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COLEGIO TABASCO

¡FIELES AL DEBER!

Materia:
historia

Alumno:
Luis Alberto gil bocanegra

2°sem. “b”
EL OSCURANTISMO
Es como se conoce al período comprendido por la Edad Media (476, fecha de la
caída del imperio romano de occidente y el año 1453 año en que cayó el Imperio
Romano de Oriente, aunque su influencia se extendió aunque menguada hasta el
siglo XVIII).
La oscuridad de la mente humana se hacía
palpable, ante la imposibilidad de cuestionar los
dogmas religiosos, verdades reveladas que no
admitían crítica, ni posibilidad de prueba.
La Iglesia adquirió en esta etapa un inmenso
poder que trascendía el ámbito religioso, y así
como la adopción del cristianismo hacia fines de
la Edad Antigua, durante el mandato del
emperador Teodosio, a través del edicto de
Tesalónica (24 de noviembre de 380) significó un
gran progreso, humanizando las costumbres, en
la Edad Media, se produjo un gran retroceso
científico, al impedirse elaborar teorías que
pudieran contradecir los dichos bíblicos.
El derecho a la libre expresión de las ideas fue coartado al punto tal, que muchos
que se atrevieron a ejercerlo terminaron condenados por los Tribunales de la
Inquisición.
La antigüedad griega y romana con la profundidad de sus pensamientos, sobre todo
los procedentes de Atenas, debieron sufrir un profundo y prolongado letargo, del
que despertaron en el siglo XV, cuando el Renacimiento, vino a poner otra vez, las
expresiones artísticas y filosóficas, en el ámbito de la libertad creativa. En la Edad
Media, el arte y la filosofía tenían un único tema: el religioso cristiano. Los clásicos
latinos fueron sin embargo preservados, no así los griegos.
El centro de las preocupaciones humanas, fue Dios (teocentrismo) y hacia allí
debían dirigirse todas sus acciones, para lograr una vida virtuosa, de un hombre
que llevaba en su propia esencia el pecado original, con derecho a una vida plena
solo en el más allá.
En el siglo XI se organizaron las Cruzadas, contra los turcos seléucidas que
impedían los peregrinajes hacia Tierra Santa, y así en nombre de la fe, se gestaron
luchas encarnizadas contra los infieles, con el fin de unificar la cristiandad. Un
mundo cristiano, y un pensamiento cristiano, pusieron al hombre y sus ideas, de
rodillas ante Dios. La búsqueda de la verdad científica no era necesaria ante la
existencia de la única verdad posible: la revelada por el Creador.
La cultura de la época estaba en manos de los clérigos, que monopolizaban los
saberes. El trabajo no debía tener fin de lucro, sino la mera supervivencia.

El descubrimiento de las nuevas tierras americanas, en el siglo XV, por la expansión


ultramarina europea, significó un gran avance para el conocimiento de la época. El
mundo se amplió geográficamente, y el hombre comenzó paralelamente a abrir su
mente a ideas nuevas, naciendo el Humanismo.
Sin embargo, la lucha de la luz sobre las tinieblas de la mente, no fue fácil ni
repentino. Galileo Galilei, por ejemplo, en pleno siglo XVII, fue censurado por sus
hallazgos científicos por parte de la Iglesia. Sus estudios que confirmaron la teoría
heliocéntrica copernicana, le valieron una condena por la que debió retractarse de
sus descubrimientos.
El Renacimiento, la división del cristianismo en católicos y protestantes, con el
consiguiente debilitamiento de la Iglesia católica y las ideas del Iluminismo, hicieron
nacer una nueva forma de pensamiento crítico, que conduciría a la Revolución
Francesa.
RENACIMIENTO

Movimiento cultural que surge en Europa el siglo XIV y que se muestra como
característica esencial su admiración por la antigüedad grecorromana. Este
entusiasmo, que considera las culturas clásicas como la realización suprema de un
ideal de perfección, se propone la limitación en todos los ordenes, lo que explica el
calificativo de Renacimiento, pues en verdad, se trataba de un renacer, de un volver
a dar vida a los ideales que habían inspirado aquellos pueblos.
No fue una simple exhumación de las artes antiguas. El interés por el arte
grecorromano fue una consecuencia. En principio, se aspiro a una renovación en
todas las parcelas de la cultura humana, filosofía, ética, moral, ciencia, entre otras,
encaminada a la hechura de un hombre que fuera comprendido y resumen de todas
las perfecciones físicas e intelectuales. El hombre integral, el genio múltiple, en el
que se concilian todas las ramas del saber en una actitud fecunda, fue la gran
creación del Renacimiento que cristalizo en figuras que mantienen viva la
admiración a través de los tiempos, como Leonardo da Vinci, Miguel Ángel y Rafael.
Esta época se caracteriza, en otro sentido, por una ampliación de los horizontes
históricos y geográficos. Renacimiento quiere decir ante todo, resurrección de las
antiguas civilizaciones de Grecia y de Roma. La lengua griega hacía tiempo que era
enseñada en Italia y parecía como si la curiosidad y el espíritu de libre investigación
que había caracterizado a la cultura ateniense resurgieran con el estudio del idioma.
El renacimiento es una consecuencia lógica de un proceso que venía gestándose
tempranamente desde el siglo XII, y este proceso trae consigo no solo cambios
económicos, políticos y sociales, sino una nueva concepción del hombre. Pero el
resquebrajamiento del antiguo régimen feudal, se manifiesta verdaderamente en
Florencia, ciudad cuna del Renacimiento.
La etapa histórica del renacimiento es muy compleja y difícil de abarcar, no solo
porque aún existen cuestiones que se están investigando y sobre las cuales no se
ha llegado a un acuerdo, aparte de que hay diversas opiniones respecto a los
términos Renacimiento y Humanismo. En la cultura europea en general, el
Renacimiento se manifiesta en el período comprendido entre los siglos XIV y XVI.
En el siglo XVI, el centro se desplaza a Roma, motivo por el cual se denomina el
Renacimiento Romano o Renacimiento Clásico, y no solo es el momento de más
alto desarrollo de este estilo, sino el de la disolución de las formas renacentistas,
que darían origen al Renacimiento tardío de las últimas décadas del siglo XVI.
La época del Renacimiento reveló de nuevo el valor estético autónomo de los
objetos del mundo sensorial. La afirmación de la dignidad del individuo y de las
posibilidades ilimitadas de su desenvolvimiento universal fue el principio central de
una cosmovisión nueva. Todo ello estimuló el poderoso florecimiento de las artes y
brindó nuevas posibilidades para la educación estética y artística. En los titanes
universalmente desarrollados del renacimiento encontramos una combinación
orgánica de la actividad artística y científica de la teoría y la práctica, de la palabra
el hecho.

En el renacimiento, la nueva ideología humanista permite adoptar otro punto de


vista: el hombre renacentista ya no tiene por qué sentir esa vocación hacia la
eternidad, ya no tiene por qué abominar su cuerpo y aspirar solo el espíritu puro,
sino a una armónica dualidad de cuerpo y alma. Por tanto, la naturaleza (cuya
presencia está en obras plásticas) deja su carácter pecaminoso y se integra al
destino y realización del hombre. Desde el punto de vista teológico, la sensorialidad
ahora será una prueba más de la existencia de un Dios, capaz de elaborar un mundo
bello. El Renacimiento aspira al racionalismo. El hombre renacentista aspira a
eternizarse en memoria de la posteridad, los términos “fama” y “gloria” serán muy
importantes en este período. Toda la vida del hombre estará consagrada tanto a la
acción como al pensamiento. El hombre de letras es, a la vez, el hombre práctico,
como veremos por ejemplo en el caso de Leonardo Da Vinci.
Este período adoptó una visión nueva del mundo, que trajo consigo derivaciones y
resultados fecundos en el siglo XVI. Emerge una cultura y una visión del mundo
centrada en el hombre. Esta se orienta hacia los valores de la naturaleza y, así,
indirectamente se fomenta el espíritu aventurero que había de fructífero en los
descubrimientos.
Principales exponentes artísticos
Leonardo Da Vinci (1452-1519)

Leonardo da Vinci, constituye una de las principales figuras en el florecimiento del


Renacimiento. Hasta cierto punto la iglesia fue su primer cliente, pero no resistió la
tentación de cuajar sus pinturas religiosas de simbolismos eróticos. Murió en
soledad y trabajando. Para muchos, su legado es el patrimonio artístico de valor
incalculable que dejaba para la Humanidad.
Para algunos pocos, su verdadero legado va más allá. Lo más importante de su
herencia puede que haya estado protegido por un sistema de apertura retardada,
que ahora mismo está a punto de activarse y develarnos su contenido. Justo en
estos momentos de cambio global y de profunda transformación, es cuando se hace
necesario ampliar las fronteras mentales para internarnos en otras dimensiones de
la realidad. Algo en lo que Leonardo, sin duda, también fue un maestro.

Miguel Ángel Bounarotti (1475-1564)

Miguel Angel,llegó a Roma en 1496, puso manos a la obra fruto de esta época es
el David, este joven de mármol es el mejor himno de admiración a la belleza del ser
humano. Por ese mismo tiempo, dio forma a La Piedad, escultura que representa a
la virgen con el cuerpo de Jesús en sus brazos.
Entre 1536 y 1531, encontramos a Miguel Ángel trabajando nuevamente en la
Capilla Sixtina. Esta vez le tocó hacer un imponente fresco en la pared tras el altar
mayor, en el cual representó magistralmente El Juicio Final. La expresividad y el
estudio de los cuerpos, patentes en esta obra, han maravillado a la gente por siglos.

Rafael Sanzio (1483 – 1520)

Este pintor italiano representó el espíritu clásico de la belleza, armonía y la


serenidad en sus obras. Trabajó bajo los papados de Julio II y León X en Roma. Se
hizo cargo de la construcción de la basílica de San Pedro y del palacio del Vaticano
y fue nombrado director de artes de la corte pontificia. Pero fueron sus obras
pictóricas las que le dieron fama universal, como sus frescos en las cámaras del
Vaticano, entre los que resalta la Escuela de Atenas, donde aparece el filósofo
griego Aristóteles y su discípulo Platón conversando animadamente, y la Disputa
del Santísimo Sacramento, que resume la historia de la iglesia católica.
SUCESOS MAS RELEVANTES
1428 - Francia revive con Juana de Arco.
1453 - Los otomanos conquistan Constantinopla, terminando el Imperio
 Bizantino.
 1478 - Iván III expulsa de Rusia a los mongoles.
 1492 - Caída de Granada. Los Reyes Católicos expulsan a los judíos que
 se reparten en diversos países de Europa, pero conservando el idioma
 español. Colón descubre el Nuevo Mundo. España inicia la conquista del
 norte de África
 1493- Fundación de la Española en el Nuevo Mundo. España y Portugal
 firman el Tratado de Tordesillas.
 1497 - Viaje al Nuevo Mundo de Américo Vespucio. Cabot llega a
 Terranova.
 1498 - Tercer viaje de Colón; por primera vez, pisa tierra en el continente
 sudamericano.
 1500 - Al superarse la crisis de la Baja Edad Media, comienza el
 Renacimiento italiano, movimiento que abarcó a la mayoría de los países
 europeos.- Juan de la Cosa, que acompañó a Colón en su primer viaje, a
 fines de este año 1500 concluye su monumental mapa de las tierras
 americanas. Cabral toma posesión de la Tierra de la Verdadera Cruz
 (Brasil)
 1501 Expedición a la India de P.A.Cabral En Irán reina Isma´l I, fundador de
 la dinastía safawi, imponiendo el chiísmo. Los luo, pueblo nilochariano, se
 establecen en Kenya y Uganda
 1502 Los mexicanos asesinan a Moctezuma II, posiblemente, instigados por
 Cortés. Los portugueses establecen factorías comerciales en África.
 1506 Comienza la construcción de la Catedral de San Pedro, Roma
 1507 El Nuevo Mundo es llamado América, en honor del cartógrafo italiano
 Américo Vespuccio, a propuesta del alemán Martín Waltzemüller.
 1510 Comienza el tráfico de esclavos negros a América.
 1512 Vasco Núñez de Balboa descubre el Océano Pacífico.
 Maquiavelo publica "El príncipe".
 1517 Lutero publica sus 95 tesis contra las indulgencias.
 15l9 Carlos V, rey de España, de los Países Bajos y de Alemania, es
 coronado Emperador. Hernán Cortés inicia la conquista del Imperio Azteca.
 1521 Solimán, el Magnífico, conquista Belgrado.
 1522 Sebastián del Cano completa el viaje alrededor del mundo
 emprendido por Hernando de Magallanes, que descubrió el Estrecho que
 lleva su nombre y que murió a manos de los indígenas en Filipinas.
 1525 La papa (patata) llega a Europa, desde Sudamérica. Este tubérculo
 empezó a cultivarse en un momento en que escaseaba el alimento en el
 continente.
 1526 Los otomanos invaden Hungría.
 1532 Pizarro conquista del Imperio Inca.
 1534 Enrique VIII rompe con la Iglesia Católica de Roma.
 1539 Loyola organiza la Compañía de Jesús
 1543 Copérnico publica su libro De la revolución de los cuerpos celestes.
 1545 Concilio de Trento.Comienzo de la Contra-Reforma.
 1556 Reinado de Felipe II de España (+1598).
 1558 Reinado de Isabel de Inglaterra (1603).
 1559 El tabaco se introduce en Europa
REVOLUCIÓN CIENTÍFICA
Se conoce con el nombre de Revolución Científica al cambio drástico en el modelo
de pensamiento que tuvo lugar entre los siglos XV, XVI y XVII, en Occidente,
durante la Edad Moderna temprana. Transformó para siempre las visiones
medievales sobre la naturaleza y la vida. Sentó las bases para el surgimiento de la
ciencia como la comprendemos hoy en día.
La Revolución Científica nació en Europa a finales del Renacimiento. Fue fruto de
las nuevas ideas en materia de física, astronomía, biología y química, y con ellas el
cambio en el paradigma filosófico que produjo el movimiento social e intelectual
conocido como Ilustración.
Las fechas exactas de aparición de este fenómeno son debatibles, pero
generalmente se toma el año de 1543 como su punto inicial, cuando se publicó la
obra cumbre de Nicolás Copérnico De revolutionibus orbium coelestium (“Sobre los
movimientos de los orbes celestes”).
Del mismo modo, se señala tradicionalmente su final en el año 1632, cuando Galileo
Galilei publicó su Dialogo sopra i due massimi sistema del mondo Tolemaico, e
Copernicano (“Diálogos sobre los dos máximos sistemas del mundo: el tolemaico y
el copernicano”), o bien con la publicación de los Principia de Isaac Newton en 1687.
Para que la Revolución Científica ocurriera, era necesario superar el oscurantismo
propio de la era medieval, durante el cual la fe y la religión gobernaron el
pensamiento de Occidente con mano de hierro. El primer paso fue cuando se
recuperó el legado clásico de la Antigüedad, en especial de la cultura grecolatina. A
esto se sumó el aporte de la ciencia islámica medieval.
Para ello también fue necesaria la aparición de la imprenta en el siglo XV, lo cual
permitió masificar y democratizar los saberes. Además, surgió la burguesía como
nueva clase social que transformó al mundo. Esta clase de mercantes, de origen
plebeyo pero importantes posesiones materiales, logró abolir el orden feudal.
A medida que ganó poder, la burguesía forzó a la aristocracia a flexibilizar sus
normas, y debilitó el feroz agarre de la Iglesia sobre la cultura. Sin embargo, muchos
de los pensadores de la Revolución Científica padecieron la persecución de la
Inquisición católica, como es el célebre caso de Galileo, a quien forzaron a
retractarse públicamente de sus ideas revolucionarias.
Por otro lado, el pensamiento del filósofo griego Aristóteles estaba vigente a inicios
de la Revolución Científica. La influencia aristotélica fue una de las más difíciles de
romper, en especial su concepción del cosmos como un espacio en el que la Tierra
ocupaba el lugar central.
Gracias a los aportes de Eudoxo de Cnido y de Claudio Ptolomeo, una nueva visión
del cosmos pudo gestarse en la obra de Nicolás Copérnico, dando así origen al
modelo heliocéntrico y a una nueva era de pensamiento.
Protagonistas de la Revolución Científica
Los principales nombres de la Revolución científica fueron:
 Nicolás Copérnico (1473-1543). Jurista, matemático, físico y clérico católico
polaco, dedicó gran parte de su vida a la astronomía, y reformuló a su manera
la teoría Heliocéntrica del Sistema Solar, formulada inicialmente por Aristarco
de Samos. Con la publicación de su obra sobre el movimiento de
los astros dio inicio a la Revolución Científica, contraviniendo siglos de
repetición del modelo geocéntrico aristotélico.

 Galileo Galilei (1564-1642). Astrónomo, físico, músico, matemático e


ingeniero italiano, es el gran ejemplo del hombre renacentista, dedicado por
igual a las artes y las ciencias. Fue un importante observador astronómico,
para lo cual mejoró además la fabricación de los telescopios, y es célebre por
su apoyo determinante a la formulación copernicana del Sistema Solar. Es
considerado el padre de la física moderna.

 Isaac Newton (1643-1727). Físico, teólogo, filósofo, alquimista, inventor y


matemático inglés, autor del primer gran tratado de la física moderna,
su Philosophia naturalis principia mathematica o “principios matemáticos de
filosofía natural”, obra que revolucionó el entendimiento físico del mundo y
sembró las bases para el surgimiento de esta ciencia. Aún se ponen en
práctica sus principios sobre el movimiento, sus leyes termodinámicas y sus
formulaciones respecto a la óptica y el cálculo infinitesimal.
 Tycho Brahe (1546-1601). Astrónomo danés, considerado el más grande
observador del firmamento antes de la invención del telescopio y fundador
del primer centro de estudios astronómicos, Uraniborg. Su obra permitió
consolidar el estudio astronómico de manera sistemática y no mediante
observaciones ocasionales.

 Johannes Kepler (1571-1630). Astrónomo y matemático alemán, célebre


por sus leyes sobre el movimiento de los astros celestes en
su órbita alrededor del Sol, fue un cercano colaborador de Tycho Brahe y uno
de los nombres fundamentales de la astronomía moderna.

 Francis Bacon (1561-1626). Célebre filósofo, político, abogado y escritor


inglés, considerado el padre del empirismo filosófico y científico, ya que en
su obra De dignitate et augmentis scientiarumn (“De la dignificación y
progreso de la ciencia”), describió y sentó las bases para la construcción
del método científico experimental. Es uno de los grandes pioneros del
pensamiento moderno y de los primeros ensayistas de Inglaterra.

 René Descartes (1596-1650). Filósofo, matemático y físico francés, padre


de la filosofía moderna, de la geometría analítica, y de los mayores
contribuyentes a la Revolución Científica. Es célebre su principio cogito ergo
sum (“pienso, luego existo”), que sería esencial en el surgimiento del
racionalismo, la fe en la razón y no en la voluntad divina. Su obra más famosa
es el Discurso del método (1637), donde rompió claramente con la
escolástica tradicional del medioevo.

 Robert Boyle (1627-1691). Filósofo natural, teólogo cristiano, químico, físico


e inventor de origen inglés, célebre por su formulación de la Ley de Boyle,
uno de los principios que rigen el comportamiento de los gases. Se le
considera el primer químico moderno de la historia, y su obra The Sceptical
Chymist (“El químico escéptico”) es una obra fundamental en la historia de
esta disciplina.
 William Gilbert (1544-1603). Filósofo natural y médico inglés, pionero en el
estudio del magnetismo, como evidencia su obra De Magnete (1600), primer
libro de física de Inglaterra. Fue uno de los pioneros en el estudio de
la electricidad a partir de la electrostática, y un opositor feviente del método
escolástico y las teorías aristotélicas en las Universidades del momento.

La Revolución Científica significó un corte importante con la tradición medieval que,


ante todo, demostró la capacidad humana de aplicar el intelecto a la comprensión
del mundo. Permitió el nacimiento del racionalismo y del pensamiento moderno, que
desplazó la fe medieval como principio regente de la vida y sociedad humanas.
Pero quizá la mayor consecuencia que tuvo haya sido el nacimiento formal de las
ciencias, enmarcadas en el método científico y en el empirismo racionalista. Esto
implica una radical transformación del mundo de las ideas, permitiendo la
reaparición de saberes que hasta hace un siglo formaban parte de la alquimia
islámica y de los saberes heréticos.
El mundo contemporáneo habría sido imposible sin la Revolución Científica. Entre
sus principales aportes a la comprensión que tenemos hoy del universo, están:
 El modelo heliocéntrico del Sistema Solar. A través del cálculo y la
observación del firmamento con telescopios cada vez más refinados, los
primeros astrónomos demostraron que no es la Tierra el centro del universo
alrededor de la cual gira el Sol, sino que es el Sol el centro del Sistema Solar
y alrededor de él giran los planetas, entre ellos la Tierra. Este saber rompió
con el orden cosmológico religioso que imperó durante el medioevo, y que
provenía del mismísimo Aristóteles.
 Apoyo del atomismo por encima de las teorías aristotélicas de la
materia. Aristóteles pensaba, en la antigüedad, que la materia era una forma
continua y que estaba constituida por cuatro elementos: aire, fuego, agua y
tierra, en diversas proporciones. Esta idea imperó durante el medioevo, a
pesar de que Demócrito, otro filósofo antiguo, ya había formulado la
teoría atómica. Esta última fue, durante la Revolución Científica, rescatada y
mejorada.
 Avances en la anatomía humana y descarte de las teorías de Galeno.
Durante más de mil años los estudios del antiguo Galeno rigieron el saber
médico en Occidente, hasta que la Revolución Científica llegó.
Nuevos experimentos, disecciones y estudios aplicando el método científico
y con nuevos instrumentos de medición, permitieron la mejor comprensión
del cuerpo humano y sentaron las bases para la medicina moderna.
 Separación de la química de la alquimia. La química nace formalmente
durante este período, gracias a los primeros estudiosos de la materia como
Tycho Brahe, Paracelso y Robert Boyle, entre otros.
 Desarrollo de la óptica. La óptica fue un enorme avance de la Revolución
Científica, que se tradujo no sólo en mejores conocimientos del
comportamiento de la luz, sino en mejores insumos para la investigación
científica, como telescopios y microscopios, que permitieron la observación
de los astros lejanos y de las partículas microscópicas.
 Primeros experimentos con la electricidad. William Gilbert fue uno de los
primeros en dedicarse a la experimentación y registro de los principios
eléctricos, inventando incluso la palabra latina electricus, derivada
de elektron (“ámbar” en griego). Así descubrió las propiedades eléctricas de
muchos materiales distintos, como el azufre, la cera o el vidrio, y realizó
enormes avances en materia de electricidad y magnetismo, que fundaron
campos enteros de estudio de la física.
LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL
La mayor transformación social que se ha producido en los últimos siglos ha sido
producto de la Revolución Industrial. ¿Sabes qué es lo que ocurrió realmente
durante esta época cuáles fueron sus causas, desarrollo y consecuencias a nivel
mundial? Una revolución que muchos comparan con la tecnológica que se vive
actualmente aunque para comprenderla mejor nada como ir atrás en el tiempo y
explicar cómo se gestó, cómo se desarrolló y sobre todo qué consecuencias trajo a
la vida de la humanidad. A continuación en Sobre Historia, todo sobre la Revolución
Industrial.
Sin duda, el elemento clave o que dio origen a esta revolución fue la gran patente
de James Watt que propulsó un cambio profundo que dio alas a lo que
posteriormente sería llamada como Revolución Industrial. Se trataba de la máquina
de vapor, que se aplicó a la locomotora y de ahí se pasó a un avance tecnológico
sin precedentes.

Por otro lado, una sociedad más liberal fomentó el que se introdujeran nuevos
elementos que contribuyeran al avance industrial. Se necesitaba más carbón, se
generaba más energía, y se buscaba aumentar la productividad de los recursos
propios. La mente se había abierto a la economía y la eficiencia.
A ello contribuyó también la política expansionista de determinados países que hizo
que el capitalismo se expandiera por el mundo. Adam Smith, con su «Riqueza de
las naciones» fue el pionero de este librecambismo, bajo la idea de que esa libertad
influiría en el desarrollo de una nación pero también influyó el país en el que se
originó.

PRIMERA ETAPA DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL


La primera gran etapa de la Revolución Industrial fue la que se desarrolló entre los
años 1760 y 1870. Fue un periodo marcado por los continuos inventos. En el año
1800, Volta inventaría la pila eléctrica. Stephenson inventó la primera locomotora
de vapor en el año 1814. En 1825 se inauguró la primera línea de pasajeros.
En 1834 fue Richard Roberts el que ideó el telar y la máquina de hilar. En 1837,
Morse inventa el telégrafo y se da el primer gran impulso a las comunicaciones. En
1863 se inaugura el primer sistema de metro del mundo en Londres. En 1868 se
lanza el primer ferrocarril transcontinental.

Pero al mismo tiempo, la sociedad comienza a sufrir profundas transformaciones


marcadas por hechos que conducían a la implantación de unas ideas mucho más
modernas y liberales. La Revolución Francesa fue fundamental para que esas
ideas se propagaran por Europa.
 La Revolución Francesa
Pero también la victoria de los ingleses en la Batalla de Trafalgar sirvió en cierto
modo para fomentar el auge de la Revolución Industrial. Lo que a simple vista
parecería una catástrofe para franceses y para la Revolución Industrial española,
hizo que Gran Bretaña, la gran propulsora de la Revolución, se hiciera con el
dominio del mar en el Mediterráneo. Se abrieron así las vías para un comercio
global y al mismo tiempo los canales necesarios como para que las ideas
librecambistas que tanto se defendían en Inglaterra llegaran aún más lejos.
Poco a poco, la semilla de una sociedad más avanzada basada en la tecnología iba
floreciendo. En aquella primera etapa de la Revolución Industrial, la luz eléctrica, el
gas y el transporte público (tres elementos básicos de cualquier sociedad hoy en
día) habían venido al mundo. Se había pasado de ciudades alumbradas por petróleo
y donde el único medio de transporte eran los carros de caballos, a viajar en
máquinas de vapor y a tener alumbrado eléctrico.
Cambios tecnológicos como los que ya he dicho, con la industria del carbón en
marcha y la máquina de vapor se mezclaron con cambios culturales que se
plasmarán en un impresionante aumento de los conocimientos en todas las ramas,
tanto científicas como técnicas y sanitarias. Los cambios sociales más notables
derivan del crecimiento de las ciudades y el consiguiente éxodo en zonas rurales.
Al mismo tiempo se produce un fuerte aumento demográfico, a consecuencia de la
elevada natalidad y el descenso de la mortalidad catastrófica, dado que se
produjeron también avances sanitarios, como las vacunas, y a una mejor
alimentación de la población. Esto provocará que la población europea se
multiplique en pocos años tanto por nuevos nacimientos como porque se alarga
(aunque sea un poco) la esperanza de vida.
SEGUNDA ETAPA DE LA REVOLUCIÓN INDUSTRIAL

Comenzó en 1870 aproximadamente. Y quizás fuera el invento de la dinamo la que


diera un nuevo empujón a la carrera por la modernización tecnológica. La obtención
de fuerza hidroeléctrica gracias a estas dinamos permitieron transformarla en luz, y
por ende, en energía para los nuevos transportes que iban surgiendo.
La era de los transportes daba un nuevo salto adelante, y por otro lado, la sociedad
se veía recompensada con un nuevo elemento desconocido hasta entonces: el
alumbrado. Las horas de oscuridad, de candiles y cera, quedaban atrás. Cuando en
1879, Thomas Edison presentó la lámpara incandescente la sociedad ya se había
preparado para los grandes avances que, uno tras otro, iban a llegar en aquellos
años de finales del XIX y principios del siglo XX.
Aquel desarrollo industrial se centró en Europa, donde el Reino Unido era el gran
dominante; la potencia mundial cuyos tentáculos se adentraban en todos los
continentes. Ellos fueron el perfecto ejemplo del significado de la Revolución
Industrial.

El éxito de la Revolución Industrial estuvo sustentado desde muchos puntos de la


economía y la cultura, pues si la sociedad supo acoplarse y recibir con expectación
todos aquellos avances y desde el punto de vista económico se estaba en una
época de bonanza, también la apertura de nuevas rutas comerciales favoreció el
engrandecimiento de todas aquellas naciones que se alineaban a ese nuevo
progreso. En ello fue importantísimo también la apertura del Canal de Suez, en
Egipto, en 1869, que permitió un comercio más fluido entre Europa y Asia.
En las líneas anteriores se ha mencionado brevemente que este proceso también
tuvo sus puntos negros, resaltando especialmente el caso de la explotación laboral.
Sin embargo, la Revolución Industrial cambió de manera radical la sociedad de la
época y modificó totalmente las formas de vida de la mayoría de la población en
muchos aspectos, siendo totalmente imposible explicar el devenir de la sociedad
actual sin tener en cuenta los procesos derivados del avance de la Revolución
Industrial.

En primer lugar, el aumento de las fábricas y su necesidad de disponer de mano


de obra supuso que miles de personas dejaran las actividades que habían llevado
a cabo durante generaciones en los cambios y fueran a la ciudad en busca de una
vida mejor.
Antes de la llegada de la Revolución Industrial, generalmente la producción
manufacturera estaba a cargo de los gremios, asociaciones cerradas que ejercían
un férreo control sobre los productos y las personas que los producían, haciendo
imposible una producción libre en la que cualquier persona que así lo deseara
pudiera participar.
Además de los gremios, en territorios donde el comercio era muy importante, como
Inglaterra u Holanda, se había popularizado un sistema por el cual un empresario
daba materias primas a algunas familias campesinas por un dinero para que
realizaran una parte del trabajo de producción y luego se llevaba el producto para
terminarlo de fabricar en otro lugar. Este proceso, bastante extendido en el ámbito
de la producción de tejidos, no dejó de ser una actividad residual y eventual en los
años previos a la Revolución Industrial, por lo que la mayoría de la población
subsistía trabajando en la agricultura o la ganadería, actividades que apenas
daban para sobrevivir.
La proliferación de las fábricas dio a muchas personas la posibilidad de optar por
una nueva ocupación que, aunque enormemente dura, podía proporcionarles un
jornal fijo con el que mantenerse, algo que las actividades agrícolas y ganaderas,
siendo también enormemente duras, no estaba en condiciones de asegurarles,
sobre todo en épocas de hambrunas o cuando los problemas meteorológicos hacían
mella en la cosecha.
Por lo tanto, la Revolución Industrial supuso el primer gran éxodo masivo del
campo a la ciudad. Las principales urbes que se beneficiaron de la Revolución
Industrial multiplicaron su población en muy poco tiempo, algo para lo que no
estaban preparadas, por lo que las condiciones de vida de los trabajadores que
llegaban a ella eran enormemente pobres. El hacinamiento, salubridad y limpieza
se hicieron constantes y, como ya se ha indicado anteriormente, las enfermedades
y los problemas de todo tipo hicieron rápida mella en una población desnutrida que
trabajaba hasta la extenuación.
Pero, además de lo ya mencionado, también hay que remarcar que las ciudades y
los gobiernos también se tuvieron que adaptar a este crecimiento desmedido y fue
entonces cuando se empezaron a popularizar los sistemas de limpieza públicos y
se instauraron normativas relacionadas con la salud pública y la construcción que
fueron las bases de las legislaciones modernas para esos ámbitos, aspectos en los
que anteriormente no se había reparado al no ser necesarios.
LA REVOLUCIÓN FRANCESA
La Revolución Francesa (1789-1799) ha sido tradicionalmente considerada como el
indicador del final de una época histórica y el punto de arranque de una nueva etapa:
la Edad Contemporánea. Por este motivo puede aceptarse que, aunque
cronológicamente el siglo XIX comenzase en 1801, históricamente se inició en 1789.
Ciertamente, el estallido de la Revolución Francesa señala una línea divisoria entre
dos sistemas sociopolíticos opuestos: en el Antiguo Régimen, anterior a la
Revolución Francesa, el absolutismo monárquico regía una sociedad feudal; en el
Nuevo Régimen surgido tras la misma, en cambio, reconocemos muchos de los
rasgos que caracterizan la organización política y social del mundo contemporáneo.

La toma de la Bastilla (14 de julio de 1789) ha quedado


como el suceso icónico de la Revolución Francesa
En el terreno político, la Revolución Francesa acabó con el sistema de monarquías
absolutas que había prevalecido durante siglos en muchos países europeos. Dicho
sistema político se basaba en el principio de que todos los poderes (el de promulgar
las leyes -legislativo-, el de aplicarlas -ejecutivo-, y el de determinar si las leyes
habían sido o no cumplidas -judicial-) residían en el rey. El monarca era fuente de
todo poder por derecho divino; tal derecho era la base jurídica y filosófica de su
soberanía.
La Revolución Francesa establecería la separación de estos poderes, de tal manera
que el legislativo correspondería a una Asamblea o Parlamento; el poder ejecutivo
seguiría residiendo en el rey y sus ministros, o en un gobierno en las repúblicas; y
el judicial recaería en los tribunales de justicia, como poder técnico e independiente.
En definitiva, la monarquía dejaría de existir o de ser absoluta para convertirse en
un sistema político en que los distintos poderes servirían de contrapesos y se
controlarían mutuamente. Se entendía, además, que la soberanía no procedía sino
del pueblo, el cual delegaba el ejercicio del poder en gobernantes libremente
elegidos en procesos electorales periódicos.
En el plano social, las consecuencias de la Revolución Francesa serían igualmente
trascendentes. El Antiguo Régimen se había caracterizado por consolidar un tipo de
organización social rígido y de carácter marcadamente estamental, en la que se
habían consagrado dos grupos o estamentos inamovibles: el clero y la nobleza.
Estos estamentos gozaban de una jurisdicción especial que les eximía de pagar
impuestos, entre otros privilegios. El tercer estamento lo integraban los campesinos,
que estaban obligados a sostener los gastos del Estado con el pago de tributos.
Pero no solamente campesinos, artesanos o siervos componían el tercer
estamento; una nueva clase social dinámica y próspera, enriquecida mediante los
negocios, el comercio y la industria, también pertenecía jurídicamente a aquel
«tercer estado» carente de privilegios: la burguesía. Esta clase emergente aspiraba
a que su ascenso y su poderío económico se reflejase en el ordenamiento político.
De hecho, la Revolución Francesa y su más inmediato precedente, la independencia
de los Estados Unidos, constituyen los primeros ejemplos de lo que los historiadores
han llamado «revoluciones burguesas». En ambas, el triunfo de la burguesía sobre
la aristocracia anquilosada determinó una configuración social en concordancia con
la mentalidad y los valores burgueses.

El carácter débil e indeciso de Luis XVI favoreció a los revolucionarios


De este modo, la Revolución Francesa creó una nueva sociedad cuya principal
característica sería la eliminación de los privilegios y la proclamación de la igualdad
de todos los ciudadanos ante la ley; sin embargo, este ideal de igualdad se quedaría
en el plano de lo teórico, ya que la nueva sociedad establecería un nuevo tipo de
jerarquización entre los ciudadanos marcada no por el origen o la sangre, como
antes, sino por la posesión de riquezas. Se pasó así de una sociedad estamental
cerrada (se era noble por ser hijo de nobles, sin importar méritos o riquezas) a una
sociedad abierta pero clasista (la nuestra), en que el dinero y los bienes materiales
determinan la clase social. El resultado de la Revolución Francesa, en suma, sería
la universalización del ideario burgués y la ascensión al poder de la misma
burguesía, que sería la principal beneficiaria de los cambios.
La Revolución afectó a otros países además de Francia. Los gobernantes y la
aristocracia de los países vecinos se convirtieron en sus mayores enemigos, y
diversas monarquías europeas formaron coaliciones antifrancesas que tenían como
objetivo acabar con el proceso revolucionario y restaurar el absolutismo. Pero la
Revolución encontró apoyo en los campesinos, en los trabajadores de las ciudades
y en las clases medias, y sus ideas penetraron en los estamentos no privilegiados
de los restantes países europeos, que, en procesos revolucionarios o reformistas,
acabarían por adoptar muchos de sus principios a lo largo del siglo XIX, quedando
sus sociedades y sus gobiernos configurados de forma similar. En este sentido, la
Revolución Francesa fue un acontecimiento de alcance universal.
Causas de la Revolución Francesa
Antes de entrar en el análisis del proceso revolucionario francés hay que señalar las
causas que lo desencadenaron, dando por sentado la dificultad que supone
establecer un orden de importancia en las mismas. Debe destacarse, en primer
lugar, que el impacto de la filosofía ilustrada en el proceso revolucionario es una
realidad incuestionable. Las ideas que difundió
la Enciclopedia de Diderot y D'Alembert (1751-1772), y las doctrinas políticas y
sociales de Montesquieu, Rousseau y Voltaire dinamitaron los fundamentos teóricos
de la monarquía absoluta y pusieron en manos del elemento burgués el ensamblaje
teórico con el que justificar la destrucción del Antiguo Régimen. El barón de
Montesquieu desarrolló la teoría de la división de poderes en El espíritu de las
leyes (1748); Voltaire censuró el poder y fanatismo de la Iglesia y defendió la
tolerancia y la libertad de cultos; Jean-Jacques Rousseau planteó en El contrato
social (1762) el principio de la soberanía popular, que el pueblo ejerce a través de
representantes libremente elegidos.
Durante el siglo XVIII, Francia vivió una serie de desajustes sociales propios de
unas estructuras anquilosadas incapaces de adaptarse a la dinámica de los
tiempos. El desarrollo de la economía, con importantes avances en sectores como
la industria y el comercio, había favorecido el protagonismo de la burguesía, cuyo
creciente poder económico no se veía correspondido con la función que le era
asignada en la sociedad del Antiguo Régimen. A la eclosión de la burguesía como
nueva realidad social cada vez más reacia a tolerar las prerrogativas y prebendas
de los estamentos superiores, había que añadir la insoportable situación del
campesinado francés, sujeto a un sistema de explotación señorial que, lejos de
suavizarse a lo largo del siglo XVIII, tendía a hacerse aún más oneroso.
En la década de 1780, una sucesión de malas cosechas y graves crisis agrícolas
desencadenaron la casi paralización de los restantes sectores económicos,
íntimamente dependientes del sector primario. La prolongada depresión se dejó
sentir con notable intensidad en el campo y en la ciudad, sucediéndose, en los años
que precedieron a la Revolución, una serie de motines y levantamientos populares
provocados por la carestía y la escasez de los productos de primera necesidad.
La crisis financiera como desencadenante inmediato
Si las causas mencionadas contribuyeron a preparar el clima para el estallido de la
Revolución Francesa, el factor que lo precipitó fue la crisis política surgida
cuando Luis XVI intentó hacer frente a la caótica situación financiera por la que
pasaba el erario público. El déficit crónico de la monarquía se había convertido en
el problema más acuciante para los últimos gobiernos del despotismo ilustrado. Los
gastos provocados por el apoyo a la independencia de las colonias británicas en
América y por los dispendios de la corte de Versalles hacían inaplazable la toma de
medidas urgentes en unos momentos en los que el Estado carecía de crédito ante
los banqueros y ya no podía recurrir al clásico expediente de incrementar la presión
fiscal a los que siempre la habían soportado.
En estas circunstancias, los responsables de finanzas de los gabinetes de Luis
XVI, Robert Jacques Turgot (1774-1776) y Jacques Necker (1778-1781), sugirieron
al monarca algunas medidas encaminadas a equilibrar el presupuesto, aunque no
lograron su objetivo al ser destituidos de sus cargos por la presión de los sectores
más conservadores de la nobleza y del clero. Jacques Necker llegó a publicar en
1781 un presupuesto de la nación (Compte rendu au roi) que supuso su inmediato
cese: por primera vez la opinión pública conoció las elevadas partidas destinadas a
sufragar los gastos de la corte. Tal ejercicio de transparencia le reportó un gran
prestigio entre el pueblo y la burguesía.
En 1783, Charles Alexandre de Calonne, nuevo ministro de finanzas, intentó poner
en práctica un plan de reforma fiscal basado en las ideas de sus antecesores, que,
en síntesis, suponía la desaparición de los privilegios fiscales de la nobleza y el
clero. La frontal oposición de los poderosos provocó su caída en abril de 1787; le
sustituyó Loménie de Brienne, arzobispo de Toulouse y uno de los más acérrimos
enemigos de las reformas.

Sesión inaugural de los Estados Generales (5 de mayo de 1789)


El nuevo ministro, una vez comprobado el colapso financiero que amenazaba al
Estado, recurrió de nuevo al proyecto de Calonne, retocado en algunos puntos. En
esta ocasión, los «privilegiados», que se habían erigido en representantes de los
intereses de la nación, negaron al monarca toda capacidad legal para cambiar el
sistema fiscal francés y solicitaron la convocatoria de los Estados Generales,
argumentando (conforme a la tesis del duque Luis Felipe II de Orleans) que eran la
única institución histórica que tenía poder para ello.
Como cuerpo legislativo que actuaba en representación de cada una de las tres
clases sociales, la nobleza, el clero y el pueblo (el «Tercer Estado»), los Estados
Generales habían tenido un importante papel en la Francia de los siglos XIV y XV.
Sin embargo, la deriva centralista y absolutista protagonizada desde entonces por
las monarquías europeas había por lo general reducido este tipo de instituciones a
órganos consultivos o decorativos; era el caso de los Estados Generales, de los que
puede incluso afirmarse que yacían en el olvido: su última reunión había tenido lugar
en 1614.
Los Estados Generales (1788-1789)
Enfrentado a una situación insostenible, Luis XVI aceptó al fin (5 de julio de 1788)
la reunión de los Estados Generales para primeros de mayo de 1789 y la dimisión
de Loménie de Brienne; Jacques Necker, puesto otra vez al frente del ministerio de
finanzas, se convertía en el nuevo hombre fuerte de la situación. Aparentemente,
con la convocatoria de los Estados Generales, la llamada «revuelta de los
privilegiados» se había anotado una victoria; en realidad, era el principio de una
nueva etapa caracterizada por el exclusivo protagonismo de la burguesía. Si los
poderosos pretendían aprovechar los Estados Generales para perpetuar sus
privilegios, los burgueses perseguían acabar con ellos; de ahí que sus primeros
objetivos fueran conseguir para el Tercer Estado una representación similar en
cifras a la nobleza y clero juntos, y que se votase por cabeza y no por estamentos.
El decreto que organizaba los comicios (27 de diciembre de 1788) estableció el
modo en que cada estamento elegiría a sus representantes en los Estados
Generales, pero sin hacer referencia a la importante cuestión del voto, verdadero
caballo de batalla de los dirigentes de la burguesía. La libertad que, en la práctica,
concedía la normativa electoral favoreció a los distintos aspirantes a liderar el Tercer
Estado, que pudieron difundir sin cortapisas sus ideas y proyectos políticos,
asumidos por un importante sector de la sociedad francesa, como quedó reflejado
en los cuadernos de quejas (cahiers de doléances) enviados al rey por instituciones
y grupos ciudadanos.
Una vez efectuadas las votaciones, el 5 de mayo de 1789 tuvo lugar la apertura de
los Estados Generales con un discurso de Luis XVI, donde dejaba entrever la
exclusiva misión de solucionar el problema financiero que se asignaba a la
institución, sin aludir en ningún momento a las peticiones de los portavoces del
estamento popular. El Tercer Estado pidió que las votaciones se llevasen a cabo
individualmente y no por estamento, ya que en caso contrario el voto conjunto de la
nobleza y el clero prevalecería siempre sobre el de los plebeyos. La propuesta
difícilmente podía prosperar: si se votaba individualmente, el Tercer Estado, que
disponía de mayoría de representantes, pasaría a controlar los Estados Generales.
El juramento del Juego de Pelota, de Jacques-Louis David
Tras varias semanas de discusiones estériles, el Tercer Estado acordó abandonar
tanto su denominación como su condición de organismo representativo de tan sólo
un estamento, y, sobre la base de sus miembros, se constituyó en Asamblea
Nacional, autoproclamándose auténtica representación de la nación e invitando a
los demás estamentos a unirse a sus deliberaciones (17 de junio). El rey respondió
privándoles del salón donde se reunían; bajo el liderazgo de Honoré Gabriel Riqueti,
conde de Mirabeau, y del abate Emmanuel Joseph Sieyès, la Asamblea Nacional
se trasladó a un edificio público utilizado como frontón para el juego de pelota, y, en
medio del entusiasmo general, pronunció el 20 de junio el célebre Juramento del
Juego de Pelota: no separarse hasta que hubiesen dotado a Francia de una
Constitución. Numerosos representantes del bajo clero y otros nobles liberales se
unieron a la Asamblea. Luis XVI hubo de ceder: el 27 de junio reconoció la Asamblea
Nacional y ordenó al clero y a la nobleza que se incorporaran a la misma, lo que
suponía una aceptación de hecho, por parte del rey, del principio de soberanía
nacional.
La revuelta popular (1789)
En tanto que abierto desafío a la autoridad monárquica y triunfo de la soberanía
nacional sobre el absolutismo, debe considerarse la constitución de la Asamblea
Nacional (y no la toma de la Bastilla) como el primero de los sucesos
revolucionarios; es preciso reconocer, sin embargo, que difícilmente se hubiera
llegado más lejos de no haber contado la Asamblea con el apoyo popular. Tras el
forzado reconocimiento por parte del rey, en efecto, la aristocracia cortesana empujó
de inmediato a Luis XVI a actuar contra la Asamblea Nacional, acuartelando tropas
en Versalles (20.000 soldados) por si era preciso utilizar la fuerza contra la
Asamblea y destituyendo otra vez a Jacques Necker, verdadero ídolo de la
burguesía.
En París crecía la agitación por semejantes noticias: el 12 de julio, conocida la
sustitución de Necker e intuyéndose que la Asamblea iba a ser disuelta por las
armas, las masas populares se amotinaron, sumiendo la ciudad en el caos y la
anarquía. Bajo la dirección del joven periodista Camille Desmoulins, muchos
manifestantes tomaron armas del arsenal de los Inválidos y se dirigieron a la prisión
de la Bastilla, símbolo de la opresión despótica.
El 14 de julio, que se convirtió desde entonces en la fiesta nacional francesa, la
Bastilla fue tomada por los revolucionarios. El acontecimiento tuvo un efecto
extraordinario. Se crearon comités por todas partes, las mansiones nobiliarias
fueron asaltadas, se destruyeron documentos y se dejaron de pagar los derechos
señoriales. En la capital se formó una municipalidad revolucionaria, se creó una
Guardia Nacional (a cuyo mando se puso al Marqués de La Fayette) y se adoptó
una escarapela con los colores rojo y azul de París, a los que se añadió el blanco
real.

La toma de la Bastilla (14 de julio de 1789)


La rebelión popular de París tuvo inmediata repercusión en los núcleos de población
de toda Francia. En pocas jornadas, la burguesía conquistaba el poder municipal,
estableciendo comunas revolucionarias en lugar de las antiguas oligarquías locales,
y encuadrando a las clases medias en milicias cívicas encargadas de velar por el
orden público. Luis XVI aceptaba, mientras tanto, los hechos consumados retirando
las tropas, restituyendo en su cargo a Necker (16 de julio) y recibiendo con todos
los honores la nueva enseña nacional: la escarapela tricolor de la municipalidad de
París, origen de la actual bandera francesa.
Cuando la revuelta urbana comenzaba a remitir, la ola revolucionaria sacudió con
notable intensidad el mundo rural. Era «el Gran Miedo» (la Grande Peur), un
fenómeno de paroxismo colectivo surgido al socaire de noticias confusas sobre
partidas de bandidos que, en convivencia con los poderosos, recorrían los campos
sembrando la destrucción y la muerte. En todos los lugares aparecieron grupos de
campesinos armados que, ante la falsedad de las noticias, dirigieron sus iras contra
los castillos y registros notariales, donde se suponían depositados los documentos
acreditativos de los derechos feudales que históricamente habían pesado sobre sus
espaldas.
La Asamblea Nacional (1789-1791)
La Asamblea Nacional se había convertido en Asamblea Nacional Constituyente
con la misión de redactar una Constitución y dar a Francia una nueva forma de
gobierno. La rebelión del campesinado tuvo un profundo impacto en la Asamblea
Constituyente, cuyos miembros, ante el temor de una situación que pudiera hacer
fracasar sus proyectos, acordaron -en la noche del 4 al 5 de agosto de 1789- la
abolición de todo vestigio de régimen feudal: se decretó la supresión de los
derechos feudales y se declaró ilegal el sistema de impuestos existente. En teoría,
las ancestrales reivindicaciones campesinas quedaban satisfechas; a partir de
entonces quedaba por construir un nuevo régimen que garantizara los principios del
nuevo orden burgués.
Siguiendo el ejemplo americano, el 26 de agosto de 1789 los miembros de la
Asamblea Constituyente aprobaron una relación de derechos del ciudadano que
había de servir de preámbulo a la constitución. La Declaración de Derechos del
Hombre y del Ciudadano (con una visión más universalista que su homónima
americana) establecía los principios de libertad, igualdad, inviolabilidad de la
propiedad y resistencia a la opresión, que iban a constituir la base de toda la
legislación revolucionaria. El rey no la aceptó hasta el mes de octubre; después, se
trasladó a París y se alojó en el Palacio de las Tullerías. La Asamblea se trasladó
también a la capital y se dispuso a continuar allí su labor.
La burguesía moderada era el grupo que contaba con mayor representación en la
Asamblea; considerando la configuración de la cámara, sostenían posturas
centristas: eran partidarios de una monarquía constitucional con poderes limitados
que pusiese remedio a los males sociales. A la derecha se encontraban los
aristócratas, partido que aglutinaba los elementos más conservadores, defensores
del absolutismo. En la izquierda se situaban los republicanos, entre los que figuraba
Maximilien de Robespierre. Al margen de la pluralidad ideológica surgida en la
cámara y fuera de ella (clubes de opinión y tertulias políticas: fuldenses, jacobinos,
cistercienses, franciscanos), los principales dirigentes del proceso revolucionario
acordaron llevar a la práctica una experiencia política de carácter monárquico y
parlamentario, fruto de un compromiso entre la corona y la revolución.

La conducta frívola y licenciosa de la reina María Antonieta contribuyó


al descrédito de la monarquía (retrato de Gautier d'Agoty)
La Constitución de 1791 sancionaba la división de poderes, concediendo al rey las
funciones del ejecutivo, y a un parlamento -elegido cada dos años- amplias
atribuciones legislativas. La filosofía burguesa que inspiraba el texto legal aparecía,
sin embargo, reflejada en el establecimiento de dos categorías de ciudadanos:
activos (los que poseían derechos civiles y políticos -capacidad de voto- por ser
contribuyentes) y pasivos (los que sólo tenían derechos civiles). Con ello quedaban
excluidas del derecho a voto las clases bajas, hecho que condujo prontamente a su
radicalización y a la exigencia del sufragio universal.
Aparte de la obra constituyente, la Asamblea desplegó también una ingente tarea
legislativa. En primer lugar, se diseñó una descentralización y racionalización
administrativa, por la que Francia quedaba dividida en 83 departamentos, en los
que coincidían las diversas jurisdicciones administrativas con consejos de gobierno
y autoridades locales elegidas por los habitantes de cada circunscripción. Otro
hecho importante fue la reordenación de la administración de justicia, al establecer,
según la nueva división territorial, distintas instituciones judiciales (juzgados de paz,
tribunales civiles y tribunales de lo criminal), a cuyos cargos se accedía por elección.
Para institucionalizar la igualdad civil y la libertad económica, la actuación de los
legisladores se dirigió a abolir toda clase de trabas que imposibilitaran el acceso de
cualquier ciudadano a cargos civiles y militares; se eliminaron asimismo los
impedimentos al comercio interior (supresión de aduanas y peajes), a la industria
(abolición de gremios y prohibición de asociaciones obreras), a la agricultura
(cercamiento), y, lo que era más importante, se reguló la igualdad de todos los
ciudadanos ante los impuestos. De este modo la burguesía lograba establecer, junto
al liberalismo político, las bases del liberalismo económico, eliminando las
limitaciones que obstaculizaban su expansión económica.
Las acuciantes necesidades financieras del Estado, agravadas por la propia
revolución, contribuyeron a que la Asamblea Nacional Constituyente determinara la
nacionalización del patrimonio eclesiástico para enjugar con su venta el déficit
público. Minadas sus posibilidades de subsistencia, la Iglesia católica pasó a
depender del Estado, el cual, a través de la Constitución Civil del Clero (12 de julio
de 1790), impuso una reorganización drástica de sus tradicionales estructuras y
normas de funcionamiento interno, adaptándolas a la nueva filosofía revolucionaria
(reducción de los 134 obispados existentes a 83, uno por departamento; provisión
de cargos religiosos -párrocos, vicarios, obispos y arzobispos- por elección, como
cualquier empleo público).
Los grandes cambios impulsados por la Asamblea Legislativa encontraron la férrea
oposición de los privilegiados, muchos de los cuales emigraron a los países
limítrofes esperando una acción inmediata de las monarquías absolutas europeas,
que ya comenzaban a dar muestras de inquietud. La actitud del papa Pío VI al
condenar la Constitución Civil del Clero -y, con ella, a la revolución- abrió un cisma
en la Iglesia y en la sociedad francesas que tendría graves e inmediatas
consecuencias.

Arresto de la familia real en Varennes (21 de junio de 1791)


Impulsado tal vez por sus escrúpulos al haber sancionado la controvertida
legislación religiosa, Luis XVI acabó de convencerse de que el radicalismo de la
Revolución sólo podía detenerse con la intervención de las potencias absolutistas.
El monarca ya había negociado en secreto con soberanos extranjeros mientras
fingía aceptar las reformas, y esperando convencerlos emprendió con su familia la
huida del país. La fuga del monarca, sin embargo, fue abortada al ser reconocido y
detenido en Varennes por el maestro de postas Drouet, el 21 de junio de 1791.
La noticia de la huida fallida del rey incitó a la emigración masiva de aristócratas y
clérigos. Simultáneamente, la agitación campesina volvió a recrudecerse y una
oleada de sentimiento antimonárquico comenzó a extenderse por toda Francia. En
París, los clubes y periódicos radicales exigían que fuera la nación, y no la Asamblea
Constituyente, la que decidiera la suerte del monarca. La declaración de inocencia
adoptada por la Asamblea y el consiguiente restablecimiento de Luis XVI en el trono
consumó la ruptura entre la burguesía moderada y los republicanos.
El 17 de julio de 1791, la Guardia Nacional disparó en el Campo de Marte contra
una manifestación antimonárquica produciendo varias decenas de muertos. La
represión se extendió a los principales dirigentes de las revueltas, entre los que
figuraban Georges-Jacques Danton y Jean-Paul Marat. El club de los franciscanos
fue clausurado. La Revolución se cobraba sus primeras víctimas, mientras en Pillnitz
(Sajonia) Leopoldo II de Austria y Federico Guillermo II de Prusia hacían pública
una declaración, el 27 de agosto de 1791, en la que proclamaban su deseo de
"poner al rey de Francia en estado de consolidar las bases de un gobierno
monárquico", una declaración considerada, no sin razón por los patriotas, como una
clara amenaza de intervención.
La monarquía constitucional: La Asamblea Legislativa (1791-1792)
Los dirigentes de la Asamblea Constituyente creían, sin embargo, que la situación
política se había normalizado a principios de otoño de 1791, y que, cumplida su
misión, debía procederse a la disolución de la cámara y a la convocatoria de
elecciones legislativas de acuerdo con la Constitución, que había sido aprobada en
su texto definitivo el 3 de septiembre de 1791. Sometida a la extrema presión de las
convulsiones internas y de la amenaza exterior, la recién instaurada monarquía
constitucional no llegaría a cumplir un año.
Una vez efectuadas las elecciones, el 1 de octubre inauguraba sus sesiones la
Asamblea Legislativa, compuesta por 745 diputados pertenecientes en su totalidad
a los distintos sectores de la burguesía francesa. Las tendencias ideológicas que
tomaban asiento en la nueva cámara pueden agruparse en tres bloques. La derecha
estaba ahora integrada por unos 260 diputados que apoyaban la monarquía
constitucional; los antiguos aristócratas, valedores del absolutismo, habían
desaparecido.
En la izquierda se situaban los jacobinos, así llamados porque muchos de ellos
procedían de un club que se había instalado en el antiguo convento de los jacobinos,
en la rue Saint-Honoré de la capital francesa. No pasaban de 150 diputados y entre
ellos destacaban los representantes de la región de la Gironda, que por este motivo
eran llamados girondinos; todos ellos eran republicanos y se oponían claramente al
régimen monárquico. La izquierda también contaba con representantes que, frente
al sistema censitario establecido en la Constitución, defendían el sufragio universal
y gozaban de gran influencia sobre las clases bajas, privadas del derecho a voto.
En el centro, unos 350 diputados inclinaban sus apoyos indistintamente hacia la
izquierda o a la derecha según las circunstancias o los intereses del momento;
formaban tal grupo personas identificadas con la revolución, pero sin definirse de
forma tajante en cuanto a la forma de Estado.
La nueva etapa supuso un paso adelante en el proceso de radicalización
revolucionaria que vivía Francia desde 1787. La crisis económica, que había hecho
prohibitivo el precio de muchos productos básicos para la subsistencia, así como la
desacertada política de los anteriores ministerios en esta cuestión, pusieron de
nuevo a las capas populares a punto de estallar en cualquier momento. Ante la
presión y las continuas críticas de la izquierda, la burguesía conservadora, que
controlaba el poder, decretó la deportación del llamado clero refractario (contrario al
juramento de la Constitución Civil del Clero) y la incautación de sus bienes junto a
los de los aristócratas emigrados.
Pero esas medidas no sirvieron para tranquilizar a los grupos exaltados que
pugnaban abiertamente por la instauración de la República; la izquierda más radical
acusaba al rey de traicionar la revolución y de mantener compromisos secretos con
sus enemigos (los emigrados y los monarcas extranjeros). La influencia de los
aristócratas que habían huido de la Francia revolucionaria se había dejado sentir en
la ya citada declaración de Pillnitz (agosto de 1791) de Leopoldo II de Austria y
Federico Guillermo II de Prusia, en la que se manifestaba que la causa de Luis XVI
era común para todas las monarquías.
La grave conflictividad interna y la actitud amenazante de las potencias extranjeras
hicieron creer a las autoridades de la Asamblea que la revolución sólo podría
salvarse adelantándose a declarar la guerra a los enemigos exteriores. La burguesía
conservadora esperaba una victoria de la que saldría reforzado el sistema
monárquico. Al mismo Luis XVI le convenía la idea; incluso en caso de derrota, la
intervención extranjera restablecería el absolutismo. Frente a los partidarios de
emplear la fuerza, la izquierda jacobina, conocedora de la debilidad militar de
Francia por las defecciones de sus mandos, auguraba y temía una derrota que
pondría fin a la revolución.
El 20 de abril de 1792, Luis XVI, a instancias de la mayoría de la Asamblea
Legislativa, declaraba la guerra a Austria en medio de un clima de euforia popular,
truncado a poco de iniciarse las hostilidades. El ejército, sin dirección y falto de
preparación, se hundía en todos los frentes, provocando con ello un agravamiento
de la crisis interna y el fortalecimiento de las actitudes antimonárquicas. A finales de
junio los jacobinos, bajo el liderazgo de Robespierre, redoblaron sus acusaciones
de traición contra Luis XVI y exigieron la disolución de la Asamblea Legislativa y la
elección -por sufragio universal- de una Convención Nacional que instaurase la
República.

El asalto al Palacio Real de las Tullerías (óleo de Jean Duplessis-Bertaux)


La conquista de Verdún y el desafortunado manifiesto (25 de julio de 1792) del
duque de Brunswick, general en jefe del ejército prusiano, amenazando con arrasar
París si la familia real sufría alguna vejación, sirvió para que se precipitaran los
acontecimientos. La ira popular se desbordó el 10 de agosto de 1792, fecha en que
las masas asaltaron el Palacio de las Tullerías, residencia de los monarcas, y
asesinaron a la guardia del rey, que logró ponerse a salvo. Luis XVI fue depuesto y
encarcelado en la prisión del Temple por haberse hallado en palacio documentos
que le comprometían. La revuelta instaló asimismo en el ayuntamiento parisino una
Comuna revolucionaria bajo el control de la izquierda jacobina. Desbordada por los
acontecimientos y bajo la presión de la Comuna, la Asamblea Legislativa se vio
forzada a convocar elecciones por sufragio universal (masculino).
A principios de septiembre surgieron los primeros brotes de terror indiscriminado,
que se cobrarían unas mil trescientas víctimas sólo en París: monárquicos, clérigos
y todo tipo de presuntos traidores fueron sumariamente juzgados y ejecutados en
las llamadas «matanzas de septiembre». El 20 de septiembre, la Asamblea
Legislativa se disolvía para dar paso a la nueva cámara surgida de las elecciones,
la Convención Nacional, de carácter constituyente. Ese mismo día el ejército
revolucionario francés, al mando del general Dumouriez, hacía batirse en retirada
en las colinas de Valmy a las tropas prusianas del duque de Brunswick. París y la
revolución se habían salvado. En palabras de Goethe, testigo de excepción en la
batalla, "ese día comenzaba una nueva era en la historia del Mundo".
La República: la Convención girondina (1792-1793)
El proceso revolucionario alcanzaba con la Convención su más elevada cota de
radicalismo. Barridos los monárquicos constitucionales en los comicios, celebrados
esta vez por sufragio universal masculino, los grupos políticos visibles en la
Convención Nacional quedaron de nuevo reducidos a tres. Los 160 diputados
girondinos, de extracción alto burguesa, promovían una república descentralizada y
conservadora. En la «montaña», sector de izquierda y extrema izquierda, se
integraban 140 diputados «montañeses», pertenecientes a la pequeña y mediana
burguesía, identificados con una república democrática y un programa de gobierno
de contenido social (Robespierre, Danton, Marat). Entre ambas tendencias se
ubicaba la «llanura» o el «pantano», contingente de centro (350-400 escaños) que,
aparte de su fe republicana, no ofrecía posiciones ideológicas definidas.
La primera decisión de la Convención Nacional fue abolir la monarquía y proclamar
la República (22 de septiembre). Los comienzos del régimen republicano, dominado
al principio por los girondinos, no pudieron ser más difíciles. El enjuiciamiento y
condena a muerte de Luis XVI, que fue guillotinado públicamente en la plaza de la
Revolución el 21 enero de 1793, agudizó aún más la crisis. Las fuerzas realistas y
el clero refractario provocaron en varios departamentos revueltas antirrepublicanas,
impulsando por ejemplo la rebelión del campesinado de la Vendée, que se había
opuesto a las levas forzosas dictadas por la Convención para hacer frente a la
amenaza exterior; el ejemplo cundió en otros departamentos.
Las potencias absolutistas europeas, espoleadas por la muerte del monarca,
cerraron filas en una gran alianza antifrancesa: la Primera Coalición, formada por
Austria, Prusia, España, Inglaterra, Holanda, Portugal y la mayor parte de los
estados italianos y alemanes. La Coalición frenó el avance de las tropas de la
Convención después de la traición del general Dumouriez, que se pasó a las filas
de los austriacos tras su derrota en Neerwinden (marzo de 1793). La guerra civil en
que habían degenerado las rebeliones internas y la amenaza de una inminente
invasión extranjera crearon una situación insostenible que desató la lucha por el
poder.
La Convención jacobina: Robespierre y el Terror (1793-1794)
En el verano de 1793, con el apoyo de las masas parisinas (los sans-culottes), los
diputados montañeses expulsaron del gobierno a la derecha girondina, tras acusar
de traición y ejecutar a sus principales dirigentes (junio-julio de 1793). El nuevo
gobierno quedó progresivamente encarnado en la figura de Robespierre y en la
acción expeditiva e implacable de unas instituciones a las que los jacobinos
otorgaron poderes de excepción (el Comité de Salvación Pública, verdadero poder
ejecutivo pronto dominado por Robespierre, el Comité de Seguridad General y el
Tribunal Revolucionario).

Robespierre neutralizó las amenazas contrarrevolucionarias al precio de una


sangrienta represión
Desde ellas se pusieron en práctica una serie de medidas, cuyos resultados no se
hicieron esperar. En agosto de 1793 se decretaba la leva en masa, con lo que todos
los recursos materiales y humanos de la nación se ponían al servicio de la guerra
revolucionaria; el ejército francés acabaría contando con más de un millón de
hombres. En septiembre de 1793, la «ley del máximum general» fijaba un control
riguroso de precios y salarios, dictando durísimas sanciones para los infractores;
previamente una ley había establecido la pena de muerte para los acaparadores.
Este fuerte intervencionismo económico permitió alimentar la población y abastecer
el ejército, pero suscitó el rechazo de la burguesía moderada, defensora de la
libertad económica.
La Convención aprobó también una serie de normas sobre procedimientos
judiciales extraordinarios y tribunales revolucionarios como la Ley de Sospechosos,
cuya aplicación correspondió al Comité de Seguridad General, con el objeto de
eliminar toda disidencia contrarrevolucionaria y depurar las estructuras del Estado.
Como resultado de ello, alrededor de diecisiete mil ciudadanos fueron procesados
y ejecutados durante el año escaso en que los jacobinos detentaron el poder, razón
por la que este periodo pasaría a ser llamado «el Terror», y a tener en la guillotina
su representación icónica. La más ilustre de las víctimas fue la reina María
Antonieta, guillotinada el 16 de octubre. Sin embargo, nobles y clérigos eran la
menor parte; la mayoría fueron campesinos y trabajadores que se rebelaron contra
el reclutamiento o intentaron eludirlo o desertar.
Para cumplir todo lo dispuesto en París, se sometió a un centralismo absoluto la
actividad política, económica y social de las provincias, otorgándose poderes
ilimitados a los agentes («Enviados en misión») de la Convención Nacional. En
pocos meses, la dictadura de Robespierre logró conjurar el peligro
contrarrevolucionario: aplastó las rebeliones de monárquicos y girondinos en el
interior y derrotó a los ejércitos de la Primera Coalición.

María Antonieta en el Tribunal Revolucionario


Superada la crisis, el frente jacobino comenzó a fraccionarse. El sector radical exigía
la abolición de la gran propiedad y la aplicación de la política de terror a los ricos y
poderosos. En el lado opuesto, cada vez eran más numerosas las voces que
clamaban por una normalización de la vida pública que hiciera efectiva la
Constitución democrática elaborada y aprobada en junio de 1793, que no había
llegado a entrar en vigor. A partir de marzo de 1794, Robespierre acusó de traicionar
a la revolución a los dirigentes de ambas tendencias (Jacques Hébert, Camille
Desmoulins, Georges-Jacques Danton, que terminaron en el patíbulo), sin darse
cuenta de que estaba preparando con ello el camino hacia el final de su dictadura.
La reacción de Termidor y el fin de la Convención (1794-1795)
El 27 de julio de 1794, la «llanura» de la Convención Nacional y los jacobinos
moderados retiraron su apoyo al hombre que se creía depositario de la virtud
revolucionaria. Abandonado a su suerte, Robespierre y veinte de sus partidarios
morían al día siguiente en la guillotina sin juicio previo, víctimas de los
procedimientos judiciales de excepción que tanto habían defendido. El 9 de
Termidor (27 de julio en la terminología del calendario aprobado por la Convención)
ponía fin a la fase más radicalista de la Revolución Francesa y daba inicio a una
reacción conservadora en la que el terror sólo iba a cambiar de dirección,
cebándose en quienes lo habían practicado.
Durante el período transcurrido entre julio de 1794 y octubre de 1795, la burguesía
conservadora de la Convención Nacional iba a ser la verdadera dueña de la
situación política; desde su nueva posición dominante, restableció la libertad de
precios y, cuando la carestía empeoró de nuevo la situación de las clases populares,
no tuvo escrúpulos en formar frente común con el ejército para reprimir toda
intentona subversiva. Sus objetivos inmediatos eran continuar la guerra en el
exterior y liquidar la obra revolucionaria elaborando un nuevo texto constitucional
que sustituyera, por sus excesos democráticos, al aprobado en junio de 1793.
El Directorio (1795-1799)
La nueva Constitución, sancionada mediante un plebiscito en septiembre de 1795,
fijaba una tajante división de poderes que intentaba evitar por todos los medios la
reproducción de una dictadura personal como la que había protagonizado
Robespierre. El poder ejecutivo quedó en manos de un nuevo organismo, el
Directorio, formado por cinco «directores», renovados a razón de uno cada año por
los miembros del legislativo. Dos cámaras elegidas por sufragio censitario indirecto,
el Consejo de los Quinientos y el Consejo de Ancianos, detentaban el poder
legislativo; el poder judicial correspondía a los tribunales electos, a los que se
investía de gran solemnidad e independencia.
El nuevo ordenamiento, por otra parte, ponía fin a la participación democrática
popular del periodo anterior al eliminar el sufragio universal, y salvaguardaba los
intereses de la burguesía adinerada volviendo al principio de capacidad económica
como condición previa al ejercicio de los derechos políticos. El Directorio comenzó
su andadura en octubre de 1795, manteniendo una línea continuista respecto al
último año de vida de la Convención y priorizando la estabilidad y el orden internos
para consolidar una república conservadora erigida en la primera potencia de
Europa.
Los grandes objetivos del régimen tropezaron, sin embargo, con graves dificultades
internas que condicionaron de forma determinante sus cinco años de vida. La crisis
económica desatada a raíz de la supresión del control de los salarios y los precios
abrió un proceso inflacionista (depreciación de los "asignados": papel moneda
emitido para la compra de bienes nacionales), que repercutió negativamente en las
clases populares y en las arcas de la República, cada vez más dependientes de los
botines de guerra.
Si bien la crisis económica constituyó el principal problema del régimen, no hay que
olvidar la inestabilidad política y social que siempre le afectó al tener que combatir
por igual los intentos de subversión conservadora (insurrecciones realistas en la
Vendée y Bretaña, marzo de 1796) y las conspiraciones de carácter radical
(«Conjura de los Iguales» de Babeuf, mayo de 1797). La Constitución de 1795, al
configurar el Directorio como un sistema republicano y censitario (sin sufragio
universal), parecía haber excluido de la vida política tanto a los monárquicos como
a las clases populares, pero realistas y jacobinos ganaron posiciones en las
elecciones de 1797 y 1798.
La faceta más brillante del Directorio fue su política exterior, basada en la actuación
victoriosa de sus ejércitos contra la Primera Coalición. Las brillantes campañas de
generales como Moreau, Jourdan, Pichegru y Hoche culminaron en el rotundo
triunfo de Napoleón sobre el ejército austriaco en Italia. Las paces de Tolentino y
Campoformio (1797) convertían al militar corso en el hombre más admirado de
Francia, a cuyo gobierno había proporcionado inmensos recursos procedentes de
los territorios ocupados.
La estrella de los militares -y en especial del joven Bonaparte- comenzaba a brillar
con luz propia en un panorama político inestable y corrupto como el que ofrecía el
Directorio a finales de siglo. Ante los avances de una Segunda Coalición
internacional contra Francia (formada en diciembre de 1798 por Inglaterra, Austria,
Rusia, Turquía y el rey de Nápoles refugiado en Sicilia) y el peligro de escoramiento
que suponían las presiones de jacobinos y realistas, la burguesía republicana
comenzó a identificarse cada vez más con una solución militar que apuntalase sus
intereses.
El fin de la Revolución Francesa
La coyuntura fue aprovechada por el general más audaz, Napoleón Bonaparte.
Enviado en 1798 a Egipto para asestar un golpe al poderío colonial británico cuando
se estaba organizando la Segunda Coalición antifrancesa, Napoleón acudió a la
llamada de dos miembros del Directorio (Emmanuel Joseph Sieyès y Roger Ducos)
y encabezó el golpe de Estado del 18 de Brumario (9 de noviembre de 1799), que
acabó con el régimen por la fuerza de las armas y labró sobre su persona el nuevo
destino de Francia.

Golpe del 18 de Brumario: Napoleón disuelve el Consejo de los Quinientos (óleo


de François Bouchot)
Napoleón disolvió las instituciones del Directorio y constituyó un gobierno
provisional; el nuevo orden surgido del golpe de Estado se dotó rápidamente de una
constitución (diciembre de 1799) que fijaba su entramado legal: el Consulado. Se
trataba de un régimen jerarquizado y autoritario que culminaba en Napoleón,
nombrado Primer Cónsul, al que quedaban supeditados los otros dos cónsules. La
Revolución Francesa había terminado.
Sin embargo, Napoleón consolidó algunas realizaciones revolucionarias
(destrucción de las estructuras feudales, superación de la sociedad estamental,
estabilización del liberalismo económico y ascenso de la burguesía como clase
social dominante) y dotó a Francia de unas estructuras de poder sólidas y estables
con las que se ponía fin al caos político precedente. Aunque por el camino se
perdieron los ideales de igualdad social y democracia política, la restauración del
Antiguo Régimen iba a resultar imposible y, en muchos aspectos importantes, los
logros de la Revolución Francesa habían de perdurar y extenderse por Europa con
las conquistas napoleónicas.

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