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CRUCES ENTRE COMUNICACIÓN Y CULTURA

Mónica Cohendoz*1

El presente texto aborda un área específica de los estudios en comunicación: nos


planteamos desde el trabajo concreto de investigación y enseñanza de la comunicación el modo
en que nos inscribimos en la problemática para enfocar aquellos temas de los que nos ocupamos
a diario en nuestra práctica. Si bien el diálogo que proponemos con los diferentes autores que
han ido sustentando el área es determinante para configurar nuestro trabajo, somos conscientes
de que nuestras condiciones concretas son siempre el punto de partida y de llegada. Sin
embargo, historizar es necesario para proponer una memoria de las tradiciones del campo que
nos sitúen en la genealogía de los saberes que articulan comunicación y cultura.

Dice Fredric Jameson (1989) “¡historicémos siempre!”; este un imperativo absoluto y


hasta transhistórico del materialismo dialéctico. El propósito de historizar los problemas que nos
preocupan se transforman en una “moral de la crítica”, porque conduce a leer los conflictos
sociales en los cuales las prácticas intervienen, en tanto nos consideramos agentes de éstas. Por
lo tanto, nuestras prácticas llevan las huellas de la trama de discursos en los que se producen.
Así, el régimen discursivo se encarna en nuestro trabajo ya no sólo como antecedente, estado de
la cuestión o marco teórico, sino como rejilla de especificación de nuestro discurso, orilla de
avistaje de la problemática que vamos a explorar.

BENJAMIN: EL CRUCE DE LA FRONTERA

La mirada de Walter Benjamin plantea que lo que se pone en juego en el trabajo crítico
es no tanto develar una realidad oculta como articular correspondencias entre diferentes
prácticas culturales que suelen aparecer lejanas. En 1940 Benjamin intentó cruzar la frontera
franco-hispana en Port Bou para huir del horror nazi; no lo logró y se suicidó. Su obra
perdurará como cruce de otras fronteras, las vinculadas con la epistemología de las ciencias
sociales, lo cual se manifiesta en su preocupación por los procedimientos de articulación
histórica de los acontecimientos sociales para comprender los mecanismos de dominación,
poniendo en cuestión la lógica racional totalizadora que intenta dar inteligibilidad al desarrollo
social. La conexión entre percepción y acción era una problemática propia de la fenomenología
que Benjamin lleva al análisis sociocultural, en tanto se preocupa por las vivencias de la
conciencia burguesa y su relación con los modos de producción cultural.

En 1936 Benjamin escribe “La obra de arte en la época de la reproductibilidad técnica”,


obra que articula un cruce conceptual entre comunicación y cultura –vínculo que luego
devendrá un campo de estudios en el interior de las Ciencias Sociales–. Su obra inaugura una
reflexión sobre los modos de significación inherentes a la nueva economía cultural. Éstos dan
cuenta, justamente, de la experiencia cuyo fundamento es perceptual y cognitivo, esto es, la
configuración del sensorium, en una sociedad en la que la tecnología y la industrialización son
las mediaciones configuradoras de cualquier percepción posible.

* Mónica Cohendoz: Directora de la Federación de Carreras de Comunicación Social en


el periodo 2010-2 (FADECCOS). Directora del Grupo de Investigación Estudios de
Comunicación en Olavarría (EEDUCOM). Docente e investigadora de la Facultad de Ciencias
Sociales de la UNCPBA. E-mail: mcohendo@soc.unicen.edu.ar
Este ensayo crítico sobre la transformación de la experiencia social por la cultura
mediática se funda en la hipótesis de que “dentro de grandes espacios históricos de tiempo se
modifican, junto con toda la existencia de las colectividades humanas, el modo y manera de su
percepción sensorial”(Benjamin, 1973,24). Por lo tanto, la empresa del investigador no puede
ser otra que poner de manifiesto las transformaciones sociales que hallaron expresión en esos
cambios de la sensibilidad.

Según nos advierte en Tesis sobre la filosofía de la historia (1942) las categorías
conceptuales deben dar cuenta de las relaciones entre las prácticas, los sujetos y sus condiciones
materiales; propone un análisis materialista en el que se cruzan diferentes teorías sociales: la
sociología, la filosofía, la historia, el análisis literario, etc. Para realizar este enfoque anticipa
una interdisciplinaridad avant la lettre que permite dar visibilidad a problemáticas emergentes
en la sociedad posfordista: la producción cultural en serie, las transformaciones del tiempo y del
espacio en la experiencia ciudadana, las tensiones entre la cultura masiva y la alta cultura
burguesa, la irrupción de la masa en la escena urbana, etc. Problemáticas culturales en la
medida en que modifican la esfera de la producción de bienes simbólicos de la sociedad y van a
sentar las bases para un enfoque hermenéutico de la cultura que será sistematizado en términos
interdisciplinares por los Estudios Culturales británicos.

EL GIRO CULTURAL2: LA COMUNICACIÓN COMO ESPACIO DE ARTICULACIONES TEÓRICAS

También debería decir, en contra de las definiciones (a Adorno le gustaba recordarnos el rechazo de
Nietzsche por el intento de definir los fenómenos históricos como tales), que creo que de alguna manera ya
sabemos qué son los Estudios Culturales; y que “definirlos” implica descartar lo que no es, extrayendo la
arcilla superflua de la estatua que emerge, trazando un límite a partir de una percepción instintiva y visceral,
intentando identificar lo que no es en forma tan abarcadora que finalmente se logra el objetivo, si es que en
algún momento no surge una “definición” positiva.

Fredric Jameson

Vuelvo sobre la discusión entre trabajo intelectual y trabajo académico: coinciden en parte… pero no son lo
mismo. Vuelvo sobre la dificultad de instituir una real práctica de crítica cultural, que no debe tratar de
reinscribirse en la metanarrativa del Conocimiento alcanzado dentro de las instituciones. Vuelvo sobre
teoría y políticas, sobre las políticas de la teoría. No la teoría como voluntad de verdad, sino la teoría como
un conjunto de conocimientos en pugnas, localizados y coyunturales.

Stuart Hall

Quizás uno de los aspectos más abiertamente productivos del proyecto de los estudios
culturales (Cultural Studies), tal como se formula en los años ‘60 en Inglaterra sea que dicho
proyecto revisó los cruces entre las diferentes prácticas culturales desde las tensiones (siempre
activas) entre lo simbólico y lo institucional, lo histórico y lo formal, lo antropológico y lo
literario, lo ideológico y lo estético, lo académico universitario y lo cotidiano, lo hegemónico y
lo popular, la formalización de los sistemas de signos y la conciencia práctica de sus relaciones
sociales.

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Fredric Jameson (1983) acuñó esta denominación intentando dar cuenta, en términos
polémicos, de cómo en el campo de los estudios sociales se produce, en las postrimerías del
siglo XX, una ideología teórica que legitima académicamente la posmodernidad como “lógica
cultural del capitalismo tardío”.
Más que un listado de objetos, inacabable, lo fundamental es reconocer que esta perspectiva no se define por los objetos que
toma, sino por el enfoque y las intersecciones que se privilegian para el análisis. Lo central en este aspecto estriba en la articulación, en la
construcción de relaciones significativas entre procesos, prácticas y sujetos.

La multiplicidad de intereses promovió la interdisciplinaridad que luego devino en una


teoría de la comunicación. Por lo tanto, se produjo una confluencia en la que comunicación y
cultura se interconectan, cuyo impacto se percibe en los programas de las carreras de
comunicación en las que emerge esta articulación como un ámbito de trabajo e investigación.
Existen temas recurrentes:

el consumo, la identidad, la diferencia, las representaciones como problemas conceptuales; los medios
en su interacción con los públicos o audiencias, las culturas juveniles, las expresiones culturales
emergentes, la estética y sus formas tanto masivas, “cultas” o populares, las industrias culturales (los
mercados de la música o el cine), como problemas empíricos; la ciudad, la vida cotidiana, las
instituciones, como espacios de indagación y, por supuesto, la centralidad del discurso o de las
narrativas sociales que nombran y se disputan la representación de lo real (Rossana Reguillo
Cruz,1997:34).

Lo sustancial de las problemáticas construidas por esta perspectiva sociocultural de la comunicación es su deseo (no siempre
alcanzado) de analizar críticamente los problemas clave de las sociedades contemporáneas sin circunscribir lo comunicacional a los medios y
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focalizando los procesos sociales. Un hilo conductor nucleó los estudios culturales en sus comienzos: la revisión del materialismo cultural ,
a partir del vaivén constante entre la teoría y la praxis social. Por lo tanto, “la cultura” no es un escenario que pueda ser definido desde una
teoría, sino el campo de emergencia de modos de regulación social que materializa el vínculo de los sujetos con sus condiciones de
existencia. Ya no se trata de descubrir, develar o denunciar, sino de interrogar la experiencia social para comprender las prácticas
comunicacionales como una dimensión transversal.

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En este sentido, lo cultural no es abarcable por una categoría teórica o por una disciplina , sino que se transforma en una
problemática histórica en la medida en que debe ser especificada en cada situación social concreta. En consecuencia, el enfoque no postula
una relación apriorística entre el problema de investigación y la metodología, sino que el vínculo se construye ad hoc (aspecto muy
Es en este punto que los estudios culturales
cuestionado por quienes defienden el modelo científico moderno).
aparecen como espacio de articulación entre las disciplinas; no se trata de una nueva disciplina,
que viene a reemplazar lo que hacían antes las disciplinas tradicionales de las ciencias sociales,
sino de un área común de conocimiento que contribuye a redefinir los límites de esas
disciplinas.

nivel epistemológico, los estudios culturales se inscriben en lo que Boaventura de


En el
Sousa Santos (2003) ha llamado la “doble ruptura epistemológica” de las ciencias sociales. Si la
“primera ruptura” (siglos XIX y XX) se realizó frente al sentido común, adoptando el modelo
propagado por las ciencias naturales (alejamiento de las “nociones precientíficas” y creación de
una distancia con respecto al “objeto”), la “segunda ruptura” –que se realiza actualmente–
apunta hacia una eliminación de la distancia frente al sentido común. Esto significa que las
ciencias sociales contemporáneas se enfrentan al desafío de acercarse hacia otras formas de
producción de conocimientos, pero no para convertirlas en objeto de estudio, es decir para
representarlas, sino para comunicarse con ellas y establecer una alianza entre teoría y práctica,
es decir, un modo de actuar frente a los problemas sociales. Los estudios culturales son un punto
de avanzada de las ciencias sociales hacia el reconocimiento de otras formas (locales) de
conocimiento y para la promoción de un nuevo sentido común (una nueva racionalidad
práctica) en el que participen todas las comunidades interpretativas.

Esto es lo que se denomina “marxismo complejo”, representado por Luckács, Gramsci,


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Bajtín, Benjamin, Adorno, Marcuse, Sastre, Althusser.


4 Nelly Richard señala tres “dimensiones” de la cultura: antropológica-social, ideológico-estética, político–
institucional, que pueden “mezclarse complementariamente o contraponerse polémicamente” (2005: 457).
5 Según M. Foucault, “Una disciplina se define por un ámbito de objetos, un conjunto de métodos, un corpus de

proposiciones consideradas verdaderas, un juego de reglas y de definiciones, de técnicas y de instrumentos" (1973:


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En los Cultural Studies se produce el cruce entre la comunicación y la cultura, en tanto términos de una relación históricamente
variable, contingente, que no puede circunscribirse a temáticas comunes, sino que se define por sus posibilidades de comprensión de
procesos sociales configurados por prácticas hegemónicas a través de los cuales la sociedad confiere sentido a su experiencia. En
Communication (citado por Fuentes Navarro, 2002: 21), Raymond Williams señala:

La comunicación comienza en la lucha por aprender y por describir. Para empezar este proceso en
nuestras mentes y hacer pasar sus resultados a otros, dependemos de ciertos modelos de
comunicación, ciertas reglas o convenciones a través de las cuales podemos establecer el contacto.
Podemos cambiar estos modelos cuando se vuelven inadecuados o podemos modificarlos y
extenderlos. Nuestros esfuerzos para hacer eso, y para usar los modelos existentes con éxito, se lleva
una gran parte de nuestra energía vital (…) Más aún, muchos de nuestros modelos de comunicación
se convierten, en sí, en instituciones sociales. (Fuentes Navarro, 2002: 21).

El hecho de no proponer una definición implica el carácter inestable e imprevisible de las articulaciones
conceptuales que los Cultural Studies plantean. Se los cuestiona como una “teoría débil” (Follari, 2003), en tanto no ofrecen un cuerpo
orgánico, preciso, ordenado y “científico” de conceptos y posicionamientos ideológicos frente a la producción teórica y se “adecuan” a una
Cualquier producción simbólica
multiplicidad de problemáticas, lo que los hace asimilables a cualquier propósito académico.
puede ser leída como un texto cultural y convertirse en un legítimo objeto de estudio: desde el
arte y la literatura, las leyes y los manuales de conducta, los deportes, la música y la televisión,
hasta las actuaciones sociales y las estructuras del sentir.

Esto quiere decir –como ya han señalado muchos– que es un campo que no puede ser
definido per se por sus temas, sino por el acercamiento metodológico y epistemológico a ellos.
Los estudios culturales producen así su propio objeto de estudio en el proceso mismo de su
investigación. En consecuencia, metodológicamente, constituyen un campo transdisciplinario,
dialógico, que se vale del conocimiento preestablecido para hacer tambalear los lazos
académicos tradicionales: apuestan al resquebrajamiento de sus límites, proponen un nuevo
archivo –donde el vínculo complejo entre cultura y política resulta determinante– y reclaman
una reflexión crítica permanente, por parte de sus integrantes, frente a sus propios procesos de
investigación y de escritura. La intervención crítica es una condición de la práctica intelectual
ya que, como señala Stuart Hall (1996), no basta con el análisis sino que demanda una puesta en
debate político de las conexiones de la teoría con la estructura de poder social. De esta cuestión deriva
su carácter polémico; la estrategia interrogativa más que explicativa implica una voluntad política de interpelar al poder con el propósito de
democratizar el conocimiento para favorecer la incorporación de saberes desvalorizados por la academia.

Como señala la cita de Stuart Hall, los Estudios Culturales pretenden que la teoría social
transforme el juicio disciplinar en una lectura de procesos en los que se articula lo particular con
lo general, lo personal con lo histórico, lo abstracto y lo concreto; configurar interpretaciones
que, sin renunciar a la rigurosidad del conocimiento disciplinar, propongan una lectura de la
trama compleja de lo social, intenten comprender la lógica que torna inteligible la relación entre
experiencia cultural y la experiencia histórica.
A partir de pensar esta intervención como ideológica, es decir, vinculada al contexto de
enunciación, a la subjetividad de los autores, se puede evaluar el modo en que articulan
prácticas, valores y discursos para construir un relato acerca de la cultura en un momento
concreto, la Inglaterra de la postguerra. Los estudios culturales no pretendían producir saberes
disciplinares “nuevos” para referirse a situaciones culturales o artefactos, sino vincularlos con
cuestiones de la praxis concreta que configura la formación social y cultural a la que
pertenecían.
Por esta razón, intelectuales surgidos de la clase trabajadora, como Richard Hoggart y
Raymond Williams, que habían actuado como maestros en la educación de adultos se
propusieron revisar la vieja tradición marxiana y proponer un cambio epistemológico en el
estudio de la cultura, terminada la posguerra. Frente a las ideas de Leavis, quien sostenía que se
debía educar a través de los autores tradicionales para resistir la invasión de la cultura de masas,
sostuvieron la necesidad de pensar los procesos históricos de producción de los artefactos
culturales para analizar la intervención de la política en la constitución de modos de
dominación. Este propósito instaló una grieta en la concepción moderna de las Ciencias
Sociales, fundamentalmente en su pretensión de neutralidad valorativa del investigador (por
ejemplo, la posición weberiana). Así, el investigador no sólo participa de lo social, sino también
es responsable de su reflexividad.

ENTRE LA RUPTURA EPISTEMOLÓGICA Y LA NECESIDAD DE REARTICULAR UN CONFLICTO


HEGEMÓNICO
Es interesante ver cómo este inicio no es sólo cuestión de preocupación científica, sino
que muestra la matriz de un pensamiento que considera la esfera política configuradora de las
relaciones sociales y culturales, de tal modo que determinadas categorías de análisis son
criticadas y puestas en crisis. ¿Por qué decimos conflicto hegemónico?, porque la clave de la
empresa es comprender las diferencias y las desigualdades culturales producidas por el proceso
capitalista; de ahí la responsabilidad que los estudios culturales asumen de una crítica y un
análisis de los procesos históricos que condicionan la producción cultural.
Hoggart publica en 1957 The uses of the literacy, donde analiza a partir de la prensa
proletaria la producción de sentidos acerca de la cultura popular. Estudia los cambios de la
cultura de la clase trabajadora en el pasaje del siglo XIX al XX que provocan la mayor difusión
de los medios gráficos, los lugares donde se hacen deportes, la música popular, los lugares de
uso del tiempo libre, como los pubs, y cómo esto modifica el modo en que la clase proletaria
elabora un conjunto de significados en relación con sus condiciones concretas de existencia. De
este modo, incorpora al análisis cultural una serie de materiales (folletos, letras de canciones,
cartas) que no pertenecían a la alta cultura.

Raymond Williams publica en 1958 Cultura y sociedad, obra en la que, en lugar de


focalizar su análisis en textos literarios, considera las transformaciones semánticas de la palabra
cultura a partir del siglo XVIII en Inglaterra. Encuentra cuatro sentidos, partiendo de la premisa
de que la historia de la idea de cultura es un registro de la percepción que alcanzamos respecto
de las condiciones de nuestra vida cotidiana, cuyas palabras correspondientes son arte,
industria, clase y democracia. Tal historia pone de manifiesto las transformaciones en la
percepción de los sujetos de sus condiciones materiales y la manera en que éstas se pueden
analizar a través del lenguaje y las relaciones intersubjetivas. Esta primera noción de cultura es
muy amplia, ya que toma el conjunto de significados activos en relación a condiciones de
existencia concretas. La primera noción de cultura va siendo redefinida en los textos sucesivos
de Williams: en 1961 publica The long revolution, donde analiza la revolución industrial como
un proceso de democratización, industrialización y transformación cultural gradual. Aquí es
importante su concepción del cambio cultural, expresado en la noción de “estructura de
sentimiento”, para focalizar el vínculo entre transformación material y nuevas concepciones de
la cultura que configuran valores, percepciones y sentidos emergentes. De este modo, la relación
entre sentido, relación intersubjetiva y práctica concreta se especifica en términos de una
estructura de sentimiento que tiene, a la vez, algo concreto, material y un conjunto de sentidos
compartidos. Para Williams un significado se vuelve activo, en relación a situaciones concretas,
con lo cual el significado es siempre producido a partir de una relación intersubjetiva. La
estructura de sentimiento sería la configuración articuladora desde la cual se percibe una
situación concreta.

Su definición más sistemática de la noción de cultura se encuentra en el libro Marxismo y


literatura (1980) –allí se postula “materialista”–. Su concepción materialista de la cultura
sostiene que los procesos de regulación social deben ser considerados resultado de un conjunto
de prácticas y relaciones y no una mera determinación. Frente a la noción clave de la teoría
cultural marxista, basada en la concepción de una base determinante y una superestructura
determinada (Marx sostiene esta idea en un pasaje al Prefacio de 1859 de Contribución a la
crítica de la economía política), considera que:

... la construcción de un orden cultural dominante incluye resistencia y lucha tanto como la
subordinación de alternativas. Del mismo modo, los procesos de comunicación no constituyen un
producto para y a partir de los medios masivos sino el conjunto de los modos de intercambio e
interacción que producen una “cultura viva”. (Williams, 1980:134)

La impronta gramsciana de esta formulación permite incorporar al análisis de la cultura el


conflicto y las relaciones asimétricas entre base y superestructura. En este sentido, la cultura es
praxis, se relaciona con las fuerzas de producción.
Según Armand Mattelart (2002), Stuart Hall es quien se encarga de vincular este
proyecto liminar al estructuralismo para encarnar “la condición de interfaz de los Cultural
Studies”. El más famoso artículo de Hall (1993), sobre la codificación y la decodificación de
programas televisivos, representa la doble fuente de inspiración, la semiología y las teorías
marxistas sobre la ideología, como la dimensión programática que formula, insistiendo
especialmente en la pluralidad, determinada socialmente, de las modalidades de recepción de los
programas.
Los founding fathers también deben ser considerados, más allá de su contribución teórica,
como los constructores de redes que posibilitan la consolidación de nuevas problemáticas y
como las encarnaciones de dinámicas sociales que afectan a amplias fracciones de las
generaciones nacidas entre finales de los años treinta y mediados de los años cincuenta. Tres
instancias de análisis proponen:

1. Las condiciones materiales son tanto históricas, concretas, como producidas y construidas
por el análisis de tal modo que el investigador no es un observador neutral, sino que
interviene en la producción de sentido.
2. Los sujetos no tienen todos la misma percepción de sus condiciones materiales, si bien
éstas son comunes para todos ellos.
3. La capacidad de acción histórica de los sujetos.

El conjunto de problemas que plantean para recortar nuevos objetos de investigación son:

 Transformaciones en los modos de acción y producción de sentido, especialmente la


industria cultural, en tanto reformula la constitución de lo popular.
 La tecnología como un ámbito donde no sólo se produce cultura sino se intensifican los
conflictos sociales y de organización mundial de la política.
 Regulación cultural: el modo cómo intervienen las instituciones para articular lo político, lo
cultural y lo económico en los procesos hegemónicos.
 La resistencia al orden cultural industrial es una idea consubstancial a la multiplicidad de
objetos de investigación que caracterizará los campos de investigación de los Cultural
Studies durante más de dos décadas. Remite, por supuesto, a la convicción de que resulta
imposible abstraer la cultura de las relaciones de poder y las estrategias de cambio social.

La actitud de ruptura respecto de la vulgata difundida por la metáfora genérica de


base/superestructura es lo que explica el hecho de que se haya vuelto a descubrir las formas
específicas que adoptaron el movimiento social y el pensamiento socialista en Gran Bretaña. En
este punto, los estudios culturales sostienen una petición de principio: las prácticas críticas no
sólo están determinadas por sus condiciones, sino que también son responsables de ellas. Por lo
tanto, Raymond Williams señala que el proyecto crítico del materialismo cultural tendría por
objeto la especificidad de las luchas culturales como paso válido para abordar el análisis de la
especificidad de la situación en que esa lucha se produce. Una concepción de la intervención
crítica se puede leer tanto en el Manifiesto May Day de 1967 que redactaron Williams,
Thompson, Anderson y Stuart Hall como en el Proyecto “New Times” que, en 1988, convocó a
Hall, Hebdige, Murray, Hell y Brunt, entre otros. En ambos proyectos la relación entre teoría e
intervención estaba indicada por la capacidad de producir interrogantes sobre las condiciones
específicas; posiblemente en este punto podemos hablar de los Estudios culturales como una
teoría crítica de la cultura.
Los usos de los estudios culturales británicos tuvieron un fuerte impacto en el campo de estudios de la comunicación,
promovieron una hegemonía académica en el momento en que se produce proceso de institucionalización de la disciplina comunicacional en
América Latina –décadas de los ‘80y ‘90 del siglo XX–.Este hecho ha sido puesto en tela de juicio por la influencia que ejercen en nuestros
ámbitos académicos (lo que Mattelart y Neveu llaman “mancha de aceite cultural”). La discusión al respecto ya no se circunscribe al vínculo
entre comunicación y cultura, sino que pone en debate las articulaciones entre saberes académicos, políticas de conocimiento, producción de
bienes simbólicos y prácticas intelectuales, cuya pertinencia es histórica y merece ser analizada en cada enclave académico donde se está
produciendo investigación en comunicación social.

CONVERGENCIAS/DIVERGENCIAS: AMÉRICA LATINA INTERPELADA

América fue creada en el vacío de un mapa; mapa que sigue llenándose, desde adentro y desde afuera,
con palabras que tratan de nombrar eso que no se logra atrapar. Sobre esto sentó sus bases la sólida
tradición del ensayo de ideas desde los tiempos de Simón Rodríguez y Andrés Bello. El letrado
necesitaba “pensar” cada acto, un sueño de la razón que no lo abandonará en casi ningún momento a
todo lo largo del siglo XIX. Esa metáfora -o alegoría-, en que englobaban pasado, presente y futuro,
los “autorizaba” para decidir qué le convenía al resto de los habitantes.

Alicia Ríos

Los Estudios Culturales Latinoamericanos pueden considerarse, en términos generales,


según Alicia Ríos (2002: 247):

... como un campo de estudio configurado dentro de la tradición crítica latinoamericana (el ensayo de
ideas –lo que Julio Ramos ha llamado el “ensayo humanista o secular”–, la teoría de la dependencia y
la teología de la liberación), que se mantiene en un diálogo constante, muchas veces conflictivo, con
las escuelas de pensamiento europeas y norteamericanas (los “Cultural Studies” en sus dos vertientes
-inglesa y norteamericana-, el estructuralismo francés, las filosofías posestructuralistas y
posmodernas, la sociología de la cultura, la Escuela de Frankfurt, la semiótica, el feminismo y el
marxismo).

En este sentido, no producen una ruptura epistemológica, sino que se inscriben en una
corriente de reflexión hermenéutica fuertemente arraigada en nuestro continente.

Son muchas las sospechas y reticencias que rodean la mención a los estudios culturales
en América Latina, donde se los tiende a percibir como demasiado cautivos del horizonte de
referencias metropolitanas que globaliza el uso y la vigencia de los términos puestos en
circulación por un mercado lingüístico de seminarios, posgrados o congresos internacionales.
Para muchos, basta con que los estudios culturales hayan sido institucionalizados por la fábrica
de novedades de la academia norteamericana para cargarles automáticamente el estigma
colonizador de la dominación metropolitana y para declararlos culpables de favorecer sólo las
tecnologías de la reproducción que expanden el mercado académico internacional. La moda de
los estudios culturales habría ido borrando la densidad histórica de lo local y de sus
regionalismos críticos.

Respecto a su originalidad, Walter Mignolo (2005) considera que en el contexto de las


condiciones desplegadas por factores como la globalización, la crisis de los paradigmas
cognitivos y el desmoronamiento del campo socialista emergió una la razón poscolonial, la
misma se trata de una serie de prácticas teóricas asentadas en las diversas herencias coloniales,
en el espacio de intersección entre las historias locales y los diseños globales, espacio en el cual
se van constituyendo epistemologías fronterizas descolonizadoras, basadas en los conocimientos
locales de los territorios ex-coloniales en Europa, África, América, etc. Su argumento se centra
en que América Latina es una consecuencia y un producto de la geopolítica del conocimiento,
esto es, del conocimiento geopolítico fabricado e impuesto por la modernidad, en su
autodefinición como modernidad. Por lo tanto, América Latina se fue configurando como
desplazada de la modernidad, una exclusión que asumieron los intelectuales y estadistas
latinoamericanos y se esforzaron por llegar a ser modernos, como si la modernidad fuera un
punto de llegada y no la justificación de la colonialidad del poder. De allí su lectura del discurso
poscolonial entendido como una modalidad académica del posmodernismo y también sus
estrechas relaciones con otras corrientes de reflexión anti-hegemónica como los estudios
culturales, los estudios subalternos y el multiculturalismo, de trayectorias diferenciadas, y el
reclamo de Mignolo de desarrollar en América Latina un locus de enunciación alternativo.
Propone una epistemología “fronteriza” que implica un descentramiento de la lógica
hegemónica del imperialismo cultural, científico y económico, un pensamiento
“descolonizador”. La clave de esta operación no estaría en la territorialidad o en el objeto de
trabajo, sino en dar cuenta de las condiciones históricas que configuran la práctica intelectual:

El momento actual, de tendencia hacia los pos (occidentalismo, orientalismo, colonialismo,


modernidad) puede ser también un momento en el que el poscapitalismo, que ya no depende de la
unidireccionalidad imperial sino que está allí para quien lo agarre (por así decirlo), hace impensable la
distinción entre occidente/oriente y, con ella, la desarticulación de todo el conjunto de categorías
geoculturales que organizaron la distribución del poder en términos geo-epistemológicos (Mignolo
1998: 134).

La relación entre localizaciones geoculturales (Estados Unidos, América Latina),


localizaciones institucionales (la academia norteamericana, el campo intelectual de la periferia)
y situaciones de discursos (hablar desde, sobre, como, etc.) no es una relación dada, natural y
fija, sino una relación construida y mediada, que diferentes críticos ponen en discusión (Daniel
Mato 2005, John Beverly 1996, etc.), rozando muchas veces el relativismo valorativo, en tanto
yuxtaponen las diferencias y nunca las contraponen para no tener que argumentar a favor o en
contra de sus demarcaciones de sentido. Sería, entonces, necesario reintroducir la cuestión del
valor (del fundamento, del juicio, de la toma de partido) en este paisaje de fragmentación e
indiferenciación de las diferencias que uniformiza todos los discursos culturales
latinoamericanos.

DESDE NUESTRA FRONTERA

Hoy, como nunca, las ciencias sociales se constituyen en lugar de síntesis, de encuentros más o menos
novedosos entre la realidad y sus modos de comprensión, de diálogos entre disciplinas, entre
pensamientos diversos, diálogos que han puesto en crisis las nociones de límite y frontera.

Rossana Reguillo

Parte de lo que hacemos como intelectuales no solo es definir la situación, sino también discernir las
posibilidades de intervención activa, tanto si después las ejecutamos nosotros mismos como si las
reconocemos en otros que, o bien las han visto antes, o bien ya se han puesto manos a la obra: el
intelectual como vigía.

Edward Said

Desde la cultura, desde ese mundo de símbolos que los seres humanos elaboran con sus actos
materiales y espirituales, la comunicación tendrá sentido transferible a la vida cotidiana.

Héctor Schmucler
¿Por qué hacemos investigación cultural desde el campo de los estudios en
comunicación? ¿Delimitamos un área de trabajo o nos proponemos lograr nuevos territorios?
¿Qué usos hacemos de la tradición crítica, tanto europea como latinoamericana6? Estas
problemáticas implican la admisión de una tesis previa: las cuestiones académicas surgen en el
contexto de relaciones sociales, e incluso esto último, en algún sentido, es inherente a la forma
de la cuestión, muchas veces invisibilizada como “cocina de la investigación7. En consecuencia,
los interrogantes de los que partimos pretenden dar inteligibilidad a nuestra realidad como
integrantes de una comunidad académica ubicada en la periferia de la periferia: la carrera de
Comunicación Social, en Olavarría, provincia de Buenos Aires. Poder intervenir en el
funcionamiento y la transformación del conocimiento de sí de esta comunidad interpretativa de
la que como investigadores/docentes formamos parte es el desafío más complejo que debemos
arremeter desde nuestras prácticas. Así, nuestras condiciones de existencia no son ajenas a las
problemáticas en las que trabajamos, ya que nunca son naturales, obvias, sino producidas y, por
lo tanto, su conocimiento se torna una responsabilidad intelectual.

Suscribiendo a la idea clave del culturalismo de que las condiciones materiales nos
constituyen como sujetos sociales en tanto umbral de producción simbólica, inventamos nuestro
marco teórico para situar el análisis de la comunicación en nuestra realidad. La palabra inventar
implica “encontrar por primera vez”, sin el sentido teológico de una creación de la existencia
como tal, ex nihilo. Descubrir por primera vez, develar lo que ya se encontraba allí, o producir
lo que, en tanto tékhne, no se encontraba ahí y no es, por lo tanto, creado, en el sentido fuerte de
la palabra; solamente agenciado a partir de una reserva de elementos existentes y disponibles,
dentro de una configuración dada. Así, no usamos la teoría como un corset científico, sino que
aspiramos a un diálogo con ella, en el que conceptualizar es politizar porque interrogamos la
formación de discursos hegemónicos.

La cuestión de la hegemonía no nos es externa ni es una mera preocupación conceptual,


sino que en el sentido foucaultiano nos configura. No sólo la analizamos en las prácticas que
seleccionamos para investigar, sino que tenemos conciencia de que nos inscribe como sujetos
sociales, de tal modo que las categorías críticas son siempre históricas y polémicas.

Un riesgo acecha a la problemática: el hecho de que este diálogo conflictivo con lo


hegemónico muchas veces se cristaliza en un ademán de ruptura más que en una intervención
contrahegemónica, en la medida en que es usado para regular la diferencia e instala una práctica
hermenéutica de ella, más que una política de representación, según George Yudice (2000).
¿Por qué la intervención política debería configurar una posición intelectual necesaria para
articular la práctica a la producción en los estudios culturales?

Los intelectuales serían los sujetos de cambio político, en tanto se reconozcan a


ellos/ellas mismos /as como sujetos discontinuos, divididos, atrapados por intereses e
identidades conflictivos. La posición académica no garantiza esta subjetivación necesaria para la

6La crítica es siempre crítica de alguna práctica, discurso, episteme o institución instituidos, y pierde su carácter en el
momento en que se abstrae de esta forma de operar y se la aísla como una práctica puramente generalizable. Es
necesario considerar esta relación como un diálogo en el que al menos se cruzan tres voces (escritor, texto, crítico) sin
que ninguna de ellas tenga privilegios sobre las otras; la crítica dialógica no habla de los textos, sino con los textos;
en este sentido, no es un juicio de valor sino una práctica. La escritura del crítico recupera la voz del otro como
diferente y, por lo tanto, lo que puede decirse del texto no existe como único, sino que al menos se plantea como
doble. El conocimiento dialógico (Bajtín, 1986) implica la existencia de un sujeto (crítico) que aborda la producción
de otro sujeto (creador) y que se expresa también por medio de la escritura. Lo que pone en juego es una actitud tanto
epistemológica como ética, ya que se propone como vínculo con el otro/a.
7Para Pierre Bourdieu el proceso del trabajo de investigación implica que “ el
conocimiento de las condiciones de producción del producto forma parte rigurosamente de las
condiciones de una comunicación racional sobre el resultado de la ciencia social” (1990: 136)
intervención política. ¿Acaso puede haber intervención política sometiéndose a los intereses de
una academia globalizada?

INTELECTUALES ORGÁNICOS VERSUS FUNCIONARIOS: DISCIPLINAMIENTOS DE LA DISCIPLINA

La tradición del pensamiento latinoamericano postuló una concepción integradora, de


tipo humanista. Intelectuales como Mariátegui, Martí, Fernando Ortiz y otros, según Alicia
Ríos (2002), si bien fueron críticos, sostuvieron el discurso de la Modernidad que postulaba la
idea de nación. Walter Mignolo (2003) traza un mapa de las teorías posoccidentales que
empezaron a formularse en América Latina desde 1918, es decir, cuando Europa comenzó a
perder la hegemonía del poder mundial. Teóricos como José Carlos Mariátegui, Edmundo
O’Gormann, Fernando Ortiz, Leopoldo Zea, Rodolfo Kusch, Enrique Dussel, Raúl Prebisch,
Darcy Ribeiro y Roberto Fernández Retamar consiguieron deslegitimar epistemológicamente
el discurso hegemónico y colonialista de la modernidad, que procuraba impulsar el tránsito de
América Latina hacia la modernización tecnológica de la sociedad. Los saberes teóricos de
estos autores son posoccidentales porque articulan una respuesta crítica al proyecto social y
científico de la modernidad en su nueva etapa de globalización imperialista (Jameson, 1998).
Según Mignolo, la producción de discursos teóricos para América Latina, sobre América
Latina y desde América Latina consigue romper con el eurocentrismo epistemológico que
coadyuvó a legitimar el proyecto colonialista de la occidentalización. Mucho antes de que
Guha fundara el grupo indio de estudios subalternos y de que en Europa y los Estados Unidos
se empezara a hablar de posmodernidad y poscolonialidad, en América Latina se habían
producido ya teorías que rompían con los privilegios del discurso colonial.

El giro surge en los ‘90 con el cuestionamiento que formulan los estudios culturales
latinoamericanos; su propuesta de intervención crítica apunta a releer esta tradición para
inscribir los problemas que ellos habían planteado en la problemática capitalista, es decir, a
partir de considerar la sobredeterminación del poder capitalista como dispositivo de
estructuración de la sociedad. No es suficiente la reflexión acerca de él , sino que la posición
crítica debe interpelar al poder cuyo modelo nacional ya no puede resultar integrador porque
está atravesado por las contradicciones que lo fundaron. La crisis del paradigma de la
Modernidad configura este nuevo momento, en la medida en que ya no es suficiente nombrar
la diferencia para salvar (operación que Spivak denomina “violencia epistémica”), sino que,
según Moreiras (1998), debe proponerse una metacrítica epistemológica del discurso
latinoamericanista: actuarse como voz subalterna en lugar de representar la voz del “otro”.

¿La disyuntiva es hablar contra el poder / desde / en el poder para reconocerse en el


campo de los estudios culturales? El locus “estudios culturales latinoamericanos” configura
un campo de fuerzas constituido por todas estas posiciones, asumidas no como
determinaciones del discurso, sino como posiciones en la lucha hegemónica.

Daniel Mato (2001) cuenta que interrogados Jesús Martín Barbero, Beatriz Sarlo y
Néstor García Canclini sobre su pertenencia a los estudios culturales latinoamericanos no
dieron una respuesta afirmativa, más bien expresaron dudas, reticencias a considerarse parte
de ellos. Este distanciamiento pareciera querer preservar para su práctica intelectual una
mirada crítica, es decir, ¿la institucionalización es el peligro? ¿Por qué son ellos (y desde
luego no nosotros) los que dirigen este proceso de selección? Y ¿de dónde surge el deseo de
que participen los latinoamericanos, junto a asiáticos, africanos, árabes, y otros? ¿Qué se gana
o pierde con la participación en estos foros?

¿Son los intelectuales los responsables de esta participación ¿Por qué el cambio
histórico demanda una posición estratégica de los intelectuales? ¿La visibilidad de ellos es
condición de esta tarea?
RESISTENCIA VERSUS INTEGRACIÓN: “SER O NO SER”

La posición de los intelectuales respecto a la sociedad también resulta cuestionada, se


ha redefinido del rol de investigador social a partir del reconocimiento del Otro como Sí Mismo
y por lo tanto la del sujeto-objeto de la investigación como actor social y constructor de
conocimiento (Lander, 2000).

Sin embargo, dice George Yudice tomando una opinión de la argentina Beatriz Sarlo
(2002:342):
A partir del ocaso del intelectual crítico, quedan según Sarlo dos tipos de intelectuales, ambos
valorizados por los Cultural Studies: los neopopulistas mediáticos y los neopopulistas subalternistas.
Con el auge de la sociedad del espectáculo, el intelectual fue dislocado y la legitimidad de su lugar de
enunciación, respaldada por la autoridad institucional, ya no es “reconocida por sus destinatarios”
(Sarlo 2000:10).

Por lo tanto, las sociedades “han perdido su carácter sistemático, estructurado y estructurante, y
se disgregan en comunidades de intereses o tribus culturales” (Sarlo 2000:11). De ahí que
Beatriz Sarlo lamente que la única labor intelectual disponible hoy en día sea la de los
intérpretes posmodernos “que más fácilmente podrían adecuarse a una realidad de ‘escenarios’
socioculturales” [en contraste con sociedades cohesionadas por una esfera pública], o la de los
intelectuales legisladores que proceden despóticamente a “indica[r] lo que los hombres y las
mujeres deben ser” (Sarlo 2000:11). El resultado es un social irradiado diseminado en las
estrías de la diferencia cultural (Muniz Sodré 1992:115), que ya no sirve de plataforma efectiva
para la política contestataria, sino que se intercambia para lograr una participación más
simbólica que real y que cada vez más se integra a la rentabilidad “massmediática y
consumista”. Esta situación es un efecto de la globalización y no del modo en que han actuado
los intelectuales. ¿Sus deseos de resistencia a la lógica instrumental del capitalismo parecen
imposibles? ¿Es una nueva promesa fallida de la modernidad? ¿Las contradicciones que
emergen en el campo de los Estudios culturales latinoamericanos son propias de su concepción
culturalista o son consecuencias del capitalismo?

Si desplazamos el debate de los actores a la configuración material del campo, vemos


que la cuestión se vincula con el proceso hegemónico que demanda tanto alteridad como
reproducción. El espacio intersticial que las voces del pensamiento latinoamericano reclaman
para descentrar el poder emerge como alternativa de una enunciación acosada por la
homogeneización de la mundialización.

Alcances

Este pensamiento permite plantear una tesis “cultural” para producir una episteme
comunicacional localizada cuyas condiciones son:
1. Rearticularse en las tradiciones del pensamiento latinoamericano.
2. Proponerse un discurso descentrado.
3. Lo social no pasa por la temática ni por el objeto del discurso sino por su
performatividad.
4. Las decisiones del crítico son constitutivas del discurso tanto como su contexto de
enunciación.
5. La centralidad de la reflexión sobre la dominación.
6. La historicidad de la práctica intelectual.
El cuerpo de ideas nos lleva a reconocer su carácter social. No son autores individuales los que
las producen, sino un colectivo que está percibiendo y actuando sobre la catástrofe. La clase de
lucha a la que están sometidos los intelectuales para configurar los estudios culturales
latinoamericanos no puede estar determinada ni por el academicismo ni por los EEUU ni por
paradigmas. Debemos hacer saltar los paradigmas, en tanto pretendemos ser revolucionarios y
articular históricamente este presente con nuestro pasado y con el futuro para restituir la
totalidad del proceso social latinoamericano. Ocuparnos de la cultura desde el desafío que
consiste saber cómo exaltar la conmoción de fragmentos culturales heteróclitos -no autorizados
por la síntesis homogeneizante de la cultura oficial- con que lo popular abigarra las geografías
cotidianas donde conviven –a veces sordamente, a veces estridentemente– rebeldías,
ilegalidades y bastardías. Así, nuestra crisis política se podrá transformar en oportunidad
comunicacional. Escribió Aníbal Ford sobre esta tarea:

Hoy puedo decir que el horizonte es negro pero escrutable. Que no se puede decir dónde estoy
parado. Que la crisis social, económica y cultural que padece América Latina ya muestra sus ejes. Ya
no se puede decir si/no, estoy confundido, no sé qué decir. Y también que todo esto exige comenzar
de nuevo. Y esto explica por qué en muchos artículos de este libro elegí una estrategia transversal y
transdisciplinaria. Tal vez, como el anterior, este libro está escrito desde la orilla de la ciencia. Pero
también está escrito desde la orilla del desarrollo, desde la orilla del Primer Mundo. Ya no hay
manuales ni doctrinas, pero sí posibilidades de intentar comprender nuestra sociedad y nuestra
cultura, de jerarquizar sus problemas.

Por eso insisto en el libro en que las complejidades que trabajo no provienen de las ciencias de
desorden, por más que las utilice, sino de las complejidades de la pobreza.

Aníbal Ford. Río Sarmiento, Mayo de 1994.


Prólogo

La “orilla” es nuestro locus enunciativo desde el cual la articulación comunicación y cultura es


una condición para comprender nuestra experiencia material.

LA INVESTIGACIÓN: JUVENTUD

El objetivo general del proyecto Estudios de comunicación, cultura y educación


(EEDUCCOM)8 es “Desarrollar un proceso de producción de conocimiento organizado sobre la
constitución de un campo de convergencia entre comunicación, cultura, educación y
Tecnologías de Información y Comunicación (TICs), en el marco de las condiciones del
contexto regional y latinoamericano, con especial énfasis en las prácticas y los discursos
sociales”. Nuestros esfuerzos convergen en el estudio de las prácticas comunicacionales de los
jóvenes de la región del centro de la Provincia de Buenos Aires. Utilizamos la noción de
convergencia, ya que nuestro grupo busca una integración plural de enfoques conceptuales, que
nos permita abordar un cuerpo de fenómenos tan complejos como son las prácticas
comunicacionales de los jóvenes. Para el desarrollo de nuestras exploraciones proponen la
construcción de saberes que integren cuatro dimensiones básicas que forman parte de las
prácticas investigadas: la dimensión estética y simbólica, la dimensión de la materialidad
institucional, la dimensión de los vínculos grupales y el afecto y la dimensión cognoscente. Una
integración de este tipo ha sido posible a partir de una historia de trabajo conjunto entre
diferentes líneas de indagación y en la reciente consolidación de un horizonte común basado en
un conjunto de acuerdos básicos que dan razón y fundamentan la constitución de este grupo
como proyecto conceptual. Algunas de las afirmaciones básicas que unifican nuestras tareas
son:

8 Proyecto que comenzó a desarrollarse en la Carrera de Comunicación Social de la


Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires en el 2004.
 La categoría de prácticas juveniles es una construcción teórico-conceptual y no una
evidencia empírica naturalizada; en este sentido, rechazamos una definición esencialista
de la juventud.
 Los jóvenes no son meros individuos pasivos, sino constructores activos de la realidad
comunicacional, y sus prácticas son parte de un mundo material sobre el que ellos
actúan y contribuyen a conformar.
 Nuestros objetos teóricos son plurales y apuntan a comprender y conceptualizar las
prácticas desde enfoques abiertos, que piensan lo comunicacional como un nudo
problemático complejo.
 Nuestras indagaciones se inscriben en un marco regional y no pierden de vista el hecho
de que las prácticas juveniles se inscriben en el plano de una institucionalidad concreta
y situada en sistemas de coordenadas geográficas y temporales específicas.

Nuestro estilo de trabajo considera a los jóvenes y sus prácticas desde la especificidad de las
capacidades, estructuras de acción, estilos y mundos de vivencias que les son propias;
rechazamos la descripción de los jóvenes según estereotipos sociales y comunicacionales que
los estigmatizan a nivel masivo.

El enfoque comunicacional de la investigación considera que la multiplicidad no es una


amenaza, ya que se transforma en una condición para proponer nuevas problemáticas y diálogos
interdisciplinares para superar las tentaciones de clausurar lo comunicacional en un repertorio
de objetos y problemas a priori de las prácticas concretas; es decir, la experiencia histórica
recorta aquello que vale la pena interrogar y comprender desde los estudios en comunicación.

La línea de investigación “Géneros e imágenes de la cultura de la juventud” tuvo como


propósito recortar la relación entre juventud, nuevas tecnologías y modos de construcción de
sentido emergentes para comprender la cultura actual en términos de un problema de
transformación social. Consideramos que la juventud es el sector más dinámico en la
construcción de respuestas a las experiencias de cambio

; por esta razón, las experiencias sociales de los jóvenes ponen en escena la construcción de
estilos de vida distintivos, localizados fundamentalmente en el tiempo libre o en espacios
intersticiales de la vida institucional. En un sentido más restringido, definen la aparición de
micro sociedades juveniles subculturas, con grados significativos de autonomía respecto de las
instituciones adultas, que se dotan de espacios y tiempos específicos. Su expresión más visible
son un conjunto de estilos juveniles espectaculares, generalmente de carácter transnacional.

Por esta razón, nuestro aporte al proyecto radicó en el análisis y la comprensión de las
dinámicas sociales que articulan la relación compleja entre cultura, comunicación y sociedad a
partir del análisis de las respuestas concretas de los jóvenes. La comunicación como horizonte
de configuración social de la experiencia es el problema núcleo de trabajo de esta línea.

Los investigadores de la línea hemos propuesto un recorte para indagar el problema a


partir del consumo como práctica cultural y configurador de nuevas subjetividades mediáticas.
En las listas de discusión por correo electrónico, en los chats y en la web en general, pareciera
que los usuarios han, de alguna forma, recuperado aquel territorio perdido de la palabra oral.
Paradójicamente, es en este nivel en donde los lazos comunitarios parecen ser más fuertes. En la
red hay innumerables tipos de comunidades, reunidos por intereses comunes, que van desde la
adhesión a un grupo musical hasta el cuidado de mascotas.

De estas consideraciones se desprenden una serie de interrogantes. ¿Cómo será la


presentación de sí mismos que los usuarios pueden hacer para definir los estilos de
subjetivación más convenientes? ¿Qué principios de regulación interna desarrollarán en
relación al margen de libertad que la red aún ofrece? ¿Qué géneros visuales surgen?
Por otra parte, resulta importante destacar que la comunicación mediática posee una
dimensión simbólica irreductible: se ocupa de la producción, el almacenamiento y la circulación
de materiales significativos para los sujetos. En este sentido, las estrategias de apropiación
producidas por el consumo en el sector de la juventud se tornan claves para comprender la
cultura mediática del presente porque involucran posibilidades de dar visibilidad a intereses
muy diversos. En última instancia, conviene recordar que:

... la aproximación de la ciudadanía, la comunicación masiva y el consumo tiene, entre otros fines,
reconocer estos nuevos escenarios de constitución de lo público y mostrar que para vivir en
sociedades democráticas es indispensable aceptar que el mercado de opiniones ciudadanas incluye
tanta variedad y disonancia como el mercado de la ropa y los entretenimientos. Recordar que los
ciudadanos somos también consumidores lleva a encontrar en la diversificación de los gustos una de
las bases estéticas que justifican la concepción democrática de la ciudadanía. (Garcìa Canclini, 1995:
65)

La tradición hermenéutica destaca otro aspecto de la interpretación que aquí resulta relevante: al
interpretar las formas simbólicas, los sujetos las incorporan a su propia comprensión de sí
mismos y de los otros. Las utilizan como vehículo para figurarse a sí mismos y a los otros,
como base para reflexionar sobre sí mismos, sobre los otros y sobre el mundo al cual
pertenecen.

Al recibir y apropiarse de los discursos mediáticos, los sujetos participan en un proceso


de autoafirmación y autocomprensión de un modo, generalmente, implícito y no reconocido
como tal. Al registrar estas prácticas en el discurso y configurarlas como géneros de la vida
social, nos implicamos en la construcción del sentido del yo, de quiénes somos y dónde estamos
en el espacio y el tiempo.
La expansión de los medios de comunicación ha tenido fuertes consecuencias en la
conformación de las subjetividades emergentes. El espacio mediático se constituye en parte de
la vida cotidiana y socializa en una dirección, produciendo una compleja red de
representaciones. Así, conviven dos modos de organizar el pensamiento: uno asociado a la
percepción moderna, fundado en la linealidad, y el otro, propio de la etapa tardía de la
modernidad, cuya matriz es la simultaneidad. Ésta promueve una transformación cultural e
intelectual con:
a) La difusión masiva de estilos de representación que fragmentan lo real.
b) La reorganización del espacio y el tiempo vital.
c) La interactividad.
Un ejemplo significativo para comprender el modo de configuración de esta subjetividad es el
videoclip. Éste inaugura una estética nómada; su lógica narrativa se basa en un discurso
sincrético de "imposibles narrativos" (Résendiz, 1991). A diferencia de la forma narrativa de los
relatos de la modernidad, su especificidad expresiva radica en la ruptura espacio-temporal. No
puede leerse desde la matriz cognitiva de la modernidad, cuya solución de continuidad
garantizaba al sujeto coherencia y unidad: "En lo referente al yo, el problema de la unificación
afecta a la protección y reconstrucción de la crónica de identidad del yo frente a las
transformaciones históricas" (Giddens, 1991:56). La fragmentación opera como un mecanismo
de primordial angustia y suele canalizarse a través de estilos culturales que garantizan la
rearticulación identitaria, muchas veces influenciados por el mercado: "un estilo de vida puede
definirse como un conjunto de prácticas más o menos integrado que un individuo adopta no sólo
porque satisface sus necesidades utilitarias, sino porque da forma material a una crónica
concreta de la identidad del yo" (Giddens 1991: 61).

El efecto collage de los medios de comunicación no sólo diversifica las elecciones


posibles sino que las mercantiliza: la crónica del yo debe construirse en circunstancias en las
que la apropiación personal está sometida a influencias tipificadas que afectan el consumo.
Giddens resume estas transformaciones como "dilemas del yo":
- Unificación frente a fragmentación: el proyecto del yo se apropia de numerosos
acontecimientos y formas contextuales de experiencia mediada.
- Impotencia frente a apropiación: las diversificaciones de opciones de estilos de vida ofrecen
posibilidades de apropiación, pero también generan sentimientos de impotencia.
- Autoridad frente a incertidumbre: en circunstancias en las que ya no existe un Estado como
autoridad que estructure lo social, el sujeto debe abrirse camino por sus propios medios.
- Experiencia personalizada frente a experiencia mercantilizada: la biopolítica del consumo
ofrece patrones de identificación globales.

La aceleración que afecta la duración de las imágenes y las cosas, afecta también la
memoria y el recuerdo: la percepción se transforma de tal modo que aquellas tecnologías que
servían para representarla (lenguaje, escritura, imprenta, etc.) se evidencian insuficientes. El
hipertexto modeliza estos procesos emergentes de configuración simbólica de la experiencia:
supone la combinación infinita de textos y los constantes links que reintroducen permanentes
cambios de sentido. Sin embargo, el consumo no puede comprenderse sin considerar las
condiciones materiales de producción y apropiación de los productos que configuran la cultura
de una época.

JUVENTUD ARGENTINA: ENTRE LA MARGINALIDAD Y LA INSERCIÓN, EL CONSUMO SIRVE PARA


PENSARLA
Para nuestro país la etapa posterior a la Segunda Guerra fue un período de construcción
de la modernidad alrededor de grandes ejes que dieron continuidad a las diferentes estrategias
político- económicas de la época. Uno de estos ejes fue el de modernización con integración
social; consistía en un proceso de incorporación de los distintos sectores, en especial los
jóvenes, al mercado de trabajo, al circuito de circulación de bienes y servicios sociales y su
consiguiente participación en el mundo político.
Los jóvenes padecen una inserción social conflictiva. Trabajo y educación son
condiciones de exclusión en el sector juvenil: si el acceso determinó una transformación social,
su restricción está promoviendo un proceso de pauperización, marcado por la marginalidad y la
aparición de nuevos pobres. Tanto el trabajo como la educación fueron prácticas privilegiadas
para dar sentido a la identidad en la Modernidad; sin embargo, el proceso histórico pone de
manifiesto la crisis de estos modos de socialización, ya que muchos sujetos no pueden acceder
a ninguno de ellos. Son sentidos residuales del proyecto social de la modernidad que deben ser
puestos en relación con otros sentidos emergentes para dar cuenta del proceso de
transformación.
La desigualdad social, producida por las formas de explotación económica, dominación
política y exclusión social, hace necesario resignificar el concepto de juventud, a partir de una
articulación entre: a) prácticas que se han expandido y son de fácil acceso, como determinados
consumos: los medios masivos de comunicación, música, tiempo libre, la moda, etc., con las
que los sujetos simbolizan su experiencia cultural y ponen de manifiesto su posición concreta en
la cultura; b) la relación de los sujetos con su condiciones materiales.

En un mundo globalizado, la distribución y la circulación de bienes, materiales y


simbólicos, cuenta a los jóvenes como principales destinatarios; la juventud se transforma en un
problema clave para analizar las transformaciones producidas de la identidad juvenil en la
sociedad postindustrial. Por ejemplo, el uso de la tecnología produjo modos de participación
globales; introdujo a los jóvenes en una nueva experiencia de socialización, diferente a la
familiar, escolar o laboral –mucho más íntimas y localistas–, en la cual las fronteras parecen ser
prescindibles y los jóvenes pueden acceder a comunidades de consumidores transnacionales
(pero nunca transhistóricos, es decir, es una experiencia fuertemente marcada por lo local).
Muchos de los símbolos actuales de la identidad tienen su origen en el mercado: Coca-Cola,
Pato Donald, Mc-Donald y, en cierta medida, están fundando otra tradición que ya no tiene sus
raíces en el pasado histórico sino en el consumo: la memoria nacional en este proceso también
es transformada.
Entonces, podemos decir que la reestructuración de las identidades en torno a consumos
globales traza líneas de pertenencia que rebasan los límites locales (el barrio, la ciudad o el país)
e instaura otros límites, donde las cercanías o lejanías se establecen por el acceso al uso de
determinadas tecnologías (cable, internet, fibra óptica, etc.). Sin embargo, los espacios de la
vida cotidiana funcionan como mediación constitutiva y ubicación histórica. Allí se dirime la
lucha por la constitución de sentidos: “el barrio como nuevo lugar de lucha por la identidad de
los grupos populares..., la calle como lugar de una violencia con el circuito de inseguridad y
represión y las diferentes formas de presencia policial; los mercados...; la escuela, la familia.”
(Jesús Martín Barbero, 1983: 67).

El modo en que el consumo impacta en la cultura nos permite plantear una serie de
problemas que redefinirían el vínculo de los jóvenes con la sociedad en la Argentina.
Fundamentalmente, nos interesa plantearlo como mediación constitutiva de esta relación porque
se articula con intereses políticos, económicos y sociales que complejizan el vínculo, de tal
modo que no puede ser pensada de modo determinista –“los jóvenes son consumistas o sólo
piensan en la moda”–, sino como un proceso social que requiere su desnaturalización desde una
postura crítica. El consumo como configuración material histórica de la identidad joven se
vincula con la noción de mediación. Ya Adorno había propuesto articular el vínculo entre base y
superestructura no sólo como mediación entre las relaciones materiales y la producción
simbólica, sino, a su vez, como crítica a las condiciones de producción, al punto de
transformarla en un modo de conocimiento del contexto capitalista. Esto es lo que Adorno llama
“principio de crítica inmanente”, por el cual, en las condiciones propias de un objeto, en su
formulación, puede estar la crítica a las condiciones históricas en que se produce.

En esta línea de pensamiento, el proceso socialmente constitutivo no funciona como


determinante, sino como “articulación hegemónica”. De este modo, usamos la categoría de
“hegemonía” para poder dar cuenta de la relación que involucra lo político, lo económico y la
producción simbólica. La hegemonía es "el proceso de dominación social, ya no como
imposición desde el exterior y sin sujetos, sino como un proceso en el que una clase hegemoniza
en la medida en que representa intereses que, también, reconocen como suyos las clases
subalternas” ( Martin Barbero 1987:83). Y "en la medida" significa aquí que no hay hegemonía,
sino que ella se hace y se deshace, se rehace permanentemente en un "proceso vívido", hecho no
sólo de fuerza sino también de sentido, de apropiación, del sentido del poder, de seducción y de
complicidad. Ernesto Laclau dice: “Hoy advertimos que la historicidad de lo social es más
profunda que aquello que nuestros instrumentos teóricos nos permiten pensar y nuestras
estrategias políticas encauzar.” (en Jesús Martin Barbero, 1983:217).
En relación con el abordaje de los fenómenos sociales, Ernesto Laclau y Chantal Mouffe
consideran que

... debemos ubicarnos en el campo de la articulación. Para ello debemos renunciar a la concepción de
sociedad como totalidad, debemos considerar a la apertura de lo social como esencia negativa de lo
existente y a los diversos ordenes sociales como intentos precarios y en última instancia fallidos de
domesticar el campo de las diferencias.” (Ernesto Laclau y Chantal Mouffe 1987:125).

La articulación, para estos autores, es toda práctica que establece una relación tal entre
elementos que la identidad de éstos resulta modificada como resultado de esa práctica. A la
totalidad, producto de esa práctica articulatoria, la llama discurso.

Estos autores plantean el carácter contingente de las relaciones sociales, marcan la


imposibilidad de fijar con precisión las relaciones y las identidades. dado que estas últimas
dependen enteramente de condiciones de existencia que son cambiantes, conflictivas y
contradictorias. Una identidad se construye a partir de la articulación de varios elementos. Y la
contingencia también está en relación con el poder. Es decir que las relaciones sociales son
contingentes y de poder. A través del discurso, se intenta dominar la discursividad, lo que
Laclau y Mauffe llaman “campo de la discursividad”. Allí se produce una lucha por el
significado hegemónico. Pero es tal la polisemia de significados que se generan que las
fijaciones de sentidos sólo pueden ser parciales, ya que, retomando al autor, lo social es
articulación y lo social no tiene esencia en la medida en que la “sociedad” como totalidad
suturada es imposible.

Al concebir este carácter articulatorio de lo social, tenemos que redefinir la categoría de


sujeto, considerando su subjetividad tan precaria y ausente de sutura como cualquier otra
fracción de la totalidad discursiva de la que es parte. Estamos hablando de una formación social
que está en constante movimiento y tiene en su interior una gran variedad de sentidos
hegemónicos o puntos nodales, en términos de Laclau y Mauffe.

Con respecto al concepto de hegemonía, también seguimos la misma lógica: la


consideramos constituida por un campo surcado por antagonismos y fenómenos de
equivalencia. Por lo tanto, en palabras de Laclau y Mauffe: “las dos condiciones de una
articulación hegemónica son: la presencia de fuerzas antagónicas y la inestabilidad de las
fronteras que las separan. De lo contrario no puede hablarse de hegemonía” (1987:123). Es
decir, si bien existen determinadas prácticas hegemónicas, el consumo de TV, por ejemplo,
tenemos que pensarlas como un momento del proceso cuya condición de posibilidad está
constituida por otras prácticas no hegemónicas.

Entonces, postulamos el consumo como una condición de posibilidad de los modos de


producción de cultura juvenil, tanto en la escuela como en la sociedad, y un punto de
articulación que nos permite reflexionar acerca de la manera en que la cultura interpela a los
jóvenes como consumidores y portadores de una identidad diferencial.

DIFERENCIA, SUBJETIVIDAD Y CULTURA

Un sujeto de una diferencia que es casi lo mismo, pero no del todo.


Homi Bhabha

La cita nos ubica en una concepción de la diferencia: revela el conflicto que el problema
instala y cómo se vincula con una lógica social neoconservadora que parte de reconocer al otro
como diferente, pero con los límites que fija la propia cultura, lo que implica “una carencia”
para esta ideología. En el ámbito de la investigación esto se traduce cuando, por ejemplo, se
introduce la problemática juvenil como una cuestión de “adolescencia” –como anomalías
propias de una etapa de tránsito de la subjetividad individual determinada por el cambio
biológico–. El sentido común remite a modelos de identidad regidos por una noción de
evolución, desarrollo y autonomía; por lo tanto, la adolescencia sería nada más que una cuestión
cronológica, propia de la naturaleza humana. Darle una dimensión cultural es transformar al
adolescente en sujeto joven.

El carácter operativo de la noción de diferencia tiene por objeto analizar sus alcances en
la conceptualización del vínculo entre cultura y condiciones materiales. Las condiciones bajo las
cuales los jóvenes viven, trabajan y aprenden no determinan su subjetividad, sino que el sujeto
interviene de modo activo a partir de su percepción y relación con ellas.

La desarticulación de la naturalidad de la diferencia, en tanto coordenada material e


histórica, es un principio de análisis crítico: nos permite establecer la relación entre diferencia y
experiencia para realizar una conceptualización analítica de las condiciones de hegemonía de la
época, esto es, la forma en que se configura la lógica de la dominación y la incorporación
cultural. De esta manera, la noción de diferencia, en tanto principio organizador de las
relaciones sociales, es distinta al concepto que propone el idealismo, el cual confiere a la
experiencia adolescente el estatuto de unidad vital de expresión (intensificación de la relación
del sujeto con el mundo). Constituye también la operación central del relativismo cultural, que
postula la singularidad de la diferencia en términos de experiencias “situadas” y,
simultáneamente, “toleradas”, según lo prescribe la dóxa de la época.

La pregunta clave es cómo no legitimar este discurso hegemónico en la investigación,


de qué manera es posible intervenir críticamente. Una concepción crítica debe plantearse la
problemática en términos de una política cultural, es decir, reconoce la articulación de las
prácticas juveniles con las prácticas políticas, asignándole al discurso un rol modelizador
determinante. Postula tres nociones claves: a) sujeto: el individuo abstracto es reemplazado por
sujetos empíricos y concretos, cuya historicidad es determinante porque los conduce a
relacionarse con valores y prácticas a partir de las cuales producen su identidades; b) discurso:
el lenguaje codifica un mapa de sentidos preferentes, configurado, tanto simbólica como
materialmente, en el proceso hegemónico –se articula con sentidos políticos, económicos,
sociales y culturales–. En la práctica pedagógica, se organizan sentidos acerca de la relación del
sujeto con la sociedad a partir de nociones de bien común, poder y sociedad; el lenguaje
interviene desde su capacidad de construir significados. c) resistencia: esta noción pone énfasis
en la posibilidad de crítica e intervención en la práctica para producir un cambio social. De esta
manera, se plantea como contrahegemónica: dispuesta a intervenir en el juego del poder a partir
de conocer y desnaturalizar sus lógicas. Según Henry Giroux:

... redefine las causas y el significado de la conducta de oposición al argumentar que tiene poco que
ver con la lógica de la desviación, con la patología individual y la incapacidad aprendida (y, por
supuesto, las explicaciones genéticas). Tiene mucho que ver con la lógica de la moral y la indignación
política. (Henry Giroux, 1983:143)

Consideramos que comprender el consumo como una práctica cultural nos permite
articular el vínculo entre subjetividad y tecnología; en este sentido, las actuaciones de los
jóvenes en la red ponen en escena un modo de figurar su experiencia social ya no como meros
consumidores sino como protagonistas de una cultura que los interpela como ciudadanos en
función de imágenes que nos comunican el sentido de la diferencia y se transforman en políticas
en la medida en que disputan sentidos simbólicos acerca de lo propio.

CUERPOS EN LA WEB: ENTRE ICONOCLASTAS Y FETICHISTAS

Sacarse una foto frente al espejo, una foto del ojo, del pie es mostrar ante los otros un
autorretrato del cuerpo fragmentado para postear en la web, imágenes no totalizadoras cuyas
elipsis son huellas de una imposibilidad: mostrarse tal cual se es.

Emerge un género fotográfico en el que se intenta representar una imagen del sujeto
para dejar invisible una parte de sí; la autoreferencialidad de la falta que las imágenes muestran
responde a un deseo de superar lo irrepresentable, el cuerpo propio en la web. Así, los blogs
simulan un laboratorio/taller de imágenes donde se exploran las posibilidades de representación
del cuerpo propio. ¿Por qué las imágenes del cuerpo fragmentado son recurrentes en los blogs
juveniles? ¿La vanidad alienta este uso de la imagen del cuerpo en los blogs? ¿Podemos hablar
de fetichismo? ¿Estamos ante una práctica iconoclasta? ¿Qué imágenes del cuerpo construyen
los jóvenes? ¿Con qué imágenes del cuerpo rompen9? ¿El registro digital modifica la percepción
del cuerpo al producir un régimen escópico?

Estos interrogantes apuntan a reflexionar acerca del poder social de las imágenes, en el
sentido de que éstas configuran sentidos cuya fuerza constituyente radica en poner en escena el
hecho de que lo social se construye visualmente. El uso de imágenes del propio cuerpo
fragmentado para comunicarse a través de la red implica un modo de autofiguración estética y
cultural que intenta decir algo. Por esta razón, indagar las imágenes implica no sólo el análisis

9 Gonzalo Casadidio señala que el término “iconoclasia” proviene del griego eikón: "imagen" y kláein: "romper". En
sentido estricto, quien practica la iconoclasia es un rompedor de imágenes. (2009: 4)
de lo representado, sino también el análisis del campo discursivo que las configura. Podemos
establecer, fundamentalmente, tres ejes para la interpretación de las imágenes elegidas:

 El cuerpo como categoría cultural: Como sugiere Teresa De Lauretis (1999: 123),
podemos decir que nos interesan dos nociones de cuerpo: por un lado, está el cuerpo
objetivado, que es el cuerpo que imaginamos mentalmente, y el cuerpo tal y como viene
representado en la iconografía de nuestra cultura, entendiendo por tal tanto los cuerpos
que representa el arte más tradicional (la pintura o la escultura, por ejemplo), como los
cuerpos que se exhiben en la publicidad y en el cine. Por otra parte, está el cuerpo
viviente, que es el cuerpo físico, que percibimos como propio, un cuerpo que envejece y
enferma, pero también que nos sirve para recibir sensaciones; nuestra realidad en el
mundo.

 La cultura juvenil como una práctica identitaria: la idea de que los jóvenes son
productores de cultura implica que se apropian de determinadas condiciones para
transformarlas y dar sentidos específicos a su experiencia social. Rossana Reguillo Cruz
(2000) considera que emergen culturas juveniles que dan visibilidad a estilos
configurados como textos a descifrar.
 La cultura digital: sus usos y apropiaciones: diferentes autores consideran que la cultura
visual del presente propone un régimen estético “neobarroco” (Omar Calabrese, Gilles
Deleuze, Cristine Buci-Glucksmann) en el que los procedimientos de visibilidad
configuran una experiencia de la subjetividad. Así, la cultura digital emerge como una
“tecnología del yo” (Foucault, 1991), en tanto propone condiciones de autocomprensión
a través de la representación del propio cuerpo.

Se interroga Eliseo Verón: “Si el sujeto se estructura en el interior de la red discursiva, lo


hace a varios niveles. ¿Cuáles son esos niveles?” (1987:33). Nosotros nos interrogamos:
¿Cuáles son esos niveles en la red? ¿Qué procedimientos usan los jóvenes para modelizar sus
cuerpos en la red?

La estructuración de la imagen del cuerpo (teorizada por Lacan en el “estadio del espejo”)
implica la estabilización progresiva del espacio perceptual. La mirada aparece, entonces, como
una bisagra entre el orden metonímico y el orden icónico.

Las imágenes en la web establecen una cultura oculocéntrica cuyo régimen escópico se
despliega en el espacio virtual; las imágenes valen porque hacen posible una perfomance de la
identidad en la que navegar10 y ver son tácticas que acompañan la experiencia del fotolog. Éste
se presenta como un consumo tecnológico que pone en acción performativa11 textos e imágenes.

10 El espacio en que se colocan esas imágenes es un espacio organizado de forma diferente a como estamos
acostumbrados. El espacio humano privilegia los ejes verticales y horizontales, que son los de su propio cuerpo y el
del horizonte que se presenta ante su vista. El espacio virtual, por el contrario, es isotrópico, es decir, no privilegia
ningún eje en especial (Lev Manovich 2005: 332). Esa disposición del espacio permite, e incluso exige, una forma de
exploración que hace mucho más pertinentes las metáforas de la inmersión y la navegación. No es un espacio
continuo –como el cine–, sino fragmentado y accesible sólo gracias a saltos o “cambios de nivel”. Un espacio sin
estabilidad, en el que no son posibles relaciones estables, un espacio que sólo adquiere sentido gracias a las
trayectorias individuales, que sólo adquiere realidad en cuanto es actualizado por sus usuarios.
Uso la categoría de performance tal como Judith Butler (1990) la formula, quien luego
11

de revisar su origen en la lingüística pragmática considera que es un acto de subjetivación en el


que se actúa lo propio (el género para esta autora), de tal manera que el sujeto surge como una
consecuencia del lenguaje y, por ende, debe ser designado como una categoría lingüística, una
posición, una estructura en formación, que es inaugurada por medio de una inversión en el
horizonte del poder. Éste aparece bajo dos modalidades temporales: el poder que es siempre
anterior al sujeto, que está fuera y opera desde el principio; y el poder que es el efecto deseado
LOGGING: EL JUEGO DE LAS MIRADAS

Los “nativos digitales” viven en la “iconósfera”12 como consumidores de una red social.
Lo cierto es que los jóvenes viven rodeados de imágenes y que el texto en la web ha cedido su
lugar de preeminencia. Arturo Escobar considera que
… en algunos escritos de Guattari (1993), especialmente en su noción de sociedad post-mediática. Aunque
él reconoce que las biotecnologías, la información digital y la tecnología computacional refuerzan los
sistemas alienantes y retrógrados de la modernidad capitalista, también señala que éstas proveen espacios
para la creación de nuevas subjetividades auto-referenciadas. (2005)

El hecho de “estar conectado” (García Canclini, 2004) y producir imágenes de sí


mismos/as para autopresentarse nos lleva a preguntarnos si implican una transformación del
lenguaje que ha servido para producir una retórica del cuerpo. En este sentido, las imágenes del
cuerpo que encontramos en la red hablan de un género social emergente para autofigurarse.

Los blogs forman parte de la cultura inmanente, de una forma tecnológica de vida en la
cual las subjetividades intentan desprenderse de sus cualidades orgánicas (Sibila, Paula 2005) y
se conforman en redes. Están en el aire, desarraigadas. En estas redes, el sujeto es un ser en el
planeta antes que un ser en el mundo. Las redes se caracterizan por su ubicuidad, la velocidad
en la difusión de la información y la comunicación y la lógica de la mercantilización. Las
formas de vida experimentan un sometimiento a la informatización general de las redes
mediante el tratamiento automático de la información por medio de los ordenadores. Esta
producción y uso cada vez más intensivo de la información supone niveles muy altos de
reflexividad.

Log es un término inglés que significa "registro". Fotolog es un registro en imágenes


de nuestra vida o de lo que nosotros queramos. Uno de los usos principales de un fotolog es
mostrar nuestra vida en imágenes. La idea principal es subir una foto al día, haciendo un
pequeño comentario, y resumiendo nuestra vida en algún sitio de la red.

Las imágenes posteadas presentan una producción estética que pone en escena una
tecnología del yo en la que el conocimiento y el ocuparse de sí son instancias de subjetivación
diferentes a las que se realizaban cuando se usaban otros escenarios.

Dice Susan Sontang (2006: 56): “Si las fotografías permiten la posesión imaginaria de
un pasado irreal también ayudan a tomar posesión de un espacio donde la gente está insegura”,
pensando en una subjetividad orgánica. El tiempo de las subjetividades mediáticas no es lineal;
así, las fotos no atrapan su temporalidad, sino que la multiplican; es un devenir donde no son
individuos sino “haecceidades” (Deleuze y Guattari, 2000) de una cartografía. Latitud y
longitud son los elementos de una cartografía donde todo es movimiento, como en la red, donde
no importa la sustancia sino la velocidad. No es crónos quien rige esta subjetividad sino aión: el
tiempo indefinido del acontecimiento. Dicen en Mil Mesetas: “la diferencia no se establece en
modo alguno entre lo efímero y lo duradero, sino entre dos modos de individuación, dos modos
de temporalidad" (2000: 267). Así, el cuerpo no es una entidad de uno, sino un gesto en la red a

del sujeto. No existe transición alguna entre ambas modalidades, lo que ocurre es un
encubrimiento en que el poder aparece como si perteneciera exclusivamente al sujeto; ello
implica que las condiciones de poder asumen una forma presente y futura, en tanto la apariencia
del poder cambia de la condición para la formación del sujeto, a los efectos deseados del sujeto.
12 “La iconósfera constituye un sistema complejo, en el sentido en que este término se usa

en Física: un sistema que comprende muchas variables interrelacionadas, cuya conducta es


impredecible o muy costosa de reproducir.” (Roman Gubern: 1967125).
ser parte de una cadena de figuras en el fotolog: no hay entidad ni génesis, sólo relaciones de
movimiento y reposo, de velocidad y lentitud que articulan un nomadismo. Los autoretratos de
los fotologs como programa estético, es decir, como conexión de deseos, conjunción de flujos y
continuum de intensidades, problematizan la corporalidad en una deriva más allá del organismo,
la significancia y la subjetivación.

GESTOS CORPORALES: DEL ÁLBUM FAMILIAR A LA GALERÍA DE IMÁGENES

Fotografiar es apropiarse de lo fotografiado. Significa establecer con el mundo una


relación determinada que parece conocimiento, y por lo tanto poder.... Las
imágenes fotográficas menos parecen enunciados acerca del mundo que sus
fragmentos, miniaturas de realidad que cualquiera puede hacer o adquirir.
Susan Sontang

Fotografiarse frente al espejo: un joven hace evidente la instancia de producción de la


fotografía, mostrando el dispositivo material del que se sirve para lograr este fin; en este caso,
un celular. La foto ante el espejo deja entrever, por un lado, la construcción de su imagen: el
peinado estilo flogger (flequillo cubriendo toda la frente), un piercing en el labio inferior, ropa
con motivos de Mickey Mouse. La fotografía ha sido tomada en el baño de una casa familiar. A
su vez, esta imagen ante el espejo da cuenta de la forma en que los jóvenes tienen para
mostrarse o exhibirse ante sí mismos al momento de “producir” su propia estética y
posteriormente ante sus pares, una vez que la foto ha sido publicada; trompe l'oeil, puesto que
deja ver quién y cómo ha sido tomada la foto.

Figura Nº 1. Fotografiarse frente al espejo

Fotos del ojo: La imagen del ojo como presentación de una persona y como fragmentación del
cuerpo. El color de cada ojo y la pose de cada mirada muestran diferentes personas que
eligieron presentarse al mundo a través de la misma parte del rostro. Inclusive, el reflejo en los
ojos de lo que hay más allá de lo que nosotros podemos ver, implica realidades diferentes que se
homogeneizan en un conjunto de simples ojos.
Encontramos que la mirada se produce en torno a:
-Un agenciamiento figural para realizar una performance del cuerpo: el cuerpo se exhibe como
flujo de intensidades relacionales (no verbales): el cuerpo que “yo soy” no es el que define los
límites de mi piel, un cuerpo material, sino el cuerpo que se proyecta en cada gesto, sonido, en
las fotos que suben y que sólo tienen sentido en la medida en que otro cuerpo va a mirarlo, en el
hecho de que al mirarlo va a reinvocar la multiplicidad del cuerpo intensivo, afectivo, deseante,
relacional. El pensamiento mismo son fuerzas en movimiento que “piensan en mí” (Deleuze y
Guattari, 2000), el yo, el sujeto y la consciencia serían pliegues y reflexividades en las
estratificaciones y los movimientos de las fuerzas (Deleuze y Guattari, 2000).
-El estilo como marca de la subjetividad y la diferencia: el cibercuerpo es posthumano, en
tanto no tiene género ni sustancia; ¿los anormales pueden devenir expertos?, ¿los sometidos
pueden hablar? (Spivak, 1988). Estas “nuevas tecnologías de posicionamiento” (Haraway,
1988) son los lazos de donde los sometidos se reapropian de “un saber de la anomalía, con todas
las técnicas que le están ligadas” (Foucault, 1976: 161). Es una política desnaturalizada,
estructurada en torno de los lazos sintéticos de afinidad, una política que conecta las diferencias,
que establece las alianzas rizomáticas en la discontinuidad y no en el consenso, una política
hecha de “redes de posicionamiento diferenciales” (Sandoval, 2000).

Asistimos a un proceso múltiple de re-apropiación de las tecnologías de producción de


los objetos bio-discursivos, tales como el sexo, el género, la sexualidad, pero también la raza, la
reproducción, la enfermedad, el trabajo o, incluso, la muerte. Tantos objetos de conocimiento
producidos por los discursos biomédicos, psicológicos o aún económicos que, lejos de ser
entidades textuales, toman la forma del viviente (Beatriz Preciado, 2008: WWW). Los fotologs
son indicios de esta configuración emergente de la subjetividad, nos interpelan desde una
estética de la desaparición de la Modernidad, son andamios de una subjetividad mediática en la
que la velocidad y el movimiento reconfiguran viejos rituales sociales, como lo fue el álbum
familiar en tanto testimonio de un tiempo pasado.
Poética de la mirada
La galería de imágenes exhibidas en los fotologs tiene reglas de composición poética
organizadas por la mirada:
 no existe la totalidad ilusoria;
 yuxtaposición frente causalidad: estética del collage (mezcla de temas, imágenes,
sujetos, espacios);
 la mirada como punto de fuga: no me miran a mí, sino a quien aparece en el blog; se
pone en crisis la ilusión referencial de la vista para activar la significación;
 el cuerpo no es biológico, sino construcción performativa: significa en tanto actúa en la
escena de la red.
Los efectos en el consumo de estas reglas del yo implican una fuerte selección del público, ya
que si bien todos pueden entrar al fotolog, no todos pueden ver “mi estética”. En este sentido, se
configura una transformación en el modo de comunicar la individualidad desde la reflexividad.

Reflexiones finales

Ante el temor a la disolución de lo humano como categoría trascendental, el modo de


producción de la subjetividad hipermedial nos interpela desde una indicialidad que podemos
comparar con los procedimientos utilizados por las vanguardias artísticas. La obra de Magritte
Las relaciones peligrosas puede vincularse con la dialéctica de la mirada de las fotos
analizadas. En este cuadro, una mujer desnuda se esconde detrás de un espejo. Pero el espejo,
utilizado, así como una pantalla, delata su deseo de ser vista, puesto que en el espejo vemos la
espalda de la mujer desnuda. Mise en abyme que pone en escena el placer de ser vista por otros.

Para Lacan le regard ("la mirada") está del lado del objeto, en el campo del Otro. El
blog deviene una máquina deseante al poner en escena la pulsión escópica, que, según la lectura
Lacaniana, consiste en la incorporación de la mirada y la voz en el reconocimiento temprano y
concreto de ser reconocido por la madre. En el estadio del espejo de Lacan la madre ya está
implicada en la percepción que el niño hace de sí mismo; está presente al sostenerlo. El
resultado es una localización del sujeto en el campo del Otro, lo social. A partir de entonces, la
pulsión escópica (asociada con el ojo) involucra esencialmente la constitución del sujeto en
relación con los otros: «en la pulsión, de lo que se trata es de hacerse ver. La actividad de la
pulsión se concentra en este hacerse» (Lacan 1987:202). Así, en el fantasma escópico, el sujeto
existe sólo en relación con una mirada imaginaria, la del Otro –en este caso la de la comunidad
blogger–.

Entre la foto y el sujeto que la mira se establece una dialéctica imaginaria (para Lacan lo
real es imposible; por lo tanto, el sujeto empírico que aparece en la foto no es el punto de mira
en los fotologs, sino una pantalla donde desplegar el placer de ser mirado/a). Podemos decir, tal
como lo plantea Giorgio Agamben, que

… en la actualidad, cualquier discurso sobre la experiencia debe partir de la constatación de que ya no


es algo realizable. Pues así como fue privado de su biografía, al hombre contemporáneo se le ha
expropiado su experiencia: más bien la incapacidad de tener y transmitir experiencias quizás sea uno
de los datos ciertos de que dispone sobre sí mismo. (Agamben 2001:7)

Y hoy, añade Agamben, esa imposibilidad no se deriva ya de ninguna catástrofe, como


pudiera ser la guerra, sino de “la pacífica existencia cotidiana en una gran ciudad”. En las
imágenes de cuerpos analizadas, los productores de blogs se re-encuentran con su experiencia
social en tanto usuarios de la red, metonimia del cuerpo empírico que debemos recomponer
desde el proceso de significación.

En este trabajo he tratado de analizar el lenguaje visual desde una plataforma conceptual
que ponga en evidencia el carácter complejo que el uso de las imágenes promueve para no hacer
nuevamente a los jóvenes responsables del deterioro del lenguaje, sino para considerarlos
agentes de una práctica exploradora de la différence/différance en virtud de una lógica del
tiempo y espacio configurados por la cultura digital. Estética asentada en una de las paradojas
del lenguaje: su capacidad de significar más allá de la norma. La producción de imágenes pone
en evidencia una reflexividad emergente en el consumo. Partimos de la hipótesis de que el
consumo tecnológico es clave para analizar la reflexividad de los actores juveniles y producir
estrategias pedagógicas para gestionar nuevos modos de integración social.

Hemos analizado las imágenes posteadas como metarelatos de una tecnología del yo
que cuestionan la omnividencia en tanto vía de acceso a lo real. Nuestro “mal de ojo” (Cristian
Ferrer, 1996) no es el exceso de videncia, sino la imposibilidad de encontrar un fundamento
último más allá del sistema capitalista. Argos Panoptes, divinidad griega, gigante de cien ojos,
murió adormecido por la música de la flauta, alegoría de la parcialidad de la mirada: todo lo que
se ve no es todo lo visible.
Paradójicamente, el dispositivo digital posee puntos ciegos. El panoptismo es un simulacro,
tematizado ya en el siglo XVII, en Las meninas de Velázquez para poner en crisis, según
Foucault (1968), la alianza entre las palabras y las cosas. Identificamos fotos que vuelven sobre
la misma problemática, cuestionando el vínculo entre el cuerpo y la mirada; actualización digital
del tópico de la invisibilidad, huellas de un vacío que interroga sobre el sentido del propio
cuerpo frente a la homogenización.
Entonces, el lenguaje del cuerpo suple la ausencia del sentido totalizador que el orden
hegemónico demanda. Nos encontramos con un casilla vacía (Deleuze, 1976) que pone de
manifiesto el carácter ideológico del cuerpo –es necesario “atribuirle sentidos preferentes”–; en
consecuencia, es una entidad que no posee un sentido único, a priori, sino que se construye
performativamente en un orden de relaciones discursivas. El cuerpo encarnado en las imágenes
es un acontecimiento cultural, una herida que nos obliga a:

Llegar a esta voluntad que nos hace el acontecimiento, convertirnos en la casi-


causa de lo que se produce en nosotros, el Operador, producir las superficies y los
dobleces en los que el acontecimiento se refleja, donde se encuentra incorporal y
manifiesto en nosotros el esplendor neutro que posee en sí como impersonal y
preindividual, más allá de lo general y de lo particular, de lo colectivo y lo privado:
ciudadano del mundo (Deleuze, 1989: 89).

El cuerpo en la red puede transformarse en un signo insubordinado para hablar de la


falta y actuarla como condición de su visibilidad en la red. Así, los jóvenes figuran su
experiencia en el ciberespacio, figurando la desterritorialización de sus cuerpos.
FOTOS13

Figura Nº 1. Fotografiarse frente al espejo Figura Nº 2: imagen del ojo

Figura Nº 3: Fotografía en el baño.

13Esta identificación exploratoria de regularidades en las imágenes de los fotologs fue


realizada por estudiantes de la cátedra de Semiótica de la imagen de la Carrera de
Comunicación Social de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional del Centro
de la Provincia de Buenos Aires en el año 2008.

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