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Historia de Los Romanos Bajo El Imperio T1 - Carlos Merivale
Historia de Los Romanos Bajo El Imperio T1 - Carlos Merivale
DE LOS
CARLOS MERIVALE.
Tersion castellana (de la última y reciente echen inglesa) anotada y continuada
hasta la calda del imperio
POR
A, GARCÍA MORENO.
TOMO I.
MADRID
F. GÓNGORA Y COMPAÑÍA, EDITORES.
Puerta del Sol, núm. 13.
1879
•
ES PROPIEDAD DB LOS EDITORES.
retrato
tet'e's nacido de la eom pela il'ería
n ac ionales que, exlibe. Las s(i . i(! de„-;de Catulo
y
Lúculo hasta M. Aurelio, puede decirse que están
completas. -No existe, quizA, uno del numen) to-
tal de hombres de lstado y guerreros que jueguen
un papel importante en un período dado, cuyas
dotes morales no nos hayal conservado como de
relieve los historiadores y biégrafos que nos que-
dan. A estas celebridades políticas puede añadir-
se una lista, algo menos completa, de hombres
de letras en cuyas obras, aun conservadas, po-
demos formar una clara idea de sus hábitos socia-
les é inteligencia, y pintar los caractéres de Hora-
cio, Lucano y Séneca, Tácito, Juvenal y Plinio
el mayor y el jóven, casi con tanta exactitud
como los de César y Pompeyo, Augusto y Tibe-
rio. Conociendo las primeras inteligencias de
una edad es como únicamente podemos con ver-
dad medir, por decirlo así, el espíritu de la mis-
ma, y, bajo este concepto, creo que tenemos
casi tan buenos medios de entrar en la. época de
Augusto y de Trajano como en cualquier perío-
do moderno anterior á nuestra generacion y á
la de nuestros inmediatos predecesores. Nopo-
demos estudiar con la misma seguridad el ca-
rácter de otras épocas de la antigiiedad.
Tales son las razones en que fundo la opinion
de que podrá ser bien acogida una Historia de
los Romanos bajo el Imperio, la cual vena á au- t'
mentar los ya ricos almacenes de la literatura
inglesa.
CAPITULO 1.
(1) Apino, Bello Civille, I, 49; Veleyo, II, 17. Los principa-
les actos legislativos por los que se extendió á los Italianos el
derecho de ciudad fueron; la lex Julia (año 664) y la lex Plau-
tia Papiria (año 665). Pero el progreso real de la emancipacion
fué más lento que se supone generalmente. Suscitáronse mu-
chas dificultades á los indivíduos que querían ser alistados en el
censo; para adquirir la ciudadanía de la metrópoli era necesa-
rio abandonar la ciudadanía local. Algunos Estados declinaron_
este honor. Véase la profunda nota de Duruy, Hist. des Rom.,
II, 213, y á Niebuhr; Lec. sobre la hist. rom.,
Concordancia amp liando.—Mommsen, ob. cit., I, 387.
nas 328, 332, 352, 357, etc., y VI, p. 71. (N. del t. v., pági-
(2) Salust., Bell. Catil., 6. T.)
(3) Cic., pro Baby), 31.
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hace resaltar el contraste de la fnlitica humanita-
ria y liberal de los Romanos con la pueril rivali-
lidad y con el exclusivismo de los Griegos (1).
«¿Cuál fué la causa de la ruina de los Lacedemo-
nios v de los Atenienses, á pesar do su valor guer-
rero, sino la de alejar de sí á los vencidos conside-
rándolos como extraños?» (2)
Triunfo del partido murar en Roma contempo-
ráneo de la emancipacion de los Italianos. Por más
que los nobles hubieran accedido á las pretensio-
nes de sus contrarios sobre el punto capital del de-
recho de sufragio, se empeñaron en mantener su
superioridad. 17,n un principio procuraron limitar
la preponderancia de los nuevos votantes, restrin-
giéndolos arbitrariamente á un corto número de
tribus (3). En medio de la violencia de las guerras
civiles, durante las cuales eran violadas las más
sagradas prescripci mes de la Constitucion, no po-
dían mantenerse largo tiempo tan odiosas distin-
ciones. En el primer triunfo del partido popular,
se apresuró su jefe á recompensar Con la abolicion
de aquéllas los servicios de los Italianos. Franqueó-
(1) Apiano, Bel. 4fithrid, XXII: OtS p.6\incr ltt -r7jcs Ocaácrau
Izs&TOUV &XX& 7,710" Hpocy.wv gitc. «No dominaban sólo en los
mares de Oriente, sino en todos los que hay aquende las co-
lumnas de Hércules.»
52 —
Insurreceion, de las provincias ety a7tolas c22, com-
binacion CO21 el resto del partidom arianista . S ertoriv,s.
(Ano 663 de R.).-Sertorio
- era un Sahino de nace-
miento y ciudadano romano que se había distingui-
do en las campanas de Mario contra los Cimbrios, y
despues con gran éxito y gloria en Espada (1). En
la guerra civil se adhirió al partido popular y par-
ticipó del gobierno con Madi() y con Cinna. Su mo-
deracion y su desinteresado patriotismo contras-
taban ventajosamente con los principios egoistas
de sus colegas; su nombre no se manchó con el
crimen de sus proscripciones. Despues de su muer-
te, desesperó de resistir con éxito á la aristocracia
reanimada bajo Sila, y no teniendo confianza en el
car á cter de Mario el jóven, abandonó la defensa de
la causa popular y se retiró á Hspafia (2). Los pro-
vinciales fatigados que parecía estaban ganados
de antemano su causa, le recibieron como un li-
bertador de la tiranía del gobiern ) proconsular
que ahora se identificaba con el reinado de Sila y
de la nobleza. Pero la energía con que procedió el
dictador para sofocar la insurreccion fué irresis-
tible. Los rudos bárbaros fueron incapaces de ha-
cer frente á las legiones de veteranos, y Sertorio
huyó precipitadamente á Cartago-Nova, y desde
allí pasó á Africa. Las provincias españolas vol-
vieron en poco tiempo á la obediencia, mientras
(1) Plut., Cras., 8-12: App., Bell. Cart., 1, 116, 121. Flo-
ro, III, 20, los fija en el número de treinta.
(2) Parece que había desertado del ejército, había sido co-
gido después y vendido corno esclavo, si es que hemos de dar
crédito al lenguaje violento de Floro: «De estipendiario Thrace
miles, de milite desertor, inde latro, dein in honore virium
gladiator.» (Flor., 1 .e.)
(3) Los pastores de las montañas de la Apulia (Véase Luca-
no, IX., 182) eran una clase de hombres que se hallaban fuera de
la ley, y desesperados y dispuestos siempre á secundar cual-
70—
tres años que Espartaco consiguió hacer frente á
todo el poder de la República, la importan.cia de
ej ércitos se estimó sucesivamente en 40.000 r
sus
en 70.000 y en 100.000 hombres. Estuvo en plena
posesion de las provincias meridionales de la Pe-
Diusula, saqueó muchas de las principales ciuda-
des de Campania, y tal) muchas quintas y ha-
ciendas de las montañas de Sabinia (1). Consiguió
brillantes victorias sobre Casinio y sobre el pretor
Varinio, pero en el apogeo de sus triunfos no se le
ocultaba la debilidad real de sus recursos, y esci.,
taba á sus compañeros á escaparse por la parte de
los Alpes y marcharse á sus hogares de Galia y de
Tracia, á cuyos paises pertenecían casi todos (2).
Pero el saqueo de toda Italia parecía á aquellos
desdichados fácil empresa, y era una perspectiva
demasiado tentadora para renunciar á ella en la
primera embriaguez de la -victoria. El Senado se
alarmó entónces de un modo sério, y mandó dos,
cónsules, Gelio y Léntulo, con fuerzas considera-
bles para hacer frente al coman enemigo (3). Pero
aún no había llegado el peligro á toda su grave-
dad: ámbos cónsules fueron vergonzosamente der-
rotados. Depúsoseles de sus cargos y se nombró á
(1) Cic., de Of., I. 41; II., in Ver., V. 18; Liv. XXI, 63:
«qucestus omnis patribus indecorus visus.»
(2) La gran masa de escritos oficiales estaba confiada en
un principio á esclavos ó á hombres libres que no pertenecían
á la clase de los ciudadanos. Niebuhr. Hist. de Roma, III,
— 76
p olíticos que veían claro, que este órden era el que
formaba la fuerza real de la nacion, y que á ma-
el
nos de esta aristocracia del dinero era donde
curso natural de los acontecimienios había de traer
el gobierno. Un honrado hombre de Estado, aman-
te de su patria, podía esperar, con ayuda de su in-
fluencia colocar la República sobre una base nue-
va y permanente; el aventurero que no tenía más
que móviles °pistas, podía unirse á él para el
triunfo de sus intereses con la esperanza de hallar
-en este órden instrumentos para sus propios fines.
El curso de esta historia nos mostrará cómo los
principales jefes de partido se apoyaron sucesiva-
mente en esta clase, y el importante papel que
desempeñó para convertir á la República en una
forma de gobierno monárquica. El advenimiento
de esta clase media, hostil á la vez á los que se ha-
llaban encima y debajo de ella, y resuelta á domi-
narlos á todos igualmente, fué en el interior el
principal elemento de esta revolucion poderosa.
La ojeada que más adelante echaremos sobre las
provincias nos hará descubrir una segunda fuerza
paralela, cooperando en el exterior con la primera,
y destinada á formar la otra base principal del co-
loso imperial.
Inmunidades fiscales que llevaba consigo el derecho
de ciudad. Aspiraciones de los provinciales á la in-
MERIVALE.-TOMO I. 6
CAPÍTULO
l
milias que llevaban el mismo nombre, tales como
la de los Co r ellos y la de los Emilios, las cuales
sólo se distinguían entre sí por el cognomen ó el so-
brenombre. Así, por ejemplo, entre los Cornelios se
guían las familias de los Escipiones y Cin-
nas, la de los Silas y la de los Léntulos (2), mién-
trasque los Emilios llevaban los sobrenombres de
Lépiclos, Escauros ó Paulos. Las casas plebeyas se
fundaban en el mismo principio, y eran, desde una
épeca remota, mucho más numerosas. La nobleza
propiamente dicha, se componía en realidad de to-
dos aquellos que, segun el termino legal, habían
sido ennoblecidos por el hecho de que sus antepa-
sados hubiesen ocupado magistraturas curules (3).
Pero Apiano confiesa que los caballeros no valían más que los
Senadores (Bell. Civ., I, 22).
(I) Cíc., L a Verr, 8. «Cum prwtores designatisortirentur
et M. Metello obtigisset, ut is de pecuniis repetundís qu2e-
reret.»
— 100
acusado. Amedrentado Yerres por las poderosas in---
fluencias que contra él se acumulaban, se confesó
culpable y se condenó voluntariamente á un des-
tierro; pero el orador llevó su persecucion hasta.
publicar la série de discursos que había preparado
para acusarle, en los que refería y consignaba el
largo catálogo de sus maldades y concusiones. No
podían ocultarse ni atenuarse estas infamias, y el
Senado renunció á un debate en el que encontra-
ría muchos y poderosos adversarios áun en su pro-
pio seno. Pero reprimidos por un momento sus in-
veterados vicios, quizá á causa de la publicidad.
que se les daba, no fue, sin embargo, ion gran cor-
rectivo la nueva constitucion de los Tribunales. Ni
la siguiente conducta de Pompeyo, que pechó por
tierra las medidas y reformas llevadas á cabo por
Lúculo en Asia, ni el carácter de su colega, á quien
parece eran completamente indiferentes el honor y
la justicia, no permiten suponer que su política
estuviese inspirada en un sentimiento de justicia.
ni de humanidad. La opinion pública continuaba.
alentando el reto más descarado á la moral en el
tráfico que con el enemigo se hacia en las provin-
cias. En el ano siguiente, vemos á Ciceron defen-
diendo á Fonteyo contra las acusaciones á causa de-
las quejas de los Galos, con tal audacia/té insinua
cion, que dejaba ver fácilmente el artificio del abo-
gado. Pero los caballeros dieron con la reforma un.
paso importante y útil para sus intereses. Satisfízose.
una necesidad política, y la clase media de los ciu-
dadanos se coaligó y formó un cuerpo firme y com-
pacto, y que tenía conciencia de su unidad y de su
fuerza.
Progresos de la reforma; restauracion de la cen-
— Vil
*s'uva . Al mismo tiempo, el generoso auxilio de
Catulo y de otros nobles impulsó á los Cónsules
á efectuar una reforma de verdadera utilidad pú-
blica: restablecieron el cargo de los censores des-
pués de un largo intervalo que había estado va-
cante ó suprimido do hecho; y los magistrados nom-
brados, L. Gelio Publícola y Cn. Cornelio Léntulo,
comenzaron á ejercer sus funciones corno en los
mejores tiempos (1). Asignaron á Catulo el distin-
guido puesto de princeps ó presidente del Senado.
Hicieron tambien una rigurosa inda,gacian acerca
de los medios con que contaban y de las cualida-
des de los miembros de este alllo cuerpo, del que
fueron arroyados hasta sesenta y cuatro senadores,
ya como indignos por sus costumbres y por su ca-
rácter, ya como incapacitados por su escasa fortu-
na, para cumplir los deberes conforme á los deseos
y á las aspiraciones de los primeros tiempos. Estos
actos públicos son importantes para mostrar el es-
píritu de la época y el sentimiento creciente de
la necesidad de reformas administrativas, y ar-
rojan mucha luz sobre la política circunspecta y
pacífica que caracterizaba á Pompeyo, el cual con-
tinuó ejerciendo toda u influencia en la opinion
popular, cuando aún era evidentemente un jefe de
la. oligarquía. Con sus insinuantes atractivos y
modales, con su digno porte y su simpático sem-
bl,nte, poseía medios seguros de cautivar la ad-
miracion de sus partidarios y servidores, de los li-
tigantes y áun de las personas que por casualidad
le encontraban; pero sus colegas le temían, sus
(1) Cic., pro leg. Man. 12. «Tantum bellum... Cn. Pompe-
ius extrema heme apparavit, ineunte vere suscepit, media
estate confecit.» Mutare() reduce el período de la actual guerra
á tres meses (Pomp., 28). Liv., Epit., XCIX; cloro, III b, y el
autor de Va:r. ilustr., 77, reduce este tiempo á 40 dias.
104--
Oriente (1). Otra vez temblaron los nobles ante el
poder que ellos mismos habían creado; otra vez Ca-
tulo v otros, que eran los más sábios y prudentes
de eron á esta acumulacion de
su partido, se opusi
honores; pero Pompeyo gué sostenido por la voz
unánime de los ciudadanos y por las Intrig a s de to-
dos sus amigos y adictos en el Senado, por el mis-
mo Craso y César, que -veían con satisfaccion esta
violacion de los principios constitucionales. Conta-
ba además con la elocuencia de Ciceron, que comen•
zó entónces el vasto edificio de su fama y de su
popularidad, y se hallaba resuelto á que su fortuna
siguiese la estela de la del gran conquistador.
Marco Tulio Cicerone (a. 648. de la C., 106. a. de
J. C.) El mérito de haber trazado la única línea
política propia para mantener el ascendiente de las
antiguas familias romanas, pertenece á Pompeyo;
pero el desarrollo y la energía que el talento y la
sagacida 1 de Ciceron infundieron á estas miras,
parece que le designan como su patrono y repre-
sentante. Combináronse varias circunstancias para
prepararle á aceptar el papel de campeon mo-
derado de la aristocracia. Como hombre nuevo,
vástago de una familia ecuestre del oscuro muni-
cipio de Arpinurn, era objeto de celos por parte de
los nobles, que jamás habíanpermitid ) á un indi-
viduo de la clase á que pertenecía Ciceron elevar-
se hasta los mis altos cargos del Estado, siguiendo
el curso ordinario de las cosas. Sin embaroio un b 7
(1)
(1) Cíc., ad Att., II, 7. «Megavocchus hme sanguinaria ju--
ventus inimicísima est.» Los térrninos más dulcesque
q l ei—
s d
rige cuando habla del pasajero
pasajero afecto que en ocasion la,
nes de una parte. excitaban la violencia en la otra.
ocurriendo. por tanto, frecuentes choques v cone-
xiones que no bastaba la policía para doininarlos:
suspendianse con frecuencia las elecciones causa a
(1) Salust., Bell. Cat., 19: «Nos eam rem in medio relin-
quemus.»
158
mentaba extravagantes ilusiones y fomentaba la
prodigalidad y los vicios de una juventud desen-
frenada. Tenía , sin embargo , mucho valor perso-
nal,probado en juveniles afios con motivo
de las guerras de MIlrio y Sila, y ya en la viri-
lidad, su audacia era temeraria como quien no
tiene escrúpulo alguno. Poseía un. talento particu-
lar, el de halagar y ejercer cierta influencia áun
sobre los ciudadanos más sábios y mejores del Es-
tado. Estas cualidades bastaron para colocarle á la
cabeza de una faccion, en la que habia personajes
notables por la nobleza de su linaje. La única ma-
nera de salir de la embarazosa situacion en que se
hallaba, era la dé ser elegido para el consulado, y
pasar despues como procónsul á la provincia que
le correspondiese, y se concertaron sus amigos,
acredores y dependientes para conseguir elevarle á
una posicion tan codiciada. Sus medios eran for-
midables, y no obstante su de plorable situacion
económica, podía quizá, contar con el auxilio de
Ciceron, que, á consecuencia de su nueva alianza,
estaba dispuesto, á pesar de ser competidores en la
aspiracion al consulado, á defender su causa Con-
tra Clodio (1). Pero, al parecer, no se necesitaron
los servicios del flexible orador, pues Catilina fué
absuelto por el favor de sus jueces, y quizá tam-
bien por la corrupcion de su acusador; mientras
que, por otra parte, fracasó su candidatura para el
consulado, siendo elegido Ciceron en union de un
tercer candidato, Cayo Antonio. Su buena gstrella
hizo que no quedasen sellados los lábios del céle-
bre orador, pudiendo pocos fueses despues denun.-
(1) Cic., 1. c.: «Sed lamen ille optimo animo utens, et sum-
ma fide nocet interdum reipublicw. Dicit enim tanquam in Pla-
tonis arcala non tanquam in Romuli fece sententiam.»
174
del pueblo romano en esta crisis de su historia
exigía la direccion de una imaginacion de más vi-
goroso alcance que el que poseía un Ciceron ó un.
Pompeyo, cuyas dotes, corno hombres públicos, se
limitaban á la administracion; pero que no podían
ni entender ni luchar con el gran mal de la revo-
lucion de Sila, que había reprimido el progreso
natural de la reforma y de la libertad y vuelto á
una constitucion que no respondía ya al carácter
nacional. El pueblo había experimentado ya un
marcado cambio en sus ideas y motivos de accion.,
mientras que áun estaba adherido con su natural
pertinacia á formas muertas. La extension y rapi-
dez de sus conquistas, que habian traido consigo
inmensas riquezas y medios de bienestar material,
habia fascinado los ánimos con las ideas más extra-
vagantes. Cada año traía consigo mayor suma de
corrupcion. M. Lépido, cónsul en el año de la
muerte de Sila, edificó el palacio más suntuoso
que hasta entónces se habia visto en Roma; pero,
35 años despees, rivalizaban, si es que no le supe-
raban en magnificencia, m a s de cien edificios par-
ticulares. Lo mismo sucedía con la extension de
las posesiones territoriales de la nobleza, con su
acumulacion de vagilla, alhajas y otros objetos de
lujo, así como con sus exclavos y dependientes.
La desmedida tasa del interés que existía para los
préstamos ordinarios, demuestra que la apertura
de nuevos cauces para el curso del capital, sobre-
pujaba aún á la rápida multiplicacion de la rique-
za. Los prejuicios nacionales contra el tráfico ale-
jaban al capitalista , de un comercio regular y se-
guro para engolfarle en arriesgadas especulacio-
nes. La maldiciou de la estirilidad iba unida á esta
175 —
abundancia mal adquirida: en vez de derramarse
por toda la extension de la República. se hallaban_
acumulados los tesoros del mundo en unas cuan-
tas manos avaras. Ciceron nos ha conservado el
aserto del tribuno Filipo, de que, en un período no
lejano, no llegaban á 2.000 los ciudadanos que
eran propietarios (1). Tal parece que era el nú-
mero real de esa clase que gobernaba el Oriente y
el Occidente con sus ejércitos, sus leyes, sus li-
beralidades y sus préstamos. Pero la codicia no
atendía apenas á estas consideraciones. Todas las
miradas se hablan separado ya de la sencillez de
lo pasado y se fijaban en el porvenir, que parecía
prometer goces sin cuento. Los hombres se burla-
ban de la rudeza y escasos conocimientos de sus
padres y hasta de su propia infancia. Sólo algunas
-veces en el tras curso de los siglos, como al descui
brirse un nuevo continente ó al derrumbarse una
série de creencias é instituciones religiosas, es
cuando la imaginacion se levanta á su gigantesca
altura. Pero una generacion corno la nuestra, que
ha presenciado tan extraordinario desarrollo de
recursos industriales y de aplicaciones mecánicas,
y ha observado, dentro de su propia esfera de pro-
greso, cuánto favorecen la imaginacion estas cir-
cunstancias, qué desprecio sentimos hácia lo pasa-
do, qué admiracion hácia el presente y qué espe-
ranzas tan atrevidas para el porvenir, puede com-
prender los sentimientos de los Romanos en este
Período de agitacion social, y ver realmente las
ideas de una edad de delirio popular.
César era el único hombre que _podía llenar las exi-
(2) Cje., in Pis.; Plut., Cic., 22.- App., B. C., II. 7; Plín.,
Hist. Nat., VII, 30; Juvenal, VIII, 244.
CAPÍTULO IV.
(1) Tacito, L. C; Suet., Vit., 15. Dion, (XLIII, 4.) dice que
en el año 708 de la C. dió el gobierno un decreto para que se
borrase el nombre de Catulo y se le sustituyese con el de Cé-
sar. En los tiempos modernos se ha hallado en el T abalar izon
una inscripcion que lleva el nombre dr Catulo: «Q. Lutatius.
Q. F. Q. N. Catúlus substructionem et tabularium de s. s. facien-
dum curavit.» Sin embargo, esto no se refiere más que á una
pequeña parte de su obra. El Tal) alarium, depósito de los
archivos públicos, estaba edificado en la colina del Capitolio,,
sobre una vasta construccion de cal y canto entre las dos cimas
de esta eminencia.
186
conferidos á Pompeyo, se habia alcanzado recien-
temente con. la muerte del terrible Mitrídates,
ocurrida el año precedente. El poder del tirano de
Oriente hala ido destruyendose poco á poco, gracias
á la perseverancia de una série de generales ro-
manos, hasta ser expulsado aquél de todos los ter-
ritorios heredados ó adquiridos por él en la orilla
meridional del Ponto Euximo. El ascendiente de
Pompe o sobre su ejército, y probablemente la ce-
y
losa asistencia de los administradores civiles de
todo el Oriente, porque él no habia puesto, como
Lúculo, ningun obstáculo á sus extorsiones, le hi-
cieron mucho más dueño de sus recursos que lo
b.abia sido ninguno de sus predecesores. Así, pues,
obtuvo una fácil victoria sobre Tigranes, rey de
Armenia , cuya sumision recibió favorablemente
bajo la condicion del pago de un módico tributo (1).
Arrojó al rey del Ponto al otro lado del Cáucaso;
pero hubiera sido peligroso perseguirle hasta más
lejos, porque tal era el entusiasmo que causaba el
poderoso monarca áun en el destierro y en la des-
gracia, que por doquiera que iba se apresuraban
las naciones á saludarle y á obedecerle. Mitrídates
verificó su retirada en derredor de las costas sep-
tentrionales del Euxin-io, y estableció su córte en
Panticépea, á la entrada del Básforo Cimeriano (2).
Pompeyo abandonó su persecucion, y volvió hácia
el Mediodía en busca de opulentas regionesque sa-
quear y de soberanos más débiles á quien intimi-
dar; miéntras que el enemigo que tenía por mision
exterminar, combinaba contra el poder de Roma
(1) Cíc., At., I, 12; Plut., Cie., 28; Díon., XXXVII. 45.
(2) Compárese el autor del Dial. de Corrupt., Eloq,, capí-
tulo XX VIII: «Sic Cornetiam Gracchorum, sic Aureliarn Cwsa-
ris, sic Atiam Augusti matrem prefuisse educationibus ac pro-
duxisse principis libaros acepimus.»
(3) «Aurelia pro textimonio dixit suo jusu eum esse dimi-
sum. Escol. Bov., in orat. in Glod. et Curion., 5, 3.
(4) Cic., pro Dorna., 40.
— 201
sin el menor átomo de sentimiento religioso por-
que el mismo Cicerón se burla de la diosa por no
haber sabido dejar ciego al impío—consultaron á
los Pontífices y las vírgenes vestales, y recibie-
ron de ellos la m:ts formal seguridad de que se
habia cometido un crimen y que pedía una expia-
cion terrible. César, como jefe del .colegio de los
Pontífices, no podía abstenerse de tomar parte en
esta deciaracion solemne. Por consiguiente, com-
. prendió la necesidad de divorciarse con su mujer;
sin embargo, no le pudieron decidir á que manifes-
tase públicamente sus sospechas contra Clodio,
á presentar su acusacion. Este era el punto á donde
dirigían sus esfuerzos sus enemigos. Un hombre
de su influencia hubiese asegurado la condenacion
del criminal, y de cualquier modo era de esperar
que, pidiendo la condenacion de Clodio, irritaría
muchos de sus amigos comunes, y durante una
lucha larga y encarnizada podían surgir mil in-
cidentes y aumentar' la excision en su partido.
Pero, aunque burladas sus esperánzas, no quisieron
los nobles perdonar á su víctima. Segun el proce-
dimiento ordinario en los casos que se limitaban á,
puras cuestiones de hecho, se sacaban á la suerte
los jueces, que habian de conocer en cada causa
particular , entre los nombres de una lista de
ciento cinco, sacada de antemano Cambien por
suerte entre las tres órdenes de los senadores, de
los caballeros y de los tribunos del Tesoro ; pero,
ora•fuese que no hubiera precedentes establecidos
para el crimen de que se acusaba á Clodio, ora que
su importancia pareciese justificar una desviacion
de la marcha ordinaria, el Senado quiso que los
jueces fuesen nombrados directamente por el pre-
— 202
tor. Este no era un método enteramente extraño á
la constitucion, y por miss que pareciese que ofre-
cía al Sellado una ventaja manifiesta, no vemos
que el uso que de él hizo se considerase por sus
adversarios corno odioso o injusto. Obligóse, pues,
á los nuevos cónsules, Pison y Mesala, á presentar
pina rogacion al pueblo para que sancionase este
procedimiento. Mesala lo hizo de buena fé, pero su
colega fuá ganado por el enemigo y dejó que se
opusiesen cuantos obsVIculos se quiso al decreto
que habia propuesto él mismo. Caton atrevió la
conclusion del asunto con su prontitud acostum-
brada. Ciceron se unió al clamor general, esperan-
do siempre elevarse •i la cima de la influencia y
del poder á cada movimiento de la opinion popu-
lar; pero no osó comprometerse con medidas efec-
tivas (año 693 de la C., 61 ántes de J. C.) Esperá,-
base á cada momento que llegase Pompeyo con su
ejército á las puertas de Roma; todos los partidos
intrigaban con él, pero nadie sabía cuáles eran su
modo de pensar ni sus intenciones , pues no es de
hombres prudentes ir demasiado léjos ni hacer de-
cisivas declaraciones en los momentos críticos.
Llega Pompeyo á Italia; licencia su ejército y en-
tra en, 'loma como simple parlieular.—En el mes de'
Enero del año 693, llegó á las costas de Italia el con-
quistador del Oriente. En cuanto desembarcó, des-
mintió las aprensiones de la ciudad, licenciando su
ejército de veteranos con la promesa de grandes
recompensas por sus servicios, las cuales se creía
él seguro de obtener del Senado y del pueblo (1).,
Yj
(1) Se"neca. Ep. XCVII: at qui dati jud i cib lis nummi sunt: et
quod ac etiam nunc pactione turpius est, stupra insnwr ma-
tronarum et adolescentulorum nobilium salarii loco exacta
sunt.»
(2) Clic., pro Mil., 17; Quintil.. IV, 2, SS.
(3) Scol. Bob.. in Orat. Ciod., VI, 3, Abra (d'll griego lei-
do á la latina que deberá ser «Aura») la criada de Poi-np3.-a fifí
-una de ellas. Podía inferirse de lo que dice Ciceron (p))
Mil., 22) que tambien sufrieron el tormento los esclavos
Clodi o. «De servis nulla qumstio est in dominum nisi de m'Ices-
tu. ut fuit in Clodium,
(4) Suct., Jul., 74; Plut., Caes., 10, Cje. 2J.
208
R ojia quiz:1 menor de la que podía esperarse dada
la c,)mposicion del tribunal. Los nobles se conso-
laron de este mal éxito por el brillante testimonio
que esta mayoría, cualquiera que fuese, daba de
la justicia real de su causa y de las disposiciones
de la opinion pública. nIs sintieron no haber con-
seguido sembrar entre César y su rival doméstico
disensiones que con tanto aran habian espe-
rado; pero sobre Ciceron fui, sobre quien descargó
la violencia del golpe; se había creado un enemigo
implacable en un hombre con quien hasta entón ces
le habian unido ciertos lazos de amistad, y desde
este momento Clodio pareció desarrollar todas sus
facultades para emplearlas en tramar y llevar a
cabo una venganza memorable.
César se encarya del gobierno de una provincia.
César podía sonreírse ante las impotentes maqui-
naciones de sus enemigos; pero aún tenia que pedir
un favor al Luen génio que le habia servido tan
constantemente. Babia salido bien en todas las
empresas que hasta elitónces habia acometido en
la ciudad; Labia oldenido grandes honores, y po-
seia á la sazon una influeñcia tal vez sin igual;
pero sus rivales eran poderosos en la guerra. Lúcu-
lo y Craso, lo mismo que Pompeyo, eran generales
experimentados; se habian ganado las simpatías y
la adhesiun de sus ejércitos; podían hacer brotar
soldados con sólo golpear con su pié. la tierra, y
despues de haberlos reunido, conducirlos á la vic-
toria. Pero él no tenía ni veteranos á sus órdenes,
ni medios de reclutar tropas. Su nombre era desco-
nocido en la guerra y no podía servir de centro de
-union para aquellos que aspirasen al pillaje ó á la
gloria. Así, pues, satisfecho de la actitud pacífica
209
adoptada por Pompeyo, y seguro de que en la ciu-
dad se balanceaban los partidos con tal equilibrio
que no podría wurrir repentinamente ningun cam-
bio material en la situacion política, se determinó
á ir á la España Ulterior, cuya provincia le habia
sido asignada al espirar su cargo, á ponerse al
frente de un ejército romano y á llenar sus cajas
con los despojos acumulados por la paz ó por la
guerra; y tal era su situacion económica, que tuvo
que hacer un esfuerzo extraordinario á fin de reunir
los medios necesarios para salir de Roma y llegar
á su destino. Recurrió á Craso para que le suminis-
trase un préstamo de 830 talentos á fin de satisfa-
cer las deudas que más le apremiaban y equiparse
para la expedicion (1). Craso le suministró de buena
gana la suma exigida, ya como pago de sus servi-
cios pasados, ya como e s peranza de otros más im-
portantes, porque la rivalidad que César habia
sembrado entre Pompeyo y el Senado era conside-
rada por Craso y por todos los hombres de Estado
ambiciosos de su tiempo como un servicio que di-
rectamente se les hacia (2).
_Burla el proyecto de sus enemigos 2,ara retenerle en
Roma. El tiempo, que exigieron todos estos arre-
glos y preparativos fué algo fatal para la expedi-
cion del propretor, porque en este momento se es-
taba ocupando el Senado del asunto de Clodio, y se
dió un decreto,—dirigido sin duda contra César,
segun el cual no podían los pretores partir para
sus provincias hasta que se hubiese discutido y
ultimado definitivamente aquella cuestion. Por
(1 ) Luc., I, 327:
«Ltque ferio tigres minquam posuere furorem,
cuas ilenlOre Hyreano• rnatrum dum lustra secuntur,
altus CWS01111I1pavit eruor armentorum;
SIC ('t Sylanum solito tibi larnbere ferrum
durat, Magne, sitis.»
Lucano carecía de genio dramftico. No es esto lo que dijo
César, sino lo que le ht. cieron decir sus contemporáneos.
(2) Tacit., II, 38: <wcultior, nollnelior.»
(3) Val. Max., VI, 2, 8: «adolescentulus Carnifex.» Comp.
Plut., Pomp. 3, 5, 18, 25.
(4) Cje., ad Div., VIII, 1, •3: «Solet aliud sentir°, aliud lo-
qui.» Comp. ad At., I, 13, • 4; 1I, 20, 2, 22, 1: IV. 7, 9, 15; sa-
Frag.: «Modestus ad omnia alía nisi ad dominacionem>
«Oris pro)(, animo inverecundo.
2')5
pedir como un favor entregase entre sus manos
la libertad y la vida de sus hijos (1).
Abre las negociaciones para una alianza Con eCiSar.
—Desde el momento de su regreso zí, la ciudad, di-
rigió Pompeyo sus miradas en derredor suyo para
ver si hallaba alguna persona que pudiese secun-
dar sus designios sin comprometerle ni pretender
hacerse muy independiente de su direccion; pero
fué muy desgraciado en estas intrigas. Cuando re-4
pudió á su mujer Mucia, tenía quizá ya pensa-
da una alianza m ,. ls ventajosa. Proponíase, segun
se dijo, enlazarse con la familia de Caton, cuyo ca-
rácter y posicion debían, si esto es verdad, serle
enteramente desconocidos. Semejante pretension
parece que fué rechazada desdeñosamente (2). Es
verdad que encontró en Ciceron un adulador com-
placiente y desempefuí con él una larga comedia
de disimulaciím y de lisonja, trasparente para todo
el mundo excepto para el que era objeto de ella (3).
En vano, le dijo, «hubiera yo merecido la glo-
ria del triunfo, si tu no l'unieses preservado la ciu-
dad para poder celebrarlo en ella» (4). 1-lízole la«
corte con tal constancia, y se reunían con tanta
(1) Vell., II, 44. «Hoc igitur Cos. inter eum et Cn. Pompeyum
et M. Crasum in íta potentiw societas, que urbi orbiqu terra-
rum, nec minus diverso quoque tempore ipsis exitiabilis
(2) En medio del consulado de Metelo Ceder. Cie., pro
Cels., 24.
— 232
za (1).» «Despues de la muerte de Catulo, escribe
en 'una de sus cartas, mantengo la verdadera .poli-
tica de mi órden, sin un propretor y sin un compa-
ñero» (2).
Obtiene César el consulado para el alío 695. Yo
tardaron en manifestarse los efectos de aquella
union triple. La eleccion de César para el consula-
do casi se hizo por aclamacion; los nobles no con-
siguieron más que imponerle á Bibulo por colega.
Era la segunda vez que estos dos hombres suspi-
caces se encontraban juntos al frente de los nego-
cios públicos (a), y habia poca esperanza de que
desempeñasen sus honrosos cargos con el acuerdo
conveniente. En el calor y aún el temor que exci-
taba la idea de un «tumultus galicus,» habia ya el
Senado asignado las dos Galias á los cónsules del
año; pero el aspecto de los negocios se presentó
menos belicoso, y temió lóetelo no tener ocasion de
merecer el triunfo (3). La Asamblea se apresuró en-
tónces á repartir á los cónsules nuevamente desig-
nados sus futuras provincias, é intentó debilmenta
detener el creciente poder de César, dándole la mi-
sion de vigilar los caminos y los bosques, cargo
miserable é indigno hasta de Bibulo. César se irritó
con razon por esta intriga, pero no dudaba que
(1) Vel., II, 44; Comp. las varias noticias de Dion., XXXVIII,
1; App., B. C., 10.
— 234
Pompeyo, pero viendo su partido la fatal influencia
que César a dquiriría por ello, le opuso á Caton, no
para discutir sobre la ley, sino simplemente para
protestar contra toda innovacion. Pa cónsul se
atrevió á calificar esto de artificio ilegal, mandó á
sus lictores que prendieran á su antagonista y le
condujeran á la cárcel. Los padres se levantaron
consternados; muchos siguieron á su compañero al
lugar del encierro. Petreyo, rudo soldado, dijo
que valía m 1s estar al lado de Caton con cadenas,
que con César li ggre, lo cual parece produjo tal
efecto en el ánimo del cónsul que, avergonzado,
mandó poner en libertad á Caton y cerró al mismo
tiempo la Asamblea, declarando que era ilegal ne-
ga,rse á apoyar una medida propuesta por el ma-
gistrado supremo, y amenazando con que, en ade-
lante, prescindiría del Senado y presentaría direc-
tamente sus proyectos do ley ante el pueblo.
S 12te7(Z violewla CO22 108 wobles .—Tal modo de
proceder habría sido sin duda completamente irre-
gular; sin embargo, la ley Hortensia, que era sólo
una resolucion de las tribus suscitada por un tri-
buno, y obligaba al cuerpo de los ciudadanos, habia
demostrado que podían publicarse decretos sin el
concurso del Senado. César, sin embargo, no deses-
peraba todavía de ejercer influencia sobre los no-
bles en su misma Asamblea. Aseguró á los ciuda-
danos que se aprol aria la medida si ellos lograba .
persuadir á su colega Paulo. «En mi algo, excla-
maba éste, no lograreis vuestros deseos aunque lo
pidais todos á una voz.» César procedió á que ma-
nifesta sen su opinion. Pompeyo y Craso, la cual ya
sabia él de antemano que habia de ser favorable, y
en pos de ellos se decidieron otros muchos. Con-
235 —
trariado y acosado de este modo, comprometió
bulo á algunos de los tribunos que estorvasen la
votacion de la ley por el pueblo, y cuando no dióy
resultado este recurso, pretendió consultar los pre-
sagios y declaró nefasto, y por tanto de vacacio-
nes, el resto del año. La ley, la costumbre y la su-
persticion se combinaban para prohibi r en esta épo-
ca la transaccion de los negocios públicos : era un
acto de suprema audacia en el cónsul oponerse á
este impedimento, á pesar de ser evidentemente
faccioso, pero las pasiones é intereses del pueblo
lo eran más fuertes que sus preocupaciones, seña-
lando un dia para votar la ley en les comicios. Les
ciudadanos ocuparon el forum ántes de amanecer
para impedir que fuese ocupado por los dependien-
tes y amigos de sus adversarios; sin embargo, el
temor y el respeto les indujo á dejar libre el paso á
ilíbulo, quien se atrevió colocarse en frente de
César, que se hallaba en el pórtico del templo de
Castor y Pollux, desde donde iba á dirigir la pala-
bra al pueblo; pero cuando se dispuso á hablar con-
tra la proposicion de César fué arrojado por las gra-
das rotas sus haces y golpeados y heridos él y sus
servidores. Votóse, pues, la ley, y al dia siguiente
pretendió Bibulo que el Senado diese un decreto
derogándola, pero los senadores estaban dispues-
tos á tolerar el insulto. Sólo le restaba encerrarse
.en su casa, enviar sus dependientes que pro-
testasen contra todo acto público de su colega, y
consultar allí con Sus adictos acerca de los intere-
ses de su patria ó de su partido.
Impónese por fuerza la ley al Senado. La propo-
sicion se habia votado casi por la fuerza. En vano
Bibulo se habia esforzado para hablar al pueblo y
9 on
fi
(1) Dion., 1. e.
(2) Suet., .T ul., 20: «LTt non nulli urbmorum cum quid per
iocum testandi gratia signarent, non Cursare et Bibulo, sed Ju-
lio et Cesare consulibus, actum scriberent utque vul -
o-o ferrentur hi venus:
«Non Bibuló quicquam nuper, sed Cursare factual est:
nam Bibulo fieri consule nil memine.»
Comp., Dion, XXXVIII, 8.
(3)Suet., 1. c.: Ap. Bell. Civ., II, 13; Dion., 1. e.
239
elida, prudente en sí misma, era favorable á sus
propios intereses, porque esta clase, separada ya
del Senado por la negativa que ántes se les había
dado, y un tanto frio ya su reconocimiento há
cia Ciceron, su desgraciado patrono , aprovechó
con gusto la primera ocasion para ponerse á las
órdenes del campeo"' popular. El cónsul cuidó de
afirmar y extender la influencia que adquirió con
este proceder con el mayor aparato y magnificen-
cia en los espectáculos y juegos públicos (1). La
alarma respecto de la Galia se ha bia apaciguado
algo durante este ano, pero el pue M.o,- á propuesta
de Vatinio, confirió á su favorito el cargo de la
Cisalpina, al mismo tiempo que el de Iliria, por
espacio de cinco anos. Era esta una extension ex-
traordinaria de sus prerogativas ; pero de la que
suministraban ámplios precedentes las leyes Gavi-
nia y Manilia. Craso y Pompeyo sostuvieron cie-
gamente hs intereses de su colega y arrancaron al
Senado la adicion de la provincia transalpina, el
probable teatro de la futura guerra (2). Pero sus
enemigos se tendrían quiz'S por dichosos librandose,
de su presencia á cualquier precio que fuese; miért-
tras que el principal objeto de la ambicion del cón-
sul era obtener la direccion de operaciones milita-
res extensas y duraderas para crear un ejército
adicto y enriquecer una numerosa comitiva toma-
(1) Veleyo, II, 44; Dion., Lib., XXXVIII, 9; Suet., .1 -u/., 21.
César dio en matrimonio su hija á Pompeyo por más que la te-
nía prometida á otro. Al mismo tiempo se, casó con Calpurnia,
hija de Calpurnio Pison.
(2) Plut., Ca!. Mi n., 33; Pomp., 48: Suet., Jul., 22.
(3) Comp., Cic„ Or., post red. 4; pro dom., 9; pro Sest., 7;
241 —
citó Clodio el tribunal), y César, que contaba con
sus servicios, se exforzó por conseguir la adopcion
de aquél en una casa plebeya. Satisficiéronse ó se
omitieron las formas legales (1), y con gran cous-
ternacion de la nobleza, fuá elegido para el car-
tp fro uno el desvergonzado
-& demagogo. Sa-
biase de fijo que su pl . incipal objeto era perseguir
Ciceron; pero se veía generalmente en él una
hechura de Pompeyo, y se le tenía como un ins-
trumento, siempre dispuesto á servir los designios
de traici al de este último. Los consules carecían
de fortuna y estaban ávidos de riquezas; el jóven
tribuno no temió asegurarles, gracias al favor de
que gozaba en el pueblo, el gobierno de las dos
provincias más lucrativas, tan luego como espira-
se el afeo de su cargo (2). Sostenido por esta coali-
cion de hombres influyentes, se apresuró Clodio
proponer una série de medidas calculadas á la vez
para aumentar su popularidad y para quebrantar
algunos de los poderes Inis importantes de la oli-
garquía. Comenzó por pedir una distribucion gra-
tuita de trigo para los ciudadanos que se hallaban
necesitados (3). Introdujo una ley para limitar el
poder de los censores y expulsar del cuerpo sena-
(1) plus., Cic., 1. c.; Dion., 1. c.: Cic., pro Mil., 14.
(2) Cic., pro Sest., 11.
(3) Dion (1. c.) eres que no era pus )nalrnents hostil á Cies-
ron, y le dió el consejo cine él creía mis propio de las circuns-
tancias.
250
duetos. Concluyó despidiendo cortés, pero friame,n-
te, su visitante, recomendándole, como deber co-
mun de todo ciudadano, que velase por sus intere-
ses y por su seguridad propia (1) . Entretanto ha-
bian ido los jefes del partido senatorial, con un
numeroso séquito de ciudadanos, á la casa de Pom-
poyo, situada en el monte Albano, á la que se ha-
bía retirado con objeto de evitar las exigencias que
preveía, y que temía no poder rechazar. Los par-
tidarios de Clodio le habian dado, sin duda, conse-
jos secretos de ponerse á cubierto del puñal del
amigo que le vendía, y despues hicieron circular
el rumor de que su retirada obedecía al objeto de
poner á salvo de cualquier tentativa su persona (2).
Pompeyo contestó á la diputacion, remitiéndola á
los cónsules, que eran los encargados de velar por
la paz pública y por los derechos privados, y si és-
tosj uzg.aban conveniente que tomase las armas para
defenderlos, estaba pronto á obedecer sus órde-
nes (3). Al mismo Ciceron que, áun despues de esta
negativa, se atrevió á implorar en persona, respon-
dió, de una manera más explícita, que no podía
hacer nada contra la voluntad de César, en lo cual
creemos que fué franco una vez en la vida, y con-
fesó la verdad, cual era que los asuntos se precipi-
taban irresistiblemente por el impulso que César
les habla dado.
(1) C,ic., ad Att., III, 15: «C,1 ci, cmci, inquam, fuimu s, etc...
(Tuod, nisi nominatim mecum agi cmpturn fwrit, perniciosurn
fuit.»
(2) Lúculo recomendaba á Ciceron que permaneciese en 11
ciudad y desafiase h malicia de sus enemigos (Plut., 31).
Debía tener el propósito de provocar una crisis recurriendo á
las armas.
253
otros persuadieron á Ciceron de que, ante la tem-
pestad presente, debía amainar velas, pues en su
sentir debía ser pasajera (1) ; no podía durar mucho
la popularidad de un miserable como Clodio, y
acabarían por prevalecer los buenos consejos en el
pensamiento de hombres de Estado tan respetables
como Pompeyo y Craso. Si abandonaba á Roma por
el momento, el negocio ts6maria mejor aspecto, se
modificaría ó tal vez se revocaría enseguida [a sen-
tencia (2). Ciceron cedió á este parecer, que era qui-
Plmáss:tbio de los dos, con la prudencia y la, hu-
manidad que constituían el fondo de su carácter (3);
pero, á los ojos de la posteridad, perdió todo el mérito
de este acto por haberlo acompañado con lamenta-
ciones indignas de un hombre. El último acto del
patriota, ántes de su partida, fué tornar una imágen
de Minerva que contaba como uno de sus tesoros
domésticos, y la colocó en el templo de Júpiter Ca-
pitolino (4), dando á, entender con esto que el ciu-
dádano que había ya salvado su país con su pre-
sencia, lo recomendaba durante su forzosa ausen-
cia á la diosa de la moderacion y de la sabiduría (5).
(1) Tac., A nn., VI, 24: «Capti a Gallis sumus, sed et Tuscis
oi.m des dedimus.» Plin. Nat. XXXIX, 39) establece que
el en tratado que Porsena celan' con los Romanos les prohi-
bía hacer uso del hierro, es cepto en los útiles de la agricultura-
255
una completa sumision al yugo extranjero. El victo-
rioso ataque deBrenno, en el siglo IV de su era, mar-
ca la época del apogeo de las conquistas Galas. En
este tLmpo, el nombre de los Galos excitaba más
terror en toda la extension de Europa y del Asia
Occidental, que el de los demás conquistadores.
Habian ocupado casi toda la Espafia, y podían
hallarse adn sus huellas en los más apartados rin-
cones de la Península (1). Los Iberos indíjenas se
vieron obligados á mezclarse con ellos, ó á travesar
los Pirineos. 'En una série de emigraciones repeti-
das habían logrado establecerse en todo el norte de
Italia, destruyendo el ya vacilante poder de los
Etruscos en estas regiones, y repoblando sus ciu-
dades medio desiertas con colonos de una nueva
raza. Vastos enjambres salían incesantemente del
punto central de la madre patria. Una horda esta-
bleció la soberanía de los Galos en las orillas del.
Danubio. Una segunda penetró en Iliria, y preparó
el camino á las sucesivas invasiones que se esten-
dieron por la Panonia y la Macedonia, que fueron
quebrantados en los desfiladeros de las Termópi -
las, y exterminados en las gargantas de Dél-
fos. Otra banda, aún más aventurera, consiguió
atravesar el Bósforo de Tracia y hacerse duela de
una gran parte del Asia Menor. Las populosas cos-
tas del mar Hgeo, con las bellas ciudades de Jonia,
fueron recorridas por estos bárbaros, en. el siglo III
ántes de nuestra era; y despues de numerosas vi-
cisitudes de fortuna en sus guerras contra los re-
yes de Siria, dejaron escrito sunombre en una pro-
(1) Plut., Cam., 40; Polyen. Strat., VIII, 7. Estas picas de-
bían ser probablemente macizas, pesadas é impropias para ar -
mas arrojadizas. El famosopi/um sería quizá esta misma pica
aumentada á seis piés y empleada principalmente como vena-
blo. (Gal., I, 3.)
(2) Salust., B. J., 114: «Cum Gallis pro salute non pro glo-
ria certare.»
MERIVALE.— TOMO I. 17
258 —
dieron de esta desnaturalizada empresa, mostrán-
doles los ricos países del Sur y abriéndoles un paso
hacia las fronteras de Htruria. Algunas de sus hor-
das ofrecieron tambien acompañar á los recaen veni-
dos (6). Los Etruscos se hallaban enUnces ocupa-
dos en preparar secretamente un poderoso arma-
mento contra Roma. Alarmados y deseo acertados
con la llegada de los extranjeros que pedían tierras
como precio de la paz, intentaron alistarlos bajo
sus banderas prometiéndolos un gran botin. Sin
embargo, les ofrecieron tambien un donativo in-
mediato en dinero. Ya estaba estipulado y pagado el
precio, cuando los Galos se negaron traidoramente
á moverse sin la entrega positiva de un dominio
territorial determinado. «Dadnos tierras, exclama-
ban, y seremos vuestros aliados ahora y despues;
sino nos volveremos por los mismos pasos con los,
tesoros que hemos recogido.» Burlados los Etrus-
cos, deliberaron y se determinaron con noble fir-
meza á no entrar en relaciones con enemigos tan
pérfidos y peligrosos. Los Galos cumplieron su pa-
labra y repasaron los Apeninos; pero pronto esta-
lló la discordia en su ejército, entre transalpinos y
cisalpinos, destrozándose ámbas facciones en. los
encuentros que resultaron de su s querellas.
Coalicion de los Galos con los Italianos, contra
Roma. Triunfo de los Romanos.—Entretanto, e xten-
díanse por toda Italia las ramificaciones de una coa
licion. Los Samnitas y los Umbrios se unieron
con los Etruscos, y fuertes como eran ya en su liga
nacional, determinaron los aliados unir tam bien á
su empresa á los Galos Cisalpinos. Los Romanos
..Y1,1[2•71.11.1.
(1) Floro, 1I1, 2, dice: «Primi trans Alpes arma nostra sen
sere Salyi.
(2) Celebróse una estrecha alianza entre los Romanos y los
Eduos, cambiándose entre -sí los títulos de hermanos y de
aliados. César, Bel. Gal., 1, 43; Tac., Anit., XI, 25; Cje., act
AL, 1, 19.
2G7
otro con los lazos del temor ó del interés. Fabio
Máximo derrotó —haciendo en ellas una inmensa
carnicería—las fuerzas combinadas de los _Arver-
nos y de los AUbroges, en las orillas del Iser; su
colega Domicio atrajo á 13ituito su campamento,
y por un acto de traicion le cargó de cadenas y le
envió á Roma W. El Senah censuró la perfidia del
cónsul, pero no dej de aprov echarse de 0-41a. Bi-
tuitofué detenido en Italia como rellen es de la sumi-
sion de su pueblo y de su hijo Congenciato, á quien
se proponian colocar so re el trono de su padre,
despues de haber recibido una educacion á la ro-
mana. Entre tanto, todo el país entre los Alpes, el
Ródano y las posesiones marítimas de los Masi-
lienses, fué trasformado en provincia romana. El
territorio de los Saluvios y de los Alábroges, que
comprendía lo que la moderna Saboya, fué absorbi-
do, al mismo tiempo que el de otras muchas tribus
más pequeñas, en ésta vasta conquista, y todo el
distrito recibió por excelencia la denominacion de
Provincia. Los Arvernos fueron tratados con 'luís
consideracion. Situados al otro lado del Ródano y
de los Cevennes (2), estaban demasiado distantes
11111.1111Mall.••■■•■■
....mniffissemmem
- 270
y habían sido cortados de la retaguardia de este
ejército invasor Por el r)pido ,flujo de las razas
teutónicas que en pós se precipitaron (1). Conócese
generalmente los Cimbrios corno una rama de la
gran familia céltica, y se ha trazado siempre por
Íos etnologista,s una ancha línea entre esta fami-
lia y la teutónica. La union de los descendientes
de tan inveterados enemigos en toda gran empresa
coman, ha sido considerada como imposible, y se
han aventurado diversas conjeturas para conciliar
los datos de la historia con la supuesta naturaleza
de las cosas (2). Pe :'o el progreso de la ciencia en
estos asuntos ha llegado á orillar la dificultad. A
medida que avanzan nuestras investigaciones, des.
cubrimos, por una parte, una mayor variedad de
lazos que distinguen entre sí á las diversas ramas
de una familia principal; por otra parte, las dife-
rencias entre las familias mismas parecen ser mé-
nos marcadas. Así, entre las poblaciones célticas
de la Galia observamos una variedad gaélica, una
(1) Apiano, Gall., Fr., 13: O't TE1STOVEç.,.. etc, «Los Teuto-
nes... enviaron delegados para reconocer los lazos de hospi-
talidad existentes entre los Noricos y los Romanos... Pero
él... cayendo de improviso sobre aquéllos miéntras dormían,
sufrió el castigo de su perfidia.» Puede suponerse que la apo-
logía de los Teutoues era un pretesto, y que aun prometiendo
no injuriar á los Noricos no tenían intencion de abandonar
aquellos países, en donde podían infundir inquietud á los Ro-
manos.
MERIVALE. TOMO I. 18
— 274 —
peligro. El sangriento combate que sigui ó terminó
can la completa derrota de los Romanos, con tales
pérdidas, que quedaron imposibilitados de mante-
nerse en sus posiciones y defender los pasos, si el
enemigo hubiera tenido presencia de ánimo para
proseguir su victoria (1). Pero los bárbaros se ha-
llaban aún indecisos en cuanto á la direccion de
sus correrías, y se contentar on con saquear los in-
defensos países al Sur del Danubio, hasta que ricos
con el inmenso botin hecho durante una perma-
nencia de tres anos, dirigieron su marcha hácia la
Galia, en donde entraron, gracias al favor y á la
cooperacion de las más poderosas tribus helvé-
ticas.
Se vuelveib hdcia el Oeste; entran en la Ga lía y la
recorren.—Aquellá, inmensa muchedumbre se di-
rigió entonces al territorio belga, pasand o el Rhin
y el Jura. En algunos distritos encontraron resis-
tencia y se libraron sangrientos combates; pero en.
general se apresuraron los habitantes á aplacar al
enemigo, ofreciéndole-hospitalidad y recordándolo
sus lazos de parentesco (2). Los invasores parece
que no manifestaron intencion de cesar en sus cor-
rerías ni establecerse en los territ o p ios que con-
quistar pudieran; pero la ciudad de Adwducum en
el país de los Eburones fué elegida por ellos como
(1) Diori, XXXVII, 47, 4S; Clic., de Prov. CoPs.; 13, Liar.
Epit., CIII.
— X88
Coli sagacidad los recursos morales ymateriales con
que iba formar la mts bella provincia de su
perio.
Fuentes de nme.çtros conocimiewtos concernientes C¿.
Zc e:noloprq, de los Galos. Las autoridades origina-
les de donde tomamos los hechos capitales concer-
nientes á la etnología y al carácter de los Galos,
son, como liemos dicho, dos principalmente: la de
César y la de Estrabon. El primero vivió nueve años
en el corazon del país y hablaba de un estado de co-
sas que el mismo habia visto, con todas las venta-
jas que da un talento superior y una consumada ha-
bilidad literaria; el segundo, aunque más familiari-
zado personalmente con los sucesos de Oriente que
con los de Occidente se apoyaba, en parte en la cien-
cia acumulada durante un siglo, y en parte, sobre el
relato de Posidonio (1) que ha y la viajado por la Ga-
lia en tiempo de Mario. Un e, crítica cuidadosa pue-
de utilizar estas autoridades para explicarlas ó cor-
regirlas mútuamentte; y sus datos respectivos, allí
donde en apariencia se combaten, pueden quizá con-
ciliarse atendiendo á las diferentes circunstancias
en que escribían. El boceto que aquí ofrecemos acer-
ca de las antigüedades de la historia de los Galos es
el resultado de la comparacion de ambas autorida-
des, con la adicion de algunas ilustraciones que nos
han suministrado la refiexion propia y las modernas
investigaciou es (2).
(I) El valle del Dubs era el centro del territorio de los Se-
euaneses. que llegaba á la cordillera del Jura y al Rhin. Estra-
bon. IV, 3.
(-2) Los establecimientos de los Alóbroges acupaban el espa
cio que media entre estos dos ríos, y se extendían tambien un
poco más allá del segundo en el territorio que hoy llamamos
F ranco condado,
293 --
-tucienes (1), á la que los etnólogos modernos c . ifisi-
-deran como perteneciente á una familia distinta.
Da á ésta el nombre de Belgas, y dice que, segun
su opinion, descendían principalmente de una raza
germnica, y eran producto de alguna emigracion
primitiva que había pasado el Rhin. En concepto
de César, la raza de los Galos se extendía mucho
más allá de los límites que le hemos asignado an-
teriormente, y comprendía la poblacion del Noroes-
te de la desembocadura del_ Loira y del Sena, mién-
tras. que Estrabon, siguiendo probablemente á Po-
sidonio, señala todo el Norte de la Galia, desde el.
Loira, como poblado por los Belgas. Tampoco está
conforme el geógrafo con la opinion de César en
Cuanto al orígen de esta- tercera raza, que cree ser
gala ó germana, aunque diferenciándose mucho de
los Galos de la region. central. Segun este re-
lato, deberíamos considerarla como una variedad
de. los Celtas, distinta á la vez de los Iberos y de
los Teutones. A fin de explicarnos estas aserciones
contradictorias, debemos hacer notar que el relato
de César no es rigorosamente consecuente consigo
mismo, porque opone ciertas tribus Belgas á las
demás, como siendo germánicas por su origen y
formando entre sí ligas separadas para su mútila
, defensa contra vecinos rivales y probablemente ex-
traños (2). Así, pues, la gran masa de los Belgas
,era tara' ion celta; mas como la inmigracion de los
Teutones fué un acontecimiento que se verificó
(1) Se ha dicho ya, autorizado por C é sar (.G., VII, 33), que
no era legal que una se ;un la p reona de la misma familia
ej n rciera este otro cargo político mieSatras viviese el que lo
había ocupado lentes. Si esto es verdad, parece como que Duni-
noríx, que era un favorito del pueblo, habría ya conseguido
alterar 'la ley en favor suyo.
t),..J
tuvo su indignacion. Un plan frustrado y la deses-
peracion consiguimte , segun rumores , habían
arrastrado al culpable intrigante á pone' fin á su
vida.
Preparar vos de los Helvecios,—Sin embargo, la
pérdida de su principal consejero no operó cámbio
alguno en los plan es. de los Helvecios . No buscaron
alianza con los jefes descontentos de las vecinas
comarcas, sino que, fiados en sus propias fuerzas y
sin ausilio de nadie, determinaron abandonar tran-
quilamente sus moradas, y dejaron a su buena o
mala estrella y á su valor el hallar, en union de
sus mujeres é hijos, un. albergue mls agradaLle en
cualquier parte. Los dos primeros anos los dedica-
ron hacer los preparativos necesarios y á reunir
una cantidad suficiente de provisiones, y el terce-
ro lo destinaron á la expedicion. Al mismo tiempo,
se extendieron sus designios hasta comprender en
su alianza los Rauracos, los Tulingos (1) y los
Latóbrigos. El primer punto que que debía deci-
dirse era el del camino exacto que habían de
tomar.
Elecc'ion entre dos vías para la Galia. .(ano 696 de
la C., y 58 a. d. J. C.)—Dos caminos podían condu
cides directamente á la Galia; uno, siguiendo el
desfiladero del Ródano á lo largo de la orilla norte
de dich ) rio, penetrando así en el país de los Se
(1) Caes., R. G., I, 15. La época que César señala para esta
marcha, ofrece algunas dadas. La distancia desde Lyon á ClIa-
lons no pasa de noventa millas, y probablemente desde las
cercanías del último punto los Galos volvieron al Occidente y
abandonaron el valle. Es evidente que los Helvecios no hicie-
ron esfaerzos por huir de su porseguidor, y que éste no pro-
curó detener su marcha.
(2) Caes., B. G., I, 16.
— 339
venido á su política irritar á los naturales del país
apoderándose de los productos, áun cuando éstos
hubieran estado á su alcance. Sin embargo, resolvití
insistir en su anterior tácticay no perder de vista las
huellas del enemigo. Se vió obligado, no obstante, á
convocar i. los jefes de los Eduos y darles una que-
•
jaformal de su conducta (1). Liscus , magistra-
do ( Vergobret), contestó en nombre de sus compa-
triotas, sonalando á, Dumnorix como la causa real
y oculta de toda la frialdad y lentitud que habían
manifestado; pero hasta que C4ar le llamó á una
conferencia privada, no s4 LN aventuró zí Poner de ma,-
nifiesto las intrigas que se traanalan ocultamente,
la inteligencia secreta que existía entre Dumnorix,
los Helvecios, Bitúrig,)s y otros, las esperanzas que
él fundaba en sus promesas, y el poder y la influen-
cia que había adquirido en su propio país. La
presencia de los Romanos era el único obstácu-
lo para la consumacion de sus intrigas, empleando
todos los medios que estaban á, su alcance para
impedir sus movimientos y privarles de recursos.
hasta que se vieran obligados z't retirarse. Aun so
creía que la desgracia ocurrida recientemente á la
caballería de los Eduos, había sido motivada por su_
traicion. Diviciaco acompasaba, la expedicion eu
la comitiva del procónsul. Aunque sabía que los
planes de su hermano iban dirigidos tanto contr a.
la libertad como á. la mejor política de su pAria,
comun, se arrojó á los piés de César y puso en jale -
go toda su influencia para salvar la vida del cul-
pable. Debe notarse que áun cuando había estad)
residiendo en Roma dos ó tres años, no podía . ex-
por esta y otras frases parecidas que toda la Galia estaba uní-
da en una confederacion general y deliberaban de vez en
cuando juntos por el bien comun. Pero esta opinion no tiene
fundamento. El autor de los comentarios usa la palabra totug
en sentido indeterminado. Este habla aquí sólo de las dos
confederaciones á cuyo frente se hallaban respectivamente los
Eduos y Arvernos. segun se desprende del siguiente capítulo.
Estas no abrazaban ninguno de los estados de Aquitania Bel-.
gica, ni áun la division oriental de la Galia. No era probable
que el pueblo de Armorica, ni las tribus del Rhin hubieran so-
licitado permiso para acudir á una convocatoria general de
un jefe romano, cuyo nombre apenas había llegad á sus oidos,
— 347 —
absoluto, eran decididamente hostiles á sus desig-
nios. César hastía planteado la cuestion entre los
Germanos y los Eduos, en lo tocante á cuál de los
des pueblos cumpliría Roma su palabra; no era po-
sible ser fiel á ámbos, y el gobernador de la Pro-
vincia no tenía tal vez otra disyuntiva que la de
elegir entre ellos. Tampoco la actitud adoptada
por el jefe germano era la nr:;s apropósito para di-
sipar los celos de la República. Declaró formal-
mente que había entrado en la Galia como con-
quistador con los Romanos, y que pedía la division
del país con los invasores del Sur: Vosotros teneis
vuestra Provincia y yo quiero tener la mia (1). Los
Romanos no podían tolerar coparticipacion. Su in-
fluencia en la Galia allende el Ródano estribaba
principalmente en la confianza que los naturales
pudieran ser inducidos á abrigar respecto de su vo-
luntad y poder para protegerlos. Bien sabían el
apoyo que les daba el dominio de dicha opinion,
despertando el espíritu nacional de independencia,
y previeron la rápida absorcion de nuevas víc-
timas en la masa de sus conquistas. César,
realidad., personificaba los sentimientos y la políti
ca de sus conciudadanos en la carrera en que aho-
ra deliberadamente entraba, por cuyo medio espe-
raba conducir sus ejércitos á la victoria, enrique-
cer á los que le siguieran, y rodearse de multitud.
de admiradores en Roma, y de adictos en las pro-
vincias.
Rek,u,sa A riovisto las bases de reconciliacion, pro-
puestas por el proccinsul. En realidad las exigen-
•
thlx1
•
CAPÍTULO VII.
(I) César (3. G., VI, 12) hablando de .este período dice: «Eo
tum sLatu res e p at, ut longe principes haberentur Edui, secun-
dum locura (Egnitatis iRemi obtinerent.»
;—
por la guerra y corrompidas por el artificio, se pu-
sieron todas á las órdenes de los Suessiones, y se
levantaron en armas contra los invasores (1). El
rumor de su proyectada rebelion llegó á oídos de
César ántes de que llegase á estallar aquella. Se
apresuró, pues, á poner en movimiento dos nuevas
legiones, y volvió precipitadamente de Italia mar-
chando á donde estaba el peligro. Los Belgas cele-
braron una asamblea general; los Suessiones, los
Nervianos, los Bellovacos, los Atrebates, los Am-
Manos, los Morinos, los Alenapianos, los Caletas,
los Velocasos, los Veromancluos, todas las nacio-
nes situadas entre las bocas del Alosa y del Sena,
juntamente con las del interior (2). A estos se unían
las tribus de origen gernrInico, los Eburones, Con-
drusos, Ceresos, y Peruanos ( a) , todos se adhirieron
en esta coalicion poderosa, poniendo de este modo
á campaña un ejército de 290.000 hombres. Los
Remos fueron los únicos que se negaron á unirse
para defender la causa comun (4), é intentaron en
vano sembrar la discordia entre los confederados.
De consiguiente, toda la masa de fuerzas Belgas
se dirigió en primer lugar contra ellos, cine apela-
(1) La posicion de Cesar se dice que fué algo más baja que
Poni-á-Vaire, en el A isne, en donde existen marismas en la di-
reecion que a indica. Un campamento situado aquí distaría
14.009 toesas de Rheirns, 22.000 de Soissions: 16.000 de Lama
'y 8.000 de Bievre que se supone que haya sido la Bibracta de loj
liemos. Precis des Guerres de Casas, p. 44; Mannert, II, 207.
— 367 --
infantería ligerapara impedir que se llevase á efec-
to. Los escuadrones romanos que cruzaban el rio
por el puente, llegaron á su parte vadeable entes
que los Belgas hubieran podido pasar, arrojando
sobre ellos una lluvia deproyectiles al mismo tiem-
po que luchaban por dominar la corriente. -Una par-
te que ya había ganado la orilla opuesta fué rodeada
y destruida por la caballería. La intentona, á pesar.
de haberse llevado ¿1, cabo con un valor obstinado.
fracasó por completo, viéndose obligados los Bel-
gas á retirarse nuevamente á sus primitivos cuar-
teles. El país que ellos habían talado empezaba
ahora á escasear en provisiones, y coincidía esto
con las noticias que llegaron á sus oidos de que
Diviciaco, reuniendo las fuerzas de los Eduos, ha-
bía entrado en sus confines á sangre y fuego. Los
confederados mal avenidos y sin disciplina, acu-
dieron cada cual á la defensa de sus bienes. La
confusion que acoinpaló á esta precipitada retira-
da fue comunicada á César, que lanzó rápidamen-
te sus legiones sobre aquellas masas desorganiza-
das. La retaguardia, si tal puede llamarse, hizo
una heróica resistencia; pero el ntímero de los Ro-
manos y su destreza eran invencibles. Aquéllo fué
una horrible Carnicería más bien que una batalla.
Reduccio22, de los Suesrsiones.—A la mañana si-
guiente prosiguió el vencedor su triunfo (1). Mar-
chó sobre Noviodunum, la principal fortaleza de
los Suessiones, y no habiendo logrado tomarla en
el primer repentino asalto, construyó las torres
portátiles que los Romanos usaban en sus sitios,
B. G., 11-15.
(2) Cms. (II. 17) pinta la unan ira peculiar (111', adoptaron
Nervíanos par t imped r el avarrJ3 de la caballería, que se re-
ducía á formar vallados de es )in)s y matorrales, ó con ranas
de árboles, n nredarbs unas en otras.
(3) Es imposible a g rtnar con exact i tud etúl fuera esta cli-
rkTei011. Gl sar partió de Arn ; ens: pero los Nervianos no tenían,
una plaza fuerte con la que (il puliera chocar. Por lo tanto, bus-
caría su e,j=,, retto donde quiera qu estuviera acantonado. Dice
que anduvo tres días por los territorios nervianos. Si extricta-
mente ha de interpretarse esto, dicho camino le llevaría entra
el Escalda y el Sambr Dor la orilla derecha de uno y la iz-
quierda del otro. Si los Netvian'o3 se, situaron en la orilla de-
lecha del Slmbra, le h abanloirado por completo su
país, y no hubiera inaplido el curso del Escalda que talara
- 371 -
mano deseaba tambien encontrarlos yendo corno
iba al frente del ejército más brillante que jamás
se presentó en camparía , y que constaba de
ocho legiones, todas llenas de Con fianza en la bue-
na suerte de su caudillo y en su propio valor. Iba
además acompariado por muchos capitanes Belgas
que en Oblico ostentaban su celo por su causa,
miéntras que estaban en espectativa de una ocasion
para desertar ó hacerle una traicion.• Algunos
-
de
ellos dieron secretamente aviso al jefe nerviano
Bodugnato, de que el órden de marcha era muy z5,
propósito para poder batir i los extranjeros me-
diante un ataque vigoroso y bien organizado. Cada
legion marchaba separada de las dem:1s y seguida
de su largo tren de bagaje,s y m 'tquinas de guerra.
a
Si la cabeza de dich columna era audazmente ata-
cada, podía ser derrotada antes de que las filas de
retaguardia llegasen en su auxilio. Mas los Bel-
gas no habían peleado mucho contra los Roma-
nos para que pudieran haber comprendido ya su
táctica. No bien se hubo informa lo C é sar de que
se iba aproximando el enemigo, vara el órden de
marcha de sus tropas (4), haciendo que avanzasen
de frente seis legiones, y que todo el bagaje que
tenían reunido las siguiese de cerca y fuera escol-
tado por las dos legiones bisojas que formaban la
retaguardia en la marcha, y la reserva en Bias de
e ele-10M er Meee'see .331i VII
102
eran admitidos gil, vivir con su jefe en con ione s
de igualdad é intimida,I, eran tam l áen obseluiados
en su mesa y participaban de todas SUS diversiones
y comodidades. En cambio se comprometían á vivir
y morir p or él, defenderle, como una guardia de
corps en la batalla, y si sucumbía, a no sobrevi-
virle. Tan sapirado era este voto, que se dice no
se dió el caso de que lo quebrantase ni un solo pro-
feso. Por consiguiente, cuando Adcantaannus ma-
nifestó su resolucion de morir ántes que entregarse
como lo habían hecho el resto de sus e >nciul ada-
nos, este fiel cuerpo estaba dispuesto á lanzarse
con él contra el enemigo y hallar la muerte á su
lado. Pero siendo fácilmente rechazado por el nú-
mero superior de sus contrarios, se arrepinti5 de su
resolucion el jefe Mrbaro y pida) por su vida al con
quistador.
GnRigme lr szonivion de aquella prole de la CM-
/ie.—Desde esta tribu avanzó el general romano
contra los Vocates y Tarusatas (1), cuyos recursos
habían aumentado con los refuerzos que les ha-
bían mandado de Espaúa, y su confianza, afirmada
con la presencia y consej ) de muchos oficiales que
habían adquirido su experiencia militar en el cam-
pamento de Sertorio. Su táctica, por lo tanto, era
opuesta á la que hasta enUnces habían seguido
sus cunciudanos. Fortificaban un campamento al
estilo romano y esperaban al enemigo para ata
carle, aprovechando ocasion oportuna para reti-
rarse cuando les faltaban provisiones. Craso se vió
obligado á, arriesgarse á dar un asalto, en el cual
CAPÍTULO I.
CAPITULO II.
CAPÍTULO HL
CAPÍTULO IV.
CAPÍTULO V.
CAPÍTULO vi.
CAPÍTULO VIL
Nota de copyright :
3. Al reutilizar o distribuir la obra, tiene que dejar bien claro los términos de
la licencia de esta obra.
Universidad de Sevilla.
Biblioteca de la Facultad de Derecho.
Javier Villanueva Gonzalo.
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