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Tema 18 EBAU.

La Transición a la Democracia
 
Introducción
 
  La primera etapa de la transición del Franquismo a la Democracia (1975-1978)
abarcó desde la muerte del general Franco hasta la promulgación de la Constitución y la
segunda (1978-1982) se prolongó hasta la consolidación de la alternancia política, con el
acceso al gobierno del Partido Socialista Obrero Español (PSOE). A lo largo de estos
años, se llevaron a cabo profundas reformas políticas en un contexto de crisis económica
y de fuerte conflictividad política y social, que amenazaban con frustrar la evolución hacia
la Democracia.

Sin embargo, finalmente se desmantelaron desde dentro y de forma progresiva las


instituciones franquistas, hasta anularlas por completo. A pesar de la oposición de una
minoría política y social, se instauró la Democracia gracias a la labor de los responsables
políticos pero, sobre todo, a la madurez de un pueblo con voluntad de cerrar las viejas
heridas y con afán de abrir un período nuevo de la historia.

1. Los inicios de la Transición (1975-1978)

El panorama político español en la década de 1970 presentaba tres alternativas.


Unos defendían claramente la continuidad del régimen sin el general Franco; otros
apostaban por una reforma promovida desde las propias instituciones que culminase en la
democratización del sistema; y, finalmente, la mayoría de la oposición antifranquista se
inclinaba por la ruptura con la Dictadura y la construcción de un nuevo sistema político
liderado por las fuerzas democráticas.

Dos días después de la muerte del general Franco el 20 de noviembre de 1975,


Juan Carlos de Borbón fue proclamado rey y comenzó a preparar cuidadosamente la
transformación del régimen político. El monarca dispuso que Carlos Arias Navarro
continuase al frente del gobierno. Sin embargo, cuando se presentó el programa de
gobierno ante las Cortes, se hizo evidente que Arias Navarro apostaba por el continuismo,
ya que se limitaba a proponer unas leyes extremadamente restrictivas sobre el derecho
de reunión y de asociación, que no contemplaban la existencia de partidos políticos.

Con el fin de presionar a favor de una alternativa democrática, la oposición tomó la


iniciativa política y definió un programa común para todas las fuerzas antifranquistas. Así,
la Junta Democrática y la Plataforma de Convergencia Democrática, creadas en la etapa
final del Franquismo, se unieron en la llamada Coordinación Dem ocrática, conocida
también como “Platajunta”. Su propuesta se concretaba en la ruptura democrática, esto
es, un procedimiento constituyente que, por medio de un gobierno provisional y unas
elecciones generales, pusiera las bases de un sistema democrático.

Las fuerzas políticas de la oposición promovieron también una serie de


movilizaciones populares: manifestaciones, huelgas, campañas reivindicativas… que
reclamaban libertades democráticas y la amnistía para los presos políticos. Por otro lado,
los conflictos laborales aumentaron y, frecuentemente, en ellos se reivindicaba el cambio
político. Las movilizaciones del invierno de 1975-1976 adquirieron una dimensión
desconocida hasta la fecha. En Cataluña, el País Vasco y Madrid se promovieron diversas
huelgas en varios sectores, que fueron violentamente reprimidas por la policía.
Especialmente, graves fueron los sucesos de Vitoria en marzo de 1976, con un balance de
cinco muertos y decenas de heridos.

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La tensa situación política y social del país polarizó a la clase política del
Franquismo. Por un lado, los inmovilistas solamente aceptaban la continuidad de la
Dictadura y la represión policial contra la oposición, a la vez que fomentaban la acción de
grupos paramilitares de extrema derecha. En este contexto hay que situar los graves
sucesos de Montejurra (Navarra) en mayo de 1976, donde estalló un conflicto entre las
facciones democrática y franquista del Carlismo. Por otro lado, los reformistas querían
desplazar del gobierno a los inmovilistas y defendían una reforma progresiva del sistema
político a partir de la evolución de las leyes y de las instituciones franquistas.

El rey Juan Carlos I manifestó a Arias Navarro su descontento por la situación


política del país, lo que provocó la dimisión del presidente el 30 de junio de 1976.
Torcuato Fernández-Miranda, presidente de las Cortes, maniobró para imponer como
sucesor en la presidencia del gobierno a Adolfo Suárez, un joven político del sector
reformista del Movimiento, que aceptó pilotar la transición hacia la Democracia. Para ello
era necesario anular la resistencia de los inmovilistas en las instituciones del Estado y
atraer hacia su proyecto a la oposición democrática. Tras acceder al cargo, Suárez inició
contactos con las fuerzas democráticas y promulgó un indulto para los presos políticos.
Además, propuso la Ley de Reform a Política (LRP), que reconocía los derechos
fundamentales de las personas, confería la potestad legislativa a la representación popular
y preveía un sistema electoral democrático.

El principal obstáculo para la Ley de Reforma era su aprobación por las


Cortes franquistas, teniendo en cuenta que proponía su disolución y el establecimiento
de una nueva Asamblea bicameral (Congreso y Senado) elegida por sufragio universal. La
Ley fue aprobada sin problemas por las Cortes, tras las negociaciones oportunas, y
sometida a referéndum el 15 de diciembre de 1976. De este modo, en los meses
siguientes a la aprobación de la LRP se prepararon las condiciones para celebrar
elecciones generales. El primer paso fue la promulgación de una serie de decretos que
permitieron la libertad sindical, la legalización de los partidos políticos a excepción del
PCE, y una amplia am nistía para delitos políticos cometidos durante el Franquismo.

En cuanto a la legalización del PCE, este asunto se había convertido en una


piedra de toque del proceso democrático. Por un lado, los sectores inmovilistas de la
Dictadura y del Ejército se oponían radicalmente. Por otro lado, los comunistas apostaban
claramente por el proceso democrático y mostraron su fuerte presencia social con la
multitudinaria manifestación pacífica que tuvo lugar a raíz de los asesinatos de los
abogados laboralistas de CCOO de la calle de Atocha de Madrid (enero de 1977) por
militantes de extrema derecha. Finalmente, Adolfo Suárez decidió su legalización el
Sábado Santo (9 de abril de 1977), hecho que provocó una crisis de gobierno, pero
garantizó la legitimidad democrática de las elecciones.

Así, en la primavera de 1977, los partidos de la izquierda se prepararon para las


elecciones generales. Al mismo tiempo, en la derecha, Manuel Fraga Iribarne creó un
nuevo partido político, Alianza Popular (AP). Desde el propio gobierno se constituyó la
Unión de Centro Democrático (UCD). Finalmente, las elecciones generales se celebraron
el 15 de junio de 1977. La jornada laboral transcurrió con absoluta normalidad y una alta
participación. El triunfo fue para UCD, quedando el PSOE en segundo lugar. De esta
manera, Adolfo Suárez constituyó el primer gobierno democrático de España después de
la Guerra Civil.

2. La Constitución de 1978

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Las Cortes elegidas el 15 de junio de 1977 no tenían formalmente el carácter de
constituyentes. Sin embargo, pronto se impuso la opinión de que su primera tarea debía
ser la elaboración de una Constitución democrática. Para su redacción se eligió una
comisión o Ponencia integrada por siete miembros, tres en representación de UCD:
Miguel Herrero de Miñón, José Pedro Pérez Llorca y Gabriel Cisneros; y uno por parte
de cada uno de los grupos políticos más importantes: Gregorio Peces Barba (PSOE),
Jordi Solé Tura (PCE), Miquel Roca (CDC) y Manuel Fraga (AP). Sin embargo, el PNV
renunció a participar. La redacción de la Constitución inició la llamada política de
consenso, que consistió en resolver las cuestiones claves para la construcción de la nueva
democracia en España y los problemas que se presentaban mediante la negociación y el
acuerdo entre las fuerzas políticas.

La Constitución se asienta sobre un conjunto de principios y valores esenciales:


libertad, justicia, pluralismo político, igualdad ante la ley, y define España como un
“Estado social y democrático de Derecho”, organizado como una Monarquía
parlamentaria, en la que la Corona tiene básicamente funciones representativas. En
consecuencia, se fija el sometimiento de todos los poderes a la legalidad, de manera que
la acción de los gobernantes y las autoridades queda limitada por el Derecho. Asimismo,
el texto fija el carácter no confesional del Estado y garantiza la participación de los
ciudadanos en las decisiones políticas a través de representantes elegidos en votación.
Además, se afirma la obligación del Estado a promover el bienestar colectivo por medio
de una serie de prestaciones públicas de carácter económica-social para mejorar las
condiciones de vida de los ciudadanos. También se establecen en la Constitución los
mecanismos necesarios de la reforma del texto constitucional.

En el Título primero de la Constitución se realiza un completo reconocimiento de


los derechos y libertades fundamentales: el derecho a la vida y la abolición de la pena de
muerte, el derecho a la integridad física y la prohibición de la tortura, el derecho a la
seguridad, a la educación, a la Seguridad Social, y las libertades religiosa, de expresión,
de pensamiento, de reunión y de manifestación.

En la Constitución de 1978, la Corona, las Cortes, el Gobierno, el Tribunal


Constitucional y el Consejo General del Poder Judicial aparecen como los principales
órganos de nuestro Estado. En cuanto a la Corona, el Rey desempeña la Jefatura del
Estado, su cargo es vitalicio, y la Corona, hereditaria. Las principales atribuciones del
monarca son la representación del Estado, la sanción de las leyes aprobadas por las
Cortes y el mando supremo nominal sobre las Fuerzas Armadas. Sin embargo, el Rey
carece de poderes políticos y no participa en la elaboración de las leyes.

En lo que respecta al poder legislativo, éste reside en las Cortes Generales, que
están formadas por dos cámaras: el Congreso de los Diputados y el Senado. Sus
funciones son la elaboración de las leyes, el control de la acción gubernamental, la
aprobación de los presupuestos generales del Estado y la autorización de tratados
internacionales. Ambas cámaras son representativas y sus miembros son elegidos por
sufragio universal.

Por su parte, el Consejo de Ministros o Gobierno es el centro del poder ejecutivo y


el órgano principal encargado de la dirección de los asuntos políticos del Estado. Está
compuesto por el presidente, los vicepresidentes y los ministros. El presidente encabeza
la acción del Gobierno y es el responsable de coordinar las tareas de los restantes
miembros del Consejo de Ministros. El Gobierno se encarga de la dirección de la política
interior y de los asuntos exteriores, de la defensa del Estado y de la Administración civil y
militar. Además, se encarga de la elaboración de los presupuestos generales del Estado,

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de convocar elecciones y del nombramiento de cargos públicos. Asimismo, también
puede legislar promulgando normas con rango de ley por delegación previa del
Parlamento, o puede aprobar decretos-leyes en caso de urgente necesidad. Además, el
Gobierno tiene capacidad para dictar normas y reglamentos para desarrollar leyes
aprobadas por las Cortes, amén de poseer el derecho de iniciativa legislativa.

De acuerdo a lo establecido en la Constitución, el Poder Judicial es independiente,


se establece el Tribunal Supremo como órgano superior de Justicia y un Tribunal
Constitucional, cuya función es comprobar la constitucionalidad de las leyes y de las
actuaciones de los poderes públicos. También se establece la figura del Defensor del
Pueblo, que es nombrado por las Cortes Generales para defender los derechos
fundamentales de los ciudadanos, y el Tribunal de Cuentas, que fiscaliza los gastos e
ingresos del Estado y de las administraciones públicas.

Con respecto a la Administración territorial, La Constitución proclama en el


artículo 2, la “indisoluble unidad de la Nación española, patria común e indivisible de
todos los españoles”, al tiempo que “reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las
nacionalidades y regiones que la integran” y reconoce como lengua oficial del Estado el
castellano, además de las lenguas propias en las respectivas Comunidades Autónomas.
Por su parte, el Título VIII regula la descentralización de ciertos poderes del Estado y
posibilita la creación de Comunidades Autónomas. El Estado se reservaba las
competencias exclusivas en Asuntos Exteriores, Defensa, Justica… y garantiza la
solidaridad entre las distintas regiones y nacionalidades.

La Administración territorial se organiza en Autonomías, en la actualidad 17, más


dos ciudades autónomas. Se establecieron dos vías para su acceso, la vía rápida por el
artículo 151 para los nacionalismos históricos (Cataluña, País Vasco, Galicia), y el 143, o
vía lenta, para los demás, aunque todas llegarán a tener las mismas competencias de
autogobierno. Las Autonomías se organizaban en provincias y en municipios.

De este modo, la construcción del Estado de las Autonomías tuvo dos etapas
diferentes: la primera fue la de las preautonomías, es decir, la concesión de una
autonomía provisional a regiones cuyos representantes la solicitaran. La segunda se
emprendió a partir del momento en que la Constitución reguló definitivamente el régimen
autonómico.

La primera preautonomía o Gobierno Provisional, se concedió a Cataluña, tras el


regreso en 1977 del antiguo dirigente republicano Josep Tarralledas, presidente de la
Generalitat en el exilio. A continuación, el País Vasco y Galicia. La Constitución establecía
la posibilidad de que todas las regiones se convirtieran en Comunidades Autónomas.
Cada una de ellas se regiría por un Estatuto de Autonomía, y se dotaría de órganos
legislativos, elegidos por sufragio universal (parlamentos autónomos), y órganos
ejecutivos (gobiernos autónomos). Pero establecía dos procedimientos distintos: uno más
rápido y completo, previsto en el artículo 151, al que podían acceder directamente las
nacionalidades históricas (Cataluña, Galicia y País Vasco) e incluso otras que cumpliesen
determinadas condiciones, y otro más lento, previsto por el artículo 143.

De hecho, la mayoría de las Comunidades Autónomas se regirían por el artículo


143, a excepción de las nacionalidades históricas, de Navarra, que se regiría por un
mecanismo especial partiendo de su peculiar sistema foral, y la de Andalucía, que había
creado una Junta de Andalucía en 1978, y decidió por referéndum la vía más rápida del
art. 151. Los primeros estatutos promulgados fueron los de Cataluña, el País Vasco en
1979. Los Estatutos de Galicia y Andalucía en 1981 y entre 1982 y 1983, se aprobaron los

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del resto de Comunidades Autónomas. En 1995, se regularon los regímenes autónomos
de Ceuta y Melilla.

Además de la Constitución, el gobierno de la UCD llevó a cabo una importante


labor legislativa. De este modo, se modificó el Código Civil y se aprobó el Estatuto de los
Trabajadores en 1980.

3. Crisis económica, consenso social y actitudes violentas

La Transición coincidió con el desarrollo de una crisis económica internacional


desencadenada por una gran subida del precio del petróleo desde 1973. De hecho, la
economía española sufrió gravemente la recesión a partir de 1975. El alza del precio del
petróleo provocó una espiral inflacionista que alcanzó el 20% anual, lo que se tradujo en
una pérdida de competitividad que hizo descender las importaciones. Por esta razón, el
déficit de la balanza comercial se duplicó. Sin embargo, hubo una serie de factores que
paliaron la gravedad del déficit durante los primeros años, como la devaluación de la
peseta, que favoreció las exportaciones; los ingresos por turismo y la inversión de capital
extranjero.

La crisis energética derivó en una profunda crisis industrial que tuvo dos causas:
el aumento de los costes y de los precios de venta como consecuencia del consumo de
energía, y el elevado peso de ciertos sectores industriales en los que la crisis fue más
grave. En consecuencia, el paro aumentó a un ritmo anual muy elevado y alcanzó el 10%
en 1979. Paralelamente, la renta anual por habitante creció algo menos del 1% entre 1975
y 1985.

Con el fin de construir el sistema democrático en España y hacer frente a los


problemas económicos, el gobierno y los partidos políticos y agentes sociales llegaron a
una serie de acuerdos como los Pactos de la M oncloa (octubre de 1977), que
contenían una serie de acuerdos para la reforma y saneamiento de la economía y un
programa de actuación jurídica y política por el que el gobierno se comprometía a regular
la vida pública de acuerdo con los principios democráticos que se plasmarían después en
la Constitución. En el terreno económico, los objetivos fundamentales fueron la reducción
de la inflación y la aplicación de reformas para repartir los costes de la crisis. Para
controlar la inflación se devaluó la peseta, se redujo el gasto público, se racionalizó el
consumo energético y se pactó un sistema de aumentos salariales vinculados a la inflación
prevista.

Del mismo modo, se procedió a una reforma tributaria para modernizar la


estructura fiscal española. El nuevo sistema se basaría en el IRPF, el IVA y el Impuesto de
Sociedades. También se reformó el sistema de la Seguridad Social, incrementando la
financiación pública, extendiendo el seguro de desempleo e incrementando las pensiones
de jubilación.

Mientras que la mayoría de las fuerzas políticas y de la sociedad española


apostaba por un consenso social que consolidase el proceso de transición, algunos
sectores promovían la violencia para desestabilizar al país y obstaculizar la construcción
democrática. Las principales amenazas provenían de los franquistas inmovilistas, los
militares golpistas y del terrorismo. Las fuerzas de extrema derecha nostálgicas del
franquismo se movilizaron para impedir la consolidación democrática. Para ello
organizaron manifestaciones y grupos violentos llegando a crear agrupaciones de

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pistoleros como los Guerrilleros de Cristo Rey, la Triple A o el Batallón Vasco Español.
Por su parte, grupos de militares franquistas intentan un golpe de Estado conocido como
“Operación Galaxia” (1978).

Mientras tanto, el terrorismo buscaba sus víctimas entre las Fuerzas Armadas, los
cuerpos de seguridad y algunas personalidades vinculadas al franquismo. El terrorismo
de extrema izquierda estuvo vinculado a la aparición de organizaciones como el GRAPO
(Grupos Revolucionarios Antifascistas Primero de Octubre) y el FRAP (Frente
Revolucionarios Antifascista y Patriota) que organizan actos violentos y diversos
secuestros. No obstante, la principal actividad terrorista provenía de ETA (Euskadi Ta
Askatasuna o “País Vasco y Libertad”) que emprendió una campaña de atentados que
causó 77 muertos en 1979 y 95 en 1980, con especial incidencia entre militares y fuerzas
de orden público. En Cataluña se creó la organización independentista Terra Lliure, que
cometió diversos atentados y secuestros hasta su disolución en 1995.

4. La Consolidación democrática (1978-1982)

Una vez aprobada la Constitución, se disolvieron las Cortes y se convocaron


elecciones legislativas para marzo de 1979. En ellas el triunfo fue para la UCD, que
presidía Adolfo Suárez. El nuevo gobierno continuó la actividad reformista en la línea
diseñada por los Pactos de la Moncloa, que implicó la promulgación del Estatuto de los
Trabajadores (1980). Sin embargo, el Ejecutivo se mostró inestable, ya que tuvo que
hacer frente a varios cambios ministeriales, lo que provocó el desgaste del presidente
Suárez y una crisis de liderazgo interno como presidente de UCD.

A los problemas internos de este partido se añadieron los fracasos en las primeras
elecciones municipales democráticas de abril de 1979, en las que los partidos de
izquierdas se hicieron con los ayuntamientos de las grandes ciudades; y en las elecciones
autonómicas en el País Vasco y Cataluña en marzo de 1980. De este modo, la oposición
ganaba fuerza y el gobierno tuvo que someterse a una moción de censura, presentada por
el PSOE en las Cortes, que ganó por escaso margen. Como consecuencia del
fraccionamiento interno de la UCD, del cuestionamiento de su liderazgo en el partido y de
fuertes presiones de sectores empresariales y militares contra su persona, Adolfo Suárez
dimitió como presidente del gobierno y del partido el 29 de enero de 1981.

Sin embargo, la principal amenaza al sistema democrático provenía de los


sectores más conservadores del Ejército, los cuales no aceptaban las reformas
democráticas, la legalización del PCE, el proceso autonómico, el terrorismo y la
anunciada reforma militar. Por estas razones, el 23 de febrero de 1981, mientras se estaba
realizando en el Congreso de los Diputados la votación de investidura de Leopoldo Calvo
Sotelo como sucesor de Suárez en la presidencia del gobierno, un grupo de guardias
civiles al mando del teniente coronel Antonio Tejero irrumpió en el hemiciclo,
interrumpió la votación por la fuerza y retuvo a todos los diputados. Paralelamente, el
capitán general Jaime Milans del Bosch se sublevaba en Valencia y sacaba los tanques a
la calle para imponer un golpe de Estado militar que cambiase el rumbo de la política
española.

Dos días después del golpe, Leopoldo Calvo Sotelo fue investido nuevo jefe del
gobierno. Su política era continuista con las reformas emprendidas por Suárez. Así, el
gobierno firmó, en un plano de igualdad, con las organizaciones empresariales y
sindicales el Acuerdo Nacional de Empleo, con el fin de contribuir a la estabilidad
democrática tras la intentona golpista. También se aprobó la Ley del Divorcio en abril de
1981, a pesar de la oposición de los sectores democristianos de la UCD. No obstante, una

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de las decisiones más trascendentales del gobierno fue la petición de ingreso de España
en la OTAN en mayo de 1982, a la que se opusieron la mayoría de los partidos de
izquierda, y que se haría efectiva en un referéndum en 1986 bajo el gobierno del PSOE.
La descentralización del Estado se plasmó en la Ley Orgánica de Armonización del
Proceso Autonómico (LOAPA) el 30 de junio de 1982, cuyo objetivo era impedir que
fueran desbordados los límites de los poderes entregados a las autonomías.

Sin embargo, Calvo Sotelo no consiguió frenar la progresiva desintegración de la


UCD. Por su parte, Suárez abandonó dicha formación para crear su propio partido, el
Centro Democrático y Social (CDS) en el mes de julio de 1982. El 28 de agosto, el
presidente Calvo Sotelo disolvió el Parlamento y convocó nuevas elecciones para octubre
de 1982, que dieron la victoria al Partido Socialista Obrero Español (PSOE), liderado por
Felipe González. Esta victoria marcó el final del proceso de transición a la Democracia en
España y dio inicio a una nueva etapa constitucional de consolidación definitiva del
régimen democrático en España.

Conclusión

La Transición a la Democracia en España fue una etapa que supuso el final del
Franquismo como entidad política. Para algunos autores, este período de transición acaba
en 1978 con la aprobación de la Constitución y para otros, con el triunfo electoral del
PSOE en 1982. De lo que no cabe ninguna duda es que, durante este proceso, los
sectores políticos más reformistas del anterior régimen desmantelaron progresivamente
el edificio legal e institucional de la Dictadura. Por otro lado, la mayoría de los partidos de
la oposición aceptaron, cediendo en mayor o menor grado con respecto a sus proyectos
ideológicos tradicionales, el proceso de transición a la Democracia. No hay que olvidar
tampoco la presión que llevaron a cabo numerosos colectivos populares, como
asociaciones y movimientos vecinales, en pos de una democratización de la vida política
en España.

Por lo tanto, se puede afirmar que la Transición fue el resultado de una voluntad
política de consenso entre las distintas fuerzas políticas, que estuvo condicionada también
por el recuerdo de la traumática Guerra Civil ocurrida cuarenta años antes. Además, en
este período se sentaron las bases políticas, económicas, jurídicas e institucionales de
nuestro sistema democrático actual.

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