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EL DERECHO A LA EDUCACIÓN: UNA CONSTRUCCIÓN HISTÓRICA POLÉMICA.

Norma Paviglianiti
Los principales hitos y vigencia actual de la polémica. La historia de la educación
podría escribirse a partir del siglo XVII como la historia de la controversia
acerca de a quién le cabe el derecho a educar a las mayorías o acerca de quiénes
son los agentes de la educación. En esta construcción histórica, en la que
transcurren tres siglos, se pasa del monopolio de las iglesias en materia de
educación como instituciones de adoctrinamiento de fieles y súbditos, a la
concepción de la burguesía ascendente que la considera como un derecho individual
para la formación del ciudadano. Este proceso da como resultado la organización de
los sistemas educativos masivos actuales siempre mixtos –con educación pública y
educación privada- en los cuales se transmiten saberes instrumentales y
construcciones o representaciones de la vida individual, social, económica y
política. Con el avance cada vez más rápido en la constitución de la sociedad de
masas, que dio lugar a las recomposición regresiva autoritaria de las décadas del
veinte y del treinta, y a la recomposición progresiva luego de la Segunda Guerra
Mundial, en los países occidentales bajo la forma de estado de Bienestar, se lleva
a cabo una clara reformulación del derecho a la educación: de un derecho individual
a un derecho social. Esta concepción predominará hasta mediados de la década del
setenta, cuando las concepciones neoliberales y neoconservadoras cuestionan la
legitimidad y eficiencia del Estado de Bienestar y de los derechos sociales que
éste propugna y ejecuta a través de las políticas sociales. Así, produce la vuelta
a la primacía de los derechos individuales y al mercado como elemento regulador de
la sociedad. Las tres posiciones (educación como derecho de las iglesias/
individual/social) están muy presentes actualmente. Se expondrá los principales
hitos y los contextos en que se desarrollan estas concepciones. La iglesia
católica: las concepciones de la sociedad medieval subyacente y los cambios a que
lleva la Contrarreforma. La sociedad medieval, con sus ordenamientos jerárquicos y
de vasallaje, distingue tres tipos de sociedades: la familia, la sociedad civil
(política) y la sociedad teocrática (religiosa). La educación es sólo preocupación
para la formación de señores, príncipes y el alto clero; la gran masa queda fuera
de la instrucción sistemática, únicamente se incorpora en su carácter de seres a
evangelizar. La quiebra del orden feudal es progresiva. Un hito significativo es la
reforma protestante y su reclamo al libre acceso a la lectura de los textos
bíblicos, a lo cual responde la Iglesia Católica con la Contrarreforma, organizando
nuevas órdenes religiosas enseñantes para la cooptación no sólo de la nobleza sino
también de la burguesía ascendente. Además, se produce la reorganización de los
espacios físicos de las iglesias a fin de poder difundir masivamente la doctrina.
Se pasa de la iglesia de planta circular (destinada a la función del culto
simbólico) a la de planta longitudinal, de grandes dimensiones. De este modo, se
integran y delimitan el sector destinado a los ministros del culto y el cuerpo
longitudinal para la reunión masiva de fieles, fusionándose las dos funciones: rito
y adoctrinamiento. A raíz de estas transformaciones muchas veces se le atribuye a
la Iglesia Católica ser el origen de los actuales sistemas educativos masivos. Las
concepciones- transformaciones que produce la burguesía ascendente. La burguesía,
en su enfrentamiento con la organización social medieval, logra la supresión de
trabas materiales y jurídicas para su acción. Lo que se denomina derechos aparecen
en principio como libertades, como derechos individuales a los
que había que quitar las trabas provenientes de la autoridad, civil o eclesiástica.
La libertad de enseñanza constituyó un reclamo y una conquista porque había sido
monopolio de las iglesias durante la edad media. Históricamente, la libertad de
enseñar y de aprender asumió el valor de la emancipación de trabas, configura el
logro de la libertad de los individuos frente a las iglesias para el ejercicio de
sus derechos de enseñar y aprender. Esta nueva concepción está basada en el cambio
de los fundamentos del poder político, que se da conjuntamente con la organización
de los estados nacionales, bajo las formas políticas de liberalismo que implican:
las conquista de los derechos individuales: libertad económica y libertad política;
un cambio sustancial en el sustento de la legitimidad del poder que pasa del
soberano (por derecho divino) a los individuos, “iguales ante la ley”, poseedores
de derechos individuales que deben estar garantizados por un estado limitado a las
funciones de justicia, seguridad del territorio, seguridad interna, garante de los
derechos individuales y, sobre todo, un Estado que no ha de intervenir en las
cuestiones de carácter económico. La consolidación del Estado liberal y los
términos del debate con la Iglesia Católica en el siglo XIX. El Estado liberal se
consolida como organización política de la sociedad y avanza en sus funciones
educativas, de hecho y de derecho, dictando la legislación que crea y organiza el
sistema de educación pública y regula el funcionamiento del sector privado. Declara
el interés por la universalización de la instrucción básica para la formación de
ciudadanos, hasta que se convierte en Estado Docente al impartir y organizar el
moderno sistema masivo de instrucción pública, tal como hoy lo conocemos. Este
Estado que en teoría representa la voluntad general es al que le corresponde
organizar y dirigir la totalidad del sistema y sostener la educación pública. No
deja de reconocer el derecho original de los padres, pero la disputa está en la
segunda instancia, en a quién aquellos delegan la instrucción y la formación
sistemática de sus hijos. La Iglesia Católica sostendrá que ella es la mediadora
(por derecho divino) por se mater de la humanidad. Para la posición liberal esa
función de mediación le corresponde al Estado por ser la organización jurídica de
la sociedad en la que los ciudadanos han delegado la atención del bien común y
porque, además, la educación no es sólo un derecho individual sino que es la
garantía para el funcionamiento del sistema político. Su fundamento se basa en un
nuevo orden político que implica que el Estado es el representante del interés
general y que la educación es una función del estado y no una industria, que es un
derecho individual pero también una necesidad social para la garantía recíproca de
los derechos individuales. El Estado, por esto, es el encargado de la organización
de la instrucción pública con carácter de obligatoria, gratuita y laica. El
liberalismo reconoce el derecho a todos los habitantes de expresar libremente
doctrinas e ideas, por lo tanto no propondrá que la educación deba estar
exclusivamente a cargo del estado; lo que sí hará es reservarse la atribución de la
regulación de los alcances y límites de la participación de las Iglesias y de los
particulares. Esta reserva del derecho a legislar en materia de educación será un
derecho que la Iglesia Católica le cuestionará durante todo el siglo XIX. Este
Estado regula dando origen a una amplísima gama de variantes en la extensión y tipo
de participación del sector privado según distintos países y épocas, y se
constituye en Estado docente (rompe con el histórico monopolio de las iglesias).
Ambas corrientes se rigen por distintas concepciones acerca del principio de
legitimidad de las normas. Para la posición católica la legitimidad es de sustancia
(las normas son consideradas válidas en tanto sus contenidos se ajusten a los
principios del
dogma y la fe). La concepción liberal se rige por el principio de legitimidad
formal (las normas tendrán validez siempre y cuando éstas hayan sido dictadas de
acuerdo con las reglas de juego y procedimientos formales fijados en las
constituciones: fundamentaciones de carácter histórico y jurídico- moral). Las
recomposiciones regresivas de las décadas del veinte y del treinta. En estas
décadas, se manifiesta el predominio de recomposiciones regresivas, como los
fascismos. Pero aún en el liberalismo se observa una marcada tendencia a que
únicamente es su responsabilidad la educación elemental; por esta razón tiende a
limitar su acción como estado docente a la educación primaria, porque considera que
sólo ésta es la que tiene mayores efectos sobre la sociedad (desde el punto de
vista productivo y por su validez para la integración social y política). Por
consiguiente, deja que el sector privado avance en la formación del nivel medio y/o
de las elites. En 1929, la Iglesia Católica expone orgánicamente su pensamiento y
sus propuestas político- educativas a través de la Encíclica “Divini Illius
Magistri” (del Papa Pio XI). En ella hay una reafirmación de principios de dogma y
también una adecuación de sus formulaciones anteriores frente a la consolidación de
los sistemas de educación pública. Afirma que “no puede existir una educación
completa y perfecta si no es cristiana”, se opone a la “escuela llamada neutra o
laica” y prohíbe su asistencia a los niños católicos. La educación corresponde a
tres sociedades, dos de orden natural –la familia y la sociedad civil- y a la
Iglesia – de orden sobrenatural-. La educación es responsabilidad ante todo de la
familia, pero como ésta es una sociedad imperfecta, cierto papel le incumbe a la
sociedad civil y especialmente a la Iglesia, por dos títulos de orden sobrenatural:
el magisterio que le dio su fundador y la maternidad sobrenatural. Considera que su
misión educativa es independiente de cualquier potestad terrena. Tiene el derecho
independiente de educar y además de juzgar toda otra educación que se imparta, en
cuanto pueda ser perversa o perjudicial a la educación cristiana. Así, los derechos
de la Iglesia abarcan: promover las letras, las ciencias y las artes útiles para la
educación cristiana; fundar y mantener escuelas e instituciones propias en toda
disciplina y grado y vigilar en cualquier institución pública no sólo lo referente
a la enseñanza religiosa allí impartida sino también otra disciplina. “La misión de
educar le toca ante todo y sobre todo, en primer lugar, a la Iglesia y a la familia
y les toca por derecho natural y divino y, por lo tanto, de manera inderogable,
ineluctable (necesaria) e insubrogable”. A la sociedad civil, al Estado, le
corresponde un papel subsidiario, ya que la institución escolar nació y se
desarrollo por iniciativa de la familia y la Iglesia, antes que por obra del
estado. El principio de subsidiaridad del Estado en materia de educación es el
deber del Estado de proteger en sus leyes el derecho anterior de la familia a la
educación cristiana de la prole y respetar el derecho sobrenatural de la Iglesia
sobre la educación cristiana. Éste debe favorecer y ayudar la iniciativa y la
acción de la Iglesia y de las familias, complementando esta obra por medio de
instituciones propias. Puede exigir que todos los ciudadanos tengan conocimientos
necesarios para el ejercicio de sus deberes civiles y nacionales; obligar a un
cierto grado de cultivo intelectual, moral y físico necesario al bien común;
reservarse escuelas para la administración y para la defensa y puede exigir
educación cívica. La Encíclica deja también sentado el reclamo del subsidio
pecuniario por parte del estado: “y no se diga que es imposible al Estado, en una
nación dividida en varias creencias, promover a la instrucción pública si no es con
la escuela neutra o la escuela mixta, debiendo el Estado más racionalmente y
pudiendo hasta más fácilmente promover el caso dejando libre y favoreciendo con
justos subsidios la iniciativa y obras de la Iglesia y la familia.
Las recomposiciones progresivas desde la crisis del treinta hasta mediados de los
setenta. En el período que transcurre entre la crisis de 1929 y la finalización de
la Segunda Guerra Mundial, las sociedades occidentales también recomponen su
funcionamiento económico, social y político bajo la forma del denominado “Estado de
Bienestar”. La crisis económica de 1929 fue interpretada como el límite del
desarrollo de las sociedades capitalistas bajo el régimen del libre mercado
(sobreoferta y depresión en la demanda). La salida de la crisis se hizo a través de
la recomposición del Estado capitalista bajo la forma del Estado de Bienestar. Sus
rasgos básicos estaban dados por la intervención del Estado en la regulación de la
economía para asegurar la demanda y el pleno empleo, y evitar que la economía
desembocase en crisis similares a la de los años treinta. El Estado se reservaba el
ordenamiento de las variables macroeconómicas que regulan el conjunto de la
economía para evitar desequilibrios como una economía regida por la competencia
individual. Constituyó una nueva forma de compromiso, de equilibrio dentro de la
economía capitalista, en la cual el mercado continúa funcionando pero el Estado
interviene planificando para regular los desequilibrios en la demanda y el empleo.
Esta regulación llevó al estado a brindar asistencia a todos los ciudadanos
mediante prestaciones de servicios o en dinero para compensar los riegos de la
marginación a la que conduce una economía regida únicamente por el libre mercado, y
a asegurar consumos mínimos a grandes sectores de la población. Esta asistencia fue
provista bajo la forma del cumplimiento de derechos legales que corresponden a
todos los ciudadanos y está basada en el reconocimiento de la participación de los
sindicatos de los trabajadores y su intervención en determinadas decisiones que
regulan la distribución de la riqueza dentro de una sociedad nacional. Este fue el
modelo de funcionamiento social que logró un relativo crecimiento y equilibrio
durante el tercer cuarto del siglo. Fueron llevados a la práctica,
fundamentalmente, por la socialdemocracia, pero también por el socialcristianismo y
los populismos. En los estados que adoptaron este estilo de funcionamiento y de
regulación de las tensiones entre el capital y el trabajo, se establecieron los
seguros de desempleo, los salarios mínimos, la legislación social para los
trabajadores, el incremento sustancial de los presupuestos públicos para la
atención de la salud y la educación públicas y de los sistemas de viviendas
subvencionados por el Estado. Al término de la Segunda Guerra Mundial, la mayoría
de los países europeos dictan nuevas constituciones que reflejan los cambios
económicos ocurridos y la reacción a la experiencia de los fascismos como formas de
organización de los estados que habían dominado las dos décadas anteriores. Se
restituye así las formas clásicas de la democracia representativa liberal; se
amplían los derechos políticos a las mujeres; se organizan regímenes
parlamentaristas; se incorporan institutos de democracia directa (ej.: referéndum).
También incorporan en las constituciones las nuevas formas de regulación política
que reflejan los cambios en las formas de tomar decisiones políticas que se dan en
la recomposición neocorporativista, a través de la institucionalización de los
Consejos Económicos Sociales, con representación tripartita (empresarios,
trabajadores, Estado). Este período constituye el paso del Estado Liberal al Estado
social (tránsito de un estado de derecho en función predominantemente protector-
represor a un derecho cada vez más promocional). Esto no significa que con
anterioridad el papel del estado sólo se hubiera limitado a impedir. Antes el
Estado debía proteger a un individuo de otro, ahora el estado debe proteger a todos
los individuos en su conjunto (no sólo debe impedir sino que también debe
promover). Esta nueva concepción dio origen al desarrollo de los derechos sociales,
entre ellos la educación.
La concepción del derecho a la educación como un derecho social: alcances y
límites. La línea de desarrollo de la concepción de la educación como derecho
social, a lo largo del siglo XIX, va diferenciando el derecho a la educación del
derecho a enseñar (que en los inicios del liberalismo aparecen conjuntamente). Y
alcanza su expresión acabada después de la Segunda Guerra Mundial. El derecho a la
educación se considera como el “derecho fin” y el derecho de enseñar es un “derecho
medio”. Así, el derecho de enseñar constituye sólo una forma específica de otro
derecho genérico que es el de trabajar y que lleva implícito el derecho de los
docentes a la libre expresión de sus ideas. Además, configura la expresión de una
función del Estado: es el Estado docente. El derecho a la educación es el derecho
esencial, porque es el derecho del hombre al desarrollo de la personalidad por
medio de la educación, a la adquisición de conocimientos y al desenvolvimiento de
sus aptitudes vocacionales. El derecho de aprender se identifica con la libertad,
es el derecho a la personalidad a su máximo crecimiento sin deformaciones
dogmáticas, es el derecho del hombre a la formación de su personalidad y el de la
sociedad a la cultura. Con el avance del constitucionalismo social se trata de
hacer explícitos los requisitos concretos que aseguran su cumplimiento. La Carta de
la Organización de los Estados Americanos, de 1948, y la Declaración Universal de
los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, del mismo año, contienen lineamientos
que han servido para orientar el avance y la especificación del derecho a la
educación. El derecho a la educación se expresa en términos de la escolaridad que
debería recibir toda la población: garantizar un mínimo de instrucción (primaria,
elemental o fundamental) a través de la creación y el sostenimiento de un servicio
público gratuito al alcance de todos para que puedan cumplir con la obligatoriedad;
generalizar la formación técnica y profesional; ampliar el acceso a los estudios
superiores. Los estados realizaron importantes contribuciones al financiamiento de
los sistemas de educación, y los progresos en la expansión cuantitativa produjeron
un proceso de real ampliación del acceso a la educación más allá de la educación
elemental, sobre todo, el acceso de las capas medias y de las mujeres a la
enseñanza media y superior, antes reservadas a las elites. Esta ampliación alcanzó
en mucho menor medida a los sectores populares. Sin embargo, se está lejos de que
el derecho a la educación pueda considerarse efectivamente cumplido porque:

• • •

no se garantiza, en la práctica, el mínimo de educación obligatoria y

una efectiva formación para el mundo del trabajo a todos lo habitantes; amplios
sectores quedan sin ese mínimo (acentuándose así la fragmentación cultural). la
competencia económica se basa cada vez más en el desarrollo

científico y tecnológico, que ha vuelto irrelevante el número de años de


escolaridad obligatoria. la igualdad de oportunidades (poner la escuela al alcance
de la

población con formas similares de organización escolar y trabajo pedagógico)


resultó canalizadora de los beneficios de la educación preferencialmente hacia los
sectores medios y altos que hacia los sectores populares.
• •

la libertad de expresión y opinión, de sustentar las posiciones

científicas e ideológicas según la libertad de conciencia de cada participante


directo del proceso educativo tuvo algunos efímeros tiempos de vigencia, la
represión el autoritarismo dentro de la escuela fueron la nota dominante en la
sociedad argentina durante muchos años. la clara evidencia de que no es sólo a
través de la transmisión directa

de doctrinas como se modelan las personalidades, sino por la fuerte incidencia de


los estilos de convivencia social, lleva a que cada vez más se ponga el acento en
las formas que asume la vida cotidiana en las escuelas y en las prácticas
pedagógicas vigentes. Frente a la situación descripta cabe repensar que se entiende
hoy por un efectivo cumplimiento del derecho a la educación, en el marco de una
sociedad democrática, y reformular sus alcances:

• •

en términos de escolaridad a cubrir: garantizar un mínimo de

instrucción básica (mínimo diez años); crear y sostener instituciones escolares


públicas gratuitas y brindar servicios asistenciales y de apoyo para concretarla;
ampliar progresivamente el acceso a los estudios superiores. en términos de las
características que debería tener esa escolaridad:

asegurar la igualdad de oportunidades (garantizando el acceso, la permanencia y la


distribución de educación equivalente a toda la población); asegurar la
significación social, científica y personal de los contenidos que se transmiten;
hacer efectiva la libertad de expresión y opinión, suprimiendo toda discriminación
ideológica; hacer efectivas formas y prácticas pedagógicas que estimulen el juicio
crítico y estilos de convivencia solidarios y responsables. Las críticas al estado
de Bienestar desde las perspectivas socialdemócrata y neoconservadora. El auge y
desarrollo de las políticas del Estado de Bienestar dio lugar a un período de
relativas prosperidad económica, considerándose al Estado como el factor
estabilizador que, a través de sus intervenciones en la regulación de la economía y
de la provisión de los servicios que aseguran el acceso a condiciones de bienestar,
impide que el funcionamiento de la economía desemboque en profundas recesiones y en
abiertos y agudos conflictos sociales. La crisis de mediados de los setenta dio
lugar a críticas sobre el funcionamiento de este Estado de muy distinta naturaleza:
la neoconservadora y la socialdemócrata. La socialdemocracia hace críticas al
funcionamiento del Estado de Bienestar tal como éste se desarrollo históricamente.
Lo critica por lo que prometió –ser un elemento equilibrador y redistributivo de la
sociedad- y no logró alcanzarlo satisfactoriamente. Las críticas se dirigen al
estilo estratificado de la redistribución a que dio lugar. Agregan que no logró una
activa participación de las organizaciones de la sociedad civil, que produjo una
creciente y centralizada burocratización que impidió una activa participación de
los ciudadanos y que provocó una homogeneización insatisfactoria y recargada de los
servicios. Además, como consecuencia de la reducción objetiva de los recursos
públicos, se encuentra con la necesidad de redefinir sus orientaciones, formas y
prioridades para asegurar las condiciones de bienestar del conjunto de los
habitantes.
Las tendencias neoconservadoras realizan una crítica radical al Estado de
Bienestar, considerando que, por las múltiples intervenciones del Estado en la
esfera económica, impide que las fuerzas de progreso del mercado funcionen de
manera correcta. Aquel impone normas e impuestos sobre el capital que llevan a una
desactivación de la inversión y, cuando concede a los trabajadores derechos,
servicios y posiciones de poder en las negociaciones sobre la distribución del
ingreso, desactiva el trabajo. El efecto conjunto de la falta de incentivos para la
inversión y la desactivación de la competencia individual en el trabajo es el que
produce la decreciente tasa de acumulación del capital, una sobrecarga en las
demandas de consumo (inflación) y un aumento en las demandas de participación
política (ingobernabilidad). Produce una inversión de los términos del papel que se
le asignaba al Estado en las décadas anteriores: se pasó a una posición donde todo
lo “negativo” es atribuido al Estado y todo lo “positivo” corresponde al sector
privado. Los liberales del retorno al “libre” mercado, afirman que la asistencia
estatal tiene efectos perversos: pone en peligro el libre funcionamiento del
mercado en el cual los individuos pueden competir libremente; representan una
intromisión en la libertad individual y contribuyen a minar las bases del sistema
que ofrece la mayor posibilidad de prosperidad general e integración social.
Consideran que las mayores amenazas provienen de las burocracias benefactoras; en
consecuencia, las políticas sociales deberían desligarse de éstas y crean un
sistema que no entre en conflicto con las relaciones monetarias que deben regir
todo el sistema económico y social: lo ideal es pasar de las prestaciones estatales
a subsidios dirigidos a los individuos para que de esta manera cada uno pueda
comprar sus servicios en el mercado. El neoconservadurismo vuelve a reforzar el
papel subsidiario del estado –que es el mismo que le otorga a la Iglesia- pero lo
hará con otros fundamentos. Éste no es un bloque homogéneo pero comparte ciertas
concepciones y caracterizaciones comunes acerca de los modos de intervención del
estado que le dan unidad y que lo diferencian de otras posiciones. Más allá de las
distintas posiciones, tienen en común que: siempre van a marcar que el desarrollo
del sistema público de educación es perjudicial para la burocratización implícita
que conlleva; van a promover y financiar a instituciones del sector público con
recursos públicos. Hay tres variantes internas importantes en el
neoconservadurismo: • para los partidarios más extremos, lo ideal es que los
subsidios monetarios vayan dirigidos a las familias o a los individuos y no a las
instituciones. Esto lleva a largo plazo a la abolición del sistema de educación
pública y a su sustitución por un sistema de bonos (que pueden comprar educación).

• •

para otros partidarios del libre mercado, la red de educación pública está

destinada a aquellos que no pueden acceder a la enseñanza privada (medio


indispensable para asegurar un mínimo). para otros es posible sostener un sistema
de asistencia social directa

(prestación de un sistema público de educación) porque éste potencia la competencia


con el sector privado, pero siempre que en su interior se rija por criterios
meritocráticos y de competencia individual. Consideran que las burocracias
estatales pueden ser toleradas a condición de que se ajusten a los patrones
mencionados: fomentar la competencia interinstitucional e individual. La Iglesia
Católica: la reiteración y la actualización de su concepción del papel subsidiario
del Estado.
En 1965, ésta reitera su concepción acerca del papel subsidiario que le corresponde
al Estado en materia de educación. En la Declaración sobre la Educación Cristiana
de la Juventud (por el Concilio del Vaticano II) sostiene que “puesto que los
padres han dado vida a sus hijos tienen la gravísima obligación de educar a la
prole y, por lo tanto, hay que reconocerlos como los primeros y principales
educadores de sus hijos…”, “El deber de la educación compete en primer lugar a la
familia que requiere de la colaboración de toda la sociedad. Además, a la sociedad
civil en cuanto ella compete el bien común temporal. La obligación de la sociedad
civil es proveer de varias formas a la educación de la juventud: tutelar los
derechos y obligaciones de los padres y de quienes intervienen en la educación y
colaboran con ellos; completar la obra educativa, según el principio de acción
subsidiaria y crear escuelas e institutos propios según lo exija el bien común. El
deber de la educación corresponde a la Iglesia, no sólo por ser reconocida también
como la sociedad humana capaz de educar, sino sobre todo porque tiene el deber de
anunciar a todos los hombres el camino de la salvación”. Los principios generales
dados por el Concilio son actualizados en las conferencias episcopales regionales.
En el caso de nuestro país, el Equipo Episcopal de Educación Católica expresó su
opinión en 1985 a través del documento “Educación y proyecto de vida” donde se
refiere a la mayor intervención que a tenido el estado en las últimas décadas,
entre ellas, la configuración del sistema mixto público y privado. Señala que es
una manifestación de la mayor intervención del estado en la vida social, fundada en
el propósito de promover el bienestar general, uno de cuyos aspectos fundamentales
está constituido precisamente por el nivel cultural de la población. A esta mayor
intervención estatal le reconoce consecuencias positivas (en lo que se refiere a la
creación de escuelas) y negativas (la tendencia el estatismo, que no es
intervención legítima y benéfica del Estado sino una intervención absorbente y
excluyente, cuya expresión extrema es el monopolio escolar; otra es la esclerosis y
la burocratización del sistema educativo, afirma que cuanto mayor es la
intervención estatal, mayor es la proliferación de normas y reglamentaciones de
toda especie y, consecuentemente, mayor es la rigidez del sistema frente a los
cambios permanentes de la realidad; otro es el abandono de sus responsabilidades
por parte de la sociedad en general, incluidas, por desgracia muchas familias). No
se refiere al derecho a la educación sino a “los derechos de la persona humana”:
derecho de todos lo hombres a la educación y derecho a la educación de todo el
hombre, es decir, a una educación integral. La integralidad de la formación es
entendida incluyendo la dimensión religiosa, lo que da fundamento a que el sistema
educativo deba construirse sobre la base de la libertad de opciones educativas y
del reclamo de la inclusión de la formación religiosa en la escuela pública. En
cuanto al derecho a la educación, considera que comprende un derecho específico,
que es al de la educación sistemática y ésta, a su vez, para responder a las
exigencias de la dignidad humana, debe tener en cuenta dos principios básicos: la
igualdad de oportunidades y el libre ejercicio de las opciones educativas. Esta
última, por ser el hombre no sólo objeto sino sujeto de su propia educación, obliga
al sistema educativo a admitir el ejercicio de las distintas opciones a las que
tiene derecho en una inalienable libertad. La opción se refiere a la elección de
escuelas y de maestros. La manera real de asegurar esa opción educativa es que no
debe ser relativa, es decir, disimulada mediante la canalización de todos los
recursos del Estado hacia las escuelas estatales y la privación de todo apoyo
económico a las creadas por la iniciativa privada. Por lo tanto, reitera que los
aportes estatales a los establecimientos privados para determinados gastos, son un
deber de justicia distributiva y, considera que el fundamento para otorgarlos no es
otro que la igualdad de todos los habitantes y el
respeto a las libertades individuales. Este tema remite al principio de pluralismo
escolar que sostiene la Iglesia Católica: coexistencia de diversas instituciones
escolares, que permitan a los jóvenes formar criterios de valoración fundados en
una concepción específica del mundo. Éste se sustenta y se puede llevar
efectivamente a la práctica a través de medidas concretas: que la iniciativa social
o privada pueda fundar y dirigir establecimientos educativos en condiciones
igualitarias a la escuela pública en materia de títulos y estudios y que deben ser
financiados con el aporte estatal que pone alcance de todos los sectores la
posibilidad de elegir la escuela de su preferencia. El derecho a enseñar es
concebido como el derecho de asociarse libremente y a ejercerlo individual o
colectivamente para fundar establecimientos. Además, por la naturaleza particular
de los establecimientos creados por la iniciativa privada, incluye el derecho a
funcionar conforme a sus respectivos estatutos, conservar su identidad espiritual,
designar libremente a su personal docente y no docente y a cultivar su propia
originalidad pedagógica en materia de planes y métodos de enseñanza. Reitera que el
estado tiene el derecho a exigir un nivel mínimo de instrucción. Considera que el
primer deber de éste en materia educativa es respetar los derechos fundamentales de
las personas. “pero este respeto no es una función meramente pasiva, pues en muchos
casos la vigencia efectiva de aquellos derechos depende total o parcialmente de un
apoyo positivo y concreto del Estado. Ambos aspectos conforman el llamado principio
de subsidiariedad del estado”. En términos educativos, la función pasiva estaría
dada por el reconocimiento de los que denominan “autonomía pedagógica” y el aspecto
positivo por el aporte estatal al financiamiento de los establecimientos privados.
A modo de síntesis de la situación actual del país. Cabe enfatizar la coexistencia
de estas tres grandes líneas y concepciones de política educativa que intentan
darle determinadas direccionalidades al sistema educativo. Hoy, en el Gobierno
Nacional, prima la concepción subsidiarista del papel del Estado en materia de
políticas sociales y en educación en particular. Dentro de ésta existen dos
vertientes: la proveniente de la tradición de la Iglesia Católica y la del
neoliberalismo. Esto es necesario para poder comprender los profundos
reacomodamientos que se están y van a continuar produciéndose en el sistema
educativo por efecto de la aplicación de políticas subsidiarias del papel del
Estado en educación, unas que provienen del pensamiento católico y otras de las
corrientes neoconservadoras, unidas al ajuste económico (ejemplo: Ley Federal de
Educación).

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