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Xavier Darcos
Traducción de José Ángel Melero Mateo
FICHA CATALOGRÁFICA
DARCOS, Xavier
La escuela republicana en Francia : obligatoria, gratuita y laica : la escuela de
Jules Ferry, 1880-1905 / Xavier Darcos ; traducción de José Ángel Melero Mateo.
— Zaragoza : Prensas Universitarias de Zaragoza, 2008
251 p. ; 22 cm. — (Ciencias sociales ; 71)
ISBN 978-84-92521-38-8
1. Enseñanza primaria–Francia–S. XX. I. Melero Mateo, José Ángel, trad. II.
Prensas Universitarias de Zaragoza. III. Título. IV. Serie: Ciencias sociales (Prensas
Universitarias de Zaragoza) ; 71
373.3(44)«1880/1905»
© Xavier Darcos
© De la presente edición, Prensas Universitarias de Zaragoza
1.ª edición, 2008
Edición original:
L’école de Jules Ferry, 1880-1905
París, Hachette Littératures, 2005
Impreso en España
Imprime: Servicio de Publicaciones. Universidad de Zaragoza
D.L.: Z-3954-2008
A Romain, Géraldine y Gabriel
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ALGUNAS NOTAS BIOGRÁFICAS
SOBRE JULES FERRY*
* Aportamos una sucinta referencia biográfica de Jules Ferry, haciendo especial men-
ción al ámbito de la enseñanza. (N. del T.).
10 Algunas notas biográficas sobre Jules Ferry
de los largos debates de un pasado reciente? ¿Por qué, y con qué forma-
ción, desempeñaban el oficio de maestro? ¿Según qué principios conce-
bían su enseñanza y «daban la clase»? ¿Cuáles eran las etapas y el desarro-
llo de su carrera profesional? ¿Cómo evolucionaban su vida privada y su
posición pública a lo largo de sus años escolares? ¿Qué se sabe de sus con-
vicciones compartidas, de sus compromisos militantes o de sus posibles
divisiones?
Entre la copiosa bibliografía referida a los inicios de la escuela repu-
blicana,2 este libro tiene su propia ambición, simple y precisa. Se trata con-
cretamente de evocar un tema raramente abordado, a saber, la manera de
vivir y de trabajar de los «húsares negros» de la República en los albores del
siglo XX, cuando una primera generación de maestros —los pioneros de las
leyes republicanas de la década de 1880— ya han puesto en práctica desde
hace un cuarto de siglo los principios fundadores de la enseñanza laica,
gratuita y obligatoria.
La obra ofrece un cuadro, pintoresco y vivo, de esta cotidianidad
escolar, sobre la base de testimonios auténticos, relatos e investigaciones,
limitándose voluntariamente a la enseñanza primaria. Esas fuentes objeti-
vas no deben ocultar los debates pedagógicos ni los combates ideológicos,
sobre todo en torno al tema central de la laicidad republicana. La escuela
de Jules Ferry fue, en efecto, el producto de convicciones militantes. En el
momento en el que Francia conmemora con algún fervor el centenario de
la ley del 9 de diciembre de 1905, parece oportuno evitar la complacen-
cia, la idealización grandilocuente y la nostalgia, para fundarse más sobria-
mente en las actas de la época y en anécdotas vividas. No obstante, tam-
bién parece útil acabar esta evocación con algunas reflexiones sobre la
laicidad en el momento presente, pues, en tal sentido, nuestra escuela con-
tinúa viviendo de las huellas y del vasallaje del ideal de Jules Ferry, cuyo
alcance universal perdura. Este último punto, a la vez retrospectivo y con-
temporáneo, me importa tanto más cuanto que, como ministro delegado,
he estado vinculado a la ley aprobada el 3 de marzo de 2004 que, «en apli-
cación del principio de laicidad, limita el uso de signos o de atuendos que
fondo, Victor Hugo se mostró sobre todo fiel a la idea que toda su gene-
ración se hacía de la instrucción y de la cultura, como medios de promo-
ción social y de moralización de los más desfavorecidos. El leitmotiv se
resumiría así: la escuela es el remedio infalible contra la asfixia social, pues
«abrir una escuela es cerrar una prisión»; con sus variantes, como la céle-
bre frase «un niño que se instruye es un adulto que se libera». La correla-
ción entre miseria e ignorancia tiene una importancia capital en el abun-
dante dispositivo novelesco del siglo XIX, especialmente en las novelas de
aprendizaje. En Victor Hugo, el analfabeto es miserable, como Champma-
thieu,4 víctima potencial, fuertemente manipulada o sobrepasada por los
acontecimientos. Este tema alimenta también el lirismo postromántico:
«¿Cómo suprimir la miseria? Ya lo hemos dicho, suprimiendo la ignoran-
cia. Cuantos más ignorantes, más miserables. ¿Cómo suprimir la ignoran-
cia? Por el medio más simple, más elemental, más práctico, ante el cual nos
echamos hacia atrás, como ante todas las evidencias, pero al que llegare-
mos: mediante la enseñanza gratuita y obligatoria».5
Traumatizados por la aceleración de la historia, que se manifestó bru-
talmente entre 1789 y 1848, los pensadores de la Escuela son conscientes
de que elevar el nivel global del saber prepara el gobierno futuro de las
mentes. Es lo que Victor Hugo, una vez más, formuló sin rodeos: «Quien
dice educación dice gobierno; enseñar es reinar; el cerebro humano es una
especie de cera terrible que toma la huella del bien o del mal, según le con-
mueva un ideal o le sobrecoja una situación hiriente […]. Cumbre, el des-
potismo; base, la ignorancia».6 Desde el prefacio de 1832 de Último día de
un condenado (1829), había tomado los temas gemelos de la miseria y de
la ignorancia, con la pena de muerte como el resultado paroxístico de esa
dialéctica sin salida:7 «[…] pobres diablos, a los que el hambre empuja al
robo, y el robo al resto; hijos desheredados de una sociedad malvada, con-
denados a los doce años a trabajos duros, a los dieciocho a trabajos forza-
dos, al patíbulo a los cuarenta; desgraciados que con una escuela y un taller
habríais podido ser buenos, morales, útiles […]». Ecos parecidos se
encuentran en la conclusión de Claude Gueux, escrita el mismo año, en la
4 «Yo no sé explicar, no tengo estudios, soy un pobre hombre» (Les Misérables, I, VII, 10).
5 Fragmento abandonado de Les Misérables, citado por Henri Pena-Ruiz y Jean-Paul
Scot, en Un poète en politique, Flammarion, 2002, p. 125.
6 Paris et Rome, VII, en Actes et paroles, III.
7 Œuvres complètes, Roman, Robert Laffont (Bouquins, 1), p. 406.
Preámbulo 17
misma dirección, y publicada en 1834: «Esa cabeza del hombre del pue-
blo, cultivadla, desbrozadla, regadla, fecundadla, iluminadla, moralizadla,
utilizadla; no necesitaréis cortarla». Esta novela es la historia de un analfa-
beto que posee como únicas pertenencias una tijera y el Emilio de Rou-
sseau. Las últimas páginas se transforman en una reflexión general sobre
las relaciones de la instrucción y de la culpa: «Hemos creído nuestro deber
contar con detalle la historia de Claude Gueux porque, para nosotros,
todos los párrafos de esa historia podrían servir para encabezar todos los
capítulos de un libro en el que se habría resuelto el gran problema del pue-
blo en el siglo XIX. En esa vida importante, hay dos fases importantes:
antes de la caída, después de la caída; y, bajo dos fases, dos temas: tema de
la educación, tema de la penalidad; y, entre estos dos temas, la sociedad al
completo».8
En el momento en el que pasamos insensiblemente de una sociedad
de transmisión a una sociedad de comunicación, este libro querría contri-
buir a probar que el pensamiento sobre la escuela es la síntesis de todo gran
proyecto político, y que no hay doctrina social global sin toda una concep-
ción clara de la educación. Al menos, los republicanos de los años 1880-
1905 lo habían comprendido.
8 Convicciones de una vida entera, puesto que, más de treinta años después, en
L’Homme qui rit (1869), Gwynplaine, niño desfigurado, educado en la miseria y converti-
do en lord sin pretenderlo, anunciaba así el advenimiento de la República: «Esto es el futu-
ro. Fuera la prosternación, fuera la bajeza, fuera la ignorancia, fuera en definitiva los hom-
bres necios, fuera los cortesanos, fuera los criados, fuera el rey, ¡la luz!» (II, VII, 7).
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1. LA ESCUELA DE LA REPÚBLICA
EN EL SIGLO XIX:
ORÍGENES Y MADURACIONES
como Diderot: «La queja de la nobleza se reduce quizá a decir que un cam-
pesino que sabe leer es más difícil de oprimir que otro». Esta cuestión con-
trovertida de la instrucción generalizada a todas las capas sociales atravesa-
rá todo el periodo, hasta el final del siglo XIX.
Lo esencial es que la Revolución francesa reconociese la responsabili-
dad del Estado en materia de educación, principio que, desde entonces, no
volvió a ser puesto en tela de juicio. Preparó los cimientos teóricos que
condujeron, en la década de 1880, a la Escuela republicana. Imaginó solu-
ciones que no tuvieron tiempo de ver la luz, como, por ejemplo, noventa
años antes de la ley Ferry del 16 de junio de 1881, la gratuidad de la ense-
ñanza.14 Quiso crear, por iniciativa de Le Pelletier de Saint-Fargeau, «casas
de educación nacional»,15 auténticos pensionados del Estado que sometían
a los alumnos a la displina férrea de una educación eugenista, conforme al
ideal espartano, que ya había sido alabado por Saint-Just,16 quien preten-
día que los niños, futuros ciudadanos, tuvieran como auténtica y única
familia la nación.
14 Presentado dos días antes del final de la Constituyente, luego abandonado por la
Legislativa, el plan Talleyrand preveía tres grados de enseñanza: la primaria, dispensada en
las escuelas de la comarca (centros primarios); la secundaria, enseñada en las escuelas de
distrito (antiguos collèges); por último, la superior, la de las escuelas provinciales (antiguas
facultades superiores). La primera concierne a todos los individuos; la segunda está desti-
nada a los «que, no siendo llamados ni por gusto ni por necesidad a ocupaciones mecáni-
cas o a las funciones de la agricultura, aspiren a otras profesiones, o busquen únicamente
cultivar, enriquecer su razón y dar a sus facultades un mayor desarrollo»; el tercer grado se
dedica a la formación de los ministros del culto, juristas, médicos y oficiales. El edificio
escolar está dirigido por el Instituto Nacional, que debe ser una «especie de Enciclopedia
siempre estudiante y siempre docente», y la administración de la enseñanza queda confia-
da a una Comisión General de Instrucción Pública, cuyos miembros son nombrados por
el rey.
15 Aristócrata cercano a los jacobinos, Le Pelletier de Saint-Fargeau (1760-1793) fue
asesinado por un guardia real al haber votado a favor de la muerte del rey: ante la ausencia
del autor, Robespierre en persona leyó y presentó este plan en la tribuna de la Convención
el 13 de julio de 1793, un mes exactamente antes de ser votado. Dicho plan quedó sin des-
arrollo legislativo.
16 «Los hijos pertenecen a su madre hasta los cinco años si ella les ha alimentado, y
después a la República, hasta la muerte. Se educa a los niños en el amor al silencio y en
el desprecio a los retóricos. Son formados en el laconismo y en el lenguaje. Se les deben
prohibir los juegos en los que declamen, y acostumbrarles a la verdad sencilla. Van vesti-
dos con ropa de tela en todas las estaciones. Se acuestan sobre esteras y duermen ocho
horas. Son alimentados todos a la vez de raíces, frutas, legumbres, productos lácteos, pan
y agua».
22 La Escuela de la República en el siglo XIX: orígenes y maduraciones
21 Ib., p. 57.
22 «Nos habíamos y se había prometido mucho; no se hizo nada. Quimeras planea-
ban sobre ruinas».
23 Delhome, Gault y Gonthier, Les premières institutrices laïques, p. 11.
24 La Escuela de la República en el siglo XIX: orígenes y maduraciones
La Restauración (1814-1830):
los auténticos inicios de la enseñanza primaria29
La enseñanza primaria fue sacrificada, en parte, por el poder napoleó-
nico, quien reforzó sobre todo los institutos y la universidad. La monarquía,
que había vuelto a los negocios, retomó el camino de la escuela primaria. Los
primeros años de la Restauración estuvieron marcados por la expansión de
«la enseñanza mutua». Inspirada en el monitorial system británico y puesta a
punto por Andrew Brell, ministro de la Iglesia anglicana que había sido
superintendente de un colegio de huérfanos militares en Madrás (Indias),*
y por Joseph Lancaster, miembro de la secta de los cuáqueros, la enseñanza
mutua —o lancasteriana— se caracteriza por el recurso «meritocrático» a los
mejores alumnos para que instruyan a sus compañeros, bajo la supervisión
y la dirección del maestro: «¿Qué promete el método mutuo a los pobres de
1815? Pocos maestros, pero más alumnos; poco tiempo en la escuela, pero
más conocimientos adquiridos. Dos paradojas que se explican fácilmente».30
En palabras de su promotor político, Lazare Carnot,31 ministro del
Interior y de Instrucción Pública durante los Cien Días, en la enseñanza
mutua «los niños son maestros los unos de los otros». La ventaja evidente
de este sistema es permitir a un solo maestro enseñar simultáneamente a
varios cientos de alumnos, puesto que se basa en la desmultiplicación de
la transmisión de conocimientos: el maestro instruye a los alumnos que
juzga más dotados —los «monitores»—, quienes, a su vez, están divididos
en «monitores generales», que mandan en toda la escuela bajo la supervi-
29 Sobre la evolución de la Escuela a partir de 1815, cf. sobre todo François Jacquet-
Francillon, Naissance de l’école du peuple 1815-1870, Les Éditions de l’Atelier / Les Éditions
Ouvrières, 1995, e Instituteurs avant la République. La profession d’instituteur et ses représen-
tations, de la monarchie de Juillet au second Empire, P. U. du Septentrion, 1999; Christian
Nique, Comment l’école devint une affaire d’État (1815-1840), Nathan, 1990; reed., 1994.
Sobre el aspecto particular de la cátedra, cf. André Chervel, Les lauréats des concours d’agré-
gation de l’enseignement secondaire, 1821-1950, INRP, 1993.
* Imperio de las Indias (1877-1947). Nombre dado a los territorios británicos de la
India. (N. del T.).
30 Jacquet-Francillon, Naissance de l’école du peuple, p. 99.
31 Antiguo miembro de la Convención, regicida y miembro del Comité de Salud
Pública, Lazare Carnot (1753-1823), llamado «el Organizador de la Victoria» durante la
Revolución, fue, por todas estas razones, el blanco de la hostilidad tanto de la Iglesia como
de los monárquicos ultras: fue desterrado durante la Restauración. No obstante, el éxito de
la enseñanza mutua le sobrevivió.
La Restauración (1814-1830): los auténticos inicios… 27
45 Guizot volverá a este tema en sus Mémoires pour servir à l’histoire de mon temps (de
1858 a 1867, 8 vols., tomo III): «Es un hecho históricamente demostrado. Los únicos paí-
ses y los únicos tiempos en los que la instrucción popular ha prosperado realmente han sido
aquellos en los que o bien la Iglesia, o bien el Estado, o, todavía mejor, los dos juntos se
han preocupado del asunto. […] Para fundar la instrucción primaria, yo contaba con la
acción preponderante y unida del Estado y de la Iglesia».
* De cada distrito universitario dependían todos los niveles de enseñanza. (N. del T.).
** Ver supra, nota 26. (N. del T.).
46 Sobre las salas de asilo, cf. Jean-Noël Luc, La petite enfance à l’école, XIXe-XXe siècles.
Textes officiels relatifs aux salles d’asile, aux écoles maternelles, aux classes et sections enfantines
(1829-1981), Economica / INRP, 1982, y L’invention du jeune enfant au XIXe siècle. De la
salle d’asile à l’école maternelle, Belin, 1997.
La II República (1848-1851), breve pero fecunda 31
51 Sobre la Escuela durante el II Imperio, cf. Gilbert Nicolas, Le grand débat de l’École
au XIXe siècle. Les instituteurs du second Empire, Belin, 2004, apasionante investigación que se
nutre con testimonios muy diversos.
52 Ib., p. 6. En esencia, este notable estudio se apoya en las respuestas de los maestros
a la consulta de 1860 y contribuye a rehabilitar la obra escolar del II Imperio, que «sigue
aún, en parte, en la sombra o prisionera de esquemas, o incluso prejuicios» (ib.).
53 Victor Duruy (1811-1894) era el hijo de un capataz (contramaestre) en el taller de
los Gobelins [familia que en 1601 fundó una prestigiosa fábrica de tapices (N. del T.)]: tra-
baja en su turno, a la vez que cursa sus estudios primarios: alumno destacado, solicita una
beca; obtiene el bachillerato y acaba sus estudios (en 1830 —¡a los diecinueve años!—) en
la Escuela Superior de Magisterio —uno de sus profesores es Michelet—, antes de ser el
número uno en la cátedra de Historia (1833). Profesor en Reims y luego, durante un cuar-
to de siglo, en el collège Henri-IV, doctor en Letras (1853), Napoleón III que ha leído su
Histoire des Romains et des peuples soumis à leur domination (1843-1844, 2 vols.) se fija en
él y le manda preparar entonces una Vie de César. El emperador nombra a Duruy ayudan-
te en la Escuela Superior de Magisterio donde había estudiado, titular de Historia en la
Escuela Politécnica, luego inspector general (1862), y por último ministro de Instrucción
Pública. Incluso tras la caída del II Imperio, Duruy seguirá desempeñando una actividad
destacada —a petición de Ferry— en la preparación de las grandes leyes republicanas de la
década de 1880. Al final de un recorrido y de una carrera profesional excepcionales, el 4
de diciembre de 1884 fue elegido miembro de la Academia Francesa. Le sucedió Jules
Lemaître en el sillón que hoy ocupa Angelo Rinaldi.
34 La Escuela de la República en el siglo XIX: orígenes y maduraciones
dado su nombre a la ley Duruy del 10 de abril de 1867, que organiza ofi-
cialmente por fin la enseñanza primaria femenina: las escuelas primarias
de chicas son obligatorias en cualquier municipio de 500 habitantes. Su
excepcional ministerio, de más de seis años,54 creó lo siguiente: el certifi-
cado de estudios primarios (1866) —el famoso «certif ’»—;55 el ciclo
secundario especial para los jóvenes que querían dedicarse a la agricultura,
el comercio y la industria; la Escuela Práctica de Altos Estudios (1868), las
becas para la enseñanza superior.
Duruy abrió también la enseñanza secundaria a las chicas, instituyen-
do clases secundarias de Estado (1867), reservadas, sin embargo, a aque-
llas «a las que el nacimiento y la fortuna asignan en la sociedad el lugar
más elevado». Esforzándose por que fuese menos fútil, esta enseñanza
femenina no pretende la emancipación: un poco de gramática y de litera-
tura francesa, pero ni latín ni griego; rudimentos de ciencias y de lenguas;
artes domésticas; disciplinas artísticas. Todas las alumnas eran externas,
para no competir con las casas religiosas ni con los hogares confesionales.
Batalla perdida: la ausencia de instrucción moral y religiosa fue percibida
por los clericales —agrupados en torno a monseñor Dupanloup— como
un agravamiento en el proceso hacia la laicidad de la enseñanza, amplia-
mente introducida ya en la educación de los chicos, y como un riesgo cre-
ciente de ver vacíos los conventos y los internados. Fue, pues, este intento
de abrir la enseñanza secundaria a las chicas lo que precipitó la caída de
Duruy, destituido en 1869.
Lo estamos viendo: desde la aplicación generalizada de la ley Falloux
hasta el ministerio Duruy, el II Imperio desvió paulatinamente una línea
política y pedagógica hasta entonces muy favorable a los conservadores
(religiosos y monárquicos), y preparó el advenimiento de las grandes leyes
republicanas. Sin embargo, la resistencia de la corriente clerical fue viru-
lenta, como quedó demostrado con la destitución del propio Duruy. Estas
tensiones explican la aspereza del combate político e ideológico que,
65 Salvo disposiciones particulares para las personas que tuvieran al menos 35 años de
edad y una antigüedad de más de 5 años. Esta medida apuntaba prioritariamente a las casi
37 000 maestras religiosas, de las que solo el 15 % poseía el certificado. Consecuencia de
las aperturas «igualitarias» o «paritarias» de la ley Falloux (la obligación, para los munici-
pios de más de 800 habitantes, de mantener una escuela de chicas), fue una de las mayo-
res apuestas de las leyes republicanas: la enseñanza de las chicas —«las rodillas de la Igle-
sia»— y la formación de maestras, pero en beneficio sobre todo de las congregaciones (las
religiosas estaban dispensadas del certificado de capacidad para enseñar, gracias a la auto-
rización de su superiora). Las congregaciones, todavía en 1879, escolarizaban al 56 % de
las chicas de primaria (frente al 20 % de los chicos).
66 Ver en el anexo, infra, pp. 213-214, el cuadro de la obra legislativa y reglamenta-
ria de Jules Ferry en el ámbito de la escuela.
38 La Escuela de la República en el siglo XIX: orígenes y maduraciones
esa justificación, son consideradas disueltas de pleno derecho. Lo mismo afectará a las con-
gregaciones cuya autorización sea rechazada» (artículo 18). Cf. Jacqueline Lalouette y Jean-
Pierre Machelon (dirs.), Les congrégations hors la loi? Autour de la loi du 1er juillet 1901,
Letouzey et Ané, 2002.
80 De sesenta solicitudes solo se conceden cinco autorizaciones para congregaciones
masculinas de enseñanza, ninguna para las congregaciones femeninas.
81 Sobre Émile Combes (1835-1921), mascarón de proa del anticlericalismo, cf. Ga-
briel Merle, Émile Combes, Fayard, 1995.
82 Aunque ya no es presidente del Gobierno desde enero de 1905.
83 Sobre la puesta en marcha paulatina de la laicidad republicana, desde 1789 hasta
la ley del 9 de diciembre de 1905, cf. la excelente suma antológica de Yves Bruley, 1905,
la séparation des Églises et de l’État. Les textes fondateurs, Perrin, 2004.
84 Antoine Prost, Histoire de l’enseignement en France, 1800-1967, Armand Colin,
1968; 6.ª ed., 1986.
42 La Escuela de la República en el siglo XIX: orígenes y maduraciones
Fundamentalistas irreversibles
Al término de este recuerdo evolutivo de las principales etapas histó-
ricas, políticas y pedagógicas de nuestra Escuela en el siglo XIX, y de las que
Jules Ferry hizo la síntesis, algunas reflexiones merecen ser destacadas.
La durísima «guerra escolar» que se produjo de 1789 a 1905 entre
partidarios de la escuela pública y de la escuela privada, entre republicanos
anticlericales y monárquicos clericales, estimuló y aceleró paradójicamen-
te la expansión de una instrucción auténticamente pública —es decir, esta-
tal—, y de una educación auténticamente nacional, después. Más allá de
las luchas siempre virulentas, de los partidos radicalmente enfrentados y
de pensamientos con segundas intenciones evidentes, en definitiva es la
Escuela de la nación la que, sobre todo, se ha beneficiado de esta compe-
tencia sin cuartel. Las divergencias y los antagonismos —que impresionan
al historiador de la Escuela del siglo XIX— no pueden enmascarar esta
común pasión por el tema escolar en general, y por la enseñanza en parti-
cular, pasión que nunca más se ha vuelto a manifestar hasta nuestros días.
En muchos sentidos, en particular los referidos a la obligación y a la
gratuidad, la herencia de los maestros de 1905 tiene menos que ver con
la generación inmediatamente anterior de los húsares negros —alabados
por Péguy— que con la de los legisladores, los cuales, desde 1789, de Con-
dorcet a Duruy pasando por Guizot y Falloux, han intentado —con suer-
te desigual— hacer de la instrucción un asunto realmente público. A
menudo lo han conseguido. La evolución de los numerosos franceses que
saben leer es, en ese sentido, reveladora de las tentaciones e intentos de
reconstituciones «mitológicas»: si tal evolución superó el 20 % en el perio-
do comprendido entre las leyes Ferry y el año 1900, ese total ya estaba cre-
ciendo un 20 % durante el II Imperio. Los niños no esperaron a que la
escuela fuese obligatoria para asistir a ella masivamente: más del 80 % de
los jóvenes franceses ya estaban escolarizados regularmente antes de 1882.
Después de la adopción de la ley, no fueron más numerosos porque esta
autorizaba a abandonar la escuela a los alumnos que obtuviesen su certifi-
cado de estudios a los 11 ó 12 años. Además, hasta 1892 no se promulgó
la ley que prohibía el trabajo de los niños menores de 13 años en las fábri-
cas, es decir, diez años después de la enseñanza obligatoria. Lo mismo
sucedió con la gratuidad: ya era efectiva en 1880 para los dos tercios de los
Fundamentalistas irreversibles 43
86 Sin que esté previsto ningún puente entre la una y la otra, al pueblo se le reserva
la ramificación primaria/primaria superior, que culmina con el certificado (elemental,
luego superior), vía de acceso a las pequeñas oposiciones administrativas o a los puestos de
empleados de oficina; a la burguesía, la ramificación secundaria/superior, que culmina con
el bachillerato, vía de acceso a la enseñanza superior.
87 ¿Cómo no pensar —más cerca de nosotros— en Georges Pompidou (1911-1974),
nieto de campesinos, hijo de maestros, profesor de secundaria, catedrático de gramática,
convertido en presidente de la República?
2. CONVERTIRSE EN MAESTRO:
MOTIVACIÓN, CONTRATACIÓN,
FORMACIÓN
nes había estado: Grenoble, Lyon, Metz, Laon, Douai, etc. Y también el
nombre de los militares que tenían estatuas en esas ciudades». Como
muy oportunamente señalan Jacques y Mona Ozouf, «ahí toma forma el
proyecto de futuro del niño fascinado, que todavía se debate entre tres
encarnaciones posibles: general, cura o maestro».91
Pero el servicio militar tiene también la función inversa, casi repulsi-
va, en el nacimiento de la vocación de maestro: el privilegio de la exención
—compartido por maestros y curas hasta 1889— explica muchas vocacio-
nes docentes. Esta vocación es fomentada ampliamente por las mujeres, en
especial jóvenes viudas de la guerra de 1870, quienes a su vez eran en oca-
siones hijas de viudas de la batalla de Solferino, diez años antes: «Mi padre
se hizo maestro porque su madre no quería que fuese soldado: mi abuelo
había sido herido en Solferino».92 Para aquellos que ya son maestros y que
sueñan con manifestar su patriotismo empuñando las armas, la influencia
de las madres es determinante. Es el caso de Joseph Sandre, descendiente
de una línea familiar de maestros de Saône-et-Loire,93 quien, ante el desas-
tre de 1870, explica: «Quería alistarme, participar en la guerra: las lágri-
mas de mi madre me retuvieron, como antes me habían impedido aceptar
un puesto de maestro adjunto en la Escuela de Magisterio de Argel».94 La
91 Jacques Ozouf y Mona Ozouf, La République des instituteurs, p. 50. De este libro
irreemplazable hemos tomado estos tres testimonios.
92 Ib., p. 44.
93 El testimonio familiar de los Sandre tiene un interés capital. Se presenta bajo la
forma de cuadernos redactados por una línea familiar de maestros. El bisabuelo, Bernard
Sandre, escribe a sus veintiséis años, en 1798, sus memorias precoces con el título Histoire
de ma vie. El abuelo Baptiste nace en 1824; seminarista y luego maestro, ejerce en Saône-
et-Loire, antes de ser acosado en 1879 y obligado a jubilarse por haber seguido impartien-
do la enseñanza religiosa en clase, a pesar de la oposición del alcalde. Su hijo Joseph, naci-
do en 1850, desempeña varias actividades: curioso y abierto, trabaja de etnólogo en los
municipios en los que se establece. La nieta María, nacida en 1881, pudo responder en
1961 a las preguntas de Jacques Ozouf sobre los maestros retirados de la III República.
Como indica Mona Ozouf en su presentación: «Cuatro manuscritos, cuatro relatos, cuatro
voces; pero una respiración continua, gracias a la filiación: el mismo patronímico firma los
cuatro escritos. Estos textos parecen conducir al lector, de golpe, del Directorio a la
V República. Tienen este interés excepcional: hacer sentir, a través de casi dos siglos de his-
toria de Francia, el sentimiento de la duración concreta. Incluso tienen el encanto del cine
a cámara lenta: devuelven a la metamorfosis que describen —de una familia, de un oficio,
de una nación— las secuencias minúsculas y los gestos fragmentados, cuya suma produce,
sin embargo, un movimiento irresistible».
94 Familia Sandre, La classe ininterrompue. Cahiers de la famille Sandre, enseignants,
1780-1960, Hachette littératures, 1979, p. 317.
48 Convertirse en maestro: motivación, contratación, formación
muy pronto a cortar el trigo candeal con una hoz, el alforfón con un
hocino, a arar, a rastrillar, a agavillar, a desgranar el alforfón con el mayal.
Mi gran ambición habría sido segar, pero la guadaña era un instrumento
demasiado pesado para mis débiles brazos. De todos estos duros trabajos,
he guardado como recuerdo músculos destrozados, riñones molidos que
dolían mucho por la noche, pero también el orgullo de una labor impe-
cable en la Haie, campo de dos hectáreas cuyos surcos bien rectos eran
admirados por los vecinos».96
Hacerse maestro es, pues, «ante todo, […] escapar de otras condicio-
nes, diversas pero todas marcadas por imágenes de pena: la del campesino
agotado por las noches tras la siega del heno, la del almadreñero que suda
la gota gorda girando su taladro, la del tejedor que peina el cáñamo pol-
voriento».97 Con mayor motivo para los que sufren una minusvalía, una
enfermedad o un malestar crónico, «es la falta de aptitudes la que sugiere,
a veces incluso impone, esa elección negativa. El futuro maestro, a menu-
do, es de estatura no muy alta y de fuerza escasa. Ser un alfeñique, un niño
enfermizo inspira la amargura: mortifica recordar el día en el que ha teni-
do que reconocerse incapaz de manejar la llana o mover la sierra».98 No
obstante, la perspectiva de llevar una vida más burguesa explica, aunque
sea paradójico, que, «retrospectivamente, las insuficiencias físicas son con-
sideradas por el maestro como el signo que prometía una vida distinta; por
eso significan un alivio».99
110 Citado con las iniciales G. S., en Jacques Ozouf, Nous les maîtres d’école, pp. 78-79.
111 Citado con las iniciales H. T., ib., pp. 80-81.
112 Ib., p. 81.
El paso por las escuelas de magisterio 55
115 Para conocer con detalle esa expansión, provincia por provincia y año por año,
cf. Christian Bouyer, La grande aventure des écoles normales d’instituteurs, Le Cherche Midi,
2003, p. 139. Señalamos con satisfacción que nuestra querida Dordoña la tuvo en 1882.
El paso por las escuelas de magisterio 57
116 Ese marco legislativo comprende el decreto del 13 de julio de 1880, por el que se
crea la ENS de Fontenay-aux-Roses, dos años y medio antes del decreto del 30 de diciem-
bre de 1882, por el que se crea la de Saint-Cloud; el decreto del 4 de enero de 1881, que
establece un certificado de aptitud pedagógica como complemento del certificado de capa-
cidad de los maestros; el del 22 de enero de 1881, por el que se establece la lista de las asig-
naturas que se deben enseñar, y se marcan algunas directrices para la enseñanza religiosa y
los exámenes que deben hacer los alumnos-maestros de las escuelas de magisterio; el de-
creto del 29 de julio y la orden del 3 de agosto de 1881, que precisan la formación de los
alumnos-maestros; la circular del 2 de noviembre de 1882, que suprime los crucifijos en
las escuelas y en los edificios escolares; el decreto del 9 de enero de 1883, por el que se
suprimen los capellanes y la instrucción religiosa en las escuelas de magisterio.
117 Esta es una de las grandes leyes Ferry, con la del 28 de marzo de 1882, y obliga a
los municipios a asumir íntegramente el sueldo de los maestros, en lugar de la retribución
escolar pagada por los padres (gastos de escolaridad), y, sobre todo, suprime el privilegio de
la autorización dada por el superior a los docentes religiosos, quienes, a partir de entonces,
están obligados a ser titulares, en el plazo de tres años, de un certificado de capacidad o de
un certificado de aptitud.
118 «Obligaciones de los municipios en materia de enseñanza de primer grado. Art. 14.
El establecimiento de las escuelas primarias elementales públicas, creadas por aplicación de
los artículos 11, 12 y 13 de la presenta ley, es un gasto obligatorio para los municipios. Son
igualmente gastos obligatorios en toda escuela legalmente creada: el alojamiento de cada
uno de los maestros afectos a esas escuelas; el mantenimiento o el alquiler de edificios y de
sus dependencias; la adquisición y mantenimiento del mobiliario escolar; la calefacción y
la iluminación de las aulas y la remuneración del personal de servicio, si ha lugar. Asimis-
mo, constituye un gasto obligatorio a cargo del municipio el alojamiento de los maestros
que tienen en él su residencia administrativa y que ejercen sus funciones en varios munici-
pios, en función de las necesidades del servicio de enseñanza. Art. 15. El artículo 7 de la
ley del 16 de junio de 1881 (sobre la gratuidad) es modificado como sigue: Se incluyen en
el número de escuelas primarias públicas que originen un gasto obligatorio al municipio,
a condición de que hayan sido creadas conforme a lo prescrito en el artículo 13 de la pre-
sente ley, las siguientes: las escuelas públicas de chicas ya establecidas en los municipios de
más de 400 habitantes; las escuelas maternales públicas que ya están establecidas, o lo esta-
rán, en los municipios de más de 2000 habitantes y que tengan, como mínimo, 1200 habi-
tantes de población aglomerada; las aulas infantiles públicas que tengan niños de los dos
sexos y que estén asignadas a maestras».
58 Convertirse en maestro: motivación, contratación, formación
119 Una orden orgánica de este día se refiere al mismo asunto: a los programas de pri-
maria, pero asociando la instrucción cívica a la historia y a la geografía, y dividiendo la
organización de la enseñanza primaria en tres cursos (elemental, medio y superior).
120 Las edades exigidas a los candidatos para el examen de ingreso evolucionaron así:
de 16 a 20 años (1868), de 15 a 18 años (1881) y de 16 a 18 (1887).
121 Los exámenes eran, al principio, provinciales, y no nacionales.
122 Debemos recordar que, actualmente, las directrices que se dan a los correctores de
selectividad, en la asignatura de Lengua Francesa, en lo referente a ortografía, son de una
extrema benevolencia: no más de dos puntos restados, ¡a partir de cincuenta faltas! Pero,
como se dice, comparación no es razón…
La admisión en la escuela de magisterio 59
una escuela de magisterio bien dirigida; todo marcha a las mil maravillas.
[…] El distrito universitario de Mâcon le había elegido miembro titular.
No necesito resaltar que su elección fue debida a su situación en la ense-
ñanza, y que no añadió ningún brillo a la docta compañía […] y ya es bas-
tante que el señor Marchal no estuviese en modo alguno a la altura del
cargo que ocupaba».124 Este retrato poco halagador, a decir verdad, es
excepcional al lado de tantos otros muy elogiosos: «Guardo un inolvidable
recuerdo de mis tres años en la escuela de magisterio. El director, M. G.,
era la responsabilidad en persona. Durante tres años le vi vigilar personal-
mente el estudio de la mañana. Controlaba con extrema minuciosidad
todo nuestro trabajo (todas las redacciones, una vez corregidas por los pro-
fesores, pasaban por sus manos antes de que nos las diera; ni una coma ni
un punto sobre una i escapaban a su vigilancia). Controlaba con igual dili-
gencia nuestro atuendo y nuestros pequeños gastos […]».125 A este testi-
monio ditirámbico se añade, entre mil, el de esta alumna de magisterio de
Vendée, nacida en 1889: «Nuestra directora también estaba muy seria-
mente ligada a su función; era émula fiel de Félix Pécaut,126 cuyo retrato
tenía sobre su mesa. Se empleó con mucho tacto en inculcarnos las nocio-
nes de grandeza moral, de responsabilidad, de deber, que tenían que for-
mar la armadura sólida de una sana educación laica».127
Presupuestariamente, la carga de las escuelas de magisterio se reparte
entre el Estado (para las nóminas del personal y los gastos de internado de
los alumnos-maestros durante los tres años) y la provincia (para el mante-
nimiento de los edificios y materiales). No obstante, quedan para la fami-
lia los importantes gastos de la ropa. Esencialmente consiste en el unifor-
me, compuesto por un cubrecabeza (gorra o sombrero) y la famosa touine,
esa levita de paño negro con una palma de oro o de plata, reservada a los
chicos. Las chicas llevan un vestido negro de cuello alto y con las mangas
abotonadas.128 El detalle de la ropa es preciso. Por ejemplo, en 1881, para
los chicos de la Escuela de Magisterio de Quimper se concreta así: «Tres
129 Citado por Emmanuel Laot, Les hussards bleus de Bretagne. Instituteurs publics de la
IIIe République, n.º 50 de la revista trimestral bretona Skol Vreizh, Morlaix (Finistère),
2002, p. 20.
130 Citado con las iniciales P. A., en Jacques Ozouf, Nous les maîtres d’école, p. 104.
62 Convertirse en maestro: motivación, contratación, formación
que los maestros estaban divididos en tres categorías: los Viejos, los Imber-
bes y los Chiquillos. A los Viejos, que ocupaban la cúspide de la jerarquía,
se les debía respeto y obediencia; entre ellos se elegía a los vigilantes que
debían sustituir a los profesores durante los estudios».131 Esta jerarquía va
acompañada inevitablemente de novatadas, pero el carácter bien templa-
do de un «Chiquillo» puede a veces anular una sumisión humillante,
incluso si procede de un mayor de tercer curso, es decir, de un «Viejo»: «A
las cuatro de la tarde, durante la merienda, una larga fila de alumnos pasa-
ba, uno por uno, delante de un compañero provisto de un inmenso cesto
lleno de largas rebanadas de pan. Cada uno cogía una rebanada y le daba
un buen mordisco. Yo me apodero, inocentemente, de una punta —el
cuscurro— y recibo en el acto un puñetazo en la nariz y la orden de dejar
inmediatamente el cuscurro en el cesto. Lo dejo tanto más a gusto cuanto
que mi nariz sangra abundantemente. Me había apoderado, sacrilegio
imperdonable, de un trozo reservado a un veterano. El señor Gougère, que
vigilaba el recreo, se inquieta por la causa de mi hemorragia. No creo tener
que ocultársela. Cometo entonces una nueva falta contra las reglas de la
camaradería. Dessaudres, el autor del puñetazo, que era el mayor de tercer
curso, recibe una mala nota, y queda abolido el privilegio del trozo de pan
reservado a los Viejos. […] Abolida también la tortura que consistía en
la torsión del brazo hasta que la víctima reconociese, con voz alta y
clara, la superioridad de los Viejos y de los Imberbes sobre la raza exe-
crable de los pobres Chiquillos».132
Recuerdos análogos se encuentran, quince años antes, en el texto de
Joseph Sandre, a su llegada a la Escuela de Magisterio de Mâcon: «Era al
principio de octubre de 1867 […]; había ya un ir y venir de chicos altos,
vestidos con sus largas levitas negro azulado y con dos estrellas azul claro
sobre las bocamangas: eran los antiguos. Y de otros jóvenes con aire con-
fuso, con chaqués o chaquetones de todos los colores: eran los nuevos, y yo
uno de ellos. De vez en cuando, veíamos unos señores muy serios, correc-
tamente vestidos, dando indicaciones, órdenes: eran los profesores. Por
último, un hombre grueso, de cara apoplética, tocado con una especie de
solideo negro guarnecido con trencilla violeta, iba y venía retorciéndose la
manga, multiplicándose, muy ajetreado: era el director… Guiados por un
antiguo, subimos nuestras maletas al vestuario […] ¡Ah, qué amables eran
los antiguos! Desde la llegada, encargados de ponernos al corriente, nos
decían amablemente: “Salvaje, este es el sitio en el que meterás tal objeto”.
“Salvaje, presta atención, tal cosa está prohibida”. Todos éramos tratados
así, siguiendo una tradición tan antigua como estúpida. Eso prometía. […]
Era costumbre, cuando los salvajes se ponían su uniforme por primera vez,
que los antiguos de tercero y segundo curso plancharan las costuras. Casi
siempre consistía en un golpe en el hombro o en la espalda; se daba más o
menos fuerte, pero el sufridor no se enfadaba. Por último, era costumbre
que los antiguos solo hicieran una novatada al mismo salvaje».133
Un cierto número de ritos iniciáticos, de una gran diversidad —y a
veces de una gran estupidez—, desigualmente seguidos según los distritos
universitarios, y más extendidos en el siglo XX, en particular en el periodo
de entreguerras, constituyen el «folclore de la escuela de magisterio». A los
alumnos de primer curso, los mayores les llamaban no solo «chiquillos» o
«salvajes», como hemos visto, sino también «patanes», «torpes» o «pro-
tos»,* a la vez que les infligen, a modo de novatada,134 «los “salivazos” (el
ejercicio consistía en que los veteranos lanzaban un “escupitajo” a la cara
o la cabeza de los patanes de turno) y el “heromenaje”** (consistente en el
vaciado y dispersión del contenido de los casilleros, mesas y armarios, por
represalias)».135 Otras novatadas, aunque no menos estúpidas, parecen
menos desagradables, sobre todo menos humillantes, como es el caso del
«permiso de caza», en Auxerre, entregado a cada «patán» y «que era nece-
sario presentar en la ciudad durante las salidas a cualquier veterano que lo
requiriera»: «Ese documento, sobre el que figuraba la huella de la nariz
“patanera”*** (previamente mojada en tinta violeta), incluía un número de
139 Citado con las iniciales F. E., en Jacques Ozouf, Nous les maîtres d’école, p. 105.
140 Nicolas, Moi, Julien Garnier, hussard de la République, p. 97.
141 Cf. Rabelais, Gargantua, capítulo 23: «Comment Gargantua fut institué par Pono-
crates en telle discipline qu’il ne perdait heure du jour» [Cómo Gargantua fue formado según
los métodos de Ponocrates de tal manera que no perdía una hora del día], traducido al francés
contemporáneo y editado por Madeleine Lazard, Hachette (Classiques Hachette), 1994.
142 Nicolas, Moi, Julien Garnier, hussard de la République, pp. 102-103.
Higiene y disciplina 67
Higiene y disciplina
Las condiciones de vida en el seno de las escuelas de magisterio son,
en general, difíciles. El prestigio del uniforme, alabado por Péguy, ejerce
una verdadera fascinación en los nuevos alumnos-maestros, como en ese
maestro de Mâcon nacido en 1886 que lo recuerda con orgullo mediante
comparaciones explícitamente militares y religiosas: «El uniforme de los
estudiantes de Mâcon estaba formado por la levita de fino paño negro con
palmas de oro, igual que los estudiantes de la calle Ulm,* la misma que lle-
varon Pasteur, Herriot, Péguy, a la que nosotros llamábamos la “roupane”
o la “touine”.** No digo que la pretenciosa touine nos sentara bien a todos;
todos éramos torpes y con la levita parecía que no teníamos cuello, a todos
nos iba más o menos grande, a todos nosotros, hijos de obreros, de cam-
pesinos, de maestros, todos nosotros, como Villon, “de pobre o de bajo
estrato”. Pero la levita nos marcaba, nos comprometía, como la túnica del
soldado de infantería, o la sotana del seminarista; sentíamos que pertene-
cíamos a un cuerpo, a una orden. Hacia 1912, la “touine” fue sustituida
por el chaquetón, más modesto».144 Sin embargo, el atuendo casi no com-
pensa una vida cotidiana unánimemente descrita como monacal y auste-
ra, con un horario muy denso, condiciones de higiene a menudo precarias
y una disciplina inflexible.
Si algunos raros testimonios subrayan que «la mesa es buena» en la
escuela de magisterio, sobre todo en comparación con la de la escuela pri-
maria superior, o que si tal director, como en Quimper, se enorgullecía al
comprobar, en 1886, que «todos los alumnos de primer curso pesaban
1126 kg al inicio del curso y 1206 kg en las vacaciones de Año Nuevo, es
decir, un aumento medio de 3 kg por alumno en tres meses»,145 más
numerosos son los recuerdos de una alimentación no muy sabrosa. Sobre
todo, la salud de los estudiantes de magisterio es, a menudo, delicada, a
pesar del examen médico que pasaban al inicio del curso. En particular, la
tuberculosis diezma las promociones. En la de Julien Garnier, compuesta
por 33 alumnos-maestros en 1883, más de un cuarto perecerán: «La
mayor parte de esos 33 compañeros que veo llenos de vida y de esperanza
en el futuro, animando las clases, el patio, el jardín y las dependencias de
la Escuela, caminando en larga fila por las calles de la ciudad, deambulan-
do los jueves y los domingos por los caminos de los alrededores de Ren-
nes, han desaparecido. […] Nueve se marcharon, llenos de juventud, casi
al salir de la Escuela, segados por la tuberculosis pulmonar. […] Solo en
mi promoción, nueve muertos por la tuberculosis; hay que pensar que el
examen médico del inicio del curso era insuficiente, o que las condiciones
higiénicas en las que vivíamos eran deplorables. Sin duda, estas dos son las
causas. Habría que prohibir el acceso a la enseñanza a las personas de
bronquios débiles. La necesidad de hablar mucho en un aire viciado fati-
ga los pulmones más robustos y vence rápidamente a los débiles. Se cono-
cían los peligros del contagio,146 puesto que en una pequeña habitación de
144 Citado con las iniciales P. A., en Jacques Ozouf, Nous les maîtres d’école, p. 104.
145 Citado por Laot, Les hussards bleus de Bretagne, p. 22.
146 El bacilo y el carácter contagioso de la tuberculosis eran conocidos desde 1882.
Higiene y disciplina 69
solo cuatro camas se había aislado al compañero Gaschot. Tosía sin parar
y murió unos meses después de haber dejado la Escuela. Todos los compa-
ñeros que ocupaban ese mismo dormitorio, Émery, Malherbe, Berthelot,
fueron contaminados y murieron por la misma enfermedad».147
El médico asignado a la Escuela de Magisterio de Rennes, a pesar de
su excelente reputación, no parecía estar a la altura de la situación: «Le veía-
mos llegar con chistera, vestido con una larga levita negra, cada vez que se
le indicaba que había un enfermo. No le atendía hasta que no estaba real-
mente enfermo, pues la primera y única prescripción consistía en poner a
dieta al enfermo. Nuestro apetito de adolescentes no se sometía a ese régi-
men más que como último extremo. En ese caso, el enfermo recurría a la
amabilidad de un compañero que le llevaba comida a escondidas. Yo me
sometí una sola vez al examen del médico, y fue cuando entré en la Escue-
la de Magisterio».148 La higiene es rudimentaria: «Cuando el servicio de
agua caliente funcionaba normalmente, podíamos lavarnos por completo
como mínimo una vez al mes, pues, con nuestra jofaina y nuestro jarro de
agua, el aseo era más bien somero».149
La disciplina se considera, unánimemente, severa, incluso rígida y
tonta. Para convencerse de ello, basta con leer el reglamento de régimen
interno de la Escuela de Magisterio de Saint-Brieuc, adoptado en 1885:
«Artículo 1: El alumno-maestro vigilante general, en ausencia de los seño-
res profesores, está encargado, especialmente, de asegurar el orden en el
estudio y en el dormitorio, y de controlar los movimientos en cualquier
circunstancia. Artículo 2: El vigilante suplente está especialmente encarga-
do de asegurar y de controlar el servicio de limpieza en las zonas reserva-
das a los alumnos. Artículo 3: Los alumnos-maestros estarán encargados,
por turnos y durante una semana cada vez, de dirigir el servicio de limpie-
za en las diversas partes del centro, y cada uno será responsable de la parte
que le sea asignada. Artículo 4: Los alumnos no deben ir nunca a los dor-
mitorios o a los vestuarios fuera de las horas fijadas para las tareas de lim-
pieza, sin un permiso especial de un profesor. Artículo 5: Los alumnos
deben abstenerse de hablar en los dormitorios y en las filas. Artículo 6:
Ningún libro distinto de las obras clásicas puede ser introducido en la
Escuela sin haberlo sometido con anterioridad al visto bueno del director.
La introducción y la lectura de los periódicos están absolutamente prohi-
bidas. Artículo 8: Los alumnos no deben llevar ningún líquido150 a la
Escuela. Artículo 9: Durante el paseo, ningún alumno puede, sin la auto-
rización del profesor, salir de la fila para ir a saludar a un pariente o perso-
na conocida. Cuando, fuera de la ciudad, se rompan filas, los alumnos no
deberán nunca alejarse de la vista del maestro que dirija el paseo».151 Otros
reglamentos de régimen interior estipulan, además de la prohibición de
fumar tanto en el interior de la Escuela como en las calles de la ciudad
durante los paseos, que los paseos no podrán darse sin un examen previo
de la vestimenta, muy puntilloso por parte del administrador o del direc-
tor, que inspeccionan minuciosamente uniformes y zapatos.
Julien Garnier lo confirma con lucidez y psicología: «La disciplina de
la Escuela era severa. Estábamos, entre los 15 y 18 años, en la edad ingra-
ta en la que los jóvenes ya se creen hombres y querrían ser tratados como
tales, aunque se comporten como niños. De ahí surgían en nuestra Escue-
la los conflictos entre los indisciplinados y el consejo de disciplina. Este
estaba compuesto por el director, algunos profesores, consejeros generales
y el inspector del distrito universitario. A lo largo de mi primer año, cua-
tro compañeros comparecieron ante este temido areópago».152 Esa severi-
dad se ejerce a menudo de manera injusta; una fuga nocturna realizada por
el primero y el segundo de los «Viejos» no les supone más que una repro-
bación y una expulsión con suspensión del castigo, y a su cómplice «Chi-
quillo», que había favorecido su huida, solo una degradación de sus res-
ponsabilidades, mientras que una canción escrita contra un profesor
implica una expulsión inmediata y definitiva: «Los delincuentes compare-
cieron ante el consejo de disciplina. Y la mañana del jueves siguiente, toda
la Escuela estaba reunida. El inspector del distrito universitario leyó la sen-
tencia, en medio de un silencio impresionante. A los tres culpables […] no
les llegaba la camisa al cuello. Considerando el rendimiento escolar de los
culpables […], el consejo se mostró indulgente; solo les infligió una repro-
bación que se transformaría en expulsión a la primera reincidencia. Perdie-
154 Christian Nique, L’impossible gouvernement des esprits. Histoire politique des écoles
normales primaires, Nathan, 1991, p. 151.
Una humanización progresiva 73
155 Édouard Bled, Mes écoles, Robert Laffont, 1977, citado en Béatrice Compagnon,
y Anne Thévenin, Histoire des instituteurs et des professeurs de 1880 à nos jours, Perrin, 2001,
p. 23.
* Recordemos que en la École normale primaire se formaban los futuros maestros de
primaria, y en la École normale supérieure los futuros profesores de secundaria. (N. del T.).
156 Nique, L’impossible gouvernement des esprits, p. 150.
74 Convertirse en maestro: motivación, contratación, formación
Carencias pedagógicas
Sin embargo, el impulso dado por los legisladores republicanos no
tiene de inmediato los efectos más positivos en cada escuela de magisterio.
Además de la rudeza de la vida diaria, la calidad pedagógica de las clases
no es siempre ejemplar, a pesar de la imagen idílica de «mitología republi-
cana», proyectada con agrado. Esa carencia continúa tras la entrada en
vigor de las leyes Ferry e incluso con los profesores salidos de la Escuela
Superior de Magisterio de Saint-Cloud. También en este punto, Julien
Garnier nos aporta luz, con humor pero sin malevolencia, a propósito de
la mayoría de sus maestros de la Escuela de Magisterio de Rennes, entre
1883 y 1886: «El señor Rouland, bajito, un poco jorobado, cabello negro
y rizado, vestido con una larga levita negra y chistera, era muy inteligen-
te. Había obtenido su título de profesor sin pasar por Saint-Cloud. Se
suponía que nos enseñaba la física y la química, pero en realidad venía a
pasar una hora con nosotros sin darnos clase. […] El director, que sin
duda había oído comentarios de este estado de cosas, entró un día repen-
tinamente en mitad de la clase. El señor Rouland no se inmuta; le acerca
una silla y finge continuar con la lección que no había empezado, y mucho
menos preparado. “Decíamos entonces…”, y sigue así, hasta que transcu-
rre la hora, la única conferencia que oí salir de su boca. […] Pero el pobre
señor Rouland tuvo desgracias conyugales. […] El profesor fue nombrado
jefe de estudios en un instituto de secundaria de París. […] El señor
Bécam, que le sucedió, nos dictó sus apuntes de química de Saint-Cloud,
de donde acababa de salir, aunque el momento de recibir el certificado
superior le llegó antes de que hubiésemos visto la mitad de nuestro pro-
grama de física y química. Tuve la suerte, en esas dos asignaturas, de que
me preguntara sobre las partes que me sabía».157 Balance menos negativo
pero apenas más estimulante en francés: «El señor Trevet era de más edad;
se acercaba a la treintena, pero no tenía su título de profesor y preparaba
directamente la oposición a inspector, que obtuvo en 1855. Sus clases de
francés eran laboriosas, concienzudas, pero les faltaba amplitud. Era tan
buena persona, tan solícito con nosotros que, a pesar de todo, le quería-
mos mucho».158
159 Ib.
160 Ib., pp. 79-80.
76 Convertirse en maestro: motivación, contratación, formación
Idealizaciones retrospectivas
Leyendo los testimonios y recuerdos de los antiguos estudiantes de
magisterio (chicos y chicas), sorprende mucho su unanimidad retrospecti-
va de celebrar sus tres años de escolaridad en la escuela de magisterio, a
pesar de las reservas, las dificultades, incluso los sufrimientos. Una de las
razones de ese consenso tiene mucho que ver, sin duda, con la conciencia
que tienen los alumnos de los sacrificios que han aceptado sus familias
para hacer de ellos aquello en lo que se han convertido, y del increíble,
incluso milagroso, cúmulo de circunstancias que les ha permitido llegar a
eso: «Hacen falta padres con las ideas claras, poco instruidos sin duda en
la mayoría de los casos, pero que lamentan su ignorancia y ven una revan-
cha en los estudios de sus hijos; que se convierten, con sus manuales, en
alumnos tardíos; que leen el periódico ayudándose del diccionario; que a
veces incluso poseen algunos libros […]; también más abiertos que la
mayoría a lo que pasa en el mundo; capaces de romper, por sus hijos e
incluso por sus hijas, con sus destinos tradicionales; y con el corazón a la
izquierda, si no con una ideología afirmada, al menos con la idea confusa
* Se refiere a Paul Déroulède, quien escribió Chants du soldat en 1872. (N. del T.).
** Recordemos que el palacio del Elíseo es la residencia oficial del presidente de la
República francesa, es decir, del jefe del Estado francés. (N. del T.).
166 Nicolas, Moi, Julien Garnier, hussard de la République, pp. 72-73. Déroulède fue
arrestado por el propio Roget y acusado de atentar contra la seguridad interior del Estado
y de incitar a los militares a la desobediencia. Fue absuelto por el tribunal de lo criminal
del Sena en mayo de 1899; nuevamente encarcelado por el Gobierno Waldeck-Rousseau y
juzgado ante el Senado, que se había constituido en tribunal de excepción, fue condenado
en enero de 1900 a diez años de destierro; exiliado en San Sebastián, volvió a Francia en
1905, favorecido por la ley de amnistía. Julien Garnier comete aquí algunas confusiones:
Déroulède no intentó su golpe de timón durante una revista del 14 de Julio, sino con oca-
sión de los funerales del presidente de la República Félix Faure, el 23 de febrero de 1899;
en cuanto a la crisis bulangista (1886-1889), esta se había acabado diez años antes (27 de
enero de 1889), cuando Déroulède incitó en vano a Boulanger al golpe de Estado. Pero
estas imprecisiones no cambian nada el fondo de su pensamiento y de sus ideales.
[La crisis bulangista, a la que se refiere el párrafo anterior, alude a la crisis que hubo
en el bulangismo, movimiento político unido a la persona o a la doctrina del general Bou-
langer (1837-1891). El bulangismo, utilizando la exaltación del sentimiento nacional,
agrupó a los opositores al régimen, sobre todo de derecha, de 1886 a 1889. (N. del T.)].
167 Citado con las iniciales Mlle R., en Jacques Ozouf, Nous les maîtres d’école, p. 107.
Las escuelas de magisterio superiores primarias 79
Sandre establecía el mismo balance positivo, una veintena de años antes: «La
vida en la Escuela de Magisterio era un poco dura, la cocina poco famosa,
pero, en conjunto, tenía su encanto, y a menudo la he echado de menos,
cuando, cargado de responsabilidades a veces muy pesadas, participaba, desde
el puesto que me habían asignado, en la gran lucha por la vida…».168 Si
muchos estudiantes de magisterio, tanto chicos como chicas, tuvieran la posi-
bilidad de modificar tal punto o tal otro de su escolaridad, ninguno lamenta-
ría la suerte de haber podido vivir esos tres años en la escuela de magisterio,
ricos en descubrimientos y encuentros memorables: «Todos esos descubri-
mientos compensan la increíble austeridad de una existencia regulada por la
campana —y desde las cinco de la madrugada—, llena de deberes, parca en
distracciones —que eran inocentes—. La disciplina y el moralismo, la rigidez
de los horarios no consiguen empañar esa inmensa alegría, mezclada con una
sorpresa inquebrantable: ser estudiante de magisterio».169
educación y los que no la han recibido». Más de diez años antes de poner
en práctica ese programa de educación auténticamente «nacional», Ferry
concluía: «Ahora bien, señores, les desafío a hacer de esas dos clases una
nación igualitaria, una nación animada por ese espíritu de conjunto y de
esa confraternidad de ideas que son la fuerza de las verdaderas democra-
cias, si entre esas dos clases no se ha producido el primer acercamiento, la
primera fusión que resulta de la mezcla de los ricos y de los pobres en los
bancos de alguna escuela». Es esta igualdad, fundamental y fundadora, la
que la Escuela republicana realizó más allá de las esperanzas de sus propios
impulsores, especialmente gracias al lugar central ocupado en el dispositi-
vo escolar primario por las escuelas de magisterio: «Así, en pocos años, los
republicanos han hecho de las escuelas de magisterio los pilares de un
orden escolar destinado a consolidar la República, instruyendo tanto a chi-
cas como a chicos, difundiendo una cultura nueva, difundiendo una
moral laica y construyendo las bases de un contrato social nuevo. Nunca
las escuelas de magisterio han sido tan necesarias para cumplir un progra-
ma político. Es lo que explica que vayan a disfrutar de más de veinte años
de estabilidad, ya que no serán puestas en tela de juicio antes del inicio del
siglo XX».170
172 El diploma elemental, que constituye con el diploma superior uno de los dos tipos
de «diploma de capacidad para la enseñanza primaria» y que es obligatorio por la ley del
16 de junio de 1881 para cualquier maestro o maestra de escuela pública o privada, está
abierto, a partir de los 16 años, a los titulares del certificado de estudios. Tiene tres series
de pruebas: primera, un dictado de una página seguido de cinco preguntas de gramática y
«de comprensión del texto», una redacción sobre un tema literario, preguntas de aritméti-
ca, del sistema métrico, un problema; segunda, pruebas de calidad gráfica de la escritura,
de dibujo (croquis con plano, sección, alzado para los chicos) y gimnasia (chicos) o de cos-
tura (chicas); tercera, orales en lectura explicada, cálculo, historia, geografía, instrucción
cívica, ciencias y solfeo (cf. Danièle Alexandre-Bidon et ál., Le patrimoine de l’Éducation
nationale, Flohic, 1999, p. 565).
173 Nicolas, Moi, Julien Garnier, hussard de la République, p. 110.
174 En 1920 la ley Lapie restablecerá el modo simultáneo para los tres años de forma-
ción, así como la preparación para el certificado superior, mientras que, a partir de 1930,
Las «lecciones modelos» 85
176 Citado en Vincent, Des hussards de la République aux professeurs des écoles, p. 56.
177 Documento reproducido en Laot, Les hussards bleus de Bretagne, p. 29.
Las recomendaciones del director de la escuela de magisterio 87
La instalación en la «casa-escuela»
Aplicando al pie de la letra el primer consejo dispensado («Contactar
con el director, desde el momento del nombramiento. Ir a verle, si es posi-
ble, o al menos escribirle»), Julien Garnier, al salir de la Escuela de Magis-
terio de Rennes, tiene la suerte de ser bien acogido, e incluso esperado, en
su primer destino de Ille-et-Vilaine, porque uno de sus compañeros esta-
ba ya instalado en ese lugar: «Mi primer nombramiento en la enseñanza
data del 28 de agosto de 1886. Salí un domingo por la mañana de Fougè-
res en el tren178 que me condujo en primer lugar a Rennes, luego a Vern,
178 Entonces se tardaba entre dos y cuatro horas en recorrer los 72 km de vía férrea
que unían Fougères —con servicio férreo desde 1867— y Rennes, a través de Vitré, donde
el transbordo es obligatorio. Sobre el tema de la ordenación territorial, véase la apasionan-
El aula 89
El aula180
Establecida la escuela elemental obligatoria para los niños de 6 a
13 años, un millón y medio de nuevos alumnos deben ser escolarizados.
notre école, Aubanel, 2004; Ronan Dantec, Il y a un siècle… l’enfance, Ouest-France, Ren-
nes, 2004; Hippolyte Gancel, Il y a un siècle… l’école, Ouest-France, Rennes, 1999; reed.,
2003; Yves Gaulupeau, La France à l’école, Gallimard, 1992; reed., 2004; Christophe Lefé-
bure, Le temps des écoles, prefacio de Daniel Picouly, Hazan, 2000.
181 El arquitecto Félix Narjoux (1832-1891) tuvo una influencia determinante en su
elaboración.
El aula 91
189 Anatole Le Braz, «Le symbole», Bulletin pédagogique du Finistère, n.º 1, marzo de
1896, citado en Laot, Les hussards bleus de Bretagne, p. 51.
190 Extracto de Marc Villin, Les chemins de la communale. Regards sur l’école et les maî-
tres d’autrefois, Seuil, 1981, p. 29. [Hemos añadido los corchetes para que pueda compren-
derse mejor la indiferencia de los padres ante la higiene. (N. del T.)].
Accesorios y atuendo de los escolares 95
de trabajos infantiles; para los niños hay una mesa de escribir, un ábaco-
contador, tantas pizarras y tizas como niños, cuadros, lo que el reglamen-
to sigue llamando plancha ennegrecida sobre caballetes, tizas blancas,
imágenes en una gran carpeta, útiles para pintar […] una claqueta y un
silbato. Y, puesto que hay que saber contar el tiempo para perderlo con-
venientemente, un reloj de pared. […] En la muy próxima escuela prima-
ria […], usted encontrará el ábaco-contador, la pizarra, los cuadros mura-
les con alfabetos, más imágenes, en un armario lo que sirve para dibujar,
pesos y medidas, un globo terráqueo de 25 cm de diámetro, por encima
de la mesa del maestro —como tiene que ser— el mapa de Francia, más
modestamente, sobre la pared del pasillo, Europa y la Tierra: cosas para
viajar, antes de llegar al patio de recreo; […] una pequeña guía de canto
[…]; un aparato para proyecciones luminosas y algunos guijarros sabia-
mente etiquetados. […] En ese pupitre de plano inclinado: un plumier
de madera con la tapa ilustrada con una escena del campo, y, en el inte-
rior, un lápiz negro, un portalápices de pizarra, un portaplumas con una
auténtica pluma de acero; al lado, un cuaderno con tapa de color inten-
so, imitando las imágenes de Épinal, y por detrás la tabla de multiplicar;
en el interior, dictados y problemas, cuidadosamente corregidos; debajo
del cuaderno, una pizarra artificial (cartón reforzado, revestido de una
aceitosa capa de silicio) negra por un lado, por el otro pautada (el muni-
cipio pagaba 20 francos por cada 100…). Eso es todo, salvo una peque-
ña regla y una caja metálica que guardaba un trapo mojado. La cartera
(zurrón es la palabra adecuada) es, a veces, de tela reforzada con cartón y
amorosamente bordada con punto de cruz; otras veces, de cuero con co-
rreas para llevarla a la espalda. […] En esta clase única, los pequeños están
delante. No hay en la cartera más que un método de lectura-escritura de
Mougeot, empezando por los trazos gruesos, los finos, las letras i, u, t…
con pequeños dibujos, y, ya al final de las páginas, palabras, y más lejos
una frase. También está Flores de poesía, de J. Duclos (1890), breves poe-
mas para recitar, muy complicados para un “principiante”. ¡Qué diferen-
cia con el pesado zurrón de ese “gran alumno” del curso superior».193
El horario de la clase
En 1880, el horario cotidiano de la clase es de seis horas, a razón
de tres horas por la mañana y de tres horas por la tarde: por la mañana,
la clase empieza a las 8 y termina a las 11; la de la tarde dura de las 13 a
las 16, para aprovechar al máximo la luz del día. Medio siglo más tarde,
en 1930, el horario de una escuela con una sola clase, que reúne el curso
preparatorio, elemental, medio y superior, ofrece la misma duración
diaria, repartida de las 8.30 a 11.30 y de 13 a 16, entrecortada por dos
recreos de diez minutos, a las 10 y a las 14.30. El tiempo escolar repre-
senta, pues, treinta horas semanales, distribuidas por igual a lo largo de
los cinco días de escuela, lunes, martes, miércoles, jueves, viernes y
sábado.194 Los alumnos reciben su enseñanza según una distribución
precisa, con elementos permanentes y, según los días, asignaturas varia-
das, como indica el siguiente cuadro, que presenta el horario de un
curso elemental.
HORARIO TIPO DEL CURSO ELEMENTAL
Las actividades permanentes diarias
Después del recreo de la mañana (de 10 a 10.10 h):
— 50 minutos (de 10.10 a 11) de cálculo (escrito y oral)
— media hora (de 11 a 11.30) de lectura magistral
Después de comer (de 11.30 a 13):
— media hora (de 13 a 13.30) de lecciones de cosas y ciencias, con esta precisión:
«Los grupos preparatorio y elemental no participarán más que en las lecciones
que estén a su alcance, con el límite de 1.30 h por semana. El restante tiempo
disponible estará reservado al trabajo manual y al dibujo»
— media hora (de 13.30 a 14) de lección común de lectura
A la salida del recreo de la tarde (de 14.30 a 14.40):
— 20 minutos (de 14.40 a 15) de ejercicios físicos en el patio y bajo el porche
Asignaturas variables
Antes del recreo de la mañana (de 10 a 10.10):
Los lunes y miércoles:
— media hora (de 8.30 a 9) de moral
Los sábados:
— 40 minutos (de 15 a 15.40) de geografía
— 20 minutos (de 15.40 a 16) de trabajo manual
Aquí están las 30 semanales. Descontando los recreos (1.40 horas a la semana), el
horario efectivo es de 28 horas y 20 minutos.
Pedagogía y moral
La escuela es un todo, hecho de didáctica rigurosa y de momentos
menos cuadriculados. Los elementos cuantitativos del saber deben ser
197 Esos carteles fueron diseñados por los «Sres. J.-B. Lecerf & L. Demoulin, maestros»,
para una «colección publicada bajo la dirección del Sr. Édouard Petit, inspector general de Ins-
trucción pública», y por «A. Picard & Kaan, Editores», y recibieron como premio una medalla
de oro en la Exposición Universal de 1900: cf. Cavanna, Sur les murs de la classe, pp. 11-12.
Pedagogía y moral 101
198 Los dos publicados por Fernand Nathan: ib., pp. 13-17.
199 Ib., pp. 34-37; y, para ver una maravillosa foto de una lección de moral ante ese
mismo cartel antialcohol, en la que la mayoría de los alumnos están de pie escuchando al
maestro, Brisson, La vie des écoliers au temps de Jules Ferry, p. 34.
102 Enseñar: «Dar clase» en la Escuela de Jules Ferry
Muéstrate orgulloso del éxito de tu escuela: alégrate cuando tus compañeros aprueban
el examen, y trabaja tú también para obtener el certificado de estudios.
Sé previsor y forma parte de la mutua escolar: te asegura un socorro en caso de enfer-
medad y te prepara una jubilación para la vejez.
Sigue amando la Escuela cuando la hayas dejado, y guarda en tu corazón el recuerdo
respetuoso de quien te haya instruido.
dirá después que anhela el día en el que podrá reunirse con su regimiento
y participar de nuevo en la guerra. Combate con alegría y con valentía
pensando que es para defender a sus padres, sus amigos y el suelo de la
Patria».201 Incluso un ejercicio gramatical de análisis lógico ofrece la oca-
sión de una enseñanza moral: «Quien bien empieza, no hace nada si no
termina».202
Esta obsesión educadora está presente en el documento más insigni-
ficante, incluso en el revés de la cubierta del cuaderno de deberes mensua-
les que siempre acompaña a los escolares. Más de la mitad de la página,
titulada Recomendaciones dirigidas al alumno que recibe el presente cuader-
no, muestra términos claramente culpabilizadores: «¡Niño!, piense en esto:
en el mundo, no se trabaja para uno mismo, se trabaja también para los
demás. Los propios niños, sin pensar en ello, trabajan por su país, pues
los buenos escolares harán los buenos ciudadanos. Si usted emplea bien
sus años jóvenes, si aprovecha con seriedad todos los medios de instruc-
ción que la República se esmera en ofrecer a todos sus niños, usted podrá
un día devolver a la patria lo que la patria hace hoy por usted. Francia
necesita trabajadores y gente de bien; usted será uno de ellos si se prepara
desde ahora. No pierda, pues, su tiempo, no tiene derecho a hacerlo: el
perezoso se perjudica a sí mismo, sin duda, pero también hace daño a su
país. Si usted atraviesa algún momento de debilidad y de desánimo, niño,
no se deje abatir, y para recuperar el ánimo, dígase a sí mismo: No, no
quiero ser inútil en la tierra, un desagradecido con mi familia, un desagra-
decido con Francia. Quiero trabajar, quiero ser mejor, no solo por MI pro-
pio INTERÉS, sino porque es MI DEBER».203
Otros documentos204 oponen, siempre con el método didáctico, dos
formas de vivir y de actuar. Por un lado, se alaba «al buen escolar», donde
ciertas palabras clave se destacan tipográficamente en negrita [aquí, en cur-
siva]; por otro, se estigmatiza del mismo modo «al mal escolar». Conozca-
mos a Émile, «el buen escolar», cuyo nombre nos lleva a Rousseau: «Émile
se levanta temprano, repasa sus lecciones, desayuna y llega a la escuela
unos minutos antes de la hora. Todo, en su persona y en su ropa, denota
La importancia de la práctica
La pedagogía de la Escuela republicana, aunque obsesionada por la
preocupación de no separar la instrucción escolar de la educación moral,
no rechaza en absoluto los aspectos prácticos. Valora lo concreto y las lec-
ciones que dan las cosas, a la vez que rechaza un saber que, a imagen de
toda teología, no sería más que teórico e intelectual. Se inscribe en la tra-
dición de Rousseau y de los enciclopedistas: «Nuestros primeros maestros
son nuestros pies, nuestros ojos, nuestras orejas, nuestras manos». Las ins-
trucciones que encabezaban los programas de los días 27 y 28 de julio de
1882 prescribían: «Sin perder su carácter esencial de centro educativo, sin
transformarse en taller, la escuela primaria puede y debe […] preparar,
predisponer, de alguna manera, a los chicos para los futuros trabajos de
obrero y de soldado, y a las chicas para los cuidados del hogar y para los
trabajos de mujer». En consecuencia, los chicos recibían, desde el curso
elemental, nociones de cestería y de modelado; luego, en el curso medio,
ejecutaban «pequeños trabajos en madera o en alambre», o incluso «cro-
quis acotados». En el curso superior, se iniciaban en el trabajo del hierro y
de la madera. Las chicas, en la clase obligatoria de «trabajos de aguja», eran
formadas en el punto y en la costura, siempre conforme a las recomenda-
ciones del Tratado de la educación de las chicas (1687), de Fénelon, muy
estudiado y enseñado en la escuelas de magisterio de chicas. Ellas recibían,
206 Cf. Charles Renouvier, Petit traité de morale à l’usage des écoles primaires laïques,
prefacio de Louis-Charles Prat, Françoise Fourquet-Turrel y Pierre Levêque, Lacour-Ollé,
Nîmes, 2001, y editado por Marie-Claude Blais, INRP, Saint-Fons (Rhône), 2003; Manuel
républicain de l’homme et du citoyen, Armand Colin, 1904; reed. y prólogo de Jean-Claude
Richard, Maurice Agulhon y Laurent Fedi, Slatkine Reprints, Ginebra, 2000.
207 Cf. además de Gabriel Compayré, Histoire critique des doctrines de l’éducation en
France depuis le XVIe siècle, 1879, 2 vols.; reed. por Slatkine Reprints, Ginebra, 1970, 2 vols.
en 1.
208 Cf. Michel Jeury y Jean-Daniel Baltassat, Petite histoire de l’enseignement de la
morale à l’école, Robert Laffont, 2000, cuya rica bibliografía (pp. 213-221) menciona
muchos de esos libros de moral y de instrucción cívica.
106 Enseñar: «Dar clase» en la Escuela de Jules Ferry
209 Estas tres citas son mencionadas en Laot, Les hussards bleus de Bretagne, pp. 54-55.
210 Gaulupeau, La France à l’école, p. 94.
108 Enseñar: «Dar clase» en la Escuela de Jules Ferry
¡Viva la patria!
El resultado de esa voluntad por unificar la historia, la geografía y la
instrucción pública es la común exaltación de la Patria, siempre escrita con
P mayúscula. En historia, el contexto de la derrota de 1870, unánimemen-
te percibida como desastre,212 explica el carácter patriótico de la enseñan-
za dispensada en las escuelas, que el «pequeño Lavisse» —(1.ª edición,
1884, conforme a los programas de 1882), «manual primario que, con
millones de ejemplares, difunde un evangelio republicano que llega hasta
la más humilde choza»213— difunde llegando a la caricatura: «La enseñan-
za de los más pequeños debe ser una serie de historias, como las que cuen-
tan los abuelos a sus nietos». Sobre este asunto, los pedagogos republica-
nos no dan con el matiz, empezando por Ferdinand Buisson: «¡Ahí está el
librito de historia auténticamente nacional y auténticamente liberal que
pedíamos para que fuese un instrumento de educación, incluso de educa-
ción moral!».214 La obsesión por la revancha es también unánime y macha-
cona. Todos hacen suya la célebre pregunta que el muy conservador duque
de Audiffret-Pasquier formuló en la tribuna de la Asamblea, en 1872, a
propósito de las tropas humilladas de Napoleón III: «¿Qué ha hecho la
educación en esa gente?». Este impulso colectivo arrastra también a los
intelectuales, a los pensadores: Renan publica La reforma intelectual y
moral de Francia (1871),215 y Taine Los orígenes de la Francia contemporá-
nea (inacabado, 1875 a 1894, 6 tomos en 3 volúmenes).216 Este último
invita a seguir el modelo prusiano para sobrepasarlo: «Sedán es la victoria
del maestro de escuela alemán, de soldados y de oficiales más o menos ins-
truidos, de una universidad donde la investigación aplicada, unida a los
medios industriales, convierte indirectamente en científicos a los soldados
que están al servicio de la potencia militar de su país. […] Se insiste en lo
que constituye la fuerza del vencedor: una escuela para el pueblo, gratuita
y obligatoria, dotada de numerosos centros, en los que el absentismo está
reducido al mínimo, con maestros bien formados en escuelas especializa-
das y convenientemente pagados. […] A partir de lo cual, la aplicación del
modelo prusiano aparece como una de las condiciones de la recuperación
nacional, desde la escuela hasta la universidad».217
Se trata de inspirarse en la Prusia victoriosa para mejor vengarse de
ella: destaquemos en tal sentido que, al margen de ese patriotismo exacer-
bado, la influencia alemana es tanto más intensa y sensible cuanto que
la mayoría de los republicanos —de Jules Ferry a Jean Macé, fundador
de la Liga de la Enseñanza, pasando por Jules Steeg, Félix Pécaut y Ferdi-
nand Buisson, asociados a la fundación de una Iglesia protestante liberal
en Neuchâtel218— son, a menudo, germanófonos. Todos conocen y admi-
ran la cultura del otro lado del Rin: «Así, los fundadores de la escuela pri-
maria laica, gratuita y obligatoria […] encontraron en la derrota de 1870
y en las explicaciones que de ella dieron —a saber, la superioridad de Ale-
mania en el terreno de la instrucción del pueblo y de los grupos selectos—
unas razones complementarias para su combate. Uniendo educación y
patriotismo, encontraron en la opinión un eco sin el que la eclosión esco-
lar de la década de 1880 no habría sido tan fácil ni tan fecunda. En este
sentido, se puede decir que, paradójicamente, la derrota de 1870 fue una
suerte para la escuela».219
Además, se comprende la importancia particular concedida a la geo-
grafía, a través de la cual se celebra la gloria del Imperio francés que, desde
África a Tonkín, resplandece más allá de la línea azul de los Vosgos y hace
olvidar parcialmente la pérdida de Alsacia-Lorena. La Escuela republicana
no era en absoluto anticolonialista, aunque algunos pretendan a veces lo
contrario, especialmente aquellos que querrían, cien años después, servir
—mutilándola— a la causa edificadora del «mito Ferry». Los documentos
de la época lo afirman sin ambigüedad: Francia tenía la vocación de civi-
lizar a los pueblos salvajes o menos desarrollados. Esta ambición no susci-
taba ningún remordimiento ni ninguna mala conciencia entre los maestros
y las maestras, desde la provincia de Maine-et-Loire a Meurthe-et-Moselle
y a Hautes-Pyrénées, pasando por Dordoña: «Yo no tenía una opinión for-
mada sobre la política colonial. Sin embargo, la juzgaba útil para el des-
arrollo de la influencia francesa entre los pueblos atrasados. […] Estima-
ba, y lo creo todavía, que hacíamos mucho por los indígenas: carreteras,
escuelas, hospitales… […] yo me apasionaba, como mis pequeños compa-
ñeros, con las hazañas de nuestros grandes colonizadores. Las páginas ilus-
tradas del Petit Journal, las lecciones de nuestro maestro que, con su pun-
tero, nos hacía seguir sobre el mapa la ruta de esos intrépidos: el sargento
Bobillot en Tonkín, el sargento Blandas en Argelia, el cabo Lavayssière en
Sidi-Brahim, Savorgnan de Brazza y Makoko, todo eso nos entusiasmaba.
[…] Nuestros libros de historia, desde el certificado de estudios hasta el
certificado superior, nos presentaban la conquista del imperio colonial
como una de las más bellas obras de la III República. Alguna vez, un pro-
fesor de historia nos preguntaba con razón: ¿Cuál será el futuro de nues-
tras colonias?, pero sin insistir mucho sobre ello. […] En cuanto a las con-
quistas coloniales, en general, aquellos con los que yo había intercambia-
do algunas opiniones consideraban que los pueblos así sometidos a nues-
tra autoridad obtendrían beneficio: se les sacaría de su estado salvaje, se les
daría educación. Yo misma estaba convencida de eso».220
Deducir racismo de tales opiniones sería anacrónico. Se trata, más bien,
de una de las manifestaciones de ese «optimismo pedagógico», según la fór-
mula de Jacques Ozouf. Esas manifestaciones dicen que «ni la explotación
colonial, ni la desigualdad social, ni la política internacional suscitan un ver-
dadero sobresalto» y que «escasos son los maestros —aunque se consideren
socialistas o pacifistas— que se escandalizan de esas opiniones».221 Los
maestros de Jules Ferry, convencidos efectivamente por el ejemplo de la ins-
trucción popular de que las empresas del gobierno republicano llevan en sí
mismas el progreso y que van a mejorar la situación de los seres humanos en
todos los sentidos, están animados por una fe positiva. Su credo pedagógi-
co es abiertamente conquistador: «Ejercer este oficio es creer que los hom-
bres son educables […]. Es la práctica profesional la que segrega el reformis-
mo, la que sugiere que la reforma, que guía todas las demás prácticas, es la
del entendimiento: cuando surgen conflictos que pueden arruinar la credi-
bilidad republicana, se espera un nuevo resurgir del desarrollo de las
Luces».222 De ahí proviene ese entusiasmo colectivo —difícilmente com-
prensible en nuestros días— por el apoyo a la expansión del Imperio fran-
cés: «Sospechamos que la política colonial es un asunto de educación, sobre
el cual la buena conciencia republicana […] está intacta; eso no quiere decir
que las conquistas coloniales no hayan suscitado algunas inquietudes entre
los maestros. Pero ¿no se trata de instruir? Los que piensan en pedir un pues-
to en las colonias lo describen como un inmenso campo de acción abierto
a la embriaguez de enseñar. Comparación que se impone a los especialistas
de la infancia. ¿No forman los colonizados pueblos-niños? Solo se trata de
hacerles superar las etapas que Francia ha tardado siglos en recorrer».223
Publicado por la Librería Clásica Eugène Belin en 1877226 «con 200 graba-
dos instructivos para las lecciones de cosas» y firmado por «G. Bruno,
miembro de la Academia Francesa, autor de Francinet», va a convertirse en
el vademécum de los escolares de Francia. En realidad, el libro es obra de
Augustine Fouillée, esposa del filósofo Alfred Fouillée, especialista en Pla-
tón, Aristóteles, Epicteto, Descartes y Pascal, y autor de La libertad y el
determinismo (1872).227 El libro se presenta como un relato de aventuras,
las de dos hermanos, André (catorce años) y Julien (siete años), huérfanos,
de Lorena, nacidos en Phalsbourg. Tras haber cruzado clandestinamente la
frontera alemana en el otoño de 1871, caminan sin rumbo de forma circu-
lar, desde los Vosgos a Dunkerque, pasando por los Pirineos, soportando
incendios, tempestades, enfermedades, en busca de un tío que lleva el nom-
bre del padre (Franz) y de una madre que, en definitiva, no es otra que
Francia. Esta pequeña novela de aprendizaje, con ilustraciones, tuvo un
éxito prodigioso y se convirtió incluso en «un auténtico maremoto edito-
rial», según la metáfora marina concebida por Jacques y Mona Ozouf: «[…]
después de una ola que se rompe entre 1877 y 1887 —tres millones de
ejemplares en diez años—, un mar en calma de doscientos mil ejemplares
al año, de media, al cambio de siglo —seis millones en 1901— se retira
dejando en la orilla, en 1976,228 ocho millones y medio de volúmenes. Esta
226 Publicado en 1977 con motivo del centenario de su aparición (y reed. en 2004),
adornado con una interesante nota final de Jean-Pierre Bardos. En la editorial Belin están
disponibles dos versiones de la edición facsímil de este libro fundamental para compren-
der la Francia y la Escuela de Jules Ferry: una, «lujosamente» entelada —a la que remiten
nuestras referencias—; otra, en edición más corriente y de formato más reducido. Además,
cf. Jacques y Mona Ozouf, «“Le tour de la France par deux enfants”. Le petit livre rouge
de la République», en Nora (dir.), Les lieux de mémoire, pp. 277-301, artículo de lectura
indispensable sobre ese libro incomparable.
227 Alfred Fouillée (1838-1912) educó como si fuera su propio hijo a Jean-Marie
Guyau (1854-1888), hijo del primer matrimonio de Augustine Fouillée —alias
G. Bruno—, que, por otra parte, era también prima hermana de Alfred Fouillée. Guyau,
de una gran precocidad —licenciado en Letras a los diecisiete años, miembro de la Acade-
mia de Ciencias Morales y Políticas a los diecinueve por un estudio filosófico sobre la moral
utilitaria desde la Antigüedad a la época contemporánea, profesor de filosofía en el Insti-
tuto Condorcet desde los veinte— hasta su muerte por tuberculosis a los treinta y tres, se
impuso como traductor de Epicteto y como autor, en particular, de La morale d’Épicure
(1878) y de Esquisse d’une morale sans obligation ni sanction (1885) —cuya influencia sobre
Nietzsche fue considerable—, pero también de varias obras destinadas a los niños, en las
que se inspiró parcialmente su madre: Première année de lecture courante, L’année prépara-
toire, L’année enfantine.
228 Es decir, en la víspera del centenario de 1977.
114 Enseñar: «Dar clase» en la Escuela de Jules Ferry
enorme cifra habría que multiplicarla por alguna cantidad para obtener el
número real de lectores, pues era el libro más solicitado de la biblioteca
escolar, el que permitía a la maestra, durante la lección de costura, que las
niñas trabajaran en silencio. Sin haberlo tenido, la gente podía citar el títu-
lo, sin esfuerzo alguno: el único, a veces, de toda la literatura nacional».229
La dimensión edificante y patriótica del subtítulo de la obra se reafir-
ma en las últimas palabras del texto: «Los años pasaron, pero sus corazo-
nes no cambiaron; crecieron apoyándose el uno en el otro y animándose
sin cesar a hacer el bien. Siempre permanecerán fieles a esas dos grandes
cosas que aprendieron a amar desde jóvenes: Deber y Patria».230 Este pro-
yecto moral se explica sin ambages en el prefacio: «Sin omitir en esta obra
ninguno de los conocimientos morales y prácticos que nuestros maestros
desean encontrar en un libro de lectura corriente, hemos intentado intro-
ducir uno que todos nosotros consideramos hoy indispensable en nuestras
escuelas: el conocimiento de la patria».231 La apuesta patriótica, incluso
chovinista, está medida a lo largo de 120 capítulos. El primero, «La salida
de André y de Julien», lleva por subtítulo «Nada sostiene mejor nuestra
valentía que pensar en lo que tenemos que hacer», y a partir de ese
momento empiezan a desfilar las lecciones de moral, hasta el capítulo
120 y último, «Amo a Francia», cuyo subtítulo culmina la ideología inspi-
rada por las Luces de Voltaire: «El trabajo es bendecido por el cielo, pues
hace renacer la felicidad y el bienestar allí donde la guerra no deja más que
duelo y miseria». Este éxito editorial llegó incluso a competir con las vidas
de los santos, tradicionalmente en uso en las escuelas religiosas, como
subrayan con agudeza Jacques y Mona Ozouf: «Los santos laicos imagina-
dos por G. Bruno tuvieron una extraordinaria aceptación […]».232
229 Jacques y Mona Ozouf, «“Le tour de la France par deux enfants”. Le petit livre
rouge de la République», en Nora (dir.), Les lieux de la mémoire, pp. 277-278.
230 Le Tour de la France par deux enfants, p. 308.
231 Ib., p. 3.
232 Jacques y Mona Ozouf, «“Le tour de la France par deux enfants”. Le petit livre
rouge de la République», en Nora (dir.), Les lieux de la mémoire, p. 277.
Los «batallones escolares» 115
* Es decir, Champollion el Joven fue el primero que descifró los jeroglíficos egipcios.
Hemos mantenido la frase francesa para que se comprenda mejor su dificultad caligráfica.
(N. del T.).
118 Enseñar: «Dar clase» en la Escuela de Jules Ferry
tades para la pendiente,237 las distancias, los enlaces de los perfiles y de los
trazos gruesos, en el caso de las eles dobles de “Champollion”, las efes
dobles de “déchiffra”, las cinco letras exteriores238 que se suceden en “Égyp-
tiens”, todas las dificultades reunidas a propósito por el señor Clère para
gastarnos una buena broma».239
La obsesión caligráfica y ortográfica ha marcado la historia de nuestra
escuela. Es anterior al día escolar en sí mismo: antes de que llegaran los
alumnos, el maestro o maestra escribía, con un cuidado extremo, en la
pizarra principal la fecha y la sentencia moral, luego, en otra pizarra, la lec-
ción de escritura. «La escritura era muy importante para nuestros maes-
tros. Nos enseñaban la inglesa o cursiva, la redonda, la bastardilla e inclu-
so la gótica. Ellos querían que tuviésemos una letra regular y legible, y
luego bella y elegante sin florituras. Todos teníamos un juego de plumas
en un pequeño estuche».240 Fíjense en ese maestro de la escuela de chicos
de Damvillies, en la provincia de Meuse, en 1900, que con portaplumas
en la mano muestra a sus escolares, atentos y aplicados, el perfecto mane-
jo de esa herramienta básica en el quehacer diario escolar:
Martes, 1 de agosto. Más hace suavidad que violencia
Lección de escritura. Posición del portaplumas
El portaplumas se tiene entre los tres primeros dedos. Primero se coge
entre la parte interior del pulgar y el lado izquierdo del corazón, con el índice
levantado. Después se baja el índice. La mano se apoya sobre la extremidad de
los dos últimos dedos, ligeramente doblados. El portaplumas debe sujetarse, a
ser posible, en la dirección del hombro.241
248 El cuadro cronológico de la creación de los certificados por provincias entre 1866
y 1880 (reproducido en Cabanel, La République du certificat d’études, p. 27) confirma glo-
balmente esa distribución geográfica: no hay certificado antes de 1875 en Aisne, Ardèche,
Dordoña, Haute-Garonne, Isère, Lot, Morbihan y Haute-Vienne, ni antes de 1876 en
Manche, Nord y Puy-de-Dôme, ni antes de 1880 en Córcega, Mayenne y Tarn.
249 Se valora mejor la importancia del aprendizaje de la escritura, evocado anterior-
mente, puesto que ese sacrosanto dictado elimina a los escolares no solo en ortografía sino
también en caligrafía.
250 Las reformas de 1924 y 1927 introducirán, respectivamente, en el escrito dos clases
de pruebas: de lecciones de cosas (una «redacción o preguntas elegidas por el inspector del
distrito universitario sobre la historia o la geografía, o bien sobre los conocimientos cientí-
ficos habituales, para los chicos») y de economía doméstica (una «redacción o preguntas ele-
El prestigio del certificado 123
gidas por el inspector del distrito universitario sobre los conocimientos científicos habitua-
les, para los chicos, o bien sobre la vida doméstica o la puericultura, para las chicas»).
251 Hippolyte Gancel, Au temps de l’encre violette. L’écolier, Édilarge / Ouest-France,
1999; reed., 2003, p. 331: evidentemente, menos conocido que Les Souvenirs d’enfance (La
Gloire de mon père, Le Château de ma mère, Le Temps des secrets, Le Temps des amours) de
Marcel Pagnol, este testimonio de un maestro bretón —a quien se debe también el mag-
nífico álbum Il y a un siècle… l’école— no es menos sabroso, en particular el capítulo titu-
lado «L’écolier et le certificat d’études», pp. 331-350.
252 Las instrucciones ministeriales de 1924 recordarán firmemente y con insistencia:
«La nota cero es eliminatoria. La prueba de ortografía solo recibe una nota. Se conceden
cinco puntos al dictado y otros cinco a las preguntas. Pero cualquier falta grave en el dic-
tado resta un punto y el cero en el dictado es eliminatorio». ¡Las cosas han cambiado
mucho, como sabemos!
* Para apreciar la eficacia ortográfica de este trabalenguas, hemos transcrito la frase
original. Al traducirla (Mientras yo aplastaba una moneda para aplanarla, mi padre me in-
crepó con severidad; mi madre se percató, se apiadó de mí y consiguió apaciguarlo), pierde su
valor, puesto que en español, al contrario que en francés, no existe en la grafía la oposición
ap- y app-. (N. del T.).
124 Enseñar: «Dar clase» en la Escuela de Jules Ferry
no llevan más que una p? Este tipo de recursos no evitaban hallar otros ver-
bos como apostasier, aposter, apostiller. Al menos, se habían limitado los
riesgos».253
Conforme a las preocupaciones morales de la pedagogía laica republi-
cana, la mayor parte de esos dictados están extraídos de obras con carácter
moralizador, como las de Jules Payot, rector del distrito universitario de
Aix-Marseille, autor de La educación de la voluntad (1894) y sobre todo de
La moral en la escuela (1907), que inspira este edificante dictado: «No solo
en la guerra se necesita sangre fría y valentía ante la muerte. En cada tem-
pestad, el marinero arriesga su vida; el albañil que coloca las tejas, el car-
pintero que pone el armazón de una casa, el maquinista de ferrocarril están
expuestos. Una inundación, un incendio, un salvamento pueden exigir
decisiones valientes. También hace falta valor contra el dolor físico, contra
la desgracia. Cuando un dolor inevitable o una desgracia irreparable nos
golpean, debemos esforzarnos por no pensar en ello. Recordarlo, dejarse
abatir por el dolor o atormentar por la pena, arruinan la salud y la ener-
gía. No reaccionar equivale a un suicidio y significa violar un deber esen-
cial». Además, los alumnos deben responder a estas preguntas: «1) Expli-
que la palabra irreparable. Ponga ejemplos. 2) ¿Qué quiere decir
atormentado por la pena? 3) Conjugue el verbo abandonarse en futuro ante-
rior».254 Esta intención moral se muestra también en los temas de redac-
ción, que parecen conminatorios y terminantes: «¿Cuáles serán, cuando
usted sea mayor de edad, sus deberes de ciudadano y cómo los ejerce-
rá?».255 Por otro lado, y contrariamente a lo que marca una tenaz costum-
bre, los problemas de aritmética no se reducen exclusivamente a los grifos
de bañeras ni a los trenes que se cruzan a velocidades diferentes en un
túnel. Son decididamente concretos y prácticos: «a) Hacen falta, aproxi-
madamente, 28 litros de leche para hacer 1 kg de mantequilla. Una vaca
proporciona, de media, 6,48 litros de leche al día durante todo el año.
¿Cuántas vacas serán necesarias para obtener en un año 1250 kg de man-
tequilla? b) ¿Cuál es el peso de un poste de roble de 5,40 m de longitud y
de 0,63 por 0,59 m de corte a escuadra? La densidad del roble es 0,93».256
barla; esta prueba, «que los “húsares negros” elegidos en cada cabecera de
comarca leen con torpeza, es el diploma codiciado por una cohorte cre-
ciente de colegiales de bata gris, dedos manchados de tinta, mirada clava-
da en los problemas de trenes que se cruzan y las orejas tiesas por las suti-
lezas ortográficas del dictado».263 El certificado, que constituye una
«selectividad de la primaria», es el privilegio obtenido por un grupo selec-
to y no, como se imagina demasiado a menudo, la recompensa general que
la Nación entrega indistintamente a sus casi cinco millones y medio de
escolares de enseñanza primaria.264 En 1882, solo el 6,9 % de los alumnos
de 11 años o más —es decir, en edad de presentarse— y el 12,7 % de los
mayores obtienen el certificado, porcentajes que no llegarán, respectiva-
mente, al 13,6 % y al 33,9 % hasta un cuarto de siglo después, en 1907.
Es a partir de 1936, y más aún a partir de 1947, cuando el certificado de
estudios se convertirá realmente en el diploma democrático de la mayoría
de los escolares, antes de iniciar su declive con la reforma de 1959 que
generalizaba el acceso a sexto curso, y su posterior supresión en 1989 en
favor de la ley Jospin.265 Todavía hoy, ese diploma suscita una innegable
nostalgia:266 «Desde que fue suprimido oficialmente —y con discreción—
en 1989, nuestro querido y viejo certificado sigue teniendo la aureola de
su gloria pedagógica. Imposible es aún hoy desmitificar esa edad de oro.
El complejo es tal, entre los discípulos de la pedagogía moderna, que
eruditos estudios sociológicos han querido mostrar que el nivel escolar
no había bajado tanto como ahora. Los comentarios y polémicas que
suscitaron los instrumentos de medida empleados acabaron por desacre-
ditar esa iniciativa, cuyos resultados e hipótesis no convencieron a
nadie».267
Además del certificado de estudios que sanciona el final de la escola-
ridad obligatoria, los republicanos crearon, por el decreto del 25 de enero
268 Sobre el decisivo pero complejo tema —por tener una doble tutela ministerial—
de la enseñanza técnica y profesional, cf. Guy Brucy, Histoire des diplômes de l’enseignement
technique et professionnel (1880-1965). L’État, l’École, les Entreprises et la certification des
compétences, Belin, 1998, obra de referencia.
269 Nicolas, Moi, Julien Garnier, hussard de la République, p. 134. ¿Debemos recordar
la palinodia que son hoy, a la inversa, las inspecciones tan programadas y previstas que se
desarrollan casi siempre de la mejor forma, cualquiera que sea la realidad cotidana de la
clase visitada? Sin embargo, no es fácil imaginar que un ministro de Educación Nacional
proponga, hoy, el restablecimiento de las inspecciones inopinadas.
128 Enseñar: «Dar clase» en la Escuela de Jules Ferry
orejas de burro, sin ser ficción, está mucho más difundida en la literatu-
ra que en la realidad.
En relación con las prohibiciones, en las paredes de las clases había
paneles amenazadores —una mano sujetando un puñal— que recordaban
la prohibición absoluta de escupir, para evitar el azote de la tuberculosis:
«Escupir en el suelo es atentar contra la vida de los demás». Carteles más
grandes, con el título A los alumnos de las escuelas, detallaban esas prohibi-
ciones, de manera no menos conminatoria, para fomentar la higiene y la
salud pública: «Está prohibido 1.º escupir en el suelo; 2.º mojar los dedos
en la boca para pasar las páginas de libros y cuadernos; 3.º introducir en
la oreja el extremo de un portaplumas o de un lápiz; 4.º limpiar las piza-
rras individuales escupiendo encima o aplicando directamente la lengua;
5.º sujetar con la boca los portaplumas, lápices, monedas, etc. ¿Quieren
saber por qué se les prohíbe todo esto? Pregunten a sus maestros y les
darán las explicaciones necesarias. Recuerden que ustedes no solo deben
obedecer estas indicaciones, sino que tienen el deber de darlas a conocer a
todo el mundo».272
Sin embargo, la Escuela republicana no fue escasa en recompensas,
empezando por los puntos que concedía diariamente a los mejores escola-
res. Generalizó esta práctica, heredada de las escuelas religiosas, destinada
a estimular y animar a los alumnos, conforme al ideal de fomentar el méri-
to. Los maestros de las escuelas con menos medios fabricaban ellos mis-
mos esos puntos, que se convertían en objetos de colección; los que tenían
más medios los compraban en planchas de cien, que luego iban despren-
diendo como si fueran sellos. A cambio de diez puntos, el buen escolar
puede recibir una imagen en color que representaba a menudo escenas
campestres o elementos de botánica. Esta recompensa es para el alumno el
testimonio de su aplicación y de su asidua asistencia. Pero la consagración
semanal es la cruz al mérito, «Legión de honor de los escolares», una meda-
lla de latón fundido o de hojalata con la inscripción AL MÉRITO, colgada
en la bata gris o negra mediante un trozo de cinta roja.273 Cada fin de
272 Ese cartel y el panel anterior están reproducidos en Gancel, Il y a un siècle… l’école,
p. 19.
273 Cf. Gaulupeau, La France à l’école, pp. 108-109, donde se realiza una magnífica
reconstitución de una bata negra adornada con la cruz al mérito.
130 Enseñar: «Dar clase» en la Escuela de Jules Ferry
277 L’Enfant, libro negro de la Escuela prerrepublicana —Vallès, nacido en 1832, tenía
cincuenta años cuando se votaron las leyes Ferry—, así como el conjunto de la trilogía de
Jacques Vingtras (con Le Bachelier y L’Insurgé), constituye un testimonio literario de pri-
mer orden sobre la escuela en el siglo XIX.
278 Su verdadero nombre era Émile Chénin (1870-1918), y tomó el revelador pseu-
dónimo de Moselly para recordar el río Mosela de su infancia y adolescencia. Nació en
París el 12 de agosto de 1870, donde su padre desempeñaba un modesto trabajo en la
Biblioteca Nacional. La madre, huyendo de la guerra, lo llevó en 1871 a Chaudeney, cuna
de la familia, pueblo de Lorena situado a orillas del Mosela a unos kilómetros río arriba de
Toul. Émile Chénin alimentaba dos ambiciones: escapar de la vida difícil de los campesi-
nos de Lorena de finales del siglo XIX y convertirse en escritor. Premiado por su maestro y
provisto de una beca, hizo sus estudios en Nancy y luego en Lyon. Obtuvo incluso la cáte-
dra de Letras Clásicas y enseñó sucesivamente en Montauban, Orleans, París, lo que le per-
mitió realizar la primera de sus ambiciones. Su amistad con Péguy, quien le publicó sus
cuentos en los Cahiers de la quinzaine —todos con el pseudónimo de Moselly— L’Aube
fraternelle (1902), Jean des brevis ou le Livre de la misère (1904), Les Retours, les haleurs, le
soldat (1906) y Le Rouet d’ivoire. Enfances lorraines (1907), le ayudó a realizar la otra ambi-
ción, reconocida incluso con el Premio Goncourt en 1907 por Terres lorraines. Moselly
publicó además La Vie lorraine. Contes de la route et de l’eau (1905), Joson Meunier, histoi-
re d’un paysan lorrain (1910), Fils de gueux (1912), La Charrue d’érable (1912) y Les Étu-
diants (1914). Falleció de un ataque al corazón el 2 de octubre de 1918. Moselly pinta una
Lorena rural en vías de desaparición y se integra de este modo en la corriente literaria regio-
nalista de la época, de la que es el representante lorenés más significativo. Como revelan
132 Enseñar: «Dar clase» en la Escuela de Jules Ferry
sus títulos, sus temas favoritos son el recelo con respecto a la ciudad y sus habitantes, su
interés por el mundo campesino, la gran simpatía por todas las víctimas de la vida: muti-
lados, solitarios, desarraigados, también queridos por su ilustre antecesor lorenés Maurice
Barrès (1862-1923) —escritor capital para comprender los cambios de Francia en general
y de la Lorena en particular entre los siglos XIX y XX— y que multiplican las razones del
éxodo rural. Caído hoy en el olvido, su obra literaria constituye, sin embargo, un testimo-
nio excepcional y auténtico de los cambios en los modos de vida y en las mentalidades, pro-
vocados por el paso de una cultura rural y campesina a otra industrial y urbana, con ana-
logías, mutatis mutandis, con la de Émile Verhaeren en Bélgica.
279 Émile Moselly, Joson Meunier, histoire d’un paysan lorrain, Ollendorf, 1910,
pp. 167-168.
Castigos, premios y recompensas 133
vés de la novela de Émile Moselly, Joson Meunier, […] como mejor pode-
mos imaginar lo que fue la entrega de los premios en la vida y en el ima-
ginario de miles de padres y de niños: detrás del intenso orgullo individual
del que el autor da testimonio, aparece el relato de un cambio social en el
que cada uno de los participantes comprende o, si no, siente todo el alcan-
ce político. En efecto, ¿ese día no es la prueba de que la escuela permite
por fin cumplir los ideales de la Revolución francesa?».280
Diga lo que diga la tradición escolar, la concesión de premios no
siempre se aprobó de forma unánime en el propio seno de los republica-
nos. Ferdinand Buisson, por ejemplo, muy próximo a las cualidades mora-
les que la Escuela de la República intentaba promover, criticaba duramen-
te la multiplicación de las recompensas formales y jerárquicas. Subrayaba
la importancia de concederlas al comportamiento: de ese modo, los alum-
nos con resultados escolares desiguales, pero de comportamiento ejemplar
recibían de recompensa un «premio a la conducta». Se descubre la misma
desconfianza —tal vez por sus comunes convicciones protestantes— en
Pauline Kergomard, principal fundadora de las escuelas maternales, quien
prohíbe en ellas la entrega de premios, argumentando que esa ceremonia
es antipedagógica, puesto que valora las individualidades y con ello susci-
ta celos y rivalidades.
Este rechazo a la competición ha servido incluso de base a ciertas ins-
tituciones. En la Escuela alsaciana, creada en París en 1872 por un puña-
do de pedagogos, también protestantes, convencidos de que el desastre de
1870 significaba la derrota de una enseñanza que había que revisar de arri-
ba abajo, se busca en primer lugar el completo desarrollo individual de
los alumnos. En ella, se generalizan especialmente los deportes y las len-
guas vivas, y se rechazan por igual las sanciones retrógradas y los premios
tradicionales.281 Ferdinand Buisson resume la filosofía de esta escuela —que,
para muchos, es también la de la Escuela de la República en su conjun-
to— en el discurso que pronuncia en ella en 1887, con ocasión de esa
El orgullo de los niños de las escuelas de Alsacia, tras obtener el certificado (hacia 1900).
283 Laot, Les hussards bleus de Bretagne, pp. 60 y 64 para el detalle de las distinciones.
284 Julien Garnier acaba de explicar: «Siempre tuve propuestas de ascenso entre las que
elegir y siempre fui ascendido con varios años de retraso con respecto a mis compañeros
que trabajaban en el ámbito rural. Esto es debido a que los maestros de Rennes ocupaban
una plaza privilegiada y muy deseada».
285 Nicolas, Moi, Julien Garnier, hussard de la République, pp. 136-137.
144 Enseñar: «Dar clase» en la Escuela de Jules Ferry
286 Sobre la difusión —lenta, a pesar del desarrollo editorial— de la lectura, cf. Jacques
Ozouf y François Furet, Lire et écrire. L’alphabétisation des Français de Calvin à Jules Ferry,
Minuit, 1977.
287 Sobre la historia de la edición en el siglo XIX, cf. Élisabeth Parinet, Une histoire de
l’édition contemporaine, XIXe-XXe siècle, Seuil, 2004; Jean-Yves Mollier, L’argent et les lettres.
Histoire du capitalisme d’édition, 1880-1920, Fayard, 1988, e ídem (dir.), Le commerce de
la librairie en France au XIXe siècle, 1789-1914, IMEC, 1998.
288 Sobre los manuales escolares, cf. Speeckeart, Livres scolaires d’autrefois de 1840 à
1940.
La república de los libros 145
seller siguió Los hijos de Marcel. Instrucción moral y cívica en acción. Libro
de lectura corriente, curso medio, conforme a los programas del 27 de julio de
1882 (1887, 120.ª edición en 1907). A principio del siglo XX, Belin tuvo
grandes éxitos con la serie de manuales Aritmética práctica y razonada
(1908, y hasta 1929), de Xavier Mortreux, utilizada en todos los niveles
de la enseñanza primaria.
El 17 de agosto de 1826, Louis Hachette, veintiséis años de edad,
adquiere los fondos de la librería de Jean-François Brédif (600 volúmenes),
calle Battoir-Saint-André en París, y se abre a la prensa, después a la edición
de enseñanza escolar y universitaria.292 En 1827, la Librería Hachette publi-
ca su primera obra: el Diccionario griego-francés, de Charles Alexandre. A
partir de 1833 y de las leyes Guizot que reforman el primer grado de la ense-
ñanza, y que se materializan en la compra de millones de manuales escola-
res por parte del Ministerio de Instrucción Pública, la empresa de Louis
Hachette, que obtiene el título de «Librería de la Universidad Real de Fran-
cia» (1836), crece considerablemente, ampliando sus actividades. A partir de
1850, aborda la literatura general y publica en particular a Lamartine,
Michelet, Hugo, Gobineau, Fromentin, e incluso Taine. Cercano al poder,
Louis Hachette maneja la situación de monopolio de su empresa y desarro-
lla sus actividades en la prensa y la distribución, creando principalmente,
con el apoyo del duque de Morny, la «Biblioteca de los ferrocarriles» (1852),
red de puntos de venta que distribuyen especialmente las obras de la casa.293
Entre las numerosas obras de éxito, publicó la primera edición del
Diccionario Littré (1863). A la muerte de Louis Hachette (1864), su Libre-
ría es el primer editor mundial. Las leyes escolares republicanas de los años
ochenta consolidaron evidentemente sus posiciones, sobre todo en histo-
ria,294 en geografía295 y en literatura. Las cifras hablan por sí mismas: el
292 Sobre Louis Hachette, cf. Jean Mistler, La Librairie Hachette de 1826 à nos jours,
Hachette, 1964, y Jean-Yves Mollier, Louis Hachette. Le fondateur d’un empire, Fayard,
1999.
293 La idea le vino cuando visitó la Exposición Universal de Londres (1851), en la que
descubrió la red de quioscos de estación, concebida por su colega británico W. H. Smith.
294 Con la monumental Historia de Francia, desde los orígenes hasta la Revolución, diri-
gida por Ernest Lavisse y «publicada con la colaboración de los señores Bayet, Bloch, Carré,
Coville, Kleinclausz, Langlois, Lemonnier, Luchaire, Mariéjol, Petit-Dutaillis, Pfister,
Rébelliau, Sagnac, Vidal de La Blache» (1903-1911, 9 tomos en 19 vols.).
295 Especialmente con el Cuadro de la geografía de Francia (1905), de Paul Vidal de La
Blache, integrado en la Historia de Francia, de Levisse, anteriormente mencionada.
La república de los libros 147
296 Cifras proporcionadas por Mistler, La Librairie Hachette de 1826 à nos jours,
p. 192.
297 Sobre este monumento editorial y pedagógico de la Escuela de la República,
cf. Pierre Nora, «Le “Dictionnaire de pédagogie” de Ferdinand Buisson. Cathédrale de
l’école primaire», en Nora (dir.), Les lieux de la mémoire, pp. 327-347; Daniel Denis y Pie-
rre Kahn (dirs.), L’école républicaine et la question des savoirs. Enquête au cœur du «Diction-
naire de pédagogie» de Ferdinand Buisson, prefacio de Pierre Nora, CNRS, 2003; Patrick
Dubois, con la colaboración de Anne Bruter, Le «Dictionnaire» de Ferdinand Buisson. Aux
fondations de l’école républicaine (1878-1911), Peter Lang, Berna (Suiza), 2002.
298 Sobre el detalle de los colaboradores, cf. Patrick Dubois, Le «Dictionnaire de péda-
gogie et d’instruction primaire» de Ferdinand Buisson. Répertoire biographique des auteurs,
INRP, Saint-Fons (Rhône), 2002.
299 Cf. Dictionnaire de pédagogie et d’instruction primaire. (Extraits), edición de Pierre
Hayat, Kimé, 2000, única edición disponible (256 páginas), evidentemente con muchas
lagunas.
300 Nora, «Le “Dictionnaire de pédagogie” de Ferdinand Buisson. Cathédrale de
l’école primaire», en Nora (dir.), Les lieux de la mémoire, p. 327.
148 Enseñar: «Dar clase» en la Escuela de Jules Ferry
301 El sector de la edición escolar está hoy muy concentrado, puesto que la parte esen-
cial del mercado francés está repartido entre seis «generalistas», reunidos en el seno de la
La república de los libros 149
bación de las leyes Ferry, en uno de los editores clásicos franceses más
importantes gracias al triunfo de los manuales de ortografía y de gramáti-
ca de Larive y Fleury, en particular de los volúmenes de la serie La escuela
(1872), así como de los manuales de aritmética de Pierre Leyssenne
(1872). Pero la fortuna sonríe a Armand Colin con la publicación del
«Pequeño Lavisse».302 Colin tuvo también un gran éxito con los atlas, los
mapas geográficos murales y la monumental Geografía universal, de Paul
Vidal de La Blache, y también con el Manual republicano del hombre y del
ciudadano (1904), de Charles Renouvier, autor del célebre Pequeño trata-
do de moral para uso en las escuelas primarias laicas (1879).
En 1875, diez años después de Delagrave y cinco años después de
Armand Colin, Ernest Flammarion, entonces empleado de librería, se aso-
cia con Charles Marpon, que explotaba dos soportales bajo las galerías del
Odeón, en el distrito 6 de París: los dos socios compran tiendas y estable-
cimientos en el barrio, y una imprenta.303 Un año más tarde, la casa Mar-
pon-Flammarion publica su primer libro: La cuerda al cuello, de André
Gide (1876). A partir del triunfo de La astronomía popular (1878), de
Camille Flammarion, hermano del editor, con 100 000 ejemplares vendi-
dos, la casa encadena los éxitos con la edición ilustrada de La taberna
(1879), de Zola, y de otros autores de renombre: Daudet, Maupassant,
Michelet y más tarde Henri Barbusse o Jules Romain, que son a menudo
los «libros de premio» entregados a los escolares. Tras el fallecimiento de
Charles Marpon (1890), Ernest Flammarion se convirtió en el único pro-
pietario de la editorial —instalada en el número 26 de la calle Racine, en
el distrito 6, que fue su sede hasta el verano de 2005— y de las cinco libre-
asociación Savoir Livre: Belin, Bordas, Hachette, Hatier, Magnard, Nathan, a los que se
añaden algunos «especialistas», es decir, editores que no cubren ni todas las disciplinas ni
todos los niveles, como Delagrave y Bréal.
302 Fue publicado con su título completo: La première année d’Histoire de France, avec
récits. Ouvrage contenant des gravures, des cartes, des questionnaires, des devoirs et un lexique
explicatif des mots difficiles, à l’usage des élèves qui recherchent le certificat d’études primaires
(1876; reed., 1883, luego en 1884, con el título La première année d’Histoire de France
(ouvrage nouveau). Leçons, récits, réflexions à l’usage des élèves qui recherchent le certificat
d’études primaires. Programme de 1882). Pierre Nora precisa a este respecto: «El auténtico
manual de primaria, en el que Lavisse pone todo su corazón y su arte, es el de 1884, con-
forme al programa de 1882». Además, Lavisse publicó con el pseudónimo de Pierre Laloi,
siempre en Armand Colin, La première année d’instruction civique (textes et récits) (1880) y
Petites histoires pour apprendre la vie (1887).
303 Cf. Élisabeth Parinet, La Librairie Flammarion, 1875-1914, IMEC, 1992.
150 Enseñar: «Dar clase» en la Escuela de Jules Ferry
304 En la actualidad, sigue controlada por la familia Gründ y continúa siendo inde-
pendiente y familiar, caso aislado junto con el de las casas Belin y Gallimard.
305 La aritmética del certificado elemental de capacidad para la enseñanza primaria, para
uso de los candidatos a dicho certificado, obra seguida de temas de teorías, de ejercicios de cálcu-
lo y de problemas recogidos de los exámenes (1886) y La aritmética del año complementario,
para uso en las escuelas primarias públicas y libres y de las escuelas profesionales, seguida de un
curso de álgebra esencialmente práctica (1886).
306 Se trata de las reediciones y refundiciones del Auténtico manual de las conjugacio-
nes, o la Ciencia de las conjugaciones puesta al alcance de todo el mundo (1842), de Louis-
Nicolas Bescherelle (1802-1883), alias Bescherelle el Mayor, asociado a su hermano Henri
(1804-1887), alias Bescherelle Joven (sic), a quien debemos además El auténtico manual de
los participios franceses, o Diccionario de los participios presentes y pasados, clasificados por regla
y por oden alfabético. Obra teórica y práctica (1852).
La república de los libros 151
vivas. Más tarde trabajó la edición escolar. Desde 1978 pertenece al grupo
Alexandre Hatier.
Un año después de Gründ y de Hatier, Fernand Cahen, llamado
Nathan, con veintitrés años de edad, funda en 1881, en el número 16 de
la calle Condé, en el distrito 6 de París, una editorial clásica que será la
Librería Fernand Nathan. Totalmente adicto a las ideas pedagógicas de
Jules Ferry, aprovecha rápidamente las leyes escolares republicanas para
concebir nuevos libros adaptados a los programas recientemente apareci-
dos. Al mismo tiempo, empieza a publicar obras destinadas a formar a los
nuevos maestros. Conoce los primeros éxitos con la Instrucción moral y
cívica: el hombre, el ciudadano, para uso en la enseñanza primaria (1882) y
El libro de moral del pequeño ciudadano (1896), del diputado Jules Steeg
(1836-1898), y también con un Curso de pedagogía para uso en la enseñan-
za primaria redactado conforme al programa oficial (1882), por Pierre Vin-
cent. De ese texto se sucedieron diez ediciones en tres años. El éxito se
confirmó a partir de 1883 con el triunfo de los manuales de historia de
Ernest-Charles Coutant y Auguste Ammann. Fernand Nathan innova
completando sus colecciones de manuales escolares con material educati-
vo adaptado al niño, que es desarrollado con el aval de las inspectoras
generales de las escuelas maternales, empezando por Pauline Kergomard,
que colabora además en la creación de la revista pedagógica Éducation
enfantine (1905) destinada a los maestros. Nathan amplía este campo en
1917 al hacerse cargo del Journal des instituteurs, creado en 1854. Diversi-
fica sus actividades de editor escolar desarrollando libros de lectura que
prolongan las clases recibidas en la escuela, en colecciones como Cuentos
y Leyendas, Josette o Las Historias de la Madre Nanette.
Para cerrar esta evocación del importante aporte de los editores a la
expansión de la Escuela republicana, detengámonos en «el libro de los
libros»: el Gran diccionario universal del siglo XIX, de Pierre Larousse, publi-
cado entre 1863 y 1876, completado con un primer Suplemento (1878) y
luego con otro segundo (1890).307 Hijo de un fabricante de carros y de
una mesonera de Toucy (Yonne), Pierre-Athanase Larousse (1817-1875),
307 Sobre este monumento editorial, pedagógico y político, para gloria de una Repú-
blica a la que ayudó poderosamente a imponerse, cf. Pascal Ory, «Le “Grand dictionnai-
re” de Pierre Larousse. Alphabet de la République», en Nora (dir.), Les lieux de mémoire,
pp. 227-238.
152 Enseñar: «Dar clase» en la Escuela de Jules Ferry
* «Je sème à tout vent», el dibujo de una niña (la «sembradora») soplando sobre un
diente de león y una gran L mayúscula forman el distintivo de la editorial, que puede verse
en cualquiera de sus publicaciones. (N. del T.).
La república de los libros 153
308 André Rétif (Pierre Larousse et son œuvre, 1817-1875, Larousse, 1975) evaluaba en
unos treinta millones el número de ejemplares del Petit Larousse illustré vendidos entre
1905 y 1975.
154 Enseñar: «Dar clase» en la Escuela de Jules Ferry
de estudios acentuó aún más ese enciclopedismo. […] ese título revelador
de la colección de J. B. Tartière (1897) De todo un poco, en el que enume-
ra los diversos temas tratados en El año preparatorio de la lectura corriente,
de M. Guyau (1884): moral, cosmografía, geografía, física, instrucción
cívica, historia, literatura… para niños de 8 y 9 años. Se ponen de moda
los fragmentos elegidos, los textos en migajas. El manual no se ciñe a una
idea, a una dificultad; es un popurrí: lo barroco se vierte en lo rococó».309
Sucede que esos libros de clase son obra de maestros, hombres o
mujeres del «terreno». Tal es el caso de Mathurin Boscher (1875-1915),
autor de un método de lectura silábica (1906) que, todavía hoy, gusta a los
maestros o a las familias alérgicos a los estragos del método global. El reco-
rrido de Boscher es ejemplo de la meritocracia republicana: hijo de cam-
pesinos, fue admitido en 1892 en la Escuela de Magisterio de Saint-
Brieuc, de la que salió con su diploma superior y obtuvo luego su
certificado de aptitud pedagógica. Maestro en prácticas en Yffignac y más
tarde en Gouray, obtuvo la titularidad en 1901 como adjunto en Lamba-
lle, antes de obtener, con su esposa igualmente maestra, el puesto en Saint-
Barnabé, municipio de Côtes-du-Nord del que fue alcalde en 1912.
Renuncia entonces a la enseñanza en el aula para dedicarse plenamente a
su método de lectura silábica, que toma la forma de un manual titulado
Método Boscher o las actividades diarias de los más pequeños.310 Publicado en
1906 por el impresor Guyon en Saint-Brieuc, el Método Boscher fue, a la
muerte de su creador, continuado por su viuda y por su sucesor en la escue-
la de Saint-Barnabé, Joseph Chapron, que llegó a maestro honorario en la
escuela de chicos del cercano municipio de Loudéac. Desprestigiado por
los pedagogos «modernos», sigue siendo el único método silábico todavía
comercializado y continúa, en sordina, iniciando a muchos niños de Fran-
cia (y, secundariamente, dando satisfacción a Ediciones Belin que lo
comercializan desde 1985).
Un oficio modesto
Sabemos la función social, sobre todo en los pueblos, que desempe-
ñaban los maestros. Pero, como atestigua la casi totalidad de los testimo-
nios, a menudo, por falta de recursos propios suficientes, los maestros
sacan partido a sus competencias profesionales desarrollando otras tareas,
en especial la de secretario de ayuntamiento. Nada nuevo después de todo,
puesto que, en el Antiguo Régimen, el regente* del pueblo, menos favore-
cido todavía, se convertía de repente —para llegar a fin de mes— en jor-
nalero, músico en los bailes, carpintero, herrador de caballerías, techador,
tonelero, viñador, guarda rural, pregonero, barbero, incluso —más noble-
mente— secretario judicial, notario, oficial de notaría o cirujano. Esas
tareas eran desempeñadas más frecuentemente durante las vacaciones
escolares: «El maestro […] trabaja en los campos cuando el verano le priva
de sus alumnos. Es segador en junio y agosto, vareador de manzanas en
septiembre, trillador hasta Todos los Santos, antes de volver, bronceado y
extenuado, a su abecedario. Por otro lado, las maestras, la mayoría de las
cuales depende de congregaciones religiosas o laicas, tienen como función
esencial, además de la enseñanza de las chicas, cuidar enfermos y hacer
obras de caridad».311 En lo sucesivo, el maestro valora su perfecto domi-
nio del conocimiento teórico para completar sus magros ingresos convir-
merienda, los niños iban con su vaso metálico a mojar su pan seco en el
agua de la bomba manual. Conocí en esa época a un maestro, con familia
numerosa, que iba a trabajar durante las vacaciones de verano como jor-
nalero en desmontes. Yo me casé con una maestra y mis dos hijos pudie-
ron hacer estudios completos».324 Así se explica, en muchos casos, la endo-
gamia entre maestros y maestras, que, por lo demás, era recomendada y
estimulada por las autoridades ministeriales, como analiza este maestro
parisino, nacido en 1894: «Estaba el atractivo de la jubilación. Cuando
un joven maestro podía casarse con una joven maestra, ambos hacían un
negocio bastante interesante, pues, reuniendo los dos pequeños sueldos,
podían tener una vida un poco mejor. A veces, si ella no trabajaba en la
enseñanza, regentaba un pequeño comercio que iba a su nombre».325 Este
era el caso de la esposa de Julien Garnier, nuestro maestro-testigo de Ille-
et-Vilaine: ella regentaba una mercería en Rennes.
331 Ib.
332 Ib.
La jornada sin límites 165
del “jefe autoritario”. Poco querido por sus adjuntos, para intimidarles
pretendía hacerles creer que tenía “acceso directo” a la Academia. Quien
hubiera intentado hacerle frente se habría visto amenazado con un trasla-
do de oficio. No se bromeaba en aquella época».337 Más graves que esas
susceptibilidades eran los asuntos de moral. La irregularidad que peor
soportan los maestros, sobre todo los que acaban de terminar sus estudios
y que siguen impregnados de la elevada formación intelectual y moral reci-
bida durante tres años, es la transgresión de la ley. Denuncian en sus supe-
riores directos conductas deshonestas, incluso corrupción: esos responsa-
bles, a menudo con escasos recursos materiales pero nunca de
imaginación, multiplican los métodos «turbios». El uno se adjudica todos
los beneficios de la venta a los alumnos del material escolar; el otro recha-
za participar en los estudios nocturnos de pago, pero no olvida reservarse
una parte importante de la remuneración. Más inaceptable todavía es la
conducta de ese director de Torigny (prov. de la Manche), que crea, deli-
beradamente durante varios años, hasta una veintena de alumnos ficticios
para conservar el beneficio de un curso complementario. Uno de sus
adjuntos se indigna: «Como esa escuela de cuatro clases tenía un curso
complementario [C. C.], hacía falta un mínimo de alumnos para mante-
ner ese C. C. Debido a eso, el director inscribía en el registro de matrícu-
la y en las listas de las cuatro clases quatro o cinco alumnos ficticios por
clase, a los que había que calificar cada redacción del mes: de ese modo,
había de 15 a 18 alumnos ficticios, y eso durante varios años. Harto de
tanta falta de honestidad, me negué a ser su cómplice».338
Sin embargo, lejos de ser estrictamente negativos, los sentimientos de
los adjuntos sobre sus directores son a menudo una mezcla de viva admi-
ración y franca hostilidad. Julien Garnier, cuando, en su segundo destino,
fue nombrado maestro adjunto en la Escuela Saint-Léonard de Fougères,
recuerda su reacción ante al director, señor Gobé. Este le inspira primero
comentarios muy elogiosos: «¡Cuántas veces, después de haberme escucha-
do dar la lección, la repitió para darme un ejemplo vivo y experimentado!
Nos mostraba el trabajo con el ejemplo. Él vigilaba el estudio de la maña-
na. Muy a menudo, la media noche le encontraba todavía en su despacho,
corrigiendo deberes y repasando lecciones. […] El padre Gobé tenía tal
autoridad sobre nosotros, antiguos alumnos suyos, que nunca nos habría-
mos atrevido, a pesar del cansancio acumulado por las clases prolongadas,
a negarnos a incluir sus correcciones. La pereza no formaba parte, cierta-
mente, de ese sistema de trabajo. En lo que a mí concierne, debo recono-
cer que fue él quien me enseñó mi oficio. Se entregaba con tal pasión que
su actividad sacudía la indolencia de los más perezosos y les obligaba a tra-
bajar. Estuve durante tres años bajo su dirección: un año en el curso pre-
paratorio, otro año en el curso elemental y el tercero en el primer año del
curso medio. Seguí a mis alumnos, aunque todos ellos no me siguieron.
Pero, de 120 que tenía en el curso preparatorio, unos 70 estuvieron con-
migo en tercer curso, y muchos pudieron saltarse un curso para entrar
directamente en el de preparación para el certificado de estudios. Y, al año
siguiente, en el oral o más bien en la parte práctica del certificado de apti-
tud pedagógica, mis tres examinadores […] me dieron, a mí, una nota bri-
llante como recompensa de esos tres años de noviciado: 18 puntos de 20.
El señor Trevet, cuando regresó a Fougères, felicitó al señor Gobé por mi
éxito. Y no le faltaba razón, pues seguramente se lo debía a su ejemplo, a
sus consejos y a la autoridad que tenía sobre mí. El señor Gobé era un
excelente director, un maestro entregado sin límites, un trabajador infati-
gable, y tambien un conversador muy agradable, de cuya compañía no
huíamos, al contrario. […] Nuestro director profesaba, a nuestro parecer,
opiniones anticuadas. Nos gustaba emitir ideas muy avanzadas, que siem-
pre excitaban su imaginación y avivaban el debate».339
Es difícil imaginar a priori un retrato más caluroso, más elogioso, más
adulador. Sin embargo, el tono cambia rápidamente. Ese mismo director,
pedagogo ejemplar, presenta una avaricia sórdida en sus funciones de
intendente y furriel, en particular como responsable de las compras nece-
sarias para el internado: «Nuestras relaciones habrían sido totalmente cor-
diales si el jefe no hubiera sido, a la vez que director, vendedor de sopa.
Comíamos en el refectorio, con los alumnos, con los cuales compartíamos
la escasa pitanza. La mesa de la Escuela Saint-Léonard era legendaria.
Muchos maestros adjuntos la habían probado y habían extendido por toda
la provincia su detestable reputación. Eso era así porque el señor Gobé era
muy avaro, y, en una época en la que los maestros llegaban con mucha
dificultad a fin de mes, él encontraba la manera de ahorrar diez mil fran-
cos cada año. Su sueldo era el mismo que el de sus colegas, por lo que sus
ahorros provenían únicamente de los beneficios que obtenía con la explo-
tación del internado. Para amasar una importante fortuna, especulaba con
nuestros quejosos estómagos. […] Como, en definitiva, nuestro paso por
Fougères solo era pasajero, aceptábamos nuestro mal con paciencia, espe-
rando solicitar un puesto mejor. […] Ahora bien, un domingo, el señor
Gobé, invitado a cenar en casa del recaudador de impuestos de Fougères
[…] y con prisa para marcharse, rechaza […] el dinero necesario para
comprar café, diciendo según parece: “Esos señores esperarán o prescindi-
rán de él”. Esa vez, la roñería pasó de la raya. Provistos de un trozo de tiza,
escribimos la palabra Harpagon,* con letras enormes, en la puerta de su
despacho. Él había regresado antes que nosotros. Cuando llegamos, la ins-
cripción había desaparecido y nunca oímos hablar de ella. Yo era su anti-
guo alumno. Tenía su confianza y me esforzaba por mantenerla a través de
mi trabajo y de los favores que pudiese hacerle. Sin embargo, yo fui la
causa de la liquidación del internado que constituía la parte principal de
sus ingresos».340 No contento con ser de una roñería al estilo de las nove-
las de Balzac, el director se muestra claramente deshonesto y no duda en
perjudicar a sus adjuntos: «Siempre continuamos el estudio en cada una
de nuestras aulas. El director percibía la retribución al final de cada trimes-
tre. Con el pretexto de los conceptos de dirección y de vigilancia, nos daba
solamente la mitad de la suma percibida. Lo mismo pasaba con el dibujo.
Cobraba 300 francos y nos daba 150. No nos percatábamos de esos des-
cuentos».341 El epílogo de esta guerra de usura —en todos los sentidos del
término— entre el director, sin embargo buen pedagogo, y sus adjuntos
era un traslado disfrazado de ascenso. Más tarde volverán a encontrarse
más tranquilamente: «Esa pequeña guerra no podía eternizarse. Hice un
viaje a Rennes; […] obtuve la promesa de un nombramiento en Rennes
para el año siguiente. Mis relaciones con la dirección, muy tensas al prin-
cipio, acabaron suavizándose. El señor Gobé, aunque a regañadientes, no
tenía más remedio que recurrir a nuestros servicios. Ya no ordenaba: nos
rogaba. […] Cuando se enteró de que yo iba a ser nombrado en Rennes,
el señor Gobé en persona, de paso por la inspección académica, según el
secretario, me llenó de alabanzas. Quizá estaba contento por haberse libe-
rado de un colaborador indeseable. [El señor Gobé], para hacer las paces,
eligió el pretexto de mi éxito en el certificado de aptitud pedagógica para
comunicar mis notas a mi tía, quien se apresuró a transmitírmelas. Por mi
parte, escribí a mi antiguo maestro para expresarle mi reconocimiento ase-
gurándole, y era de justicia, que yo debía mi éxito a las excelentes leccio-
nes que me había dado. Desde entonces, cuando yo pasaba por Fougères,
él me invitaba siempre a cenar. Yo respondía del mismo modo, cuando él
venía a Rennes. Y nunca hablamos del engorroso asunto que le había cau-
sado tan grave perjuicio».342
En otros casos, lo que se pone en duda es la calidad profesional del
director o de la directora, como en Mazières-en-Gâtine: «Desde 1856, la
escuela de los chicos estaba dirigida por un maestro muy bueno; hubo que
esperar hasta 1886 para que en la escuela de las chicas hubiese una buena
directora. Sus adjuntas no fueron todas excelentes: el pleno municipal soli-
citó incluso el traslado de una de ellas (deliberación del 3 de abril de
1888). A partir de 1895, esta escuela tuvo que competir con una escuela
privada católica».343 Los maestros, al contrario, acostumbrados a los rigo-
res de la escuela de magisterio, no ocultan nunca su aprobación cuando el
director se muestra brutal o demasiado estricto. Se dibuja la imagen valo-
rada del «jefe» escolar, brusco y enérgico, que dirige su escuela con fusta.
Esta es la manera de actuar, entre otros, del señor Pilard, responsable de la
escuela sita en la calle Échange, de Rennes: «El señor Pilard era muy acti-
vo. Dirigía su escuela demasiado militarmente, en opinión de algunos.
Pero el orden y la disciplina reinaban en ella por el bien de los estudios y
la tranquilidad de los maestros. La excelente reputación de la escuela se
manifestaba en cada inicio del curso por una gran afluencia de alumnos.
Todos los pupitres estaban ocupados; los pupitres supletorios, colocados
en todos los rincones, no bastaban para acoger a todo el mundo. Al cabo
de un mes, no teníamos problemas de espacio; la autoridad dictatorial
había eliminado a los indeseables. Nos bastaba con llamar la atención del
señor Pilard sobre la insuficiente o mala voluntad, la pereza o la indiscipli-
na de un alumno para que nos lo quitara de encima: “¡Dame tus libros y
348 Maestra de Basses Alpes, nacida en 1883, citada con las iniciales E. V., ib.,
p. 149.
* Ver supra, nota * de p. 155. (N. del T.).
349 Maestra de Gers, nacida en 1873, citada con las iniciales Mme B., ib., pp. 149-150.
350 Citado con las iniciales A. P., ib., p. 155.
351 Citada con la firma Mme B., ib., p. 154-155.
Relaciones sociales complicadas 175
358 Nicolas, Moi, Julien Garnier, hussard de la République, p. 110. El nombre exacto de
esta agrupación era: Asociación Amistosa de los Antiguos Alumnos de la Escuela de Magis-
terio de Rennes y de los Maestros y Maestras Laicos de Ille-et-Vilaine. Creada el 4 de
diciembre de 1890 por la autorización de la prefectura, contaba con casi 1100 miembros
en 1906, pero fueron menos de 500 en 1919, tras la Primera Guerra Mundial.
De las «amistades» al sindicalismo 179
359 Citado con las iniciales A. F., en Jacques Ozouf, Nous les maîtres d’école, p. 265.
360 Ib., p. 275.
361 Sería ilusorio pensar que esta práctica haya desaparecido totalmente de las costum-
bres políticas un siglo más tarde…
180 El estatus social: la vida cotidiana fuera de la clase
guerra! ¡Todos cumplen con su deber hasta el final! Toda una generación aba-
tida. […] Estoy convencido de que nuestra vieja Escuela verá de nuevo las
generaciones de alumnos-maestros que se prepararán para desempeñar su
trabajo con espíritu de abnegación, de concordia y de unión, indispensables
para reconstruir nuestra desgraciada patria, cuando haya pasado la tormen-
ta que la asola en este momento».374
que le valió ser citado por la sala de lo penal de Yonne: absuelto por el tribunal, fue desti-
tuido por el ministro de Instrucción Pública.
374 Nicolas, Moi, Julien Garnier, hussard de la République, pp. 82-83. Las últimas pala-
bras se refieren a la Segunda Guerra Mundial, ya que Julien Garnier escribió sus Mémoires
en 1944, un año antes de su muerte.
375 Vial, Les instituteurs, p. 176.
186 El estatus social: la vida cotidiana fuera de la clase
tropas que le presentan las armas. Felicita con entusiasmo a los soldados,
estrecha la mano del comandante. Nos disponemos a desfilar cuando el
señor Even, el cura decano, sale de su casa situada en uno de los ángulos
de la plaza. Se ríe visiblemente de nuestra exhibición. Obedeciendo a no
sé qué arrebato, mando a mi tropa que se sitúe en frente del señor cura y
ordeno con una voz potente: “¡Carguen! ¡Apunten! ¡Fuego!”. El señor cura
no está muerto. Incluso se ríe con más ganas. Para dejar claro que también
nosotros nos divertimos, mis soldados terminan la sesión presentándole las
armas».379
En el día a día, las posiciones se radicalizaban inevitablemente. Hasta
la ley del 9 de diciembre de 1905 sobre la separación de las Iglesias y del
Estado, y particularmente bajo el ministerio de Combes, los antagonismos
tenían un carácter difuso. Poco a poco, el clima se volvió más tenso y, de
alguna manera, las oposiciones se institucionalizaron: «Pero, como sucede
en este tipo de conflictos, las posiciones se van a endurecer a lo largo de la
batalla: la Iglesia va a aliarse con el ultramontanismo, con la derecha más
tradicional; y los laicos, al identificarse con la República, pasan de la neu-
tralidad al ateísmo. En un primer momento, la Iglesia pretende sobre todo
oponer a los “principios de Jules Ferry” sus propios principios: a la neutra-
lidad, la obligación de predicar el Evangelio; a la gratuidad, el hecho de
que la educación es una obra de asistencia determinada por la caridad; a la
obligación, el simple deber impuesto a la conciencia del padre de familia,
sin compromiso de la sociedad. Por su parte, los legisladores de 1881-
1889 afirman […] que la laicidad no excluye un mínimo celo religioso.
Esto siempre es tema de debate en los programas de “Deberes con respec-
to a Dios” y, en la práctica, el debate se centra en “la obediencia a las leyes
de Dios”. El artículo “Laicidad” del Diccionario insiste en el hecho de que
la reforma, aunque establece “la exclusión individual de cualquier maestro
religioso, no prohíbe ninguna categoría de ciudadanos”. Basta con que se
amolde a las condiciones previstas en la ley. Pero eso es, precisamente, lo
que rechazan las autoridades episcopales y los superiores de las congrega-
ciones. […] Para comprender esta lucha sin perdón, solo hay que ver las
caricaturas del dibujante Henriot, de 1900 a 1905, en el diario La Croix.
[…]. Era la guerra porque sí. Como la parodia de la peor canción patrió-
tica de la época (la nodriza explica por qué no quiere dar el pecho al hijo
entre los chicos de 6 a 13 años, y al 92,59 % entre las chicas. Más ilustra-
tiva aún es la rápida disminución de las “faltas de asistencia en invierno y
en verano”, relacionadas con el clima y la participación en los trabajos
rurales. En esos periodos, la asistencia global pasa del 79,1 % en 1866 al
95,6 % en 1896. Por último, se reconoce que en el periodo 1901-1906, la
instrucción “rudimentaria” ha sido adquirida por el 97 % de los hombres
y el 95 % de las mujeres. La tasa media de los alfabetizados llega al 95 %,
nivel alcanzado incluso en las pequeñas ciudades industriales y míseras
como las de la provincia de Nord.
En resumen, el balance es muy positivo, y la determinación del Esta-
do ha sido eficaz. Otro criterio que aclara esta gran evolución es el origen
social de los estudiantes de magisterio: «En la Escuela de Magisterio de
Saint-Lô, en el periodo 1880-1884, el 53 % son hijos de campesinos, el
28 % hijos de artesanos o de comerciantes, únicamente el 3,4 % son hijos
de obreros. En 1920, las cifras respectivas son: 9 %; 12 %; 49,5 %. […] En
Seine-Maritime, de 1898 a 1902, […] el estrato rural es muy mayoritario
entre los candidatos (menos entre las candidatas): los alumnos llegan
directamente de la escuela primaria, en la que su maestro les ha preparado
hasta los 16 años para el ingreso, nivel diploma elemental; los hijos de los
campesinos son el 21,5 % en el periodo 1892-1896, y únicamente el
13,75 % en 1910-1914; también entonces los hijos de los obreros ocupan
su lugar».382 Esta expansión descansa, sencillamente, en un esfuerzo pre-
supuestario sin precedentes: en total, el Estado dedica en 1889 cerca de
98 millones de francos solo para la enseñanza primaria, frente a los
50 000 francos durante la Restauración, los 9,5 millones en 1869 y los
27 millones en 1879. Así se inicia esta prioridad presupuestaria destina-
da al desarrollo del saber, de la cultura y de la inteligencia, elección carac-
terística de las sociedades modernas que apuestan por el progreso.
Eternas apuestas
Cien años después de la promulgación de la ley de 1905, podemos
concluir esta evocación del día a día de los «húsares negros» de la Repúbli-
ca en los inicios del siglo XX con algunas reflexiones políticas, filosóficas,
incluso filológicas, inspiradas en las nociones capitales de laicidad y de
autoridad, pareja indisociable en el seno de la Escuela de la República,
siguiendo la estela de Jules Ferry.
En lo que a mí respecta, la conciencia de esa larga duración se funda en
la experiencia. Como ministro delegado para la enseñanza escolar, estuve
encargado de desarrollar la ley del 15 de marzo de 2004, «que aborda, en
aplicación del principio de laicidad, la acción de llevar signos o atuendos que
manifiesten pertenecer a una confesión religiosa en las escuelas e institutos
públicos», abusivamente calificada de «ley sobre el velo», incluso «ley antive-
lo». Este proyecto suscitó vivas controversias, aunque menores, o menos
virulentas en cualquier caso, que las que desgarraron la Francia de 1905.
¿Cuál es, actualmente, el estado del hecho religioso en nuestras enseñanzas?
Pensemos especialmente en el seminario nacional interdisciplinar383
de la Dirección de Enseñanza Escolar (DESCO) del Ministerio de Educa-
ción Nacional,384 sobre la enseñanza del hecho religioso, organizado por
383 Las actas del seminario han sido publicadas desde entonces: cf. DESCO, L’ensei-
gnement du fait religieux, SCEREN / CRDP de Versalles (Les actes de la DESCO), 2003.
384 Desarrollado en París, del 5 al 7 de noviembre de 2002.
194 Pervivencias y permanencia, un siglo más tarde
385 Autor, en particular, del informe titulado L’enseignement du fait religieux dans l’école
laïque, SCEREN / Odile Jacob, 2002, entregado en marzo-abril de 2002 a Jack Lang, enton-
ces ministro de Educación Nacional.
386 Dominique Borne y Jean-Paul Delahaye, «La laïcité dans l’enseignement: problé-
matiques et enjeux», Regards sur l’actualité, La Documentation française, n.º 298, febrero
de 2004, pp. 25-32.
387 En la Asamblea Nacional, durante la sesión del 10 de febrero de 2004, de 530
votos expresados (de 561 votantes), 494 diputados votaron a favor y 36 en contra de la
adopción del proyecto de ley (la mayoría absoluta era 266 votos); en el Senado, durante la
sesión del 3 de marzo de 2004, de 297 votos expresados (de 317 votantes), 277 senadores
votaron a favor y 20 en contra.
388 La Comisión Stasi estaba compuesta por 20 miembros de diversa procedencia:
docentes (Mohamed Arkoun, Jean Baubérot, Régis Debray, Gilles Kepel, Henri Pena-Ruiz,
René Rémond, Alain Touraine), investigadores (Jacqueline Costa-Lascoux, Patrick Weil),
juristas (Nicole Guedj, Marceau Long, Rémy Schwartz), políticos (Michel Delebarre,
Nelly Olin), responsables de Educación Nacional (Hanifa Chérifi, Ghislaine Hudson,
Maurice Quénet) y de sociedades o de asociaciones (Gaye Petek, Raymond Soubie).
Durante casi tres meses, la comisión oyó a unas 140 personas representantes de la sociedad
civil, los partidos políticos y las instancias religiosas del país, de las cuales un centenar en
audiencia pública.
389 La misión Debré, creada el 4 de junio de 2003 por decisión de la Conferencia de pre-
sidentes de grupos del 27 de mayo de 2003, estaba compuesta por 30 parlamentarios: 18 del
grupo UMP, 8 del grupo socialista, 2 del grupo UDF y 2 del grupo comunista y republicano
—se había propuesto que en la misión se pudiese incluir un diputado no adscrito, pero no se
presentó ninguna candidatura—. Entregó su informe el 4 de diciembre de 2003, en el que pre-
conizaba la prohibición «de llevar visiblemente cualquier signo de pertenencia religiosa o
política»: «Para la inmensa mayoría de los miembros de la misión, esta reafirmación del prin-
¿Por qué otra ley laica, cien años después? 195
cipio de laicidad debe tomar la forma de una disposición legislativa que prohibirá expresa-
mente llevar visiblemente cualquier signo de pertenencia religiosa o política en el recinto de
los centros escolares. Se tratará, ya sea de un proyecto de ley, de una proposición de ley espe-
cífica, o bien de una enmienda a un texto más amplio que se refiera a la escuela».
390 Régis Debray, rueda de prensa del 24 de noviembre de 2004.
196 Pervivencias y permanencia, un siglo más tarde
391 La Comisión Stasi recomendaba en este punto: «Completar la ley hospitalaria para
recordar a los usuarios sus obligaciones, en particular la prohibición de recusar al personal
sanitario o la observancia de las normas de higiene y de salud pública».
392 Otra recomendación de la Comisión Stasi: «Incluir en el Código mercantil un ar-
tículo por el cual las empresas puedan añadir en su reglamento interno disposiciones rela-
tivas a los atuendos y a los signos religiosos por imperativos referidos a la seguridad, al con-
tacto con la clientela o a la paz social interna».
¿Por qué otra ley laica, cien años después? 197
393 Propuesto por la misión parlamentaria, cuyo presidente era Jean-Louis Debré.
394 Si se prefirió el término de «signos» al de «comportamientos», se debió a su más
amplio significado: un comportamiento puede muy bien constituir un signo si reviste un
significado no equívoco para los demás. Por eso, pareció inútil mencionar en el texto de la
ley la noción de «comportamientos».
198 Pervivencias y permanencia, un siglo más tarde
tar que alguien lleve un signo que simbolice la inferioridad? ¿Qué significa
la libertad de conciencia cuando se manifiesta en un signo que simboliza la
servidumbre? Además, la ley llegaba en un momento en el que la comuni-
dad educativa parecía cada vez más desestabilizada por el comportamiento
de ciertos alumnos que, aunque eran poco numerosos, ponían en tela de
juicio el principio de neutralidad de la Escuela. Esta ley no es en absoluto
una respuesta agresiva para chocar contra los sentimientos religiosos, sino,
al contrario, una herramienta destinada a pacificar las relaciones en el inte-
rior de la Escuela.395 Después de todo, la ley fue bien entendida por la
comunidad educativa y, más ampliamente, por la comunidad nacional:
según las cifras oficiales del Ministerio, aunque 1500 alumnos —de un
total de 5,6 millones hasta el final de la enseñanza media— manifestaban
ostensiblemente una pertenencia religiosa durante el año escolar 2003-
2004, antes de la aplicación de la ley, en el inicio del curso 2004, solo se
contabilizaron 639 casos; la casi totalidad de estos contenciosos se solucio-
naron a través del diálogo, puesto que únicamente se produjeron 48 expul-
siones, es decir, el 7,5 % de los casos. De este resultado podemos alegrarnos
—a pesar del comportamiento extremo de unas cincuenta familias—,
como expresó François Fillon, subrayando que esta ley del 15 de marzo de
2004 «no es una ley contra las religiones, sino una ley del respeto».396
395 Ejemplos de esta voluntad de «pacificación escolar», durante la defensa del proyec-
to de ley: el mantener el estatus particular —convenio— de Alsacia y de Moselle pareció
compatible con el proyecto de ley, y, en las escuelas de esas provincias, se propuso la ense-
ñanza del islam, religión que debía ser reconocida en el mismo plano que las otras religio-
nes tradicionales; aparte de eso, la ley de 1905 sobre la separación de las Iglesias y del Esta-
do instituyó las capellanías en la enseñanza secundaria, hecho que no se modificó; por
último, se establecieron negociaciones con los representantes de la comunidad de los sijs
para alcanzar un compromiso que evitara a los alumnos cortarse el pelo, cosa que les prohí-
be su religión. En caso extremo, sugerí el uso de uniforme, pues algunas provincias ya lo
habían adoptado, como las de ultramar.
396 Intervención de François Fillon en una cena organizada por el CRIF (Consejo
Representativo de las Instituciones Judías de Francia), en Lyon, el 2 de diciembre de 2004.
397 Debray, L’enseignement du fait religieux dans l’école laïque.
Sobre la laicidad en general, de Jules Ferry a hoy 199
398 Cf. supra, pp. 186-187, el extracto de su Carta a los maestros del 17 de noviembre
de 1883.
399 Ernest Renan, Préface a los Dialogues et fragments philosophiques (1876). Otra obra
capital del mismo autor, para comprender el clima intelectual de los inicios de la III Repú-
blica: La réforme intellectuelle et morale de la France.
400 Con demasiada frecuencia, se tiende a considerar esta ley como el primer acto
legislativo de la separación de las Iglesias y del Estado, cuando la Constitución del año I, a
partir de septiembre de 1791, proclamaba la libertad de culto, y la del año III, en agosto de
1795, ya separaba las Iglesias y el Estado. Esta Constitución del año III (5 fructidor
año III/22 de agosto de 1795), llamada Constitución de la I República, que instituía el
Directorio, fue redactada por Sieyès y estuvo en vigor hasta el golpe de Estado del 18 bru-
mario: «Título XIV. Disposiciones generales. Artículo 352: La ley no reconoce ni votos reli-
giosos, ni ningún compromiso contrario a los derechos naturales del hombre. Artículo 353:
A nadie se le puede impedir decir, escribir, imprimir y publicar su pensamiento. Los escri-
tos no pueden estar sometidos a ninguna censura antes de su publicación. Nadie puede ser
responsable de lo que ha escrito o publicado, excepto en los casos previstos por la ley. Ar-
tículo 354: A nadie se le puede impedir ejercer, conforme a las leyes, el culto que ha elegi-
do. Nadie puede ser forzado a contribuir a los gastos de un culto. La República no finan-
cia ninguno». Se observará que, curiosamente, esta primera constitución mencionaba una
separación de la Iglesia y del Estado, a la vez que, en el preámbulo, retomaba la Declara-
ción de los derechos y de los deberes del hombre y del ciudadano, lo que implica, en el
apartado «Deberes», asumir un artículo redactado así: «Artículo 5: Nadie es hombre de
bien si no es sincera y religiosamente observador de las leyes».
401 Ley del 9 de diciembre de 1905, artículo primero.
200 Pervivencias y permanencia, un siglo más tarde
402 Cf. Jeanne Bibesco, Lettres à Émile Combes, prefacio de Gabriel Merle, Gallimard,
1994.
403 Cf. Anatole Bailly, Dictionnaire grec/français, Hachette, 1894; nueva edición,
1950, p. 1171.
La ideología escolar francesa: el «julesferrismo» 201
404 Odon Vallet, Petit lexique des mots essentiels, Albin Michel, 2001, pp. 140-141.
405 Henri Pena-Ruiz, Qu’est-ce que la laïcité?, Gallimard, 2003, pp. 22-23.
202 Pervivencias y permanencia, un siglo más tarde
La laicidad no debe temer que el hecho de creer sea objeto del saber,
como decidió la representación nacional. Una de las enmiendas aportadas
por los diputados a la nueva ley sobre la orientación de la Escuela, apro-
bada en 2005, emana de un diputado de tendencia comunista, Jean-Pierre
Brard, alcalde de Montreuil, y preconiza la enseñanza de la historia del
hecho religioso:411 un siglo después de la ley de 1905, solo podemos ver
que esa iniciativa parlamentaria —recordando el célebre poema de Ara-
gon, La rosa y la reseda (1941)—412 era una de las victorias más estimulan-
tes de la auténtica laicidad. A fin de cuentas, es el eterno retorno de las
cosas, porque recordamos que en 1946, al día siguiente de la Segunda
Guerra Mundial, por iniciativa de los comunistas, se reflejó en la Consti-
tución de la IV República413 la laicidad del Estado republicano y de la
escuela pública, laicidad que fue reforzada en la Constitución de la V Re-
pública, en 1958, al añadir el respeto a «todas las creencias».414
411 La enmienda aprobada de forma casi unánime por los diputados —excepto Yves
Durand (PS)— y añadida al final del informe anexo al proyecto de ley es la siguiente: «La ense-
ñanza del hecho religioso está presente de manera difusa en los programas de numerosas asig-
naturas: historia, letras, artes plásticas o música, y puede fácilmente incluirse en lenguas y en
filosofía, pero no está claramente definida ni realmente estructurada. En el mundo de hoy,
donde el hecho religioso marca permanentemente la actualidad y constituye una de las claves
de acceso a la cultura y a las artes, el estado de la enseñanza del hecho religioso no puede ser
considerado satisfactorio. Conviene, pues, en el marco del respeto a la libertad de conciencia
y de los principios de laicidad y neutralidad del servicio público, organizar en la enseñanza
pública la transmisión de conocimientos y de referencias sobre el hecho religioso y su historia.
Ello supondrá, en primer lugar, que los jóvenes docentes reciban ellos mismos en los IUFM
[Institutos Universitarios de Formación de Maestros] una formación específica adaptada, y que
la enseñanza del hecho religioso figure también en los planes de formación continua. En
segundo lugar, supondrá elaborar herramientas pedagógicas útiles. Por último, supondrá que
esa enseñanza sea incluida adecuadamente en los programas de las principales disciplinas».
412 «El que creía en el Cielo y el que no creía / Da igual cómo se llame esa claridad
sobre sus pasos / Que uno fuese de la capilla y el otro se escondiese en ella» (versos 4-6).
413 Cf. los artículos 1 y 13 del preámbulo de la Constitución de 1946: «Artículo 1.º:
Al día siguiente de la victoria obtenida por los pueblos libres sobre los regímenes que inten-
taron avasallar y degradar a la persona humana, el pueblo francés proclama de nuevo que
todo ser humano, sin distinción de raza, religión ni creencia, posee derechos inalienables y
sagrados. Reafirma solemnemente los derechos y libertades del hombre y del ciudadano
consagrados en la Declaración de los derechos de 1789 y los principios fundamentales reco-
nocidos por las leyes de la República. Artículo 13: La Nación garantiza el igual acceso del
niño y del adulto a la instrucción, a la formación profesional y a la cultura. La organización
de la enseñanza pública gratuita y laica para todos los niveles es un deber del Estado».
414 Constitución de 1958: «Artículo 1: Francia es una República indivisible, laica, demo-
crática y social. Asegura la igualdad ante la ley de todos los ciudadanos sin distinción de ori-
gen, de raza o de religión. Respeta todas las creencias. Su organización está descentralizada».
204 Pervivencias y permanencia, un siglo más tarde
415 Jean-Paul Sartre, «Les Bastilles de Raymond Aron», declaraciones recogidas por
Serge Lafaurie, en Le Nouvel Observateur, 19 de junio de 1968.
416 Es curioso notar que esta apelación desaparece en la designación de los antiguos
«maestros de escuela» para llamarles «profesores de las escuelas», pero subsiste paradójica-
mente en la denominación de los Institutos Universitarios de Formación de Maestros,
plataforma destacada de la pedagogía antiautoritaria.
Sobre la autoridad pedagógica 205
so con formación pedagógica, tienen cada vez más dificultades para ense-
ñar. Ahora bien, ¿qué es la autoridad? La palabra autoridad viene del latín
auctoritas,417 sustantivo que procede del verbo augere, que significa ‘hacer
crecer, acrecentar, aumentar, desarrollar, hacer más fuerte, realzar’. Un auc-
tor —un «autor»— es en primer lugar alguien que acrecienta la confianza,
después es un creador, aquel que hace acrecentar, aumentar, progresar una
obra, más tarde es un fundador y constructor, después el instigador, el autor
y el promotor de una ley (o de cualquier otra creación), más tarde el garan-
te, el que aporta una garantía y que confirma (una autoridad, una fuente
fiable, un ejemplo, un modelo), por último el poseedor, el tenedor de un
bien, con capacidad para someterlo a subasta. Igualmente, la palabra auc-
toritas tiene esos diversos sentidos de creación, fundación, institución,
garantía, posesión.
En otros términos, la autoridad es esa cualidad de cualquier persona
que, «aumentando» la confianza que los demás pueden tener en ella, por-
que lo que ella les dice es indiscutiblemente verdad, les empuja a desa-
rrollarse, a construirse, a realizarse confiando en ellos mismos. ¿Quién
mejor que nuestros profesores encaja —o debería encajar— en esa defini-
ción de autoridad? Por mucho que le pese a Sartre, la autoridad no nece-
sita precisamente mostrarse desnuda, puesto que ya lo está: la autoridad se
impone cuando es «natural» y solo existe si es espontáneamente reconoci-
da e indiscutible. La confianza concedida a la autoridad pedagógica viene
de esta seguridad: quien la tiene domina un saber, unos conocimientos,
unas verdades —y no unas creencias ni unas opiniones— que están debi-
damente avalados por la República, mediante exámenes y oposiciones
nacionales, y universalmente reconocidos. Por esta razón, al contrario que
en el autoritarismo, la autoridad excluye no solo el recurso a la fuerza, sino
también el uso de la persuasión: en cuanto la autoridad se ve obligada a
argumentar y a justificarse, queda reducida a la nada, está perdida. Han-
nah Arendt lo ha resumido con brillantez:
417 Según los diccionarios de Félix Gaffiot, Dictionnaire illustré latin/français, Hachette,
1934 (nueva edición titulada Le Grand Gaffiot. Dictionnaire latin/français, Hachette,
2000), y Alfred Ernout y Antoine Meillet, Dictionnaire étymologique de la langue latine.
Histoire des mots, Klincksieck, 1932 (4.ª ed., 1994; reed., 2001), al que remite la célebre
obra de referencia Les mots latins de Frédéric Martin, Hachette, 1941 (reed., 1976), utili-
zada por los estudiantes de la Escuela Superior de Magisterio (especialidad de Letras, cur-
sos preparatorio y primero).
206 Pervivencias y permanencia, un siglo más tarde
418 Hannah Arendt, «Qu’est-ce que l’autorité?», en La crise de la culture. Huit exercices
de pensée politique, traducción francesa bajo la dirección de Patrick Lévy, Gallimard, 1972;
reed., 1989 y 2004, p. 123.
419 Ib., p. 140.
* «Alumno», en español. Puesto que las dos palabras tienen distinta etimología (ele-
vare y alumnus, respectivamente), nos ceñimos en nuestra traducción a la evolución que
aborda el texto original, es decir, la que ha dado lugar a la palabra francesa. Enormes seme-
janzas presentaba, en cambio, la evolución de la palabra ya vista auctoritas («autorité» y
«autoridad»). (N. del T.).
Sobre la autoridad pedagógica 207
Ley del 9 de agosto de 1879 (ley Paul Bert): decide que en todas las provin-
cias se crearán y mantendrán escuelas de magisterio de chicos y de chicas, desti-
nadas a formar maestros y maestras.
Ley del 27 de febrero de 1880: impone la laicidad y la profesionalización en
el Consejo Superior de Instrucción Pública y en los consejos académicos.
Ley del 18 de marzo de 1880, sobre la libertad de la enseñanza superior: esti-
pula que «los exámenes y pruebas prácticas que determinan la colación de los gra-
dos solo podrán efectuarse en las facultades del Estado».
Decreto del 13 de julio de 1880: crea la Escuela Superior de Magisterio de
Maestras de Fontenay-aux-Roses, destinada a formar profesoras de las escuelas de
magisterio de chicas.
Orden del 5 de junio de 1880: crea las conferencias pedagógicas comarcales
de maestros.
Ley del 11 de diciembre de 1880: crea las escuelas manuales de aprendizaje.
Ley del 21 de diciembre de 1880 (ley Camille Sée) sobre la enseñanza secun-
daria de las chicas: instaura para ellas institutos específicos.
Decreto del 4 de enero de 1881: establece un certificado de aptitud pedagó-
gica para los maestros, como complemento del diploma de capacidad.
Ley del 16 de junio de 1881: instaura la gratuidad de la enseñanza primaria.
Decreto del 16 de julio de 1881: crea la Escuela Superior de Magisterio de
Chicas en Sèvres, destinada a formar profesoras para la enseñanza secundaria
femenina. Esto ocurre casi un siglo después de la creación, durante la Revolución,
de la escuela de los chicos, en la calle Ulm.*
Decreto del 2 de agosto de 1881: define y organiza las escuelas maternales.
Ley del 28 de marzo de 1882: hace obligatoria y laica la enseñanza primaria.
Decreto del 6 de julio de 1882: instaura los «batallones escolares».
Citamos aquí obras diversas, desde las más profundas o austeras a las
más profusamente ilustradas, desde las más «autorizadas» a las más modes-
tas, incluso anónimas. Salvo precisión contraria, el lugar de edición es
París.
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más en particular el vol. I, La République, pp. 45-567, y especialmente los
artículos «Lavisse, instituteur national. Le “Petit Lavisse”, évangile de la
République», pp. 239-275, y «Le “Dictionnaire de pédagogie” de Ferdinand
Buisson. Cathédrale de l’école primaire», pp. 327-347.
ORY, Pascal, «Le “Grand dictionnaire” de Pierre Larousse. Alphabet de la Répu-
blique», en Pierre Nora (dir.), Les lieux de mémoire, Gallimard (Bibliothèque
illustrée des histoires), 1984-1992; reed., Gallimard (Quarto), 1997, vol. I,
La République, pp. 227-238.
— «Le centenaire de la Révolution française», en Pierre Nora (dir.), Les lieux de
mémoire, Gallimard (Bibliothèque illustrée des histoires), 1984-1992; reed.,
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— y Mona OZOUF, «“Le tour de la France par deux enfants”. Le petit livre
rouge de la République», en Pierre Nora (dir.), Les lieux de mémoire, Galli-
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AGRADECIMIENTOS
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