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Mónica Cohendoz*1
La mirada de Walter Benjamin plantea que lo que se pone en juego en el trabajo crítico
es no tanto develar una realidad oculta como articular correspondencias entre diferentes
prácticas culturales que suelen aparecer lejanas. En 1940 Benjamin intentó cruzar la frontera
franco-hispana en Port Bou para huir del horror nazi; no lo logró y se suicidó. Su obra
perdurará como cruce de otras fronteras, las vinculadas con la epistemología de las ciencias
sociales, lo cual se manifiesta en su preocupación por los procedimientos de articulación
histórica de los acontecimientos sociales para comprender los mecanismos de dominación,
poniendo en cuestión la lógica racional totalizadora que intenta dar inteligibilidad al desarrollo
social. La conexión entre percepción y acción era una problemática propia de la fenomenología
que Benjamin lleva al análisis sociocultural, en tanto se preocupa por las vivencias de la
conciencia burguesa y su relación con los modos de producción cultural.
Según nos advierte en Tesis sobre la filosofía de la historia (1942) las categorías
conceptuales deben dar cuenta de las relaciones entre las prácticas, los sujetos y sus condiciones
materiales; propone un análisis materialista en el que se cruzan diferentes teorías sociales: la
sociología, la filosofía, la historia, el análisis literario, etc. Para realizar este enfoque anticipa
una interdisciplinaridad avant la lettre que permite dar visibilidad a problemáticas emergentes
en la sociedad posfordista: la producción cultural en serie, las transformaciones del tiempo y del
espacio en la experiencia ciudadana, las tensiones entre la cultura masiva y la alta cultura
burguesa, la irrupción de la masa en la escena urbana, etc. Problemáticas culturales en la
medida en que modifican la esfera de la producción de bienes simbólicos de la sociedad y van a
sentar las bases para un enfoque hermenéutico de la cultura que será sistematizado en términos
interdisciplinares por los Estudios Culturales británicos.
También debería decir, en contra de las definiciones (a Adorno le gustaba recordarnos el rechazo de
Nietzsche por el intento de definir los fenómenos históricos como tales), que creo que de alguna manera ya
sabemos qué son los Estudios Culturales; y que “definirlos” implica descartar lo que no es, extrayendo la
arcilla superflua de la estatua que emerge, trazando un límite a partir de una percepción instintiva y visceral,
intentando identificar lo que no es en forma tan abarcadora que finalmente se logra el objetivo, si es que en
algún momento no surge una “definición” positiva.
Fredric Jameson
Vuelvo sobre la discusión entre trabajo intelectual y trabajo académico: coinciden en parte… pero no son lo
mismo. Vuelvo sobre la dificultad de instituir una real práctica de crítica cultural, que no debe tratar de
reinscribirse en la metanarrativa del Conocimiento alcanzado dentro de las instituciones. Vuelvo sobre
teoría y políticas, sobre las políticas de la teoría. No la teoría como voluntad de verdad, sino la teoría como
un conjunto de conocimientos en pugnas, localizados y coyunturales.
Stuart Hall
Quizás uno de los aspectos más abiertamente productivos del proyecto de los estudios
culturales (Cultural Studies), tal como se formula en los años ‘60 en Inglaterra sea que dicho
proyecto revisó los cruces entre las diferentes prácticas culturales desde las tensiones (siempre
activas) entre lo simbólico y lo institucional, lo histórico y lo formal, lo antropológico y lo
literario, lo ideológico y lo estético, lo académico universitario y lo cotidiano, lo hegemónico y
lo popular, la formalización de los sistemas de signos y la conciencia práctica de sus relaciones
sociales.
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Fredric Jameson (1983) acuñó esta denominación intentando dar cuenta, en términos
polémicos, de cómo en el campo de los estudios sociales se produce, en las postrimerías del
siglo XX, una ideología teórica que legitima académicamente la posmodernidad como “lógica
cultural del capitalismo tardío”.
Más que un listado de objetos, inacabable, lo fundamental es reconocer que esta perspectiva no se define por los objetos que
toma, sino por el enfoque y las intersecciones que se privilegian para el análisis. Lo central en este aspecto estriba en la articulación, en la
construcción de relaciones significativas entre procesos, prácticas y sujetos.
el consumo, la identidad, la diferencia, las representaciones como problemas conceptuales; los medios
en su interacción con los públicos o audiencias, las culturas juveniles, las expresiones culturales
emergentes, la estética y sus formas tanto masivas, “cultas” o populares, las industrias culturales (los
mercados de la música o el cine), como problemas empíricos; la ciudad, la vida cotidiana, las
instituciones, como espacios de indagación y, por supuesto, la centralidad del discurso o de las
narrativas sociales que nombran y se disputan la representación de lo real (Rossana Reguillo
Cruz,1997:34).
Lo sustancial de las problemáticas construidas por esta perspectiva sociocultural de la comunicación es su deseo (no siempre
alcanzado) de analizar críticamente los problemas clave de las sociedades contemporáneas sin circunscribir lo comunicacional a los medios y
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focalizando los procesos sociales. Un hilo conductor nucleó los estudios culturales en sus comienzos: la revisión del materialismo cultural ,
a partir del vaivén constante entre la teoría y la praxis social. Por lo tanto, “la cultura” no es un escenario que pueda ser definido desde una
teoría, sino el campo de emergencia de modos de regulación social que materializa el vínculo de los sujetos con sus condiciones de
existencia. Ya no se trata de descubrir, develar o denunciar, sino de interrogar la experiencia social para comprender las prácticas
comunicacionales como una dimensión transversal.
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En este sentido, lo cultural no es abarcable por una categoría teórica o por una disciplina , sino que se transforma en una
problemática histórica en la medida en que debe ser especificada en cada situación social concreta. En consecuencia, el enfoque no postula
una relación apriorística entre el problema de investigación y la metodología, sino que el vínculo se construye ad hoc (aspecto muy
Es en este punto que los estudios culturales
cuestionado por quienes defienden el modelo científico moderno).
aparecen como espacio de articulación entre las disciplinas; no se trata de una nueva disciplina,
que viene a reemplazar lo que hacían antes las disciplinas tradicionales de las ciencias sociales,
sino de un área común de conocimiento que contribuye a redefinir los límites de esas
disciplinas.
La comunicación comienza en la lucha por aprender y por describir. Para empezar este proceso en
nuestras mentes y hacer pasar sus resultados a otros, dependemos de ciertos modelos de
comunicación, ciertas reglas o convenciones a través de las cuales podemos establecer el contacto.
Podemos cambiar estos modelos cuando se vuelven inadecuados o podemos modificarlos y
extenderlos. Nuestros esfuerzos para hacer eso, y para usar los modelos existentes con éxito, se lleva
una gran parte de nuestra energía vital (…) Más aún, muchos de nuestros modelos de comunicación
se convierten, en sí, en instituciones sociales. (Fuentes Navarro, 2002: 21).
El hecho de no proponer una definición implica el carácter inestable e imprevisible de las articulaciones
conceptuales que los Cultural Studies plantean. Se los cuestiona como una “teoría débil” (Follari, 2003), en tanto no ofrecen un cuerpo
orgánico, preciso, ordenado y “científico” de conceptos y posicionamientos ideológicos frente a la producción teórica y se “adecuan” a una
Cualquier producción simbólica
multiplicidad de problemáticas, lo que los hace asimilables a cualquier propósito académico.
puede ser leída como un texto cultural y convertirse en un legítimo objeto de estudio: desde el
arte y la literatura, las leyes y los manuales de conducta, los deportes, la música y la televisión,
hasta las actuaciones sociales y las estructuras del sentir.
Esto quiere decir –como ya han señalado muchos– que es un campo que no puede ser
definido per se por sus temas, sino por el acercamiento metodológico y epistemológico a ellos.
Los estudios culturales producen así su propio objeto de estudio en el proceso mismo de su
investigación. En consecuencia, metodológicamente, constituyen un campo transdisciplinario,
dialógico, que se vale del conocimiento preestablecido para hacer tambalear los lazos
académicos tradicionales: apuestan al resquebrajamiento de sus límites, proponen un nuevo
archivo –donde el vínculo complejo entre cultura y política resulta determinante– y reclaman
una reflexión crítica permanente, por parte de sus integrantes, frente a sus propios procesos de
investigación y de escritura. La intervención crítica es una condición de la práctica intelectual
ya que, como señala Stuart Hall (1996), no basta con el análisis sino que demanda una puesta en
debate político de las conexiones de la teoría con la estructura de poder social. De esta cuestión deriva
su carácter polémico; la estrategia interrogativa más que explicativa implica una voluntad política de interpelar al poder con el propósito de
democratizar el conocimiento para favorecer la incorporación de saberes desvalorizados por la academia.
Como señala la cita de Stuart Hall, los Estudios Culturales pretenden que la teoría social
transforme el juicio disciplinar en una lectura de procesos en los que se articula lo particular con
lo general, lo personal con lo histórico, lo abstracto y lo concreto; configurar interpretaciones
que, sin renunciar a la rigurosidad del conocimiento disciplinar, propongan una lectura de la
trama compleja de lo social, intenten comprender la lógica que torna inteligible la relación entre
experiencia cultural y la experiencia histórica.
A partir de pensar esta intervención como ideológica, es decir, vinculada al contexto de
enunciación, a la subjetividad de los autores, se puede evaluar el modo en que articulan
prácticas, valores y discursos para construir un relato acerca de la cultura en un momento
concreto, la Inglaterra de la postguerra. Los estudios culturales no pretendían producir saberes
disciplinares “nuevos” para referirse a situaciones culturales o artefactos, sino vincularlos con
cuestiones de la praxis concreta que configura la formación social y cultural a la que
pertenecían.
Por esta razón, intelectuales surgidos de la clase trabajadora, como Richard Hoggart y
Raymond Williams, que habían actuado como maestros en la educación de adultos se
propusieron revisar la vieja tradición marxiana y proponer un cambio epistemológico en el
estudio de la cultura, terminada la posguerra. Frente a las ideas de Leavis, quien sostenía que se
debía educar a través de los autores tradicionales para resistir la invasión de la cultura de masas,
sostuvieron la necesidad de pensar los procesos históricos de producción de los artefactos
culturales para analizar la intervención de la política en la constitución de modos de
dominación. Este propósito instaló una grieta en la concepción moderna de las Ciencias
Sociales, fundamentalmente en su pretensión de neutralidad valorativa del investigador (por
ejemplo, la posición weberiana). Así, el investigador no sólo participa de lo social, sino también
es responsable de su reflexividad.
... la construcción de un orden cultural dominante incluye resistencia y lucha tanto como la
subordinación de alternativas. Del mismo modo, los procesos de comunicación no constituyen un
producto para y a partir de los medios masivos sino el conjunto de los modos de intercambio e
interacción que producen una “cultura viva”. (Williams, 1980:134)
1. Las condiciones materiales son tanto históricas, concretas, como producidas y construidas
por el análisis de tal modo que el investigador no es un observador neutral, sino que
interviene en la producción de sentido.
2. Los sujetos no tienen todos la misma percepción de sus condiciones materiales, si bien
éstas son comunes para todos ellos.
3. La capacidad de acción histórica de los sujetos.
El conjunto de problemas que plantean para recortar nuevos objetos de investigación son:
América fue creada en el vacío de un mapa; mapa que sigue llenándose, desde adentro y desde afuera,
con palabras que tratan de nombrar eso que no se logra atrapar. Sobre esto sentó sus bases la sólida
tradición del ensayo de ideas desde los tiempos de Simón Rodríguez y Andrés Bello. El letrado
necesitaba “pensar” cada acto, un sueño de la razón que no lo abandonará en casi ningún momento a
todo lo largo del siglo XIX. Esa metáfora -o alegoría-, en que englobaban pasado, presente y futuro,
los “autorizaba” para decidir qué le convenía al resto de los habitantes.
Alicia Ríos
... como un campo de estudio configurado dentro de la tradición crítica latinoamericana (el ensayo de
ideas –lo que Julio Ramos ha llamado el “ensayo humanista o secular”–, la teoría de la dependencia y
la teología de la liberación), que se mantiene en un diálogo constante, muchas veces conflictivo, con
las escuelas de pensamiento europeas y norteamericanas (los “Cultural Studies” en sus dos vertientes
-inglesa y norteamericana-, el estructuralismo francés, las filosofías posestructuralistas y
posmodernas, la sociología de la cultura, la Escuela de Frankfurt, la semiótica, el feminismo y el
marxismo).
En este sentido, no producen una ruptura epistemológica, sino que se inscriben en una
corriente de reflexión hermenéutica fuertemente arraigada en nuestro continente.
Son muchas las sospechas y reticencias que rodean la mención a los estudios culturales
en América Latina, donde se los tiende a percibir como demasiado cautivos del horizonte de
referencias metropolitanas que globaliza el uso y la vigencia de los términos puestos en
circulación por un mercado lingüístico de seminarios, posgrados o congresos internacionales.
Para muchos, basta con que los estudios culturales hayan sido institucionalizados por la fábrica
de novedades de la academia norteamericana para cargarles automáticamente el estigma
colonizador de la dominación metropolitana y para declararlos culpables de favorecer sólo las
tecnologías de la reproducción que expanden el mercado académico internacional. La moda de
los estudios culturales habría ido borrando la densidad histórica de lo local y de sus
regionalismos críticos.
Hoy, como nunca, las ciencias sociales se constituyen en lugar de síntesis, de encuentros más o menos
novedosos entre la realidad y sus modos de comprensión, de diálogos entre disciplinas, entre
pensamientos diversos, diálogos que han puesto en crisis las nociones de límite y frontera.
Rossana Reguillo
Parte de lo que hacemos como intelectuales no solo es definir la situación, sino también discernir las
posibilidades de intervención activa, tanto si después las ejecutamos nosotros mismos como si las
reconocemos en otros que, o bien las han visto antes, o bien ya se han puesto manos a la obra: el
intelectual como vigía.
Edward Said
Desde la cultura, desde ese mundo de símbolos que los seres humanos elaboran con sus actos
materiales y espirituales, la comunicación tendrá sentido transferible a la vida cotidiana.
Héctor Schmucler
¿Por qué hacemos investigación cultural desde el campo de los estudios en
comunicación? ¿Delimitamos un área de trabajo o nos proponemos lograr nuevos territorios?
¿Qué usos hacemos de la tradición crítica, tanto europea como latinoamericana6? Estas
problemáticas implican la admisión de una tesis previa: las cuestiones académicas surgen en el
contexto de relaciones sociales, e incluso esto último, en algún sentido, es inherente a la forma
de la cuestión, muchas veces invisibilizada como “cocina de la investigación7. En consecuencia,
los interrogantes de los que partimos pretenden dar inteligibilidad a nuestra realidad como
integrantes de una comunidad académica ubicada en la periferia de la periferia: la carrera de
Comunicación Social, en Olavarría, provincia de Buenos Aires. Poder intervenir en el
funcionamiento y la transformación del conocimiento de sí de esta comunidad interpretativa de
la que como investigadores/docentes formamos parte es el desafío más complejo que debemos
arremeter desde nuestras prácticas. Así, nuestras condiciones de existencia no son ajenas a las
problemáticas en las que trabajamos, ya que nunca son naturales, obvias, sino producidas y, por
lo tanto, su conocimiento se torna una responsabilidad intelectual.
Suscribiendo a la idea clave del culturalismo de que las condiciones materiales nos
constituyen como sujetos sociales en tanto umbral de producción simbólica, inventamos nuestro
marco teórico para situar el análisis de la comunicación en nuestra realidad. La palabra inventar
implica “encontrar por primera vez”, sin el sentido teológico de una creación de la existencia
como tal, ex nihilo. Descubrir por primera vez, develar lo que ya se encontraba allí, o producir
lo que, en tanto tékhne, no se encontraba ahí y no es, por lo tanto, creado, en el sentido fuerte de
la palabra; solamente agenciado a partir de una reserva de elementos existentes y disponibles,
dentro de una configuración dada. Así, no usamos la teoría como un corset científico, sino que
aspiramos a un diálogo con ella, en el que conceptualizar es politizar porque interrogamos la
formación de discursos hegemónicos.
6La crítica es siempre crítica de alguna práctica, discurso, episteme o institución instituidos, y pierde su carácter en el
momento en que se abstrae de esta forma de operar y se la aísla como una práctica puramente generalizable. Es
necesario considerar esta relación como un diálogo en el que al menos se cruzan tres voces (escritor, texto, crítico) sin
que ninguna de ellas tenga privilegios sobre las otras; la crítica dialógica no habla de los textos, sino con los textos;
en este sentido, no es un juicio de valor sino una práctica. La escritura del crítico recupera la voz del otro como
diferente y, por lo tanto, lo que puede decirse del texto no existe como único, sino que al menos se plantea como
doble. El conocimiento dialógico (Bajtín, 1986) implica la existencia de un sujeto (crítico) que aborda la producción
de otro sujeto (creador) y que se expresa también por medio de la escritura. Lo que pone en juego es una actitud tanto
epistemológica como ética, ya que se propone como vínculo con el otro/a.
7Para Pierre Bourdieu el proceso del trabajo de investigación implica que “ el
conocimiento de las condiciones de producción del producto forma parte rigurosamente de las
condiciones de una comunicación racional sobre el resultado de la ciencia social” (1990: 136)
intervención política. ¿Acaso puede haber intervención política sometiéndose a los intereses de
una academia globalizada?
El giro surge en los ‘90 con el cuestionamiento que formulan los estudios culturales
latinoamericanos; su propuesta de intervención crítica apunta a releer esta tradición para
inscribir los problemas que ellos habían planteado en la problemática capitalista, es decir, a
partir de considerar la sobredeterminación del poder capitalista como dispositivo de
estructuración de la sociedad. No es suficiente la reflexión acerca de él , sino que la posición
crítica debe interpelar al poder cuyo modelo nacional ya no puede resultar integrador porque
está atravesado por las contradicciones que lo fundaron. La crisis del paradigma de la
Modernidad configura este nuevo momento, en la medida en que ya no es suficiente nombrar
la diferencia para salvar (operación que Spivak denomina “violencia epistémica”), sino que,
según Moreiras (1998), debe proponerse una metacrítica epistemológica del discurso
latinoamericanista: actuarse como voz subalterna en lugar de representar la voz del “otro”.
Daniel Mato (2001) cuenta que interrogados Jesús Martín Barbero, Beatriz Sarlo y
Néstor García Canclini sobre su pertenencia a los estudios culturales latinoamericanos no
dieron una respuesta afirmativa, más bien expresaron dudas, reticencias a considerarse parte
de ellos. Este distanciamiento pareciera querer preservar para su práctica intelectual una
mirada crítica, es decir, ¿la institucionalización es el peligro? ¿Por qué son ellos (y desde
luego no nosotros) los que dirigen este proceso de selección? Y ¿de dónde surge el deseo de
que participen los latinoamericanos, junto a asiáticos, africanos, árabes, y otros? ¿Qué se gana
o pierde con la participación en estos foros?
¿Son los intelectuales los responsables de esta participación ¿Por qué el cambio
histórico demanda una posición estratégica de los intelectuales? ¿La visibilidad de ellos es
condición de esta tarea?
RESISTENCIA VERSUS INTEGRACIÓN: “SER O NO SER”
Sin embargo, dice George Yudice tomando una opinión de la argentina Beatriz Sarlo
(2002:342):
A partir del ocaso del intelectual crítico, quedan según Sarlo dos tipos de intelectuales, ambos
valorizados por los Cultural Studies: los neopopulistas mediáticos y los neopopulistas subalternistas.
Con el auge de la sociedad del espectáculo, el intelectual fue dislocado y la legitimidad de su lugar de
enunciación, respaldada por la autoridad institucional, ya no es “reconocida por sus destinatarios”
(Sarlo 2000:10).
Por lo tanto, las sociedades “han perdido su carácter sistemático, estructurado y estructurante, y
se disgregan en comunidades de intereses o tribus culturales” (Sarlo 2000:11). De ahí que
Beatriz Sarlo lamente que la única labor intelectual disponible hoy en día sea la de los
intérpretes posmodernos “que más fácilmente podrían adecuarse a una realidad de ‘escenarios’
socioculturales” [en contraste con sociedades cohesionadas por una esfera pública], o la de los
intelectuales legisladores que proceden despóticamente a “indica[r] lo que los hombres y las
mujeres deben ser” (Sarlo 2000:11). El resultado es un social irradiado diseminado en las
estrías de la diferencia cultural (Muniz Sodré 1992:115), que ya no sirve de plataforma efectiva
para la política contestataria, sino que se intercambia para lograr una participación más
simbólica que real y que cada vez más se integra a la rentabilidad “massmediática y
consumista”. Esta situación es un efecto de la globalización y no del modo en que han actuado
los intelectuales. ¿Sus deseos de resistencia a la lógica instrumental del capitalismo parecen
imposibles? ¿Es una nueva promesa fallida de la modernidad? ¿Las contradicciones que
emergen en el campo de los Estudios culturales latinoamericanos son propias de su concepción
culturalista o son consecuencias del capitalismo?
Alcances
Este pensamiento permite plantear una tesis “cultural” para producir una episteme
comunicacional localizada cuyas condiciones son:
1. Rearticularse en las tradiciones del pensamiento latinoamericano.
2. Proponerse un discurso descentrado.
3. Lo social no pasa por la temática ni por el objeto del discurso sino por su
performatividad.
4. Las decisiones del crítico son constitutivas del discurso tanto como su contexto de
enunciación.
5. La centralidad de la reflexión sobre la dominación.
6. La historicidad de la práctica intelectual.
El cuerpo de ideas nos lleva a reconocer su carácter social. No son autores individuales los que
las producen, sino un colectivo que está percibiendo y actuando sobre la catástrofe. La clase de
lucha a la que están sometidos los intelectuales para configurar los estudios culturales
latinoamericanos no puede estar determinada ni por el academicismo ni por los EEUU ni por
paradigmas. Debemos hacer saltar los paradigmas, en tanto pretendemos ser revolucionarios y
articular históricamente este presente con nuestro pasado y con el futuro para restituir la
totalidad del proceso social latinoamericano. Ocuparnos de la cultura desde el desafío que
consiste saber cómo exaltar la conmoción de fragmentos culturales heteróclitos -no autorizados
por la síntesis homogeneizante de la cultura oficial- con que lo popular abigarra las geografías
cotidianas donde conviven –a veces sordamente, a veces estridentemente– rebeldías,
ilegalidades y bastardías. Así, nuestra crisis política se podrá transformar en oportunidad
comunicacional. Escribió Aníbal Ford sobre esta tarea:
Hoy puedo decir que el horizonte es negro pero escrutable. Que no se puede decir dónde estoy
parado. Que la crisis social, económica y cultural que padece América Latina ya muestra sus ejes. Ya
no se puede decir si/no, estoy confundido, no sé qué decir. Y también que todo esto exige comenzar
de nuevo. Y esto explica por qué en muchos artículos de este libro elegí una estrategia transversal y
transdisciplinaria. Tal vez, como el anterior, este libro está escrito desde la orilla de la ciencia. Pero
también está escrito desde la orilla del desarrollo, desde la orilla del Primer Mundo. Ya no hay
manuales ni doctrinas, pero sí posibilidades de intentar comprender nuestra sociedad y nuestra
cultura, de jerarquizar sus problemas.
Por eso insisto en el libro en que las complejidades que trabajo no provienen de las ciencias de
desorden, por más que las utilice, sino de las complejidades de la pobreza.
LA INVESTIGACIÓN: JUVENTUD
Nuestro estilo de trabajo considera a los jóvenes y sus prácticas desde la especificidad de las
capacidades, estructuras de acción, estilos y mundos de vivencias que les son propias;
rechazamos la descripción de los jóvenes según estereotipos sociales y comunicacionales que
los estigmatizan a nivel masivo.
; por esta razón, las experiencias sociales de los jóvenes ponen en escena la construcción de
estilos de vida distintivos, localizados fundamentalmente en el tiempo libre o en espacios
intersticiales de la vida institucional. En un sentido más restringido, definen la aparición de
micro sociedades juveniles subculturas, con grados significativos de autonomía respecto de las
instituciones adultas, que se dotan de espacios y tiempos específicos. Su expresión más visible
son un conjunto de estilos juveniles espectaculares, generalmente de carácter transnacional.
Por esta razón, nuestro aporte al proyecto radicó en el análisis y la comprensión de las
dinámicas sociales que articulan la relación compleja entre cultura, comunicación y sociedad a
partir del análisis de las respuestas concretas de los jóvenes. La comunicación como horizonte
de configuración social de la experiencia es el problema núcleo de trabajo de esta línea.
... la aproximación de la ciudadanía, la comunicación masiva y el consumo tiene, entre otros fines,
reconocer estos nuevos escenarios de constitución de lo público y mostrar que para vivir en
sociedades democráticas es indispensable aceptar que el mercado de opiniones ciudadanas incluye
tanta variedad y disonancia como el mercado de la ropa y los entretenimientos. Recordar que los
ciudadanos somos también consumidores lleva a encontrar en la diversificación de los gustos una de
las bases estéticas que justifican la concepción democrática de la ciudadanía. (Garcìa Canclini, 1995:
65)
La tradición hermenéutica destaca otro aspecto de la interpretación que aquí resulta relevante: al
interpretar las formas simbólicas, los sujetos las incorporan a su propia comprensión de sí
mismos y de los otros. Las utilizan como vehículo para figurarse a sí mismos y a los otros,
como base para reflexionar sobre sí mismos, sobre los otros y sobre el mundo al cual
pertenecen.
La aceleración que afecta la duración de las imágenes y las cosas, afecta también la
memoria y el recuerdo: la percepción se transforma de tal modo que aquellas tecnologías que
servían para representarla (lenguaje, escritura, imprenta, etc.) se evidencian insuficientes. El
hipertexto modeliza estos procesos emergentes de configuración simbólica de la experiencia:
supone la combinación infinita de textos y los constantes links que reintroducen permanentes
cambios de sentido. Sin embargo, el consumo no puede comprenderse sin considerar las
condiciones materiales de producción y apropiación de los productos que configuran la cultura
de una época.
El modo en que el consumo impacta en la cultura nos permite plantear una serie de
problemas que redefinirían el vínculo de los jóvenes con la sociedad en la Argentina.
Fundamentalmente, nos interesa plantearlo como mediación constitutiva de esta relación porque
se articula con intereses políticos, económicos y sociales que complejizan el vínculo, de tal
modo que no puede ser pensada de modo determinista –“los jóvenes son consumistas o sólo
piensan en la moda”–, sino como un proceso social que requiere su desnaturalización desde una
postura crítica. El consumo como configuración material histórica de la identidad joven se
vincula con la noción de mediación. Ya Adorno había propuesto articular el vínculo entre base y
superestructura no sólo como mediación entre las relaciones materiales y la producción
simbólica, sino, a su vez, como crítica a las condiciones de producción, al punto de
transformarla en un modo de conocimiento del contexto capitalista. Esto es lo que Adorno llama
“principio de crítica inmanente”, por el cual, en las condiciones propias de un objeto, en su
formulación, puede estar la crítica a las condiciones históricas en que se produce.
... debemos ubicarnos en el campo de la articulación. Para ello debemos renunciar a la concepción de
sociedad como totalidad, debemos considerar a la apertura de lo social como esencia negativa de lo
existente y a los diversos ordenes sociales como intentos precarios y en última instancia fallidos de
domesticar el campo de las diferencias.” (Ernesto Laclau y Chantal Mouffe 1987:125).
La articulación, para estos autores, es toda práctica que establece una relación tal entre
elementos que la identidad de éstos resulta modificada como resultado de esa práctica. A la
totalidad, producto de esa práctica articulatoria, la llama discurso.
La cita nos ubica en una concepción de la diferencia: revela el conflicto que el problema
instala y cómo se vincula con una lógica social neoconservadora que parte de reconocer al otro
como diferente, pero con los límites que fija la propia cultura, lo que implica “una carencia”
para esta ideología. En el ámbito de la investigación esto se traduce cuando, por ejemplo, se
introduce la problemática juvenil como una cuestión de “adolescencia” –como anomalías
propias de una etapa de tránsito de la subjetividad individual determinada por el cambio
biológico–. El sentido común remite a modelos de identidad regidos por una noción de
evolución, desarrollo y autonomía; por lo tanto, la adolescencia sería nada más que una cuestión
cronológica, propia de la naturaleza humana. Darle una dimensión cultural es transformar al
adolescente en sujeto joven.
El carácter operativo de la noción de diferencia tiene por objeto analizar sus alcances en
la conceptualización del vínculo entre cultura y condiciones materiales. Las condiciones bajo las
cuales los jóvenes viven, trabajan y aprenden no determinan su subjetividad, sino que el sujeto
interviene de modo activo a partir de su percepción y relación con ellas.
... redefine las causas y el significado de la conducta de oposición al argumentar que tiene poco que
ver con la lógica de la desviación, con la patología individual y la incapacidad aprendida (y, por
supuesto, las explicaciones genéticas). Tiene mucho que ver con la lógica de la moral y la indignación
política. (Henry Giroux, 1983:143)
Consideramos que comprender el consumo como una práctica cultural nos permite
articular el vínculo entre subjetividad y tecnología; en este sentido, las actuaciones de los
jóvenes en la red ponen en escena un modo de figurar su experiencia social ya no como meros
consumidores sino como protagonistas de una cultura que los interpela como ciudadanos en
función de imágenes que nos comunican el sentido de la diferencia y se transforman en políticas
en la medida en que disputan sentidos simbólicos acerca de lo propio.
Sacarse una foto frente al espejo, una foto del ojo, del pie es mostrar ante los otros un
autorretrato del cuerpo fragmentado para postear en la web, imágenes no totalizadoras cuyas
elipsis son huellas de una imposibilidad: mostrarse tal cual se es.
Emerge un género fotográfico en el que se intenta representar una imagen del sujeto
para dejar invisible una parte de sí; la autoreferencialidad de la falta que las imágenes muestran
responde a un deseo de superar lo irrepresentable, el cuerpo propio en la web. Así, los blogs
simulan un laboratorio/taller de imágenes donde se exploran las posibilidades de representación
del cuerpo propio. ¿Por qué las imágenes del cuerpo fragmentado son recurrentes en los blogs
juveniles? ¿La vanidad alienta este uso de la imagen del cuerpo en los blogs? ¿Podemos hablar
de fetichismo? ¿Estamos ante una práctica iconoclasta? ¿Qué imágenes del cuerpo construyen
los jóvenes? ¿Con qué imágenes del cuerpo rompen9? ¿El registro digital modifica la percepción
del cuerpo al producir un régimen escópico?
Estos interrogantes apuntan a reflexionar acerca del poder social de las imágenes, en el
sentido de que éstas configuran sentidos cuya fuerza constituyente radica en poner en escena el
hecho de que lo social se construye visualmente. El uso de imágenes del propio cuerpo
fragmentado para comunicarse a través de la red implica un modo de autofiguración estética y
cultural que intenta decir algo. Por esta razón, indagar las imágenes implica no sólo el análisis
9 Gonzalo Casadidio señala que el término “iconoclasia” proviene del griego eikón: "imagen" y kláein: "romper". En
sentido estricto, quien practica la iconoclasia es un rompedor de imágenes. (2009: 4)
de lo representado, sino también el análisis del campo discursivo que las configura. Podemos
establecer, fundamentalmente, tres ejes para la interpretación de las imágenes elegidas:
El cuerpo como categoría cultural: Como sugiere Teresa De Lauretis (1999: 123),
podemos decir que nos interesan dos nociones de cuerpo: por un lado, está el cuerpo
objetivado, que es el cuerpo que imaginamos mentalmente, y el cuerpo tal y como viene
representado en la iconografía de nuestra cultura, entendiendo por tal tanto los cuerpos
que representa el arte más tradicional (la pintura o la escultura, por ejemplo), como los
cuerpos que se exhiben en la publicidad y en el cine. Por otra parte, está el cuerpo
viviente, que es el cuerpo físico, que percibimos como propio, un cuerpo que envejece y
enferma, pero también que nos sirve para recibir sensaciones; nuestra realidad en el
mundo.
La cultura juvenil como una práctica identitaria: la idea de que los jóvenes son
productores de cultura implica que se apropian de determinadas condiciones para
transformarlas y dar sentidos específicos a su experiencia social. Rossana Reguillo Cruz
(2000) considera que emergen culturas juveniles que dan visibilidad a estilos
configurados como textos a descifrar.
La cultura digital: sus usos y apropiaciones: diferentes autores consideran que la cultura
visual del presente propone un régimen estético “neobarroco” (Omar Calabrese, Gilles
Deleuze, Cristine Buci-Glucksmann) en el que los procedimientos de visibilidad
configuran una experiencia de la subjetividad. Así, la cultura digital emerge como una
“tecnología del yo” (Foucault, 1991), en tanto propone condiciones de autocomprensión
a través de la representación del propio cuerpo.
La estructuración de la imagen del cuerpo (teorizada por Lacan en el “estadio del espejo”)
implica la estabilización progresiva del espacio perceptual. La mirada aparece, entonces, como
una bisagra entre el orden metonímico y el orden icónico.
Las imágenes en la web establecen una cultura oculocéntrica cuyo régimen escópico se
despliega en el espacio virtual; las imágenes valen porque hacen posible una perfomance de la
identidad en la que navegar10 y ver son tácticas que acompañan la experiencia del fotolog. Éste
se presenta como un consumo tecnológico que pone en acción performativa11 textos e imágenes.
10 El espacio en que se colocan esas imágenes es un espacio organizado de forma diferente a como estamos
acostumbrados. El espacio humano privilegia los ejes verticales y horizontales, que son los de su propio cuerpo y el
del horizonte que se presenta ante su vista. El espacio virtual, por el contrario, es isotrópico, es decir, no privilegia
ningún eje en especial (Lev Manovich 2005: 332). Esa disposición del espacio permite, e incluso exige, una forma de
exploración que hace mucho más pertinentes las metáforas de la inmersión y la navegación. No es un espacio
continuo –como el cine–, sino fragmentado y accesible sólo gracias a saltos o “cambios de nivel”. Un espacio sin
estabilidad, en el que no son posibles relaciones estables, un espacio que sólo adquiere sentido gracias a las
trayectorias individuales, que sólo adquiere realidad en cuanto es actualizado por sus usuarios.
Uso la categoría de performance tal como Judith Butler (1990) la formula, quien luego
11
Los “nativos digitales” viven en la “iconósfera”12 como consumidores de una red social.
Lo cierto es que los jóvenes viven rodeados de imágenes y que el texto en la web ha cedido su
lugar de preeminencia. Arturo Escobar considera que
… en algunos escritos de Guattari (1993), especialmente en su noción de sociedad post-mediática. Aunque
él reconoce que las biotecnologías, la información digital y la tecnología computacional refuerzan los
sistemas alienantes y retrógrados de la modernidad capitalista, también señala que éstas proveen espacios
para la creación de nuevas subjetividades auto-referenciadas. (2005)
Los blogs forman parte de la cultura inmanente, de una forma tecnológica de vida en la
cual las subjetividades intentan desprenderse de sus cualidades orgánicas (Sibila, Paula 2005) y
se conforman en redes. Están en el aire, desarraigadas. En estas redes, el sujeto es un ser en el
planeta antes que un ser en el mundo. Las redes se caracterizan por su ubicuidad, la velocidad
en la difusión de la información y la comunicación y la lógica de la mercantilización. Las
formas de vida experimentan un sometimiento a la informatización general de las redes
mediante el tratamiento automático de la información por medio de los ordenadores. Esta
producción y uso cada vez más intensivo de la información supone niveles muy altos de
reflexividad.
Las imágenes posteadas presentan una producción estética que pone en escena una
tecnología del yo en la que el conocimiento y el ocuparse de sí son instancias de subjetivación
diferentes a las que se realizaban cuando se usaban otros escenarios.
Dice Susan Sontang (2006: 56): “Si las fotografías permiten la posesión imaginaria de
un pasado irreal también ayudan a tomar posesión de un espacio donde la gente está insegura”,
pensando en una subjetividad orgánica. El tiempo de las subjetividades mediáticas no es lineal;
así, las fotos no atrapan su temporalidad, sino que la multiplican; es un devenir donde no son
individuos sino “haecceidades” (Deleuze y Guattari, 2000) de una cartografía. Latitud y
longitud son los elementos de una cartografía donde todo es movimiento, como en la red, donde
no importa la sustancia sino la velocidad. No es crónos quien rige esta subjetividad sino aión: el
tiempo indefinido del acontecimiento. Dicen en Mil Mesetas: “la diferencia no se establece en
modo alguno entre lo efímero y lo duradero, sino entre dos modos de individuación, dos modos
de temporalidad" (2000: 267). Así, el cuerpo no es una entidad de uno, sino un gesto en la red a
del sujeto. No existe transición alguna entre ambas modalidades, lo que ocurre es un
encubrimiento en que el poder aparece como si perteneciera exclusivamente al sujeto; ello
implica que las condiciones de poder asumen una forma presente y futura, en tanto la apariencia
del poder cambia de la condición para la formación del sujeto, a los efectos deseados del sujeto.
12 “La iconósfera constituye un sistema complejo, en el sentido en que este término se usa
Fotos del ojo: La imagen del ojo como presentación de una persona y como fragmentación del
cuerpo. El color de cada ojo y la pose de cada mirada muestran diferentes personas que
eligieron presentarse al mundo a través de la misma parte del rostro. Inclusive, el reflejo en los
ojos de lo que hay más allá de lo que nosotros podemos ver, implica realidades diferentes que se
homogeneizan en un conjunto de simples ojos.
Encontramos que la mirada se produce en torno a:
-Un agenciamiento figural para realizar una performance del cuerpo: el cuerpo se exhibe como
flujo de intensidades relacionales (no verbales): el cuerpo que “yo soy” no es el que define los
límites de mi piel, un cuerpo material, sino el cuerpo que se proyecta en cada gesto, sonido, en
las fotos que suben y que sólo tienen sentido en la medida en que otro cuerpo va a mirarlo, en el
hecho de que al mirarlo va a reinvocar la multiplicidad del cuerpo intensivo, afectivo, deseante,
relacional. El pensamiento mismo son fuerzas en movimiento que “piensan en mí” (Deleuze y
Guattari, 2000), el yo, el sujeto y la consciencia serían pliegues y reflexividades en las
estratificaciones y los movimientos de las fuerzas (Deleuze y Guattari, 2000).
-El estilo como marca de la subjetividad y la diferencia: el cibercuerpo es posthumano, en
tanto no tiene género ni sustancia; ¿los anormales pueden devenir expertos?, ¿los sometidos
pueden hablar? (Spivak, 1988). Estas “nuevas tecnologías de posicionamiento” (Haraway,
1988) son los lazos de donde los sometidos se reapropian de “un saber de la anomalía, con todas
las técnicas que le están ligadas” (Foucault, 1976: 161). Es una política desnaturalizada,
estructurada en torno de los lazos sintéticos de afinidad, una política que conecta las diferencias,
que establece las alianzas rizomáticas en la discontinuidad y no en el consenso, una política
hecha de “redes de posicionamiento diferenciales” (Sandoval, 2000).
Reflexiones finales
Para Lacan le regard ("la mirada") está del lado del objeto, en el campo del Otro. El
blog deviene una máquina deseante al poner en escena la pulsión escópica, que, según la lectura
Lacaniana, consiste en la incorporación de la mirada y la voz en el reconocimiento temprano y
concreto de ser reconocido por la madre. En el estadio del espejo de Lacan la madre ya está
implicada en la percepción que el niño hace de sí mismo; está presente al sostenerlo. El
resultado es una localización del sujeto en el campo del Otro, lo social. A partir de entonces, la
pulsión escópica (asociada con el ojo) involucra esencialmente la constitución del sujeto en
relación con los otros: «en la pulsión, de lo que se trata es de hacerse ver. La actividad de la
pulsión se concentra en este hacerse» (Lacan 1987:202). Así, en el fantasma escópico, el sujeto
existe sólo en relación con una mirada imaginaria, la del Otro –en este caso la de la comunidad
blogger–.
Entre la foto y el sujeto que la mira se establece una dialéctica imaginaria (para Lacan lo
real es imposible; por lo tanto, el sujeto empírico que aparece en la foto no es el punto de mira
en los fotologs, sino una pantalla donde desplegar el placer de ser mirado/a). Podemos decir, tal
como lo plantea Giorgio Agamben, que
En este trabajo he tratado de analizar el lenguaje visual desde una plataforma conceptual
que ponga en evidencia el carácter complejo que el uso de las imágenes promueve para no hacer
nuevamente a los jóvenes responsables del deterioro del lenguaje, sino para considerarlos
agentes de una práctica exploradora de la différence/différance en virtud de una lógica del
tiempo y espacio configurados por la cultura digital. Estética asentada en una de las paradojas
del lenguaje: su capacidad de significar más allá de la norma. La producción de imágenes pone
en evidencia una reflexividad emergente en el consumo. Partimos de la hipótesis de que el
consumo tecnológico es clave para analizar la reflexividad de los actores juveniles y producir
estrategias pedagógicas para gestionar nuevos modos de integración social.
Hemos analizado las imágenes posteadas como metarelatos de una tecnología del yo
que cuestionan la omnividencia en tanto vía de acceso a lo real. Nuestro “mal de ojo” (Cristian
Ferrer, 1996) no es el exceso de videncia, sino la imposibilidad de encontrar un fundamento
último más allá del sistema capitalista. Argos Panoptes, divinidad griega, gigante de cien ojos,
murió adormecido por la música de la flauta, alegoría de la parcialidad de la mirada: todo lo que
se ve no es todo lo visible.
Paradójicamente, el dispositivo digital posee puntos ciegos. El panoptismo es un simulacro,
tematizado ya en el siglo XVII, en Las meninas de Velázquez para poner en crisis, según
Foucault (1968), la alianza entre las palabras y las cosas. Identificamos fotos que vuelven sobre
la misma problemática, cuestionando el vínculo entre el cuerpo y la mirada; actualización digital
del tópico de la invisibilidad, huellas de un vacío que interroga sobre el sentido del propio
cuerpo frente a la homogenización.
Entonces, el lenguaje del cuerpo suple la ausencia del sentido totalizador que el orden
hegemónico demanda. Nos encontramos con un casilla vacía (Deleuze, 1976) que pone de
manifiesto el carácter ideológico del cuerpo –es necesario “atribuirle sentidos preferentes”–; en
consecuencia, es una entidad que no posee un sentido único, a priori, sino que se construye
performativamente en un orden de relaciones discursivas. El cuerpo encarnado en las imágenes
es un acontecimiento cultural, una herida que nos obliga a: