Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Las definiciones de las figuras retóricas o literarias suelen dividir su vasto campo en
tres:
Tropos: En los tropos se emplean las palabras con un sentido figurado, distinto del
sentido propio, usual, lógico, habitual. El tropo comprende la sinécdoque, la
metonimia y la metáfora en todas sus variedades.
Así, la expresión
sol de medianoche
es un oxímoron, puesto que sol y medianoche son conceptos opuestos.
También es un oxímoron la expresión
calma tensa
Hipérbole
Figura retórica de pensamiento que consiste en aumentar o disminuir de forma
exagerada lo que se dice.
La Hipérbole no busca ser tomada literalmente, ya que resultaría poco probable o
imposible, sino que su finalidad es captar la atención, enfatizar una idea que se
quiere transmitir y conseguir una mayor fuerza expresiva:
Hipérbaton
Figura retórica de construcción que consiste en la alteración del orden sintáctico
que se considera habitual y lógico de las palabras de una oración.
El Hipérbaton, Inversión o Transposición es una figura retórica que consiste
en alterar el orden lógico de las palabras de una oración:
Metáfora
Figura retórica de pensamiento por medio de la cual una realidad o concepto se
expresan por medio de una realidad o concepto diferentes con los que lo
representado guarda cierta relación de semejanza.
La Metáfora es una figura retórica que consiste en identificar un término
real (R) con otro imaginario (I) existiendo entre ambos una relación de
semejanza:
Metonimia
Figura retórica de pensamiento que consiste en designar una cosa con el nombre
de otra con la que existe una relación de contigüidad espacial, temporal o lógica
por la que se designa el efecto con el nombre de la causa (o viceversa), el signo
con el nombre de la cosa significada, el contenido con el nombre del continente, el
instrumento con el nombre del agente, el producto con el nombre de su lugar de
procedencia, el objeto con la materia de que está hecho o lo específico con el
nombre genérico.
La Metonimia es una figura retórica que consiste en designar una cosa o idea
con el nombre de otra con la cual existe una relación de dependencia o
causalidad (causa-efecto, contenedor-contenido, autor-obra, símbolo-significado,
etc.)
(Córdoba, España, 1561-id., 1627) Poeta español. Nacido en el seno de una familia
acomodada, estudió en la Universidad de Salamanca. Nombrado racionero en la
catedral de Córdoba, desempeñó varias funciones que le brindaron la posibilidad de
viajar por España. Su vida disipada y sus composiciones profanas le valieron pronto
una amonestación del obispo (1588).
Luis de Góngora
En 1603 se hallaba en la corte, que había sido trasladada a Valladolid, buscando
con afán alguna mejora de su situación económica. En esa época escribió algunas
de sus más ingeniosas letrillas, trabó una fecunda amistad con Pedro Espinosa y
se enfrentó en terrible y célebre enemistad con su gran rival, Francisco de Quevedo.
Instalado definitivamente en la corte a partir de 1617, fue nombrado capellán
de Felipe III, lo cual, como revela su correspondencia, no alivió sus dificultades
económicas, que lo acosarían hasta la muerte.
Aunque en su testamento hace referencia a su «obra en prosa y en verso», no se
ha hallado ningún escrito en prosa, salvo las 124 cartas que conforman su
epistolario, testimonio valiosísimo de su tiempo. A pesar de que no publicó en vida
casi ninguna de sus obras poéticas, éstas corrieron de mano en mano y fueron muy
leídas y comentadas.
En sus primeras composiciones (hacia 1580) se adivina ya la implacable vena
satírica que caracterizará buena parte de su obra posterior. Pero al estilo ligero y
humorístico de esta época se le unirá otro, elegante y culto, que aparece en los
poemas dedicados al sepulcro de El Greco o a la muerte de Rodrigo Calderón.
En la Fábula de Píramo y Tisbe (1617) se producirá la unión perfecta de ambos
registros, que hasta entonces se habían mantenido separados.
Entre 1612 y 1613 compuso los poemas extensos Soledades y la Fábula de
Polifemo y Galatea, ambos de extraordinaria originalidad, tanto temática como
formal. Las críticas llovieron sobre estas dos obras, en parte dirigidas contra las
metáforas extremadamente recargadas, y a veces incluso «indecorosas» para el
gusto de la época. En un rasgo típico del Barroco, pero que también suscitó
polémica, Góngora rompió con todas las distinciones clásicas entre géneros lírico,
épico e incluso satírico. Juan de Jáuregui compuso su Antídoto contra las
Soledades y Quevedo lo atacó con su malicioso poema Quien quisiere ser culto en
sólo un día... Sin embargo, Góngora se felicitaba de la incomprensión con que eran
recibidos sus intrincados poemas extensos: «Honra me ha causado hacerme oscuro
a los ignorantes, que ésa es la distinción de los hombres cultos».
El estilo gongorino es sin duda muy personal, lo cual no es óbice para que sea
considerado como una magnífica muestra del culteranismo barroco. Su lenguaje
destaca por el uso reiterado del cultismo, sea del tipo léxico, sea sintáctico
(acusativo griego o imitación del ablativo absoluto latino). La dificultad que entraña
su lectura se ve acentuada por la profusión de inusitadas hipérboles barrocas,
hiperbatones y desarrollos paralelos, así como por la extraordinaria musicalidad de
las aliteraciones y el léxico colorista y rebuscado.
Su peculiar uso de recursos estilísticos, que tanto se le criticó, ahonda de hecho en
una vasta tradición lírica que se remonta a Petrarca, Juan de Mena o Fernando de
Herrera. A la manera del primero, gusta Góngora de las correlaciones y
plurimembraciones, no ya en la línea del equilibrio renacentista sino en la del
retorcimiento barroco. Sus perífrasis y la vocación arquitectónica de toda su poesía
le dan un aspecto oscuro y original, extremado si cabe por todas las aportaciones
simbólicas y mitológicas de procedencia grecolatina.
Rafael Alberti
Aquella infancia despreocupada, abierta al sol y a la luz, comenzó a ensombrecerse
cuando hubo de ingresar en el colegio San Luis Gonzaga de El Puerto, dirigido por
los jesuitas de una forma estrictamente tradicional. Alberti se asfixiaba en las aulas
de aquel establecimiento donde la enseñanza no era algo vivo y estimulante sino
un conjunto de rígidas y monótonas normas a las que había que someterse. Se
interesaba por la historia y el dibujo, pero parecía totalmente negado para las demás
materias y era incapaz de soportar la disciplina del centro.
A las faltas de asistencia siguieron las reprimendas por parte de los profesores y de
su propia familia. Quien muchos años después recibiría el Premio Cervantes de
Literatura no acabó el cuarto año de bachillerato y en 1916 fue expulsado por mala
conducta. En 1917 la familia Alberti se trasladó a Madrid, donde el padre veía la
posibilidad de acrecentar sus negocios. Rafael había decidido seguir su vocación
de pintor, y el descubrimiento del Museo del Prado fue para él decisivo. Los dibujos
que hace en esta época el adolescente Alberti demuestran ya su talento para captar
la estética del vanguardismo más avanzado, hasta el punto de que no tardará en
conseguir que algunas de sus obras sean expuestas, primero en el Salón de Otoño
y luego en el Ateneo de Madrid.
No obstante, cuando la carrera del nuevo artista empieza a despuntar, un
acontecimiento triste le abrirá las puertas de otra forma de creación. Una noche de
1920, ante el cadáver de su padre, Alberti escribió sus primeros versos. El poeta
había despertado y ya nada detendría el torrente de su voz. Una afección pulmonar
le llevó a guardar obligado reposo en un pequeño hotel de la sierra de Guadarrama.
Allí, entre los pinos y los límpidos montes, comenzará a trabajar en lo que luego
será su primer libro, Marinero en tierra, muy influido por los cancioneros musicales
españoles de los siglos XV y XVI. Comprende entonces que los versos le llenan
más que la pintura, y en adelante ya nunca volverá a dudar sobre su auténtica
vocación, aunque muchos años después, ya en el exilio, dedicaría algunos de sus
poemarios a la pintura y a Picasso.
Al descubrimiento de la poesía sigue el encuentro con los poetas. De regreso a
Madrid se rodeará de sus nuevos amigos de la Residencia de Estudiantes. Conoce
a Federico García Lorca, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Vicente Aleixandre, Gerardo
Diego, Miguel Hernández y otros jóvenes autores que van a constituir el más
brillante grupo poético del siglo. Cuando en 1925 su Marinero en tierra reciba el
Premio Nacional de Literatura, el que algunos conocidos llamaban "delgado
pintorcillo medio tuberculoso que distrae sus horas haciendo versos" se convierte
en una figura descollante de la lírica.
De aquel grupo de poetas hechizados por el surrealismo, que escribían entre risas
juveniles versos intencionadamente disparatados o sublimes, surgió en 1927 la idea
de rendir homenaje, con ocasión del tricentenario de su muerte, al maestro del
barroco español Luis de Góngora, olvidado por la cultura oficial. Con el entusiasmo
que les caracterizaba organizaron un sinfín de actos que culminaron en el Ateneo
de Sevilla, donde Salinas, Lorca y el propio Alberti, entre otros, recitaron sus
poemas en honor del insigne cordobés. Aquella hermosa iniciativa reforzó sus lazos
de amistad y supuso la definitiva consolidación de la llamada Generación del 27,
protagonista de la segunda edad de oro de la poesía española.
En los años siguientes Rafael Alberti atraviesa una profunda crisis existencial. A
su precaria salud se unirá la falta de recursos económicos y la pérdida de la fe. La
evolución de este conflicto interior puede rastrearse en sus libros, desde los
versos futuristas e innovadores de Cal y canto hasta las insondables tinieblas
de Sobre los ángeles. El poeta muestra de pronto su rostro más pesimista y
asegura encontrarse "sin luz para siempre". Su alegría desbordante y su
ilusionada visión del mundo quedan atrás, dejando paso a un espíritu torturado y
doliente que se interroga sobre su misión y su lugar en el mundo. Se trata de una
prueba de fuego de la que renacerá con más fuerza, provisto de nuevas
convicciones y nuevos ideales.
PEDRO SALINAS
(Madrid, 1891 - Boston, 1951) Poeta español, miembro de la Generación del 27, en
la que destacó como poeta del amor. Profundo intelectual y humanista, Pedro
Salinas estudió las carreras de derecho y de filosofía y letras. Fue lector de español
en la Universidad de París entre 1914 y 1917, año en que se doctoró en letras.
Pedro Salinas
En la década de 1920 comenzó una asidua colaboración con la Revista de
Occidente y fue catedrático de lengua y literatura españolas en las universidades
de Sevilla y Murcia. Trabajó como lector de español en Cambridge. Junto
a Guillermo de Torre dirigió la revista Índice literario (1932-1936). En este último
año emigró a Estados Unidos, donde se desempeñó como profesor en distintas
universidades, y allí vivió hasta su muerte, salvo algunos períodos en que dictó
clases en la Universidad de San Juan de Puerto Rico.
Poeta subjetivo, heredero de la tradición amorosa de Garcilaso de la Vega y
de Gustavo Adolfo Bécquer, el gran tema de su poesía fue el amor, a través del cual
matizó y recreó la realidad y los objetos. En su producción se pueden distinguir tres
etapas. La primera se inscribe en la corriente de la «poesía pura», influida por Juan
Ramón Jiménez, que caracterizó también los comienzos de muchos de sus
compañeros de generación, como Jorge Guillén, Vicente Aleixandre, Dámaso
Alonso, Federico García Lorca o Rafael Alberti. Abarca desde sus primeros versos
hasta 1931, e incluye los poemarios Presagios (1924), Seguro azar (1929) y Fábula
y signo (1931).
La segunda alcanza hasta 1939 y fue la de la poesía genuinamente amorosa, fruto
de su apasionada relación con la profesora norteamericana Katherine Whitmore. En
ella celebra el amor que da sentido al mundo; la amada es una criatura concreta, en
un espacio cotidiano, con la que el poeta mantiene un coloquio continuo. El amor
de su lírica no es atormentado y sufrido; es una fuerza prodigiosa que da sentido a
la vida (La voz a ti debida, 1933; Razón de amor, 1936; y Largo lamento, 1939).
Las obras de esta etapa se nutren de una lírica en segunda persona, vocativa,
dirigida a la imagen de la amada, envuelta en las circunstancias externas de la vida
actual: relojes, teléfonos, playas, calles, publicidad, automóviles y calendarios
aparecen en tal poesía cambiados y transfigurados. La mujer es vista en una
perspectiva de proximidad, como una amiga que se convierte en amada al
contemplarse reflejada en el "espejo ardiente" que el amor le ofrece. Tal actividad
poética, en la que se utilizan elementos métricos muy tenues y leves (metros cortos,
con asonancias de una gran flexibilidad, que subrayan el ritmo interno de las
metáforas, las ideas y la fluida elocución), halla su mejor representación en La voz
a ti debida, obra que ha influido profundamente en la poesía española.
La tercera etapa va de 1939 hasta su muerte. La poesía de estos años reflejó sus
inquietudes filosóficas, y una preocupación por la función del poeta y del arte, ya
que su espíritu humanista se rebeló ante el mundo moderno; pero no fue la suya
una poesía meramente intelectualista, sino que se apoyó también en lo sensual, en
una visión cósmica pero fuertemente emotiva. Tres libros componen la producción
de este período: El contemplado (1946), Todo más claro y otros poemas (1949)
y Confianza 1942-1944 (1955), recopilación de poemas sueltos publicada
póstumamente.
Pedro Salinas fue también autor numerosos ensayos críticos, entre los que
destacan Jorge Manrique o tradición y originalidad (1947) y La poesía de Rubén
Darío (1947), dedicados respectivamente al poeta medieval español Jorge
Manrique y al nicaragüense Rubén Darío, iniciador del Modernismo. Escribió
además los ensayos El defensor (1948) y Ensayos de literatura hispánica (1958),
así como relatos (El desnudo impecable y otras narraciones, 1951) y varias obras
de teatro, la mayor parte todavía inéditas. En 2002 aparecieron finalmente
las Cartas a Katherine Whitmore, un resumen de la copiosa correspondencia que
intercambió con su amada, sobre todo entre 1932 y 1939.
FEDERICO GARCÍA LORCA
(Fuente Vaqueros, España, 1898 - Víznar, id., 1936) Poeta y dramaturgo español.
En el transcurso de la «Edad de Plata» (1900-1936), la literatura española
recuperó aquel dinamismo innovador que parecía perdido desde su Siglo de Oro;
tal periodo tuvo su culminación en la obra poética de la Generación del 27, así
llamada por el rebelde homenaje que sus miembros rindieron a Luis de
Góngoracon motivo de su tercer centenario. Sin embargo, pese a la inmensa talla
de figuras como Rafael Alberti, Pedro Salinas, Jorge Guillén, Gerardo
Diego, Dámaso Alonso, Luis Cernuda o el premio Nobel Vicente Aleixandre,
ningún miembro del grupo alcanzaría tanta proyección internacional como
Federico García Lorca.
Jorge Guillén
En 1917 sucedió a Pedro Salinas como lector de español en la Sorbona, puesto en
el que permaneció hasta 1923. Posteriormente fue catedrático de literatura en las
universidades de Murcia y Sevilla, y entre 1929 y 1931 ejerció como lector en
Oxford. Exiliado en Estados Unidos (1938), trabajó como profesor en el Wellesley
College. Una vez jubilado residió en Italia antes de instalarse en Málaga tras la
muerte en 1975 del dictador Francisco Franco.
Desde sus inicios, la poesía de Jorge Guillen quedó totalmente exenta de la
ornamentación del agonizante modernismo para centrarse únicamente en la palabra
depurada y ceñida al contenido con la máxima precisión. Esta búsqueda del rigor
verbal hizo que tardase varios años en escribir su primer libro, Cántico, cuya primera
edición, de 1928, fue ampliada sucesivamente hasta 1950.
El subtítulo de esta obra, Fe de vida, ofrece una idea exacta de su concepción
poética, caracterizada por la actitud apasionada ante el maravilloso espectáculo de
la existencia. El entusiasmo de Guillén se expresa de una manera estructurada y
clasicista, rigurosa en la expresión intelectual, lo que ha llevado a relacionarlo
con Paul Valéry a pesar de que su radical optimismo contrasta con el enfoque
negativo del autor francés. La armonía del universo y la afirmación vital del hombre
que lo contempla y celebra hasta en sus aspectos más vulgares es el principio
esencial del poeta, que se muestra ajeno a toda imperfección.
Las fuerzas contrarias a esta plenitud, representadas por los conflictos políticos,
comparecieron en una segunda etapa, constituida por las tres partes de Clamor,
tituladas Maremagnum (1957), Que van a dar en la mar (1960) y A la altura de las
circunstancias (1963). La conciencia de las realidades dolorosas implica un tono
más grave y elegíaco, a la vez que las formas concisas de la primera época dejan
paso a un discurso pausado en el que tienen cabida las construcciones largas y los
poemas en prosa. A pesar de que el autor no renuncia a su emocionada postura
inicial, la nostalgia del pasado, el paso del tiempo y la reflexión sobre la vejez
contribuyen a que su voz se tiña de melancolía.
Por el contrario, Homenaje (1967) supone un retorno al enfoque de Cántico y
recupera su impulso primordial de comunicación, con versos consagrados a la
cultura, el amor y la amistad, aunque también al presentimiento de la muerte. Sus
últimas obras fueron Y otros poemas (1973), con una parte dedicada a la tarea
poética, y Final (1982), que según dijo el autor aclaraba o introducía variantes a sus
creaciones anteriores. Premio Cervantes en 1976, desarrolló una sustanciosa labor
crítica entre la que cabe destacar el libro Lenguaje y poesía (1962).