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Unidad I: Nociones generales

7.- Revelación

¡Qué maravilloso contar con la certeza de que Dios quiso y


quiere siempre hablarle al hombre, y lo hace de manera amistosa! El
testimonio bíblico, conservado en el seno de la comunidad creyente,
aporta esta verdad esencial a la fe. Dios habló en un espacio y en un
tiempo preciso, y lo hizo como un AMIGO. Para muchos, he aquí un
verdadero escándalo.
“El escándalo… de que haya una historia de la revelación, en que
Dios mismo abre un camino señero a los muchos otros de las restantes
religiones y, aparecido en carne, lo recorre él mismo. El escándalo es, si
es lícito decirlo así, la categoría histórica de la revelación, no la relación
trascendente con Dios, por la que el hombre se funda en el abismo del
misterio inaccesible”.1
Esta interesante afirmación del teólogo Karl Rahner,
pronunciada aproximadamente treinta años atrás, aún sigue vigente.
La revelación sobrenatural conservada en la Tradición, en la Escritura
y desde antaño custodiada por el Magisterio de la Iglesia, será el
objeto principal de esta apartado, en el cual pondremos especial foco a
lo expresado por la Constitución dogmática Dei Verbum (DV) del
Concilio Vaticano II.
Cuando se refiere a la revelación, la Dei Verbum habla en
términos de amistad: “En esta Revelación, el Dios Invisible (cfr. Col
1,15; Tim 1,17) habla a los hombres como amigos (cfr. Ex 33,11; Jn
15,14-15), movido por su gran amor y trata con ellos (Ba 3,38), para
invitarlos y admitirlos a la comunión con Él” (DV 2). La belleza de este
texto conciliar, y el texto bíblico en el que se funda el Magisterio,
describen la Revelación de Dios con la categoría de la palabra, y más
aún, de un diálogo amistoso. Habiendo decidido revelarse, Dios ha
hablado a los hombres y ha tomado el lenguaje humano de la amistad
con una finalidad muy precisa, la de la comunión de vida. La palabra


1 RAHNER - RATZINGER, Revelación y Tradición, 13.


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humana, en especial, en cuanto se relaciona con la amistad y el amor,


cobra un sentido más pleno.2

7.1.- La naturaleza de la Revelación

A la pregunta “¿puede Dios hablarle al hombre?”, a pesar de las


agudas objeciones que se hacen al respecto3, el cristianismo responde
afirmativamente aportando el testimonio bíblico, conservado en el
seno de la comunidad creyente. Se trata de una cuestión fundamental
para el judaísmo y el cristianismo que se reconocen como religiones
históricas, es decir, fundadas por una experiencia dialogal auténtica
de encuentro con Dios en un espacio y en un tiempo precisos
El significado del término revelación, del latín revelare y del
griego apokalyptein, es “quitar el velo”. Aunque siga siendo un
misterio, Dios rompe su silencio y se hace cercano. Se trata de la
manifestación amorosa que Él hace de sí mismo y de su misterio, en
orden a nuestra salvación. Si bien en el ámbito estrictamente teológico
y cristiano, tal concepto ha llevado tiempo en estructurarse, su
realidad refleja -en todos los casos- uno de los hechos teológicos
centrales del cristianismo: Dios se da a conocer a través de Sí mismo.
El contenido de la revelación es, pues, Dios mismo y el misterio de su
voluntad salvífica. Jesús, su Palabra Encarnada, nos lo muestra de
manera inigualable. Nadie, mejor que Él, nos da a conocer quién es
Dios y cuál es su proyecto para nosotros.
La forma de la revelación es progresiva y siempre mediante
palabras y acontecimientos (DV 2.4.14.15). Dios se revela de distintos
modos: cuando habla, cuando crea, cuando realiza signos
“milagrosos” (tanto en el cosmos como en la historia personal o
colectiva de su pueblo). También se revela cuando enseña, ya sea

2 Cfr. MANNUCCI, La Biblia como Palabra de Dios, 25-55. Además, para profundizar
sobre la Revelación, puede verse ALONSO SCHÖKEL, La Palabra Inspirada, 13-38, pero,
sobre todo, dirigido por el mismo autor, el trabajo conjunto: Comentarios a la
constitución «Dei Verbum» sobre la divina revelación, 135-365. En particular, sobre la
relación entre la Revelación y la Palabra de Dios, véase el extracto de la tesis
doctoral presentada en la facultad de Teología de la Universidad de Navarra de A. C.
MANSO RODRÍGUEZ, Dei Verbum y la tradición crítica hermenéutico-pragmática, 67-186.
3 Cfr. SESBOÜÉ, Creer, 172-178. El autor sintetiza, sobre todo a partir del s. XVII., las

principales objeciones planteadas a la posibilidad de la revelación sobrenatural.




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desde la Ley, los profetas o la sabiduría en la antigüedad, como en las


bienaventuranzas o la proclamación del Reino de Dios en el Nuevo
Testamento. Sin embargo, así llegamos a un momento culminante: en
su Hijo Jesucristo Dios se auto-comunica de una manera total y
perfecta.
La finalidad de esta revelación no es, pues, el conocimiento
intelectual de las verdades divinas, sino la salvación, la amistad con
Dios, la participación de su misma vida divina. Esta finalidad debe ser
subrayada. Pues a la hora de comprender la naturaleza de la
revelación, es muy frecuente concebirla -erróneamente- como la
transmisión de “un conjunto de conocimientos” dirigido al intelecto
humano. Esta herencia de la modernidad racionalista, acaba por
relegar el papel de Dios a una especie de Maestro de verdades, o bien
de Juez que vigila el cumplimiento del dogma. De esta manera, la
convicción de un Dios actuante en la historia, capaz de dialogar como
“un amigo lo hace con su amigo” queda reducida a un dato
contingente. Dios no da mensajes atemporales a destinatarios
anónimos. Dios dirige personalmente su Palabra a un interlocutor
situado en una cultura e historia vivas: Abraham, Moisés, Josué,
Samuel, David, como a tantos otros y, hoy, a cada uno de nosotros.
Toda la historia del Pueblo de Israel, como asimismo de la Iglesia, nos
demuestra que Dios siempre toma la iniciativa y lo hace para revelarse
como Salvador. En definitiva, el hecho de la revelación es indisociable
de esta intervención divina, amical y salvífica de Dios.

7.2.- La Revelación como auto-expresión, encuentro y


presencia

Sólo Dios -a diferencia del lenguaje humano- cuando se expresa


puede realizar acabadamente las tres dimensiones4 que posee toda
palabra:
• Palabra como auto-expresión: como la palabra humana intenta
ser la expresión total de la propia verdad, la palabra divina es
perfecta manifestación de la verdad trinitaria. Con la


4Cfr. PIÉ-NINOT, La Teología Fundamental, 252-257. MANNUCCI, La Biblia como
Palabra de Dios, 17-23 también explica el mundo de la palabra humana.


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Encarnación del Hijo, por medio del Espíritu, Dios se dio a


conocer íntimamente y de manera acabada.
• Palabra como encuentro: toda palabra pronunciada requiere y
exige reciprocidad, lo cual se va dando en la relación y en el
encuentro interpersonal entre quien se pronuncia y un tú.
Implica un encuentro entre dos personas libres. A su vez, esta
relación interpersonal reclama intimidad. Se trata, por lo tanto,
de una verdadera relación que partiendo del intercambio
subjetivo entre el yo y el tú, desemboca en un “nosotros” fecundo,
que puede ser constatado en el diálogo, la amistad y el amor,
como formas más exquisitas de este encuentro interpersonal, tal
como lo expresó el Concilio Vaticano II en la ya citada DV 2. Por
toda esta profundidad relacional, no es extraño que la Biblia
también use la categoría de “encuentro” personal para
caracterizar la revelación de Dios. En efecto, la gran obra de
Israel no es solamente mostrar un único Dios verdadero, sino
invocarlo como un Tú, haber estado con Él, conocer sus sueños,
sus proyectos, su querer… Desde el Génesis al Apocalipsis, Dios
muestra una voluntad de comunicación, de relación
interpersonal y de acercamiento que no tiene precedente... Con
Jesucristo todo llega a su plenitud. En Él, la comunión entre
Dios y los hombres se hace tan patente que quien ve a Jesús ve
al Padre (cfr. Jn 14,9).
• Palabra como presencia: Es claro que en la Biblia las
expresiones reveladoras, palabra y encuentro, se unen a la
radical presencia de Dios en medio de su pueblo. Presencia tanto
en la naturaleza como en la historia. Ahora bien, en el Antiguo
Testamento, más que una acción histórica particular, la
presencia de Dios -en Israel- engloba muchas etapas y es el
sentido interior que atraviesa todos los hechos. Con Jesucristo
ésta presencia de Dios se hace presencia humana: “se hizo
hombre y plantó la tienda entre nosotros” (Jn 1,14). De aquí
también el significado del nombre “Emmanuel”, Dios con
nosotros (Mt 1,23 = Is 8,10), que se hace eco en el Resucitado con
sus últimas palabras: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta
el fin del mundo” (Mt 28,20). Esta presencia de Jesús, Palabra del
Padre, ahora, se da en diferentes realidades: en cada sacramento,
en la propia Sagrada Escritura, en los pequeños (Mt 25,31-46),
en la comunidad eclesial. Jesús asegura su presencia en la


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comunión: “cuando dos o tres se reúnan en Su nombre” (Mt


18,20). Hasta el último libro de la Biblia, el Apocalipsis, califica a
la Iglesia como “la Tienda donde Dios se encontrará con los
hombres. Vivirá con ellos, ellos serán su pueblo y él será el Dios
que está con ellos” (Ap 21,3).

7.3.- La transmisión de la Revelación

La dimensión de historicidad de la revelación divina no se agota


en la historia de la salvación del Pueblo de Israel culminada en
Jesucristo. La DV 7 afirma que Jesús mandó a los Apóstoles para
predicar el Evangelio en todo tiempo y lugar, a fin de que “se
conservara íntegro y fuera transmitido a todas las edades” lo que Dios
había revelado en esa etapa histórica. Pero, además, para prolongar
esta misión evangelizadora, los apóstoles nombraron -a su vez- a los
Obispos como sus sucesores “dejándoles su cargo en el Magisterio”.
De este modo, Dios continúa fielmente su estilo humano para
revelarse, eligiendo siempre para mediar su Palabra, a una comunidad
situada en un marco espacio-temporal concreto, asumiendo sus
limitaciones y hasta sus miserias. Mediante la acción del Espíritu
Santo que obra a través de la Iglesia, Dios llega de un modo
indefectible a transmitirnos “todo y sólo lo que Él quería” que
conociésemos para nuestra salvación.
La revelación, mensaje y bienes salvíficos, transformada en
memoria histórica del pueblo, ha sido transmitida de generación en
generación a través de dos expresiones íntimamente unidas y
complementarias: la Tradición y la Escritura. Ambas se distinguen
sencillamente en el modo de transmitir la Palabra de Dios. La Iglesia,
a la cual está confiada la transmisión y la interpretación de la
revelación, no saca exclusivamente de la Escritura la certeza de todo
lo revelado. También se nutre de la Tradición. A ambas ha de recibir y
respetar con la misma devoción (cfr. DV 9).



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7.3.1.- Tradición

La Tradición se funda en la condición histórica del hombre y en


la entrada de la revelación en la historia propiamente dicha: en un
tiempo y para todas las edades. Tradición es un hecho humano, y si
bien la revelación al humanizarse acepta este carácter, Dios es
siempre su principio y término.5
En la religión de Israel, la Tradición no es sólo un dato de
hecho, sino un mandato del mismo Dios. He aquí un importante
testimonio: “Lo que hemos oído y conocido, y nuestros padres nos han
contado, no lo ocultaremos a sus hijos; lo contaremos a la generación
futura: las alabanzas del Señor, su poder, las maravillas que Él realizó.
El dio una norma a Jacob, estableció una ley en Israel, y ordenó a
nuestros padres enseñar estas cosas a sus hijos. Así las aprenderán las
generaciones futuras y los hijos que nacerán después; y podrán
contarlas a sus propios hijos para que pongan su confianza en Dios,
para que no se olviden de sus proezas y observen sus mandamientos”
(Sal 78,3-7).
La Iglesia heredó del judaísmo esta noción de una Tradición
que, como la Escritura, nos comunica la revelación. También en el
nuevo Israel, surge la predicación viva y, sólo después, la fijación por
escrito. La memoria de Jesús permanece viva en la comunidad
cristiana hasta que es transmitida fielmente en su doble vertiente: la
tradición que transmite la memoria pero, a la vez, que comunica los
dones de la salvación.6
De ahí que, el sujeto de la Tradición es la comunidad eclesial
presidida por sus pastores. El objeto o contenido es el kerygma y los
bienes de la salvación, todo lo referente a la fe y a las costumbres del
pueblo de Dios. Los medios de la Tradición son las obras y las
palabras: culto, vida diaria, costumbres, leyes, escritos, doctrina, etc.
Obviamente, que esta tradición no es estática: crece en
percepción y comprensión. Sin embargo, su dinamismo no significa
que la tradición en sí crezca o cambie. Lo que va creciendo es nuestra
comprensión de los datos de la Tradición.


5 Cfr. ALONSO SCHÖKEL, Comentarios a la “Dei Verbum”, 228.
6 Cfr. MANNUCCI, La Biblia como Palabra de Dios, 59-65.


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En cuanto a la relación entre Sagrada Escritura y Tradición,


hemos de recordar que la Biblia no es más que la misma tradición “en
cuanto palabra escrita”.7 La Escritura es un momento privilegiado de
la Tradición y, por ende, la Tradición es el medio vital de la Escritura.
Consiguientemente, a pesar de la centralidad de la Biblia y contra lo
que comúnmente se supone, la fe católica no se piensa a sí misma
como una “religión de libro” (cfr. Cat.I.C. 108), tal como sí se presenta
el islamismo con su Corán. El cristianismo es esencialmente un
acontecimiento histórico, cuya plenitud se encuentra en la persona
del Hijo resucitado.
La Sagrada Escritura se gestó dentro de la Tradición viva de
una comunidad que experimentó e interpretó este acontecimiento de
Dios en su devenir histórico. Es justamente esta misma Tradición
eclesial la que Jesucristo continuó a través de los Apóstoles presididos
por Pedro y luego a través de los Obispos en comunión con el Papa.
Asimismo, esta Tradición se vio enriquecida por el decisivo
aporte de los “Padres de la Iglesia”, que desarrollaron su actividad
teológica y apostólica en los primeros siglos de nuestra era. La
llamada “literatura patrística” conoció un primer período con los
Padres Apostólicos (siglos I y II) quienes recogieron las enseñanzas
evangélicas en cartas y máximas sencillas dirigidas a las incipientes
comunidades cristianas. Con el encarnizamiento de las persecuciones
a la Iglesia por parte del Imperio Romano surgieron los Padres
Apologetas (siglo III), que con sus escritos defendieron la fe ante sus
detractores paganos. Luego del Edicto de Milán de tolerancia religiosa,
promulgado por el emperador Constantino (año 313), los Padres
pudieron disponer de la paz necesaria para profundizar y madurar su
doctrina, estableciendo así las bases de la fe de la Iglesia y preparando
el terreno para los primeros Concilios Ecuménicos que definirían,
después de arduos debates, todos los dogmas de nuestra fe.
A través de la fecunda continuidad de numerosos santos,
pastores y teólogos que participaron en la primitiva historia de la
Iglesia, el Espíritu Santo prosiguió su tarea de profundizar lo que
había quedado expresado definitivamente por Jesús en el Evangelio.


7 Véase el discurso del Papa BENEDICTO XVI, a los participantes de la Asamblea
Plenaria de la Pontificia Comisión Bíblica del 23 abril 2009, en el que les habló,
específicamente, sobre la relación entre Escritura y Tradición que se “interpretan”.


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Por esta razón la Tradición y la Escritura están estrechamente unidas


y compenetradas.8
No obstante, este gran ámbito vital de la Tradición es justo
distinguir entre Tradición Apostólica y Tradiciones Eclesiales. La
primera es la que viene de los Apóstoles y transmite lo que éstos
recibieron de las enseñanzas y del ejemplo de Jesús, junto a lo que
aprendieron por el Espíritu Santo. Las Tradiciones Eclesiales son
todas aquellas tradiciones teológicas, disciplinares, litúrgicas o
devocionales nacidas a lo largo del tiempo en las Iglesias locales.
Éstas constituyen formas particulares dentro de la gran Tradición que
se va adquiriendo expresiones adaptadas según los diversos lugares y
las diversas épocas (cfr. Cat.I.C. 83).

7.3.2.- Sagrada Escritura

La Biblia, en cuanto Palabra de Dios escrita en lenguaje


humano, por inspiración del Espíritu Santo (cfr. DV 9) es la fuente
primordial de la revelación divina. Dios ha comunicado gradualmente
su Palabra al Pueblo de Israel, a través de una historia de casi veinte
siglos que culminó con la Encarnación de la Palabra misma de Dios
en Jesucristo.9
Ahora bien, la Sagrada Escritura no es un libro del pasado: la
Palabra de Dios es siempre viva y actual. Más que un libro, es una
persona: Cristo Jesús (DV 8; SC 7). Esto quiere decir que la Biblia,
aunque está condicionada por un tiempo y un espacio, una cultura y
unos problemas concretos, no pierde su dimensión universal y su
reflexión profunda de cada realidad humana. Puede no tener
explícitas realidades o problemáticas modernas, pues no es un libro
de recetas. Pero seguro encontramos el espíritu, los criterios y los
valores que satisfagan nuestras respuestas. Ella ilumina, porque es
luz, orienta porque es camino, sacia porque es alimento, sana porque
es medicina, salva porque es redentora. La Biblia interpela la vida,
pero la vida también está llamada a interpelar a la Biblia. Vamos a la
Escritura con nuestras preguntas y salimos con las preguntas que


8 Cfr. RAHNER - RATZINGER, Revelación y Tradición, 27-76.
9 Cfr. MANNUCCI, La Biblia como Palabra de Dios, 67-79.


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Ella nos hace a nosotros. Leemos la Biblia, pero Ella también nos lee a
nosotros.
Para que nuestra respuesta sea adecuada es necesario leer la
Escritura con el mismo espíritu con que fue escrita, es decir, “en la
Iglesia” (DV 12). La Biblia no es el libro de un individuo, sino de una
comunidad eclesial. Debe leerse en comunión con la Iglesia del
pasado, porque no somos los primeros en comenzar a interpretarla
adecuadamente. Debe ser escuchada con humildad, porque nuestras
interpretaciones son falibles y nuestros resultados provisorios. Debe
ser leída desde el sentir y el corazón de los pobres y pequeños, es
decir, desde la perspectiva solidaria para con el oprimido y el
desposeído, porque así nos lo propone Dios en el Antiguo Testamento
(Dt 10,18) y Jesús en el Nuevo Testamento (Mt 25,40).
El Señor también habla a través de los acontecimientos que nos
interpelan y nos cuestionan. No se trata de sacralizar la historia o
justificarla: hay acontecimientos contrarios a la voluntad divina y
otros que se suman a su misterio incomprensible. Pero nuestra tarea
sigue siendo esforzarnos por leer e interpretar estos signos de los
tiempos y discernirlos a la luz del Evangelio. Se trata de distinguir lo
divino de lo humano, discernir la voz del Espíritu en medio de tantas
otras voces que quieren imponerse. Para llevar a cabo esta tarea es
necesaria una verdadera sensibilidad espiritual, capaz de escuchar la
voz del Señor, no endurecer nuestros corazones y sumarnos a
construir, con obras, el Reino de Dios que es siempre optar por hacer
el bien.
Asimismo, Dios nos habla a través del otro, aquel hermano que
incluso muchas veces no piensa como nosotros, pero lo mismo puede
ser un mensajero de las advertencias de lo alto.
Estos “lugares teológicos” -la Biblia, los acontecimientos, los
otros- donde la Palabra de Dios puede hacerse presente y nos revela
Su querer, no son realidades paralelas ni independientes. Se
relacionan mutuamente y todas, cada una a su modo, puede
ayudarnos a escuchar lo que Dios quiere comunicarnos.



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7.3.3.- Magisterio

“El oficio de interpretar auténticamente la Palabra de Dios, oral o


escrita, ha sido encomendado sólo al Magisterio vivo de la Iglesia, el
cual lo ejercita en nombre de Jesucristo” (DV 10), es decir, a los obispos
en comunión con el sucesor de Pedro, el obispo de Roma” (Cat.I.C.
84).
Es misión del Magisterio eclesial conservar la identidad de la fe
revelada por Jesucristo e interpretar su Palabra a la luz de los signos
de los tiempos. La tarea es ardua. Y el equilibrio se alcanza cuando
logra mantener unidas dos actitudes fundamentales: la fidelidad a la
integridad del mensaje evangélico confiado por Jesucristo y la
creatividad que permita encontrar un lenguaje para que el mensaje
llegue al oyente de la Palabra, que está situado en una cultura y en
determinadas circunstancias particulares.10
Para que el Magisterio pueda llevar a cabo esta tarea, Jesús le
ha otorgado, a través de la acción inspiradora del Espíritu Santo, el
carisma de la infalibilidad: el Papa estaría preservado de cometer
errores cuando promulga a la Iglesia una enseñanza dogmática en
temas de fe y de moral bajo el rango de “solemne definición pontificia”
o “declaración ex cathedra”. Como se considera una verdad de fe, lo
declarado no está sujeto a discusión y debe ser acatado y obedecido
incondicionalmente por todos los católicos. Así fue proclamado por los
Concilios Vaticano I y II. Asimismo, también el Cuerpo Episcopal
posee este carisma cuando ejerce su misión magisterial en comunión
con el Papa, principalmente en los Concilios Ecuménicos.11
Sin embargo, cabe afirmar con el Concilio Vaticano II que: “el
Magisterio no está por encima de la Palabra de Dios, sino a su servicio,
para enseñar puramente lo transmitido, pues por mandato divino y con
la asistencia del Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo custodia
celosamente, lo explica fielmente; y de este único depósito de la fe saca
todo lo que propone como revelado por Dios para ser creído” (DV 10).


10 Cfr. RATZINGER, “Relación entre magisterio de la Iglesia y exegesis”, en Osservatore
Romano del 16 de mayo del 2003.
11 Cfr. CONSTITUCIÓN PASTOR AETERNUS, 1870, cap. IV; LG 25; Cat.I.C. 891.



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7.3.4.- Relación entre Tradición, Escritura y Magisterio

Entre Escritura y Tradición hay unidad: ambas proceden de la


misma fuente, las dos tienen un mismo servicio que prestar, poseen
un mismo contenido y se orientan a una misma finalidad: comunicar
la salvación en Cristo.
También hay una mutua dependencia. La Escritura depende de
la Tradición porque encuentra en ella su origen. Cronológicamente,
primero está la Tradición y después la Escritura; ésta última no puede
ser reconocida como santa, inspirada y canónica, sin la Tradición (cfr.
DV 8). Pero también la Tradición depende de la Escritura. En efecto, la
Tradición no puede ser reconocida como divino-apostólica sin la
Escritura, porque ésta custodia la Tradición, a fin de que no se desvíe,
ni se considere tal aquello que no pertenece a su núcleo y sustancia.
Asimismo, entre Tradición y Escritura hay
complementariedad. Por eso, mejor que hablar de dos fuentes de la
revelación, hay que referirse a las dos expresiones de la misma fuente,
o dos manifestaciones complementarias del mismo Dios que se revela
(DV 9). En definitiva, “La Tradición y la Escritura constituyen un único
depósito sagrado de la Palabra de Dios (DV 10), en el cual, como en un
espejo, la Iglesia peregrinante contempla a Dios, fuente de todas sus
riquezas” (Cat.I.C. 97).
Por otro lado, hemos de señalar sus diferencias. La Escritura es
única e irrepetible, mientras que la Tradición es continua y prosigue a
lo largo de la historia. La Escritura es Palabra formal de Dios,
mientras que la Tradición es palabra formal del ser humano.
Finalmente, respecto a la relación entre Escritura, Tradición y
Magisterio, el Concilio Vaticano II concluye de manera contundente
que “la Tradición, la Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el plan
prudente de Dios, están unidos y ligados, de modo que ninguno puede
subsistir sin los otros; los tres, cada uno según su carácter, y bajo la
acción del único Espíritu Santo, contribuyen eficazmente a la salvación”
(DV 10).



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8.- Inspiración

Las ciencias del lenguaje pueden considerar a la Biblia como un


libro entre tantos otros. Sin embargo, las personas de fe reconocen -en
éste libro- la Palabra de Dios. La Biblia no es sólo un libro religioso
por su contenido, sino un verdadero libro sagrado por su origen
divino. En sentido estricto la inspiración divina de la Escritura es un
misterio sobrenatural. Por lo tanto, es necesaria la fe y aún con ésta,
siempre permanecerá una realidad que nunca comprenderemos
plenamente.
La fe de los primeros cristianos en el origen divino de la
Escritura se refleja no solamente en las enseñanzas de Jesús, sino
también en la doctrina de los Apóstoles y la de sus sucesores los
obispos. Jesús se presentaba a la gente como el Enviado del Padre y
confirmaba que la Escritura entonces conocida, era de origen divino
(cfr. Mt 22,31-32; Lc 24,27; etc.).
Etimológicamente, el término “inspirado” o “inspiración” se
aplica a todos y a cada uno de los impulsos con que la gracia de Dios
actúa sobre el alma humana. En este sentido, toda persona puede ser
inspirada por Dios para obrar el bien. Pero ahora únicamente nos
referiremos a la inspiración de la Sagrada Escritura, es decir, a la
gracia que recibieron sólo algunas personas, aunque sin avasallar la
“humanidad del autor”, es decir, su cultura, modos de escribir,
gustos, intereses, inclinaciones, etc.
En el origen de la Biblia está la acción del Espíritu Santo (Hch
1,16), por eso toda la Sagrada Escritura es “Palabra de Dios”. Dos
textos bíblicos, entre tantos otros12, reflejan claramente esta doctrina:

12 Así, por ej., del origen divino de la Ley de Dios escrita por Moisés, hablan Ex
17,14; 34,27-28; Nm 33,2; Dt 4,13; etc. También entre los profetas figura el
testimonio de que lo escrito es por mandato explícito divino: Is 30,8; Jr 36,1-
2.28.32. Muchísimas veces se dice expresamente que la Palabra viene de Dios: 2Re
22,8-11; 2Cro 17,9; 34,14-15; Esd 7,11; Neh 8,1.8.18. Para profundizar en el tema
de la inspiración, pueden verse IBAÑEZ ARANA, «Inspiración, inerrancia e
interpretación de la Sagrada Escritura en el Concilio Vaticano II», 5-96; RIVAS, Los
libros y la historia de la Biblia, 15-30, PETRINO, Dios nos habla, 65-88, MANNUCCI, La
Biblia como Palabra de Dios, 119-179, PAUL, La inspiración y el canon de las
Escrituras, 5-38, BALAGUER, “La ‘economía’ de la Sagrada Escritura en Dei Verbum”,
893-939; TREBOLLE BARRERA, La Biblia judía y la Biblia cristiana, 157-270 y, sobre
todo, ARTOLA, Biblia y Palabra de Dios, 133-215. Aunque ya datado, ALONSO


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• 2Tim 3,14-17: se fija sobre todo en la obra inspirada (no habla


directamente del hagiógrafo o autor humano inspirado) y en sus
efectos: “es útil para enseñar, para argumentar, para corregir y
para educar…”. Al decir “toda Escritura”, en primer lugar, se
refiere a la colección de todos los libros conocidos del Antiguo
Testamento, pero también a aquellos escritos cristianos que para
esa época circulaban y eran equiparados a las Escrituras.
• 2Pe 1,19-21: se concentra en los “hombres movidos por el
Espíritu”, especialmente profetas y, por analogía, en los demás
hagiógrafos. Insiste en que la interpretación de la palabra
profética escrita no puede ser privada: “nadie puede interpretarla
por cuenta propia”, sino adecuada a su origen, que es divino.
Ambos textos nos muestran cómo los autores humanos de la
Biblia, escogidos por Dios, no escribieron por propia iniciativa sino
movidos por el Espíritu Santo. De ahí que nadie puede interpretar la
Biblia a su manera. El pueblo de Dios, la Iglesia, se ha ido
pronunciando “poco a poco”, pero de manera autorizada, sobre la
naturaleza de la Sagrada Escritura. Tales pronunciamientos han dado
origen a lo que se llama el “dogma de la inspiración”.
Algunas afirmaciones magisteriales sobre la inspiración se
encuentran en:
• El Concilio de Florencia (1442): “(La Iglesia) profesa que el
mismo y único Dios es el autor del Antiguo y del Nuevo Testamento,
es decir, de la Ley, de los Profetas y del Evangelio, ya que bajo la
inspiración del mismo espíritu santo hablaron los santos de uno y
otro Testamento, cuyos libros recibe y venera, los cuales se
contienen en los títulos siguientes... (sigue la lista). Asimismo,
anatematiza la locura de los maniqueos que pusieron dos primeros
principios, uno de las cosas visibles, y otro de las invisibles, y
dijeron que uno Dios era el Dios del Nuevo Testamento y otro el del
Antiguo”.


SCHÖKEL, La Palabra Inspirada (especialmente las pág. 163-359) sigue siendo una
muy buena obra de referencia. Además, la PCB, Inspiración y Verdad de la Sagrada
Escritura, escribió específicamente un Documento al respecto, véase la primera parte
(pág. 29-121: “El testimonio de los escritos bíblicos sobre su proveniencia de Dios”)
Obviamente, es indispensable leer DV 11-20.


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• El Concilio Vaticano I (1870) definía: “Los libros del AT y NT


íntegros y en todas sus partes…deben ser recibidos por sagrados y
canónicos. La Iglesia los tiene por sagrados y canónicos no porque,
habiendo sido escritos por la sola industria humana, hayan sido
después aprobados por su autoridad, ni sólo porque contengan la
revelación sin error, sino porque habiendo sido escritos por
inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios por autor y como tales
han sido entregados a la misma Iglesia…Si alguno no recibiere
como sagrados y canónicos los libros de la Sagrada Escritura
íntegros, con todas sus partes como los describió el santo sínodo
Tridentino o negase que son divinamente inspirados, sea anatema”.
• El Concilio Vaticano II (1959) -en su Constitución dogmática
Dei Verbum- afirma: “La Sagrada Escritura es la Palabra de Dios
en cuanto se consigna por escrito bajo la inspiración del Espíritu
Santo...” (DV 9). “Las verdades reveladas por Dios, que se
contienen y manifiestan en la Sagrada Escritura, se consignaron
por inspiración del Espíritu Santo. La santa Madre Iglesia, según la
fe apostólica, tiene por santos y canónicos los libros enteros del
Antiguo y Nuevo Testamento con todas sus partes, porque, escritos
bajo la inspiración del Espíritu Santo (cfr. Jn 20,31; 2Tim 3,16; 2Pe
1,19-20; 3,15-16), tienen a Dios como autor y como tales se le han
entregado a la misma Iglesia. Pero en la redacción de los libros
sagrados, Dios eligió a hombres, que utilizó usando de sus propias
facultades y medios, de forma que obrando El en ellos y por ellos,
escribieron, como verdaderos autores, todo y sólo lo que Él quería...
todo lo que los autores inspirados o hagiógrafos afirman, debe
tenerse como afirmado por el Espíritu Santo... Así, pues, toda la
Escritura es divinamente inspirada y útil para enseñar, para argüir,
para corregir, para educar en la justicia, a fin de que el hombre de
Dios sea perfecto y equipado para toda obra buena” (DV 11).
Se considera autores inspirados a todos los que han colaborado
en la formación de las Escrituras en sus diversas facetas, desde la
fase oral hasta su fase propiamente escrita. La inspiración se da allí
donde haya habido una verdadera actividad de composición y
redacción. Los hagiógrafos tienen una gracia especial del Espíritu en
orden a poner por escrito la revelación. La obra inspirada: son
verdaderas elaboraciones literarias, no reproducciones mecánicas.
Tienen un sentido original que puede ir creciendo y ser sobrepasado, y
a la vez poseen palabras que el lector no puede alterar. El lector: es


DRA. MARÍA VERÓNICA TALAMÉ 14

parte esencial para que la obra no sea letra muerta. Lo escrito está
por encima del lector, que no puede cambiarlo o corregirlo; pero el
texto está muerto a menos que reviva a través del lector.
En definitiva, la inspiración no es la simple aprobación posterior
de una obra ni el hecho de que un libro no contenga error. Es, más
bien, la conjugación de la acción de Dios y la del escritor sagrado que
producen los textos inspirados y que luego se confían a la Iglesia. Lo
conveniente es llamar “Inspiración Escriturística” a la revelación o
Palabra de Dios que va directamente encaminada a ser consignada
por escrito y a su permanencia constante en la comunidad del pueblo
de Dios.

9. Canon

¿Cómo se formó la lista de los libros que aparecen en la Biblia


católica? ¿Por qué no todas las Biblias tienen los mismos libros?
¿Cómo se distingue una Biblia católica de otra que no lo es? Éstas y
otras preguntas de la misma índole responden al tema de la
canonicidad.13
El término canon se deriva del griego kanon y del hebreo kaneh
(caña) que antiguamente se utilizaba como instrumento para medir y
trazar líneas rectas. Puede tener dos significados. En primer lugar,
equivalía a lo que hoy sería una “regla”, “metro” o incluso, “norma”.
Así, en la Carta a los Gálatas, Pablo lo aplica para referirse a la
inutilidad de la circuncisión (Gal 6,16).
Durante los tres primeros siglos de la Iglesia, el término canon
designó la “regla de la Tradición” (San Clemente romano), es decir, la
verdad vinculante tal como la anunciaba la Iglesia.

13Para profundizar el tema del canon, entre otros, pueden verse: PETRINO, Dios nos
habla. 37-63; ALONSO SCHÖKEL, Comentarios a la constitución «Dei Verbum», 178-223;
RIVAS, Los libros y la historia de la Biblia, 31-40 y MANNUCCI, La Biblia como Palabra
de Dios, 181-209, PAUL, La inspiración y el canon de las escrituras, 39-61. Además,
de la PCB, El pueblo judío y sus Escrituras Sagradas en la Biblia cristiana, 16ss.
SIMIAN-YOFRE, “La esclerosis de la Palabra: la Escritura”, 55-77 escribió un
interesante artículo sobre las relaciones entre la palabra oral y la palabra escrita,
entre la palabra religiosa fijada como canon y las lecturas posibles, entre los
diversos textos que manifiestan un trasfondo común (fenómeno de la
intertextualidad), y en fin por la apertura del texto escrito hacia su contexto
cultural.


DRA. MARÍA VERÓNICA TALAMÉ 15

Sin embargo, a comienzos del s.IV, a este uso general del


término, se le añade el de elenco normativo de los libros a tener por
inspirados, es decir, se aplicó a los libros de la Sagrada Escritura, en
cuanto norma de fe y de vida para los fieles.
De modo que un libro es “canónico” cuando es reconocido por la
Iglesia como “regla de fe y vida”, ya sea que los haya reconocido
unánimemente en un primer momento (“libros protocanónicos”) o
hayan sido más discutidos o controvertidos, y entraron en un segundo
momento (“libros deuterocanónicos”). Ésta denominación sólo indica
el modo y su consecuente fecha de admisión al canon, no establece
ninguna diferencia respecto a la inspiración ni a la importancia del
libro.
La comunidad judía reconoce como canónicos solamente los
libros protocanónicos del Antiguo Testamento. Asimismo, las Iglesias
Protestantes reciben como canónicos sólo los libros protocanónicos
pero denominan “apócrifos” a los libros que en la Iglesia Católica se
llaman deuterocanónicos. En las Iglesias Ortodoxas no hay
uniformidad. Al no existir entre ellas ninguna decisión oficial sobre el
tema, por ejemplo, entre la Iglesia Griega, la Iglesia Rusa, la Iglesia
Siria y la Iglesia de Etiopía hay diferentes variantes.
En el Antiguo Testamento son protocanónicos los libros
conservados en hebreo o trozos arameos. Se consideran libros
deuterocanónicos, aquellos siete libros conservados en griego: además
de algunas secciones escritas en griego del libro de Daniel (Dn 13-14)
y de Ester (Est 10,4-16,24), los libros de Tobías, Judit, 1 y 2
Macabeos, Baruc, Sirácide (o Eclesiástico) y Sabiduría. En el Nuevo
Testamento los Deuterocanónicos son la Carta a los Hebreos, de
Santiago, la 2 Pedro, la 2 y 3 de Juan, la de Judas y el Apocalipsis.
En este sentido, la fijación del canon, tanto del Antiguo como
del Nuevo Testamento, entre los hebreos como entre los cristianos,
tuvo su complejo y largo proceso. Lamentablemente no es posible en
este espacio ilustrar este proceso, hay amplia bibliografía disponible,
pero sí creemos oportuno presentar el desenlace.
Luego de numerosas fluctuaciones que se dieron en los
primeros siglos, todavía en el Concilio de Trento se seguía
discutiendo si los libros Deuterocanónicos del Antiguo y del Nuevo
Testamento debía incluirse (o no) en el canon de las Escrituras. En su
sesión del 8 de abril del año 1546 dicho Concilio promulga el Decreto


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referente a los libros sagrados, en el que solemnemente “semel pro


semper” (de una vez y para siempre) reconoce como “sagrados y
canónicos” todos los libros protocanónicos como aquellos
deuterocanónicos del Antiguo y del Nuevo Testamento, con todas sus
partes. Todos los libros están al mismo nivel. A partir de entonces, la
lista de los libros de la Biblia tal como aparecen en las actuales
Biblias de ediciones católicas, fue inamovible. Los Concilios Vaticano I
(1870) y Vaticano II (1965) ratificaron la decisión de Trento.

10. La verdad de la Biblia

Entre los efectos de la inspiración, la verdad de la Escritura (por


mucho tiempo llamado en los tratados de teología preconciliares
“inerrancia bíblica”), ocupa un lugar fundamental.14
Uno de los valores más importantes de la Sagrada Escritura es
su permanencia y resistencia al tiempo y a las mudanzas. Expresiones
como “la Palabra de Dios dura por siempre” (Is 40,8), “el cielo y la tierra
pasarán, más mis palabras no pasarán” (Mc 13,31), que dicen de su
fijeza y perpetuidad, son gracias a su verdad. Por eso, este tema de la
verdad de la Biblia, en la historia del cristianismo, ha tenido una
singular relevancia, como un no menor constante ataque.
Sin embargo, resulta impostergable la pregunta acerca de ¿qué
verdad es la que contiene la Biblia? Pues, junto al dogma de la
inspiración por el que la Sagrada Escritura por ser Palabra de Dios no
puede engañar ni engañarnos, es inevitable la constatación de no
pocas “inexactitudes” o “discordancias” presentes en la misma, frente
a las cuales, tanto la fe judía como la cristiana, no pueden ser
indiferente. Las ciencias humanas modernas, como las críticas


14Para profundizar sobre la verdad bíblica, cfr. ALONSO SCHÖKEL, Comentarios a la
constitución «Dei Verbum», 392-417; IBAÑEZ ARANA, «Inspiración, inerrancia e
interpretación de la Sagrada Escritura en el Concilio Vaticano II», 225-329; ARTOLA,
Biblia y Palabra de Dios, 217-241; SICRE, Introducción al Antiguo Testamento, 17-50;
MANUCCI, La Biblia como Palabra de Dios, 225-249. Además, la PCB, Inspiración y
Verdad de la Sagrada Escritura, escribió específicamente un Documento al respecto,
véase la segunda parte (pág. 123-195: “El testimonio de los escritos bíblicos sobre su
verdad”) y la tercera parte (pág. 197-245: “La interpretación de la Palabra de Dios y
sus desafíos”) del Documento.


DRA. MARÍA VERÓNICA TALAMÉ 17

contemporáneas, nos han acostumbrado a reconocer que en la Biblia


hay muchos problemas. Veamos algunos ejemplos:
• Entre Gn 1-2 hay bastantes diferencias.
• Josué 6 narra la conquista y destrucción de la ciudad de Jericó
por los israelitas al entrar en la tierra de Canaán (hacia el S. XIII
a.C.). Los descubrimientos arqueológicos indican que, por aquella
fecha, Jericó ya llevaba varios siglos en ruinas y no fue habitada
de nuevo hasta mucho tiempo después.
• Josué 10,6-15 dice que, en la batalla de Gabaón, por orden de
Josué, el sol se detuvo. ¿Puede el sol, que no se mueve,
detenerse?
• ¿Dónde fue Jesús después del Bautismo? Los sinópticos
constatan que inmediatamente después del Bautismo por Juan
Bautista en el Jordán, Jesús fue llevado por el Espíritu al
desierto para ser tentado (Mc 1; Mt 4; Lc 4). San Juan no sólo no
nombra las tentaciones de Jesús en el desierto, sino que incluso
presenta a Jesús, seis días después de su Bautismo, entre los
invitados de la boda de Caná (Jn 2).
• En torno a la resurrección: ¿fue antes (Mt 28,1; Jn 20,1) o
después (Mc 16,1-2) del amanecer? ¿Quiénes y cuántas mujeres
fueron al sepulcro? ¿Una (Jn 20,11), dos (Mt 28,1) o tres (Mc
16,1)? ¿Quiénes y cuántos sujetos hablaron con las mujeres?
¿Un joven (Mc 16,1), dos varones (Lc 24,4), un ángel (Mt 28,5) o
dos ángeles (Jn 20,12)?
Lamentablemente, por cuestiones de espacio y pertinencia, en
este apunte sólo se pueden decir “pocas palabras” de la historia del
problema. Pero es siempre importante tener presente el trasfondo de
los intentos por responder a realidades complejas como ésta.
Sobresalieron tres períodos:
• Período dogmático (desde los orígenes hasta s. XVI): en este
período reinaba la confianza simple y espontánea en la fidelidad
de la Biblia. La autoridad de la Sagrada Escritura como Palabra
de Dios era suficiente para aceptar todo lo que ella contenía,
como verdadero. Ante pasajes bíblicos con problemas o
inexactitudes los antiguos escritores cristianos, como por ej. san
Justino (160 dC), san Ireneo de Lyon (130-202 dC), Orígenes
(185-284 dC), entre otros, recurrían a la interpretación alegórica


DRA. MARÍA VERÓNICA TALAMÉ 18

o analógica.15 Por su parte, san Agustín (354-430 dC) impartió


una lección mucho más precisa, por desgracia, olvidada en siglos
posteriores: “El Señor pretende hacer cristianos no científicos… El
Espíritu de Dios que nos ha hablado a través de los autores
sagrados no quiso enseñar a los hombres cosas que no sean de
ninguna utilidad para su salvación” (De Gen. ad litt. 2, 9). Su
mérito consistió en referir la verdad de la Escritura a una verdad
de orden formalmente religioso.
• Período apologético (s. XVI a XIX): con el progreso de las
ciencias, particularmente de la historia, las ciencias naturales, la
arqueología, el estudio de las lenguas orientales y de las
literaturas extra-bíblicas, como del mayor conocimiento del
Cercano Oriente y de su historia, el problema de la así llamada
en aquella época “inerrancia bíblica” se agudizó severamente. El
más llamativo de este periodo fue el "caso Galileo" (1564-1642).
Al enseñar que la tierra gira alrededor del sol, Galileo, según sus
acusadores, atribuía un error a la Biblia que en Jos 10,12-14
afirmaba lo contrario.16 Al principio, la respuesta de estudiosos

15 Entre otro, san Justino decía: “Jamás me atreveré a pensar, ni a decir, que las
Escrituras presentan contradicciones entre sí; y si alguna Escritura me pareciera tal,
preferiría reconocer que no entiendo su significado y trataré de persuadir a todos
aquellos quienes sospechan que en las Escrituras existen contradicciones, que adopten
mi forma de pensar”; san Ireneo: “Si no podemos encontrar una solución a todas las
dificultades que aparecen en la Escritura, sería la más grande impiedad tratar de
hallar un Dios distinto del que es de hecho, reconociendo que las Escrituras son
perfectas por haber sido pronunciadas por la Palabra de Dios y por su Espíritu” y
Orígenes: “Las divergencias entre los evangelistas no se resuelven correctamente con
la interpretación analógica sino aceptando que su verdad no consiste en aquello que es
corpóreo”.
16 La postura exegética de Galileo, al menos la que resulta de su “Carta a Cristina de

Lorena, Gran Duquesa de Toscana” (del año 1615) era extremadamente precisa y, en
la práctica, se anticipaba a la que adoptaría León XIII en su Encíclica
Provindentissimus Deus (1893). Sin embargo, en su momento, fue excomulgado.
Después de referir las palabras de Agustín apenas señaladas, Galileo escribía: “De
las cuales cosas, desciendo en concreto a la que nos ocupa, se sigue
necesariamente, que no habiendo querido el Espíritu Santo enseñarnos si el cielo
está quieto o se mueve, ni si su figura tiene la forma de esfera o de disco o es plano,
ni si la Tierra se halla en el centro de él o a un lado, no habrá tenido intención de
cerciorarnos tampoco de otras conclusiones del mismo género y se puede deducir
razonablemente que sin su determinación no se puede asegurar ésta o aquella
parte; como son la de determinar sobre el movimiento o quietud de la Tierra o el Sol.
Y si el Espíritu Santo no ha querido enseñarnos proposiciones semejantes, ya que
quedan fuera de su intención, cual es nuestra salvación, ¿cómo podrá afirmarse que


DRA. MARÍA VERÓNICA TALAMÉ 19

católicos tomó el camino de limitar el campo de la verdad bíblica


sólo a los contenidos de fe y de moral. La cuestión parecía
haberse resuelto, pero en realidad partía de una distinción
artificiosa y acababa por menoscabar el alcance de la inspiración.
Las intervenciones del Magisterio, para resolver los problemas de
la verdad bíblica que surgieran en el terreno histórico,
comenzaron a vislumbrar la salida por el lado de la literatura, e
invitaban a los exegetas a un uso amplio y correcto de los
géneros literarios.
• Periodo hermenéutico (s. XIX hasta nuestros días). Este
período comienza con las enseñanzas del Concilio Vaticano II, en
particular, con la Declaración Dogmática Dei Verbum. Ella
enmarca la doctrina de la verdad en el contexto de los designios
de Dios, que tienen como finalidad la comunicación de su vida
divina a los hombres. La verdad primordial es lo que la
Constitución llama “la verdad profunda acerca de Dios” (DV 2).
Esta verdad se comunica por medio de su Palabra y es una
verdad para la “salvación del hombre” (DV 2). Concepto que se
vuelve a repetir más adelante con absoluta contundencia y
claridad: “Como todo lo que los autores inspirados o hagiógrafos
afirman, debe tenerse como afirmado por el Espíritu Santo, hay
que confesar que los libros de la Escritura enseñan firmemente,
con fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso consignar en
las sagradas letras para nuestra salvación” (DV 11). Queda claro,
pues, que el objetivo ya no es defender la Biblia, sino entenderla
e interpretarla. La DV 11 ya no habla de "inerrancia" (aunque se
conserve el inciso "sin error") sino de "verdad". En otras palabras,
en vez de decir la Biblia carece de error, dice La Biblia es toda
ella verdadera. Ahora bien, esta verdad no es de tipo científica, ni
histórica ni de otro género, sino salvífica, ordenada a la
salvación. No es verdadera en el sentido de la exactitud histórica
o científica, sino en la perspectiva religiosa del plan salvador de
Dios: cualquier persona que quiera encontrar el camino de la
salvación, sabe que la Biblia se le va a mostrar de manera
segura. Por su lado, “enseñar firmemente” no se refiere a la
enseñanza común del maestro que transmite conocimientos al
que carece de ellos. Es la comunicación de la verdad de fe que

el defender este extremo y no aquel, sea tan importante que el uno sea de fe y el otro
no?”.


DRA. MARÍA VERÓNICA TALAMÉ 20

salva. Esta “verdad bíblica”, en cuanto a su naturaleza, no es


estrictamente semita ni puramente griega; es la verdad cristiana.
La expresión “sin error” alude a la exclusión de error en el ámbito
de la verdad salvífica.
En definitiva, el Concilio cambió el tono apologético anterior por
una postura mucho más positiva sobre el problema. La interpretación
de la Escritura debe tratar ante todo de descubrir y explicar la
revelación y la realidad salvífica que Dios nos ha comunicado en
Jesucristo. No se acude a la Escritura simplemente porque “ella no se
equivoca”, sino porque en ella se nos permite encontrar “la Palabra de
la Salvación” (Hch 13,26).

Para ilustrar esta temática de manera concreta, puede resultar


iluminador el siguiente cuadro, resumen del primer capítulo que
dedica José Luis Sicre en su Introducción al Antiguo Testamento.17

PROBLEMAS
PISTAS DE SOLUCIÓN
PRESENTADOS
• Descripciones • La Biblia no es un libro de
de fenómenos ciencia.
naturales de • En la Biblia se usan
naturaleza modelos sobre cómo se creía
mítica. que era el mundo en aquel
• Relatos en los tiempo; pero estos
PROBLEMAS que parecen "modelos" no son "la
CIENTÍFICOS contradecirse verdad" que Dios quiso
las leyes consignar para nuestra
naturales (cf. salvación.
Jos 10,12 y el • La Biblia enseña "no cómo
caso Galileo) va el cielo, sino cómo se va
al cielo" (Galileo)


17Cfr. SICRE, Introducción al Antiguo Testamento, 17-36. Específicamente sobre las
páginas “oscuras” de la biblia, en particular por la violencia y las inmoralidades, leer
VD N°42.


DRA. MARÍA VERÓNICA TALAMÉ 21

• Inexactitudes, e • La Biblia no es un libro de


incluso errores, historia. No pretende
al relatar enseñar historia.
hechos del • Los autores bíblicos
pasado. escriben de acuerdo con la
• Relatos altura de los conocimientos
"milagrosos", históricos de su época.
relacionados • Todos los pueblos de la
PROBLEMAS sobre todo con antigüedad, al relatar sus
HISTÓRICOS los "orígenes del orígenes, introducen relatos
pueblo de de carácter legendario. Hay
Israel": paso del que tener en cuenta los
mar Rojo, maná, géneros literarios.
codornices, etc. • Para juzgar sobre la
"historicidad" de los relatos
hay que usar la crítica
histórica.

• Narraciones • La Biblia es un libro que no


"escandalosas": oculta "lo humano", y por
Abraham y tanto muestra las
Jacob mienten, debilidades y los
Jael mata a sentimientos de los
Sísara (cf. Jc personajes.
4,17-22) • Es un libro de un tiempo
• Oraciones de concreto, y refleja la forma
venganza. de ver del mundo de los
• Quejas contra valores, a veces distinto del
PROBLEMAS
Dios (Job) nuestro.
MORALES
• Prácticas • No hay que interpretar
inmorales como norma moral lo que
("Guerra santa") sólo son códigos sociales o
• Prácticas litúrgicos.
sociales hoy • La moral del Antiguo
inaceptables Testamento no es perfecta,
(esclavitud, sino que está abierta a su
sumisión de la plenitud en el Nuevo
mujer) Testamento.



DRA. MARÍA VERÓNICA TALAMÉ 22

• La elección de • Hay que conocer y valorar el


Israel: Dios AT en su conjunto. Hay
parece proteger muchos textos que
PROBLEMAS
a su pueblo en demuestran el amor
TEOLÓGICOS
desmedro de los universal de Dios por todos
otros pueblos sus creaturas y pueblos.
vecinos.

A modo de conclusión, valdría la pena recordar la actualidad de


las palabras de Pío XI en la encíclica Mit brennender Sorge (“Con
ardiente preocupación”) contra el nazismo, del 1937, a la que hace
referencia DV 15: “Los libros santos del AT son todos ellos palabra de
Dios, parte orgánica de su revelación. Conforme al desarrollo gradual de
la revelación se va abriendo sobre ella el crepúsculo del tiempo hasta
alcanzar el pleno mediodía de la redención. En algunos de sus pasajes
se habla de la imperfección humana, de su debilidad y del pecado,
como no puede ser de otra manera, cuando se trata de libros de historia
y de legislación. En otros, nos cuentan cosas sublimes y nobles, ellas
nos hablan de tendencias superficiales y materiales que aparecen en el
pueblo del antiguo pacto, depositario de la revelación y de las promesas
de Dios. Mas para todo aquél que se acerca sin prejuicios y con ojos
limpios resplandece de forma luminosa, a pesar de la debilidad de la
que nos habla la historia bíblica, la luz divina del camino de la salvación
que triunfa al final sobre todas las debilidades y pecados. Y es
precisamente sobre este fondo, no pocas veces oscuro, donde la
pedagogía de la salud eterna, amplía el horizonte de nuestras
perspectivas, la cual nos dirige, nos amonesta, nos sacude, nos lleva y
nos hace felices”.



DRA. MARÍA VERÓNICA TALAMÉ 23

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