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HISTORIA

DE LOS

MIES BAJO 'lb FITEID POR

CARLOS MERIVALE.
Tersion castellana (de la última y reciente echen inglesa) anotada y continuada
hasta la calda del imperio

POR

A, GARCÍA MORENO.

TOMO I.

MADRID
F. GÓNGORA Y COMPAÑÍA, EDITORES.
Puerta del Sol, núm. 13.
1879


ES PROPIEDAD DB LOS EDITORES.

Imprenta de los Editores, Ancha de San Bernardo, núm. 74.


ADVI,I' RTE2,IA 37, LAS

Al comenzar la publicacion de la Historia


de Roma (durante la República), del profesor
Mommsen, prometimos completarla, ora con la
continuacion que el mismo autor ofrecía, ora con
otra obra de las ya publicadas que no le fuese
inferior en mérito.
Mas como quiera que la avanzada edad del
ilustre historiador aleman y las importantísimas
publicaciones de que en la actualidad se haya
encargado creemos que no han de permitir-
le llevar á cabo su primer propósito Je escribir
lo que pudieramos llamar la segunda parte de
su obra, para no demorar por más tiempo el
cumplimiento de nuestra promesa, hemos tenido
que apelar al recurso de publicar otra que por
su fondo, plan y forma tuviese con ella bastante
VIII
semejanza; y, aunque no era ésta fácil empresa,
liemos tenido la buena fortuna de encontrarla.
La última edicion (de 1877) de la Historia de tos
Romanos bajo el Imperio, por Cárlos Merivale,
completamente refundida en muchos puntos, es,
segun el juicio de los eruditos, uno de los mejo-
res libros que sobre la materia pueden consul-
tarse. Por esto nos apresuramos á dar la version
castellana, fiados en que el público le dispensa-
rá la misma acogida que á la obra del Momm-
sen con que comenzamos esta Biblioteca.

Madrid I.° de Abril de 1879.


PRÓLOGO

DE LA PRIMERA EDICION (DE LOS TOMOS I Y II).

La parte de esta historia que hoy ofrezco


al público, abraza el período que se extiende
desde el primer triumvirato hasta la muerte (le
Julio César. La vida y la época de este ilustre
personage, que pudo y debió dar nombre á su
siglo, representan por un lacio el fin, y por otro el
comienzo d'e una era. Destruyó César la oligar-
quía romana, é hizo reposar los fundamentos del
imperio en la voluntad de la clase media. Nive-
ló las barreras de la municipalidad, é infundió
sangre provincial en el Senado y en el pueblo de
Roma. Los generales que le precedieron habían
anexionado algunas provincias, César comenzó
á organizar las conquistas de la República. Des-
de el principio de su carrera, tuvo aquél plena
conciencia de la naturaleza de la revolucion que
x

había emprendido; pero si esta revolucion debía


su forma y su direccion á la hábil y enérgica
mano de este hombre poderoso, el cambio que
efectuó fué, de hecho, exigido por su partido á
la vez cine por las circunstancias. Por más que
el edificio de su ambicion personal pereciese con
él, los fundamentos sociales que le servían de
base permanecieron sólidamente arraigados en
el suelo, y la basta autoridad de sus sucesores se
levantó con una seguridad majestuosa sobre las
líneas trazadas en un principio por el hombre de
Estado nrlis sagaz que tuvo la República, pu-
diendo decirse que la carrera de Cásar es el pre-
ludio de la historia de cuatro siglos.
En mi primer capítula indico los límites que
he señalado á mi obra, siendo éstos, principal-
mente, la traslacion de la silla del Imperio desde
Roma á Constantinopla. Procuraré trazar, du-
rante ese largo período que se desarrolla ánte mi
vista, los efectos que la conquista y la suprema-
cia produjeron en el pueblo romano, la reaccion
de las provincias sobre la capital, los ésfuerzos de
las naciones conquistadas para asegurarse una
parte en los privilegios y dignidades de la raza
conquistadora, y la fusion gradual de los Italianos,
de los Bretones, de los Africanos y cielos Orien-
tales. Procuraré asimismo indagar lo que había
de legítimo en ese orgulla de los Romanas, que,
contemplando el resaltada de esa mezcla univer-
sal, exclamaban que solamente su ciudad había
sido bastante sabia y justapara tomar la inicia-
XI

tiva en esta revolucion bienhechora (1), porque


ya tendremos ocasion de ver que estas concesio-
nes le fueron, en su mayor parte, arrancadas
por la fuerza, y que el acontecimiento culminan-
te que borró el último vestigio de los sentimien-
tos romanos, el establecimiento del cristianis-
mo, constituye, de hecho, la conquista de Roma
por sus propios súbditos.
Por más que los documentos que poseemos
sobre la época á que estos volúmenes se refieren
sean quizá más numerosos que los que tenemos
sobre cualquier otro período de la historia anti-
gua, habremos de pasar, en el curso de esta obra,

(1) Claudiano, De Cons.. Stilich., lib. III, p. 150.


«Fhec est in gremium victos qua sola recepit,
Humanumque genus communi nomine fovit,
Matris non demimr ritu; civesque vocavit
Quos domuit, nexuque pio longinqua revinxit.»
«Roma es la única que ha récibido en su seno á los
vencidos, y ha abarcado al género humano bajo un nom-
bre comun, á manera, no de una señora , sino de una
madre; la única que ha elevado al rango de ciudadanos á
aquellos á quienes había subyugado, y que á unido con un
lazo piadoso los lugares más lejanos.»
Rutilius, Itiner I, 63,
«Fecisti patriam, diversis gentibus unam,
Profuit injustis, te dominante, capi:
Dumque offers victis proprii consortia juris,
Urbem fecisti quod prius orbis erat.»
«Tu has dado una misma patria á naciones muy diver-
sas, y fué para ellas un beneficio inmerecido que tu las so-
metieses: ofreciendo á los vencidos la pa,rticipacion en
tuspropios derechos, has hec!lo una sola ciudad, de lo
que antes era el mundo.» (a)
(a) A fin de facilitar á nuestros lectores la inteligencia de los textos
que el autor trascribe en las notas, daremos la traduccion de aquellos
que tengan cierta importancia.
XII

por largos y áridos campos, variados por muy


Pocos objetos, y que no admiten una descrip-
cion detallada. Con este pensamiento , procura-
ré no perder enteramente de vista las propor-
ciones que convienen á un trabajo histórico poco
extenso, y encerrar mis materiales en el límite
más reducido compatible con la claridad. Al
mismo tiempo, la notable falta, que se advierte en
nuestra literatura moderna, de una historia com-
pleta de este período, seguramente el más inte-
resante de los anales de Roma, me ha estado
tentando constantemente á recorrerlo, y no he
querido dejar que se me escape la ocasion de lle-
nar este vacío, caso de que me impidieran W'
circunstancias llevar más léjos la ejecucion del
plan general que tengo concebido.
La poca luz esparcida sobre esta época por
los escritores ingleses ha sido ámpliamente com-
pensada por la abundancia y la riqueza de los
trabajos debidos á los sabios del Continente. En
el curso de mis estudios he consultado constan-
temente las obras de Michelet, de Amadeo Thier-
ry, de Duruy, de Hoeck, de Abeken y de otros
muchos autores estimables. Además, la obra, tan
concienzudamente trabajada, de Drumann, en
la que ha reunido todos los documentos de la an-
tigüedad, y los ha enlazado con un talento y
critica tan admirables, me ha suministrado una
coleccion de reseñas, á las que no he tenido es-
crúpulo en recurrir libremente. Pero sin afectar
una, originalidad que hubiera sido siempre defec-
XIII

tuosa en extremo, creo que, en una gran parte


de mis indagaciones y conclusiones, hay, por lo
ménos, imparcialidad é independencia.
Tambien reconozco cuánto debo á la historia
del fin de la República, del doctor Arnold. El
rápido bosquejo que de la época de César ha tra-
zado el autor referido, es digno de su pluma. Si
hubiese vivido lo suficiente para continuar su
Historia general de Roma hasta el período que
yo he elegido, es inútil decir que mi ambicion se
hubiera dirigido á otra parte; y que, como su
admirador y su amigo, hubiera unido mi voz á
la del público en general, saludando una obra
que nuevos desarrollos hubieran hecho digna del
autor y de su objeto.
«si mea cum vestris viluissent vota, Pelasgi,
Non foret ambiguus tanti certaminis heces,
Tuque tuis armes, nos te poteremur, Achille.»
PROL:7T: .L' OBRA :,011P1,71.A.

El pasage de llutilio, citado en forma de


nota en el prólogo que antecede, como la clave
para la historia siguiente, acaba de ser reprodu-
cido con igual objeto por M. Amedée Thierry, al
principio de su última obra, «Tableau de 1' Em-
-pire Romain»: «Cette belle pensée,» dice, «ex-
»primó en si beaux vers par un poete Gaulois du
»cinquieme siecle m' a inspirée le plan de ce
»livre. Remontant a 1' association des compag-
»nons de Romulus dans 1' asile des bords du Ti-
»bre, j` al suivi pas a pas la construction de
»Rome latine, italienne, puis . universelle, jusqu'
»au jour bu toutes les nations civilisees et une
»partie des nations barbares étant réunies sous
»le menee sceptre, ii n' y eut plus dans l'ancien-
»ne monde qu' une seule cité, en travail d' un
»monde nouveau. De tous les points de vue de 1'
hitsoire romaine, celui-la ni' a paru tout á la
»fois le plus élevé et le plus vrai (a).» No podía

(a)«Este bello pensamiento, dice, expresado en tan


magníficos versos por un poeta galo del siglo V..... es el
que me ha inspirado el plan de este Remontándome
hasta los tiempos en que se reunieron los compañeros de
XV

yo expresar con más sencillez la idea en que fun-


dé el plan de esta obra, que comprende sólo una
parte de la historia de Roma, y que, completada
como ahora lo está, abraza ménos de lo que yo
al principio, tal vez con alguna lijereza, me
imaginaba. En la conclusion del último capítulo,
he manifestado las causas que me han movido á
terminar mis tareas con la muerte de M. Aure-
lio. Pero, al paso que insisto en el prólogo de
mis primeros volúmenes, en el cual ofrecía
grandes resultados , aprovecho , la ocasion al.
publicar una edicion de la obra completa, para
hablar con alguna más extension del objeto con-
que acometí tan dificil empresa.
Mr. Thierry hace observar con mucha ra-
zon que todo pueblo tiene dos historias, una que
podemos llamar interna , nacional y domésti-
ca, y la otra exterior ó externa. La primera
nos da á conocer así sus leyes é instituciones,
como sus cambios políticos , en una palabra su
accion sobre sí mismo: la segunda se refiere á
la accion del pueblo sobre los demás y á la
parte que toma influyendo en los destinos or-

Rómulo en el asilo de las orillas del Tiber, he segui-


do paso á paso la construccion de la Roma latina, italia-
na y, despues, universal, hasta el dia en que, reunidas
bajo el mismo cetro todas las naciones civilizadas y par-
te de los pueblos bárbaros, no hubo ya en el antiguo mun-
do más que una sola ciudad, elaborando, por decirlo así,
un mundo nuevo. De todos los puntos de vista de la his-
toria romana, éste es el que me ha parecido más elevado
á la vez que más verdadero.
N. DEL T.
XVI
dinarios del mundo entero. De estas dos histo-
rias, laprimera no puede escribirse concienzu-
damente bastaque el pueblo haya logrado el fin
de su individualidad política. Tampoco debe ser-
io la segunda hasta que puedan ser trazados y
apreciados los más remotos efectos de dicha in-
duencia. De ninguna de las naciones modernas
de Europa se puede referir todavía dicha prime-
ra historia y ménos aun la segunda. Las institu-
ciones políticas de Inglaterra, Francia y Alema-
nia están todavía en accion y en progreso, y sus
últimos efectos en los destinos del género huma-
no se pierden en un oscuro porvenir. El vivo in-
terés de la historia griega y romana consiste
principalmente en que podamos referirla de la
manera más completa bajo los puntos de vista
ya expresados.
La interior, ó sea la historia política activa
de los Griegos, cesa con la dominacion de su
país por Alejandro, ó, cuando ménos, por los Ro-
manos,. pero casi puede decirse que en este pun-
to comienza la historia de su influencia exterior.
Desde este período empezamos á conocer el pa-
pel tan importante que verdaderamente estaba
destinado á representar en el drama de la histo-
ria el último rincon de Europa, cuna de las ar-
tes y de las ciencias, de la política y de la filo-
sofía. Los estragos de las guerraspersas y del
Peloponeso, el sitio de Siracusa, la batalla de
Cheronea, todo esto era nada comparado con
las revoluciones morales obradaspor Platon y
XVII

Aristóteles, por los sofistas y los retóricos, por


los poetas y los pintores, arquitectos y esculto-
res, por los primeros prosélitos de Paulo y Poli-
carpo, por los Padres de la Iglesia Cristiana, los
Clementes, los Orígenes y los Crisóstomos. Al-
gunos de los más notables escritores contempo-
ráneos y de generaciones pasadas se han ocupa-
do en escribir la historia interna y política de
Grecia; más, por estraño que parezca, todos se
han detenido en la conquista de este país por los
Macedonios ó los Romanos, en la destruccion de
su independencia politica, sin fijarse en la histo-
ria, mucho más interesante, de su influencia
moral que empieza precisamente desde aquel
momento. No sé de ninguna obra en ningun
idioma que trate de un asunto que siempre me
ha parecido el más elevado de todos los motivos
históricos, ó sea de la accion de las ideas griegas
sobre el Oriente y el Occidente, —sobre los Ej ipcios,
los Persas y los Judíos de una parte, y sobre los
Romanos de la otra, así en el desarrollo de la
filosofía y de la religion modernas, corno en el de
las artes y las ciencias (a). Enumerar estas can-

(a) No hay, en efecto, una obra que tenga esto por


objeto exclusivo, pero si las hay que se ocupan de esta
materia con especial predileccion y notable acierto. Véa-
se sino, á Mommsen, Historia de Roma, en cuya obra de-
dica varios párrafos, en todos los tomos, á referir la
marcada y aun decisiva influencia de la civilizacion grie
ga sobre la romana; á Laurent, t. I, páginas 340 á 346;
II, passim; III, páginas 132 a 150, y 347 á 377 (edic. l'ame.);
etcétera etc. á Curtius en los últimos tomos de su Historia
de Grecia; á Grote, ideni id.; á Gregorovius y tantos
otros que de la historia antigua se han ocupado.
MERIVALE.-TOMO 1. 2
XVI I I

r, l ,acionzind das eon sus ítitimo .s i l etos sería


verdnderamente una tarea muy 1,r(lua y com-
plicada; pero una historia de los Griegos bajo
la dominacion del Imperio Romano , mirada
desde el estrecho y familiar cm .i . iezduin de la
historia de Grecia, no se hubiera hecho muy pe-
sada para la manera enatica de expresarse de
algunos de nuestros modernos historiadores.
La historia romana ofrece una clase de
asuntos y de interés que tienen mucha semejan-
za con la griega, é indudablemente puede escri-
birse con casi la misma perfeccion en ambas fa-
ses. La vida activa de los Romanos estaba com-
prendida en las series de sus conquistas, y nues-
tros escritores se han dado por contentos, gene-
ralmente, con describirla hasta el período en
que, habiendo llegado aquéllas su mayor apo-
geo, y habiéndose sacrificado á ellas la libre ac-
cion de las ideas políticas, termina la historia
interna de dicho pueblo.
Con el dominio de las provincias de Oriente,
ó con las guerras intestinas que se sucedieron, y
el establecimiento de una monarquía despótica,
decae á termina el interés de los asuntos interio-
res en Roma; y, comparativamente, se ha aten-
dido poco al nuevo y mayor que desde entánces
empieza á nacer de su influencia en el mundo
que la rodea y que tiene subyugado. Siempre he •
observado la línea divisoria aquí trazada entre
la historia de la accion romanay la de las
ideas, entre la historia de las armasy la de la
XIX

civilizacion, y lie tratado de Marear esta sepa-


racion designando la obra que me he compro-
metido á escribir con el título de Historia de las.
Romanos... mas bien que de Roma.
Repasando lo que he escrito, y teniendo, como
tengo, el triste convencimiento de lo lejos que,
estoy del objeto y de la realizacion (le la idea
que desde un principio se me ha ocurrido, debo
confesar que no he hecho mas que echar las ba-
ses para una Historia de los Romanos en tiempo
del Imperio, de sus ideas y principios morales, y
de sus costumbres é instituciones, que pudieran
servir, é indudablemente servirán algun dia,
para escribirla. La civilizacion de los Romano,.
está muy intimammte relacionada con la de lo.
Griegos, y para muchos aparecerá subordinada
á ésta; pero las dos merecen estudiarse y descri-
birse, ora unidas ora separadamente. Se conce-
derá, por regla general, que las ideas é institucio-
nes de la Europa moderna se derivan mas direc-
tamente de las de Roma que de las de Grecia; y
aunque los Romanos y los Griegos en su época
respectiva y simultáneamente quizá, , compren-
dieron en sí toda la esfera del mundo civilizado
de la antigitedad, confieso que mi fantasía está
poderosamente escitada ante la visible relacion
que se manifiest,„ entre la influencia moral y la
autoridad material, hasta un estremo nunca vis-
to, en los acontecimientos del Imperio Romano.
La parte de la historia de Roma que he pre-
tendido esclarecer, encierra en mi sentir otro in-
XX

retrato
tet'e's nacido de la eom pela il'ería
n ac ionales que, exlibe. Las s(i . i(! de„-;de Catulo
y
Lúculo hasta M. Aurelio, puede decirse que están
completas. -No existe, quizA, uno del numen) to-
tal de hombres de lstado y guerreros que jueguen
un papel importante en un período dado, cuyas
dotes morales no nos hayal conservado como de
relieve los historiadores y biégrafos que nos que-
dan. A estas celebridades políticas puede añadir-
se una lista, algo menos completa, de hombres
de letras en cuyas obras, aun conservadas, po-
demos formar una clara idea de sus hábitos socia-
les é inteligencia, y pintar los caractéres de Hora-
cio, Lucano y Séneca, Tácito, Juvenal y Plinio
el mayor y el jóven, casi con tanta exactitud
como los de César y Pompeyo, Augusto y Tibe-
rio. Conociendo las primeras inteligencias de
una edad es como únicamente podemos con ver-
dad medir, por decirlo así, el espíritu de la mis-
ma, y, bajo este concepto, creo que tenemos
casi tan buenos medios de entrar en la. época de
Augusto y de Trajano como en cualquier perío-
do moderno anterior á nuestra generacion y á
la de nuestros inmediatos predecesores. Nopo-
demos estudiar con la misma seguridad el ca-
rácter de otras épocas de la antigiiedad.
Tales son las razones en que fundo la opinion
de que podrá ser bien acogida una Historia de
los Romanos bajo el Imperio, la cual vena á au- t'
mentar los ya ricos almacenes de la literatura
inglesa.
CAPITULO 1.

Principios generales de la historia de Roma aclarados por la leyenda.


de la fundacion de le, ciudad,—Exclusion: comprensiones.—Romanos;
patricios, plebeyos.---Romanos; latinos.—Ramanos; italianos.—Roma-
nos; provinciales,—Tiranía de los Romanos: agravios de las provincias;
Sertorio; Mitrida,tes; los piratas,—Fuerza y debilidad interiores: Es-
partaco.—Espiritu reformista: advnimiento de una clase media: mo-
dificacion de las ideas romanas:—Pretensiones de los provinciales á la
incorporacion: su reconocimiento gradual.—Desarrollo de la idea de uni-
dad moral y política.—Cristianismo: monarquía.—Extincion de las ideas
romanas. Plan de la obra, (a)

Contraste entre el Palatino y el Aventino como


asientos para una ciltdacl.—Los Romanos considera-
ban el Palatino como la cuna de la Ciudad de las
Siete Colinas. Desde la opuesta pendiente del Ja-
nículo era desde donde contemplaban aquellos la
cadena de eminencias que rodeaban esta colina
central, y comprendían en su circuito los sitios y

(a) Como observará el lector, los epígrafes del capítulo no


convienen literalmente con los de los párrafos; pues los pri-
meros exponen las cuestiones generales que en el capítulo se
tratan, al paso que los segundos indican los puntos concretos
de que se ocupa aquel párrafo. El índice de la version caste-
llana lo haremos con arr e glo á estos últimos, á fin de que los
que deseen consultar la obra. encuentren en aquél mayores
detalles.
22
.:Js
interesante s (1( su histy—
1Gs monumentos nl
ria (1 ) . Las seis colinas exteriores, el monte Capi—
tolio la izquierda y el Aventino 11 la derecha.
J'orillaban un d cadena casi no interrumpida pero de
elevacion desigual, tocando por ambos extremos
:II lecho del Tiber. Entre el Aventino y el Celo,
corrí:1, vequeiío arroyuelo, y- la depresion entre
Quirinal y el que formaba una espe-
cie (le nutro natural, fut'l, remplazada por la mura-
lla de Servio (2 ,,, p►ro sólo en tiempo de Trajano fue
cuando Se especie de canal entre el Ca-
pitoli no y el ()íiirinal. En el punto en dónde el ;fi-
ber tf)caba por pi . imera vez el muro de Servio,
descendía hasta el valle el monte Capitoliw, por
una repentina peildiente, y tenía en sus escarpa-
das cimas la derensa de la ciudad por el lado del
Norte. Vormando Xventino el cuerno opuesto de
la cordillera, desciende gradualmente hasta la
Orilla del rio, y parece invitar, Con su posicion,
al comercio del mundo :rt entrar en el valle nr,ls
ancho y rico de, los Apeninos, lleno de los pro-
ductos de la civilizacion etrusca. Sus mónstruos
aborígenes fueron exterminados Por el Hércules
Tirio, el genio de las empresas comerciales (W,.

(1) 1. 1ine septem lloti y idere montes Romam». Mar-


c►al, 1V, G1.
(2) Çrt units ad i tus qui.esset inter Esquilinum Quirinum-
qu0
n'a ximo iggere. objecto fosacingeretur altisinia.»
1110111ln

Cje.. (r) lt, Arnold (Il 8t o)* a de Roma.,


I, 51) describe
estw; lugar(s con 1.2-r:111 exactitud y b;‘11as imágenes. Es notable
quo Cie(T►n n m0nc10ne la ramilla por donde entraba en la
ciudad 01 .t (//((r n'abra, pero sin' duda ést, no pensaba más
que en las defensas contra una invasion por el Norte.
(3) Vseh la leyenda de Caco, Virg., En.,
«Cl acus Aventiue timor VIII.
tos I, 551. inthmia silvre.» Ovidio, Fas-
— 23 —
Pero allá en siglos remotos, antes de la fundacion
de Roma, la única salida de las aguas que se reu-
nian al pié del Palatino estaba cerrada por una
marisma despoblada, y la fértil vegetacion de las
selvas primitivas ocultaba la eminencia central en
un misterio impenetrable. Esta posicion se pres-
taba admirablemente para hacer de ella un lugar
de refugio, y ofrecía un inespugnable asilo al cri-
men y á la rapiña. Parecía creada por la misma
naturaleza para fortaleza de un pueblo de carácter
esclusivista y habituado al pillaje. Hallábase pre-
destinada á ser la cueva de los lobos de Italia (1).
La leyenda de la fundacion de la ciudad eterna,
que asegura que los divinos augures decidieron la
cuestion entre los dos hermanos, y las pretensiones
de las dos montañas rivales, suministra una pa-
tente explicacion de la subsiguiente fortuna del
pueblo romano. Eligieron entre una carrera de con-
quista y de botin, y otra de descubrimientos y de
comercio. R5mulo fundó á Roma, Remo hubiera
podido fundar otra Cartago (a).
Ántipatia de los Romanos hícia los extrangeros
No es solamente en el aspecto de los lugares que
• le han visto nacer en el que se pinta con vivaci-
dad el aislamiento del carácter romano; la natural
ferocidad del pueblo se retrata además en sus tra-

(1) Tal es la expresion del Samnita Telesinus: «Numquam


defuturos raptores Italiw libertatis lupos, nisi silva in quam
refugere solerent esset excisa.» VeL, II, 27.
(a) Los que quieran formar una cabal idea de la manera
como se fundaron las primeras ciudades de Italia, y, por con-
siguiente, como se fundó Roma, y ver una descripcion completa
de la misma y de la manera corno se fué extendiendo hasta
comprender en su recinto las Siete Colinas, consulten á Momm-
sen, Historia de Roma, t. I, desde la pág. 60 á la 90.
diciones primitivas. El padre de la raza, se dice,
fue rechazado y expuesto por sus guardianes na-
turales; y la subsistencia que el hombre le negara
le fu.( suministrada por la fiera mássalvage del de-
sierto. Creció aquél para matará su opresor, invi-
tar á los injuriados ú ofendidos y á los desterrados
á colocarse bajo sus banderas, y á tomar con ellos
una salvaoa e venganza en todo lo humano que se
hallase á su alcance; así es que el lamentable or-
gullo de los Romanos y su antipatía Inicia los usos
extraños marcan con su sello todas las páginas de
su historia. Despreciaban las civilizadoras rela-
ciones del comercio y los refinados adelantos de la
industria, y eran arrastrados por la pasion de des-
truir los monumentos, las artes y la literatura de
los enemigos á quienes conseguían subyugar. Es-
tablecían las más odiosas distinciones entre ellos
y sus súbditos, los insultaban con sus leyes, y los
difamaban en sus historias.
Se ven obligadas d Imcer un(z polític q de asimifiz-
eion.—Sin embargo, la politica romana presenta
otro aspecto que se recomienda más á nuestro in-
terés. Por egoistas y esclusivos que fuesen los sen-
timientos en que aquélla tenía su base, se vió
obligada, en diversas épocas, á admitir como alia-
dos y socios, n0 sólo á los extrangeros sino tam-
bien á los enemigos. Los anales del pueblo roma-
no nos suministran mucha luz acerca de las leyes
naturales que parece presiden á la formacion y al
progreso de los pueblos. La casi no interrumpida
sucesion de sus triunfos, la enorme extension de
sus dominios, y lo completo del ciclo por el cual
pasaron de la infancia á la decadencia, todo se
combina para presentárnoslos como el tipo normal
9r
de una raza conquistadora. Su historia parece es-
tablecer este principio, á saber: que la condicion
para que una dominacion sea duradera, es que los
vencedores vayan absorvienclo poco á poco á los
vencidos, y extendiendo, á medida que las cir-
cunstancias lo exijan, una parte de sus privilegios
exclusivos á las masas cuya independencia primi-
tiva han destruido. Sólo asi es como pueden pre-
parar una constante reserva de sangre nueva para
restaurar su agotada energía, y fortificar la base
de su poder segun se van extendiendo los límites
de sus conquistas.
Esta política es la condicion necesaria de una
dominacion estable. Todas las naciones conquista-
doras sienten una instintiva repugnancia á sacrifi-
car su orgullo y su interés inmediato; todas luchan
ciegamente contra la necesidad; y sólo aquellas
que se someten á tiempo á ésta, ponen á salvo la
vida de sus instituciones, y combaten el inevita-
ble principio de la decadencia. La obstinacion con
que ros conquistadores dk)rios de Esparta resistie-
ron_ á esta necesidad detuvo la carrera de su en-
grandecimiento, y trajo un fin prematuro para su
existencia política. Aun en la actualidad tenemos
un ejemplo de las consecuencias de una resisten-
cia análoga en la inminente ruina de un imperio
más vasto, dela dominacion de los Turcos en Gre-
cia y en el Asia Occidental. Por otra parte, los úl-
timos conquistadores de nuestra Isla y los de la
Galia, han reconocido estas condiciones anejas al
triunfo de sus armas; y los efectos de su victoria,
por tanto tiempo olvidada, han resistido á la ac-
cion destructora de una larga série de siglos. Co-
municando por grados, y con cierta resistencia, á
26
sus súbditos las distinciones exteriores y los pri-
vilegios de la raza conquistadora, fué como los
Normandos y los Francos evitaron la reacciona que,
de otro modo, hubiera barrido, tarde ó temprano, á
los descendientes de un puíiado de aventureros,
ante la masa de- los pueblos que habían logrado
tener sometidos por algun tiempo. Pero aun aban-
donando los privilegios arrancados por la fuerza de
las armas, han conservado los invasores el ascen-
diente natural ‘,1 un genio político superior, y han
impreso de una manera indeleble su propio carác-
ter las instituciones comunes hoy á vencedores
y vencidos. Puede tambien ocurrir, en el progre-
so s )"cial de una nacion, que, realizada ya por com-
pleto la incorporacion de sus elementos componen-
tes, suceda la lucha de razas una lucha de ideas;
el conflicto de intereses y de sentimientos de las
diferentes clases puede exigir tambien un sistema
análogo de oportunas concesiones; la aparicion, por
ejemplo, de nuevas creencias religiosas puede ame-
nazar obrar con una fuerza explosiva en el serio de
la sociedad, y exigir una nueva combinacion social
á la prudencia, de los hombres de Estado.
Tambien bajo este aspecto ofrece la historia
del pueblo romano, en los últimos tiempos de su
desarrollo, preciosas experiencias á la investiga-
cion del filósofo.
del principio de asimUzeion en las leyen-
das primitivas de Roma. La huella de este espíritu
asimilativo, si así podemos llamarle, puede hallar-
se en la venerable leyenda que refiere el acto de
violencia por el que el fundador de la Ciudad pro-
curó multiplicar el número de sus súbditos. La
euestion con los Sahinos, que se quejaban del rap-
------- 27 —
to de sus esposas, terminó con la anima de las tri-
bus hostiles mediante los lazos de la amistad y de
la alianza. La division del trono entre Rómulo v
Tacio, era, sin duda, un tipo del doble asiento del
cónsul patricio y del plebeyo, y de la extension
sucesiva de las franquicias de los Romanos á los La-
tinos, á los Italianos y á los provinciales. La na-
ciente colonia, reclutada de esta forma, llegó rápi-
mente á una vigorosa adolescencia. La ciudad de
Rómulo se ex tendió desde el Palatino á la cadena
de colinas que la rodeaba, y unió por un muro úni-
co las fortalezas colocadas sobre sus cimas (1). La
República extendió su fama y sus dominios con la
repeticion periódica de esta primera experiencia;
y llevando hasta el extremo este principio de in-
corporacion, es como consiguió llegar hasta el Im-
perio.
Lucha entre pati . icios y plebeyos. Sin embar-
go, una gran pa 1..Lui de la historia de Roma, no es
otra cosa que el relato de los hechos á que dió lu-
gar la desesperada resistencia que opuso á las re-
clamaciones de sus súbditos para que llegasen hasta
ellos los privilegios. La oportuna alianza, tantas
veces repetida, entre conquistadores y conquista
dos, debe atribuirse á la buena fortuna de la Re-
pública más bien que á la prudencia y á la previ-
sion de sus tutores. Bajo el gobierno de los reyes
fué, sin duda, admitido y practicado libremente el
principio de igualdad entre los asociados, si hemos
de dar crédito á los documentos que han llegado
hasta nosotros. Rómulo compartió el trono con el

(1) «Septemque una sibi muro eireumdedit arce.» Vírg.,


Georg., II, in fine.
28
Talo Hostilio traslad ó á _Roma
re y de los Sabinos. cen—
z't los ciudadanos de Alba. Los nírls antiguos
del pueblo roman parec,ea indicar, con su rá—
sos
te
pido aumento, que prosiguieron sistealAticamen
esa política todo el tiempo que fueron gobernados
por reyes. Sin embargo, así como la forma monár—
quica del gobierno favorece generalmente .1a des—
aparicion de las distinci ones entre los varios ele—
mentes que campo leen una nacion, asi la oligarquía
que sucMió 11 la dinastía de los Tarquinos desple-
gó, como siempre, tendencias opuestas, una poli
tica mucho 'Iris esclusi vista. Desde el momento en
que comienza brillar la luz sobre las diversas
instituciones de Roma, descubrirnos huellas dis-
tintas de la existencia en su recinto, no sólo de dos
clases, la de los guerreros y la de los súbditos,
sino tambien la de otra tercera que ocupaba una
posicion intermedia, participando del nombre' y,
aunque en un grado inferior, de los derechos y
privilegios de la clase dominante. Los patricios y
los plebeyos de Roma representan, en este periodo
primitivo, dos razas de origen distinto, la primera
de las cuales admite á la otra, de grado ó por fuer-
za, despues de una resistencia infructuosa ó por
una concesion espont,hrea, á compartir con ella
los privilegios del gobierno y los derechos de la
conquista. La raza dominante exige, en cambio,
una estrecha alianza contra los súbditos no some-
tidos y contra los enemigos comunes á ambas. Du-
rante el Primer siglo y medio de ja República,
mientras que la política exterior del Estado mani-
fiesta abiertamente su tendencia á la conquista
universal, y el trabajo de engrandecimiento y el
de defensa' aparecen á los ojos del espectador sen-
29
cilio, animados de un instinto comun, existe sin
embargo interiormente una poderosa contra-cor-
riente de hostilidad entre estos compañeros de yu-
oto
b 9 todavía mal dominados. La plebe emprende

resueltamente el camino que debe conducirla á


una completa igualdad con el _populus, al disfrute
comun de todos los honores y beneficios públicos,
y á una completa garantía de la consideracion
personal de sus miembros. Su número aumenta
gradualmente, aunque con lentitud, con la admi-
sion en sus filas de la clase de los emancipados,
esos individuos á quienes la compasion, la grati-
tud ó el interés elevaban desde la esclavitud á los
privilegios civiles; y hasta se dieron casos en que
toda la poblacion de una ciudad aliada ó amiga
fué admitida en globo al derecho de ciudadanía, y
alistada en una de las tribus plebeyas existentes,
ó se añadió otra al número de las antiguas, au-
mentando así directamente el poder y la influen-
cia del órden inférior, mientras, en calidad de
cliente de alguna casa patricia, daba nuevo lustre
á la Clase privilegiada. El pueblo consiguió al fin
su objeto. Adquirió una participacion igual en los
cargos y en los honores públicos, se .rigió por las
mismas leyes, fué admitido á los mismos ritos reli-
giosos y al goce comun de los frutos de la conquis-
ta. Ambas naciones se amalgamaron y formaron
una sola (a). Desde esta época, aparece el cuerpo

(a) Para detalles sobre el origen de los plebeyos, cómo sa-


len de su situacion de clientes, causas de su rápido aumento,
cómo fueron: desligándose de sus obligaciones para con sus pa-
tronos, los patricios, cómo y cuándo fueron admitidos á los
cargos públicos, etc., etc., veáse Mommsen, Historia de Ro-
ma, t. 1. págs. 131 á 144, y t. II, págs. 21 á 34, etc. (ed. cast.)
político animado de nuevo vigor, y su marcla
vio-
toriosa fuó ya interrumpida por la defeccion
pueblo en un momento crítico, alentó el ene-
migo la esperanza de la division los consejos de
su adversario. El siguiente siglo presenta la ex-
tension de la dominacion de Roma por toda Italia,
y la -vigorosa República este, ya dispuesta á dispu-
tar la soberanía del Occidente al poder secular y
profundamente arraigado de Cartago.
El derecho de latinidítd, i (dmision de los aliados>
en el Estado romano .—Notarernos, sin embargo,
que al emprender los Romanos esta lucha á muer-
te, no disponían sólo de sus propios recursos. La
aristocracia y el pueblo eran inferiores en. número
:1 la muchedumbre de sus súbditos, á los cuales
continuaban trata como extranjeros, que esta-
ban celosos de su peder, y que debía esperarse que
se volviesen contra ellos en cuanto se presentase
una oc‘,Ision oportuna. Era necesario que se aumen-
tasen las raerzas de los Ro-anos y se redujesen
las de los Italianos: y vemos surgir en su conse-
cuencia la institucion de una nueva forma de de-
recho de ciudad restringido, conferido á ciertas
comunidades dependientes. ya como recompensa
de algun buen servicio prestado ;í la República,
ya para calmar su ardiente deseo de union con
ella. El derecho de latinidad, llamado asípor el
pueblo que primeramente lo obtuvo, colocaba al
que la poseía en un estado Te ur, Ion subordinada
con el pueblo romano. La prim3::-)al ventaja qne
comer laversaba sobre los medios le dise' y de
adquirir la propiedad; pera el Us-_ i:1-19
jstrz,

do digno de mezclar su 2,11.gre cun la del Romano;


y el hijo de un matrimonio Ent.0 nacía latino,
y
— 31 —
no ciudadano romano. La República no concedía
tampoco á sus subalternos el completo derecho de
sufragio; y sin embargo, les abria medias sus
puertas, permitiendo que ciertas magistraturas lo-
cales confiriesen á los que las habían desempeñado
el derecho de inscribirse en una tribu plebeya, y
la completa adquisicion de sus privilegios. Exigía,
sin embargo, de aquellos que recibían este favor
que se pusiesen enteramente á su servicio. Ser ad_
mitido, áun en grado desigual, á formar parte de
la victoriosa República era un honor muy estima-
do, y que, habiéndose extendido gradualmente á
un número considerable de ciudades italianas, par-
ticularmente del Samnium y de Campania, y des-
pues al otro lado del mar, concilió muchos amigos
migos
dudosos y contribuyó materialmente á la fuerza,
de Roma (a).
Lucha de los patricios y de los plebeyos convertida
en lucha entre ricos ,y pobres. Era, sin embargo,
evidente que, dando á sus súbditos á gustar antici-
padamente su propia libertad, los animaba la Re-
pública á pedir su entero y pleno goce. Además, no
sólo agotaba su sangre de pura raza un estado de
guerra permanente, sino que cada nueva conquis-
ta exigía nuevo gasto de aquélla para guarnicio-
nes y colonias. Buscando entre sus súbditos medios
de reparar sus pérdidas, agravaba el daño que la

(a) Respecto de las relaciones de todo género entre los Ro-


manos y los Latinos, véase Mommsen, obra citada, t. II, pp.
279 y 315; t. III, pp. 106, 283 y 285. Como las citas serían aquí
innumerables, remitimos á nuestros lectores al tomo IX, de la
dicha obra, p. 344, epígrafe Latinizacion, Latinos (Índice al-
fabético), donde hallarán cuantas referencias necesiten para
consultar lo que acerca de este punto dice Mommsen.
(N. DE T?)
- 32
guerra le había producido. La inevitable conse-
cuencia de sus concesiones, reclamacion del de-
recho de ciudadanía, era precipitada á causa de
-1 as disensiones interiores. Dentro de los muros de

Roma, la antigua lucha entre patricios y plebeyos


había cedido insensiblemente el puesto á la lucha
entre las clases ricas y las clases menesterosas, en-
tre la nobleza y el populacho. Es verdad que mu-
chas familias plebeyas eran más nobles y opulen-
tas que la. mayor parte de las del órden patricio;
pero estas últimas poseían todas la misma supe-
rioridad de nacimiento y de posicion, y en la forma
en que se repartían, no eran accesibles á la clase
proletaria los privilegios políticJs de que aquéllos
gozaban en tan amplia escala. Por otra parte, la
masa de los plebeyos comprendía á todos los ciu-
dadanos de linaje oscuro, y zr.i, casi todos los que
tenían una mediana fortuna. Por consecuencia,
cuando surgía una cuestion entre las clases ele-
vadas y las clases bajas, se despertaban por ám-
bas partes antiguos nombres y rivalidades anti-
guas, la cuestion tomaba el giro y las proporciones
de un conflicto entre p atricios y plebeyos, y el
nombre inducía quizá á dar á la cosa un falso co-
lor y una tendencia ilegítima. Las clases pobres
reclamaban ciertos derechos relativos al dominio
público, del que habían sido desposeídos, no en ca.
lidad de plebeyos, sino simplemente como ciuda-
danos; pero su Causa era defendida tenazmentepor
de los tribunos de la plebe. Invocábanse en apoyo
de la causa los perjuicios sufridos por cualquier
individuo alistado en una tribu plebeya, ora fuese
noble ó roturador, rico ó pobre. La simpatía de
una antigua asociacion más bien que laparticipa-
33 —
cion actual en la injuria, era la que arrastraba á
los miembros de la nobleza plebeya á tomar parte
en una cuestion que les era extaña, ó mejor di-
cho, que era contraria á su interés Personal. Esta
atraccion no era, sin embargo, universal; muchos
ricos plebeyos se unían á las filas de la aristocra-
cia patricia, generalmente opuesta á estas recla
maciones, y en las siguientes fases que la enes-
tion presentaba se veía á muchos individuos flotar
entre uno y otro bando. Pero las luchas de los pri-
vilegiados y de los no privilegiados continuaron
con las antiguas designaciones de los partidos, y
la faccion popular pudo admirarse de verse triun-
fante bajo la direccion del patricio Julio, miéntras
que los nobles aceptaban con disgusto y repug-
nancia lds servicios de plebeyos, tales como Por-
cio y Pompeyo (a).
_Decretos relativos á la propiedad: rogaciories lici-
nias: leyes agrarias de los Gracos.—Las rogaciones
licinias decretadas en el año 389 de la fundacion de
la Ciudad, habían echado los fundamentos de una
. igualdad virtual-entre los órdenes patricio y ple-
beyo. El principio más import ante de estas medidas
era destruir el monopolio que gozaban los patri-
cios respecto al uso ó disfrute de los terrenos pú-
blicos, y limitar la posesion de cada individuo á
cierto número de yugadas (b). Sin embargo, los

(a) Para ampliacion de este párrafo, Véanse el t. IX_ de


la obra cit. de Mommsen el índice alfabético,.palabras.--Plebe,
Plebiscitos, Patricios, Tribuni plebis, Caballeros, etc. etcé-
tera, donde se encontrarán las referencias á esta lucha tenaz
de los dos órdenes, por espacio de tantos siglos.
(N. DEL T.)
(b) Acres, medida que equivale á 4.046 metros cuadrados.
(N. DEL T.)
MERIVALE. TOMO I. 3
34
ricos y los poderosos habían pasado con el tiempo
estos límites; v miéntras ellos se apoderaban , de
inmensas extensiones de terreno, que no podían
cultivar con provecho, habían privado á un gran
número de ciudadanos pobres de sus medios legí-
timos de subsistencia. La ley había caido de hecho
en completo desuso. Alarmado Tiberio Graco por
la progresiva despoblacion de Italia, y compren-
diendo que la enorme desigualdad de las fortunas
conducía seguramente á la extincion de la clase
de los ciudadanos libres, volvió sus ojos á aquellos
reglamentos despreciados, como á medios legíti-
mos de restablecer el equilibrio entre el rico y el
pobre. Su inmediato objetivo fué, no el de enrique-
cer ó elevará los plebeyos, sino simplemente res-
tablecer la clase de los ciudadanos pobres y me-
nesterosos á un estado de honrosa independencia.
La ley existente era doble atente favorable á sus
miras de nueva distribucion, porque no sólo no
habían sido jamás derogadas las rogaciones lici-
nias, sino que el título en virtud del cual podía
ser ocupado el dominio público, era siempre, rigu-
rosamente hablando, revocable por el. Estado. Este
proyecto de nueva division territorial no alarmó
solamente á la nobleza de Roma, sino que Cambien
se unieron á ella los Italianos en una oposicion. re-
suelta (1). Los senados de las ciudades italianas
eran en esta época aún más aristocráticos que el
de la misma Roma; porque en medio de las modi-
ficaciones populares á que se había sujetado su

(1) «Nobilitas noxia atque eo perculsa, modo per socios et


nomen latinum... Gracchorum actionibus obviam ierat.» Sal-
lust., Bello Iugurt., 42. Prosper Merimeo, Etudes sur 1 His-
toire romaine, I, 48.
35 —
constituciou propia , la política, de la República
había sido siempre ahogar todo movimiento demo-
crático en sus dominios. Es, por consiguiente, Pro-
bable, que los gobiernos italianos fuesen adictos á
la nobleza romana por intereses comunes.y mu-
tuas simpatías. Los nobles pagaban su benevo-
lencia con servicios recíprocos; y la posesion de
parte de los terrenos públicos de que se excluía
tan cuidadosamente en el int,N rior á la democra,cia,
se concedía á una gran parte de los aliados por un
decreto especial , y quizá á mayor número por
favor y por connivencia. El Estado sacó fuerza
de esta concesion (a).
Los aliados italianos reclaman la ciudadanía ro-
mana.—Resistencia de los Romanos. Guerra so-
cial.— Triunfo de los Romanos, si bien, accediendo en
parte á las reclamaciones —(Vio 666 de Rom., 88
a. d. J. C.). A pesar de este apoyo estrado, fué ven-
cida la aristocracia por el valor y el patriotismo
de los Gracos, que obraban con el pleno convenci-
miento de la verdad y de la justicia de su causa, lo
cual constituye generalmente la más segura pren-
da de triunfo. Fueron votadas las leyes agrarias,
por más que sus autores pereciesen en la lucha, y
que se reconociese que sus reglamentos eran de-
masiado complicados y poco practicables para ser
completamente ejecutados. Mas por imperfecta-

(a) Mommsen trata extensamente las importantísimas


cuestiones á que se refiere este p,irrafo. Véase t. IX, Indice
alfab.,—epígrafes:—Propiedad, hercedium, leyes agrarias,
Sempronio Graco (Tiberio y Cayo), Licinio Lúculo, etc., et-
cétera, donde se hallarán las referencias á los diversos pun-
tos de la obra.
(N. DE T.)
36
sa1u-
mente que se realizasen, puede inferirse
dable efecto por la extraordinnria energía des le-
gada por la República durante los treinta, años
siguientes, que se señalaron por la destruccion de
ua, por el exterminio de los Cimbrios y de
Yug rt
Teutones, por los triunfos repetidos de Mario y
los
de Metelo, de Fabio y de Escáuro. Entre tanto las
ideasque los Italianos habían incubado en secreto,
les habían sugerido la última reforma. Reflexionan-
do sobre ella, reconocieron que el precario disfru-
te de alunas
g yugadas de los terrenos públicos
era un privilegio muy inferior al derecho de ciu-
dadanía (1). En Roma aún no se había apaciguado
el partido popular, y agitaba al Estado reclaman-
do nuevas leyes agrarias para remediar la insufi-
ciencia de la primera. Los agitadores animaron
las exigenscias de los Italianos, lo cuales ataca-
ron c pn insistencia y amenazaron las prescripiones
de la constitucion política de Roma (2). Grande fué
el clamor de los nobles contra la traicion de los
ciudadanos dispuestos á destruir las barreras de la

(1) Apiano describe (Bel,. Cje., I, 18), cuán acosados se


veían aquellos por los comisionados que intentaban llevar á
cabo la nueva. distribucion decretada: Teca. TOÚ-
iota T CV ¿co-Asó yr.ct.Pd etc.
(2) Kcc TIVECI ElaT1751/TO cv:11/ú7ouS o`C¿ii T-Za
y-Tv5,
etc. «Y algunos aconsejaron que se inscribiese en el núme-
ro de los ciudadanos romanos á todos los aliados que luchaban
tenazmente en el asunto de los terrenos públicos, porque, reci-
biendo esta gracia más importante, cesarían de disfrutar la de
los terrenos. Ea cuanto á los Italianos , acogían con gusto
esta proposicion, prefiriendo el derecho de ciudadanía á los
prédios de tierra,» Apiano, Reli. Civ., I, 21, Comp. I, 34.
Esta nota que el autor trascribe del original griego, la tra-
ducimos, siquiera sea de una manera libre é imperfecta, para
facilitar su inteleligencia á muchos de nuestros lectores que
d esconocerán dicho idioma. (N. del T.)
- 37 —
exclusion. Como sucede ordinariamente en las lu-
chas populares, fueron rehusadas las moderadas
concesiones que se les hicieron, y que sirvieron
para gritar más alto á fin de obtener medidas ex-
tremas (1). Acudieron los nobles á las armas con
un ímpetu que intimidó la traicion interior, dispu-
tando no ménos resueltamente el terreno á la agre-
sion extranjera. Las aprensiones de la clase domi-
nante acerca de la pérdida personal que reportaría
á sus miembros la admision de un tal ejército de
competidores para el asalto de los honores y de los
beneficios públicos, quizá no ménos que un horror
tan respetable como erróneo al debilitamiento que
experimentarían la sangre y los sentimientos de
los Romanos con esta absorcion extrafia, unieron
á los patricios y á los plebeyos que componían esta
clase en una austera é indomable falange. Sólo la
antigua nobleza romana, algunos centenares de
familias, sostuvo con su valor y su riqueza, en me-
dio de los complots y de la traicion, la lucha con-
tra todas las fuerzas de Italia que habían corrido
á las armas ante la brillante perspectiva que les
habían revelado los agitadores populares. A me-
dida que avanzaba la lucha, fuese convirtiendo la
exigencia del derecho de ciudadanía en un deseo
de exterminio, teniendo que combatir ya los Ro-
manos por su existencia más bien que por su pre-
rogativa. El resultado del combate fué digno, bajo
todos aspectos, de su reputacion militar y política.
Afortunados por doquiera en la lucha, se detuvieron
en cuanto consiguieron la victoria, y á medida

(1) Valerio Máximo, IX, 5, I; Merimeo, I, 60.


— 38--
que cada nacion modificaba sus exigencias, le ofre-
cian el beneficio del derecho de ciudadanía corno
un don enteramente libre. Toda Italia recibió pues
el pleno derecho de ciudad (1).
Ojeada retrospectiva.—Los Romanos habían lle-
gado á la sazon á ese período la vida de un pue-
blo en que la generacion existente comienza á re-
flexionar sobre el pasado y á buscar la huella de
lospasos que le han conducido 'á su desenvolvi-
miento actual. No podían desconocer el rasgo par-
ticular que distingue su historia de la de todos los
gobiernos populares de la antigüedad, el principio
de asociacion y de espansion, que les había hecho
salvar victoriosamente todas las crisis, y había
fortificado más cada vez los cimientos de su mag-
nífico imperio. Salustio saluda con satisfaccion la
primera aplicacion de esta política por el fundador
de la ciudad (2); y á ella atribuye Ciceron la exten-
sion y la vitalidad de la dominacion romana (3). En
el notable pasaje en donde enumera Dionisio las
principales causas de la grandeza del pueblo, que
había mortificado la vanidad 0-riega, subyugando
los descendientes de Leónidas y de Temístocles,.

(1) Apino, Bello Civille, I, 49; Veleyo, II, 17. Los principa-
les actos legislativos por los que se extendió á los Italianos el
derecho de ciudad fueron; la lex Julia (año 664) y la lex Plau-
tia Papiria (año 665). Pero el progreso real de la emancipacion
fué más lento que se supone generalmente. Suscitáronse mu-
chas dificultades á los indivíduos que querían ser alistados en el
censo; para adquirir la ciudadanía de la metrópoli era necesa-
rio abandonar la ciudadanía local. Algunos Estados declinaron_
este honor. Véase la profunda nota de Duruy, Hist. des Rom.,
II, 213, y á Niebuhr; Lec. sobre la hist. rom.,
Concordancia amp liando.—Mommsen, ob. cit., I, 387.
nas 328, 332, 352, 357, etc., y VI, p. 71. (N. del t. v., pági-
(2) Salust., Bell. Catil., 6. T.)
(3) Cic., pro Baby), 31.
39
hace resaltar el contraste de la fnlitica humanita-
ria y liberal de los Romanos con la pueril rivali-
lidad y con el exclusivismo de los Griegos (1).
«¿Cuál fué la causa de la ruina de los Lacedemo-
nios v de los Atenienses, á pesar do su valor guer-
rero, sino la de alejar de sí á los vencidos conside-
rándolos como extraños?» (2)
Triunfo del partido murar en Roma contempo-
ráneo de la emancipacion de los Italianos. Por más
que los nobles hubieran accedido á las pretensio-
nes de sus contrarios sobre el punto capital del de-
recho de sufragio, se empeñaron en mantener su
superioridad. 17,n un principio procuraron limitar
la preponderancia de los nuevos votantes, restrin-
giéndolos arbitrariamente á un corto número de
tribus (3). En medio de la violencia de las guerras
civiles, durante las cuales eran violadas las más
sagradas prescripci mes de la Constitucion, no po-
dían mantenerse largo tiempo tan odiosas distin-
ciones. En el primer triunfo del partido popular,
se apresuró su jefe á recompensar Con la abolicion
de aquéllas los servicios de los Italianos. Franqueó-

(I) Dionisio de Halicarnas g , Ant, Rom,, II, 16 y 17.


(2) Tácito (Anuales, XI, 24) pone esta observacion en boca
del emperador Cláudio, cuando obliga al Senado, segun esa po-
lítica de uniformidad, á extender la ciudadanía á la masa de
los pueblos galos, y añade: «At conditor noster Romulus tam-
tum sapientia valuit, ut plerosque populos eodem die hostes
dein cives habuerit.»
(3) El primer arreglo duró tan poco tiempo, que parece se
olvidó enseguida su naturaleza. Veleyo Patérculo (II, 20) dice
que los Italianos fueron alistados en ocho tríbus—aparentemen-
te ocho de las 35 existentes;—por otra parte Apiano (B. C., I, 49)
afirma que se crearon con ellos diez nuevas tribus. En ámbos
casos, se hallaban expuestos á ser vencidos por los antiguos
ciudadanos en los comicios, en los cuales se decidían las cues-
tiones, no por mayoría de votantes, sino de tribus.
40
soles la entrada en todas las tribus, y desde entón-
ces no pudo ya dudarse que, obrando con firmeza y
unif rmidad, se impondrían por completo en los co-
micios á los elementos romanos; pero se unieron
muchas causaspara impedir este resultado. Los
Italianos no teníanya intereses contrarios á los de
los Rumanos, al paso que conservaban por muchas
razones cierta rivalidad y desunion entre ellos mis-
mos. La distancia que los separaba del centro de la
accion los tenía imposibili t ados de espiar los cam-
bios de corriente del formni romano, y la inaccion
que su posicion los condenaba, produjo muy pron-
to en ellos una completa indiferencia hácia las
cuestiones de interés pasajero. No tenía, pues, nin-
gun fundamento la aprensión de que la introduc-
cion del elemento italiano en la Constitucion pro-
duciría el efecto de italianizar á Roma. Es sin em-
bargo evidente, que en esta época comienza la des-
nacionalizacion de Roma, por más que su origen
debe buscarse en otra parte. La ciudad vino á ser
desde ent 'nces el comun refugio de todo lo que
había de más vil y miserable en la poblacion sub-
urLana. Levant ;se una multitud de aventureros
desenfrenados, dispuestos siempre á venderse á los
demagogos de cualquier partido, dominando en las
elecciones por medio de la corrupcion ó de la vio-
lencia, impidiendo la marcha tranquila de los ne-
gocios públicos, y haciendo impotentes las leyes é
impracticable la justicia. Conociendo sus fuerzas y
sus servicios, reclamaron y obtuvieron estos famé-
licos mercenarios un subsidio del Estado. Estable-
ci éronse á espensas del gobierno, el. cual tuvoque
imponer un tributo á la industria de las provincias
para mantenerlos. En esta crisispudieron los su-
41
fragios de los Italianos haber salvado á Roma. La
desgracia ó el error de los hombres de Estado de
aquel tiempo, fué no haber inventado un sistema
por medio del cual los votos de las municipalida-
des lejanas hubieran podido recogerse de tal modo
que se hubiesen impuesto á la canalla del Forum.
El pensamiento de una representacion popular era
completamente extravío á las ideas y á las costum-
bres del siglo; pero, bajo Augusto, se dirigieron ya
las elecciones, recogiendo separadamente los votos
en cada ciudad (D. Puede creerse (pie, si un gobier-
no fuerte como el de Sila, hubiese introducido este
sistema, hubiera dado un nuevo elemento de esta-
bilidad en aquella vacilante máquina de la e ffisti-
tucion republicana.
Reaccion oliga2vulea balo y ascendiente de la
politica exclusivi.çta ó poli tica 9 .oma»a.—Mario fué
elevado al poder por la marea ascendente de la
confederacion italiana, y fué el primero que dió el
ejemplo de la proscripcion y el asesinato de los je-
fes del partido contrario (2); pero sus miras eran
estrechas y sórdidas, y no tomó las medidas nece-
sarias para asegurar el ascendiente de la faccion
popular. Satisfecho con adquirir por sétima vez el
consulado, se preservó por una muerte oportuna
de la desgracia y de la ruina á que vinieron á pa-
rar muy pronto sus amigos (3). El regreso de Sila,

Suetonius, Oct., 46: «Escogitato genere suffragiorum que


de magistratibus urbicis decuriones colonim in sua quisque co-
lonia ferrent, et sub diem comitiorum obsignata Roman mitte-
rent.» La naturaleza de los decretos del emperador Augusto,
á que aquí se alude, se refería en realidad al porvenir.
(2) Merimeo cree que Mário se suicidó, I, 247; véase Plu-
tarco, Marius 45. V.1Vlommsea, Hist. de Rom. t. VI, p. 77.
(3) Sila fué sin duda el primero que decretó una proscrip-
42 ■■••••■•••111

el campeon de la nobleza, con sus veteranas legio-


nes de Asia, sorprendió á éstos sin planes y sin re–
cursos. El ajóven Mário se echó en br zos de los
Samnitas, —que aun eran los implacables enemigos
de Roma, dis p uesto á trasladar á su país la capi-
talidad del imperio.
Las miras de Sila eran, por otra parte, entera-
mente nacionales. La matanza con que en diversas
ocasiones diezmó las razas italianas, las proscrip-
ciones mediante las cuales limpió la ciudad de je-
fes del partido popular, al mismo tiempo que el uso
vigoroso que hizo de los poderes extraordinarios
que la gratitud de la nobleza triunfante le había
conferido, derogando las leyes que habían estable-
cido, durante más de una generacion, el equilibrio
de la Constitu cien, todo tendía al mismo fin, á la
restauracion y á la defensa de la oligarquía roma-
na. Aun la introduccion, revolucionaria en prin-
cipio, de una multitud de soldados y de esclavos
en el número de los ciudadanos, queda justificada
por el fin que se proponía, el de contrarestar los vo-
tos de los italianos, que no se atrevía á anular di-
rectamente. Limitó el poder de los tribunos (1),
que, además de su primitiva mision de defensores de
los intereses de la plebe, habían usurpado una es-
pecie de comprobacion sobre todas las deliberacio•
nes del Senado. Devolvió á este cuerpo el derecho

clon por la vía legislativa, y por esto le atribuye Veleyo la


vergüenza de haber intentado terminar la lucha por estos me-
dios. «Primus ille exemplum proscriptionis invenit.» II, 28.
(1) Tiv. Epit., 74; Peleyo pat.. II 30; Apiano, B. C. 1.
'1 00; Cje.. de lege 1II, 9: «in ista quidem re vehementer Sulam
probo. qui tribunis plebis, sua lege injuriw faciendw potesta-
tem ad p merit, auxilii ferendi reliquerit.
43
de entender en los judicia, prerogativa ardiente-
mente deseada y celosamente conservada; median-
te estos judices senatoriales ó jueces, eran irres-
ponsables los tribunales públicos, perdonaban
sus protegidos y condenaban á sus enemigos,
se alimentaban ellos mismos con el fruto de su
corrupcion, y mantenían con inexorable tiranía el
sistema de opresion provincial que empleaban para
favorecer á su clase. El partido popular tembló:
los nobles creyeron asegurada por mucho tiempo la
nueva Constitucion oligárquica. Su reconocimien-
to por estos servicios, la adhesion de sus veteranos
y el terror de su nombre se unieron para dar al dic-
tador un poder sin rival, y continuaron protegien-
do su persona aun despues de su abdicacion.
Aquiescencia de los Italianos á las medidas _políti-
cas de Sila.—El curso de los acontecimientos nos
llevará en muchas ocasiones á manifestar las hue-
llas de los resentimientos y antipatías que contra
Roma se manifestaron por mucho tiempo en cier-
tas regiones de la Península; pero, en la mayor
parte de las razas italianas, había sido ya sofocada
su ambicion; consideraban de buen grado á Roma
como su metrópoli, y saboreando los frutos de esa
dominacion que estendía tan léjos sus depredacio-
nes, aprendieron gradualmente á enorgullecerse
con su nombre. Ahora debernos dirigir nuestras
miradas fuera de los límites de Italia, y apreciar,
por la condicion de sus provincias la buena fortuna
de Roma, por haber adquirido de este modo nue-
vas fuerzas y recursos durante una terrible crisis
en sus asuntos exteriores.
Las provincias romanas. La Galia Cisalpina:
Sicilia y las demás islas; Espa ñ a y las provincias
- 44
allende los Á lpes.—Italia, á cuya region se ronce-
la ley
d ieron los privilegios de la ciudadanía por
Pl aucia, tenía por límites una línea tirada por la
parte septentrional y nilís angosta de la Península,
desde el Iser, en el Mar Tirreno ó inferior, hasta el
Rubicon en el Superior (Adriático). En el Norte y
en el Sur había dos provincias que ocuparon el pri-
mer lugar por su importancia política; era una la
Galia cisalpina, y la otra Sicilia, La primera se ha-
llaba divídida en dos distritos por el rio Padus ó
N, de donde tomaban sus respectivas denomina-
ciones, segun que se encontraban allende ó aquen-
de dicho rio; pero toda esta rica y extensa region
se halla b a las órdenes de un procónsul, y no tar-
daron_ los habitantes en mirar con cierta preven-
cion una fuerza militar que amenazaba sus pro-
pias libertades, al mismo tiempo que mantenía en
la obediencia á sus súbditos. Por la otra parte, Si-
cilia, aunque tranquila y contenta, y necesitando
poca fuerza para dominarla, era una region impor-
tante para la República por sus abundantes cose-
chas, y „. 't la que la ciudad debía dirigir sus mira-
das por serle casi necesaria para surtirse de gra-
nos. Entre sus provincias se contaban las islas de
Cerdeña y Córcega no léjos de Roma, la primera de
las cuales contribuía tambien á, surtir á Italia de
grano; pero áralas estaban poco cultivadas, y la
insalubridad de la grande isla continuaba mante-
niéndola muy por bajo de otras remotas regiones
en riqueza, poblacion é inteli og encia.a.L a primera
provincia que los Romanos conquistaro n allende
sus propios mares fijé España, en donde sus armas
habían realizado lentospero seguros progresos
Jesde el periodo de su s primeras contiendas con
45
los Cartagineses, aunque las legiones no habían
jamá s penetrado en sus más distantes y agrestes
regiones. Las relaciones entre Roma, y sus pose-
siones ibéricas fueron sostenidas largo tiempo sólo
por mar iniéntras que el territorio que se extiende
entre los Alpes y los Pirineos, sc hallaba aun ocu-
pado por tríbus libres y semi-salvajes. Pero no tar-
dó la República en establecer colonias en la costa
del Golfo de Leen, y cuyos territorios fueron exten_
diéndose gradualmente hasta el lago de Ginebra
por una parte y los Cevennes por la otra. A este
distrito le dió despues el nombre de la Provincia;
estableció colonias más lejanas en Narbona y en
Tolosa, y finalmente aseguró una línea no inter-
rumpida de comunicaciones desde el Var hasta el
Garona.
Las provincias allende el Adriático Los mares
Adriático y Jónico separaban á Italia de sus con-
quistas por la parte de Oriente. Las grandes provin.
cias de Iliria y Macedonia comprendían todo el ter-
ritorio entre el Adriático y el Mar Egeo y estaban.
divididas entre sí por las extensas cordilleras de
Boion y Scardus. La antigua Grecia, desde las
Termópilas hasta el cabo Malea, formaban un solo
Estado bajo el nombre de Acaya. Roma se comuni-
caba con Asia principalmente por mar á causa de
la inseguridad del camino del Helesponto y de la
insubordinacion de las indómitas tribus de Tra-
cia (1). La República había formado una provincia
en la parte occidental del Asia Menor y dominado
los territorios de Bitinia, Cilicia y Capadocia; pero

(1) Cíceron, de Prov. Consta. 2, hace mencion de un cami-


no militar á través de la Macedonia hasta el Helesponto.
46--
le fué disputada su supremacía en estas regiones
Mitrídates, el gran rey del Ponto, y estuvo
poi
expuesta más de una vez á perder para siempre
sus posesiones. En las costas del Sur del gran mar
Interior, los extensos dominios que ántes habían
pertenecido ;',1 Cartago, se hallaban reducidos aho-
ra al territorio comprendido entre la pequeña Sir-
tes y el rio Bagradas. La extension de su imperio
bajo Sila era excasamente la mitad del que llegó á
ser despues bajo los reinados de Augusto y de Tra-
fano.
Relaciones de los súbditos de las provincias con Ro-
ma.—Las variadas relaciones de las diferentes cla-
ses de la poblacion de las provincias que mantenía
con la ciudad dominadora, pueden compararse con
las de la constitucion de una familia ó casa romana.
Las colonias de ciudadanos romanos establecidas
en las provincias, con el pleno ejercicio de sus de-
rechos nacionales, y representando en miniatura
la misma metrópoli, ocupaban la posicion de los
hijos respecto del pacer-familias; los pueblos con-
quistados, que se habían sometido á merced del
vencedor, estaban sujetos á su dominio tan com-
pletamentamente como el esclavo al de su señor:
aquéllos tí quienes el Estado había concedido que
siguieran disfrutando sus tierras y rigiéndose p'or
sus antiguas instituciones, ocupaban análogo lu-
gar al de los emancipados.
Algunas ciudades y naciones habían solicitado
espontáneamente su union con Roma en los tér-
minos de una alianza, pero con una inferioridad
reconocida; otras se mantuvieron bajo una base
de mayor independencia, ofreciendo un cambio
mutuo de buenos oficios y de derechos de ciudada -
— 47
laja; hubo en fin otras que se confederaron con. la
República, con entera igualdad de derechos por
ambas partes. Todas estas clases tenían respecti-
vamente sus prototipos en los clientes, en los
huéspedes y en los amigos del patricio romano.
En los límices de cada provincia romana, había
generalmente Estados que tenían estas diversas
relaciones con la República; y la severidad de la
administracion militar y civil de la region aumen-
taba ó disminuía respecto de ellos segun sus títu-
los respectivos. Pero, en suma, la masa de la po-
blacion provincial pertenecía á la clase de los
,-lediticii, es decir, á los que se habían sometido en
un principio incondicionalmente, los esclavos, co-
mo puede llamárseles, de la gran familia romana.
Estaban sujetos á las más duras cargas, así fisca-
les como de otro género, agravadas además por la
codicia de sus señores, que, desde el cónsul ó el
prétor hasta el más ínfimo de sus oficiales, devo-
raban esta presa sin experimentar remordimientos
ni hartura.
Gobierno de lasprovincia,․) por los pro-cónsules, et-
cétera.—E1 nombramiento de los que habían de go-
bernar las provincias era ordinariamente una de
las atribuciones del Senado; no obstante, el pueblo
continuaba considerando esto como una de sus
prerrogativas necesarias, y algunas veces , insti-
gados por los demagogos, no vacilaban en asu-
mirla. Por regla general, despues de haber cum-
plido los cónsules ylos pretores el año de su cargo
en la ciudad, se les encargaba la administracion
de los asuntos de una provincia ordinariamente
por un año, pero algunas veces por tres. El Estado
ponía á su disposicion grandes ejércitos perma-
48
nentes; les concedía un enorme patronato, y su
am Licion, su avaricia ó su mútua rivalidad, mas
bien que un sentimiento en favor de los intereses
públicos, los impulsaba á ocuparse, durante el cor-
to tiempo de su cargo, en someter las tribus fron-
terizas, ahogar las insurrecciones que sin cesar
excitaba su propia injusticia, y aniquilar siempre
que se les presenta un pretesto, las antiguas liber-
tades y los pocos privilegios que aún conservaban
las clases provinciales más favorecidas. Rodeados
de un ejército de oficiales, todos hechura suya,
empefíados todos en la misma obra de hacer sus
propias fortunas, ayudándoles sus colegas los
proc6nsules, apenas conservaban el recuerdo ó
el sentimiento de su responsabilidad para con el
gobierno central, y se entregaba sin freno á su
codicia. De teclas las provincias , la Cisalpina,
la Macedonia y á poco la Siria, eran las más ri-
cas y en las que había más armamentos milita-
res, por cuya razon eran éstas generalmente co-
diciadas por los cónsules , y distribuidas entre
ellos á la suerte. Los diezmos, peajes y otros im-
puestos, de donde se sacaban las rentas públicas,
eran arrendados por tratantes romanos, pertene-
cientes en. general al órden de los caballeros que
tenían pocas ocasiones de elevarse en la metrópo-
li á los más encumbrados puestos políticos; y la
connivencia de sus superiores en la provincia, se-
cundada por la corrupcion del sentimiento público
en Roma, protegía en una amplia medida, las sór-
didas prácticas para robar á la vez al Estado y
á sus súbditos. Los medios de enriquecerse que
las provincias suministraban á la nobleza, vinie-
ron 11 ser el fin principal de muchas de las más
- 49
profundas intrigas políticas. Un hombre arruinado
consideraba el cargo de procónsul como el único
medio de restablecer su fortuna; y para conseguirlo
se aliaba al personage ó al partido con cuya in-
fluencia podía correr sucesivamente los diversos
cargos que elevaban hasta el consulado. Obtenía,
primeramente el cargo de cuestor, desde el cual,
despues de trascurrir el intervalo prescrito por las
leyes, podía ser elegido edil, luego pretor, y por
último, cónsul. Entónces ya había conseguido el
gran objeto que se había propuesto, porque, al es-
pirar el tiempo de su cargo, partía de gobernador
una provincia consular; y con estos emolumen-
tos contaba pagar los gastos de sus diversas lu-
chas, liquidar la deuda de gratitud hácia sus adic-
tos,' y acumular una gran fortuna para su satis-
faccion propia ó para el progreso de su partido.
Injusticias y descontento de los provinciales.--La
codicia que animaba á los indi-víduos, fué de hecho
la principal fuente de las facciones políticas de
este tiempo. La expoliacion ó el robo de las provin-
cias, era el cebo con que los agitadores populares
habían atraído á los Italianos á alistarse bajo sus
banderas. Habíanseles concedido todos los dere-
chos legales de la ciudadanía, pero las antiguas
familias oligárquicas, ennoblecí las por los hechos
de sus antepasados, y que gozaban con gran os-
tentacion de la opulencia acumulada por algúnos
siglos de conquistas, tenían aún la esperanza de
continuar acaparando la mayor parte de los hono-
res y beneficios que habían conseguido no hacer
accesibles, en general, sino á los más ricos. Mira-
ban aún con menosprecio,—procurando inspirar al
pueblo el mismo sentimiento, —.4 los hombres nuevos,
MERIVALE, TOMO I. 4
50
álos hombres de talento y de educacion, pero de ori-
. han.
gen modesto y mediana fortuna, que procura
en todas partes atraerse el fa vor púl,lico. Los judi-
cla ó privilegio de ocupar los bancos de la justicia,
era el gran instrumento con que protegían su mo-
nopolio, porque, conservándolo entre sus manos,
p odían comprimir todo ensayo de revelar por un
procedimiento legal las enormidades de su admi-
nistracionprovincial. A este campo de batalla, fue,
como veremos más adelante, á donde su instinto
de orador condujo á eiceron á trasladar la contien-
da; y cuando por un feliz concurso de circunstan-
cias, halló los medios de evidenciar la iniquidad
del sistema, se vieron obligados los nobles á re-
nunciar, si no á sus prerrogativas, por lo menos á
la impunidad del abuso que hacían de ellas. Pero,
segun cada partido, conseguía obtener una parte
del botin, se aplicó por ámbos el mismo sistema.
Sería injusto acusar al uno de haber superado al
otro en rapacidad y en tiranía. La miseria de las
provincias y la animosidad que era su consecuencia,
fueron el mal y el principal peligro de la época (1).
Por todas partes surgían aventureros rodeados de
una masa flotante de descontentos, de los cuales

(1) Podernos inferir con exactitud, de un notable pasaje de


Giceron, que la opresion fiscal de los mismos Romanos, no era
tan vejatoria como la que los mismos provinciales ejercían al-
gunas veces unos sobre otros, cuando podían verificarlo. Véa-
se Cic., ad Quin, I, 1, 11: «non ese autem leniores in exigen-
dis vectigalibus Grecos quan nostros publicanos hinc intelligi
potest, quod Caunii nuper, omnes que ex insulis; quw erant ad
Sulla Rhodiis attributa, confugerunt ad Senatum, nobis ut po-
tius vegtigal quam Rhodiis penderent.» Comp. Lib. XLI, 6.
La habilidad de los Griegos en el arta de las extorsiones fisca-
les es señalada en una larga série de ejemplos en el libro II de
la (Económica, el cual es atribuido por muchos á Aristóteles.
51
estaban ciertos de conseguir una asistencia direc-
ta, ó de contar al ménos Con su aprobacion.
Estalla el descontento en, diferentes puntos. —La
retirada de Sila probó cuan necesaria era su ener-
gía y su reputacion para sostener el peso del Im-
perio sobre la débil base de la faccion oligárquica.
En Occidente, se sublevó toda la nacion española
contra sas opresores; en el extremo Oriente, fué
secundada la habilidad de Mitrídates por la bene-
volencia de las razas conquistadas de Asia menor.
Por doquiera que levantó sus pendones se sublevé
el pueblo sin_ vacilacion y le acogió como á su li-
bertador. Al mismo tiempo, los millares de hom-
bres á quienes la opresion de los conquistadores
del mundo había arrojado de sus honradas y pací-
ficas ocupaciones, corrían á la piratería, ora para
vengarse, ora para adquirir del modo posible lo
necesario para su subsistencia. Los piratas erran
tes de 11 costa de Cilicia veían multiplicarse sus
recursos con la afluencia de estos aventureros tur-
bulentos, y sus buques penetraban ya en todos los
golfos é insultaban todos los puertos del Mediter-
ráneo, con un sistema de organizacion que abraza-
ba toda la esfera del tráfico marítimo (1). Sólo des-
pues que estas diversas ligas de sus adversarios y
de sus súbditos fueron sucesivamente destruidas.
fué cuando el poder de Roma quedó definitiva-
mente establecido en todos sus dominios. No de-
jará de ser instructivo fijar por un momento nues-
tros ojos sobre aquellos sucesos.

(1) Apiano, Bel. 4fithrid, XXII: OtS p.6\incr ltt -r7jcs Ocaácrau
Izs&TOUV &XX& 7,710" Hpocy.wv gitc. «No dominaban sólo en los
mares de Oriente, sino en todos los que hay aquende las co-
lumnas de Hércules.»
52 —
Insurreceion, de las provincias ety a7tolas c22, com-
binacion CO21 el resto del partidom arianista . S ertoriv,s.
(Ano 663 de R.).-Sertorio
- era un Sahino de nace-
miento y ciudadano romano que se había distingui-
do en las campanas de Mario contra los Cimbrios, y
despues con gran éxito y gloria en Espada (1). En
la guerra civil se adhirió al partido popular y par-
ticipó del gobierno con Madi() y con Cinna. Su mo-
deracion y su desinteresado patriotismo contras-
taban ventajosamente con los principios egoistas
de sus colegas; su nombre no se manchó con el
crimen de sus proscripciones. Despues de su muer-
te, desesperó de resistir con éxito á la aristocracia
reanimada bajo Sila, y no teniendo confianza en el
car á cter de Mario el jóven, abandonó la defensa de
la causa popular y se retiró á Hspafia (2). Los pro-
vinciales fatigados que parecía estaban ganados
de antemano su causa, le recibieron como un li-
bertador de la tiranía del gobiern ) proconsular
que ahora se identificaba con el reinado de Sila y
de la nobleza. Pero la energía con que procedió el
dictador para sofocar la insurreccion fué irresis-
tible. Los rudos bárbaros fueron incapaces de ha-
cer frente á las legiones de veteranos, y Sertorio
huyó precipitadamente á Cartago-Nova, y desde
allí pasó á Africa. Las provincias españolas vol-
vieron en poco tiempo á la obediencia, mientras

(1) La vida de Sartorio, escrita por Plutarco, de la que


hemos sacado principalmente estos detalles es una de los más
interesantes, en la serie de sus biografías. El carácter del hé-
roe es sin duda el más romántico de la historia romana, y los
rasgos de humanidad y moderacion que le distinguen son de
los que con más agrado pintaba este filósofo.
(21 Plut., Sertorius, VI. ilocv-cúna cúecrroyvoúa etc. «Desespe-
rando completamente de la ciudad, marchó á España.».
— 53
que su campeon huía de pueblo en pueblo, inten
tarado diversas conspiraciones contra el partido
dominante, pero todas sin éxito. Proscrito y des-
terrado de Roma, ocurriósele la idea de hacerse
la vela para las farrusas islas de Occidente, y esta-
blecer su soberanía en aquel paraíso de las leyen-
das griegas (1). Pero una guerra indígena entre
los pretendientes al trono de Mauritania le obligó
á p ermanecer en el continente africano donde en-
contró y derroté un ejército romano á las órdenes
de un lugar teniente de Sila. Cayendo de nuevo en
la antigua animosidad de partido, aceptó gustoso
una invitacion de los Lusitanos para que dirigiese
una nueva insurreccion entre la autoridad romana.
La causa de la oligarquía estaba confiada en Es-
paña á. Metelo, hombre ya viejo é incapaz de resis-
tir á un contrario vigoroso; y además la retirada
de Sila privé á los Romanos del alma que hasta
entl'mces había dirigido sus esfuerzos. Mediante
victorias sucesivas fuá arrancada casi toda la pe-
nínsula á los ejércitos de la República (2), y reco-
noció por jefe al héroe de Occidente. Sertorio pro-
curó hacer su autoridad dulce y conciliadora. Sus
miras eran vastas, y no contentándose con su ele-
vacion presente, procuró establecer una soberanía
permanente. Retuvo los hijos de los nobles como
rehenes de su fidelidad; pero los instruyó al mismo
tiempo en las artes y en las costumbres romanas

(1) Plutarco, Sertoi'., IX. Ta5r ¿>"5.,'E2-cdt)pc07 á•,,o,'.)72.5 etc. «Es-


tos relatos produgeron en Sertorio un vehemente deseo de ha-
bitar estas islas, y vivir en reposo, desembarazado de la au-
toridad y de las guerras.»
(2) Tit. Liv. Epit, 99: L, Manlius, proconsul, M. Domitius,
legatus, ab Iierculeyo questore vi; ti sunt.» Comps. Flor., III,
22; Oras., Y, 23; Plut., Se2-tor,, 17.
— J4
y se propuso formar una generacion que com-
prendiese y practicase los principios de un go-
bierno ilustrado. Su fuerza militar se hizo mas
sólida con la llegada de algunos cuerpos de vete-
ranos del partido italiano, que habían obligado á
su general Perpena, á conducirles al lado de Ser-
tobo. Su campamento fué el asilo de los fugitivos
de Roma, que se proponían renovar la antigua
guerra civil en un terreno más favorable. En este
momento parece que cambiaron los designios de
Sertorio. Rodeóse del núcleo de un nuevo senado
elegido entre sus adictos los Romanos; deseaba
volver triunfante á la ciudad imperial, y restaurar
su partido con sus principios, y comenzó á tratar
á sus partidarios españoles, más igien como aliados
fieles que como compatriotas de adopción. Así
pues, cuando Mitrídates le envió embajadores para
negociar un ataque combinado contra Italia, y una
distribucion de sus provincias (porque Roma, de-
cía éste, no poda, resistir la union del nuevo Pirro
con el nuevo Annibal), rechazó Sertorio con alti-
vez su alianza, y declaró que jamás permitiría que
un. bárbaro poseyese una pulgada de territorio
romano, fuera de Bitinia y Capad ocia , miserables
territorios que habían sido siempre gobernados por
reyes, y cuya soberanía no pensaba disputarle (1).
Lucha entre Sertorio y Pompeyo. Miéntras me-

(I) Segun Plutarco consentía Mitrídates en suministrar á


Sertorio 3.000 talentos y cuarenta naves , en cambio del
completo reconocimiento de sus pretensiones á Bitinia y Ca-
padocia. El circunstanciado relato que hace este escritor de'
toda la negociacion plrece mas digno de crédito que el aserto,
de Apiano, segun el cual, Sertorio entregaba á Miltrídates toda.
la provincia romana de Asia, Plut, Sertor., 23, 24;Apianta, id.
Zitrid. 68.
— 55
ditaba estos resultados supremos, continuaba Ser-
torio manteniendo su posicion contra Pompeyo,
que entónces compartía con Metelo el mando de
los ejércitos romanos. Aún cuando era mucho me-
jor general que su c )lega, y afortunado en algu-
nos encuentros con los lugartenientes de su for-
midable enemigo, estaba Pompeyo desconcertado
por la destreza y la vigilancia de un jefe que com-
pensaba la escasez de tropas disciplinadas, con su
génio y con la natural aptitud de los Españoles
para la guerra de escaramuzas (1). Existían Cam-
bien celos entre los jefes romanos, y Pompeyo su-
frió un_ sério descalabro por apreosurarse á librar
batalla pintes de la llegada de Metelo, que, á con-
secuencia del suceso, le salvó de una completa
derrota. «Si no hubiese llegado esa viejecilla, dijo
Sertorio, hubiera llevado á Roma á ese jovencillo
dándole azotes.» Los dos generales de la Repúbli-
ca no pudieron mantener por mucho tiempo la
campaña contra un enemigo que poseía todas las
comunicaciones del país y sabía hacer uso de ellas.
Metelo se vió obligado á ratirarse á la Galia para
reorganizar su ejército, miéntras que Pompeyo
tomaba una posicion defensiva en el país de los
Bacceos, y escribía al senado cartas apremiantes
para que le enviasen nuevos refuerzos.
Inerte de 8 er torio .—La insurreccion, dominada
por .Pompeyo. (Año 682).—La influencia adquirida
por Sertorio entre los Españoles no conocía lími-
tes. Cuando con su acostumbrada versatilidad y
su mútua desconfianza se mostraban algunas tri-
bus dispuestas á volver á entrar bajo la obedien-

(1) Plut. Pom., p. 19.


— 56
da de Roma, conseguía la fidelidad de las mismas
con artificios ingeniosos. Había criado una cierva,
blanca corno la leche, y la había enseilado á se-
guirle v acariciarle como un perro, y pretendía
q ente de Diana, y que este
ue aquéllo era un pres
animal era su consejero familiar y su protector (1).
Los artificios de que se valió, si hemos de ›,reer los
relatospopulares, para reanimar la confianza de
sus partidarios por medio de esta cierva, pertene-
cen á un género de impostura bastante comun;
pero es interesante hallar, en el afecto que mos-
tró á aquel animal favorito, la huella de su ter-
nura y de esa humanidad que le distinguía en una
época de crueldad, y que le condujeron más de
una vez, segun se dice, á ofrecer abandonar la lu-
cha, si le permitían que volvise á ver á su madre,
que aún vivía en Roma, viuda y sin hijos (2). De-
bemos notar, sin embargo, por su parte, aunque
con pena, un acto único de crueldad salvaje. Ha-
biendo estallado al fin la rivalidad entre los Ro-
manos y 1 s naturales, fué vendido por la deser-
cion de la nobleza espafiola, y, en un momento de
cólera ó de alarma, mandó matar á los hijos de
aquélla, quienes había retenido en rehenes. Este
acto, al mismo tiempo que manchaba su limpia
fama, debía arruinar su fortuna. Su lu piar-tenien-

(1) Salust. Ep. Pomp. Fi'. Hist. III, 4.


(2) Plut., Sertor., 22: Kxd Tap -7-ív cXbric-1 ,cpo T etc., etc. «Amaba
en efecto á su pátria, tenía gran deseo de volver á ella.: en
sus victorias se dirigía á Mételo y á Ponlp ,
yo, declarándose
dispuesto á deponer las armas, y á vivir como simple parti-
cular, si se le permitía volver á entrar en su territorio. Dícese
que deseaba volver á su pátria, principalmente por ver á su
madre, que le había criado huérfano, y á la que amaba con
toda su alma.»
57 —
te Perpena conspiró contra él, y en medio de las
disensiones que en el campo reinaban, pudo ase-
sinarle impunemente (l). El traidor ocupó el lugar
de su víctima, ponienclose á. la cabeza de los ejér-
citos aliados, pero su fuerza fue debilit rindose de
dia en dia por la desercion de los Hspafioles. Desde
este momento no fué ya dudoso el triunfo de las
armas de Roma, siempre tranquila y vigilante;
Perpena fué derrotado y hecho prisionero en el pri-
mer combate, é intentó en vano librarse del cas-
tigo merecido, revelando los nombres de sus adic
tos en la Ciudad. Pompeyo, s?a, por generosidad ó
por política, se negó á leer la lista que aquél le
presentaba (2); y Perpena, fué condenado á muerte
y completamente destruidas sus fuerzas, s )metién. -
dose de nuevo los Espafioles á una dominacion que
habían estado tan . cerca de sacudir completa-
mente.
. Lucha de Hitrídates con Roma. 821 causo era bien
vista por los pravinciales en, Oriente. La larga lu-
cha de Mitrídates, rey del Ponto, con el poder de
Roma, comenzó con sus tentativas para apoderarse
de los vecinos reinos de Bitinia y Capadocia, á los
que había extendido Roma su proteccion. El triun-
fo con que fueron coronados sus exfuerzos en un
principio le animaron á llevar la guerra hasta los
territorios romanos de Asia Menor, en cuyos dis-
tritos le era el espíritu de la poblacion tan favora-
ble, que le costó poco trabajo librarlos por el mo-
mento del yugo de la República romana (3). El

(1) Idem, Sertor., 25; Vell., 30; Liv, Epit.,XCIVI; Onrs.,


V. 23.
2) Plut., Pomp., 20.
(3) Esto se deduce incidentalmente de la narracion de Apia-
58 --
entusiasmo con que fu. recibido indica el excesivo
oio extrangero . Es evidente
odio inspirado por el yu
que se llegaba hasta preferir la caprichosa tiranía
depotismo oiiental á todos los beneficios dee
del s
la civilacion europea, cansados como estaban de
la rapacidad sistemática de los gobernadores ro—
ma nos (1). La personalidad de este gran rey del
Ponto ha llegado hasta nosotros cargada, por
decirlo así, con todos los crímenes que ha podido
imputarle la malevolencia de sus enemigos; y al
hablar de él no de -Jemos olvidar que las fuen-
tes de donde nuestros historiadores han tomado
sus informes, son las narraciones contemporáneas
de adversariospoco escrupulosos. No sabemos de'
qué documentos originales hayan podido sacarlas;
pues hasta las memorias del mismo Sila, enemigo
personal de Mitrídates, eran consideradas por los
romanos como los documentos más auténticos de
la lucha entre áinbos. Tenemos muchas pruebas
de la poca fidelidad de los escritores romanos,

no, Beil. 31¿t. , 20, 21, 22 y 28, En un pasaje dice expresamente:


Ky). etc. «Vióse muy cláramente que era ménos por
tensor á Mitrídates, que por ódio á los Romanos, por lo que
Asia obraba así respecto de éstos.» La clemencia que el con-
quistador bárbaro mostró con los vencidos indica que venía
más bien como lib e rtador qu'e como enemigo. Veleyo escusa
el entusiasmo con que los Nit':_m-iensest se apresuraron á recibir
al lugar-teniente de Mitrídates (II, 23); pero Tácito los estig-
matiza como aliados del enemigo de Roma: «Mitrídatis ad-
versus Sullam socios.» (Ann a , II, 55).
(1) Esto está perfectamente expresado en el discurso de
Mitrídates (.Tust,, XXXVIII. 7), en donde hace un llamamien-
to dir:Tto á Lis pasiones de los provinciales; «tantumque me
avida exspectet Asia ut etiam vocibus vocet: adeo illis odium
Romanorum incussit rapacitas proconsulum, sectio publica-
norum, calumnie litium.» CImplrese la nota de Plinio sobre
la afrentosa nombradía que habian adquirido sus compatriotas,
cuando habla de la muerte de Aquitio haciéndole tragar, por
órden de Mitrídates, oro derretido (Hist. Nat., XXXIII., 3).
— 59
para guardar miramientos á sus apreciaciones res-
pecto del carácter de sus enemigos. El talento des-
plegado por el déspota oriental debe hacer surgir
un. prejuicio en su favor; y cuando consideramos
además la moderacion y la magnanimidad que des-
plegó en muchas ocasiones, estamos dispuestos á
buscar otras explicaciones á las atrocidades que
se le imputan más bien que á referirlas, como lo
hacen los Romanos, á su crueldad personal. La
matanza general de los colonos romanos, en todas
sus posesiones asiáticas, que siguió al triunfo de
Mitrídates, parece mas bien un acto de venganza
nacional que la ejecucion de la órden de un tirano,
como la representan_ los historiadores (II
Tentativa de Lúculo para reformarla administra-
don provincial. No es sostenida por Pompeyo. Los
triunfos del rey del Ponto no se limitaron á Asia.
La misma predisposicion produjo en Grecia los
mismos efectos, y todo el país fué sustraido con
igual facilidad y prontitud al poder de los Romanos.
Es verdad que Sila recobró estas provincias des-
pues de muchos y desesperados combates; pero la
hostilidad de los habitantes, como resultado del
mai gobierno, se manifestó perfectamente, así
como la fragilidad del lazo de soberanía que man-
tenía su obediencia. Sila prosiguió su victoriosa,

(1) Es digno de notarse, como ejemplo del poco escrúpu-


lo que los Romanos tenian en levantar calumnias sin funda-
mento, que Plutarco, hablando de este mismo asunto (Pomp.,
37), menciona á Teofano, literato contemporáneo de Ciceron,
como habiendo afirmado que Pompeyo habia hallado entre los
papeles de Mitrídates una carta de un. tal Rutilio, excitándole
á llevar á cabo la matanza, miéntras que resulta de un pasaje
de Ciceron (pro Rabir., Post., 10.), que sólo por una estrata-
gema pudo el mismo Rutilio escapar de aquélla.
60
carrera en Asia, y obligó al enemigo 1:1, aceptar con-
dici l mes de paz, que le privaban de todas sus con-
quistas, volviendo las provincias á su primera
servidumbre. Parece,—segun los relatos de los mis-
mos Romanos, que durante los años siguientes,
miéntras que Sila disfrutaba de la suprema auto-
ridad en Roma, los generales quienes se había
encargado la ocupacion militar y la defensa de las
fronteras de Asia, habían obrado con mucha per-
fidia en sus tratados con. Mitrídates, procurando
provocarle á renovar la guerra con la esperanza de
hacerla reca e r en gloria y provecho propios (1).
Sin embargo, sólo despues de la muerte del dicta-
dor 1'1.16 cuando volvió á estallar elTconflicto. Lúcu-
lo tomó el mando en jefe de las fuerzas romanas;
comprendió la debilidad real de la República y se
exforzó en ponerle un remedio. Los publicanos ó
arrendatarios de las rentas, habían redoblado sus
exacciones para desquitarse de la obligacion que
habían c ntraido de sufragar los gastos de las
campañas de Sila. Hl nuevo procónsul tomó inme-
diatamente sus medidas para librar á los provin -
ciales de las nuevas cargas, que con este motivo les
habían impuesto (2); al mismo tiempo comenzó una
serle de reforma administrativas, y procuró borrar
la prevencion ó desafeccion de los indí g enas con
la esperanza de una servidumbre nvis indulgente.
Pero ántes de desarrollar por completo su nuevo
sistema, habían entrado en campaña los ejércitos
de Mitrídates, y se habian levantado los pueblos
con el mismo ímpetu que ántes para recibirle.

(1) •App„ Bell. Mit., 64.


(2) Plut., Lucul., 20., 23.
— 61
Lúculo se esforzó en vano por reprimir la impa-
ciencia de sus oficiales, que despreciaban sus pru-
dentes medidas. y estaban deseosos de oponer la
fuerza á la fuerza. Los ejércitos de la República
tuvieron algunas pérdidas parciales, que fueron
abultadas quizá por las clases interesadas en la
opresion de las provincias hasta el punto que el
Senado comenzó á murmurar de la políticafabiana
de su general. Por mas que hubiese éste consegui-
do grandes triunfos y restaurado la dominacion de
su pátria bajo un pié más sólido que anteriormen-
te, fué acusado de retrasar por sus miras persona-
les, la conclusion de sus victorias, y fué finalmente
reemplazado en el mando. Las brillantes y decisi-
vas operaciones de Pompeyo, á quien fué confiada
la continuacion de la guerra, parece que justifican
la desgracia de su predecesor.
Pero si Pompeyo poseía mas talentos militares
que Lúculo, y si su influencia sobre una soldades-
ca desmoralizada por las alternativas de la derrota
y del pillage, e. a más eficaz para restablecer la
disciplina, las miras de su rival eran evidente-
mente más nobles y más dignas. Es probable ade-
más que el triunfo del vencedor fuese debido tanto
al cansancio del enemigo como á su propio valor;
pero, de cualquier modo, parece que despues de ha-
ber ganado los laureles con que asegurar su am-
bicion, no quiso arriesgar su popularidad entre los
nobles romanos impidiendo sus exacciones en las
provincias.
Origen da la Con,federacion, de los piratas de ei-
licia.—E1 gran tráfico 'que hubo durante siglos
entre Grecia, Egipto y Siria, presentaba un bri-
llante atractivo á los habitantes piráticos que han
62 --
p revalecido en sus .mares desde los tiempos más
remotos . El padree d la historia hace remontar el
origen de la hostilidad los Europeos y de los
Asiáticos á las empresas de d e aventureros
sin freno (1). Tal es la configuracion natural de
las costas de Grecia y de Asia menor, al mismo
tiempo que de las islas intermedias, que no ha po-
dido jamás curarse por completo esa llaga de la
p iratería en las aguas que bañan estas playas (2).
La costa de uno y otro continente termina en nu-
merosas bahías y ensenadas, y se halla cruzada
de escollos y promontorios; y en tales regiones, no
puede pasar la ciencia de la navegacion sin la
ayuda de un conocimiento minucioso y especial de
los lugares. Tambien el interior del país es gene-
ralmente de difícil acceso, pues las montañas es-
carpadas alternan con los valles profundos, y sólo
de trecho en trecho se encuentra algun valle más
ancho abierto por algun rio che m 1s importancia.
En el interior se hallaba aglomerada la poblacion,
aún en los mejores tiempos, en algunos valles ó
llanuras fértiles, aislados unos de otrospor gran-
des cadenas de montañas casi impracticables. En
tales condiciones, el interior de cada bahía ofrecía
á los piratas los más seguros refugios, y aquí era
donde reparaban sus buques, donde disfrutaban
su botin y donde pasaban en orgías sus intervalos
de reposo. La política de los Romanos nopermitía

(1) Herodot., I. Init.: comp. Tuc., I, 5.


(2) Compárese el notable trabajo de M. Finlay sobre Grecia
bajo Tos Romanos, p., 33. «Dícese que las piraterías cometidas
durante la última guerra revolucionaria contribuyeron tanto
Como la h
umanidad de los aliados á que se firmase el tratado
de G de Julio de 1327, y á la fundacion de una monarquía ale-
T
ruana en Grecia.
63 —
á los provinciales mantener ninguna fuerza mili-
tar para destruir aquellos asilos de merodeadores.
Durante la guerra de Mitrídates las costas de Gre-
cia y de Jonia se hallaban infestadas de aquéllos;
pero gracias á la política del rey del Ponto fué co-
mo la Cilicia se convirtió en su principal plaza de
armas. Desesperando del triunfo definitivo, se di-
ce (1) que resolvió dejar una especie de aguijon
colocado. , como un foco de corrupcion, en las en-
trañas de la República. Con este objeto, despues
de haber arrojado las débiles avanzadas del poder
de Roma, invitó á las hordas piráticas de los ma-
res orientales á reunirse en las costas de Cilicia(2).
Establecieron aquí sus diques, .sus arsenales y sus
almacenes, y organizaron un sistema de ra,pifía,
una escuadra, una nacion, y tal vez un gobierno
de piratas.
Florece éste, gracias ti la impotencia del gobierno
provincial y c la mala voluntad de. las provincias
La aparicion de este poder, que amenazaba no so-
lamente la seguridad individual y la propiedad,
sino que cortaba Cambien las comunicaciones, y
hacía que disminuyesen las rentas del Estado,
muestra olían impotente había llegado ser el go-
bierno de las provincias, y de qué modo se había
enagena,do el afecto de los indígenas cuando se
convencieron de que no podía librar sus costas de
estos merodeadores (3). Entre tanto, los hambrien-
tos y los oprimidos, todos los que habían sufrido el

(1) App., Beli. Mitr., 92.


(2) Idem, ibidem.
(3) Sila y Lúculo restablecieron la dominacion romana en
Cilicia, pero no dieron ningun resultado respecto de los esta-
blecimientos piratas de la costa.
64
azote de la guerra ó de la rapacidad de un fflplea•
do extrangero, ó por lo ménos los de carácter mas
enérgico y aventurero, contribuyeron entar
á aum
lapoblacion de este Estado de piratas (1); el co—
mercio entre Italia, Grecia, Siria y Egipto era un
cambio de objetos indispensables que no podía
restringir por completo la guerra ni la anarquía.
Todos los anos cuan en poder de los corsarios es-
cuadras enteras de buques mercantes con carga-
mento y pasageros. Tales eran el poder y la auda-
cia de estos turbulentos aventureros, que avan-
zal)an muchas veces hasta seis millas en el interior
del continente, llevándose consigo, no sólo el bo-
tin, sino tambien 19s habitantes de las poblaciones
y de los caseríos (2). Por el rescate de los ricos
exigían gruesas sumas; los audaces y los deses-
perachs entraban á su servicio; y hasta el asesinato
de sus víctimas en los mares infundió un gran
terror en amigos y enemigos, y apretaban más y
m•Is los lazos de la confederacion. Fundaron esta-
ciones y colonias en casi todas las costas del Me-
diterr roleo. En las de Espala fué donde Sertorio
utilizó los servicios de una escuadra de piratas
cilicios, para que le ayudasen en algunas de sus
empresas. Otra escuadra de piratas se puso á las
órdenes de los enemigos de la Repúblicapara tras-
portarlos al otro lado del estrecho de Mesina (3).

(1) Plu•, (Pomp., 24.), dice que hombres de fortuna y de


rango comenzaron á ejercer la piratería como una profesion
honrosa.
(2) Antonia, hija del orador Marco Antonio, fué
por secuestrada
estos aventureros yendo por <una calzada
gieron por ella un fuerte rescate (Plut., 1. c). de Italia, y exi-
(3) Plut., C;'as., 10.
65 —
Segun Plutarco (1), cayeron en manos de estos
aventureros más de 400 ciudades; poseían mil na-
ves; su orgullo y su audacia, el esplendor de sus
equipes y su insolente ostentacion eran más irri-
tantes para los Romanos que su misma violen-
cia (2). Muchos de los principales templos y las
grandes riquezas de algunas comunidades griegas,
que se habían salvado de la codicia de tantos con-
quistadores, fueron robados sin escrúpulo por es-
tos sacrilegos bandidos. En algunos lugares esta-
blecieron en sus muros los ritos de Mitra y los
secretos misterios de Oriente, como si intentasen
hacer la guerra á la religion al mismo tiempo que
á la civilizacion de Europa. Pero sus mayores de-
licias consistían en torturar y exterminar á los
ciudadanos de la República, contra la cual se con-
centraba principalmente su odio.
Sumision de los piratas _por Poveyo. (ano 687 de
la C., 67 a. d. J. C.).--El honor y la seguridad de
la República exigían de consuno que se opusiese
una resistencia decisiva á este mal siempre cre-
ciente. Miéntras que Murena, y despues de él Ser-
vilio Isaurico, ejercieron el mando en Asia, habían
intentado reprimirlo, pero siempre sin éxito. La
República tenía á su dispsoicion la fuerza maríti-
ma de todos sus aliados; mas para ponerla en

(1) Plut., Pomp., 24.


(2) Cic. (pro leg. Manil., 12), enumera algunas de sus
principales hazañas: la ocupacion de Cnidos, de Colofon y de
Samos; el. saqueo de Gaeta; los insultos é injurias inferidos has-
ta en los puertos de Ostia y de Misenum; la escuadra romana
cercada en Brindis; la sucesiva captura de doce pretores ro-
manos: «ni siquiera estábamos en pacífica posesion de la via
Apia» (etiam Appia vía j .m carebamus.) Comp., Ap., Bell.
Mitr., 98. Hasta Julio César y P. Clodio cayeron en su poder,
como veremos más adelante.
ME RIVALE.-TOMO I. 5
66 —
accion se necesitaba una gran habilidad. Pompeyo,
áquien se confió este puesto, distribuyó sus es-
cuadras en tres divisiones, de manera que pudiese
limpiar todo el Mediterráneo, asombrando al e muu-
do con sus hazaflas, por haber destruido en ménos
de tres meses las escuadras de los piratas, y so-
metido sus plazas fuertes en Cilicia. Es verdad que
consiguió su objeto tanto por la fuerza como por
las negociaciaciones. Admitió las pretensiones
de los piratas á que se les considerase como una
nacion (1), no tratándolos como hombres fuera de
la ley, sino accediendo á su deseo de establecerse
en gran número en las colonias de Grecia y en Asia
Menor. En memoria de esta hazarfia cambió en el de
Pompeyopolis el nombre de Soli, cuya ciudad re-
construyó para poblarla de nuevo (2).
1-21CO27)02 1 aCiOn, de los Italianos al Estado 9'omeno.--
No pre,vt(in su apoyo (¿ los movimientos de Le'pido
y dg Bruto ¡afilo 677 de la C., 77 a. d. J. C.) Estas
consideraciones bastarán para demostrar el ódi•
que excitaba el gobierno de Roma en las provin-
cias. Vemos á los nacionales dispuestos en todas
partes á entrar en cualquier empresa que amenace
los destinos de Roma; y vemos con cuanto descui-
do miran levantarse con poder hostil á la Repúbli-
ca, siquiera s e an éllos sus primeras víctimas. Ve-
jados igualmente en la guerra que en lapaz, les

App., Bell. Mitr., 92. «Igualándose ya á los reyes, á


los tiranos y á los grandes generIles› Veleyo nos indica, en
una frrts g incidental, que los Romanos e' stab-in recelosos
por esta condesc'endencia. «Sunt qui hoe Carpant.» (II, 22).
Comiñrese la repugnancia de Tiberio á tratar á Tacfarino co-
mo un hostis (Tac., A nn., III, 73.)
(2) App., Bell. 97; Plut., Pornp., 28; Strab., XIV, 5.
-67--
impulsa su miseria á la desesperacion; rompen los
lazos que les unen á la sociedad, y saquean hasta
las naciones á quienes vengan. La energía con que
los Romanos combatieron y dominaron esta resis -
tencia, nos llena de admira ion y respeto. Su po-
der aumentó con la fuerza que les dió la incorpo-
racion de los Italianos y llegó á ser irresistible.
No obstante que el recuerdo de las últimas guerras
podía exacerbar los ánimos en algunas tribus, sin
embargo, la conciencia de su nueva dignidad y el
goce de su limitada parte del poder acallaban estas
animosidades. El ascenso desde las modestas fun-
ciones ejercidas en el mu-nlcipio hasta los más altos
honores en la metrópoli era todavía raro y difícil;
pero muchos de los puestos más lucrativos esta-
ban abiertos á las aspiraciones de los Italianos.
Sus hombres más hábiles a,fluían á Roma en bus-
ca de fama y distinciones que alcanzaban en gran
número aunque por diferentes medios. Alistados
entre los caballeros romanos, servían en la admi-
nistracion de las provincias ó á la cabeza de las
Legiones, Cohortes y Centurias, saqueaban los tem-
plos de Asia y las ciudades de, Galia y -Espada. El
aumento de riquezas en Roma, no podía ménos de
rebosar á las demás ciudades de la Península. Los
colonizadores de Sila traían consigo, al volver de
sus lejanas campanas el fruto de sus rapiñas, y lo
depositaban en el retiro de sus quintas sabinas
etruscas. Los nobles de la capital cubrían vastos
distritos con quintas y jardines (villas), y la osten.-
tacion del lujo admiraba aún allí donde sólo había
pobreza. De consiguiente se unían el temor y el
interés para disuadirles de correr de nuevo el ries-
go de una guerra con Roma. Cuando M. Emilio
— V8 --
Lépido, jefe del partido popular y cónsul por abdi-
cacion del dictador Sila, intentó resucitar la mul-
titud de facciones y elevarse á una autoridad aná-
loga, no fué secundado por los Italianos (1). Der-
rotado en su empresa y arrojado allende los mares,
murió más bien de vergüenza que de enfermedad,
en Cerdea, (2), M. Junio Bruto, que intentó una
aventura análoga fué encerrado en rutina y allí
fué hecho prisionero y condenado á muerte.
Insurreecion, de los glacliado p es bajo Er.partaco,
secundada por la miatitid de descontentos de Ita-
lia, pero reprimida por no haberlo sido por los Es-
tados italianos. (681 de la C., 73 a. d. J. C).—No
obstante, los gérmenes de la discordia reinaban en
Italia entre aquellas clases de la ciudad á las
cuales se negaban los derechos y los privilegios de
la ciudadanía. Los espectáculos de gladiadores ha-
bían ya comenzado á constituir la gran diversion
nacional de los Romanos. Los esclavos, los cauti-
vos y los criminales eran generalmente las vícti-
mas de esta pasion bárbara; pero tambien los hom-
bres libres y hasta los ciudadanos descendían
algunas veces á la arena á luchar por un mezqui-
no salario. Había en Capua un. cuerpo numeroso ó,
por decirlo así, una familia de gladiadores mante-
nidos por un cierto Léntuto Baciato, para ser al-
quilados, segun la costumbre de aquel tiempo, en
las festividades publicas. La mayor parte de ellos

(1) Salust. dice «Etruria atque omnes reliquim belli arree-


tw.» (Fragm. hist., 1, 14; pero los Etruscos eran sus únicos
aliados, y su ardor era sólo de momento.
(2) App„ B. C., 1. 109; Floro, III, 23. «TM morbo et peni-
tencia interiit.»
(3) Hut, Pomp., 16.
69 —
tramaron un complot para escaparse, pero sólo
setenta y ocho consiguieron romper los cerrojos de
su prision (1). Comenzaron por apoderarse de los
cuchillos y demás utensilios que hallaron en la
habitacion de un cocinero, y armados de este modo
acometieron y dispersaron la escolta de un gran
convoy de armas de gladiadores que hallaron á su
paso. Dícese que buscaron refugio en el cráter en-
tónces estinguid o del Vesubio, y no tardaron en
hacerse euefios de las fortalezas circunvecinas.
Habiendo pensado elegir efes, recayó su primera
eleccion en Espartaco (2), tracio de nacion, hombre
de notable valor y fuerza, y dotado de un carácter
dulce y de una penetracion superior á lu condicion_
actual. El primer triunfo de los insurgentes en el
campo de batalla fué un combate con las tropas
enviadas inmediatamente de Capua, para reprimir
la in surreccion. Esta victoria les sumistró las ar-
mas de una milicia regular, por las que trocaron
con gusto su imperfecto equipo. Más confiados en sí
mismos, y aumentando constantemente su núme-
ro, encontraron y derrotaron un cuerpo de ejército
Romano de tres mil hombres ahilando de C. Clodio,
y desde entónces comenzó á engrosar diariamente
este pequero ejército con bandas de esclavos fugi-
tivos y de merodeadores turbulentos (3). Durante

(1) Plut., Cras., 8-12: App., Bell. Cart., 1, 116, 121. Flo-
ro, III, 20, los fija en el número de treinta.
(2) Parece que había desertado del ejército, había sido co-
gido después y vendido corno esclavo, si es que hemos de dar
crédito al lenguaje violento de Floro: «De estipendiario Thrace
miles, de milite desertor, inde latro, dein in honore virium
gladiator.» (Flor., 1 .e.)
(3) Los pastores de las montañas de la Apulia (Véase Luca-
no, IX., 182) eran una clase de hombres que se hallaban fuera de
la ley, y desesperados y dispuestos siempre á secundar cual-
70—
tres años que Espartaco consiguió hacer frente á
todo el poder de la República, la importan.cia de
ej ércitos se estimó sucesivamente en 40.000 r
sus
en 70.000 y en 100.000 hombres. Estuvo en plena
posesion de las provincias meridionales de la Pe-
Diusula, saqueó muchas de las principales ciuda-
des de Campania, y tal) muchas quintas y ha-
ciendas de las montañas de Sabinia (1). Consiguió
brillantes victorias sobre Casinio y sobre el pretor
Varinio, pero en el apogeo de sus triunfos no se le
ocultaba la debilidad real de sus recursos, y esci.,
taba á sus compañeros á escaparse por la parte de
los Alpes y marcharse á sus hogares de Galia y de
Tracia, á cuyos paises pertenecían casi todos (2).
Pero el saqueo de toda Italia parecía á aquellos
desdichados fácil empresa, y era una perspectiva
demasiado tentadora para renunciar á ella en la
primera embriaguez de la -victoria. El Senado se
alarmó entónces de un modo sério, y mandó dos,
cónsules, Gelio y Léntulo, con fuerzas considera-
bles para hacer frente al coman enemigo (3). Pero
aún no había llegado el peligro á toda su grave-
dad: ámbos cónsules fueron vergonzosamente der-
rotados. Depúsoseles de sus cargos y se nombró á

quier insurreccion. Compárese Asconio , in Orat. in tog.


can., p. 88, Orell.
(1) Horacio, od. III, 14, alude á estas tradiciones locales:
«Spartacum si quoa poluit vagantem fallere testa.»
(2) Plut., Crass., 8, .1v O't 7COX)■01 1-1 1)■GM
i Cç OpIxE.T. Cris-
xus y iEnomaus, principales jefes despues de Espartaco, y ga-
los ambos. Eutrop., VI, 7; Or3s., V, 24. Liv., (Epit., XCVII), ha
bla de un considerable cuerpo de fugitivos en su mayor parte
Galos y Germanos.
(3) Luciano, fiel depositario de las tradiciones del antiguo
gobierno oligárquico, le honra con el título
go e xtrangero: ut simili causa caderes quade hostis, ó enemi-
(II, 554). Esportacus hostis
Craso para continuar la guerra. Entre tanto estalló
la disension entre aquellas hordas, y se separaron
del cuerpo principal muchas bandas que fueron
destruidas aisladamente. Las legiones de la Repú-
blica numerosas y disciplinadas, se reunieron para
caer sobre aquellas masas de vagabundos desorga
nizados. Volviendo por los mismos pasos que los
habían llevado hasta el Norte de Italia, meditaba
Espartaco trasportar sus com p añeros á Sicilia, y
reavivar allí las cenizas de la guerra civil que ha-
bía arrasado recientemente aquella isla. Una es-
cuadra de piratas cilicios se hallaba estacionada
cerca de Rhegium, y el jefe rebelde negoció con
los nrls crueles enemigos de Roma el paso del es-
trecho; pero tan impolíticos como desleales, tomaron
el precio estipulado, y se hicieron á la vela sin
cumplir lo prometido (1). Craso, que entónces esta-
ba en lo más recio de la persecucion de los insur-
rectos, los encerró en la ciudad de Rhegium y los
bloqueó. Espartaco logró evadirse por medio de una
hábil estratagema, pero no consiguió sacar más
que parte de sus fuerzas. Esto bastó, sin ambargo,
para aterrar al general romano, que temió que el
enemigo se le escapase y llegase hasta la mismo
Roma, antes que él pudiese aniquilarlo. Craso, po-
niéndose en el caso peor, comprometió al Senado
á que llamase para su defensa á Lúculo de Asia y
á Pompeyo de España; mas arrepintiéndose des-
pues de haber invitado á sus rivales á compartir
con él, y tal vez á robarle los honores de la victo-
ria, redobló sus esfuerzos para terminar la guerra

(1) Plut., Cras., 10.


72
ántes de la llegada de aquéllos (1). Pero Espartaco
no tenía medios para dirigir contra Roma el ata-
que que de él se temía, y los Estados Ita lianos
continuaron aleja dos de la contienda. El jefe de
los insurrectos se defendió con una obstinada bra-
vura; pero despues de varias alternativas de triun-
fos y derrotas, fuá muerto en una batalla final y
decisiva. El resto de sus partidarios fué extermi-
nado por Pompeyo, que llegó á tiempo para dar el
último golpe y para recoger de la parcialidad del
pueblo una parte desproporcionada de la gloria por
la conclusion de la guerra. Craso distribuyó entre
las masas el diezmo de su inmensa riqueza; hizo
colocar, para la fiesta, diez mil mesas, y alimentó
durante tres meses á sus espensas á los ciudada-
nos pobres (2). Pero sólo Pompeyo fué considerado
como su salvador, sobre él recayó la gratitud de
la muchedumbre, y sólo merced á su apoyo obtuvo
Craso un puesto en el consulado (684 d. 1. C., 70
a. d. J. C.) (a).
Corrupcion del Gobierno Romano en el interior.
Venalidad y violencia desplegada en las elecciones —
La espantosa corrupcion del Gobierno Romano en
las provincias, era un síntoma de relajacion gene-
ral de los lazos de moralidad pública en Roma. He-
chando una ojeada sobre la gran Metrópoli de don-

(1) App., Bell. Cart., I, 120.


(2) Plutarco, Craso, 12.
(a) Si el lector desea ver una detallada y exacta reseña de
esta tremenda lucha, una de las mas peligrosas que sostuvo
Roma, puede consultar la obra de Mommsem ya citada, t. VII
pág. 114-122 en dónde hallará el cuadro completo á que cor-
responde el ligero boceto trazado aquí por Merivale. por bastar
esto á sus fines de s malar en este tomo los fundamentos en que
descansa, por decirlo así, toda la historia de Roma. N. del T.)
73 —
de salía ese torrente de depravacion, hallamos en
todos los actos de su Senado, de sus comicios y de
su forum, la misma mancha de venalidad y de
egoismo. El Sonad) se asía fuertemente á los
privilegios que Sila le había conquistado: los judi-
tia ó tribunales para el conocimiento de las acu-
saciones políticas, reservados únicamente á este
órden, ofrecían sin pudor el mismo espectáculo de
parcialidad y corrupcion (1). Buseá,base y se con-
seguía el favor del pueblo con larguezas profusas:
se empleaban abierta y atrevidamente los medios
de seduccion autorizados Por la ley, como eran los
espectáculos y las fiestas dadas al pueblo por los
particulares; y respecto de los que estal an expre-
samente prohibidos, como las liberalidades directas
en dinero, no se abusaba ménos de ellos en las
elecciones, en donde el escrutinio tenía muy poca
eficacia. Muchas veces ocupaba la violencia abier-
ta el puesto de la corrupcion: pro vocábanse de in-
tento grandes trastornos; se reunían las masas y
se colocaban en órden de batalla, dejenerando mu-
chas veces estos actos en sangrientos combates.
• En tal confusion intervenían los c ónsules é inter-
rumpían las operaciones. Las altas magistraturas
públicas permanecían vacantes meses enteros, por
la imposibilidad de verificar las elecciones con una
una apariencia de órden legal.

(1) Reconoce Ciceron que la venalidad de los judices que


presidían á las quce,s. tiones perpetuw, tribunal permanente para
inquirir los delitos públicos y algunos especiales, echaba una
mancha sobre todo el órden, «Totus ordo paucorurn improbi-
tate et audacia premitur et urgetur infamia judiciorum. (I in,
Ver., 12). En otro lugar zahiere tambien los juditia del senado
corno un despotismo real (II Ver., 68).
74
Deprariacio2i" de la masa de la pobladora libre en
R0221(1 —Restos del aratipto espíritu de parsimonia
de
los Romanos. —Superioridad moral de los Caball cros
sobre los Senadores.—Formacio 2 i de una clase media.
Hemos demostrado ya quo una gran parte de la
poblacion urbana, la que sometían los nobles á
una corrupion sistem:dica, consistía, en una
aglomeracion de gente pobre, de costumbres diso-
lutas, y desprovista cl todo sentimiento de honor
nacional. La venalidad de los votos, organizada ya
en una especie de mercado público, era un atrac-
tivo irresistible sin duda para la clase más ínfi-
ma y envilecida de los Italianos, y el. populacho de
los comicios engrosaba así con la clase peor de los
nuevos ciudadanos. Demasiado orgullosos para
trabajar, allí donde el trabajo era la marca de la
esclavitud, sacaban r e cursos una multitud de hom-
bres libres que se hallaban en la m(ts terrible mi-
seria, de esa venta anual de su primer privilegio.
y ofrecían fáciles instrumentos al primer aventu-
rero político que prometía pagarles al contado,
ó la perspectiva de una segura rapiaa,. Pero los
Romanos tenían un genio natural para el arte de
adquirir y acumular riquezas. Las costumbres
circunspectas y frugales de la clase media en épo-
cas anteriores, sobrevivía aún en esa clase de la
sociedad á que pertenecían las familias de los ca-
balleros, que habían formado siempre al
fuerza del Partido de Máxio. Esta clase era laque
más había sufrid) en las guerras civiles, y la que
había sido diezmada y casi destruidapor las ma-
tan tas y las proscripciones de Sila,por haberse
mostrado hostil al Senado. Sin embargo, al resta-
blecimiento de la paz interior, siguió bien pronto la
75
resurreccion de sus destinos. En vano se esforzaba
la nobleza por mantenerla en el estado de abati-
miento á que había sido reducida. Tambien sus
miembros tenían sus recuerdos de familia. Su mo-
desto patrimonio les obligaba en cierto modo á in-
teresarse por la paz y el órden. Tenían obligacion
é inteligencia, y conocían el poder que estas ven-
tajas les daban. Su primer objeto era la produccion
de la riqueza, á, la cual les conducían instintiva-
mente sus naturales disposiciones; y la situacion
del Estado, en el que rebosaban las riquezas pro-
cedentes de las provincias, les daba una gran ven-
taja sobre sus rivales, á quienes las necesidades
políticas obligaban cada afro á disipar sus fortunas
esparciéndolas entre el populacho.
Esta clase comprendía: 1.° á todos aquellos
unidos á las familias poderosas, y que dependían
de sus favores y de su patronato, ya en • el forum,
ya en las provincias, ya en el ejército; 2.° á los que
á pesar de los al-lejos prejuicios contra el comercio,
las artes y las ciencias propias de una sociedad
culta (1), se entregaban con todas sus fuerzas á las
empresas lucrativas, y no se avergonzaban de sa-
tisfacer el gusto creciente hácia el lujo y el re-
finamiento; 3.° á los empleados del gobierno, clase
hasta entónces en la infancia, pero que el progreso
gradual de la uniformidad y de la regularidad ad.
ministrativa elevaba poco á poco al rango de un
cuerpo importante (2). Fué ya evidente para los

(1) Cic., de Of., I. 41; II., in Ver., V. 18; Liv. XXI, 63:
«qucestus omnis patribus indecorus visus.»
(2) La gran masa de escritos oficiales estaba confiada en
un principio á esclavos ó á hombres libres que no pertenecían
á la clase de los ciudadanos. Niebuhr. Hist. de Roma, III,
— 76
p olíticos que veían claro, que este órden era el que
formaba la fuerza real de la nacion, y que á ma-
el
nos de esta aristocracia del dinero era donde
curso natural de los acontecimienios había de traer
el gobierno. Un honrado hombre de Estado, aman-
te de su patria, podía esperar, con ayuda de su in-
fluencia colocar la República sobre una base nue-
va y permanente; el aventurero que no tenía más
que móviles °pistas, podía unirse á él para el
triunfo de sus intereses con la esperanza de hallar
-en este órden instrumentos para sus propios fines.
El curso de esta historia nos mostrará cómo los
principales jefes de partido se apoyaron sucesiva-
mente en esta clase, y el importante papel que
desempeñó para convertir á la República en una
forma de gobierno monárquica. El advenimiento
de esta clase media, hostil á la vez á los que se ha-
llaban encima y debajo de ella, y resuelta á domi-
narlos á todos igualmente, fué en el interior el
principal elemento de esta revolucion poderosa.
La ojeada que más adelante echaremos sobre las
provincias nos hará descubrir una segunda fuerza
paralela, cooperando en el exterior con la primera,
y destinada á formar la otra base principal del co-
loso imperial.
Inmunidades fiscales que llevaba consigo el derecho
de ciudad. Aspiraciones de los provinciales á la in-

etc. No hay duda que la desgraciada institucion de la escla-


vitud privó al Estado de esa gran clase de ciudadanos de
gustos moderados y tendencias conservadoras, que tanto con-
tribuyen, como inferiores dependientes del gobierno, á la esta-
bilidad de los Estados modernos. Pero los empleados superio-
res y los jefes de los departamentos disfrutaban, por lo ménos
en el último período de la República, de una franquicia com-
pleta.
77
corizracion.—Los derechos legales del ciudadano
romano eran de dos especies, sociales y políticos:
los primeros consistían principalmente en ciertas
inmunidades y privilegios relativos al matrimonio,
á la herencia, y á la posesion de la propiedad; el
segundo aseguraba su persona contra el castigo
corporal, le daba el derecho de apelar al pueblo
contra las decisiones del magistrado, el ejercicio
del sufragio, la elegibilidad para los cargos públi.
cos, y la facultad de eludir una sentencia de muer-
te por medio de lin destierro voluntario. En los úl-
timos tiempos, adquirieron otra inmunidad de un
interés mis sustancial ó más general al ménos.
La conquista de Macedonia por Paulo Emilio, en el
arto 585 de la ciudad, trajo consigo tan abundantes
recursos para el tesoro, que los dominios públicos,
ocupados por propietarios romanos, quedaron, á
partir de esta época, libres del pago del impues-
to (1) territorial, y en general, la indulgencia que
el Estado mostró á los ciudadanos respecto de sus
contribuciones públicas perpetuó una envidiada
distincion entre éstos y la clase inferior de los sin.
dilos. Así pues, á medida que la opresion de la me-
trópoli se hacía cada vez más abrumadora, las
provincias, impulsadas por numerosas razones po-
líticas, buscaban con ansia el medio de sustraerse
á aquélla. La disminucion de la poblacion libre

(1) Cic., de Of., 23. La tasa fué impuesta de nuevo bajo


el consulado de Hircio yPansa, a. 711 de la C., (Plutarco,
38); pero esto parece que sólo fué un expediente temporal.
Véase Dureau de Lamalle, Economía politica de los Romanos,
lib. II, cap. IX. La ciudad y toda Italia quedaron exentas de
todos los impuestos por las leyes de Metelo Nepote, en 694.
Dionis. XXXVII, 51; Cic, ad Atic., II, 16.
78
de Italia era el mal más evidente de aquel tiempo'
é inspiraba tanta mayor alarma cuanto que la exten_
esiones del Estado, hacia cada vez
sion de las pos
más indispensable el aumento permanente de sus
ejércitos (1).
ilustracion, progresiva de los hombres de Estado de
Roma. Tendencia hácia una fu,s'ion, general de todas
las razas del imperio. La ilustracion progresiva de
los hombres de Estado de Roma, tuvo por conse-
cuencia extender más cada vez el derecho de ciu-
dadanía. Concedías° á los generales ilustres que
recompensasen á sus partidarios con este precioso
regalo. La fidelidad hácia el Estado comenzó á
constituir una especie de derecho á sus inmunida-
des, que fué concedido con tanta mayor facilidad
cuanto más sensiblemente se percibían los benefi-
cios de la inc)rporacion. A medida que el pueblo
iba enterándose poco á poco de que la gran revo.—
lucion de la guerra social había traido consigo
más bienes y ménos calamidades de lo que en un
principio se había creído, la extension de los dere-
chos de la metr ó poli á las provincias lejanas per-
dió el carácter de una inconsistencia y anomalía
en la constitucion. Los perjuicios locales que po -
dían experimentarse, desaparecían ante la idea de
considerar el imperio como una gran familia y el
mútuo parentesco de sus diversos miembros. Las
miras de la nacion llegaban hasta desear infundir

(1) La demostracion más importante respecto de la despo-


blacion de Italia se halla al principio de la Historia de la guer-
ra civil, por Apiano. No hay asuntos sobre los que haya tan
completo acuerdo de las autoridades originales corno sobre éste.
Más tarde examinaremos las causas y los efectos de esta des-
poblacion.
- 79 —
unidad de sentimiento á un cuerpo, lo cual podía
conseguirse por la unidad de esfuerzos proceden-
tes de un centro comun. Surgían. unas tras otras
crisis políticas que exigían la concentracion de to-
dos los poderes del Estado en una sola mano. El éxi-
to de cada experimento fué un argumento en pró de
su repeticion, hasta que la idea de sumision al go-
bierno de un solo hombre, dejó de chocar primero,
y fué despues aclamada con entusiasmo. La mo-
narquía quedó velada en un principio bajo las an-
tiguas formas republicanas; pero fué descorriéndo-
se gradualmente el velo, hasta que fué desapare-
ciendo del Pensamiento de todos la teoría de la
república, y cayó en el olvido lo mismo que se ha-
bían hundido sus fuerzas reales. Bajo la suprema-
cía de un solo gobernante, confundiéronse todas
las clases; y cuando cesó esta clasifica clon entre
los ciudadanos, parecía que no existía ya razon al-
guna para que se conservasen las distinciones entre
las diversas razas de que se componía el Imperio.
Presentimiento de una nueva era.-3Ianifestacion
contemporánea del Cristianismo y de la 111ona2171dd.
Desarrollo de la idea de unidad.—Su CO21,92bMaCi092 con
el establecimiento político del Cristianismo. —Por
esta misma época, resonaron en vários puntos del
globo misteriosas voces, cuyos ecos han repetido
los historiadores, voces que indicaban un presen-
timiento general, pero no definido, de que se apro-
ximaba una época de unidad social ó moral (1).

(1) V. los conocidos pasajes de Suetonio (Vese., 4) y Tácito


(Hist., v, 13). pls3t,jes confirmados por Josefo (B. J., v, 5, 4),)
y Zonares (XI, 16). que se refieren á un libro perdido de Apia-
no. Comp. Philo, de Prwm. et pxn., 16.
80
Todo el Oriente se despertó como si esperase el ad-
venimiento de un conquistador universal que fun-
diese, por decirlo así, en una sola masa informe, á
todo el género humano. Acostumbrado desde su
infancia á una serie de monarquías dinásticas, no
estaba tranquilo bajo la influencia de la organiza-
cion republicana que se le impuso despues de su.
conquista por Roma. Suspiraba por la venida de un
nuevo Ciro ó de otro Alejandro. Tambien en Occi-
dente hallaron eco estos clamores (1). Los sublimes
vaticinios de la sibila de Virgílio, que infundianlas
predicciones de los profetas hebreos en los corazo-
nes de los Italianos, pronosticaban un reinado de
paz, de igualdad y de unidad, política ó moral-
mente considerada. Finalmente, con la aparicion
de la monarquía, brotó el gérmen de la más gran-
de de las revoluciones sociales, la Relig,ion de Je-
sucristo. Extendida esta doctrina por todo el murió
do, acogi.ó y desa,rrolló, con una energía y una
inteligencia verdaderamente divinas, la simpatía
latente del género humano hacía la combinacion
social. Considerado bajo el punto de vista huma-
no, consistía en la doctrina de la igualdad fun-
damental de todos los hombres. A medida que
avanzaba destruía todos los prejuicios de raza y
de castas. La persecucion. podía impedir el au-
mento de sus prosélitos, pero afirmaba y propaga-
ba sus principios; y cuando contaba por millares
los discípulos, podían contarse seguramentepor
millones los que profesaban ocultamente estas

(1) Virgilio. Egl., I. V. Comp. Suet. Aug. 449; Vell., II,


59; Séneca, Qucest. nat. I, 2, respecto á los prodigios y predi-
caciones que se refieren al nuevo imperio de Augusto.
- 81 —
ideas. Voy trazar el cuadro de la expansion del
pueblo romano juntamente con el desarrollo de las
ideas de unidad y monarquía desde los últimos
dias de la República hasta la época de Constanti-
no. Comienzo en el período en que el Senado ima-
ginaba que el gobierno del mundo era el privilegio
de una raza conquistadora, cuyo origen se halla-
ba en la Curia de Rómulo y Camilo. El punto en
que puede y debe acabar esta resella, es el dia en
que el mundo civilizado recibió sus leyes y su re-
ligion de boca de un autócrata, cuya última volun-
tad hacía pasar sin violencia la Sede del Imperio
desde el sagrado recinto de las siete colinas á una
ciudad del Bósforo.

MERIVALE.-TOMO I. 6
CAPÍTULO

Situacion y politica de la oligarquía ó partido senatorial á la muerte de


Sila.—Retrato de sus jefes principales.—Catulo, Lúculo y Craso.
Pompeyo, favorito del Senado. —Sus principales servicios y recomponías.
Introduce reformas y sostiene las pretensiones del Orden ecuestre.—
Se asegura el apoyo de la elocuencia de Ciceron.—La acusacion contra
Verres es u • golpe al ascendiente de la oligarquía.—Temprana carre-
ra de Ciceron.—Su inclinacion á las reformas.—Su elevacion al con-
sulado y servicios que prestó á la oligarquía.—Desprecio de ésta hacia
él y celos respecto de Pompeyo.—Carácter é influencia de Caton.—In-
capacidad general de los nobles y critica posicion de la oligarquía.

Las leyes de ,dila favorecen, la oligaquia.—Una


historia de los romanos en tiempo del imperio, im-
perium, ó sea soberanía militar, puede comenzar en
la época en que Pompeyo regresó á Roma despues
de la caida de Mitridates y de la dominacion de-
finitiva del Asia Occidental. Este suceso se veri-
ficó en el año 693 de la fundacion de Roma, segun
el cómputo de Varron, que es el más cornunmente
seguido, cuya fecha corresponde al año 61 áutes de
la era cristiana. Vamos á ver cómo el gran caudillo
licenció sus legiones y resignó el mando militar á
su entrada en la ciudad; peno confiaba en el terror
que su nombre producía, en la adhesion de sus
veteranos, y en la influencia que había adquirido,
83
tanto en el interior como en el exterior, ejercien-
do su valiosa proteccion, para conservar aún sin
armas al ascendiente que aparentaba no desear.
Sin embargo, el espíritu que había dictado la con-
cesion de poderes autocráticos que se le confirie-
ron respecto de las provincias, estaba dispuesto
asimismo para someterlo todo, aún en el interior
de la ciudad, á los ordenanzas militares. Pero án-
tes de proceder á la narraciou de los sucesos, será
necesario echar una ojeada sobre la situacion de
los partidos políticos en el período que media entre
la abdicacion de Sila y la época pintes mencionada,
período memorable por la lucha de la .Oligarquía
para sostener la supremacía individual que había
sido devuelta por el Dictador, por los exfuerzos pa-
trióticos de algunos de sus más hábiles partidarios,
para modificar el exclusivismo de sus exigencias( y
ensanchar las bases de su autoridad, y por el vigor
con que la faccion popular, tan recientemente aba-
tida, renovaba sin descanso el asali,o. Las reformas
mediante las cuales quiso el Dictador prevenir las
futuras agresiones del partido popular, se referían.
en primer lugar, al órden senatorial, cuyo poder y
consideracion había estudiado la manera de resu-
citarlos, haciendo que entrasen á ocupar los vacíos
bancos de la Curia los mjts nobles vástagos de las
familias ecuestres, poniendo en sus manos la ini-
ciativa de las medidas legislativas. Disgustado el
pueblo por estos parciales decretos, se indignó más
aún ante las restricciones que Sila impuso á las
prerrogativas de los Tribunos, cuyas funciones le-
gislativas anuló, cuyo veto sobre los acuerdos del
Senado modificó enteramente, y hasta se aventuró
á restringir las prerrogativas que aquéllos tenían
84 --
para convocar la asamblea popular. El haber de-
vuelto exclusivamente al Senado la mision de juz-
gar fué considerada y sentida como un desaire y
una injuria, privó á los caballeros de las principa-
les ventajas que hasta entonces habían disfrutado,
y los expuso á las injusticias de sus enemigos he-
reditarios. El establecimiento de las colonias mili-
tares por el Dictador había obligado á muchos
propietarios italianos á abandonar sus patrimonios
legítimos, los cuales, al quedar en la miseria, se
hicieron díscolos y turbulentos. La proscripcion y
destierro de los jefes marianistas, la bárbara ley
que excluía, aún á los descendientes de dichos je-
fes; de todo cargo público, irritaba á muchos persa.
najes de gran. valía. Como hemos visto, los pro-
vinciales habían concebido en muchos distritos
vagas esperanzas de conseguir las franquicias.
de los ciudadanos si subían al poder los jefes
del partido popular, y hasta aquellos jefes con-
tra cuyas pretensiones á los cargos públicos se
coaligaban los oligarcas, se dejaban llevar del so-
borno y de la violencia, que siempre intervenían
en las elecciones, la falsificacion de los auspicios,
la disolucion de los comicios y demás malas artes
que empleaban sin escrúpulo contra ellos los que
las dirigían.
Composicion de la OligaNjula e21 Roma.—Fami-
lias ilustre, ․): los Cornelios y las Emilios.—Tales
eran los fundamentos y motivos delpopular des-
contento, cuando la muerte de su cana peon Sila,
ocurrida en el año 675 (1), privó ‘:1, la oligarquía de
su único jefe reconocido. Puede comprenderse que

(1) Sila abdicó de la dictudura el año 675,y murió en 6176.


85
no desagradaría á aquellos nobles altaneros verse
desembarazados de la dominacion de un despótico
jefe militar, y que, miéntlb as pudiesen pasar sin
su ausilio para mantener su supremacía, no esta-
rían dispuestos á someterse á un segundo. Era, en
efecto, dificil elegir en el seno de una clase tan
ilustre por sus riquezas y por sus dignidades de
familia, tambien preparada ó dotada para los nego-
cios públicos, un individuo de un nombre y de un
carácter bastante in fluyente para imponerse á los
demás, y que éstos le aceptasen por jefe (1). Si que-
remos formar una idea de la importancia numérica
de la nobleza de Roma y del fundamento de su in-
fluencia, tendremos que remontarnos por un mo-
mento al origen de las casas patricias y de su sub-
division en familias. En la forma primitiva de la
Constitucion se hallaban divididos los patricios en
tres tribus, treinta curias y trescientas gentes ó
casas. Los miembros de estas últimas se hallaban
unidos entre sí por la identidad de nombre y la
comunidad de ritos religiosos: no hay para que
averiguar si descendían ó no de un solo tronco; "de
cualquir modo, podemos afirmar que, si la hubo,
se olvidó desde muy temprano toda idea de paren-
tesco; que la gens aumentaba por la introduccion,
ora de clientes ora de libertos, tanto que con el
tiempo podría esta masa plebeya absorber comple-
tamente su primitivo elemento patricio; que algu-
nas casas perdieron su patriciado por efecto de ma-
trimonios desiguales, y que, por diferentes causas,
el número de antiguas casas habían quedado redu-
(1) La educacion de la nobleza romana era en parte militar
y en parte forense; eran ,jurisconsultos por herencia, y en su
mayor parte eran iniciados desde muy temprano en la marcha
80
ceda á muy estrechos límites (1). Las que de ellas
florecían aún se dividían en un gran número de fa-

l
milias que llevaban el mismo nombre, tales como
la de los Co r ellos y la de los Emilios, las cuales
sólo se distinguían entre sí por el cognomen ó el so-
brenombre. Así, por ejemplo, entre los Cornelios se
guían las familias de los Escipiones y Cin-
nas, la de los Silas y la de los Léntulos (2), mién-
trasque los Emilios llevaban los sobrenombres de
Lépiclos, Escauros ó Paulos. Las casas plebeyas se
fundaban en el mismo principio, y eran, desde una
épeca remota, mucho más numerosas. La nobleza
propiamente dicha, se componía en realidad de to-
dos aquellos que, segun el termino legal, habían
sido ennoblecidos por el hecho de que sus antepa-
sados hubiesen ocupado magistraturas curules (3).

de los asuntos civiles. El autor del tratado De corrupta clo-


cuen,tia, dice de ellos. «Ex lis intelligi potest, Cn. Pompeium
et Crassum non viribus modo et armis, sed ingenio quoque
et oratione valuisse; Lentulos et ?írtenos et Lutcollos et Curio-
nes, et citeram procerum "llanura multum in his studiis opere
curao.,,que possuisse; nec quemquam illis temporibus magnan
poterntiam sine elocuencia consecutum.
(1) Próximamente medio siglo más tarde, en tiempo de
Augusto, se observó que el número de familias de la más re-
mota antigüedad, no excedía de cinco - . nta. Esto era, sin embar-
go, des-pues de un largo y sangriento período de guerra civil,
proscripcion y esterminio. Véase Dionis. Halle., Antig.,
rom., I, 85: lzw,6v ,r6 -it ?) 7.195 zp-ITI,c;T.ou etc. «Había un gran
GC

número de los más distinguidos de la° nobleza y de lo que la


raza troyana contaba de mejor nacido; algunas familias han
continuado hasta nuestros dias, en número de unas cincuenta,
próximamente.» Esta pretension de descender de los Troyanos
sól' se consideraba algo fundada respecto de familias de ver-
dadera antigüedad, tales como los Julios, los Serios y otros.
(2) En este período se mu ltiplicó • indelinidamente el nom-
bre Cornelio á consecuencia de la extraordinaria clientela
de Sila entre sus soldados y dependientes.
(3) Las magistraturas co p
ules, asi llamadas de la silla á
asiento de marfil á propósito para los magistrados, eran las del.
87
Todos tenían derecho á tomar asiento en el Senado,
cubriéndose las vacantes por los censores cada
cinco arios, sino se les inhabilitaba personalmente
y con tal que no excedieran del número ordinario
fijado por Sila en el de 600. En el período en que
comienza esta historia los actuales miembros del
Senado llegarían quizá á 500 (1).
La eleccion hecha por Sila había eliminado á
todos aquellos á quienes la pobreza no les permi-
tía participar de los privilegios de una oligarquía
cuya influencia dependía en gran parte de la rique-
za individual de sus miembros. El partido adicto á
este órden era mucho más numeroso y comprendía
una parte al ménos de su rival, el ecuestre, que
fué halagado ó sobornado y puesto á su servicio.
Otro de sus fundamentos consistía en una nume-
rosa clase de clientes, tanto en Roma cuanto en las
provincias; y áun allí donde se habían olvidado
los antiguos sentimientos sociales unidos á esa
especie de alianza, había para ellos todavía, sin
embargo , bastantes ventajas sustanciales para
que fuese difícil sacudirla. Muchas ciudades, y
hasta algunos Estados se colocaban bajo la protec-
cion de un patrono senador. La masa de la pobla-

. cónsul, del pretor, del edil y del censor; el dictador y su jefe


de caballería eran tambien magistrados curules,
(1) Esto es lo que puede inferirse de dos pasajes de las obras
de, Ciceron. En una carta á Atico (1. 14), habla de una division
en una reunion del Senado, en donde se colocaron 400 en un
lado y 50 en otro. En otra oca sion (á la que alude en el discur-
so post redit. in senat., 10), estaba el salan muy adornado y
se hallaban presentes 470 senadores. Hay que tener en cuenta
además el número que de éstos había empleados en la admi-
nistracion de las provincias. Los censores para el año 689 ha-
bían abdicado sus funciones sin hacer ninguna revision del
Senado, y las vacantes ocurridas desde el lustro anterior no se
habían cubierto aún en el período á que se hace referencia.
88
cion urbana estaba pronta á seguir las banderas
de un jefe generoso. El dicho que se atribuía á los
potentados de la aristocracia de Roma, de que no
merecía ser tenido por rico el que no pudiese man-
tenerpor sí solo tres legiones de soldados, indica
bien claramente que el equipo de tropas de merce-
narios era bastante familiar á los principales jefes
de este partido. Pero la defensa más sólida y di-
recta de la oligarquía era el ejército de 120.000
veteranosque Sila había organizado en Italia;
convencido de lo difícil que era conservar de otro
modo las posiciones nuevamente adquiridas, y li-
gado, segun se creía, por vários motivos á la cau-
sa de los magnates de la capital.
Distribucion de los cargosa más elevados entre unas
cuantas familias. Además de los Cornelios y los
Emilios, quizá las más numerosas é ilustres de to-
das las familias de Roma, había otras vários que
por su opulencia, su dignidad y pública estima-
cion podían Cambien repartirse los principales
cargos de la República. A la gene Cecilia pertene-
cían los Metelos, subdivididos en muchas familias
distintas que figuraban entre los más enérgicos
sostenedores de la influencia senatorial: á los Ser-
vilios pertenecían los Vatias y los Athalas: á los
Escribonios, los Livios y los Curios. Los Cláudios ó
la familia Cláudia descendían de la más remota
antigüedad, y pretendían derivar su origen de un.
héroe mitológico: los Serios y Antonios querían
probar su origen troyano: los Asinios y los Anios,
los Celios y los Calpurnios, los Junios y Pompo-
nios, los Marcios y los Domicios eran nombres pre-
claros en los anales de la ciudad; pero los Luta-
cios, los Licinios, los Pompeyos, •
los Tulios, los
Porcios, y finalmente la familia de los Julios, eran
considerados como los más ilustres, por los gran-
des guerreros y hombres de $stado que á la sazon
los representaban, cuya temprana carrera y hono-
res actuales voy á reseñar por vía de introduccion
á la historia más detallada de que despues hemos
de ocuparnos.
Qrninto Lutacío Catulo (ario 634 de la C., 120 á
de J. C.) Los cónsules para el ario 676 de la funda-
cion de la ciudad, que fué el en que murió Sila,
eran Marco Emilio Lépido y Quinto Lutacio Catu-
lo, que fueron elevados á aquel puesto por la in-
fluencia no disputada de los nobles, en cuyas filas
eran muy preclaros. Pero, como ya hemos visto,
Lépido aspiraba á ejercer una ilegal superioridad,
á sustituir quizá al mismo Sila; mas como los no-
bles se resistieron y denunciaron su criminal am-
bicion, apeló éste á excitar las pasiones de los par-
tidarios de Mario y de los Italianos, y enarboló el
estandarte de la guerra civil. Por otra parte, su co-
lega Catulo era el más moderado y el más desinte-
resado de todos los grandes hombres de su tiempo.
No hay quizá en toda la historia de la República
un carácter que se haya captado una tan general
estima, y obtenido un renombre más puro en la
Nada demuestra que su talento fue-
se de primer órden. La única hazaña militar que
llevó á cabo fué la represion del insignificante mo-
vimiento de Lépido. Su elocuencia no tenía ese
carácter vigoroso que se necesita para gobernar la
turbulenta democracia del forum, ó para descu-
brir las astutas intrigas de tribunos y demagogos;
pero fué muy útil á su país, echando el peso de Su
reputacion en el platillo de la justicia y del dere-
90
cho constitucional, y apoyando á los hombres más
animosos y emprendedores en la causa que juzga-
ba ser la mejor. Opúsose abiertamente á la corrup-
cion de los Tribunales y á la expoliacion de las
rovincias (1). En el abuso de los Tribunales de
P
justicia (judicia), halló el motivo y la excusa para
resucitar la irresponsabilidad de los Tribunos, é
instó para que se concediesen á la democracia sus
razonables peticiones.
Por otra parte combatía las proposiciones de
Gabinio y Manilio, que tendían á conferir á Pom-
peyo poderes extraordinarios y peligrosos. Prestó
tambien todo el auxilio de su influencia para se-
cundar la accion de Ciceron contra Catilina y sus
parciales, declarados ú ocultos. El pueblo, que co-
nocía sus méritos, le dió un marcado testimonio
de ello, cuando, oponiéndose á la ley Gavinia, hizo
el orador esta pregunta: «si ponemos en manos de
un solo hombre poderes tan extraordinarios, ¿,á
quién recurriríamos para salvarnos?» Y la multi-
tud exclamó á una voz: «al mismo Catulo.» (2)
En su consecuencia, gozó por muchos años del
principatms, ó presidencia del Senado que era el ti-
tulo más honroso de la República, el cual cayó en
desuso á su muerte, y no volvió á resucitarse, des-
pues de morir la libertad, sino para aumentar los
privilegios y las dignidades del Emperador.
Lúculo (año 644 de la C., y 110. a. cieJ. C.). L. Li_
cilio Lúculo, tambien noble, de gran. carácter é

(2) Cica, in Verr., I, 15, dice: «patres conscriptos judicia


inalé
mani et flagitiosé tueri, quod si in rebus judicandispopuli ro—
e xistimatione satisfacere voluissent, non tantopere homi-
nes fuisse tribunitiam potestamen desideraturos.»
(3) Cic., pro Leg. Man,it., 20.
inmensamenterico, mostró con sus hazailas mili-
tares grandes dotes de mando, y sus capacidades
administrativas eran áun más notables. Aunque
ávido de distinciones, carecía de la energía sufi-
ciente para dedicarse á los negocios públicos . ó as-
pirar á la popularidad en el seno de un partido exi-
gente y receloso. Entre los feroces guerreros de
Roma, era celebrado Lúculo por su carácter dulce
y humanitario: entre sus astutos y despóticos hom-
bres de Estado, no era ménos preclaro por su pru-
dencia y por su modestia. Sus reformas en el go-
bierno de las provincias asiáticas desagradaban
al Senado que le pagó en la misma moneda, apro-
vechando la ocasion para relevarle de su mando en
Oriente. Acusósele de avaro; y puede dar á esta
acusacion cierto carácter de verdad, el hecho de
haberse bajado á aceptar otra mision en Tracia, en
vez de volver de nuevo á Roma, y mantener su
propio ascendiente en los consejos de la, ciudad.
Cuando volvió, lo hizo mas bien para gozar de sus
riquezas y ostentar un lujo extraordinario, que
para entrar en la corriente de los negocios públi-
cos. Recompensaba al pueblo, que le miraba con
desden, con la suntuosidad de sus espectáculos,
y el liberal uso que hacía de sus galerías y jardi-
nes. A menudo recurría por su parte á alentarlos y
protegerlos con la influencia que así adquirió, sien-
do,más bien por indolencia que por resentimien-
to, por lo que él raras veces accedía á las súpli-
cas. Podría colocársele quizá al lado de Catulo, aun
que á gran distancia, por la pureza y el patriotis-
mo de sus móviles, cualidades tan raras en aquel
tiempo en que tan corrompida estaba ya la aristo-
cracia y la República; pero no tuvo bastante fuer-
92
za de carácter, ni suficiente resolucion para domi-
nar las pasiones vehementes y la ciega venalidad
de una faccion romana.
Craso (ario 639 de la C., 115, a. de J. C.).—Ade-
más, entre la general medianía de talento de la
alta nobleza, ocupaba un lugar distinguido otro
miembro de la familia Licinia, Licinio Craso, á,
quien puede c insiderarse como el fiel representan-
te de uno de los aspectos del carácter de los anti-
guos romanos á que ya ántes hemos aludido, ó sea
á su astucia y sórdida avaricia para acumular ri-
quezas, pasiones ámbar que, de tantos héroes na-
cionales, hicieron rígidos economistas domésticos,
que mancharon tantos nombres ilustres con usu-
ras y extorsiones, é impulsaron á tantos millares
de individuos de las clases bajas . á establecerse á
su vez en todas partes como traficantes, y á repa-
rar incesantemente con su influjo la destruccion de
sus compatriotas en las provincias. Craso deseen -
día de una rama de la familia de los Licinios que
había obtenido el sobrenombre de .laves (1) por la
gran riqueza de muchos de sus miembros; pero
ninguno de esta raza merecía este título con tanta
razon como el rival de Catulo y de Lúculo. El
nombre de Marco Craso, se hizo proverbial entre
sus conciudadanos, como el del hombre más rico
que tuvo Roma (2); y se pierde la imaginacion al
calcular sus tesoros en la pequefia moneda nacio-
nal (3). Cierto que las riquezas que acumuló son,

(1) Cic., de offic., II, 16.


(2) Comp. Cic., ad Attie., I, 4; de Fin., III, 22; Salust.,
Bell. Cat., 48; Plin.. Hist. Nat., XXXIII, 47; Plut., in Crass.
Cces.; Tertul., Apolog., 11.
'3) Los bienes de su padre hablan sido confiscados por los
93
sin duda, insignificantes si se las compara con al-
gunas fortunas modernas, pero hay que tener en.
cuenta que su posicion y el estado de la sociedad
romana de aquel tiempo le o 1 iligaban á gastar casi
tanto como acopialJa, y que él no escatimaba gas-
tos ni despilfarros de niugun género cuando de su
interés se trataba. Pero lo más digno de llamar la
atencion, es que sus bienes fueron adquiridos, no
por brillantes triunfos, aunque en su juventud se
había distinguido al servicio de Sila, ni por paten-
tes exacciones, sino sencillamente, mediante ope-
raciones seguras y sólidas, aprovechando los mo-
mentos de apuro de sus amigos y de sus adversa-
rios, comprando á bajo precio y volviendo á vender
en los momentos de carestía; haciendo un uso jui-
cioso de su capital, siempre en aumento, como por
ejemplo, desembolsando grandes sumas para la
educacion de esclavos, con la mira de sacar luego
un gran provecho de su talento (1). Teniendo en
cuenta el estado de desórden de las fortunas priva-
das en Roma en una época de revolucion, es fácil
concebir cómo un político sagaz podía atraerse

partidarios de Mário, y Plutarco (Cras. 2.) dice que áun po'


seía más de 300 talentos. Antes de emprender su expedicion
á Partia, calculaba su fortuna en 7.000 talentos. Plinio (Hist.
Nat. 1. c.), lo calcula en la suma de 200.000,000 de sestercios,
que equivalen á 8.300 talentos. El. talento es igual en peso de
plata á unas doscientas libras esterlinas. No se vé claramente,
si estas sumas representan el capital comprendidos los es-
clavos, casas y tierras.
( 1) Plut., Cras., 2: Ty.ts y.ocvcct's" áTux[atS etc., etc.
Menciónanse aquí algunos medios curiosos de que se valió
para hacer dinero; pero el hecho de que frecuentase los puntos
donde había fuegos en la ciudad para comprar baratas las casas.
que se hallaban en peligro de arder, lo considero como una in
vencion propia de aquel tiempo. Compárese, en punto de exa-
jeracion, los dichos jocosos de Ciceron en el Scholiá Bobiensia,
página 347, Orelli.
94
cierto número de adictos, sobre todo sino tenía vi-
cios que lo hiciesen repulsivo, ni un talento tan
grande que pudiese alarmarlos. Reunió, pues, Cra-
so en torno suyo el capital circulante, por decirlo
así, de aquella clase numerosa que cautelosamente
y en silencio creaban sus fortunas cón los despojos
d
4 e las provincias, miéntras que los jefes disipaban
sus riquezas en dádivas al pueblo, y gastaban el
tiempo y la energía en espectáculos y fiestas. Este
devolvía el favor esforzándose por el mejoramien-
to de esta clase, y se unió con otros hombres de
Estado liberales para devolver á los caballeros una
parte en los judicia. Mostróse activo y cauto en la
defensa de los opulentos criminales. Su actividad
y su astucia suplían el genio natural y la maes-
tría; y sus finas maneras y atenciones para con
aquéllos cuyo favor ambicionaba, podían contra
restar ventajosamente con el orgullo y la petulan-
cia de sus rivales (1). Sin aspirar, sin embargo, á
la jefatura de la oligarquía, consiguió captarse su
conzlanza, y fué, en ciertos momentos, el lazo de
union entre los caballeros y el Senado, no obQtante
las recíprocas envidias y los conflictos que á cada
paso creaban las pretensiones de aquéllos. Pero á
medida que aumentaba la estimacion de los no-
bles hácia su persona, arriesgaba y aun disminuía
el favor del pueblo, y hemos visto de cuan poco le
hubiera servido, en su aspiracion al consulado, su
munificencia para con aquél, sin el oportuno au-
xilio de su competidor.

(1) En la píntura ó retrato que de Craso hace Ciceron (1)(1--


rad., VI) se nota el odio y la parcialidad. (Comp. tambien Cie.,
Br 6A Por otra parte, el favorable retrato hecho por
Plutarco está así mismo . desviado de la verdad.
95
Pompeyo (u. 648 de la C., 106 a. d. J. C.).—Por
mas que los nobles estuviesen convencidos de que
pus privilegios necesitaban la proteccion de los más
hábiles generales de esta época, sólo con cierta
repugnancia y desconfianza llegaban á solicitar el
favor de Gneo Pompeyo. Este ilustre personaje era
hijo de P mpeyo Estrabon, famoso capitan de las
pasadas guerras civiles. Al nombre del padre iba
unido el recuerdo de las grandes infamias de aquel
terrible período. Aún cuando gobernaba en nombre.
del Senado, había llegado á disgustarle y á hacer-
se sospechoso, y la pertinacia en sus planes, sin
sujetarse á las instrucciones ni, á la direccion del
alto Cuerpo, le habían sefialado como desleal y peli_
groso. Educado por un pariente ambicioso y turbu-
lento, y familiarizado desde su infancia con los
pensamientos egoistas de una soldadesca ra-
paz y desenfrenada, es natural que se despertaran
desde muy temprano en el jóven Pompeyo planes
de medro personal. Sila le conocía á fondo y des-
desconfiaba de él, pero sus partidarios eran pode-
rosos, sus aficiones ostensiblemente oligárquicas;
cuantas empresas acometía eran coronadas por un
éxito extraordinario, y, cuando á la edad de veinti-
'cuatro arios volvió victorioso de Africa, en donde
había destruido los restos del partido marianista
con sus auxiliares los Numidas (1), el Dictador le
aclamó con el sobrenombre de <71 -agnus ó el grande,
y le concedió, aunque con repugnancia, los hono-
res del triunfo, sin ejemplo en un conquistador tan
jóven (2). Pronto recompensó este favor, corabinán-

(1) Epit., LXXXIX.; Eutrop., V, 9.


(2) El motivo con que fué concedida esta distincion extra-
— 96 ---
dose con Catulo para reprimir la insurreccion de
Lépido. No era propio ni quizá decoroso, que aspi-
rase á los honores cívicos, cuando los progresos de
la insurreccion capitaneada por Sertorio en Espa-
ña, reclamaba una vez mAs el empleo de sus talen-
tos militares. Su victoria fué aquí completa, como
hemos visto, más bien por la traicion de Perpenna que
por sus propias proezas; pero el Senado no inqui-
rió sus méritos con mucha escrupulosidad, y le re-
compensó con un segundo triunfo. En lo sucesivo,
eligiéndole como su campeon, puso en sus manos
las riendas del gobierno en la ciudad. Sin embar-
go, al paso que estaba en su interés adularle y hal-
agarle de este modo, miraban los nobles con cier-
to desdén su origen plebeyo y su nobleza reciente.
Lo ilustre de su familia databa sólo de su padre,
que fué un aventurero consciente en los azares de
la guerra civil; y sabía que su suerte, así como la
de Pompeyo Estrabon, debía fundarse en sus pren-
das personales, mas bien que en la simpatía del
partido dominante. Vió, además, con claridad lo que
aquel partido afectaba desconocer, á saber: que
su base era demasiado extrecha para poder mante-
nerse por mucho tiempo en el mando. Conociendo
su propia fuerza, siguió una política diferente de
la en que los oligarquistas querían encerrarle. Tra-
tó de construir un baluarte para la República y
para la misma aristocracia en una clase media, cu-
yos intereses y aficiones podrían ponerle en situa-

ordinaria, ha sido objeto de ámplias y empeñadas discusiones.


Drumann (Gesehichte Roms nach Geschleehtern , IV, 335),
despues de pesar las razones aducidas por los que han debati-
do este asunto, aprueba la narracion de Plutarco (Pomp., 13)
que se sigue en el texto.
97
ción de dominar lo mismo los excesos de los nobles
que los del populacho. Su pensamiento era que esta
clase constituyese el pedestal de su propia y cre-
ciente fortuna, convirtiéndose él en su cabeza pa-
ra combinar su pian, y en su brazo, si fuere nece-
sario, para realizarlo. Con este designio, no vaciló
Pompeyo en colocarse en abierta oposicion á, los
nobles, en los puntos que creía esenciales para su
ascendiente. Apoyaba la tan debatida determina-
ción de devolver á los caballeros sus antiguas prer-
rogativas judiciales, que éstos seguían codiciando
y que podía, contribuir á relevar á los mismos no-
bles del ódio que amenazaba abrumarlos. Pompeyo
realizaba esta política procurando trasladar el
edificio de su fortuna desde la oligarquía en que
tenía su base á sus adictos personales, colocándo-
se así en una posicion que le permitiera desafiar á
mansalva el poder del senado.
Emp"ende Pompeyo una reforma en favor del ór-
den ecuestre. Proceso de Ferro . .—La restauracion
de las prerrogativas de los Tribunos y de los ludi-
da, eran medidas que tenían un mismo sentido y
corrían igual suerte. En su primera arenga des-
pues de su eleccion para el consulado, prometió
Pompeyo realizar ámbas, siendo esta declaracion
recibida por el pueblo con las más ruidosas acla-
maciones (1). Pero los nobles se resistieron tenaz-
mente, no obstante los consejos de Catulo y de

(1) Pompeyo y Craso eran cónsules en el año 684 de la C. y


70 a. de J. C. Pseudo Aseonio, i yz CWS. diVin., 8. «Primus Si-
cinius, tribunus plebis, nec multo post Quintius, et ,postremo
Palicanus, perfecerant, Lit tribunitiam potestatem populo da-
rent cónsules Cn. Pompeius Magnus et Marcus Licinius Crasus.»
Comp. Lib., Pomo.,
XCVII; Vell., II, 30; Plut., 22.
MERIVALE. TOMO 1.
98
los hombres más ilustrados de su clase. Para hi
millar algo su arrogancia se necesitaba algun he -
cho escandaloso, y la notoria culpabilidad Ide Ver-
resque acababa de llegar de la provincia de Sici-
lia, la cual tan descaradamente había: saqueado,
proporcionaba para ello una ocasion oportuna. El
celo y la elocuencia de Ciceron, el orador s gran-
de de aquel tiempo, se pusieron de parte de la jus-
ticia y de la autoridad, y el éxito del proceso,
apresurado por el fervor del génio y apoyado por la
influencia de los mismos cónsules , revestía la cau-
sa del pueblo con todo el aparato del triunfo. El
criminal se vanagloriaba de los pingües rendi-
mientos de un cargo de tres años, siendo así que de-
claró que los del primero bastarían para constituir
su propia fortuna; los del segundo, para recompen-
sar á sus defensores y partidarios, y los del último,
para comprar á sus jueces. No es, pues, extraño
que Ciceron se atreviese á vaticinar que no tarda-
rían las provincias en volverse atrás de su propio
acuerdo, y rogar la revocacion de la ley contra los
prevaricadores, puesto que ésta servía para redo-
blar las violencias y exacciones, á fin de acumular
medios bastantes para corromper á los Tribuna-
les (1). Durante los cuarenta años que los caballe-
ros habían ocupado el banco de los jueces, era fa-
ma que no se había dado el ejemplo de sospechar
un solo caso de corrupcion, y que ahora era ésta la
regla general más bien que la excepcion (2).

(1) Cie., L a in, Verr., 13, 15.


(2) Pseudo Ascon., in Cces. divin., 8. «C. Graechus legem
tulerat, ut equites romana judiearent, Judieaverunt per annos
XXXX sine infamia. Post victor Sulla legem tulerat, ut sena-
,orius ordo judiearet, et judicavit per decem annos turpi-Pr.>>
— 99
Hay que confesar, sin embargo, que la restaura-
cion de su prerogativa, que parecía ahora próxima,
no trajo otra vez consigo la edad de oro de la pu-
reza judicial.
Unese _Polnpeyo con Craso, utiliza los servicios de
eiceron y da d los caballeros una parte en los judicia.
—Pero no era sólo la venalidad de los Tribunales
lo que hacía que quedase siempre sin esperanza la
causa de la inocencia. Si los jueces habían de com-
prarse siempre, resultaba que cuando el querellan-
te era rico, si no alcanzaba justicia, conseguía al
manos una satisfaccion. Comprendiendo los sena-
dores que 'al dia siguiente podían encontrarse
ellos á su vez en el banquillo de los acusados, ga-
rantizaban, por la cuenta que les tenía, la impuni-
dad de los delitos cometidos por individuos de su
órden. No obstante, en el famoso proceso de Yer-
res, se halló el acusado con las manos fuertemente
ligadas. Ambos cónsules deseaban conseguir del
pueblo un voto condenatorio. En vano recurrió el
culpable á todos los medios para diferir la vista del
proceso hasta el arlo próximo, en que obtendría
probablemente el consulado un íntimo amigo suyo
Hortensio, y otro, Metelo, sería el pretor á quien
correspondía presidir en procesos tales como el que
ahora había pendiente contra él (1). Pero la activi-
dad y el talento de Ciceron destruyeron todo el ar-
tificio, y cuando se abrió el proceso, bastó un
solo discurso preliminar para fijar la suerte del

Pero Apiano confiesa que los caballeros no valían más que los
Senadores (Bell. Civ., I, 22).
(I) Cíc., L a Verr, 8. «Cum prwtores designatisortirentur
et M. Metello obtigisset, ut is de pecuniis repetundís qu2e-
reret.»
— 100
acusado. Amedrentado Yerres por las poderosas in---
fluencias que contra él se acumulaban, se confesó
culpable y se condenó voluntariamente á un des-
tierro; pero el orador llevó su persecucion hasta.
publicar la série de discursos que había preparado
para acusarle, en los que refería y consignaba el
largo catálogo de sus maldades y concusiones. No
podían ocultarse ni atenuarse estas infamias, y el
Senado renunció á un debate en el que encontra-
ría muchos y poderosos adversarios áun en su pro-
pio seno. Pero reprimidos por un momento sus in-
veterados vicios, quizá á causa de la publicidad.
que se les daba, no fue, sin embargo, ion gran cor-
rectivo la nueva constitucion de los Tribunales. Ni
la siguiente conducta de Pompeyo, que pechó por
tierra las medidas y reformas llevadas á cabo por
Lúculo en Asia, ni el carácter de su colega, á quien
parece eran completamente indiferentes el honor y
la justicia, no permiten suponer que su política
estuviese inspirada en un sentimiento de justicia.
ni de humanidad. La opinion pública continuaba.
alentando el reto más descarado á la moral en el
tráfico que con el enemigo se hacia en las provin-
cias. En el ano siguiente, vemos á Ciceron defen-
diendo á Fonteyo contra las acusaciones á causa de-
las quejas de los Galos, con tal audacia/té insinua
cion, que dejaba ver fácilmente el artificio del abo-
gado. Pero los caballeros dieron con la reforma un.
paso importante y útil para sus intereses. Satisfízose.
una necesidad política, y la clase media de los ciu-
dadanos se coaligó y formó un cuerpo firme y com-
pacto, y que tenía conciencia de su unidad y de su
fuerza.
Progresos de la reforma; restauracion de la cen-
— Vil
*s'uva . Al mismo tiempo, el generoso auxilio de
Catulo y de otros nobles impulsó á los Cónsules
á efectuar una reforma de verdadera utilidad pú-
blica: restablecieron el cargo de los censores des-
pués de un largo intervalo que había estado va-
cante ó suprimido do hecho; y los magistrados nom-
brados, L. Gelio Publícola y Cn. Cornelio Léntulo,
comenzaron á ejercer sus funciones corno en los
mejores tiempos (1). Asignaron á Catulo el distin-
guido puesto de princeps ó presidente del Senado.
Hicieron tambien una rigurosa inda,gacian acerca
de los medios con que contaban y de las cualida-
des de los miembros de este alllo cuerpo, del que
fueron arroyados hasta sesenta y cuatro senadores,
ya como indignos por sus costumbres y por su ca-
rácter, ya como incapacitados por su escasa fortu-
na, para cumplir los deberes conforme á los deseos
y á las aspiraciones de los primeros tiempos. Estos
actos públicos son importantes para mostrar el es-
píritu de la época y el sentimiento creciente de
la necesidad de reformas administrativas, y ar-
rojan mucha luz sobre la política circunspecta y
pacífica que caracterizaba á Pompeyo, el cual con-
tinuó ejerciendo toda u influencia en la opinion
popular, cuando aún era evidentemente un jefe de
la. oligarquía. Con sus insinuantes atractivos y
modales, con su digno porte y su simpático sem-
bl,nte, poseía medios seguros de cautivar la ad-
miracion de sus partidarios y servidores, de los li-
tigantes y áun de las personas que por casualidad
le encontraban; pero sus colegas le temían, sus

(1) Cie., 2. a in Verr ., V., 7; Liv., XLVIII; Plut.,


Pornill 22.
-- 102
asociados desconfiaban de él, y aquéllos á quienes
él llamaba sus amigo no eran más que repugnan-
tes aduladores y parásitos.
Reserva afectada por Ponzpeyo onflerensele _po-
deres extraordinarios por las leyes de Gabinio y de-
lifanilio.—Al espirar su consulado no aceptó Pom-
peyo, como era costumbre, el gobierno de una pro-
vincia. Había alcanzado ya los más altos honores
ordinarios del Estado, y, dada la pureza de su con-
ducta privada y la moderacion de sus costumbres
no le tentaban en manera alguna el lúcro y las ri-
quezas que entónces ofrecía un pro-consulado. La
gran influencia q tenía en las legiones y la con-
fianza en su extensa y sólida reputacion, no le'
permitían abrigar sospechas ni concebir celos con-
tra Lúculo, Metelo y demás jefes de provincia.
Permaneció, pues, en Rodia afectando la reserva y
la vida retirada de un hombre que no condescende-
ría en adelante á continuar sirviendo al Estado
á no ser en momentos supremos; pero sabía muy
bien que los crecientes peligros de la República
habían de llamarle pronto en medio de ruidosas
aclamaciones. Cuando Grabinio, que era una hechu-
ra suya, aprovechándose del pánico general que
causaban los piratas cilicios , propuso conferirle
poderes extraordinarios é investirle del mando en
todas las costas del Mediterráneo y sobre toda la
ciudad y su territorio en cincuenta millas á la re-
donda, se sobrecojió de terror el Senado (1). Pero
no se trataba sólo de la causa del Senado v de los
nobles: un pánico general se había apoderado de

(I) Cie., pro leca.


Liv., Epit., XLIX, Dion,, XXXVI, 6; Vell., II, 31;
103
todos los habitantes del territorio de la República,
que estaban dispuestos á acojer con júbilo cual-
quier remedio. La ciudad temía que la faltasen
los medios diarios de subsistencia; el gobierno co-
nocía lo violento que es un populacho hambrien-
to. A pesar de las disuasiones de Catulo y de otros
oradores, se confió á Pompeyo un mando hasta en-
tónces desconocido. Lo hábil y riguroso de su con-
ducta, el restableciminto inmediato de la confian-
za general, la rápida afluencia de provisiones á la
capital, todo pareció justificar esta medida política.
Habiendo tomado un ;tiempo muy reducido para
dar sus disposiciones, dividir sus fuerzas y asegu-
rar sus comunicaciones más importantes, se hizo
Pompeyo á la vela con una escuadra bien equipada
hácia el principal refugio de, sus enemigos. En dos
meses cedió la fuerza del mal á consecuencia del
establecimiento de los terribles merodeadores en
las colonias continentales, y á los seis estaba la
herida completamente cicatrizada y la salud y la
fuerza restablecieron el órden y la marcha natural
de los acontecimientos (I). El peligro de que re-
g,resase á Roma, reducido á su condicion privada,
un hombre que acababa de ejercer tan ámpliamen-
te el poder absoluto, se evitó segunda vez por las
crecientes dificultades de la guerra de Mitridates.
Pl ué llamado de nuevo Lúculo, y se presentó por
Manilio otra ley para conferir al gran campeon de
la República el mando de todas las provincias de

(1) Cic., pro leg. Man. 12. «Tantum bellum... Cn. Pompe-
ius extrema heme apparavit, ineunte vere suscepit, media
estate confecit.» Mutare() reduce el período de la actual guerra
á tres meses (Pomp., 28). Liv., Epit., XCIX; cloro, III b, y el
autor de Va:r. ilustr., 77, reduce este tiempo á 40 dias.
104--
Oriente (1). Otra vez temblaron los nobles ante el
poder que ellos mismos habían creado; otra vez Ca-
tulo v otros, que eran los más sábios y prudentes
de eron á esta acumulacion de
su partido, se opusi
honores; pero Pompeyo gué sostenido por la voz
unánime de los ciudadanos y por las Intrig a s de to-
dos sus amigos y adictos en el Senado, por el mis-
mo Craso y César, que -veían con satisfaccion esta
violacion de los principios constitucionales. Conta-
ba además con la elocuencia de Ciceron, que comen•
zó entónces el vasto edificio de su fama y de su
popularidad, y se hallaba resuelto á que su fortuna
siguiese la estela de la del gran conquistador.
Marco Tulio Cicerone (a. 648. de la C., 106. a. de
J. C.) El mérito de haber trazado la única línea
política propia para mantener el ascendiente de las
antiguas familias romanas, pertenece á Pompeyo;
pero el desarrollo y la energía que el talento y la
sagacida 1 de Ciceron infundieron á estas miras,
parece que le designan como su patrono y repre-
sentante. Combináronse varias circunstancias para
prepararle á aceptar el papel de campeon mo-
derado de la aristocracia. Como hombre nuevo,
vástago de una familia ecuestre del oscuro muni-
cipio de Arpinurn, era objeto de celos por parte de
los nobles, que jamás habíanpermitid ) á un indi-
viduo de la clase á que pertenecía Ciceron elevar-
se hasta los mis altos cargos del Estado, siguiendo
el curso ordinario de las cosas. Sin embaroio un b 7

conciudadano suyo, que tenía áun ménos derecho


que Ciceron á las distinciones cívicas, se había ele -

( 1 )Cie., pro leg. Manil.;


C•; Vell., II, 33; Plut., Porrap Dion.,
30.
XXXVI, 25; Liv., Epit,
105 —
vado recientemente, merced á las guerras civiles,
hasta conseguir siete veces el consulado; y el co-
razon del jó ven de Arpinum se había propuesto
como objetivo de sus deseos y aspiraciones un mo-
delo tan ilustre. Sin embargo, el futuro orador ro-
mano no tenía ni con mucho el carácter enérgico y
atrevido de Mário; y, si alguna vez tuvo aspiracio-
nes á los laureles militares, quedaron aquellas sa-
tisfechas en una sola campana. Empero cuando se
calmaron las agitaciones de la guerra civil, se
abrió un campo más noble á los trabajos pro-
pios del tiempo de paz, y Ciceron sintió, desde
muy temprano, teniendo como tenía conciencia de
su talento y de su génio, una ardiente codicia de
brillantes triunfos en el Forum y en la barra. Los
héroes que despertaron en él ese deseo de renom-
bre, no eran ni los jefes de las facciones sanguina-,
rias, ni los legistas, cuyo espíritu reformador ha-
bía sido el primero que había puesto en tela de
juicio las sagradas máximas de la constitucion. Si
detestaba la violencia de un Mario ó de un Sila, de
un Cinna ó de un Carbon, era, sin embargo, algo
aficionado al liberalismo capcioso (pues tal le
juzgaba) de Druso y de los Gracos. Admiraba, se--
guía y se entusiasmaba con los fuertes valuartes
de la legalidad que ilustraron el período de su pri-
mera educacion, tales como los Crasos, los Sulpi-
cios, los Escévolas y los Antonios, hijos y cam-
peones de la aristocracia romana. Por ellos se amol-
dó, digámoslo así, su temperament) á lo pasado y
tradicional. En la restauracion del partido popular;
no podía ménos de prever la destruccion de la an-
tigua jurisprudencia, y el general desprecio de los
estudios que más le deleitaban y que formaban la
106
duda que,
-base de su filosofía práctica. No hay
ara ponerse al lado de los reformistas; tuvo que
P
sostener consigo mismo grandes luchas; pero com-
prendi:) institivamente que los talentos, que tan
ilustre hacían á Pompeyo en el campo de batalla,
necesitaban en la ciudad la cooperacion del orador
y del jurisconsulto, y previó que, haciéndose ne-
cesario al campeon militar del Estado, podría en
cambio contar con su apoyo, y escalar los más
altos puestos políticos. Cuando el jóven abogado
entró en la vida pública no tenía rival la preemi-
nencia del gran capitan. El jefe del Senado, el
protector de los caballeros, el favorito del pueblo,
Pompeyo en fin, reunía, sin duda, todos los votos
y la República parecía esperar la presion de su
mano para recibir su tendencia y direccion. Expe-
rimentó Ciceron una alegría extraordinaria cuan-
do observó que sus servicios no eran indiferentes
al héroe del día, y cuando creyó que aquél estima-
ba su génio en lo que valía. Recorrió el camino de
todos los honores públicos con paso seguro y con-
fiado, y arrojaba al pueblo los tesoros con que sus
clientes pagaban los triunfos de su elocuencia,
miéntras que la conciencia de una prosperidad
merecida aumentaban la lucidez de su ingenio y
sus arranques generosos.
Ciceron,, abogado de la Reforma. Las miras que
abrigaba Ciceron proseguíalas durante su vida, á
pesar de verse á veces obligado á unirse á una fac-
cion á quien temía. Comenzó á sentir un vivo in-
terés, casi un afecto, hácia la clase á la cual defen-
día, lo que constituye uno de los aspectos mis
agradables de su carácter. Su finprincipal fué la
el evacion de esa clase media, deque ya
hemos ha-
107
blado, corno una garantía de la integridad de la
Constitucion. Trabajó diligentemente para suavizar
las tendencias hostiles que existían entre los no-
bles y el pueblo, entre Romanos é Italianos, entre
los vencedores y los vencidos de las últimas guer-
ras civiles. Su carrera política no se fundaba, como
la de su jefe Pompeyo, en la im paciencia que las res-
tricciones de la ley suelen engendrar en el pecho
de un militar ni en el deseo criminal de sobrepo-
nerse á los preceptos constitucionales. La ambi-
cion de Ciceron era extraordinaria, pero estaba li-
mitada á la sincera aspiracion á adquirir los hono-
res ó cargos públicos del Estado libre. Consiguió
obtener el consulado, en cuya magistratura hizo á
su pátria tan brillantes servicios como no se han
registrado iguales en sus anales; pero fué deteni-
do en su carrera de patriotismo y de leales servi-
cios por los celos de sus compañeros y por el
egoismo de su primer protector. Embriagado por
el éxito, le había prometido olvidar cuán poco na-
tural y cuán precaria era en realidad su elevacion,
y asediado á la vez por diversos puntos, contribu-
yó su vanidad no poco á su caida. Los nobles de-
seaban mostrar á la faz del mindo la debilidad de
un hombre, por brillante que fuese su talento,
sino tenía la legítima base de una ilustre cuna y
de posicion desahogada; y Pompeyo eligió á Cice-
ron como la víctima de su mezquina política,
cuando quiso desplegar su poder y desafiar al Se-
nado, no obstante que no quería arriesgarse á in-
ferirle una dolorosa herida.
Sospechas de una conspiracion secreta contra d
gobierno.—Miéntras Pompeyo proseguía la guerra
contra Mitridates con todas las facultades que le
— 108 --
había concedido la ley Manilla, continuaba Ciceron
fomentando en la ciudad los intereses de su comun
política. Había adquirido ya gran reputacion de
orador y de abogado. Podía extender y confirmar
sus alianzas políticas por los medios cuya defensa
había emprendido; se captó el afecto de algunos de
los más nobles senadores; y el frio temperamento
de la cautelosa oligarquía fue entrando lentamente
en calor á favor del aspirante á quien admi-
raban una todas las clases. Las diversas magis
traturas de la ciudad fueron, una tras otra objeto
de sus vehementes aspiraciones. La República ne-
cesitaba en verdad los servicios de sus hombres
más eminentes, y no era tiempo de detenerse en
mezquinas envidias y egoistas exclusiones. Los
asuntos se iban preparando para una terrible cri-
sis que algunos hombres y partidos querían pre-
cipitar con la mira de aprovecharse de la confu-
sion generál para su propio medro. Tanto Pompeyo
y Craso como César, jefe de los Marianistas, pre-
veían los resultados de un m Ttin de los hombres
perdidos y disolutos entre los cuales los había que
pertenecían por su nacimiento á las clases más
elevadas. Los violeñtos cambios que habían sobre-
venido recientemente en el Estado habían dado
origen á una raza de hombres rencorosos- y de re-
soluciones extremas. La vida pública y privada era
una especie de juego de azar en el que las brus-
cas alternativas de la fortuna habían hecho indi-
ferentes por la buena ó mala suerte á multitud de
personas. Las constantes luchas de los partidos ri-
rivales mantenían todavía, aunque latentes, los
males causados por los recientes trastornos. Mil
ocultas intrigas se tramaban en el forum,
y mientras
— 109
dos grandes facciones hallaban frente á frente,
ocupaba el terreno que entre ellas mediaba un
caos de desbordadas pasiones y mezquinos intere
-
ses. Con la ausenc la (le Pompeyo, hallábasepriva-
da la ciudad de un jefe de reconocida prominencia,
y parecía llegado el momento en que Roma é Italia
pudieran convertirse Qn la presa de un atrevido
aventurero. El regreso del procónsul con sus le-
giones desde Oriente era una contingencia muy
lejana para trastornar los planes de los que se ha-
bían reunido en una conspiracion secreta, y se re-
partían en su imaginacion los despojos del Imperio.
Pompeyo esperaba á cierta distancia el resultado
de la inminente sacudida, no disgust:indole quizá
que le cogiese fuera de la ciudad, en donde su pre-
sencia hubiera podido sofocarla en su gérmen, pues
aseguraba que cualquiera que fuese su resultado
inmediato, la verdadera fuerza residía en su cam-
pamento, y el triunfo definitivo debía correspon-
derle á él solo. Pero los nobles contemplaban con
creciente ansiedad el peligr,) de una conflagracion
y los medios de sofocarla, y al paso que se estre-
mecían ante la espectativa de una sedicion que pu-
diera envolver en una comun ruina la ciudad y
las leyes, concebían apenas la restauracion del ór-
den por medio de la espada de un dictador.
Atareo Porcio Caton (n. ario 659 de la C., y 95 a. de
J. C.)—Losjefes de las facciones de que hasta aho-
ra nos hemos ocupado eran todos hombres de ideas
moderadas en política, y estaban dispuestos á ad-
mitir modificacione s ó á transigir en sus exigen-
cías respecto á su supremacia ó ascendiente; mas
para la masa de sus adictos eran todos, unos más
y otros ménos, objeto de desconfianza, pues la cla-
110
se dominante continuaba siendo fanática por sus
ideas tal vez erróneas y egoistas, y veían con dis-
gusto todo movimiento de sus jefes que no tuvie-
se por objeto dire c to y exclusivo asegurar su su-
P remacía. Esta tenaz mayoría que se negaba á
hacer justicia y desafiaba la autoridad de Pompeyo
y los halagos de Ciceron, comprendía en sí muchos
hombres cuyos nombres figuran en las páginas
siguientes: un Bíbulo y un Marcelo á quienes pron-
to conoceremos individualmente; pero dejando que
sus propias acciones nos retraten á estos persona-
jes, hay entre ellos uno cuyo carácter merece
una consideracion más especial. Marco Porcio Ca-
ton era miembro de una antigua familia plebeya,
relacionado por doquiera con las principales fami-
lias de la República, y descendía de Caton el Cen-
sor (de quien lo separaban ya cuatro generaciones)
cuyo nombre era aún venerado por su probidad y
sencillez. Más jóven en algunos años que muchos
de sus rivales políticos, entró en la vida pública
en un período algo posterior. La ausencia de Pom-
peyo le facilitó la entrada en los consejos de la no-
bleza, cuya causa abrazó con un ardor más puro
que sus demás contemporáneos. La tenacidad y el
valor que desplegó aún siendo niño, produjo una
profunda impresion en sus parientes. Había asisti-
do á la conclusion de la guerra social, se lamen-
taba francamente de las consecuencias que aqaélla
había producido, y sus naturales sentimientos de
humanidad se exaltaron á consecuencia de, las
atrocidades con que Sila confirmó la dominacion
de su partido; pero si bien era amigo de la suprema-
cía de la aristocracia, no lo era ménos de lo que él
creía justo. Si hubiera tenido ideas mas claras y
— 111
hubiese discurrido con más lógica, habría visto
fácilmente cuán inconsistentes y poco armónicos
eran sus proyectos y sus miras. Mas sus convic-
ciones eran ciegas y no racionales, su tempera-
mento rígido é intratable; por la bondad de su co-
razon merecía ponerse á la cabeza del género hu-
mano, pero sus escasas luces le hubieran obligado
á seguirlas. Había leido mucho, pero no tenía con-
diciones ni capacidad para asimilarse las lecciones
de la historia. Partidario acérrimo de la filosofía
estóica, eran desconocidas ó despreciadas por el
las produciones reales de la inteligencia huma-
na. Tenía fijas sus miradas en la superficie de la
sociedad que le rodeaba sin poder penetrar en su
fondo, y su disgusto por la relajacion de costum-
bres era tan grande como su admiracion hácia la
tan decantada severa austeridad de los antiguos.
Andaba á pié miéntras otros andaban á caballo, y
esto con objeto de mortificar la vanidad de sus
compaileros; convertía la noche en dia para probar
que el verdadero sábio es ageno á las circunstancias
que le rodean; hacía ostentacion de su escrupulosa
exactitud en el cumplimiento de las leyes, á la que
una época más ruda h.ubíera sido insensible natu-
ralmente. Era duro con sus esclavos, porque los
antiguos Romanos los consideraban y trataban co-
mo ganado; y bebía mucho vino para emular los
brutales recreos de sus antepasados. Caton reveren•
ciaba el nombre de su abuelo el Censor; y al paso
que procuraba formarse con arreglo á aquel anti-
guo modelo, había heredado una especie de dispo-
sicion de familia; pero Caton el Censor vivió en una
edad que, cuando ménos, respetaba todavía los
principios de la antigua austeridad romana. A una
112 —
r) extravaante
extravaganteen sus costumbres, expe-
colativa en sus ideas, innovadora en la teoría y en
la práctica, opuso las antiguas comtumbres y pre-
ocupaciones de la nacion, y á pesar de sus estrava-
g ancias, conservó el respeto del pueblo y legó un
nombre honroso á sus descendientes. Su sucesor
aplicó las mismas reglas y m .lximas á su época, no
obstante haber caido en desuso hacía ya un siglo.
El poeta de las guerras civiles, hablando de un
período posterior, compara á Pompeyo con el vene-
rable roble, majestuoso en su decadencia y honrado
por sus antiguos asociados; á César, con el rayo de
Júpiter, para el que no hay nada venerable ni
santo, ni el rey de los bosques, ni los templos de
su divinidad; á Caton podía haberle comparado con
un promontorio de roca que permanece impasible
en medio del Océano, y contra el cual vienen á es-
trellarse sus impetuosas olas, cuando ya éstas han
minado y destruido las colinas que le rodead pan,
quedando unido al conti nente por medio de un istmo
angosto (1). Sin embargo, toda la fortaleza del
estóico romano no era del todo real y verdadera,
por el cambio que habían experimentado las cir-
cunstancias desde el período que él ciegamente
admiraba. El mismo temperamento que hizo de
Caton un severo maestro, un frugal y económico
propietario , cultivador de su propia hacienda,
hombre de máximas y proverbios, convirtió á su
sucesor en un político pedante y en un escolás-
tico rutinario. La vida privada había llegado á
quedar completamente absorbida en la pública, y
-,,,,,raacacrs, .T7 Al,' nar-ler, eza marrorm.

(1) Lticano, I, 129. «Nec coiere pares.»


— 113
la tosca experiencia individual desaparecía por
completo ante la sabiduría de los profesores y sofis-
tas. El carácter del Censor había sido sencillo y
verdadero por naturaleza; el de su descendiente
era un sistema acabado de afectacion, aunque tal
vez inconsciente.
Carácter de los nobles considerados como clase.—
Caton prestaba poca atencion á la instruccion or-
dinaria en la literatura y en la elocuencia de los
hombres más ilustres de su clase; pero se distin-
guía por su rara constancia en dirigir los detalles
de los negocios. Sirviendo el cargo de cuestor, re-
gularizó el servicio del tesoro; era el que asistía
con más puntualidad y constancia á la Curia, y
cuando la sesion estaba suspendida ó miéntras lle-
gaban sus demás colegas, se le veía estudiando
cualquier libro que llevaba oculto en los pliegues
de su toga. Era hombre de constitucion robusta, y
se había fortalecido por medio del trabajo. Podía
hablar con energía durante toda una sesion, sin
variar su estilo duro y conciso; mas, aunque
no era un orador de primer órden, sin embargo,
en los graves sucesos que tuvieron lugar du-
rante el consulado de Ciceron es, corno despues
veremos, donde lo atrevido de sus miras y el
vigor de su carácter le senalaron_ corno el jefe
de un partido. Dicho temperamento hubo de ha-
llar pocas simpatías en las filas de la aristot-
cracia romana, y debió encontrarse muy perplejo
al verse frente á todas aquellas fracciones de dicha
clase, todas tan extrañas á su educacion y porte,
si sus perspicaces aunque estrechas miras, se hu-
bieran trastornado un momento por cualquier mo-
tivo de especulacion. Tenía que escoger sus aso-
MERIVALE. TOMO I. 8
-- 114 ---
L iados ó instrumentos, ora entre los ancianos que
eran indolentes ó apáticos ó insensibles á, la mo-
ralidad pública, hasta despreciar la decencia exte-
rior, ora, entre los jóvenes, que eran de carácter
violento y . altanero, y cuya ardiente sangre patri-
cia se enardecía tanto por el lujo cuanto por el or-
gullo. Los primeros habían pasado, por punto ge-
- neral, su juventud en los campamentos. Los cons-
tantes é inminentes peligros de la República, les
habían permitido pocos ratos de ócio para entre-
garse al lujo y al refinamiento de la vida social.
En un periodo posterior, coronado con grandes
triunfos y acompañado de todos los goces que
traer pueden consigo las inmensas riquezas que,
por decirlo así, se les venían á las manos, pasaron
de la sencillez y de la ignorancia la imitacion de
la sensualidad oriental. Los cuadros del vicio que
los escritores de aquel tiempo nos han legado, es-
tan tomados sin duda de las costumbres de la alta
nobleza, y la rudeza atribuidas á un Pison y á un
Gabinio, no permite dudar sobre las toscas cos-
tumbres, que prevalecían entre los de su clase.
Su oste2ztacion, unida á la falta de 2.efinamiento.—
La introduccion de modelos griegospara el cultivo
de la inteligencia que tan honrosamente habían
distinguido la época de los Lelios y de los Escipio-
nes, produjo en verdad mediano efecto para el pro-e
greso nacional. Por espacio medio siglo, parece que
el nuevo gusto había producido una impresion ver-
dadera sobre un pueblo, que, si bien no carecía de
aptitud natural, era sin embargo incapaz de apre-
ciar la excelencia de tales originales. Durante tan
feliz período, no parecía absurdo esperar que Ro-
ma pudiese llegar á ser rival de su maestra ó in
115 —
titutriz, aún en aquellas ciencias y artes en . que
ésta más se había distinguido. Podía esperarse
que tambien en Roma llegaría, como había llegado
en otras naciones, una época en que las guerras ce-
diesen el puesto á los beneficios y las artes de la
paz, y tuviesen tiemp-) de madurar los frutos de la
educacion de la juventud; pero esta bella perspec-
tiva quedó desvanecida por las circunstancias ó los
acontecimientos que despues sobrevinieron. Pre-
valeció el destino de la raza de los conquistadores.
A cada generacion que trascurría era más gene-
ral y encarnizada la guerra; jamás se deslizó tras-
parente el curso impetuoso de los acontecimientos
militares; el campamento continuó enturbiando
con sus torrentes de sangre la límpida corriente de
los sentimientos humanitarios del progreso de las
letras. Ni aún aquéllos de entre los Romanos que
más aficion tenían á la bella literatura, llegaron á
entregarse á ella por completo. Sus filósofos é his-
toriadores así corno sus oradores eran hombres pú-
blicos y se dedicaban al cultivo de las musas en
los ratos de ócio que les dejaban sus trabajos y pe-
ligros. Escribían como obraban, siempre con al-
gun fin determinado. Desde f- iando el retiro, intere-
sábanles poco las gracias sencillas. Hasta la pureza
del gusto de Ciceron puede citarse aquí como
ejemplo. Lo pomposo de su estilo y lo rotundo de
sus períodos, estaban en perfecta armonía con su
desmedida ambicion y la suntuosidad de su vida.
Cierto que Ciceron despreciaba los voluptuosos re-
finamientos que enervan las fuerzas del entendi-
miento y vician. el sentido moral; pero Lúculo y el
notable orador Hortensio, único que entre sus con-
temporáneos podía rivalizar con Ciceron en la elo-
-- 116 —
cuencia persuasiva, hombre estudioso y de agudo
ingénio, hacían más por degradar que por enaltecer
losgustos que afectaban proteger. La ostentacion
que hacía Lúculo de su librería y de aquella espe-
cie de galerías de objetos de arte, teniéndolas abier-
tas á la admiracion pública, por mas que sólo en
apariencia fuese en beneficio de las necesidades.
de aquella edad, y calculado para producir envidia
mas bien que gratitud, podía sin embargo presen-
tarse corno un mejor uso de la riqueza que no la
vulgar profusion con que otros de su clase procu-
raban hacerse acreedores á los aplausos de la mul-
titud (1).
No obstante, aquéllos que le conocían con más
intimidad, comprendían el interés tan poco verda-
dero que tomaba por estos recursos honrosos de un
ocioso digno. En sus últimos arios se retiró casi..
por completo de la vida pública, y paseaba con
cierta afectacion como un senador y hombre de
Estado, miéntras, en realidad, dedicaba toda su
atencion á inventar nuevos refinamientos en el
lujo de la mesa (2). Su ejemplo corrompía á los que
le rodeaban, y uno tras otro fueron cayendo los
nobles en un letargo sin ejemplo en ningun otro
pueblo ni período. Los escritores de tiempos poste-
riores han asociado los más preclaros nombres de
la belicosa República, á las diversiones más in-
sensatas y á las más absurdas invenciones. Un
Gabinio, un Celio y un Craso eran céleb re spor su

(1) Es verdad que no fueron los Romanos sino los Griegos


los que se aprovecharon 1:17 esta munificencia. Plutarco, L2G-
en 42.
(2)5 Vell., II., 33. Comp. Plut , Cat. Min., 19; LuculL, 40;
Plin., Hist. Nat., XXVIII, 14.
117
gallardía en el baile (1); un Lúculo, un Hortensio,
ion Marcio Filipo, eran famosos, no por su elocuen-
cia, su valor ó su virtud, sino por sus magníficos
estanques de peces, por la infinita variedad que en.
ellos alimentaban; y hubieran considerado como
el mayor de los triunfos, el haber enseñado á estos
animales á obedecer su voz ó á tomar el alimento
de sus manos (2).
Fiereza de l(z nobleza jóven.—Si el austero y vir-
tuoso Caton se indignaba contra los caprichos de

(1) Macrob., Saturn. II, 10. Gabinio y Ce lio no eran unos


simples majaderos, sino hombres activos é intrigantes, aunque
corrompidos y disipados. M. Craso tenía dos hijos; el menor
-era un oficial distinguido. ElCraso á-que aquí nos referimos, era
uno de éstos, probablemente el mayor. Pero la introduccion del
baile entre la relajada nobleza de Roma era de fecha muy
anterior, y provocaba la animadvers ion de Escipion el Africa-
no y de Caton el Mayor. Sin embargo, continuó esta diversion
hasta el punto de que no fué una vez sola la que bailó el mis-
mo Sila.
(2) Cic., acb Att., II, 1. «Nostri autem príncipes digito se
--cotlum putant attingere, si mulli barbati in pise inis sunt qui ad
manus accedant, alija antera negligunt.» Comp. Varron, de
Re Rust., III, 17, en donde hace minuciosas descripciones de
los estanques de peces de Lúculo y Hortensio. El primero hizo
perforar una montaña para introducir agua salada en su es-
tanque, por cuya proeza le dió Pompeyo el apodo de Gerges
togatus (Vell., II, :34). Plin., Hist. Nat., IX, 80 y sig. celebra
las invenciones de Hirrio, Filipo, Murena y otros, y refiere
anécdotas de su extravagancia, «lavas it dejado síngulorom pis-
cium amor.» Los estanques de Hortensio estaban en Bauli; «in
qua murena adeo dilexit ut exanimatamfiesse creditur.» Com-
párese Marcial, X, 30.
«Natal ad magistrum delicata murena,
Nomenculator mugilem citat notum,
Et adesse jussi prodeunt senex mullí.»
Parece que esta especie de locura reinó en aquella sociedad
durante siglo y medio. Decíase que Hortensio humedecía sus
planes
plane s con vino y fué el primer romano en cuya mesa se sir-
pavos reales. (Plin., His. Nat., X. 23). Aulo Gelio hace
.notar su afectacion en el vestir y en sus modales. (Noc. A y., I, 6.
— 118
estos de g enerados patricios, ño era ménos repug-
nante á su recto sentido de justicia y veneracion
la ley y al órden, el temperamento de otra gran
parte de los jóvenes del mismo partido. Si Lúculo
y Hortensio eran frívolos y de mezquinas miras,
podían al ménos reclamar que se les reconociese el
mérito de sus templados designios y disposiciones
humanitarias. El recuerdo de las calami Jades de las
guerras civiles y la delicadeza de sus sentimientos
educados por la civilizacion griega, hacían que les
causase horror el derramamiento de sangre. Pero
la generacion. siguiente no tenía de aquello re-
cuerdo algunoque endulzara en algo, su natural
fiereza; la creciente barbárie de los espectáculos
públicos que la guerra producía, endurecian sus-
corazones y no atendían las continuas advertencias
de sus padres. Aun no las había enseñado la expe-
riencia la inevitable n:I.,xima de «sangre por san-
gre,» y sólo respiraban destruccion y venganza
contra todo aquel que osara á atravesarse en su ca-
mino. taberna ban la República por medio de la acu-
sacion y el asesinato; deseaban retroceder á l o s dias
de la omnipotencia de Sila; y en verdad que su po-
lítica anárquica sólo podía dar origen á, una dicta-
dura militar. De esta juventud, que traía á la memo-
ria la mucha sangre vertida, es de laque Ciceron
habla con aversion y temor,pues pagaban hordas.
de rufianes que les acompañaban al forun, y no
salían de la ciudad sin llevar consi g o una especie
de escolta de a q uella éstofa (1). Tales demostracio-
demostracio-

(1)
(1) Cíc., ad Att., II, 7. «Megavocchus hme sanguinaria ju--
ventus inimicísima est.» Los térrninos más dulcesque
q l ei—
s d
rige cuando habla del pasajero
pasajero afecto que en ocasion la,
nes de una parte. excitaban la violencia en la otra.
ocurriendo. por tanto, frecuentes choques v cone-
xiones que no bastaba la policía para doininarlos:
suspendianse con frecuencia las elecciones causa a

de los motines -y de los esc:indalos; los actos legis-


lativos del pueblo solían interrumpirse por el cho-
que de las armas, y eran arrojados de sus puestos
golpes, ó al menos con amena-zas, los nu rts a uty,lis-
tos funcionarios del Estado. Ya veremos que z rt t,)-
dos los jefes de los partidos, lo mismo z't Pompoyo
que Ciceron, Caton que (t, Cesar, les tocó sufrir
igualmente las consecuencias de la desonfrenada,
ferocidad de hombres como Clodio y Milon„ como
Curion y Nepote.
Retienen, los 'nobles en„vms mnnos el mEndo de los
ejércitos mcionaletsi.--Ya liemos dicho que no había.
en Roma buena policía, y se, consideraba asegura-
do el capital sólo con el patriotismo y la. oducacion
militar de los ciudadanos. Fundado en realidad so-
bre una baso popular, no apelaba, el gobiorno al
uso de la fuerza, ni para su propia protoccion, ni
para coartar la voluntad popular; y si hien los c(')n-
sules iban precedidos ó estaban rodeados de sus
lictores con cierta ostentacion y pompa, no guar-
daba esto relacion alguna con la tradicional tira-
nía de los reyes. La ciudad había levantado (mis
los muros de Servio, y podía considerarse, c quo
una pura quimera la idea de una inva,sion extran-
jera, sin embargo, no creemos que las puertas per-
manecieran siempre abiertas, sin estar custodiadas
por una guardia, ni que las fortalezas del capitolio

demostraron son: «libidinosa et delicata juventus.» (Ad


Att., I, 19).
120
y del Janículo estuviesen desprovistas de susde—
fensas. Pero el mismo gobierno, que se confiaba
sólo al respeto de sus comitentes, no dejababa de
ejercer un celoso dominio sobre los ejércitos acuar-
telados en las provincias. La guarnicion de la ciu–
dad se hallaba estacionada en Galia ó en Macedonia,
v los jefes de la República confiaban, para soste-
ner su autoridad, en la adhesion de los oficiales á
quienes habían confiado el mando en el exterior.
Si querían empl a ar toda su influencia para asegu-
rar la elevacion de sus adictos á los más altos pues-
tos del Estado, podían encargar cada ario el man-
do de las legiones en las provincias á capitanes
elegidos por ellos. El ejército, que hacía tiempo
había perdido su constitucion primitiva y llegado
á ser una fuerza permanente de veteranos alista-
dos por gran número de años, había cesado tambien
de disfrutar las predilecciones políticas que los
ciudadanos acostumbraban á llevar frescas al cam
pamento desde los comicios (1). Había cambiado
su interés hacia los patronos, patricios ó demagogos
populares, por elafecto á lapersona de sus jefes; y,
mandado como ahora estaba por hombres adictos al.

(1) Mario abolió la cualidad de propietario que se exigía en


un principio á todo ciudadano que ofrecía alistarse. El motivo
de esta innovacion pudo ser el peligro del Estado ante una in-
vasion extranjera, y la creciente acumulacion de la propiedad
en pocas manos; pero su efecto inmediato y directo fué el de
degradar losprincipios de los legionarios y desviarles de su
adhesion al Estado. Compárese, Salust., Bell. jug., 86. «Non
ex clasibus et more majorum, sed uti cujusque lubido erat,
milites Marius scripsit, capite censos plerosque. Id facturai
allí inopia bonorum, alli per ambitionem consulis memorabant,
quod ad eo genere celebrantes anetusque erat, et hominipoten-
tiam quwrenti egentisimus, quisque oportunissimus, cui pe-
que sum cure quipe quw nulla sunt, et omnia cum pretio ho–
nesta videntur.»
121 —
Senado, apoyó firmemente al gobierno constituido,
poniéndole en condici nes de desafiar toda tenta-
tiva de una contrarevolucion. Pero ni áunn1la. posi-
bilidad del buen éxito de un golpe de mano pudo
alucinar á los intrigantes de la ciudad, cuando
contemplaban los grandes recursos de que el Se-
nado disponía fuera de Roma, y recordaban cuán
fácil hubiera sido á un Sila destruir con ellos á los
aventureros y merodeadores políticos,
Sus temores y peligros. No obstante, el Sena-
do estaba intranquilo. Los Marianistas, á pesar del
general desaliento, parece que iban recobrando
sus fuerzas. Las exigencias de la faccion popular
constituían el lado más débil del cuerpo político,
hacia el que propendían todos los malos humores.
Toda fortuna disipada, toda empresa fracasada y
toda esperanza frustrada suministraban combusti-
tibie al fuego que ardía en sus entrañas. Aún es-
tando seguro, como podía estarlo el gobierno, de
la fidelidad de sus soldados miéntras los retuviese
bajo su dominio, al distribuirlos en colonias, aun-
que pedido por ellos y útil por más de un concep-
to, destruía de una vez los lazos que aseguraban
su lealtad. Ninguna clase estaba más dispuesta
para el tumulto y la rebelion que los veteranos de
Sila, establecidos recientemente en vários puntos
de Italia, al parecer con mucho gusto por parte
suya. Sólo necesitaban un jefe de su confianza
para promover otra guerra civil y hacer un nuevo
y más rico botin. Los jefes del partido contrario
agitaban todas las pasiones del inmenso núme-
ro de ciudadanos, para conseguir su eleccion
las magistraturas curules. Era inevitable el pa-
so por los cargos públicos de la ciudad para alean-
— 122 —
zar el mando en las provincias. Un procónsul ma-
rianistapodía esperar fundar su meditada supre-
macía en la lealtad de su ejército y en la adhesion
de unpueblo extranjero Con un poder más ám-
plio ó prolongado le sería fácil convertir el Orien-
te ó el Occidente en un arsenal de armas y muni-
ciones para una nueva guerra civil ó en una forta-
leza para su' seguridad propia. Con la perspectiva de
tan brillante premio prodigaban los candidatos to-
dos sus recursos, al paso que estimulaban á sus
adictos á que emplearan la amenaza y la violen-
cia. Atacaban á sus contrarios con toda clase de
armas, calumniaban á unos, amenazaban á otros.
con acusaciones, promovían conspiraciones secre-
tas de las que ellos se mantenían alejados, y ame-
drentaban la ciudad con rumores de catástrofes
inminentes. Los nobles se defendían indignados, y
sembraban á su vez la discordia en las filas ene-
migas; ganaban á algunos tribunos para que se
opusieran á los actos de los otros, contestaban á
una calumnia con otra calumnia no ménos infame
y tal vez de mejores resultados, miéntras utilizaban,
la religion del Estado para desacreditar la política
de sus enemigos y contrariar su táctica. Confia-
ban principalmente en el dominio que ejrcían en
los Tribunales para castigar la corrupcion qu e po-
nían en práctica sus contrarios; pero, desde el co-
hecho de los electores al soborno de los juebes, no,
había más que un paso, y pronto vieron losparti-
darios de Mário que podrían obtener en los preto-
reos tan buenos resultados como en los comicios.
Cuando comenzaron á notarque les minaban este,
último baluarte, conocieron los noblesque había
llegado el mom<m.to de desenvainar la espada en
- 123
defensa de sus prerogativas ó someterse á condi-
ciones cuya extension apúuas podían coujeturarso.
En el capitulo próxi mo procuraré seüalar los
progresos de esta lucha vital, y presentar con ma-
yor claridad los propósitos de la faccion popular,
con el objeto de completar la introduccion á la His-
toria que ha de seguir.
CAPITULO III.

r partido de Mario ó popular representado por César.—Carácter y miras


paleas de éste.—Sus precoces peligros y su buena fortunas—Asume
la direccion del partido de Mario: fatiga al Senado con sus repetidos
ataques: llega á ser Cuestor, Edil y Gran Pontífice.—Conspiracion de
Catilina.—Triunfo y presuncion de los nobles.—Su reto á Pompeyo.
Desprecian á, Ciceron y adoptan á Caton por su guía.—Carácter de este
periodos—César es el único que llena las condiciones del héroe que este
periodo exige.

C. Julio César.—La política y conducta del par-


tido popular durante la gran crisis de la Repúbli-
ca, podían comprenderse mejor refiriendo ántes la
carrera de su jefe más ilustre; de un hombre que se
elevó muy por encima de sus asociados, y dió á sus
tendencias una expresion más concreta que las que
á la faccion opuesta diera ninguno de sus jefes, cu-
yo carácter hemos procurado retratar anterior-
mente. A ese gran aparato de novedad aristocráti-
ca, de nombradía militar, de sber y de elocuen-
cia, de virtud austera é indomable, se habían
opuesto solamente el génio y los recursos de un
solo hombre. Es verdad que llevaba un nombre an-
tiguo é ilustre; sus talentos militares no han teni-
do quizá rival en el mundo; sus facultades intelec-
tuales se distinguían lo mismo en sugabinete que
en el forum y en el campo de batalla; sus virtudes,
aunque opuestas á las de Caten, no eran segura-
mente ménos notables, pero poseía una cualidad
más esencial para el triunfo que todas las de sus
rivales: la sencillez de su carácter le daba el tacto
necesario para apreciar la realidad de las circuns-
tancias de los negocios públicos, cuando sus c;)n-
temporáneos estaban evidentemente ciegos. Seguía
atentamente el curso de los acontecimientos du-
rante muchos anos de vigilancia, y se precipitó en
él cuando la corriente era ya irresistible. Favoreci-
do en muchas ocasiones por una brillante fortuna,
no desperdició jamás la que ésta le presentaba.
Nunca se le vió permanecer en la indolencia como
Lúculo, ni flotar indeciso como Pompeyo, ni variar
COMO Ciceron, ni escudarse, como Caton, tras un or-
gullo intolerable, sino igualmente capaz para
mandar á los hombres que para seducirlos, para
ceder á los acontecimientos que para dominarlos.
continuó su marcha sin desfallecimiento y sin te-
mor, evitando dar un paso en falso, hasta que llegó
á la cima del poder humano.
Su parentesco y relaciones con ilfario, de quienhe-
g. eda la jefatura del partido popular. Su elevacion de
9niras.—Cayo Julio César, el nombre más grande
que registra en sus anales la Historia, descendía de
una familia romana de pura raza y de remota an-
tigüedad (1).
Este parece que fué el primero que pretendió
remontar su origen al héroe Julio Ascanio, de la

(1) Los Julios eran á la vez patricios y plebeyos: la rama


que llevaba el sobrenombre de César, pertenecía á la primera
clase. Un tal Julio Próculo desempeñó una parte muy notable
en la Historia de Rómulo.
126 --
familia de Eneas, y, por este último, hasta la Diosa
Venus (1), genealogía legendaria que los poetas
adoptaron con entusiasmo y la hicieron muy fami-
liar (2).
El nombre de Julios ó se encuentra algu-
nas veces en la lista de los primeros cónsules; pero
esta raza de la casa parece que se había extingui-
do, miéntrasque aquélla de que procedía el mismo
Cayo César podía enorgullecerse con más de un
consulado y otros muchos honores públicos (3).
Además del padre y del abuelo de Cayo, de cuyos
nombres se conservan honrosos recuerdos, se men-
cionan en los anales de aquel tiempo muchos de
sus tios y priMos. La mayor parte de ellos parece
que militaban en el partido de la aristocracia du-
rante las guerras civiles (4), y más de uno de ellos
fué muerto por Fimbria entre los enemigos de Ma-
rio y de Cinna (5).

(1) En la oracion fúnebre que pronunció en los funerales de


su tia Julia, que había sido esposa de Mario. (Suetonio, Jul., 6).
En esta época se hallaba en. plena prosecuicion del gran objeto á
que aspiraba s arnWcion, y esta asercion de su origen divino
puede ser considerada como un golpe de habilidad política y
no como una simple esfervescencia de la vanidad juvenil.
(2) Veleyo, II, 41.; Apiano, B. C., II, 68.; Dion., XLI, 34; y
los poetas, passim.
(3) En lo que se refiere á la derivacion del cognomen César,
Y. Festus, in voc. Cwsar.; Servio y Virg., En., I, 290; Plinio,
Hist, Nata, VII, 7, y Spart,, in cel. Ver., 1; Isidor., Orig., I, I.
(4) Lucio Julio César era cónsul al comenzar la guerra so-
cial, y tomó el mando de los ejércitos . romanos. En el calor de
de la lucha, reconoció lo prudente que era hacer concesio-
nes, y consiguió que se hiciese una ley para la admision de los
Italianos al derecho de ciudadanía. Pero el carácter de la guer-
ra había cambiado ya en esta época, y muchos Italianos rehusa-
ron aprovecharse de aquel favor (Cic., pro Balb., 8). El hijo y
el nieto de este César fueron contados despues entre los parti-
darios del Senado, por más que tuviesen poca influencia en los
negocios públicos.
(5) Floro, III, 21.
12'7
El mismo Mario tomó por esposa á Julia, her-
mana del padre del futuro dictador; y el sobrino
heredó de su tio el puesto do jefe y campeon del
partido popular, y cimentó más tarde su confianza
con aquél, casándose, siendo aun muy jóven, con la
hija de Clima (1). Habiéndose colocad o de este
modo en decidida oposicion á la oligiarquía, no se
dejó seducir por lo brillante de su posicion, y no se
engafió en la apreciacion de sus fuerzas y de sus
tan exajerados recursos. Sabía bien cuán débil era
la base sobre que se fundaba su poder, como era el
respeto tradicional de las clases ínfimas, y la pre-
caria influencia de intereses mal entendidos. Por
otra parte, conocía perfectamente con su rara sa-
gacidad los elementos que constituían la fuerza del
partido de Mario. Sabía que, por grande rue su po-
der fuese en Roma, aun .crt la sombra de la mages-
tad patricia, se fundaba principalmente en un gran
número de pilares exteriores, tales como la ambi--
cion de los italianos, las turbulencias de los vete-
ranos, y hasta el ódio de los provinciales contra la
clase dominante, cuya injusticia y tiranía le eran
muy familiares (2). Previó que la pura raza de los
Romanos sería aplastada bajo el peso de sus súbdi-
tos extranjeros; pero concibió la magnífica idea,
que estaba muy por encima de la compresion ordi-
naria de su tiempo, de forzar á. toda esta masa po-
derosa, en aquella gran confusion, á prestar á un
solo jefe la obediencia que negaba á una nacion de-

(1) Cornelia, de quien tuvo ,su única hija Julia. (Suet.,


Jul., 1).
(2) Lucano, VII, 234.

«Romanos odere omnes, dornínosque gravantur


Quos novere magis.»
— 128 —
gradada. Desde un principio tuvo la altiva concien-
cia de ser el génio que fundiría todos aquellos ele-
mentospara formar con ellos un nuevo pueblo casi
universal; y, cuanto más iba conociendo á sus con
temporáneos, más se persuadía de que ninguno de
ellos tenía capacidades comparables á las suyas.
Insistió en su idea de destruir los lazos morales,.
los principios ó los prejuicios que aún sostenían,
aunque imperfectamente el sistema de sociedad
existente, no por gusto de destruir ni por orgullo
del poder, sino porque comprendía que habian lle-
gado á ser caducos y poco seguros, y porque con-
fiaba en sus propios recursos para crear nuevas
ideas en armonía con sus nuevas instituciones.
Es perseguido por los partidarios de Sila. —Al
principiar César su carrera, tuvo ocasion de afirmar
su carácter y sus principios políticos. Sospechan-
do Sila del jóven sobrino de su rival debió ser ade:
más impulsado á destruirle p or medio de sus pro-
pios adictos; pero le detuvo algun secreto senti-
miento de compasion ó de simpatía hácia un génio
de la misma familia, y le exigió que se divorciase
de su mujer Cornelia, y rompiese así los lazos que
le unjan al partido de Mario (3). Este 'partido se
hallaba entónces en el estado más desesperado. La
proscripcion habia aniquilado á todos sus jefes, y
nadie se atrevía á levantar la cabeza por encima de
las filas de la muchedumbre, á quien protegía su
insignificancia. Xo habia entre ellos uno áquien
César pudiese pedir proteccion; sin embargo,
lz 9
que sólo tenía 18 años, se negó á obedecer el man-
dato del Dictador. Admirado Sila de su audacia, se

(3) Suet., I; Plut,, Cces., I.


129 —
abstuvo de perseguirle. El mismo Pompeyo, el na-
ciente favorito del Senado, habia repudiado á su
mujer Antistia, á la primera indicacion del ti-
rano, y Pison á Annia, viuda de Cinna. Pero el Dic-
tador estaba, segun parece, cansado ya del poder,
y satisfecho de la revolucion que habia realizado;
alimentaba, segun probó con su abdicacion, una
gran confianza en la estabilidad de su obra; y en
un momento de generosidad ó de malicia, perdonó
la vida de un hombre en cuyo génio veía la prome-
sa de una brillante carrera. Sin embargo, dícese
que hizo notar que habia en César muchos Marios,
y que advirtió á los oligarcas del Senado, cuando
vinieron á interceder por él, «que estuviesen muy
en guardia con aquel jóven extravagante» (1). No
despreciaron aquéllos las predicciones de su jefe,
y César no gozó de una impunidad completa. Pagó
su constancia con la pérdida del cargo de Gran Sa-
cerdote y de su fortuna, y él mismo se vió obliga-
do á buscar un asilo fuera de Roma y, de la inme-
diata vigilancia de sus enemigos, y hasta que se
consiguió su perdon, estuvo ocalt g y disfrazado en
las montaras de Sabina (2).
Patrocina César la causa popular. Los amigos
de César habían representado al Dictador su ju-
ventud, sus desarregladas costumbres, su insigni-
ficancia, como razones que permitían perdonarle

(1) Suet., 1. e; Plut., 1. e; Macrob. Sat., 1I. 3: «ut puerum


malé precinctum caverent.» Dion., XLIII, 4:3.
(2) Fu(1, descubierto y cogido por un tal Cornelio Phagita,
que le dejó en libertad mediante un rescate. Refiere Suetonio,
como ejemplo de la bondad de su carácter, que jamás se vengó
de esta captura en tiempo de su poderío. (Suet., Jul., 73; Plut.
Cws., 1). Obtuvo su perdon por la intercesion de las Vestales, de
Marco Emilio y de Aurelio Cotta. (Suet., Jul., 1).
MERIVALE. TOMO 1.
130
con una seguridad completa. La réplica de Sila
mostróque éste veía en el carácter de aquel jóven
más que los observadores vulgares. Tuvo penetra-
cion para comprender cuanta energía y cuanto po-
der de aplicacion se ocultan muchas veces en la
juventud bajo una apariencia de loca disipacion.
'\-- o puede dudarse que el futuro orador, historiador
y hombre de Estado, empleó activamente sus pri-
meros arios en adquirir una gran cultura y en
echar los fundamentos de ese variado interés lite-
rario que manifestó en seguida, y que meditaba
tambien profundamente el papel que debía desem-
peñar en los negocios públicos. El gran partido
popular de la última genetacion yacía sin fuerzas
y destrozado. César resolvió reanimarlo y consoli-
darlo, y ambicionó, con el generoso sacrificio de la
juventud, ser el órgano de sus pasiones y el cen-
tro de sus afecciones.
Su atrevida conducta, en su conflicto con el
formidable Dictador, mostró que era un hombre
hecho para el mando. Parecía que se elevaba de
un salto á uno de los pedestales de la fama y de la
popularidad, á donde las figuras de los grandes
hombres habían sido admiradas y reverenciadas
por la muchedumbre.
Su segundo paso fué hacerse célebre en el exte-
rior para atraer hácia sí y hácia su partido muchos
aliados entre las naciones y los potentados extra-
ños á Italia, que ardían en deseos de disfrutar los
privilegios y el favor de Roma. Los generales de la
República trabajaban con ardor en esta época en
Oriente por recobrar de nuevo las provincias que
Mitrídates les había arrebatado en su primera lu-
cha. César aprendió los primeros rudimentos del
— 131
arte de la guerra en el sitio de Mitelena, que se ha-
bía sublevado contra la República (1). Aprovechó-
se de una mision que se le confió cerca de la córte
de Nicomedes, rey de Bitinia, para captarse las
simpatías y la amistad personal y política de este
monarca, que, en su consecuencia, legó sus pose-
siones al pueblo romano (2). Tambien estuvo en
Cilicia peleando á las órdenes de Servilio; pero en
cuanto llegó la noticia de la muerte del Dictador,
abandonó el ejército y se volvió á Roma á desem-
pe f- iar un papel más brillante en los asuntos ci-
viles.
S e abstiene de unirse al movimiento de Lepido.
Acusa á muchos de los principales nobles.—Despues
de la ab dicacion de Sila, no osó nadie tocar á las ins-
tituciones por él establecidas: tan grande era. el ter-
ror que el mónstruo inspiraba, áun después de
desarmado y decrépito. A su muerte, manifestó el
jóven César su independencia, permaneciendo aje-
no al prematuro movimiento de Lepido (3). Tampo-
co 4e mezcló en los proyectos de Sertorio. No se-
cundó en toda su vida los planes ni las combina-
ciones de otro. Por más que favoreciese algunas
intrigas para poner en accion á ciertos hombres
apasionados y violentos, tuvo gran cuidado en no
comprometer sus ulteriores planes, proclamándose

(1) Suet., jul., 2.


(2) La influencia que César ejerció sobre el rey de Bitinia,
y que condujo, aparentemente al ménos, á este feliz resultado,
excitó los celos de los nobles que la recompensaron propalando
infames acusaciones, pero completamente desprovistas de fun-
-damento, contra su conducta privada. (Suet., Jul., 2: Comp.,
49, 50).
(3) Suet., Jut., 3: «et Lepidi quidem societate, quam mag-
nis conditionibus invitaretur, abstinuit, luam ingenio ejus di-
fisus, tum ocasione quam minorem opinione ofenderat.»
132
enemigo declarado del gobierno, hasta que consi—
guió adquirir una posicion favorable para poder
dirigir y compro"Dar cada uno de los instrumentos
que pensaba emplear para llevar á cabo sus desig—
nios. Así, pues, mientras que la sedicion de Lépido
concluyó muy pronto con el exterminio de sus pro-
movedores, recurría César á métodos más lentos y
secretos para acomodar las circunstancias á sus ul-
teriores miras . Sostuvo la acusacion contra Dolabela,
noble distinguido, por las malversaciones llevadas á
cabo en su provincia (687 de la C., 77 a. de J. C.), y
á pesar de que los Senadores consiguieron, como
jueces que eran, salvar al culpable, su acusador
fué recompensado con los unánimes aplausos del
pueblo. Las provincias le saludaron como el patro-
no de tos súbditos contra los ciudadanos, y se lan-
zó atrevidamente un reto á los privilegios de la
aristocracia dominante. El mismo resultado tuvo
un segundo ataque contra un no] le distinguido,
contra Cayo Antonio. Esta vez, aunque el acusado
escapó por el momento á toda pena, fué expulsado
del Senado seis años despues por los censores. Era
evidente que hacían ya mucho daño los golpes
asestados por el «jóven atolondrado (1).»
Estudia César la retórica en Rodas. Efectos del
gusto vredominante por los estudios hechos en el ex

(1) Suet., Jul., 4; Plut., Cces., 4: Ascon., in Orat. tog.


eand., p. 84; Orelli. Cn., Dolabela cónsul en el año 673 de la C.,
había sido procónsul de Macedonia. C. Antonio, cónsul despues
con Ciceron (691), fué acusado de concusiones en Grecia. Estas
acusaciones fueron en tina época próxima á la en que Yerres
fué tambien acusado á consecuencia de la enormidady dela
notoriedad del delito:
«Inde Dolabella est atque i inc Antonius, inde
Sacrilegus Yerres.» Juv., VIII, 105,
133
,frandero.—Continuand o su obra con arreglo á sus
principios de prudencia y de conternporizacion, se
retiró César nuevamente de Roma, y se ocupó du-
rante algun tiempo en Rodas en asistir á las leccio-
nes del retórico Molon (1).
Aunque poco importante en sí mismo, nos da sin
embargo, este acto la medida de la independencia
de su carácter. Desde hacía mucho tiempo, era
costumbre entre los nobles romanos educará sus
hijos para la barra ó para el forum, haciendo que
asistiesen asiduamente oirá los oradores del . dia,
sus amigos ó sus parientes. Esta era una escuela
nóble; estos modelos eran vivos y respiraban é in-
tervenían realmente en los asuntos del Estado.
Todas sus palabras tenían un sentido y podían pro-
ducir resultados efectivos.
Pero esta práctica alimentaba sólo miras polí-
ticas exclusivas, y tendía á perpetuar el manejo
de los negocios públicos en manos de la , clase fa-
vorecida que tenía acceso á las discusiones y á los
ejercicios de la nobleza. Los intratables patricios
de los tiempos del Imperio echaban ojeadas re-
trospectivas con aire de compasion hácia los tiem-
pos en que las escuelas de los ret(Sricos Griegos no
se habian convertido en refugio de los aventureros
políticos, y satirizaban, con cierto aire de triunfo, el
sarcasmo de Ciceron, que les llamó en una ocasion
escuelas de impudencia (2). Sin embargo, el mismo

(1) Suet., 1. e.; Mut., Cws., 3, el cual se engaña encuanto á


la sucesíon del tiempo (comi yirese Drumann, III, 135). Ciceron
había estudiado bajo la direccion de Molon pocos años ántes.
(Plut., Cje., 4; Cíc., BP tbt., 91).
(2) Véase este pasaje ea el dialog., de Orat., 35. «at nune,
adolescentuli nostri deducun Lur in scenas scholasticorum, qui
rhetores vocantur; quos Paulo ante Ciceronis tempora extitis-
134 —
Ciceron, el jóven del municipio de Arpinum que
estaba léjos sin duda de poder participar libre-
mente de las artes y de la experiencia de la noble-
bleb, habia adquirido sus primeros rudimentos y
forjado sus mejores armas en el taller que tan ru-
damente estigmatizaba luego que se hubo enno-
blecido. Tambien César pudo haber sido obligado
á instruirse en los asuntos del forum, hasta cierto
punto, oyendo á los sofistas, al paso que era solici-
tado por sus propias ideas é inclinaciones á hacer
de moda con su ejemplo aquellos estudios y abrir
de par en par las puertas de la educacion política.
Predispuesto como se hallaba á impregnarse de las
ideas liberales y cosmopolitas, su experiencia per-
sonal respecto á los hombres de Grecia y á su mo-
do de pensar, puede haber contribuido mucho á la
elevacion de sus miras y á quebrantar hasta en sus
fundamentos los prejuicios considerados corno sa-
grados por sus compatriotas. La escuela de Molon,
donde asistía la juventud apasionada y esclare-
cida de todas las naciones, contribuyó quizá á
abrir, el camino á su senado de Galos, de Españo-
les y de Africanos.
Es cogido por los piratas. Su valor y su buena
suerte. El gran número de circunstancias que
pusieron en peligro la vida de César, afirmaron la
confianza que él tenia en su buena estrella, y que
fué uno de los secretos de sus triunfos. Durante su
retiro en Oriente, cayó en manos de lospiratas de

se, nec placuiss3 majoribus nostris, ex eo manifestum est,


quod L., Crasso et Domino censoribus cludere, ut ait Cicero,
ludum impudente jussi sunt.» El pasaje de Ciceron se en-
cuentra en el de Orat., III, 24. Las palabras están puestas en
boca de Lucio Craso, pero este personaje pasa generalmente
por ser', el representante de los pensamientos del orador.
135
Cilicio, que hacían alarde de su menosprecio hácia
Roma, asesinando á los oficiales de la República
que en su poder caían. Afortunadamente, aún no
estaba inscrito el nombre de César en los anales
de la magistratura; pero eran bien conocidos su
nacimiento y la riqueza de su familia, y los ban-
didos se contentaron con pedir un rescate. La ima-
ginacion de los historiadores ha embellecido este
hecho con romancescos detalles, conformes por lo
demás con la magnanimidad de carácter con que la
tradicion se complacía en revestir á su héroe favo-
rito (1). Dícese que desdeñó comprar su libertad á
un precio tan bajo como el de veinte talentos, y
ofreció cincuenta á sus raptores; pero que al mis-
mo tiempo les amenazó con su venganza y juró vol-
ver con una flota, hacerlos prisioneros y crucifi-
carlos como ladrones vulgares (2). Y en verdad que
su venganza no se hizo esperar. En cuanto se vió
libre, reunió algunas fuerzas, y atacó y venció á
los que le habian hecho prisionero; pero se conten-
tó con ofrecer enviarles á Junio Silano, procónsul
de Asia, bajo cuya 'autoridad llevaba á cabo estas
operaciones, para que recibiesen un digno castigo
por parte del referido procónsul. Éste le ordenó
por toda respuesta venderlos corno esclavos; pero
César tomó por un insulto personal la indulgencia
ó la avaricia que podía dictar este proceder, tras

(1) Plut., Cws., 2; Polyam., Strategenz., VIII, 23, 1.


(2) Plut. da cuenta exacta de la manera como se supone
que César debió pasar el tiempo ent celos piratas, esperando
• su rescate. Estuvo con ellos :38 días, ménos corno prisionero
que como un príncipe á quien se le hacian sus guardias, y tolla()
parte en sus diversiones y en sus ejercicios; les leía sus poe-
mas y sus discursos, y se burlaba de su mal gusto cuando no
le aplaudían.
136
pasó atrevidamente sus instrucciones, y condenó
á sus prisioneros á morir crucificados, que era el
suplicio de los esclavos y los ladrones. Los histo-
riadores juzgan un acto digno de mencion, un
ejemplo de la clemencia atribuida siempre á
César, el que les concediese morir por un proce-
dimiento ménos doloroso, ántes de inferir á sus
cuerpos el supremo ultraje de la ley (1).
Entra César en el palenque de los negocios públi-
cos y es impulsado hacia adelante por los esfuerzos de
su partido (ano 6,80 de la C., 74 a. de J. C.)—Á su re-
greso á Roma, se preparó César á entrar-en la car-
rera de los negocios públicos, que por su extrema
juventud le habian estado prohibidos hasta entón-
ces, y se propuso atraerse al puebl ) con una asidui-
dad sistemática (2). Su gran reputacion, su exte-
rior imponente, sus afectuosos y populares mo- •
dales, y hasta el lustre de su origen patricio le re-
comendaban al afecto popular; además hablase
convertido en patrono de la causa del pueblo, y ha-
cia desafiado á la oligarquía en sus últimos atrin-
cheramientos, en los tribunales de 'iusticia (3). Pero
no era esto suficiente para borrar las prevenciones
que contra él existían, y el candidato á los sufra-
gios del pueblo auxilió su empresa con artificios
electorales y hasta con la corrupcion, y puso en
práctica la moral relajada del dia con una energía

(1) Suet., Jul., 74.


(2) La fascinacion de los modales de César y su atractivo
son referidos con especialidad por Plut., Cces III.
(3) El pueblo, dice Plutarco (Lucull., 1), excitaba á los jó-
venes oradores contra los nobles delincuentes, como se lanza y
azuza á los perros de presa contra las fieras, cuando se las he-
cha á la arena. «Les parecía, por otra parte, aunque sin razon,
que no habla nada de vil en el oficio de denunciador.»
137
característica. Su fortuna privada no habla sido
nunca grande; la dote de su mujer fué secues-
trada por Sila, y se halló reducido á los mayo-
res apuros para satisfacer las exigencias de esta
política; pero apoyado en su incomparable confian-
za en sí mismo, marchó atrevidamente hácia ade-
lante. Contrajo deudas con todos sus amigos y áun
con sus enemigos; empeñó su fortuna futura; pe-
chó el cebo de los altos puestos de las provincias á
los más ricos de su faccion, los cuales no podían
obtener la suprema recompensa de su fidelidad,
sino colocándole á toda costa en el pináculo de los
honores públicos.
Bien pronto conoció sin embargo su partido
la preeminencia de su génio; cuanto más le eleva-
sen, más se elevarían con él sus adictos. Así pues,
fué sostenido é impulsado á marchar por los es-
fuerzos combinados de todos aquéllos que tenían
dinero que exponer en la gran partida que jugaba
en su comun. provecho. En el afilo 680, comenzó la
carrera de los honores públicos, siendo elegido tri-
buno militar por los votos del pueblo.
César desafía la ley de Sila, exhibiendo el busto de
31" ario .—Sin embargo, la política que Pompeyo ha-
bia adoptado resueltamente despues de haber do-
minado la insurreccion española de Sertorio, y
que consistía en abandonar los más odiosos privi-
legios conferidos por Sila al Senado, halló, como
era natural, un celoso partidario en el joven pa-
triota. Este fué el principio de las relaciones entre
estos dos grandes hombres de Estado rivales, que
cultivaron mútuamente cierta apariencia de amis-
tad, por mas que pudiera existir poca cordialidad
entre ellos.
138
Pompevo podía despreciar, dado su gran ascen-
diente militar, el empleo de la seduccion que ja-
más había necesitado; así como César podía mirar
tambien con igual desprecio las pretensiones de su.
rival á unapureza que nunca se había puesto á
prueba. Ora sea por política ó por la franqueza de
su carácter, aparentaba César no ocultar sus de-
signios, á medida que los iba concibiendo; y aunque
confesaba con más franqueza sus proyectos de con
trarevolucion, era un desprecio mal fundado el de
Pompeyo al considerarlo como un libertino hábil.
La medida propuesta por Aurelio Cotta, tio de Cé-
sar, para constituir por partes iguales los judicia
entre los senadores, los tribunos y los caballeros,
fué resueltamente apoyada y tal vez sugerida por
el sobrino. Cuando César se presentó otra vez en la
tribuna para defender á su cuñado Cornelio Cinna,
proscrito por sus relaciones con Sertorio, obtenien-
do su rehabilitacion á la vez que la de otros des-
terrados marianistas, consiguió afirmar su re -
pu_tacion de orador de primer órden. El estilo de
su oratoria era grave, impetuoso, enérgico y fran-
co. Encantaba á sus oyentes por su ingenuidad, y.
por más que no era ageno á la retórica y poseía
una vasta erudicion jamás apelaba á estos recur-
sos si perjudicaban en lo más mínimo la claridad y
naturalidad de su palabra (1).
A la muerte de Julia, la esposa de Mário, pro-
nunció su sóbrino en su honor una oracion. fúne-
bre (2). Una gran parte de su panegírico fué consa-

(1) Quintil., Inst. Orat., X, 1: «Exornat haee omnia mira


sermones, cujus proprie studiosus fuit elegantia.» Comp. Cic.,
Brut,, 72, 75; Gen., 1,10; Dial, de Orat., 25; Macrob., Sat., 1, 5.
(2) Suet., Jul., 6. (a, 686, de la C. 68, ántes de J. C.).
139
grada, corno era natural, al héroe Mario, que a la
respetable matrona, objeto aparente en parte, de la
ceremonia. La familia del viejo arpiniano era poco
célebre; pero las hazañas del héroe habían elevado
su nombre al nivel de los más ilustres Uomanos, y
cuando el orador se enorgullecía, en el mismo pe-
ríodo de su origen divino y de su parentesco con
el campeón plebeyo, hizo sentir al pueblo cierto
orgullo de sí mismo, y declaró que dos títulos
ilustres y dignos de su estimacion se reunían fe-
lizmente en la misma persona. Sila habia intenta-
do, enmedio del desvanecimiento que el poder pro-
duce, borrar hasta el recuerdo de su rival. No pudo
elevarse monumento alguno en su honor, y fué
prohibida la exposícion de su busto en público;
pero César violó atrevidamente la ley y puso un
busto de Mario entre los demás de su familia (1).
Los Romanos utilizaban las efigies de los muertos
para excitar los sentimientos nobles; adornaban
sus habitaciones con los bustos de sus antepasa-
dos, que sacaban en procesion pública en ciertas
solemnidades funerarias, exponiéndolos á las mira-
das de los ciudadanos. El efecto , producido en esta
ocasion, sobre las pasiones del meridional pueblo
italiano, fué instantáneo como el de una corriente
eléctrica, y desde aquel momento miró el partido

(I) Plut., Cces., 5. En muerte de su esposa Cornelía, hácia


la misma época, pronunció tambien otra oracion fúnebre. No
se acostumbraba á hacer este honor á una jóven casada, y Cé-
sar adquirió por este acto la reputacion de profesar gran cari-
ño á la memoria de su esposa. Aprovechó probablemente esta
ocasion para proclamar ante el mundo su parentesco con la fa-
milia de China, en favor de la cual sostuvo la proposicion de
Plaucio para que se permitiese á los partidarios de Sertorio
volver á Roma. Suet., Jul., 5; Aul. Gel., X, III, 3.
- 140
popular á César como el representante de su difun-
to jefe, el heredero de sufavor y de sus afecciones.
Desenzivaa el cargo de Cuestor en, EspaAa.—César
desempeñaba en esta época el cargo de Pretor, y al
espirar el plazo de éste siguió á Antistio como
pro-pretor 1'1 España (1). En la parte que tomó
en la administracion de esta provincia, se ensal-
zaron su habilidad y su vigor (2). Los sofistas, que
acostumbraban presentarle corno un ejemplo nota-
ble de conversion de una juventud disoluta á las
más nobles aspiracione s y virtudes, imaginaron
una revolucion repentina, que se habría verificado
en su carácter, y la atribuyeron á las reflexiones
que en él despertó la contemplacion de la estátua
de Alejandro Magno, en Gades, y á un sueño que
debió interpretar corno un oráculo (3); pero no hay
en realidad ninguna huella de semejante conver-
sion en toda la historia de César.
Consigue Cesar la edilidad; se enlaza con, la j'ami
hia de Pompeyo por mecho de 2u2i matrimonl,o, resta -
blece los trofeos de Mario y se burla de la indignacion
de los nobles.—Despues de un intervalo de dos años,
dió el jóven campeon de los partidarios de Mario
un nuevo paso en la carrera de los honores públi-
cos. Su mucha audacia y el vigoroso esfuerzo de
sus numerosos amigos aseguraron su eleccion para
el cargo de Edil, que ofrecía á un candidato mu-
chas ocasiones de conciliarse el favor popular,

(I) Plut., Cces., 5.


(2) Vell., II, 43.
(3) Suet., Jul., 7; Dion., XXXVII., 52; pero difieren en
cuanto al tiempo, que Dioa coloca algunos años más tarde.
Plutarco refiere el sueño (i'Scrzst locutoG tp.lyVUCCOX5
de G'PVCOV 11.1;-19 al paso del Rubicon.
141
cargo que desempefió á satisfaccion del pueblo (1).
Siguiendo con constancia la atrevida política que
había adoptado después de una madura reflexion,
mereció el general aplauso por la magnificencia de
sus espectl'iculos y diversiones (2).1-la bía conseguido
de su colega Bibulo, noble opulento, que suminis-
trase las sumas necesarias para este gasto excesi-
vo, porque sus recursos privados se le habían ago-
tado, y sus deudas ascendían á la suma de 1.300
talentos. Cierto que tenía, que compartir con su
colega la honra de la generosidad (3); pero sabía
que, en último caso, él sería el que obtendría la
principal recompensa. Había favorecido al mismo
tiempo con toda su influencia los planes con qué
los amigos de Pompeyo preparaban la elevacion
de su patrono, haciendo mts visible la ruptura,
que ya se entreveía, entre éste y el partido sena-
torial. En un segundo matrimonio, se Labia unido
con la familia de Pompeyo; y su sacrificio por el
engrandecimiento del jefe podía pasar, á los ojos
de éste como á los del público, por un afecto de
familia (4). El triunfo de la ley Maula fué debido
probablemente, más bien al apoyo de César y de

(1) César era Edil en el año 689 de la C., siendo cónsules P.


Cornelio Sila y P. Autronio Peto.
(2) Los espectáculos de gladiadores, con que celebró la me-
moria de su padre fueron verdaderamente magníficos. «Omni
aparatu arena argenteo usus est.» Plin., Hist. Nat., XXXIII, 16,
(3) No fué este el caso, porque la benevolencia del pueblo
se obstinó en atribuir todo el mérito á su favorito. Bibulo se
consoló con decir la mejor frase á que daban lugar las circuns-
tancias. «Nec disimulavit colega ejes, M. Bibulus, evenisse
sibi quod Polluci, ut enim fraU írms cedes in foro constituta, tan-
tum Castoris vocaretur, ita suam Cmsarisque munificentiam
unius Cmsaris dici.» Suet., Jul., 10; Dion., XXXVII, 8. •
(4) Pompeya, segunda mujer de César, era hija de L. Pom-
peyo Rufo, que fué cónsul con Sila, año 666 de la C.
- 142
Craso que á la elocuencia de Ciceron. La exbibi-
cion del busto de Mario en una procesion fúnebre
habia irritado ya mucho á los nobles; sin embar-
(ro aún les infirió otro mayor insulto. Entre sus
actos de munificencia como Edil, habia César lle-
vado á cabo uno costosísimo, decorando el forum,
las basílicas y el Capitolio, con pinturas y estátuas;
habíalos engrandecido con pórticos provisionales
para recreo del pueblo, y los habia adornado tam-
bien con monumentos de gran gusto y lujo (1). Una
mafiana amaneció colocada la estátua de Mario en
medio de los nuevos ornamentos del Capitolio, ro-
deada de los trofeos de sus victorias sobre los Cim-
brios y los Teutones, y sobre Yugurta (2). El pueblo
experimentó un trasporte de alegría; los nobles mos-
traron una indignacion mal disimulada. Aunque
no se dió á conocer el autor de este acto, los ami-
gos y los contrarios no vacilaron en atribuirlo al
atrevido Edil. Colocado nuevamente Catulo á la
cabeza de su partido, resolvió castigar á César por
esta infraccion de la ley. Ademú s de sus resenti-
mientos políticos contra los partidarios de Mário,
tenía otro de familia por haber éstos proscrito á
uno de sus hermanos (3). Acusó César de haber
descubierto con este acto sus ulteriores proyectos
que no eran los de destruir la República , minán-
dola por su base, sino derruir un grandioso edificio
con poderosos arietes (4). César se defendió ante el
Senado y consiguió derrotar á su acusador; sólo
que su triunfo no fué debido al favor de su audito-

(1) Suet., Jul., 10.


(2) Suet., Jul., 11; Plut., Cces.. 6.
(3) Cic., de Orat., III, 3.
(4) Plut., Cces., 6.
143
vio, sino á las hostiles disposiciones del pueblo, al
que los nobles no quisieron poner á prueba. Pare-
ce, segun los historiadores, que los trofeos de Má-
rio continuaron en su puesto de honor frente al
Capitolio corno una prueba del vigor popular, que
quebranto hasta el nervudo brazo del mismo Ca
ton (1). •
Toman los nobles la revancha. Ira resolucion de
ambos partidos no dejó por esto de continuar per-
fectamente arraigada; y la lucha fué empeñándose
cada vez más. El Senado acechaba una oportuni-
dad para asestará sus contrarios un nuevo golpe.
La República reclamaba la posesion de Egipto bajo
el pretesto de un testamento hecho en su favor por
su rey Tolomeo Alejandro I, durante la domina-
cion de Sila; pero el gobierno se había abstenido
prudentemente de hacer valer estas pretensio-
nes (2). Prefería dejar aquellas fertiles campiñas,
con cuyas producciones contaba Italia para su sub-
sistencia, en manos de un soberano dependiente,
á entregarlas á la ambicion ó á la codicia de un

(1) Suet., 1-1: «Trofea restituit.» Vell., II, 43: «res-


tituta monumenta.» Estos no hacen mencion del hecho de ha-
berla quitado. Propercio (III, 11, 46) habla de ella como exis-
tiendo en un período posterior; «jura dare statuas ínter arma
Marii.» Y Valerio Máximo, VI, 9, 14: «cuius bina trofea
urbe spectantur.» Los anticuarios de la moderna Roma creían
haber descubierto una porcion de estos trofeos en el monu-
mento colocado en la parte superior de las escaleras que con-
ducen al Campidoglio; pero se ha. deshecho la ilusion por la
sagacidad de críticos más modernos:
(2) Ciceron pone en duda la validez de esta pretension
(De leg. agr., II, 16); pero afirma que la República creía tener
un título legítimo á este país, y parece muy probable que éste
fuese el pretexto de la exigencia de César. La razon dada por
Suetonio (Jul. 11), que se proponía restaurar un rey que ha-
bian expulsado los Egipcios, es evidentemente una confusion
de. fechas y de circustancias. Compárese Drumann, III, 146.
144 —
ciudadano de Roma. Pero César tenía deseo de
cojer los primeros frutos de su fama y librarse de
una Darte de la pesada carga de sus deudas. Solici-
citó,pues, el cargo de una mision extraordinaria
con el fin de constituir el país en provincia roma-
na y organizar su administracion.
Los Romanos consideraban á Egipto como un
suelo de oro, y el enviado del gobierno podía acu-
"mular allí inmensos tesoros. El Senado ignoraba
completamente el objeto real que César se poponía.
Sin embargo, en su rivalidad con Pompeyo y
con todos aquéllos que parecía se colocaban á su
lado, creyó el Senado que César se proponía au.' men-
tar la influencia de su general en Oriente, agre-
gando á sus enormes poderes la administracion de
uno de los graneros de la ciudad. En su consecuen-
cia, rechazó perentoriamente la peticion, y para
aumentar el insulto, porque la proposicion era justa
y plausible, tomó sus medidas para inferir otra he-
rida á su implacable enemigo. Un tribuno del pue-
blo llamado Papio, sirvió de instrumento al. Senado
para presentar un plebiscite disponiendo que se
expulsase de Roma á todos los extranjeros (ano 689
de la C.-65 antes de J. C.) (1). Púsose como pretex-
to que los extranjeros de las provincias afluían á
la ciudad é intervenían en las elecciones popula-
res, en donde el inmenso número de votantes hacia
imposible la comprobacion de los votos ó un escru-
tinio exacto; pero esta medida iba en realidad di-
rigida contra los Galos Transpadanos, que desea-
ban ardientemente cambiar su derecho de latinidad
por el de ciudadanía. Alpasar César por aquel

(1) Dion., XXXVII, 9.


145 —
pais, á su regreso de España, habia oído con bene-
volencia á las comisiones encargadas de hacerle
sus peticiones, y se habían entregado gustosos á
él como su patrono y consejero político. Injuriar-
los á dios era ofender indirectamente al jefe po-
pular y mermar la estimacion que comenzaban á
profesarle los provinciales (1).
César descarga 712tC2,08 golpes. Proceso contra los
agentes de Sila en la proscripcion. .Persecucion 1?a-
birio.—Tocóle ahora la vez á César. Las hechuras
de Sila, que habían cometido, por instigacion de
éste, las atrocidades de la proscripcion, habian ob-
tenido un bill de indemnidad qué les relevaba de
la culpabilidad legal en que hubiesen incurrido por
el asesinato de ciudadanos romanos. Sila habia
hecho aprobar un decreto general que contenía de-
finiciones y castigos para cada clase de asesinato;
pero que contenía á la vez una esencion especial
para los instrumentos de los recientes críme-
nes (2). Desempeñando el cargo de edil, tenía Cé-
sar el derecho de asistir á los pretores en sus fun-
ciones judicif.des, y veló pr la eecucion de las le -
yes en el tribunal encargado del exámen de los
cargos de asesinato. Obrando en su calidad de edil,
permitió que se dirigiesen acusaciones contra dos
sicarios de Sila, Lucio y Belieno, y pronunció con-
tra ellos una sentencia de muerte (3). Estas perse-

(1) Esta se llamó Lex Papia de Peregrinis ó de Civitate


romana. Dion. XXXIX, 9; Schol. Bob., in oral. pro Are/t.;
Cic., De off., 11i, 11.
(2) Esta era la ley Cornelia «de Sicariis:» Suet., Jul., 11.
(3) Caton habia perseguido ya durante su cuestura á los
agentes de Sila que habian recibido dinero del tesoro público
en recompensa de sus servicios al Dictador en la proscripcion.
Plut., Cat. Min., 17.
MERIVALE.-TOMO I. 10
- 146
cuciones produjeron gran satisfaccion en el pue
blo, al cual habia cesado de sorprender la violacion
de leyes tan impopulares. Las víctimas de estas
sentencias eran justamente odiadas y se las vi(5
caer sin excitar compasion alguna. Pero no se de-
tuvo aquí. César. Estos actos no tenían otro ob eto j
que preparar el camino para otra m'ás terrible de-
mostracion contra sus adversarios (1). 'Treinta y
seis años ántes se habia puesto Lucio Saturnino,
tribuno y favorito del pueblo, al frente de una in-
surreccion contra el gobierno, y se habia apodera-
do del Capitolio (2). Los cónsules Mario y Valerio
llamaron á los ciudadanos en su ayuda, sitiaron al
enemigo público en su fortaleza, y le obligaron á
rendirse cortando las cañerías que le surtían de
agua. Los cónsules le ofrecieron el perdon, segun
parece, á condici n de que capitulase (3); pero su-
cedió que, despues de haber abierto las puertas de
la fortaleza, estalló un tumulto, siendo atacados
sus partidarios y él mismo muerto en medio de la
confusion. Presentóse un esclavo llamado Sceba,
declarando ser el autor del hecho, y obtuvo una
recompensa pública por el buen servicio que aca-

(1) Puede citarse aquí el caso de Rabirio como pertene-


ciente á la misma serle de ataques contra los miembros de la
nobleza, como los que acabarnos de mencionar. Pero no tuvo
lugar al principio del consulado de Ciceron, año 691 de la C. •
(2) A., 654, de la C., que fué el del nacimiento de César.
(3) El argumento de Ciceron sobre que el perdon de los cón-
sules, no era válido porque no habia sido formalmente ratifica-
do por el Senado, es una pura excusa, porque semejante acto
de parte de Mario, que era á veces un instrumento indócil en
manos de los senadores, podía ser cons'derado con celos por
este alto cuerpo (Cic., pro Rabir., 10). Todo el discurso es un
llamamiento á las pasiones más bien que al juicio y á la equi-
dad de los oyentes; pero los hechos de la causa tenían en sí
mismos una fuerza abrumadora en favor del acusado.
147
baba de hacer al Estado. Durante muchos arios na-
die se acordó de este suceso, pero César tenía pen-
sado hacer de este acontecimiento, ya casi olvida-
do, e.1 pretexto de otro ataque contra la oligarquía,
y fué designado para sufrir el peso de la acusacion
un viejo senador llamado ilabirio, á quien se echó
en cara haber sido el autor real de aquel crimen.
Este personaje era designado con justicia como
uno de los peores modelos de la codicia y de la ti-
ranía de su clase; pero la acusacion dirigida contra
él parece inicua, y llevada adelante quizá con el
designio de probar de un modo evidente por su mis-
ma extravagancia, la determinacion de los jefes
del partido popular de llevar al Senado hasta al úl-
timo extremo. El proceso fué visto por un tribunal
presidido por el mismo César, en companía, de su
pariente Lucio (1). Ciceron fué el encargado de la
defensa del criminal; per ) su elocuencia no produ-
jo efecto alguno, siendo condenado su cliente. Era
este un crimen capital, y no habia otra apela clon
posible que ante los comicios reunidos por tribus.
Este recurso ofrecía pocas probabilidades de éxito;
pero era necesario recurrir á él y podría abrigarse
alguna esperanza, aunque débil, de que la elo-
cuencia del gran orador produjese más efecto en la
multitud impresionable que en jueces fríos y pre-

(1) Fueron llamados duumviri perduellionis (jueces de los


asesinatos). Lucio César habia sido cónsul el año anterior, y
seguía generalmente el partido del Senado; pero en esta oca-
sion parece que estuvo completamente bajo la influencia de su
pariente Cayo. Dion., XXXVII, 27. Las circunstancias de este
proceso, que tomamos de una comparacion de las súplicas de
Ciceron y de la suscinta narracion de Dion Casio, han dado
origen á muchas controversias. La version del texto está to-
m ada de Dion.
— 148 —
venidos. Pero Ciceron flaqueó de nuevo, y sin la
oportuna intervencion del pretor Metelo Celer,
infortunado Rabino no hubiera escapado quizá á la
confirmacion de la sentencia. Cuando las fronteras
de Roma se hallaban á algunas millas de sus puer-
tos, y la llegada de los Etruscos hasta el pié de las
colinas del Vaticano y del Janículo era con fre-
cuencia súbita é inesperada, se colocaba una guar-
dia sobre una eminencia al otro lado del Tíber,
para hacer la señal de la proximidad del enemigo,
siempre que el pueblo se hallaba ocupado en tratar,
de sus as untos en el Campo de Marte. Anunció--
base el peligro enarbolando un estandarte blan-
co en la cima del Janículo (1). Ent"Inces supendía,
el pueblo inmediatamente sus elecciones y sus de-
bates, y se precipitaba en masa Mcia las murallas
para defenderlas. Esta antigua costumbre continuó
en vigor durante muchos siglos en un pueblo más
fiel que ninguno otro de la tierra á la observancia
de las formas y prescripciones establecidas (2).
Obrando sin duda Metelo de acuerdo con los pro-
movedores del proceso, enarboló la bandera y sus-
pendió las operaciones. El populacho apasionado -v
sediento de sangre comprendió la jugada, y tal vez
se rió interiormente; pero consintió en soltar su
presa, por amor á una ficcion constitucional. Ha-
biéndose alcanzado el objeto de la acusacion, no
quiso el acusador Labieno llevar la cosa más ade-
lante, y se la dejó que cayese en el olvido.

(1) Serv., ad _zEn,, VIII, 1: «Alii album et roseum vexilum


tradunt, et roseum bellorum, album comitiorum signum fuis-
se.»
(2) Dion, que da estos detalles (XXXVII, 28), dice que esta
práctica continnuaba todavía en su tiempo.
— 149 —
La ley agraria de tolo era otra arma del partido
de 3/a2 .io.—Infatigables en su campana contra la
aristocracia, l'alojan convenido ya jefes del par-
tido popular en sostener la ley agraria, propuesta
el ano anterior por uno de los tribunos, por Ser-
vilio Rulo. VJ1 objeto del tribuno era conseguir el
»oinbramiento de una comision para poner por obra
tres grandes medidas populares (1). Era la prime-
ra la distribucion entre los ciudadanos de todo el
territorio palio° situado fuera de Italia y adquiri-
do por la Reptíblica despues del consulado de Sila
y de Pompeyo Rulo, en el afilo 6t36, y que compren-
día una gran parte de las conquistas de iii riculo y
de Pompeyo Oriente; pues todas las tierras de
los enemigos vencidos que no eran destinadas á.
las colonias romanas, que en el país so establecían,
ó devueltas ‘á los naturales dospues de su sumi-
sion, eran declaradas de dominio ptrIblico, y dadas
á los ciudadanos favoritos bajo condiciones suma-
mente favorables, aunque no en propiedad. Tam-
bien en Italia la conclusion de la guerra social ha-
bla hecho que cayese en poder del Estado una
gran parte del territorio perteneciente al partido
vencido, y se rabia distribuido entre los veteranos
de Sila en calidad de colonos, ó se les había arren-
dado corno terratenientes. En cuanto 11 la porcion
del dominio pú.blico adquirido eiespues del período
señalado por el tribuno, lo exceptuaba de suley, y
no se atrevió á tocar á él (2). Por popular que fue-

(I) Cic., de Leg. Agrar. contra Cic., 12. La


discusion de estas medidas se -Nrrifie5 al principio del consu-
lado de Cicwon, año 691. Su primer dtsJurso fuj pronunciado
en 1.° de Enero (in Pison., 2).
(2) La guerra social concluyó en el año del consulado de
- 150
se dicha intervencion, hubiera ofrecido, sin dudar
algunos peligros. Ciceron dice, que habría en-
vuelto en la ruina comun de los que se hablan
aprovechado de la liberalidad del Dictador hastaá
los parientes del promovedor de la ley; pero hu-
biera sido seguramente muy beneficioso para el
turbulento y miserable populacho recibir una por-
cion de territorio público en Oriente, cualquierá
que fuese su importancia, que aquí no tenemos
medio seguro de averiguarlo.
En segundo lugar, tendrían que hacer los co-
misionados una indagacion sobre la gestion econó-
mica de los generales afortunados de la Repúbli-
ca, los cuales hablan vuelto de Oriente cargados
con los despojos de la guerra y los presentes reci-
bidos á manos llenas tanto de los súbditos como de
los aliados. Proponíase que la totalidad de las su-
mas adquiridas así personalmente, fuera de las que
se hubiesen gastado en trabajos públicos ó entre-
gado al tesoro, fuese restituida á dichos comisiona-
dos. Sólo Pom peyo, por reconocimiento y delicade-
za, era exceptuado de esta restitucion; para los de-
más la medida tenía efecto retroactivo; hasta á la
propiedad adquirida por vía de herencia., debían,
segun parece, alcanzar estas prescripciones; y de
Fausto Sila, hijo del Dictador, era de quien se es-
peraba la restitucion más importante.
Una tercera disposicion de la ley era la imposi-
cion de una tasa sobre todos los terrenos públicos
exceptuados de la venta. El dinero procedente de
dicha tasa sería empleado por los comisionados en

Sila y de Pompeyo. Rulo trazaba su línea de demarcacion


poco ántes de esta época.
— 151 —
comprar las tierras que estimasen convenientes con
el fin de distribuirlas. Pero el punto á que Ciceron
daba más importancia, como el más arbitrario y
peligroso de estas medidas legislativas que el ora-
dor combatía enérgicamente, era aquél que dispo-
nía que debían distribuirse ciertos dominios de
Cainpania entre los ciudadanos pobres, y enviar
colonias á CzIpua y á los lugares vecinos. Manifes-
tó sus graves aprensiones de que C:tpua, llegase
con el tiempo á ser una gran ciudad plebeya rival
de Roma: extendióse en cwasideraciones sobre los pe-
ligros que ofreci5 esta ciudad. en tiempo de Ani-
bal, sobre el orgullo y el carácter vicioso atribui-
dos en todos los tiempos á sus habitantes, y con-
denó un plan que debía infaliblemente crear un
gran poder rival en el centro de Italia. Durante los
progresos de la guerra social, los aliados habian
amenazado destruir á Roma y trasladar á Corfi-
nium la residencia coman del gobierno (1). Seme-
jantes peligros podían renacer nuevamente; y por
más que ni aún el mismo Ciceron abrigaba quizá
ningun temor serio respecto á la fundacion de la
nueva colonia, comprendemos fácilmente lo que
habia de plausible en este argumento dirigido al
orgullo de los comicios romanos. Los discursos del
gran orador contra la ley agraria de Rulo se cuen-
tan entre los más brillantes triunfos de su arte.
En tres arengas sucesivas convencio primeramente
al Senado de que la proposicion era impolítica ;

(1) Vell., II, 16: «caput imperii sur COrfilliUM. elegerant


-quod apellarant Italicum.» Comp. Lucano, II, 136:
«Tum, cum pene caput mundi rerunque potestas
Mutavit translata locura, Romanaque Samnís
Ultra Caudinas speravit vulnera turcas.»
152
persuadió despues al pueblo de que no traería nin-
(Tuna ventaja 1,ti, sus intereses, y por último, negó
con vehemencia las indicaciones del tribuno sobre
que su oposicion. obedeciese á miras personales.
Crítica posicion de Ciceron. En lo que respecta
á Ciceron. y á su rigorosa hostilidad á esta medida,
es el hecho que la , proposicion le colocaba en una
situacion crítica, y que necesitó una habilidad con-
sumada para salir de ella con cierta apariencia de
honor. Había llegado al pimIculo de á su ambicion,
primero sosteniendo ciertas pretensiones popula-
res, bajo la egida de Pompeyo, despues persua-
diendo á los nobles de que habia sido siempre aris-
tócrata de corazon, que sus tendencias liberales
habian sido mal interpretadas, y que él estaba
completamente al servicio de sus intereses. La ley
de Rulo era una piedra de toque de su política real,
á la que era imposible escapar. Era una de esas
medidas decisivas que ponen á prueba el entusias-
mo de los adictos de un partido ; no era posible sos-
tenerla y hacer profesion de olig:trquico; no podía
combatírsela y conservar el afecto del pueblo. Era
una ingeniosa extratajema de los partidarios de
Mario para obligar á Ciceron á romper con el pue-
blo, á quien habia aduladopor tanto tiempo, sien–
do así que, segun la crencia general, estaba ven-
dido al Senado. Ciceron sentía evidentemente una
gran repugnancia á pronunciarse de un modo cla-
ro en favor del partido aristocrático,por más que
se propusiese defender en el porvenir esta causa.
El exfuerzo que en último término hizo para con–
vencer ► los dos partidos de que defendía realmen -
te los intereses de ambos, nopodía en Bailar á ni n-
guno de ellos, y las brillantes declamaciones
á pro-
153
pósito de los imaginarios peligros de su nueva
Cartago , no tenían otro objeto que cubrir su
ignominiosa retirada de una posicion que no era ya
sostenible.
Persigue César á Calpurnio Pison: disputa d Ca-
lulo la dignidad de gran Pontífice, y sale victorioso.
(arlo 691 de la C, y 53 antes de J. C.)—Cayo Cal-
purnio Pison era un noble de gran reputacion y
un partidario adicto del Senado. Habia sido consul
en el alzo 687 de Roma, obtenido despues la pro-
vincia de la Galia Trans-alpina y reprimido el espí-
ritu de insurreccion de los naturales con una se-
veridad excesiva. Los Alóbroges presentaron contra,
él una acusacion por malversaciones, y el asesina-
to jurídico de un galo traes-padano dió á César,
como patrono de este pueblo, una ocasion oportu-
na para llevar adelante su plan, de persecucio-
nes (1). Hallábase Ciceron íntimamente ligado con
este Pison, que habia ensalzado á Atico como el
pacificador de los Alóbroges (2), y con el cual, á
pesar de su ausencia, habia concertado los medios
para su propia elevacion al consulado (3). Entón-
ces comenzó su defensa, y los jueces le absolvie-
r .n sin dificultad (4). Este resultado importaba
poco al partido popular, satisfecho de ver que eran
más profundas cada die, las divisiones entre los
jefes de las facciones rivales, y las animosidades
personales que los hacían irreconciliables. Pison

(1) Salas., B. C. 49: Pisso opugnatur, in judicio pmeunia-


rum repetumdarum, propter transpadani supplicium injustum.
(2) Cic., ad At., I, 13.
(3) Idem, id., I, I.
(4) Cic., pro Flac., 39: «Clonsul ego nuper defendí C. Piso-
nem qui, quia consul fortis constanslue fuerat, incolumis est
R.eipublicw conservatus.>>
— 154
juróvengarse, y poco despues hizo un exfuerzo
desesperado para conseguirlo, de acuerdo con Ca-
tulo, se hallaba Cambien ahora irritado por un
nuevo desaire. Hemos visto ya la indig, nacion que
este noble, el viejo campeon de la constitucion de
manitest , '), cuando el reeien venido, á quién el
partido de Mario reconocía por jefe, exhibió en el
Capitolio los despojos de su venerado héroe. Habla
fracasado además al pedir el castigo de tamaña
audacia, quedando allí los trofeos para perpetuar
el recuerdo del insulto. Fácil es imaginarse cuanto
debía esto mortificar al ídolo de los nobles, al tan.
honrado príncipe del Senado, y cuán cruel herida
debió sentir el día que, presentándose como can-
didato para el cargo de pontífice máximo, la dig-
nidad más respetable á que podía aspirar un ciu-
dadano, halló en frente al mismo César, jóven.
todavía, novicio en los negocios públicos, no ha-
biéndose hecho aún célebre por ninguna hazaña
civil ó militar, pero bastante atrevido para hacerle la
oposicion Los nobles hacían alarde, en efecto,
de no considerar á César sino corno un loco di-
sipador, y ver en las dificultades de su embara-
zosa posicion económica, que era muy conocida de
todos, el solo titulo de su fama. Catulo ofreció,
quizá por irrision, comprar á su competidor, aten-
diendo á sus más urgentes necesidades, á fin de
que dejase el campo libre á su rival Servilio, que
era un candidato digno de él, y que acababa de lle-
gar triunfante de Oriente, con el título de Isauri-

(1) Salust., B. C., 49; «Catulus ex petitione pontificatus


odio incens, quod extrema tate maximus honoribus usus ab
ad olescentulo CEesare victus discesserat,»
155
co. Pero César co l'ocia bien su posicion y habla
calculado sus recursos. Rechaz con menosprecio
las ofertas de Catulo, y declare que perseveraba en
sus propósitos, y que, en cuanto á sus deudas, se
hallaba dispuesto á contratar un nuevo empréstito
para ganarle la partida (1). Los decretos de Sila
ha'oian quitado al pueblo el derecho de elegir el
colegio sacerdotal, y halan constituido este cuer-
po en elector de sí mismo.
Lo que no se vó claramente es la forma que el
Dictador habia fijado para el nombramiento del
Pontifi ce supremo; pero es probable que se hubiese
confiado á los comicios Centuriados por la misma
ley de Labieno que habia conferido al pueblo la
eleccion de los sacerdotes. Parece que hacía poco
tiempo qu e el partido popular Labia obtenido este
triunfo ( 2), y César podía con razon contar con el.
apoyo de muchos elect ores. Por lo denv'ts, no se le
ocultaba que habi a puesto á una carta todo su por-
venir. Cuando llegó el. momento de presentarse en
público, le esperaba su madre llorando á la puerta
de su casa, y él la abrazó, dirigiéndole estas pala
bras:.«hoy tendreis un hijo ó Gran Pontífice ó des-
terrado (3).>N La eleccion concluyó con su elevacion
alpuesto más alto de la República. Fueron violadas
las antiguas tradiciones del Estado en favor de un
hombre tan jóven y tan inesperto, y el Senado
comprendió que habia pasado para siempre su in-
fluencia sobre los ciudadanos; no le quedaba otro
remedio que aprestarse para el combate, y poner
sólo su confianza en su bolsa y en su espada.
(1) Plut,, Cces.. 7.
(2, Dion., XXXVII, 37; Comp., Fischer, Rom. Zeit., p. 228.
(3) Suet., Jul., 13.
- 156
Intentan los 2zo7?es complicar d César y ti Craso en
la conspi2 4 acio7Z.—En medio de tantas agitaciones y
disturbios, se amedrentó la asamblea de los nobles
por el descubrimiento de la existencia de una cons-
piracion que tenía por objeto la destruccion de la
República. Sila y Mario, y áun Cina y Lépido, ha-
bian sido jefes de partidos en. cuyas banderas iban.
inscritos leyes y prime ipios determinados. Pompeyo
podía intrigar por su interés propio, pero manifesta-
ba al ménos algunas pretensiones populares: César
pudo jurar tal vez la dtestruccion de la oligarquía;
pero era tambien el ca,napeon de una clase y de deter-
minados intereses. Mas el hombre de cuya terrible
empresa se hablaba ya en. toda la ciudad, no era
más que el jefe de una maquinacion. tenebrosa. Se
decía que amenazaba destruir las leyes, entregar
la ciudad á las llamas, y el imperio á la anarquía pa-
ra satisfacer los deseos de una turba de aventure-
ros sanguinarios y rapaces. Lucio Sergio Catilina,
un noble de costumbres licenciosas, había solicitado
el consulado para el año 690. Publio Clodio, jóven,
no menos disoluto, pero que aún no era tan conoci-
do, present ") contra él una acusacion de malversa-
clon en la provincia de donde había poco ha r' egre-
sado (1). Corrieron rumores—cuya autenticidad no
puede afirmarse, porque el caso no lleg á ser del
dominio público,—de que Catilina había, tramado
con Autronio, (que habla sido privado del consulado
por cohecho) con Calpurnio Pis -in y otros nobles
disolutos, una conspiracion para asesinar á los can-
didatos triunfantes y apoderarse de las riendas del

(1) Ascon., Ad Cic. Orat. in, to ►, cartd., p. 85. Comp. Sa-


iustio, Bello 13; Cie., M'o Cilio, 4.
157
, Estado. Tambien se habían mezclado en estos ni-
mores los nombres de Craso y César como compli-
•cados en la conjuracion. Cuando se preguntaba
con qué recursos contaban los exaltados intrigan-
tes, se contestaba que Pison, que se hallaba al
frente del gobierno do una de las provincias ib6ri-
cas, estaba encargado de organizar una fuerza ar-
mada en aquel punto, fin do contrarrestar las
legiones do Pompeyo. Este plan fué oportunamen-
deshecho, y descubiertos y seiialadoslos principales
c mspiradores. Pison fué poco despees víctima, en
su pr o vincia, de los bandidos, ó tal vez de asesinos
pagados para el caso. (1) Pero los procedimientos con
que el gobierno amenazaba ti los culpables, fueron
detenidos por la intervencion de un tribuno, y ja-
más fueron reveladas las circunstancias de la cons-
piracion.
Sergio Catili2un—Tan grande era la in-
fluencia de Catilina, á causa de la antigüedad de su
familia y de su< relaciones personales, y tal el in-
terés que sus maquinaciones podían excitar entre
los perturl)adores y ambiciosos, óun en el corazon
de la República, que no solamente no consiguió el
poder ejecutivo convencerlo de este crimen fla-
grante, sino que no vaciló aquél en presentarse can-
didato al consulado para el siguiente ario; y esto
cuando pesaba sobre él la acusacion de Clodio
que ántes nos hemos referido. El carácter de este
famoso conspirador se nos pinta por los escritores
de aquel tiempo con los más sombríos colores.
Cruel y voluptuoso, sin fortuna ni reputacion, ali-

(1) Salust., Bell. Cat., 19: «Nos eam rem in medio relin-
quemus.»
158
mentaba extravagantes ilusiones y fomentaba la
prodigalidad y los vicios de una juventud desen-
frenada. Tenía , sin embargo , mucho valor perso-
nal,probado en juveniles afios con motivo
de las guerras de MIlrio y Sila, y ya en la viri-
lidad, su audacia era temeraria como quien no
tiene escrúpulo alguno. Poseía un. talento particu-
lar, el de halagar y ejercer cierta influencia áun
sobre los ciudadanos más sábios y mejores del Es-
tado. Estas cualidades bastaron para colocarle á la
cabeza de una faccion, en la que habia personajes
notables por la nobleza de su linaje. La única ma-
nera de salir de la embarazosa situacion en que se
hallaba, era la dé ser elegido para el consulado, y
pasar despues como procónsul á la provincia que
le correspondiese, y se concertaron sus amigos,
acredores y dependientes para conseguir elevarle á
una posicion tan codiciada. Sus medios eran for-
midables, y no obstante su de plorable situacion
económica, podía quizá, contar con el auxilio de
Ciceron, que, á consecuencia de su nueva alianza,
estaba dispuesto, á pesar de ser competidores en la
aspiracion al consulado, á defender su causa Con-
tra Clodio (1). Pero, al parecer, no se necesitaron
los servicios del flexible orador, pues Catilina fué
absuelto por el favor de sus jueces, y quizá tam-
bien por la corrupcion de su acusador; mientras
que, por otra parte, fracasó su candidatura para el
consulado, siendo elegido Ciceron en union de un
tercer candidato, Cayo Antonio. Su buena gstrella
hizo que no quedasen sellados los lábios del céle-
bre orador, pudiendo pocos fueses despues denun.-

(1) Cie., ad Att., 1, 2.


— 159
ciar sin sonrojarse al que estuvo á punto de ser su
cliente, corno el monstruo más horrible o ey el. c r .
nal más grande de aquel tiempo.
Sus perversos designios. Durante -el año 691,
estuvo Ciceron al frente del gobierno de la Repú-
blica. Ya hemos hecho algunas indicaciones sobre
los notables sucesos de este año memorable. El
Cónsul propuso varias medidas y reformas saluda-
bles; pero dedicándose con preferencia á defender
y á fortificar el poderío y los intereses de la oli-
garquía, la cual, en realidad, habla favorecido su
rápido ascenso por los temores que abrigaba hasta
por su propia existencia. Entre tanto iba hacién-
dose cada vez más desesperada la posicion de Cati-
lina. El fracaso de sus esperanzas respecto á al-
canzar algun dia el mando de una provincia, Lechó
por tierra el último recurso legítimo de su ambicion.
No le restaba otro camino que ocultar la situacion
en que se hallaba, apelando á promover una con-
mocion general, una revolucion. Cada época tie-
ne su expresion para designar una situacion de
quiebra legal. Los jóvenes romanos pródigos pe-
dían nuevas Tablas, ó una liquidacion general, y
no puede dudarse que sus miras eran personales
ántes que políticas, que lo que en primer lugar
buscaban era la extincion de sus deudas, y des-
pues la distribucion de los cargos públicos (1).
Sus asociados y partidarios. Los nombres de
los asociados de Catilina demuestran la nobleza
de su familia, lo elevado de la posicion de los hom-

(1) Salust., B. C., 21: «Tum Catilin2e pollicere Tabulas no-


vas, proscriptiones locupletium, magistratus, sacerdotia, ra-
pinas.» •
- 160
-bres que se estaban preparando para provocar una
revolucion desesperada. Entre ellos habia, dos so-
brinos del Dictador. Autronio y Casio habian sido
candidatos para el consulado; Bestia era tribuno
electo; Léntulo y Cetego miembros ambos de la
familia de los Cornelios, de la que Sila habia sido
jefe y protector, eran nobles de linaje ilustre aun-
que de costumbres corrompidas. Hasta se sospechó
que el cónsul Antonio secundaba en secreto los
designios de los conjurados y sentía cierta inclina-
cion en favor suyo. Contaban con el apoyo de los
hombres que halan sido perseguidos por Sila en
cualquier sentido (1), y esperaban excitar los de-
seos de desórden y de rapiña que abrigaba la hez
del populacho. Esperaban además el auxilio armó
do de los -veteranos que habían disipado ya en vi-
cios la posicion y los bienes que tan repentina-
mente habian adquirido (2). Propusiéronse tambien
despertar en las razas italianas los sentimientos
de hostlidad Mcia, sus conquistadores (3); final-
mente determinaron apoderarse de las escuelas de
gladiadores que había en Capua; y algunos de
ellos no hubieran tenido escrúpulo en promover
una nueva insurreccion de esclavos y crimina-
les (4). Esta última medida era la única enormidad_
á la que vacilaba en asentir Catilina. ] q ué solicitado
para esto m ,. 5 especialmente por Léntulo; y cuan-
do se conoció una proposicion tan infame escrita
-A • ,T,Tr-

(1) Cie,, pro Murena, 24: «Quam turbam dissimilimo ex


genere distinguebant homines perculsi S'ullani temporis cala-
mi-tate.»
(2) Cie., in Catil., II, 9; Salust., B. C., 16, 28.
(3) Salust., B. C., 28.
(4) Idem, ibid., 30.
161 —
por uno de los Cornelios, llegó á su colmoel hor-
ror y la indignacion del pueblo romano (1).
_Descubrimiento y represiorb de la conspirecion.—
Catilina, continuó ocultando sus propósitos por
medio de peticiones hechas por el voto de las tribus,
pero se sospechaban generalmente sus designios.
El secreto de los conspiradores, si tal podía ya lla-
marse, fué revelado primeramente á Ciceron por
la querida de uno de los cómplices, y comunicado
por él oficialmente al Senado, que invistió inme-
diatamente á los cónsules de poderes extraordina-
rios para que protejiesen la República (2). Mas con
el descubrimiento de la conspiración comenzó en
realidad la embarazosa posicion del gobierno. En
un caso de tanta gravedad en que jugaba la exis-
tencia de mucilDs nobles romanos, cuando no se
tenía seguridad de si la secundaría ó no el popula-
cho, y los jefes de la democracia se hallaban siem-
pre alerta para aprovechar el primer movimiento,
era necesario hacer luz, mucha luz, sobre los he-
chos á fin de arrastrar las pasiones del pueblo á
favor del gobierno. Ciceron mostró una habilidad
consumada en lá atrevida y al parecer peligrosa
marcha por él emprendida. Hizo primeramente que
Catilina desesperase del triunfo, probándole el per-
fecto conocimiento que de sus designios tenía, y
le permitió salir de la ciudad sin ser inquietado, y
hasta que se refugi ase én medio del ejército que

(1) He aqui el tenor de h carta de Léntulo que se cogió á


uno de sus cómplices: «Auxilium petas ab omnibus, etiam ab
infi mis,» lo cual fué interpretado por un mensaje verbal: «Quam
hostis a Senatu judicatus sit quo consilio servitia repudiet.»
Salust., B. C., 44.
(2) Salust., B. C., 29: «Senatus cleerevit darent operara Con-
sules nequid respublea detrimenti caperet.»
MERIVALE. TOMO I. 11
- 162 -
los insurrectos habían formado. Inmediatamente
despues de su partida , y conocida con certeza su de-
feccion, pudo ya e iüonsul convoca: el Senado y que
éste declarase á Catilina enemigo público. Pudo tam-
bien presentarle como un invasor hostil, dispuesto á
caer sobre la ciudad al frente de sus adictos. de
Etruria y del Picenun, y consiguió revivir el anti
guo pánico de la invasion de los Galos, aumentado
con los temores de una insurreccion de los es-
clavos. No hubo una voz más eficáz para po-
ner, por decirlo así, en ebullicion la sangre del
pueblo romano, y unirle contra el coman enemigo.
Consiguió además convencer de traicion ái todo
ciudadano que mantuviese correspondencia con el
proscrito. No se exigían otras pruebas de intencio-
nes traidoras, que el hecho de haberle enviado si-
quiera una línea escrita, por vago y disimulado
que fuese su contenido. Recurrió además el cónsul
á nuevos artificios para que llegasen á sus manos
muchos documentos de esta naturaleza. Consiguió
detener á algunos mensajeros que llevan cartas
los conspiradores, y arrancarles revelaciones ver-
bales suplementarias. Tina vez dueao de estos do-
cumentos, mandó prender á todos los conspirado-
res cuyos nombres se le habian señalado. llízoles
comparecer sucesivamente ante el Senado, los ca-
reó con sus mismos mensajeros, y les presentó sus
escritos con su sello. El Senado se reunió en se-
sion secreta y examinó los cargos y las revelacio-
nes de los cómplices. Con estas revelaciones y
pruebas se vino en perfecto conocimiento del papel
especial que debía desempeñar cada asociado, el
asesinato del cónsul, el incendio de la ciudad por
diferentes puntos, y el saqueo del tesoro público,
163 —
las señales convenidas entre el jefe y sus compa-
ñeros, y la definitiva distribucion de los despojos.
Es notable sin embargo que en la tercera Catilina-
ria, dirigida por Ciceron al pueblo inmediatamente
despees de terminada la instruccion y la convic-
cion de los criminales, no entrase en ninguna
prueba de su culpabilidad como conspiradores
contra el gobierno. Contentóse con demostrar la
evidencia de la traicion, su correspondencia con
Catilina, que era un enemigo páblico, y sus inte-
ligencias con ciertos diputados de los Alóbroges,
tribu gala, objeto entónces de grandes alarmas
para los Romanos (1). Esto bastaba para estigmati-
zarlos como hombres comprometidos á apoyar una
invasion enemiga, á introducirla en la ciudad, y á
entregar ésta al pillaje de los Etruscos y de los
Galos. Esto bastaba para justificar las pavorosas
descripciones de incendio y de matanza que Cice-
ron hala pintado al público con tan vivos colores.
Mas para entrar de lleno en la prueba de la culpa-
bilidad del acusado hubiera sido necesario descor-
rer el velo y mostrar al mundo los vergonzosos y
repugnantes medios á que el cónsul haLia recur-
rido, sus intimas relaciones con hombres y mujeres
de la más baja estofa. Esto hubiera hecho poco fa-
vor á la dignidad del gobierno, y se avenía mal
con la reserva política de una asamblea aristocrá-
tica. La argumentacion de Ciceron no se hubiera
fortificado entónces con la exhibicion de pruebas
de maquinaciones dirigidas contra su vida, pues él
no era á la sazon el favorito del pueblo, ni con la

(1) Cic., in Catil., III, 9: «Homínes Gali civitatem male pa-


cata; (pile una gens r3stat quw populo romano bellum facere et
posse et non note videatur.»
— 164 •

revelacion del proyecto de los conspiradores para


distrIaIrse las magisl:ra.uras y ,-.1s sacerdocios,
porque esto le buliera sido compi e tam indife-
rente (1). El fin del gobierno fu é ()isten-ido por das re-
velaciones parci{:les que s-n_ orador plugo hacerle;
y la presuncion de algunos escri1:ores modernos
sobre que coudenacion -,os crinlidIdes no se
-.,poyó en ninguna prueba legal suficiente, es pu-
lamente ilusor a.
Los nobles dejan de complicar á César y c Craso en
la conspiracion.—La conspiracion así descubierta y
sofocada en los momentos más críticos, se nos ha
pintado por todos Tos escores contemporineos y
posteriores, con datos casi evidentes, sólo como la
°ora de una ambicion privada. Pero no desaprove-
chó el partido gobernante la ocasion que se le pre-
sentaba para acriminar á sus adversarios políticos.
Era tan obyia y natural la iusinuacion de que Craso
y César estaban en connivencia con el comun ene-
migo, que ni entónces ni despues se ha desacredi-
tado por completo este rumor y creencia; pero el
hecho de hallarse estos dos jefes tan íntima y di-
rectamente interesados en este complot, hasta el
punto de estar ya designados el uno como dictador
y como general de la caballería el otro, debe dese-
charse como exajeracion notoria. Cabe, sin embar-
go, en lo po,ible que favoreciesen secretamente el

(1) La reserv a que guardó Ciceron en esta materia no pa-


só desapercibida entre sus contemporáneos; pero sí fue un ob-
jeto de ataque para Clodio, y encontró la completa aprobaeion
de los mejores ciudadanos. Cic., ad At., I, 14. Me tantum
comperisse omnia criminabatur (sólo me musa de saberlo to.
do.) Compárese ad Div., VI, 1. Esta era la frase con que el cón-
sul acostumbraba indicar su conocimiento de los hechos, cuan-
do se abstenía de revelar las fuentes de su informacion.
165
plan de los conjurados con la esperanza de apro-
vecharse de la explosion, pues si bien sobrevino' el
fracaso (cosa que César preveía casi con seguridad
completa), no dejó, sin embargo, de entorpecer la
marcha de la oligarquía, impulsando además á la
República por el camino de la revolucion, y ha-
ciendo que el pueblo se fuese familiarizando con la
idea de que no podía continuar por mucho tiempo
la antigua marcha política y administrativa. Pero
los nobles trataron de complicar más aún á César.
Catulo y Cayo Pisen instaron á Ciceron para que
incluyera entre los acusados á los jefes de los Ma-
rianistas (1). Los testigos estaban prontos á com-
parecer, y próximo á, darse el golpe; y sólo la fir-
meza de Ciceron, que veía la gran popularidad de
César, podía arrancar de manos de la justicia á
todo acusado que como defensor le buscase, y evi-
tar que compareciese ante el Senado bajo el peso
de una acusacion capital.
Los asociados de 0' atilina son condenados á muer-
te por decreto del S enado.—La elocuencia é ingenui-
dad. de Ciceron habian conciliado á, los oligarquis-
tas el favor del pueblo y robustecido su poder con.
una fuerza que no habian tenido desde hacía ya
mucho tiempo. La cuestion ahora era saber hasta
qué punto podía contarse con este favor. Nueve de
los traidores habian sido convictos; cinco de los
cuales estaban presos, no habiéndose áun decidido
la clase de castigo que hacia de imponérseles. Se-
gun las interpretaban los patricios, las leyes de la

(1) Salust., B. C., 49: «Sed iisdem temporibus, Q. Catulus


et C. Piso neque preeeibus neque gratia Ciceronem impellere
potuerunt, uti per Allobroges aut par alium indieem C. Cmsar
falso nominaretur.»
166
República, conferían al Magistrado la autoridad ab-
soluta desde el momento que el Senado daba su úl-
timo decreto: «procuren los cónsules que la Repú-
blica no sufra ningan daño.» Tampoco se necesi-
taban, en el presente caso, pruebas evidentes que
apoyasen un acto de extremo rigor, que la máyo—
ría de la Asamblea habia, de hallar justificado y
hasta aplaudirlo. Pero Ciceron sabía bien que los
comicios jamás habian autorizado una prerrogati-
va tan extensa, y que su poder y su rivalidad con
los patricios habian aumentado extraordinariamen-
te en tiempo de los Gracos. Existía tambien un
precepto en la ley romana, en virtud del cual nin-
gun ciudadano podía ser condenado á muerte sino
por el voto de los comicios reunidos por tribus.
Pero el Senado vacilaba aún en apelar al pueblo,
temiendo que no se cumpliese lajusticia ni se satis_
ficiese su deseo de venganza. Delegando su autori-
dad en el cónsul, no se atrevía, á asegurar su im-
punidad si éste se aventuraba á obrar con energía.
Excitadas las pasiones del pueblo por irritados de-
magogos, se negarían á someterse á cualquiera pre-
tension cuestionable; por consiguiente, áun en el
momento del triunfo era Ciceron demasiado cauto
para asumir por completo la autoridad menciona-
da, y apeló de nuevo al Senado, devolviendo á la,
Asamblea la espada que ésta habia puesto en sus
manos. Reuniéronse pues los Padres en el templo
de la Concordia, que parece debía hallarse debajo
de la fachada del Capitolio; y, por loque de ella ha
llegado hasta nosotros, podemos formarnos una
idea clara de la viva discusion que sostuvieron (1).

(I) Salust., B. C, 51 y sig. Compárese la Orac. IV, Catili-


167
Los oradores amigos del gobierno pedían para los
culpables la pena capital, cuya peticion era ata-
cada con no menos vehemencia por sus contrarios.
No podía esperarse que la faccion popular asintiese
á que asumiera el Senado el poder de vida y muer-
te, sosteniendo que la prision ó el destierro era la
mayor penalidad que podía aplicar con arreglo á
la ley; pero se • discutían sus móviles y se sospe-
chaba de su lealtad; y Caton podía sostener en fa-
vor de los oligarquistas, con apariencia de justicia,
que los criminales convictos ya no eran ciudada-
nos sino enemigos del Estado. Por sus inteligen-
cias y manejos con los enemigos extranjeros ha-
bian perdido todo privilegio romano; pero no era en
el texto de la ley en donde los partidos se apoya,-
ban con preferencia: la política ó la conveniencia
eran las que dictaban los argumentos más podero-
sos de cada partido. Finalmente prevalecieron las
opiniones más austeras, y un decreto ligó las ma-
nos del cónsul, impidiéndole llevar á cabo el atre-
vido golpe á que él se inclinaba.
Motivos y argumentos en pró y en contra de este de
creto.—Asegura el historiador de la conspiracion
de Catilina que era falsa la acusacion que amena-
zaba á César, ó por lo menos , que no habia pruebas
en que apoyarla; sin embargo, el lenguaje que el
mismo historiador atribuye á César despierta contra
él algunas sospechas. Este trató de salvar la vida

J'aria de Ciceron. Es imposible hacer conjeturas sobre la


ó menor conformidad del lenguaje que Salust. pone en
boca de sus oradores con las palabras que ellos realmente pro-
nunciaron; pero Plutarco manifiesta que sólo se conservó el
discurso de Caton. que fue' tomado por una especie de not
taquigráficas, bajo la direccion deCiceron. Plut., Cat. Min.,23.
— I68
de los culpables, pero su motivo era político y no
personal; peleó por los intereses de su partido, por
el triunfo de su política, por colocar al Senado en
una situacion embarazosa, por llamar la atencion
por su clemencia y sentimientos humanitarios. Si
hubiera sido un cómplice de los conspirados, su
primera intencion halda sido enterrar la verdad
en las tumbas de sus asociados. Atendido su ca-
rácter, puede concluirse que le repugnaba y se ex-
tremecía ante la barbárie, de derramar sangre ro-
mana en el cadalso en donde rara vez se habla ver-
tido sino cuando lo ordenaban los tiranos. Confesó
que los culpables habian incurrido en las penas
más severas; mas para hombres libres y de enten-
dimiento, el destierro ó la prision serían aun peo-
res que la muerte. La ley permitía estos castigos;
el infringir esta ley habia excitado la rivalidad de
las facciones políticas. Los asesinatos de los Gra
cos y de Saturnino, habian predispuesto al pueblo
á una terrible venganza. Las proscripciones de
Mario habian provocado ya represalias; la ejecu-
cion_ de Léntulo y de sus asociados abrirían otra
era de efusion de sangre. La reaccion seguiría á la
revolucion, y cada partido diezmaría los afiliados
su contrario (1). Este era el argumento popular del

(1) Aunque infructuosos en cuanto al éxito principal del ne-


gocio, ejercieron los argumentos de César grande influencia.
<<Metum injecit asperiora suadentibus idemtidem ostentaras,
quanta eos in posterum a plebe romana maneret invidia.»
Suet., Jul., 14. Tiberio Neron le ha precedido manifestando
análogos sentimientos. App., B. C., II, 5: Salust., 13. C., 50. La
profunda impresion que la violencia de Sila produjo en el áni-
mo de los Romanos, puede calcularse por un notable pasaje de
Dion. de Hal. (A nt. rom., V. 77). Su dictadura fue mirada como
una tiranía. Obró cual ningun romano habia obrado hasta en-
tonces, y trató á sus conciudadanos como no habian sido nunca
tratados.
— 1(3 -
dia. Humillado el partido popular apeló z1 los prin-
cipios de clemencia; pero los nobles se habi a . n en-
greido conociendo que el hecho de descubrir y
reprimir una conspiracion proporciona siempre
grandes ventajas á los gobiernos débiles, y salu-
dal\an con efusion 1111 acontecimiento que les sumi-
nistraba una ocasioii de probar que podían defen-
der su posicion sin el auxilio de un jefe militar.
Sospechaban y temían que su protector se ha-
bria quizá retirado para reunir sus fuerzas á cierta
distancia 'y poder atacar despees sus prerroga-
tivas. Habíalos dejado expuestos los furiosos ata-
ques de los Marianistas cuyo valor se labia reani--
naado evidentemente en su ausencia. Contaban en
sus filas unos cuantos espíritus atrevidos que se ha-
bian propuesto apoderarse, por decirlo así , de la cri-
sis y asegurarse por medio de un golpe de audacia
contra los enemigos francos ó encubiertos. Ciceron
fué quizá, un instrumento de estos hombres, hasta
en los momentos en que acogían con atronadoras
salvas de aplausos las sombrías y horrorosas pin-
turas de carnicería y de conflagracion con que
aquél amedrentaba á los tímidos para que aproba-
ran sus medidas. La destruccion de los jefes trai-
dores fué planteada y ejecutada deliberadamente.
Cuando el peligro llegaba su colmo, se fijó la re-
solucion de los indecisos por un acto de violencia
que les cortó toda retirada. Podía esperarse que
Pompeyo tornaría esto como un pretexto para una
intervencion militar. Los que sobreviviesen apela-
rían á él sin duda, y éste acogería su súplica. Los
nobles arrojaron el guante y desafiaron al jefe de
sus propias legiones. Seguramente que calculaban
mal su fuerza, si pensaban resistirle siguiera por
170
un momento; pero conocían sin duda a su contra-
rio, y pensaban intimidarle adoptando una actitud
imponente, para que aprobase sus medidas, y caso
de que su plan no correspondiese á sus esperanzas,
pensaban sacrificará Ciceron á quien no querían y
despreciaban. Mas conociendo éste, á su vez
la traicion que le preparaban, insistía en compli-
carlos y que cayese sobre ellos una parte de la
responsabilidad de las ejecuciones; y por conse-
cuencia, fué decretada la pena de muerte por una
gran mayoría de la Asamblea, siendo ejecutados
inmediatamente en la cárcel pública ó en las ca-
sas en donde eran custodiados.
Violezcia de los nobles y descontento del pueblo.
Estas primeras ejecuciones despertaron el furor y
la sed. de sangre en la faccion triunfante, y el mis -
mo César, al bajar las escaleras del templo, fué
atacado y estuvo próximo á ser sacrificado á sus
bárbaras pasiones. El cónsul iba acompafiado de
un número de jóvenes armados para que defendie-
sen su persona, los cuales rodearon al caudillo ri-
val y le amenazaron con sus espadas desnudas,
mirando al mismo tiempo á Ciceron, esperando una
señal de éste para despedazar á César (1). Pero el
cónsul reprimió su furia , miéntras que un valien-
te jóven denominado Curion, que estaba llamado á
desempeñar un papel brillante en los trastornos
que siguieron, envolvió á la víctima con su manto
y la salvó sacándola de entre aquellos foragidos.
Tal fué la manera como se refirió este suceso, aun-
que Ciceron no hizo mencion de él al escribir las
memorias de su consulado. Los nobles que eonsi-

(1) Plut., Cces., 8.


171
deraban esto como cierto, le echaban en cara sus
escrúpulos in! empestivos, y tal vez por esto no
refirió este hecho por parecerle era una ocasion
que habia desperdiciado. El pueblo que creía lo
que de este suceso se contaba y estaba aún agita-
do ante la idea del peligro que su héroe habia cor-
rido se agolpó las puertas de la Curia en la se-
sion siguiente, en la que César se defendía contra
las acusaciones que se le dirigían en una discusion
larga y acalorada. Creyendo que se hallaba de-
tenido por la fuerza, manifestaron con gritos y to-
mando una actitud amenaza dora que se le dejase
libre inmediatamente. Pacificados un momento,
repitieron una y otra vez las escenas tumultuo-
sas. Excit abad y alimentaban principalmente la
agitacion de las masas los hambrientos individuos
de la clase más ínfima de la sociedad, hasta que
Caton calmó su descontento prometiéndoles una
distribucion de trigo por parte del gobierno.
ai:091 morti/lea e' irrita d los caballeros. En el.
reciente debate respecto de la pena que debia im-
ponerse á los conspiradores habia sido Caton .cl
más incitante de todos los oradores para que se les
condenase muerte. Persuadido por este consejero
temerario, se aventuró el Senado á romper el lazo
que le unía al órden ecuestre, que habla sido pre-
cisamente el principal objetivo de la política de
Ciceron y su éxito parcial, en lo cual habia funda-
do hasta entónces su principal triunfo. Apenas el
órden de los caballeros obtuvo un puesto en los
tribunales, trataron sus rivales de vengar la inju-
ria, imputándoles ciertos cargos de malversacion.
Algunos de los individuos de dicho órden que ha-
bian contratado con los censores el arriendo de los
- 1'7 2 —
productos de las rentas de las provincias orienta-
les, viendo que se hablan equivocado en sus cálcu
los, suplicaron ahora al Gobierno que modificara
algo las condiciones. El Senado no acostumbraba
á oir proposiciones de esta especie. Caton, parte
por la severidad de su carácter, parte por sus pre-
vencion contra ellos, les hacía una oposicion ruda,
y prevaleció en la Asamblea el parecer de que se
desatendiese su peticion despues de degradarlos.
Surgió de nuevo entre Ambos partidos la más viva
animosidad; y, frustrando esta discusion las miras
de Ciceron y de Pompeyo, dieron cierto carácter á
los acontecimientos siguientes (1).
Inclinase eicerou á favor del Senado. Contra-
riado así en su política conciliadora comenzó Ci-
ceron á inclinarse más hacia el órden senatorial
que al ecuestre. Rabia experimentado ya el placer
de ser admitido en las más elevadas filas de una
aristocracia exclusivista, y no le dejaba su amor
propio renunciar sus encantos y descender al ni-
vel en donde únicamente podía sostener su digni-
dad é independencia. Quej'tbase de que los caba-
lleros hubiesen abandonado el Senado, aunque su
vanidad no le permitía siquiera suponer que se hu-
biese entibiado su afecto Hacia él (2). Habíanse api
fiado en. torno suyo para defender su persona con-
tra las criminales tentativas de los conspiradores,
insistiendo en considerar su celo cor p uniestra, no
de interés público, sino de adhesion personal (3).
(1) Cic., ad Att., 1, 19.
(2) Idem, ibid.: «Vidi nostros publicanos faene a senatu
disjungi quam quam a me ipso non divellerentur.»
(3) Cic., ad Att., II, 1: «Nunc yero cum equitatus ille noster
clueco ego in clivo eapitolino collocaram, senatu deseruerit...
equites curiae bellum non mihi.»
- 173 —
Pero no tardó en conocer que los servicios que ha-
bia prestado no podían asegurarle ningun dominio
efectivo sobre un partido que despreciaba á su
bienhechor y estaba dispuesto hasta á, rebajar su
mérito. Ningun hombre conocía mejor la ineptitud
de sus jefes jactanciosos; en todas las situaciones
de la vida pública Labia medido su injusticia, su
violencia y su indolencia. Extremecíase ante la
idea de los peligros que podían atravesarse en su
camino, de la audacia de César, del ofendido orgu-
llo de Pompeyo, y no ménos quizá de la sombría
austeridad de Caton, bajo cuya direccion se colo-
caban gustosos. Ciceron hace cumplida justicia
los móviles de este nuevo campeon, que se esforzó
con firmeza y buen éxito por plantear ó traer á, la
vida real las teorías más estrictas de su austera
filosofía. Pero perjudicaba á su propia causa con
las mejores intenciones y la lealtad más verda-
dera: hablaba como si viviera en la república de
Platon y no entre las heces de Rómulo (1).
Extravagantes ideas que predominaban en el pue-
blo.—Xecesidad de Una inteligencia 09'i§i92 al y poderosa.
que los gobernase—Las filas de ámbos partidos se
hallaban ocupadas por hombres de buen sentido
práctico que halan pasado su vida en las libres y
activas esferas del campamento y del forum; pero,
á excepcion de César, sería difícil señalar entre
ellos un hombre de Estado, de génio original ó uno
que pudiese discernir los signos y las necesidades
del tiempo y concebir medidas generales que es-
tuviesen en armonía con. ellas. El temperamento

(1) Cic., 1. c.: «Sed lamen ille optimo animo utens, et sum-
ma fide nocet interdum reipublicw. Dicit enim tanquam in Pla-
tonis arcala non tanquam in Romuli fece sententiam.»
174
del pueblo romano en esta crisis de su historia
exigía la direccion de una imaginacion de más vi-
goroso alcance que el que poseía un Ciceron ó un.
Pompeyo, cuyas dotes, corno hombres públicos, se
limitaban á la administracion; pero que no podían
ni entender ni luchar con el gran mal de la revo-
lucion de Sila, que había reprimido el progreso
natural de la reforma y de la libertad y vuelto á
una constitucion que no respondía ya al carácter
nacional. El pueblo había experimentado ya un
marcado cambio en sus ideas y motivos de accion.,
mientras que áun estaba adherido con su natural
pertinacia á formas muertas. La extension y rapi-
dez de sus conquistas, que habian traido consigo
inmensas riquezas y medios de bienestar material,
habia fascinado los ánimos con las ideas más extra-
vagantes. Cada año traía consigo mayor suma de
corrupcion. M. Lépido, cónsul en el año de la
muerte de Sila, edificó el palacio más suntuoso
que hasta entónces se habia visto en Roma; pero,
35 años despees, rivalizaban, si es que no le supe-
raban en magnificencia, m a s de cien edificios par-
ticulares. Lo mismo sucedía con la extension de
las posesiones territoriales de la nobleza, con su
acumulacion de vagilla, alhajas y otros objetos de
lujo, así como con sus exclavos y dependientes.
La desmedida tasa del interés que existía para los
préstamos ordinarios, demuestra que la apertura
de nuevos cauces para el curso del capital, sobre-
pujaba aún á la rápida multiplicacion de la rique-
za. Los prejuicios nacionales contra el tráfico ale-
jaban al capitalista , de un comercio regular y se-
guro para engolfarle en arriesgadas especulacio-
nes. La maldiciou de la estirilidad iba unida á esta
175 —
abundancia mal adquirida: en vez de derramarse
por toda la extension de la República. se hallaban_
acumulados los tesoros del mundo en unas cuan-
tas manos avaras. Ciceron nos ha conservado el
aserto del tribuno Filipo, de que, en un período no
lejano, no llegaban á 2.000 los ciudadanos que
eran propietarios (1). Tal parece que era el nú-
mero real de esa clase que gobernaba el Oriente y
el Occidente con sus ejércitos, sus leyes, sus li-
beralidades y sus préstamos. Pero la codicia no
atendía apenas á estas consideraciones. Todas las
miradas se hablan separado ya de la sencillez de
lo pasado y se fijaban en el porvenir, que parecía
prometer goces sin cuento. Los hombres se burla-
ban de la rudeza y escasos conocimientos de sus
padres y hasta de su propia infancia. Sólo algunas
-veces en el tras curso de los siglos, como al descui
brirse un nuevo continente ó al derrumbarse una
série de creencias é instituciones religiosas, es
cuando la imaginacion se levanta á su gigantesca
altura. Pero una generacion corno la nuestra, que
ha presenciado tan extraordinario desarrollo de
recursos industriales y de aplicaciones mecánicas,
y ha observado, dentro de su propia esfera de pro-
greso, cuánto favorecen la imaginacion estas cir-
cunstancias, qué desprecio sentimos hácia lo pasa-
do, qué admiracion hácia el presente y qué espe-
ranzas tan atrevidas para el porvenir, puede com-
prender los sentimientos de los Romanos en este
Período de agitacion social, y ver realmente las
ideas de una edad de delirio popular.
César era el único hombre que _podía llenar las exi-

(1) Cic., De off., II. 21 «Qui rem haberent.»


176
gencias le la crisis.—Cuando la imaginacion de un
P se halla excitada por sus fervientes aspira-
ciones, procura llenar el vicio que en sí misma
encuentra por falta de miras determinadas, acla-
mando á un caudillo de más claras aspiraciones y
más enérgica accion. Necesita un héroe á quien
aplaudir y seguir, y está pronta á hacer del prime-
ro' que se presente el objeto de. su admiracion y á
conducirle en triunfo en su carrera. Mario, Sila y
Pompeyo reclamaron sucesivamente este homena-
je de la ansiosa multitud; pero los dos primeros
desaparecieron con su generacion,' y el -151timo vi-
vía para defraudar las esperanzas de sus admira-
dores, no siendo capaz de extender por ellos el
circulo del horizonte político. Por un - momento
deslumbraron á las masas la elocuencia y la acti-
vidad . de Ciceron, pero tampoco poseía esos dones
de la inteligencia que se requieren para conducir
un pueblo. Los Romanos le saludaron como el salva-
dor y padre de la patria, cual otro Rómulo ó Camilo
(1); pero esto tenía lugar en un momento de tran-
sitorio entusiasmo por el pasado, en que su imagi-
nacion se elevaba por un momento á sus primeros
fundadores y libertadores. Sus miradas, sin em-
bargo, se di':■_gían constantemente al porvenir; y
hasta que el génio de César apareció entre éllos,
no reconocieron en ninguno de los aspirantes al.
poder, al verdadero capitan, legislador y profeta
de la época.

(2) Cje., in Pis.; Plut., Cic., 22.- App., B. C., II. 7; Plín.,
Hist. Nat., VII, 30; Juvenal, VIII, 244.
CAPÍTULO IV.

Derrota y muerte de Catilina. La oligarquía pone gran confianza en


este triunfo y desafía á Pompeyo.—Popularidad de Ciceron.—Progre-
sos de César en la carrera de los honores y del poder.—Vuelve Pompe-
yo de Asia: se res i ente de la actitud en que respecto de él se halla el
Senado.—Este alto cuerpo aprovecha la licencia de Clodio para uu fin
político.—Aliase Pompeyo con César y Craso.—E1 Triunvirato.—Consu-
lado de César: continúa la hostilidad entre éste y el Senado.—Obtiene
el gobierno de la provincia de la Galia.—Clodio es elegido tribuno: su
popularidad y maquinaciones contra Ciceron.—Abandono de Ciceron
por los cónsules y frialdad de los Triunviros.—Es atacado por Clodio y
se retira al destierro.

Colócase Catilina al frente de los conjurados en,


Etruria (año 691 de la C., y 63 antes de J. C.)—Ca-
tilina habia respondido á las denuncias de Ciceron
con algunas palabras amenazadoras; mas al aban-
donar á Roma dirigió cartas á algunos de los prin-
cipales ciudadanos, declarando en ellas su inten-
cion de retirarse á Marsella en destierro volunta-
rio (1); pero Catulo, que era, ó al ménos deseaba
que se le considerase como su amigo más íntimo, le
expuso francamente sus intenciones. Manifestaba
á éste que había sido impulsado al último extremo
por la violencia de sus enemigos personales; que
no podía ver tranquilamente por más tiempo la

(1) Salust., Bell. Cat., 33, 34.


MERIVALE. TOMO I. 12
— 178 ---
elevacion de Romanos indignos á los puestos de
confianza y de honor, de los cuales á, él se le excluía
p or injustas sospechas; en un palabra, que estaba
resuelto á verificar una revolucion en el Estado,
p orque tal era el sentido claro de su amenaza de
emprender la defensa de los pobres y de los opri-
midos en Italia y en la ciudad (1), Al llegar á Ar-
retium, en Etruria, tomó las insignias del mando
militar, y marchó al campamento de su adicto Ma-
lio,que habia enarbolado ya la bandera de la in-
surreccion y hacía un activo llamamiento favore-
ciendo las esperanzas de la poblacion rústica. El
Senado dió inmediatamente un decreto, en el que
se declaraba enemigos de la patria á Catilina y á
su lugarteniente, y ordenó al cónsul Antonio que
reuniese tropas y marchase á sofocar la insurrec-
cion. Al mismo tiempo juzgó prudente ofrecer el
perdon á todos los que abandonasen la culpable em-
presa, á excepcion de los dos jefes; pero no se dió el
caso, segun se dice, de que uno solo desertase de
su bandera. Por otra parte, miéntras que sus cóm-
plices en la ciudad le manda han algunos recursos
en hombres y dinero, recibía Catilina considera-
bles refuerzos de esa clase desesperada que se ale-
graba ante la perspectiva de una revolucion inmi-
nente, y corría á compartir el peligro y el botin sin
ningun concierto prévio con los conspiradores (2).
(1) Salust., Bell. Catil., 35.
(2) Entre estos traidores al Estado se hallaba un jóven,
A. Fulvio, hijo de un senador, que, detenido en el camino y
conducido preso, fué condenado á muerte y ejecutado por ór-
den de su padre (Salusto, Cat., 30; Díon., XXXVII, 3'3;
Valerio Máximo, V, 8, 5). Esta imitacion á la disciplina de la
antigua República no excitó el aplauso ni la in,lignacion
entre los voluptuosos y débiles miembros del Senado. Meri-
meo, Estztdios sobre la Hist. Rom., II, 183,
- 179 —
Su derrota y muerte.—Las fuerzas rebeldes as-
cendían á dos legiones de tropas regulares;pero
habría apenas una cuarta parte cuyo equipo fuera
completo; el resto se habia armado con lo que ha-
la, podido cojer ó arreglar que pudiera servir-
le para el caso. Esperando el resultado de las
maquinaciones de sus amigos en Roma, permane-
ció Catilina en las montañas fuera del alcance de
las fuerzas consulares. El mismo Antonio mostró
mucha lentitud é indecision, llegando su conducta
casi á hacerse sospechosa de simpatías, si es que
no de connivencia, con el enemigo, contra quien se
le habia enviado; pero afortunadamente para la
República, sus lugartenientes desplegaron gran.
vigor y actividad. Pa Pretor Metelo Celer había re-
primido con la rapidez de sus movimiento el des-
contento que amenazaba convertirse en insurrec-
cion en las dos Galias. Estaba al frente de tres le-
giones, con las cuales ocupó el Picenum y la
Umbría. y guardó las vertientes septentrionales
del Apenino. Las débiles y mal concertadas insur-
recciones del Brutium y de la Apulia, hablan sido
Cambien sofocadas rápidamente; sin embargo, si
Catilina hubiese podido escapar de la red en que se
hallaba envuelto, hubiera podido aprovechar la
estacion de invierno para excitar la rebelion en
toda Italia y reunir recursos para la campaña del
año siguiente (1). Las noticias de haberse descu-
bierto y deshecho en Roma la conspiracion llega-
ron hasta él cuando se hallaba en las inmediacio-
nes de Fésula. Su primera intencion fué refugiarse
en la Galia, con cuyo objeto atravesó el territorio

(1) Cic.,pro Sext., 5,


- 1so—
de Pistoya , y ya estaba ( punto de pasar el
Apenino cuando se halló frente á Metelo, que
estaba resuelto á cumplir con lo que su deber le
imponía, y mandaba fuerzas superiores. Podíase
aún esperar algo del favor ó cW la timidez de An-
tonio, y Catilina volvió sobre sus pasos para ar-
rojarse sobre el ejército consular. Antonio se man-
tuvo encerrado bajo el pretexto de enfermedad,
sustituyéndole en el mando Petreyo, veterano de
una fidelidad inflexible. Las indisciplinadas ban-
das de Catilina no tenían ninguna probabilidad de
resistir, ni ménos de derrotar, á sus adversarios en
el campo de batalla; sin embargo, se batieron has-
ta el fin con una ferocidad salvaje, aunque, á decir
verdad, su adhesion á sus jefes era su más honroso
titulo. Tres mil de ell 's quedaron muertos en el
campo, cada cual en el lugar que le habia sido se-
fialado; el cuerpo de Catilina fué encontrado á gran
distancia de sus filas, en medio de los cadáveres de
sus enemigos, habiendo dejado la muerte grabado
en su rostro el sello de las pasiones que le habían
animado durante su vida (1).
_Diferencias entre los jefes del Senado. Mién-
tras que los generales de la República andaban toda-
vía estrechando al comun enemigo en los Apeninos
y no se hablan destruido por completo las maquina-
ciones de sus asociados, surgían diarias querellas
entre los jefes del Senado, como si no tuviesen
.6rárnaer ...surrIlivarann YtT, or n

(1) Salustio, Bell. Cata., 61; Floro. IV, 1; Dion, XXXVII,


39, 40. Catilina salió de Roma en 9 de Nov. del año 691 de la C.,
que, segun el calendario no reformado, equivale al 13 de Enero
del año 62 antes de J. C. La ejecucion de sus asociados se coloca
en 5 de Diciembre-7 de Febrero.--y él fui muerto á principios
del año 692—á mediados de Marzo del año 62 antes de J. C.
Fischer. Zeittafeln, p. 221.
181
nada que temer en el interior ni en el exterior de
la ciudad. La eleccion de los cónsules para el año
siguiente habia recaído eu Domicio Junio Silano y
eu L. Licinio Murena. El jurisconsulto Sulpicio,
que era, lo mismo que Catilina, uno de los candi-
datos desairados, concibió cierto resentimiento por
la decision de los comicios, y acusó de corrupcion
á Murena. Ofuscado Catan por su odio á la corrup-
cion ó impulsado por la creencia de que era un de-
ber sagrado procurar el castigo de todos los delin-
cuentes políticos, accedió temerariamente á soste-
ner él mismo la acusacion. No podía suponer que
su adversario se huLiese abstenido de emplear ta-
les medios ó que entrase en el cargo con las ma-
nos limpias. De cualquier modo, en la actual crisis
de los negocios, era en extremo importante que no
se paralizase la accion del poder ejecutivo, privan-
do á Sano de su colega elegido y distrayendo su
atencion del cuidado de los intereses públicos para
fijarla en los fatigosos deberes que una nueva
eleccion habia de imponerle. Ciceron fue el que
primero comprendió esto y tomó inmediatamente
1á defensa de Murena, fiando en su reputacion
militar para dar cierto aire de importancia al reto
que el Senado estaba á punto de lanzar á, sus ene-
migos (1). Los esfuerzos del orador fueron corona-
dos por el éxito, y su discurso ofrece más interés
que de ordinario por el tono de burla en que se ex-
presa al referirse á hombres en quienes el partido
senatorial tenía una gran confianza, por el descró-

(1) El discurso P24 0 Murena fue pronunciado despues de la


marcha de Catilina, poro ántes de la ejecucion de sus asocia-
dos (cap. 37); los servicios militares de Murena se ensalzan
allí hasta las nubes. (Cap. 59, 16).
1S-2
dito que arroja con una mano sobre la ciencia ju-
rídica que tan justamente hacía célebre a Sulpicio,
y con la otra sobre la filosofía estoica de la que
Caton era el defensor y el modelo. En una obra
posterior, en la que manifiesta ciertas pretensiones
á una argumentacion seria, alude a este discurso y
reconoce que labia adaptado en él de propósito su
retórica al gusto de un auditorio vulgar (1). Pero
debemos mirar esta curiosa efusion de ligereza
como una señal de que el orador estaba ya inflado
por el triunfo de su política y no tenía escrúpulo
en satisfacer su vanidad despreciando el mérito de
los jefes de su mismo partido. Caton, que, no obs-
tante su aparente austeridad, era un hombre de
buen humor, sonrió en las barbas de su adversario
é hizo notar á los que se hallaban cerca de él «qué
cónsul tan espiritual -)oseía la República (2).»
Césai vi.etor.—Los nobles dejan, entreve? sus sots.--
yehas contra Pompeyo. (Año 692 de la C., 62 ántes
de J. C.)—Enmedio de sus contiendas por la fun-
cion suprema, habian permitido los nobles á César
ocupar un segundo puesto en la escala del poder,
la Pretura, que recibió en union de M. Calpurnio
Bibulo, el candidato del partido opuesto. Los tri-
bunos más notables eran M. Caton y Ilyletelo Ne-
pote, hermano de Celer, el pretor del año prece-
dente. Era Nepote un adicto de Pompeyo, á quieb.

(I) Clic., de Fin., IV, 27. Comp., Quint., XI, 1.


(2) Plut., 311,n., 31. Niebuhr escusa la ligereza de Ci-
ceron y la presenta como una insolente manifestacion de buen
humor por el feliz éxito de una empresa tan ardua. (Len,.
sobre la Hist. Rom., II, 29.) Pero el asunto de Catilina se ha-
llaba todavía en pié, Y por más que el cónsul tuviese confianza
en los medios que poseía para exterminar á su enemigo, debía
estar su alma llena de una mortal ansiedad.
183
éste "labia, enviado desde Asia para que se presen-
tase candidato al tribunado, á fin de que á su re-
greso pudiese contar con los servicios de un aliado
en este cargo importante. Caton se habia, opuesto,
segun se decía, á los deseos de sus amigos de
que permitiera que le nombrasen para ocupar el
otro puesto del banco fribunicio, declarando que
era este cargo muy expuesto al ódio para un hom-
bre resuelto á no separarse en la gestion de los
negocios públicos de las ms estrictas reglas de la
probidad y de la justicia. Mas cuando en un viaje
Lucania para librarse del tumulto de la aproxi-
macion de las elecciones, encontró á. Nepote que
acababa de desembarcar en Brindis, supo ó adivinó
el objeto de esta repentina llegada, é hizo volver
hácia Roma los caballos de su litera, resuelto á
impedir la eleccion de una hechura de Pompeyo
colocarse por lo ménos en situacion de poder
contrarestar su funesta influencia (1). Solicitó y
obtuvo el tribunado, en cuyo puesto tuvo al mismo
tiempo como sócio al enemigo que se habia pro-
puesto vigilar y cuyos perniciosos designios estaba
dispuesto á contrarestar con el libre ejercicio de su
veto (2). Tales eran las sospechas que alimentaban
ya los jefes de la aristocracia hacia aquél que en
otro tiempo habia sido su favorito predilecto.
César se propone privar é Catulo del honor de res-
taurar el Capitolio, _pero es derrotado. (Año 692 de
la C., 62 ántes de J. C.)—Esta preparacion para un
año de violencia y de intriga fué ampliamente jus-
tificada por los sucesos que siguieron. El 1.° de

(1) Plut., Cat. Min., 20.


(2) Cica, Pro Murena, 3.
181
Enero, cuando los cónsules entraban en funcio-
nes, era costumbre para todos los principales per-
sonajes, los magistrados y los dignatarios del Es-
tado, subir al Capitolio y dar allí gracias á los dio-
ses (1). Sin embargo, Cés p r, en vez de asistir á este
acto de cortesía oficial, se aprovechó de la ventaja
de la ausencia de sus colegas y rivales para diri-
girse al pueblo en el forum y proponer que se pri-
vase á Catulo de los honores que le eran debidos
por haber restaurado el templo de Júpiter que es-
taba á punto de concluirse (2). Este augusto edifi-
cio, gloria de la ciudad y del imperio, habia sufrido
mucho á consecuencia del incendio que tuvo lugar
durante la lucha de Sila y de Mario (3). El cargo
de restaurar • de una manera digna de la actual
grandeza de la República se habia dado á Catulo
como presidente del Senado y como el ml'is ilus-
tre de todos los ciudadanos (4). Rabia él aceptado
con orgullo esta mision y habia puesto sumo cui -
dado en llevarla á cabo sin retroceder ante los
grandes gastos particulares á fin de que su nombre
mereciera ser inscrito en el frontispicio por sus
patriotas reconocidos. César lanzó audazmente

(1) Tenemos una alusion hecha á esta costumbre, 150 años


más tarde, p g r Plinio. (Ep. IX, 37.) «Vi(Ds quam non delicata
me causa obire primum consulatus tui diem non sinat: quam
Lamen hic , ut prwsens , votis, Baudio, gratuiatione cele-
brabo.»
(2) Véase Cic, 2. a in, Verr., IV, 31.
(3) No por accidente, sino intencionadamente: los unos acu-
saron á Sila, otros á Carbon de haberle prendido fuego. Tácito.
(Hist., III, 72, dice «fraude privata.
(4) Sila lo emprendió en un principio, pero murió ántes de
haber adelantado mucho yla obra..
la Es el único
solafracaso
excepeion de su siempre buena fortuna, que le valió el nombre
de Félix. «Roe splu rn.
72. Comp. Plinio, Hist. Nat., ejus 43.
negátum.» Taca°. , 111,
185
contra él una acusacion de cohecho, pidió la ren-
dicion de cuentas, é insistió al mismo tiempo para
que no se le permitiese dar á su obra la última
mano y que fuese confiado á Pompeyo este glorioso
encargo. Tal vez comprendía él mismo a ue no
podía triunfar su proposicion, pero sirvió para
sembrar la alarma entre los nobles, para excitar
su furor, para contrarestar un enemigo personal, y
sobre todo para amenazar á la aristocracia con la
venganza del jefe á quien ella tanto temía, así
como tambien podía servir para estrechar más y
más una cordial alianza entre ámbos rivales. Pero
sabedores los nobles de lo que pasaba, abandona-
ron á los cónsules y se precipitaron hacia el forum
con todos sus amigos y adictos y lograron evitar
el golpe que les amenazaba. El nombre de Lutacio
Catulo fué inscrito en el más noble monumento
del orgullo nacional romano, y fué un testimonio
de glw la para el héroe más puro de la aristocracia
hasta el dia en que fué destruido de nuevo el tem-
plo por un incendio durante las guerras civiles de
Vitelio y Vespasiano (1).
Abandona Pompeyo la persecucion de lifitridates,
que forma una nueva liga contra los Romanos. —E1
principal objeto de los poderes extraordinarios,

(1) Tacito, L. C; Suet., Vit., 15. Dion, (XLIII, 4.) dice que
en el año 708 de la C. dió el gobierno un decreto para que se
borrase el nombre de Catulo y se le sustituyese con el de Cé-
sar. En los tiempos modernos se ha hallado en el T abalar izon
una inscripcion que lleva el nombre dr Catulo: «Q. Lutatius.
Q. F. Q. N. Catúlus substructionem et tabularium de s. s. facien-
dum curavit.» Sin embargo, esto no se refiere más que á una
pequeña parte de su obra. El Tal) alarium, depósito de los
archivos públicos, estaba edificado en la colina del Capitolio,,
sobre una vasta construccion de cal y canto entre las dos cimas
de esta eminencia.
186
conferidos á Pompeyo, se habia alcanzado recien-
temente con. la muerte del terrible Mitrídates,
ocurrida el año precedente. El poder del tirano de
Oriente hala ido destruyendose poco á poco, gracias
á la perseverancia de una série de generales ro-
manos, hasta ser expulsado aquél de todos los ter-
ritorios heredados ó adquiridos por él en la orilla
meridional del Ponto Euximo. El ascendiente de
Pompe o sobre su ejército, y probablemente la ce-
y
losa asistencia de los administradores civiles de
todo el Oriente, porque él no habia puesto, como
Lúculo, ningun obstáculo á sus extorsiones, le hi-
cieron mucho más dueño de sus recursos que lo
b.abia sido ninguno de sus predecesores. Así, pues,
obtuvo una fácil victoria sobre Tigranes, rey de
Armenia , cuya sumision recibió favorablemente
bajo la condicion del pago de un módico tributo (1).
Arrojó al rey del Ponto al otro lado del Cáucaso;
pero hubiera sido peligroso perseguirle hasta más
lejos, porque tal era el entusiasmo que causaba el
poderoso monarca áun en el destierro y en la des-
gracia, que por doquiera que iba se apresuraban
las naciones á saludarle y á obedecerle. Mitrídates
verificó su retirada en derredor de las costas sep-
tentrionales del Euxin-io, y estableció su córte en
Panticépea, á la entrada del Básforo Cimeriano (2).
Pompeyo abandonó su persecucion, y volvió hácia
el Mediodía en busca de opulentas regionesque sa-
quear y de soberanos más débiles á quien intimi-
dar; miéntras que el enemigo que tenía por mision
exterminar, combinaba contra el poder de Roma

(1) VeL, II, 37.


(2) Ap., Bell. M'Un. 103.
187
un nuevo ataque más gigantesco y formidable que
todos cuantos hasta entónces Labia concebido su
imaginacion atrevida. Así como en. otro tiempo le
habia conducido su sagacidad á. entrar en nego-
ciaciones con Sertorio en Esparta, así ahora comu-
nicaba con los turbulentos guerreros de la Galia,
y se proponía atravesar la Dacia y la Panonia, con
una horda de Escitas, y reunir sus impacientes
aliados en las puertas de Italia (1). Aun en el últi-
mo extremo á que se vió reducido su poder, supo
dejar este hombre extraordinario un nombre duras
dero en las tradiciones de la poblacion indígena. El.
pico más saliente de una alta roca que se proyecta
sobre el mar, en las inmediaciones de Odesa, es
todavía llamado vulgarmente el trozo de Mitrída-
tes (2). Pero el resultado ordinario de la poligamia
oriental apresuré el fin del anciano.
Miar dates pon,e, te'r22zino d SU vida por cama de lcb
insurreecion, de su hijo Pharnaces.—rabia aquél ex-
citado contra si la hostilidad en el seno (U su mis-
ma familia. Para proteger su trono habia mandado
dar muerte á tres hijas y tres hijos; pero otro de
éstos, llamado Pharnaces, á quien habia destinado
para sucederle, excitado para que impediese la em-
presa grandiosa que su padre meditaba y se capta-
se las simpatías de los Romanos, se sublevó contra
él. Abandonado por sus tropas y por su pueblo, se
preparó Mitrídates á darse voluntariamente la
muerte. Se asegura que habiendo fortificado su
naturaleza contra el veneno por el habitual uso de
los antídotos, tuvo que recurrir á los servicios de

(1) Dion., XXXVII, 11; Flor., III, 5; Ap. L. C. 109.


. (2) Ilichelet, Hist. Rom., III. C. IV.
188
un galo de su acompañamiento para realizar su
designio, arrojándose sobre la espada que aquél le
había presentado (1).
Triunfos de Pompeyo en Siria y en Palestina.—
La traicion de Pharnaces fué recompensada con el
reino del Bosforo, siendo admitido el traidor en la
amistad y alianza de la República, Entre tanto, la
sola presencia del general romano y de su ejército
habian bastado para unir al imperio un gran nú-
mero de ricas provincias en Ociente. Cuando Pom-
peyo cesó en su persecucion del rey de Ponto, se
volvió á la córte de Antioco, llamado el Asiático,
en Siria, y le obligó á bajar del" trono de los Seléu.-
cidas y á entregar aquella region al pueblo roma-
no. Este soberano, el último de una dinastía que
había empufiado el cetro de Siria durante dos si-
glos y medio y producido una série de diez y siete
monarcas (2), habla entrado en posesion de su po-
der hereditario cuando se verificó la expulsion de
Tigranes por los ejércitos romanos. Pero el país no
se hallaba en estado de defenderse contra los Par-
tos y los Armenios; era muy rico y una posicion
muy importante para ser confiado á un monarca
dependiente, y Pompeyo lo convirtió resueltamente
en provincia romana. Tambien se sometieron sin
resistencia Fenicia y Celesiria, siendo incorpora-
das al gobierno proconsular de Siria. Hallándose

(1) Dion,, Apian., Liv., Epit. 102.


(2) Apiano (Bell. Mit., 70), lace subir este período á 270
años, y añade 14 como duracion del gobierno de Tigranes.
Este es un error evidente. El reinado de Seleuco comenzó el
año 312 ántes de Jesucristo, año en que comienza su era (Clin-
ton, Fast. Hell,. in an.), y de aquí al 64 a de J. C., año 690 de la C.
median 248 años cabales. Pueden compararse diversos cálculos
en el Arte de comprobar las fechas, II, 337
189
en Damasco, fuó llamado el conquistador por Hyr-
can, que había 'sido privado de lis funciones de
gran sacerdote de Ju dea, por su jóven hermano
Aristóbulo. Oyó la defensa del usurpador, que ha-
bía asumido el título de rey; oyó tambien los ar-
gumentos de los hombres de Estado judíos, con-
sultó los usos de la nacion, y se decidió por la res-
tauracion de Hyrcan y el restablecimiento de la
antigua teocracia. L's Judíos, sin embarz'o, se lle-
garon á obedecer las órdenes del extranjero, pues
Aristóbulo era su favorito. Deseaban como en otro
tiempo, tener un rey á su cabeza. Defendieron la
libertad de su eleccion y á aquél que había sido
objeto de ella, con el valor y la obstinacion propios
de su raza. Tres meses se sostuvo el templo contra
la habilidad y la paciencia de los Romanos; pero el
fanatismo del pueblo, aumentado con la sobreesci-
tacion de su patriotismo, fuó causa de su ruina. Su
presuntuosa confianza en la proteccion divina hizo
que descuidasen, como en otro tiempo, los medios
de defensa indispensables, y su plaza fuerte fuó
sorprendida en el mom g nto que se hallaban prac-
ticando las ceremonias de su culto, y en el cual ha
bian abandonado la vigilancia (1). El vencedor vol-
vió á colocar á Hyrcan en el puesto de gran sa-
cerdote y abolió el título de rey. Puso el país bajo
la dependencia de Roma; y, por n-11s que hubiese
violado el S'ancla Sanc1orum con su profana pre-
sencia, parece que mostró, sin embargo, una mo-
deracion extraordinaria, respetando los objetos sa-
grados y los tesoros del templo (2). Si no hubiera

(1) Josefo, Ant. J'Id., 14, 4, 3; Estrabon, 16, 2.


(2) Dion (XXXVIII, 16) dice lo contrario; pero con la otra
— 190
acontecido la muerte de Mi tridates, tenía Pompe
yo resuelta una campana contra los Xavateos, pues
abrigaba la loca ambicion de penetrar hasta el Océa-
no Indico, de la misma manera que había llevado
en España las armas de la República hasta las ori-
llas del AtUntico (1). Pero este acontecimiento im-
portante exigía su regreso al Asia Menor. Termi
nó allí el arreglo de su política extranjera, y dió
sus últimas instrucciones para el establecimiento
de la administracion provincial. La base sobre que
se habla establecido por Lúculo el edificio del ór-
den social subsistió aun despees que su sucesor
salió de Asia (2).
Hacen los nobles preparativos para oponerse á los
designios que se atribuian á Pompeyo. (Año 692 de
la C., 62 entes de J. C.) El ardor con que los nobles
halan emprendido la defensa de Catulo no podía
dejar de excitar los celos de Pompeyo, y los homo
'ores de Estado de' fan ver con más alarma que sa-
tisfaccion la muerte de Mitridates, porque no que-
daba ya pretesto alguno paro retardar el regreso
del conquistador, que vendría á pedirles cuenta de
su conducta durante su ausencia. En vano se burló
Caton de la débil resistencia de los Asió ticos y aña-
dió que los triunfos de Pompeyo no eran m'As que
victorias conseguidas sobre mujerzuelas (3). El
poder y la capacidad de un tan gran capitan no
eran de aquéllos que se destruyen con vanas bu-

aserelon están de acuerdo la mayor parte de nuestras autori-


dades. V. Drumann, 1V, 467.
(1) El despojo del templo de Jerusalen estaba reservado á
Craso. Puede verse en esto un arranque retórico de Plutareo
que lo amplifica más todavía (Pomp., 38).
(2) Acad., 1. Compárese Plut., Pomp., 39.
(3) Cie., pro Mur., 14.
191
fonodas. Mejor política era la de fortificar la posi-
cima del Senado, honrando los servicios de los guer-
reros más distinguidos que contaba en su seno.
Lúculo no habia terminado la guerra de Oriente, y
no habia merecido por sus servicios pasados que el
Senado usase en favor suyo de una prerogativa
inusitada; sin embargo, se pasó por encima de la
objecion legal y se le concedieron los honores del
triunfo esperados por tanto tiempo (1) . En el curso
del año, Quinto Metelo, vástago de la misma ilustre
familia que habia suministrado un tribuno en las
últimas elecciones y un pretor en las precedentes,
se vió favorecido de un honor análogo (2). Recibió
al mismo tiempo el sobrenombre de Cretense en re-
cuerdo de la definitiva sumision de los salvajes
montañeses de una isla que habia tardado tres
años en someterse. Pero la importancia de esta
victoria debía ser estimada, no tanto por los re-
cursos ó el valor de la poblacion del país, como por
la conveniencia de sus puertos y de sus fortalezas
para protejer el comercio del Mediterráneo é impo-
ner un freno á los piratas de los mares circun.ve-
cinos.
_Popularidad de Cicero2z.—Apenas llegó á Roma
Metelo Nepote se puso de acuerdo con César, y
rmbos agitadores combinaron sus planes para
triunfar del partido á que los dos eran igualmente
hostiles. Nepote comenzó su carrera de tribuno
denunciando la ejecucion de los cómplices de Ca-

(1) Ciceron parece reivindicar el mérito de este acto de jus-


ticia y de buena política. (Arad., II, 1): «Nos consules introdu-
ximus pene in urbem currum clarisimi viri.»
(2) Veleyo, II, 34.
102
tilina (1). La denunció, por una parte, como un. cri-
men contra el pueblo, y por otra corno una ofensa
contra Pompeyo, el salvador del Estado y el cam-
P eal de la constitucion. Así, pues, los nobles co-
menzaban á, comprender el pretesto que habían.
dado á su protector para, si le convenía, destruir su
poder por la fuerza, declarándose vengador de un
asesinato. Sin embargo, bajo la indomable direc-
cion de Caton reunieron todo su valor. Hasta Cice-
ron se presentó atrevidamente frente á, sus acusa-
dores, y el pueblo no olvidó que el vigor patríótico
del gran orador habia preservado sus casas y sus
hogares. El primer dia del año nuevo, cuando el
cónsul estaba próximo á dimitir su cargo y á pro-
nunciar ante el pueblo su discurso de costumbre,
propuso el tribuno que se le impusiese silencio, de-
clarando que no era digno un asesino do los ciu-
dadanos romanos de dirigir la palabra á una asam-
blea de hombres libres. En medio del tumulto que
esto produjo, no fué posible Ciceron otra cosa
que gritar exclamando que habia salvado al . Es-
tado, y la universal aclamacion que estas palabras
arrancaron ahogó todas las voces que quisieron
levantarse en contra (2). Pero debió ver un mal
augurio en el hecho de haber sido considerado este
acto de defensa personal tan inocente y tan. nece-
sario como una ofensa por Celer, hermano de Ne-

. (1) Dion, XXXVII, 42; Plut,, Clic., 23.


(2) Ciceron, ad Div., V, I, 2. Plutarco (Cic., 1. c.) atribu-
ye el favor con que Ciceron fué recibido á los buenos ofic'os de
Caton, que fué el primero en llamarle «padre de la pátria.>
Plutarco no está quizá en lo cierto cuando dice que Ciceron fué
el primero que recibió esta distincion honrosa; en todo caso fuá
el último miéntras que la voz del pueblo romano continuó real-
mente siendo libre: «Roma Patrern patrio Ciceronem libera
duxil.» Juvenal, VIII.
193 —
pote. El antiguo pretor, por más que á la sazon
gozaba el proconsulado de la Galia, gracias á la ce-
ion de sa derecho de prioridad le baria hecho
Ciceron; y por rfr,s que le profesase una amistad á,
la vez personal y política, fué tan poco razonable
que le dii:gió una carta bastante dura, á la que
contestó Ciceron con prudencia, j-Tro con energía.
Violencia del tribuno Nepote; t2Tunfo de los no-
bles.—E1 ataque fué, pues, rechazado; pero Catilina
gro habia sido aún derrotado, y el tribuno propuso
entónces al pueblo llamar á Pompeyo con sus tro-
pas y darle plenos poderes para la destruccion del
comun enemigo. El Senado tembló ante la idea, de
semejente designio, puesto que hubiera preferido
poner crialquier obstáculo para impedir su re-
greso, y estaba muy contento por la lentitud de
sus operaciones. Empleó, pues, toda su influencia
para hacer que fracasase esta proposicion odiosa.
Entánces fué cuando se vió palpablemente el papel
que desempenaba César. Apareció como consejero
y confidente del demagogo, cuya violencia tendía
á hacer imposible toda reconcilia clon entre la no-
bleza y su antiguo jefe. El tribuno halda llenado
el forum con la multitud de sus adictos. ileuni6
allí una formidable fuerza armada, ya para prote-
jer su persona inviolable, ya para imponer á sus
adversarios. Sólo con dificultad pudo abrirse paso
Caton (que no quería ceder á los consejos y á las
súplicas de sus amigos que procuraban impedir
que se presentase) hasta el lugar en donde se sen-
taban los funcionarios del Estado que presidían la
asamblea popular. César y Nepote se hallaban sen-
tados uno al lado del otro; Caton fué á verificarlo
en medio de ámbos para impedir que pudiesen ha-
MERIVALE. TOMO J. 13
- 194
Mar en secreto. Nepote ordenó al empleado que
desemperiaba este cargo que leyese en voz alta la
resolucion propuesta.; Catan le arrancó el papel de
las manos y lo rompió en presencia de la muche-
dumbre. Este atrevimiento había ya levantado
murmullos en favor de Catan, cuando su colega,
furioso de verse así contrariado, se puso á recitar
de memoria el contenido de su proposicion. Termo,
otro tribuno, y adicto de Catan, le tapó la boca con
la 'mano. Este era un medio violento de interponer
el veto tri lyunicio, esa especie de impedimento que
estos funcionarios poseían legalmente respecto de
sus demás colegas; pero consiguió que estallase
una universal carcajada en la multitud, y fué este
acto atrevido coronado con tumultuosas áciamacio-
nes. Siguióse á esto una escena de confusion y
desórden que impidió la adopcion de medidas con
la sancion de las formas legales, y por más que los
amigos de Caton tuvieron que arrancarle s por la
fuerza y conducirle á un lugar seguro, al templo
de Castor y Polux, el hecho es que fracasó el de-
signio de Nepote, y el Senado . consiguió un gran
triunfo (1).
h¿tentan los nobles insultar d César y se ven, obli-
gados d darle una satisfaccion.—Pero era una fatali-
dad en el partido aristocrático llevar siempre sus
victorias demasiado léjos. Embriagado .el Senado
con el no acostumbrado ruido de los aplausos po-
pulares, intentó suspender á César y á Nepote en
las funciones para que habian sido legalmente ele-
gidos (2). El tribuno se refugió en. el eamparamta

(1) Mut., Cat. Min., 26-30. Dion. XXXVII, 43.


(2) Pocos dias ántes se reunió el pueblo fuera del edificio
195
de su patrono, proclamando que habia sido profa-
nada por la violencia la santidad de su cargo. Cé
sar, con más resolucion, se puso bajo la proteccion
de sus aliados y adictos y continuó desemperíando
sus funciones de pretor, desafiando las amenazas de
sus enemigos, y se negó á abandonar su tribuna
miéntras no fué obligado á ello por la fuerza arma-
da. Entónces despidió á los lictores que le servían.
de guardia, se despojó de las insignias de su cargo
y se retiró con dignidad á su casa. Reunióse en-
seguida el pueblo para tomar venganza del insulto
inferido á su fa vorito , estallando un motin que
obligó á los cónsules á volver sobre su acuerdo y
tributar á César las más obsequiosas muestras de
su consideracion y respeto (1). Pero una nueva ten-
tativa hecha al mismo tiempo para complicar al
jefe popular en la última conspirador", cuyo pro-
ceso continuaba todavía su curso, demostró hasta
la eviden cia cuán falsos eran estos cumplimientos,
y cuán me a sinceridad habia en esta apariencia de
reconciliacio n. Los promovedores de esta acusacion
fueron L. Vettio y Q. Curio, dos hombres de reputa
cion poco envidiable que se habian vendido ya al-
Senado y habian denunciado el complot en el cual_
habian entrado ellos mismos (2). Vettio declaró que
podía presentar cartas de César á Catilina. Curio
sólo dijo que habia oido las pruebas de su culpabi-

en donde lo verificaba el Senado, á consecuencia de los rumores.


que circulaban sobre que César era tratado duramente en el in-
terior, y los cónsules se alarmaron tanto que enviaron apresu-
radamente á Caton á apaciguar el tumulto con la promesa d.a,
una regular distribucion de trigo. Plut., Cces., 8.
(1) Suet., Jd1., 16. Plut., Ces., 9, atribuye al hecho otra
fecha.
(2) Dion, XXXVII, 41, Salust., B. C, 17.
— 196
Edad de boca c•e su mismo jefe. No puede supo--
nerse que esto s se Lubiesen atrevido á
atacar al campean popular, á un hombre de un
valor y de recursos tan conocidos, sino los hubie-
sen impulsado ti, ello los jefes del Senado. César,
con su habitual decision, se dirigió inmediata-
mente á Ciceron y le obligó á desechar toda
sospecha de culpabilidad. El antiguo cónsul de-
claró palicamente que César rabia sido el primero
que le 'labia avisado del peligro. Esto no estaba
quiz:'i conforme con la verdad de los hechos; pero
el testimonio de Ciceron no podía ser puesto en
duda. César no solamente fué declarado inocente,
sino que la recompensa asignada á Curio corno el
pretendido revelador de la conspiracion, fuéle ne-
p,r ada, concediéndose al que Labia sido objeto de
sus calumnias. Vettio fue sacrificado á la cólera del
pueblo y encerrado en una prision, y Novius, el
questor que había osado p ermitir que se citase
ante su tribunal 'c;, un magistrado, su superior, no
se libró tampoco de un castigo análogo (1).
Protege César é ilfasin17/4 deseei/ando con. esto
Senado.—Suetonio hace mencion de otro incidente
que tuvo lugar durante la pretura, de César, como
un ejemplo de su celo por defender á, los clientes
que confiaban sus intereses á sus cuidados (2). Re-
látase de un modo tan conciso que es muy difícil
comprenderlo, pero parece . indicar por lo menos
con claridad la confianza que tenía en su posicion
y la firmeza que revelaba en todas sus relaciones

(U) Sud., Jul. 17.


(2) Suet., Ibid., 71. E s ta circunstancia no es mencionada
por ningun historiador.
— 197
con el gobierno. Un jele numida llama,do Masintha
acudió á César para que le defendiese contra una
pretensi Al de tributo presentada por Hiempsal, so-
berano tributario del pais. Hiempsal mandó á Roma
su hijo Juba para tomar las medidas necesarias á
fin de obtener de los tribunales de la República
una decision favorable á su causa. En efecto, el
reino de Numidia ha case recientemente constitui-
do por Pompeyo bajo la dependencia, de Roma, y el
Senado asumía el derecho de determinar las rela-
ciones políticas del Rey y de sus vasallos. Asegaí-
rase que cuando la República se declaró en favor de
la reclamacion del rey, no temió César inferir á Juba
un insulto personal tirándole de las barbas; pgro
insultó aún mas gravemente la majestad de Roma,
porque, cuando se decidió que Masintha fuese en-
tregado á Juba para que castigase su contumacia,
le arrancó César de manos de los oficiales y lo llevó
consigo su casa. El autor de donde tomarnos estos
datos asegura que Masintha estuvo oculto, ó más
bien, retando al gobierno, que no podía ignorar su
retiro, hasta que el pretor partió para España
algunos meses.despues y le llevó en su compañía.
Precoz demtrrollo y carácter de Clodio. Al fin
ofreció la fortuna á los nobles una ocasion para
sembrar la division y la discordia entre los jefes
populares. Hasta ahora hemos considerado á César
como el único representante de su partido, y tal
era la superioridad de su talento y el ascendiente
de su carácter, que conservó esta poá sicion sin rival
en toda su carrera. Pero la inconstante muche-
dumbre tenía también sus favoritos, entre los que
se hallaba P. Clodio, jóven de costumbres disolu-
tas, pero que tenia cierto talento para captarse la,
193
admiracion de las masas (1). Unido con algunos de
los principales personajes del Estado, disfrutó-
Clodiode grandes ventajas al principio de su vida
pública. Fué admitido en la confianza de Lúculo
en Asia, en donde le vendió, promoviendo un motín
en las filas del ejército. Esta fué la primera oca-
sion en la que ensayó sus talentos de démago-
go (2). Marcio Rex habia, puesto bajo sus órdenes,
durante su mando en Cilicia, una escuadra, colilla
cual cayó en poder, de los piratas (8). Habiénble
dejado libre por la intervencion de Pompeyo, se
retiró á Antioquía, se mezcló en los asuntos de los
Sirios y se libró á duras penas de la muerte por las
turbulencias que habia excitado. Habiendo conse-
guido así embrollar todos los asuntos en que habia
puesto mano, volvió á Roma y la echó de patriota.
Acusó de malversacion á Catilina, y sufrió otra.
derrota ignominiosa (4). Pero por más que fuese
envuelto entre los sospechosos de una connivencia
culpable con los conspiradores, fué de hecho en
ayuda de Ciceron para descubrir los planes de-
aquéllos (5). Empleaba en Roma el tiempo, ora ha-
ciendo la cárte á las mujeres, ora riñendo con los
hombres; parecía que el destino habia limitado sus
triunfos á los que conseguía sobre el sexo débil._
La odiosa acusacion de incesto con sus hermanas,.
sólo fué considerada como una historia escanda-
losa, y seria un absurdo acogerla como verdade-

(I) Vell., II, 45. P. Clodius, horno nobilis, disertus audaz


(2) Plut. , 34.
(3) Dion,/ XXXV, 15.
(4) Cic.. ad At., I, 1.
(5) ídem de Har. Bese., 3; Plut., Cic., 20.
199
ra (1); pero fué un afortunado admirador de Pom-
peya, esposa de César, y en el curso de esta in-
triga licenciosa fué cuando cometió un acto cuyo
descubrimiento le valió una triste celebridad, y
estuvo muy cerca de crear una fatal disension
entre el jefe popular y una fraccion importante de
este partido.
Profana los misterios de la Bona _Dea.—Esta an-
tigua divinidad italiana que los anticuarios en ma-
teria de supersticion quieren identificar con varias
diosas griegas y latinas, disfrutaba el honor de
una festividad particular á la que sólo podían asis-
tir las mujeres. La presencia de todo individuo del
sexo masculino era considerada como una profana-.
cion y se creía que atraía la maldicion sobre su
pueblo. Segun una piadosa creencia de otros tiem-
pos el intruso debía quedar ciego; pero no se habia
dado ejemplo de que la cólera de la diosa llegase a
tal extremo. La ceremonia tenía lugar en el mes
de Diciembre (2) en la habitacion de uno de los
cónsules, y la señora de la casa tenía el honor de
presidirla. Las matronas romanas se reunieron por
la noche en casa de Pompeya, en la residencia
oficial del Gran Pontífice, situada al pié del monte
Palatino, casi frente al lugar en donde dos colum-
nas medio enterradas señalan hoy la entrada del
templo de Rómulo y Remo. El galante imberbe se
introdujo en la casa en traje de música; habia ga-

(1) Cic., Ibid., 20: ad Div., 1, 9: «Qui non pluris fecerat


bonam Deam quam tres soroses.» Las tres hermanas se casa-
ron respectivamente con Marcio Rex, con L. Luculus y con
Metelo Celer. La última fué la Clodia, cuyas galanterías é in-
trigas políticas estigmatiza Ciceron con tanta frecuencia. Dru-
mann II, 374 y siguientes.
(2) Drumann, II, 204, nota.
200
nado tí una de las doncellas de Pompeya y la envie)
anunciarlo su señora,. Es probable que la cita
huHese estado concertada de antemano. Pero en
el intervalo cometió la imprudencia de dejarse ver
P or otra criada, que, Habiéndole diripiido la palabra,
le descubrió inmediatamente por su voz y su
aire (1). Dióse enseguida la serial de alarma, que
fue se.g.uida de una horrible confusión. Aurelia,
madre de César, una matrona romana de las de la
antigua raza. (2), que se labia im p uesto el deber
de ejercer una rigurosa vigilancia sobre la virtud
de su nuera, se apresuro á echar un velo sobre los
misterios de la diosa, y se precipitó por toda la
casa con una antorcha en la mano á fin de descu-
brir al intruso. Fué éste rodeado y reconocido,
pero se le dejó marcharse (3). Las matronas que
se hablan reunido para asistirá la ceremonia se'
dispersaron, marchándose cada una á su casa, y
todas informaron á sus maridos aquella misma no-
che de la interrupcion de los ritos y de la profana-
cion de la ciudad. A la mariana siguiente la histo-
ria cundió por todas partes, y un grito de indigna-
cion y de temor resonó en las siete colinas (4).
Los nobles intentan dar al asunto un carácter po-
lítico, pero son burlados por César. Tal acceso de
pánico general era una ocasion favorable para los.
consejeros políticos de la aristocracia, y aunque.,

(1) Cíc., At., I, 12; Plut., Cie., 28; Díon., XXXVII. 45.
(2) Compárese el autor del Dial. de Corrupt., Eloq,, capí-
tulo XX VIII: «Sic Cornetiam Gracchorum, sic Aureliarn Cwsa-
ris, sic Atiam Augusti matrem prefuisse educationibus ac pro-
duxisse principis libaros acepimus.»
(3) «Aurelia pro textimonio dixit suo jusu eum esse dimi-
sum. Escol. Bov., in orat. in Glod. et Curion., 5, 3.
(4) Cic., pro Dorna., 40.
— 201
sin el menor átomo de sentimiento religioso por-
que el mismo Cicerón se burla de la diosa por no
haber sabido dejar ciego al impío—consultaron á
los Pontífices y las vírgenes vestales, y recibie-
ron de ellos la m:ts formal seguridad de que se
habia cometido un crimen y que pedía una expia-
cion terrible. César, como jefe del .colegio de los
Pontífices, no podía abstenerse de tomar parte en
esta deciaracion solemne. Por consiguiente, com-
. prendió la necesidad de divorciarse con su mujer;
sin embargo, no le pudieron decidir á que manifes-
tase públicamente sus sospechas contra Clodio,
á presentar su acusacion. Este era el punto á donde
dirigían sus esfuerzos sus enemigos. Un hombre
de su influencia hubiese asegurado la condenacion
del criminal, y de cualquier modo era de esperar
que, pidiendo la condenacion de Clodio, irritaría
muchos de sus amigos comunes, y durante una
lucha larga y encarnizada podían surgir mil in-
cidentes y aumentar' la excision en su partido.
Pero, aunque burladas sus esperánzas, no quisieron
los nobles perdonar á su víctima. Segun el proce-
dimiento ordinario en los casos que se limitaban á,
puras cuestiones de hecho, se sacaban á la suerte
los jueces, que habian de conocer en cada causa
particular , entre los nombres de una lista de
ciento cinco, sacada de antemano Cambien por
suerte entre las tres órdenes de los senadores, de
los caballeros y de los tribunos del Tesoro ; pero,
ora•fuese que no hubiera precedentes establecidos
para el crimen de que se acusaba á Clodio, ora que
su importancia pareciese justificar una desviacion
de la marcha ordinaria, el Senado quiso que los
jueces fuesen nombrados directamente por el pre-
— 202
tor. Este no era un método enteramente extraño á
la constitucion, y por miss que pareciese que ofre-
cía al Sellado una ventaja manifiesta, no vemos
que el uso que de él hizo se considerase por sus
adversarios corno odioso o injusto. Obligóse, pues,
á los nuevos cónsules, Pison y Mesala, á presentar
pina rogacion al pueblo para que sancionase este
procedimiento. Mesala lo hizo de buena fé, pero su
colega fuá ganado por el enemigo y dejó que se
opusiesen cuantos obsVIculos se quiso al decreto
que habia propuesto él mismo. Caton atrevió la
conclusion del asunto con su prontitud acostum-
brada. Ciceron se unió al clamor general, esperan-
do siempre elevarse •i la cima de la influencia y
del poder á cada movimiento de la opinion popu-
lar; pero no osó comprometerse con medidas efec-
tivas (año 693 de la C., 61 ántes de J. C.) Esperá,-
base á cada momento que llegase Pompeyo con su
ejército á las puertas de Roma; todos los partidos
intrigaban con él, pero nadie sabía cuáles eran su
modo de pensar ni sus intenciones , pues no es de
hombres prudentes ir demasiado léjos ni hacer de-
cisivas declaraciones en los momentos críticos.
Llega Pompeyo á Italia; licencia su ejército y en-
tra en, 'loma como simple parlieular.—En el mes de'
Enero del año 693, llegó á las costas de Italia el con-
quistador del Oriente. En cuanto desembarcó, des-
mintió las aprensiones de la ciudad, licenciando su
ejército de veteranos con la promesa de grandes
recompensas por sus servicios, las cuales se creía
él seguro de obtener del Senado y del pueblo (1).,

(I) La reeopcion de Pompeyo y todos los incidentes del pro--


ceso contra Clodio han sido trazados con mucha vivacidad por
Ciceron en dos de sus cartas á Atico (II, 14 y 16).
203 —
Roma acogió esta noticia con sorpresa y reconoci-
miento, y—hay que decirlo—hasta con desprecio,.
Pero no era difícil afectar por lo menos el agradeci-
miento, y el gran Capitan fué acogido en la ciudad
con las más vivas demostraciones de respeto y ale-
gría. alise dicho que su entrada en Roma fué la ce-
Iebracion de un triunfo, no sobre los reyes de Asia,
sino sobre sí mismo, el heredero de Sila, el hijo de
las proscripciones (1). Cuando terminaron las ce-
remonias, pidió el procónsul tiempo para exami-
minar la situacion, y estudiar á fondo el estado de
los negocios. En este intervalo, su conducta fué,
bajo todos los aspectos, en extremo moderada. Cada
palabra que pronunciaba era recogida y conserva-
da como una especie de joya por innumerables
oidor, y cada movimiento ó gesto que hacia era ob-
servado y comentado: todos los partidos estaban
pendientes de una palabra ó de un gesto del ge-
neral, y esperaban impacientes, aunque en silencio,
sus trascendentales declaraciones; pero en ningu-
no tenía verdaderos amigos; quizá buscaba él esto
mismo; su frialdad y su vanidad eran igualmente
repulsivas, y temía comprometerse con prematu-
ras manifestaciones, para buscar la intimidad de
algunas personas. Entre los que se agruparon en
derredor suyo y le ()Crecieron sus consejos y servi-
cios, es probable que César adquiriese su ascen-
diente ordinario, torciendo así sus planes y que-
brantando sus resoluciones.
Se expresa con gran reserva sobre los negocios pú-
blicos. La primera arenga que el recien venido

(2) Drumann, IV, 479. Compárese Dion, XXXVII, 50; Pluts.„


Pomp., 43; Vel., II, 40.
204
dirigió al Senado era tan circunspecta que no po-
día colegirse de ella nada respecto de sus inten-
ciones. La friak..a,d de su aspecto ante esta Asam-
blea podía hacer que se temiese reservara su
animacion para el forum y su confianza para los
dema go gos pomlares. instigacion de Pison se
atrevió Fufio Galeno, uno de los tribunos adictos a
Clodio, á invitarle á que dirigiese la palabra al
pueblo en el circo de Flaminio. Inmediatamente que •
llegó {.1 este punto le preguntó Fuflo sin arma; es
si aprobaba la rogacion de los cónsules segun la
cual, en el proceso que iba á abrirse, debían ser
designados por el pretor los jueces.
Pompeyo paró el golpe; su respuesta fué, como
proclamó triunfalmente Ciceron, la de un verda-
dero aristócrata; pronunció un discurso muy estu-
diado, con muchas palabras vacías de sentido, en
el cual ensalzó la autoridad y la magestad del Se-
nado, manifestando hácia este alto cuerpo el res-
peto más profundo. Esta declaracion animó al cón-
sul Mesala,—la segunda vez que apareció el ge-
neral en el Senado,—para preguntarle su opinion
sobre el asunto de Clodio y sobre la conducta del
gobierno. Pero el astuto hipócrita se encerró en la
misma reserva; su réplica fué cortés, pero vaga y
limitada á una aprobacion general de la conducta
de los nobles. Hntónces se volvió hácia Cicerón, y
expresó la esperanza de que estuviesen ya todos
satsifechos con las declaraciones que había hecho
sobre este punto. Los aplausos con que se aco-
gieron estas palabras, á pesar de esta reserva, ani-
maron á Craso á levantarse para recitar un estu-
diado panegírico de la conducta del último cónsul.,
Ciceron, sentado cerca del que era objeto de la
(-)05

atencion universal, y espianda menor


cambio de su fisonomía, cr( y() vel • (in e h cipptas
seriales de aprobacon. ifievante pa ra,
st ex P11(11(1,
a p rovechar el momento faVOl'ald(',
con la ordinaria exubernneia (1( su rH6rica, s()►re
los peligros de que se labia preservad() la 1Zepi:-
Mica, y sobre la parte (pie en la gloria de e-ty)s
hechos le correspondía. Mil i), como si'do (4 sabía
hacerlo, de la dignidad del órden senatorial, (10
buenos sentimientos de los caballeros, de la acti-
tud favorable de los Italianos, de la satisraccion
'general contentamiento, de la abundancia de sub-
sistencias, y de la seguridad de la República 11).
El Senado contestó completa satis facciondel ora-
dor; siendo este un dia de triunfo para la vanidad
de Ciceron. Sin embargo, faltnale todavía una
gloria, la de poder arrastrar á, Pompeyo permi-
tirle adivinar sus miras.
Proceso contra Clodio: 87b fram90: de.u)edo de los
Meaita Clodio szt ven. qanza.—C uando llegó
el dia de propóner la ley, los amigos de Clodio,
los restos—como decía Ciceron—de las bandas de
Catiiina, llevando á su cabeza al jó ven Curion,
demagogo y disipador desenfrenado, intentaron
destruir la influencia de los nobles Por medio de
manejos ilegales; pero el partido opuesto desplel.);(5
un valor extraordinario. Caton, Hortensio y FavL-o-

Yj

(1) Cie., ad At a , 1. 4, «muid multa? tolum l'une loen»,


quem ego varíe meis orationibus soleo pingero (11' ma ,
fi'I•
ro—nosti illos ?,T,y.!:i0ous valle pertexui.» G,(,)Th í nh"H? tod ( s (sos.
lugares comunes á que yo apelo con-nmmen to pi iití►dolo con
tan variados colores, el fuego, el hierro ya eonoeeis esto
ty.i_Cos todos los he agotado). Compárese como muet
t oúi,x1JOGÇ- las Orat., in Pis., 2; pro Mm Pa de (s
l ., 39.
— 206 —
Tino, «la sombra de Caton» (1), hablaron con ener-
gía en interés de la justicia, y la asamblea concluyó
por disolverse sin haber tornado decision alguna.
Reunióse otra vez el Senado y aceptó la proposi-
cion por una mayoría de 400 contra 50 de sus
miembros, á pesar de las súplicas personales del
acusado. El discurso de Clodio no produjo otro
efecto que excitar la risa á expensas de Ciceron,
quien la aristocracia veía siempre con gusto que
le pusiesen en ridículo. El autor de la rogacion,
fuerte con el prestigio de aquella inmensa mayo-
ría, hubiera vencido entónces toda oposicion; pero'
Hortensio, con un escrúpulo inoportuno cuando
dénos, aconsejó al fin una concesion y dejó en
pié el punto principal de la cuestion, el de la de-
signacion de los jueces por el pretor. El crimen le
parecía tan evidente y probado, que el culpable no
podía librarse del castigo : bastará, decía, para ma-
tarle, una espada de plomo. La concesion produci-
ría buen erecto, y no podía tener desastrosas con-
secuencias. Pero se equivocó por completo. Cin-
cuenta y seis jueces fueron elegidos por suerte,
modo de eleccion que se prestaba tambien sin duda
los amaños y al fraude; pero, de cualquier modo,
habia entre ellos muchos cuya pobreza y mala re-
-putacion hacían bastante sospechosa su honradez.
Los amigos de Clodio emplearon todos los medios
para seducirlos (2); llovió sobre ellos el oro, prodi-
gáronles ilimitadas promesas, las más nobles y
bellas mujeres de Roma no se negaron á conceder-

(1) Drumann, 201


(2) Cic., At., I, 16, 5: «Arcesivit ad se, promissit, inter,
dedit, etc.»
207
les sus favores, y la corrupcion de este infame
tribunal fué proverbial durante muchas generacio-
nes (1). Sin embargo, las pruebas hechas contra el
'acusado parecían quitar toda esperanza de salva-
cion; su medio de defensa—el est ir ausente de Ro-
ma y hallarse en Interamne la noche de que se
trata—habia, sido refutado victoriosamente por el
testimonio directo de Ciceron (T; la madre del ma-
rido ofendido afirmaba su certeza del crimen; los
esclavos de la casa lo habian confesado en el tor-
mento (3); y una palabra de César hubiese bastado
para concluir el asunto, pero esta palabra no pudo
arrancársela nadie. «¿Por qué repudiaba á Pompe-
ya?» exclamaban los nobles exasperados. La res-
puesta fué directa y digna: «La mujer de César
debe estar por encima de toda sospecha La
elocuencia de Ciceron arrastró hasta las masas, y
los jueces afectaron hallarse aterrados por la nla-
nifestacion del disgusto general, y pidieron guar-
dias que les protegiesen. lo cual inspiró Catuio
esta pregunta saturada de amarga ironía: «¿,Temen
que les roben el dinero de que tienen repletos sus
bolsillos?» La causa se decidió al fin en favor de
Clodio por una mayoría de 31 votos contra 2:5; ma-

(1) Se"neca. Ep. XCVII: at qui dati jud i cib lis nummi sunt: et
quod ac etiam nunc pactione turpius est, stupra insnwr ma-
tronarum et adolescentulorum nobilium salarii loco exacta
sunt.»
(2) Clic., pro Mil., 17; Quintil.. IV, 2, SS.
(3) Scol. Bob.. in Orat. Ciod., VI, 3, Abra (d'll griego lei-
do á la latina que deberá ser «Aura») la criada de Poi-np3.-a fifí
-una de ellas. Podía inferirse de lo que dice Ciceron (p))
Mil., 22) que tambien sufrieron el tormento los esclavos
Clodi o. «De servis nulla qumstio est in dominum nisi de m'Ices-
tu. ut fuit in Clodium,
(4) Suct., Jul., 74; Plut., Caes., 10, Cje. 2J.
208
R ojia quiz:1 menor de la que podía esperarse dada
la c,)mposicion del tribunal. Los nobles se conso-
laron de este mal éxito por el brillante testimonio
que esta mayoría, cualquiera que fuese, daba de
la justicia real de su causa y de las disposiciones
de la opinion pública. nIs sintieron no haber con-
seguido sembrar entre César y su rival doméstico
disensiones que con tanto aran habian espe-
rado; pero sobre Ciceron fui, sobre quien descargó
la violencia del golpe; se había creado un enemigo
implacable en un hombre con quien hasta entón ces
le habian unido ciertos lazos de amistad, y desde
este momento Clodio pareció desarrollar todas sus
facultades para emplearlas en tramar y llevar a
cabo una venganza memorable.
César se encarya del gobierno de una provincia.
César podía sonreírse ante las impotentes maqui-
naciones de sus enemigos; pero aún tenia que pedir
un favor al Luen génio que le habia servido tan
constantemente. Babia salido bien en todas las
empresas que hasta elitónces habia acometido en
la ciudad; Labia oldenido grandes honores, y po-
seia á la sazon una influeñcia tal vez sin igual;
pero sus rivales eran poderosos en la guerra. Lúcu-
lo y Craso, lo mismo que Pompeyo, eran generales
experimentados; se habian ganado las simpatías y
la adhesiun de sus ejércitos; podían hacer brotar
soldados con sólo golpear con su pié. la tierra, y
despues de haberlos reunido, conducirlos á la vic-
toria. Pero él no tenía ni veteranos á sus órdenes,
ni medios de reclutar tropas. Su nombre era desco-
nocido en la guerra y no podía servir de centro de
-union para aquellos que aspirasen al pillaje ó á la
gloria. Así, pues, satisfecho de la actitud pacífica
209
adoptada por Pompeyo, y seguro de que en la ciu-
dad se balanceaban los partidos con tal equilibrio
que no podría wurrir repentinamente ningun cam-
bio material en la situacion política, se determinó
á ir á la España Ulterior, cuya provincia le habia
sido asignada al espirar su cargo, á ponerse al
frente de un ejército romano y á llenar sus cajas
con los despojos acumulados por la paz ó por la
guerra; y tal era su situacion económica, que tuvo
que hacer un esfuerzo extraordinario á fin de reunir
los medios necesarios para salir de Roma y llegar
á su destino. Recurrió á Craso para que le suminis-
trase un préstamo de 830 talentos á fin de satisfa-
cer las deudas que más le apremiaban y equiparse
para la expedicion (1). Craso le suministró de buena
gana la suma exigida, ya como pago de sus servi-
cios pasados, ya como e s peranza de otros más im-
portantes, porque la rivalidad que César habia
sembrado entre Pompeyo y el Senado era conside-
rada por Craso y por todos los hombres de Estado
ambiciosos de su tiempo como un servicio que di-
rectamente se les hacia (2).
_Burla el proyecto de sus enemigos 2,ara retenerle en
Roma. El tiempo, que exigieron todos estos arre-
glos y preparativos fué algo fatal para la expedi-
cion del propretor, porque en este momento se es-
taba ocupando el Senado del asunto de Clodio, y se
dió un decreto,—dirigido sin duda contra César,
segun el cual no podían los pretores partir para
sus provincias hasta que se hubiese discutido y
ultimado definitivamente aquella cuestion. Por

(1) Plut., Crcts., 7, CTS., 11; Apian., B. C., II, 8.


(2) Plut,, Cces., 11.
MERIVALE. TOMO I. 14
— X10
consecuencia, no ce habia,n arreglado los detalles
de su cargo, la suma cm que el Estado habia de
contribuir á sus gastos, el número de tropas que
le estaban confiadas, ni se habia determinado quié-
nes eran los que del)fa-n formar su acomparíamien-
to. Pero César, resuelto á no cejar en sus designios,
salió repentinamente de Roma en medio del año, y
llegó á su provincia desafiando y venciendo todos
los obstáculos, pues temía, y con razon, que se
proyectase retenerle en Roma por medio de una
acusacion política (1); sabía que , una vez puesto
al frente de sus legiones, no osarían llamarle sus
enemigos, y contaba además con reunir tal tesoro
de reputacion y de dinero que pudiese escapar fá-
cilmente á su regreso á todos los efectos del odio.
Las provincias romanas en Espaiik t.—La Penín-
sula ibérica se hallaba dividida en esta época en
dos provincias, la Citerior y la Ulterior (2). Exten-
díase la primera desde los Pirineos á lo largo de la
costa del Mcditera neo hasta el golfo Urcitanus (de
Almería) junto al ángulo S. E. de la Península.
Cerca de las costas habia un gran número de ea--

(I) Suet., jul., 11: «Incertum, metune juditií quod privato


parabatur hanc quo maturius sotiis implorantibus subve-
niret.»
(2) España, Hispania, Iberia. El primer nombre lo die-
ron los Cartugineses á la extremidad S. O. de la Península, y
es probablemente una palabra fenicia. La ruda aspiracion y el
silbido que la acompaña son característicos de los nombres fe-
nicios. Compírese sino con los de Hasdrabal, Hin-113'41. Thap-
sus, Rusiona, Hispania, Hesperia (?). Los Romanos:
adoptaron sus denominaciones. Ademas, los geigrafos griegos
dieron al país el nombre de Iberia, que puede detivarse del rio
Iberus. Pero es probable que la primera poblacion del centro y
del Norte se llamasen Iberos. Plin., nat., III, 3: «Iberas
amnis, quem propter universam Hispaniam. GrT3i apelare Ibe-
riam.» Compárese Mannert, Geog., I, 227.
211
lonias romanas; los celtíberos, que ocupaban la
parte central del país, donde tienen su origen los
rios más importantes, habían sido conquistados
hacia mucho tiempo y se asimilaron enseguida á,
la nacion victoriosa (1). Su educacion bajo el corto
gobierno de Sertorio ha-bia ya dado sus frutos, ex-
tendiendo el espíritu de obediencia y de disciplina.
Pero en los distritos del Norte no se hallaban tan.
claramente definidos los límites de la provincia ni.
los de la autoridad romana. Los Cántabros, los Vac:
ceos, los Astures y los Galaicos, restos de la aúti-
gua raza ibera, conservaban en sus estériles mon-
tarías su indomable independencia. La parte meri-
dional y occidental de la Península constituía la
provincia Ulterior, que fué luego subdividida en.
dos, formando el A nt7S é Guadiana la línea de de-
marcacion. (2). La costa del Mediterráneo y el valle
del Betis eran, por decirlo así, el emporio de la ri
queza y del lujo, del arte y de la ciencia; pero estos
distritos favorecidos se hallaban expuestos tambien
á los repentinos ataques de sus salvajes vecinos, y
el gobierno provincial tenía que vigilar constante
mente para proteger estos centros de civilizacion.
Camparía feliz de César en Espea.—Habiendo
tomado á todo riesgo p g sesion del gobierno de su
provincia, se ocupó el propretor con la misma re-
solucion en armar con sus propios recursos diez
cohortes para agregarlas á las veinte que ya exis-
tian en el país. Las tribus de la Lusitania allende
el Tajo, no hablan sido jamlls sometidas al yugo
1811.51W02.119.1•11WILIa■

(1) Fueron sometidos por las armas y por los artificios da


Caton el censor, año 557 de la C. Ap. Hisp., 41.
(2) César., B. c., 1, 38: «A. sant' castulonensi ad Anam.»
212 —
de ellas se e\ í( N ildizrn las monta-
-l'onrmo.
ilas de ("iaticil. el. ízin (1, N, abrgo una raza
que casi u() había ()ido aún el nombre de la Hein't-
blica. Losgobernadore s de las ivían en
continuo estado (l guerra, con 1.() peque )s jefes
cu y a independenc ia
nominal 'tenía como condicion
pafvo de un tributo,
trib rara v ez satisUclio, excepto
e I
cuando se exigía por la fuerza de las armas. Las
n ecesidades de la deCensa podían justificar hasta.
cierto punto las repetidas incursiones que hacían
los Romanos Para tener z"),, raya, en l•as fronteras • á
estos falmq icos vagabundos. Pero C'sar no se Con-
tentó con una simple promesa de sumision,
una garantía para que perseverasen en ella, y
llevó la guerra hasta 5115 últimos asilos en las
monta-rías, arrojando al enemigo la campifia. Mas,
despees de haber conseguido este resultado, no
abandonó su proyecto para recoger el botin que
los naturales haLian arrojado intencionalmente en
el camino, sino que fué buscar el cuerpo princi-
pal de sus em‘nligos, les iwrsi.2,Trió hasta el otro
lado de los anchos ríos, en las orillas del mar y en
las islas inmediatas 11 la costa. Suministn'tronle ba-
ques en Cádiz, y con su auxilio se. apoderó de estos
últimos refugios. De paso sometió completa-
mente los distritos de la Lusitania, al Norte del
Tajo, incluso las guaridas de los escarpados mon--
tes Hermi nios.Brigantium, en Galicia, protegida
por la parte (le tierrapor las dificultades del terre-
no que la rodeaba, fué atacada con una escuadra, y
el propretor enarboló su vistorioso estandarte hasta
en el extremo más apartado de su provincia (1).

(1) B rigantium parece que


debió hallarse situada donde en
— 2,13 —
Sil administracion civil.--Los triunfos del nue-
vo pretendiente al renombre militar dieron una
muestra brillante de sus gloriosos hechos futuros.
En el poco tiempo que pudo consagrará los nego-
cios civiles tuvo que desplegar no ménos energía
que en los asuntos militares. El principal motivo
de queja de los provinciales, en toda la extension de
la dominacion romana, era el peso de sus deudas
con el gobierno. Los arrendatarios de las rentas
públicas exigían su pago con una severidad extre-
mada; pero lo mismo ellos que los residentes roma_
nos en general, con su deseo de lucro tan caracte-
rístico de aquella nacion, estaban siempre dis-
puestos á suministrar á los naturales onerosísimos
préstamos usurarios, y á librarlos de este modo de
las dificultades del momento mediante un enorme
-sacrificio eventual. Las rentas, no sólo de los indi-
viduos, sino tambien de las ciudades y de los Esta-
dos, se hipotecaban sin esperanza de posible libe-
racion. Las personas de los deudores y toda su
familia se hallaban expuestas á ser cogidas y ven-
didas como esclavos. Cuando el negocio llegaba á
este punto, se comprende fácilmente que se refu-
giasen las víctimas en las montañas y formasen

la actualidad se encuentra el Ferrol ó la Coruña. Mannert se de-


cide por la primera; pero los restos de una antigua torre ro-
mana cerca de la segunda nos recuerda que Brigantium era cé*--
pebre por su faro (Oros., I, 2). Ambas ciud Ides se encuentran
situadas una frente á la otra en las dos orillas de una bahía, y
'el faro podía servir de señal para los buques que se dirigiesen
-hácia uno ú otro punto. El Mons Herminius suponen Drumann,
y Mannert que debía hallarse al S. del Tajo; pero segun el re-
lato de Dion parece que se hallaba cerca del Duero. Probable-
mente puede identificarse con la sierra de la Estrella, en la pro-
-vincia de Beira. Las autoridades para la historia de esta cam-
paña importante sólo como preludio de las grandes hazaflas mi-
Jitares de César son: Plutarco, Cx3.,12; Dion, XXXVII, 52 y 53_
temibles cuadrillas de salteadores. La administra-
cion de C é sar' se dirigió particularmente la abo-
licion de esta perpétua, causa de guerra, consi
truiendo efectuar un arreglo en virtud del cual
debían liquidarse las deudas por plazos, y se dice
que con su sabiduría y su prudencia logri5 captar-
se las simpatías de ambas partes. Por exigencia
del propretor perdonó el Senado el tributo que
Metelo había impuesto la provincia durante la
guerra de Sertorio, adquiriendo por este servicio
un justo título al reconocimiento del pueblo espa-
ñol (1). Al mismo tiempo no descuidó el principal
objeto de su presencia en el país, reuniendo con-
siderables sumas (2), y cuidando de satisfacer en
justa proporcion la codicia de los individuos de su
séquito y la de sus soldados. El ejército le saludó
con el titulo de imperalor en el mismo campo de
batalla.
Pompeyo apremia al Senado para que ratiilque
sus actos.— Durante la ausencia de César coutinuó
Pompeyo insistiendo con lentitud é irresolucion.
cerca del Senado para que este ratificase sus actos
en. la guerra de Oriente. Había gastado grandes

(1) Atleta, de Beil. Hiksp., 42.


(2) Suetonio, en un pasije en quf; reuni N, todos los reproches
dirigidos al héroe; que ha tomado por asunto de su obra, tanto
durante su vida como despues (Jai.. 54). dic, que se le acusó
de haber recibido presentes de los individuos y hasta de soli-
citarlos. Esto no es probable, pero nadie parece que intentó
dirigir contra él un :t acusacion (le fraude ó de rapiña en su ad-
ministracion civil. Sus enemigos, con toda su animosidad sin
escrúpulo, no le amenazar 9 n nunca con acus,ir1( por su con-
ducta corno gob3rnador de una provincia ante un tribunal judi-
cial. La pro-pretura de César fue un objeto de panegírico entre
.sus co mpatriotas. Compárese Cíe., _pro
43; Plut., Ctes„ 12. Bala., 19; Vcleyo,
215 --
sumad de dinero en servicio del Estado, habia im-
puesto y recaudado contribuciones sobre los súb-
ditos aliados, habia conferido privilegios á las ciu-
dades, y coronas á los príncipes sus partidarios po-
líticos. Todos estos actos los habia verificado en
el pleno ej ercicio de su ilimitada autoridad, puesto
que estaba investido de poderes extraordinarios
por la ley Manilia. Tenía lin embargo prisa de que
se aprobase su conducta por un decreto especial
del Senado, para desligarse de toda ulterior res-
ponsabilidad; pero este cuerpo acogió con júbilo la
ocasion que se le presentaba para humillar al ge-
neral altanero. Lúculo en particular envidiaba las
distinciones de su rival y sucesor en el mando de
Oriente (1), é insinuaba que él habia sido el pri-
mero que habia quebrantado el poder de Mitrida-
tes; que lo habia dejado á su adversario como una
presa fácil, y recursos suficientes para cogerla;
que, despues de todo, el tirano habla escapado á á la
persecucion de Pompeyo, y por una muerte volun-
taria, habia robado al pretendido conquistador la
mitad de su gloria (2).
Triunfo de Pompeyo.—(Mio 693 de la C.. 22 y 23
de Setiembre.)—E1 Senado oyó con signos de apro-
bacion estas petulantes objeciones, y recobró por
grados su valor en presencia de un hombre que
hacía tan poco tiempo era dueño de sus legiones.
Habia ocultado su enemistad con una serie de acla-
maciones cuando Pompeyo entró en Roma acom-

(1) Plut., Pomp., 46.


(2) Lucano (I, 336) pone este lenguaje despreciativo en bo-
ea de César:
«Lassi pontifica regís prwlia, barbarice vix consuma-
la veneno.»
216
pafrado, no de sus tropas, sino de una, banda de
flautistas y de cortesanos (1). La estudiada modes-
tia de su actitud animó la presuncion de los no-
bles en la misma proporcion que disminuía sus
celos. No quiso aceptar pingan titulo que recor-
dase el teatro de sus conquistas y perpetuase su
memoria uniéndolo á su nombre. Contentóse con la
sencilla apelacion de illapius, el Grande, que habia
sido sancionada por la voz popular en una época
muy lejana, y que en una sola expresion compren-
día, más que todas las denominaciones locales (2).
Declinó enseguida toda muestra de aprobacion pú-
blica, á excepcion del permiso para llevar una co-
rona de laurel y las insignia,s triunfales cuando se
presentase en los espectáculos del circo (3). Entre
tanto verificóse la solemnidad de su triunfo; nunca
Roma habia presenciado otra semejante (4). Fué
ménos notable por la magnificencia de los festejos
que se hicieron ó por los espectáculos públicos en
el teatro y en el circo, que por el interés y el valor
de los despojos que le hicieron ilustre. Los tesoros
de Mitridates, reunidos en el saqueo de Grecia, no

(1) Vell., II, 40: «Quo magas homines tinuerant, eo gratior


civilis tanti imperatoris reditus fuit.»
(2) Ovid., Fast., I, 603:
«Magne, tuum nomen rerum mensura tuarum est.»
(3) Dion, XXXVII, 21: Vell., 1. c,, observa: «Id ille non
plus quam semel, et hoc sane nimium fuit, usurpare susti-
nuit.» Las glorias del triunfo eran una elevacion vertiginosa
que suministraba. un tema constante á los moralistas. Nemesig
no podía sufrir s no con mucho trabajo la provocacion de ver á
i

un mortal asentarse entre estos ciudadanos con la túnica con


que habia ido á caballo tres veces al templo de Júpiter, en el
Capitolio: «Velamina summo ter conspecta Jovi.» Luca-no,
IX, 177.
(4) Comp., el citado relato de Plut., Pomp., 45.
217
fueron restituidos á sus víctimas, sino reservados
para enriquecer al último vencedor. Las obras de
arte eran eclipsadas por el monton de vagina pre-
ciosa y por el lujo desconocido de las pedrerías, de
las perlas y de los vasos. No hay duda que el gusto
de los Romanos por estos objetos data de aquel feliz
acontecimiento (1). De este modo fué como el pue-
blo romano pasó con tal rapidez, de la sencillez an-
tigua, á ese período de la vida de los pueblos en que
sólo agrada lo brillante ó lo raro, ó un lujo á lo cor-
tesana (2).
Propone con urgencia la votacion de una ley agra-
ria para cumplir sus promesas d sus veteranos .—Esta
inocente satisfaccion concedida á su vanidad, no
hacía que avanzase la realizacion del objeto en que
Pompeyo tenía más interés cutáneos. La soldades-
ca licenciada en Brindis reclamaba el cumpli-
miento de las grandes promesas de tierras que se

(1) Plin., Hist. nat., XXXVI, 7.


(2) Pompeyo es el primer romano á quien puede echarse en
cara con alguna seguridad haber tenido el mal gusto de dejarse
representar en estátua desnuda. Esta era la moda que los Grie--
gos adoptaron para representar á sus divinidades y á sus héroes,.
y convenía realmente á los rasgos de una belleza y de una ma-
jestad ideales. En los emperadores romanos la combin a ion de
la figura desnuda con la cabeza adornada segun la moda del
dia, tiene en general algo de burlesco. Sin embargo, los Empe-
Tadores que tenían pretensiones de parentesco con las divini-
dades, no eran d.el todo inconsecuentes, Pero una figura des-
nuda de un ciudadano romano ántes de la época de la apoteo-
sis estaba fuera de su lugar y no tenía sentido alguno. Pompeyo
fue extraviado probablemente por su vanidad personal, porque
-era uno de los hombres más hermosos de su tiempo. (Plut.,
Pomp., 2; Plin., _Hist. nat., VII, 10; Veleyo, II, 29.) La famosa
estatua del palacio Spada en Roma, que se supone represen-
tarle, y cuya forma sería aquella bajo que César fuLd. asesinado,
'no es probable que sea la original, y tiene má.s probabilidades
de serlo otra que se conserva en la Villa Castellazo cerca de
Milan. Véase Winchelman, Gesch. der Kunt., XI, 1.
Ñ18---
le habian hecho. Silo, habia pedido bienes para sus
veteranos; ¿por qué no 'labia de exigirlos tambien
Pompeyo? Pero faltaba á la copia la osadía del
original; el fantasma de la dictadura se escapaba
aún de sus manos. Intentó conseguir su fin me-
diante una conducta apropiada a las circunstan-
cias,pero fracasó de nuevo por falta de talento.
Habla asegurado, por los medios ordinarios de cor-
rupcion, la eleccion, para el año 694, de dos cónsu
les de cuya adhesion poli tica y privada creía que
podía fiarse (1); pero el uno, Lúcio Afranio, no tenía.
valor alguno como individuo de Estado, pues era,
como decía Ciceron, un individuo que no conocía el
valor de la cosa que habia comprado, y entendía.
más de baile que de política (2). El otro, Metelo
Celer, habia recibido una afrenta personal de su pa-
trono, que habia repudiado á, su hermana Mucia
enseguida que regresó á Roma (3). Bajo estos aus-
picios desfavorables fué bajo los que uno de los
tribunos, llamado Flavio, fué comprometido á pre
sentar una ley basada en principios análogos á la.
de Rulo para una distribucion de tierras en Italia
entre los veteranos de Pompeyo y las clases pobres
de la ciudad. Estas tierras consistían parte en ter-
renos públicos, parte en bienes fundos que el go-
bierno debía comprar con los despojos de la última
guerra. Ciceron, que tan encarnizadamente habia
combatido la primera ley agraria, habló con mode-

(1) Cic., ad At., I, 16: «In comitia omnibus in vitis trudit


noste-r Magnus Aula filium.» Pintare° indica la audacia con que
Pompeyo compraba abierta r ante los votos. (Pomp., 44.)
(2) Cic., ad At., I, 19; Dion., XXX \rII, 49.
(3) Dion., 1. c.; Plut., Pomp., 42. Muela era hija de Mucio,
Scevola y prima hermana de Celer y de Nepote: habia sos:-
techas de que tenía con César una intimidad excesiva.
19
racion de la segunda. En su correspondencia con-
fiesa que le costó aló un trabajo para arreglarla y
enmendarla, y que Babia estudiado la manera de
conciliar los intereses de los individuos con los del
Estado y los del mismo Pompeyo (1). Si hablaba en
este tono á un amigo íntimo, es probable que fuese
aún más circunspecto y conciliador en el Senado.
Mas al reproducirse nuevamente el aguijon de una
medida repugnante y violenta, los nobles se con-
tentaron con hacer que su oposicion degenerase
en indiferencia, y que fracas ase el proyecto, apla-
zándolo siempre. La ciudad se hallaba preocupa-
da, por una parte, con un escándalo privado por la
intriga de un noble llamado Memmio con la mujer
de un hermano de Lúculo (2), y, por otra, se diver-
tía con los manejos de Clodio, que, en su impacien-
cia por obtener uno de los asientos en el banco de
los tribunos, andaba buscando una familia plebeya
que lo adoptase mediante un voto del pueblo (3).
Todo el mundo sabía que su fin supremo era obte-
ner los medios de hacer daño á Ciceron, y la ciudad
asistía á este espectáculo cm más curiosidad que
cuidado.
Vése Pompeyo obligado d desistir de su exigencia..
Por este mismo tiempo llegaron á la ciudad no -
ticias respecto á las conmociones de que estaba
amenazada la Galia y de los grandes preparativos
que hacían los Helvecios para una emigra,cion na-
cional que amenazaba no respetar ni la provincia

(1) Cíe., ad At., I, 19: «et sentinam urbis exauriri et Itali


solieitudinem frecuentara posse arbitrabar.» Este era el len-
guaje de los Graeos.
(2) Cíe., 1. c., 138.
(3) Cie., 1. c.
220 —
romana ni los territorios de sus aliados. Una revo-
lucion en la Galia era siempre un objeto de pro-
funda alarma para Roma. El Senado decretó que
los cónsules se dividiesen por suerte la defensa de
las dos provincias de allende y aquende los Alpes,
y que se enviasen inmediatamente diputados de
rango consular para levantar tropas y proveer á
la seguridad de las posesiones nacionales. Elijié-
ronse inmediatamente hómbres distinguidos para
este cargo importante; pero Ciceron y Pompeyo
fueron reservados especialmente como hombres de
Estado cuyos servicios eran indispensables en Ro-
ma durante aquella crisis (1). La inminencia de es-
ta guerra en las Galias, apaciguó algun tanto la
excitacion y el interés que la ley agraria habia
producido (2). Temiendo Pompeyo exasperar al
pueblo, insistiendo en su demanda en tal ocasion,
comprometió á sus amigos á desistir de ella; pero
lamentó la precipitacion con que habia licencia-
do su ejército y confiado en el reconocimiento ó
el temor de sus compatriotas (3). Hubiera podido
creerse que el pueblo en general no tenía ménos
celos del campeon nacional que el Senado mismo.
Comprendía que su plan para enriquecer á la mu-
chedumbre del forum con donativos de tierras pú-
blicas, no era más que un velo con que el ofortuna-
do general pretendía cubrir sus designios liberti-
eidas (4).

(1) Tal fué la interpretacion dada por Ciceron á esta medi-


da (/. c., 1, 19).
(2) Cje., / e: «sed hTc tota res interpelata,bello refrixerat.>>
(3) Dion, XXXVII, 50.
(1) El populacho le insultó en el teatro. Un actor tuvo oca-
sion de decir declamando su papel: «Nos tra miseria tu es mag-
nus,» y le hicieron repetir muchas_veces estas palabras. A Ia3
221
Sus planes para embrollar los negocios públicos.—
Fué un gran descalabro para Pompeyo el hecho de
emplear como sus instrumentos á los rivs turbu-
lentos tribunos y demagogos populares, en vez de
dar la consigna á los cónsules y á sus amigos de
este órden (1); viéndose obligado á degradarse con la
hospitalidad que le ofreció Lúculo, y con el cesen-,
timiento de Metelo Celer. Para dar satisfaccion á
su enemistad privada, hizo el cónsul la corte á
Ciceron y al partido senatorial; y aquella hechura
del favor y de la corrupcion se conirtió repentina-
mente, á los ojos del gran orador y de los °ligar-
quistas, en un magistrado admirable, en un patrio-
ta y hasta en un hombre de Estado. Su estrenada
oposicion á Pompeyo provocó violentas represalias.
El tribuno Flavio, fuerte con el apoyo de su nuevo
patrono, se apoderó de la persona del cónsul, y lo
encerró en una prision. Metelo hizo ostentacim .de,
su alegría á los ojos de la, ciudad por estos ultrajes.
Obligó á los senadores á que tuviesen sus delibe-;
raciones en su celda. Flavio erigió su tribunal en
la puerta de la prision para impedir que entrasen;
pero aquéllos hicieron deriibar la pared y pasaron
por aquella brecha á reunirse con su jefe. Pompeyo
que todavía no estala acostumbrado á tan escanda-
losos procedimientos, se apresuró á reprimir el celo
de su adicto (2). Semejante moderacion hubiera
sido una tarea gloriosa en la historia de aquellos

expresiones «virtutem istam veniet tempus cum graviter ge-


mes,» el auditorio prorrumpió en atronadoras aclamaciones-
(Cie., 1. c.).
(1) Compárense las notas de Plutarco, Pomp., 46.
(2) Esta historia, debe notarse que sólo se funda sobre la
autoridad de Dion (1. c.), y si es verdadera, es extraño que no,
se haya hecho á ella alusion por Ciceron.
222
tiempos de egoísta violencia, si hubiese ido acom_-
pañada de alguna tentativa para contener la deje--
neracion del siglo, é imprimir nuevo vigor á las
ruedas constitucionales. Pero Pompeyo no pensaba
hacer nada en favor del Estado, si éste no se le en-
tregaba á discrecion. Entonces, y sólo entónces,
restaba dispuesto á intentar la reforma, y á emplear
para conseguirla toda su influencia, toda su sabi-
duría y la magnanimidad que, por lo ménos, se le
suponía. Aún faltaba saber los talentos que en
realidad tenía para la administracion civil el afor-
tunado guerrero. Pero ningun partido del Estado
se hallaba aún dispuesto á comprar un bien tan
dudoso á un precio tan incierto. Sin embargo co-
menzó á germinar en su espíritu la idea de que, po-
niendo hábilmente enaccion todos sus recursos, sa
riqueza, su poder, sus resoluciones privadas, po-
dría estorbar los actos de todos los partidos y em-
barazar la marcha del poder ejecutivo. El temor
de la dominacion del populacho y de la violencia
de los demagogos, hacía olvidar, como rnis próxi-
mo y más urgente, las aprensirmes del despotismo
dictatorial, y el autor de la confusion sería el úni-
co capaz de desenredarlo.
Debilidad de Pompeyo. Por grande que fuese
Pompeyo, tenía su carácter un defecto capital, á
saber, el de no cuidarse de tener constantemente
presente su objeto principal, dejar que asuntos se-
cundarios le apartasen de su camino, y gastar inú
tilmente sus fuerzas. Esto puede verse aún en su
carrera militar misma, que es donde más brilló su
genio.
En sus campañas en la guerra de España, no
dieron sus operaciones ninguna. resultado decisiva,
223
y lo mismo parece ocurrió en su lucha con Mari-
dates,- sus compatriotas manifesta ioan por ello su
descontento y hasta le acusaban de prolongar la
g uerra por sus miras políticas. En la Ciudad, esta
falta de decision fué cada dia m s evidente y tuvo
por consecuencia impedir que Pompeyo adquiriese
ningun ascendiente sobre sus asociados. Sus Virtu-
des eran la sobriedad y la moderacion, y las poseía
en un grado eminente. Mas cuando estas cualida-
des no son el resultado del dominio sobre si mismo,
sino que se derivan de una falta de animacion yde
imperfeccion del sentido del goce, son poco
atractivas para hombres de temperamento más ar-
diente, y ejercen ménos autoridad sobre estas ima-
ginaciones. Así, pues, nadie fué tan constante-
mente ellgafiado por las personas que eligió por
sus instrumentos; descubrían sus debilidades y sa-
cudían el yugo de su condescendencia. La distancia
á que afectaba hallarse de las personas de aquéllos
que le rodeaban, procedía en parte de su frialdad
natural, pero quizás más alía de la desconfianza
que tenia en el poder que ejercía sobre ella. En un
principio se tomó esto por grandeza de alma; pero
aproxim á ndose más á este hombre que se procla-
maba á sí mismo un héroe, vieron con disgusto
cuán groseros eran los materiales de que estaba.
lormado.
Descare,sT si No puede ocultarse tam-
poco que su frialdad y su reserva hallan producido
sus frutos ordinarios en una precoz carrera de
crueldad sin remordimientos y de disimulacion in-
veterada. Los nobles que temblaban de horror ante
la idea de ver á Pompeyo asumir los poderes de la
dictadura, sabían bien en qué escuela habia, sido
— 224
educado y las pruebas que habia dado de haber
aprovechado las lecciones. Había lamido la ensan-
grentada espada de Sila, y, una vez que habia gus.
lado la sangre, no se podía estar seguro de que se
hubiese apagado su sed, lo mismo que sucede con
los tig res j( y enes (1). Este era un segundo Mario 4
un segundo lila, no mejor, pero 1Tre1 S disimu-
I (2). Bajo las órdenes del Dictador habia ver-
t ido la ra:si pura sangre de g oma y se le habia
tigmatizado con el título de «el j( r)ven verdugo» (3).
Habia condenado á muerte z't un Carbon, á un Bru-
to, á un Escipion sin dar jamás la más
leve sedal de compasion o de clemencia. No habia
que fiar de su palabra, era capaz de contrariar sus
mismas órdenes; ni amigos ni enemigos podían
descansar en la conformidad de sus actos con los
sentimientos que él expresaba (4). Roma hubiera
podido entregarse a un jefe que hubiera exigido su
sumision con la espada en la mano; pero era de-
masiado esperar creerla dispuesta á, entregarse
voluntariamente al poder de aquél que afectaba

(1 ) Luc., I, 327:
«Ltque ferio tigres minquam posuere furorem,
cuas ilenlOre Hyreano• rnatrum dum lustra secuntur,
altus CWS01111I1pavit eruor armentorum;
SIC ('t Sylanum solito tibi larnbere ferrum
durat, Magne, sitis.»
Lucano carecía de genio dramftico. No es esto lo que dijo
César, sino lo que le ht. cieron decir sus contemporáneos.
(2) Tacit., II, 38: <wcultior, nollnelior.»
(3) Val. Max., VI, 2, 8: «adolescentulus Carnifex.» Comp.
Plut., Pomp. 3, 5, 18, 25.
(4) Cje., ad Div., VIII, 1, •3: «Solet aliud sentir°, aliud lo-
qui.» Comp. ad At., I, 13, • 4; 1I, 20, 2, 22, 1: IV. 7, 9, 15; sa-
Frag.: «Modestus ad omnia alía nisi ad dominacionem>
«Oris pro)(, animo inverecundo.
2')5
pedir como un favor entregase entre sus manos
la libertad y la vida de sus hijos (1).
Abre las negociaciones para una alianza Con eCiSar.
—Desde el momento de su regreso zí, la ciudad, di-
rigió Pompeyo sus miradas en derredor suyo para
ver si hallaba alguna persona que pudiese secun-
dar sus designios sin comprometerle ni pretender
hacerse muy independiente de su direccion; pero
fué muy desgraciado en estas intrigas. Cuando re-4
pudió á su mujer Mucia, tenía quizá ya pensa-
da una alianza m ,. ls ventajosa. Proponíase, segun
se dijo, enlazarse con la familia de Caton, cuyo ca-
rácter y posicion debían, si esto es verdad, serle
enteramente desconocidos. Semejante pretension
parece que fué rechazada desdeñosamente (2). Es
verdad que encontró en Ciceron un adulador com-
placiente y desempefuí con él una larga comedia
de disimulaciím y de lisonja, trasparente para todo
el mundo excepto para el que era objeto de ella (3).
En vano, le dijo, «hubiera yo merecido la glo-
ria del triunfo, si tu no l'unieses preservado la ciu-
dad para poder celebrarlo en ella» (4). 1-lízole la«
corte con tal constancia, y se reunían con tanta

(I) Los Romanos de época más reciente hacían esta distin-


cion entre su sumision á los usurpadores de las guerras civi-
les, y el despotismo legalizado de los emperadores. Lucano, IV,
in fine:
«Jus lieet in jugulos nostros s'Y fecerit en
Sylla potens, Mariusque ferox, et Cinna cruentus,
Ca3sarewque domus series, cui tanta potestas
Concesa est.»
(2) Plut.. Pornp., 44.
(3) Es evidente CRTC Ciceron
se puso en guardia contra Porn-
peyo por los consejos de su amigo Atico. Cíc., ad A t., I, 10:
II ,1,6.
(4) Cic., de Of., 1, 22.
MERIVALE. TOMO I. 15
226
frecuencia, que la juventud noble le dió satírica-
mente el nombre de Cneo Ciceron. Mas parece que se
convenció muy pronto de que no podría sacar más
que pocas ventajas de los servicio s del orador. Ade,
m ."),s, la conducta de los cónsules fu é para él un nue-
vo objeto de decepciona el uno por su nulidad y el
otro por su hostilidad declarada, ninguno sirvió
sus intereses. Clodio era demasiado aturdido y te:-
*caz para que se le pudiese contar como un aliado.
En cuanto á los servicios de Fla-vio, estaba la dig-
nidad de Pompeyo muy léjos de parecer que los bus-
caba. Craso procuraba como él, atizar las disen.-
siones públicas con la ciega presuncion de que sus
riquezas y el gran número de sus clientes le darían
el triunfo sobre todos sus colitpetidores en un pe-
ríodo de discordias populares. Pero hala, entre
ellos una animosidad mortal, porque ninguno se
prestaba á olvidar una antigua rivalidad, y Pom-
peyo no sabía ó desclefiaba los medios de llegar 11
una reconciliacion. En tales circunstancias fué
cuando resolvió interesar á César en sus proyec-
tos, habiendo descubierto ya en él,—por lo ménos
así lo presumía,—todala diligencia en servirle que
él desear pudiera. Pompeyo creía que César no te-
nia que perder ninguna consideracion á los ojos
de la nobleza, cuya opinion le inspiraba á él tantos
temores; mientras que su carácter y sus necesida-
des parecían impulsarle á desafiar las consecuen-
cias de las más atrevidas agresiones. Podernos su-
poner además, que á los ojos de un hombre tan se-
vero como Pompeyo, para las reglas del buen por-
te y del bien parecer, el carácter del derrochador
partidario de M•rio, se presentaría como tan des-
preciable, que podía creerse capaz de romper en
227 --
todo tiempo impunemente su alianza. El regreso
de César de su provincia favorecía las miras de
ámbas partes, y no perdieron tiempo para llegar á,
la apariencia de una inteligencia mútua (1).
César se presenta candidato para el consulado y re-
zzincia el honor de un friunfo.—Roma no tenía re-
compensas para el honroso y lucrativo ejercicio de
las funciones civiles en las provincias; pero las ha-
zañas militares del propretor en Espafiá le daban
un titulo para aspirar á la distincion de un triun-
fo. César dirigió cartas al Senado, detallando di-
chas hazañas y solicitando su recompensa. Pero
el Consulado presentaba más sólidas ventajas, y á
medida que avanzaba el año del consulado de Afra-
nio y Celen, se aproximaba el tiempo en Que podía
aspirarse á este cargo y obtenerle. Surgió, sin embar-
go, un obst'Lculo . Las celosas prescripciones de la
ley prohibían al imperator entrar en la ciudad án-
tes del dia de su triunfo, miéntras que la vanidad
del pueblo exigía la presencia en el forum, en tres
ocasiones determinadas, de todo candidato que soli-
citase sus sufragios. Es verdad que el Senado ha-
bia obtenido para sus favoritos la dispensa de esta
última formalidad. Mario había sido elevado al_
consulado y Lúculo á la edilidad á pesar de hallar-
se ámbos ausentes (2). Pocos años despees fué Ca-
tulo el primero que propuso seme . ante derogacion
en favor de Pompeyo, cuando obtuvo el procon-
sulado de España, y se abstuvo escrupulosamente

(1) En es!:.a época es cuando se encuentra el nombre de Cé-


sar por vez primera en las cartas de Ciceron, que nos le pre-
senta con estas palabras proféticas: Cesar cujus 'lune venti,
valdá.sunt secunde» (ad Att., II, 1.)
(2) Plut,, Marius, 14; Líicalus, 1; Cic., Acude, II,
228
de entrar en la ciudad Pero en la presente oca-
sion se complacían los nobles en poner un obs-
táculo la marcha de un homIre á quien aborre-
cían, y concedieron_ el triunfo con objeto de poder
excluir al triunfador del Consulado (2). Miéntras
que sus amigos hacían vivas gestiones para obte-
ner un decreto en favor suyo, el patriota rígido re-
currió á un artificio, y ocupó toda la sesion con
una arenga interminable (3). Los nobles esperaban
sin duda que César abandonaría el inseguro pro-
yecto de su eleccion para el Consulado; pero muy
al contrario, renunció al triunfo, y abandonando
precipitadamente su provincia ántes de la llegada
de su sucesor, se presentó en Roma •en tiempo
oportuno para solicitar los votos de sus conciuda-
danos. Era un. homenaje tributado á la magestad
del pueblo el de preferir ostensiblemente sus ho-
nores á los del Senado; pero á los ojos de César, el
valor del uno sobrepujaba cien veces la vanaglo-
ria del otro. Formó pues, una coalicion con un can-
didato muy rico, L. Lucceyo; '(4) los nobles pusie-
ron toda su fuerza al servicio de Bíbulo, y reunie-
ron una inmensa suma para corromper las centu-
rias. El mismo Caton se unió á esta audaz cUala,
y puso con su ejemplo el sello á la universal con-
viccion de que la ley era impotente, é inevitable
una revolucion (5).
Cábala de Pompeyo, César y Craso; primer Triun-

(1) Idem, Pomp., 54.


(2) Dion, XLIV, 41.
(3) Suet., Jul. 18; Dion, XXXVII, 54.
(4) Cic., ad At' I, 17, 11.
(5) Suet., Jul., 19. «No Catone quidem abnuente eam lar-
gitionem é repubica fieri.»
229
virato. (ario 604 de la C.).—Craso entre tanto, aban-
donado por los jefes de las diversas fracciones de
la nobleza, los indolentes, los libertinos y los or-
g ullosos se sintió contrariado aún en medio de su
posicion brillante. Prudente, industrioso, y cuida-
doso de cubrir todas las apariencias, se hallaba
igualmente apartado de todos estos extremos, y
sin ruptura abierta, parecía escap D_ .siele la influen-
cia que ejercía sobre su partido. H1 regreso de Cé-
sar, fuente primera de todo lo que en aquél 'labia
de original y de activo, lo infundió una nueva vida,
lo mismo que á Pompeyo, y vino oportunamente
para abrir una nueva era á, su mutua fortuna. El
candidato del partido de Mario para el consulado
estaba ya preparado á contraer con ellos una ínti-
ma alianza, y á reconciliarlos. Craso no tardó en
comenzar á oir con gusto las indicaciones de un
negociador tan Una insi g nificante, pero
oportuna lisonja sirvio bllsamo a las heridas
que su vanidad habia recibido; y se le condujo fá-
cilmente á retirar su apoyo á unos amigos que no
sabían apreciar su importancia, y á concederlo
aquéllos quo tenían la prudencia de solicitarlo.
De este modo fué como los tres competidores al po-
der supremo formaron entre sí una liga con objeto
de ayudarse mútuamente. Se convino en no dejar
hacer nada en la República sin el consentimiento
de las partes contratantes (1), pues unidas estas,
constituían tal poder que no podía contrarrestarse
con todos los demás recursos de la República. De
cualquier modo que les agradase considerar é in-
terpretar la constitucion y las leyes, su influencia

(1) Suet., Jul., 19.


— 30
era en realidad omnipotente, y su voto decisivo.
No faltaba á la c:lbala nada m.s que una declara--
cion abierta para ser recon)cida como la usurpa,
cion del poder absoluto, y la reparticion de este
poder en muchas manos era lo único que le distin-
guía de un despotismo moMrquico. Esta prodigio-
sa alianza entre Pompeyo, Cesar y Craso, fue de-
signada por los hombres de Estado, con el nombre
de Cerbero, ese monstruo de tres Cabezas, de la
antigua leyenda; pero plugo al pueblo denominar-
la Triunzvirato, palabra que, en el lenguaje políti-
co, significaba sencillamente, una comision públi-
ca extraordinaria (1).
Reflexio lies sobre el carácter de esta li,ya.—Le-
va-ntóse de nuevo el telon para dar principio á otro
acto de este gran drama en que se desarrolla la
historia del pueblo romano. La sangre de los Roma-
nos y de los Italianos se 'labia mezclado por com-
pleto; la contra-revolucion había borrado hasta las
últimas huellas de la reforma de Si:a; la lucha ha-
bia terminado con la elevacion de individualidades
políticas á una posicion desde donde podían colo-
car su ambicion privada en oposicion con el bien
general. Cada gran jefe se halla al frente de una
fraccion cuyos intereses estan concentrados en
él, cuyos miembros se hallan dispuestos á batirse
bajo su bandera y por su personal engrandeci-
miento, y han dejado de invocar las 3alabras dn•
órden de los partidos ó los principios de las clases.
Los Triumviros se hallan al presente ligados para
minar la antigua forma de gobierno; poco á, poco,
cada cual atacará por su cuenta y seprovocarán, áfr:

(1) Apiauo, Bell. Civ., II, 9.


231
un duelo muerte; cada cual intentará fortificarse,
apelando á antiguos nombres y prejuicios, y las
m
sobras de un partido popular y de un partido pa-
.
tricio se encontrarán por última vez frente á frente
en los campos de Farsalia; pero la lucha real no
será entre el pueblo y la nobleza, sisó entre Cé-
sar y Pompeyo. En efecto, uno de los partidos no
tiene ningun objeto comun que excite un interés
suficiente para mantenerle sólidamente unido; el
otro, á pesar del peligro en que se hallan todos sus
privilegios, todos sus sentimientos, no tiene con-
fianza en sus jefes, por los cuales ha sido vendido
tantas veces, y se ha convertido en una reunion de
hombres desesperados, unidos entre sí por un ins-
tinto de resistencia, pero sin hallarse animados por
'agua principio vital de permanencia ó de pro-
greso (1).
Muerte de Catulo. Precisamente en esta época
de crisis para los destinos de la oligarquía, finé
cuando perdió ésta el méjor y nils s \bio de sus
campeones. Catulo murió en el mismo año (2) que
presenció el regreso de César á Roma y el estable-
cimiento del Triunvi rato. La confusion en que des-
de este momento cayeron los asuntos de su partido
confirma la verdad del triste panegírico que pro-
nunció Ciceron sobre su cadáver: «era este uno de
esos hombres á quien ni las tempestades del peli-
gro, ni las brisas de la gloria pudieron nunca des-
• viar de su camino ni por temor ni por esperan-

(1) Vell., II, 44. «Hoc igitur Cos. inter eum et Cn. Pompeyum
et M. Crasum in íta potentiw societas, que urbi orbiqu terra-
rum, nec minus diverso quoque tempore ipsis exitiabilis
(2) En medio del consulado de Metelo Ceder. Cie., pro
Cels., 24.
— 232
za (1).» «Despues de la muerte de Catulo, escribe
en 'una de sus cartas, mantengo la verdadera .poli-
tica de mi órden, sin un propretor y sin un compa-
ñero» (2).
Obtiene César el consulado para el alío 695. Yo
tardaron en manifestarse los efectos de aquella
union triple. La eleccion de César para el consula-
do casi se hizo por aclamacion; los nobles no con-
siguieron más que imponerle á Bibulo por colega.
Era la segunda vez que estos dos hombres suspi-
caces se encontraban juntos al frente de los nego-
cios públicos (a), y habia poca esperanza de que
desempeñasen sus honrosos cargos con el acuerdo
conveniente. En el calor y aún el temor que exci-
taba la idea de un «tumultus galicus,» habia ya el
Senado asignado las dos Galias á los cónsules del
año; pero el aspecto de los negocios se presentó
menos belicoso, y temió lóetelo no tener ocasion de
merecer el triunfo (3). La Asamblea se apresuró en-
tónces á repartir á los cónsules nuevamente desig-
nados sus futuras provincias, é intentó debilmenta
detener el creciente poder de César, dándole la mi-
sion de vigilar los caminos y los bosques, cargo
miserable é indigno hasta de Bibulo. César se irritó
con razon por esta intriga, pero no dudaba que

(1) Cic., pro Sest., 47.


(2) Cic., ad At., I. 20. Asinio Polion comenzaba su historia
de las guerras civiles en el consulado. de Apanio y de Metelo:
«Motum ex Metello Consule civicnm.» Horacio, Ocl., II. 1.
(a) La traduccion literal de la frase que el autor inglés em-
plea, sería; «era la segunda vez que estos dos recalcitrantes
caballos eran unidos juntos al timon de la cosa pública.» Me ho
permitido prescindir de la figura que estará muy admitida en-
tre los literatos ingleses, pero que de seguro no la tolera el
gusto delicado de los españoles. (N. del T.)
(3) Cic., ad At., I, 17 j1.
— 233
dría desquitarse en tiempo y sazon; ahora tenía una
partida que jugar y la emprendió con su decision
acostumbrada.
Propon() Üets'ar una ley agraria.— El consulado
era el eje sobre el que giraba todo el mundo ro-
mano. Las medidas populares podían asegurar el
favor de la muchedumbre, y, por este medio, el
nombramiento para algun puesto elevado, los re-
cursos de las provincias y la adhesion de loseér-j
citos. Con estas recompensas que estaban perfec-
tamente á su alcance, seguía el aspirante audaz
su marcha con ardor prcgresivo. Los nobles habian
abolido recientemente la ley agraria de Ralo, y 5

César propuso é hizo que se votase una medida que


era en sustancia la misma. Proporcionó tierras
los veteranos de Pompeyo, asegurando de este
modo la cooperacion de su jefe. También concedió
posesiones á gran núm ero de ciudadanos. y propu-
so que fuesen á establecerse en los dominios pú-
blicos de Campania 20.000 colonos (1). Habia que
nombrar comisionados que procediesen 11 hacer la
division conveniente de dichas tierras, corres-
pondiendó al mismo cónsul la proteccion, si es que
no la provision directa de estos destinos lucrativos
é influyentes. El pueblo saludó con aclamaciones el
anuncio de esta medida popular; pero era indispen-
sable obtener la sancion del Senado pintes de que el
cónsul pudiera ponerlo á votacion en las Centu-
rias. Los nobles comprendieron lo peligroso que
era desecharlo ó mutilarlo; Ciceron vacilaba en
renovar el combate teniendo en frente á Craso rá.
.1■■■•■•••

(1) Vel., II, 44; Comp. las varias noticias de Dion., XXXVIII,
1; App., B. C., 10.
— 234
Pompeyo, pero viendo su partido la fatal influencia
que César a dquiriría por ello, le opuso á Caton, no
para discutir sobre la ley, sino simplemente para
protestar contra toda innovacion. Pa cónsul se
atrevió á calificar esto de artificio ilegal, mandó á
sus lictores que prendieran á su antagonista y le
condujeran á la cárcel. Los padres se levantaron
consternados; muchos siguieron á su compañero al
lugar del encierro. Petreyo, rudo soldado, dijo
que valía m 1s estar al lado de Caton con cadenas,
que con César li ggre, lo cual parece produjo tal
efecto en el ánimo del cónsul que, avergonzado,
mandó poner en libertad á Caton y cerró al mismo
tiempo la Asamblea, declarando que era ilegal ne-
ga,rse á apoyar una medida propuesta por el ma-
gistrado supremo, y amenazando con que, en ade-
lante, prescindiría del Senado y presentaría direc-
tamente sus proyectos do ley ante el pueblo.
S 12te7(Z violewla CO22 108 wobles .—Tal modo de
proceder habría sido sin duda completamente irre-
gular; sin embargo, la ley Hortensia, que era sólo
una resolucion de las tribus suscitada por un tri-
buno, y obligaba al cuerpo de los ciudadanos, habia
demostrado que podían publicarse decretos sin el
concurso del Senado. César, sin embargo, no deses-
peraba todavía de ejercer influencia sobre los no-
bles en su misma Asamblea. Aseguró á los ciuda-
danos que se aprol aria la medida si ellos lograba .
persuadir á su colega Paulo. «En mi algo, excla-
maba éste, no lograreis vuestros deseos aunque lo
pidais todos á una voz.» César procedió á que ma-
nifesta sen su opinion. Pompeyo y Craso, la cual ya
sabia él de antemano que habia de ser favorable, y
en pos de ellos se decidieron otros muchos. Con-
235 —
trariado y acosado de este modo, comprometió
bulo á algunos de los tribunos que estorvasen la
votacion de la ley por el pueblo, y cuando no dióy
resultado este recurso, pretendió consultar los pre-
sagios y declaró nefasto, y por tanto de vacacio-
nes, el resto del año. La ley, la costumbre y la su-
persticion se combinaban para prohibi r en esta épo-
ca la transaccion de los negocios públicos : era un
acto de suprema audacia en el cónsul oponerse á
este impedimento, á pesar de ser evidentemente
faccioso, pero las pasiones é intereses del pueblo
lo eran más fuertes que sus preocupaciones, seña-
lando un dia para votar la ley en les comicios. Les
ciudadanos ocuparon el forum ántes de amanecer
para impedir que fuese ocupado por los dependien-
tes y amigos de sus adversarios; sin embargo, el
temor y el respeto les indujo á dejar libre el paso á
ilíbulo, quien se atrevió colocarse en frente de
César, que se hallaba en el pórtico del templo de
Castor y Pollux, desde donde iba á dirigir la pala-
bra al pueblo; pero cuando se dispuso á hablar con-
tra la proposicion de César fué arrojado por las gra-
das rotas sus haces y golpeados y heridos él y sus
servidores. Votóse, pues, la ley, y al dia siguiente
pretendió Bibulo que el Senado diese un decreto
derogándola, pero los senadores estaban dispues-
tos á tolerar el insulto. Sólo le restaba encerrarse
.en su casa, enviar sus dependientes que pro-
testasen contra todo acto público de su colega, y
consultar allí con Sus adictos acerca de los intere-
ses de su patria ó de su partido.
Impónese por fuerza la ley al Senado. La propo-
sicion se habia votado casi por la fuerza. En vano
Bibulo se habia esforzado para hablar al pueblo y
9 on
fi

provocaba su violencia exponiéndose á ella. Hasta


el mismo Lúculo, á pesar de ser ya un anciano,
salvó únicamente su vida, segun se dice, arrojlin-
dose á los piés de César. Caton, cuyo valor aumen-
taba con el peligro, hizo enérgicos esfuerzos y se
dirigió á la tribuna, pero su voz poderosa fué
ahogada por los gritos y murmullos de la muche-
dumbre, siendo arrojado de aquel sitio por órden
de César. Cuando la ley fué votada, se negaron el y
Celer á jurar obedecerla; pero una segunda ley de-
clarando esto un delito capital les obligó á some-
terse á ella. Pompeyo veía todo esto con cierta sa-
tisfaccion secreta; los actos de su gobierno en la
provincia eran ahora ratificados sumisamente,
atribuyendo él este éxito á la astucia de sus intri-
gas y al golpe de haber incluido á César en
la coalicion entre él y Craso (1).
Aritderiosa confesio/ de unza con gpiracion contra la
vida de César. —Una gran parte de la violencia y
del aparente encarnizamiento de que aquellos
hombr es de Estado nos han dado pruebas, puede ser
atribuida á la irritabilidad del carácter italiano,
propenso á la expresion más exagerada de sus sen-
timientos. Despues de todo, los políticos de Roma
--dvían entre si,—es decir, en sus relaciones priva-
das,—en armonía y mostrando mucha moderacion:
sus discordias políticas se olvidaban generalmente
en la esfera de las relaciones sociales. Su conducta
era tri bien la de jugadores contrarios 'que la do
enemigos mortales. Pero cuando ocurrió la crisis á,
que ahora nos referirnos, sobrevino un aconteci

(I.) Comp. Dion. XXXVIII, 1, 7; App.. B. C II, 12; Suet.,


Jul., 20.
237
miento que sirvió para engendrar sombrías des-
confianzas entre adversarios honrados é hizo re-
cordar una vez más el empleo del punal, al cual
no ha sido nunca ajeno por mucho tiempo el es 1í--
iiitu nacional. L. Vettio, cuyo nombre ha sidoya
objeto de una mencion Poco honrosa, confesó que
se le habia sobornado para que asesinase á Cesar y
Pompeyo (1). Fué detenido y se le encontró el
puñal que debía servirle para cumplir su repuge
nante mision, y declaró que se lo habia dado el
cónsul Bíbulo. Sus revelaciones tendían á compli-
car en este crimen á los rrr,s distinguidos miem-
bros del partido senatorial, á Caton, á Ciceron, y
im'ts especialmente al jóven Curion. Los nobles se
defendieron insinuando que el pretendido complot
era una maquinacion del mismo César. Vettio,
segun estos decían, habia prometido destruir la
influencia de Curion, haciendo que recayese sobre
él una acusacion que le cubriera de odiosidad y de
deshonra. Con este designio se insinuó en la con-
fianza de aquél jóven, y fué preparándole lenta-
mentepara comunicarle la noticia del golpe que
meditaba. Curion evitó el lazo y- reveló el complot
á su padre, y éste á Pompeyo. Tal era la historia,
segun la referían los nobles. Nada podía oponerse
á esta narracion, sino el te itirnonio de Vettio, que
no erapor cierto de gran valía. El criminal fué
encerrado en una prision, y algunos dias despues

(1) La historia está detallada en Cíc., ad At., II. 24. Compá-


rese Suet., Jul., 20; Plut.: Luc., 42 y Cje., in Vat., 11: tambien
el Escoliasta Robíana, pro Sest., p. 308, in Vatin., 320. Estos
escritores indican que el complot era una invencion de César.
Apiano (Bell. Civ., II, 22) da una razon poco concluyente
Dion., XXXVIII, 9.
fué hallado muerto en su lecho. Su muerte fué
atribuida á un suicidio; pero el rumor que preva-
leció fué que se le habia asesinado en interés de
ciertos personajes. Muchas personas podían haber
deseado su muerte. Cualquier nuevo exámen de-
1,unciaba nuevos nombres. El noble Lúculo fué
complicado en estas delaciones, lo mismo que un
Domicio, un Léntulo, un Pison y un Bruto. El que
Italia tramado esto era un tribuno partidario de
César llamado Vatinio. En un período posterior im
put) Ciceron á éste el crimen de asesinato. Ciceron
debía en esta época favores á César, y no hubiera
tenido quizá inconveniente en denunciar á César
como el asesino oculto; pero el mismo orador in-
currió, segun otras narraciones, en una sospecha
semejante j), y en la lucha de tan opuestos testi-
monios no hay más remedio que correr un velo
sobre el caEver de la víctima.
César obtiene por eiiieo aZos el proconsulado de las
dos Galias y de Riria.—Bibulo no se atrevió á pre-
sentarse más en público miéntras duraron sus fun-
ciones. César continuó administrando los negocios
de la República sin ayuda ni oposicion por parte
de su colega (2). Otra de sus medidas fué aliviar á
los caballeros del rigor de las condiciones con que
habian arrendado las rentas de Asia (3). Esta me-

(1) Dion., 1. e.
(2) Suet., .T ul., 20: «LTt non nulli urbmorum cum quid per
iocum testandi gratia signarent, non Cursare et Bibulo, sed Ju-
lio et Cesare consulibus, actum scriberent utque vul -
o-o ferrentur hi venus:
«Non Bibuló quicquam nuper, sed Cursare factual est:
nam Bibulo fieri consule nil memine.»
Comp., Dion, XXXVIII, 8.
(3)Suet., 1. c.: Ap. Bell. Civ., II, 13; Dion., 1. e.
239
elida, prudente en sí misma, era favorable á sus
propios intereses, porque esta clase, separada ya
del Senado por la negativa que ántes se les había
dado, y un tanto frio ya su reconocimiento há
cia Ciceron, su desgraciado patrono , aprovechó
con gusto la primera ocasion para ponerse á las
órdenes del campeo"' popular. El cónsul cuidó de
afirmar y extender la influencia que adquirió con
este proceder con el mayor aparato y magnificen-
cia en los espectáculos y juegos públicos (1). La
alarma respecto de la Galia se ha bia apaciguado
algo durante este ano, pero el pue M.o,- á propuesta
de Vatinio, confirió á su favorito el cargo de la
Cisalpina, al mismo tiempo que el de Iliria, por
espacio de cinco anos. Era esta una extension ex-
traordinaria de sus prerogativas ; pero de la que
suministraban ámplios precedentes las leyes Gavi-
nia y Manilia. Craso y Pompeyo sostuvieron cie-
gamente hs intereses de su colega y arrancaron al
Senado la adicion de la provincia transalpina, el
probable teatro de la futura guerra (2). Pero sus
enemigos se tendrían quiz'S por dichosos librandose,
de su presencia á cualquier precio que fuese; miért-
tras que el principal objeto de la ambicion del cón-
sul era obtener la direccion de operaciones milita-
res extensas y duraderas para crear un ejército
adicto y enriquecer una numerosa comitiva toma-

(1) Uno de los actos populares de César que revelan una


sagacidad superior fué el de disponer qu l se publicasen las
deliberaciones del Senado. Suet., Jul., 20; Dumi., Hist. d!
Rom., 399.
(2) Una de las provincias debió ser en aquel tiempo el com-
plemento necesario de la otra. Clsar hizo levas constantes en
la Galia Cisalpina de las tropas que necesitabI para su campa-
ña en la otra provincia urJús lejana. Don., XXXVIII, 8.
- 240
da de las mejores familias de Roma. Al mismo
tie,npo Pompeyo ofreció su mano á Julia, hija de
su rival (1), cuya alianza fué considerada como
una prenda de que ambos iban de buena fé en el
proyecto de oprimir la República. En vano Caton.
advirtió al Senado que colocaba sobre sí un rey y
lo introducía con su guarnicion y todo lo demás.
en la ciudadela de la República. Hasta el mismo
César parece que se embriagó esta vez con su
triunfo y se vanaglorió en un lenguaje poco mesu-
rado de la victoria que habia obtenido sobre sus
enemigos, y de la venganza que tomaría contra
ellos (2).
Eleccio2i de Cloclio _para d tribunado: sus medidaY
jmpulares (A2696 de la C., 58 a. de J. C.)—Los asun-
tos de la ciudad presentaban en este momento
más vivo interés que nunca. Despues de haber de-
clinado el consulado á principios del año 696, y
haber tornado el mando de sus legiones, aunque
alejado de Roma, continua César vigilando los
acontecimientos. Los nuevos cónsules eran A. Ga-
binio y L, Calpurnio Pison, adictos ámbos á los
triunviros, el uno especialmente á Pompeyo y el
otro á César, que se había casado con su hija. Am-
tos parece que eran conocidos como hombres de
carácter depravado y de disposiciones peligrosas,
por más que el primero alardease con una afecta-
cion casi cínica, de virtudes republicanas (3). Soli-

(1) Veleyo, II, 44; Dion., Lib., XXXVIII, 9; Suet., .1 -u/., 21.
César dio en matrimonio su hija á Pompeyo por más que la te-
nía prometida á otro. Al mismo tiempo se, casó con Calpurnia,
hija de Calpurnio Pison.
(2) Plut., Ca!. Mi n., 33; Pomp., 48: Suet., Jul., 22.
(3) Comp., Cic„ Or., post red. 4; pro dom., 9; pro Sest., 7;
241 —
citó Clodio el tribunal), y César, que contaba con
sus servicios, se exforzó por conseguir la adopcion
de aquél en una casa plebeya. Satisficiéronse ó se
omitieron las formas legales (1), y con gran cous-
ternacion de la nobleza, fuá elegido para el car-
tp fro uno el desvergonzado
-& demagogo. Sa-
biase de fijo que su pl . incipal objeto era perseguir
Ciceron; pero se veía generalmente en él una
hechura de Pompeyo, y se le tenía como un ins-
trumento, siempre dispuesto á servir los designios
de traici al de este último. Los consules carecían
de fortuna y estaban ávidos de riquezas; el jóven
tribuno no temió asegurarles, gracias al favor de
que gozaba en el pueblo, el gobierno de las dos
provincias más lucrativas, tan luego como espira-
se el afeo de su cargo (2). Sostenido por esta coali-
cion de hombres influyentes, se apresuró Clodio
proponer una série de medidas calculadas á la vez
para aumentar su popularidad y para quebrantar
algunos de los poderes Inis importantes de la oli-
garquía. Comenzó por pedir una distribucion gra-
tuita de trigo para los ciudadanos que se hallaban
necesitados (3). Introdujo una ley para limitar el
poder de los censores y expulsar del cuerpo sena-

De cons., 3, in, pis., 4. Pero no hay que perder de vista


que lo que nosotros sabemos de ellos, especialmente de Pison,
procede principalmente del testimonio de su enemigo, y (fue,
en una época anterior, había hablado más favorablemente
(ad Q. E R., I, 2).
(1) Cic ., ad Att., II, 12; Vel., Il, 45; Suet., Jul., 20; Dion.,
XXXVIII, 12. Ciceron hizo algunas objeciones técnicas á la le-
galidad de esta adopcion (pro DOM., XIII, 29).
(2) Idem, De prov. coas., 2: «Siria et Macedonia quas, yo-
bis mortis et opresis pestiferi liii consules pro eversae Reipu-
bliew pranniis ocupaverunt.»
(3) Lex Clodia frumentaria, Asconio, in Pis., p. 9.
MERIVALE. TOMO T.
— 242

torial z rt, los miembros indignos (1). Efectuó asi


mismo la restauracion de los collegia ó corporacio-
nes de artesanos, que hablan sido suprimidas Po-
cos arios Antes por un decreto del Senado. Estas
corporaciones traían su origen del tiempo de Numa
(2), y eran sin duda, en un principio, una institu-
cion digna de la sabiduría del célebre legiJador
de la monarquía. Su fin, en la época de su funda-
clon; y aún mucho despees, era ensalzar las cla-
ses de trabajo que cada cual protegía, objeto
portante en una ciudad de soldados y de propieta-
rios, entre los que eran generalmente desprecia-
dos el comercio y la industria (3). En un período
mas próximo, estas corporaciones dieron corsisten-
cia y valía á la clase inmediatamente inferior á las
de los caballeros y de los publicanos, clase que,
sin gozar de ninguna funcion ó dignidad pública,,
tenía, sin embargo, interés en la grandeza y la
prosperidad de la República. Su tendencia directa
á consolidar el poder de estas clases medias de la so-
ciedad, la hacían muy odiosa al partido aristocrá,-
tico que acababa de suprimirlas Almismo tiem-
po puede admitirse que, en una época de facciones

(1) Lex Cloclia de censoria notione; Asconio, 1 e.; «(loar taro


(legem tulit Clodius) ne quem Censores in legendo Senatu
preterirent n3ve qua ignominia afficerent, nisi qui apuJ eos
acusatus et utriusque censoris sentencia damnatus esset.»
Ilion, XXXVIII, 13: comp. Cic., pro Sest., 25. Esta ley fué abo-
lida por Escipion en su consulado, año 70.2 de la G.
(2) Plus., Numa, 31: Muchas de estas corpora c iones se ha-
llan especificadas por Plutarco, Nurn., 27, y por Plinio, _Hist.
Nat., XXXIV, 1; XXXV, 43. Comp. Dionis., Ant. Ram., IV,
43. Vénse diversas descripciones en las colecciones.
(3) Cic., de Of., I, 42.
(4) «L. Cecino y Q. Martio consulibus, colegia sublata sant,
quT adversus Rempublicam videbantur esse. Ascon., in Pis.,
VIII.
243
y licencias, y en que los acontecimientos podían
traer un gobierno puramente demagógico, eran
-susceptibles estos cuerpos de ser empleados para
malos designios, y convertirse en focos de intri-
gas y sediciones. En el estado actual de la ciudad,
los lazos secretos que las unían como en una fami-
lia, los signos, las divisas y las particulares dis-
tinciones sociales, todo tendía á alimentar ese es-
píritu de dominacion ilegal que amenazaba arrui-
nar la República. Por otra parte, las personas, la
propiedad y la consideracion de las clases traba-
jadoras no tenían necesidad de una proteccion es-
pecial: los progresos del lujo y del refinamiento
hacían indispensables sus servicios y les asep:ura-
ban el respeto. En su consecuencia, se opuso Ci-
reron 'i su restauracion, y ya veremos despues con
cuanta atencion las vi cr ilaron, y clon las limitaron
los emperadores más sabios. Clodio tenía, sin du-
da presente el uso que de ellas podría hacer un
demagogo sin escrúpulo. y c nsiomió hacer triun-
far su medida (1).
Revocaciov de la 7,1y t ia importati
te aún fué el paso de la Revolucion de la ley _Elia
Fufia, que habia venida z-1 ser una de las in .,ís efi-
caces armas de la oli , -r arquia en la lucha á muerte
en que se hallaba empeñada . Ordenaba esta ley

(1) Lex Clodia de Collegiis. 1:)?..,1.e.: «post In-


vem anuas quam orant. P. Cli) T'A), lata
restituit Comp.. Won., XX_XVIII. 13.
(2) Lex la de aus):e Sest., 15: 1.e.: Don,
1. e. No sabemos con exa f.Ttu 1 en flos ,?ran las dis.9.)si 'iones dt,.
la mu e va ley: pero no px-Um,i)s 'l ),:m que fuesen Insta sa-
primir por completo 11 prer.)gativa consular en una materia
tan extrecliamelite unid i con las sawrsliciones del pu24)1),
Pocos años despues3 á h c5nsuLe s op)1111
vamente, virtud d,? los prosagios, á las op_eracioaes de los
— 244 —
que siempre que los comicios se reunieran, debían
los cónsules consultar los auspicios y los signos
del cielo, segun la forma prescrita, y si declara-
ban desfavorables estos presagios, debía disolver-
se la asamblea é invalidarse sus actos. Esta facul-
tad llegó á ser en manos de los cónsules un obs-
t aculo constitucional al poder de los tribunos (1),,
que, entre otras prerogativas, poseían la de con
votar las asambleas del pueblo. Así, cuando Bíbu-
lo se habia negado á presentarse en los comicios,.
Labia practicado, segun se dice, estas ceremonias
en su propia casa y habia visto que las operacio-
nes que iba á verificar el pueblo serían llega--
les. El acta, mediante la cual habia obtenido Ció
dio su adopcion en la plebe, entrafiaba un vicio,
análogo; y en esto fundó Ciceron más tarde sus
argumentos para probar que la eleccion de su ene-
migo para el tribunado era nula desde su princi-
pio, é ilegales todos sus actos subsiguientes. El
gran objeto del mismo Clodio y de su partido era
destruir esta fortaleza de la constitucion, por mas
e fuese evidente que el poder del pueblo habia
superado el peligro á que esta prerogativa le ha-
bía expuesto en un principio; pero, habiendo despe-
jado su camino con estos movimientos preliminares
comenzó pronto el tribuno el ataque por él medi-
tado contra el destructor de los asociados de Ca-

comicios, viciándolos, lo mismo que ántes. Puede hacerse va-


ler sin duda que, despues de la derrota de Clodio, fueron res-
petadas por el partido opuesto. Sin embargo, Ciceron habla de
tx ley 'Elia Fufia como enteramente abolida (in Vat., 8, 9).
(1) Los tribunos tenían Cambien el derecho de hacer aus-
picios y estaban acostumbrados á oponerse por estos medios á
los proyectos de sus colegas. C_ c., in Vat., 8.
245
Peligrosa situacion che Ciceron. Ya hemos visto
con cuanta rapidez cayó Ciceron de la estimacioll
general, y perdió su influencia, despues del perio
do, tan fecundo en acontecimientos, de su consula-
do. Cuando comprendió que se iba á fondo, se es-
forzó por mantenerse á flote, haciendo resonar
constantemente en los oidos del Senado y del pue-
blo las glorias de su consulado, y arrojando sobre
sus propios hechos aquel torrente de hipérboles,
sino agradables, escusables por los ménos, cuando
se trataba (le la defensa de sus clientes (1). La vi-
rulencia de las grandes facciones en lucha le ha-
bía hecho pasar el límite de la moderacion en el
consejo, y el brillo que rodeaba á los triunviros ha-
bía oscurecido por completo sus servicios y sus ta-
lentos. Los tres aliados no necesitaban un cuarto
colega que no podía traerles más que su talento,
que aquéllos no necesitaban; y se hace justicia al
gran orador diciendo que era un patriota demasiado
sincero para venderse á semejante causa. Pero al
mismo tiempo, el temor que le perseguía de hallarse
en constante peligro de sed uccion por sus intrigas,
carecía por completo de fundamento. Por dificil
que sea poner en claro los designios y el fin de los
astutos confederados bajo el disfraz que supieron
usar constantemente, parece que fué una resolu-
cion meditara la de inferir una herida á la aristo-
cracia en la persona de su cónsul predilecto (2).

(1) Plut., Cie., 24: «OiSTEYáp pou?,iri, etc., «porque no había_


sesion del Senado ni asamblea del pueblo, ni audiencia judi-
cial, en donde no se le oyera referir h historia de Catilina y
de Léntulo.» No dejará de sonreirse el lector de la graciosa
apología que el biógrafo hace de su héroe.
(2) Veli., JI, 45: «non caruerunt suspitione opressi Cicero-
nis Cwsar et Pompeius.» Ciceron (pro Sest.,7.) alega que Pom-
46 —
Pompeyo esperaba por lo ménos, por lo que po-
demos coneturar,
j que la simpatía de su árdea y
de sus amigos personales provocase un tumulto
para la defensa de Ciceron, y acechaba el momento
en que fuese necesaria una intervencion armada
para restablecer la paz en la República; y elevar
á uno de los miembros de la cábala á una suprema-
cía legalizada.
César abre negociaciones amistosas que el 9.echaza.
—César sin embargo, con su bondad natural y
sus sentimientos amistosos (1), hubiera querido,
evitará Ciceron la humillacion de una desgracia
pública, y le ofreció un puesto en la comision de
division de las tierras de Campania (2), puesto de
honor codiciado por los mas altos personajes, por los
beneficios que reportaba, y más aún, por la influen-
cia que daba, y en el que hubiera podido rodearse de
una multitud de amigos y de solicitantes. Cuando
Ciceron rechazó esta oferta, le instó César para que
le acompafiase á la Galia como uno de sus lugar-
tenientes, lo cual le hubiera alejado del teatro de las
maquinaciones que contra él se tramaban (3). Pero,
el orador parece consideró que esta fun.cion re-

peyo le había dacio la seguridad de que exigiría á Clodio una


solemne promesa de no molestarle, pero es evidente que no
prestó crédito á las palabras del triumviro.
(1) Dion, XXXVIII, 11, IntacxEnbc v etc. , «estaba dotado,
en efecto por la naturaleza de un carácter dulce, y no montaba.
fácilmente en cólera etc., etc.»
(2) Veleyo, 1. c.: «Hoc sibi contraxisse videbatur Cicero
quod inter viginti viros dividendo agro Campano esse noluis-
set.» Comp. Cíc., ad At,, IX, 2; Quintil., XII, 1, 16. Parece?
segun una carta á Atico (II, 5.), que el autor esperaba que le-
ofreciesen una mision en Egipto, de lo cual habla afectando gran.
reserva. No se sabe si se le hizo realmente la oferta: lo proba-
ble es que no.
(3) Cíc., ad At., 18.
247
-bajaría su dignidad, y no quiso retirarse de una
esfera en que creía que tenía su importancia poli-
tica. Persistió tambien en su loca esperanza de que
el pueblo no le abandonaría en el momento supre-
mo (1); que los proyectos de sus enemigos serían
aniquilados por la fuerza de los acontecimientos, y
que Pompeyo le protejeria en último término. Sólo
despues de haber visto César rechazadas todas sus
instancias hasta con muestras de desconfianza,
fué cuando se determinó á abandonar á su suerte
al antiguo adversario de su política. Cuando vió
aproximarse la crisis, se mantuvo alejado de la
ciudad con todas las tropas que habia reunido; se
hallaba evidentemente en mejor posicion que sus
otros dos colegas para apoderarse de la dictadura,
si, en medio de estas inminentes convulsiones,
perdía el Estado su equilibrio.
A pela Ciceron á la compasion dal puebla—Entre
tanto, Pompeyo que estaba celoso y procuraba im-
pedir la union de César y Ciceron, notó con satis
faccion la desconfianza de este último. Por un an-
tiguo hábito d3 temor y de respeto, continuaba el
orador considerándole como el único poseedor de un
poder real, para tener á raya al popular demagogo;
y Pompeyo no vaciló en alimentar hasta el fin sus
falsas esperanzas, con objeto de impedir que se echa-
se en brazos de otro de sus rivales. Ciceron no podía
esperar ninguna asistencia de parte de Craso, su
enemigo p ersonal_ (2), y no obstante las seguridades

(1) Dion, XXXVIII, 16.TotSzocT or.),,) etc., «gracias á estas refle-


xiones, teniendo la esperanza de vencer, se envaladonaba más
de lo justo, como se acobardaba tambien sin suficiente motivo.»
(2) Pin, Cras., 13.
— 2-18 —
que le daba Pompeyo, veía con terror creciente el
desarrollo de los planes de su enemigo. Sin embar-
bab o, dando libre curso á estas aprensiones, fuá co-
mo animó el valor de aquéllos, y confirmó la frial-
dad y la traicion secreta de lis que aparentaban
protegerle. Determinóse al fin repentinamente á
intentar un llamamiento á la compasion de sus
compatriotas, á los cuales rabia salvado de la re-
-volucion, ó por lo ménos á la del partido cuyo as-
cendiente habla preservado. En su consecuencia,
apareció de repente en público vestido de riguroso
luto, como un acusado que va á pedir gracia ó con
miseracion (1); demostracion teatral no adoptada
nunca sino por las personas sobre las cuales pesa-
ban formales acusaciones. Este golpe de habilidad.
política tuvo buen éxito respecto de los amigos
del orador, pero no produjo efecto alguno en sus
enemigos ni en los indiferentes. El Senado vis-
tió tambien de luto, ejemplo que siguieron bas-
tantes caballeros y miembros de otras clases so-
ciales. Hasta Publio Craso, hijo del triunviro, ad-
mirado, del hombre de Estado y del filósofo siguió
la general corriente: más de veinte mil ciudadanos.
vistieron á la moda del dia (2); pero los secuaces de
Clodiown) se desconcertaron por esto, al contrario,
aumentó su confianza cuando vieron el efecto de
un simple rumor lejano de las maquinaciones de su
jefe. Befáronse de los que se habian vestido de lu-
to, excitaron tumultos en las calles, y persiguieron

(1) Plut. e Cje., 30.


(2) Cie., Or. post red. ad Quin, 3; pro Sest., 11, 12: D'ion,
1. e. Los cónsules dieron un decreto para prohibir toda muestra
de simpatía.
249
Ciceron y á sus adictos arrojándoles lodo y hasta
piedras ( )
Apela despees á la proteccion, de Pompeyo y de los
cónsules. Los amigos del orador, que se hallaba
más aterrado y mis perplejo que nunca, hicieron
entónces un último esfuerzo para asegurarse la
proteccion, ó para conocer por lo ménos las unten_
dones de los cónsules y de los triu mviros. Juzga-
ban imposible que ninguno que aspirase zi cojer
las riendas del gobierno continuase prestando su
apoyo á la violencia de una facc ion que se habia
hecho duelo de las calles; pero Gabinio miró con
desprecio sus representaciones (2). Pison al que Ci-
ceron se dirigió en persona, porque con él le liga-
ban lazos de familia, aunque ménos raíl o, no se
mostró más tratable (3). Afectó cierta mf\ntida
franqueza con el consular suplicante; le manifestó
que Gabinio se veía forzado por su po breza, si es
que no por su inclinacion, á unirse al partido po -
pular, y que, despues de haber desesperado de ob-
tener nada del Senado, dependía del favor de los
• tribunos la realizacion de sus esperanzas de con-

seguir una rica provincia. Que su deber era el de


sostener los intereses de su colega, como el mismo
Ciceron habia trabajado en beneficio de Antonio;
ironía tanto más mordaz cuanto que corría el ni-
mor, falso en nuestro sentir, de que al conceder á,
Antonio el gobierno de Macedonia, había estipula-
do el orador que le entregaría una parte de los pro-
......1.,~1.. ■■•••••••■1111.11

(1) plus., Cic., 1. c.; Dion., 1. c.: Cic., pro Mil., 14.
(2) Cic., pro Sest., 11.
(3) Dion (1. c.) eres que no era pus )nalrnents hostil á Cies-
ron, y le dió el consejo cine él creía mis propio de las circuns-
tancias.
250
duetos. Concluyó despidiendo cortés, pero friame,n-
te, su visitante, recomendándole, como deber co-
mun de todo ciudadano, que velase por sus intere-
ses y por su seguridad propia (1) . Entretanto ha-
bian ido los jefes del partido senatorial, con un
numeroso séquito de ciudadanos, á la casa de Pom-
poyo, situada en el monte Albano, á la que se ha-
bía retirado con objeto de evitar las exigencias que
preveía, y que temía no poder rechazar. Los par-
tidarios de Clodio le habian dado, sin duda, conse-
jos secretos de ponerse á cubierto del puñal del
amigo que le vendía, y despues hicieron circular
el rumor de que su retirada obedecía al objeto de
poner á salvo de cualquier tentativa su persona (2).
Pompeyo contestó á la diputacion, remitiéndola á
los cónsules, que eran los encargados de velar por
la paz pública y por los derechos privados, y si és-
tosj uzg.aban conveniente que tomase las armas para
defenderlos, estaba pronto á obedecer sus órde-
nes (3). Al mismo Ciceron que, áun despues de esta
negativa, se atrevió á implorar en persona, respon-
dió, de una manera más explícita, que no podía
hacer nada contra la voluntad de César, en lo cual
creemos que fué franco una vez en la vida, y con-
fesó la verdad, cual era que los asuntos se precipi-
taban irresistiblemente por el impulso que César
les habla dado.

(1) Cic., in Pis., 6. Este relato está basado en la version que


Ciceron ha dado al negocio, pero no parece tener razon para
dudar de su exactitud en conjunto. La 'historia puede dejar á un
lado las personalidades que el orador lanza contra sus enemi-
gos, el afeminado carácter atribuido al perfumado Gabinio; y
las crapulosas costumbres de Su colega.
(2) Cíc., pro Sest., 18; pro Dom., 11.
(3) Cic., in Pis., 31.
251
Clodio consigue que se adopte por el pueblo una
resoluciou que ame;iaza la seguridad de Cieeron, el
cual se retira (¿ un destierro v oimitario.—Clodio esta
bleció sólidamente las bases de su popularidad,
cuando propuso la ley á que se habian encaminado
todos sus esfuerzos preliminares. Pidió que el pue-
blo reunido declarase en términos generales que
cualquiera que fuese culpable de haber vertido la
sangre de un ciudadano sin sancion legal fuese
incluido en el bando del Estado y privado del agua
y del fuego. Esto era de hecho una sentencia que
colocaba fuera de la ley; la persona á quien alcan-
zase se vería privada de toda pro teccion legal; su
propiedad debía ser confiscada; sería un crimen dar-
le asilo, y era permitido á cualquiera asesinarle im-
punemente. Tal resolucion no hu biera sido á pri-
mera vista nada mjs que una confirmacion de las
leyes ya existentes; pero hubiera obligado al pue_
blo á despertar su severidad adormecida, y hería
directamente á Cicenn que, ordenando la ejecucion
de Léntulo por la, autoridad de un decreto del Se-
nado, había violado la interpretacion popular de la
constitucion (1). El tribuno reunió al pueblo en el
circo Flaminio, extramuros de la ciudad, para dar
á César la facultad de asistir á sus deliberaciones,
porque, investid éste de un mando militar, no podía
entrar en la ciudad. Torn(í parte en la discusion,
recordando á la asamblea las opiniones que él habia
expresado en el Senado contra la pena capital, y
renovó su condenacion de la conducta del cónsul

(1) Véanse los discursos de Ciceron despees de su regresa


del destierro y sus cartas á Atico. Dion, XXXVIII, 17; Plut.,
Cje., 30 y 31.
0Jti
y de su partido, lo mismo en el terreno legal que
en el político; sin embargo fingió al mismo tiempo
disuadir al pueblo de que votase la proposicion
actual, fundándose en que habia pasado el tiempo
de los resentimientos, y que era necesario dar ya
al olvido aquel negocio. Pero las tribus confirmaron
la resolucion, y Clodio estaba dispuesto á no dejar
que se escapase la ocasion que se le venia á las
manos. i,ruchas personas, y el mismo Ciceron más
tarde, creyeron que el mejor partido hubiera sido
no hacer caso de este acuerdo, que no le acusaba
expresamente, desafiando así al enemigo á un ata-
que directo (1). Aceptar esta resolucion como diri -
gida contra él, era reconocer la ilegalidad de su
conducta, lo cual negaban con indignacion el Se-
nado y su campeon mismo. Algunos, y entre ellos
el viejo Lúculo, aconsejaron desenvainar la espa-
da, no sólo para la defensa de Ciceron, sino del
Senado, de la constitucion de Sila, de los intereses
de las clases más honradas y más distinguidas de
la República (2). No había, segun ellos, seguridad
en continuar por más tiempo en parlamentos con
los demagogos populares; cada arlo aumentaban
sus fuerzas; sus jefes se unían más estrechamente
en vez de dividirse; el partido opuesto habia caldo
ya en manos de tres jefes que tenían un comun
objeto; si pasaba el poder á uno solo, su unidad
de miras y de accion sería ya irresistible. Pero

(1) C,ic., ad Att., III, 15: «C,1 ci, cmci, inquam, fuimu s, etc...
(Tuod, nisi nominatim mecum agi cmpturn fwrit, perniciosurn
fuit.»
(2) Lúculo recomendaba á Ciceron que permaneciese en 11
ciudad y desafiase h malicia de sus enemigos (Plut., 31).
Debía tener el propósito de provocar una crisis recurriendo á
las armas.
253
otros persuadieron á Ciceron de que, ante la tem-
pestad presente, debía amainar velas, pues en su
sentir debía ser pasajera (1) ; no podía durar mucho
la popularidad de un miserable como Clodio, y
acabarían por prevalecer los buenos consejos en el
pensamiento de hombres de Estado tan respetables
como Pompeyo y Craso. Si abandonaba á Roma por
el momento, el negocio ts6maria mejor aspecto, se
modificaría ó tal vez se revocaría enseguida [a sen-
tencia (2). Ciceron cedió á este parecer, que era qui-
Plmáss:tbio de los dos, con la prudencia y la, hu-
manidad que constituían el fondo de su carácter (3);
pero, á los ojos de la posteridad, perdió todo el mérito
de este acto por haberlo acompañado con lamenta-
ciones indignas de un hombre. El último acto del
patriota, ántes de su partida, fué tornar una imágen
de Minerva que contaba como uno de sus tesoros
domésticos, y la colocó en el templo de Júpiter Ca-
pitolino (4), dando á, entender con esto que el ciu-
dádano que había ya salvado su país con su pre-
sencia, lo recomendaba durante su forzosa ausen-
cia á la diosa de la moderacion y de la sabiduría (5).

(1) Hortensio y el mismo Caton eran de esta opinion. Plut.,


Cat. Min., 35; Dion., XXXVIII, 17.
(2) Las leyes permitían al ciudadano romano sustraerse á
la pena cap tal por un destierro voluntario; pero, en semejante
cas e , permitían tambien la confiscacion de su propiedad Ale in-
capacitaban civilmente.
(3) Las miras están expresadas con elocuencia y con razon
en el discurso pro Sest., 19, 21.
(4) Plut., Cic., 31; Dion, 1. c.; Cic., de Leg., IT, 17.
(5) Midleton, Life of Cicero (vida de Ciceron). Quizá se-
ría mejor interpretacion la de que, en tiempo de anarquía, la
sabiduría debe buscar un refugio en la proteccion del poder.
CAPÍTULO V.

Primeras conquistas de los Galos: su formidable hostilidad contra Roma.


—Tiulfos graduales de los Romanos en sus luchas con ellos.—Reduc-
&.on de la Galia Cisalpina.—Alhnza de Roma con Masilia.—Adquie-
ren los Romanos una provincia al otro lado de los Alpes.—Etnología
de los Galos:-1. Los Iberos.:-2. Los Gaels:-3. Los Belgas.--Desa-
cuerdo entre César y Estrabon; teoría moderna de una distincion entre
losKimris y los Gaels, lo mismo en la Galia que en la Bretaria.—Ca-
Tacteres fisims y morales; civilizacion; religion:-4. Las tribus germá,-
nica,s en la Galia. Carácter general de los Galos, y total de su po-
blacion.

lf-arch,a victoriosa de lo,e Galos en Europa y en


Asia.—De todas las naciones con que Poma entró
en lucha, sólo dos podían vanagloriarse de haberla
obligado á, someterse: los Etruscos la habian arran-
cado rehenes á, sus mismas puertas: los Galos ha-
bian acampado dentro de sus muros y la habian sa-
queado por completo (1,. La entrega de la ciudad á
Porséna, atestiguada por los más veraces historia-
dores, hala arrojado un débil resplandor sobre los
anales de la nacion Etrusca, cuyo poder estaba ya
en decadencia, y condenada ella misma sin duda, á

(1) Tac., A nn., VI, 24: «Capti a Gallis sumus, sed et Tuscis
oi.m des dedimus.» Plin. Nat. XXXIX, 39) establece que
el en tratado que Porsena celan' con los Romanos les prohi-
bía hacer uso del hierro, es cepto en los útiles de la agricultura-
255
una completa sumision al yugo extranjero. El victo-
rioso ataque deBrenno, en el siglo IV de su era, mar-
ca la época del apogeo de las conquistas Galas. En
este tLmpo, el nombre de los Galos excitaba más
terror en toda la extension de Europa y del Asia
Occidental, que el de los demás conquistadores.
Habian ocupado casi toda la Espafia, y podían
hallarse adn sus huellas en los más apartados rin-
cones de la Península (1). Los Iberos indíjenas se
vieron obligados á mezclarse con ellos, ó á travesar
los Pirineos. 'En una série de emigraciones repeti-
das habían logrado establecerse en todo el norte de
Italia, destruyendo el ya vacilante poder de los
Etruscos en estas regiones, y repoblando sus ciu-
dades medio desiertas con colonos de una nueva
raza. Vastos enjambres salían incesantemente del
punto central de la madre patria. Una horda esta-
bleció la soberanía de los Galos en las orillas del.
Danubio. Una segunda penetró en Iliria, y preparó
el camino á las sucesivas invasiones que se esten-
dieron por la Panonia y la Macedonia, que fueron
quebrantados en los desfiladeros de las Termópi -
las, y exterminados en las gargantas de Dél-
fos. Otra banda, aún más aventurera, consiguió
atravesar el Bósforo de Tracia y hacerse duela de
una gran parte del Asia Menor. Las populosas cos-
tas del mar Hgeo, con las bellas ciudades de Jonia,
fueron recorridas por estos bárbaros, en. el siglo III
ántes de nuestra era; y despues de numerosas vi-
cisitudes de fortuna en sus guerras contra los re-
yes de Siria, dejaron escrito sunombre en una pro-

(1) Los G lleci ó Callaici, en ylos Celtas cerca de la_


desembocadura del Guadiana, descendían de los Galos.
— 256
Tincia de Asia, y entraron como tropas mercena-
rias á defender los tronos de sus conquistadores (1),
La toma de su ciudad deja una profunda impresion
en el ánimo de los /?,o9nams. .—Por ml'is ex fuerzos que
hicieron los llomanos para disimular la magnitud
de su desgracia, la toma de su ciudad por los Galos.
causó en ellos una impresi o n profunda y durade-
ra. Una guerra con este pueblo fué mirada desde en-
tónces con cierta alarma y con un mie:lo particular;
era designada, no con el término ordinario guerra,
sino con el de un tumdtus, una época de terror y
confusion, en la que debían suspenderse las leyes
ó reglas del Estado, y derogarse las exenciones
ordinarias del servicio (2). La derrota del Alia con-
tinuó siendo conmemorada en el calendario como
un aniversario de infortunio (3), y se depositó en
el Capitolio un tesoro especial que sao debía to-
carse cuando hubiera rechazarse una invasion
gala (4). La fuerza y la estatura de estos bárbaros,
tan por encima de la de las razas italianas, impu-
so los generales romanos la necesidad de perfec-
cionar el equipo de los legionarios. Camilo intro-
dujo el casco de bronce ó de hierro, y fortificó el
escudo con una lámina de metal para contrarestar
el corte de la pesada espada de los Galos; armó
tambien á sus soldados de una larga pica para

(1) Justino, XXV, 2. Véase Amede, Thierry,Historia de lo.


Galos, parte I, cap. I, IV y X. Recurriré frecuentemente á esta
admirable obra, como tambien á la Historia de la Galia bajo
la administracion romana, del mismo escritor. Citaré la una
bojo el título de Gal., y la otra bajo el de Galia.
(2) Plut., Cam,, 41.
(3) Lucano, XII, 409: «Et damnata diu Romanis Allia fas-
Es.» Comp., Ovid., . A ., I, 413 et alió.
(4) Ap. B.C., II, 41.
257
contener á cierta distancia al gigantesco enemi-
go (1).
ontinuae ion de /aludía entrelos Romanos y los Ga-
los .—Durante mu cho tiempo estuvieron pasando los
Galos todos los años por cerca del s muros de Roma,
en busca de botín, á expensas del Lacio ó de la Cam-
pania; pero al fin recobraron los Romanos su valor
y se atrevieron á salir de su fortaleza y á oponerse á
lamarcha y á las depredaciones de estosUrbaros. La
táctica de los generales de la República se distin-
guió por la prudencia no ménos que por el valor y
el resultado de más de una campaña bien dirigida
fué librar definitivamente la Italia central de estas
periódicas invasiones. Los cuentos populares con
que se embellecieron los grandes sucesos de este
conflicto, el collar de oro ganado por Manlio y el
cuervo que ayudó á Valerio en su desigual com-
bate, prueban la larga duracion del interés que ins-
piró á los Romanos esta lucha desesperada (2).
Nueva inmigraeion de los Galos en Italia. (Año 455
de la C.)—E1 debate que tuvo lugar despees entre
las dos naciones fué ventilado á, gran distancia del
corazon de la República. En el año 455 de Roma,
salió de lis desfiladeros de los Alpes un nuevo
enjambre de bárbaros y amenazó destruir los pri-
meros establecimientos de sus compatriotas al otro
lado de los Alpes. Los Galos Cisalpinos les disua-

(1) Plut., Cam., 40; Polyen. Strat., VIII, 7. Estas picas de-
bían ser probablemente macizas, pesadas é impropias para ar -
mas arrojadizas. El famosopi/um sería quizá esta misma pica
aumentada á seis piés y empleada principalmente como vena-
blo. (Gal., I, 3.)
(2) Salust., B. J., 114: «Cum Gallis pro salute non pro glo-
ria certare.»
MERIVALE.— TOMO I. 17
258 —
dieron de esta desnaturalizada empresa, mostrán-
doles los ricos países del Sur y abriéndoles un paso
hacia las fronteras de Htruria. Algunas de sus hor-
das ofrecieron tambien acompañar á los recaen veni-
dos (6). Los Etruscos se hallaban enUnces ocupa-
dos en preparar secretamente un poderoso arma-
mento contra Roma. Alarmados y deseo acertados
con la llegada de los extranjeros que pedían tierras
como precio de la paz, intentaron alistarlos bajo
sus banderas prometiéndolos un gran botin. Sin
embargo, les ofrecieron tambien un donativo in-
mediato en dinero. Ya estaba estipulado y pagado el
precio, cuando los Galos se negaron traidoramente
á moverse sin la entrega positiva de un dominio
territorial determinado. «Dadnos tierras, exclama-
ban, y seremos vuestros aliados ahora y despues;
sino nos volveremos por los mismos pasos con los,
tesoros que hemos recogido.» Burlados los Etrus-
cos, deliberaron y se determinaron con noble fir-
meza á no entrar en relaciones con enemigos tan
pérfidos y peligrosos. Los Galos cumplieron su pa-
labra y repasaron los Apeninos; pero pronto esta-
lló la discordia en su ejército, entre transalpinos y
cisalpinos, destrozándose ámbas facciones en. los
encuentros que resultaron de su s querellas.
Coalicion de los Galos con los Italianos, contra
Roma. Triunfo de los Romanos.—Entretanto, e xten-
díanse por toda Italia las ramificaciones de una coa
licion. Los Samnitas y los Umbrios se unieron
con los Etruscos, y fuertes como eran ya en su liga
nacional, determinaron los aliados unir tam bien á
su empresa á los Galos Cisalpinos. Los Romanos
..Y1,1[2•71.11.1.

(6) Liv., X, 10; Polib., II , 19.


Cr»:(1

corrieron á. las armas con un valor indomable. La


lucha que siguió fuá terrible, y rara vez corrió
mayor peligro la República. La imprudencia de Fa-
bio y el sacrificio de Dacio se hallan en el número
de los acontecimientos que señalaron esta guerra.
Los Galos á su vez, se quejaron de ser vendidos Por
los Etruscos, y fueron inducidos z1 abandonar á sus
aliados por un movimiento estratégico de las fuer-
zas romanas, que entraron á sangre y fuego en sus
indefensos territorios. La fatal jornada de Senti-
num concluyó por una derrota y por una inmensa
carnicería de los Galos y de los Samnitas, principal_
mente (le los primeros (1). Cuando despues fueron
nuevamente invitados por los Etruscos á unir las
fuerzas de ambas naciones, no se hallaron los Sam-
nitas en circunstancias de entrar en la nueva coa-
licion. Esta guerra, en la que los Romanos fueron.
constantemente afortunados, terminó con la gran,
batalla del Lago Vadimon (ano 470 d e la C, 284 «a-
tes de J. C.), en donde fueron derrotados por com-
pleto los Bojos y los Semnones, la flor de las fuer-
zas cisalpinas; y los Romanos pudieron enorgulle-
cerse por vez primera de haber obligado á su rmrts
formidable enemigo á, pedirles la paz (2). Sin em__
bardo, los deseos de los vencidos no se realizaron ó
no fueron oidos hasta que quedó casi exterminada
por Druso la nacion de los Senones, y su capital
Sena, pasó á los conquistadores, los cuales esta-
blecieron dentro de sus muros una colonia roma-
na. Las legiones victoriosas volvieron á la ciudad
con el mismo tesoro, segun ellas decian insensata-

(1) Liv., X, 26.


(2) Liv., Epit,, XII.
- 260
mente, que había sido entregado por sus antepasa-
dos para rescatar el Capitolio (1).
Unensé los Galos d. Anibal, y comparten, sus reve-
se3.—Estos desastres quebrantaron las fuerzas de
los Galos Cisalpinos, que no se aventuraron ya
amenazar á la poderosa República con una
invasion ó una conquista. El poder de Roma se
extendió y se consolidó gradualmente en la Pe-
nínsula, y en el intervalo de las dos primeras guer-
ras púnicas, llevaron sus ciudadanos sus armas
fuera de los límites de la Italia propia, y subyu-
garon á los Bojos, y á los Insarios (año 532 le-
la C. y 222 ántes de J. C). La llegada de Anibal fué
saludada como una ocasion de libertad de -ven-
y
ganza; pero las tribus galas no se levantaron si-
multáneamente, como en tiempos anteriores, para
responder á su llamamiento. Es verdad que obtu-
vo algunos refuerzos de los Galos, como de las de-
m'ts naciones de Italia, pero no en número tan con-
siderable, ni con tanto celo y confianza en el éxito
como él rabia esperado. Solo contra el génio y los
recursos intelectuales del individuo fue contra los
que tuvo que combatir Roma en sus guerras con-
tra Anibal, más Lien que contra el valor y la ener-
gía de sus aliados. Cuando fueron impotentes estos
recursos, los auxiliares Galos, desesperando de la
suerte de su propio país, privado hasta de su últi-
mo defensor, se adhirieron á la causa de sus jefes
cartagineses, y siguieron á Africa al resto del ejér-
cito (2).

(1) Suet., Tib., 3: «Drusus... traditur... pro prletore ex pro-


vincia Gallia retullisse aurum Senonibus olim in obsidione Ca-
pitolii datum, nec, ut fama est, extortum a Camilla.»
(2) Los Galos y Ligures formaban la tercera parte dalas
2G1
La Galia. Ci ga7,n 7"711 »(>11fci(iir rontan (i
dines del siglo TrI (le 71 ri p, , 70. (1.—M)atido de, este
modo su valor y reducido su poder, no favoreci(')
m:ís la fortuna los Cisalpinos con sus magnificas
ocasiones. Pero (iun no habian aprendido z't some-
terse zí, un jefe extranjero, y mientras los Ro-
manos continuaron a limando posicion sobre el
fió, por medio de Colonias V Cortifieaciones, es-
talló muchas veces la indignacion (le los indíge,-
-nas que hicieron una 1.I sistencia pasajera, y sin
f'r u t o .
-Bajo el A111 ilcar atacaron y destru-
yeron z't Placeneia (:""), pero el triunío fué pasajero
y par‘ado con una sanrinta, (L'rrota. Las guerras
sucedieron gil. las 2,.uer1'as: la traieion, de su parte.
(lió lugar z't crueles represalias imr parte, del ene-
. migo. Los Uoios, por abandonaron sus 110-
ares perturbados ("1 insultados, y emigraron en
masa 11 las orillas del Danubio. Los Romanos Ll eva-
ron gradualmente SUS conquistas hasta el. pli l, de
los Alpes. v cerraron los desfiladeros de estas mon
talas ü los refuerzos que hubieran podido venir de,
la Galia Tranfalpina. A fines del siglo VI de Roma.
toda la region entre el Rubicon y los Alpes fuó re-
ducida, á provincia romana, garantida por numero-
sas guarniciones, y constantemente vigilada. Aun
subsistió el nombre de Galia Cisalpina como un re-
cuerdo del pueblo en que la Reptíblica, había halla-
do su luís peligroso y antiguo enemigo, y todos
los años, despues de haber espirado el plazo de su

-fuerzas de los Cartagineses en l batalla de Zaina. App.,.


Pan., 40.
(1) Liv., XXXI, 10.
- 262
cargo, iba uno de los cónsules con un ejército nu_._
oneroso á encargarse del gobierno de la provincia,
que no podía ser confiado sino á personajes de la
mayor autoridad y experiencia.
Primeras relaciones de los romanos allende los Al-
_pes. . Alianza con Massilia.—Entre tanto, no habian
dejado sin embargo los Romanos de poner á cu-
-Jierto estas adquisiciones hechas al lado acá de losa
klpes, oponiéndose (. rt los movimientos de las tribus
de los Galos establecidos en el lado opuesto. Massi-
hia, la actual Marsella, habia sido fundada algunos
siglos ántes de esta era por una colonia griega; pero
sólo por etapas lentas y penosas, fué como la céle-
bre ciudad extendió su influencia á lo largo de las
costas meridionales de la Galia. No obstante las
numerosas colonias marítimas que establecía, iba
defendiendo con dificultad su propia existencia
contra las tribus del interior, y las íntimas rela-
ciones que desde época remota mantenía con la
gran República parecían convenir í ám-
has partes.
Hassilia, su posicion y sus recursos.—L a aristocra-
cia de Massilia, que gozaba exclusivamente de la
administracion y del gobierno (1), era puramente
mercantil, y poseía pocas ó ningunas riquezas ter-
ritoriales. Como las dera',Is colonias comerciales de
los Griegos en los tiempos antiguos, y muchas de.
las repúblicas italianas de la Edad Media, era Mas-
silia incapaz de defenderse con la sola fuerza de
su poblacion. Miéntras que los demás Estados, en/.
circunstancias análogas, habían dependido de la

(1) Strav., IV, 1; Aristot., Po?., V, b.; V. c.


dic., de Rep., I, 27.
— 263
fi delidad de sus tropas mercenarias, los Nasilienses
hacían reposar principalmente su seguridad en su
al ianza con Roma. Bajo la proteccion de su gran
poder militar, florecía su comercio y se extendía
por todas partes. Siracusa y Cartago fueron abati-
das por los conquistadores universales; el poder
marítimo de Etruria había venido á ser insignifi-
cante bajo la esterilizadora influencia, de su domi-
nacion opresora. La actividad mercantil de Grecía,
que había emigrado de Atenas á Bodas y á Corinto,
se gastaba á consecuencia de una debilidad inte-
rior y de la terrible actividad de los piratas del
Mediterráneo Oriental. En su consecuencia, - lassi-
hia reinó por mucho tiempo sin rival en la carrera
del comercio; pero su negocio era principalmente
alimentado por los productos y las necesidades del
vasto continente que se extendía á sus espaldas.
Entabló comunicaciones regulares con el interior
de la Galia, y desde aquí con el Océano y las islas
Británicas, sustituyendo así un camino más direc-
to y seguro á la peligrosa circunnavegacion de los
buques de cabotaje de los fenicios. Los vinos y de-
más productos del Mediodía, tenían abierto su ca-
mino, remontando el curso del Ródano y del Saona;
y de aquí, después de un pequeño trasporte por
tierra, bajaban por el Sena y por el Loira, ó á tra-
vés de las llanuras del Languedoc, por el Garona,
hasta llegar á las costas del Atlántico (1). El cam-

(1) Observa Estrabon (IV, 1) cuán favorable á las opera-


ciones comerciales es el curso de los ríos en la Galia: el caso
es lo mismo, slavo la gran distancia de uno á otro medio,
que si en la actualidad se considera la construccion de los fer-
ro-carriles. Los tres grandes valles del Saona, del Loira y del
Sena están separados por una meseta de poca ele-vacion, En
— 264
bio de mercancías entre Galia y Bretaña era regu-
lar y constante, produciendo una estrecha union.
moral é intelectual entre estas lejana s regiones.
Entre tanto, las riquezas que se acumulaban en el
centro ó emporio de todo este tráfico disponían á los
Narselieses á cultivar las artes, y á gozar de los
bienes de su patria originaria, y sus trabajos cien
tíficos y artísticos eran recompensados por una re-
putacion, apenas superada en ring un otro punto de
la tierra, y que llegaba hasta, á la misma Grecia (1).
Pero los celos de las tribus marítimas de la Ga-
lia Meridional no se apaciguaron po r las dulzuras
del comercioy del refinamiento social. L os Ligurios,
sobre todo, los más rudos y los más inquietos de sus
vecinos, estaban . en perpétua hostilidad con los colo-
nos griegos. La posicion que ocupaba este pueblo,
dominaba los pasos más practicables de los Alpes,
allí donde las montabas descienden hasta el Medi-
terráneo. Los Romanos ansiaban más que nada ob-
tener la posesion de esta llave de las Galias; y las
demandas de auxilio que les hacía constantemente
su nuevo aliado les suministraban un nuevo pre-
texto para apoderarse de ella.
Los Romanos intervienen por primera vez en los
asuntos de los Galos transalpinos, en favor de los
kíasilienses. (año 600 de la C.).—La primera inter-
vencion de los Romanos en los asuntos de los Ma-
silienses tuvo lugar en el año 600 de la ciudad.
Antípolis (Antibes) y Nicea, (Niza), dos vástagos

el período de la dominacion romana, se concentró en Autum,


centro de esto distrito, el comercio de toda la Galia.
(1) Estrabon (1. c.) nota que Massilia vino á ser un centro de
educacion lib@ral, no sólo para los Galos, sino hasta para los
mismos Romanos.
2(35
del primitivo árbol griego, se hallaban sitiadas por
los Ligurios, en cuy p territorio estaban situadas,
y á punto de rendirse. La altanera República envió
embajadores para intimar á los sitiadores que aban-
donasen una empresa dirigida contra las posesio-
nes de su aliado; pero los mon tañeses se negaron
á escuchar sus representaciones, y hasta á dejarles
desembarcar. Al intentarlo Fla minio, el principal
comisionado, fué muy mal tratado, y perecieron
algunos hombres en aquel encuentro. La diputa-
cion se hizo á la vela para Marsella, donde se cu-
raron con cuidado las heridas de Flamini°, expi-
diendo para Roma correos denunciando la violencia
cometida. El hecho fué estigmatizado como una
violacion d3 la ley de las naciones, y se aprovechó
un pretexto tan excelente para romper las hostili-
dades decisivas. Los Oxybios y los Deceatas fueron
los señalados especialmente para la venganza, co-
mo las tribus mts culpables. Reunióse en Plasen-
cia un e . ército á las órdenes del c( 141sul Opimio.
Egitna, la ciudad criminal, fué tomada y saqueada
y los ejércitos de los audaces bárbaros fueron der-
rotados despees de una inail resistencia. El cón-
sul dió su territorio á los Masilienses, y obligó al_
resto de las tribus de aquella raza á entregar rehe-
nes como garantía de su buena conducta en lo su-
cesivo. Las tropas romanas ocuparon el país du-
rante elinvíerno; pero no parece que fundaran allí
fortalezas ni ningun otro establecimiento perma-
nente (1)
_Formacion de la provincia trans-alpina (hacia el
año 629 de la C.). La primera campaña de los Ro-

(1) Polib., XXXIII, 7, 8.


— 266
mallos al otro lado de los Alpes 'labia sido corta y
ftvicil, y su triunfo no habla contribuido al engran-
decimiento territorial de la Repáblica, no habién-
dose juzgado digno de mencion en los compendios
de la historia nacional (1). Hacia el año 629 se
presentó una segunda ocasion para introducir un
ejército en la Galia. Las guerras de Fulvio Flaco
.contra los Salios, y de Calvino contra los Bocon-
cios, emprendidas primeramente á peticion de los
llasilienses, concluyeron por el descubrimiento de
los despues tan concurridos barios de Provenza, en
Aqu'ae Sextie (Aix), y la fundacion de una ciudad.
Romana inmediata al campamento consular. Ma-
silia co nsiguió aumentar su territorio, pero los
Romanos habían fijado sólidamente su planta en
el suelo de la Galia. Desde esta fecha, se sucedie-
ron las guerras casi sin interrupcion. La Repúbli-
ca tenía en el país un interés propio que protejer y
extender. Formó alianzas con algunos Estados in-
dígenas, aprovechándose de sus mutuas querellas
para atacar á los que le convenía. De aquí la vio-
lenta cuestion de los Alóbroges con los Arvernos
y con su rey Bituito, por existir una antigua ene-
mistad entre éstos y los Eduos, que solicitaban la
proteccion y la amistad de Roma (2). La interven-
cion entre estos dos Estados rivales dió un gran
desarrollo -c't la política romana, porque la mayor
parte de las tribus galas estaban unidas á uno ó á

(1) Floro, 1I1, 2, dice: «Primi trans Alpes arma nostra sen
sere Salyi.
(2) Celebróse una estrecha alianza entre los Romanos y los
Eduos, cambiándose entre -sí los títulos de hermanos y de
aliados. César, Bel. Gal., 1, 43; Tac., Anit., XI, 25; Cje., act
AL, 1, 19.
2G7
otro con los lazos del temor ó del interés. Fabio
Máximo derrotó —haciendo en ellas una inmensa
carnicería—las fuerzas combinadas de los _Arver-
nos y de los AUbroges, en las orillas del Iser; su
colega Domicio atrajo á 13ituito su campamento,
y por un acto de traicion le cargó de cadenas y le
envió á Roma W. El Senah censuró la perfidia del
cónsul, pero no dej de aprov echarse de 0-41a. Bi-
tuitofué detenido en Italia como rellen es de la sumi-
sion de su pueblo y de su hijo Congenciato, á quien
se proponian colocar so re el trono de su padre,
despues de haber recibido una educacion á la ro-
mana. Entre tanto, todo el país entre los Alpes, el
Ródano y las posesiones marítimas de los Masi-
lienses, fué trasformado en provincia romana. El
territorio de los Saluvios y de los Alábroges, que
comprendía lo que la moderna Saboya, fué absorbi-
do, al mismo tiempo que el de otras muchas tribus
más pequeñas, en ésta vasta conquista, y todo el
distrito recibió por excelencia la denominacion de
Provincia. Los Arvernos fueron tratados con 'luís
consideracion. Situados al otro lado del Ródano y
de los Cevennes (2), estaban demasiado distantes

(1) Lív,, Epit., LX1 y LXII; Y 11; Floro, III, 4; Hin.,


Hist. nat., VII, 50.
(2) Estrabon (IV, 2) describe las posesiones de los Arvernos
como estendiéndose hasta Narbona y 1 fronteras de los Mar-
selleses por el Sur, pero el centro de su dominacion estaba en
los montañosos distritos (le Aubernia. Fueron recibidos en la
alianza y la amistad de Roma, lo mismo que los Eduos. Tácito
dice que. sólo estos últimos eran honrados por los Romanos
con el título de hermanos. Es probable que cuando Lucano dá
álos Arvernos derecho á esta Wstincion (I, 428),
«krvernique ausi Latio se fingere fratres,
Sanguine ab Iliaco populi,»
los confunda con los Eduos, dos naciones que, en su tiempo, se
hallaban igualmente romanizadas. Es notable que en la enu-
— 268

osara excitar la codicia inmediata de los Romanos,


eran tan grandes su poder y su influencia, que
pareció más político recibirlos corno aliados, que
amenazarles con el yugo.
Importancia de esta prooinci(n—Dába,se gran im-
portancia al puesto avanzad) del poderío romano.
establecido al otro lado de los Alpes. Reservábasele
como provincia consular, y á cada amo entraba en
ella uno de los cónsules con su ejército, para man-
tenerlo en la obediencia y defenderlo de las intri-
gas y de la violencia de las tribus vecinas. Pero el
principal objeto del gobernador romano era exten-
der las fronteras. En los afros que siguieron, Man-
ido, Aurelio Cotta y Marcio Rex pasaron sucesi-
vamente el Ródano, y se apoderaron de algunos
distritos entre este rio, los Cevennes y los Pirineos.
Algunas tribus fueron sometidas por las armas,
mientras que otras, haciéndolo gustosas, como los
Tectosagos, merecieron el titulo y privilegio de
aliados. Estas nuevas adquisiciones fueron puestas
á salvo mediante el establecimiento de una colonia
en Narbo-Martius (Narbona), que desempeñó tam -
bien el papel de barrera contra Marsella, y fué
para ella una rival en armas y en comercio. Esta
ciudad llegó á ser una de las principales colonias
de la República fuera de los límites de Italia. La
sumision definitiva de una porcion de tribus al-
pestres por Marcio, la terminacion de la vía Do-
miciana á lo largo de la costa del Mediterráneo,
y la ocupacion de los Alpes griegos y cotianos, les

11111.1111Mall.••■■•■■
....mniffissemmem

ineracion de las naciones galas, omita toda mencion de este


último pueblo.
— 269
proporcionaron vías de rápido acceso desde Italia
á sus distintas posesiones transalpinas (1).
Origen, de las Ciinb)'ioÑ y rfeitione,v.—Miéntras
que la victoriosa Uepti Mica se ocupaba de la or n a-
b(
nizacion de la nueva provincia, amenazó quebran-
tarla hasta en sus cimientos una, revolucion gran-
de, Pero pasajera. Ya habían llegado á oidos de los
analistas romanos rumores lejanos (le vastas emi-
knaciones nacionales entre las diversas razas (le
los Galos; mas por evidentes que fuesen sus resul-
tados por la irrupcion constante en Italia de nuevos
pueblos bárbaros, sus caractéres eran confusos y
desconocidas sus causas. La ateneioii (le los inteli
gentes pueblos del Mediodía fué haciMdose cada
vez mlís viva, y despertando tambien ms su inte-
rés. El movimiento de los Cimbrios y de los Teuto•
nes —á principios del siglo XII de la ciudad—que
debilitó el poder de los Galos, miéutras que servía
para desarrollar la ambicion de los Romanos, fiié
observado más de cerca y definido con mlís cui-
dado.
El Quersoneso Címbrico parece que fue elegido
como lugar de refugio por los restos de la podero-
sa nacion conocida bajo los •Dombres análogos de
Cimerios, Ciinbrios ó Kiiuris, que habían quedado
rezagados en la marcha general hacia Occidente,

(i) Orosio, V, 1/1; LXIII. La campaña de Apio,


Claudio contra los Salasas, año 061 de la C., muestra que en
este periodo de la posesion del paso del pequeño San B.ernardo
era un objeto (le grande importancia. Derrotó las tribus hosti-
les pero no podemos suponer que semejante victoria fuese su-
ficiente para dar á los Romanos la posesion permanente de su
region. Es probable que no hicieran uso de los pasos de los
Alpes Griegos y Cottianos sino de tiempo en tiempo, y me-
iante el pago de una cantidad estipulada.
7

- 270
y habían sido cortados de la retaguardia de este
ejército invasor Por el r)pido ,flujo de las razas
teutónicas que en pós se precipitaron (1). Conócese
generalmente los Cimbrios corno una rama de la
gran familia céltica, y se ha trazado siempre por
Íos etnologista,s una ancha línea entre esta fami-
lia y la teutónica. La union de los descendientes
de tan inveterados enemigos en toda gran empresa
coman, ha sido considerada como imposible, y se
han aventurado diversas conjeturas para conciliar
los datos de la historia con la supuesta naturaleza
de las cosas (2). Pe :'o el progreso de la ciencia en
estos asuntos ha llegado á orillar la dificultad. A
medida que avanzan nuestras investigaciones, des.
cubrimos, por una parte, una mayor variedad de
lazos que distinguen entre sí á las diversas ramas
de una familia principal; por otra parte, las dife-
rencias entre las familias mismas parecen ser mé-
nos marcadas. Así, entre las poblaciones célticas
de la Galia observamos una variedad gaélica, una

(1) Los Cimbrios son designados como Galos por Salustio,


B. J., 114; Cic., de Prov. Cons., 13; Floro, III, 3; Diod. Sic., V,
32; Apiano, .Illir., 4, p pr otra parte, Plutara los llama Germa.-
nos. (Mar., II.) Pero no se puede prestar crnto á estas aser-
ciones. Entre las autoridades recientes y de mejor criterio
observo que 7,.(us (De d,tsche)b 14;14 NacOarstcrwnc, p. 144)
acepta su orígen germanico.
(2) Ciertos cantones en la montañas cerca de Vicenza y Ve-
rona, se ha supuesto, segun su particular 1 que esta-
han poblados por los descendientes de los Cimbrios que pene-
traron en Italia. Dícese que los visitó un príncipe dinamarqués
y que reconoció su dialecto como analogo los tnás antiguos de
su país. La naturaleza germánica de su lenguaje ha sido pro-
bada por Mr. Edwards (carta á A ',Inado Thie2.ry, p. 91), perol
un escritor italiano, el conde Giovaneli, ha descubierto en En-
nodio y Casiodoro el he:tho de haberse establecido en este dis-
trito, en tiempo de Teodorico, una colonia germánica, de la
cual es probable que desciendan estos pueblos.
271
eimbrica y quiz:i una, belga, con caracteres diferen-
tes, aunque mez&adas unas con otras y conservan-
do una afinidad comun por varios puntos de con-
tacto. Segun la observacion de César, el parentesco
entre los Celta-Belgas y los Teuto-Germanos pare-
cía ser ml'is próximo que el que existía entre las
diferentes razas de la misma familia catica. Esta
idea es profunda,med e errónea; pero el hecho de
que un observador tan atento la haya menospre-
ciado, puede bastar para convencernos del poder
con que los accidentes que resultan de las relacio-
nes comunes y de la proximidad pueden obrar en
la division de los elementos de la misma familia y
en la mezcla de otros independientes. Parece, pues,
que nada se opone á la hipótesis de que la tribu

céltica, aislada, corno se la describe, del resto de sus


hermanos, y estrechamente unida por su ve cindad
con una poblacion teutónica, se haya asimilado
gradualmente á sus vecinos. La repentina apari-
cion de un comun peligro estrecharía natural-
mente los lazos de alianza social; los antiguos sen-
timientos de antipatía cederían ante una tan apre-
miante necesidad, y de este modo es como los
representantes de tan diversas razas podrían con-
fundirse en una unidad politica. Ya tendremos oca-
sion de mostrar un caso enteramente análogo; le a
liga de los Celto-Belgas con sus vecinos los Ger-
manos de aquende el Rhin, cuando se asociaron
para resistir la invasion de los Romanos (1).
Su gran emigracion hacia el Sur d principios del

(1) Se verá que á los Cimbrios y á los Teutones se unieron


enseguida los Helvecios y los Ambrones, dos pu3blos pertene-
cientes sin duda á la familia céltica.
sigla VII de la Hay motivos para creer
que en el país bajo, situado entre el Elia, y el Bál-
tico, y que era el punto de residencia de los Cim-
brios y de los Teutones, se verificaron en el primer
tercio del siglo VII una sórie de destructoras inun-
daciones, seguidas naturalmente del hambre y de'
la peste (1). Los habitantes de las vecinas riberas
de Frisia y de Holanda podrían quizá combatir á
estos enemigos con valor y habilidad, y con su
perseverancia mantenerse bien en aquel país; pero
los Cimbrios y sus vecinos no tenían ninguna ad-
hesion al lugar, y los ligaba poco interés al suelo
que ocupaban. Las naciones tardan mucho tiempo
en perder el hábito del movimiento, y la confianza
con que sus padres habían marchado en muchas
ocasiones 11,1cia adelante en busca de nuevos pun-
tos donde establecerse, no había disminuido en la
generacion presente. Los Cimbrios y los Teutones
tomaron, pues, la resolucion de emigrar en masa,
y de buscar al Sur nuevas moradas, dondé quiera
que la fortuna les permitiera establecerse (2). Los
habitantes de la Germania Septentrional estaban
diseminados acá y acullá sin fortalezas ni morada
•■••■•••••••••■■•■••M1

(1) Apiano (luir., 4) dice que el país de los Cimbrios fué


invadido por una peste asoladora y conmovido por temblores
de tierra. Estrabon (VII, 2) hace alusion á ciertos rumores de
que su emigracion fué á consecuencia de una inundacion de las
aguas del mar. El parece duda de la verdad de este relato,
pero no da ninguna razon sólida para impugnarlo.
(2) Dejaron en pos de sí algunos restos de la nacion. Estra-
bon dice que los Cimbrios enviaron en tiempo de Augusto una
embajada para excusar la temeridad de sus antepasados. El
emperador parece que los consideró como un pueblo germáni-
co (V. Monum. Ancyr., V, 16): «Cimbrique et Chatiides et
Semnones et ejusdem tractus alii Germanorum populi.» En
41 sta época habrían perdido ya probablemente las huellas de su
descendencia céltica, Comp. Tacit., Germ., 37.
273

fija y no ofrecían ni resistencia á la marcha do la


invasion, ni atractivos para retenerla, y la horda
bárbara pasó por entre ellos como cruza una flecha
por el aire. Es indudable que las regiones centra-
les del continente se hallaban en su mayor parte
cubiertas de bosques y completamente desiertas.
En su consecuencia, desde las costas del Báltico á
las orillas del Danubio, y aun hasta el pié de los
Alpes Retios, no batía en realidad mlls que una.
etapa para esta emigracion gigantesca.
Los Romanos. intentan, 94e,sistirleg y son derrotados.
(Año 641 de la C.)— Los Romanos acudieron á este
punto para detener el torrente que una larga ex-
periencia les había de-nostrado era temible. Se apo-
deraron de los pasos de las montañas, y ordenaron
con altanería á los invasores que evacuasen un
país que pertenecía á un pueblo amigo de la gran
República. Los bárbaros se asustaron ante este
atrevido reto de un enemigo á quien no habían
-visto hasta entónces , pero cuya nombradía se
había extendido por toda Huropa. Vacilaron en su
marcha, y ofrecieron excusas por un insulto come-
tido por ignorancia. El general romano, Papirio
Carbon, obró traidoramente, atacando de improviso
su campamento, miéntras entretenía con dilacio-
nes á una dipufacion que aquéllos le habían envia-
do (1). Pero ni su perfidia ni sus armas evitaron el

(1) Apiano, Gall., Fr., 13: O't TE1STOVEç.,.. etc, «Los Teuto-
nes... enviaron delegados para reconocer los lazos de hospi-
talidad existentes entre los Noricos y los Romanos... Pero
él... cayendo de improviso sobre aquéllos miéntras dormían,
sufrió el castigo de su perfidia.» Puede suponerse que la apo-
logía de los Teutoues era un pretesto, y que aun prometiendo
no injuriar á los Noricos no tenían intencion de abandonar
aquellos países, en donde podían infundir inquietud á los Ro-
manos.
MERIVALE. TOMO I. 18
— 274 —
peligro. El sangriento combate que sigui ó terminó
can la completa derrota de los Romanos, con tales
pérdidas, que quedaron imposibilitados de mante-
nerse en sus posiciones y defender los pasos, si el
enemigo hubiera tenido presencia de ánimo para
proseguir su victoria (1). Pero los bárbaros se ha-
llaban aún indecisos en cuanto á la direccion de
sus correrías, y se contentar on con saquear los in-
defensos países al Sur del Danubio, hasta que ricos
con el inmenso botin hecho durante una perma-
nencia de tres anos, dirigieron su marcha hácia la
Galia, en donde entraron, gracias al favor y á la
cooperacion de las más poderosas tribus helvé-
ticas.
Se vuelveib hdcia el Oeste; entran en la Ga lía y la
recorren.—Aquellá, inmensa muchedumbre se di-
rigió entonces al territorio belga, pasand o el Rhin
y el Jura. En algunos distritos encontraron resis-
tencia y se libraron sangrientos combates; pero en.
general se apresuraron los habitantes á aplacar al
enemigo, ofreciéndole-hospitalidad y recordándolo
sus lazos de parentesco (2). Los invasores parece
que no manifestaron intencion de cesar en sus cor-
rerías ni establecerse en los territ o p ios que con-
quistar pudieran; pero la ciudad de Adwducum en
el país de los Eburones fué elegida por ellos como

(I) Dícese que la batalla tuvo lugar e l Noreya (Strab., V, 1)


Groskurd cree que Noreya debía ser la moderna Friesach, en
Carintia, entre el Mar y el Drave (Strab., 1. e.) Walcken-ter
(Geografía de las. 80) la coloca en Noring, cerca de
Gmund.
(2) Dice E-strabon que los Belgas eran los únicos do toda la
Galia capaces de resistir á los invasores; pero Ci.sar (B. G., II,
4) parece atribuir este triunfo á las tribus belgas de origen
gernnico.
una especie de alancen para su botin y provisio-
nes, y un lugar seguro para encerrar en él los an-
cianos y los ni qos que no podían soportar las fati-
gas de aquella vida de perpetuas aventuras (1).
Las hordas combinadas dirigieron enseguida sus
miradas sóbre la Galia; y sólo despues de haber
ago tado todos los recursos de las, regiones que
su paso encontraron, fué cuando su rapacidad puso
sus miras en las ricas y florecientes posesiones ro-
manas, y manifestaron deseos de establecerse en
la Provincia,. atreviéndose z't exigir tierras para ello
al procónsul Silano.
Derrotan á S ila2zo:—á Casio y á Escauro:--á
Cepio2v y d procónsul contestó con una
negativa insultante, acomparíada de un vigoroso
ataque contra los atrevidos intrusos, pero la fuerza
y el valor de los b,rbaros del 'Sorte triunfaron de
nuevo de los aterrados legionarios; y sólo sus ex -
°cientos barreras naturales protegieron la Pro-
vincia contra los invasores, hasta que pudo pone • -
se en campana un nuevo ej ;'rcito. Sin embargo, la
llegada de estas tropas frescas sólo trajo consigo
nuevas derrotas. El ej é rcito de Lúcio Casio fué der-
rotado y él mismo muerto en. la defensa de las fronte-
ras (74 el resto de las legiones se vieron obligadas
á pasar bajo el yugo. Tambien Aurelio Escauro fué
hecho prisionero en otro encuentro, perdiendo por

(1) Segun D'Anvjlle. kduatucum es Fa molerna Falais. Pue-


de recon océrsela quizá por la. detalla la descripcion que C é sar
hace de esta localidad. (13. II, 2.)). Los habitantes de su tiem-
po eran descendient e s de la guarnicion Cimbria.
(2) Liv., Epit., LXV: «In fini bus Allobrogum.» Oros.,. V,15
dice: «Tigurinos usque a,•„1 Oneanum persecutus.» Lo cual no
se comprende sino corno una extraña confasion con el lago Le–,
man. Thierry, Gal., II y III: «A la vista de los muros de Ginebra.>
276
completo un segundo ejército. Los Cimbrios co-
menzaron á deliberar sobre si pasarían los Alpes y
llevarían sus armas á Italia; pero intimidados por
el resuelto reto de su cautivo, prefirieron asegurar
su posicion en la Provincia y apoderarse de las
ciudades del interior, tarea dificil y fatigosa para
un ejército sin experiencia ni disciplina. Roma
desplegó sus recursos y reunió otro ejército pode-
roso para cubrir las ciudades del Mediterráneo.
Pero sus generales Cepion y Manlio, no obraron de
concierto, y las desmedidas pretensiones de uno
de ellos trajeron consigo á la vez su ruina y la de
su colega. Ambos campamentos fueron tomados por
asalto uno en pos de otro en el mismo dia, y esta
frt la derrota más completa y la más horrorosa
carnicería que sufrió la República despues de las
batallas de Callas y del Alia. Por una parte, se ofre-
cía á, los invasores la provincia sin defensa, con
todas sus poderosas colonias y sus establecimientos
comerciales; por otra no se hallaban guardados los
Alpes, y una irrupcion atrevida podía llevar la de-
solacion al corazon de Italia: Roma tembló ante el
r enombre de los Cimbrios que le re c ordaba todos
los horrores de la invasion de los Galos (1). Jamás
se mostró la fortuna más benévola, con sus hijos
favoritos, que cuando los libró de los peligros que

(1) La figura del guerrero cimbrio, que pintó Mario por


irrision sobre un escudo y la colocó á la vista del público en el
P y rum (si es que Mario no es una corrupcion de Manliano,
véase Cic., de Ortiz,&, II, 66), era una imitacion de otr burla aná-
loga, de fecha mucho más antigua, que conmemoraba probable-
n lente la victoria de Manlio sobre el gigantegalo. Los términos
mbri et Gali se empleaban corno sinónimos por los Roma-
nos de aquel tiempo: veremos pronto la distincion que entre
ellos existía.
277
ahora les amenazaban, y dirigió la m=is temible de
las hordas bárbaras Mcia las fronteras de Hspaña,
miéntras que el resto se entregaba á los placeres
de la molicie y del lujo en el mismo lugar en que
habían conseguido sus triunfos.
Los 221V19024eS penetran en España en vez de ha-
cerlo en Italia. El cuerpo principal de los invaso-
res se ocupó durante, dos años en hacer una ex-
cursion sin resultados al otro lado de los Pirineos.
Durante este tiempo, volvieron los Romanos de su
consterpacion, y obrando con la energía que exi-
gía la crisis, quebrantaron todas las reglas y or-
denanzas para elevar á Mario al mando supremo,
invistiéndole tres años seguidos del cargo de cón-
sul. El nuevo general llegó á la provincia antes
del regreso del enemigo, y los grandes trabajos
militares que llevó á cabo para la seguridad y fa-
cilidad de sus futuras operaciones, mostraron ya la
energía y la prevision de su carácter, entes que
salieran a campaña las fuerzas enemigas. Los bár-
baros, que habían resuelto entónces invadir la pe-
nínsula italiana, dividier-2n su ejército en dos par-
tes á fin de cruzar simult rineamente las montañas
por el Norte y por el Oeste, para juntarse de nuevo
en las orillas del Po. Los Cím prios y los Helvecios
tomaron el camino ns largo; los Teutones y los
Ambrones debían abrirse paso través de las le-
giones de Mario, y penetrar por los Alpes marí-
timos (1).
Mario se encarga del mando del ejército.— Su
gran victoria en A quae Sextiae (año 652 de lo C. 102
:antes de J. C.)—Los acontecimientos de la campa-

(1) Plut„ Marius, 15.


fla que siguió, tal como refiere en X11 Pintores
ca narracion Plutarco, ofrecen un interés extra-
ordinario. La admira(ion de que el nombre del ge_
peral romano fué, rodeado por mucho tiempo por
sus compatriotas, les hizo conservar como joyasyl*
preciosas todos los disparates que salían de boca
del rudo soldado, durante los terril.es momeo--
tos de anwistiosa espectativa que pre?edieron
la eat'istrofe final. Pero nosotros debemos limitar
nuestra ri'lpida ojeada al gran encuentro que tuve
lugar en las inmediaciones de Aquai Sextim. Des-
pues de la serie, sin preceJente, de seis derrotas su-
cesivas, sufridas por los Romanos en el conflicto
con su formidable enemigo, consiguieron aquí una
yiet Tia que contrabalanceé todas sus pérdidas an-
teriores. Los 'Irbaros fueron totalmente extermi-
nados, pues los que sobrevivieron á. esta sangrien-
ta jornada cayeron bajo la venganza de los provin-
ciales al hacer vanos esfuerzos para escaparse por,
el lado del Norte. Sería ocioso repetir aquí el 11.1f1–
.mero de muertos que tanto varía en el relato de

los diferentes historiadores; lo cierto es que fué


aniquilada toda la horda, y que los cadí vieres que
quedaron insepultos en el campo de batalla le
dieron el terrible nombre de llanitra _pútrida, que
parece se conserva todavía en la de Pudrideros,
(Pourrieres), nombre de la aldea que se halla en el
lugar del combate (2). Los habitantes cercaron sus

(2) Los anticuarios franceses han mostrado gran interés


por restaurar los monumentos existentes y las tradiciones.
de estos sucesos ,(Véase la Memoria de la sociedad de an"--
cuarios franceses, IX, 48; XVI, 1). Las localidades, parece
que pueden distinguirse y señalarse perfectamente en el "valle
del Are, á unas diez millas al Este de Alx. Los antiguos nom:-
bres de algunas colonias y aldeas se conservan todavía. en"
279 —
viñedos con los huesos de los gigantes del Norte;
pero la mayor parte de esta horrible masa de res-
tos hum anos fué formando gradualmente parte del
suelo, y los- campos en que se batieron en esta ter-
rible jornada Romanos y Teutones se hicieron céle-
bres por su fertilidad asombrosa.

nuestro tiempo. El monte Santa Victoria, en cuyo flanco se ha-


llaba situado el ejército de Mario, toma evidentamente su
nombre del éxito de la batalla. La poblacion de las inmedia-
ciones ha conservado desde tiempo inmemwial una festivi-
dad, y la adicion del nombre de Santa, y la apariencia cristia-
na dada á las ceremonias, puede atribuirse á la piadosa políti-
ca de la Iglesia en la Edad Media. «Los habitantes de Pertuis,
dice Mr. Castellan, pequeña ciudad al otro lado del Durance, á
tres leguas de Aix, parece que han conservado mejor que las
otras poblaciones la tradicion referida. Reúnnense allí á toque
de tambor y otros instrumentes, y los mayordomos elegidos
anualmente., dirigen la peregrinacion, conservan el buen (5r-
den, y se encargan además de la subsistencia de los peregri-
nos, entre los que se hallan mujeres y hasta niños. Cuando lle-
gan a la cima, despues de un ella de marcha por senderos
poco practicables, acampan al raso, y * al llegar la noche,
encienden grandes hogueras y saltan y danzan en derredor
en señal de alegría. Repetido esto en Pertuis, en el momento
que se percibe la llama, se dan recíprocamente grandes voces
y hacen resonar á lo léjos estas palabras dignas de tenerse en
cuenta: ¡victoria! ¡victoria! Coinpárese este pasaje con la nar-
racion de Pintare°, Mar., 2'2: I.LETC:( ()I; rci,v tlayilv, 6 Alátc .coÇ etcé-
tera. Despues de esta batalla, hizo Mario poner á un lado las
armas y despojos de los bárbaros que se habían conservado
enteras... y despues hizo reunir el resto en un gran monton
sobre una pira ele madera para hacer un magnífico sacrificio á
los Dioses, hallándose todo su ejército al rededor, con las ar-
mas en la mano y coronado con las insignias del triunfo, y él
vestido con una túnica de púrpura, como acostumbraban en ta-
les casos los Romanos y con una antorcha en las manos, que alzó
al cielo primeramente, y la bajó despues para prender fuego,á
la pira... Los soldados dieron grandes muestras de alegría,
gritando y haciendo ruido con las armas.» Thierry (Gal., 1. c.)
refiere otra forma interesante de la misma tradicion: «el ma-
rino provenzal, antes de entrar en la rada de Marsella, mos-
trando al viajero la cima lejana de la montaña, le dice hoy
como decían sus antepasados de Arelate ó de Fossa: «hé allí el
templo de la Victoria!»
1erceí1.—Desíruceíon, de las hordas
de
invP,çora.ç.—La empresa do la horda, cimbrica,
aunque afortunada en -un principio, terminó
por un desastre análogo. Los b rtrharos -bajaron á
Italia por el paso del Brenner, y persiguieron las
tropas mandadas por Catulo, el colega aristocrá-
tico de Mario. Pasaron luego el Adigio, llegando al
fin al lugar en donde esperaron á sus compafie-
ros, cuya ausencia les sorprendía sin inquietarles
de -un modo serio. Comenzaron á circular rumores
desfavorables; pero los Cimbrios tenían demasiada
confianza en lo invencible de las tribus cuyo lado
habían vencido tantas veces, para creer siquiera
en la posibilidad de su derrota. Persistieron duran-
te algunos meses en esperar su llegada, segun ha-
bían prometido, y consumieron este período de
inaccion en los goces sensuales á que les convida-
ban los encantos y la dulzura del clima. Por últi-
mo se presentó Mario á la cabeza de sus legiones
victoriosas. Los Romanos anunciaron su triunfo y
el exterminio de los Teutones, con amargos sarcas-
mos; los Címbrios se prepararon inmediatamente
para un combate definitivo. La gran_ batalla de los
campos Raudicos cerca de Berceil, á donde parece
que habían llegado los lArbaros por un movimiento
lateral, contando con los aliados á quienes espera-
ban, propo7cionó otra vez á las armas de Roma una
-7ictoria completa. La carnicería hecha en el ejérci-
to invasor no fué menor que la llevada á cabo en la
otra division y la República consagró un monumen-
to durable que recordase el peligro de que se había
salvado, en los títulos y las recompensas que pro-
digó á su campeon ilustre.
Opresion de la Provincia. En cuanto se disipó
281
la tormenta debieron los Romanos recordar con
gratitud la fidelidad con que los naturales de la
Provincia habían resistido á la tentacion de unirse
á los invasores. A excepcion de los Tectosagos,
los que su aparente parentesco con los Belgas pudo
inducir á simpatizar con los Cimbreos, las tribus
galas del sur no favorecieron en nada 11 los inva-
sores (1). Pero su constancia fué atribuida á timi-
dez, y las exacciones del opresor no cesaron por
temor ni por remordimiento. Los soldados de Ma-
rio pidieron tierras, los ciudadanos romanos exi-
gían á gritos por doquiera una compensacion de las
pérdidas que habían sufrido. Decretóse cine los dis-
tritos ocupados en la Provincia por los invasores no
serían devueltos á sus propietarios primitivos, sino
que se dividirían entre los reclamantes de la na-
cion dominante. Cuando los G alos se atrevieron á
quejarse, se les replicó fríamente que, puesto que
ellos habían dejado que los Címbrios se apoderasen
de sus tierras, los Romanos habían adquirido al re-
conquistarlas un perfecto derecho de posesion (2).
'Tal era la naturaleza de las relaciones entre el se-
ñor y el súbdito, que hallaban favor entre los go-
bernantes de un Estado que se enorgullecía de sus

(1) Dion, Fr.,97. Una temeridad de los Volscos les costó su


Independencia, porque eran aliados y no súbditos de la Repúbli-
ca, por más que los Romanos hubiesen hallado un pretexto para
introducir una guarnicion en su ciudad de Tolosa. Habiéndose
sublevado y vencido esta fuerza militar, fueron víctimas de la
venganza de Servilio Cepion que sabía las grandes riquezas
nue la ciud Id contenía. Se aprovechó de la ausencia de los •
_..-Címbrios, que á la sazon se hallaban en España, atacó á Tolosa
y la entregó al saqueo. Pero el tesoro que había formado par-
te del despojo del templo de Delfos llevaba consigo la maldi-
, cion contra los poseedores, y Cepion no tuvo ineor fin que el
pueblo que redujo á la esclavitud. Esti abon, IV, 1.
(2) Ap., Bel. Cat., 1, 29.
— 282
principios de jurisprudencia no ménos que de su
gloria militar. Los naturales se sometieron protes-
tando interiorm ente, y desde en t-/ es evidente
que este mal comportamiento los hizo enemigos de
Roma, por mas que tal vez lo fuesen ya ántes, y
comenzaron á conspirar contra ésta en secreto.
Pero no es esto todo; la pobreza y la desanimacion
los impulsaban á considerar la fuerza de las armas
como el único medio de proporcionarse lo nece-
sario.
Dasaleccion de los provinciales: colócanse al lado
de los partida ríos de gario y de Sertorio.—En ade-
lante no les qued aba ya otra esperanza que las ven-
tajas que pudieran suministrarles el tumulto y la
confusion, la cual no tardó en sobrevenir, párque
el éxito de la guerra social, que arrojó gran núme-
ro de los proscritos partidarios de Mario á esta re-
gion, cuna de su gloria y morada de muchos de sus
veteranos, hallóS las Galos bien dispuestos á escu-
char las excitaciones de este partido, y á abrazar
la causa de su venganza contra el gobierno romano.
De la Galia fué de donde sacó Sertorio gran Parte
de sus recursos; la Provincia se echó en brazos de
sus lugar-tenientes, y aceptó los decretos de su Se-
nado compuesto de fugitivos de la faccion de Ma-
rio (1). Cuando Pompeyo fué enviado por lo. s nobles
para comprimir la rebelion de Espar)a, se vió obli-
gado establecer la base de sus operaciones en la
provincia, ántes de aventurarse ápasar los Pirineos.
Los partidarios de Mario no hicieron 'en realidad
más que una debil resistencia. La venganza del ge-
neral romano y de Fonteyo, que fúé el encargado

(1) Oros., y, 23, compr. con César, B. G. , II1, 20.


283
de la restauracion de la autoridad senatorial, reca-
yó sobre los desgraciados naturales con más peso
que nunca (1) . Fueron expulsados inmediatamente
de muchas ciudades, tales como Tolosa, Ruscino
(Perpignan) y Biter (Beziers) y sustituidos por co-
lonias del pueblo romamo. Fi triunfo que coronó al
fin las armas de la república en España, fijó aún
más sólidamente sobre los Galos el yugo de la ser
vidumbre.
Tiranía de Toiteyo: es ccusado y defendido por
Ciceron .—F ont ey o continuó ejerciendo las funcio-
nes de gobernador, y organizó en todo el país un
sistema de tiranía, que puede apreciarse fácilmen-
te, hasta por el discurso que pronunció Ciceron en
su defensa. El orador no intenta refutar ras acusa-
saciones de avaricia y extorsion dirigidas contra
su cliente, sino rechazando como indigno de cré-
dito todo testimonio de un Galo contra un Romano.
El discurso de Ciceron es una de las demostracio-
nes más evidentes de los horribles sufrimientos de
los provinciales. El ultraje y el desprecio que res-
piran estas palabras respecto de los derechos de
un súbdito extranjero, implica otra cosa además de
la conciencia de la culpabilidad del acusado; de-
muestra hasta qué grado de perversión puede lle-
gar áun el alma del filósofo, arrastrada por los pre-
juicios nacionales y por el orgullo de la domina-
cion; indica, así mismo, cuál era el espíritu del
Senado constituido en tribunal, ante el que podía
ostentarse tan flagrante . injusticia. El mismo Pon.
peyo, que había prometido purificar los tribunales
y atender las reclamaciones justas, negó su apoyo

(1) Thierry, Gal., II, IV.


284 —
á una acusacion contra un funcionario que era he-
chura suya. El partido aristocrático pus() en cam-
parla toda su fuerza para defender sus privilegios.
El culpable fue absuelto por los jueces, y los acu-
sadores volvieron á una aparente sumision, encu-
briendo los resentimientos de su país y meditando
la venganza. Mas no sólo fué absuelto Fonteyo,
sino que parece que continuó su sistema de opre-
sion (1). Los provinciales estaban agoviados por las
deudas contraidas para pagar las cargas que les ha-
bía impuesto el Estado, y cuyo peso se había agra
vado por algunos años de hambre. El abandono de
las tierras y de los bienes no bastaba para satisfas
cer á la ley y al acreedor basta que la obligacion
no quedase extinguida por completo. La persona
del deudor, así como su esposa y su familia, podían
ser vendidos y sometidos á la imr!s cruel exclavitud.
Podía obligársele á tra -Jajar, cargado de cadenas, en
las obras públicas, ó á obedecer como criado las ór-
denes de un colono romano. Tal era el sistema de
despiadada p-dítica proseguido por la República, y
tal el resultado que el reformador y hasta el filó
tropo podían contemplar con cierta complacencia.
Los Alóbroyes envían diputados á Roma para pe-
dir justicia. Son ganados por Catilina.—Los Galos,
sin embargo, esperaban todavía obtener justicia de
parte del pueblo romano-. Sumidos los Aló roges
en la miseria, por el peso de sus deudas, que les
amenazaban con la confiscacion de todo su territo-

(1) Otro gobernador de la provincia, Calpurnio Pison, fué


acusado de análoga tiranía, defendido por Ciceron y absuelto
por los jueces. (Cje., pro Fiar., :39). Entre las atrocidades que
en otra ocasion imputó Ciceron á Clódio, figuran sus extorsio-
nes en la Galia como pretor. Cic., de fiar. Resp., 20.
285
rio, enviaron una embajada á Roma para implorar
justicia. Ocurría esto miéntras se tramaban la se-
cretas maquinaciones de Catilina, y los diputados
extranjeros se quejaban de ver frustradas sus es-
peranzas por la negligencia con que se miraba y las
largas cine se daba al asunto. H-umbreno, hechura
de los conspiradores, y muy conocido de lcs Galos,
entre los cual e s había vivido y traficado, aprove_
chó li:Ibilmente estas disposiciones para insiñuarse
con ellos. Compadecióse de sus infortunios, simpa-
tizó con su resentimiento por el mal trato que su-
'i srían, les confirmó en sus sospechas de que no po-
dían esperar ninguna reparacion de la justicia ó
(le la clemencia del gobierno dominante, y por úl-
timo, cuando llegó al punto conveniente su indig-
nacion y su desesperacion, les reveló la existencia
de un complot para derribar al gobierno. Nada tan
oportuno, les dijo, para el triunfo de nuestro pen-
samiento, como una insurreccion en la provincia
traes-alpina, que se hallaba ya de hecho bastante
trastornada, nada sería tan agradable á los cons-
piradores para dispensar su favor y su reconoci-
miento. En manos de los Maroges estaba el ven-
garse del partido cuya tiranía venía sufriendo, y
egurarse ante los vencedores todas las recompen-
sas y ventajas que desear pudieran (1).
Revelan la conspiracion á Ciceron.—Los delega-
dos prestaron en un principio atento oido á una
proposicion tan inesperada; pera un momento de
reflexion les sugirió un medio nuis seguro de con-
seguir su fin. Consultaron con Flavio Sanga, patro-
no y abogado de su nacion; le descubrieron todo

(1) Salust., Bell. Cat., IV; Cje., in Catil., III 6.


— 286
el negocio , y por su consejo ofrecieron revelar
al cónsul Ciceron todas las circunstancias y todos
los detalles de este asan to. Prevaleció, pues la for,
tuna de la República en los momentos críticos de
su mayor peligro; pusiéronse en manos del gobier-
no pruebas tan nnvincentes, que bastaban para
ponerle en guardia contra aquel peligro inminente.
Diáronse instrucciones á los Alóbrogcs para que
tomasen parte activa en el complot, asistiesen á
las reuniones en donde se di s cutía, obtuviesen
pruebas escritas y selladas por los jefes de la cons-
)iracion, y en las que constase la invitacion á in-
surreccionarse y la recompensa prometida. Cuando
obtuvieron estos fatales dcumentos, fueron presos,
segun un acuerdo secreto, por los agentes del Cón-
sul y revelada al mundo la traicion.
Ingratitud del Senado. In:sztr2iecidnanse los A lóbro-
fies y son swl,lygalo s . Es de suponer que el cónsul_
y el Senado no se quedasen cortos en prometer (L
los extranjeros favor y proteccion cambio del
servicio cuya importancia reconocían públicamen-
te (1). Pero es muy dudoso que los Alóbroges saca-
sen beneficio alguno de la fidelidad de sus repre-
sentantes. Engallados y desesperados, se dejaron
arrastrar por los conspiradores A una rebelion elec-
tiva (2). Los insurrectos invadieron las fronteras
de la provincia, é intentaron provocar un movi-
miento general entre los naturales. Un momento
tri-tes hubiera producido esto grandes alarmas y
amenazado 'con serios peligros; pero con la muerte

(1) Cc., in Cata., IV, 3: «Hesterno die prfflmia legatis


Allobrogum desdistis amplissima.»
(2) Salust., B. C., 42.
287
de Léntulo y de sus colegas, 'rabia recobrado el
Senado su confianza, y bastó una vigorosa cam-
paña, dirigida por Pontino, para reducir de nuevo
á los galos á su primera obediencia (1).
Reflexiones acerca de la lucha entre los Romanos y
los Galos. Hemos trazado peso á paso la lenta re-
tirada de la independencia de los Galos desde los
Apeninos y el Tiber hasta el Garona y los Cevennes.
La civilizacion había triunfado contra la barbarie:
la una dió á los Romanos union y un fin concreto.,
así corno tambien un método z su p(dítica, mién-
tras que la otra, no obstante la cultura exterior de
sus principales tribus, mantuvo á los Galos dividi-
dos por ce3os y mezquinas rivalidades. Aunque
eran generalmente idénticos los unos á les otros,
en los grandes rasgos de su lenguaje y de su ca-
rácter , existían sin embargo, entre ellos ciertas
diferencias, tanto en su origen co mo en sus senti-
mientos, cuya desventaja aumentó por su falta de
prevision y de acuerdo mútuo. La conquista de las
Galias es uno de los episodios más completos y dis-
tintos de la historia romana; pero su interés y su
valor, corno una parte de los anales de la humani-
dad, pasan desapercibidos para aquéllos que despre-
cian discernir los diversos elementos de que se com-
ponía la raza vencida. Cuando César distinguía tan
cuidadosa mente entre sí las diferentes poblacioness.;
de la Galia, no era por un espíritu de anticuario por
lo que escribía sus observaciones, sino corno guer-
rero y hombre de Estado práctico, que habia exami-
nado á fondo sus medios de resistencia, y apreciado

(1) Diori, XXXVII, 47, 4S; Clic., de Prov. CoPs.; 13, Liar.
Epit., CIII.
— X88
Coli sagacidad los recursos morales ymateriales con
que iba formar la mts bella provincia de su
perio.
Fuentes de nme.çtros conocimiewtos concernientes C¿.
Zc e:noloprq, de los Galos. Las autoridades origina-
les de donde tomamos los hechos capitales concer-
nientes á la etnología y al carácter de los Galos,
son, como liemos dicho, dos principalmente: la de
César y la de Estrabon. El primero vivió nueve años
en el corazon del país y hablaba de un estado de co-
sas que el mismo habia visto, con todas las venta-
jas que da un talento superior y una consumada ha-
bilidad literaria; el segundo, aunque más familiari-
zado personalmente con los sucesos de Oriente que
con los de Occidente se apoyaba, en parte en la cien-
cia acumulada durante un siglo, y en parte, sobre el
relato de Posidonio (1) que ha y la viajado por la Ga-
lia en tiempo de Mario. Un e, crítica cuidadosa pue-
de utilizar estas autoridades para explicarlas ó cor-
regirlas mútuamentte; y sus datos respectivos, allí
donde en apariencia se combaten, pueden quizá con-
ciliarse atendiendo á las diferentes circunstancias
en que escribían. El boceto que aquí ofrecemos acer-
ca de las antigüedades de la historia de los Galos es
el resultado de la comparacion de ambas autorida-
des, con la adicion de algunas ilustraciones que nos
han suministrado la refiexion propia y las modernas
investigaciou es (2).

(I) Estrabon invoca con frecuencia á Posidonio, particu-


larmente en los libros 3.°. 4.° y 9.° Visitó á Masilla y la Nar-
bonense; nació el 619 de la C. y murió el 703. (Ukert. Geogr.
Der. G. und R., I, 174).
(2) Me he guiado principalmente por la excelente historia
(le Thierry. V. en particular la introduccion, considerablemen-
te aumentada en la 3.' edicion.
289 —
Civcdrujole clic, esion de la a1iti.7ua po-
l)lacicin de esa gran porcion del continente europeo
designada por los antiguos bajo el nombre de Galia,
se hallaba dividida en cuatro partes principales que
variaban, mj.s ó menos, por su origen, su lenguaje
y sus instituciones.
I. Los ibero3.—Todo el Mediodía., desde el G-a-
rona hasta los Pirineos y á lo largo de la costa del
MediterH neo, estaba ocupado principalmente por
una raza completamente distinta de, sus -vecinos
los Galos. Bajo el nombre de Iberos, Mseles consi-
derado generalmente como el resto de mi grupo de
naciones que ocupaba una gran parte del Sur de
Europa, 1".ntes que llegase á Occidente la gran raza
de los Celtas. Es cosa demostrada que los Vas-
cos y otras tribus de la Península esparíola estaban
unidos á los Iberos por estrechos lazos de paren-
tesco, y estos últimos pueden ser considerados
como e1n_oFgicamente distintos de los dem•K's habi-
tantes de los paises meridionales de la Galia. Su-
pónese que los Iberos fueron en un principio arro-
jados desde Galia á Esrafia , y rechazados hacia
atrás, por un movimiento retrógrado, cuando la
raza céltica atravesó por vez primera los Pirineos.
Los que de la raza antigua no fueron subyugados
por los recien venidos, ó no se mezclaron con
ellos (1), se vieron obligados en su mayor parte .á
escaparse por los pasos Occidentales y Orientales
de estas montañas, desde donde se extendieron
hasta el Garona por una parte, y hasta los Ceven-

(1) Los Celtíberos, pueblo muy extendido en la península


hispánica, son considerados como una raza mezclada de con --
quistadores y conquistados. (Diodoro Sículo, V, 33.) Compárese
Lucano, IV, 9.
MERIVALE. TOMO I. 19
— 290
nes, el Rklano y los Alpes, por otra, comenzando á,
design: ra'seles al Oeste con el nombre de Aquitanos,
y con el de Ligures al Este. En la primera de estas
regiones permanecieron estacionarios; en la otra
continuaron su marcha, expulsando á los Sicanos,
y se establecieron á lo largo de la costa del Medi-
terráneo, desde los Pirineos hasta el rio Macra (1).
Ya hemos visto corno fué cayendo poco á poco la
costa en poder de los griegos de Massilia, y de los
invasores ordinarios. Los Aquitanos continuaron
ocupando el triángulo entre los Pirineos, el Garona
y el gallo de Vizcaya, límites en que formaron una
confederacion, que tenia muy poca relacion con las
tribus Galas del otro lado del rio, con un lengua-
je (2) é instituciones particulares, pero celosamen-
te guardados y dominados por las colonias de la
República, Narbona, Bezieres y Tolosa.
II. Los Gálatas, Galos ó Gaels. Los Galos, asi
llamados propiamente, los Galatas de los Griegos,
los Galli de los Romanos, y los Gaels de la hi storia
moderna, formaban la vanguardia de la gran emi-
gracion Celta (3) que se había desparramado por
Occidente con diferentes intervalos por espacio de
muchos siglos. Su origen, lo mism o que las causas
y los sucesps de sus primeros movimientos, se

(1) Tm, "VI, 2; Apiano, Ora. Marit., 132 y sig.


(2) Strab., IV, 1 init. (Comp., 2 init): r1`9S- `Azourcxvok, et-
cétera. «Los Aquitanos, enteramente diferentes, se parecen
más á los Galatas que á los Iberos, no sólo por el lenguaje, s ino
tambien por su constitucion física.» (Comp. Zeuss, 1. c., p. 163).
(3) EL término Celta, Celtas, que es aú a empleado general-
mente como el apelativo de una de las principales familias de
la raza humana, estaba reservado para los antiguos Galos, y
áun parece haber tenido en un principio uaa sigaíficacion más
limitada para designar ciertas tribu, en las inmediaciones de
Marsella. Strab., IV, I.
291
pierden en la noche de los tiempos. Despues de ha-
ber recorrido el Sur de la Galia y penetrado en Es-
paña, perdieron una parte del territorio así adqui-
rido, y la reocupacion de la Aquitania por los fugi-
tivos Iberos puso una barrera entre los Celtas de
España y sus hermanos que tras si habían dejado
en el Norte. En tiempo de los Romanos, se hallaban
establecidos los Galos en el centro y en el Oriente
del país llamado Gaula, formando una gran confe-
deracion, á cuya cabeza, estaban los Arvernos (1).
La política de los Romanos se dirigió principal-
mente á poner en competencia á los Eduos con
esta tribu dominante, y con este objeto los honra-
ron, como hemos visto, dispenstndoles favores es-
peciales. Los Arvernos, cuya denominacion subsiste
aún en el nombre moderno de Auvernia, ocupaban
un. inmenso distrito en el centro y Sur de la Galia,
y estaban rodeados de pueblos tributarios ó depen•
dientes. Los Eduos residían más al Norte y al Hste,
y el centro de sus posesiones se hallaba en su ca-
pital, Bibracta, la moderna Autun, situada en la
meseta que separa las aguas del Loira, del Sena y
del Saona (2). Una de estas naciones se hallaba
mejor situada para la defensa, la otra para el co-
mercio, y con el aumento de las riquezas y de la
civilizacion, la antigua influencia de los Arvernos

(1) «El poderío de los Arvernns puede estimarse, dice Es-


trabon (IV, 2), por las numerosas luchas que sostuvieron contra
Roma y por los ejércitos que pusieron en campaña: «Extendí ase
su poder has taNai bona y hasta las montañas de los Masaliotas;
dominaban sobre los pueblos que s9 extendían hasta los Piri-
neos, el Océano y el Rhin.» Despues de lo cual manifiesta el ex-
plendor bárbaro de su rey Bituito.
(2) Estrabon los coloca entre el Arar (Saona) y el Dubis,
por el que debe entender el Ligar (Loira). Véase el EstraOon. de
Oroskurd, IV, 3, § 2.
— 292
parecía estar punto de ceder la ambicion más
activa de sus rivales. Otras tribus galas se exten-
dían al otro lado del Saona; los Secuaneses (1),
que hicieron enseguida una tenta t iva para usurpar
esta preeminencia tan codiciada; los Helvecios y
otras razas monta-ilesas, cuyos prados se extendían
hasta las fuentes del Rhin; los Alaroges, que ha-.
bitaban sobre el Iser y el Ródano (2), y que fueron
los primeros que sucumbieron ante el irrisistibie
valor de las legiones romanas, por haber sido tam-
bien los primeros que les hicieron frente. Segun la
cla,sificacion de César y de Estrabon, deben com-
prenderse tambien en esta dello miflacion general á
los Turones, Pictones y Santones. Es pro atle, sin

embargo, que no fuese muy estrecha la alianza
entre ellos, porque Mas tribus parecía que no ha-
bían formado parte de la confederacion política de
los Galos.
III. Los Belgas. Dise»timieido entre Estrabon y
dsar.—Vése, pues, que los límites asignados á
esta porcion de la antigua poblacion céltica de la
Galia, que es propiamente designada con el nombre
de Galos, abraza por lo ménos todo el centro y el
Este del país. Al otro lado del Sena y del Mame se
hallaba ocupado el Noroeste por una raza que Cé-
sar representa tan diferente de los Galos como la
de los Iberos, por lenguáje, costumbres é insti-

(I) El valle del Dubs era el centro del territorio de los Se-
euaneses. que llegaba á la cordillera del Jura y al Rhin. Estra-
bon. IV, 3.
(-2) Los establecimientos de los Alóbroges acupaban el espa
cio que media entre estos dos ríos, y se extendían tambien un
poco más allá del segundo en el territorio que hoy llamamos
F ranco condado,
293 --
-tucienes (1), á la que los etnólogos modernos c . ifisi-
-deran como perteneciente á una familia distinta.
Da á ésta el nombre de Belgas, y dice que, segun
su opinion, descendían principalmente de una raza
germnica, y eran producto de alguna emigracion
primitiva que había pasado el Rhin. En concepto
de César, la raza de los Galos se extendía mucho
más allá de los límites que le hemos asignado an-
teriormente, y comprendía la poblacion del Noroes-
te de la desembocadura del_ Loira y del Sena, mién-
tras. que Estrabon, siguiendo probablemente á Po-
sidonio, señala todo el Norte de la Galia, desde el.
Loira, como poblado por los Belgas. Tampoco está
conforme el geógrafo con la opinion de César en
Cuanto al orígen de esta- tercera raza, que cree ser
gala ó germana, aunque diferenciándose mucho de
los Galos de la region. central. Segun este re-
lato, deberíamos considerarla como una variedad
de. los Celtas, distinta á la vez de los Iberos y de
los Teutones. A fin de explicarnos estas aserciones
contradictorias, debemos hacer notar que el relato
de César no es rigorosamente consecuente consigo
mismo, porque opone ciertas tribus Belgas á las
demás, como siendo germánicas por su origen y
formando entre sí ligas separadas para su mútila
, defensa contra vecinos rivales y probablemente ex-
traños (2). Así, pues, la gran masa de los Belgas
,era tara' ion celta; mas como la inmigracion de los
Teutones fué un acontecimiento que se verificó

(I) Cres., Bol. Gal., I, I: Comp., Estrab. IV, 3.


(2) Cves., B. G., II, 4. 5. Los mismos Belgas afirmaban sólo
que la mayor parte de elDs (phrosque) eran d cl, origen germa-
no. Tácito nota entre ellos una cierta «affeetatio g,rmanicm
c) C, 1
gradualmente, es lo m:sts racional suponer que, en
tiempo de Posidonio, la polAacion del otro lado del
Sena se hallaba aún algo mezclada de un el(Jmento
extranjero. En esta época del ió ser la raza que ha-
bitaba entre el Loira y el Sena más próxima .c't los
Belgas, como Estrabon—considerndola con arre-
glo los dates de un escritor anterior—la repre-
senta, que á los Galos del Sur del Loira, tí los que,
por el contrario, la asimila César. Podemos concluir
de aquí que, á pesar de cualquier mezcla de san-
gre germana, el elemento fundamental de toda la
poblacion del Norte, en tiempo de César, era celta,
diferente de la subdivision gala de la familia, y que
debía ser designada por una denominacion distin-
ta. Este hecho de la division de los Galos en dos
razas es de grande importancia en la historia de la
familia céltica, por más que el descubrimiento
haya estado reservado, segun parece, á tiempos.
muy modernos (1).
Teoría de la division de los Galos en, dos razas, los
Gaels y los Zymris.—Pueden hallarse las huellas,
oscuras quizá, de esta division, en muchos puntos
qué aquí sólo podemos indicar sumariamente. Asi,
por ejemplo, la existencia, en la vecina isla de Bre
tafia, de dos razas celtas. los Gaels y los Kymris,
que presentan tipos diferentes de fisonomía y de

(1) Creo que Thierry fué el primero que la discutió cientí-


ficamente. La introduccon á la tercera edicion de su Histo-
ria de los Galos confirma el favor con que se ha recibido esta
teoría. Niebuhr ha emit . do la misma opinion en sus Lectu-
ras sobre la Historia romana dadas ántes de publicarse la
obra de Thierry, por más que aquéllas se diesen á luz poste-
riormente. (Lee. of Rom. Hist., II, 1, 44). Por otra parte,
y
Arnoldo la critica vacila en adoptarla. (Hist. of. rorn., I,
e. 24.)
295 —
lenguaje es hoy un hecho bien conocido. En la Ga-
lia quedan todavía vestigios de una de estas len-
guas, de la de los Kymris, que se habló en una
parte de la Bretaña, que estaba incluida, segun
hemos visto, en la Bélgica de Estrabon. La teoría
comun, segun la cual la poblacion de este país
procede de ciertas inmigraciones de la costa opues-
ta, es completamente insostenible (3). La suposi-
cion de que tres infusiones de sangre kymrica, tan
insignificantes como las que menciona la historia
verdadera, habrían bastado para cambiar el len-
guaje y el carácter físico de todo el pueblo de la
Península, este en desacuerdo con la doctrina de la
permanencia del tipo en la mayoría de toda pobla-
cion mezclada, permanencia que acredita la expe-
riencia moderna de un modo tan claro. Los Kym-
ris, pues, en cuanto distintos de los Gaels, fueron
los primeros habitantes conocidos de esta parte de
la Galia, y probablemente de la Bélgica en ge-
neral.
Evidencia de esta division, sacada de las diferen-
cias fisiológicas. Una demostracion más completa
deesta division de razas puede descubrirse en los
diferentes tipos que caracterizan todavía las pobla-
ciones respectivas del Norte y del Sur. Este es sin
duda un asunto que. exige un exámen más atento
r..+11-. $10L.11.131.0•C aVes~wot....1...■■•

(3) Hánse mencionado particularmente tres : la primera,


año 285, cuando Constancio Cloro asignó tierras á algunos
fugitivos en el país de los Curiosol.itas; la segunda un siglo
despues, cuando Conan Mariadec siguió al usurpador Máximo
de Bretaña y obtuvo una soberanía en la Armorica despues de
su derrota; y la tercera algunos años despues, cuando el mis-
mo Conan invitó á unos cuantos 'colonos á afirmar su poder en
la Península. (Daru Hist. de Bret., I, 53.) Los relatos de las
subsiguientees inmigraciones de los Kymris en el siglo V, son
considerados por Níebuhr* como evidentemente fabulosos.
— --
que el hecho hasta ahora, zuntes de poder admitirlo
como villa prueba sustancial y directa del hecho en
cuestion. Es sin embargo muy interesante y de
gran importancia, Para omitirlo por completo. Un
observador curioso (1) ha distinguido, entre una
gran masa de los que pudieran llamarse caracteres
neutros, dos tipos opuestos en forma y figura, do-
minando respectivamente en dos diferentes partes
de la Galia. En el uno el cráneo es largo y de for-
ma oval, la frente alta y estrecha, la nariz aguile-
ña, la barba pepueña. Hste tipo de cabeza va ge-
neralmente acompañado de una estatura elevada
y no gruesa, y domina en toda la parte Norte de la
Galia, la Bélgica de Estrabon. La otra se distingue
por un crneo aplanado, frente baja y ancha, cara
redonda, barba saliente, nariz corta y recta á algo
remangada; la estatura correspondiente es media-
na, pero el cuerpo es fornido., Este es el tipo que
predomina en el centro y el fiaste de Francia. Uno
de estos tipos se encuentra en la residencia de los
Kymris, el otro en la de los Gaels. Se admitirá fá-
cilmente que entre las poblaciones celtas de nues-
tras islas, el último de estos tipos caracteriza per-
fectamente á los Gaels de los Highlands y á los Ir-
landees, el primero corresponde precisamente á.
los caractáres que predominan entre los Welsl,
aunque entre estos últimos hay sin duda tambien
bastante mezcla del otro tipo.
_Evidencia sacada de los caracte'res morales y poli-
ticos.—Pero si existen en la actualidad ciertos ca-
ractéres físicos que parecen atestiguar la diversi-

(1) Mr. Edwards, Carta á .4 ',nade() Thierry.


2D? —
edad primitiva de las grandes razas que ocupaban
la Galia, podemos hallar una deinostracion aún más
evidente de este mismo hecho, tanto en sus alian-
zas políticas, como en sus instituciones sociales.
Las campanas de César nos presentan sucesiva-
mente confederaciones distintas que existían en di-
ferentes puntos del país, con pocas relaciones ó
comunicaciones entre sí. La primera es la de los
Arvernos, Echos, Sacuaneses y otras tribus del
Centro y del Este; más léjos forma la Bélgica de
César un grupo separado de naciones estrecha-
mente unidas entre sí, pero sin mantener relacio-
nes políticas con sus vecinos del Sur. Las tríous
de Normandía y del Maine se dejaban conducir,
segun parece, á remolque de los Belgas propia-
mente dichos, ' aunque ménos intima:nente uni-
das cm ellos, se consiguió fácilmente que se adhi-
riesen á la causa comun. Enlazados entre sí estre-
chamente, estaban adenv'Is los Armoricanos en
relaciones de alianza con todas las tribus de la
costa septentrional, y parece que se hallaban tara--
bien muy unidos con los Turones, los Alados y otros
pueblos del bajo Loira. En resdmon, existe cierta
homogeneidad en todo el territorio que la Bélgica
de Estrabon comprende. Aun al Sur del Loira, pue-
de suponerse que los Santones y los Pictones per-
tenecían á la misma raza que las naciones situadas
al Norte de este rio. La peticion de los Helvecios
los Secuaneses para obtener el permiso de fijarse en
el territorio ocupado por estas tríbus (1), parece
mostrar que no existían lazos estrechos de sangre

(1) Cres., B. G., 1, 9, 10


- 298
ni de sentimientos entre las naciones del centro
oriental v las del centro occidental de la Galia.
alicionales e2i ,fal)or de esta diVi-
.1))*(59,ba iiciwieç
Diferente carácter de la civilizaciwi Gala de
los irCyM2'2. 3 y los Galos. Los progresos que había
hecho la civilizacion, respectivamente en la parte
septentrional y en la meridional de la Galia, pare-
cen indicar el distinto y mis tardío desarrollo del
elemento kymrico de la poblacion. Al mismo tiem-
po que los invasores del Norte disputaban á la Re-
pública la suerte de Italia, m straban bajo cierta
relacion una chocante inferioridad en frente de ad-
versarios con quienes con tanta igualdad medían
sus armas en el campo de batalla. Una señal de la
aptitud nacional de los Romanos para aprovechar
las lecciones de la civilizacion, es la de que, desde
su orígen, consideraban la ciudad, —con las ideas de
libertad, de simpatía y de unidad á ella anejas,—
como la fuente ó el núcleo de una sociedad politi-
ca; de aquí nacieron los principios profundamente
arraigados de donde sacaron sus concepciones de
gobierno civil, de independencia personal, de los de-
rechos sociales y de sus deberes correlativos. Pero
el sentimiento de ciudadanía, principio motor de
la vida griega y romana, tenía poco poder de des-
arrollo esponUneo en toda raza de origen celta.
Los lazos naturales que mantenían la sociedad en-
tre los Galos eran más bien personales que civiles.
El Galo se entregaba al servicio de su jefe, ora
como siervo, ora como cliente ó como amigo; los
jefes residían en lugar separado, é iban la guerra
ó se presentaban en el consejo seguidos de una
escolta de sus partidarios, de los que exigían una
especie de servicio feudal en cambio de su protec-
'299 —
clon (1). Un estado social (le esta naturaleza per-
mite el desarrollo de la emulacion y de la adhesion
personal; pero tiende á aislar los elementos de una
nacion más bien que á concentrarlos. La fuerza de
todo el cuerpo era destruida por las pequeñas fac-
ciones y las mezquinas querellas que existían en-
tre suC miembros; y miéntras que el valor de los
Galos no tenía rival, y su ataque era formidable por
su impetuosidad, carecían de esos lazos morales
de hombre á hombre que pueden evitar y aun
reparar los desastres. Tal era el carácter general
del pueblo galo; pero con el tiempo habían sufrido
sus costumbres y sus principios de accion ciertas
modificaciones parciales. Cuando los ejércitos ro-
manos se encontraron frente á frente de las gran-
des naciones de la Galia Central, hallaron sus ins-
tituciones políticas ea la inc e rtidumbre y en el
desórden característicos de un período de transi-
cion. El incremento de las artes y del comercio
habían reunido grandes masas de poblacion en las
ciudades. Bibracta, No viodunum, Genabus, Vienna
y Tologa , eran grandes centros cnnerciáles y
fortalezas de independencia popular. Los gérme-
nes de libertad municipal habían arraigado en el
seno de los Estados gaélicos, y la influencia de los
jefes de tribu iba plegándose gradualmente ante
ella. Estos Estados se hallaban gobernados en su
mayor parte por un jefe que ejercía una soberanía
nominal, pero elegido y vigilado por una asam-
blea popular. La nobleza, luchaba, como siempre,

(1) Compárese el relato de Orgetorix en César (B. G., I, 4):


«Omnem suam ftmiliam, ad hominum milla decem, undique
coegit et omnes clientes oberatosque suos.»
300
con intrigas y artificios para mantener un resto de
su autoridad, mi;-ntras que los más atrevidos y
audaces de sa clase alimentaban planes de en-
oTandecimiento y u q ttrpacion. El poder político ha-
bía caíd o, en la mayor parte de las tribus gaélicas,
en manos del pueblo; pero las virtudes públicas se
:habían marchitado, por decirlo así, ántes de su
orecimiento, porque los comunes, cuyas institu-
ciones eran los liberales y más avanzada su
condicion, fueron los primeros en someterse á la
dominachn romana. Pero las tribus septentriona-
les ó Kymricas se hallaban todavía sometidas al
gobierno de sus reyes y de sus nobles; la clase
del pueblo no había recibido entre ellas gran des-
arrollo; no poseían grancHs ciudades ni mercados
públicos, ni ejercían la industria ni el comercio (1).

(1) Sobre este punto hay mucha diversidad de opiniones.


Un escritor, en las 111-e;•22,0rel,. de la Sociedad de Anticuarios do
Francia, hace constar: 1. 0 que el término cuitas. aplicado
por César á los Galos birluros. no significa ciudad, sino Esta-
do: 2. a que s510 emplea dos ó tres veces la palabra lwbs res-
pecto de Avaricum (B. G., VI, 97, 13), de Gergovia (VII, 36.) y
de Alesia (Vil, (S); 3.° que o vrpideon (Strab., po5ptov), de-
signa sernpre un lugar de refugio :sT de defensa. Añade que
la descripcion hecha por César de la oppida da á entender
que eran casi siempre lugares despoblados: maniobraban en
ellos grandes e iérejtos como en Avaricum. en donde se reunían
, 4).000 galos «'n foro et locis patentioribus» (VII, 23). En el
oppidum de Vesontio, habitaban los oficiales de César bajo
tiendas (I, 3)). Critognato habla C0/110 de una gran calamidad de
que, en tiempo de la. invasion de los Cirhbrios, se viesen obli-
g Idos lor Galos á recurrir á sus oppida (VII. 77), Cuando la
Galia fué conquistada, uno de los medio-s de subyugar al pue-
blo fué obligarle á habitar sus oppida, apoderánd )se de sus
tierras; «Compulsos in oppida mult atis agris (VII, 51). Afir-
ma que en los antiguos idiomas célticos, corno el bajo breton,
por ejemplo, no hay una palabra para designar la idea, de la
ciudad en el-sentido que nosotros le atribuirnos. Las asam-
bleas del pueblo se reunían en ciudades, pero al aire libre, en
las fronteras de varias tribus ó naciones (VI, 13). Asimismo
las ceremonias religiosas se verificaban en los bosques ó en las.
301 —
Las plazas que vemos honradas con el nombre do
ciudades ú oppida eran, en su mayor parte, simples
posiciones atrincheradas sobre alturas escarpadas,
ó en medio de espesos bosques, á donde podía reti-
rarse, en caso de ataque, toda una tribu con sus
muebles y sus ganados', pero en tiempo depaz, mo-
raba el pueblo en chozas ó habitaciones aisladas,
en los puntos rris convenientes para la pesca, la
caza ó la agricultura (1). Que los oppida no se halla-
ban destinados tí una resisciencia permannte, so
deduce claramente, al ménos entre los Armorica-
nos, de su posicion en las penínsulas y promonto-
rios más lejanos y escarpados.
_Diverso carácter del Druidismo entre los Konis y
los Gaels.—Las ideas religiosas que dominaban en-
tre los Galos pueden suministrarnos otro hilo con-
ductor para la distincion entre sus diversas razas.
El sistema teoUgico que nos es conocido bajo el
nombre de Druidismo, por el que se daba á sus sa-
cerdotes (Druidas`, lo reivindicaban como una in-
vencion suya los Kymris de Bretaña (2). Sin prestar
crédito alguno á esta asercion en su significacion

montañas, etc. La argumentacien probablemente se fia llevado


demasiado léjos. pero Van-enaer (Gecgr. de las Gal.) lo recha-
za de un modo demasiado absoluto en mi juicio.
(1) Los Galos edificaban sus moradas esparcidas principal-
mente en los bosques y en las orillas de los reos. «mstus vitan-
di causa.» Las construían con ramas de árboles; cubriéndolas
luego con berro, César, P. G., Vi. 30, y per Ultimo las eubrian.
con paja (Vitruv.. I, I); constaban sólo del piso bajo, segun
resulta de la carencia en el céltico antiguo de un término que
designase la idea de piso.—Tampoco existen restos de cons-
trucciones de casas de los Celtas de la Galia.
(2) Ces., E. G., VI, 13: «Disciplina in Britania refertaatque
inde in Galiam traslata esse existimatur; et nunc, qui diUgen-
tius earn rem cognoscere volunt, plerumque illic discendi cau-
sa proficiscuntur.» •
— 302 —
literal, puede sin embargo verse en ella la expre
sion de este hecho: que el Druidismo -f i nó conserva-
do en nuestra isla -bajo su forma mas pura y siste-
mática; y la expresa afirmacion de César basta
para probar que de aquel se derivaba la más pro-
funda instruccion en los misterios de esta religion,
y que los fieles tenían costumbre de reunirse allí
para penetrarse dela ciencia Ints depurada. La gran
asamblea religiosa de toda la Galia se reunía en el
territori6 de los Carnutos, orillas del Loira (1).
En las regiones septentrionales y occidentales del
país es donde los Druidas parece que ejercieron su
principal influencia en los negocios públicos; en
ellos es donde continuaron promoviendo las suce-
sivas insurrecciones contra Roma, hasta que ellos
y su religion fueron objeto de una persecucion en-
carnizada. Tambien en estas regiones existen to-
davía los más importantes y numerosos restos del
culto druídico y autorizan la induccion de que en-
tre los Kymris de la Galia lo mismo que en Bretaña,
era donde florecía las nills antigua y pura forma
del Druidismo. El car'Icter del sistema era esen-
cialmente oriental, y formaba un nuevo anillo que
unía á los Kymris del Oeste con los Cimbrios de las
orillas del Euxino (2), y mediante éstos, con los pue-
blos primitivos del Asia. Respondía en muchos
puntos importantes al carácter sencillo y relativa-
mente espiritualista de la teosofía Persa; ensefía-

(1) Segun se dice, el centro de este pueblo se hallaba donde


hoy está situada Dreux (Mlebe, in Cces., 1. c.). César dice que
los Galos cons i deraban esta region com el centro de su país,
pero esto sería más exacto refiriéndolo á la confederacion de
los Kymris.
(2) Diod. Sic., V, 32.
— 303
ba la pureza de la divinidad como una abstraccion
metafísica, y la eternidad de la existencia del al-
ma por la trasmigracion (1); tenía sus misterios y
sus ritos de iniciacion, Por medio de los cuales era
arrancado el espíritu de los fieles de la contempla-
cion de las múltiples energías ó manifestaciones
de la divinidad, á la de su unidad. esencial y absolu-
ta : era abundante en símbolos, aconsejaba el retiro
y la meditacion, y daba á su sacerdocio el elevado
carácter de mediador entre la tierra y el cielo; ha -
cía uso adem .:Is de los fenómenos naturales como
medios para elevar el alma á la comprensi)n de
una primera causa; descendía de aquí á las rmls
frívolas ilusiones de la astrología, y degeneraba
finalmente en todas las impiedades y horrores de
la creencia en la magia (2). De aquí los sacrificios
humanos á que se entregaban los sectarios de este
sistema religioso (3), exfuerzo supremo del temor
supersticioso para arrancar los secretos del porve-
nir á un poder rebelde, y comprobar la marcha del
destino. Al lado de ese teísmo oriental existía otro
sistema, mucho ménos determinado, un culto á los
elementos de la más grosera especie, en el que los

(1) No hay razon para suponer que el dogma druídico sos-


tenía, como el de PiUgoras, la trasmigracion del alma humana
en el cuerpo de los animales. Véase Diodoro, Y, 28. Tampoco es
cierto del todo que César represente el alma como pasando de
un cuerpo humano á otro (VI, 14). Lucano (I, 43)) y Alela (III,
2), sólo afirman una creencia en su inmortalidad, é indirecta-
mente la existencia de un estado futuro. Véase un ensayo por
Chiniae de la Bastilla, en Leber, Coleccion de trozos rela' tivos á
la Historia de Francia, p. 3
(2) Ces., B, G.. IV, 13; Plin. Hist, Nat., XXX, 4: «Britannia
hodie quoe eam (magíam) attonité celebrat, tantis ceremoniís,
ut dedisse Persis videri posa,» Comp. Clemente de Alej,,
Strom., I, 71; Amiano, XV, 9; Meta, III, 2.
(3) Diod. Sic., V, 31; Strab., IV, 3; César, B. G., VI, 16.
304
objE4os de la naturaleza se ideñtificaban con la
memoria de los héroes muertos, y el sol y los as-
tros, el trueno y las tempestades, eran honrados
como representantes visibles de los séres superio-
res. El esc(I ptco Romano se sorprendió al ver que
aquellos T y lrbaros adoraban, segun él dice, las mis-
mas divinidades que su sagacidad crítica había
rechazado. Júpiter y Apolo, y los demás moradores
del Oli stTo eran reconocidos en el consistorio de
las divinidades galas; Mercurio parece ser el que
ocupa el rmls alto puesto entre &los bajo el nombre
de Teutates, y era venerado como el patrono de toda
su civilizacion; el Sol ó Apolo era honrado bajo el
nombre de Belenus. Taranis representaba á Júpiter
tonante, y Ilesas era su Marte, el Dios de las bata-
llas 1). Podemos relacionar el culto de Belenus y
de Tautates las tradiciones importadas en la Ga-
lia por los Fenicios (2). Los colonizadores griegos
de leas costas pueden tambien haber tenido su parte
en la modelacion del politeismo occidental bajo la
misma forma, que el de Oriente, pero aún surge la
cuestion de saber hasta qué punto era esta forma
de idolatría independiente del Druidismo (3), y has•
ta dónde constituía, por otra parte, una degene-
racion de este sistema espiritualista, de acuerdo
con las tendencias sensuales de la nacion y de la

(1) Ces., B. G., VI, 17: Luc., I, 445.


(2) El origen fenicio del culto de Teutates, (Theuth) está
confirmado por el de un Mercurio en España (TitR. Liv., XXVI,
44). Beleno tiene cierta conexion con Baal. Teutates se ha reco-
nocido como orIgen de muchos nombres de lugares en Ingla-
terra.
(2) Esta hipótesis es sostenida por Thierry, que considera
el Druid ismo corno adoptado por los Galos en una época muy
reciente (Gazdoe,s., II, 1).
305
época. Pero si los consejos y las instituciones de
las naciones gaélicas eran más independientes de
la influencia druídica, debe ésta sin embargo ha-
ber ejercido tambien un poderoso ascendiente so-
bre las clases inferiores y echado profundas raíces
en los distritos más lejanos y ménos frecuentados.
Ironumentos del Druidismo existentes en la Ga-
lia.—En el ángulo Noroeste de la Galia, compren-
dido entre el bajo Loira y el Sena, region en donde
los Kymris parece se conservaron rm-ls-puros, exis-
ten hoy cerca de noventa restos de monumentos
célticos, todos probablemente de significacion reli-
giosa. Abundan igualmente en las ásperas costas
de la Bretaña y en los bosques de Normandía, en
las praderas del Anjou y en los campos del Orlea -
nois (1). En la Galia central y occidental los restos
análogos á éstos se encuentran s 'do en las alturas
situadas cerca de las fuentes del Sena, del Loira.,
del Alier y de Vienne. En estos estrechos límites
se cuentan cerca de 30; pero en las tierras bajas del
territorio Gaélico, no han existido jamás estos im--
numentos ó han desaparecido por completo,. En to-
da la extensin de la Provenza, sólo se encuentran
huellas de uno ó dos vestigios de esta especie.
Aquí es posible que fueran destruidos por el brazo
la persecucion romana. Su número es tambien
muy escaso en el Noroeste, en las provincias Bel-
gas de Francia, en donde serían hundidos en el sue-
lo por el pié de los legionarios romanos, acantona-
dos durante siglos en las inmediaciones de la fron-

(1) Estas enumeraciones se han hecho con arreglo á la Car-


ta Arqueológica de Fraiceia, de Hccquart. Estos diversos
monumentos son solamente eromlechs, dolmens ó menhirs,
MERIVALE. TOMO I.
— 306
tela germánica, ó quiz:'i destruidos por el choque de
las sucesivas hordas de invasores, los Suevos, los
F rancos y los Borg,ofiones. Eu Aquitania s:do uno
ó dos monumentos de su religion atestiguan la pre-
sencia de los Celtas, yla antigüedad de estos monu-
mentos puede remontrarse sin duda I rt la m ls leja-
na época de la historia gala. Pero en el distrito si-
tuado entre la Gironda y el bajo Loira, son casi tan
numerosos como en la Bretana y en el Maine, y se
encuentran indistintamente en las colinas, en las
llanuras ó en los valles, demostrando la difusion
general y la seguridad del culto que profesaban.
IV .—Los Belgas son un pueblo u'llico coz una
mezcla de tribus re9,1tó2iicas.—E1 qué forma-
ba el límite geográfico entre Galia y G-erm•nia,
fuá nunca una barrera capaz de contener las ten-
dencias nómadas de las razas del Norte, ni de impe-
dir el frecuente paso de invasores de la orilla dere-
cha á la orilla izqu' ierda; así es que los Kyrnris que
habian poblado la region septentrional de la Galia,
fueron impelidos constantemente por hordas teu-
tónicas que oprimían -su retaguardia con fuerza
irresistible. Los Germanos, que se habían introdu-
cido en la Galia, estaban ya, en tiempo de César,
mezclados con los primeros poseedores, por mas
que conservasen en algunas localidades sus nom-
bres y sus caractéres propios. Tales eran los Ebu-
rones, los Treviros, los Nervianos, los Segnos, los
Ceresios y Pemanos, todos los cuales residían se-
parados de les Kymris, y tenían distintas costum-
bres é instituciones. A la masa de esta poblacion
fundida ó entremezclada de este modo, es kla que
César aplica el calificativo de Belgas, nombre que
puede demostrarse que no era propiamente gené-
— 307
rico, sino que pertenecía en rigor, c)mo en un prin-
cipio el de Celtas, ciertas tribus particulares (1).
Ya hemos hecho notar las huellas de subdivisio-
nes en la gran raza kymrica, y el límite entre los
Kymris puros y los mezclados, puede colocarse en
la línea del Sena y del Mame. Estamos dispuestos
:5, creer que esta poblacion mezclada había perdido
mucho de las costumbres, del lenguaje y de la re-
ligion primitiva de sus antepasados los Celtas; y
esto es lo que puede explicar lo raro de sus monu-
mentos sacerdotales , como también la diferencia
tan marcada que nota César entre su lenguaje y
el de los Galos. Pero se equivoca. seguramente,
cuando afirma que los Belgas eran, en su mayor
parte, de origm Germano, estando suficientemente
confirmada su identidad esencial con los Celtas; Por
las declaraciones de Posidonio y de Estrabon, acor-
des con las pruebas deducidas de sus caracteres
fisiológicos y morales.
car(icter ge'nero de vidcz. --Sin embargo,
como este pueblo fue el último que salió de la ru-
deza de sus bosques primitivs, y no se hallaba en
estado de arrojar de su seno la barbarie de una raza
aún m s jáven, á la que se hallaba unido tan estre-
chamente, se había quedado mucho mjs atrás que
el resto de la po' lacion Gala en los elementos de una
vida civilizada. En toda la extension de la vasta re-
gion que ocupaba, no sabemos que hubiera ningun
lugar que mereciera el nombre de ciudad, á excep-
cion quiz5, de Samarobriva , la moderna Amiens,
el puente sobre el Soma. Los Morinos y los Mena--
pianos se alimentaban sólo de peces y de huevos;

(1) Thierry, 1. c., Intr3c1., LVII.


— 30S
habitaban en lo idis escondido de sus bosques y de
Sus marismas, sin int rls sentimientos de limpieza y
de bienestar que los Eburones y los Yerviano-Teu-
tónes. Los Belgas eran citados por el uso de los
carros armados de hoces j), uno de los instrumen-
tos de guerra mlis bárbar o s y primitivos. Agradá-
bales pasar toda su vida con las armas en la mano.
Las tribus germánicas prohibían la entrada en su
territorio á los expendedores de objetos extranjeros,
ya fuesen de utilidad ó de lujo. Acostumbrados á
un estado de hostilidad perpetuo con tina raza aún
más feroz y salvaje que ellos mismos, adquirieron
los Belgas una nombradía de bravura muy supe-
rior á la del resto de los habitantes de la Galia (2).
Afectaban menospreciar á sus hermanos del Sur,
estaban fuera de sus confederaciones, y hasta se
hallaban inclinados l_rt, negar su parentesco.
A lagunas de sus tribus po¿draw, en, el interior de la
Galia. Los límites de la conquista belga estín
perfectamente enarcados por los dos grandes ríos
mencionados; pero es muy probable que algunas
de sus tribus penetras g n hácia el Sur. Los Wolece,
que ocupaban un distrito entre el Ródano y los Pi-
rineos, subdivididos en (los iri:ius llamadas Are-
cómicos y Tecto-sagos, estaban ligados á los Bel-

(1) Lucano, I, 426:


«Et dociles rectos rostrati Belga convini.»
Thierry atribuye el carro escita á los Trevíros; pero yo
dudo que los Germanos lo hayan empleado. Mela, 6, dice:
«Bigis et curribus, convinos vocant, Balicé armati.» Covinos
parece ser una palabra céltica coman á las dos variedades
kymris y gaelicas. César, sin embargo, no hace mencion de
carros con hoces entre los Galos ni los Bretones. (Cluver, Germ•
Art., 1. 335).
(2) César, B. G., 1,1; Amiano, XV, 11.
309
gas por la denominacion equivalente de Bolwe y áun.
Belg,w (1).—E1 destino de la gran Bretaña fué muy
análogo al de la Galia. Tambien aquí hallaron los
conquistadores kymris á los Belgas á su reta-
guardia antes de haber tenido tiempo k suficiente
para volver á las moradas de los vencidos Gaels.
Tambien . aquí trajeron consigo los recien venidos
una porcion de sangre Teutónica; y el ángulo
Sudeste de la isla en donde se detuvieron sus pro-
gresos, vino á ser habitado por un pueblo mez-
clado, que, á los ojos de observadores superficia-
les, no ofrecía casi ningun rasgo de su comunidad
de origen con la raza que expulsaba.
Hostilidad entre los Galos y los Germanos. —Mas,
no obstante las relaciones de familia establecidas
entre las tribus célticas y las teutónicas que se
dividían el Noreste de la Galia, la enemistad no
disminuía entre ámbar razas, hallándose los Ger-
manos á las orillas del Rhin como una amenaza
constante , aumentado diariamente en número y
en valor, y huyendo los Galos con un terror degra-
dante ante un enemigo á quien no se atrevían á
hacer frente, y hasta invitándole á pasar sus fron-
teras para pelear por ellos. Había trascurrido mu-
tiempo desde aquel en que los Galos eran un pue-
blo bravo y conquistador (2). Sus incursiones en
los territorios Germánicos no habían sido manos
numerosas y afortunadas que aquéllas, mediante
las cuales se habían apoderado de la mitad de Ita-

(1) Thierry, 1. c., p. 51-55.


(2) Tac., Germ., 28: «Vali s liores ohm Gallorum res fuiss
$ummus auctorum divus Julius tradit, eoque credibile est
detiam Gallos in Germaniam trasgresos.» Compárese C4,sar,
B. G., VI, 24,
310
lía, devasGndola casi toda. Pero poco á poco ha-
bían sido rechazados en ám loos puntos por nacio-
nes más valientes ó rmls disciplinadas que ellos.
El progreso de la cultura moral y física halda to-
mado entre éstos una direccion que paralizaba sus
medios de defensa, tanto contra los Germanos, co-
mo contra los Romanos, y enervó sus cuerpos y
destruyó su valor, si se les compara con los rudos
bárbaros del Norte, sin tender al mismo tiempo
departir con ellos esta éomunidad de sentimiento
union de voluntades, que tienen la balanza de
la victoria tan en su fiel entre dos pueblos civili-
zados.
Retrato fie2leral de los Galos.—Los antiguos es-
critores abundan en descripciones y en retratos de
una nacion que ha jugado un papel tan importante
en la primitiva historia de E uropa. En cuanto á
su estatura son representados um‘nimemente los
Galos como excediendo la de los pueblos de Grecia
y de Italia. No hay duda que la desproporcion en-
tre los Italianos y los Kymris era muy notable, y
los Semnones, que suministraban jt los Romanos
su mils formidables contingentes de guerreros ga-
los, eran, como los Cispadanos en general, de raza
kyrnri. La blancura de ciltis, atribuida á la nacion,
era Cambien característica de un pueblo del Norte,
más bien que del Mir ecliodia. Puede conjeturarse que
el cambio de costumbres y quiz ,. 1 de clima haya
vuelto morena una piel que palidecía L la sombra
de sus bosques primitivos (1); aún hoy no tiene e1
Gael la tez morena del Italiano y del Griego. El
carácter de los Galos era en general vivo, frívolo é

(1) Arnol., Hist. de 1?om., 1, 129.


— 311
irascible, inconstante hasta la perfidia, y violento
en su lenguaje y en sus gestos (E; su valor era
atrevido é impetuoso, pero incapaz de resistencia
en los reveses (2). Al mismo tiempo eran citados
corno modelos de sencillez y de buen humor, y se
precipitaban alegremente en hs peligros, sin ma-
licia ni arificio. Pero su gran defecto era la falta
de paciencia, de verdadera pasion, y de esa firme -
za, moral que domina una preocupacion y se abstie-
ne de un goce, previendo los resultados ulteriores.
La falta de dominio y de respeto de sí mismos so
notaba en la brutal sensualidad á. que se entrega-
ban. Puede conjeturarse que los peores vicios 1 .ei-
na,ban, sobre todo entre aquéllos que habían estado
en contacto con el corrompido refinamiento de las
Colonias griegas; pero hasta las naciones más civi-
lizadas del Mediodía afectaban escandalizarse por.
la enormidad de estos excesos. Los Galos mostra-
ban docilidad para aprender, y una notable; aptitud
para las ocupaciones pr:Tticas. Comerciaban en
diversos artículos de manufacturas; y por más que.
su moneda fuese de una forma tosca, sabernos que
se practicaba entre ellos el arte de trabajar los
metales. Tenían agudeza de sentimiento y mucha

(1) El espíritu de altivez por el que se distinguían los Ga-


los (Diod. Sic.„ V, 31: óercEtXT,Tol xcyl etc., ) se ve bien clara-
mente en la réplica de sus jefes á la cuestion llena de vanaglo-
ria de Alejandro el grande. Despues de haber éste exhibido
ante ellos el gran aparato (le su magnificencia y de su poder,
enncluyó preguntándoles qué cosa era lo que más temían en el
inundo. «Nada tememos, sino que se hunda el cielo,» le repli-
caron. Strab., VI, 3. Comp. Posid., ap. Afilen., IV, 40; Elia-
no, XII. 23.
(2) Tac., Agrie., 11. Comparando los Galos y los Breto-
nes dice de éstos dos pueblos: «in deposcendis periculis eadem
audacia, el ubi advenere, indetretandis eadem forrnido.»
-312
sutileza de especulacion, por más que no hayan
producido nunca una literatura espontánea. Pero
sus relaciones con Roma dieron un nuevo estimulo
á su génio; y bajo el Imperio, las ciudades de la,
Galia, apenas si tenían rivales corno centros de
ciencia , y como escuelas de retórica.
Poblacion de la Galia. El espíritu de frívola
exageracion, conque se acostumbraba mirar la
region desierta del Norte, como la cuna fecunda
de innumerables pueblos, se ha modificado ante los
cálculos de la esperiencia y de la razon, y se ad-
miti f'cilmente que, por lo ménos una mitad de
la Galia estaba ocupada, en tiempo de César, por trí
bus deseminadas y vagabundas que abandonaban
á la estirilidad una porcion de su territorio, mién-
tras que en el resto, que se jactaban de cultivarlo
nadie hacía en realidad más que arañar superfi-
cialmente el suelo. Si el número de sus combatien-
tes parece enorme, no hay que olvidar que la guer-
ra era la única ocupacion de los pueblos del Norte,
y que por lo ménos una cuarta parte de cada nacion
estaba siempre dispuesta á entrar en campaña (1).
En el Sur, se aproximaban las costumbres de los
pueblos mucho m s á las de la vida civilizada, y la
riqueza de su suelo se desorrollaba por un propor-
cionado trabajo. Háso calculado toda la poblacion
en el siglo IV sobre bases que parece merecen
confianza, y el resultado da un total' de unos diez

(1) Cuando la masa de las tribus Helvéticas emigró en mí-


mero de 363,000 personas, se hallaban en estado de tomar las
armas 92,090 hombres. Cé s ar (B. G., I, 29) asegura que
vió los datos precisos que le permitían .liacer esta enumera-
eion. En la insurreecion de Panonia, el número total de las tri-
bus insurrectas se fijó en 803,000 almas, y el de los guerreros
en 200,000. Vel., II, 11.
— 313 —
millones y medio de habitantes (1 ). En esta época,
se había hallado expuesto el país á una invasion
bárbara, y se había detenido el auinen to de la po-
blacion durante un largo período de anarquía. Sin
embargo, no es razonable suponer que los Galos se-
mibárbaros del tiempo de César llegasen de ningun
modo lí este número. Hl mismo César se vanaglo-
riaba, segun nos dice Plutarco (2), de haber lucha-
do contra tres millones de hombres, en cuyo MI-
mero debemos suponer que, segun las ideas del
tiempo, comprendía toda la poblacion masculina de
los Estados hostiles. Si por una parte las tribus de
Germanos y Bretones que César encontró en el
campo de batalla deben deducirse de este cálculo,
debemos agregar en c,m -bio los habitantes de la
Provincia, á fin de obtener el número total del pue-
blo Galo, que podemos afirmar que asco ndía, próxi-
mamente á unos seis millones en los tiempos de
la invasion romana.

(1) Dureau,. de Lamalle, Econ., polit. de los Rom., I, 301;


Duruy. Hist. de los Rom., II, 409,
(2) Plut., (César, 15) interpreta la afirmas ion de una mane-
ra literal.
CAPITULO Vi.

Los Suevos penetran en la Galia y se csLablecen en el territorio de los Se-


cuaneses.—Los Galos y los Germanos solicitan la alianza de la Repú--
blica.—Moviminto do los Hel y-331os: arnenIzan penetrar en la provin-
cia romana: slle de Rama y obtiene el gobierno de la Galia:
rechaza la invason de los Helvecios: les sigue al terrilorio de los Eduos:
los derrota y obliga á, regresar á su pis.—Dirijese contra los Suevos:
entabla negociaciones con su rey Ar'ovisto: consigue ''una completa vic-
toria y expulsa á los Germanos de la Galia.—Primera campaña de Cé-
sar. (Año G93 de la, O., y 158 ántes de J. C.)

Los Ge"manos en el RItin. Los uevos .—En la


época que hemos llegado en la lucha entre los
Galos y los Romanos entra en accion un tercer pue-
-blo, del que ya hemos tenido ocasion de hacer al-
gunas indicaciones, y viene la escena de la his-
toria para no volver 11 desaparecer, en absoluto,
en todo el periodo de que vamos á ocuparnos. La
independencia de la Galia central y septentrional se
hallaba amenazada, no s,lo por la ambicion de sus
vecinos del Sur, sino tambien por los impetuosos
ataques del lado opuesto. En las orillas del Rhin
pred nminaba la barbárie m ‘s aún que en las regio-
nos de Occidente. En la orilla izquierda se hallaban.
ya establecidos, como hemos visto , varios pueblos
procedentes de la familia teutánica. Estas inmi-
graciones se habían realizado en un período no le-
.
`!315
jano, y todavía continuaba verifi e intérva-
los la corriente de la invasion giermana. La formi-
dable tribu de los Suevos se hallaba establecida en
la orilla derecha, esperando impaciente una oca-
sion oportuna para seguir los pasos de sus prede-
cesores. Estos salvajes guerreros carecían hasta de
los elementos rrrs rudimentarios de la vida civili-
zada (1). Su consiitucion política eí . z.1 simplemente
la supremacía militar do los in, r,s fuertes y rius
bravos. No eailicaban ciudades ni cultivaban la
tierra, sino que habitaban en campamentos provi-
sionales, durmiendo ora debajo de las ramas de los
l'Irboles, ora al aire libre, utilizando sus bosques y
montarías como sitios soy euros, en donde se halla-
ban libres de las veja('iones de sus vecinos, tras-
ladándose perilicallent de un punto á otro en
contínua emi . acion. Pero sus empresas tenían
por objeto mis bi e n el saqueo que el capricho
de cambiar de residoncia, no teniendo costumbre
de ir zí la guerra con sus mujeres é hijos, descu-
briendo en esto, como en otras cosas, cierta falta de
un fin. concreto y determina,lo que demuestra el
atraso en que vivían.
Amenazadora aeWud de los kS'itecos, (dilo. 693,
de la C.)—En el ano 693, las fuerzas de Ariovisto,
rey de la nacion de los Suevos, se hallaban situa-
das en la orilla germana (101 Rhin medio, prontas zrl,
obedecer la primera insiimacion para atravesar

(1) Varias figuras en la columna de Trajino (véase Fabretti,


Columna Trajamt, p. P')) reprentan 11 manera llevar el
cabello 'adoptada por este pu p bio y 5115 diferenLes tribus, segun
describe Tácito (r orm. 3P)); «insi►gf,ntis oblicuare crimen
nodoque substriiiger p ... ap(i( nevos hm-ron-tem c,i1)11rini. retro
sequuntur.» FA cabello de delante está sujeto con un gran nudo
s obre la parte superior de la frente.
316
lo (1). C ii.stituían un cuerpo compacto de guerro--
-ros de unos 15.000, todos hombres vigorosos, sin
bagajes ni acompafíamiento, acostumbrados á una
vida de incesante actividad, y despreciando el lujo
y las comodidades. En el estado de turbulencia en
que á la sazon se hallaba el interior de la Galia, no
podían hacerse esperar mucho estas insinuaciones.
A scendienite de los Eduos en la Galia central.
Los Eduos se aprovecharon de su posicion domi-
nante para oprimir á las comarcas vecinas. Sus
rivales los Arvernos se habían debilitado conside-
rablemente en sus luchas con los Romanos, y su
influencia, fundada en el temor más bien que en el
afecto, había desaparecido tan rápidamente como
su poder. Estos últimos habí an sufrido tambien dis-
cordias intestinas, y uno de los nobles llamado
Celtillas intentó usurpar entre ellos la autoridad.
suprema (2). Por otra parte, los Eduos se habían
aliado con los Romanos bajo las bases de una igual-
dad nominal. Enorgullecianse de ser recon o cidos
como amigos y hermanos de los ilustres conquis-
tadores; pero la veleidad del carácter galo estaba

(1) La fecha de la irrupcion de los Suevos no se ha fijado


por las autoridades. El pasaje de la respuesta de Ariovisto á
César, B. G.. 44: «Neque bello Allobrogumproximo Eduos Ro
manis auxilium tulisse» se ha supuesto que se refería á la
campaña contra los Helvecios, en la frontera de los Alóbroges,
año 693. Pero en el primer caso los Alóbroges no tomaron parte
alguna en aquella guerra, y nuevamente los Eduos, en su con-
4licion de postracion no podían haber prestado ninguna ayuda.
La guerra, p rw tanto, con los Alóbroges debe haber sido la del
año 692, y debe hab e r tenido lugar ántes de que los Eluos fue-
ran amenazados por los Suevos y sus aliados. De consiguiente,
la fecha de la llegada de los Germanos no puede fijarse ántes
del año 693, ni la recepcion de Divi.ciaco en Roma ántes del ña
de aquel año.
(2) César, B. G., VII, 4.
317
marcada en la perv ersidad con que se separaron de
sus aliados, cuando éstos necesitaban su auxilio
contra las rebeliones de los Alobroges (1). Tal vez
deseaban aparecer independientes á los ojos de los
Galos que tenían á su alrededor, los cuales indu-
dablemente debían mirar con envidia el favor que
les dispensaban los Romanos. Pero la República
se dió por ofendida, y pronto encontró ocasion de
manifestar su resentimiento.
Los $' eettamses se quejam de su tiranía. Los Se-
cuaneses quej rtbanse amargamente de la tiranía de
los Eduos, quienes habían impuesto pesados dere-
chos sobre la navegacion del. Saona, la gran vía
coman para el comercio de ámbas naciones con la
provincia y las costas del Mediterráneo (2). Cuando
estos tributos llegaron á hacerse insoportables, el
pueblo vejado determinó echarlos abajo por medio
de las armas. Tambien fueron fácilmente inducidos
los Arvernos para confederarse contra :sus antiguos
rivales; pero el alzarse contra los Eduos era arros-
trar al propio tiempo el enojo de los Romanos y dar
un pretesto, cuando ménos, los invasores del Sur,
para que intervinieran en los asuntos de la Galia
central. Para asegurarse de todo riesgo en este
distrito, determinaron los aliados dar los Suevos
una participacion en su defensa. Los recursos de la
tribu germana no eran conocidos; pero su aproxi-
macion era inminente, grande el terror que su
nombre infundía, y sus vecinos se hicieron la ilu-
sion, muy equivocada por cierto, de que podían
contrarestar el poder de Roma.

(1) César, B. G., I, 44. Véase anteriormente.


(2) Strab., IV, 3.
- 31(j
_Rzilia7? cri los J g`mi- 2-0s) c 9e les presten su apoyo,-
riteuden el rulo de los ir- rol uo.s. y eisumen el p ando de
lis tríhrs gaerlira c .—Ari gvisto y sus guerreros fue-
r n, pues, llamados por los Galos y se apresuraron
á penetrar en el territorio de los Secuaneses. Los
Romanos esta,' p an á la sazon tan preocupados con
los peligros que les amenazaban en su propio país,
que no hicieron caso de tan importante movimien-
to. Es posible que los Eduos, teniendo la concien-
cia de su, propia traicion, se avergonzasen de pedir
auxilio á sus aliados; cuiz'l la República se ale.
orara de f)ejarles arreglar ahora sus cuestiones
en condiciones tan desi g uales. La lucha termi-
nó pronto con su completa derrota, y las condicio-
nes que se vieron °ligados c't aceptar eran suma-
mente humillantes y duras (1). Dieron en rehenes
a los Secuaneses los hijos de los nobles , y jura-
ron no apelar jarns la guerra para reponerse, ni
solicitar' el auxilio de los Romanos, ni negar á sus
vencedores un respeto y sumision iguales á los que
debe el protegido á su protector. Los Secuaneses
aspiraban á la honrosa preeminencia que habían
perdido los Eduos, y reclamaron la jefatura de las
tribus en aquella parte de la Galia.
El Eduo Divici qco solicitt el auxilio de los Roma
nos.—Entre los Hcluos, no tenía el primer magis-
trado fuerza para contrarestar la voluntad nacional,
la de que no era más que intérprete y órgano (2).

(1) César, B. G., 1, 31: «Cum his, Eduos eorumque clientes


semel atque iterurn armis contendisse, magnam calamitatem.
pulsos accepsse omnem nobilitatem, omnem senatum, omnem
it,quitatum amisisse.»
(2) César llama á este magistrado Vergobretus, que los eru-
ditos celtólogos derivan de las palabras ver-go-bretus,
— 319
Pero Diviciaco. que ocupaba aquel puesto, sintió en
extremo la deshonra de sus paisanos, y se negó so-
meterse á las condiciones á que los demás se habían
sometido. Ganó, aunque COR dificultad, las fron-
teras, y se refugió en Roma, en donde esperaba ob-
tener la proteccion de la República para el resta-
blecimiento de la honra é influencia de su nacion.
La Galia no podía haber eligido hombre n-Lls á pro
pósito por su cultura intelectual para gobernar
por medio del respeto y la simpatia un pueblo
Diviciaco pertenecía á la casta de los
Druidas, y era muy versado en todas sus doctrinas.
Como intérprete de los misterios que ya atraían la
curiosidad de los filósofos romanos , su trato fué
particularmente agradable á Ciceron , quien ha
guardado como una reliquia, en sus inmortales p--
ginas, la memoria de su amistad (1). La recomen -
dacion de tan ilustre protector aseguraba á las tri-
bus errantes del Norte consideraciones poco Comu-
nes. Cuando se presentó en el Senado á defender la
causa de sus conciudadanos, «los aliados y herma-
nos de la República,» fué invitado á tomar asiento
entre los nobles allí reunidos; pero declinó modes-
tamente este honor, y entabló su demanda - , apo-
yándose sobre su escudo (2). César, que tomaba in-

bre de juicio» (O' Brien, Thierry). Fu ‹, elegido por un consejo de -


sacerdotes y de nobles, y tuvo la. fact.Wnd de dar la. vida ó kt
muerte. Pero su cargo era sólo anual (B. GIr , I, 16), y una
gunda persona de la misma familia no polia ejerc erío durante
la vida del que lo ocup Iba anteriormente (B. G., VII, 33).
(1) Ci.c., de I) , 41.
(2) Esta aajclota es referida por Eam-naio, natural de Au-
tun, y podemos conjeturar (fin faene conservan tradicional-
mente entre los Eluos ar)»s.ta)i., 3). «Princeps.
./Ecluus in senatum wad; rem docuit, cuan quichrn. consensu
minus sibi vindiÇass',A quIni (1.1bItur scato innixus perora-
320
torés por todo lo que se refería z't la ciencia hu--
mana. no 111.'1IOS que por los asuntos de Estado, á
los que había dedicado preferentemente, contrao
tal intimidad con el j efe Galo que constituye uno
de los rasgos mlis brillantes de su vida y carác-
ter por su fidelidad y ternura. En las conversa-
ciones que tenía con Diviciaco, que llegó á ser
su constante compafiero en las campanas de la Ga-
lia, adquirió, como es de suponer, muchos de los
conocimientos que demuestra sobre la historia é
instituciones de s us enemigos. Pero, entre tanto, el
carcter sencillo de los Eduos no era una razon
contra las seducciones del refinamiento de Roma.
Dicho jefe se convirtió evidentemente á los senti-
mientos y a las ideas de la nacion conquistadora;
en su admiracion por las artes y las ciencias que
florecieron en la metrópoli del Sur, olvidó gra-
dualmente las virtudes mis sencillas de sus paisa-
nos, y llep,-() á familiarizarse con la fatal idea de
que una dominacion extranjera podía civilizar y
ennoblecer al pueblo á quien subyugara.
Ariovisto, rey de los Sueros, e2italla negociacio-
9¿es CO2¿ ii'omq .—Pero, por mas que á algunos agra-
dase ostentar su magnanimidad y urbanidad ante
el extranjero admirado, el gobierno tema sobre sí
muchos asuntos graves y apremiantes para decidir-
se 11 fijar de una vez la conducta que había de se-
guir en la Galia. Los Alóbro cr es acababan de ser do-
minados, pero su resistencia costó sangre y dinero.
Además, los Eduos no hicieron nada por sus alia-

vit.» Tito Livio (XXXVIII, 21), describe el escudo galo como


una tabla larga , angosta y lisa: «Scuta longa coeterum ad am-
plitudinem corporum parum lata. et ea ipsa plana, malé tegb°
bant Gallos.» •
— 321 —
dos para apresurar la terminacion de la guerra.
3,Iiéntras tanto, el curso de los negocios en la ciu
dad tendía cada vez con más evidencia á entregar
ó someter la República á la voluntad de un odioso
triunvirato, y cualquiera de los tres que consiguie-
ra la direccion de la nueva guerra, adquiría por
este medio una preeminencia temible. Tan pronto
como el Senado se hubo enterado de las peticiones
de Diviciaco, fueron éstas desatendidas. Además,
Ariovisto por su parte, no se había descuidado. So-
licitó Cambien una alianza con el pueblo romano, y
apoyados como estaban sus deseos por una fuerza
-tan poderosa acuartelada casi en las fronteras de
sus dominios, no dejaron de surtir su efecto. De
seando evitar la guerra á toda costa, , diále treguas
el Senado, excitando al Germano á que compartie-
ran personalmente (1). Durante la permanencia de
Diviciaco en Roma, el gobierno concedió á su rival
los títulos de amigo y aliado, y le dio' magnificas
mnestras de su consideracion (2). Si en manos del
Senado hubiera estado, habría continuado soste-
niendo el equilibrio de las dos partes y tratado de
evitar la agresion de ambas por este medio.
La República determina ponerse de parte de los
Eduos. .—Pero en el pueblo era en el que realmen-
te consistía la solucion de este asunto; y cuando
poco despues insistió en el nombramiento de César
para el mando de la Galia con poderes ámplios
y permanentes, significaba esto una declaracion
evidente de la voluntad nacional en favor de una

(1) Plut., Coes., 19.


(2) Cesar., B. G., I, 43. «Rex apellatus a senatu et amicus..
enumera amplissima missa.»
MERIVALE. TOMO I. 21
322
política enérgica y belicosa allende los Alpes. Esta
declaracion, no obstante, no se hizo hasta que la
marcha y el estado de los sucesos exigió más im,
periosantlente la intervencion de Roma, y la posi-
cion de César fué tal que le permitió poder seguir
este camino.
Los Secuanrses son, oprimidos por sets aliados los
Germanos. Los Suevos, por su parte, se entusias-
maron con los atractivos de su nueva residencia,
de su clima, de su fertilidad y cultivo. Una tercera
parte, cuando ménos, del territorio de los Secuane-
ses se había rendido á ellos, y como tenia mucha
extension para ser dominado, introdujeron en él
nuevas hordas de sus compatriotas, hasta que hi
vieron subir su fuerza á 120.000 guerreros (1).
Acosados y maltratados los Secuane,ses, huían de
sus pueblos y acudían á sus puntos de defensa, en
tanto que los Eduos, que sufrían probablemente
todavía mayor opresion, se levantaron en armas
contra los bárbaros intrusos. Pero Ariovisto no po-
día ser ya fácilmente rechazado. Siguiendo las
prácticas de sus compatriotas, se fortificó en unas
marismas en el alto Saona , dominando el país
desde su inespugnable fortaleza. Seguro en su po-
sicion, repetía y aumentaba sus exigencias, pi-
diendo otra tercera parte del territorio de sus hués-
pedes, para establecer allí una nueva colonia de
Harudos de allende el Rhin. Se interpuso para im-
pedir toda devolucion de rehenes entre las nacio-
nes rivales, cuya mutua animosidad se esforzó en
alimentar por todos los medios para sus propios
fines, miéntras que, á medida que su poder se ex-

(1) Ces., B. G., I, 31.


— 323 —
tendía aumentaban su rapacidad y crueldad de una
manera desenfrenada.
Agitt acion de los Helvecios: deciden verificar una
emigrado», general á la Galia. —La creciente resis-
tencia de las naciones vecinas fué de repente pa-
ralizada por una de esas periódicas emigraciones
que acostumbraban esparcir la confusion por toda
la comarca. Aumentó la agitacion de los Helve-
cios. que habitaban una gran parte de la Suiza
moderna, por los estrechos límites en que se ha-
llaban apiliados sus habitantes y acosados al pro-
pio tiempo por la corriente germana que avanzaba
mas cada dia, (1). Los Alpes y el Jura f rman bar-
reras que se extienden al Sur y al Occidente., y las
necesidades de la pobiacion así acumulada exce-
dían ;í los escasos medios de subsistencia que pro-
porcionaban la os monta7ias y sus valles. Una par-
te de los habitantes se habían separado de la masa
principal pocos arios .fi ntes, uniéndose con los Cim-
brios y Teutones, y penetrando en la Galia por la
parte Norte de su territorio. Pero las tribus gel.-
manas, cuyo creciente número les cerró el camino
antiguo de los Galos Mcia, el Este de Europa, se
habían establecido tambien en la orilla izquierda
del Rhin; y los Helvecios, que despreciaban tal vez
(t sus vecinos los Galos, estaban Poco dispuestos
atacar á un enemigo, tan formidable corno los Sue-

(1) La narracion que comunmente se refiere de este pueblo


y de su emgracion es que era una tribu pastoral rica y pací-
fica: el ejemplo de los Cimbrios y Teutones, con quienes esta-
ban en contacto, destruyó su natural sencillez y les sugirió
:sueños de conluistas y de rapiña. Strab., VII, 2, s e gun Posi-
donio. Pero César dice que eran los más valientes de las Ga-
rlas por sus constantes guerras con los Germanos en su fr'm-
tera. César, B. G., 1.
— 324
vos, y al mismo tiempo tan pobre. Debían, pues,.
buscar una salida occidental, y dirigieron sus
miradas ltcia el punto por donde el Ródano sale
del lago (Uf Ginebra y penetra en un angosto desfi-
ladero en su curso lizcia Francia. Divididos en cierto
número de pequeños cantones, no reconocían la
supremacía de un jefe único; empero uno de ellos,
apellidado Orgetorix, ejercía á la sazon la principal
autoridad y ambicionaba colocarse su. cabeza. Su
indicacion de que la nacion en masa debía trasladar-
su domicilio a un suelo extranjero fué recifoida con
universal aplauso. Propuso, pues, que avanzasen
en un solo cuerpo hácia el corazon de la Galia,. les
prometió una victoria fácil sobre los más poderosos
y belicosos de sus enemigos y el dominio sobre todos
los Galos. Esperaba elevarse á una supremacía in-
disputable entre sus propios compatriotas, y go-
bernar por su mediacion toda la extension de ter-
ritorio comprendido desde los Alpes hasta el Océa-
no (1).
Orgetorix, s lbs intrigas y repentina muerte.—Por
más que esta empresa pareciese estravagante, no
era -avis que lo mismo que los Cimbrios habrían lle-
vado á cabo probablemente, si hubieran proseguido
con constancia, en un periodo posterior, y no era
por cierto un suefío irrealizable. Orgetorix no fijaba
sólo su atencion en el empleo de las armas, no obs-
tante lo mucho que él fiaba en la superioridad y en
tusiasmo de sus compatriotas en la guerra. Hallá-
ase muy al corriente del estado de la Galia central
y de las rivalidades políticas que eran su parte débil.
Para sus intrigas entre los Eduos y los Secuaneses

(1) Cés., B. G., I, 2 Dion, XXXVIII, 31. Plut., Cces., 18.


Ursia
.) —

N-aliase de jefes ambiciosos, animándolos con pro-


mesas de que favorecería sus designios. Dumnorix,
hermano de Diviciaco, que le sucedió en el cargo
de Vergobret (1) y anhelaba extenderla autoridad y
la duracion de su cargo, fué ganado por el astuto
helvecio con promesas de auxilio y de darle á su
hija en matrimonio. Casticus, hijo de Catamantale-
des, último rey de los Secuaneses, no consiguió
suceder á su padre á su fallecimiento, y llegaba la
indignacion á su colmo por la afrenta. Tambien
hizo concebir á éste iguales esperanzas de engran-
decimiento, y prontamente se aseguró su coopera-
cion. Pero á la par que estas maquinaciones se iban
preparando, empezaron los Helvecios á sospechar
de las intenciones y miras personales que su carn-
peon podía abrigar bajo la apariencia de celo por el
bien público. Orgetorix fué llamado á comparecer
ante la asamblea popular, y obligado 11 defenderse
contra la acusacion de su aspiracion á la tiranía.
Con arreglo á la costumbre de los bárbaros, para
quienes no había inocencia posible en un acusado,
tenía que defender su causa cargado de cadenas, y
si salía mal, la pena era la hoguera. El culpable
aceptó las condiciones y se fijó dia; en este intérva-
lo de tiempo, sin embargo, reunió á todos sus ami-
gos y dependientes en número de 10.000 y realizó
su fuga. La nacion tomó las armas para prender
al fugitivo, pero la mue te repentina de éste con-

(1) Se ha dicho ya, autorizado por C é sar (.G., VII, 33), que
no era legal que una se ;un la p reona de la misma familia
ej n rciera este otro cargo político mieSatras viviese el que lo
había ocupado lentes. Si esto es verdad, parece como que Duni-
noríx, que era un favorito del pueblo, habría ya conseguido
alterar 'la ley en favor suyo.
t),..J
tuvo su indignacion. Un plan frustrado y la deses-
peracion consiguimte , segun rumores , habían
arrastrado al culpable intrigante á pone' fin á su
vida.
Preparar vos de los Helvecios,—Sin embargo, la
pérdida de su principal consejero no operó cámbio
alguno en los plan es. de los Helvecios . No buscaron
alianza con los jefes descontentos de las vecinas
comarcas, sino que, fiados en sus propias fuerzas y
sin ausilio de nadie, determinaron abandonar tran-
quilamente sus moradas, y dejaron a su buena o
mala estrella y á su valor el hallar, en union de
sus mujeres é hijos, un. albergue mls agradaLle en
cualquier parte. Los dos primeros anos los dedica-
ron hacer los preparativos necesarios y á reunir
una cantidad suficiente de provisiones, y el terce-
ro lo destinaron á la expedicion. Al mismo tiempo,
se extendieron sus designios hasta comprender en
su alianza los Rauracos, los Tulingos (1) y los
Latóbrigos. El primer punto que que debía deci-
dirse era el del camino exacto que habían de
tomar.
Elecc'ion entre dos vías para la Galia. .(ano 696 de
la C., y 58 a. d. J. C.)—Dos caminos podían condu
cides directamente á la Galia; uno, siguiendo el
desfiladero del Ródano á lo largo de la orilla norte
de dich ) rio, penetrando así en el país de los Se

(I) Augusta Rauracorum es la moderna Basii ea. La posicion


de los Tulíngos es incierta, pues no se habla de dios en nin-
guna parte. Véase Thierry Galti., II, V. Le Deist, ind. in
voce, Caesar, ed. Lemaire. Stuhlingen está en la parte Germa-
na del Rhin, cerca de Schaffhausen. Waleke►aer coloca á los
Latóbrigos en Breggen, cerca del nacimiento del Danubio. Se'
recordará que Tácito, (II, 272) extiende el territorio de los,
Belvecios á la selva Hereynia (Germ.,. 28).
327 --
euaneses, el otro hácia el Sur, atravesando el ter-
• ritorio de los Alóbroges en direccion de la Provin-
cia (1). La naturaleza del país hacia que el primero
de estos dos caminos fuera rn',1s peligroso. Durante
muchas millas bajan las montañas casi perpen-
dicularmente hasta su pié, por donde corren im-
petuosamente algunos torrentes. Los ingenieros
modernos han conseguido abrir un camino por la
cima de estas rocas escarpadas, pero la comodidad.
con que ahora el viajero serpentea en derredor de
los precipicios y atraviesa por encima de los más
espantosos abismos, sirve para formarse una ca-
bal idea de los obstáculos y peligros que deben
haberse presentado en una marcha ántes que di-
chos obstáculos fueran vencidos. Pronto compren-
dieron los emigrantes que esta ruta era impracti-
cable si se presentaba un enemigo. La otra ofrecía
un paso cuyas dificultades no eran insuperables.
El Rasan() podía ser atravesado por el puente
que existía ya en Ginebra (2), ciudad de la frontera
de los Alóbroges, que entónces se hallaban prote-
jidos por una guarnicion romana, y si dicho paso
se les cerraba, la corriente presenta vados que
pueden aprovecharlos hombres atrevidos acostum-
brados á cruzar los torrentes de las montañas (3).
Los Helvecios determinaron seguir á todo trance
su camino por el pais de los Alóbroges, y fiar, ya
las arm as ya á la persuacion, el obtener paso por la

(I) Casar, B. G., I, 6.


(2) (;asar, 7. c., Se ha dicho que el nombre de este pais no
se ofrece otra vez en un período de cuatrocientos años; pero se
han hallado inscripciones que prueban lo bastante que era un
lugar de importancia en tiempo de los Romanos. Walckenaer,
Geog. des Geod.. I, 263.
(3) Cíes., 1 c.: «Nonnullis locis nado transitur.»
— 328
Pro\ incia, cruzando el Ródano, para dirigirse al
centro de la Galia. Alimentaban la esperanza de que.
el pueblo de la comarca accedería gustoso—á cau-
sa de su conocida hostilidad Vicia los Romanos,
prestar toda clase de facilidades á un invasor
que sólo iba de paso . Pero el momento favorable
pasó; la victoria decisiva de Pomptino había ame-
drentado el espíritu de los AliSbroges y su territo-
rio, segun se expresaba la Répública, ya estaba pa-
cificado (1).
César permanece e;i expectativa en las cercanías de
Roma principios del a-iio.—Hemos visto que, al ter-
minar César su consulado, obtuvo el gobierno de
las dos Galias, en union del de Iliria, y que el pue-
blo se impresionó tanto ante la gran importan-
cia militar de estas provincias en la inminente
crisis, que le confirió el mando por el término de
cinco años. Los movimientos meditados ya por los
bárbaros todavía no estaban completamente en sa-
zon para ser llevados á cabo. El proc(')nsul se daba
por satisfecho con vigilarlos desde cierta distancia
durante los primeros meses del ano La prosecucion
de sus propios planes políticos exigía todavía su
proximidad á Roma; se comprometió á patrocinar
los procedimientos revolucionarios del tribuno po-
pular, y tenía á, raya las deliberaciones de los no-
bles, fijando su campamento delante de las puertas
de la ciudad, al mismo tiempo que se comunicaba
con sus lugartenientes allende los Alpes, y estaba
ojo avizor sobre los movimientos de las tribus hel-
véticas. Tres meses le bastaron para ver asegura-

(1) Cic., de Prov. Con., 1 c. Alobroges qui nuper pacati


era nt.
— 329
do el buen éxito de todos sus planes. D r)micio y
Memnio, interesados por los nobles, le obligaron
á defender los actos de su consulado ante el tribu-
nal hostil del Senado, del cual no obstante obtuvo
casi violentamente su completa ratificacion (1).
El triunfo de Clodio ,sobre la nobleza fié completo
en este corto intérvalo. eiceron que se negó á acep
tar la proteccion del procónsul, estaba á punto de
huir por tema- de la venganza de su enemigo ().
El poder del triunvirato se estableció so re una
base sólida, al paso que César aseguró por medio
del matrmonio (le su hija un poderoso ascendiente
en los consejos de su rival Pompe,yo.
César abandona apresuradamonte Italia y se
MIe d su ejército en el R6davo—En e- te tiempo llega
ron noticias al campamento del procónsul de que
la tempestad que por tanto tiempo balan esta-
do contenida en la frontera estaba ya muy cargada
y próxima á estallar. En la provincia romana, aña-
dían, era el primer punto sobre que amenazaba
descargar la tormenta. Habiendo terminado los
Helvecios sus preparativos, fijaron el dia 28 de
Marzo para la reunion de sus fuerzas colectivas en
la parte occidental del lago Lema"). (3). Toda la

(1) Schol. Bob., in Orat. pro Sest.. p. 2P7: «Ipsins Cmsaris


orationes contra h g s. exstan (Jaibos et sig a acta defendit et illos
cuseetatur.» Comp. Suet., Pul., 23, 73.
(2) Cesar y Ciceron debieron abandonar á Roma casi en un
mismo dia. Ciceron llegó Lucania el 8 de Abril, (Ep. ad At.,
III, 2). Esta fecha coincide con la de 27 Abril del calendario
reformado. Pintare° (Cces, 14) dice: K -Lzaap ()ú 7rpó:E.2(,‘/ M?Mcy
171 1:70 atpvcslxv zaTxa-cgvIcáaxt 1(cIpttri2 :JETA KX031ov etc.
Comp. Abeken, Cie.in Se %i, Briefen, p. 111; Fiselier, Rocen?,
Zeit., p. 239.
(3) Cres., B. G., 1, 6: 28 Marzo del a. 02(3 de la. C.. 16 de
Abril del año 58 a. de J. C.
— 330
/ ,\)1)1 a
. cion de las tribus reunidas subía á 368.000
incluso las mujeres y niños; la fuerza ar-
mada ascendía 92.000 (1) hombres. Cortáronse
toda retirada., entregando sin piedad la devora-
dora acción de las llamas todas las ciudades y al-
deas de su comarca. Doce de las primeras y cua-
trocientas de las segundas fueron destruidas de
este modo, y con ellas todas las provisiones supér.
dilas, los muebles, armas é instrumentos. Las le-
vas de César no estaban un completas; pero étse
abandonó su campamento con solo algunos servi-
dores, y llegó al i-lidano en ocho dias, al punto en
donde la legion que defendía la Provincia, le espe-
raba (2). Destruyó inmediatamente el puente de
Ginebra (31, colocando de este modo una fuerte
')arrera natural entre la Colonia y el enemigo,
pues la corriente que sale del lago lleva toda la
violencia de un torrente de las montañas y el y o-
:limen del desagüe de un inmenso estanque. Los
Helvcios se asustaron por la repentina aparicion
del procnsul y por su enérgica determinacion de
impedirles el paso. Intentaron, pues, la concilia,-

(1) Cansar, B. G., I, 29; Hut.. Grs., 18, rebaja algo la


e'fra total: pe pe ) lt 'e fl llega el número de hombres armados
190.01)D. No obstante, ompár ese lo (-Te se ha dicho, p. 312.
(2) Las pal_a l,)rws de César son. «quarn maximis potest itine-
rils in fttliair niteriorem cont ,ndit,\ que deja en duda si
marchó con sus tropas ó fué solo. para hacer con más rapidez.
el viaje. Plutarco, que, sin embargo, debe leerse con gran re-,
scrva. dice que efectuó el viaje en ocho dias: «'0y80.-y e ¿nt VIO
'/)(Z..vrly .Q,Oz». La marcha de un ej, , reito romano era ordina-
riamente do 20 millas por dia, (Veget. 10); pero el biógrafo
haWa s:J1() do (:(sir y no de sus tropas. La distancia de Roma a
<linebra Lo sería nv- i dos de 600 millas. Ciceron, verdaderamen-
te. (pro Quint., 25), calcula la distancia hasta el territorio de
!os Se(,2;tisianos (Lyon), en 700 millas romanas.
(3) B. G., I, 6: «Ex opido Pons ad Helvetios pertinet... pon--
tem jubA reseindi.»
clon y mandaron un mensaje al general de
los Ro:nanos, con in4ruccioncs en las que .) mani-
festaban que sus designios eran inocentes y Pací-
fieJ s, y que rogaban se 1 .,s otor P ;ira el paso por las
comarcas de República, con el fin de poder descu-
brir algun lugar de rertigio en laS unís apartadas
regiones de Oc:i l ente, y zo obligaron de la manera
nazis solemne ¿I respetar en su marcha la propiedad
de los habitantes do la Provincia. Pero no entraba
en las miras del gobierno romano, permitir las
molestias y ciiida,10 , , que -había de ocasionarle tal
movimiento. La proyMada emi (),.racion trastornaba
todas las combinaci ales l'orinadas, privaba la. Be-
pública de todas las ventajas de que gozaba, y la
obligaba entrar en 1111eVaS int Vigas y umbina-
ciones y á reforinar sti pbliiica. En realidad, César
no pretendía ver las cosas tau lo b'ljos; dice sen-
cillamente, que desconfiaba de la lealtad de los
Helvecios; y, acor(1:in(lose de la derrota de Casio
de la afrenta de un ej:"I rcit„) romano, al cual babian
hecho pasar bajo el yugo, los miraban como ene-
migos irreconciliables, z r: los que no se les debia
hacer favor alguno, y de quienes no podía espe-
rarse que respetasen ningun pacto.
Los Helvecios ín ol,vartvai' el vio y son re-
chazad9s.—Los Helvecios reunieren en la ori-
lla derecha del Ródano y esperaron que sus envia-
dos regresasen del campamento romano. Con ob-
jeto de dar tiempo que llegasen los refuerzos
que esperaba, les dijo el procónsul que volt' eran
á verle el dia 13 de Abril, para recibir la colaos-
tacion (1). Durante este tiempo hizo trabajar sus

(1) Los Helvecios se reunieron el 28 Mayo; pero no se dice


332
soldados con los picos y los azadones, fortificando
todo lugar accesible desde el extremo del lago, en
donde comienza la corriente hasta la garganta de
la cordillera del Jura. La habilidad y fortaleza de
los legionarios romanos eran lo bastante para ter-
minar esta fortfficacacion, de unas quince millas
de larga, en el trascurso de los pocos dias que se
les concedieron para la obra. En los idus de Abril
volvieron los Heivecios ;,1 reproducir su peticion
de que se les permitiera pasar por la Provincia. Cé-
sar tenía ya la conte s tacion preparada. Declaró
que en la historia de la República no hallaba nin-
zun precedente para tal concesion, y se negaba á.
acceder su súplica. :\N-,- o se desanimaron los Fiel.-
vecios por esta negativa. Hicieron apresurada-
mente algunos preparativos y resolvieron pasar
por la fuerza el Aunque era en extremo difi-
eil y peligroso vadear una corriente tan impetuo-
sa, hicieron, sin embargo, algunas tentativas para
cruzarla, ya de dia de noche, ora sumergién-
dose en el rio, ora con_ botes y balsas. Pero cuando
llegaban á la orilla opuesta, el parapeto que te-
nían delante estaba defendido con arte militar,
quedando un espacio muy angosto para que pudie-
l'an pasar, en viéndose obligados en último resul-
tado á abandonar toda esperanza de verificar su
marcha en aquella direccion (1).

que enviaran su mensaje aquel dia ni e$ probable que lo hubie-


ran hecho así sin dar alguna es:)era para consultarlo. El Tutor
del «Precis des Guerres dee, Ir» que pretende estar escrito por
dictado de Napoleon á su esm-ib'ente Irchand, en S reta Ele-
na, calcula la extens'on de la obra hecha por la legion de Cé-
sar, y cree que el tiempo naces ario sería ([3 diez á quince dias
(p. 34.)
(1) res., B. G., 1, 8. Polymn, Strateg., VIII, 23; Dion,
XXXVIII, 31.
— 333
Eligen el otro camino de la orilla derec7ia del Ró
dano.—Ce'sar aumenta sus lel:as y les siyue.—Re-
montai. la orilla derecha entre el rio y las monta-
ñas, era á la sazon la más factible de las dos alter-
nativas; pero esto únicamente podía llevarse z't
cabo, asegurándose de la aquiescencia de los na-
turales. Los Secuaneses manifestaron su resolu-
CiOn de impedir, J'asta donde pudieran, la entrada
en su territorio, y se habían negado hasta en.tón-
ces á oír ninguna proposicion de negaciones con
los intrusos. Pero Dumnorix había sido ganado
por Orge,torix á la causa de los Helvecios. La
muerte de su consejero no había hecho abandonar
las ambiciosas esperanzas que el Eduo había con-
cebido, y deseaba apoyar á una empresa en la
cual basaba sus designios de medro personal. Por
intervencion suya se vieron los Secuaneses poco'
manos que obligados á conceder á los Helvecios
favor que pedían, reci -Jiendo en cambio solemnes
promesas de su conducta pacífica. Las hordas que
emigraban, declararon nuevamente que no desea-
ban sino obtener el paso por el país de éstos y
por el de los Eduos, con el fin de poderse es-
tablecer en los territorios occidentales de la Ga-
lia, é indicaron el país de los Santones, como el
punto en donde se preponían detenerse. Los Ro-
manos, no obstante, comprendieron que el estable-
cimiento de un pueblo tan belicoso é inquieto en la
parte Norte del Garona, cuyo rio tafia algunas
de sus más florecientes provincias (1), podría dar
márgen á grandes inconvenientes y peligros. No

(1) Caes., B. G., I, 10. «Non longé a Tolosatium


beis patentibus et maximé frumentaris>>. Dion, XXXVIII, 32.
— J34 —
debía eperarse mucho de la resistencia que los
Eduos podían estar dispuestos ‘,'L hacer. Tampoco
César tenía aprestadas fuerzas su Rcientes para se-
guir las huellas de los fugitivos y apoyar los es-
fuerzos de sus aliados. Por de pronto se vió preci-
sado í no molestarles, partiendo apresuradamente
ú Italia reunir y poner en movimiento mlls tro-
pas. Eucomendó La' ieno, distinguido oficial, de
cuyas altas prendas tendremos ocasion de hablar
con frecuencia, la defensa de la fortaleza que ha-
bía levantado, y al mismo tiempo hizo precipita-
damente y por sí mismo una leva de dos nuevas
legiones. Llamó á otras tres que estaban situadas
en Aquilea, y tan pronto como hubo reunido de
este modo una fuerza de cinco legiones, volvió
aceleradamente á la Galia por el camino de los Al-
pes Cotianos (1). Eligió éste porque era el ni5s di-
recto para la res pronta ejecucion de sus proyec-
tos; pero era tal vez el ménos frecuentado de los de
los Alpes, y siendo detenido en_ su movimiento de
avance por las tribus montañesas, los Centrones,
Gar,,celos y Catúrigos que se reunieron para defen-
der sus fortalezas contra la invasion de los extran-
jeros. César se abrig►paso, venciendo toda clase de
obstáculos, y atravésó luego el Ródano en el pun-
to de su confluencia con el Saona. En este interva-

(1) Por el pasaje del monte Ginebra hasta Briancon. El ca-


mino próximo por Sussa, el monte Cenis y el valle del Arc, se
hizo practicable, primero por el jefe indP,r ena Cott' us en tiempo
de Augusto. Toda la parte de la cadena de los Alpes en donde
estos dos pasos so encuentran, tomó de él el nombre de Cotiana.
Paree ser que ántes eran conocidos con el nombre de Julianos,
á consecuencia del paso d9 César. El camino mIs comun, pero
más largo, sería el que pasaba por el Col de Tinier y Barullo--
neta, des-,ubierto por Pompeyo. Salt., Fr. Hi t., III; 3.: Appian.
13. C., II 109.; Walekenar, G. des 0., II 225, 538.
— 335 —
lo habían atravesado los Helvecios el desfiladero
del Jura con t)clo su inmenso tren de mujeres y
niños, caballos y carros, y cruzaban el país entre
los dos ríos. César esperaba tal vez encontrad )s
detenerlos ntes de que llegaran á la otra corriera_
te; pero no obstante lo embarazados que iban y la
lentitud con que caminaban, se le habían adelan-
tado, siendo ahora la intencion de César, no ya sa-
lirles al encuentro, sino perseguirlos. El Saona, el
Arar de los Romanos (1), no ofrecían ninguna bar
rera insuperable. Su anchura es regular, y mansa
su corriente, pero sólo como un contraste con la
de su impetuoso vecino, es como puede decirse que
es un estanque sin m yvimiento alguno, y compren-
derse el lenguaje de César , cuando afirma que
apénas puede la vista percibir la direccion de su m-
iente. Este obstáculo ya había sido superado por
la mayor parte de la horda invasora, aunque ha-
bían gastado veinte días en hacer la travesía, y
los Eduos, que no se habían aventurado á impe-
dirles el paso, sufrían á la sazou la insolencia
del invasor con una surnision casi pasiva. En
realidad habían puesto su confianza en César y en
las fuerzas romanas, cuyo auxilio imploraban en
alta voz, en nombre de su antigua alianza (2). Su.
campeon avanzaba á marchas forzadas. La tri-
bu de los Tigurin.os (3), que formaba una cuarta

El nombre moderno tiene su, origen en la palabra Saueona,


que e,s el que le da Aluminio, XV, 11.
(2) Dion, XXXVIII, 32.
(3) El Pagus Tigurinus puede sn' el Canfor de Zug
Uri. Turicum, nombre de Zurich, ea h ea 1 media, s justi-
fieltambini por una inscrielon haber sido.su nombre romIno.
«statio Turincan (sis)» hallado allí en 1741 Walken,t
1. 312.
336 —
parte de to,la la confederacion, no había (tun atra
vesado el Saona cuando Osar los alcanzó, presen-
Vindoies la batalla con tres legiones. Esta fué la
misma tribu que había derrotado L. Casio y su
ej6roito justam3nte cincuenta anos entes. Entre
los Romanos que sucumbieron en aquella jornada
se contaba el abuelo de Pison, suegro de César,.
acrecentando la energía del general romano el re-
cuerdo de una desgracia á la vez pública y pri-
vada.
Alcanza y derrota á los T igurinos.—Incomoda-
-bala mucho etsos bárbaros los considerables baga-
jes que habían pucsto ás su cuidado, y que formaban
la retaguardia de la expediebn, y como el ataque
era completamente inesperado, fueron derrotados fá-
cilmente, haciendo en ellos los Romanos una mor-
tandad horrorosa, salvándose sólo aquellos que
pudieron refugiarse en los bosques de las inme-
diaciones (1).
Los brelvecios desean entrar en neoceiaciones.—Sin
ocuparse en perseguir á los fugitivos, mandó Cé-
sar construir un puente con la mayor celeridad y
pasó su ejército á la orilla derecha del Saona. Los
Helvecios se asombraron de la rapidez de sus mo-
vimientos. No solamente había destruido su reta-
guardia en una batalla, sino que dió otra prueba
de energía y habilidad superior á lo que ellos po-
dían comprender, cruzando el rio en un solo dia.
De consiguiente, enviaron una comision para que
conferenciara con él, y miéntras que ofrecían so-
VY.M. 7.17M1141,74,

(1) Cres., B. G., I, 12. Si los Tigurinos llegaban á 23.00(}


combatientes, ósert una cuarta parte de la totalidad, excedían
en número á las tres legiones romanas con sus auxiliares de
a Galia.
meterse á sus órdenes y buscar un asilo donde él
les indicara, procuraron disimular sus aprensiones
de la derrota de su retaguardia, recordándole sus
primeros triunfos contra la República. El anciano
Divico, á quien se le confió la direccion de las ne-
gociaciones, había sido el jefe de su ejército en la
famosa batalla, de la que ellos hacían alarde, espe-
rando que el lenguaje de reto y las insolentes pro-
vocaciones produjeran más efecto, saliendo do Libios
en cierto modo autorizados (1). Pero no era el pro-
cónsul hombre que se alterase con tales arro-
gancias. Cuanto más le recordaban las calamida-
des de la República, m. s, dice él, le excitaban z't
vengarlas. Por lo demás, no había vellido (t reno-
var antiguas querellas, sino á buscar la reparacion
de los actuales insultos inferidos á Roma ó sus
aliados, y concluyó, no por expedir órdenes con-
cernientes á, su destino, sino por exigirles que die-
ran una satisfaccion á los Eduos, y comprometer-
los, con la entrega de rehenes, á que se sometieran
't lo que la República les ordenase. Divico contestó
con arrogancia que su nacion estaba más acostum-
brada á pedir rehenes que z't darlos, corno debía
constar á los Romanos, y con este sarcasmo que-
daron rotas las negociaciones.
Los Helvecios marchan, por el país de los 1,cluos
1 y
son, seguidos porCesar. Desateccion, de los Eduos há-
cia la República. — A la mañana siguiente, prosi-
o-nieron los bh-baros su marcha. César, que tenía
ya preparadas todas sus fuerzas, iba muy inmedia
to á su retaguardia, ocurriendo frecuentes escara-
muzas entre la caballería (DI los dos ejércitos. Fu

(1) C2e B. G., I, 13, 14.


MERIVALE. TOMO 1.
— 338
triunfo brillante obtenido nor los Helvecios en un
combate parcial coa los auxiliares Eduos, les arti-
rnt5 á empellar más 1.5, menudo estas refriegas, que
el general romano, que no podía confiar ni en el
valor ni en la constancia de sus aliados, procuraba
evitar por su parte. De este modo verificaron sus
movimientos los ejércitos enemigos durante quince
dias, por la parte superior del curso del Saona (1).
Uno de ellos iba despacio y saqueando para aten-
der á su subsistencia, y provocando á la lucha á
las avanzadas de su adversario ; el otro , extricta-
mente observando y siguiendo todos sus movi-
mientos, pero evitando con arte un combate gene-
ral. Apenas habrían andado así cien millas, cuando
los emigrantes hicieron un movimiento hácia la iz-
quierda y atravesaron la comarca picándoles los
Romanos todavía la retaguardia. Esta maniobra
creó á César grandes dificultades. Miéntras se
mantuviese en la orilla del Saona, podía obtener
socorros de la provincia romana que tenía á su es-
palda (2). Pero los Eduos, por su parte, eran muy
descuidados en proveer á sus necesidades. Ocupa-
dos en impedir al enemigo coman que destruyera
sus pueblos y productos, no hicieron esfuerzo al-
guno por llevar provisiones al campamento de Cé-
sar. Era todavía á principios del mes de Junio, y el
trigo no estaba aún en sazon; tampoco hubiera con-

(1) Caes., R. G., I, 15. La época que César señala para esta
marcha, ofrece algunas dadas. La distancia desde Lyon á ClIa-
lons no pasa de noventa millas, y probablemente desde las
cercanías del último punto los Galos volvieron al Occidente y
abandonaron el valle. Es evidente que los Helvecios no hicie-
ron esfaerzos por huir de su porseguidor, y que éste no pro-
curó detener su marcha.
(2) Caes., B. G., I, 16.
— 339
venido á su política irritar á los naturales del país
apoderándose de los productos, áun cuando éstos
hubieran estado á su alcance. Sin embargo, resolvití
insistir en su anterior tácticay no perder de vista las
huellas del enemigo. Se vió obligado, no obstante, á
convocar i. los jefes de los Eduos y darles una que-

jaformal de su conducta (1). Liscus , magistra-
do ( Vergobret), contestó en nombre de sus compa-
triotas, sonalando á, Dumnorix como la causa real
y oculta de toda la frialdad y lentitud que habían
manifestado; pero hasta que C4ar le llamó á una
conferencia privada, no s4 LN aventuró zí Poner de ma,-
nifiesto las intrigas que se traanalan ocultamente,
la inteligencia secreta que existía entre Dumnorix,
los Helvecios, Bitúrig,)s y otros, las esperanzas que
él fundaba en sus promesas, y el poder y la influen-
cia que había adquirido en su propio país. La
presencia de los Romanos era el único obstácu-
lo para la consumacion de sus intrigas, empleando
todos los medios que estaban á, su alcance para
impedir sus movimientos y privarles de recursos.
hasta que se vieran obligados z't retirarse. Aun so
creía que la desgracia ocurrida recientemente á la
caballería de los Eduos, había sido motivada por su_
traicion. Diviciaco acompasaba, la expedicion eu
la comitiva del procónsul. Aunque sabía que los
planes de su hermano iban dirigidos tanto contr a.
la libertad como á. la mejor política de su pAria,
comun, se arrojó á los piés de César y puso en jale -
go toda su influencia para salvar la vida del cul-
pable. Debe notarse que áun cuando había estad)
residiendo en Roma dos ó tres años, no podía . ex-

(1) r oes., B. G., 1, 17-20.


presarse en el idioma latino; circunstancia áun más
sorprendente, si so tiene en cuenta la admiracion
con que contemplaba la vida y costumbres dei Sur
civilizado. César hizo uso de un intérprete para
entenderse con él (1). Dumnorix fué perdonado;
pero el proct'nsul le dió ‘:_t entender el peligro en
que había estado, y sometió su persona y sus actos
zt la rIvls exquisita vigilancia.
Ociser ewipeja en goia laialla decisiva á los Ilelte-
cías. y /os deP2icia completamenle.—Los Heivecios ca-
minaban muy despacio por el montuoso País que
separa las cuencas del Saona, el Loira y el Sena.
En la parte céntrica de esta comarca so halla la
ciudad de Autun, primeramente llamada. Bibracta,,
capital de los Eduos. César, atin yendo 11 los alcan-
ces de las huestes in-vaso-las, se encontró ¿'1 una dis-
tancia de diez y ocho millas de este lugar, situado
al parecer cia el Norte (2). oi:stante, era
preciso detener aquí la persecucion y dirigirse á la
ciudad en donde estaban las pro-visiones que él
Labia pedido. Esto abandono do su táctica primiti-
va, y que él podía sentir por la falta del tiempo, le
presenti; una ocasion de dar la batalla en un terre-
no elegido á su gusto. Los Helvecios, considerando
aquello como una, retirada, se re` cijaban de ello -
por creerlo un sintoma de debilidad ó de cobardía.
Volviendo ahora para perseguir á su vez al perse-
guidor, no tardaron sus avanzadas en caer sobre
la retaguardia de las legiones Romanas. César tu-

(1) Cals., B. G., 1, 19. «Di-vitiaeum ad se vocari jubet et


interpretibus remotis, per C. Valerium Proeillum
allí provineim famiTar(m suum cui summan rerum om-
ntium fidem habebat, eum eo colloquitur.
(2) Cles., B. G., 1, 23,
'VQ tiempo de elegir sus posiciones al lado de una
colina (I), colocando su infantería en tres lineas v
permitiendo que la caballería bajara, al llano y
allí sIstuvicra el primer choque de los agresores.
Los Helvecios, colocando sus bagajes y carros z't,
retaguardia, cargaron en masa y en columnas cer-
radas. La caballería romana cedan prontD y se reple-
0- en Dicen g ra den sIl)re les linas de la infantería. A
todo esto, ape:ndose el general el iriimero (le su ca-
bailo, mandó que se apearan ,.ambien derruís ofi-
ciales (LN, 1,.)s suyos y los enviaran z‘. n4aguardia,
para quo marchara tolo en buen orden. Es eviiente
que él (_1( . .smnfiaba, de sus auxiliares que componían
dicho cderpo en su totalidad (), y que servían á las
órdenes de Dumnoris, temiendo que alguna traicion
ó debilidad de su parte desalentara las legiones.
Los Galos avanzaron en Orden de batalla con sus
-escudos unidos sobre sus cabezas para defenderse
de la lluvia de piedras y flechas (1110 sobre ellos
caía. Pena las armas de la infantería Rarana pres-
taban mejor servicio que ninguna otra. Arroja-
.das desde una posicion -ventaja, atravesaban los
escudos (le madera de parte á, parte, enreEndo-
.-se unas cm otras y casi desarmando los sol-

(1) César colocó sus cuatro legiones de vet-ranos en la pen-


diente de la col in a, y m Intu y o en reserva, en la ei lis dos
legiones d) levas recientes (e. 21). To li su faerz cD legiona-
rios po lía, pues, subir á 3 .0) -) hc)i-n'wes, y p-) lemos añadir
cuan m nos una mita 1 mis p.-)r auxi liares. La des igu al tal
de MI a, entre sus rderz ts y las d ‘1. eacm'go, reducidas por la
pjr lida d r) los Tigariaos, no eLa muy gra le, En cuanto á ap-
titud, discí )1ina y material de guerra, n() podía establecerse
comparacion entre ellos. El único peligro de los Romanos
est iba en la lealtad dudosa de sus alial)s.
(2) Aparece del c. 42 que no había caballería romana en el
ej(Srcita.
- t:2
dados. El &den de batalla de la falange de los,.
bárbaros fué de este modo trastornado y deshecho,
y tan pronto corno se notó su eonfusion, avanzaron
los Romanos con las espadas desnudas. Los Galos
no podían hacer resistencia y se veían obligados á
abandonar sus escudos para desenredarse unos de
otros, y despues de un breve combate huyeron á
otra colina distante una milla perseguidos por los
Romanos. Verificóse aquí un accidente que favore
ció á los bárbaros ocasionado por la llegada de los
Bojos y Tulingos, que fueron los últimos en acu-
dir al campo de batalla y se hallaban á la sazon.
dispuestos á impedir el movimiento de arvanze á.
los Romanos. La lucha continuó con encarniza-
miento en el espacio comprendido entre las dos
colinas. Los Galos se fueron p e() á poco retirando
hácia, donde tenían sus carros, pero siempre ha-
ciendo frente á sus enemigos. Las trincheras que
precipitadamente habían levantado, y detrás de las
cuales se defendieron largo tiempo, fueron al fin
tomadas por asalto; pero huyóciel campo de batalla
una gra n masa de ciento treinta mil personas, segun
cálculo de César, y lograron, á marchas forzadas ea
direccion. Norte, llegar á las fronteras de los
Lingones en cuatro dias. El cuidado de los heridos-
y la necesidad de buscarprovisiones en Bibracta,
impidieron á César perseguirlos; pero su victoria
había sido bastante decisiva y las pérdidas de los
vencidos fueron inmensas. Esperaba que las camas
que mandó á los Lingones, amenazándoles con la
venganza de la República si suministraban víveres
ó cualesquiera otro socorro á los fugitivos, comp le -
tarían la,de,struccion de los vencidos, ó los oblig a-
rían á rendirse; y despues de un descanso sólo de-
343
res dial, se halló nuevamente en disposicion de
seguir sus huellas.
Condiciones impuestas á los Lrelvecios,--8 e ven
precisados á volver á su _pais .—Los Lingones no te-
nían simpatías 1-ncia los Helvecios, á quienes no
recibieron muy bien, y seguros del apoyo de César,
no necesitab an exhortaciones para negar el paso á
los fugitivos. Descorazonados y acosados por el
hambre, los pocos que aún quedaban del derrotado
ejército, se -vieron pronto obligados á rendirse y
someterse á las condiciones que el vencedor tuvie-
ra á bien imponerles. Sus medidas fueron bastante
suaves; pero llevaba en esto un fin político. Las le-
yes de la guerra, segun las interpretaban los Ro-
manos, ponían al enemigo completamente á dispo-
sicion del vencedor, siempre que fuera cogido con
las armas en la rn qno. Algunas veces, la nacion en-
tera sufría el yugo de la esclavitud, otras hasta
eran. indistintamente sus habitantes pasados á
cuchillo, si la venganza ó la política así lo aconse-
jaban. Mas César, severo é inflexible corno era
siempre que lo consideraba oportuno, aceptó en
esta ocasion la rendicion de sus desarmados ene-
migos como un acto de voluntaria obediencia, y se
contentó con mandarles volver, formando un solo
cuerpo, á su país. Era muy conveniente que el ter-
ritorio que habían abandanado volviera f poblar-
se de nue To, pues, de otro modo, lo hubiera ocupa-
do una colonia de Germanos y habría llevado á las
mismas puertas de la provincia un nuevo y más
revoltoso enemigo. Impuso á los Alóbroges el gra-
vámen de que suministraran á los que habían so-
brevivido de la horda los víveres necesarios hasta
que pudieran reconstruir sus viviendas y hacer
u v am ente productivo el. suelo. 1)e este regreso
(. ui.so escapar un pequefio cuerpo de seis mil hom-
bros, que intentaron abrirse paso para la (kerma--
3a; pero fueron entregados 11 los Romanos por el
celo de las tribus do los Galos por cuyo país tenían
que pasar, Habiéndolos tratado el procónsul, segun..
el mismo dice, «corno enemig-as,» frase de signifi-
eacion terrible, que nos deja en la duda de si fue--
ron pasados á cuchilLo ó vendidos como esclavos.
A ruep'os de los Eduos se le permitió á la tribu de
los Bojos permanecer en el interior de la Galia,
pues admiraban sus hazañas militares y deseaban.
establecerlos como aliados y defensores en algunos
de los distritos de su país. El total de los que vol-
vieron á. sus casas ascendió á ciento diez mil
almas. (1).
0,:r7o,s1 se apPeSUran á 9'32idir homenaje al victo-
jmoc'ri-ii,s2(1.—Los Galos quedaron sorprendidos v
admirados del poder de la República, que á. tal. dis-
tancia de su. país había derrotado un enemigo,
alto ci. el todas sus fuerzas reunidas habrían sido
inútiles. La/capacidad del adalid y la constancia de..

(1) Cces., I, 21-29. César mand hac e r un censo. En el cam-


pamento helvecio se encontraron listas en las cuales constaban
los nombres de las diferentes tribus confederadas y de sus res-
pectivos contingentes. Dichos documentos estaban escritos
«literis gratis», en idioma griego, ó, lo que es más probable.
en caracteres griegos. No puede suponerse que á los Helvecios
les fuera familiar el idioma pu e sto que asar (B. G., V, 48) le
usa expres Immte para ocultar el. conten i do de sus despachos
:proce lentes de los Nervi inos, que gros ,ros como ellos eran,
podían fácilmente haber hallado un interprete, si dicha instrue-
clon se hubiera difundido entre los Galos del Sur. Casar em-
plea la misma frase hablando de los Druidas- «in publicis pri-
vatislue rationibus gr2ecis utuntur literis» (comp. Tac.
Germ. Su conocimiento del alfabeto griego se derivaría de.
— 345 ---
:.sus legiones, que pasaron Por las fatigas de una
marcha tan larga, y por la presion de tantas difi-
-cultades, produjeron en ellos una impresion que
les . hizo formar del carácter de sus antiguDs rivales
.una idea más elevada de lo que la vanidad /lucio-
mal les había hasta entónces permitido, comenzan-
do al cabo á considerar á los Romanos como una
,raza superior. Todos los Estados se apresuraban á
competir con sus vecinos en las manifestaciones de
.respeto y de. adulacioh, se sucedían sin interrup-
cion las comisiones para felicitar al proc:;nsul por
.sir buen éxito, dándole un voto de gracias en nom-
bre del país Galo al verse libertados por mi extran-
jero, al que, hacía poco tiempo, consideraban como
S u más temible enemigo. Sin la intervencion ro-
mana, confesaban que la Galia se hubiera visto in-
vadida desde el Rhin hasta el Océano, destruidas
.sus ciudades, sus relacione:3 políticas rotas, y el
yugo de la exclavitud impuesto quizá á la nacion
entera.
Sus sospechas sobJie ltsú213aciones de los /.5Yuevos.—
Pero si su peligro más inminente había sido el de
su conquista por los Helvecios, el movimiento de
avance de los Germanos, que tenían en perspectiva,
no era, en realidad, ménos alarmante. En medio de,
sus regocijos por su reciente libertad, los jefes ga-
los. daban todavía muestras de secreto recelo. Co-
municaron sus temores á César y le pidieron su ve-
nia para convocar una asamblea de delegados de
varios Estados para deliberar sobre un plan de uni-
dad de accion (1). Celebrase, pues, el Consejo, siendo

(I) Caes. , B. G., I, 30: «Petierant uti sibi cona i l i um totius


Galliw in dillm certum indiceret» etc. Algunos escritores creen
— 346
el r'sultado que los diputados regresasen al campo
romano y se pusieran completamente á disposicion
del procónsul. El asunto fué tratado con el mayor
sigilo. Los jefes galos, especialmente los Eduos,
se intimidaron tanto por la tiranía. de Ariovisto,
que no osaron manifestar los recelos que abriga-
ban. sus corazones. Hasta que no se hubieron ase-
gurado tanto de la discrecion como del favor de los
Romanos, no se aventuraron (valiéndose de Divi-
ciaco como intermediario) exponer el estado de
sus relaciones con los intrusos Germanos, la opre-
sion que estaban sufriendo, su ardiente deséo (1.&
libertad, y su resolucion de ponerse bajo el amparo
de su poderoso aliado.
Sostiene la causa de los Galos contra los invaso-
re3.—La órden que recibieron los Helvecios de vol-
ver sus primitivo ; puestos y de defender sus an.
tiguas fronteras contra los Germanos, simbolizaba
la política del general romano. Cualesquiera que
hubieran sido las esperanzas de proteccion que el
Senado hubiera dado á Ariovisto, no podía éste mé.
nos de tener por seguro que las intenciones del
procónsul, á quien dicha asamblea había enviado
para arreglar los asuntos de la Galia con un poder
111■1117.14,1M*10......u.¢•■••••■•■■.••••••1O

por esta y otras frases parecidas que toda la Galia estaba uní-
da en una confederacion general y deliberaban de vez en
cuando juntos por el bien comun. Pero esta opinion no tiene
fundamento. El autor de los comentarios usa la palabra totug
en sentido indeterminado. Este habla aquí sólo de las dos
confederaciones á cuyo frente se hallaban respectivamente los
Eduos y Arvernos. segun se desprende del siguiente capítulo.
Estas no abrazaban ninguno de los estados de Aquitania Bel-.
gica, ni áun la division oriental de la Galia. No era probable
que el pueblo de Armorica, ni las tribus del Rhin hubieran so-
licitado permiso para acudir á una convocatoria general de
un jefe romano, cuyo nombre apenas había llegad á sus oidos,
— 347 —
absoluto, eran decididamente hostiles á sus desig-
nios. César hastía planteado la cuestion entre los
Germanos y los Eduos, en lo tocante á cuál de los
des pueblos cumpliría Roma su palabra; no era po-
sible ser fiel á ámbos, y el gobernador de la Pro-
vincia no tenía tal vez otra disyuntiva que la de
elegir entre ellos. Tampoco la actitud adoptada
por el jefe germano era la nr:;s apropósito para di-
sipar los celos de la República. Declaró formal-
mente que había entrado en la Galia como con-
quistador con los Romanos, y que pedía la division
del país con los invasores del Sur: Vosotros teneis
vuestra Provincia y yo quiero tener la mia (1). Los
Romanos no podían tolerar coparticipacion. Su in-
fluencia en la Galia allende el Ródano estribaba
principalmente en la confianza que los naturales
pudieran ser inducidos á abrigar respecto de su vo-
luntad y poder para protegerlos. Bien sabían el
apoyo que les daba el dominio de dicha opinion,
despertando el espíritu nacional de independencia,
y previeron la rápida absorcion de nuevas víc-
timas en la masa de sus conquistas. César,
realidad., personificaba los sentimientos y la políti
ca de sus conciudadanos en la carrera en que aho-
ra deliberadamente entraba, por cuyo medio espe-
raba conducir sus ejércitos á la victoria, enrique-
cer á los que le siguieran, y rodearse de multitud.
de admiradores en Roma, y de adictos en las pro-
vincias.
Rek,u,sa A riovisto las bases de reconciliacion, pro-
puestas por el proccinsul. En realidad las exigen-

(1) Caes. B. G,, 44; ó en los términos deFlorus


es César? si vult, veniat; quid ad illum quid agat nostra Ger-
mania? nunc ego me interpone Romanis?»
— 348 —
cias que el procónsul hacia al jefe germano, envol-
vían alorio de templanza, y eran de tal índole que
un magnate ménos orgulloso y perverso se hubie
ra asegurado eu el poder aceptándolas W. No exi-
gía n;'is que no pasase el Rhin con sus paisanos,
devolviese sus rehenes á los Eduos y Secuaneses,
y que eatablase relaciones de amistad con los Es-
-ftkdos que hasta entemces había menospreciado.
Bajo estas bases el proc ;nsul se comprometió he
sosten r la buena armonía que había existido
Piltre las clo , ; potencias ahora rivales. Tambien
se comprometió 11 no solicitar que disminuyese-
la autoridad que Ariovisto había adquirido en la
Galia. Pero en ol.reido el V3rharo con el éxito, no
escuchó proposiciones que no reconociesen su ocu-
pacion repentina y precaria del territorio Galo,
como un título la soberanía independiente, igual
dominio l e ntamente consolidado de los Romanos.
Buscaba la guerra como si fuera entre dos po-
tencias iguales y rivales; miraba con desprecio la
alianza que los Romanos habían formado con los
Estados Galos, y les negaba el derecho de presen-
tarse como defensorés de los Eduos. Miéntras se-
guian su curso tales discusiones, hubo persona
de aquella nacion que se presentó á César, con nue-
vas quejas so'-)re la violacion de su territorio por
los guerreros germanos; alpropio tierra tambien
pidieron los Treviros auxilio para impedir una cor
rería de los Suevos, teniendo ya reunidas ciento
de sus cantones todas sus fuerzas en las orillas del
Rhin á fin de verificar una emigracion general. Era

(1) Caes., B. G., I, 34, 36.


349
de la mayor importancia dar un golpe ántes de que
esta masa se pudiera unir con Ariovisto.
Rompe César las liostilidades. .—Pánico del ejér-
ci:o romano.— César se colocó inmediatamente al
frente de sus legiones y marchó hacia el campa-
mento del jefe germano preparado á conferenciar
con él personalmente ó á apoyar sus demandas con
las armas. Cuando llegó á Vesoncio (BesamIon), en
el país de los Secuaneses, en donde era necesario
hacer un descanso de algunos dial para aprovisio-
nar á las tropas, empezaron á mani 'estarse sinto--
mas de insubordinacion en el campamento roma-
no (1). El procónsul iba rodeado, segun la costum-
bre de aquellos tiempos, de un número de jóvenes
hijos de familias distinguidas, los cuales iban á
hacer su primer ensayo en el ej ercicio de las armas.
Las fatigas y pellgTos de una campana en la Galia
contra enemigos salvajes y en un clima riguroso
les agobiaban más que el servicio 1S, que sus padres
se habían dedicado en Asia, el país del lujo y de
los placeres. Es verdad que el nombre de los Galos
no infundía ya aquel terror que antiguamente;
pero la República no había peleado con las razas
germ 'cnicas desde la invasion de lo's Teutones, y la
gloriosa, pero difícil, victoria de Mario no había sido
tastant e para borrar el vivo recuerdo de su último
gran pánico. De consiguiente, cuando interrogados
acerca de los Germanos les contestaron los Secua-
neses pintándoselos como hombres terribles, de
extraordinaria estatura, de groseras formas, de
crueldad salvaje y como guerreros que no dormían

(1) Cros., B. G., I, 39. 41; Comp. Plut., Cces., 1 9; Dion..


XXXVIII, 35.
350
‘)aj tecilacio durante catorce años (1), no pudieron
resistir la pintura los delicados nervios de los di -
solutos patricios. De estos afeminados voluntarios
cundió la alarma á los veteranos, y circuló por todo
el campamento. Muchos pidieron licencia con cual-
quier pretesto y huyeron del peligro; otros á quie-
nes el honor retenía bajo sus banderas, no pudie-
ron ocultar sus temores, y áun hicieron más daño
quedándose (2\,. Toda la astucia y la paciencia de
César se necesitaba para hacer frente contra el
creciente desaliento que reinaba en sus legiones.
Amonestó privadamente á los oficiales, y á los sol-
dados los arengó públicamente, y cuando final-
mente no produjeron ya efecto los consejos ni las
arengas, con el tacto de un general de experiencia.
les tocó las fibras de sus sentimientos de emulacion
y de orgullo. Ningun jefe se ha visto jamás perdi-
do, dijo, sino por haberle abandonado la fortuna ó
por su propia injusticia. Declaró la gran lé que
tenía en la suerte que tan patentemente le había
favorecido, y al propio tiempo no le animaba ménos
la conciencia de su rectitud. Tal era la confianza
que abrigaba, que estaba resuelto á llevar á cabo
la empresa que había acometido áun cuando no
fuera más que con una sola legion. Sabía que podía
confiar en la décima y pasarse sin los servicios de
las restantes, si optaban por abandonarle. Al empe-
zar el proconsulado c1.1., César, se le encomendó á, la
décima legion la defensa de la provincia. Era quizá1
la misma que había dado á Pomptino la victoria

(I) Cres., B. G., I, 36.


(2) Floro, III, 10, copiando de César, c. 39: «llague tan-
tus gentil nowe terror in castris, ut testamenta passim etiam
in prineipiis seriberentur.»
— 351
contra los Alóbroges, y que recientemente había
sostenido la línea del Ródano contra la amenaza-
dora invasien de los Helvecios (1). La favorecida
division fué saludada con aclamaciones, al paso
que el resto del ejército, lleno de remordimientos,
determinó borrar la mancha de cobardía que tenía
sobre sí, y manifestó su deseo de arriesgarse hasta
temerariamente.
César celebra una coyerencia con A riovisio .—IIa-
biéndose de este modo detenido el contagio del ter-
ror entre los soldados, no perdió tiempo su jefe y
los llevó á la vista del enemigo. Deseaba sin cm -
bargo dará la contienda, si era posible, una solucion
pacífica, y de consiguiente propuso una entrevista
al jefe germano. Reuniéronse sobre una colina que
se elevaba en el centro de un llano, en donde po
dían ser observados por uno y otro ejército, no ofre-
ciendo el terreno ningun sitio á propósito para una
emboscada (2). Ambos iban acompañados por un
escuadron de caballería de igual número de gine-
tes. César no tenía caballería romana, ni podía con
seguridad fiar en sus auxiliares Galos; sin embar-
go no desechó la forma propuesta por su adver-
sario ni manifestó el menor indicio de desconfianza
ni de temor. Mandó que se apeara una seccion de
los Galos y que montaran en sus caballos la infan-
tería de su legion favorita, y con esta escolta fué
al encuentro de Ariovisto en el sitio designado,
reanudándose la discusion sobre los extremos que
ya se habían debatido entre ellos. Los contendien-

(1) Guischard, Mem, Milit., III, 15.


(2) Caes., B. G., I, 43, 45.
352
izo lu(laron tampoco ahora satisfechos. César'
insisHa en sus anteriores peticiones con la firmeza,
de un imi. por lfor romano, manifestando la frique-
-irantable resolucion del gobierno, de quien él. se de,
cía mero a c2;ent.e. Ariovisto no tenia m 3 s que obede-
',.. su voluntad y sus miras políticas, y aun
cuando de. modales templados y respetuosos, no te-
nia ménos confanza y firmeza que su rival. Cada
cual manteni q su d.erecho de hacer conquistas en la
Galia; sin embargo, el Germano admitía las preten.
siones iguales de los dos, al paso que el Romano
sostenía que la anterioridad de relaciones de su pais
Galia le. daban el derecho de no consentir en aque-
lla comarca otros competidores. Dicese que la con—
ferencia fué interrumpida por la impaciencia de la
con la caballería germana, que acometió brusca-
mente ..1.os Romanos ari-ojándszdes piedras y flechas.
Cesar se separe inmediatamente, y se preparo para
romper hostilidades L1i S sérias. Tambien fracasó
otra tentativa de negoéiacion por l'a, inconstancia del
jefe germano, el cual propuso al general romano'
una segunda entrevista, pero trató como • espías á
los enviados que aquél mandó en representacioll
suya, y los redujo á la esclavitud (1).

G., 'I, 48, 47. Usar parece qu'ere pintarnos


la perfidia de les bárbaros con los más vivos colores y nos dice
l i ne sus ellviades C. Valerio Pocilo y M. Nettio fueron ele-
gidos per el, habiendo sido de las huespedes de Ariovisto. Se
tendrá presente que la ielacien (que hacemos de estas entrevis-
tas, copiada casi al pié de la letra de la narracion hecha por
el mismo César, ro son comprobadas por ninguna autoridad.
Les mismos Romanos desconfían de la candidez de César; sin
embargo, parece que su amor propio les impediría refutar sus
narraciones.
353
dücisiva ene los ROMVZOS y los (7,7,i2v1-
90s.—E1 lugar en que ocurrieron estos sucesos fué
el punto medio entre los dos ejércitos que se halla-
ban á una distancia de 24 millas. César se abstuvo
de avanzar y formó un gran campamento atrinche-
rado para contener la totalidad de sus fuerzas en es-
pera de un j 'un ediató ataque de los Suevos, que eje-
cutaban maniobras en derredor suyo, establecien-
do sus líneas á dos millas de distancia entre él y
Vesoncio, de donde sacaba sus provisiones. Ahora
que veía al enemigo dispuesto á, direrir la batalla,
era cuando el Romano deseaba obligarle á comba-
tir. César dirigió sus tropas al frente de las posi-
ciones de los Germanos, y las mandó formar en ór-
den de batalla, pero sin lograr su objeto. Repitió
esta operacion varios dias sucesivamente, sin que
los Germanas, por lo general tan arrojados y con-
fiados en la victoria, le atacasen en sus trincheras
ni saliesen al encuentro en campo abierto. Se-
gun el relato de algunos cautivos, esta reser-
va no la producía la disciplina superior estable-
cida por Ario-visto, sino que nacía de causas su-
persticiosas. En ocasiones, decían, el pelear ó no.
era decidido por las mujeres á quienes lo Germanos
acostumbraban á mirar con particular deferen-
cia (1). Las mujeres consultaron entre sí con arreglo
á las fórmulas prescritas para la adivinacion y
declararon que sus conciudadanos no podrían hacer

(1) La veneracion supersticiosa tributada á las mujeres por


los Germanos ha llegado hasta nosotros por Tácito(Germ.,
«Inesse sanetum quid et providum fanninis putant, nec ant
consilia earum aspern:Intur, aut responsa negant.» Vedse tam-
bien Hist., 1V, 61. Strabon hace la misma observaeion respecto
á los Cimbrios (VII, 2) Dion, XXXVIII, 48) sigue á César.
MERIVALE. — T OMO I. 23
- 354
conquistas si iban 11 ellas pintes del novilunio (F).
Habiéndose asegurado César de l a causa de la falta
de actividad del enemigo, se aprovechó de ella para
verificar mi movimiento, por medio del cual se ex-
tendió mis que ellos, y entónces construyó un se-
gundo campamento con trincheras en la letagna,r-
dia de su posicion, restableciendo por dicho medio
sus comunicaciones. Se hallaba á la sazon en si-
tuacion de provocar una batalla, y al cabo, despues
de varias escaramuzas poco importantes, tuvo por
Fin el gusto de ver salir todas las huestes germanas
do su campamento, tribu por tribu, con las mujeres
y niños :rt retaguardia, mezclados con multitud de
convoyes, situados al parecer con el fin de cortar la
posibilidad de la huida. Los bárbaros formaron in
mensas falanges, levantando sobre sus cabezas los
hombres, corno habían hecho los Hel-sr ecios, sus
escudos, á la manera de una enorme cota de malla.,
Los Romanos rompieron sus filas y se arrojaron
temerariamente sobre la invencible falange, diri-
giéndose cada hombre á su objeto. No pudien-
do romper las compactas líneas del enemigo, se
avalanzaron sobre ellos, y separando los apiñados
escudos, atravesaban á los que sus portadores, que
ya estaban medio axfisiados; ataque desesperado,
contra el cual poca resistencia cabía, pero que ex-
ponía en cambio á una muerte cierta al combatien-
te que cayera en medio de la pelea. El ala derecha
de los Germanos fué al cabo rota, desconcertada y
puesta en fuga; pero la izquierda se resistió, y ve-
rificando varios movimientos lentos hácia un lado
y otro del camino, parecía su fuerza mayor da

(1) Tac., Germ., 11.


nrr-
odt3

la que en realidad tenían. César lanzó contra los


Wrbaros la tercera línea ó reserva de sus tropas,
siendo al fin los Germanos completamente derro-
tados en todas partes. Los fugitivos rompieron á
trechos el parapeto de carros que había en su reta-
guardia y huyeron precipitadamente hácia el Rhin.
Sólo había una distancia de cinco millas (1), y la
i)ersecucion no cesó hasta las mismas orillas del
Ariovisto consiguió atravesarlo en un bote; no
fueron tan afortunados muchos de los que le se-
guían, pues si algunos lograron salvar la corriente;
la mayor parte fueron alcanzados y pasados á cu-
chillo. Las mujeres participaron tal vez de la suer-
te de los combatientes. Perecieron dos mujeres del
rey germano (2); una de sus hijas fué asesinada,
la otra hecha cautiva. El general romano se alegró
mucho de volver á ver á Procillus, el portador de
la última bandera de parlamento, cuyos guardias
fueron hechos prisioneros al paso que le llevaban
consigo en su fuga. Refirió que tres veces se echa-

(I) Los manuscritos de César dicen quin-que y convienen


.con la antigua traduccion Griega TE.-sao/pcei,.or: a'waa. Pero Plu--
'tuco dice que la distancia son cuatrocientos estadios ó cimuen-
t a millas, El contexto da pocas luces respecto al particular. No
sabemos más que César anduvo siete días despees de abando-
nar á Besancon y recorrió un circulo de cincuenta millas. La
distancia desde el Rhin á BesanÇon en línea recta es de unas
-ochenta millas. Segun nuestro texto, el campo de batalla se ha-
llaría probablemente entre Bars ilea y Muhlhouse.
(2) «Utraqueperierant.»Cms., á quien Orosio contradice ab-
s olutamente diciendo: «dime capte sunt,» No valdría la pena de
que se mencionara esta discordancia sino para manifestar una
vez más el extraordinario descuido de muchos de los escritores
más modernos que tratan de César, áun cuando deben haberse
:servido de sus comentarios. La única obra que puede competir
con la suya por los conocimientos é ilustracion del autor, es la
historia de su época, por Asinio Pollion; pero no sabernos si
aquél escritor entró en detalles sobre las campañas galas. So-
bre poligamia entre los Germanos, véasj Tac., Germ., 18.


thlx1

ron suertes en presenchl ()Lre si había de ser


quemado ent()nces en sacrii:ci(), 0reservado para.
otra ocasion, V las tres dcLi6 su vida su buena
fortuna (P.
La Gali(t q ualri Iih'e de 76s Suerm.—Los
suevos,
que como se ha dicho anteriormente, LaUían
fiado las orillas del
zr ,
_parahan
lain y se pre atra-
esar la Galia y participar de la floreciente for-
tuna de sus conciudadanos, se consternar e n al ver
Luir al rey y á su desmeml)radu ejercito. Ya no es-
taban tan ansiosos do atacar, y hubieran vuelto
con gusto sus casas. Pero los nienos 1, 2),
cuya
hostilidad habían provocado en su marcha, cayeron
sobre ellos é hicieron gran Carnicería en sus filas.
El suelo galo se vió, por este medio, libre de los
invasores Germanos, y parecía que, al ménos por
al gun tiempo, su seguridad se
afianzaría suficien-
temente (3). El procunsul de :ó sus tropas en los
cuarteles de invierno entre los Secuaneses, desig-
nando por jefe á Labieno. Hal iendo cumplido sus
inmediatos propósitos en dos comrarías y una sola
estacion, se retiró pasar el invierno z't la Galia ci-
terior y convocó la asamblea anual de aquella pro-
vincia (4).
Comosicion de ¿as Uf/iones de Ccfsar.—Cuando
César entró en la provincia transalpina, hallo, se-

(i) raes., B. G., I, 52.


(2) Los Ubienos conocidas me or en tiempos poste-
n

ores como pueblo cisrfienano, vivían en esta época allende el


Ehin, al Sur de los Sicambros, probablemente sobre el Mein
y el Lahn, rodeados por los Suyvos. Cempárese Zeuss, die"
Dev,ctschen etc., p. 87.
(3) Parece que Ariovisto 111111:;() poco despees, Compárese-
B. G., V, 29: «Magno esse Germanis dolori Ariovisti mortem.>
(4) Caes., B. G., I, 54.
— 357 —
gun hemos visto, solamente una legion de obser-
vacion en las fronteras. Las colonias de la Repú-
blica estaban defendidas por una milicia provincial
que constituía, no legiones separadas, sino un nú-
mero de columnas ó cohortes ambulantes unidas á
las fderzas regulares (1). La rapidez de las comu-
nicaciones por medio de grandes vías, con las que la
política de los Romanos tenía que relacionar toda
posicion de importancia, pueden haberles facilitado
la distribucion de guarniciones estacionarias en
toda ciudad de alguna consideracion. El efectivo
de la legion subía unos 6.000 hom - Jres de infan-
tería. Para completarla necesitaba tambien un
cuerpo de 300 cabalLs, pero la caballería que César
empleó en sus camparías de la Galia era casi en su
totalidad de aquel país (2). Esta masa compacta iba
acompasada en el campo de batalla por fuerzas
auxiliares compuestas de los aliados ó súbditos de
la República, no sacados sólo de las comarcas ve-
cinas, sino tambien de posesiones rris lejanas.
César llevaba al combate astarios (a) de Numidía,
arqueros de Creta, y honderos de las Baleares (3).

(1) Aparece de una inscripcion de una moneda (7-7s>„


p: g. 23) que la colonia de Arausio (Orang : ) fu(_ fundida
por la trigjsima tercera - cohorte de la segunda legion. Véase
Harduil, ad Pan., H. N., III, 4.
(2) Se hace mencion do la caballería española, B. G., Y, 26.
'Tambien es probable que César tuviera algunos escuadrones
INumidas (II, 7). Guischard, Mern. III, 37.
(a) Javelinmem (hombres' de lanza corta) dice el original
inglés.
(3) Can., B. G., II, 6. La infantería ligera de Numidia se
:servía de dardos de cuatro piés de largos. Polyb., I, 74; Appian.,
..Hisp., 25; Pian., II, 71.
Comp. Lucano, IV, 680:
«/Equaturusque sagittas
Medorum tremulum cum torsit missile Mazax.»
Además de la leg ion acuartelada ya en la proYin-
cia, el Estado proporeion(') tres mí; s al proe(;nsul, y
éste las había hecho venir desde Aquilea para
que se le unieran cuando perseguía á los Helve
eios. Pero no contento con el número que le Ares
cribieron los decretos del Senado y del pueblo (1),,
levantó él por su cuenta otras dos (2), aunque des-
pues consiguió que las sostuviera el Estado. Cuan-
do la exteision de sus operaciones exigió nuevos
refuerzos, no se limit; tampoco ni aún á ese número.
En el segundo año de la guerra le veremos entrar
en el territorio de los Nervia nos con ocho legio-
nes (3), y procurarse por lo -nénos otras tres, poco
despues, para abarcar un campo de operaciones.
más vasto (4).
Repittacio7i adyyír ida por sus tropas.—
Dichas tropas, compuestas en parte de veteranos,
pero principalmente de reclutas, fueron poco á, poca
aeostumbr,indose :'1, igual disciplina y arrojo, com-
pitiendo unos con otros en ejecutar proezas y en la
adhesion á su jefe. Su gran ca udillo no era indife-
rente á lo mucho que debía á, sus leales servi-
cios. No había general más pródigo en elogios, y
apuntaba los hechos heróicos de sus soldados
en los comentarios que él mismo iba escribiendo
sobre sus guerras. Todas las legiones procuraban
distinguirse, pero Labia una, la décima, en la cual:

(I) Cfr-9. , 14; Pomp,, 48: Cat. Min.,


XXXVIII, 41.
(2) Suet., Jul., 24.
<3) Ces., B. G.,
(4) Cas., B. G., VI, 32. Se incluye una que César pidil'y
prestada á Pompeyo en el año 700, y que cuatro años despues
se la devolvió por habersela reclamado. Cws., B. G., VI, 1;
Appian., B. C., II, 20; Dion, XI, 65.
— n9 —
César, segun hemos visto, había depositado una es-
vecial confianza, y que por sus encomios le ha dado
el car,ícter de una celebridad en los anales milita-
res. Y lo mismo que sucedía con los soldados ocur-
ría tambien con los oficiales. César no manifestaba
envidia por los méritos de Labieno, que era el pri-
mero de aquel renombrado cuerpo. Tampoco temía.
la rivalidad, ni áun de los mejores capitanes que sa-
lían de su escuela, Pues Labieno, que había con-
quistado laureles inmortales en la Galia como. se-
gundo del procónsul, decayó visiblemente, cuando
se pasó al lado de Pompeyo y se puso en frente de
su primer jefe. El pr2cónsul se llevó consigo :1
Quinto, hermano de Marco Ciceron, y í Publio, hijo
del Triunviro Craso; ambos fueron.buenos oficia-
les su vista. Cotta y Sahino, Trebonio y Décimo
Bruto fueron distinguidos del mismo modo. Los dos
primeros sucumbieron en el repentino ataque de
un enemigo superior en número; los dos últimos
sobrevivieron para conspirar contra su generoso
caudillo, autor de su fama y de su fortuna (1).

(1) Güischard (Mem. III, 46) da una lista completa


de los oficiales de César hasta donde nos son conocidos: T. La-
bieno, P. Considio, Q. Pedio, Q. Titurio Sahino L. Aruncu-
lelo Cotta, S;¿ixvio Galba, vecino Bruto, P. Sulpicio Rufo,
Q. Atrio, C. Trebonio, C. Fabio, Q. Ciceron, L. Roscio,
L. Munacio Planeo, L. Silano, C. Autistio Regulo, T. Sextio,
C. Volcatio Tullo, L. VI inucio Basilo„ L. César, M. Antonio,
Canirtio Rebilo, M. Sempronio Rutilo, Q. Caleno, P. Craso y
P. Vatinio. La mayor parte de estos personajes veremos que se
distinguen de varios modos en la série de sucesos de los años
siguientes.


CAPÍTULO VII.

Segunda cam p aña de César en la Galia.—Guerra con los Belgas.—Re-


duccion de los Suessiones y Bellovacos.—Tenaz resistencia de los Ner-
vianos.—Sumision general de las tribus belgas y de los ,_Estados de la
Galia del Noroeste.—Desgraciada campaña de Galba en los Alpes.
Tercera camp aña de CSsar.—Reduccion de las tribus de los Venetos y
Armorioanos,—P. Craso coniuista la Aquitania.—César castiga á los
Menapimios y Morinos. Pacifica,cion de la Galia.

Resaa del estado de la Galia. (Ario 697 de


la C., 57 l'Intes de J. C.)—Durante los pocos me-
ses que César había estado ocupado en defender-
la, se habían verificado en los asuntos de la. Ga-
lia considerables cambios. Dos hordas formidables
de invasores habían sido expulsadas y derrotadas,
y destruido el poderío de los Germanos, que habían
amenazado el país con una dominacion permanente,
de tal manera, que las tribus fronterizas de la Ga-
lia podían tener esperanzas de llegar algun dia
verificar sus excursiones al otro lado del Rhin en
lugar de ser ellos presa de aventureros Germanos.
Pero, en vez de estos dos enemigos, los Galos habían
introducido en el corazon de su país una fuerza
que, bajo el disfraz de amigos y aliados, les amena
- 361
zaba con reducirlos á una esclavitud completa.
Cuando en el invierno cruzó César los Alpes, acuar-
teló sus tropas, no dentro de los límites de la pro-
vincia romana, sino en el territorio de los Secua-
neses. ¿Qué significaba esta innovacion? ¿Existía
alguna posibilidad de que Ariovisto volviese des-
pues de su derrota con otra falange de Suevos á re-
cuperar sus posesiones galas, ó era que los Secua-
neses, debilitados como ahora estaban por la o p re-
sion de los Germanos, se hallaban expuestos sin
auxilio de ningun género al ódio de los Eduos
hasta el punto de necesitar para su defensa una
guarnicion romana? Parecía que el procónsul pro-
nosticaba ya el movimiento agresivo que estaba
próximo á verificarse entre las tribus belgas. Sabía,
que los Secuaneses rabian perdilo para siempre
entre los Galos aqueill alta estima, en virtud de la
cual se les había reconocido la preeminencia que
en otro tiempo disfrutaban los Arvernos. Disgustó
á los pequeños Estados, que los habían servido anti-
guamente como clientes, no s, ir lo su debilidad polí-
tica, sino tambien el recuerdo de su traicion al in-
vitar á los Germanos á que cruzasen el Rhin. Al-
gunos de estos Estados se entregaron á los Eduos
con la oferta de su alianza; otros, no olvidando la
tiranía de aquella nacion durante su prosperidad,
y recelosos de un pueblo que se ofendía por su trato
con los Romanos, buscaban otro protector. Los Re-
mos eran la más poderosa de las trí bus belgas. En
vidiaban la posicion que habían alcanzado los prin-
cipales Estados de la Galia meridional poniéndose
á la cabeza de numerosas confederaciones, y se ale-
graban de conseguir al ménos una parte de la in-
fluencia de que últimamente gozaban los Secuane-
3G2
ses Tambien ellos desconfiaban á su vez de los
otr, )s Estados belgas que se apresuraron formar
alianza entre sí, mientras que los Remos se mantu-
vierffla alejados con altanería.
Los o22/1a2zos arman su in, ue2zcia sobre los Secua-
2teses.—A1 mismo tiempo, los Romanos por su parte
estaban aprovechándose de las ventajas que habían
conseguido. El establecimiento de sus cuarteles
de invierno entre los Secuaneses les dió una in-
fluencia preponderante sobre aquel desmembrado
abatido pueblo. Devolvieron los rMienes de cuya
Tetencion tan amargamente se quejaban los Eduos;
pero en cambio rodearon sus campamentos y con-
sejos de agentes y espías romanos, y consiguieron
tener en sus manos la direccion de sus asuntos.
Los atractivos de la civilizacion italiana fueron
bastante eficaces para que los más orgullosos Ga-
lo .;-,< sufrieran con resignacion el yugo universal.
Diviciaco, la noble víctima del lujo del Mediodía,
fué un instrumento útil en manos del Conquista-
dor, al paso que las constantes intrigas de su her-
mano Dura noria leo hicieron eco en los corazones de
un pueblo que ya sonaba, una nueva carrera de su-
premacía bajo la proteccion del extranjero.
Confederlcion, de las tribus Belgas contra los in
• p asores.—Miéntras los Dinos se iban familiarizan-
do así con estas suaves cadenas, tampoco los
Remos q'uerian alejarse de la influencia de Roma
con la esperanza de asegurarse en el poder. Pero
las demás tribus belgas, aunque desmembradas no

(I) César (3. G., VI, 12) hablando de .este período dice: «Eo
tum sLatu res e p at, ut longe principes haberentur Edui, secun-
dum locura (Egnitatis iRemi obtinerent.»
;—
por la guerra y corrompidas por el artificio, se pu-
sieron todas á las órdenes de los Suessiones, y se
levantaron en armas contra los invasores (1). El
rumor de su proyectada rebelion llegó á oídos de
César ántes de que llegase á estallar aquella. Se
apresuró, pues, á poner en movimiento dos nuevas
legiones, y volvió precipitadamente de Italia mar-
chando á donde estaba el peligro. Los Belgas cele-
braron una asamblea general; los Suessiones, los
Nervianos, los Bellovacos, los Atrebates, los Am-
Manos, los Morinos, los Alenapianos, los Caletas,
los Velocasos, los Veromancluos, todas las nacio-
nes situadas entre las bocas del Alosa y del Sena,
juntamente con las del interior (2). A estos se unían
las tribus de origen gernrInico, los Eburones, Con-
drusos, Ceresos, y Peruanos ( a) , todos se adhirieron
en esta coalicion poderosa, poniendo de este modo
á campaña un ejército de 290.000 hombres. Los
Remos fueron los únicos que se negaron á unirse
para defender la causa comun (4), é intentaron en
vano sembrar la discordia entre los confederados.
De consiguiente, toda la masa de fuerzas Belgas
se dirigió en primer lugar contra ellos, cine apela-

(1) C2esar, B. G., IV, 4, y sig. Bajo la influencia de un jefe


llamado Diviciaco, los Suessiones llegaron á ser los más pode-
-1'030s y florecientes de los Estados Belgas, habiendo extendido
su soberanía sobre una parte de la Bretaña,
(2) Estos nombres son los mismos con que figuran los si-
guientes pueblos modernos, y distritos respectivamente, Tois-
sous, Hainault, Beauvais, Artois, Amiens, la costa del paso de
Calais y Flandes Occidental, Flandes Oriental, _País de Caux.
Normandía, el Vexin, el Vormandois.
(3) Brabante, Lieja y Limburgo.
(4) LOS Remos eran un pueblo poderoso y. ocupaban pi oba-
blemente una gran parte de los hes departamentos de Aisne,
de Marne, y de los Ardenas. Bibract.a (Bievre) es algunas ve-
ces designada como su c. pital, y otras veces Durocortorum
(Rhesmi).
- 364 ---
ron entónces á la proteccion del próconsul, ofre-
ciéndole ponerse enteramente á sus órdenes, le
enviaron rehenes y le propusieron abrir sus forta-
lezas sus soldados. César recibió su ofrecimiento
con alegría, les prometió la proteccion de la Repú-
blica al mismo tiempo, y tomó medidas para ase-
nairar su completa dependencia para lo sucesivo.
Fusiéronse inmediatamente en movimiento las
fuerzas romanas para socorrer á la nacion que les
pedía '
Los Eduos, entre tanto, mostraron
su acostumbrada falta de buena fe ó de energía; el
auxilio que se les pidió, lo prestaron tarde y con.
repunancia. Diviciaco, que álln estaba al servi-
cio de César, 4,1 quien admira ba, se apresuró á per-
suadir á sus compatriotas para que suministraran
socorros esponUnea:mente y con liberalidad. Las
legiones avanzaron hacia las orillas del Axona
(Aisne) que cruzaron, esperando en us campamen-
to atrincherado el ataque de los Galo-Germanos.
Principio de la guerra: segmtdct ca9rtpa 2. 7,a de Ce"—
isar.—Bibrax ó Bibracta, capital de los Remos, dis-
tante ocho millas del campamento romano, fuá
embestida entónces por los confederados. Su mane-
ra de atacar era desalojar al enemigo de las mura-
llas por medio de una constante lluvia de piedras
y flechas, y hacer que avanzaran cuerpos de zapa-
dores hasta el pié de los muros, poniéndose á cu-
bierto de los proyectiles del enemigo con los es-
eudo, colocados mu y unidos sobre sus cabezas.
Avanzaban despacio, pero el éxito parecía seguro.
Los sitiados estaban ya sin fuerzas por las heridas
y el cansancio. Al cabo encontraron medios de co-
municarse con el general romano. Hiciéronle pre-
sente que no se hallaban en condiciones de resis-
365
tir por mucho tiempo, y que, de no enviarles un
pronto auxilio, se perdían las posiciones. César
mandó precipitadamente alguna fuerza de caba-
llería y tropa de línea, que atravesaron las desor-
ganizadas filas de las fuerzas sitiadoras, y fueron
recibidas dentro de las murallas.
Los Belgas, desanimados por habérseles esca-
pado su presa, no tuvieron energía para empezar
de nuevo el ataque; y despues de emplear algunos
dias en talar las comarcas vecinas, salieron de sus
líneas y avanzaron Ucia las posiciones romanas.
El ojo de {Iguila de César midió la gran extension
del frente del ejército, por el llumo de sus hogue-
ras, por el dia, y de noche por las llamas, y la cal-
culaba en unas ocho millas.
Los Belgas atacan la posicion de César sobre el
A isne, pero son derrotados con gran carretería. El
número de enemigos y su reputacion por las gran-
des hazañas llevadas por ellos á cabo, hicieron
César deliberar antes de aventurarse á darles la
batalla. El resultado de unas cuantas escaramuzas
de caballería le dió nuevas seguridades, y resolvió
desafiar á los Belgas á un combate general. Los
confederados salieron de su campamento, sin va-
cilar, tan pronto como vieron á los Romanos, y se
prepararon á recibir el choque. El campamento del
procónsul estaba situado en lo alto de una pen-
diente suave. En frente había una llanura, que
ofrecía un espacio suficiente para las evoluciones
de seis legiones que puso á la vez en accion. Su
retaguardia descansó en el río, y se comunicaba
con la otra orilla por medio de un puente dominado
por una obra de mampostería que formaba su ca-
beza, y estaba custodiado por un pequeño desta-
— D66
1I amento. Las dos legiones de refresco las conser-
vó, como reserva, den cro de sus líneas. Pero como
su peligro principal estaba en el riesgo de ser ro-
deado en por la superioridad numérica del enemigo
levantó una trinchera en cada lado de la colina, de
una extension de cuatrocientos pasos y construyó
obras en ámb os extremos, que fortificó con gran cui-
dado, y proveyó de maquinas militares. Además de
su posicion ventajosa, estabanprotegidos los Roma-
por unas marismas que tenían en el frente de su
ejército, en las cuales esper aban que el enemigo se
hundiría al atacar impetuosamente (1). Pero los Ga-
lo-Germanos eran tan prudentes y cautos como va-
lientes, y descansaron sobre las armas esperando el
ataque de los Romanos e mo invasores y agreso-
res. En el ataque de la caballería llevaron los Ro-
manos lo mejor d3 la batalla; pero cuando vio que
no podía obligar á los Belgas á, dar una carga, reti-
ró César sus legiones a su campamento.
No habiendo conseguido sacar á los Romanos
de sus posiciones, cambiaron los Belgas su plan.
Por medio de, una marcha de flanco, llegaron á las
orillas del rio, un lugar en donde la corriente era
vadeable, con intencion de atravesarla, picando de
este modo la retaguardia al enemigo. Tan pronto,
no obstante, como el destacamento situado en la
cabeza del puente observó esta maniobra, avisaron
al general, é inmediatamente envió caballería é

(1) La posicion de Cesar se dice que fué algo más baja que
Poni-á-Vaire, en el A isne, en donde existen marismas en la di-
reecion que a indica. Un campamento situado aquí distaría
14.009 toesas de Rheirns, 22.000 de Soissions: 16.000 de Lama
'y 8.000 de Bievre que se supone que haya sido la Bibracta de loj
liemos. Precis des Guerres de Casas, p. 44; Mannert, II, 207.
— 367 --
infantería ligerapara impedir que se llevase á efec-
to. Los escuadrones romanos que cruzaban el rio
por el puente, llegaron á su parte vadeable entes
que los Belgas hubieran podido pasar, arrojando
sobre ellos una lluvia deproyectiles al mismo tiem-
po que luchaban por dominar la corriente. -Una par-
te que ya había ganado la orilla opuesta fué rodeada
y destruida por la caballería. La intentona, á pesar.
de haberse llevado ¿1, cabo con un valor obstinado.
fracasó por completo, viéndose obligados los Bel-
gas á retirarse nuevamente á sus primitivos cuar-
teles. El país que ellos habían talado empezaba
ahora á escasear en provisiones, y coincidía esto
con las noticias que llegaron á sus oidos de que
Diviciaco, reuniendo las fuerzas de los Eduos, ha-
bía entrado en sus confines á sangre y fuego. Los
confederados mal avenidos y sin disciplina, acu-
dieron cada cual á la defensa de sus bienes. La
confusion que acoinpaló á esta precipitada retira-
da fue comunicada á César, que lanzó rápidamen-
te sus legiones sobre aquellas masas desorganiza-
das. La retaguardia, si tal puede llamarse, hizo
una heróica resistencia; pero el ntímero de los Ro-
manos y su destreza eran invencibles. Aquéllo fué
una horrible Carnicería más bien que una batalla.
Reduccio22, de los Suesrsiones.—A la mañana si-
guiente prosiguió el vencedor su triunfo (1). Mar-
chó sobre Noviodunum, la principal fortaleza de
los Suessiones, y no habiendo logrado tomarla en
el primer repentino asalto, construyó las torres
portátiles que los Romanos usaban en sus sitios,

(6) ems., B. G., II, 12. Noviodunum se dice que es Slsson.


D' Anville; Mannert. II, I.° 205.
21 ;s.;

lillari ñ sie a(lelant- í n (lob s llenns de combatientes


irricia las murallas y arrojando desde allí multitud
de pro y ectiles. protegidos por ellas, destruían
los solitados les muros con poderosos arietes.
Estas in .,quinas eran todavía desconocidas de los
Galos, que pronto vieron eran m 's eficaces que
sus rudas operaciones. Se apresuraron á anticipar
la venganza del c nquistador por medio de una
capitulacion oportuna. A ruegos de los Remos fue-
ron aseguradas las -vidas de la guarnicion y de los
habitantes; p e ro César insistió en la entrega de
sus armas ;unta mente con las personas de los prin-
cipales ciudada nos y de los d s hijos del rey. La
nacion fué entónces recibida entre los súbditos de-
la República.
S unlis io7t de los Bellovaeos . Desesperados ent
ces los Bello vacos—Mcia cuya comarca avanzó in-
mediatamente César—de resistir con buen éxito,
impetraron la clemencia del invasor. A los prime-
ros rumores de que éste se aproximaba, se dirigió el
pueblo Bratuspantium, su principal fortaleza,
con todo lo que pudieron sacar de mis - valor. Des,
de aquí despacharon un convoy de ancianos con
traje y en actitud de mendigos. Cuando el pro-
cónsul avanzó dando -vista á las murallas, las halló
cubiertas de un sin número de mnjeres y de niños,
que todos extendían sus manos 11;lcia él, demos-
trando en sus gestos el mayor temor y humildad.
Tambien Diviciaco tomó por su cuenta la defensa
de su causa. Puso de manifiesto los deseos de su
pueblo por el perdon, declarando que en otro tiem-
po habían sido fieles aliados de los Eduos, y que
únicamente los e abandonaron zi instancias de ciertos
malos consejeros. Los autores de la rebelion habían
:;61) —
huido á Bretaña, con cuyo país sostenían los Bello-
vacos estrechas relaciones. La nacion en masa,
viéndose libre de su presencia, volvería (no lo du-
daba) á entrar en la senda de sus deberes, aumen-
tando por este medio la reputacion de los Eduos
por su influencia con Roma y la clemencia hUia
sus compatriotas. César se h-llaba dispuesto á con-
ceder á sus aliados la vanagloria de salvar de este
modo á sus antiguos compañeros. Esperaba ser
vencido por las súplicas y argumentos de Divicia-
co, pero teniendo en cuenta la extension y la im-
portancia de esta comarca (1), no le pidió ménos de
seiscientos rehenes. Cuando los hubo recibido y
apoderádose de todas las armas que pudo reunir,
abandonó el país y entró en el de los Ambianos,
quienes se sometieron dócilmente y fueron trata-
dos de un modo análogo.
Sostiénense todavía los ...Vervianos y algunas otras
tribus. Hasta este momento habían hecho poco
los Belgas para justificar su reputacion con un va-
lor superior. Las fuerzas que se les habían opuesto
eran verdaderamente agobiadoras; pero casi ha-
bían cedido sin ensayar las suyas. Mas no sucedió
así con los Nervianos y sus inmediatos aliados los
Aduatucos, los Atrebates y Veromanduos. Los pri-
meros estaban orgullosos por su descendencia ger-
mánica, y aparentaban despreciar á sus afeminados
vecinos los Galos. Conforme con sus ideas, la úni-
ca seguridad que tenían para mantener su valor
nacional, era el conservar su carácter bárbaro el

(1) Cres.. B. G., 1I, 4: «Plurimuiti inter eos Bellovacos el


virtute et auctoritate et hominum numero valere.» Se ja( ta-
lan de que podían presentar en campaña cien mil soldados.
MERIVALE. TOMO I. 24
— 370
toda su natural rudeza W. De consiguiente,, prold
'D ieron la importacion de góneros extranjeros y
uso del vino y de articulas supérfitus, y se:
enorgullecían de la. rudeza de sus costumbres. Ri-
diculizaban los Suessiones, Bellovacos y Arabia---
nos por su tímida surnision, y manifestaron su re-
solucion de sostener la lucha con sus propios -y
escasos recursos, desafiando al general romano á
que les siguiera sus fortalezas. Desechando C311
menosprecio las defensas—aunquetoscas—que sus
ve r. inos los Galos habían adoptado, no levantaron
ninguna fortaleza amurallada (2); sus residencias,
eran sencillamente pueblos abiertos; los sitios en_
donde se hacían fuertes eran los bosques y los pan-
tanos en que su comarca abundaba. Albergaban á
sus familias en las inexpugnables islas que obs-
truyen la g desembocaduras del Escalda y del liosa,
mientras que toda la parte robusta de la L'aojan y
sus aliados, excepto los Aduatucos, que todavía
no habían llegado, tomaron posiciones detr:ts del
Sabis (Sambre) en la direccion en que se , espe-
i tba que avanzase el enemigo (3). El general ro-

B. G., 11-15.
(2) Cms. (II. 17) pinta la unan ira peculiar (111', adoptaron
Nervíanos par t imped r el avarrJ3 de la caballería, que se re-
ducía á formar vallados de es )in)s y matorrales, ó con ranas
de árboles, n nredarbs unas en otras.
(3) Es imposible a g rtnar con exact i tud etúl fuera esta cli-
rkTei011. Gl sar partió de Arn ; ens: pero los Nervianos no tenían,
una plaza fuerte con la que (il puliera chocar. Por lo tanto, bus-
caría su e,j=,, retto donde quiera qu estuviera acantonado. Dice
que anduvo tres días por los territorios nervianos. Si extricta-
mente ha de interpretarse esto, dicho camino le llevaría entra
el Escalda y el Sambr Dor la orilla derecha de uno y la iz-
quierda del otro. Si los Netvian'o3 se, situaron en la orilla de-
lecha del Slmbra, le h abanloirado por completo su
país, y no hubiera inaplido el curso del Escalda que talara
- 371 -
mano deseaba tambien encontrarlos yendo corno
iba al frente del ejército más brillante que jamás
se presentó en camparía , y que constaba de
ocho legiones, todas llenas de Con fianza en la bue-
na suerte de su caudillo y en su propio valor. Iba
además acompariado por muchos capitanes Belgas
que en Oblico ostentaban su celo por su causa,
miéntras que estaban en espectativa de una ocasion
para desertar ó hacerle una traicion.• Algunos
-
de
ellos dieron secretamente aviso al jefe nerviano
Bodugnato, de que el órden de marcha era muy z5,
propósito para poder batir i los extranjeros me-
diante un ataque vigoroso y bien organizado. Cada
legion marchaba separada de las dem:1s y seguida
de su largo tren de bagaje,s y m 'tquinas de guerra.
a
Si la cabeza de dich columna era audazmente ata-
cada, podía ser derrotada antes de que las filas de
retaguardia llegasen en su auxilio. Mas los Bel-
gas no habían peleado mucho contra los Roma-
nos para que pudieran haber comprendido ya su
táctica. No bien se hubo informa lo C é sar de que
se iba aproximando el enemigo, vara el órden de
marcha de sus tropas (4), haciendo que avanzasen
de frente seis legiones, y que todo el bagaje que
tenían reunido las siguiese de cerca y fuera escol-
tado por las dos legiones bisojas que formaban la
retaguardia en la marcha, y la reserva en Bias de
e ele-10M er Meee'see .331i VII

al ménos una mitad del país. Si dirigía su marcha at7avesando


4-4 territorio de los Veromanduos, los Nervianos. habrían impe-
dido la entrada en sus COrrlare is stuíndose, en la orilla izquier-
41.a. dei Sambra, cerca del Maubeuge; ó si cruzaba el país de los
Atrelut _sq , pulía proponerse forzar el paso del Escalada ea
fi,onVÓ VaLmiciemes. Los critie -)s han supuesto ' f.e•A Talmente
fue la segunda de dichas vías ha sido la que él ad7opt5.
(4) ems,, B. II., 19.
3'12
batalla. Eligi5 pal'a acamp a . r una colina, de suave,
pendiente h el Sambra (Sabis). Cuando las
giones llegaron al campamento las iha ocupando
en levantar re 'netos para su defensa por la noche.
Mandó su caballería para despejar de las orillas
del rio algunos cuerpos de la, caballería enemiga
á fin de que las tropas pudieran utilizar sus abre-
vaderos sin ser molestadas. Las avanzadas de los
Belgas se retiraron la colina de enfrente y al bos-
que que la rodeaba, en donde el grueso de su ejér-
cito se había ya establecido al abrigo de la intem-
perie, y pasaba desapercibido de los Romanos.
Los. V.e2ivianos. sorprele2¿ ia pOSÍCi071 de Ce',ear y
lonian,p99' eavzpamento.—Miéntras los le-
gionarios estaban ent e ramente empleados en sus
obras, empezó llear el tren de bagajes á la .cima
de la colina. Esta era la serial convenida para que
los -Servianos salieran de su emboscada. Habían
estado aguardándolo mucho tiempo, y había sido
grande su contrariedad y su disgusto, al ver una
y otra legion que penetraban en sus tierras antes
de llegar á ellas. Pero cuando vieron todo el
ejército Mmarno delante de ellos, no se desanima-
ron. Confiaron en lo repentino de su aparicion y en
la impetuosidal de su- ataque. César fué cogido
por sorpresa; imposible era espedir á la vez todas
las Ordenes nec e sarias para la organizacion de sus
numerosas huestes. Pero la admirable disciplina
de sus legionarios suplían momentáneamente la fal-
ta del general. Cada hombre parecía que conocía,
como por instinto, lo que debía hacer y de lo que
debía encargarse. Los porta-estandartes corrían á
coger sus banderas, que estaban colocadas en el
campamento; reuníanse los soldados en torno su
- '373
yo: las lineas y los batallones espont'ineamente se
organizaban. Aunque muchos no tenían tiempo de
'coger sus cascos ó de quitar las cubiertas de cuero
de sus escudos, y aunque algunos estandartes es-
taban todavía enrollados, y los matorrales ó setos
que obstruían la comarca, impedían que algunas
divisiones vieran los movimientos de las otras, sin
em argo, en Tucos minutos toda la turba que es-
taba diseminada se ball dispuesta en su com-
plicada órden de batalla. Ea el ínterin, la carga de
los Nervian )s4 había barrido los escuadrones de
caballería Gala, juntamente con los armados á la
ligera que habían atravesado el rio, haeiéndoles
retroceder sobre el ala derecha de los Romanos, en
la cual estaban la 12. a y 17. a legiones. En la iz-
quier da la 9. a y 10. a fueron atacadas p )1. los Atre-
bates, pero auxiliados por la superioridad del terreé
no, rechazaron á sus enemigos fatigados y sin alíen
to. Así castigados y arrojados los Atrebates desde
la cumbre de la colina, repasaron el rio en el mayor
desórden, pereciendo muchos ahogados, persegui-
dos por los Romanos y obligad )s á reanudar el
combate en la otra orilla. Al propio tiempo el cen-
tro Romano que constaba de la 8. a y 11. a legiones,
resistió la carga de los Veromanduos y encerraron
sus acometedores en la parte del llano entre el
-declive del frente y el rio que habían cruzado tu-
multuosamente, sobre tolo su. retaguardia.
El conflicto iba así tomando mayores propor-
,ciones sin un resultado decisivo para ninguna de
las partes, cuando un movimiento de los Nervianos
por la derecha cambió repentinamente la faz de
los asuntos, El rillmero superior de sus fuerzas les
permitía tener en jaque á los Romanos con sólo
1111:1 1)11' 41( 1, de. ""(1 , Si",)11 se,.

-J1 Li:e1):) con


J,,;1 :,1C•.,,:1:11(c.1;()

furia í 11 colina sobro la cual se wía el campa-


mento. En la cumbre de ésta se bailaba la caballe-
ría de Cé;ar, que había sido rechazada desde el
otro lado del rio y estaba descasando y fornprIndo.
se de nuevo; pero, tí la vista de los Nervianos, vol-
vió oti su primer p:Inico y huyó por segunda vez
sin sostener siquiera una escaramuza. Entre tan-
to, los vas:rajoros y soldados que ocupaban el cam-
pamento, al cual aún no había llegado la reserva,
habían seguido al ala izquierda, con la esperanza
de tomar parte en el saqueo (le los Atrebates, cuya
confusioii en el primer ataque parecía irreparable;
y cuando volvieron la cabezay . contemplaron los
Nervianos Ln posesion de sus obras, exclamaron
que todo estaba perdido, y ' se dispersaron en todas
direcciones. Al mismo tiempo, la caballería que los
Treviros enviaron para z-)uxiliar César contentos.
por creer perdida la batalla, abandonaron el cam-
pamento, precipitadamente, extendiendo por todas
partes las buenas nuevas /le que se habían apode-
rado del campamento romano y de que Labia sida
por completo derrotado el ejército de los invasores.
1-929ni9IewIc Telitp-o del e»rcito roi7ano.----Cásar ha-
bla seguido al ala izquierda; pero aún quedaba
un momento para reanimar el valor de las legiones
de la derecha, bast ndole una mirada para conocer
en momentos críticos lú comprometido de su situa-
cion Inmediatamente se lanzó al lugar del peligro.
casi rendida la duodécmalegi, íos hombres
luchando por no perder sus banderas, muertos la
mayor paree dolos centuriones y porta estandartes
empezando á reinar la desesperacion entre los que-

sobrevivían, y huyendo un gran 'rimero de las
das. Los Nervianos iban concentrando sus grandes
fuerzas en derredor de ellos y repetían el ataque
con una energía creciente.
En tal entreno, los esfuerzos personales del
general decidieron la salvacion aquel dia. Supo
que la reserva hacía esfuerzos supremos por acu-
dir en su auxilio; pero para mantener su posicion
impedir una dispersion inmediata, era preciso
:ctender las líneas para que su gente pudiera ha-
cer uso de sus armas, ejecutando la maniobra de
colocar las dos legiones espalda con espalda (espe-
cie de cuadro).
c ésar pelea en, las filas.—Bien sabia César que
su deber, como general, era no exporkerse en la
1)atalla, pero en dicha ocasion tenía que prescindir
de todo y pelear en la primera fila, confundido con
.sus soldados. Cuando le vieron medir sus armas
cuerpo á cuerpo con el enemigo, armado de un es-
cudo, que arrancó á un soldado de las filas poste-
riores (1), cuando le oyeron arengar á sus centu-
riones (2), llamándolos por sus nombres y pelean-
do entre ellos como un igual, adquirieron nuevo
vigor, obedeciendo con entusiasmo todas las órde-
nes que él daba, y obrando hasta por instinto, no
necesitándose más que minutos para despejar un
espacio, en el cual las dos legiones pudieron ex-
tender sus filas y colocarse en posicion de prestar-
.se mrituo apoyo y defénsa (2).

(I) Compárese la conducta del Mario en la batalla con los


Teutones, Plut., Mar., 20.
(2) Compárese Suet., Jul., 62: «Inclinatam aciem solus
scepe restituit, obsistens fugiéntibus retinensque singulos, et
contortis faucibus convertens in hostem: et quidem aleo
Sdra.re el eierpeito 2 . onzano por la llegada de la re-
serva.—Así• colocados los Romanos, podan soste-
nerse al m6nos por atTun tiempo contra el número,
y fuerza de sus enemigos. Los Nervianos hacían
poco uso de proyectiles á larga distancia: confia-
ban en su gran fuerza y estatura, y deseaban aca-
bar con un enemigo á quien individualmente se
creian superiores. Pero la fria intrepidez del te-
naz legionario , unida á su habilidad en el ma-
nejo de la espada, dispuesta para el tajo y la esto-
cada, y de buen temple, valía por dos comba-
tientes en la lucha, cuerpo á cuerpo, respeto del
Germano , cuya pesada cimitarra embarazaba al
soldado y hacia que fuesen pesados y lentos su
movimientos. El. ligero Romano, mirando por enci-
ma de su escudo que llevaba unido al pecho, atraía
las miradas de su gigantesco enemigo , en tanto que
él por debajo le atravesaba el vientre, y miéntras te-
nía suficiente espacio para hacer uso de sus ar-
mas, su actividad y destreza en la esgrima le ha-
cían casi invencible. Al cabo apareció la reser-
va en la cumbre de la colina, y al mismo tiempo
',alieno, en el ala izquierda, habiendo perseguido
á los Atrebates hasta la cima de la posicion ger-
mana y ocupado su campamento, notó desde arri-
ba el conflicto en que' se hallaba su general y
mandó la décima legion en su auxilio. Un fuerte
refuerzo de tropas, parte de refresco y parte vic-
toriosas, atacaron vigorosamente la retaguardía y

rumcru p tropidos, ut aquitiforo moranti se cuspide sit commi-


natus alius in manu returentis reliquerit signum.» Y. Tam-
bien Lucano, VII, 576:
«Praffl-nonet ipse acies, impellit terga suoru m.
Verbere converses cesantes exeitat hast.»
-- o
los flancos de los Nervianos. Entónces reaparecie-
ron en el campo los fugitivos y trataron (le borrar
la . mancha de su rebeldía por medio de nuevos es-
fuerzos. Los heridos y los moribundos bacíanlos
Cambien supremos porinco r porarse, apoyándose en
sus escudos para continuar luchando contra el
enemi g o. Al fin lograron los Romanos asegurar la
victoria, pues por doquiera renacían el valor y la
confianza. Sin embargo, la resol.ucion de los Ner-
vianos fué hasta lo último irrevocable. Eran cele -
brados como los más bravos entre los Belgas, que,
eran á su vez los más valientes entre los Galos, no
habiendo nunca. sostenido su reputacion tan bien
como en aquel cija fatal. Su el p gio se ha inmortali -
zado con el testimonio escrito de su vencedor: y
los Romanos recordaron por mucho tiempo, y ja -
más dejaron de reconocer su extraordinario va-
lor (I).
8021, derrotados las. Arervianas. y set nIciori casi des.-
truida.—Pero este recuerdo de sus anti?mas haza-
lías fué desde aquel dia el monumento principal de
su nombre y de su historia, pues la derrota que en-
Unces experimentaron aniquib; á la nacion. Casi
todos sus combatientes perecieron en aquella
tan fatal jornada. Los ancianos y las mujeres que
habían quedado en lugares retirados y seguros,
fueron de cornun acuerdo á solicitar la clemencia
del vencedor, enumerando las pérdidas de su tri-
bu. «De seiscientos senadores» dijeron, «todos los
hemos perdido á excepcion de tres; de sesenta mil

(1) Las autoridades que hablan de esta gran batalla, son:


César, B. G., II, 19-2,7, Liv., Epit., CIV. Cws., 20; Flor>
III, 10: Dion, XXXIX, 3; Oros., VI, 7.
an, sólo qi,e 'tan quinientos.»
trato E 1 1s que sobrevivieron con compasion,.
1„- conredi r) el lil)re uso de sus territorios y pro
delen ler sus débiles restos contra la malevo-
lenca de las vecnas tribus.
ob,cer ly(ci 9 ii ps crilicq8 militares sobre l(z concluct(t
tç a 9 . narracion de César, que es una guía
interesante é instructiva de todos los trámites y
t 'eticas de su política en la Galia, es, por regla
general, tan concisa y se extiende tan poco en los
detalles técnicos, que confunde los militares.
críticos que se dedican estudiar el arte de la
guell. a. Sin embargo, es muy difícil persuadir-
nos de que. en esta célebre batalla, en la cual estu-
vo tan expuesto ser destruido, fuese cogido com-
pletamente por sorpresa, sin que hubiera tomado
las precauciones de un consumado capitan. Había
inrild Ido que se adelantaran sus escoltas en las
primera, horas del dia, y quiz por algunos deser-
tores de su > fuerzas avanzadas, habrían sabido los
Belgas el sitio en que se proponía levantar su
campamento por la noche (1). Cuando llegó al pun-
to que él intentaba ocupar, áu n mandó ir caballe-
i. la, 6 inlante ría ligera á despejar el territorio que
ten laante su vista, pero dichas fuerzas le servían
de tau poco ó por mejor decir, cumplían con tal
abandono que dejaron pasar desapercibido un bos-
que al parecer corta distancia de sus líneas, y
que ocultaba °,11 todo el ejército enemigo. Al mismo
tiempo permitir; á las tropas que dejaran amonto-
nadas sus armas para proceder al levantamiento
de sus trincheras, c01110 si estuvieran enteramente

(1) B. G., II, 17.


- 379 —
seguros. Si no podía tener conalar iza en su caballe-
ría gala para perderla de vista, al ménos debía to-
mar la precaucion de mantener sobre las armas
gran parte de sus fuerzas para protejer á las de-
i miéntras esta*an fiera del campamento. Se-
gun su relato, parece que despreció este punto, y-
confió demasiado, ora en su creencia de que el ene-
mil; estaba todavía léjos, ora en la defensa natu-
ral del rio, 1; un cuando él confiesa que su profun-
didad sólo era de tres piés. La rapidez del ataque
de los 1).rbaros ft-,S probablemente mayor de lo que
él había calculado; pero creemos que exajera la
confusion en que se hallaron sus mismas fuerzas,
y que, al ménos las legiones de Labieno, en el ala
izquierda, no estaban desprevenidas para un ata-
que (1).
Redu(Tion, de log 4 diutImeas .—El resto de las
fuerzas belgas, huyó durante la prolongada resis-
tencia de los Nervianos, traslaEndose á sus diferen-
tes moradas y esperando cada cual, que le llegara
su vez para recibir la recompensa. Los Aduatucos,
que no habían tomado Parte en la batalla, fue-
ron los primeros sobre quienes cayeron los Roma-
nos (2). Sus fuerzas estaban en plena marcha para
unirse á los ejércitos combinados de sus compa-
triotas, cuando supieron la desastrosa derrota. Pero
confiaban en lo fuerte de su posicion principal, y
desafiaron á los vencedores á dirimir la contienda
por la fuerza de las armas. Abandonando todos los
pueblos y lugares abiertos, reunieron sus habitan-
tes con sus bienes muebles en un punto determi-

(1) Preces des Glzerres de Cdsar, p. 45.


(2) César, B. G., II, 20, 32.
:;1)
iadO, en la meseta de la cumbre de una escarpada
montaiia, d()Ien:lida por tres puntos por la misma
naturaLma, y por el cuarto por una doble muralla
ccoastruida en lo alto de una pendiente suave (E.
Esta tribu descendía de la guarnicion que los Gira-
habían dejado en aquella parte del país cus-
todiando sus ocultos despojos l'tntes de partir á su
funesta expeaicion á Italia (2). De seis mil hom-
bres que eran, había aumentado la poblacion diez
veces y de ella diez y nueve mil eran solda-
d3s. Desnrecian lo las tribus intermedias. marchó
César directamente contra las trincheras de sus
iMs osados enemigos. Preparó tranquilamente sus
mliquinas y torres para el asalto cuyo uso des-
conocían la mayor parte de los Belgas. Los sitia-
dos se reunieron en sus murallas, confiando ciega-
mente en su fortaleza, y preguntando con mofa el
objeto de unas m:tquinas tan enormes y tan pesa-
das, y c rno una nacían de en anos (pues la peque-
a, estatura de los Italianos siempre fué asunto de
burla para los b d'hatos del Norte) podía moverlas
para dar ufi asalto. Los Romanos no replicaron, pero
acabaron sus preparativos y aplicaron sus fuerzas
mecánicas hasta poner en movimiento las torres,
que dominaban la parte superior de las mura-
llas Lelgas Los sitiados declararon, sobrecogidos
de pánico, que tos Dioses mismos peleaban al lado
de los invasores, y no les preocupaba ya otra idea

(1) D'Anville ve en Falais un lugar que conviene con es14


(lescrpcion: otros d'een que es N Imur. Mlnnert (II, 199) fija
ta extension del. plís de los Eburon gs desde el Eselldi al Mona
y coloca sus fortalezas en lis cercanías de Maestricht; al paso
que Wahkenaer de-muestra que lo n9is probable 03 que sea
Tougres (Geographie des Gaztles, II, 283), -
(2) Cesar, B. G., II, 29.
381
que la manera de entrar en tratos con su invenci-
ble enemigo. Estos únicamente pedían que, en caso
de que, como esperaban, tuvieran que entregar sus
armas, fuesen protegidos Contra sus vecinos. Tales
eran entre las tríbus galas los sentimientos de
desconfianza, las recíprocas envidias y el recuer-
do de las injurias que mútuamente se inferían.
Este, zL no dudarlo, fué el secreto de la precipita-
da disolncion de la formidable con federacion que
los Belgas habían formado- á principios del ario.
César les otorgó lo que pedían, y los exigió las ar-
mas. Arrojaron desde sus murallas tal número de
ellas y de armaduras que se dice lle o-aban hasta lo
alto del muro; pero habían alimentado sus cora-
zones un rayo de esperanza, y se reservaron bas-
tantes de las mejores, que escondieron en un lu-
gar seguro. El ejército romano fué , pues, admitido
dentro del recinto, y la plaza se rindió formal-
mente.
Severo castigo de esta traicion. —11abie n do por
este medio logrado al parecer su principal intento.
el pro cónsul se iba preparando para abandonar el
país y extender sus escursiones tí otros distritos.
Sac- sus tropas de la fortaleza y pasó la noche en
su campamento. Los Aduatucos cogieron entónces
las armas que habían ocultad), y dirigi eron u n vi-
goroso ataque contra las trincheras romanas que
esperaban no encontrar tan bien vigiladas como
antes. Pero el general estaba ojo avizor. A los pri-
meros indicios del peligro, los soldados estaban ya
en sus puestos, y despues de un encarnizado cho-
que prolongado p^r la desesperacion de los 1,)-(; rba-
ros, y la conciencia de su culpabilidad, quedaron
victoriosos los Romanos. Al siguiente dia ,
382
,L eiktrar Cesár sin resistencia cala ciudad, y vea-
, inj u riada tila j estad de la RepL'iblica, vendien.-
io G Jiu° esclavos el resto de la tribu.
S uwisimi, fieiieíal de las tr3u,s belgas. Los Es-
tados que queJaban, se deshacían en ofertas de
samisioa que parecen haberse aceptado con condi-
ciones Cienes de cumplir. Es de suponer, (11e César
les exigiera la entrega de sus armas juntamente
in garantías bastantes para garantir su fidelidad;
p 1. (9 les dejó que poseyeran libremente sus tierras
y consen aran sus leyes. Confiaba en la influencia
que Irabian poco á poco ejercido en ellos las cos-
tumbres romanas, en los consejos de los emisarios
que mandó á residir entre ellos, y en el prestigio
del nombre de la República en su marcha política,
para que en poco tiempo se habituaran á un estado
e completa dependencia.
Eiivía (J'ésa/. á OPUSO para exigir la sumision de
I gg irb7)us del iVoroeste.—Hasta despues de la gran
derrota de los Nervianos en la que todas las fuer-
zas de César habían estado comprometidas, nopudo
fl_andar ni una sola legion, ;'1, las órdenes de su jó-
I-C1I lugarteniente, P. Craso, hijo del Triunviro,
para asegurar la sumision de las tribus que liabi-
tal,lan las costas del Canal Británico más allá de las
Locas del Sana (I). Entre ellos estaban los Lexo-
y ios, 1.3s Unellos (2), los Curiosolitas y los Osismios.

(1) Cwsar, R. G., II, 34.


(2) Unelli, n'o& Cotent:n: Osismii, cUsd. Finisterre: Curio-
mod. Cl,mirsault,des,l. Costas del Norte: Veneti mod. Va-
mies des. NIorbilt Lexo-v-ios es, por conjetura, una leccion .
de Lesuvios, nombre desconocido. Ocuparon una parte de la
costa de Calvados. Los Aulercos pertenecian al Maíne y al sur,
de Normandía, los Rhedones de Renne en Bretaña. Marinen II.
I, 149, etc. Compárese C€sar, B. a, III, 9, 11, 17, 29, VII, 75-
383
En. la costa meridional de la Armorica, habita-
ban los Venenos, que eran la más formidable de to -
das las naciones de que se componía la division Oc
cidental de la poblacion Kymri de la Galia. Estos,
en union de los Aulerc s, Rhedones, Caruntos, A p -
dos y Turonés, ocupaban todo el espacio compren_
dido entre el Sena inferior y el Bajo, Loira y al pa.
recer estaban estrechamente unidos entre sí, mién -
tras que, al propio tiempo el recuerdo tradicional
de un origen coinun hacía que mirasen con senti-
miento y simpatías la suerte de los Belgas de la par.
te oriental. No se tornaban tanto interés en los ne-
gocios del Sur, y parecía que no estaban muy fami-
liarizados con la naturaleza del dominio extranjero
que los Eduos habían, no hacía mucho tiempo, pe-
dido para la Galia. El proconsul se daría quiz ?i, por
contento, con impedirles que prestaran auxilio 11
los Belgas, y consideraba como un reconocimien-
to manifiesto de su superioridad la entrega de
algunos rehenes. Los Carnutos, los A p dos y los
Turones, cuyas comarcas eran la llave de toda la
region septentrional del Loira, fueron los destina-
dos á soportar la carga de sostener al ejército ro -
mano, que durante el invierno estuvo acuartelado
en sus tierras.
Retirase César á Italia durante el invierno. Ha--
hiendo de este modo asegurado las extensas con-
quistas que había hecho en esta afortunada cam-
paña, se trasladó César á la Galia citerior, corno en
el otorg o anterior lo había verificado (l). Fijk su re-
sidencia en Lucca, en la frontera extrema de su
provincia, desde donde se puso en comunicacioll

(1) César, B. G.. Il,


con sus aini .os de Rama, y le rodeS un numeroso


séquito de adictos y de clientes. El Senado, no obs-
tante su hostilidad y su envidia, fué deslumbrado
por el brillo y la gloria de sus conquistas, ó no
pudo contener el ter rente de las aclamaciones po-
pulares, y decretó una accion de gracias por quince
Bias en conmemoraci on de sus triunfos, cuya du-
racion excedía á, la de otras fiestas anteriores de la
misma naturaleza.
Conzparacion, entre los Romanos y los Galos consi-
derados bajo el punto de vida mi/it ar.—Las campañas
que hemos narrado en las anteriores paginas y en
las que so libraron una larga série de reñidas bata-
llas campales, sugieren algunas observaciones
respecto de la naturaleza de los crin L. en que
César y sus -veteranos alcanzaron sus laureles.
l‘liéntras que en los consejos de los Galos reinaba.
la desunion por las muchas envidias y rivalidades
que existían entre ellos y por su manera indepen-
diente de hacer la guerra, tun despues de haber
entrado en la alianza, los Romanos disfrutaba n la
ina preciable ventaja de que una sola cabeza dirigie-
se un ejército disciplinado y se ejecutasen las órde-
nes con una unidad de accion como si fuera un solo
hombre. p, Senado le otorgó facultades ilimitadas
en la administracion de su provincia, y los recur-
sos que podía arbitrar por contribuciones ó saqueo
eran por lo general suficientes para poner en pié
de guerra tantos soldados cuantos él pudiera reclu-
tar ó dirigir. Por otra parte, las prendas persona-
les de los Galos, su valor y fuerza corporal, eran
al menos iguales á las de sus enemigos; su estatu-
ya y corpulencia eran individualmente -superiores,
un cuando carecían de aquella robustez y sufrí--
— 385
miento que, en esta época, tan nota}ilemente distin-
guía á los naturales de la Europa meridional (1).
En cuanto al clima del 'país en que tuvo lugar la
guerra, poca sería la diferencia de un punto á otro.
Es verdad que los Galos pelearon en su propio
suelo y bajo su mismo cielo, con un invierno más
riguroso y más húmedo en todo Tiempo que aquél
á que estaban acostumbrados los habitantes de la
parte meridional de los Alpes; pero los hábitos y la
disciplina (' el soldado romano le hicieron tan in-
vulnerable contra los miasmas ó exhalaciones de
los pantanos y el cambio (S la privacion del ali-
mento como contra los rigores del calor y del frio.
En toda su campaña de la Galia, no hace ,alusion á
la existencia de enfermedades en_ sus campamen-
tos; y si bien es cierto que sus filas tambien proce-
dían de reclutamientos hechos en la parte meridio-
nal c1( la Galia, sin embargo es digno de observarse
que el legionario romano parece que rara vez sufrió
las epidemias que se desarrollan en los campamen-
tos, y que en las guerras modernas son más temi-
bles que la espada del enemigo (2).
Efectos físicos del clima, alimentacioi y hábitos
de disciplina. Las ventajas que se atribuyen á su
•••■•■••••■••••••■•••■•■••■•••.'

(1) La formacion de las legiones de César se tratará más


particularmente en otra ocasion; sus soldados eran en su ma-
yor parte ciudadanos romanos de las provincias de la Galia
en ambos lados de los Alpes. Estas podrían ser oriundas de las
provincias romanas ó galas. El desprecio manifestado por los
Belgas por su pequeña estatura es otra prueba de la gran va-
riedad de razas entre los habitantes de diferentes puntos de
la Galia.
(2) Las tropas de César acuarteladas en las cercanías de
Brundisium, en el otoño del año 705, padec i eron la enfermedad
de la costa de Apulia; pero aquéllas se componían en gran
_parte de reclutas de los puntos septentrionales de la Galia,
M ERIVALE. TOMO I. 25
3S6
alimentacion, :; sus h:fl)itos y á, su manera de ves-
tir es cuestion que merece mlís atencion de parte
de los i-isilogos de la que al parecer se le ha pres-
tado. Y no se diga para explicar esto que carecían
de bebidas fuertes alcoUlica,s, pues los alimentos
á que no se está habituado ó que se totnan con ex-
ceso perjudican al soldado quizá, tanto corno la em-
briaguez, y los ejércitos Wxbar s que penetraban
con frecuencia en Italia se gastaban por su manera
de -vivir desordenada y caprichosa. Además, los
rurales del Norte se ha notado que pueden soportar
malos los rigores de un invierno crJdo que los na-
cidos en más benignos climas (1) . Cria los en el
centro de la zona templada, los Italianos no se
acobardaban ni por el exceso del calor ni por el ex
ceso del frío. De complexion robusta y al mismo
tiempo de flexibilidad en sus miembros, pasea')an
los estandartes de la, R,epl'iblica, por toda el Asia y el.
Africa sin contraer enfermedades, al paso que an
la Argelia perecen á millares en la actualidad los
Franceses, y las calenturas diezman los regimien-
tos británicos en las Indias orientales y occidenta-
les (2).
gét9do romano de pelear. En el campo, los Galos
casi carecían de táctica ó de recursos artificiales.
Pero miéntras las armas de fuego han suministra-

(1) Es una observacion muy oportuna que los soldados ita-


lianos en la campaña de Napoleon ea Rusia sufrierou ménos
por el fr lo qu(i los alemanes.
(2) El recuerdo que Ciáudio tributó á la memoria del abuelo
de fionorio podía haberse aplicado á ellos mismos por muchos
de los legionarios Romanos:
«Ille Caledoniis posuit qui castra primis,
Qui medios Liby sub casside pertulit lestus.»
Claud., VII, 26.
tr)
387 —
do al talento y á la disciplina ventajas extraordi-
narias, antes de esta invencion podían los brIrbaros
medir sus fuerzas con un ejército regular más bien
que en los tiempos modernos. El número y el vigor
de las cargas 'de los Galos eran casi irresistibles
aun para los m .,Is fuertes batallones. Era costumbre
emplear la caballería para resistir el primer choque
de la batalla; pero áun éstos raras veces podían
hacer más que contener ligeramente ó retrasar
su impetuoso ataque. Despues de hacer uso del pi-
-mm , el legionario únicamente podía, replegarse
sobre las últimas filas para rehacerse, y pronto
se -veía precisado guardar el más riguroso órden
de batalla por el peso de las masas acumuladas, y
al ordenarle sacar su espada, no podía manejarla
con . Con la infantería moderna, cuanto mas
cerrado es el círculo nv:Is mortífero es el fuego de
sus armas y más segura la direccion de las bayo-
netas. En tal apuro, las largas picas de la falange
eran una defensa formidai4e para la infantería ma-
c edónica, pero dicha arma era demasiado embara-
zosa para el uso ordinario, y jamás la adoptó el
activo é independiente Romano, que depositaba
toda su confianza en la espada. En tales casos el
general confiaba en su caballería ligera (1), cuyo
ataque brusco y retirada no ménos rápida confun
* (Han y desordenaban al enemigo, rompiendo y des-
trozando con frecuencia las masas sobre las cuate
cargaban. El inminente peligro de los Romanos en

(I) No había, propiamente hablando, distincion entre la


ballería ligera y la pesada en los ejércitos romanos (Guischnr('.:,
Mem. III, 4?), wro la montura de aquélla. segun nues-
tras noticias, debía ser la que determinaba dicha denomi-
nacion.
— •ISS
la batalla con los Nen ianos naciA de que su caba--
lleria no pudo replegarse después de su primera car
ga, ni librar en parte, por este medio, las legiones
de la creciente presion de la infantería belga. Todo
soldado romano necesitaba un espacio de tres pies
para poder manejar lihremente sus armas. Pero
cuando por un momento quedaba un espacio en
claro, la legion extendía su línea, nuevamente y
separaba sus batallones. Entánces cada hombre
p )(lía esgrimir mejor su espada y luchar por sí solo
con un adversario, coloc lndose, en guardia é hi-
riendo su desnudo cuerpo con la punta ó con el
filo de una hoja del In:s delicado temple.
Inferioridad personal de los Ger2m9os.—Al paso
que la legion romana llevaba protegidas sus cabe
zas, pecho y espaldas por planchas de hierro, los
Galos estaban imperfectamente equipados de armas
defensivas, y áun las despreciaban el carácter
abandonad y jactancios o propio de rtacion 11). De
consiguiente, cinndo encontralian I un enemigo
con suficiente firmeza para resistir su primer cho-
que, tenían pocas prol abilidades de salir victorio-
sos en la lucha cuerpos cuerpo. La obstinacion con

) Tilierry afirma que los Galos se resistieron mucho tiem-


po á usar armadura de defensa como una innovacion indigna.
No hallo autoridad expi esa que ha y a constar esto; pero T.
vio (XXII, 46: XXXVIII, 21) pinta á les Galos peleando desnu-
dos, y áun desnudándose para el combate. En tiempo de
Luis XIV se hizo necesario expedir repetidos decretos para
prohibir á los oficiales franceses que a' rejaran sus armaduras
al 11( gar al campo de batalla. El motivo, quizá en ambos casos,
era en partee la vanagloria y en parte la indolencia. Probable-
mente la costumbre de usar al madura entre los Gales no se
extendía más que á los nobles. Sus yelmos, que generalmente
eran las pieles de cabezas de animales, sus petos, cotas de ma-
lla y los adornos cen que se cubrían, los describe Diodor.
Sic., V, 30; Varro, L. L., 1V;- Strabon y otros. Compárense Clu-
vier, Gern. Ant., 1.
— 339
que peleaban y el valor con que mantenían su
puesto, hm no teniendo ocasion de volver golpe
-por golpe, no servía rnas cine para aumentar el nú•
mero de las víctimas. La gran desigualdad entre
el número de los muertos de cada parte en estas
batallas es muy comun y característica en las
guerras antiguas. En las luchas modernas la ma-
yor carnicería la ocasiona la artillería, que puede
menudo ser empleada casi con igual precision y
resultado por 'imbas partes, hasta que decidida
superioridad de una, se decide tambien la victoria
por el avance general de sus filas. No hay razon,
sin embargo, para dudar que las victorias de los Ro-
manos sobre los Galos se ¿onsegnían en muchos
casos con pérdidas insignificantes como confiesan
los mismos vencedores; al mismo tiempo es evi-
dente que los muertos del enemigo generalmente
se calculan por meras conjeturas, sin que se haya
intentad o siquiera contarl
Campaña cae Garba C21 el Tralais O'émr .—Cuan-
do César abandonó lá Galia ulterior par su provin-
cia Cisalpina, no dejó ociosos á, sus soldados. Acos-
tumbrarse á un ejercicio constante, encontrar nue-
vos objetos para satisfacer sus deseos y difundir
por doquiera el terror de sus armas, eran motivos
más que suficientes para nuevas y no provocadas
hostilidades. Algunas tri -Jus situadas en las vertien-
tes del alto RMano, no se habían agregado á, la
Nemigracion Helvética. Aún existían sus ciudades,
y su riqueza, cualquiera que fuese, permanecía
todavía intacta. César mandó zi su lugar-teniente
Galba á que ocupara los territorios de los Nantua-
tes, Veragros y Sedunos, con la duodécima leg ion.
y con un cuerpo de caballería. Esta region se ex-
:t90 -
tendí" desde et lago Leiu,In liztta las m:ts
(' cordilleras de laos Alpes, que comprenden los dis-
tritos de Chablais, en Saboya, y el Valais ó valle
del RóJano Superior. La posicion do los Seducios
puede todavía determinarse por el nombre de Sitten
que era quin el punto donde se hallaba situada su
ciudad principal. Octoduru s, capital dolos Veragros
ocuparía el lugar en donde este, situada la ciudad
-noderna de Martigny, pues era considerada como
una posicion importante para la defensa del paso
de los Penninos, siendo uno de los principales ob-
;etos de esta expedicion el asegurarlo. Hemos vis-
to que el camino erdinat.io de los ejercites roma-
nos para la Galia era el de la vía Aure lia, por la
costa marítima, bastante directo, mientras las
relaciones de la República allende los Alpes se li-
mitaban la Provenza y tí las ciudades del Medi-
i. err,Ineo, pero muy largo y pesado para las ope-
raciones en las regiones septent rionales de la Galia.
César se arriesgó en una ocasion á atravesar el
paso de los Alpes Cottianos, con el fin de' llegar
más pronto al Saona; pero este experimento le con-
venció de la inseguridad de dicha ruta, y deseaba
dominar una linea de cornunicacion más cómoda y
int's segura. El paso del Gran San Bernardo, los
Alpes Peninos de los geógrafos romanos eran fre-
cuentados ya por el comeDcio, los mercaderes
vencerían probablemente la hostilidad de los natu-
rales en cambio de negras cotas de malla. Pero los
salvajes montaneses miraban con m¿s respeto la
proximidad de los ejércitos romanos á, sus solita-
rias fortalezas y estaban dispuestos á disputarles,
cada pulgada de sus formidables gargantas.
Ocupa d Ociodurus.—Galba se apoderó de Oda-
— 391 ----
durus, que se hallaba dividida en dos partes por el
Ródano ó por el pequeño rio Drave. Aband mó
los naturales una cuarta parte de la ciudad, pero
ocupa) el resto con. sus propias fuerzas, y se puso á,
fortificarla con un dique y murallas. Así asegura--
do, no necesitaba ya nada más que provisiones, y
las exigió á los naturales Por vía de tributo, El
valle en que esta situada la ciudad era muy estre-
cho y cercado por elevadas y áridas montañas, de
modo que producía muy escasos frutos. La mann-
tencion de un ejército únicamente podía procurar-
se abrazando un rádio muy extenso, y la pobla,-
cion del país respetaba poco las órdenes de un
intruso á quien apenas habían visto. viese pues
obligado á mandar dos cohortes para forrajear, y los
Galos, envalentonados por lo escaso de la guarni-
cion, se reunieron con todas sus fuerzas en las altu-
ras próximasy acosaron á los Romanos con repetidas
salidas de sus lugares de refugio. Estaban tan ir-
ritados contra sus invasores, porque les habían
exigido en rehenes á muchos de sus hijos. Tam -
bien sospecharon que el pretexto de abrir el cami-
no era sólo un plan para ulteriores designios, y
que se pensaba en ocupar su ciudad de un modo
permanente.
Vése Galba obligado á abandonar la ciudad y á sa-
lir del país con sus tropas. —E1 general romano lle-
gó á alarmarse seriamente por estas demostracio-
nes hostiles, para las que no estaba preparado.
Todavía no había reunido bastantes acopios para
poder sostener un sitio, 'ni tampoco estaban termi-
nadas sus trincheras. Convocó un consejo de guer-
ra, en el cual propusieron muchos abandonar de
una vez la ciudad y abrirse paso, como mejor pu-
29-2
tras de las 'úurbas que iban ea aumen-
tov que les ro(leaban. Pero prevaleció la opinion
de que era tod tvía demasiado pronto para re-
currir ‘t't medidas tan desesperadas; la retirada de-
bería guardarse para el último extremo; el arte y
la disciplina debían suplir al número y á los prepa,
rativos. Sin embargo, esta determinacion no dió
otro resultado que c)star los Romanos mayores
pérdidas, pues pronto se convencieron de que sus
defensas no eran bastante solidas para resistir á
los sitiadores, los cuales mantenía n una lluvia
constante do proyectiles sobre la guarnicion al paso
que iban llenando el foso con escombros y troncos,
y destruían, con hachas y piedras las empalizadas
y obras de mampostería. Muchos Romanos habían
ya sucumbiílo, y la defensa empeza',)a á debilitarse;
ofwiales de valor acreditado expu sieron en t s más
apremiantes y ern-Srgicos termin OS la necesidad de
una retirada. Galba cedió á, sus exipiencias, y una
salida repentina juntamente con el valor de los le-
gionarios, así que pudieron venir á las manos con
el enemigo, bastó para sembrar la confusion entre
los Galos, y obligarlos á retirarse á cierta distan-
cia. Pero considerando (alba, que había ido al páis
para albergarse ea cuarteles de invierno y no á
pelear, y escaseando a la vez las provisiones, de-
terminó volver de nuevo á la Provincia, é incen-
diando su campamento, verificó su retirada sin
oposicion, atravesando el país de los Nantuates
hasta la frontera de los Alóbroges. Esta fué la es-
cusa que el mismo César di i) por el evidente desca-
labro de su lugar-teniente (1),

cips., B. G, 1-6, Dion, XXXIX., 5; Oros. , VI, 8.


3:3
Tmstornos e», el .¿Vo • oeste de Gdli q . (ario 698 de
la C., 56 a. d. J. C.) --C é sar exajera, sin duda el
descalabro que sufrieron los lArba,ros, hasta el
punto de considerado como una gran derrota, (1), y
citarlo entre los triunfos obtenidos por sus armas
y que redujeron - á, las naciones galas. Esta paci-
ficacion decantada de la Galia le proporcionó oca-
sion de visitar laIliria, la re;) .ion m distante del
vasto territorio confiado á, su cuidado. Cualesquie-
ra que hubieren sido sus proyectos en aquel dis-
trito, no tenía tiempo para llevarlos á cabo. Las
guerras de la Galia conservaron la paz en Iliria.
De repente, y cuando al parecer mayor seguridad
había. estallo una sedicion vasta ps)r todas las tri-
bus de Armorica, recientemente subyT •adas, al
mismo tiempo que el aspecto de los ne r ocios en
otros puntos del país exigían la mayor vigilancia
y actividad de parte del procónsul. P. Craso estaba
al frente de una le7ion acuartelada en. el país de
los Andos. Su territorio no podía suministrarle las
provisiones necesarias, y despachó oficiales los
distritos próximos para exigir las contribuciones
indispensables. Los n'ellos (2), Curiosolitas y más
especialmente los Venetos, la m'is poderosa de las
tribus del Noroeste, estaban ya cansados de sufrir
estas requisas. El último pueblo de los citados era
célebre por su poder marítimo, tenía bajo su fé-
rula muchas tribus de la costa, y la echaban de

(1) Orosio declara tambien que los Veragros perdieron


treinta mil homlv es.
(2) Esta nomenclatura la adopta Mcebs de la version
griega de los comentarios y las ediciones de Aldus y Steplia-
nus. Oudenclorf bi Eusebios en los mejores M, S. S.; pero delio
nombre es desconocido.
% t -

1,.1)iles en el arte de la guerra, vana,glorindose


con sus gravdes proezas, por mas que todavía no
baldan ditinguido nunca con un igual á ellos.
Los T'e eP).5 yoderan, de algunos oficiales roma-
nns.—Apodenronse, pues, de das oficiales roma-
nos, la amenaza de retenerlos en garantía por
Tos rehenes que ellos habían entregado al proci'm-
sul. A su instancias tambien otras tribus se apo-
deraron de, los comisarios enviados de los cuar-
teles romanos. Hal)iendo convencido {1 sus clientes
y dependientes que hicieran causa coman con
ellos, propusieron :r! Craso la devolucion de sus re-
llenes a cambio de i n s oficiales de que se habían
apoderado de este modo. Cmso no tenia bastante
fuerza para castigar este insulto, y lo puso sin
demora en cinlocimiento de su general.
Usi-794 se _p7'ep7ra atacar7oç coa j'w(rzt7s navales.
Auresur se el pl'octSn--4u1 á trasladarse al lugar de
la accion, y resolvió atacar a los Venetos en su
propio elemento; pues sus fortalezas, defendidas
por en-s enadas y marismas, apénas eran accesibles
por tierra. En vista de . esto, dispuso inmediata-
mente la construccion de una pequeña flota en la
desembocadura del Loira, y fueron reclutados en
gran número para este servicio los remeros del
Wdano y del Mediterrl;neo. Exhortó á sus legiona-
rios 11 que se embarcaran y les arengó pintándoles
la perfidia del enemigo que había violado la ley 'de
las naciones, apoderándose de las personas de sus
embajadores, como él llamaba á. los comisionados
cautivos. Los Venetos, por su parte, activaron los
preparativos para hacer frente al ataque, é invo-
caron el apoyo de toda la parte marítima desde la
desembocadura del Loira á la del Ruin.
— 395
Su poder maKiimo ys?1e5. fj vaitcle,s alianzas.—Las
naciones estaban preparadas para este llamamien-
to. Los Osismios, los Lexovios, los Xamnetes (1), los
Ambiliatos, los Morinos,los Di ablintas,losAlenapia-
nos, todos se unieron á, la gran confederacion ma-
ritima. Apareció entónces por primera vez el nom-
bre de los Bretones en los anales de la historia ro-
mana, pues los Venetos sacaron tambien buques y
hombres de la costa opuesta del canal (2).
Cesar toma SUS' medidas para impe ir que loes . Rel-
gas y A gmitanos. entren ev, rapidez y las
proporciones con que cundió el espíritu de sedi-
cion por la mayor parte de las naciones, convencie-
ron á César de lo falaz que era la confianza que
tenía en la sumision que había seguido á su úl-
tima campafia. Era preciso, no sólo hacer frente al
enemigo armado, sino redoblar la vigilancia para.
impedir la rebelion en otros distritos (3). Envió ;-'1,
Labieno con algunos escuadrones de caballería al
país de los Treviros, centro de las tribus belgas,
que era el punto por donde los Germanos podían
intentar cruzar el Rhin, y die) á Craso instruccio-
nes para impedir cualquier alianza entre los Aqui-
tanos y los insurrectos. T. Sabino, con tres legio-
nes, fué encargado para cortar las comunicaciones
entre la parte oriental y occidental de la confede,-
racion é impedir el progreso de las levas entre los
Lexovios, Unellos y Curiosolitas. Ultimamente,
Décimo Bruto fué nombrado para mandar la gran

(1) Namnetes, mod., Nantes : Ambiliati mod Lamballe,


1{a be, in Cus. Diablintes (Aulerci). la parte Noroeste de
Maine.
(2) Caes., B. G., III, 9.
(3) CTS., B. G., III, 11.
— :;
nri laJa que se es 4-a l )a formando parte con gale-
ras recien construi,la , y parte con buques de
los Pictones y Santones, las únicas tribus de la
costa que aún estaban sumisas al procónsul. Esta
flota recibió ('‘r,lelles para navegar con direccion
á las costas de los Venetos, miántras que César
avanzaba, por tierra h 'Tia el mismo punto al frente
de un numeroso ejt e rcito.
Irácticl„ de l os. Ven,eto,․).— Los Venetos
tenían gran confianza en la naturaleza de sus po-
siciones fortillcadas, que se hallaban generalmente
en promontorios y pmínsulas formadas por sus
costas, y la marea dia,ria mente dejaba aisla-
das del continente. Era casi imposible sitiar de un
modo regular estas fortalezas. Los Romanos acos-
tufnly. aan atacar las ciudades , dirigiendo tor-
res contra sus murallas; pero aquí las mareas pe-
riódicas, ó harían imposible su construccion, ó des
truirían pronto su base. Por otra parte, el dominio
del mar facilitaba las guarniciones el proveerse
de nuevos soldados y municiones de boca y guerra.
Si, despues de todo, los sitiadores con inmenso
trabajo lograban construir grandes malecones en
estos brazos de mar, y desde terraplenes levanta-
dos al nivel de las murallas se preparaban á atacar
las fortalezas, podían, en último extremo, las ga-
leras de los Venetos recojer hasta laspuertas y
Llevarse consigo la guarnicion y el botin. La in-
sisten cia de un gran temporal que retuvo anclados
los buques romanos duHnte la mayor parte del
verano, contribuyó (1 que los Venetos conservaran
su superioridad por el mar. Indudablemente debían
mucho á la posesion de los puertos y á su conoci-
miento de la costa; sin emba rgo, César parece ad-
— 397
mitir la superioridad de sus marineros en destreza
y audacia. Las diferencias que había en la cons-
truccion naval y en la táctica adoptada respectiva-
mente por ámbas partes, parecía compensaban las
ventajas que en otro sentido existían. Los Venetos
usaban buques de más ancha base y nis alto bor-
do que los de los Romanos (1); su construccion era
tambien más sólida. á fin de poder fesistir los im-
petuosos vientos y oleajes del Atlántico. Por otra
parte, sus velas eran ordinarias y hechas de pieles;
apenas se servian de los remos, y sus movimien-
tos eran mucho 'Tris pausados que los de los bu-
ques de sus rivales. Pero cuando una vez choca-
ban, el buque Veneto era tau pesado y tan sólido,
que resistía el choque del espolon de las galeras
romanas y era su puente bastante alto para colocar
á sus combatientes en posicion ventajosa.
Los Romanos ii la victoria »a¿;a1.—
yran,
Es cierto que los Romanos consiguieron apoderar-
se de varios fuertes de los Venetos; pero toda la
tribu se hizo á la vela y bogaba de una á otra pla-
ya. Preciso se hacía dar á la campaña una sulu-
cion por medio de una prueba de'isiva de fuerza
naval. Los bárbaros no habian reunido ménos de
doscientos veinte buques, con los cuales se hicie-
ron á la vela desde la embocadura del ilorbillam
para salir al encuentro á la armada romana man-
dada por Bruto (2). El almirante romano empleaba

(1) Strabon (IV, 4) sigue á César en su narracion de este


pueblo. Véase tambien á Ilion., XXXIX, 40-43.
(2) Si el principal punto fortificado de los Venetos era la
moderna Vannes, debe ser una excepcion de la eleccion que ge-
neralmente hacían respecto á lugares para sus atrinchera-
mientos. Las tradiciones L'cales designan como el punto don-
le hallaba el campamento de César, desde donde observaba
398
largas pitrtigas armadas con garfios para cortar
las velas y los olwnque de los buqu 1 s enemigos.
Las posadas velas prontamente _dieron Con los
m:Istiles en el pues te, llegando de este modo á ser
ingernables. Mras fueron cogidas y atraidas
alta mar, donde estaban expuestas á, las repetidas
embestidas de los expolones de las galeras del ene-
migo, impelidos contra ellos con toda la fuerza que
los remos podían comunicar. S aún con esto no
conse,„nrían echailJs á, pique, los rodeaban varias
galeras la vez, que eran mas ágiles y lijeras y
se aposiera -Jan de ellos eRtrando al abordaje. Los
Galos no pudiendo resisi,ir este sistema de ataque,
quisieron huir, desplegando sus velas al viento;
pero una calma repentina les pi iv(5 hasta de este
iultimo recurso. Los agresores, moviéndose con li.–
ji.nieza en derredor de aquellas pesadas é indefensas
masas, las atacaron una por una y sólo la noche les
impidió llevar á cabo su total destruccion. La pér-
dida de los Venetos fué terrible. La totalidad de su
fuerza naval había quedado destruida en una sola
prnaia. Llevaba la flor de su juventud, su noble
za y su seriado, que se había embarcado precipita

la lucha marítima entre Bruto y los Venetos (III, 14), el espa-


cio que media entre la punta de Quiberon y el promontorio deo
Rhays (Dasu, Iii,s.torta de Bretailz, I, 33), en cuyo caso podía
suponerse que la ciudad de aquel pueblo estaba en las inmedia-
ciones. Pero un ing naioso ensayo ea las Memorias de la-Socie-
dad de Anticuarios, 325 (año 1820), parece probar que la ciu-
dad en cuestion est.í si tua la en el fondo d31 golfo de Morbiham.
Un viento N. E. hub ; era sido favorable para el viaje de la flota
Romana desde la embocadura del Loira y para el de los Vene-
tos que partieron de su espacioso puerto para salirles al en- .
cuentro. La calma que siguió en el centro del dia, se dice que
ocurre ordinariamente en el verano después de soplar un vien-
to N. E. por la mañana. El combate Se verificó probablemente
fuera de la ciudad de Sarzeau.
— 399
idarnente para huirdel enemigo que avanzaba
que estaba tan c e rca ya do su. cicalad que podía
presenciar el combate naval de s de la playa.
Sionision y cruel castigo di? las . T7eni?los.—E1 resto
se apresuró lí someterse á la obediencia; pero no es-
taban en el caso de pedir con'ticiDnes, y César,
obrando sin remordimionu, con arreglo los inhu-
manos principios ele los anti g uos, pasó por las
armas á los Senadores que sobrevivían y redujo al
pueblo á la esclavitud. Asegu:ró que los b:,trbaros
habían infringido el derecho internacional, y ven-
gó de un modo torri'de los agravios inferidos ;'t los
ladrones, á quienes él llamaba sus embajadores (1).
Son subm(ii?as d3 nuevo lqg trtb?cs 'de Norman-
día.—La campal:1a de T. Sal}ino contra los Unelios
y sus vecinos nos proporciona algunos detalles
acerca del estado z't que redujeron el Norte de la
Galia las últimas guerras. Por una parte, su temor
á César y su opinion sobre su capacidad y su suerte
era tal, que los nobles y el Sonado de algunas tri-
bus no se aventuraron á secundar el grito popular
de guerra (2), y el pueblo se alzo contra sus jefes
y los asesinó; por otra, el país estaba lleno de
hambrientos y desesperados bandidos , hombres
que todo lo habían perdido, de carácter fiero é in-
tratable, dispuestos á unirse ó 11, promover cual-
quier empresa atrevida y sanguinaria. Estos ban-
didos salían de varios puntos de la Galia con el es-
tandarte de un pueblo que había demostrado su
audacia asesinando á sus mismos nobles. El desór-

(1) Caes., B. G., 1II, 16: «Quo diligentius in reliquain tempus


a barbaris jus legatorum conservaretur.»
(2) Caes ., B. G., III, 17.
-1)0
den atraía el des:)rden, y el campo de los Unellos
estaba ocupado par una multitud de salvajes se-
dientos do sangre, que confiab:m en sus propias
rapiñas y (1,,sdolia"ban el rolen y el consejo. La
pradente tJctica de Sabino, que se procuraba, corno
oficial inferior, no compro meter el ejército que se
le había conflad p sin la expresa sancion de su jefe,
Lizo que renaciesen y aumentasen sus esperanzas.
Como el no debía ignora» . los efectos desastrosos
que cle",an seguir á la reunion de estas bandas de
malhechores en una causa coman, esperaba el mo-
mento en que se lanzasen ciegamente á su propia
ruina.. Sin embargo, el descontento de sus propios
soldados le cont .l.ariaba más que el ni' mero ó la fe-
rocidad del enemigo. Viéndose precisado á preci-
pitar los sucesos, envi su campamento algunos
adictos de su confianza con instrucciones para pin-
tarles su inaccion como consecuencia del miedo y
para prometerles un tl. iunfo fácil sobre las indisci-
plinadas y desorganizadas masas de los Romanos.
Los Unellos cayeron en el lazo y se arrojaron tu-
multuosamente al asalto del bien defendido cam-
pamento de Sabino. Sin aliento y cansados por la
misma precipitacion de la carrera, sólo dieron un
débil ataque y fueron vigorosamente rechazados
por los Romanos, que habiéndolospuesto en con-
fusion, arrojando las primeras filas sobre las de
atrás, salieron tranquilamente de sus atrinchera-
mientos y los vencieron con poca resistencia. Los
Galos, así derrotados, pasaron de la confianza ex-
trema ; rt la desesperacion y se rindieron sin la más
leve resistencia.
Campara de P. Craso en A quitania.—Miéntras
ocurrían estos sucesos en el Norte, el jóven Craso,
— 401
deseoso d3 honores, dirigía sus tropas al
1
(10
los Aquitanos (1). Las tentativas que los Romanos
habían hecho hasta ahora para subyugar aquella
parte de la Galia habían sido infructuosas. En Aqui-
tania habían asesinado un diputado algunos amos
lntes y se había perdido un ejército, habiéndose vis-
to obligado á retroceder un procónsul con mengua
del nacional orgullo. Craso sacó refuerzos de las
ciudades de la provincia romana, Tolosa, Narbona
y Carcaso, siempre dispuestas á auxiliar todo lo
que fuera extender hasta las tribus vecinas (cuya
libertad envidiaban) el yugo á que ellas estaban
sujetas. Los Sociates (2), antiguos enemigos de la
República, fueron los primeros á quienes atacó.
Este pueblo había aprendido la táctica romana de
la guerra en las luchas que habían 'sostenido con
las legiones, y ahora defendían sus fortalezas con
minas y contraminas, en cuyos trabajos eran hábi-
les á causa de la prictica que habían adquirido con
la explotacion de sus filones de cobre. Pero preva-
leció la firme perseverancia de los invasores, y los
Sociates se avinieron á entregar sus armas con tal
de que se respetasen sus vidas y propiedades. Su
rey Adcantuannus se negó á tomar parte en esta
capitulacion, rodeado solamente por un puñado de
fieles servidores que, con arreglo á una costumbre
existente en aquella parte de la Galia, se habían con-
sagrado por medio de un voto á su servicio perso-
nal. Llevaban en su país el título de Soldurios (3);

(I) Caes., B. G., III, 20.


(2) Sociates, mod. Atre y Sots. Mannert, IV, I, 137.
(3) César, B. G.. III, 22. A. esta circunstancia se refiere
Athenaus (VI, 54) citando á Nicolás Damascena, que traduce la
voz Soldurius por e6xcattlaToç Drumrnann, III, 269.
MERIVALE.-TOMO I.

102
eran admitidos gil, vivir con su jefe en con ione s
de igualdad é intimida,I, eran tam l áen obseluiados
en su mesa y participaban de todas SUS diversiones
y comodidades. En cambio se comprometían á vivir
y morir p or él, defenderle, como una guardia de
corps en la batalla, y si sucumbía, a no sobrevi-
virle. Tan sapirado era este voto, que se dice no
se dió el caso de que lo quebrantase ni un solo pro-
feso. Por consiguiente, cuando Adcantaannus ma-
nifestó su resolucion de morir ántes que entregarse
como lo habían hecho el resto de sus e >nciul ada-
nos, este fiel cuerpo estaba dispuesto á lanzarse
con él contra el enemigo y hallar la muerte á su
lado. Pero siendo fácilmente rechazado por el nú-
mero superior de sus contrarios, se arrepinti5 de su
resolucion el jefe Mrbaro y pida) por su vida al con
quistador.
GnRigme lr szonivion de aquella prole de la CM-
/ie.—Desde esta tribu avanzó el general romano
contra los Vocates y Tarusatas (1), cuyos recursos
habían aumentado con los refuerzos que les ha-
bían mandado de Espaúa, y su confianza, afirmada
con la presencia y consej ) de muchos oficiales que
habían adquirido su experiencia militar en el cam-
pamento de Sertorio. Su táctica, por lo tanto, era
opuesta á la que hasta enUnces habían seguido
sus cunciudanos. Fortificaban un campamento al
estilo romano y esperaban al enemigo para ata
carle, aprovechando ocasion oportuna para reti-
rarse cuando les faltaban provisiones. Craso se vió
obligado á, arriesgarse á dar un asalto, en el cual

(1) Vocates, mod. Bazadois: Tarusates, Marsan.Man—


nert, IV, I, 133, 138. .
403
obtuvo pócos resultados. Pero los Aquitanos habían
descuidado la defensa de la puerta situada en la re-
taguardia de su campamento, cuya falta fué opor-
tunamente descubierta por los Rol, anos, penetran-
do un cuerpo escoj ido á través del campamento,
miéntras que la atencion de los defensores estaba
fija en otra direccion, siendo tomada la posicion de
los. sitiados y derrotadas sus tropas á consecuencia
de este fatal incidente. Los fugitivos fuer, 11 perse-
guidos por la caballería romana, y de cincuenta
mil hombres, sólo la cuarta parte consiguió llegar
á sus casas. Este triunfo fué inmediatamente se-
guido de la sumision de la mayor parte de las tri-
bus aquitanas. Sólo unos cuantos montañeses sa
negaron á someterse, confiados en lo innaccesible
de sus moradas y en lo avanzado de la estacion.
César castigad los gormots' y lirenapiano,s'.—No fal.
taba rn.‘,;s que la sumision de dos naciones para com-
pletar la pacificacion de la Galia por segunda vez (1).
Los Morinos, «los m .-rls apartados del género huma-
no», corno los llama Virgilio (2), ocupaban la costa,
del mar del Norte, desde los extrechos hasta la
desembocadura del Escalda. Los Menapianos tam-
bien habitaban un país montuoso y de lagunas, en
las orillas del Mosa inferior. En su retiro apartado
y poco envidiable, no habían aún experimentado
estas dos tribus el rigor de la espada romana; pero
habían oído hablar bastante del mal éxito de su
hermanos en los combates sostenidos con los in-
vasores, y acudían á las defensas naturales de su
país, poblado de impenetrables malezas. Despues

(1) César, B. G., III, 28.


(2) Virg., /En. VIII, fin.: «Extremique hominum Morini.»

de la dt rrot (1 1()s Vem+H. veralio tocaba ;'1 su
fin: pero C('I sar determinó castigar toda nacion, por
apartada que estuviera, que hubiese osado entrar
('11 la alianza de las tribus del Norte, y atravesó el
centro de la Galia para un ataque contra
estos l'iltimos enemigos. Los blrbaros se ocultaron
en sus bosques, y los obstáculos que la naturaleza
oponía no se dominaban Cicihnente. Cuanto 'mis
penetraban los Romanos, separando con el hacha
dichos obsticulos, m(ts se oponían á su marcha,
Y perdieron las esperanzas de sujetar este pueblo.
Cuando llegó la mala estacion fué preciso que los
soldados suspendieran su estéril traba:o, y de este
modo, al terminar la tercera campaña de César, los
únicos miembros de la raza gala que conservaban
su libertad, eran las tribus monta/ilesas de los Pi-
rineos y los errantes anfibios del Vahal y del Es-
calda (1).
El procónsul deja acuartelado durante el invierno
su ejército '/ vuelve á Italia. —El procónsul impuso,
como siempre, la carga de que le mantuvieran sus
tropas durante el invierno, á los Lexovios y Arder-
cos, que eran las tribus l'II:timan-lente conquista-
das, miéntras él parcia para Italia, como lo había
verificado en el anterior invierno.

• (1) En Normandía y en el Maine.


INDICE
DE LAS MATERIAS CONTENIDAS EN ESTE TOMO
11•15•1111•11111~11•111~111

Advertencia de los Editores VII


Prólogo de la primera edicion (de los tornos
1 y II) IX
Prólogo adicional de la obra completa XIV

CAPÍTULO I.

Contraste entre el Palatino y el Aventino corno asientos


para una ciudad, 21.—Antipatía de los Romanos hacia
los extranjeros, 23.—S?, ven obligados á hacer una poli-
tica de asimilacion, 24.—Huellas del principio de asimi-
lacion en las leyendas primitivas de Roma, 26.—Lucha
entre los patricios y plebeyos, 27.—El derecho de la-
tinidad y admision de los aliados en Estado roma-
no, 30.—Lucha de los patricios y plebeyos convertida
en lucha entre ricos y pobres; 31.—Decretos relativos á
la propiedad: rogaciones leyes agrarias de los
Gracos, 33.—Los aliados Italianos reclaman la ciuda-
danía romana. Resistencia de los Romanos. Guerra so-
cial. Triunfo de los Romanos, si bien accediendo en
parte á las reclamaciones, 35.—Ojeada retrospecti-
va, 38.—Triunfo del partido popular en Roma, contem-
poráneo de la etnancipacion d n, los Italianos, 39.—Reac-
cion oli gárquica bajo Sila y ascendiente de la política
exclusivista ó política romana, 41.—Aquiecencia,
los Italianos a las medidas politicas de Sila, 43. Las
- X06
uana s. La (a , • (_1 ,-,alpina:

Sicilia y- las.
provincia s D q
demas islas: 1 4:s )alía: y las provin y ias allende los Al-
pes, s p p ov ' Has allende el ÁA.driati(o, 4:-—Re-
).
laciones de 10; sUlldi tos de las provincias con Ro-
ma, 16.—Gebierno de las pro\ incias pa . los pro_cón_
selles, etc., ir,.—injusiicias V (le-,c(ditento de los pro-
vincia l es. 19.—Estalla el dcscoi.-tento en diferentes
puntos, )1.—Insurrecc1o11 de las provincias españolas
en combinacion con el rer:,to del partido mananista.
Sertorius 52.—E11c1a entre Set:torio Pompeyo, 54.—
Muerte. de Sertorio. La insun . eccion dominada por
Pompeyo, :.),-).--Lucha de Mi (ritades con 1-Z(1nm. Su causa
era bien vista por lo's provinciales en Oriente, 57.
Tentativa, de Lúc,ilo para reformar la administracion
provincial. No Os sostenida por Pompeyo. 59.--Origen
de la Confederacion de l,>7-4 piratas (leCilicia, 61.—Flore-
rece ésta, gracias a. la importancia del gobierno pro-
vincial y á la mala, voluntad de las provincias, 63.—
Sumision de los pirata poi Pompeyo, 6 -,.---Incorpora-
cion de los s al Estado romano. No prestan su
apoyo á los ii1ovinllentos de Lepido y de Bruto, 66.—In-
surreccion (le los gladiadores bojo Espartaco secundada
por la mullit'El de (tescontentos de Italia; pero reprimi-
da por no haberlo poi los Estados italianos, 68.—
Corrupcion del Gobierno Romano en el interior. Vena-
lidad y violencia desplegada en las elecciones, 72.—De-
prava(ion de la masa (i_e, la poblacion libre en Roma.
Restos del antiguo espíritu de parsimonia de los Roma-
nos. Superioridad mora' de los Caballeros sobre los Se-
nadores. Fi 1.-Inacion de una clase inedia, 74.—Inmunida-
des tkeales que llevaba Con1-;igo el derecho de ciudad..
Aspiraciones (le los provinciales á la incorporacion>
77.—Ilustracion progr-N si va de, los hombres de Estado de
Roma. Ten lencia tr:Icia una fusion general de todas las
razas (M imperio, 78.—Presentimi(-)nto de una nueva
era. Manifest.lcion contemp,Tánea del Cristianismo y
de la Monarquía. Desarrollo de, la idea de unidad. Su
consumacion con el establecimiento político del Cris-
tianismo, 79.

CAPITULO II.

Las leyes de Sila favorecen la oligarquía, 82. Composi-


cion dP, la, Oligarquía en Roma. Familias ilustres: los
Cornelios y los Eniilios; 81.—Distribucion de los cargos
mas elevados entr o unas cuantas familias, 88.—Quin-
to Lutacio Cátulo, 89,—Lfteulo, 90—Craso, 92.—Pompe---
yo, 95. Emprende Pompeyo una reforma en favor del
407
&den ecuestre. Proceso de Yerres, 9G.—Unese, Pompe-
yo con Craso, utiliza los servicios de Ciceron y da á los
caballeros una parte en los judicia, 99.—Progresos de la
reforma; restauracion de la censura, 100. — Reserva
afectada por Pompeyo. Confiérensele poderes extraordi-
narios por las leyes de Gabinio y de Manilio, 102.—
Marco Tulio Ciceron, 104.—Ciceron, abogado de la Re-
forma, 1( 6.—Sospechas de una conspii acion secreta
contra el . Gobierno,
Mas co Porcio Caton, 109.—
Carácter de los nobles considerados como clase, 113.—
Sn ostentacion unida á la falta de refinamiento, 114.
Fiereza de la nobleza jóven, 117.—Retienen los nobles
en sus manos el mando de los ejércitos nacionales, 119.
—Sus temores y peligros, 121.

CAPÍTULO HL

Julio César, 124. Su parentesco y relaciones con Ma-


rio, de quien hereda la jefatura del partido popular. Su
elevacion de miras, 125.—Es perseguido por los parti-
darios de Sila, 128.—Patrocina César la causa popu-
lar, 129.—Se abstiene de unirse al movimiento de Lepi-
do. Acusa á muchos de los principales nobles, 131.—Es-
tudia César la retórica en Rocías. Efectos del gusto pre-
dominante por les estudios hechos en el extranjero, 132.
—Es cojido por los piratas. Su -\ alor y su buena suer-
te, 134.—Entra César en el palenque de los negocios
públicos y es impulsado hacia ade` ante por los esfuer-
zos de su partido, 130.—Usar desafía la ley Sila, ex-
hibiendo el busto de Mario, 7.—Des empeña el cargo
de cuestor en España, 110.—Consigue César la edilidad;
se enlaza con la familia de Pompeyo por medio de un
matrimonio; restablece los trofeos de Mario y se burla
de la indignacion de los nobles. 140.—Tornan los nobles
la revancha, 143.—César descarga nuevos golpes. Pro-
ceso contra los agentes de Sila en la prw cripcion. Per-
secucion de Pavirio, 145.—La ley agraria de Rulo era
tra arma del partido de Mario, 149.—Crítica posicion
de Ciceron, 152.—Persigue César á Calpurnio Pison:
disputa á Cátulo la dignidad de gran Pontífice y sale
victorioso, 153.—Intentan los nobles complicar á César
y á Craso en la conspiracion, 156.—Lúcio Sergio Cati-
lina, 157.—Sus perversos designios, r,9.—Sus asociados
y partidarios, I50.—IDesculifimiento y represion de la
conspiracion, 161.—Les nobles dejan de complicar á
César y á Craso en la conspira( ic 161.—Los asociados
de Cafilina son coi den- dos á muerte p( r decreto del
Senado, 165.—Motivos y argumentos en pró y en contra
•10)N
de este (lo Teto,1G7. \ T i 1(1..I(),1.(1 (U 10-;' 11(11)1Ps- y (le:(1011-
10111(1 1111(-'1)10, 170.—C,:t1t)11 11101'i 1 1. 1),1 t:t :' TOS
171.—Inclína-“ I Cic‘, 1 ron á ravor del S n,na-
( l o),
1-72 . _Ex t ,i, i va,2,.a 11 tp,..., id
1 : 1, 1,-; (pul prel )ininab III en el
pueblo. Neel l sídad de un q , inteli.;-N neia oriinaly po 'p-
rosa Tu l los gobernw-ze, t7.1.--',:ésar era el nilico hombre
u e podía llenar las la crisis, 173.

CAPÍTULO IV.

Col(')ezie Catilina al frente de lo-; conjurados en Etruria,


177.—S1 derrota, y :nir\rte. 179.—DiferfI ncias entre los
jef del Senado, 1S tr pr.
N tor, Lo nob'eti dejart
entrever sus sospe,('Ilas contra Pompeyo. 182.—César
Is.e propone privar á, Cátalo del honor de restaurar el
Capitolio, wro es d , notad(. 183.—Aba,ndona Pompeyo
la, persecucion de Mitrídates, qu7 forma una nueva liga,
contra los Romanos. K -).—Mitrídates pone término á su
vida por causa de la insurrec,',ion de su hijo Pharnaces,
187.—Triunfos de Pompeyo en Siria y en Palestina,
188.-1-lacen los nobles preparativos para oponers n, á
los desig g ios que se atribuían á Pompeyo, 190.—Popu-
lari ad de Ciceron. 101.—violencia del tribuno Nepote,;
triunfo de los nobles, 193.—Intentan los nobles insultar
á César y se ven obligalos á darle una satisfaccion,
191—Proteje César á Masintha, desafiando con esto a!
Senado, 19G.—Precoz desarrollo y carácter de Clódio,
197.—Profana los misterios de la Bona Dea, 199.—Los
nobles intentan dar al asunto un carácter político. nexo
son burlados por César, .20 J.---Llega Pompe yo á Italia;
licem . ia su ejército y entra (- n Roma como simple par-
tieular, 202.—Se expr-N sa, con gran reserva sobre
negocios públicos, 203.—Proceso contra Clólio; su fra-
caso: despecho de los nobles. Medita Clódio su vengan-
za. 205.—Céslr se encarga del gobierno de una movin
cut, 205.—Burla el proyecto de sus enemigos para rete-
nerle en Roma, 209.—Las provincias romanas en Espa-
ña, 210.—Campaña feliz de César en España, 211.—Su
ad ministracion civil, 213.—Pompeyo apremia al Sena-
do para que ratifique sus actos, 211—Triunfo de Pom-
peyo, 215.—Propone con urgencia la votacion de una
ley wz. raria para cumplir sus promesas á sus vetara-
nos, 217.—Vese, Pomp n yo obligado á desistir de su exi-
pencia, 219.—Sus planes para embrollar los nezocins
públicos, 221.—Descúbrese su disimulo, 223.—Devilidad
de Pompeyo, 221.—Abre las negociaciones para una
alianza con César, 225.—César se presenta candidato
para el consulado y renuncia al honor de un triunfos
409 —
227. Cábala de Pompeyo , César y Craso ; primer
Triunvirato, 229.—Reflexiones sobre el carácter de esta
230.—Muerte de Cátalo, 231.—Obtiene César el
consulado para el año 695, 232.—Propone César una ley
agraria, 233.—Su lucha violenta con los nobles, 231.-1-
Impónese por fuerza la ley al Senado, 235.—Misteriosa
confusion de una conspiracion contra la vida de César.
236.—César obtiene por cinco arios el proconsulado de
las dos Galias y de Iliria, 238.—Eleccion de Clódio para
el tribunado: sus medidas populares, 240.—Renovacion
de la ley Elia Fufia, 243.—Pe l igrosa situacion de Cice-
ron. 415.—César abre negociaciones amistosas que é!
rechaza, 246.—Apela Ciceron á la coinpasion del pue-
blo, 247.—Ap n la despues á, la protec-ion de, Pomp rl yo y
de los cónsules, 249.—Clódio consigue que se adopte
por el pueblo una resolucion que amenaza la se nr i cla
de Ciceron, el cual se retira á un destierro volunta-
rio, 251.

CAPÍTULO V.

Marcha victoriosa de los Galo,, en Eur)pa y en Asia, 251.


—La toma de su ciudad deja una profunda impresion.
en el ánimo de los Romanos, 256.—Continuacion de la
lucha entrrl, los Romanos y los Galos, 257.—Nueva in-
migracion de los Galos en Italia, 257.—Coalicion de los
Galos con los Italianos contra Roma. Triunfo de los RdY-
manos, 258.—Un n,nse los Galos á Anibal, y comparten_
sus reveses, 260.—La Galia Cisalpina, reducida á pro-
vincia romana á fines del siglo VI de la ciudad, 261.—
Primeras relaciones de los ro' alanos allende, los Alpe,s...
Alianza en Massalia. 262.—Mas‘s alia, su posicion y sus=
recursos, 262.—Los Romanos intervienen por primera
vez en los asuntos de los Galos transalpinos, en favolr
de los Masilienses, 201.—Formacion de la provincia
transalpina, 265.—Importancia de esta provincia, 268.
—Origen de 1)s Címbrios v Teutones, 2`39.—Su gran
emigracion hácia, el Sur á principios del siglo VII de la,
ciudad, 272.—Los Romanos intentan resistirles y son
derrotados, 273.—Se vuelven hácia el Oeste; entran en
la Galia y la recorren. 374.—Derrotara á Silano: á Casio
y á Escauro: á Cupion y á Manlio, 275.—Los invasores
penetran en España en vez de hacerlo en Italia, 277.—
Mario se encar g a del mando del ejército, 277.—Su gran
victoria en Aqum Sextine, 277.—Victoria de BerceiL
Destruccion de las hordas invasoras, 280.—Opresion
de la provincia, 281.—Desafa,ccion de los provincia-
les: colócanse al lado de los partidarios de Mari(1
- X10
-■ (I(' Ser tovio, 282. Tiranía de Fonievo: es acusada y
&rendida po p Ciceron, 283.—Lo-; Aló jhrojes envían di--
pillados 11(,1aia para, pedir justicia. Son ganados por
ca l :(3L—IINvehin la conspiracion á Ciceron, 285.
liwratilud (1,1 Senado. In‘•urreeciónanse los Alóbrojes
V ;-zon286.—llellexiones acerca de la lucha
entre 'Romanos, y los Galos, 287.—Fuentes (le nues-
tros‹ concei mi en tk.s concernientes á la etnología de los
Galos, 01y11 ion de la antigua Galia,
Lo ,- Iberos, Los Gálata q , Galos ó Gaels,
Los s, 292.—Teoría de la division de los
Galos eli d,) , , 1 . 1)711 . ;, los Gaels y los kymris, 204.—Evi-
dPneia (ir esIzta vision, sacada de las diferencias fisio-
21:-.).—Evdlucia sacada, de los caracteres mo-
r,t)es y politir)t),-:, 297.—Pre17:uncione5 adicionales en fa-
vor de esta divi,,ion: 'Diferente carácter (le la civiliza-
clon ,(je la de lo , ) K y niris y los Gaels, 208.—Diverso ca-
vete'r del Pt)itid entre los kymris y los Gaels, 301.—
Monumi-Ilt1)s del Duidismo existentes en la Galia, 305.
—IV. Lo ,-,; Belgas scn un pueblo céltico con una mezcla
de. tríbwl terclállicas, 306.—Su carácter y su género de
vida.. 307.—Alguna c.-, de sus tribus penetran en el inte-
rior de la 308.—Hustilidad entre los Galos y los
G.mnanos, 309.—Po1)lacion de la Galia, 312.

CAPÍTULO vi.

Germanos en el Los Suevos, 311 Amenazado-


r1) actitud de lo ,-; Suevos, 315. — Ascendiente de los
u:dues en la Galia central, 310.—Los Secuaneses se que-
jan de ;1 317.—Invitacion á los Suevos a que
les presten apoyo: sacuden el yugo de los Eduos y
.:-1111,en el ni  11:(1c (le las tribus gaélicas, 318.—El Eduo
Diviciaco solicita el auxilio de los Romanos, 318.—
Ariovist,o, Rey de los Suevos, entabla negociaciones con
Roma, 320.—La República determina ponerse de parte
de los Educv,- : , 321.—Los Surnaneses son oprimidos por
sus aliados, los Germanos, 322.—Agitacion de los Hel-
vecios: deciden verificar una emigracion general á la
G al ia, 322.—Orgetobrix, sus intrigas y repentina muer-
te, 324.—Preparativos de los Helvecios, 326: Eleccion
entre dos vías para la Galia, 326.—César permanece en
expectativa en las cercanías de Roma á principios del
ano, 328.—César obandona apresuradarr ente á Italia y
se: une á su ejército en el Ródano. 329.—Los Helvecios
intentan atravesar el rio son rechazados, 331.—El i-
gen el otro camino de la orilla derecha del Ródano, 333.
Alcanza y derrota á los Tigurinos, 336.—Los Helvecios
- 411
desean entrar en negociaciones, 336. Los Helvecios
marchan por el país de los Eduos y son seguidos por Cé-
sar. Desafeccion de los Eduos hacia la República, 337.-
César empeña en una batalla decisiva á los Helvecios y
los derrota completamente, 340.-Condiciones impues-
tas á los Helvecios. Se ven precisados á volver á su país,
343.-Los Galos se apresuran á rendir homenaje al vic-
torioso procónsul, 344.-Sus sospechas sobre usurpacio-
nes de Suevos, 345.-Sostiene la causa de los Galos con-
tra los invasores, 346.-Rehusa Ariovisto las bases de
reconciliacion, propuestas por el procónsul, 347.-Rom-
pe César las hostilidades, Pánico del ejército romano,
349.-César celebra una conferencia con Ariovisto, 351..
Batalla decisiva entre los Romanos ylos Germanos, 353.
-La Galia queda libre de los Suevos, 356.-Composicion
de las legiones de César, 356.-Reputacion militar ad-
quirida por sus tropas, 358,

CAPÍTULO VIL

Reseña del estado de la Galia, 360.-Los Romanos afirman


su influencia sobre los Secuaneses, 362.-Confederacion
de las tribus Belgas contra los invasores, 362.-Princi-
pio de la guerra: segunda campaña de César, 364.-Los
Belgas atacan la posicion de César sobre el Aisne; pero
son d e rrotados con gran carnicería, 365,-1Ieduccion de
los Suesiones, 367.-Sumision de los Bellovacos, 368.-
Sostiénense todavía los Nervianos y algunas otras tri-
bus, 369.-Los Nervianos sorprenden la posicion de Cé-
sar y toman por asalto su campamento, 372.-Inininen-
te peligro del ejército romano, 374.-Césarpelea en las
filas, 375.-Sálvase el ejército romano por la llegada de
la reserva, 376.-Son derrotados los Nervianos y sun a-
cion casi destruida, 377.-Observaciones criticas mili-
tares sobre la conducta de César, 378.-Reciuccion de lose
Aduaturos, 379.-Severo castigo de esta traicion, 381.-
Sumision general de las tribus Belgas, 382.-Envía Cé-
sar á Craso para exigir la sumision de las tribus del
Noroeste, 382.-Retírase César á Italia durante el in-
vierno, 383.-Comparacion entre los Romanos y los Ga-
los, considerados bajo el punto de vista militar, 384.-
Efectos físicos del clima, alimentacion y h hitos de dis-
ciplina, 385.-Método romano de pelear, 380.-Inferiori-
dad personal de los Germanos, 388.-Campaña de Galba,
en el Valais. César, 389.-Ocupa á Octodurus, 391.-
Vése Galba obligado á abandonar la ciudad y á salir
del país con sus tropas, 391.-Trastornos en ef Noroeste
de Galia, 393, Los Venetos se apoderan de algunos ofi-
412
viales romanos, César se prepara á atacarlos coit
fuerzas navale, 39 I. Su poder maríti1110 y sus grandes
alianzas, 395.—César toma sus medidas para impedir
que los Belgas y Aquitanos entren en la liga, 395.—Tac-
tica militar de los VenPtos, 396.—Los Romanos ganan
una gran victoria naval, 397.—Sumision y cruel castigo
de, los VPn(N tos, 399.—Son subyuzadas de nuevo las tri-
bus de Normandía, 399.—Campe aria de P. Craso en Aqui-
tamia, 400.—Consigue la sumision de aquella parte de
la Galia, 402.—César castiga á los Morinos y Menapia-
nos, 103.—El pro-cónsul deja acuartelado durante el in-
vierno su ejército y vuelve á Italia, 404.
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