evitar que los daños de las crisis afecten a los principales
bastiones del capitalismo transnacional que, paradójicamente, utiliza la bandera
liberal para seguir ampliando sus negocios. Y por otro, que la única forma de
evitar dicho intervencionsmo (que promueve la socialización de pérdidas y
privatización de beneficios a una escala también sin precedentes) pasaría por
limitar la creación, no ya de “dinero bancario”, sino sobre todo de “dinero
financiero”, reinventando a estos dos niveles figuras como la de la “banca
limitada” antes mencionada. El abanico de opciones coherentes que se podrían
plantear oscilaría entre dos extremos. Uno más liberal, que partiera por ejemplo
de reimplantar el patrón oro u otro ecológicamente menos dañino, para dar
libertad de emisión y elección de monedas vinculadas al mismo, y de establecer
reglas muy estrictas que impidan o limiten drásticamente la creación de “dinero
bancario” y de “dinero financiero”, a fin de conciliar la libertad de empresa con
la estabilidad financiera sin necesidad de organismos estatales o internacionales
de intervención y salvamento. Otro, que otorgue más posibilidades a la creación
de “dinero bancario” y de “dinero financiero”, pero que cree un verdadero Banco
Mundial para controlar de forma neutral estas emisiones y asegurar la solvencia
del sistema en tiempos de crisis. Junto a los extremos indicados existe una amplia
gama de opciones intermedias. Cualquiera de estas soluciones sería mucho mejor
que la actual para la mayoría de la población. El problema no estriba tanto en
buscar la solución óptima seguramente inexistente como en proponer soluciones,
transparentes y consensuadas al más amplio nivel, que mantengan al menos un
equilibrio coherente entre regulación y medios reglados de intervención: a más
regulación se necesitarían menos medios de intervención y viceversa. Es evidente
que este equilibrio brilla por su ausencia en el actual sistema financiero
internacional: a la desregulación le acompaña la carencia de medios reglados de
intervención, teniendo que abordarse cada crisis o problema con medios
acordados sobre la marcha, en función del poder y las presiones existentes, dando
cabida a una discrecionalidad cada vez más interesada. El mero hecho de que los
“paraísos fiscales”, donde los capitales escapan a las reglas establecidas por los
Estados y los organismos financieros internacionales, gocen de buena salud es
algo tan vergonzoso como revelador de la supeditación de los Estados y
organismos internacionales a los intereses del capitalismo transnacional que se
extiende junto con el tipo de propiedad parasitaria antes mencionada. La presente
situación no tendrá salida mientras los movimientos de protesta que denuncian
las actuaciones del capitalismo transnacional y de las entidades que actúan a su
servicio no formulen y defiendan con claridad otros marcos institucionales que
limiten y supediten este tipo de propiedad parasitaria, estableciendo normas
orientadas a minimizar las mochilas de deterioro ecológico y social ligadas al
comercio y las finanzas mundiales. Pues en la era de la globalización financiera
los planteamientos y los remedios han de ser globales, aunque desciendan
también a nivel estatal, regional o local.

Los cambios mentales e institucionales propuestos deben de corregir, en suma, la


inadecuación que hoy se observa entre la noción usual de "sistema económico" y
la de "sistema ecológico": el reconocimiento generalizado de esa inadecuación
sería el primer paso para implantar el por mi denominado enfoque
"ecointegrador" a fin de reconciliar en una misma raíz eco la utilidad y el
bienestar propugnados por la economía con la estabilidad analizada por la
ecología. O, en palabras de Norgaard (1984), se trata de conseguir que el sistema
económico actual "coevolucione" adaptándose a exigencias ecológicas, como
había ocurrido durante buena parte de la historia de la humanidad, en vez de
potenciar las patologías descritas, que fuerzan la evolución degradante del medio
a base de crear islas de orden y mares de deterioro. La cuestión clave es si esa
“coevolución” se produce o no. A ello tratan de contribuir, con mejor o peor
fortuna, las llamadas economía ecológica y ambiental, o especialidades como
la ecología industrial, la agroecología, la ecología urbana,... En caso de
producirse, tal “coevolución” afectaría también a los patrones de vida y de
consumo, que no cabe pensar que cambien unilateralmente. Es decir, que el
cambio de aquellos presupone modificar la idea de sistema económico, de
crecimiento, de desarrollo, de calidad o nivel de vida[20]. Aunque esa
adecuación del sistema económico a requerimientos ecológicos no esté teniendo
lugar en general, y menos aún en España, plantearla sigue siendo el primer paso
para conseguirla.

Las posibilidades de reconvertir el metabolismo de la sociedad actual dependen


de que se replantee el modo de gestión imperante, restableciendo y priorizando
los circuitos de información física y social ligada a dicha gestión y moldeando
los intrumentos económicos y los precios a partir de esa información. Sin
embargo, como hemos indicado, hoy se invierten muchos más recursos en
mantener taponados estos circuitos, mediante campañas de “imagen verde”, que
en suplir tales carencias de información: más que de solucionar los problemas
ecológico-ambientales, se trata de conseguir que la población conviva con ellos
como si de algo normal o inevitable se tratara. De esta manera, por muchas
“autopistas de la información” que existan, mientras no se modifique la materia
prima que las nutre, seguirán extendiendo el ruido mediático que oculta o
banaliza los costes sociales y ambientales que se derivan del modo de gestión
imperante. A la vez que la globalización televisiva promueve el conformismo con
los patrones de vida y de pensamiento dominantes.

Pese a todo, las redes informáticas planetarias también pueden ayudar a


materializar esa especie de noosfera, o conciencia global de la humanidad, que
Vernadsky  (1945, pp. 203-218) vislumbraba, entre las ruinas de la Segunda
Guerra Mundial, como una nueva etapa en la evolución de la biosfera. Esta nueva
dotación exosomática de la especie humana puede, llegado el caso, acelerar la
reconversión mental e institucional necesaria para replantear las metas y las
reglas del juego económico que gobiernan el metabolismo de la sociedad actual,
como también puede ayudar a suplir las actuales carencias de información y de
participación social que frenan dicha reconversión hacia el modelo de la biosfera.
Una reconversión que apunte hacia modelos de sociedad que consideren los
costes físicos de reposición del patrimonio natural, que promuevan el uso de
energías renovables y el reciclaje de materiales, modelos que privilegien
comportamientos más cooperativos y solidarios, favoreciendo de nuevo la
diversidad de asentamientos y formas de vida sobre la faz de la Tierra.

http://www.ub.edu/geocrit/sv-105.htm

La teoría de los sistemas económicos

Se llama sistema económico a la forma en la que se


Sistema económico
Ordenamiento jurídico
organiza la actividad económica de una sociedad, la
Régimen de propiedad
Fuerzas productivas
producción de bienes y servicios y su distribución entre
Estructura social
sus miembros. Cada sistema económico se caracteriza
Modo de producción
Salvajismo o barbarie
Esclavismo por su ordenamiento jurídico que especifica el régimen de
Feudalismo
Capitalismo propiedad y las condiciones de contratación entre
Socialismo
Comunismo particulares. Es el estado el que elabora e impone ese
Leyes históricasordenamiento jurídico y se reserva para sí ciertos ámbitos
y formas de actuación. El sistema económico sirve por
tanto para determinar qué agentes y en qué condiciones podrán adoptar
decisiones económicas.

El economista clásico Karl
Marx sugirió que el sistema
económico utilizado por cada
sociedad humana depende del
desarrollo de las fuerzas productivas,
principalmente los conocimientos
técnicos, el capital acumulado y la
población. Mientras el ordenamiento
jurídico sea el adecuado al nivel de las
fuerzas productivas, decía Marx, 
éstas pueden desarrollarse sin que
aparezcan tensiones graves; pero
llega un momento en el que las
fuerzas productivas han crecido tanto
que la estructura social, en vez de
estar potenciando su desarrollo,
aparece como una limitación, un 
corsé que impide su crecimiento. Es
entonces cuando la superestructura jurídica y consiguientemente el
régimen de propiedad, se ve forzada al cambio de forma más o menos
brusca.

 Aplicando ese análisis, Marx dividía la historia de los sistemas


económicos en salvajismo o barbarie, esclavismo, feudalismo, modo de
producción asiático y capitalismo. El materialismo histórico deducía que
el capitalismo había llegado a una situación límite; que el régimen jurídico
de la propiedad privada sobre los medios de producción estaba
impidiendo el crecimiento de las fuerzas productivas; que como
consecuencia de ello se estaban produciendo crisis económicas cada
vez más graves; que el sistema estaba condenado a derrumbarse y a ser
substituido por otro en el que los medios de producción estarían en
manos de toda la sociedad; y que los proletarios, la clase social
emergente, serían los
encargados de dirigir ese
cambio. Preveía el
advenimiento en los países más
avanzados de dos futuros
sistemas, el socialismo, en el
que "cada cual recibirá según
su trabajo", y el comunismo, en
el que "cada cual dará según
sus posibilidades y recibirá
según sus necesidades".

Este análisis pretendidamente


científico, se ha visto
desmentido por el devenir
histórico. Siglo y medio después
de que se escribiera
el Manifiesto
Comunista podemos comprobar
que sus predicciones no se han
cumplido. No hay leyes
históricas inmutables que
describan la evolución de los El sector público en USA pasó de gastar el 20% del PNB en 1948 a
estar por encima del 40% en los setenta. Las voces que se alzaron
sistemas económicos y de las entonces contra el "cambio de sistema", la crisis económica y la
quiebra teórica del keynesianismo, han interrumpido la tendencia.
sociedades humanas. Tampoco
hay una relación biunívoca
entre grado de desarrollo de las fuerzas productivas y sistema
económico. Quizá pueda verse una relación más estrecha entre el
sistema económico y los medios de comunicación. En este curso
proponemos una clasificación de los sistemas económicos en la que
ponemos de relieve la importancia del grado de desarrollo del
conocimiento humano y, por tanto, de los medios tecnológicos existentes
para la transmisión y acumulación de ese conocimiento.

En el siglo veinte han coexistido sistemas opuestos en diferentes partes


del mundo que mostraban similar desarrollo de las fuerzas productivas.
El estado ha dominado la economía en países europeos desarrollados o
en países africanos o asiáticos subdesarrollados. Las transformaciones
sociales siguen siendo dirigidas por grupos de poder, ejército, religiosos,
burócratas. No ha sido el ordenamiento jurídico del capitalismo el que ha
bloqueado el desarrollo económico, antes al contrario, han sido algunas
instituciones jurídicas pretendidamente emanadas de las propuestas
marxistas las que, limitando la libertad de los individuos, han frenado la
evolución del comercio y la producción, de las artes y las ciencias.

Ciertamente, el mercado, por sí solo, ha mostrado también su


incapacidad para resolver de forma satisfactoria las necesidades
elementales de gran parte de la humanidad. De hecho, los países que
han alcanzado un grado más alto y más armónico de desarrollo,
compatibilizándolo con las libertades individuales, con el estímulo a la
creatividad artística y a la investigación científica y tecnológica, lo han
conseguido gracias a un sistema económico que mezcla el libre mercado
con la intervención del estado. Y entre esos países hay que incluir los
Estados Unidos y otros que a los ojos del mundo aparecen como
abanderados del mercado y del liberalismo.

En nuestros días continúa la vieja polémica, unos pidiendo "más


mercado" y otros pidiendo "más estado". En una sociedad humana viva,
en continua evolución, no hay forma teórica de resolver la cuestión. No
puede haber una demostración "científica" de qué proporción entre
mercado y estado es la más conveniente, o la más justa. Diversas
personas y grupos, con diversas ideologías e intereses, son partidarios
de una u otra proporción. Se llamen liberales, socialdemócratas,
conservadores, progresistas, laboristas, comunistas, radicales, de
izquierdas o de derechas, están simplemente presionando en una
dirección o en otra, hacia el mercado o hacia el estado, con más o menos
fuerza.

La organización que adoptarán las sociedades humanas en el futuro no


está escrita en ningún libro sagrado ni determinada por ninguna ley
histórica: será la consecuencia de las decisiones que están adoptando en
el presente un gran número de individuos y grupos sociales. Muchos
confiamos en que ese sistema futuro satisfaga nuestros más íntimos
anhelos de solidaridad, cooperación y equidad, que permita la
desaparición del hambre, la miseria y la marginación y que todo ello sea
compatible con el respeto a los derechos humanos y el impulso a la
creatividad individual.

http://www.juntadeandalucia.es/averroes/centros-
tic/14002996/helvia/aula/archivos/repositorio/250/271/html/economia/1/la_teoria_de_los_siste
mas_econom.htm

Modelos económicos a lo largo de la historia


La historia de la economía estudia la economía desde sus inicios: desde el simple
y local trueque que, con el paso de los milenios, ha acabado evolucionando en el
complejo y globalizado capitalismo, pasando por otros modelos, como el
esclavista, el feudal o el mercantilista.

Modelo económico
Ir a la navegaciónIr a la búsqueda
Para otros usos de este término, véase Sistema económico.
Se puede entender un modelo económico como una representación
(véase modelo científico) o propuesta (véase constructo social) más ampliamente,
como un concepto ya sea proposicional o metodológico acerca de algún proceso
o fenómeno económico. Como en otras disciplinas, los modelos son, en general,
representaciones ideales o simplificadas, que ayudan a la comprensión de
sistemas reales más complejos1
Gráfica del Modelo IS-LM. Ejemplo tanto de un modelo matemático como gráfico. La curva IS se
desplaza a la derecha, bien por una política fiscal de incremento del gasto o de transferencias, o bien
por una disminución de la tasa de impuestos. El equilibrio se encuentra por tanto en Y2 e i2.

Los modelos se usan comúnmente no solo para explicar cómo opera la economía
o parte de ella, sino también para realizar predicciones sobre el comportamiento
de los hechos y determinar los efectos o tomar decisiones sobre los mismos. 2
Como sugiere lo anterior, un modelo puede constituir una representación de
aspectos ya sea generales o más específicos. Puede tener un
papel normativo o descriptivo,3 etc.
Adicionalmente los modelos económicos pueden generalmente dividirse entre
modelos conceptuales, que usualmente poseen un
carácter crítico o analítico (ver Criticismo); modelos matemáticos, que buscan ser
una representación teórica — utilizando variables y sus relaciones matemáticas —
del funcionamiento de los diversos procesos económicos (ver economía
matemática) y modelos diagramáticos o gráficos que son la representación
de datos, generalmente numéricos, mediante recursos gráficos (tales
como líneas, vectores, superficies o símbolos), para que las relaciones que los
diferentes elementos o factores guardan entre sí se manifiesten visualmente.
(véase también Iconografía de las correlaciones).
En términos metodológicos, un modelo ocupa una posición intermedia entre la
realidad y las teorías.45

Índice

 1Características de los modelos


 2Ámbito de un modelo
 3Descripciones y normatividad
 4Modelos, teorías y realidad
 5Modelos y formalismo
 6Bibliografía y enlaces externos
 7Referencias

Características de los modelos[editar]


Desde este punto de vista, y como se ha avanzado, los modelos pueden referirse
ya sea a aspectos generales o más específicos del área de estudio de la
economía. Un modelo es una herramienta de representación de una realidad algo
más compleja que el modelo, no obstante el modelo sirve para hacer afirmaciones
generales sobre la realidad que representa, y en eso reside su valor, que siendo
más fácilmente comprensible que la propia realidad permite hacer afirmaciones
sobre la realidad que modeliza. Un buen modelo económico requiere de dos
características importantes:

 Simplificación, dado que el modelo debe resultar comprensible y


manejable es importante que un modelo económico simplifique algunos
aspectos complejos de los procesos económicos. La complejidad real puede
deberse a complejidad psicológicas o de interacción entre agentes
económicos, limitaciones de recursos, restricciones ambientales o geográficas,
requisitos legales o incluso fluctuaciones puramente aleatorias. El modelo
debe substituir estas dificultades por otras cosas, conservando una respuesta
similar a la realidad que modeliza. La simplificación requiere por tanto una
elección razonada de variables y relaciones entre ellas que sean relevantes
para analizar y representar la información útil.
 Selección de los aspectos relevantes, un modelo no predice cualquier
complejidad existente en un sistema económico, sino ciertas características
generales de los mismos que se consideran importantes. Por ejemplo la
inflación es un concepto económico general, pero medir la inflación requiere un
modelo de comportamiento, por tanto un economista puede diferenciar entre
cambios reales en el precio, y cambios en el precio que pueden ser atribuidos
a la inflación. Para ciertos aspectos solo los cambios reales son importantes,
mientras que para ciertas cuestiones económicas solo el efecto debido a la
inflación es importante.

Ámbito de un modelo[editar]
Al nivel de la economía propiamente tal, los modelos pueden ser divididos en
modelos macroeconómicos y microeconómicos. Ambas áreas contienen modelos
tanto específicos como más generales. Al nivel más general los modelos pueden
ser considerados "escuelas" del pensamiento. En el presente las principales
incluyen: el Monetarismo, la Nueva economía clásica, la Nueva Economía
Keynesiana. Estos modelos se pueden considerar como teniendo una extensión
"intermedia" entre los modelos generales de la economía política y los más
específicos de la economía propia.
 Los modelos macroeconómicos en general se concentran en mostrar el
como las relaciones generales entre consumidores y productores determinan
la producción y otras variables.6 Sin embargo también hay modelos
macroeconómicos que se refieren a cuestiones más específicas, por ejemplo:
el Modelo de Kalecki, el Modelo de Phillips, el Modelo de Kaldor. Los
principales modelos macroeconómicos son modelos de crecimiento. Entre los
más conocidos de estos se encuentran Modelo de crecimiento de Solow,
el Modelo Harrod-Domar, el Modelo elemental Samuelson-Hicks, etc. A partir
de lo anterior se han desarrollados los llamados Modelos completos. También
existen modelos que se aplican otras situaciones generales, por ejemplo,
el Modelo IS-LM, el Modelo Heckscher-Ohlin (también llamado (modelo H–O),
que a su vez ha dado origen a varias otras propuestas o modelos. etc.
 Los modelos microeconómicos "investigan asunciones acerca de
los agentes económicos. Un agente económico es la unidad básica de
operación en el modelo. Generalmente consideramos que el agente
económico es un individuo.... Sin embargo, en algunos modelos económicos,
se considera como un agente una nación, una familia o un gobierno. En otras
ocasiones, el "individuo" es disuelto en una colección de agentes económicos,
cada uno actuando en circunstancias diferentes y cada uno considerado un
agente económico".7 Los modelos microeconómicos más conocidos son:
modelo de Competencia perfecta; modelos de Competencia
monopolística y competencia imperfecta, modelos de oferta y demanda y
asociados (por ejemplo: Modelo de telaraña); modelos de Equilibrio
económico (tales como la Teoría del equilibrio general, Equilibrio de
Bertrand, Equilibrio de Stackelberg, etc) modelos derivados de la aplicación a
la economía de la teoría de juegos (tales como el Equilibrio de Nash) modelos
de Discriminación de precios, etc.8
Adicionalmente hay variedad de hipótesis, teoremas y "teorías" que pueden ser, y
generalmente son, considerados como modelos, por ejemplo: la Función de
producción de Cobb-Douglas, el Teorema de Coase; el Teorema Marshall-Lerner;
el Teorema de Modigliani-Miller; el Teorema de Sonnenschein-Mantel-Debreu,
la Teoría del Segundo Mejor, etc.

Descripciones y normatividad[editar]
Como se ha avanzado, los modelos pueden tener una función descriptiva — que
se refiere a como un sistema económico teóricamente funciona — o una
normativa, que se refiere a como los agentes económicos (incluyendo
la sociedad en general) deberían comportarse o el cual debería ser el objetivo de
la disciplina (por ejemplo, Alfred Marshall postulaba que el propósito de la
economía, como ciencia, es "eliminar la pobreza". 9).
La función normativa es más evidente a nivel de economía política. Desarrollos en
la teoría económica pueden ser usados para apoyar ciertas posiciones políticas,
que a su vez dan origen y prestan apoyo a propuestas que favorecen ciertas
interpretaciones de la teoría económica (ver, por
ejemplo, Ordoliberalismo; Escuela crítica; Escuela austríaca; Escuela de
Economía de Chicago; Postautismo; etc.
Es a ese nivel que un modelo adopta más claramente su carácter de propuesta, 1011
o constructo social1213141516 acerca del funcionamiento de la economía, con un uso
general en las ciencias políticas, sociología, etc.
Pero incluso al nivel más abstracto o técnico, el de los modelos matemáticos, todo
modelo económico implica algún elemento normativo, por ejemplo, en las
asunciones o supuestos acerca de la racionalidad económica de los actores. En
las palabras de Amartya Sen:
“Para evitar el análisis de una realidad humana compleja, la economía ha
glorificado el supuesto de la motivación egoísta, extendiéndolo a todas las
acciones económicas. Es solo una parte de la verdad: el hombre
económico no solamente se sale en ocasiones de los patrones de la
racionalidad, sino que está en su naturaleza no comportarse siempre bajo
el restringido supuesto de la búsqueda del máximo interés propio. Adam
Smith generó una cohorte de defensores del egoísmo 17 como explicación
del comportamiento económico a pesar de que su misma obra niega la
simplificación del conjunto de motivaciones mediante el arquetipo del
agente egoísta. La dimensión ética encierra enormes complejidades, pues
el 'homo economicus' habrá de moverse por egoísmo o por otros objetivos
según el caso, y el análisis científico deja de ser tan simple como muchos
quisieron hacerlo. Pero solo integrando la ética en la economía se puede
avanzar en el acercamiento a la realidad. Las normas y valores que guían
el comportamiento colectivo tienen, por lo demás, un papel decisivo en el
desarrollo de las sociedades.18 Lo que incita aún más a la economía a
preocuparse por las consideraciones éticas como factor indispensable de
su análisis.”.19
Otras críticas generales a las asunciones económicas, especialmente las de la
teoría o escuela neoclásica que constituyen la ortodoxia actual, como siendo
normativas incluyen las de Thorstein Veblen,20 de acuerdo a quien el concepto
de equilibrio económico mismo es normativo, implicando -sin prueba- que es
de beneficio para la sociedad y los individuos. Veblen considera que
la economía ortodoxa es teleológica y pre-darwiniana. Teleológica porque
asume que el proceso económico progresa o tiende a una situación estable (el
equilibrio a largo plazo) que ni se observa en realidad ni se deriva de algún
análisis sino que se asume como un dado con anterioridad a cualquier análisis
u observación. Y es predarwinica porque, en la opinión de Veblen, el proceso
económico es un proceso darwiniano de evolución, desarrollándose a través
del tiempo como respuesta a diferentes y cambiantes circunstancias pero
careciendo de propósito o diseño.2122
La crítica de Piero Sraffa, en su Producción de mercancías por medio de
mercancías fue la génesis de varios de los argumentos desarrollados
posteriormente por otros autores en la tradición de la llamada economía
heterodoxa.23 Sraffa fue un pensador profundo, cuya crítica forzó a Ludwig
Wittgenstein a modificar sus posiciones originales.24 El centro de la crítica de
Sraffa es que la concepción actual del valor económico (ver valor subjetivo)
esconde normatividad, estando basada una visión contradictoria y lógicamente
defectiva. Esta visión dio eventualmente origen al famoso Debate de las dos
Cambridge.25 La posición de Sraffa se puede resumir así: una teoría del valor
que sea lógicamente consistente tiene que volver a la teoría clásica,
considerando que es el caso que lo que interesa en la producción es que, al
final del proceso, haya un excedente o plusvalía (ver valor agregado). Sraffa
avanzó a construir un tal modelo, lógicamente consistente, y que puede ser
usado para explicar no solo el precio relativo de los bienes sino la distribución
de los ingresos/ganancias. Una implicación clave del modelo de Sraffa es que
la determinación de la relación en la distribución de los ingresos
entre salarios y ganancias es debida a factores no económicos: esa relación se
origina en como se fijan ya sea los 'salarios de subsistencia' o la tasa de
ganancia.

Modelos, teorías y realidad[editar]


Roberto Gómez L sugiere que "los modelos en general juegan un papel
fundamental en economía puesto que permiten las representación de teorías
mediante la simplificación de la realidad. Como argumenta Anisi (1988, pág..
15): “La utilidad de los modelos es indiscutible, puesto que difícil es encontrar
una argumentación económica que no se apoye en algunos de ellos”. ". 26 Entre
otros apoyos a esa posición, Gómez cita la posición de von Hayek, quien
propone "que un modelo es una representación formal de una teoría en la cual
ciertos elementos constituyen abstracciones, mientras otros son ignorados con
la finalidad de intentar proporcionar una descripción simplificada de los
aspectos más sobresalientes del fenómeno elegido. Los modelos comprenden
estructuras, cada una de las cuales es una caracterización bien definida de lo
que se pretende explicar. Una teoría sobre el funcionamiento de un sistema,
lleva ligado uno o varios modelos que intentan reflejar las principales
relaciones del sistema que se consideran relevantes en el contacto de la
teoría. por tanto, las teorías no son modelos, sino que incluyen modelos." (op.
cit).
Desde este punto de vista la función del modelo puede verse no solo como un
intermediario metodológico entre realidad y teoría sino también, como
propone Imre Lakatos, poseyendo un papel defensivo de las teorías. Los
modelos constituirían el cinturón protector, pudiendo ser modificados,
eliminados o reemplazados por otros modelos nuevos con el objetivo de
impedir que se pueda falsear la teoría central o núcleo firme.
(ver Falsacionismo sofisticado).
Un ejemplo de lo anterior puede verse en la modelizacion del ciertos aspectos
del Keynesianismo, primero en el Modelo IS-LM, posteriormente en el Modelo
Mundell-Fleming, etc.
Desde este punto de vista, aún si consideramos una propuesta general (tal
como la economía de libre mercado) como modelo, esa propuesta general
sería inmune a cualquier falsacion, dado, últimamente, que los supuestos,
elementos y relaciones implícitas y explícitas encompasados por una teoría
nunca pueden ser totalmente reducidos a una situación específica,
(Véase Tesis de Duhem-Quine). Sigue que, cualquiera sea la falla de
adecuación entre un modelo y la realidad, es posible que la teoría fuera
correcta si las circunstancias fueran diferentes. El modelo, en la otra mano, es
manifiestamente incorrecto si sus supuestos y predicciones no corresponden a
la realidad. Pero esos supuestos y predicciones son solo un subconjunto de las
que la teoría comprende.
Por ejemplo, es perfectamente legítimo señalar que la competencia perfecta no
se observa en la realidad -no se encuentran las situaciones o condiciones que
asume- Sin embargo, esto no la invalida como teoría o incluso como
propuesta. Se puede alegar que los agentes se comportan como si el modelo
fuera correcto, pero sucede que en cada caso (mercado) concreto, hay
algunos “constreñimientos” que dificultan o deforman la expresión de los
comportamientos que predice. Lo que hay que modificar entonces no es la
teoría como tal, sino los modelos, a fin de incorporar esas condiciones
específicas. Como ejemplo específico: si en la realidad la producción no
muestra la flexibilidad (Elasticidad (economía)) que la hipótesis de
competencia perfecta implica, difícilmente se determinaran los precios de
acuerdo al modelo teórico de la oferta y demanda. Eso se observa en los
mercados agrícolas y agropecuarios. Esto no implica que la teoría de la oferta
y la demanda, especialmente considerada como abstracción de la realidad, o
incluso como propuesta general, sean erróneas, implica que el modelo debe
ser modificado en esos mercados.
Por ejemplo, Goodwin, Nelson, Ackerman y Weissskopf aducen que: “Es
importante no poner demasiada confianza en la aparente precisión de gráficos
de oferta y demanda. El análisis de la oferta y la demanda es una herramienta
conceptual útil y precisa que gente inteligente han creado para ayudarnos a
ganar una comprensión abstracta de un mundo complejo. No nos da -y no se
debería esperar que nos diera- en adición una descripción fiel y completa de
cualquier mercado del mundo real.”.27
Por supuesto, también se puede sugerir que, si la propuesta general no se
observa en ninguna situación real, su utilidad es limitada, y,
consecuentemente, es reemplazado ( Popper - ver La lógica de la
investigación científica) o cae en el abandono (Lakatos): en la práctica una
"teoría más general" de competencia -que incorpore esos “constreñimientos”
sería más "correcta", adecuada o útil. Sin embargo, Lakatos nota esa situación
no lleva necesariamente al abandono de la propuesta, especialmente al nivel
más general. Lakatos observa que los científicos, en la ausencia de una nueva
"teoría más general" (generalmente aceptada) prefieren seguir utilizando una
teoría "defectuosa" aún sabiendo que sus predicciones no son adecuadas, con
preferencia a no tener ninguna: la función de la teoría es guiar la investigación.
(nótese que el hecho que algunas propuestas son aceptadas por algunos
científicos pero no todos constituye la base del desarrollo de "escuelas del
pensamiento" o, en la terminología de Lakatos, "programas de investigación")

Modelos y formalismo[editar]
Hay dos maneras principales de evaluar o validar un modelo. 28 a) la
aproximación directa, que envuelve consideraciones de la validez de los
supuestos básicos. Y b) la aproximación indirecta, que solo considera si
las predicciones que el modelo hace son, o no, correctas.
Milton Friedman es uno de los representantes más conocidos de la segunda
posición. Friedman argumenta que el "realismo" de un modelo no debería ser
cuestionado a nivel de las hipótesis subyacentes, sino de las predicciones
derivadas del modelo. Es irrelevante, por ejemplo, que las ecuaciones que
constituyen el Modelo de telaraña dinámico no se parezcan en absoluto a la
realidad, o que la relación de ese modelo con la teoría subyacente sea
compleja o que el modelo mismo incorpore supuestos cuestionables, lo que
importa y es relevante es si las predicciones que se obtienen del modelo
concuerdan con las observaciones empíricas. Si lo son, el modelo es válido,
cualesquiera sean los problemas metodológicos. 29
Lo anterior enfatiza el punto que la función del modelo es práctica, ser guía
para la acción. En las palabras de Paul Samuelson: "es mejor tener un modelo
con bases inexactas que le da un buen agarre para manejar la realidad que
esperar por una mejor fundación o seguir utilizando un modelo con buenas
bases pero que no es útil o relevante para explicar los fenómenos que
tenemos que explicar"30
La posición contraria, generalmente más aceptada, por lo menos a niveles
académicos, se preocupa con cuestiones metodológicas de la Teoría formal,
tales como Consistencia (lógica), Decidibilidad, reglas de inferencias; tipos de
método, etc.
Esto se hace particularmente relevante para modelos matemáticos, los que se
conciben, específicamente, como un conjunto de axiomas o definiciones
previas — también llamados postulados o enunciados
— datos y asunciones o hipótesis que, mediante algunas reglas de
transformación, permiten la creación de teoremas.

https://es.wikipedia.org/wiki/Modelo_econ%C3%B3mico

RESUMEN

Bajo la amenaza global del Antropoceno, la historia ambiental y la historia económica se


conjugan para alcanzar mayor entendimiento de la situación actual. Este nuevo campo de
la “historia eco-económica” rastrea el impacto ecológico del sorprendente aumento en la
productividad de la economía mundial en los últimos dos siglos. La naturaleza ya no es
vista como una externalidad y el daño a los recursos no renovables ya no se minimiza. He
identificado cuatro modelos eco-económicos básicos. El retromodernista nos hace retornar
a un mundo eurocéntrico, tanto para los orígenes del problema como para sus soluciones.
Tres modelos más convincentes, modernidad de doble capa, modernidades paralelas y
enfoques multiescala, amplían la comprensión de cómo llegamos a esta coyuntura
catastrófica y lo que podríamos hacer al respecto.

Palabras clave: Antropoceno; cambio climático; historia económica; historia ambiental;


Asia; Japón; China; África; desarrollo

ABSTRACT

Under the global threat of the Anthropocene, environmental history and economic history
are coming together to understand our predicament. This new field of “eco economic
history” traces the ecological impact of the startling rise in global economic productivity
over the last two centuries. No longer is nature treated as an externality and damage to
non-renewable resources discounted. I identify four basic eco-economic models emerging in
this literature. The one I call retro modernist returns us to a Euro-centered world for both
the problem’s origins and its remedies. Three more convincing models, double-layered
modernity, parallel modernities, and multi-scalar approaches, expand our understanding of
how we arrived at this catastrophic juncture and what we might do about it.

Keywords: Anthropocene; climate change; economic history; environmental history; Asia;


Japan; China; Africa; development

Están surgiendo nuevas conversaciones entre historiadores ambientales y económicos,


pues ambos campos replantean su entendimiento de las interacciones entre humanos
y naturaleza bajo la categoría de Antropoceno. Aunque este término aún no se ha
hecho oficial por la Unión Internacional de Ciencias Geológicas, se ha utilizado al
menos desde 2002 para designar la transformación de la Tierra desde el Holoceno, con
una duración relativamente predecible de 11 700 años, hasta un nuevo estado
permanente e impredecible menos propicio para los seres humanos. 1 El Antropoceno
indica una “ruptura” irreversible con el pasado (Hamilton, 2016). La situación es tan severa y
desesperada que los climatólogos pueden medir los efectos en nueve sistemas
planetarios, incluyendo -pero no limitados a- el cambio climático atmosférico.2 Ante
esta situación, tanto la historia económica como la ambiental confrontan retos
conceptuales que alteran sus premisas y acercan los campos. Los historiadores
ambientales, que se han centrado durante mucho tiempo en la manera en que los
humanos dan forma a los ecosistemas, ahora deben lidiar con lo que significa que los
humanos den forma a la Tierra. Del mismo modo, algunos historiadores económicos
que se preocuparon por las materias primas supusieron, en general, que si una
sustancia no era abundante, se podrían encontrar o inventar sustitutos de formas
bastante predecibles. Con la llegada de la nueva comprensión de las operaciones de la
humanidad que alteran la Tierra, algunos investigadores sostienen que la historia
económica y la historia ambiental deben hermanarse. En resumen, bajo la categoría
del Antropoceno está emergiendo algo así como un campo de la “historia eco-
económica”. Mi análisis de este campo distingue cuatro modelos. Considero que
necesitamos oponernos a uno y explorar y expandir los demás.

Cuatro modelos eco-económicos

Para enmarcar mi análisis de las formas en que las historias ambientales y económicas
están convergiendo, quiero comenzar por subrayar los dos supuestos alentadores
compartidos por todos los autores que analizo. En primer lugar, sin importar cómo
definen el Antropoceno, todos coinciden en que es el resultado devastador de las
actividades económicas que transforman los sistemas de la Tierra de los que dependen
humanos y otras formas de vida. Vincular directamente el daño ambiental con la
actividad económica da un vuelco en el campo de la economía a la tendencia de tratar
los recursos naturales y las emisiones de residuos como “externalidades”. Sumar estos
costos ambientales a menudo cambia drásticamente los cálculos previos de eficiencia y
beneficio. Ya sea que la devastación ambiental mundial haya surgido de la agricultura
moderna temprana comercializada, la producción industrial basada en quema de
carbón o la cultura de consumo masivo, estos nuevos análisis eco-económicos dejan
claro que las economías no pueden trascender las ecologías. El crecimiento infinito no
es posible, la sustitución infinita de una fuente natural de recursos por otra o la
sustitución de capital y tecnología por recursos alcanzará su límite de manera eventual
(Albritton, 2014). En síntesis, nuestro mundo físico es finito. A pesar de que muchos, de
hecho, la mayoría de los historiadores económicos, todavía imaginan, junto con Kenneth
Lipartito (2016)
, que pueden “repensar la materialidad” y dejar de lado la historia ambiental,
analistas económicos más perspicaces, como Maxine Berg (2007; 2010), Timothy Mitchell (2011), Prasannan
Parthasarathi (2011) Kenneth Pomeranz (2001
,  ; en prensa), Jeffrey Sachs (2015) y Amartya Sen (2014), reconocen que
las propiedades de las sustancias y los sistemas natura-les son el núcleo de la
“materialidad”, sin el cual cualquier replanteamiento de la historia económica es
imposible (Lipartito, 2016: 102)3

En segundo lugar, al definir agencia y construir narrativas, todos los historiadores eco-
económicos sugieren, explícita o implícitamente, no sólo una manera de entender el
pasado, sino también de enfrentar los desafíos del presente. Preguntarse qué
personas, grupos y procesos nos impulsaron hacia la nueva época turbulenta del
Antropoceno también es una manera de cuestionar cómo podríamos restablecer un
espacio para vivir decentemente en el futuro. La esperanza de todos, en otras
palabras, es encontrar un mínimo de bienestar para nuestra especie, aun cuando los
mares se elevan, las temperaturas se disparan, los océanos se acidifican, el aire
contiene menos oxígeno, las especies no humanas desaparecen, las poblaciones
humanas se disparan y la supervivencia se torna más difícil. Para decirlo de otra
manera, el impulso detrás de vincular la historia económica y el medio ambiente es
político en el sentido más amplio del término: el deseo de comprender de qué manera
la distribución del poder y los recursos se desarrollan en un planeta finito. El
resurgimiento reciente de la historia económica, después de su eclipse en la década de
1980, y su mayor compromiso con las cuestiones ambientales es ciertamente un muy
buen desarrollo.

Dicho esto, algunos análisis son mejores que otros. Es posible distinguir cuatro
configuraciones eco-económicas que cuentan la historia del desarrollo humano y la
depredación de manera distinta. Tengo una forma abreviada de llamar a estas
configuraciones eco-económicas. La primera, a la que llamo “retromodernista”, me
provoca serias dudas. Me refiero a las otras tres como “doble capa”, “paralela” e
“intersectada”. Estos tres últimos modelos proporcionan una interpretación
convincente de cómo la productividad económica y sus consecuencias transformaron el
planeta.

El modelo retromodernista del Capitaloceno

El primero de estos cuatro modelos eco-económicos, la postura retromodernista, culpa


“al Occidente”, sobre todo a la industrialización occidental y el desarrollo basado en
combustibles fósiles, por los males del planeta. Muchos investigadores que trabajan en
esta línea aparecen en la interesante Anthropocene Reading List de Verso Books. 4 En
general, atacan el término Antropoceno porque acusa de manera implícita a toda la
especie humana y lo reemplazan con el término Capitaloceno o incluso Angloceno.
Como sugieren estos términos alternativos, la narrativa nos regresa al norte de Europa
de finales del siglo XVIII como el único origen de los procesos que transformaron el
mundo. La culpa de la catástrofe inducida por el consumo de combustibles fósiles se
asigna firmemente a un pequeño grupo de perpetradores. En la opinión de Andreas
Malm y Alf Hornborg:

Una fracción infinitesimal de la población [...], una camarilla de hombres blancos


británicos, literalmente utilizó la energía de máquinas de vapor como un arma (en mar
y tierra, barcos y ferrocarril) contra la mejor parte de la humanidad, desde el delta del
Níger hasta el delta del Yangtsé, del Levante a Latinoamérica” (2014: 64).

Uno no puede más que honrar el impulso de asignar responsabilidad por nuestro
apresurado sufrimiento global. La matanza acelerada de otras especies y la destrucción
en cámara lenta del bienestar humano nos convoca a la sala de juzgado del alma.
“Justicia climática” es un grito frecuente en boca de la gente.5 Pero extrañamente,
dado que las narrativas del Antropoceno deben involucrar al mundo entero, dado que
las épocas geológicas, por definición, son fenómenos globales, entre los
retromodernistas hay poco reconocimiento de la agencia de los pueblos y los procesos
fuera del norte de Europa. Al igual que en la teoría de los sistemas mundiales de
Wallerstein, tanto las personas no blancas como las ecologías no occidentales sirven
principalmente como víctimas puras, mano de obra barata y materias primas. El viejo
modelo difusionista de la tecnología surgida exclusivamente en Occidente hasta la
década de 1850, cuando “alcanzó una escala global”, se utiliza sin reconocer la
investigación que desplaza esta narrativa de modernización eurocéntrica y que esta
narrativa podría insinuar que todas las soluciones posibles deben venir también de
Occidente (Bonneuil y Fressoz, 2016: 175). Además, se presta poca atención a la complejidad
moral de la asignación de culpa por procesos que han durado 250 años y que causaron
no sólo gran parte de lo que era malo o imperfecto, sino también importantes
beneficios, como una mayor longevidad y mayor democracia. Por último, en el enfoque
retromodernista la discusión sostenida sobre el crecimiento de la población mundial
está casi ausente y la terrible depredación del medio ambiente de los estados
comunistas no ha sido examinada.

Aún más problemático que identificar a los propietarios de fábricas del siglo XVIII de
Manchester como la raíz de todas nuestras dificultades, es el ataque a los climatólogos
por parte de algunos retromodernistas. The Shock of the Anthropocene (Bonneuil y Fressoz,
2016
), por ejemplo, tiene como objetivo elaborar la definición “autorizada” de tres
etapas del Antropoceno, comenzando hace 250 años. Esta definición “oficial” proclama
supuestamente una “gran narrativa” de científicos heroicos y nos alerta del peligro de
un objetivo de dominio mundial. Es difícil saber cómo tomar esta afirmación. En primer
lugar, no existe un Antropoceno “oficial” o “autorizado”. Los geólogos siguen
discutiendo categóricamente su definición y duración, y continuarán haciéndolo en los
próximos años, incluso después del voto unánime del 16 de agosto de 2016 del Grupo
de Trabajo del Antropoceno (AGW, por sus siglas en inglés),6 que es el paso preliminar
en un proceso de múltiples etapas. En segundo lugar, Bonneuil y Fressoz advierten de
una “exaltación exagerada de los conocimientos científicos actuales”, pero dado que
los climatólogos son objeto de abuso personal, que su trabajo no tiene fondos
suficientes, su correo electrónico es invadido y sus descubrimientos menospreciados o
ignorados, esto difícilmente podría parecer un problema apremiante (2016: 79). Por
último, hay poca evidencia de la afirmación de que un grupo de científicos está
planeando dominar el mundo. Es cierto que el químico Paul Crutzen, quien acuñó el
término Antropoceno junto con Eugene Stoermer, argumenta que los científicos y los
ingenieros deben “orientar a la sociedad hacia una gestión ambientalmente sostenible”
(2002: 23), pero “orientación” y “gobernanza” no son sinónimos. De hecho, la alarma
sobre un llamado “geogobierno de los científicos” parece fuera de lugar cuando los
políticos que niegan el cambio climático, los tecnogurús y los imprudentes capitalistas
de riesgo están a la mano en todas partes. En resumen, el análisis retromodernista no
es convincente geológica, histórica, ni políticamente (Bonneuil y Fressoz 2016,: 79).
© Deutsches Museum 2014.

The Spinning Jenny, una historia de Milena Bassen (milenabassen.com). Parte de la antología de


cómics Anthropocene Milestones: Illustrating the Path to the Age of Humans. 

Modelo de doble capa del crecimiento moderno

Mientras la teoría de los sistemas mundiales puede estar recuperando popularidad


entre algunos historiadores económicos europeos preocupados por el Antropoceno, los
historiadores especializados en Asia, África y Latinoamérica están profundamente
conscientes de que este modelo de procesos de modernización de arriba abajo a escala
planetaria oscurece lo que de manera cariñosa y falsa se denomina prácticas
“tradicionales”, que se encuentran por debajo. El punto central es que, en muchos
casos, las prácticas económicas occidentales globalizadas habrían fallado si no
hubieran sido transformadas por técnicas y tecnologías de producción locales más en
sintonía con las especificidades ecológicas. Ambas capas de desarrollo, la superior y la
inferior, se combinaron para impulsarnos hacia el Antropoceno. Aunque previamente
fueron pasados por alto o despreciados los modos locales de producción económica,
atraen ahora la atención de la historia ambiental y económica precisamente porque
están inmersos en dinámicas de retroalimentación ecológica más complejas. Esta
posición hace que sea posible tomar en serio el uso revolucionario de la energía del
carbón en Gran Bretaña, como lo demuestra E. A. Wrigley (2010), sin convertirlo en el
progenitor exclusivo de la transformación del sistema de la Tierra. Los empresarios de
la energía de China, como Liu Hongsheng (1888-1956), necesariamente forman parte
de la historia mundial (Muscolino, 2016).

Por ejemplo, el historiador ambiental Corey Ross (en prensa) ha proporcionado una elegante
exposición de la compleja relación entre occidentalistas que funcionan en la escala
mundial y los pequeños agricultores en el sudeste asiático. Estos dos grupos, como
señala el autor, pueden distinguirse como los que están en el asiento del conductor del
Antropoceno y los que se sentaron en la parte trasera hasta la “gran aceleración” de
mediados del siglo XX, pero ambos contribuyeron a los procesos extractivos que
alteraron el planeta por medio de la producción de caucho.7 A principios del siglo XX,
magnates del caucho comercial y sus aliados imperialistas sentían que llevaban el peso
de la historia sobre sus hombros mientras marchaban hasta Malasia, Indonesia, y más
adelante, Tailandia. Plantar sus árboles de caucho en líneas ordenadas y racionalizar la
producción les parecía axiomáticamente mejor. A su modo de pensar, una mayor
abstracción debía conducir seguramente a una mayor extracción. Dieron por hecho que
el dinámico sector europeo orientado a la exportación superaría el rendimiento de la
producción de un pueblo indígena. El caucho, sin embargo, goteó mejor de los árboles
alimentados en ecosistemas complejos que de aquellos en líneas rectas. Como explica
Ross (en prensa), cuando los árboles de caucho de los pequeños agricultores
produjeron más caucho y resultaron menos susceptibles a la enfermedad, los
plantadores coloniales se mostraron incrédulos y asombrados. Desde su perspectiva,
era sorprendente que personas que se suponía que eran ineficaces como agentes
económicos -y estéticamente ofensivos en el cuidado de la simetría ordenada al
momento de plantar sus cosechas- resultaron capaces de extraer más de su entorno
natural. La proporción de caucho cultivado en parcelas aumentó de forma constante de
la década de 1910 en adelante y con el tiempo igualó o superó la producción de las
fincas en los principales países de exportación del sudeste asiático (Ross, en prensa).
En contraste con el pensamiento retromodernista, las eco-economías de menor escala,
incrustadas en desorden en las redes ecológicas locales, eran más adecuadas para el
objetivo de producir un bien comercial fundamental para crear el Antropoceno. Si el
conocimiento global y el local no se hubieran fusionado, tal vez no estaríamos
encaminados hacia una catástrofe ambiental como lo estamos en la actualidad.

La tala desmedida ha causado daños irreparables al ambiente en Santa María Tiltepec,


Oaxaca, 2015.

PAVEL LARA LOZADA  

Desde el punto de vista político y ético, el resultado de un análisis que toma en cuenta
ambas capas de crecimiento moderno es que las acusaciones de culpabilidad y
protestas de inocencia se enturbian. Por ejemplo, en The Great Derangement -El gran
desorden-, Amitav Ghosh (2016) sugiere de manera intrigante que la desigualdad del desarrollo
capitalista podría incluso haber retrasado el incremento de los gases de efecto
invernadero procedentes de Asia, debido a que la industrialización de este continente
se demoró por el colonialismo occidental. Además, la evaluación de los beneficios y
daños del desarrollo global también adquiere complejidad. Por ejemplo, la combinación
de iniciativas de saneamiento, erradicación de enfermedades y aumento de la
productividad agrícola de la revolución verde -en el sur de Asia, aunque no en África-
produce poblaciones humanas más sanas, pero también ha dado lugar a un aumento
sin precedentes de las tasas de crecimiento de la población y de los números totales: 1
500 millones de personas habitaban la Tierra alrededor de 1900; 3 000 millones en la
década de 1960 y más de 7 500 millones en la actualidad. Como señala el historiador
económico Tirthankar Roy, “el crecimiento (humano) de la población ha sido malo para
el medio ambiente” (en prensa). Sin embargo, por fortuna, así como las causas
económicas del Antropoceno se hacen más numerosas con el modelo de doble capa,
también lo hacen las mejoras potenciales. Los megaproyectos de geoingeniería, tan
amados por los ecomodernistas y el Banco Mundial, ya no parecen soluciones
inevitables.8Aunque nunca podremos volver a las condiciones del Holoceno e incluso su
memoria se pierde, ya que “ninguna persona menor de 30 años ha vivido un mes de
temperatura global por debajo del promedio del siglo XX” (Gillis, 2015), la comprensión de
la variedad y el arraigo ecológico de las prácticas productivas puede ayudar a imaginar
economías políticas alternativas y sostenibles (Gillis, 2015).

Modernidades paralelas

Una tercera forma de pensar en la eco-economía es sugerir estrategias de desarrollo


paralelas, con fortalezas en varias regiones. En lugar de las abrumadoras actividades
microescalares “retrógradas” del modelo Capitaloceno de desarrollo occidental de los
retromodernistas, o el modelo de doble capa centrado en la interacción de los sistemas
globales y locales de producción, otra forma de concebir la historia de las economías y
los ambientes es reconocer varias modernidades viables y coexistentes que emergen
más o menos al mismo tiempo. El concepto de modernidades múltiples se basa en el
reconocimiento de que los ambientes naturales provocaron vías de desarrollo distintas,
pero viables. Como ha indicado la reciente investigación de los historiadores
económicos Kenneth Pomeranz (2001) y Prasannan Parthasarthi (2011), ante la fuerza aplastante del
imperialismo europeo del siglo XIX, las zonas no occidentales eran más dinámicas de lo
que suele suponerse, y en algunos lugares, como Japón, esta vitalidad económica
continúa en la actualidad.9 Las tres principales distinciones entre las modernidades del
desarrollo de Occidente y no Occidente podrían resumirse así: en contraste con el
desarrollo intensivo del capital de Europa, se encuentra el desarrollo intensivo de
la mano de obra de Asia oriental; en oposición a los regímenes intensivos de la tierra
en Europa y partes de Asia, existe la agricultura extensiva de la tierra en África; contra
los regímenes de uso de alta energía de importantes estados capitalistas y comunistas
-en particular, Estados Unidos y la Unión Soviética-, se encuentra la eficiencia
energética de Japón, Corea del Sur y Taiwán.

El entendimiento de que hay varias vías para el desarrollo de sociedades humanas


sanas y seguras ofrece más opciones al considerar las respuestas aceptables para el
Antropoceno. El historiador económico Kaoru Sugihara (1996) ha argumentado que la vía de
desarrollo de Asia oriental, que ha sido menos intensiva en recursos que la de la
mayoría de los países del Atlántico Norte, ofrece más esperanza para el desarrollo
sostenible. Los datos de Japón, Taiwán y Corea del Sur dan una explicación plausible a
esa esperanza. Aprenderemos más si eliminamos por completo la visión
retromodernista que supone que la modernidad occidental industrial -intensiva en
capital, con régimen intensivo de la tierra y uso de alta energía- era la única vía
posible para el bienestar. Otros modelos de actividad económica, más acordes con la
supervivencia ecológica en un planeta con recursos finitos, pueden, sin embargo,
detectarse en el mundo no occidental, cuando las historias ambientales y ecológicas se
reúnen.

Por ejemplo, la predilección por los procesos intensivos de mano de obra y recursos en
el sector industrial del Japón moderno tiene una larga historia. Los principios de la
frugalidad articulados al comienzo del Japón moderno abogaron de manera explícita
por la maximización del uso eficiente de los recursos limitados, incluso cuando
implicara mayor uso de mano de obra humana. Después de la industrialización de
Japón, las autoridades locales continuaron en esta línea y lideraron el camino en temas
de conservación de energía y reducción de humo. Como ha argumentado el historiador
económico Kobori Satoru, los industriales se sentían atraídos por las técnicas de
fabricación de conservación de energía en la década de 1920, cuando Japón ya no era
autosuficiente en carbón y los precios habían aumentado. En las “crisis del petróleo” de
la década de 1970, Japón estaba preparado para hacer mejoras adicionales, y en
1990, era el líder mundial en eficiencia energética. Estos éxitos se debieron a patrones
históricos y culturales, así como a los preceptos del mercado y las limitaciones de
recursos. La comprensión de diversas vías regionales como historias de efectos de
retroceso igualmente viables retratan una sola trayectoria global para el bienestar o la
ruina.

Escalas intersectadas

La cuarta y última configuración de las escalas eco-económicas considera la


multidimensionalidad de factores en juego en cualquier situación. En especial con la
“gran aceleración” de la población humana y su explotación de los recursos naturales
desde la Segunda Guerra Mundial, el éxito en un ámbito a menudo viene acompañado
del fracaso en otro, debido a que múltiples marcos de tiempo, escalas espaciales y
diferentes tipos de agentes chocan dentro de márgenes de error ecológicos cada vez
más estrechos. Solucionar un problema puede exacerbar otro. Por ejemplo, la
fabricación de acero basada en un proceso de oxígeno básico en Fuji Iron Works
conservó la energía pero empeoró la contaminación del aire en la década de 1950, y
ver el Monte Fuji desde el centro de Tokio pronto fue imposible.

La energía nuclear proporciona un ejemplo dramático de la complejidad de los


problemas actuales. El economista Amartya Sen señaló recientemente que “hay al
menos cinco tipos diferentes de factores externos que se suman de manera
significativa a los costos sociales de la energía nuclear” (2014). Dado que estos costos
no pueden ser medidos por los mercados o por análisis de costo-beneficio
convencionales y se extienden a lo largo del tiempo en escalas muy distintas -como en
la vida media del uranio-, y en el espacio- como en los residuos nucleares de Japón
enviados a Suecia-, Sen argumenta que deben utilizarse estimados de probabilidad
para considerar el impacto de la energía nuclear:

A pesar de las pequeñas probabilidades de cada uno de estos peligros, la suma de los
cinco, multiplicada por el número cada vez mayor de empresas nucleares, en general
tiende a producir probabilidades considerables. Las estimaciones de daño probable (de
terrible a catastrófica) podrían ser gigantescas (2014).
La necesidad de desarrollar un marco normativo que contemple todas estas
dimensiones es crucial. Como concluye Sen: “el pensamiento ambiental tiene que ser
multidireccional en lugar de centrado en un solo objetivo, aun cuando ese objetivo sea
algo tan importante como la amenaza climática de las emisiones de carbono” (2014).
China es ejemplo clásico cuando se trata de ejemplificar la dificultad de satisfacer toda
la gama de objetivos necesarios para el bienestar humano. Como Kenneth Pomeranz
ha evidenciado, la solución de un problema enorme -limitar las emisiones de energía-
podría generar otro problema de igual dimensión -la escasez de agua, que es peor-. En
la actualidad, la gente en China sufre escasez de agua:

El agua superficial y cerca de la superficie per cápita en China hoy es más o menos una
cuarta parte de la media mundial; peor aún, es distribuida de manera muy desigual. El
norte y noroeste de China, con casi 30% de la población nacional y más de la mitad de
la tierra cultivable del país, tienen alrededor de 7% de su agua superficial; por lo
tanto, sus recursos hídricos superficiales per cápita son de 20 a 25% de la media de
China en su conjunto, o de 5 a 6% de la media global (Pomeranz, 2017: 279).

Para resolver este problema, podrían hacerse algunas intervenciones locales para la
eficiencia del recurso -como la reparación de tuberías con fugas-, pero incluso la
reparación de todas las tuberías con fugas y el uso más eficiente del agua no
proporcionarían suficiente líquido para satisfacer las necesidades crecientes de China.
Sin embargo, las medidas a gran escala para encontrar y distribuir más agua elevarían
las emisiones energéticas de China y contaminarían su aire. Los megaproyectos de
ingeniería que se han propuesto incluyen el tratamiento de aguas residuales, la
desalinización y el gigantesco desvío Sur-Norte, que implicaría el bombeo de agua a lo
largo de miles de kilómetros. Todo exigiría un gran incremento de gases de efecto
invernadero. Al parecer, el problema se reduce a que China tenga agua potable o aire
respirable, pero no ambos. Con la reducción dramática del tiempo disponible para la
introducción de tecnologías alternativas a medida que se acelera el Antropoceno,
debemos hacer frente a la posibilidad de que los problemas del crecimiento son
inextricables y que la única manera de garantizar “la sostenibilidad con decencia” es
centrarse en los modelos económicos de decrecimiento o en el mejor estado
estacionario (Thomas, 2011). Cuando la historia económica y la ambiental convergen, a
menudo el resultado no es una historia feliz

Feudalismo
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El feudalismo en la Edad Media.

Feudalismo es la denominación del sistema político predominante en Europa


Occidental de los siglos centrales de la Edad Media (entre los siglos X y XI,
aunque no hay acuerdo entre los historiadores sobre su comienzo y su duración, y
esta varía según la región),1 y en la Europa Oriental durante la Edad Moderna,
caracterizado por la descentralización del poder político; al basarse en la difusión
del poder desde la cúspide (donde en teoría donde se encontraban el emperador o
los reyes) hacia la base donde el poder local se ejercía de forma efectiva con gran
autonomía o independencia por una aristocracia, llamada nobleza, cuyos títulos
derivaban de gobernadores del imperio carolingio (duques, marqueses, condes) o
tenían otro origen (barones, caballeros, etc.).
El término feudalismo también es utilizado historiográficamente para denominar
las formaciones sociales históricas caracterizadas por el modo de producción que
el materialismo histórico (la historiografía marxista) denomina feudal.2
Como formación económica-social, el feudalismo se inició en la Antigüedad
tardía con la transición del modo de producción esclavista al feudal, a partir de
la crisis del siglo III y, sobre todo, con la disolución del Imperio romano de
Occidente (siglo V) y la formación de los reinos germánicos y el Imperio
carolingio (siglos VIII y IX).
Fundamentado en distintas tradiciones jurídicas (tanto del derecho romano como
del derecho germánico –relaciones de clientela, séquito y vasallaje–), el
feudalismo respondió a la inseguridad e inestabilidad de la época de las
invasiones que se fueron sucediendo durante siglos (pueblos
germánicos, eslavos, magiares, musulmanes, vikingos). Ante la incapacidad de
las instituciones estatales, muy lejanas, la única seguridad provenía de las
autoridades locales, nobles laicos o eclesiásticos, que
controlaban castillos o monasterios fortificados en entornos rurales, convertidos en
los nuevos centros de poder ante la decadencia de las ciudades.
Desde el punto de vista institucionalista, el feudalismo fue el conjunto
de instituciones creadas en torno a una relación muy específica: la que se
establecía entre un hombre libre (el vasallo), que recibía la concesión de un bien
(el feudo) por parte de otro hombre libre (el señor), ante el que se encomendaba
en una ceremonia codificada (el homenaje) que representaba el establecimiento
de un contrato sinalagmático (de obligaciones recíprocas).3 Esta serie de
obligaciones recíprocas, militares y legales, establecidas entre la nobleza
guerrera, giraba en torno a tres conceptos clave: señor, vasallo y feudo. Entre
señor y vasallo se establecían las relaciones de vasallaje, esencialmente políticas.
En el feudo, entendido como unidad socioeconómica o de producción, se
establecían relaciones de muy distinta naturaleza, entre el señor y los siervos, que
desde la historiografía marxista se explican como resultado de
una coerción extraeconómica por la que el señor extraía el excedente productivo
al campesino. La forma más evidente de renta feudal era la realización por los
siervos de prestaciones de trabajo (corveas o sernas), con lo que el espacio físico
del feudo se dividía entre la reserva señorial o reserva dominical (donde se
concentraba la producción del excedente) y los mansos (donde se concentraba la
producción imprescindible para la reproducción de la fuerza de trabajo
campesina). En otras formas, los siervos se obligaban a distintos tipos de pago,
como una parte de la cosecha o un pago fijo, que podía realizarse en especie o en
moneda (forma poco usual hasta el final de la Edad Media, dado que en siglos
anteriores la circulación monetaria, y de hecho todo tipo de intercambios, se
reducían al mínimo), a los que se añadían todo tipo
de derechos y monopolios señoriales.4

Índice

 1Etimología
o 1.1Definición de feudalismo
o 1.2Definición institucionalista
o 1.3Definición marxista
 2Uso del término feudalismo
 3Antecedentes
o 3.1Un nuevo poder
o 3.2Entorno, tareas y división de la nueva sociedad
 4El vasallaje y el feudo
o 4.1El homenaje y la investidura
o 4.2La encomienda. La organización del feudo
 5Los estamentos sociales
o 5.1Clero
o 5.2Ejército
 5.2.1La caballería en los reinos de Hispania
o 5.3Campesinado
o 5.4Burguesía
 6Final
 7Economía feudal
 8Crisis del feudalismo
 9Véase también
 10Referencias
 11Bibliografía
 12Enlaces externos
Etimología[editar]

Herr Reinmar von Zweter, un Minnesinger del siglo XIII, se representa con los brazos nobles en
el Codex Manesse.

La palabra «feudalismo» es un término erudito y tardío (siglo XVII), que deriva de


la palabra «feudo» (del latín medieval, feodum o feudum)5 por intermedio del
adjetivo «feudal». Los términos «feudo» y «feudal» son mucho más antiguos. En
su forma latina, la única empleada originalmente en los documentos, «feudo»
(fevum) se remonta al siglo X, pero no se expandió su uso hasta el siglo XI. Por su
parte «feudal» (feodalis) data del siglo XI.6
Definición de feudalismo[editar]
Existen en general dos definiciones de feudalismo:
La definición institucionalista y la definición marxista.
A continuación te mostramos estas dos:
Definición institucionalista[editar]
Conjunto de instituciones que respaldan compromisos generalmente militares,
entre un hombre libre, el vasallo (vasallus, vassus) y un hombre libre en situación
superior. El primero recibe del segundo un feudo (feodum, feudum) para su
mantenimiento.
Puede definirse el feudalismo como un conjunto de instituciones que crean y rigen obligaciones de
obediencia y servicio –principalmente militar– por parte de un hombre libre, llamado «vasallo», hacia un
hombre libre llamado «señor», y obligaciones de protección y sostenimiento por parte del “señor”
respecto del «vasallo», dándose el caso de que la obligación de sostenimiento tuviera la mayoría de las
veces como efecto la concesión, por parte del señor al vasallo, de un bien llamado «feudo».
François-Louis Ganshof7
Definición marxista[editar]
Modo de producción con unas peculiares formas de relación socioeconómica,
situado entre el esclavismo de la Antigüedad y el capitalismo moderno.
Concretamente, se entiende como un conjunto de relaciones de producción y
dependencia entre el campesino y el señor, propietario de la tierra que aquel
usufructúa, en un momento de predominio de la agricultura como fuente de
riqueza.
Un sistema bajo el cual el estatus económico y la autoridad estaban asociados con la tenencia de la
tierra y en el que el productor directo (que a su vez era poseedor de algún terreno) tenía la obligación,
basada en la ley o el derecho consuetudinario, de dedicar cierta parte de su trabajo o de su producción
en beneficio de su superior feudal.
Maurice Dobb8

El feudalismo se puede entender también como consecuencia de la ruptura de


todas las estructuras de poder antiguo tras la caída del Imperio Romano. El poder
estatal se fragmenta y es asumido por los grandes propietarios de tierras, los
señores. Cada señor se convierte en juez, administrador, cobrador de impuestos y
líder militar de la comarca que controla. Este poder de los señores feudales recibía
el nombre de ban. Los campesinos ofrecían sus servicios en trabajo (corveas) o
pagaban un impuesto o tributo al señor feudal a cambio de protección, para poder
protegerse en los castillos durante las invasiones.
Pese a la ausencia de control estatal, el sistema feudal no era una anarquía. Se
forman relaciones feudovasalláticas de subordinación. Los señores débiles se
subordinaban a un señor más poderoso. En la cima de estas relaciones de
vasallaje estaba el rey, a quien todos los señores declaraban estar sometidos.
La postura habitual entre los medievalistas distingue dos procesos: un complejo de
compromisos militares, que junto con la disgregación del poder político, conlleva
una privatización de funciones públicas en beneficio de una minoría de libres
privilegiados.

Uso del término feudalismo[editar]


El fracaso del proyecto político centralizador de Carlomagno llevó, en ausencia de
ese contrapeso, a la formación de un sistema político, económico y social que los
historiadores han convenido en llamar feudalismo, aunque en realidad el nombre
nació como un peyorativo para designar el Antiguo Régimen por parte de sus
críticos ilustrados. La Revolución francesa suprimió solemnemente "todos los
derechos feudales" en la noche del 4 de agosto de 1789 y "definitivamente el
régimen feudal", con el decreto del 11 de agosto.
La generalización del término permite a muchos historiadores aplicarlo a las
formaciones sociales de todo el territorio europeo occidental, pertenecieran o no al
Imperio Carolingio. Los partidarios de un uso restringido, argumentando la
necesidad de no confundir conceptos como feudo, villae, tenure, o señorío lo
limitan tanto en espacio (Francia, Oeste de Alemania y Norte de Italia) como en el
tiempo: un "primer feudalismo" o "feudalismo carolingio" desde el siglo VIII hasta el
año 1000 y un "feudalismo clásico" desde el año 1000 hasta el 1240, a su vez
dividido en dos épocas, la primera, hasta el 1160 (la más descentralizada, en que
cada señor de castillo podía considerarse independiente); y la segunda, la propia
de la "monarquía feudal"). Habría incluso "feudalismos de importación": la
Inglaterra normanda desde 1066 y los Estados cruzados (siglos XII y XIII).9
Otros prefieren hablar de "régimen" o "sistema feudal", para diferenciarlo
sutilmente del feudalismo estricto, o de síntesis feudal, para marcar el hecho de
que sobreviven en ella rasgos de la antigüedad clásica mezclados con
contribuciones germánicas, implicando tanto a instituciones como a elementos
productivos, y significó la especificidad del feudalismo europeo occidental como
formación económico social frente a otras también feudales, con consecuencias
trascendentales en el futuro devenir histórico. 10 Más dificultades hay para el uso
del término cuando nos alejamos más: Europa Oriental experimenta un proceso de
"feudalización" desde finales de la Edad Media, justo cuando en muchas zonas de
Europa Occidental los campesinos se liberan de las formas jurídicas de la
servidumbre, de modo que suele hablarse del feudalismo polaco o ruso.
El Antiguo Régimen en Europa, el islam medieval o el Imperio bizantino fueron
sociedades urbanas y comerciales, y con un grado de centralización política
variable, aunque la explotación del campo se realizaba con relaciones sociales de
producción muy similares al feudalismo medieval. Los historiadores que aplican la
metodología del materialismo histórico (Marx definió el modo de producción
feudal como el estadio intermedio entre el esclavista y el capitalista) no dudan en
hablar de "economía feudal" para referirse a ella, aunque también reconocen la
necesidad de no aplicar el término a cualquier formación social preindustrial no
esclavista, puesto que a lo largo de la historia y de la geografía han existido otros
modos de producción también previstos en la modelización marxista, como
el modo de producción primitivo de las sociedades poco evolucionadas,
homogéneas y con escasa división social -como las de los mismos pueblos
germánicos previamente a las invasiones- y el modo de producción
asiático o despotismo hidráulico -Egipto faraónico, reinos de la India o Imperio
chino- caracterizado por la tributación de las aldeas campesinas a un estado muy
centralizado.11 En lugares aún más lejanos se ha llegado a utilizar el término
feudalismo para describir una época. Es el caso de Japón y el
denominado feudalismo japonés, dadas las innegables similitudes y paralelismos
que la nobleza feudal europea y su mundo tiene con los samuráis y el suyo (véase
también shogunato, han y castillo japonés). También se ha llegado a aplicarlo a la
situación histórica de los periodos intermedios de la historia de Egipto, en los que,
siguiendo un ritmo cíclico milenario, decae el poder central y la vida en las
ciudades, la anarquía militar rompe la unidad de las tierras del Nilo, y los templos y
señores locales que alcanzan a controlar un espacio de poder gobiernan en él de
forma independiente sobre los campesinos obligados al trabajo.

Antecedentes[editar]
El sistema feudal europeo tiene sus antecedentes en el siglo V, al caer el Imperio
romano. El colapso del Imperio acaeció básicamente por su extensión y la
incapacidad del emperador para controlar todas sus provincias, sumado cada vez
más numerosas incursiones de pueblos bárbaros que atacaban y saqueaban las
provincias más retiradas del imperio. Esto provocó que los emperadores
necesitaran gente para defender sus grandes terrenos y contrataran caballeros o
nobles (precursores del modelo de señor feudal), que a su vez contrataran
vasallos, villanos, etc. Se llegó incluso a contratar a jefes y tropas mercenarias de
los mismos pueblos "bárbaros".
A partir del siglo X no queda resto de imperio alguno sobre Europa. La realeza, sin
desaparecer, ha perdido todo el poder real y efectivo, y sólo conserva una
autoridad sobrenatural remarcada por las leyendas que le atribuyen carácter
religioso o de intermediación entre lo divino y lo humano. Así, el rey no gobierna,
sino que su autoridad viene, a los ojos del pueblo, de Dios, y es materializado e
implementado a través de los pactos de vasallaje con los grandes señores,
aunque en realidad son estos quienes eligen y deponen dinastías y personas. En
el plano micro, los pequeños nobles mantienen tribunales feudales que en la
práctica compartimentalizan el poder estatal en pequeñas células.
Un nuevo poder[editar]
La Iglesia Católica conocedora de la fragilidad de los reinos y del poder que ella
misma tiene en esa situación, durante los concilios de Charroux y
de Puy consagra a los prelados y señores como jefes sociales y sanciona con
graves penas la desobediencia de estas normas. Los señores, a partir de ese
momento, "reciben el poder de Dios" y deben procurar la paz entre ellos, pacto
que deben renovar generación tras generación.
Se conforma así un modelo en el que la "gente armada" adquiere determinados
compromisos sobre la base de juramentos y deben proteger el orden creado, y los
eclesiásticos que forman la moral social y se encuentran salvaguardados por los
señores.
Entorno, tareas y división de la nueva sociedad[editar]
El castillo encaramado sobre un alto será la representación del poder y la fuerza.
En principio, baluarte que se daban las poblaciones para protegerse de las
depredaciones. Luego, hogar del señor y lugar de protección de los vasallos en los
conflictos. Desde allí se administra justicia a todos cuantos se encuentran sujetos.
En un principio, las personas libres están sometidas a unas mínimas normas de
obediencia, defensa mutua y servicios prometidos. Los demás son siervos.
En los países donde la dominación romana duró más tiempo
(Italia, Hispania, Provenza), las ciudades se conservan, si bien con menor
importancia numérica, pero a salvo de señoríos. En los países, más al norte,
donde los romanos se asentaron menos tiempo o con menor intensidad, la
reducción de la población en las ciudades llegó a hacer desaparecer los pocos
núcleos importantes que había y el feudalismo se implanta con más fuerza.
La sociedad se encuentra entonces con tres órdenes que, según la propia Iglesia,
son mandatos de Dios y, por tanto, fronteras sociales que nadie puede cruzar. La
primera clase u orden es la de los que sirven a Dios, cuya función es la salvación
de todas las almas y que no pueden encomendar su tiempo a otra tarea. La
segunda clase es la de los combatientes, aquellos cuya única misión es proteger a
la comunidad y conservar la paz. La tercera clase es la de los que laboran, que
con su esfuerzo y trabajo deben mantener a las otras dos clases.

El vasallaje y el feudo[editar]

Un vasallo arrodillado realiza la inmixtio manum durante el homenaje a su señor, sentado mientras un
escribiente toma nota.

Dos instituciones eran claves para el feudalismo: por un lado el vasallaje como


relación jurídico-política entre señor y vasallo, un contrato sinalagmático (es decir,
entre iguales, con requisitos por ambas partes) entre señores y vasallos (ambos
hombres libres, ambos guerreros, ambos nobles), consistente en el intercambio de
apoyos y fidelidades mutuas (dotación de cargos, honores y tierras -el feudo- por
el señor al vasallo y compromiso de auxilium et consilium -auxilio o apoyo militar y
consejo o apoyo político-), que si no se cumplía o se rompía por cualquiera de las
dos partes daba lugar a la felonía, y cuya jerarquía se complicaba de forma
piramidal (el vasallo era a su vez señor de vasallos); y por otro lado el feudo como
unidad económica y de relaciones sociales de producción, entre el señor del feudo
y sus siervos, no un contrato igualitario, sino una imposición violenta justificada
ideológicamente como un quid pro quo de protección a cambio de trabajo y
sumisión.
Por tanto, la realidad que se enuncia como relaciones feudo-vasalláticas es
realmente un término que incluye dos tipos de relación social de naturaleza
completamente distinta, aunque los términos que las designan se empleaban en la
época (y se siguen empleando) de forma equívoca y con gran confusión
terminológica entre ellos:
El vasallaje era un pacto entre dos miembros de la nobleza de distinta categoría.
El caballero de menor rango se convertía en vasallo (vassus) del noble más
poderoso, que se convertía en su señor (dominus) por medio del Homenaje e
Investidura, en una ceremonia ritualizada que tenía lugar en la torre del
homenaje del castillo del señor. El homenaje (homage) -del vasallo al señor-
consistía en la postración o humillación -habitualmente de rodillas-,
el osculum (beso), la inmixtio manum -las manos del vasallo, unidas en posición
orante, eran acogidas entre las del señor-, y frase que reconociera haberse
convertido en su hombre. Tras el homenaje se producía la investidura -del señor al
vasallo-, que representaba la entrega de un feudo (dependiendo de la categoría de
vasallo y señor, podía ser un condado, un ducado, una marca, un castillo, una
población, o un simple sueldo; o incluso un monasterio si el vasallaje era
eclesiástico) a través de un símbolo del territorio o de la alimentación que el señor
debe al vasallo -un poco de tierra, de hierba o de grano- y del espaldarazo, en el
que el vasallo recibe una espada (y unos golpes con ella en los hombros), o bien
un báculo si era religioso.
El homenaje y la investidura[editar]

Torre del Homenaje del Castillo de Olbrueck en Alemania.

El homenaje era un ritual por el que un señor concedía un feudo a otro hombre de


la clase privilegiada a cambio de algunos servicios y prestaciones, generalmente
de orden militar.
La figura del Homenaje adquiere mayor importancia entre los siglos XI al XIII,
destinándose la parte más noble del castillo para ello, la torre, y en el ceremonial
participaban dos hombres: el vasallo que, arrodillado, destocado y desarmado
frente al señor12 con las manos unidas en prueba de humildad y sometimiento,
espera que este le recoja y lo alce, dándose ambos un reconocimiento mutuo de
apoyo y un juramento de fidelidad. El señor le entregará el feudo en pago por sus
servicios futuros, que generalmente consistía en bienes inmuebles: Grandes
extensiones de terreno, casi siempre de labranza. El juramento y el vasallaje será
de por vida.
La entrega del feudo o algún elemento que lo represente constituye
la investidura y se realizaba inmediatamente después del homenaje. El régimen
jurídico de entrega es, de forma general, un usufructo vitalicio, aunque también
podía ser en bienes materiales, pero que con el tiempo se convirtió en una ligazón
de familias entre el señor y sus vasallos, pudiendo heredarse el feudo siempre que
los herederos renovaran sus votos con el señor. Sin embargo, el señor feudal
tenía derecho a revocar el feudo a su vasallo si este no se comportaba como tal, o
demostraba algún signo de deslealtad, como conspirar contra él, no cumplir
entregando las tropas de su feudo en caso de guerra, etc., ya que cometía el delito
de felonía. A un felón se le consideraba un mal vasallo y una persona de la que
desconfiar. En el sistema feudal, la felonía era una terrible mancha de por vida en
la reputación de un caballero.
La encomienda. La organización del feudo[editar]
La encomienda, encomendación o patrocinio (patrocinium, commendatio, aunque
era habitual utilizar el término commenpdatio para el acto del homenaje o incluso
para toda la institución del vasallaje) eran pactos teóricos entre los campesinos y
el señor feudal, que podían también ritualizarse en una ceremonia o -más
raramente- dar lugar a un documento. El señor acogía a los campesinos en su
feudo, que se organizaba en una reserva señorial que los siervos debían trabajar
obligatoriamente (sernas o corveas) y en el conjunto de los pequeños terrenos
para explotaciones familiares (o mansos feudales) que se atribuían en el feudo a
los campesinos para que pudieran subsistir. La obligación del señor era
protegerles si eran atacados, y mantener el orden y la justicia en el feudo. A
cambio, el campesino se convertía en su siervo y pasaba a la
doble jurisdicción del señor feudal: en los términos utilizados en España en la Baja
Edad Media, el señorío territorial, que obligaba al campesino a pagar rentas al
noble por el uso de la tierra; y el señorío jurisdiccional, que convertía al señor
feudal en gobernante y juez del territorio en el que vivía el campesino, por lo que
obtenía rentas feudales de muy distinto origen (impuestos, multas, monopolios,
etc.). La distinción entre propiedad y jurisdicción no era en el feudalismo algo
claro, pues de hecho el mismo concepto de propiedad era confuso, y la
jurisdicción, otorgada por el rey como merced, ponía al señor en disposición de
obtener sus rentas. No existieron señoríos jurisdiccionales en los que la totalidad
de las parcelas pertenecieran como propiedad al señor, siendo muy generalizadas
distintas formas de alodio en los campesinos. En momentos posteriores de
despoblamiento y refeudalización, como la crisis del siglo XVII, algunos nobles
intentaban que se considerasen despoblados completamente de campesinos un
señorío para liberarse de todo tipo de cortapisas y convertirlo en coto
redondo reconvertible para otro uso, como el ganadero.13
Junto con el feudo, el vasallo recibe los siervos que hay en él, no
como propiedad esclavista, pero tampoco en régimen de libertad; puesto que su
condición servil les impide abandonarlo y les obliga a trabajar. Las obligaciones
del señor del feudo incluyen el mantenimiento del orden, o sea, la jurisdicción civil
y criminal (mero e mixto imperio en la terminología jurídica reintroducida con
el Derecho Romano en la Baja Edad Media), lo que daba aún mayores
oportunidades para obtener el excedente productivo que los campesinos pudieran
obtener después de las obligaciones de trabajo -corveas o sernas en la reserva
señorial- o del pago de renta -en especie o en dinero, de circulación muy escasa
en la Alta Edad Media, pero más generalizada en los últimos siglos medievales,
según fue dinamizándose la economía-. Como monopolio señorial solían quedar la
explotación de los bosques y la caza, los caminos y puentes, los molinos, las
tabernas y tiendas. Todo ello eran más oportunidades de obtener más renta
feudal, incluidos derechos tradicionales, como el ius prime noctis o derecho de
pernada, que se convirtió en un impuesto por matrimonios, buena muestra de que
es en el excedente de donde se extrae la renta feudal de forma extraeconómica
(en este caso en la demostración de que una comunidad campesina crece y
prospera). También en muchos casos se puede demostrar que el vasallo era más
privilegiado en comparación con el siervo por simples razones: el señor feudal le
daba protección, justicia y sustento económico al vasallo a cambio de consejos,
ayuda militar y ayuda económica.

Los estamentos sociales[editar]


Véase también: Estamento

La división en tres órdenes se subdividía a su vez en estamentos compactos y


perfectamente delimitados.
En una primera división, se encuentra el grupo de los privilegiados, todos ellos
señores, eclesiásticos o caballeros. En la cúspide se hallaba el Rey, después
el Alto Clero integrado por arzobispos, obispos y abades y el Bajo Clero formado
por los curas y sacerdotes, y por último la nobleza. Es este grupo de privilegiados
el que forma los señores y los caballeros, y estos últimos a su vez podían ser
señores de otros caballeros, dependiendo de su poder y de la capacidad de
subinfeudar sus tierras. El Alto Clero, además de las tareas que dentro de los tres
órdenes le habían sido encomendadas, la guía espiritual y sostener la doctrina
moral que mantenía el feudalismo, podían ser a su vez señores y entregar parte
de sus bienes para la defensa de su comunidad. Los privilegiados no pagaban
impuestos.
Los no privilegiados eran la burguesía, los artesanos, los sirvientes y
los campesinos, que se subdividían a su vez en colonos y aldeanos. A estos
correspondía el sometimiento a la tierra y, por lo tanto, a quien de ella dependiera,
trabajándola y entregando una parte de sus frutos al señor, o bien, en el caso de
artesanos y burgueses, debían obediencia a quien les garantizaba la defensa de la
ciudad y la entrega de bienes o dinero.
Clero[editar]
Véase también: Clero

Cruz de Calatrava, emblema de la Orden de Calatrava, organización religioso-militar fundada


en 1158 en Castilla.

El Alto Clero estuvo siempre dominado por el episcopado, cuyos poderes


terrenales eran equiparables a los de cualquier señor laico. En un primer
momento, los monjes, todos pertenecientes al Bajo Clero, quedaban dentro del
ámbito de poder de los obispos; más tarde, serían los abades quienes terminarían
por delimitar su autoridad sobre los miembros de las órdenes monásticas,
quedando los sacerdotes en el ámbito de la diócesis episcopal.
En las abadías, se fueron perfilando modelos distintos: por un lado, aquellas que
no eran poseedoras de grandes propiedades y que dependían para su
supervivencia de las limosnas de los fieles, y de algunos predios entregados por
los señores del lugar para garantizar el sustento de la comunidad religiosa. La
necesidad de dinero favorece que sea en este instante en el que la figura de la
limosna es ensalzada como deber fundamental para el creyente y camino para la
salvación del alma.
Otros monasterios poseían extensas propiedades y el abad actuaba como un
señor feudal, en algunos casos incluso nombrando caballeros que le protejan o
favoreciendo la creación de órdenes religioso-militares de gran poder. Sea como
fuere, en estos el dinero proviene de las rentas que son entregadas por
los siervos, generalmente en especie, así como de las aportaciones, muchas de
ellas generosas, y a veces interesadas, de otros señores. La necesidad de
mantener una buena relación con el abad de un monasterio poderoso favorecerá
que otros señores entreguen ofrendas de alto valor y ayuden a la construcción y
embellecimiento de iglesias y catedrales que simbolizaban el poder.
El diferente destino de los eclesiásticos venía determinado por su ascendencia
social. Se trata del estamento social más abierto, pues cualquier persona libre
puede incorporarse al mismo pagando una cantidad de dinero dote. Este será el
elemento que determine dentro del estamento la posición que, efectivamente, va a
ocupar cada uno. Los hijos de los señores que se integran dentro de la iglesia
aportarán cuantiosas sumas que garantizan, no solo su supervivencia de por vida,
sino un incremento patrimonial notable para el cabildo catedralicio o monasterio en
el que se integran, y un rango alto de los donantes dentro del sistema. Son estos
los que ocuparán más tarde los cargos obispales. Por otro lado, los clérigos serán
los hijos de los campesinos y, en general, de los no privilegiados, y cuyas
funciones, además de las religiosas, estarán limitadas al ora et labora. Esta
práctica degeneró en la práctica de compraventa de cargos eclesiásticos
llamada simonía.
Ejército[editar]

Armadura y armas de los caballeros, generalmente aportadas por el señor en la Investidura.


La obligación primordial del vasallo y secundaria del siervo era cumplir con los
deberes militares, para la defensa del señor y sus bienes, pero también la defensa
del propio feudo. Una obligación pareja era aportar una parte mínima de
los tributos recaudados al señor para engrandecer sus propiedades.
El caballero no tenía en realidad un dueño, ni estaba sometido a poder político
alguno, de ahí que se encontrasen caballeros que luchaban en las filas de un rey
un día, y al siguiente en las de otro. Su deber real era para con el señor a quien le
unía un espíritu de camaradería.
En el siglo IX aún se usaba el término milites para hacer referencia a los
caballeros, aunque pronto los idiomas locales fueron gestando términos propios
que se agrupaban en "jinetes" o "caballeros". Su importancia fue en aumento al
prescindirse cada vez más de la infantería. El caballero debía proveerse
de caballo, armadura y armas, y disponer de tiempo de ocio para cumplir su
misión.
Aunque abierto al principio, el estamento de los caballeros tendió a cerrarse,
convirtiéndose en hereditario. Con el tiempo, los caballeros eran ordenados al
terminar la adolescencia por un compañero de armas en una ceremonia sencilla.
En este momento ya no importa la fortuna, sino la ascendencia, creándose
diferencias notables entre los mismos. Los más pobres disponen de un pequeño
terreno, y ocupan su tiempo entre las labores propias del campesino y la guerra.
Los más poderosos, que disponen de tierras y fortuna, comenzarán a formar la
auténtica nobleza, concentrando poder económico y militar.
La caballería en los reinos de Hispania[editar]
En los reinos peninsulares, los reyes, siempre necesitados de tropa para
enfrentarse a los moros, promueven la caballería entre sus súbditos de modo muy
sencillo: Se denominaba caballero aquel capaz de mantener un caballo, cosa para
la que se requería una mínima fortuna, pues el caballo no sirve para las tareas del
campo. Al cabo de tres o cuatro generaciones, manteniendo un caballo, se
adquiría la calidad de hidalgo (hijo de alguien). Esta es la razón por la que Alonso
Quijano, don Quijote, tuviera un caballo flaco: para seguir llamándose hidalgo y el
hecho de que quisiera ser armado "caballero", una burla más de Cervantes que
entendían quienes, en la época, sabían que hidalgo era más que caballero.
Tener un caballo suponía poder participar en las guerras del rey y, comportándose
valientemente, optar a la posibilidad de que el rey le concediera mercedes.
Esta organización, mucho más permeable socialmente, tuvo dos consecuencias:
fortalecer el poder real frente a los nobles, puesto que el rey tenía ejércitos sin
necesitar su ayuda, y haciendo más fuerte el poder real, hacer más poderoso el
país, como así ocurrió. Véanse las guerras civiles entre Pedro I de Castilla y su
hermanastro Enrique, cómo el primero se apoya en las ciudades y el segundo en
los nobles, pero cambia de bando hacia las ciudades cuando derrota y mata a
Pedro.
Campesinado[editar]
Artículo principal: Villa (población)
No debe confundirse con villano.
Véanse también: Repoblación e  Historia de las ciudades.
Véase también: Colonato

Recibían el nombre de villanos los hombres libres de las villas dedicados a la


agricultura (también llamados colonos ingenuos) y gracias a eso podían cambiar
de lugar, contraer matrimonio, transmitir sus bienes. Sin embargo, estaban
obligados al servicio militar y a pagarle al señor impuestos en dinero o en especie
por el uso de la tierra. Entre estos sigue habiendo diferencias, según se sea
labrador que dispone de una yunta de bueyes o mero peón. En algún caso
singular, campesinos libres llegan a poseer grandes extensiones que les
permitirán más tarde llegar a la condición de terratenientes y, de ahí, a nobles,
pero serán situaciones excepcionales.

Siega del heno, con guadaña. Psalterio Hunter, hacia 1170.


 

Campesino cavando Psalterio Hunter, hacia 1170.


 

Viñateros podando. Psalterio Weinbau, hacia 1180.


 

Campesinos vendimiando. Psalterio Weinbau, hacia 1180.


 

Campesinos segando. Ilustración del siglo XIV (Tacuinum sanitatis).


 


Campesinos separando el grano de la paja con trillos manuales. Ilustración del siglo XIV
(Tacuinum sanitatis).
 

Campesino arreando mulas de carga. Biblia Maciejowski, hacia 1250.


 

Oficios de la construcción. Ilustración del siglo XI (Construcción de la torre de Babel,


del  Maestro del Pentateuco).
Artículo principal: Siervo

La minoría de la masa campesina eran los siervos, esta clase, más bien condición
social fue introducida por los germanos en el Imperio Romano, debido al foedus y
a las invasiones, eran hombres libres, más bien semilibres, que estaba ligados a
la gleba y sometidos al señor de esa tierra.
Su situación es de dependencia frente a un señor que no han elegido y que tiene
sobre ellos el poder de distribuir la tierra, administrar justicia, determinar los
tributos, exigirles obligaciones militares de custodia y protección del castillo y los
bienes del señor y apropiarse como renta feudal de una parte sustancial del
excedente, en trabajo, en especie (porcentajes de la cosecha) o dinero.
Burguesía[editar]
Era libre, porque los señoríos no abarcaban su control e igualitaria. El término
burguesía (del francés bourgeoisie) se utiliza en la economía política y también
ampliamente en la filosofía política, la sociología y la historia para designar a la
clase media acomodada, aunque su uso inicial y específico en las ciencias
sociales o en el ideoléxico (especialmente, en la fraseología marxista) tiene
diversas variantes y matices.

Final[editar]
El sistema feudal, desde el punto de vista político, inicia su decadencia al
comenzar las Cruzadas. Aun cuando desde el punto de vista social y económico
en algunos países persiste hasta nuestros días. El predominio absolutista de los
reyes y con la adquisición de libertades por parte de las ciudades termina de poner
fin al sistema.

Economía feudal[editar]
Artículo principal: Economía feudal
Véanse también: Modo
de producción feudal,  Renta feudal,  Señorío  y  Pensamiento
económico medieval.
Las invasiones que sufre Europa durante más de cien años
(normandos, musulmanes, eslavos) con la caída del Imperio romano de
Occidente y el posterior debilitamiento del Imperio carolingio frenaron la actividad
económica hasta las puertas del año 1000.
Es en este momento cuando se extienden modernas técnicas agrícolas que,
existiendo anteriormente, habían quedado reducidas a pocos espacios
territoriales. Entre ellos cabe destacar el aumento en el uso de los molinos de
agua como fuerza motriz y de las acequias para riego, extendiendo los cultivos y
liberando mano de obra. Además, mejoran los métodos de enganche de los
animales, especialmente el caballo y el buey, cuya cría aumenta de manera
notable y permitirá disponer de animales de tiro en abundancia. Los instrumentos
de uso agrícola, como el arado o la azada, generalmente de madera, son
sustituidos por otros de hierro.
La explotación agraria feudal era de subsistencia. Los siervos cultivaban lo
suficiente para mantenerse a sí mismos y para pagar los diezmos a la Iglesia y la
renta al señor. De la recolecta se separaban también las semillas necesarias para
la siguiente siembra. Los mercados urbanos se abastecían con las porciones de
los diezmos y la renta.
Los cultivos se organizaban en torno a las poblaciones en tres anillos. El primero y
más cercano a la población se dedicaba a las frutas y hortalizas. El segundo era
para los cereales, principal sustento de la época. El tercer núcleo eran tierras de
pasto y monte explotadas de forma comunal. Los pastos comunales limitaban por
tanto la expansión de las tierras de cereales e impedían ampliar la extensión
cultivada según la demanda de la población.
La rotación de cultivos era el principal sistema utilizado para evitar el deterioro de
la tierra. Este método consiste en dejar en barbecho (es decir, sin cultivar) una
parte de la tierra cada año para permitir su regeneración. En las regiones
mediterráneas se usaba la rotación bienal, según el cual la mitad de las tierras
quedaba en barbecho cada año. En las regiones europeas atlánticas se usaba la
rotación trienal: un tercio de la tierra para cereal de ciclo largo -de invierno-, otro
tercio para cereal de ciclo corto -verano- y el último tercio en barbecho. La tierra
que quedaba sin cultivar se dedicaba a uso comunal, permitiendo que los
animales pastasen en ella (práctica conocida como derrota de mieses).
El aumento de la producción como consecuencia de las innovaciones supone ya
en el siglo XI una reducción de las prestaciones personales de los siervos a sus
señores en cuanto a horas de trabajo, sustituyéndose por el pago de una cuantía
económica o en especie. Se reducen las tierras del señor y aumentan los
arrendamientos. Al mismo tiempo, los campesinos aumentan sus rentas
disponibles y ganan en independencia.
Se incrementa el número de tierras roturadas y comienza el periodo de eliminación
de los bosques europeos, drenaje de las tierras empantanadas, la extensión de los
terrenos arados lejos de las aldeas y la construcción dispersa de casas
campesinas. Las mejores tierras atraen a una mayor masa de población y se
producen migraciones en todo el centro de Europa. El crecimiento de la población
es notable a partir del 1050, llegándose a duplicar la población de Inglaterra en
150 años y se triplicará hacia el final de la Edad Media. En el siglo XI
las hambrunas han desaparecido.
A partir del siglo XII, la existencia de excedentes incrementa el comercio más allá
de las fronteras del señorío. Las actividades comerciales permiten que surja una
incipiente burguesía, los mercaderes, que debe realizar su trabajo pagando
igualmente una parte de sus beneficios en forma de tributos a los señores, que a
su vez incrementan con ello sus recursos. Las rutas de peregrinaje son los nuevos
caminos por donde se abre el comercio. Roma, Jerusalén o Santiago de
Compostela son los destinos, pero las comunidades situadas en sus vías de
acceso florecen. Las ciudades, burgos, son al mismo tiempo espacios de defensa
y de comercio conforme avanza el tiempo y se va gestando una nueva sociedad
que despegará en los siglos XIII y XIV.

Crisis del feudalismo[editar]


La crisis del feudalismo es el periodo de decadencia por el cual pasa el
feudalismo, y se caracteriza por el agotamiento de las tierras de cultivo y la falta
de alimentos, lo que por consecuencia produjo hambruna y una gran cantidad de
muertos. A ello hay que añadir la aparición de graves enfermedades
infectocontagiosas o epidémicas, como las pestes. Tal es el caso de la
conocida peste negra, que disminuyó notoriamente la población europea.
A partir del siglo XIII, la mejora de las técnicas agrícolas y el consiguiente
incremento del comercio hizo que la burguesía fuera presionando para que se
facilitara la apertura económica de los espacios cerrados de las urbes, se
redujeran los tributos de peaje y se garantizaran formas de comercio seguro y una
centralización de la administración de justicia e igualdad de las normas en amplios
territorios que les permitieran desarrollar su trabajo, al tiempo que garantías de
que los que vulnerasen dichas normas serían castigados con igual dureza en los
distintos territorios.
Las ciudades que abrían las puertas al comercio y otorgaban una mayor libertad
de circulación, veían incrementar la riqueza y prosperidad de sus habitantes y las
del señor, por lo que con reticencias pero de manera firme se fue diluyendo el
modelo. Las alianzas entre señores eran más comunes, no ya tanto para
la guerra, como para permitir el desarrollo económico de sus respectivos
territorios, y el rey fue el elemento aglutinador de esas alianzas.
El feudalismo alcanzó el punto culminante de su desarrollo en el siglo XIII; a partir
de entonces inició su decadencia. El subenfeudamiento llegó a tal punto que los
señores tuvieron problemas para obtener las prestaciones que debían recibir. Los
vasallos prefirieron realizar pagos en metálico (scutagium, «tasas por escudo») a
cambio de la ayuda militar debida a sus señores; a su vez estos tendieron a
preferir el dinero, que les permitía contratar tropas profesionales que en muchas
ocasiones estaban mejor entrenadas y eran más disciplinadas que los vasallos.
Además, el resurgimiento de las tácticas de infantería y la introducción de nuevas
armas, como el arco y la pica, hicieron que la caballería no fuera ya un factor
decisivo para la guerra. La decadencia del feudalismo se aceleró en los siglos XIV
y XV. Durante la guerra de los Cien Años, las caballerías francesa e inglesa
combatieron duramente, pero las batallas se ganaron en gran medida por los
soldados profesionales y en especial por los arqueros de a pie. Los soldados
profesionales combatieron en unidades cuyos jefes habían prestado juramento de
homenaje y fidelidad a un príncipe, pero con contratos no hereditarios y que
normalmente tenían una duración de meses o años. Este «feudalismo bastardo»
estaba a un paso del sistema de mercenarios, que ya había triunfado en la Italia
de los condotieros renacentistas.

https://es.wikipedia.org/wiki/Feudalismo

Sociedad feudal
La sociedad medieval fue un sistema político, social y económico que se desarrolló en gran
parte de Europa Occidental desde fines del siglo IX hasta fines del siglo XII. Este sistema tuvo
sus orígenes en el colonato romano y se perfeccionó entre los francos, a la muerte de
Carlomagno, cuando el reino se dividió y el poder real fue reemplazado por el de los señores
feudales.
Tenía una estructura estamental que basaba su estabilidad en los vínculos de fidelidad
personal, vasallaje y feudo, a través del homenaje. Esta sociedad estamental está organizada
de forma piramidal. Hay tres estamentos básicos la nobleza, el clero y el estado llano.

Índice
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 1La nobleza
 2El clero
 3El estado llano (o tercer estado)
 4Referencias

La nobleza
La nobleza forma la cima de la sociedad feudal. La cúspide la ocupa el rey, el único legitimado
para hacer leyes. La nobleza medieval es heredera de los grandes latifundistas romanos y de
la aristocracia germánica. Controlaba la vida económica, y tras la desaparición del Imperio
germánico ejerció el poder de manera absoluta, en la plena Edad Media.
Desde el siglo XIII, tras el fin de las cruzadas y la Reconquista, los reyes tienden a recuperar
su poder, la nobleza se transforma en aristocracia de sangre y las desigualdades internas
aumentan. Aparecen las diferencias entre señorío territorial y jurisdiccional: que no tienen
poder sobre los súbditos de las tierras y pueden volver a la corona, una vez muerto el señor.
Aparece una alta y una baja nobleza, en función de sus ingresos y de su proximidad al rey.
Con la tendencia al realengo el poder del rey se hace autoritario, a finales de la Edad Media.
La nobleza tendrá sus propias leyes y jueces.
Con el tiempo, la nobleza tiende a emparentarse con la alta burguesía, tan rica o más que ella.

El clero
El clero es una institución plenamente feudalizada. Las órdenes religiosas son terratenientes,
y aumentan sus posesiones gracias a las donaciones. Son auténticos señores feudales con
idéntico papel económico y político que la nobleza. Durante la Alta Edad Media, el control
de Roma sobre las órdenes religiosas es muy escaso, y se dedican a ejercer su poder con
autoritarismo. La ausencia de una regla que regule la vida en los monasterios favorece la
corrupción y la degeneración de la espiritualidad.
Serán san Benito y Gregorio VI quienes emprenderán la tarea de reformar la Iglesia: Gregorio
VI dando normas y sometiendo a la autoridad de Roma a todas las iglesias nacionales, y san
Benito instituyendo una rígida regla en la abadía de Cluny, que se extenderá por todo el
mundo. Gregorio VI convocará el Concilio de Pavía y el Sínodo de Sutri, en el 1046. Para
iniciar la reforma de las costumbres de la Iglesia, en donde se condenará la simonía y el
matrimonio sacerdotal.
El clero también tenía su propia legislación, por la que regirse, y estaba exento de pagar
impuestos, además de ser perceptor del diezmo. Sin embargo, la Iglesia, como institución,
pagaba tributos al rey. No obstante, el nivel de rentas no era el mismo para todo el clero. Las
órdenes monacales eran muy ricas, así como los obispados, como el de Toledo, mientras que
los curas de parroquias campesinas eran muy pobres. Existe una red de parroquias que
sostienen tanto la Iglesia como el Estado. Las órdenes monásticas eran rurales; las órdenes
urbanas no aparecerán hasta la Edad Moderna.

El estado llano (o tercer estado)


El estado llano es el más complejo y variado. Está formado por el común de los vecinos de
que se compone un pueblo, a excepción de los nobles, los eclesiásticos y los militares. En un
principio es fundamentalmente campesino y pobre. Existen hombres libres y esclavos rústicos
o siervos de la gleba, vinculados a la tierra y que se pueden vender con ella. Eran los que
trabajaban y pagaban los impuestos, y estaban sometidos al derecho común, que no será el
derecho romano hasta la recepción después del año 1000. Algunos de los campesinos libres
tenía derecho a elegir señor: será la behetría.
La vinculación a la tierra generalizó los malos usos feudales, que el señor imponía a los
campesinos en virtud de sus derechos de posesión.
Hacia el siglo XIII los campesinos se liberan de los «malos usos» y comienzan a tener libertad
de movimientos. Se empieza a hacer negocios y aparece la burguesía, urbana, y las
diferencias económicas entre ellos. La burguesía alcanza gran poder en las ciudades y aspira
a su gobierno.
Con la aparición de la burguesía la sociedad se hace más urbana y los artesanos se instalan
en las ciudades. Aparece, así, un pequeño proletariado artesanal.
La Edad Media fue un período muy largo y complejo en el que la sociedad se transformó
desde una comunidad rural hasta una sociedad urbana, los señores se hicieron con el poder y
lo perdieron en lucha contra los reyes, el comercio se detuvo y volvió a resurgir, la población
creció y cayó, y los logros culturales fueron mucho mayores de lo que se quiere reconocer. No
en vano esta época duró unos mil años.
http://enciclopedia.us.es/index.php/Sociedad_feudal

Feudalismo
Sistema político, económico y social, que predominó en Europa
Occidental y Central durante gran parte de la Edad Media, y en Europa
Oriental durante la Edad Moderna.

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¿Qué fue el feudalismo?


El feudalismo fue un sistema político, económico y social, que
predominó en Europa Occidental y Central durante gran parte
de la Edad Media, y en Europa Oriental durante la Edad Moderna.
Se caracterizó por la fragmentación del poder político y por
el establecimiento de lazos de dependencia personal que
vinculaban a hombres libres de distinta categoría. Entre ellos se
establecían relaciones feudo-vasalláticas, que determinaban
obligaciones tanto para los señores como para sus vasallos.
La instauración del feudalismo respondió a la inseguridad que
provocaron las invasiones de vikingos, eslavos, magiares y
sarracenos, en una época, el siglo IX, caracterizada por la
desintegración del Imperio carolingio y la debilidad de las
instituciones estatales.
Características del feudalismo
Entre las principales características del feudalismo se pueden
destacar las siguientes:

 La autoridad de los reyes de cada Estado era muy


limitada y eran los señores locales (duques, condes y
marqueses) quiénes ejercían el poder en sus territorios.
 Para asegurarse la lealtad de estos señores, el rey debía
entregarles tierras en feudos, a cambio de lo cual los
nobles locales juraban fidelidad y se comprometían a
proporcionar ayuda militar cuando el monarca se los
requiriese.

 En cada feudo, el señor local acaparaba las funciones


propias del Estado, como, por ejemplo, legislar, cobrar
impuestos y peajes, administrar justicia e impartir
castigos.
 Los nobles locales controlaban castillos fortificados en
zonas rurales transformadas en centros de poder como
consecuencia del despoblamiento de las ciudades que
tuvo lugar a partir la disolución del Imperio Romano de
Occidente.
 Los feudos estaban habitados por campesinos que
pasaban a ser siervos del señor de la tierra, al que debían
prestaciones de trabajo y la entrega de una parte de la
cosecha a cambio de protección.

Un vasallo arrodillado rinde homenaje su señor, poniendo sus


manos entre las suyas. Tras el homenaje se producía la
investidura, que representaba la entrega de un feudo por parte del
señor.

Causas del feudalismo


Las causas que llevaron al surgimiento del feudalismo fueron las
siguientes:

 La incapacidad de los reyes para defender a sus


Estados de las invasiones extranjeras del siglo IX, lo que
los obligó a encomendar la defensa de los territorios del
reino a los poderes locales.
 La importancia que asumieron los funcionarios
locales (condes, duques y marqueses), a quiénes los
reyes debieron entregarles tierras en feudos para
asegurarse su lealtad.
 La pretensión de los señores locales de dejar en herencia
a sus descendientes sus títulos y las tierras que
administraban.

 La necesidad de protección de las poblaciones de


aldeas, campos y ciudades que, ante la debilidad de las
instituciones estatales, recurrieron a los poderosos de
cada región para protegerse de las incursiones y saqueos.
Estructura social del feudalismo
La sociedad feudal estaba jerarquizada y dominada por dos
estamentos privilegiados que no pagaban impuestos: la nobleza y
el clero. El estamento inferior estaba integrado por los
campesinos.
Estructura de la sociedad feudal.

Las características de cada estamento eran las siguientes:

 La nobleza: su función era guerrear para proteger a la


comunidad de los ataques de infieles y paganos. Estaba
integrado por la realeza y por duques, condes, barones y
marqueses. Al rey se lo consideraba el primero entre
sus pares. Esto significa que no estaba por encima del
resto de los nobles y que debía asegurarse su lealtad
mediante la entrega de tierras en carácter de feudos.
Había nobles que eran más poderosos que otros, por lo
que era práctica común que un duque, por ejemplo, fuera
vasallo del rey, pero, a su vez, señor de un barón o un
marqués. Este estamento integraba también a los
caballeros, aquellos que tenían los medios necesarios
para proveerse de un caballo, armas y armaduras. Los
caballeros formaban parte de los ejércitos personales de
los señores feudales.
 El clero: formado por arzobispos, obispos y abades (alto
clero) y por monjes, curas y sacerdotes (bajo clero). Su
misión esencial era rezar por la salvación de todas las
almas. Había miembros del clero, como los obispos o
algunos abades, que eran muy poderosos, ya que
poseían tierras y siervos y nombraban caballeros que los
defendían. Los curas y sacerdotes vivían en humildes
parroquias rurales y los miembros de las órdenes
mendicantes, como los franciscanos, hacían votos de
pobreza.
 Los campesinos: eran los que con su trabajo mantenían
a los estamentos privilegiados. No tenían ningún privilegio
y muchas obligaciones. Podían ser siervos de un señor y
estar adscriptos a su tierra (la cual no podían abandonar)
o campesinos libres. Los siervos debían pagar impuestos
al rey, el diezmo a la Iglesia católica y entregar tributo en
productos o trabajo al señor de la tierra que trabajaban.
Dentro de este sector, se engloba también a artesanos
como herreros o carpinteros, que eran a la vez
campesinos, ya que debían trabajar la tierra para
asegurar su sustento y el de su familia.
La Iglesia católica era la que ofrecía legitimidad ideológica a
esta jerarquía social, al afirmar que los órdenes o estamentos
eran mandados por Dios y, por lo tanto, fronteras sociales que
nadie podía cruzar.
Economía en el feudalismo
La economía feudal era rural y estaba basada en la extensión de
la tierra. En este esquema, las principales actividades
económicas eran la agricultura y la ganadería.
Cada feudo se componía de sectores bien definidos: la reserva
señorial o dominical, integrada por las tierras del señor;
los mansos, es decir las tierras que trabajaban los siervos para
obtener su propio sustento y el de sus familias; los alodios, que
eran los terrenos que pertenecían a los campesinos libres; y
los pastos y bosques comunes, donde pastaba el ganado. En
los bosques solía haber sectores delimitados, llamados cotos de
caza, donde solo podían acceder el señor y sus caballeros.
Cada feudo era una unidad económica que consumía casi todo
lo que producía, ya que solo se separaban las semillas necesarias
para la próxima siembra. Al no haber excedente de producción, el
comercio era muy limitado (predominaba el trueque) y
prácticamente no había circulación monetaria.

Campesinos cosechando espigas de trigo. Ilustración del siglo


XIV.

Fin del feudalismo


En Europa Occidental el feudalismo comenzó a resquebrajarse
durante el siglo XIV debido a una conjugación de factores, entre
ellos:
 El agotamiento de la fertilidad de las tierras, debido a
su uso constante y a pesar de la utilización del sistema de
rotación de cultivos.
 El repoblamiento de las ciudades, a partir del aumento
de población que se produjo desde el siglo XI.
 La extensión de la peste bubónica que, entre 1348 y
1353, mató a un tercio de la población europea. La alta
mortandad afectó sobre todo a los campesinos y dejó a
muchos feudos sin mano de obra con la cual trabajar la
tierra.
 La revitalización del comercio impulsado por las
Cruzadas y por las peregrinaciones a lugares santos
(Roma, Jerusalén, Santiago de Compostela)
 El ascenso paulatino de un nuevo sector social,
la burguesía, que basaba su riqueza en las finanzas, los
trabajos artesanales sofisticados (orfebrería, relojería,
etc.) y el comercio de larga distancia. La burguesía fue
presionando paulatinamente para que se redujeran o
suprimieran los peajes y se garantizara una igualdad de
las normas en los territorios en los desarrollaban su
trabajo.
 La paulatina concentración del poder en manos de
los reyes que, gracias a la ayuda económica de
acaudalados burgueses, lograron imponer su autoridad a
los señores locales.
Al ingresar a la Edad Moderna, Europa Occidental y Central ya
transitaban una lenta transición del feudalismo económico al
capitalismo y de la fragmentación política feudal al absolutismo
monárquico. Sin embargo, fue la Revolución francesa la que a
fines del siglo XVIII terminó con lo que quedaba de las estructuras
jurídicas feudales.

https://enciclopediadehistoria.com/feudalismo/

Sociedad feudal en la Alta Edad Media


Origen de la sociedad feudal

El feudalismo como institución surge como consecuencia de la crisis vivida por la sociedad del Bajo
Imperio Romano. La situación de inseguridad subsiguiente a éste condujo a los jefes germánicos a
la necesidad de rodearse de fieles en quienes poder confiar para garantizar su seguridad personal
y como ayuda ante posibles campañas militares. Este modelo se convirtió con los carolingios en su
sistema de gobierno, de forma que el soberano administraba el territorio mediante la asistencia de
un séquito o "palacio" constituido por señores territoriales, obispos y abades.

Con el mayor peso de la guerra en esta sociedad, poco a poco se fue primando más a los señores
militares, mediante la concesión de posesiones que, en un principio, tenían carácter vitalicio pero
que, con el tiempo, se fueron haciendo hereditarias.

Con la Capitular de Quierzy, Carlos el Calvo reconoció como hereditarios también los poderes
ejercidos en nombre del rey, de forma que la autoridad pública se vio desmembrada entre un
primer nivel de grandes señores. Con esto, el esquema fue reproducido a niveles inferiores, de
forma que adquirió una estructura piramidal y fomentó la aparición de una nueva clase de
guerreros profesionales o caballeros. Éstos poseían dominios rurales que les garantizaban la
conservación de su equipo militar, fundamentalmente el caballo, a cambio de prestar su ayuda
cuando el señor superior lo necesitara.

Elementos de la sociedad feudal

El feudalismo es un fenómeno propio del reino franco, es decir, los territorios incluidos entre los
ríos Rin y Loira, que se vio acelerado por las guerras civiles y las invasiones que experimentó
durante los siglos posteriores al Imperio carolingio, y que se articula alrededor de dos elementos
clave, el vasallaje y el feudo. Ante la inseguridad reinante, muchos propietarios de tierras buscaron
el amparo y protección de otros señores más poderosos, a cambio de cederles su vasallaje y
fidelidad o un censo o gravamen. De esa forma, la pequeña propiedad pasaba a ser de tipo feudal
o censal, respectivamente. Los señores intermedios entre éstos y la autoridad real fueron
adquiriendo cada vez más poder, tanto sobre la tierra como sobre los hombres vinculados a ella,
de tal manera que paulatinamente fue desapareciendo la propiedad libre. Para asegurarse la
lealtad del vasallo, el señor le entregaba a cambio un bien de naturaleza real, el feudo; éste se
materializaba en forma de tierras o derechos, pero nunca con la propiedad plena sobre el mismo.

El acuerdo entre ambos se efectuaba mediante la


ceremonia del homenaje, por la cual el vasallo juraba
fidelidad al señor, y éste lo acogía, ofreciéndole
defensa y protección. La fidelidad estaba
generalmente centrada en el campo militar, de manera que el vasallo se obligaba ante su señor a
prestarle asistencia en caso de guerra, si bien el tipo de ayuda variaba mucho entre lugares o
épocas. Así, podía tratarse, entre otras obligaciones, de combatir a su lado, prestarle contingentes,
simples servicios de vigilancia, una contribución a las cargas financieras que suponían las
campañas o incluso participar en el pago de rescate en caso de que aquél fuese capturado. En
algunas zonas, como Francia o Alemania, el vasallo debía asesorar al señor en la toma de
decisiones importantes.

Con el tiempo, el título de propiedad del feudo pasó a ser hereditario, pero el homenaje debía
renovarse en cada transmisión. Este hecho contribuyó a que se concentrasen o, según los casos,
se fraccionasen los feudos, de manera que los vasallos principales se convertían a su vez en
señores de otros vasallos de nivel inferior, quienes podían hacer lo mismo. Así, aparecieron
diversas figuras como los alcaides o castellanos, encargados de la administración y defensa de un
castillo y las tierras que le correspondían, para lo que disponían también de otros combatientes
bajo su mando, o los ministeriales, jueces, notarios y maiores, figuras todas ellas de tipo civil,
encargadas de representar la autoridad pública en sus distintos órdenes.

Toda esta variedad de personajes conllevó la aparición de jerarquías entre ellos, pero en ocasiones
se convirtió en fuente de conflictos, pues se daban casos en que un mismo vasallo lo era a la vez
de más de un señor, o que señores de un nivel similar en la jerarquía se enfrentaban entre sí. Para
evitar estas situaciones, en la Francia del siglo XII apareció la posibilidad de que un siervo pudiera
remontarse incluso hasta el rey, como autoridad superior, al objeto de apelar decisiones de su
señor.

La economía feudal

Todo el sistema estaba basado, como vemos, en una asistencia mutua entre señor y vasallo, la de
este último de tipo militar en la mayoría de las ocasiones; esto implicaba la necesidad de recursos
para sufragar los gastos que suponía el mantenimiento de un caballo, un castillo o un contingente
militar. Por este motivo, el feudo debía tener capacidad para generar ingresos suficientes a quien lo
detentaba. Sobre el dominio señorial se percibían unas prestaciones que podían ser en especie o
monetarias, como jornadas de trabajo en las tierras del señor, pago de tributos, contribuciones y
tasas, o por la utilización de determinados servicios o bienes (molinos, montes, puentes o
caminos); con carácter excepcional, el señor también podía percibir ingresos por la venta de tierras
(laudemio) o la redención de obligaciones (remensa).

Entre las múltiples figuras que se crearon para recaudar ingresos, destaca el diezmo, percepción
que cobraba el señor por el mantenimiento y reparación de un templo que era utilizado por los
aldeanos como parroquia. Los señores feudales no eran siempre militares, sino que la propia
Iglesia estaba también integrada en este sistema. Las catedrales, abadías y monasterios tenían
también posesiones, y el diezmo se convertía así en una de sus fuentes principales de recursos.

Finalmente, junto con estos derechos económicos claramentepecuniarios, había otros más sutiles,
conocidos con el nombre genérico de banalidades, habituales en los siglos XII y XIII. Consistían en
la imposición de obligaciones del tipo de acudir exclusivamente al molino de señor, por ejemplo, o
prohibiciones de llevar a cabo determinadas faenas del campo hasta una determinada fecha, para
que el señor pudiera vender antes su producción. Estos derechos eran más de tipo jurisdiccional,
pues eran impuestos directamente por el señor mediante un bando (bannum, de ahí su nombre).

https://www.arteguias.com/sociedadfeudal.htm

Qué es el feudalismo?
El feudalismo es el término con el que se hace referencia al sistema político,
económico y social que se desarrolló en los países europeos durante la Edad
Media. Este sistema se mantuvo, aproximadamente, entre los siglos IX al XV,
aunque no presentó un carácter uniforme durante todo este tiempo.

La principal característica del feudalismo es que dividía a la población en tres


grandes grupos sociales: señores, clero y vasallos. Estas categorías, que se
adquirían exclusivamente por nacimiento, determinaban todos los ámbitos de la
vida.

La sociedad feudal en la historia 


La sociedad feudal, como decíamos, es el tipo de sociedad que predomina a lo
largo de la Edad Media en Europa, entre los siglos IX y XV. Este tipo de
sociedades, como se comenta, nacen y mueren con el nacimiento y la muerte del
feudalismo.

Por tanto, hablamos de un tipo de sociedad que desaparece tras la aparición de


los Estados modernos, así como la toma de poder, nuevamente, de los reyes. 

Sociedad feudal: 3 estamentos


La sociedad feudal era una sociedad estamental, que estaba jerarquizada. 

En este sentido, hablamos de 3 estamentos con sistema cerrado. Es decir, 3


estamentos sin movimientos entre las distintas clases sociales. Estos estamentos
son:

 Nobleza: Eran los dueños de los feudos (tierras). En otras palabras, los
señores feudales. Controlaban, junto al clero, el poder.
 Clero: En cierta forma, el clero en el medievo instrumentaba el
comportamiento social. Tenían mucho poder, y dominaban junto a los señores
feudales.
 Pueblo (campesinos, siervos…): Eran el estrato más bajo. Se
encargaban de cultivar y trabajar la tierra. 

Características de una sociedad feudal


Entre las características que definen una sociedad feudal, cabría resaltar las
siguientes:

 Eran sociedades estamentales, donde existía una jerarquía.


 El sistema jerárquico era cerrado. Morías en el mismo estamento que
nacías.
 El poder estaba en manos de los señores feudales y el clero.
 La nobleza y el clero contaban con los derechos, el resto los adquirían a
través de su trabajo.
 La forma de organizarse en el trabajo era a través de relaciones de
vasallaje, donde el señor feudal ofrecía alimento, estancia y protección, a cambio
de que este trabajase para él.
 Su economía estaba basada, principalmente, en la agricultura y la
ganadería.
 El comercio no era frecuente durante el feudalismo.
 Las tensiones, y las continuas guerras, no favorecían el intercambio entre
territorios.
 La vida era rural.

Ventajas y desventajas de las sociedades feudales


La sociedad feudal, como todo, tenía sus ventajas y sus desventajas. 

Por ello, a continuación, se exponen aquellas principales ventajas, así como


inconvenientes, que presentaban este tipo de sociedades.

Entre las ventajas que presentan estas sociedades se encuentran las siguientes:

 Entre las ventajas, conviene resaltar que únicamente se pueden resaltar


ventajas si hacemos referencia al clero y la nobleza, pues el campesino o el siervo
no contaban con privilegios ni derechos.

Por otro lado, entre las desventajas conviene resaltar las siguientes:

 Dependencia de una única fuente de riqueza.


 Sistema estamental cerrado.
 Relaciones de servidumbre y vasallaje.
 Todo acto estaba supeditado por la iglesia.
 Existía una enorme desigualdad.
 Estaba basado en un sistema dictatorial.
 El poder se concentraba en los señores feudales.

Desaparición de la sociedad feudal


Tras una severa crisis, en el siglo XV, los Estados modernos, con la toma de
poder por parte de los reyes, acaban con el sistema feudal que predominaba en
los siglos predecesores.

Así el sistema feudal desaparece, generando con ello importantes cambios en la


estructura social que poseían este tipo de sociedades
https://economipedia.com/definiciones/sociedad-feudal.html#:~:text=Las%20sociedades
%20feudales%20eran%20sociedades,el%20nombre%20de%20sociedad%20medieval.

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