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Helena Judith López Alcaraz

COMENTARIO LITERARIO DEL AUTO DE LOS REYES MAGOS


El título –que le fue dado mucho tiempo después de su escritura, no por quien lo
creó–, que sugiere inmediatamente el contenido de la obra, presenta un anclaje
externo clarísimo que alude al célebre episodio del Evangelio de San Mateo en el
que unos sabios de Oriente van a adorar al Niño Jesús; en lo que se refiere al
anclaje interno, existe una estrecha relación con el relato, particularmente con los
magos, los protagonistas, cuya intervención se prolonga a lo largo de las tres
primeras escenas. Ahora bien, el vocablo “auto” en realidad significa “acto”; así lo
designó Menéndez Pidal en 1900. Ese es el término que ha prevalecido en los
estudios literarios.
El comienzo de la obra muestra a los tres magos, o estrelleros –estudiosos de
las estrellas–, discurriendo por separado, a manera de monólogo, acerca el
significado del misterioso lucero que ha aparecido en el firmamento. La extensión
de esta parte del texto es considerable si se toma en cuenta la de las otras escenas
(en total son cinco): consta de 51 versos repartidos en siete estrofas, cada una
separada por una pausa.
El inicio del Auto tiene tres funciones: primeramente, presenta a los personajes
principales; en segundo lugar, sirve para contextualizar temporalmente los hechos;
por último, permite exponer la conclusión teológica a la que han llegado los
personajes: Dios, el Creador de todo, se ha encarnado y ha venido al mundo, y por
tanto hay que ir a adorarlo.
Independientemente de si el Auto es una obra incompleta o no, sí existe
relación entre el comienzo y el final: en este caso, los eruditos y doctores de la ley
judía debaten sobre la misma cuestión tratada en el inicio del escrito. Aun si se
acepta la teoría de que el escrito quedó inconcluso, tal vínculo continuaría
existiendo, pues la parte final representaría la escena de la adoración.
Por otro lado, por tratarse de una historia muy conocida dentro del mundo
cristiano, sí hay una intriga de la predestinación, la cual, de acuerdo con Lauro
Zavala, es explícita, pues ya se sabe cómo termina el relato. El íncipit mismo ya
establece, aun sin necesidad de acotaciones, cuál es el argumento del texto.
En la obra no existe, propiamente, ningún narrador que describa las escenas
o los acontecimientos. Son los personajes quienes los dan a conocer a través de
sus diálogos.

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Respecto a los personajes, en el Auto intervienen los tres reyes magos,


designados con los nombres que les ha dado la tradición cristiana; Herodes el
Grande, monarca de Judea y Galilea; varios sabios judíos, cuyo número no se
especifica, y tres rabinos. La obra principia con un conflicto interior que inquieta por
igual a los estrelleros: cada uno de ellos se pregunta qué es lo que anuncia el astro
maravilloso y, una vez descubierto esto, si quien ha nacido es realmente Dios,
Creador y Señor de todo cuanto existe, hasta llegar a una conclusión afirmativa. Se
trata de una lucha entre la fe y la razón que finaliza con el hecho de que ambas son
compatibles y una se sustenta en la otra. Entre los rabinos, por su parte, se produce
un conflicto externo u oposición, ya que disputan sobre las profecías alusivas al
lugar donde habría de nacer el Mesías, y uno de ellos afirma que no encuentra el
dato en las Escrituras. Aquí se presenta un duelo entre la verdad y la mentira.
El lenguaje con que está escrito el Auto evidencia la compleja evolución
lingüística que se ha sufrido el latín en la península ibérica a lo largo de ya varios
siglos. Se trata de un texto compuesto completamente en lengua vernácula, el
castellano, que en ese momento todavía es un dialecto romance que aún no ha sido
reglamentado. En este aspecto, el lenguaje es experimental.
El estilo del texto es sencillo, aunque de tono solemne, que sirve a un propósito
apologético y argumental, y en el cual se retoman ideas de la filosofía escolástica.
Es precisamente esta dialéctica la que determina la distribución de los versos.
En la obra no se proporciona ningún dato que permita saber dónde se
desarrollan los hechos; no hay, por tanto, una determinación del espacio físico. Los
lugares se pueden inferir por las referencias bíblicas ya mencionadas: así, es
posible suponer que las dos primeras escenas transcurren en algún lugar de
Oriente, mientras que el resto suceden en Jerusalén, en el palacio real.
Aunque no se especifica la época en que se desarrolla el argumento, se sabe
que la dimensión histórica del cronotopo se sitúa entre los años 2 y 4 a. C, durante
los últimos años del reinado de Herodes.
Los sucesos están relatados en orden cronológico, sin interrupciones
temporales. Sin embargo, sí existe la presencia constante de la catáfora, en la que
se adelantan tanto el viaje que emprenderán los estrelleros y el propósito de éste,
como la escena, no presente en el texto, en que le presentarán los regalos al Niño.
El tiempo secuencial evidencia una clara verosimilitud causal y lógica.
En lo que concierne a los subgéneros literarios, el Auto se inscribe dentro del
drama litúrgico (el cual, más tarde, daría lugar al auto sacramental, representación

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destinada a escenificarse en público, de usual sentido religioso o alegórico, en la


que aparecen personajes bíblicos), surgido hacia el siglo IX en Francia y España.
La obra podría haber funcionado como una “homilía complementaria” (Hortensia
Viñes, 1977: 2) de la Misa de Epifanía; dentro de la clasificación de los dramas
litúrgicos; de hecho, pertenece al grupo del Ordo stellae, es decir, aquellos que
versaban específicamente sobre el pasaje bíblico correspondiente a dicha
festividad.
Siguiendo la terminología de Genette, el principal hipotexto de la obra es, como
se comentó al principio, el pasaje consignado en el segundo capítulo del Evangelio
de San Mateo, versículos 1 a 12. También hay una clarísima alusión a las profecías
del profeta Jeremías.
El sentido del texto, como se mencionó en el apartado anterior, es claramente
alegórico y posee una intención moralizante y didáctica. Ésta es presentada a través
de un plano simbólico que descansa en un eje bien definido: la verdad vence a la
mentira.
Por último, según la terminología de Zavala, el final de la obra podría
considerarse a la vez epifánico y abierto; por un lado, concluye con la revelación de
una verdad narrativa, en este caso el desacuerdo entre los doctores de la ley; pero
por otro, simultáneamente, no queda resuelta la trama de la narración. Aunque se
sabe qué pasará a continuación, la trama se interrumpe en este punto.

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