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(1995-2003)
RESUMEN
Este paper propone analizar la desintegración de la ciudadanía durante la crisis de la
década de los noventa y su posterior reconstrucción durante el período posneoliberal. La
ciudadanía, según Marshall, es entendida como un status que se otorga a los individuos que
son miembros de pleno derecho de una comunidad, e iguala a quienes lo poseen en
derechos y deberes. Este status se vio deteriorado por las reformas llevadas a cabo durante
el Estado neoliberal en Argentina, aplicándose políticas sociales mínimas y focalizadas, que
posteriormente colapsaron en la crisis del año 2001 dejando un alto saldo de pobreza y
desocupación. De esa manera, la crisis social se tradujo en crisis de ciudadanía. Es por eso
que, en los años posteriores a la crisis y como respuesta a ella, se emprende una
contrarreforma de políticas sociales que promueven la reintegración de los ciudadanos al
sistema, a través de políticas orientadas a la universalización de la ciudadanía. La pregunta-
problema es, entonces, ¿de qué manera se produce la desintegración de la ciudadanía social
y su ulterior reconstrucción? El marco teórico está compuesto, en primer lugar, por la
terorización de Thomas Marshall, abordándose también textos de Arendt, Danani, Isuani,
Andreanacci, Medicci, Svampa, O’Donnell, y Alonso, entre otros. El abordaje
metodológico a utilizar es cualitativo.
1
Introducción
2
Sobre la ciudadanía
3
latinoamericanos existen enormes brechas, tanto a lo largo del territorio como entre las
diversas categorías sociales, que impiden el buen funcionamiento de la capacidad de
agencia del ciudadano.
Por consiguiente, si en estos países la pobreza es una condición muy extendida, sus
ciudadanos están privados de facto de la posibilidad de ejercer su agencia (O’Donnell,
2007). Así, se podría decir que en América Latina la ciudadanía se da de manera
heterogénea y deficitaria, al contrario de la concepción de Marshall, que plantea que todos
individuos son ciudadanos plenos por el mero hecho de pertenecer a una comunidad
política. Al respecto, Nosetto añade que si bien los derechos son identificados como
universales y efectivos, “los déficits de libertades civiles y de derechos sociales erosionan
las condiciones de autonomía que están a la base de participación política; construyendo de
esta manera ciudadanos de baja intensidad o bien democracias representativas excluyentes”
(Nosetto, 2009: 85).
De esta manera, se puede decir que la paradoja latinoamericana es tratar de
consolidar democracias representativas en contextos marcados por la pobreza, desigualdad
y polarización y donde los regimenes sociales de acumulacion fomentan la marginalidad y
la exclusion mientras los Estados se achican y se revelan incapaces de lidiar efectivamente
con toda la magnitud de la crisis. (Nun, 2000)
En ese sentido, la precariedad del sistema latinoamericano produce la necesidad de
encontrar un agente de cohesión, capaz de reforzar la heterogeneidad de la ciudadanía de la
región. Ese rol, según Svampa tocaría al Estado Nacional Popular, no sólo proveyendo
bienes y servicios sino como agente de distribución de recursos sociales. Pero, “en América
Latina el proceso de construcción de la ciudadanía se encontró con límites estructurales.
Esto quiere decir, que los individuos o grupos sociales se vieron obligados a organizar
redes de sobrevivencia, ante la deficiencia de los mecanismos de integración
proporcionados por el Estado o un mercado insuficientemente expandido. (Svampa,
2005:74).
Por lo tanto, para Svampa, el proceso de ciudadanización en América Latina se fue
construyendo de manera inacabada e interrumpida, dictaduras mediante y con la
intersección de un modelo nacional y popular que extendió tanto política como
simbólicamente el horizonte de pertenencia a la nación y la inclusión efectiva.
Para hablar de ciudadanía social, Isuani en su teorización, utiliza el modelo
desarrollado por Esping-Andersen, el cual distingue tres modelos diferentes de Estado de
Bienestar. Primeramente, el régimen socialdemócrata es el que “asigna un mayor volumen
de recursos a los servicios sociales e implica la existencia de impuestos altos que gravan la
renta y la riqueza” (Isuani, 2009). Esto quiere decir, una tendencia a una homogeneidad
relativa con derechos sociales amplios ciudadana. (Andrenacci, 2005). En segundo lugar,
distingue el modelo corporativo que “es propio de los países europeos continentales, posee
un nivel de gasto público social menor que el modelo anterior y está financiado
fundamentalmente por impuestos basados en la nómina salarial”. En este caso, hay una
tendencia a una heterogeneidad regulada y que los derechos sociales son diferenciados
según el tipo de inserción en el mercado de trabajo (Andrenacci, 2005.). Por último, en el
modelo residual “el mercado es central en la provisión de bienes sociales. Son sociedades
caracterizadas por un mercado de trabajo muy flexible y cuentan con una baja tasa de
desempleo. El gasto público en servicios sociales es el más bajo de los tres modelos”
(Isuani, 2009). Según Andrenacci, existe una tendencia hacia una segmentación relativa, los
derechos sociales son limitados y de base ciudadana.
4
En Argentina, en particular, se puede apreciar un pasaje de un sistema asistencial de
beneficencia a un Estado social corporativista transformando las relaciones salariales en un
status homogéneo garante de ciertas condiciones de vida frente a las irregularidades del
ciclo económico para terminar con un Estado neoclásico que desregula completamente las
formas de solarización y el sistema de seguros sociales incluso privatizando parcialmente
una parte de ellos (Andrenacci, 2005). Esto produce la exclusión de grupos sociales con
problemas socioeconómicos.
A continuación, en los siguientes apartados, será analizada la ciudadanía social
aplicada en el caso Argentino.
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Maristella Svampa señala que éste es reemplazado por un nuevo régimen, que comienza en
los primeros años de la década del 70, a partir de la instauración de regímenes militares en
el Cono Sur de América Latina, continúa en la década de los 80, haciéndose visible los
resultados de las transformaciones operadas en la estructura social, y alcanza su punto
culmine durante la década de los 90, con la gestión menemista en Argentina.
Al respecto, Svampa afirma que las consecuencias económicas y sociales fueron
devastadoras, ya que este nuevo régimen de acumulación supuso la puesta en marcha de un
modelo orientado a la importación de bienes y a la apertura financiera, lo cual implicaba la
interrupción de la industrialización sustitutiva y propiciaba el endeudamiento de los
sectores público y privado (Svampa, 2005).
En ese sentido, con Menem se consolidó la liberación económica a través del Plan
de Convertibilidad, la ley de emergencia económica para hacer frente a la crisis de
financiamiento del Estado reduciendo el gasto público y la reforma del Estado que
posibilitaba la desregulación y las privatizaciones. Pero, es durante la segunda presidencia
de Menem cuando estallaron las consecuencias económicas y sociales de esas políticas
implementadas, más exactamente en 1998 ya que la economía Argentina entra en una
prolongada declinación que culmina en 2001-2002 con la implosión de la Convertibilidad y
el agotamiento del patrón de acumulación del capital sustentado en la valorización
financiera.1
Es así que el autor Fanfani señala que estas transformaciones económicas e
institucionales tuvieron un gran impacto en la estructura y la dinámica del mercado de
trabajo. En ese sentido, enumera las transformaciones más importantes, entre ellas:
desasalarización y expansión del cuentapropismo, la desregulación, flexibilización y
precarización de la fuerza de trabajo, y la fragmentación cada vez más concentrada del
ingreso y la fragmentación del salario en el interior de las ramas. El resultado, según
Fanfani, es “un mundo del empleo extremadamente fragmentado y jerarquizado, donde son
tan diversas las situaciones de inclusión como las de exclusión, lo cual atenta contra la
conformación de grandes actores colectivos del estilo clásico” (Fanfani, 1993: 247). De esa
manera, se produce una “pulverización del escenario social”, una situación de
“heterogeneización del empleo” en el sector privado de la economía.
En este contexto de adopción de un nuevo modelo de sociedad, fue necesaria una
“reestructuración del Estado”, en la que se consolida una nueva matriz estatal apoyada en
tres dimensiones: patrimonialismo, asistencialismo y reforzamiento del sistema represivo
institucional, por lo que el Estado pierde su rol protagónico (Svampa, 2005). De esta
manera, según la autora, se configura un nuevo escenario social que otorgó supremacía al
mercado como mecanismo de inclusión y cuya consecuencia principal fue la erosión del
modelo de ciudadanía social asociado el Estado de Bienestar antes descripto. Así, la
ciudadanía social que estaba asociada y hermanada con el trabajo, los derechos laborales y
las políticas universalistas, experimentó un fuerte retroceso, junto con el proceso de
contracción del Estado. De esa manera, Svampa afirma que:
“El proceso de desregulación produjo una fuerte dinámica descolectivizadora, que significó
para numerosos individuos y grupos sociales la entrada en la precariedad, sino la pérdida de
los soportes sociales y materiales que durante décadas habían configurado las identidades
sociales” (Svampa, 2005: 75).
1
Esto será analizado en el próximo apartado.
6
Así, el proceso de individualización que acompañó este retroceso de la ciudadanía,
afectó principalmente a las clases populares, e impulsó el desarrollo de redes de
sobrevivencia dentro del mundo popular (Svampa, 2005). En sus palabras, se produce un
proceso de “descuidadanización”, que comprende no sólo la dimensión específicamente
económico-social, sino también la dimensión política, ya que este nuevo orden económico
consolidó un modelo de dominación política que restringió severamente la participación de
los individuos, reduciendo su intervención en el espacio de las decisiones colectivas. A su
vez, también fue afectado el acceso a los derechos civiles, mediante el cercamiento y la
privatización de las libertades individuales, como por ejemplo, con el aumento de la
inseguridad ciudadana (Svampa, 2005). De esa manera, se podría decir que los tres
elementos de la ciudadanía definidos por Marshall se ven afectados, pero de manera inversa
a su momento de aparición, es decir, primero se desintegra la ciudadanía social, que trae
aparejada la desintegración de la ciudadanía política y civil.
El desmantelamiento del modelo de regulación asociado al régimen fordista trae
consigo una serie de consecuencias que la autora va a enumerar. En primer lugar, se
redefinen los límites de pertenencia a la comunidad, lo que conduce a la proliferación de
luchas en torno al reconocimiento de la existencia, como forma de visibilizar la
estigmatización de una parte de la sociedad, y por otro lado, como denuncia a la estructura
de desigualdad y de privatización. En segundo lugar, Svampa identifica una reformulación
del rol del individuo en la sociedad. Éstos debieron comenzar a hacerse cargo de sí mismos,
por lo que cada uno deberá desarrollar los soportes y las competencias necesarias para
garantizar su acceso a los bienes sociales. En tercer lugar, identifica un gran impacto en la
esfera cultural, generando nuevos espacios de reclamos, ligado a la defensa de las culturas
locales. Finalmente, señala que se legitiman modelos de ciudadanías restringidos, que no
poseen alcance universalista ni aspiraciones igualitarias (Svampa, 2005).
En síntesis, se podría decir que el nuevo modelo de ciudadanía impuesto por el
neoliberalismo versó sobre la autorregulación y la autosuficiencia, ya que deja de estar
determinada por el trabajo y regulada por el Estado, y, en consonancia con el nuevo
modelo de país, se relaciona íntimamente con el mercado. En este punto resulta interesante
traer al análisis la concepción de Foucault de un gobierno de sociedad, entendido este como
una sociedad regulada por el mercado, en la que la dinámica de la competencia penetra
directamente en los individuos y en sus relaciones. De esa manera, se construye una trama
social en la que las unidades básicas (los individuos) adoptan la forma de la empresa
liberal, reproduciendo la lógica racional y de autogestión capitalista (Foucault, 2007). Es
así que Svampa propone la categoría del consumidor-usuario, para definir un nuevo modelo
de ciudadanía que abría espacios de inclusión a través del consumo (Svampa, 2005).
En Argentina se verifica el pasaje de un Estado predominantemente regulatorio de
una sociedad salarial, a un Estado que sólo compensa la degradación de aquella, tal como
señalan Soldano y Andreanacci (Soldano y Andreanacci, 2005). “El resultado es una “fuga”
hacia formas masivas y sistemáticas de asistencia social descentralizada en niveles
subnacionales, semiprivatizada en organizaciones no gubernamentales religiosas y
comunitarias” (Soldano y Andreanacci, 2005: 75). Isuani afirma al respecto que el Estado
de Bienestar argentino no tuvo una caída en la proporción del producto que utilizó, ni se
empobreció más que la sociedad a la que pertenece, y tampoco experimentó cambios
significativos en su estructura, sino que adoptó nuevas estrategias: de focalización,
descentralización y privatización del gasto social. La focalización se da como excusa de
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que el modelo de política social anterior no había tenido capacidad de atender a los sectores
más pobres (Isuani, 2009). Estas políticas representaron soluciones puntuales a problemas
masivos, que alcanzaron solamente a los sectores más empobrecidos, sin tener en cuenta a
los nuevos pobres. Por otro lado, la privatización surgió como la contracara de la
focalización, liberando los recursos para ésta y complementando su labor, buscando mayo
equidad. Finalmente, la descentralización contribuyó a una mayor eficiencia y eficiencia
del gasto, acercando la gestión al beneficiario, y haciendo que el mismo asumiera un
control mayor sobre la calidad de los servicios (Isuani, 2009).
En nuestro país, los programas focalizados se aplicaron con la intención de redirigir
el gasto social hacia los sectores de mayor pobreza, a través de, por ejemplo, la Secretaría
del Desarrollo Social, creada en 1994. Este tipo de políticas públicas fracasó, ya que los
sectores pobres se encontraban en inferioridad de condiciones no sólo en relación a la
posesión de activos, sino también en la organización para demandar y presionar por sus
intereses. En tanto, la descentralización en nuestro país se centró principalmente en la salud
y educación pública, produciéndose la transferencia de gestión de Estado nacional al Estado
provincial. De esta manera, el gobierno nacional pasa de administrar dos tercios del gasto
social, a administrar sólo la mitad. En cuanto a la privatización, Isuani señala que las
mismas fueron realizadas muy rápidamente, sin que mediara una oposición de relevancia.
De esa manera, fueron privatizadas empresas como ENTEL, Obras Sanitarias de la Nación,
Aerolíneas Argentinas y Yacimientos Petrolíferos Fiscales (Isuani, 2009).
Entonces, ¿cómo se reintegra una ciudadanía social cada vez más excluida por la
inestabilidad política, económica y social y también por las prácticas de focalización,
descentralización y privatización propias del neoliberalismo que culminaron en la crisis del
modelo neoliberal de valorización financiera subordinado el trabajo al capital con una
distribución regresiva del ingreso y alentando la exclusión social?
Siguiendo a Rosanvallon se puede hablar de una nueva cuestión social, esto es, un
fenómeno de exclusión social que se expresa fundamentalmente en la crisis de la sociedad
salarial, o el fin de la promesa keynesiana de que en algún punto del futuro, todos seriamos
asalariados del sector formal de la economía y protegidos por la seguridad social (Isuani,
2009). La caída del paradigma keynesiano y su reemplazo por el neoliberal es la gran
transformación de finales del segundo milenio (Polanyi, 1957). En ese sentido, el Estado
de Bienestar sobrevive, mientras que el Estado keynesiano se desmantela. (Isuani, 2009).
Ante esta situación de ingobernabilidad, de promesas que se hicieron reclamos al no
poder cumplirse por parte del Estado, la fuerte crisis de representación, la fragmentación, la
precarización laboral, la pérdida del sentido transformador de la política, es decir, como
mera administración, el retiro del ciudadano del espacio público, recluyéndose cada vez
más al ámbito privado, el individualismo y el privatismo. Se empezó a pensar, por un lado,
en cómo reintegrar a la ciudadanía social -visto desde Castel como integración –
desintegración – reintegración- y por el otro lado, en cómo repensar la idea de lo político
como algo posfundacional.
Entonces, en un contexto de crisis terminal de la valorización financiera y
disolución del patrón de acumulación se produce un colapso social sin precedentes y el
acentuamiento de la desocupación, la pobreza e indigencia.
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De ese modo, la movilización ciudadana contribuye al cuestionamiento de un
gobierno incapaz de dar respuestas o canalizar las demandas pero también de un modelo
económico irreversible, protagonizando la resolución de la crisis mediante cacerolazos,
asambleas barriales y piquetes entre otros movimientos de protesta. Se puede decir que
mediante estos movimientos de protesta se amplió el espacio público, es decir, desde una
perspectiva democrática mediante la presencia de diversos movimientos sociales: el de
solidaridad como Cáritas, Iglesias, organizaciones de bien público, el de economía solidaria
como ferias, fábricas recuperadas e incluso cartoneros y por último movimientos de
protesta protagonizados por desempleados, piqueteros y sindicatos alternativos. (Garcia
Delgado, 2004:6).
“La movilización popular ha funcionado como un instrumento democrático para
combatir la exclusión y construir derechos mediante la contestación política” (Pérez-Liñán,
2009:332). Se puede hablar de un nuevo pretorianismo social vinculado a la inestabilidad
política, es decir, formas públicas de acción colectiva como modos de construcción y
expresión de demandas sociales. Las protestas populares ejercen una forma particular de
responsabilidad vertical en un contexto en el cual habían fallado los mecanismos ordinarios
de control; constituían una manifestación de la nueva accountability social en América
Latina (Smulovitz y Peruzzotti, 2000)2. En ese sentido, es el pueblo quien hace escuchar su
voz en las calles porque los gobernadores electos no representan sus intereses.
Por un lado, el populismo aparece como el intento de darse una comunidad allí
donde la sociedad aparece desintegrada (Nosetto, 2009). “Los movimientos nacionales y
populares surgen a partir de una crisis del bloque de poder que era hegemónico hasta ese
momento y que es al cual se enfrentan y tratan de desarticular y disciplinar” (Basualdo,
2011). El populismo es entendido como otro modo de construcción de lo político que
requiere la división dicotómica de la sociedad en dos campos que implica un nosotros y un
ellos, es decir, un populus y un plebs, uno, se presenta a sí mismo como parte que reclama
ser el todo mientras que el otro busca la construcción de una identidad global a partir de la
equivalencia de una pluralidad de demandas sociales, es decir, una identidad popular
(Laclau, 2005).
Por otro lado, el neoliberalismo o neoinstitucionalismo era entendido como otro
modo de construcción de lo político que pretende ver al ciudadano como simple
consumidor o cliente, no pudiendo resolver la pluralidad de demandas existentes y
sobretodo la demanda privilegiada de mayor inclusión social. Además, al ser aconflictual,
interpreta a la política como mera administración de las cosas, estableciendo un orden y
organizando la coexistencia humana en condiciones que siempre son conflictivas y están
atravesadas por lo político (Mouffe, 2013).
Por lo tanto, siguiendo a Rancière, la parte que no tiene parte demanda el
reconocimiento que le falta iniciando movimientos contrahegemónicos (protestas callejeras,
piquetes y asambleas barriales) para debilitar la hegemonía neoliberal (la parte que tiene
parte), no solamente cuestionando el orden establecido sino instaurando el desacuerdo
dentro de la misma. Es así que se produce una crisis de representación con la famosa frase
“que se vayan todos”.
2
Se recomienda profundizar en la lectura de Accountability social: la otra cara del control en Controlando la
Política. Ciudadanos y Medios en las Nuevas Democracias Latinoamericanas, 2005.
9
Es menester que los ciudadanos tengan verdaderamente la posibilidad de
escoger entre alternativas reales (Mouffe, 2013:17). Es necesario que se instaure un
pluralismo agonístico que permita reales confrontaciones en el seno de un espacio
común, con el fin de que puedan realizarse verdaderas opciones democráticas
(Mouffe, 2013:18).
3
En las elecciones abiertas, en mayo de 2003, resulta electo Presidente de la Nación Néstor Kirchner,
representante del partido justicialista
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Plan Nacional de Regulación del Trabajo
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Conclusión
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Referencias bibliográficas:
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- Polanyi, K. (2001). La gran transformación. México: Fondo de Cultura Económica.
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