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TEORICO X

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Espectador ES/AS en el centro del debate sobre las relaciones entre arte y política

Jacques Rancière (Argelia, 1940), es autor de una prolífica obra que lo ubica hoy
como una referencia de la filosofía francesa contemporánea. Desde su investigación
simultáneamente histórica y filosófica, también disparó contra las formas canónicas de
entender lo sensible a través de sus trabajos sobre el cine, la literatura y la crítica de
arte (en esta perspectiva pueden enumerarse algunos títulos como La palabra muda,
1998; La partición de lo sensible, 2000; La fábula cinematográfica, 2001; El espectador
emancipado, 2008) sin dejar de lado la relación de la estética con lo popular (Breves
viajes al país del pueblo, 1990). Su libro El desacuerdo (1995) y la distinción entre la
política, lo político y la policía se ha convertido en un clásico de la teoría política. La
cuestión de la pedagogía es otra clave de su obra como se lee en El maestro
ignorante (1987), vinculada directamente a un pensamiento radical sobre la igualdad.

https://www.youtube.com/watch?v=8goj7F5Kty8

 MIRAR/CONOCER: el reparto de lo sensible como intervención política

La “contemplación” como estado ideal de percepción del arte implica que el


espectador/a son pasivos/as, ya que no demanda ninguna respuesta de los y las
mismas. Es cuestionada por Ranciere en tanto el arte hace política cuando
interviene en los órdenes de visibilidad. En contra de la idea de arte como
espectáculo, afirma las posibilidades de la política como reparto de lo sensible que
produce condiciones para que las y los espectadores se emancipen.
Cuando nos preguntamos de qué modo pueden relacionarse arte y política, aparece
el vínculo entre ambos términos por una cercanía temática, es decir, ya sea porque el
tema de una obra es político o por el grado de “compromiso” asumido por su autor con
la realidad social. Se trataría, entonces, de que el arte incorpore el discurso de la
política, sus representaciones, estrategias, enunciados, su definición de amigos y
enemigos. La teoría de Rancière sobre la estética ha renovado la mirada moderna
sobre la relación entre arte y política.

La política, definida en tiempo y espacio, a su vez, viene a romper, según Ranciere la


naturalidad de la dominación a partir de prácticas que ponen en cuestión la lógica de la
institución, interviniendo sobre lo visible y lo enunciable, produciendo otros lugares,
diferentes a los asignados por el orden policial ( diferencia política de policía que es
control del orden) . La política se guía por la suposición de que todos somos iguales.
La política se identifica con la parte de los que no tienen parte, aquellos que aparecen
y subvierten la división de los lugares y las funciones asignados. Y la democracia es el
régimen de la política. Lo político entonces es el tratamiento de un daño a partir de
operaciones disensuales. Rancière sostiene que la igualdad no es una meta a
alcanzar, es un punto de partida, una presuposición que abre el camino para una
posible verificación.

El sujeto político al que se refiere el autor es colectivo, es una multiplicidad de fuerzas


que no eran tenidas en cuenta y que tienen capacidad de enunciación y manifestación.

“Llamo reparto de lo sensible a ese sistema de evidencias sensibles que permiten ver
al mismo tiempo la existencia de un común y los recortes que definen sus lugares y
partes respectivas (…) Esta repartición de las partes y de los lugares se basa en un
reparto de espacios, de tiempos y de formas de actividad que determinan la forma
misma en la que un común se presta a la participación y donde unos y otros son parte
de ese reparto (…) Reparto de lo sensible revela quién puede tomar parte en lo común
en función de lo que él hace, del tiempo y del espacio en los cuales esta actividad se
ejerce (…) Esto define el hecho de ser o no visible en un espacio común, dotado de
una palabra común, etc. Por lo tanto hay, en la base de la política, una “estética” que
no tiene nada que ver con esa “estetización de la política” propia de la “era de masas”,
de la que habla Benjamin. (…) Es un recorte de los tiempos y de los espacios, de lo
visible y de lo invisible, de la palabra y del ruido que define a la vez el lugar y lo que
está en juego en la política como forma de experiencia”

Rancière relaciona la articulación entre emancipación y tiempo en la idea de la


“redistribución del tiempo”, es decir, aquella que determina quiénes tienen o no tienen
el tiempo de ocuparse de los asuntos comunes, quiénes pueden pensar más allá de
las necesidades de producción y reproducción, es decir, construir un tiempo que le sea
propio Esto supone una ruptura con el orden instituido de la distribución del tiempo,
una ruptura material y simbólica.

De esta forma, lo que el autor sostiene es que la emancipación comienza con la


posibilidad de vivir varios tiempos a la vez y en participar en varios mundos de
experiencia, en la construcción de formas de pensamiento y de acción colectiva, lo
cual crea las condiciones de una subjetivación política. Es decir, la experiencia habilita
una desidentificación: una modificación de las capacidades y propiedades de los que
estaban identificados en una cierta jerarquía del orden policial.

La política adquiere sentido, entonces, como emancipación, como emergencia de lo


heterogéneo —es decir, de algo diferente, nuevo— en el espacio homogéneo del
consenso policial. De esta forma, “la política emancipatoria” es la práctica que busca
interrumpir el orden establecido y, por lo tanto, que apunta a redefinir lo posible, con el
objetivo de instaurar un orden menos desigual y opresivo.

En relación con esto, Rancière sostiene que hay una estética de la política. La política,
en efecto, no es el ejercicio ni la toma del poder. Es la configuración de un espacio
específico, el recorte de una esfera particular de experiencia, de objetos planteados
como comunes y como dependientes de una decisión común, de sujetos reconocidos
como capaces de designar estos objetos y de argumentar sobre ellos.. Esta “estética
de la política” altera el reparto de lo sensible que existe con la policía, oponiendo otro
orden a la sensibilidad, haciendo emerger lo heterogéneo. De esta forma, La política
entonces comienza cuando esos y esas que no tienen el tiempo de hacer otra cosa
que su trabajo se toman ese tiempo que no poseen para probar que sí son seres
parlantes, que participan de un mundo común. Esa distribución y redistribución de los
espacios y los tiempos, de los lugares y las identidades, de la palabra y el ruido, de lo
visible e invisible, confirma lo que llamo el reparto de lo sensible. La actividad política
reconfigura el reparto de lo sensible.

Las imágenes se inscriben en órdenes de visibilidad que indican su poder político en


tanto ponen de manifiesto los límites de lo decible y visible. Cuando la imagen disputa
el reparto de lo sensible puede provocar la mirada y manifestar la alteridad ( algo
diferente ). La idea de creer que la pasividad del espectador es producto de la mirada
que ejerce en contraposición a la acción del ejecutante, es probablemente una
mitificación que no toma en cuenta que en el proceso de mirar también hay acción. El
espectador: «observa, selecciona, compara, interpreta» , decide qué hacer con lo que
tiene adelante y de qué forma eso se relaciona con su vida. El artista presupone la
identidad de la causa y el efecto, admite como suyo el trabajo de recepción de la obra.
El creador, aunque no sepa lo que debe mostrar, sabe que debe sacar de su pasividad
al espectador, para que este produzca una re-acción con la performance vista.

Las VISIBILIDADES (según Ranciere: formas de luminosidad). No son ni


los actos de un sujeto que ve ni los datos de un sentido visual. No se definen
por la vista: son complejos de acciones y de pasiones, de acciones y de
reacciones, complejos multisensoriales que salen a la luz. Otras maneras de la
visibilidad serían: “mirada absoluta”, “visibilidad virtual”, “visibilidad fuera de la
mirada” que domina todas las experiencias perceptivas y no convoca la vista
sin convocar también los demás campos sensoriales

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