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INTRODUCCIÓN A LA SAGRADA ESCRITURA

Capítulo 1 Preliminares: La revelación y la Fe

Dei Verbum
Constitución dogmática sobre la divina revelación. Ver Cuadro 1

Primer esquema: “De fontibus revelationis”, comenzó a discutirse El 14 de noviembre de 1962 (un
mes después de iniciado El concilio).
El quinto y definitivo esquema fue aprobado El 18 de noviembre de 1965, a solo 20 días antes de la
clausura del Concilio.

Hubo otro esquema previo, llamado De deposito fidei custodiendo, pero que nunca se sometió a
discusión en el Concilio.

Naturaleza de la revelación
¿Qué idea nos hacemos comúnmente de cuando escuchamos la palabra “revelación”?
¿Creemos que las Escrituras son la Palabra de Dios o la contienen?
¿Qué significa ser “religión del libro” y, por otro lado, “religión de la Palabra”?

El Papa Benedicto XVI, haciendo eco de San Bernardo, en su Homilia super missus est, 4, 11: PL
183, 86 B., dijo: la fe cristiana no es una «religión del Libro»: el cristianismo es la «religión de la
Palabra de Dios», no de «una palabra escrita y muda, sino del Verbo encarnado y vivo» (Verbum
Domini 7).

Las Escrituras son el testimonio escrito de personas de fe que contemplaron la presencia salvadora
de Dios en la historia de cada día, hicieron un discernimiento de la palabra de Dios para su
momento y transmitieron su experiencia de fe, a fin de que sus lectores también creyeran.

Las Escrituras son memoria de las revelaciones de Dios y de las variadas tradiciones que surgieron
en los pueblos judío y cristiano. Las Escrituras sagradas son historia interpretada con criterios de fe
y deben ser reinterpretadas y actualizadas para el presente, lo cual es tarea del intérprete.

Las Escrituras contienen la Palabra de Dios, manifestada en palabras humanas, condicionadas por la
historia, la cultura y la mentalidad de cada autor humano inspirado por Dios. Las Escrituras siguen
siendo válidas para nosotros, por lo cual, debemos saber interpretarlas para discernir en ellas los
elementos perennes que nos permitan descubrir la voz del Espíritu que en ellas habla a la Iglesia.

Las Escrituras expresan revelación divina que nos comunica el amor del Padre. Dios es amor, es
vida, es comunión y su palabra es poderosa, pues realiza lo que anuncia. Por ella, Dios nos invita a
recibir su amor para que tengamos vida en abundancia y entremos a la comunión con Él. Dios
anhela que aceptemos el diálogo que nos ofrece, mediante la escucha fiel de su Palabra, meditando
sus obras y correspondiendo a su amor con nuestra entrega confiada a Él.

Dios nos regala en Jesús, su Hijo, su propia vida. Jesús es el puente que une al Padre con nosotros.
Cristo actuó con el poder del Espíritu del Padre y luego nos ha dado ese mismo Espíritu para que
comprendamos su revelación y vayamos experimentando la comunión con el Dios Trino.
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Antes de que la revelación se pusiera por escrito en la Biblia, Dios se manifestó a ciertos hombres
en su vida y lo hizo mediante palabras y obras, para amarlos y hacer de ellos un pueblo.

Hemos de partir de un principio: Dios se dirige a los hombres (revelación), los cuales escriben con
palabras humanas, el mensaje que recibieron y que reflexionaron en la fe. Por eso, si queremos
comprender la Palabra de Dios, debemos tratar de comprender las palabras humanas en que ésta se
plasmó.

El hombre es capax Dei (capaz de Dios), pues puede recibir y comprender una revelación recibida.
Dios nos habla por su palabra y podemos comprender su mensaje, si éste se nos comunica según
nuestras capacidades. Dios nos transmite su mensaje y su amor en modo humano, pero hemos de
escuchar con respeto, con temor y temblor, hacer un silencio meditativo y responder a Dios
mediante un compromiso en caridad. La palabra que Él nos comunica nos humaniza, nos eleva a
nuestra mayor dignidad, sobre todo, cuando esa palabra es encarnada en acciones de caridad, de
servicio, de solidaridad y de responsabilidad hacia los demás.

En hebreo, la palabra dabar significa “palabra”, ya sea escrita o pronunciada; es un vocablo que
alude a un suceso en la vida, un acontecimiento. El sentido bíblico de “palabra” incluye palabra y
obra, el decir y el hacer, una apertura al diálogo y a la comunión existencial. Por la palabra,
captamos el ser y el sentido del mundo, la palabra nos permite expresar nuestra interioridad y
establecer vínculos con otras personas, nos permite interpelar a alguien y motivarlo a actuar. Por
tanto, la palabra, como fenómeno comunicativo, tiene 3 dimensiones o funciones:

1. Dimensión informativa. Por la palabra informamos a otros sobre hechos, eventos, etc. Es
una función objetiva (designamos objetos de conocimiento).
2. Dimensión expresiva o manifestativa. Por la palabra expresamos nuestra interioridad
(pensamientos y sentimientos, nuestra participación en eventos). Es una función subjetiva,
pues revela lo que el sujeto hablante piensa o siente.
3. Dimensión interpelativa. La palabra nos pone en relación con los demás, para crear
vínculos y comunicación. Por esta dimensión, entablamos diálogos, suscitamos respuestas
en los oyentes, etc. Es una función intersubjetiva. Gracias a esta dimensión se puede crear
la relación, la vocación y el mandato de algo. Éste es el aspecto que nos hace personas, ya
que la persona existe si se relaciona con alguien más.

Estas tres dimensiones o funciones de la palabra están unidas.

“A Dios se le deben reconocer todas las cualidades de una verdadera comunicación


interpersonal, como, por ejemplo, una función informativa, en cuanto Dios comunica
su verdad; una función expresiva, en cuanto Dios hace transparente su modo de
pensar, de amar, de obrar; una función vocacional, en cuanto Dios interpela y llama a
escuchar y a dar una respuesta de fe”
Sínodo de los Obispos, Lineamenta,
La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia,
XII Asamblea general ordinaria del Sínodo.
CEM, México s.f. (2007) par. 9 p. 23.

La revelación de Dios es manifestación, comunicación e invitación al diálogo, al encuentro; tiene


un carácter interpersonal, existencial, dinámico y oblativo.
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Quiso Dios, con su bondad y sabiduría, revelarse a Sí mismo y manifestar el misterio


de su voluntad ... En esta revelación Dios invisible (Cf. Col 1,15; 1 Tim 1,17) movido
de amor, habla a los hombres como amigos (cf. Ex 33,11; Jn 15, 14-15), y trata con
ellos (cf. Bar 3, 38) para invitarlos a y recibirlos en su compañía…” (DV 2; cf. 8.21).

La Palabra de Dios es creadora, da existencia a las cosas (Gn 1m3. 6-7.9) y crea a la humanidad a
su imagen y semejanza para compartir la Vida con ellos (Gn 1,26-27; 3, 8-13). La Palabra de Dios
es gracia, mandato, don y exigencia (Ex 20,2-17), cumple las promesas divinas (cf. Jos 23,14-15),
por lo que es eficaz y permanente (cf. Is 55,10-11; 40,8). La Palabra divina irrumpe en los profetas
para anunciar y proclamar la voluntad salvífica de Dios en la historia, pero también denuncia la
infidelidad y rebeldía de los hombres (cf. Jer 1,4.11.13; Ez 2,1 – 3,11). La Palabra es puesta por
escrito, como testimonio perenne (cf. Is 30,8; Jer 36).

Llegada la plenitud de los tiempos, la Palabra se hizo carne en Jesús (cf. Jn 1,14) para hablarnos las
palabras del Padre (Jn 3,34) y las explica (cf. Lc 24,25-27.32.44-49). La Palabra de Jesús se
difunde, crece y se hace fuerte (cf. Hch 6,7; 12,14; 19,20) pero nunca se deja encadenar (cf. 2 Tim
2,9). La Palabra de Jesús se cumple en la escatología (Cf. Ap 19,11-16), asegurando la promesa del
encuentro definitivo con Jesús (Ap 22,20).

Naturaleza de la Revelación
Como revelar significa, etimológicamente, quitar un velo para mostrar lo que antes estaba oculto,
podemos comprender la revelación bíblica como manifestación amorosa que Dios hace de sí mismo
y de su plan salvífico para nosotros. Dios se expresa en su revelación y nos ofrece la Vida divina
(cf. DV 1-2). El Dios trascendente, entra en el devenir, en nuestro tiempo para estar con nosotros,
aun cuando no podamos comprender los últimos misterios de la vida íntima de Dios.

Leamos DV nn. 1 y 2.

Elementos de la revelación
1. Iniciativa divina. Dios viene a nuestro encuentro. Esta iniciativa de su parte es más eficaz
que nuestros humanos intentos de buscarlo (fenómeno religioso natural). Dios, en su
bondad y sabiduría, ha elegido entrar en contacto con nosotros. Los hombres de diversas
culturas antiguas buscaban ese nexo con un ser superior, pero sus expresiones religiosas
eran limitadas, aunque nobles en el fondo.
2. Objeto de la revelación. Es Jesucristo, plenitud de la revelación divina para todos los
hombres, de todos los tiempos. En él podemos contemplar el rostro del Padre, la presencia
del Espíritu y el rostro del ser humano, en plenitud de dignidad. En Jesús, Hijo de Dios, se
revela él mismo a nosotros y se nos entrega plenamente. Con su ejemplo de donación, nos
da pautas para que nos realicemos como personas, amando y sirviéndonos mutuamente.
3. Finalidad de la revelación. Es la salvación de todo el género humano; es la participación de
cada uno en la misma vida de Dios, creando comunión con él y con los demás. La
revelación y la salvación se identifican en esta finalidad. Dios expresa su deseo de unirnos y
su revelación realiza tal unión en Cristo. De este modo, nos damos cuenta de que la
finalidad de la revelación no se reduce a que Dios nos comunique conocimientos, sino su
propia Vida Eterna (cf. DV 1-4.6).
4. Medios empleados por Dios. Dios se vale de palabras y obras, intrínsecamente ligadas. Dios
nos trata como amigos, se nos revela, nos ama, cual esposo fiel. El Concilio Vaticano II,
mediante un lenguaje personalista, nos recuerda:
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El plan de la revelación se realiza por obras y palabras intrínsecamente ligadas; las


obras que Dios realiza en la historia de la salvación manifiestan y confirman la
doctrina y las realidades que las palabras significan; a su vez, las palabras proclaman
las obras y explican su misterio…” (DV 2).

Jesús anuncia y realiza el Reino de Dios: predica y hace señales, pero luego él mismo es predicado
como el corazón de la Buena Nueva. Jesús nos colma de dones de redención y, por sus enviados,
sigue realizando señales y prodigios (Hch 2,14-41; 3,1-26; 5,12-16).

Veamos la relación de palabras y obras de Jesús en


1. La multiplicación de panes. Jn 6, 1-15.
2. La resurrección de Lázaro. Jn 11.

Esta unión intrínseca de palabras y gestos (obras) refleja la naturaleza de la revelación divina, cuyos
destinatarios son todos los hombres (Jn 1,1-18; Hch 10,34; 1Tim 2,3-6). Dios llama a todos a su
vida divina, aunque para ello se haya valido de un pueblo (Israel), pues por su medio, toda la
humanidad tendría acceso al Dios de la Vida. En Cristo, hijo del pueblo de Israel, e Hijo de Dios, se
ofrece la salvación a todo el género humano.

Jesús es la plenitud de la revelación y sus palabras y obras llegan a su culmen en el misterio


pascual (pasión, muerte, resurrección, ascensión y envío del Espíritu a la Iglesia).

Notamos, en modo resumido, que el Antiguo Testamento presenta una economía salvífica parcial y
progresiva, mediante múltiples mediadores (hombres profetas. Heb 1,1) pero que tiende hacia una
plenitud, que será Cristo.

“El fin principal de la economía antigua era preparar la venida de Cristo, redentor universal, y de
su reino mesiánico… Estos libros (del Antiguo Testamento), aunque contienen elementos
imperfectos y pasajeros, nos enseñan la pedagogía de Dios…” (DV 15).

En el Nuevo Testamento, por otro lado, tenemos que la economía salvífica se logra en Cristo. En
Jesús, el Padre nos ha dicho todo y nos ha dado todo. Jesús es la Palabra definitiva de la revelación
de Dios. Es una Palabra totalizante y, lentamente, con la ayuda del Espíritu Santo que Él nos dio, la
vamos comprendiendo. Jesús es el supremo don que el Padre nos ha dado.

“La economía cristiana, por ser la alianza nueva y definitiva, nunca pasará; ni hay que esperar
otra revelación pública antes de la gloriosa manifestación de Jesucristo, nuestro Señor” (cf. 1 Tim
6,14; Tit 2,13 en DV 4).

Jesús es, por tanto, Mediador y Plenitud de la Revelación. Mediador único y universal entre Dios y
los hombres (1Tim 2,5), pero además, en él la verdad de Dios y de la salvación humana que
transmite la revelación, resplandece en Cristo, mediador y plenitud de toda la revelación (DV 2).

Jesús revela el misterio de Dios y, a la vez, él mismo es la revelación; él predica y es el objeto de su


predicación. Jesús es el misterio de Dios, en persona, que se nos manifiesta. Así, nos invita a
participar de la vida divina. Al inicio, la Buena Nueva que transmite Jesús es el corazón del
evangelio, pero luego, esta Buena Nueva comunicada por los discípulos después de la Pascua de
Jesús, consiste en Jesús mismo, su vida y su obra. Jesús es el Revelador y el Revelado a la vez. Hay
que creerle y, en él, hay que creer su Palabra y caminar hacia él.
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La fe ante la Revelación

La fe es la respuesta del hombre que, movido por el Espíritu Santo, da al amor incondicional de
Dios que el hombre experimenta en la revelación. A la total autodonación que Dios hace de sí al
hombre, éste responde también dándose totalmente a Dios. La fe es una entrega total, generosa, de
correspondencia a Dios, que en su Hijo Jesucristo, se ha entregado a nosotros.

Para experimentar a Dios en su revelación, hemos de estar atentos a su iniciativa, mediante la


escucha de su Palabra, dejándonos interpelar por su mensaje, para comenzar a entablar una relación
de diálogo amoroso y crecer en una actitud de obediencia de la fe. La respuesta a Dios debe incluir:
aceptación del mensaje salvífico, actitud confiada en la Palabra de Dios, autenticidad de vida,
aunque procesualmente hablando. Lo más importante es apoyarse en Dios, sentirse firme, seguro en
su Palabra. Se espera que la persona de fe asuma compromisos verdaderos de solidaridad con los
marginados, los abandonados, los que son oprimidos, con los que se sienten incomprendidos, etc.
La persona de fe debe vivir un proceso interminable de conversión, dándose a Dios y a los demás.

Dei Verbum 5 habla sobre el tema de la fe. Con lenguaje personalista, nos recuerda que es una
entrega total y libre del hombre al Dios revelado. La fe es donación a Dios, con confianza total,
obediencia y asentimiento. Sin embargo, tal respuesta es don de Dios también, es gracia del Espíritu
Santo, pues el Espíritu mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu humano y
concede a todos el poder aceptar y creer la verdad revelada. La fe es dinámica, pues crece y se
desarrolla. Tiene además, una dimensión comunitaria, eclesial. La respuesta a Dios es personal pero
dentro de un contexto comunitario, eclesial.

Descripción y elementos de la revelación:

1. Descripción: Revelar es descubrir lo que estaba oculto. Manifestación amorosa que Dios
hace de sí mismo y de su misterio o plan salvífico.
2. Elementos: iniciativa, objeto, finalidad, medios y destinatarios.
3. Respuesta humana a la revelación: la fe. Es entrega total, libre, al don divino, comprende
una dimensión que es dinámica y eclesial.

Dei Verbum vino a ser un parte aguas en la historia del estudio de la revelación.

Antes de la Constitución Dei Verbum

Se hablaba de una revelación en sentido nocional, en la que se hablaba del ser humano como aquel
que iniciaba su búsqueda de Dios. También se enfatizaba la idea de que Dios revelaba su bondad y
sabiduría para que conociéramos su doctrina de verdades y así, poder salvarnos. Las obras de Dios
eran vistas sólo en su aspecto apologético, se insistía también en describir a Dios desde la filosofía,
se remarcaba la idea de que fuera de la Iglesia (Católica) no había salvación y la fe se reducía a la
adhesión intelectual a verdades y dogmas.
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A partir de la Dei Verbum

La revelación es comprendida como encuentro salvífico en el que Dios sale al encuentro del ser
humano. Se recalca la bondad y sabiduría de Dios, se comprende que Dios se nos revela en Cristo
mediante obras y palabras intrínsecamente ligadas entre sí, teniendo como destinatarios a todos los
seres humanos en orden a nuestra salvación. La revelación tiene carácter manifestativo e
interpelativo, pues es una invitación a participar de la vida divina. La fe es comprendida como
autodonación total y libre a Dios que se nos entrega primero.

Retos pastorales:

1. Superar la tentación de una concepción intelectualista de “revelación”. La excesiva


racionalización del dato revelado lleva fácilmente a considerar a la revelación misma como
simple doctrina “de lo alto” que debemos creer para salvarnos. Desde finales del siglo I e
inicios del siglo II de nuestra era, el gnosticismo ofrecía una salvación basada en el aspecto
cognoscitivo y un excesivo espiritualismo que llegaba a repudiar todo lo material, incluido
al cuerpo humano. Este tipo de desviaciones siguen siendo tentaciones en personas que
desean una conversión auténtica, pero tienen poco conocimiento tanto de la enseñanza
católica como poco discernimiento sobre la experiencia de Dios. Tanto la revelación de
Dios como la respuesta de fe son cuestión de autodonación y entrega mutua, no de
conocimiento de doctrinas infalibles comunicadas por Dios.
2. Superar la idea de que Dios impone desde fuera, como desde arrebatos místicos, su
revelación a los hombres. Esta sería una idea extrinsecista, es decir, “venida desde afuera”.
En realidad, Dios habita en nosotros y en nuestra historia se manifiesta, aun siendo Él
trascendente. Con la ayuda del Espíritu Santo, debemos discernir las manifestaciones de la
presencia de Dios y de su amor misericordioso, que ya está presente en el mundo, aquí y
ahora. Con el Espíritu Santo, podemos comprender e interpretar la historia humana y los
signos de los tiempos para colaborar libremente con la gracia de Dios en la extensión de su
soberanía en nuestra vida y en el mundo.
3. También hay que superar los triunfalismos detrás de la idea de que la Iglesia debe imponer
la verdad de la fe católica a todos los pueblos. Si bien es cierto que la Iglesia católica
contiene la plenitud de los medios de salvación, no obstante, debe ser fiel a su rasgo
católico, el cual comprende que ella deba ser abierta al diálogo con todos los hombres,
respetuosa de todas las culturas y religiones y, mediante la oración y la celebración de los
sacramentos, ser ella misma sacramento de unidad con Dios y entre los hombres.
Precisamente porque somos católicos, tenemos la responsabilidad de ser incluyentes en
nuestras oraciones y acciones a favor de todo el género humano. En toda cultura y religión
hay semillas del Verbo, que les prepara a recibir el Evangelio (Hch 17,22-31; LG 16; AG
3,11.15). En cualquier nación, cultura o doctrina distinta al cristianismo, toda persona que
practica la justicia y la caridad es grata al Señor, y se le debe ayudar a profundizar el origen
de esa justicia y caridad. Le sirve a Dios, aun sin conocerlo, pero sería mejor que,
conociéndolo, le sirva con mayor ahínco y entrega.
4. Ayudar a las personas a comprender que, aunque la revelación fundante, que fue pública,
normativa y está plasmada en la Biblia, ha concluido, no obstante, la Iglesia es
continuamente guiada por el Espíritu Santo para comprender, a lo largo de la historia de la
humanidad, lo que Dios nos ha revelado en Cristo (revelación dependiente). En este
sentido, la comprensión de la revelación, que es acción también del Espíritu Santo, tendrá
fin sólo cuando, llegada la Consumación de los siglos, Dios sea todo en todos.

Conclusión:
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La Palabra de Dios, que es viva y eficaz, está al centro de la revelación divina. Comprendemos que
la revelación está finalizada en vistas a nuestra salvación. Dios se ha donado, comunicado a
nosotros, para que estemos en comunión con él y con nuestros hermanos, los hombres y mujeres de
hoy. Nosotros correspondemos a la autodonación amorosa de Dios con nuestra propia entrega total,
impulsados por el Espíritu Santo. Nuestra respuesta constante necesariamente se debe traducir en
compromisos de caridad, cercanía, acompañamiento y amor a los más necesitados, a los oprimidos,
a los enfermos, a los niños y niñas, a los jóvenes que se sienten incomprendidos, a los encarcelados,
a los despreciados, etc. Si el Hijo de Dios nos enriqueció con la pobreza que asumió al venir al
mundo, nosotros hemos de hacer lo mismo, encarnar nuestra vida como misión a favor de los demás
y ser así, cada uno de nosotros, caricia amorosa del Padre a cada persona con que nos encontremos.
A continuación, veremos los temas de Tradición y Escritura para comprender la transmisión de la
revelación a lo largo de los milenios.

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