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Michael Sandel
Michael Sandel
Información personal
Nacionalidad Estadounidense
Educación
Balliol College
Alma máter
Universidad Brandeis
Información profesional
Miembro de Academia Estadounidense de las Artes y las
Ciencias
Phi Beta Kappa
Distinciones FP Top 100 Global Thinkers
Índice
[ocultar]
1Educación
2Perspectivas Filosóficas
3Magisterio
o 3.1Justicia
o 3.2Otras actividades docentes
4Servicio Civil
5Obras
6Referencias
7Enlaces externos
Educación[editar]
Nacido en Minneapolis en el seno de una familia hebrea, Sandel se mudó a Los Ángeles con
trece años de edad. Fue Presidente de su sección en secundaria a nivel diversificado en el
liceo Palisades High School en 1971, posteriormente ingresó de la Universidad Brandeis en
Waltham, Massachusetts, fue elegido miembro Phi Beta Kappa de la Brandeis University en
1975 y se doctoró en el Balliol College, en Oxford, como becario Rhodes Scholar, bajo la
tutela del filósofo Charles Taylor.
Perspectivas Filosóficas[editar]
Michael Sandel se ubica dentro de la corriente teórica comunitarista1 (aunque manifiesta
incomodidad por la etiqueta), es mejor conocido por su crítica a la Teoría de la Justicia
de John Rawls (A Theory of Justice) respecto de la cual opina: "la argumentativa de Rawls
sugiere el presupuesto del velo de la ignorancia, el cual nos permite abstención ante el
compromiso propio". Sandel estima que, por naturaleza, se es intransigente al extremo de
admitir incluso la existencia de dicho velo. Ilustra su postura reflexionando sobre los vínculos
familiares que se gestan no como consecuencia de opciones conscientes sino respecto a los
cuales nacemos en contexto vinculante. Dado que dichos vínculos no son de asimilación
consciente, son de difícil desagregación en su atribución personal. Sandel expone que solo
una modalidad algo más amplia del 'velo de la ignorancia' es admisible. El argumento de
Rawls, sin embargo, depende del hecho de que el velo es restrictivo, lo suficiente como para
permitirnos tomar decisiones sin conciencia de quienes se verán afectados por las mismas, lo
cual es imposible si se toma en cuenta que, en principio, estamos vinculados a seres humanos
en este mundo.
El catedrático estadounidense, cuyo último trabajo editorial se titula 'Contra la Perfección',
estudia, por otra parte, la ética en la era de la ingeniería genética, mostrándose partidario de
potenciar lo que William E. May llamó “apertura a lo recibido”, es decir, una predisposición a
aceptar el destino tal y como se presenta y que Sandel considera una “virtud”, no solo en el
terreno de la procreación sino en todos los ámbitos de la vida.2 Desde esta perspectiva, la
ingeniería genética representaría el triunfo del impulso del hombre por dominar sobre el resto
de la humanidad. Sandel también opina que el amor de los padres hacia sus hijos no depende
de los atributos o virtudes de estos, a diferencia de lo que puede ocurrir con la pareja o los
amigos, a quienes elegimos libremente. Plantea, así, objeciones basadas no tanto en la
autonomía de los hijos como en la actitud de los progenitores y su afán por controlar el destino
de sus descendientes. “Cambiar la naturaleza de nuestros hijos para que tengan un mayor
éxito en una sociedad competitiva puede parecer un ejercicio de libertad, pero es lo contrario a
ella”.3
Magisterio[editar]
Justicia[editar]
El Dr. Sandel dictó Cátedra en su afamado programa "Justicia"4 curso de la Universidad
de Harvard impartido a lo largo de dos décadas. La asignatura se constituyó en la de más alta
matrícula en la historia de la Universidad de Harvard con más de 14.000 alumnos. La sección
del lapso de otoño del 2007 fue la mayor de todas con un total de 1.115 estudiantes inscritos
en Harvard,5 El contenido programático de la sección de otoño del 2005 fue grabado y se
ofrece en línea al estudiantado a través del Núcleo de Extensión Universitaria de Harvard.
Una edición resumida de esta grabación es en la actualidad una serie televisada de doce
capítulos llamada: Justicia: ¿Qué es lo que hay que hacer correctamente?, en una
coproducción de WGBH y la Universidad de Harvard. Los distintos episodios se encuentran
disponibles en Justicia con Michael Sandel website.6 Un libro auxiliar a la serie está
disponible Justicia: ¿Qué es lo que hay que hacer correctamente?, al igual que un listado de
fuentes lectivas recomendadas conocido como Justicia: lecturas.
Otras actividades docentes[editar]
El Dr. Sandel también imparte, junto al Dr. Douglas Melton, "Ética y Biotecnología", un
seminario sobre las consideraciones éticas atribuibles a la aplicación de procedimientos
biotecnológicos prospectivamente.
Servicio Civil[editar]
El Dr. Sandel se desempeñó en la Administración Pública durante la Presidencia de George
W. Bush en la Consejería Presidencial sobre Bioética President's Council on Bioethics.
Es miembro de la American Academy of Arts and Sciences.
Obras[editar]
Justice: What's the Right Thing to Do? (Farrar, Straus and Giroux, 2010)
Liberalism and the Limits of Justice (Cambridge University Press, 1982, 2nd edition, 1998)
Democracy's Discontent (Harvard University Press, 1996)
Public Philosophy: Essays on Morality in Politics (Harvard University Press, 2005)
The Case against Perfection: Ethics in the Age of Genetic Engineering (Harvard University
Press, 2007)
What Money Can't Buy: The Moral Limits of Markets. Macmillan. 2012. ISBN 9781429942584.
Ediciones es español
Lo que el dinero no puede comprar: Los límites morales del mercado. Penguin Random
House. 2013. ISBN 9788499923109.
Referencias[editar]
1. Volver arriba↑ Comunitarismo
2. Volver arriba↑ Curso en la UIMP en Valencia
3. Volver arriba↑ Curso en la UIMP en Valencia
4. Volver arriba↑ Justicia: Travesía a través del Razonamiento Moral, Michael J. Sandel
Archivado el 13 de diciembre de 2007 en la Wayback Machine.
5. Volver arriba↑ Makarchev, Nikita. "Sandel Wins Enrollment Battle." The Harvard Crimson.
September 26, 2007.
6. Volver arriba↑ "Justicia"—Al Aire, en e-libro, de Craig Lambert, 22 de septiembre de 2009
Enlaces externos[editar]
Michael Sandel. Harvard University
Justice with Michael Sandel
Michael Sandel’s TED talks
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AMANDA MARS
Todo parece en venta: se puede conseguir pasar la pena de prisión en una celda
mejor que el resto si se pagan 82 dólares por noche en Santa Ana (California); el
derecho a emitir a la atmósfera una tonelada de dióxido de carbono sale por 13
euros en la UE y hasta es posible comprar el seguro de vida de un enfermo o
anciano, pagando todas sus primas mientras viva, para luego cobrar los
beneficios cuando fallezca, lo que implica que cuantos menos años viva, más
jugoso es el negocio. Una aberrante lista de ejemplos ha sido recopilada por
Michael J. Sandel, profesor de Filosofía Política en la Universidad de Harvard, en
su último libro Lo que el dinero no puede comprar. Los límites morales del
mercado. Sandel, que participó esta semana en un coloquio en Madrid, invitado
por el Aspen Institute España, alerta sobre los peligros de la desigualdad en una
época en la que la riqueza no sirve solo para tener más yates o mejores coches,
sino para comprar casi todo: influencia política, seguridad...
Pregunta. Dice que hemos pasado de una economía de mercado a una sociedad
de mercado: la primera sirve para organizar la actividad productiva y la
segunda permite que los valores mercantiles impregnen todos los aspectos de
la actividad humana. ¿En qué momento se cruza esa frontera?
Respuesta. Es difícil decir cuándo exactamente. Hay una vida social, una
actividad humana, a la que los mercados no pertenecen y hay muchos ejemplos
que muestran lo perjudicial que es que ocurra. Hay áreas donde los valores de
mercado se están imponiendo, como la sanidad o la educación, y necesitamos el
debate.
R. Exacto, es muy gradual: cada vez que introducimos los valores de mercado a
un área parece un paso pequeño en esa dirección. Por ejemplo, pagamos un
sobreprecio para lograr saltarse una cola en un parque de atracciones, o por
tener un asiento más cómodo en un avión. Entonces estamos comprando un
servicio que ofrece una compañía, pero la cosa cambia totalmente si ese
sobreprecio nos vale para saltarnos una cola del control de seguridad, porque
no es un servicio privado, sino una cuestión de seguridad nacional, la
protección de todos y ahí [el dinero] marca diferencia en nuestra relación con
la seguridad pública y los espacios públicos. Así que lo que empieza como una
práctica inocente, incluso lógica, cambia la relación entre los ciudadanos. Ahora
los lobbies pueden pagar a otras personas en Washington DC para que hagan
cola por ellos y tengan sitio para asistir a los debates que más les interesan en
el Congreso... Esto no es un parque de atracciones, esto es el Congreso, muy
diferente... Así que debemos dar un paso atrás y debatir a qué área pertenecen
los mercados y en qué áreas no deberían entrar porque perjudican la vida
democrática.
P. Pero los Gobiernos parecen cada vez más débiles ante el poder de los
mercados.
R. Muchos economistas creen que las reglas del mercado son neutrales, pero yo
no lo creo. Cuando introducimos la lógica mercantil a conceptos como la
ciudadanía, por ejemplo, cambia el significado y el valor de esa ciudadanía. Con
un televisor, la compraventa no cambia su valor, es el mismo aparato. Pero, por
ir a un extremo, no ocurre lo mismo con la amistad: si pudieras salir a la calle y
comprar amigos, no funcionaría, porque el mismo hecho de comprar esa
amistad cambiaría el significado de la relación. Si aceptamos que las personas
puedan comprar la ciudadanía, el significado de lo que es la ciudadanía cambia.
Por ejemplo, hay escuelas que incentivan a los alumnos a leer libros a cambio
de cobrar dos dólares, en este caso por el hecho de mercantilizarlo, el valor de
leer un libro cambia.
R. Sí, sería un gran ejemplo... Les dicen que puede comprar su permiso para
vivir aquí. Algo similar sucede en EE UU: si inviertes 500.0000 dólares y se
crean 10 empleos en zona de alto paro, consiguen las tarjetas de residentes.
P. Desde ese punto de vista, ¿es la prostitución otro de esos ejemplos en los que
se mercantilizan áreas humanas?
R. No lo creo, yo creí, como hizo mucha gente en 2008, que con la crisis
tendríamos un nuevo debate sobre el papel de los mercados, pero no ha pasado
y uno de mis objetivos es inspirar este debate
M. S.: ¡Un debate serio! Hoy vivimos en democracias sofisticadas, pero no nos
gusta preguntarnos si los mercados de veras le sirven a la gente. Después de la
crisis de Wall Street, nadie se atrevió a poner seriamente en duda el papel que el
dinero tiene en nuestra sociedad.
M. S.: El problema de multar a los bancos es que terminan viendo las multas como
un costo más. Y entonces pierden sentido. Pienso que debió haber castigos
individuales y además, en intercambio al rescate masivo que la gente financió con
sus impuestos, la obligación de incluir a voces ciudadanas en las juntas directivas.
Obama quiso hacerlo, pero al final no fue capaz y perdió mucha credibilidad.
M. S.: Las reformas no son suficientes. Tras la crisis, quienes pagaron los platos
rotos fueron los ciudadanos con sus impuestos. Y así y todo la gente nunca exigió
seriamente que se sacaran lecciones para que los excesos y la temeridad de
firmas financieras jamás volvieran a repetirse.
SEMANA: ¿Por qué cree que la sociedad evade las discusiones de fondo?
M. S.: Los mercados son tan atractivos que nos hacen olvidar las preguntas
esenciales de nuestra existencia. Así, han terminado por hacernos pensar que
podemos ahorrarnos la necesidad de tener una ética y un compromiso con los
asuntos sociales y políticos que deberían importarnos. El pensamiento mercantil
se ha tomado todos los aspectos de la vida: la familia, el civismo, la salud, la
educación, la política, los medios e, incluso, la ley. Y esto es grave porque al
hablar de mercados hoy no solo hablamos de carros, tostadoras y televisores de
pantalla plana, sino también de nuestros valores. Y ahí corremos el riesgo de
corrompernos.
M. S.: En 30 años, el mundo, sin darse cuenta, ha pasado de tener una economía
de mercados a ser una sociedad de mercados. La economía es una herramienta
valiosa y efectiva para organizar la actividad productiva. Pero una sociedad de
mercados es un lugar donde todo queda a la venta, donde la lógica mercantil lo
invade todo y crea sociedades tímidas, reticentes. En esas sociedades, y
Colombia no es la excepción, la gente prefiere no hablar de ética, ni de los
asuntos que de veras importan, sino que dejan sus convicciones morales y
políticas en casa y viven según las reglas del mercado. Por eso pasan esas cosas.
M. S.: Mediante liderazgo e instituciones en las que la gente pueda confiar. Pero
hay algo más importante: la educación de los ciudadanos. Una educación basada
en valores tan básicos como el respeto mutuo y la tolerancia del desacuerdo. Ese
sí que es un proyecto importante y, además, uno a largo plazo. Solo así podrán
fortalecer su tejido moral y cívico y construir una sociedad verdaderamente
democrática.
DOCUMENTOS RELACIONADOS
Resumen del libro economia de empresa, de michael r baye
PORTAFOLIO
Sandel es uno de los profesores más reconocidos de ese prestigioso centro educativo,
en donde enseña sobre justicia, ética, democracia y mercados. Ha escrito libros como
'Lo que el dinero no puede comprar: los límites morales del mercado', traducido a más
de 30 idiomas.
A su estilo, durante una de sus charlas habló con los estudiantes de la Universidad del
Rosario, claustro que lo invitó al país. Y dialogó con Portafolio.co
Esta es mi tercera visita al país y durante las dos primeras las preguntas eran sobre el
proceso de paz, el fin a la violencia y la guerra. Y ahora descubrí otro gran problema
público que la gente está debatiendo: la corrupción.
Las personas definieron corrupción como usar un puesto público para obtener
beneficios privados, eso es ciertamente una parte importante de la corrupción y algo
que se necesita combatir.
La gente piensa que la corrupción es más grande y en diferentes ámbitos, por ejemplo,
si no pagas el bus o pasas adelante de alguien en una fila. Pregunté sobre otros
ejemplos de la vida cotidiana que reflejan actitudes morales. Por ejemplo, si se tiene
que obtener un documento, como una licencia de conducir o un certificado de
nacimiento en una oficina municipal y no quiere esperar en una larga fila para
conseguirlo, puede contratar a lo que ustedes llaman un 'tramitador' para que lo haga
por usted.
Tenemos la práctica, pero no hay una traducción perfecta que usa una sola palabra. En
mi libro ‘What Money Can't Buy: The Moral Limits of Markets’, analizo unos ejemplos
de lo que sucede en Estados Unidos: 'paid line-standing' o 'Hired line-standers’ serían
el equivalente más cercano, pero incluso ese es un nuevo término en inglés porque
esta es una tendencia que realmente solo ha surgido en las últimas tres décadas allá,
ya que el dinero ha extendido su alcance a muchos dominios de la vida.
Este concepto incluso se extiende a Washington D.C. para estar en una audiencia del
Congreso o para escuchar una discusión de la Corte Suprema. Si se quiere asistir,
puede haber una larga lista de otros interesados. Por eso, hay empresas que brindan
el servicio profesional de hacer cola, y eso es nuestra versión de los 'tramitadores'.
Implica desafiar y debatir, y tal vez cambiar las actitudes del público, generalmente, se
trata de la ética pública ampliamente concebida. Pero para hacer eso, tenemos que
tener un debate público más completo de lo que estamos acostumbrados acerca de
cuál debería ser la ética pública y hasta dónde debería llegar el poder del dinero en los
ámbitos de la salud, la educación y las elecciones, por ejemplo.
Creo que es en gran medida una cuestión menos de leyes que de cultura, de actitudes
morales y de normas culturales arraigadas en las historias y tradiciones de cada país.
Es importante que la gente dirija su atención a estas cuestiones de actitudes morales,
de los valores, de la ética pública y de las tradiciones culturales y que tenga un debate
público al respecto.
Creo que una de las razones por las que la gente se siente frustrada en muchas
democracias por la política es que los debates que tenemos en público no son los más
importantes, no abordan las cuestiones grandes que afectan a la gente y a menudo no
abordan las cuestiones de los valores y de la ética pública.
Sin embargo, aquí en Colombia, y estoy hablando como observador externo, como en
los Estados Unidos, la desigualdad está contribuyendo a la polarización y refuerza el
problema de la corrupción porque contribuye a la falta de confianza. Entonces, es
parte del mismo ciclo de pérdida de confianza y eso crea una sociedad fragmentada.
Estuvo en un debate con candidatos presidenciales ¿Cree que los políticos están
abordando los problemas reales, los de la gente?
Hay una tendencia a ver la solución a la corrupción como una cuestión de ley y de la
aplicación de la ley. Esa es ciertamente una parte muy importante de la solución, pero
creo que es importante no olvidar los problemas culturales más amplios y la cuestión
de los valores y la ética pública.
Entonces, creo que el desafío para los candidatos será de hablar de esta frustración
más amplia que tienen los ciudadanos: la sensación de una falta de poder y de no ser
escuchados. Creo que es importante abordar esa sensación de desilusión junto con el
tema de la corrupción.
Así que creo que el sistema educativo tiene un papel importante que desempeñar y los
medios tienen un papel importante para crear foros de debate público sobre estas
grandes cuestiones de valores morales, en lugar de preguntas inmediatas sobre la
tendencia del momento. Por lo tanto, creo que el líder político y los partidos del futuro
que esperan inspirar a la generación más joven tendrán que hacer un trabajo mejor
que los de generaciones anteriores al abordar las grandes cuestiones de los valores y
de la ética pública.
Sí y es más fácil hacerlo ahora con las redes sociales. Eso fue lo que sucedió con la
campaña de Trump en Estados Unidos. Es una corrupción de las normas cívicas que
rigen el discurso. Siempre habrá desacuerdos en el discurso público, pero en el mejor
de los casos la deliberación democrática procede en un espíritu de respeto mutuo por
las personas que están en desacuerdo y ese respeto incluye la norma de ser
responsable de decir la verdad, incluso si está avanzando su propia posición. Cada vez
más, y tal vez las redes sociales empeoran las cosas, esas normas de discurso público
responsable y respetuoso parecen estar erosionándose.
El filósofo Michael Sandel imparte cada año, en la Universidad de
Harvard, un curso introductorio sobre «Justicia». El curso es tan popular
que, desde hace un tiempo, se ha visto obligado a dictarlo en un
auditorio especial, capaz de albergar a la multitud de estudiantes que
quieren acceder al mismo. Por idéntica razón, la clase sobre «Justicia»
comenzó a televisarse y ahora, finalmente, acaba de aparecer, en
versión especial, en forma de libro.
Justicia es un texto de filosofía política que recorre muchos de los temas y autores que, típicamente,
abordarían otros libros similares, también introductorios de la disciplina: Aristóteles, Hegel, Kant y Rawls;
utilitarismo, libertarianismo e igualitarismo; mercados, moral y política. Sin embargo, hay al menos dos rasgos
notables que convierten a esta obra en un libro diferente. Por un lado, Sandel demuestra una capacidad
extraordinaria para conectar cada tema que aborda, filosóficamente complejo, con ejemplos accesibles y
problemas públicos de primera magnitud: las acciones afirmativas; la venta de órganos; el alquiler de úteros;
los discursos con tono religioso de Lincoln u Obama; Enron y la crisis financiera en Estados Unidos. Todos los
ejemplos que ilustran el libro nos remiten a historias de gran atractivo: historias que no son meramente
imaginarias o hipotéticas. Ellas incluyen nombres y apellidos reconocibles, fechas concretas. Por otro lado, el
modo de abordar estas teorías, autores y casos no resulta, en absoluto, tradicional. Se encuentra directa y
profundamente marcado, por el contrario, por una mirada original y creativa, que responde a una filosofía
particular.
La filosofía de Sandel fue descrita, en una ocasión, como comunitarista (sobre todo, a partir de su pionero y
brillante análisis crítico de la obra de John Rawls, que apareciera en forma de libro en Liberalism and the
Limits of Justice). Él mismo la ha asociado, en varias ocasiones, con el pensamiento socialista, y muchos la
reconocen como continuadora de la tradición teórica republicana (sobre todo, a partir de su excelente
libro Democracy’s Discontent, en el que rastrea los orígenes republicanos de la democracia de su país).
Podría decirse que su filosofía resulta, en verdad, una combinación de todas las visiones citadas, pero
inmediatamente debería aclararse que no se trata de una mera mezcla –fruto del mero amontonamiento– de
ideas de distinto tipo. Por el contrario, Sandel se mueve entre estas distintas tradiciones del pensamiento
(comunitarismo, socialismo, republicanismo), pero dentro del espacio que configura el núcleo común, el
mínimo común denominador compartido por todas ellas: un impulso igualitarista; una preocupación especial
por el ideal del autogobierno; una atención particular por aquello que constituye una comunidad; el ojo puesto
en los vínculos que relacionan nuestras vidas, en los rasgos que definen nuestra identidad.
El resultado es, por ello, muy atractivo: viejos problemas examinados de un nuevo modo. Tomemos –por
pensar en un ejemplo de suma importancia– el caso de la discusión en torno a la desigualdad. Desde el
primer momento en que aborda el tema, el enfoque adoptado por Sandel es peculiar, no tradicional. Sandel
nos dice que el problema que nos propone la desigualdad no es el referido a cómo redistribuir el acceso al
consumo privado. El problema –señala– es muy diferente y se relaciona con el daño que la desigualdad
produce sobre el proyecto cívico, sobre una política del bien común. ¿Por qué así? Pues bien –nos dice
Sandel–, la desigualdad afecta al proyecto cívico porque la existencia de una brecha muy grande entre ricos y
pobres socava la solidaridad que requiere una ciudadanía democrática. En efecto, a partir de la existencia de
mayores niveles de desigualdad, ricos y pobres pasan a vivir vidas cada vez más separadas: los ricos mandan
a sus hijos a escuelas privadas, dejando la escuela pública para los pobres; comienzan a contratar seguridad
privada, desentendiéndose de la policía nacional; optan por participar en clubes privados, en lugar de recurrir
a clubes y piscinas municipales; se desplazan en sus propios vehículos, olvidándose del uso del transporte
público.
Todo este movimiento –nos dice Sandel– genera dos problemas de enorme gravedad: uno fiscal y el otro
cívico. El problema fiscal es que los más ricos, en estas condiciones, pierden toda voluntad de apoyar, con
sus impuestos, los servicios públicos: ¿por qué utilizar dinero en servicios que ellos ya no usan? Como
consecuencia evidente de esta decisión, los servicios públicos se deterioran cada vez más. El otro problema
es cívico, ya que instituciones públicas como las escuelas, los centros comunitarios, los clubes, dejan de ser
los lugares en que la gente se reúne: dejan de ser «escuelas informales de virtud cívica, en las que se cultiva
el sentido de comunidad que requiere la ciudadanía democrática». Por todo lo expuesto –concluye Sandel–, el
problema que nos plantea la desigualdad no es meramente redistributivo (que nos remite a pensar cuál es la
mejor teoría de justicia distributiva). La desigualdad nos provoca a pensar más bien en cómo reconstruir «la
infraestructura de la vida civil»: escuelas públicas adonde todos quieran mandar a sus hijos; un transporte
público que pueda ser utilizado por todos, o museos, bibliotecas, centros comunitarios, lugares en los que
personas de distintos orígenes y extracción social pueden encontrarse, dialogar entre sí, reconocerse como
iguales, advertir que son miembros de un empeño compartido.
Este es solo un ejemplo del modo –magistral– en que Michael Sandel aborda problemas conocidos con ojos
nuevos. Todo ello, además, apelando a valores profundamente enraizados en nuestra sociedad: la
fraternidad, la confianza, la civilidad, la comunidad, la solidaridad. Pero a Sandel no le interesa hablarnos de
utopías. Por el contrario, él viene a recordarnos que nos habla acerca de virtudes propias de la vida
democrática. Virtudes –nos dice– que no deben ser vistas y tratadas como recursos escasos, que deben
administrarse en dosis mínimas, sino como músculos, capaces de desarrollarse y de hacerse más fuertes en
la medida en que más se los ejercite.
Hubo días en los que no era necesario esperar tanto para hablar con Michael Sandel, pero
quedaron en el pasado. Entre las 500 personas repartidas en las butacas del teatro, una
recuerda esos años. Conoció al autor antes de que se convirtiera en “el profesor más popular
del mundo” y “el filósofo vivo más distinguido”; antes, incluso, de que su libro Lo que el dinero
no puede comprar, un best seller, fuera siquiera un proyecto. Antes de que asesores y
asistentes lo rodearan casi a todo momento. Lo conoció como estudiante en Oxford y dice que
mucho del estilo interactivo de ‘Justicia’, el curso que Sandel realiza en Harvard y que se
viraliza en internet, tiene raíces en un profesor que ambos compartieron en esos tiempos,
cuando no había que esperar que el académico terminara de firmar un centenar de copias de
su libro para acercarse a conversar de aquel pasado.
La tarde se hace noche en el Teatro Municipal de Las Condes, una de las comunas
acomodadas de Santiago de Chile, y el profesor Sandel no tiene tiempo de sentarse. Los siete
días que lleva en el país han sido de bastante movimiento, en especial los últimos dos: ayer
abrió el Congreso del Futuro con una charla de unos 30 minutos que giró en torno al tema de
su última publicación: los límites del mercado. En esa oportunidad, en el salón de honor del ex
Congreso Nacional en Santiago, Sandel pronunció la palabra inequidad decenas de veces.
Hoy, ante una audiencia menos heterogénea, brilló por su ausencia. ¿Simbólico? El autor dice
que no. “Creo que la inequidad fue el tema, aunque la palabra no se pronunciara
directamente. ¿Tú no?”, pregunta, sin abandonar el hablar pausado de sus clases. Y agrega,
“con los ejemplos que dimos apuntábamos a la inequidad”.
Para él, la inequidad es un problema, y uno serio: en un año en que el 1% más rico del mundo
pasó a tener más recursos que el 99% restante y hablando desde un país que ha sido
sacudido por escándalos de financiamiento irregular de campañas políticas y colusión entre
empresas para fijar precios, el académico dice que la inequidad no es sólo un problema de
justicia, sino también de democracia.
“Creo que la calidad de la democracia sufre cuando hay demasiada diferencia entre los ricos y
los pobres”, dice. “En nuestras sociedades, los que tienen más compran una salida de los
lugares y las instituciones públicas, porque pueden pagarlo”. El problema es que “hay un
sacrificio en la creación de formas de vida separadas: perdemos el sentido de un compartir de
la ciudadanía en democracia. Crearemos una sociedad más sana para todos y una
democracia más sana para todos si encontramos la forma de reforzar los espacios públicos y
comunes”.
- Chile fue un laboratorio para el neoliberalismo, con la influencia de los Chicago Boys
en su política económica durante la dictadura de Augusto Pinochet. ¿Cómo evalúa el
resultado?
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- No. Aprendimos con la crisis financiera que es un mito que los mercados puedan
autoregularse. La economía global casi se destruyó con ese mito. No hemos establecido los
tipos de regulación que necesitamos para evitar un retorno de la crisis financiera: aún existe el
‘too big to fail’ y creo que tenemos que llegar más lejos para prevenir crisis futuras.
El autor ocupa ese ejemplo para ilustrar el escape de las clases más acomodadas de los
espacios comunes de la democracia. “No importaría mucho que esto sólo pasara en los
eventos deportivos, pero pasa en toda la sociedad. Cada vez más, cuando el dinero compra
más y más, la gente de más ingresos y la más modestas vive más separada: residimos,
trabajamos, compramos y jugamos en lugares distintos. Enviamos a nuestros niños a escuelas
distintas. Es la ‘palconización’ de la vida social”.
Eso, que Sandel llama la ‘palconización’ de la vida social, es consecuencia de lo que define
como una sociedad de mercado, diferente, para él, de una economía de mercado. “Casi todo
se vende. Los valores de mercado comienzan a entrar a todos los aspectos de la vida social,
más allá de los bienes materiales: la salud, la educación, los medios, la ley, la política. La vida
cívica. Ponerle precio a todo genera que haya menos y menos lugares que unan a las
personas”.
¿Por qué es preocupante? Dos razones, dice Sandel. “Primero es la desigualdad. Si el dinero
sólo compra lujos, no sería importante, pero si determina acceso a los ingredientes esenciales
de una buena vida, como una buena educación o salud o influencia política, entonces sí
importa, y mucho. La segunda razón es que los valores de mercado tienden a corromper a los
valores esenciales que no son de mercado. El dinero no puede comprar amigos o votos,
porque disuelve el bien que busca, cambia el carácter de lo comprado”.
La ‘palconización’, esa segregación entre clase sociales en todos los aspectos de la vida,
preocupa al filósofo. “No es bueno para la democracia ni es una forma satisfactoria de vivir,
incluso para quienes pueden pagar una salida de los espacios compartidos. La democracia no
necesita igualdad perfecta, pero sí necesita que las personas de diferentes contextos sociales
se encuentren los unos y los otros en la vida cotidiana, porque así aprendemos a negociar, a
vivir con las diferencias. Así llegamos a preocuparnos del bien común”.
Comprar la política
En una improvisada entrevista en vivo con el editor del diario británico The Observer, John
Mullholand, Sandel habló de un país efervescente. En once días en Chile, visitó la austral
Punta Arenas, el Parque Nacional Torres del Paine y la Antártica chilena, y cenó con la
presidenta Michelle Bachelet, gran parte con fondos de la Fundación RAD, ligada al sector
empresarial chileno y que colaboró con el Congreso del Futuro. Mullholand estuvo entre la
audiencia el día de su presentación en el Congreso Nacional en Santiago y los organizadores
pidieron al periodista que condujera la entrevista para la transmisión oficial. Él no se negó.
Casi al inicio de la conversación, el profesor de Harvard se refirió al contexto chileno: el
anuncio de una nueva Constitución y escándalos políticos y empresariales que estaban
frescos en la memoria. “Es un momento especial, quizá histórico. Es un momento de gran
creatividad democrática”, dijo.
El financiamiento de las campañas políticas, manifestó Sandel, es uno de los problemas sin
resolver. “Creo que esto es un gran ejemplo del rol que el dinero y los mercados tienen en
lugares a los que no pertenecen, como la institución democrática y política. Uno de los
grandes desafíos es limitar el rol del dinero en la política, evitar que las corporaciones hagan
contribuciones políticas y limitar la suma con la que cualquier individuo pueda contribuir,
porque si no hay límites habrá corrupción. En este caso, el dinero corrompe la confianza de
los ciudadanos ante los partidos políticos”.
Para el autor, Estados Unidos no lo ha hecho mucho mejor. “Uno podría decir que el sistema
de financiamiento de campañas permite la compra y venta de votos: la Corte Suprema ha
abolido incluso las restricciones más modestas para el financiamiento de campañas. Ya casi
no hay restricciones y el sistema lleva a la corrupción. La política está en venta, pero no hay
una solución única a ello”.
¿Sabemos qué son estos términos? No, por supuesto. ¡Pero no importa! Su
sola mención invoca una doxa dominante, una opinión extendida —aunque
no suficientemente comprendida— contra la que nada se puede decir. Y, al
igual que un político mediano, Sandel no está ahí para llevar la contraria al
público, sino para proponerle un ejercicio de demolición controlada: piense
usted para, luego, seguir pensando igual, aunque con una certificación de
buena voluntad y mejores sentimientos.
Son tantas las objeciones que pueden plantearse a este tipo de argumentos
—¿desde cuándo se define la Universidad por ser una institución social?
¿por qué el mercado necesita una ética antes que marcos legales claros,
aunque sean diversos?— que uno no sabe ni por dónde empezar. Pero da
igual, pues su efectividad no se basa en su sofisticación sino en su simpleza
y en la anáfora, esto es, en la repetición de ciertos términos cargados de
valoración positiva (público, global, social) que nublan el juicio del oyente
llevándole mecánica y rápidamente a conclusiones claras de las que puede
tardar muchos años en librarse, si es que lo logra algún día.
Para eso son necesarios los filósofos “molestos” de la otra barriada, esos
escépticos que raras veces se dejan cautivar por las ideas comúnmente
aceptadas y con los que es difícil mantener una conversación continuada,
pues no tardan mucho en interrumpir el parloteo con contra-argumentos,
experimentos mentales, e interpelaciones de todo tipo (no lo tengo tan
claro, ¿por qué sí?, esto habría que estudiarlo más, ¿desde qué punto de
vista?).
Los que nos hemos formado con Althusser y con Foucault tenemos una tendencia
mecánica a ponernos en guardia al oir la palabra Justicia. Para Althusser es una idea
abstracta que oculta la lucha de clases y para Foucault también esconde algo, en este
caso las relaciones de poder. El famoso debate que sostuvo con Chomsky titulado "De
la naturaleza humana : justicia contra poder" todavía tiene hoy un interés, aunque
afortunadamente nos preocupa más las exigencias concretas de la justícia que los
debates teóricos que genera. Como dice Stephane Hessel en ¡ Indignaos! todos podemos
tener una noción elemental de la justicia para rebelarnos contra este mundo inaceptable.
En todo caso es cierto que hay tanto peligro en una noción demasiado abstracta
de justicia como en una hipercrítica que nos puede paralizar si cuestionamos tanto este
sentimiento elemental de indignación. Todas estas cuestiones vienen a cuento porque
esta ambivalencia queda muy clara en el libro que nos ocupa. Por una parte plantea
unas preguntas muy interesantes para un público muy amplio de ciudadanos que
conduce a una reflexión crítica que no hay que desperdiciar. Por otra justamente la
formulación abstracta del término esconde, como decían Althusser y Foucault, la lucha
de clases y las relaciones de poder.
Hay otra cuestión muy discutible, que es la manera ambigua como trata la justícia en
un terreno intermedio entre la moral y la política. Primero explica a fondo las teorías
morales de Mill y Kant para pasar indistintamente a las teorías políticas de Aristóteles y
Rawls. Su opción es el comunitarismo, entendido como una capacidad narrativa desde
la que construimos nuestra libertad, que no es una simple capacidad de elección
individual y como regulación moral de la política y la economía. El empeño de dar un
contenido a nuestra vida desde una narración que le de sentido está bien: siempre me
ha gustado la afirmación de Paul Ricoeur cuando nos invitaba a hacer de nuestra vida
una narración ética y estéticamente soportable. Pero lo que es cuestionable es la
dimensión comunitaria de esta narración. A partir del ejemplo de las responsabilidades
colectivas nos plantea que sólo desde este planteamiento un pueblo puede pedir perdón
a otro que ha sido su víctima. Dice Sandel que hay una responsabilidad compartidas que
van más allá de aquello a los que nos comprometemos, que aceptamos como contrato (
como plantearía Rawls). Creo que el dilema es falso. Uno sólo puede pedir
responsabilidades por su conducta y por sus consecuencias. Las responsabilidades
colectivas me parecen muy cuestionables porque se parte de una identidad
supuestamente homogénea. Un alemán no debe asumir responsabilidades contra un
judío o un judío contra un palestino si no se ha implicado activa o pasivamente en la
agresión. Hubo alemanes víctimas del nazismo y que lucharon contra él, igual que
israelitas pacifistas que defienden la causa de los palestinos. Las narraciones
comunitarias crean falsas identidades colectivas, sean a partir de la lo étnico, lo cultural
o lo nacional, que tantos desastres han causado. Otra cuestión que me parece
teriblemente confusa es cuando dice que no podemos separar las convicciones morales
y religiosas de las políticas. Me parece un paso atrás volver a considerar las creencias
religiosas como algo público y no privado del gobernante ( como hace Obama respecto
a Kennedy). Si hablamos de moral lo único que debe inspirar la política ha de ser un
proyecto moral universalista, como el de la "Dearación Universal de Derechos Humanos."
De todas maneras hay que reconocer que Sandel plantea problemas morales
interesantes, que a veces son desconcertantes o molestas para la izquierda. ¿ Debemos
considerar el servicio militar como una prestación cívica o dejar la defensa en manos de
un ejército profesional ?. Los ejércitos existen y no hay que esconderse en proclamas
antimilitaristas para escabullir el problema. Recordemos que Chomsky defendía el
servicio militar porque sino, decía, se condena a los hijos de las familias obreras no
cualificadas a hacer la guerra. También tenemos el espinoso tema de la discriminación
positiva ( estiremos de las orejas al traductor cuando lo traduce por "acción afirmativa").
Incluso vale la pena seguir su razonamiento sobre la finalidad del matrimonio para
centrar la polémica sobre la legalización de los matrimonios gays. O los niveles de
solidaridad en función del vínculo afectivo o de identificación, dificil tema que sólo había
leido en otro filósofo, Appiah.
El libro presenta un interés pero tiene el tremendo fallo de esconder la que me parece
la única opción justa, aunque esté por construir. Es la de una tradición de socialismo
democrático que quiere combinar la libertad de los antiguos ( las virtudes cívicas) con
las de los modernos ( la libertad personal). Sandel se empeña en contraponerlas al
identificarlas con unas alternativas tan excluyentes como discutibles como el
comunitarismo y el liberalismo. http://www.rebelion.org/noticia.php?id=135427