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Michael sandel

Michael Sandel
Michael Sandel

Información personal

Nacimiento 5 de marzo de 1953 (65 años)


Mineápolis, Estados Unidos

Nacionalidad Estadounidense

Educación

 Balliol College
Alma máter
 Universidad Brandeis

Información profesional

Ocupación Profesor, filósofo político, pedagogo y


filósofo

Empleador Universidad de Harvard


Miembro de Academia Estadounidense de las Artes y las
Ciencias
 Phi Beta Kappa

Distinciones FP Top 100 Global Thinkers

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Michael Sandel (n. 5 de marzo de 1953), es un filósofo estadounidense.

Índice
[ocultar]

 1Educación
 2Perspectivas Filosóficas
 3Magisterio
o 3.1Justicia
o 3.2Otras actividades docentes
 4Servicio Civil
 5Obras
 6Referencias
 7Enlaces externos

Educación[editar]
Nacido en Minneapolis en el seno de una familia hebrea, Sandel se mudó a Los Ángeles con
trece años de edad. Fue Presidente de su sección en secundaria a nivel diversificado en el
liceo Palisades High School en 1971, posteriormente ingresó de la Universidad Brandeis en
Waltham, Massachusetts, fue elegido miembro Phi Beta Kappa de la Brandeis University en
1975 y se doctoró en el Balliol College, en Oxford, como becario Rhodes Scholar, bajo la
tutela del filósofo Charles Taylor.

Perspectivas Filosóficas[editar]
Michael Sandel se ubica dentro de la corriente teórica comunitarista1 (aunque manifiesta
incomodidad por la etiqueta), es mejor conocido por su crítica a la Teoría de la Justicia
de John Rawls (A Theory of Justice) respecto de la cual opina: "la argumentativa de Rawls
sugiere el presupuesto del velo de la ignorancia, el cual nos permite abstención ante el
compromiso propio". Sandel estima que, por naturaleza, se es intransigente al extremo de
admitir incluso la existencia de dicho velo. Ilustra su postura reflexionando sobre los vínculos
familiares que se gestan no como consecuencia de opciones conscientes sino respecto a los
cuales nacemos en contexto vinculante. Dado que dichos vínculos no son de asimilación
consciente, son de difícil desagregación en su atribución personal. Sandel expone que solo
una modalidad algo más amplia del 'velo de la ignorancia' es admisible. El argumento de
Rawls, sin embargo, depende del hecho de que el velo es restrictivo, lo suficiente como para
permitirnos tomar decisiones sin conciencia de quienes se verán afectados por las mismas, lo
cual es imposible si se toma en cuenta que, en principio, estamos vinculados a seres humanos
en este mundo.
El catedrático estadounidense, cuyo último trabajo editorial se titula 'Contra la Perfección',
estudia, por otra parte, la ética en la era de la ingeniería genética, mostrándose partidario de
potenciar lo que William E. May llamó “apertura a lo recibido”, es decir, una predisposición a
aceptar el destino tal y como se presenta y que Sandel considera una “virtud”, no solo en el
terreno de la procreación sino en todos los ámbitos de la vida.2 Desde esta perspectiva, la
ingeniería genética representaría el triunfo del impulso del hombre por dominar sobre el resto
de la humanidad. Sandel también opina que el amor de los padres hacia sus hijos no depende
de los atributos o virtudes de estos, a diferencia de lo que puede ocurrir con la pareja o los
amigos, a quienes elegimos libremente. Plantea, así, objeciones basadas no tanto en la
autonomía de los hijos como en la actitud de los progenitores y su afán por controlar el destino
de sus descendientes. “Cambiar la naturaleza de nuestros hijos para que tengan un mayor
éxito en una sociedad competitiva puede parecer un ejercicio de libertad, pero es lo contrario a
ella”.3

Magisterio[editar]
Justicia[editar]
El Dr. Sandel dictó Cátedra en su afamado programa "Justicia"4 curso de la Universidad
de Harvard impartido a lo largo de dos décadas. La asignatura se constituyó en la de más alta
matrícula en la historia de la Universidad de Harvard con más de 14.000 alumnos. La sección
del lapso de otoño del 2007 fue la mayor de todas con un total de 1.115 estudiantes inscritos
en Harvard,5 El contenido programático de la sección de otoño del 2005 fue grabado y se
ofrece en línea al estudiantado a través del Núcleo de Extensión Universitaria de Harvard.
Una edición resumida de esta grabación es en la actualidad una serie televisada de doce
capítulos llamada: Justicia: ¿Qué es lo que hay que hacer correctamente?, en una
coproducción de WGBH y la Universidad de Harvard. Los distintos episodios se encuentran
disponibles en Justicia con Michael Sandel website.6 Un libro auxiliar a la serie está
disponible Justicia: ¿Qué es lo que hay que hacer correctamente?, al igual que un listado de
fuentes lectivas recomendadas conocido como Justicia: lecturas.
Otras actividades docentes[editar]
El Dr. Sandel también imparte, junto al Dr. Douglas Melton, "Ética y Biotecnología", un
seminario sobre las consideraciones éticas atribuibles a la aplicación de procedimientos
biotecnológicos prospectivamente.

Servicio Civil[editar]
El Dr. Sandel se desempeñó en la Administración Pública durante la Presidencia de George
W. Bush en la Consejería Presidencial sobre Bioética President's Council on Bioethics.
Es miembro de la American Academy of Arts and Sciences.

Obras[editar]
 Justice: What's the Right Thing to Do? (Farrar, Straus and Giroux, 2010)
 Liberalism and the Limits of Justice (Cambridge University Press, 1982, 2nd edition, 1998)
 Democracy's Discontent (Harvard University Press, 1996)
 Public Philosophy: Essays on Morality in Politics (Harvard University Press, 2005)
 The Case against Perfection: Ethics in the Age of Genetic Engineering (Harvard University
Press, 2007)
 What Money Can't Buy: The Moral Limits of Markets. Macmillan. 2012. ISBN 9781429942584.
Ediciones es español

 El liberalismo y los límites de la justicia. Editorial Gedisa. 2000. ISBN 978-84-7432-706-9.

 Contra la perfección. La ética en la era de la ingeniería genética. Marbot Ediciones.


2007. ISBN 9788493574444.
 Filosofía pública. Ensayos sobre moral en política. Marbot Ediciones.
2008. ISBN 9788493641115.

 Justicia ¿Hacemos lo que debemos?. Debate. 2011. ISBN 9788483069189.

 Lo que el dinero no puede comprar: Los límites morales del mercado. Penguin Random
House. 2013. ISBN 9788499923109.

Referencias[editar]
1. Volver arriba↑ Comunitarismo
2. Volver arriba↑ Curso en la UIMP en Valencia
3. Volver arriba↑ Curso en la UIMP en Valencia
4. Volver arriba↑ Justicia: Travesía a través del Razonamiento Moral, Michael J. Sandel
 Archivado el 13 de diciembre de 2007 en la Wayback Machine.
5. Volver arriba↑ Makarchev, Nikita. "Sandel Wins Enrollment Battle." The Harvard Crimson.
September 26, 2007.
6. Volver arriba↑ "Justicia"—Al Aire, en e-libro, de Craig Lambert, 22 de septiembre de 2009

Enlaces externos[editar]
 Michael Sandel. Harvard University
 Justice with Michael Sandel
 Michael Sandel’s TED talks

“La desigualdad creciente es un


problema para la democracia”
El profesor alerta de la frustración creciente en las democracias porque
se debate sobre temas técnicos y no morales o éticos

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AMANDA MARS

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Madrid 8 DIC 2013 - 17:22 CET


Michael J. Sandel, profesor de Política y Justicia en Harvard, durante una visita a
Madrid la semana pasada. SAMUEL SÁNCHEZ

Todo parece en venta: se puede conseguir pasar la pena de prisión en una celda
mejor que el resto si se pagan 82 dólares por noche en Santa Ana (California); el
derecho a emitir a la atmósfera una tonelada de dióxido de carbono sale por 13
euros en la UE y hasta es posible comprar el seguro de vida de un enfermo o
anciano, pagando todas sus primas mientras viva, para luego cobrar los
beneficios cuando fallezca, lo que implica que cuantos menos años viva, más
jugoso es el negocio. Una aberrante lista de ejemplos ha sido recopilada por
Michael J. Sandel, profesor de Filosofía Política en la Universidad de Harvard, en
su último libro Lo que el dinero no puede comprar. Los límites morales del
mercado. Sandel, que participó esta semana en un coloquio en Madrid, invitado
por el Aspen Institute España, alerta sobre los peligros de la desigualdad en una
época en la que la riqueza no sirve solo para tener más yates o mejores coches,
sino para comprar casi todo: influencia política, seguridad...

Pregunta. Dice que hemos pasado de una economía de mercado a una sociedad
de mercado: la primera sirve para organizar la actividad productiva y la
segunda permite que los valores mercantiles impregnen todos los aspectos de
la actividad humana. ¿En qué momento se cruza esa frontera?

Respuesta. Es difícil decir cuándo exactamente. Hay una vida social, una
actividad humana, a la que los mercados no pertenecen y hay muchos ejemplos
que muestran lo perjudicial que es que ocurra. Hay áreas donde los valores de
mercado se están imponiendo, como la sanidad o la educación, y necesitamos el
debate.

“Si pudieras salir a la calle a comprar amigos, no


funcionaría”

P. El problema es que parece muy progresivo, inadvertido: un día asumes que


es normal pagar para hacer menos cola en un aeropuerto, otro que si pagas más
tendrás más pruebas médicas... Y un día, ¿por qué no pagar por conseguir un
órgano para un trasplante si alguien te lo quiere vender?

R. Exacto, es muy gradual: cada vez que introducimos los valores de mercado a
un área parece un paso pequeño en esa dirección. Por ejemplo, pagamos un
sobreprecio para lograr saltarse una cola en un parque de atracciones, o por
tener un asiento más cómodo en un avión. Entonces estamos comprando un
servicio que ofrece una compañía, pero la cosa cambia totalmente si ese
sobreprecio nos vale para saltarnos una cola del control de seguridad, porque
no es un servicio privado, sino una cuestión de seguridad nacional, la
protección de todos y ahí [el dinero] marca diferencia en nuestra relación con
la seguridad pública y los espacios públicos. Así que lo que empieza como una
práctica inocente, incluso lógica, cambia la relación entre los ciudadanos. Ahora
los lobbies pueden pagar a otras personas en Washington DC para que hagan
cola por ellos y tengan sitio para asistir a los debates que más les interesan en
el Congreso... Esto no es un parque de atracciones, esto es el Congreso, muy
diferente... Así que debemos dar un paso atrás y debatir a qué área pertenecen
los mercados y en qué áreas no deberían entrar porque perjudican la vida
democrática.

“Muchas democracias debaten sobre temas técnicos, en


lugar de grandes valores”
P. La mercantilización de todo agrava la desigualdad entre las personas, según
dice en su libro. Pero no todo el mundo ve la desigualdad como un problema. Su
colega en Harvard, Martin Feldstein, explica que esta no importa si se combate
la pobreza, si todo el mundo gana más, aunque sea desigual.

R. Discrepo. La desigualdad es un problema más allá de la pobreza. Si la brecha


entre ricos y pobres se vuelve muy grande, aunque nadie pase hambre, las
personas empiezan a vivir vidas cada vez más separadas, en distintos barrios,
distintos medios de transporte, distintos médicos, dejan de convivir en los
espacios públicos... No es bueno para la democracia. La democracia no requiere
igualdad perfecta, pero si la gente vive en esferas cada vez más separadas, el
sentido de ciudadanía y de bien común es más difícil de sostener. Así crece el
riesgo de que no nos sintamos ciudadanos, por eso la igualdad importa, sobre
todo ahora que el dinero puede comprar más y más bienes esenciales.

P. Pero los Gobiernos parecen cada vez más débiles ante el poder de los
mercados.

R. Hay una frustración creciente en las democracias de todo el mundo, por


cómo funcionan las constituciones y actúan los partidos políticos, y la razón,
creo, es que los discursos públicos están vacíos de los grandes temas éticos. En
la mayor parte de democracias no se está debatiendo sobre las grandes
cuestiones como la justicia, la desigualdad o el papel de los mercados... Es
porque tememos el desacuerdo y creemos que las soluciones de los mercados
pueden proporcionarnos un modo neutral de solventar los conflictos y el
resultado es la pérdida de confianza en las instituciones. Muchas democracias
debaten hoy sobre temas técnicos, en lugar de grandes valores como la justicia
o el bien común.

“Los discursos públicos están vacíos de grandes temas


éticos”
P. Dice que el problema empieza cuando las reglas del mercado imperan donde
no deberían. ¿El mercado es amoral por definición?

R. Muchos economistas creen que las reglas del mercado son neutrales, pero yo
no lo creo. Cuando introducimos la lógica mercantil a conceptos como la
ciudadanía, por ejemplo, cambia el significado y el valor de esa ciudadanía. Con
un televisor, la compraventa no cambia su valor, es el mismo aparato. Pero, por
ir a un extremo, no ocurre lo mismo con la amistad: si pudieras salir a la calle y
comprar amigos, no funcionaría, porque el mismo hecho de comprar esa
amistad cambiaría el significado de la relación. Si aceptamos que las personas
puedan comprar la ciudadanía, el significado de lo que es la ciudadanía cambia.
Por ejemplo, hay escuelas que incentivan a los alumnos a leer libros a cambio
de cobrar dos dólares, en este caso por el hecho de mercantilizarlo, el valor de
leer un libro cambia.

P. España anunció en primavera la llamada Golden Visa para extranjeros:


invertir dos millones en deuda pública o comprar un inmueble a partir de
500.000 euros otorga permiso de residencia. ¿Lo incluiría en su libro?

R. Sí, sería un gran ejemplo... Les dicen que puede comprar su permiso para
vivir aquí. Algo similar sucede en EE UU: si inviertes 500.0000 dólares y se
crean 10 empleos en zona de alto paro, consiguen las tarjetas de residentes.

P. Desde ese punto de vista, ¿es la prostitución otro de esos ejemplos en los que
se mercantilizan áreas humanas?

“Hay que decidir qué área pertenece a los mercados y en


cuáles no deberían entrar”

R. Es otro ejemplo de cómo el hecho de comprar o vender algo como el sexo


devalúa el significado de esa relación.
P. La compraventa de órganos está prohibida en la mayor parte de países, vista
a veces como algo aberrante, pero ¿no es la salud un bien comerciable ya desde
hace tiempo? En algunos países como EE UU ya está supeditada a poder tener
un buen seguro privado.

R. Hay un cierto paralelismo entre el libre mercado de órganos y de servicios


sanitarios, en ambos casos el acceso a la salud y en algunos casos incluso a la
vida. En EE UU llevamos un proceso de reforma de los servicios médicos, como
el obamacare, pero desgraciadamente no ha ido lo bastante lejos, aunque haya
una mejora. En China, por ejemplo, hay largas colas para ver a un doctor y hay
veces que tienes que esperar días o incluso una semana para lograr la cita, que
se revenden a precios muy altos. Puedes practicar la reventa para conciertos de
estrellas, ¿pero queremos que eso se pueda hacer también con las visitas al
doctor?

P. ¿Por qué cree que el triunfalismo en el mercado ha tocado a su fin?

R. No lo creo, yo creí, como hizo mucha gente en 2008, que con la crisis
tendríamos un nuevo debate sobre el papel de los mercados, pero no ha pasado
y uno de mis objetivos es inspirar este debate

Hay una profunda frustración con


la democracia”
El filósofo Michael Sandel, estudioso de Harvard sobre ética y moral, vino a
Colombia invitado por el Colegio de Estudios Superiores de Administración,
(Cesa). Con SEMANA habló sobre Wall Street seis años después de la caída de
Lehman Brothers, entre otros.
Michael Sandel, de 61 años, es uno de los académicos más respetados del mundo. Desde hace
20 años dicta en la Universidad de Harvard el curso ‘Justicia’, que ha sido llevado a la
televisión. Foto: Iván Valencia - Semana
SEMANA: Hace exactamente seis años, la debacle de Lehman Brothers
desató una de las crisis financieras más graves de la historia. ¿Aprendió el
mundo algo de esa experiencia?

MICHAEL SANDEL: El mundo financiero no aprendió nada. Pero lo que más me


preocupa es que el público, en general, tampoco sacó una lección. Para mí es un
misterio entender por qué una falla tan dramática del sistema no logró quebrar
nuestra fe triunfalista en el mercado. Tras la crisis, muchos asumimos que esa fe
ciega, que dominó la política durante décadas, iba a terminar. Pero nos
equivocamos.
SEMANA: ¿Qué hizo falta?

M. S.: ¡Un debate serio! Hoy vivimos en democracias sofisticadas, pero no nos
gusta preguntarnos si los mercados de veras le sirven a la gente. Después de la
crisis de Wall Street, nadie se atrevió a poner seriamente en duda el papel que el
dinero tiene en nuestra sociedad.

SEMANA: La Justicia estadounidense castigó a los responsables con multas


multimillonarias. ¿Fue un castigo justo?

M. S.: El problema de multar a los bancos es que terminan viendo las multas como
un costo más. Y entonces pierden sentido. Pienso que debió haber castigos
individuales y además, en intercambio al rescate masivo que la gente financió con
sus impuestos, la obligación de incluir a voces ciudadanas en las juntas directivas.
Obama quiso hacerlo, pero al final no fue capaz y perdió mucha credibilidad.

SEMANA: Pero Obama introdujo importantes regulaciones.

M. S.: Las reformas no son suficientes. Tras la crisis, quienes pagaron los platos
rotos fueron los ciudadanos con sus impuestos. Y así y todo la gente nunca exigió
seriamente que se sacaran lecciones para que los excesos y la temeridad de
firmas financieras jamás volvieran a repetirse.

SEMANA: ¿Por qué cree que la sociedad evade las discusiones de fondo?

M. S.: Los mercados son tan atractivos que nos hacen olvidar las preguntas
esenciales de nuestra existencia. Así, han terminado por hacernos pensar que
podemos ahorrarnos la necesidad de tener una ética y un compromiso con los
asuntos sociales y políticos que deberían importarnos. El pensamiento mercantil
se ha tomado todos los aspectos de la vida: la familia, el civismo, la salud, la
educación, la política, los medios e, incluso, la ley. Y esto es grave porque al
hablar de mercados hoy no solo hablamos de carros, tostadoras y televisores de
pantalla plana, sino también de nuestros valores. Y ahí corremos el riesgo de
corrompernos.

SEMANA: Colombia vive el caso de Interbolsa, una firma que transgredió la


ética y la ley y afectó a muchas personas para beneficiarse. ¿Es este un
síntoma de una sociedad con una moral enferma?

M. S.: En 30 años, el mundo, sin darse cuenta, ha pasado de tener una economía
de mercados a ser una sociedad de mercados. La economía es una herramienta
valiosa y efectiva para organizar la actividad productiva. Pero una sociedad de
mercados es un lugar donde todo queda a la venta, donde la lógica mercantil lo
invade todo y crea sociedades tímidas, reticentes. En esas sociedades, y
Colombia no es la excepción, la gente prefiere no hablar de ética, ni de los
asuntos que de veras importan, sino que dejan sus convicciones morales y
políticas en casa y viven según las reglas del mercado. Por eso pasan esas cosas.

SEMANA: Como profundo conocedor de las mecánicas globales, ¿cómo ve a


Colombia?

M. S.: Es mi segunda visita y hablo desde la posición de un observador externo


que siente mucha simpatía por el país. Yo admiro a Colombia, pues siento que ha
hecho avances impresionantes, tanto económicos como políticos. Pero también
veo que está enfrentando los típicos desafíos de una sociedad cuya economía y
democracia apenas han vivido éxitos parciales. Me refiero a la corrupción, la
inequidad y por supuesto también a un desafío muy especial: las negociaciones de
paz.

SEMANA: Si los éxitos económicos y democráticos no son suficientes, ¿qué


paso debe dar Colombia para seguir progresando?

M. S.: Deben aprender a cultivar lo que yo llamo la ciudadanía democrática. Me


refiero a la necesidad de que la gente sienta que la política en el país está
dedicada a grandes cosas, a lo verdaderamente importante: los valores, la justicia,
la igualdad, la educación, la salud. Las sociedades pluralistas muchas veces creen
que la mejor forma de respetar las diferencias morales y espirituales entre la gente
es manteniéndolas fuera de la esfera pública. Piensan que así están cultivando
una sociedad tolerante. Pero se equivocan. La forma más sincera de respetar
nuestras diferencias no es ignorándolas, sino comprometiéndonos con ellas muy
seriamente, y en público. Aprendan a debatir, a cultivar el arte de escuchar al otro,
a tomar en serio al otro con base en el respeto.

SEMANA: Los colombianos se están acostumbrando a ver lo contrario: las


peleas personalizadas entre sus líderes políticos. ¿Qué consecuencia tiene
esto para una sociedad?

M. S.: Alimenta la frustración de la gente con la democracia. Cuando la política


consiste en disputas individuales, la población se hunde en la amargura. Las
rivalidades personales y partidistas les roban espacio a los intereses del
ciudadano. Yo he viajado por el mundo y en casi todas partes he percibido una
profunda frustración con la política, con los partidos, con las instituciones y con los
mismos políticos. En el corazón de esa frustración se oculta la idea de que el
discurso político es hueco, de que es tecnocrático y no inspira a nadie o de que
solo consiste en el grito apasionado, pero vacío.

SEMANA: Usted le da mucha importancia a la necesidad de que la gente vea


un significado en las acciones de sus líderes y en las instituciones de su
país. ¿Usted cree que Colombia podría encontrar ese significado si firma la
paz?

M. S.: La paz es una oportunidad histórica y preciosa para fortalecer la política y la


democracia. Pero quiero que sepan que un acuerdo de paz solo es el comienzo de
la creación de una cultura democrática. Necesitarán una reconciliación genuina,
que permita contar la verdad y pedir perdón. Ustedes tienen un desafío político,
moral y espiritual. El mundo entero está mirando, y todos nos preguntamos si
ustedes serán capaces de construir un nuevo país sobre el fundamento de la paz
y la moral.

SEMANA: En un país donde ha habido una guerra y donde todavía imperan


la corrupción y la ilegalidad hablar de moralidad es difícil. ¿Cómo hacerlo?

M. S.: Mediante liderazgo e instituciones en las que la gente pueda confiar. Pero
hay algo más importante: la educación de los ciudadanos. Una educación basada
en valores tan básicos como el respeto mutuo y la tolerancia del desacuerdo. Ese
sí que es un proyecto importante y, además, uno a largo plazo. Solo así podrán
fortalecer su tejido moral y cívico y construir una sociedad verdaderamente
democrática.

Resumen del libro justicia ¿hacemos lo que


debemos ? de michael sandel
2628 palabras 11 páginas
Ver más
1. Explique el origen de la constitución política a partir de dos ejemplos
fundamentales : constitución americana ( estados unidos ) y constitución
francesa:
La constitución política de las distintas naciones es el resultado de una
necesidad de la sociedad basada en crear una norma fundamental, escrita
o no, de un Estado soberano u organización, establecida o aceptada para
regirlo. En la Edad Media comienza el desarrollo y expansión de las
constituciones. En esta época se extienden las cartas, especialmente
locales, que regulan la existencia de los burgos, marcando los derechos y
garantías correspondientes al pueblo. En este panorama se desarrolla la
primera muestra de constitución , con el efecto de las épocas esta se
solidifica y se …ver más…
En conclusión la constitución es fundamentalmente un contrato social
producto de la asociación entre los hombres que atraves de un sistema
jurídico de derecho basado en leyes, decretos, reglamentos y normas;
constituye la legalidad y legitimidad en la garantía de los derechos y el
ejercicio de la justicia . 2. Relacione los 4 principios de la ética con ,los 4
principios de la moral , argumentando si son sinónimos ,
complementarios o si son diferentes .
Los principios de la ética y la moral están necesariamente relacionados
entre si, puesto que en la construcción de ciertos principios de la moral
están inmersos los principios de la ética ; me explico haciendo énfasis en
la racionalidad ; el compromiso y la justicia en la construcción del
principio de la moral : valores y creencias universales y necesarios.
Dichos principios de la ética son capacidades humanas que permiten
pensar, evaluar y actuar; coordinar acciones en sociedad y generar
cambio; todo lo anterior es aplicado en la construcción de principios y
valores que nacen del reconocimiento de la dignidad humana y de la
necesidad de su pleno desarrollo en convivencia, en armonía y en paz.
Los principios son declaraciones propias del ser humano, que apoyan su
necesidad de desarrollo y felicidad, son universales y se les puede
apreciar en la mayoría de las doctrinas y

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La desigualdad contribuye a la corrupción


y a la polarización', Sandel
El prestigioso profesor de la universidad de Harvard estuvo en el país hablando de
valores, cultura, moral y la ética de lo público.
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Michael Sandel, filósofo y profesor de la Universidad de Harvard de Estados Unidos.
UNIVERSIDAD DEL ROSARIO
POR:

PORTAFOLIO

FEBRERO 22 DE 2018 - 04:43 P.M.


El filósofo de la Universidad de Harvard Michael Sandel estuvo en Colombia para
hablar sobre corrupción, desigualdad y la ética de lo público.

Sandel es uno de los profesores más reconocidos de ese prestigioso centro educativo,
en donde enseña sobre justicia, ética, democracia y mercados. Ha escrito libros como
'Lo que el dinero no puede comprar: los límites morales del mercado', traducido a más
de 30 idiomas.
A su estilo, durante una de sus charlas habló con los estudiantes de la Universidad del
Rosario, claustro que lo invitó al país. Y dialogó con Portafolio.co

Lea: (‘Volvernos una sociedad de mercado ha sido perjudicial’).


¿Vuelve a Colombia y qué encontró diferente?

Esta es mi tercera visita al país y durante las dos primeras las preguntas eran sobre el
proceso de paz, el fin a la violencia y la guerra. Y ahora descubrí otro gran problema
público que la gente está debatiendo: la corrupción.

Siempre la corrupción y la desigualdad están relacionados y dudo que sea realmente


posible abordar una sin la otra. Entre ambas contribuyen a la falta de confianza en una
sociedad, entre los ciudadanos y entre ellos con el gobierno y los partidos políticos.

Las personas definieron corrupción como usar un puesto público para obtener
beneficios privados, eso es ciertamente una parte importante de la corrupción y algo
que se necesita combatir.

¿Cómo más se presenta la corrupción?

La gente piensa que la corrupción es más grande y en diferentes ámbitos, por ejemplo,
si no pagas el bus o pasas adelante de alguien en una fila. Pregunté sobre otros
ejemplos de la vida cotidiana que reflejan actitudes morales. Por ejemplo, si se tiene
que obtener un documento, como una licencia de conducir o un certificado de
nacimiento en una oficina municipal y no quiere esperar en una larga fila para
conseguirlo, puede contratar a lo que ustedes llaman un 'tramitador' para que lo haga
por usted.

¿Existe la palabra 'tramitador' en inglés?

No, pero la aprendí aquí. (risas)

¿Y cómo sería en inglés?

Tenemos la práctica, pero no hay una traducción perfecta que usa una sola palabra. En
mi libro ‘What Money Can't Buy: The Moral Limits of Markets’, analizo unos ejemplos
de lo que sucede en Estados Unidos: 'paid line-standing' o 'Hired line-standers’ serían
el equivalente más cercano, pero incluso ese es un nuevo término en inglés porque
esta es una tendencia que realmente solo ha surgido en las últimas tres décadas allá,
ya que el dinero ha extendido su alcance a muchos dominios de la vida.

Eso se da en los parques de atracciones, para comprar productos como el iPhone o


zapatos Nike, comprar entradas para un concierto, en los que la gente
contrata individuos para que hagan fila por ellos.

Este concepto incluso se extiende a Washington D.C. para estar en una audiencia del
Congreso o para escuchar una discusión de la Corte Suprema. Si se quiere asistir,
puede haber una larga lista de otros interesados. Por eso, hay empresas que brindan
el servicio profesional de hacer cola, y eso es nuestra versión de los 'tramitadores'.

¿Y qué solución puede haber a la corrupción?

Implica desafiar y debatir, y tal vez cambiar las actitudes del público, generalmente, se
trata de la ética pública ampliamente concebida. Pero para hacer eso, tenemos que
tener un debate público más completo de lo que estamos acostumbrados acerca de
cuál debería ser la ética pública y hasta dónde debería llegar el poder del dinero en los
ámbitos de la salud, la educación y las elecciones, por ejemplo.

¿Qué hace que una sociedad sea más o menos corrupta?

Creo que es en gran medida una cuestión menos de leyes que de cultura, de actitudes
morales y de normas culturales arraigadas en las historias y tradiciones de cada país.
Es importante que la gente dirija su atención a estas cuestiones de actitudes morales,
de los valores, de la ética pública y de las tradiciones culturales y que tenga un debate
público al respecto.

Creo que una de las razones por las que la gente se siente frustrada en muchas
democracias por la política es que los debates que tenemos en público no son los más
importantes, no abordan las cuestiones grandes que afectan a la gente y a menudo no
abordan las cuestiones de los valores y de la ética pública.

¿La falta de confianza lleva a la corrupción o la corrupción lleva a la falta de confianza?


¿Qué es primero?

Es importante abordarlos simultáneamente y verlos como parte de la misma cuestión


de valores y ética pública. Creo que se debe comenzar con ambos al mismo tiempo,
porque es un fenómeno que se refuerza mutuamente: la corrupción y la falta de
confianza.

¿Y la desigualdad qué papel juega?

La desigualdad que ha sido producida por el tipo de globalización que


experimentamos en Estados Unidos, donde los beneficios fueron directamente a muy
pocos en la parte superior del espectro, mientras que pocos de los beneficios
afectaron a la gente trabajadora ordinaria.

Esto resultó en la profundización de la desigualdad, que contribuyó a la polarización


en Estados Unidos y al hecho de que las élites políticas y los partidos establecidos no
se han tomado realmente este problema en serio.

Sin embargo, aquí en Colombia, y estoy hablando como observador externo, como en
los Estados Unidos, la desigualdad está contribuyendo a la polarización y refuerza el
problema de la corrupción porque contribuye a la falta de confianza. Entonces, es
parte del mismo ciclo de pérdida de confianza y eso crea una sociedad fragmentada.

Las personas necesitan el sentido de estar en una sociedad que compartan un


proyecto común: que los ciudadanos tienen cierta responsabilidad mutua y cuando la
desigualdad se vuelve demasiado profunda, cada vez es más difícil pensar en nosotros
mismos como participantes en este proyecto cívico compartido. Así que creo que esa
es la conexión entre la profundización de la desigualdad y la polarización.

Estuvo en un debate con candidatos presidenciales ¿Cree que los políticos están
abordando los problemas reales, los de la gente?

Ciertamente todos están abordando la cuestión de la corrupción porque ese es el


centro de la atención pública, y eso es muy importante, por lo que creo que es
claramente un problema que los candidatos presidenciales deben abordar.

Hay una tendencia a ver la solución a la corrupción como una cuestión de ley y de la
aplicación de la ley. Esa es ciertamente una parte muy importante de la solución, pero
creo que es importante no olvidar los problemas culturales más amplios y la cuestión
de los valores y la ética pública.

Entonces, creo que el desafío para los candidatos será de hablar de esta frustración
más amplia que tienen los ciudadanos: la sensación de una falta de poder y de no ser
escuchados. Creo que es importante abordar esa sensación de desilusión junto con el
tema de la corrupción.

¿Cómo debe abordar el nuevo Gobierno en Colombia la lucha contra la corrupción?

Creo que la nueva generación necesita equiparse para participar en debates


significativos sobre la ética pública, de los cuales la corrupción es una parte pero no la
única. Encontré que los estudiantes participaron con mucho entusiasmo. Hay un gran
interés en todo el mundo entre las generaciones más jóvenes por un tipo de debate
público más rico que el que vemos estos días y en particular para el debate público
que aborda cuestiones grandes sobre los valores y la ética pública, incluidas las
preguntas sobre ¿qué hace que una sociedad sea justa?, ¿qué se puede hacer con
respecto a la desigualdad?, ¿qué nos debemos a los demás como ciudadanos? Estas
son las grandes preguntas que afectan a la gente, y son unas cuestiones morales y
éticas.

Los partidos políticos establecidos en las democracias generalmente tienden a no


abordar estas grandes cuestiones de valores y creo que la generación más joven está
hambrienta de la oportunidad de aprender y debatir estas preguntas por sí mismos,
en las escuelas, los colegios y las universidades.

Así que creo que el sistema educativo tiene un papel importante que desempeñar y los
medios tienen un papel importante para crear foros de debate público sobre estas
grandes cuestiones de valores morales, en lugar de preguntas inmediatas sobre la
tendencia del momento. Por lo tanto, creo que el líder político y los partidos del futuro
que esperan inspirar a la generación más joven tendrán que hacer un trabajo mejor
que los de generaciones anteriores al abordar las grandes cuestiones de los valores y
de la ética pública.

¿Se puede hablar de la corrupción cuando los políticos mienten deliberadamente?

Sí y es más fácil hacerlo ahora con las redes sociales. Eso fue lo que sucedió con la
campaña de Trump en Estados Unidos. Es una corrupción de las normas cívicas que
rigen el discurso. Siempre habrá desacuerdos en el discurso público, pero en el mejor
de los casos la deliberación democrática procede en un espíritu de respeto mutuo por
las personas que están en desacuerdo y ese respeto incluye la norma de ser
responsable de decir la verdad, incluso si está avanzando su propia posición. Cada vez
más, y tal vez las redes sociales empeoran las cosas, esas normas de discurso público
responsable y respetuoso parecen estar erosionándose.
El filósofo Michael Sandel imparte cada año, en la Universidad de
Harvard, un curso introductorio sobre «Justicia». El curso es tan popular
que, desde hace un tiempo, se ha visto obligado a dictarlo en un
auditorio especial, capaz de albergar a la multitud de estudiantes que
quieren acceder al mismo. Por idéntica razón, la clase sobre «Justicia»
comenzó a televisarse y ahora, finalmente, acaba de aparecer, en
versión especial, en forma de libro.

Justicia es un texto de filosofía política que recorre muchos de los temas y autores que, típicamente,
abordarían otros libros similares, también introductorios de la disciplina: Aristóteles, Hegel, Kant y Rawls;
utilitarismo, libertarianismo e igualitarismo; mercados, moral y política. Sin embargo, hay al menos dos rasgos
notables que convierten a esta obra en un libro diferente. Por un lado, Sandel demuestra una capacidad
extraordinaria para conectar cada tema que aborda, filosóficamente complejo, con ejemplos accesibles y
problemas públicos de primera magnitud: las acciones afirmativas; la venta de órganos; el alquiler de úteros;
los discursos con tono religioso de Lincoln u Obama; Enron y la crisis financiera en Estados Unidos. Todos los
ejemplos que ilustran el libro nos remiten a historias de gran atractivo: historias que no son meramente
imaginarias o hipotéticas. Ellas incluyen nombres y apellidos reconocibles, fechas concretas. Por otro lado, el
modo de abordar estas teorías, autores y casos no resulta, en absoluto, tradicional. Se encuentra directa y
profundamente marcado, por el contrario, por una mirada original y creativa, que responde a una filosofía
particular.

La filosofía de Sandel fue descrita, en una ocasión, como comunitarista (sobre todo, a partir de su pionero y
brillante análisis crítico de la obra de John Rawls, que apareciera en forma de libro en Liberalism and the
Limits of Justice). Él mismo la ha asociado, en varias ocasiones, con el pensamiento socialista, y muchos la
reconocen como continuadora de la tradición teórica republicana (sobre todo, a partir de su excelente
libro Democracy’s Discontent, en el que rastrea los orígenes republicanos de la democracia de su país).
Podría decirse que su filosofía resulta, en verdad, una combinación de todas las visiones citadas, pero
inmediatamente debería aclararse que no se trata de una mera mezcla –fruto del mero amontonamiento– de
ideas de distinto tipo. Por el contrario, Sandel se mueve entre estas distintas tradiciones del pensamiento
(comunitarismo, socialismo, republicanismo), pero dentro del espacio que configura el núcleo común, el
mínimo común denominador compartido por todas ellas: un impulso igualitarista; una preocupación especial
por el ideal del autogobierno; una atención particular por aquello que constituye una comunidad; el ojo puesto
en los vínculos que relacionan nuestras vidas, en los rasgos que definen nuestra identidad.
El resultado es, por ello, muy atractivo: viejos problemas examinados de un nuevo modo. Tomemos –por
pensar en un ejemplo de suma importancia– el caso de la discusión en torno a la desigualdad. Desde el
primer momento en que aborda el tema, el enfoque adoptado por Sandel es peculiar, no tradicional. Sandel
nos dice que el problema que nos propone la desigualdad no es el referido a cómo redistribuir el acceso al
consumo privado. El problema –señala– es muy diferente y se relaciona con el daño que la desigualdad
produce sobre el proyecto cívico, sobre una política del bien común. ¿Por qué así? Pues bien –nos dice
Sandel–, la desigualdad afecta al proyecto cívico porque la existencia de una brecha muy grande entre ricos y
pobres socava la solidaridad que requiere una ciudadanía democrática. En efecto, a partir de la existencia de
mayores niveles de desigualdad, ricos y pobres pasan a vivir vidas cada vez más separadas: los ricos mandan
a sus hijos a escuelas privadas, dejando la escuela pública para los pobres; comienzan a contratar seguridad
privada, desentendiéndose de la policía nacional; optan por participar en clubes privados, en lugar de recurrir
a clubes y piscinas municipales; se desplazan en sus propios vehículos, olvidándose del uso del transporte
público.

Todo este movimiento –nos dice Sandel– genera dos problemas de enorme gravedad: uno fiscal y el otro
cívico. El problema fiscal es que los más ricos, en estas condiciones, pierden toda voluntad de apoyar, con
sus impuestos, los servicios públicos: ¿por qué utilizar dinero en servicios que ellos ya no usan? Como
consecuencia evidente de esta decisión, los servicios públicos se deterioran cada vez más. El otro problema
es cívico, ya que instituciones públicas como las escuelas, los centros comunitarios, los clubes, dejan de ser
los lugares en que la gente se reúne: dejan de ser «escuelas informales de virtud cívica, en las que se cultiva
el sentido de comunidad que requiere la ciudadanía democrática». Por todo lo expuesto –concluye Sandel–, el
problema que nos plantea la desigualdad no es meramente redistributivo (que nos remite a pensar cuál es la
mejor teoría de justicia distributiva). La desigualdad nos provoca a pensar más bien en cómo reconstruir «la
infraestructura de la vida civil»: escuelas públicas adonde todos quieran mandar a sus hijos; un transporte
público que pueda ser utilizado por todos, o museos, bibliotecas, centros comunitarios, lugares en los que
personas de distintos orígenes y extracción social pueden encontrarse, dialogar entre sí, reconocerse como
iguales, advertir que son miembros de un empeño compartido.

Este es solo un ejemplo del modo –magistral– en que Michael Sandel aborda problemas conocidos con ojos
nuevos. Todo ello, además, apelando a valores profundamente enraizados en nuestra sociedad: la
fraternidad, la confianza, la civilidad, la comunidad, la solidaridad. Pero a Sandel no le interesa hablarnos de
utopías. Por el contrario, él viene a recordarnos que nos habla acerca de virtudes propias de la vida
democrática. Virtudes –nos dice– que no deben ser vistas y tratadas como recursos escasos, que deben
administrarse en dosis mínimas, sino como músculos, capaces de desarrollarse y de hacerse más fuertes en
la medida en que más se los ejercite.

Hubo días en los que no era necesario esperar tanto para hablar con Michael Sandel, pero
quedaron en el pasado. Entre las 500 personas repartidas en las butacas del teatro, una
recuerda esos años. Conoció al autor antes de que se convirtiera en “el profesor más popular
del mundo” y “el filósofo vivo más distinguido”; antes, incluso, de que su libro Lo que el dinero
no puede comprar, un best seller, fuera siquiera un proyecto. Antes de que asesores y
asistentes lo rodearan casi a todo momento. Lo conoció como estudiante en Oxford y dice que
mucho del estilo interactivo de ‘Justicia’, el curso que Sandel realiza en Harvard y que se
viraliza en internet, tiene raíces en un profesor que ambos compartieron en esos tiempos,
cuando no había que esperar que el académico terminara de firmar un centenar de copias de
su libro para acercarse a conversar de aquel pasado.

La tarde se hace noche en el Teatro Municipal de Las Condes, una de las comunas
acomodadas de Santiago de Chile, y el profesor Sandel no tiene tiempo de sentarse. Los siete
días que lleva en el país han sido de bastante movimiento, en especial los últimos dos: ayer
abrió el Congreso del Futuro con una charla de unos 30 minutos que giró en torno al tema de
su última publicación: los límites del mercado. En esa oportunidad, en el salón de honor del ex
Congreso Nacional en Santiago, Sandel pronunció la palabra inequidad decenas de veces.
Hoy, ante una audiencia menos heterogénea, brilló por su ausencia. ¿Simbólico? El autor dice
que no. “Creo que la inequidad fue el tema, aunque la palabra no se pronunciara
directamente. ¿Tú no?”, pregunta, sin abandonar el hablar pausado de sus clases. Y agrega,
“con los ejemplos que dimos apuntábamos a la inequidad”.

Para él, la inequidad es un problema, y uno serio: en un año en que el 1% más rico del mundo
pasó a tener más recursos que el 99% restante y hablando desde un país que ha sido
sacudido por escándalos de financiamiento irregular de campañas políticas y colusión entre
empresas para fijar precios, el académico dice que la inequidad no es sólo un problema de
justicia, sino también de democracia.

“Creo que la calidad de la democracia sufre cuando hay demasiada diferencia entre los ricos y
los pobres”, dice. “En nuestras sociedades, los que tienen más compran una salida de los
lugares y las instituciones públicas, porque pueden pagarlo”. El problema es que “hay un
sacrificio en la creación de formas de vida separadas: perdemos el sentido de un compartir de
la ciudadanía en democracia. Crearemos una sociedad más sana para todos y una
democracia más sana para todos si encontramos la forma de reforzar los espacios públicos y
comunes”.

- Chile fue un laboratorio para el neoliberalismo, con la influencia de los Chicago Boys
en su política económica durante la dictadura de Augusto Pinochet. ¿Cómo evalúa el
resultado?

- El resultado es mixto. Chile ha sido una historia de éxito económico en Latinoamérica,


gracias, en parte, a las políticas de mercado. Aunque es importante recordar que el
crecimiento económico más importante ocurrió tras la restauración de la democracia. Al mismo
tiempo, hay una inequidad creciente y una tendencia hacia una forma de vida individualista
que puede corroer el sentido de comunidad y solidaridad. Es el momento de lidiar con el
desafío de la desigualdad y restaurar un sentido de comunidad fuerte.

- ¿Ve ese problema en el resto de América Latina?

- La desigualdad es un desafío en toda Latinoamérica, pero también en Estados Unidos y,


hasta cierto punto, en Europa. Todas las economías de mercado tienen una inequidad
creciente. Nosotros (en EE.UU. ciertamente no hemos resuelto este problema. Algunos países
en el norte europeo lo han hecho mejor, pero aún hay mucho por hacer.

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- ¿Se puede confiar en la autoregulación de los mercados?

- No. Aprendimos con la crisis financiera que es un mito que los mercados puedan
autoregularse. La economía global casi se destruyó con ese mito. No hemos establecido los
tipos de regulación que necesitamos para evitar un retorno de la crisis financiera: aún existe el
‘too big to fail’ y creo que tenemos que llegar más lejos para prevenir crisis futuras.

Los espacios comunes


Cuando Michael Sandel era un niño, en la década del 60, su padre solía llevarlo a partidos de
béisbol. Recuerda que en esos tiempos la diferencia entre los boletos más caros y los más
baratos era de apenas algunos dólares. “La consecuencia era que CEO y auxiliares de aseo
se sentaban más o menos cerca, gritaban con pasión y, cuando llovía, todos se mojaban”. Eso
no tardó mucho en cambiar. El autor recuerda que, ya en los 80 y 90, los estadios se
construían con palcos VIP. Los fanáticos de mayores ingresos comenzaron a sentarse en las
llamadas skyboxes, lejos de la multitud. “La experiencia de ir a un evento deportivo tenía
menos de mezcla de clases y ya no era verdad que la lluvia nos mojaba a todos”, dice.

El autor ocupa ese ejemplo para ilustrar el escape de las clases más acomodadas de los
espacios comunes de la democracia. “No importaría mucho que esto sólo pasara en los
eventos deportivos, pero pasa en toda la sociedad. Cada vez más, cuando el dinero compra
más y más, la gente de más ingresos y la más modestas vive más separada: residimos,
trabajamos, compramos y jugamos en lugares distintos. Enviamos a nuestros niños a escuelas
distintas. Es la ‘palconización’ de la vida social”.

Eso, que Sandel llama la ‘palconización’ de la vida social, es consecuencia de lo que define
como una sociedad de mercado, diferente, para él, de una economía de mercado. “Casi todo
se vende. Los valores de mercado comienzan a entrar a todos los aspectos de la vida social,
más allá de los bienes materiales: la salud, la educación, los medios, la ley, la política. La vida
cívica. Ponerle precio a todo genera que haya menos y menos lugares que unan a las
personas”.

¿Por qué es preocupante? Dos razones, dice Sandel. “Primero es la desigualdad. Si el dinero
sólo compra lujos, no sería importante, pero si determina acceso a los ingredientes esenciales
de una buena vida, como una buena educación o salud o influencia política, entonces sí
importa, y mucho. La segunda razón es que los valores de mercado tienden a corromper a los
valores esenciales que no son de mercado. El dinero no puede comprar amigos o votos,
porque disuelve el bien que busca, cambia el carácter de lo comprado”.

La ‘palconización’, esa segregación entre clase sociales en todos los aspectos de la vida,
preocupa al filósofo. “No es bueno para la democracia ni es una forma satisfactoria de vivir,
incluso para quienes pueden pagar una salida de los espacios compartidos. La democracia no
necesita igualdad perfecta, pero sí necesita que las personas de diferentes contextos sociales
se encuentren los unos y los otros en la vida cotidiana, porque así aprendemos a negociar, a
vivir con las diferencias. Así llegamos a preocuparnos del bien común”.

Comprar la política

En una improvisada entrevista en vivo con el editor del diario británico The Observer, John
Mullholand, Sandel habló de un país efervescente. En once días en Chile, visitó la austral
Punta Arenas, el Parque Nacional Torres del Paine y la Antártica chilena, y cenó con la
presidenta Michelle Bachelet, gran parte con fondos de la Fundación RAD, ligada al sector
empresarial chileno y que colaboró con el Congreso del Futuro. Mullholand estuvo entre la
audiencia el día de su presentación en el Congreso Nacional en Santiago y los organizadores
pidieron al periodista que condujera la entrevista para la transmisión oficial. Él no se negó.
Casi al inicio de la conversación, el profesor de Harvard se refirió al contexto chileno: el
anuncio de una nueva Constitución y escándalos políticos y empresariales que estaban
frescos en la memoria. “Es un momento especial, quizá histórico. Es un momento de gran
creatividad democrática”, dijo.

El financiamiento de las campañas políticas, manifestó Sandel, es uno de los problemas sin
resolver. “Creo que esto es un gran ejemplo del rol que el dinero y los mercados tienen en
lugares a los que no pertenecen, como la institución democrática y política. Uno de los
grandes desafíos es limitar el rol del dinero en la política, evitar que las corporaciones hagan
contribuciones políticas y limitar la suma con la que cualquier individuo pueda contribuir,
porque si no hay límites habrá corrupción. En este caso, el dinero corrompe la confianza de
los ciudadanos ante los partidos políticos”.

Para el autor, Estados Unidos no lo ha hecho mucho mejor. “Uno podría decir que el sistema
de financiamiento de campañas permite la compra y venta de votos: la Corte Suprema ha
abolido incluso las restricciones más modestas para el financiamiento de campañas. Ya casi
no hay restricciones y el sistema lleva a la corrupción. La política está en venta, pero no hay
una solución única a ello”.

A falta de una respuesta final, el consejo de Sandel es el debate y la conversación en torno a


cómo queremos vivir y cuáles son los límites del mercado. Un diálogo, quizá, parecido al que
él mismo practica al enseñar Justicia y, también, ante esas 500 personas en el Teatro
Municipal de Las Condes. Allí, interpelada por sus preguntas, la audiencia se engancha con
un estilo que alguien conecta con las aulas de Oxford, con un Sandel menos famoso, menos
asediado y con un acercamiento al tiempo más cercano a sus comienzos, cuando no era casi
oro.
https://www.americaeconomia.com/politica-sociedad/politica/michael-sandel-la-democracia-no-necesita-
igualdad-perfecta-pero-si-que-pe

Michael Sandel: “La democracia no


necesita igualdad perfecta, pero sí
que personas diferentes se
encuentren en la vida cotidiana”
Otro titulo
Historia de una ciudad:
Michael Sandel y la
Justicia
Publicada en 3 abril, 2018 En Filosofía/Pensamiento por Juan Pablo Serra
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Tiempo de lectura: 9 minutos


“El tiempo pasa… Nos vamos poniendo viejos…”, cantaba Mercedes la
negra Sosa allá por 1982, en una de esas canciones que escuchas durante
la infancia y no olvidas jamás. Ahora que soy adulto, y me he desprendido
de las cosas de niño —que diría San Pablo— podría añadir que no sólo me
hago viejo. También menos ingenuo. Y más escéptico. Cada dos por tres
me encuentro con adultos a los que les ha ocurrido lo mismo. Pero ignoro si
esta metamorfosis es universalizable.

La mirada ingenua del niño


El curso pasado concluí la lectura de Justicia. ¿Hacemos lo que debemos?,
el libro que dio a conocer a Michael Sandel al gran público en 2009. Dicha
obra, en realidad, era la versión escrita del muy popular curso de
Razonamiento Moral que el propio Sandel lleva impartiendo en Harvard
desde mediados de los años 80. En 2005, dicho curso se grabó en video y,
rápidamente, se convirtió en uno de los más seguidos en las
plataformas online de educación abierta. Más aún, supuso todo un
aldabonazo para la popularidad de Sandel, quien, desde entonces, no hace
más que recorrer el mundo dando conferencias en estadios, anfiteatros y
catedrales.
A mi esta ola me llegó a mediados de 2011, cuando un entusiasta profesor
de Filosofía me recomendó atender al libro de Sandel. “Usa ejemplos muy
actuales para explicar problemas morales y, además, argumenta de una
manera que deja espacio para una ética objetiva”, me vino a decir. Mi
natural curiosidad me llevó a hacerme con el libro, leer su arranque, hojear
el resto de sus páginas… y usarlo en clase, por supuesto.

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Su primer capítulo es, digámoslo sin ambages, excelente, pues ofrece un
mapa atractivísimo del resto de la obra y exhibe con gran maestría el
método de Sandel, basado en el comentario de casos, algunos hipotéticos
(del estilo ¿qué haría usted si condujera un tranvía sin frenos y divisa a un
grupo de obreros arreglando las vías?), la mayoría reales (el huracán Mitch,
la crisis económica de 2008 o la dramática historia del teniente Marcus
Lutrell, que más tarde sería llevada al cine en El único superviviente).
El propósito del libro —y del curso— es claro desde el principio. Si las
cuestiones que más nos preocupan son aquellas referidas a qué debemos
hacer en el seno de nuestras relaciones interpersonales, ¿qué puede
aportar la filosofía al respecto? Quizá no mucho en cuanto a soluciones
prácticas, pero sí —como indicaba Sandel en la primera lección en video—
algo de autoconocimiento. “La filosofía”, decía a su auditorio, “nos sacude
porque nos enfrenta con lo que ya sabemos” y “nos aleja de lo familiar no
mediante el suministro de nueva información sino invitando y provocando
una nueva forma de ver. Aquí está el riesgo, en que una vez que lo familiar
se vuelve extraño, nada vuelve a ser igual”.

Tampoco aporta la filosofía muchas soluciones al debate político,


ciertamente. Pero, al menos, decía Sandel, examinando las principales
tradiciones de pensamiento moral, quizá podamos aprender algo acerca de
las maneras con las que habitualmente enfocamos las controversias éticas,
políticas y sociales que copan nuestra atención periódicamente.

Dicho y hecho, Sandel la emprende con el utilitarismo en el capítulo 2 (lo


justo es aquello que produce mayor felicidad al mayor número) y con
el contractualismo en los cuatro siguientes, ya sea en su versión liberal o
libertaria (lo justo es aquello que resulta de la libre voluntad de las partes),
ya sea en su versión socialdemócrata o igualitarista (lo justo es aquello que
acordarían libremente las partes en una situación de partida similar).

A la vista está, Sandel sigue un orden bastante canónico y similar al de


otros cursos de Ética en el ámbito angloamericano. Con la circunstancia de
que la tercera tradición de pensamiento moral —la ética de la virtud— se
aproxima a su propia posición, la cual desarrolla en los tres últimos
capítulos del libro como una suerte de aristotelismo actualizado por el
comunitarismo de Alasdair MacIntyre y a favor de una política del bien
común, dependiente de un gran Estado capaz, gracias a sus iniciativas
(educación, ejército, servicio comunitario) de suscitar una preocupación por
el conjunto de la sociedad, limitar la mercantilización de la existencia,
reconstruir la vida cívica y afrontar las grandes cuestiones éticas de nuestro
tiempo.
Y la reflexión más recelosa del adulto
Es providencial que haya tardado tanto tiempo en terminar este libro. Pues,
de entrada, todo lo que dice suena de maravilla. Todo. Su exposición de los
puntos de vista de otros, sus ejemplos, sus preguntas, sus críticas o —en el
curso grabado— el modo en que ordena las respuestas de sus alumnos…
Si algo queda claro, incluso en su versión escrita, es que Sandel tiene un
gran talento pedagógico.

No creo que se halle a la altura de Sócrates —con quien muchos le


comparan— pero, desde luego, posee un estilo seductor y digno de elogio.
Más si cabe teniendo en cuenta que el método que sigue es genuinamente
filosófico. Pues, en el fondo, no se basa en otra cosa que en examinar las
razones con las que sustentamos nuestros juicios sobre lo que debe
hacerse para, después, volver al mundo de la acción con mayor conciencia
de las implicaciones y limitaciones de determinados principios éticos y,
ojalá, con el ímpetu para buscar mejores principios que guíen la historia de
búsqueda del bien en que consiste toda vida humana, en inmejorable
expresión de MacIntyre.

El contenido del libro, en cambio, es otra cosa, sutilmente complaciente y


tanto más discutible en cuanto imperceptible, pues sus opiniones no se
apartan de la mentalidad mainstream. De hecho, más que rock star de la
filosofía, filósofo público, pensador global o demás apelativos que le han
colgado, para mí la mejor manera de entender quién es Sandel, qué
representa y por qué cae tan bien sería catalogarle como el héroe de
la doxa. Me explico:

Si contempláramos la filosofía contemporánea en forma de ciudad, diría


que tiendo a percibir dos tipos de barrio en ella. Uno estaría conformado por
distintas urbanizaciones monopolizadas cada una por sus respectivas
escuelas de pensamiento (fenomenólogos, personalistas, genealogistas,
realistas clásicos, marxistas y posmarxistas, hermenéuticos,
existencialistas, pragmatistas, etc.) con sus discusiones ad intra y sus
variaciones en cada escuela en función del autor al que sigan.

El otro tipo de barrio es mucho menos populoso y su censo se compone de


todos aquellos pensadores que entienden la filosofía en clave escéptica,
es decir, como una forma de pensamiento crítico llamada a cuestionar lo
que aparenta estar fundado, proponer soluciones mínimas o modestas y
mantener viva la duda acerca de cualesquiera propuestas, vengan de donde
vengan. Quienes pueblan este barrio, en realidad, pueden proceder del otro
o incluso tener allí su residencia familiar, ya que no se caracterizan tanto
por lo que sostienen sino por cómo lo sostienen. En el fondo, si se quiere,
son racionalistas y, ciertamente, no dudan del poder de la razón y la
investigación para abordar los problemas que nos importan. Pero poco más
les une.

Pues bien, el proyecto de Sandel es, justamente, un intento por rescatar


una filosofía no escéptica. ¿Cómo? Recordando que existen opiniones
consolidadas acerca de cómo manejar los dilemas (éticos, bioéticos,
técnicos, políticos, sociales, económicos)… y quedándose con la que más
place al público.

¿Mataría usted a un paciente dormido para quitarle los órganos y salvar,


así, a cinco personas? No, por supuesto. ¿Sacrificaría la vida de un niño
inocente si con ello un terrorista confesara la ubicación de una bomba? No,
por supuesto. ¿Por? Porque actuar así, señala Sandel, pisotea la dignidad y
los derechos.

¿Sabemos qué son estos términos? No, por supuesto. ¡Pero no importa! Su
sola mención invoca una doxa dominante, una opinión extendida —aunque
no suficientemente comprendida— contra la que nada se puede decir. Y, al
igual que un político mediano, Sandel no está ahí para llevar la contraria al
público, sino para proponerle un ejercicio de demolición controlada: piense
usted para, luego, seguir pensando igual, aunque con una certificación de
buena voluntad y mejores sentimientos.

Para muestra, un botón. En


2007, Sandel publicaba Contra la perfección, un interesante ensayo sobre
los riesgos de la manipulación genética. En una entrevista concedida
entonces, decía: no tengo nada en contra de la cirugía estética (¿agradar al
público? hecho), pero sí de su uso para fines no médicos (¿agradar al
público con conciencia social? hecho); propongo que los doctores que
ejerzan así la medicina, no pensando en la salud pública sino en su propio
enriquecimiento, devuelvan el dinero que costó su educación (¿aplauso de
la élite populista? hecho).
Obviamente, Sandel no tiene en cuenta que la educación pública no es un
“regalo” de la comunidad sino un servicio financiado con el dinero que,
antes, se nos ha extraído, un detalle que desactiva de raíz su propuesta.
Pero da igual: su modo de expresarse tiene la dosis adecuada de crítica
(cirugía estética sí, cirugía de capricho no) y de beneplácito populista (el
dinero público sólo debe usarse para fines públicos). Una fórmula ideal para
el tipo medio de nuestra época, que quiere ser rebelde con el sistema pero
sin salir del sistema.

Un pensador como Sandel le ofrece a su mente la droga perfecta: la


oportunidad de ser crítico con algunos aspectos de nuestra convivencia al
mismo tiempo que nutre a ese mismo sistema y lo legitima tácitamente.

En el fondo, y al margen de sus aciertos —que, ojo, son muchos— los


argumentos de Sandel no pasan de provocar el golpe de efecto de otros
eslóganes simplones pero tremendamente efectivos, del estilo “el mercado
global necesita una ética global”, o “como la universidad es una
institución social debe servir a la sociedad ejerciendo acción social”, o “las
empresas deben devolver a la sociedad parte de lo que la sociedad les ha
dado gratis”.

Son tantas las objeciones que pueden plantearse a este tipo de argumentos
—¿desde cuándo se define la Universidad por ser una institución social?
¿por qué el mercado necesita una ética antes que marcos legales claros,
aunque sean diversos?— que uno no sabe ni por dónde empezar. Pero da
igual, pues su efectividad no se basa en su sofisticación sino en su simpleza
y en la anáfora, esto es, en la repetición de ciertos términos cargados de
valoración positiva (público, global, social) que nublan el juicio del oyente
llevándole mecánica y rápidamente a conclusiones claras de las que puede
tardar muchos años en librarse, si es que lo logra algún día.

Para eso son necesarios los filósofos “molestos” de la otra barriada, esos
escépticos que raras veces se dejan cautivar por las ideas comúnmente
aceptadas y con los que es difícil mantener una conversación continuada,
pues no tardan mucho en interrumpir el parloteo con contra-argumentos,
experimentos mentales, e interpelaciones de todo tipo (no lo tengo tan
claro, ¿por qué sí?, esto habría que estudiarlo más, ¿desde qué punto de
vista?).

Como decía, estos filósofos no son muy numerosos, y no son escépticos en


toda materia y todo el tiempo. Hume resumió muy bien esta postura en
el Tratado de la naturaleza humana (1739-1740) al exponer la duda
escéptica respecto a los sentidos y concluir que, en cualquier caso, “estoy
seguro de que, sea cual sea la opinión del lector en este preciso instante,
dentro de una hora estará convencido de que hay un mundo externo y un
mundo interno”.

Parafraseando a Gabriel Zanotti, el escéptico no tiene por qué creer en su


propio escepticismo, pues la razón puede dudar de lo que sea, pero en la
vida cotidiana se vuelve a creer en todo aquello que no puede demostrar
con rotundidad como filósofo (el mundo externo, el propio yo, los demás,
que el sol va a salir mañana…).

Por eso, pocos filósofos fijan su residencia permanente en el barrio


escéptico. Y, además, hay entre ellos gradaciones en cuanto a la intensidad
y radicalidad de su escepticismo, de ahí que sea difícil listarlos de manera
exhaustiva. Lo más corriente es que te los encuentres a medida que
estudias o profundizas en un tema. A mí me ha ocurrido con Chandran
Kukathas y su reticencia ante la pretensión de controlar la inmigración,
con Norberto Bobbio o Robert Talisse cuando discuten los aspectos
normativos de la democracia, con Michael Oakeshott y su recelo de la
política utopista, obviamente con David Hume y su crítica de la religión
natural… Gracias al stop que todos estos incordiadores profesionales
plantean a la normal circulación de ideas, es que la opinión pública va
siendo pacientemente horadada hasta que, quién sabe, algún día puedan
emerger nuevas y mejores ideas…

Creer a ciegas o creer con cautela


Obviamente, no sólo de duda vive el hombre, sino también de creencia, que
diría María Zambrano. ¿Cómo es, entonces, que la historia del
pensamiento está jalonada de crisis escépticas?

Puede ser que, en realidad, el creyente que no duda no lo sea de verdad.


Pueda ser que cada época deba reconstruir la malla de ideas que hereda de
la anterior. En modo alguno se trata de una empresa fácil, pues las ideas
van entretejidas con experiencias, sentimientos y el sedimento de la
Historia. Pero, en realidad, cada época tiene sus razones para dudar, de
modo que, para contestar a la pregunta anterior, habría que examinar a
fondo cada período.

Si lleváramos a cabo este análisis en nuestro tiempo, quizá podríamos


apreciar el correctivo necesario que representan aquellos que dicen “no sé”
en medio de una sociedad crédula y saturada de corrección política. En una
circunstancia así, ¿qué otra debe hacer el filósofo sino dudar?
https://www.democresia.es/pensamiento/historia-de-una-ciudad-michael-
sandel-y-la-justicia/

Reseña del libro "Justicia ¿ hacemos lo que


debemos"
Luis Roca Jusmet
Rebelión

Justicia ¿ hacemos lo que debemos ? Michael J. Sandel (


Traducción de Juan Pedro campos Gómez) Barcelona: Mondadori
( colección Debate) , 348 páginas, 2011.

Los que nos hemos formado con Althusser y con Foucault tenemos una tendencia
mecánica a ponernos en guardia al oir la palabra Justicia. Para Althusser es una idea
abstracta que oculta la lucha de clases y para Foucault también esconde algo, en este
caso las relaciones de poder. El famoso debate que sostuvo con Chomsky titulado "De
la naturaleza humana : justicia contra poder" todavía tiene hoy un interés, aunque
afortunadamente nos preocupa más las exigencias concretas de la justícia que los
debates teóricos que genera. Como dice Stephane Hessel en ¡ Indignaos! todos podemos
tener una noción elemental de la justicia para rebelarnos contra este mundo inaceptable.

En todo caso es cierto que hay tanto peligro en una noción demasiado abstracta
de justicia como en una hipercrítica que nos puede paralizar si cuestionamos tanto este
sentimiento elemental de indignación. Todas estas cuestiones vienen a cuento porque
esta ambivalencia queda muy clara en el libro que nos ocupa. Por una parte plantea
unas preguntas muy interesantes para un público muy amplio de ciudadanos que
conduce a una reflexión crítica que no hay que desperdiciar. Por otra justamente la
formulación abstracta del término esconde, como decían Althusser y Foucault, la lucha
de clases y las relaciones de poder.

Sandel plantea la problemática de la justicia muy condicionado por su entorno


económico, social y cultural sin la suficiente distancia crítica. Es un catedrático de
ciencias políticas de la Universidad de Harvard , donde, según nos dice la contraportada,
imparte desde hace dos décadas el curso sobre justícia más popular de la universidad.
No es de extrañar, ya que la argumentación es clara, el estilo es brillante y elude además
planteamientos radicales uqe podrían resultar incómodos. No nos habla en ningún
momento del capitalismo ni tampoco de la tradición socialista. Es como si Marx no
hubiera existido y la teoría más de izquierdas en el tema de la justicia fuera la de John
Rawls. Para el autor existen tres posturas respecto al tema de la justicia : la de los
utilitaristas, la de los liberales y la de los comunitaristas. No sólo esto sino que además
no distingue de una forma clara entre la moral y la política. La combinación de estas dos
cuestiones le lleva a plantear falsos dilemas. En primer lugar excluye el utilitarismo a
partir de su versión más simplista, que es la de Bentham. Aunque habla amplia-mente
de Mill las críticas que aparecen a la respuesta utilitarista no tiene demasiado en cuenta
los matices de Mill, que la hacen más complicada. En segundo lugar pone en el mismo
saco posiciones de política social y económica con otras referidas a lo que podríamos
llamar las conductas individuales. De esta forma identifica casi siempre liberal con la
defensa de las libertades y del mercado, llegando al extremo de llamar libertarios a los
que defienden libertades individuales radicales y una economía de mercado pura ( con
lo que vemos que igual que no existe el socialismo ni el comunismo, tampoco el
anarquismo). Liberales son, según su planteamiento, los que defienden un
individualismo basado en la libertad de elección, la cual cosa hace que sean reacios a las
intervenciones del Estado, que vale tanto para las costumbres como para los impuestos).
Aunque critica este enfoque desde una postura moralizante lo hace sin cuestionar el
mercado y sin hablar de capitalismo. Wallernestein nos ha mostrado como el capitalismo
es una lógica de acumulación de capital a la que se subordina el mercado a través de la
intervención del Estado. Otro gran sociólogo, Zygmund Bauman, también ha insistido en
la simbiosis real entre Capital y Estado. Una reflexión política crítica debe cuestionar la
ideología del liberalismo que niega esta evidencia histórica. También estaría bien que se
leyera otro interesante estudio desde la psicología social crítica, "El tratado de la
servidumbre liberal" ( su autor es Jean-León Beauvois) para entender el gran engaño
sobre la capacidad de elegir en una sociedad tan manipulada como la nuestra. Parece
que Sandel es incapaz de cuestionar toda esta ideología y él mismo es presa de ella.

Hay otra cuestión muy discutible, que es la manera ambigua como trata la justícia en
un terreno intermedio entre la moral y la política. Primero explica a fondo las teorías
morales de Mill y Kant para pasar indistintamente a las teorías políticas de Aristóteles y
Rawls. Su opción es el comunitarismo, entendido como una capacidad narrativa desde
la que construimos nuestra libertad, que no es una simple capacidad de elección
individual y como regulación moral de la política y la economía. El empeño de dar un
contenido a nuestra vida desde una narración que le de sentido está bien: siempre me
ha gustado la afirmación de Paul Ricoeur cuando nos invitaba a hacer de nuestra vida
una narración ética y estéticamente soportable. Pero lo que es cuestionable es la
dimensión comunitaria de esta narración. A partir del ejemplo de las responsabilidades
colectivas nos plantea que sólo desde este planteamiento un pueblo puede pedir perdón
a otro que ha sido su víctima. Dice Sandel que hay una responsabilidad compartidas que
van más allá de aquello a los que nos comprometemos, que aceptamos como contrato (
como plantearía Rawls). Creo que el dilema es falso. Uno sólo puede pedir
responsabilidades por su conducta y por sus consecuencias. Las responsabilidades
colectivas me parecen muy cuestionables porque se parte de una identidad
supuestamente homogénea. Un alemán no debe asumir responsabilidades contra un
judío o un judío contra un palestino si no se ha implicado activa o pasivamente en la
agresión. Hubo alemanes víctimas del nazismo y que lucharon contra él, igual que
israelitas pacifistas que defienden la causa de los palestinos. Las narraciones
comunitarias crean falsas identidades colectivas, sean a partir de la lo étnico, lo cultural
o lo nacional, que tantos desastres han causado. Otra cuestión que me parece
teriblemente confusa es cuando dice que no podemos separar las convicciones morales
y religiosas de las políticas. Me parece un paso atrás volver a considerar las creencias
religiosas como algo público y no privado del gobernante ( como hace Obama respecto
a Kennedy). Si hablamos de moral lo único que debe inspirar la política ha de ser un
proyecto moral universalista, como el de la "Dearación Universal de Derechos Humanos."

De todas maneras hay que reconocer que Sandel plantea problemas morales
interesantes, que a veces son desconcertantes o molestas para la izquierda. ¿ Debemos
considerar el servicio militar como una prestación cívica o dejar la defensa en manos de
un ejército profesional ?. Los ejércitos existen y no hay que esconderse en proclamas
antimilitaristas para escabullir el problema. Recordemos que Chomsky defendía el
servicio militar porque sino, decía, se condena a los hijos de las familias obreras no
cualificadas a hacer la guerra. También tenemos el espinoso tema de la discriminación
positiva ( estiremos de las orejas al traductor cuando lo traduce por "acción afirmativa").
Incluso vale la pena seguir su razonamiento sobre la finalidad del matrimonio para
centrar la polémica sobre la legalización de los matrimonios gays. O los niveles de
solidaridad en función del vínculo afectivo o de identificación, dificil tema que sólo había
leido en otro filósofo, Appiah.

El libro presenta un interés pero tiene el tremendo fallo de esconder la que me parece
la única opción justa, aunque esté por construir. Es la de una tradición de socialismo
democrático que quiere combinar la libertad de los antiguos ( las virtudes cívicas) con
las de los modernos ( la libertad personal). Sandel se empeña en contraponerlas al
identificarlas con unas alternativas tan excluyentes como discutibles como el
comunitarismo y el liberalismo. http://www.rebelion.org/noticia.php?id=135427

LA TEORIA DE LA JUSTICIA DE MICHAEL J.SANDEL


Justicia ¿ hacemos lo que debemos ?
Michael J. Sandel
( Traducción de Juan Pedro Campos Gómez)
Barcelona: Mondadori ( colección Debate) , 348 páginas,
2011.

Escrito por Luis Roca Jusmet


Los que nos hemos formado con Althusser y con Foucault
tenemos una tendencia mecánica a ponernos en guardia al oir
la palabra Justicia. Para Althusser es una idea abstracta que
oculta la lucha de clases y para Foucault también esconde
algo, en este caso las relaciones de poder. El famoso debate
que sostuvo con Chomsky titulado "De la naturaleza humana
: justicia contra poder" todavía tiene hoy un interés, aunque
afortunadamente nos preocupa más las exigencias concretas
de la justícia que los debates teóricos que genera. Como dice
Stephane Hessel en ¡ Indignaos! todos podemos tener una
noción elemental de la justicia para rebelarnos contra este
mundo inaceptable.
En todo caso es cierto que hay tanto peligro en una noción
demasiado abstracta de justicia como en una hipercrítica que
nos puede paralizar si cuestionamos tanto este sentimiento
elemental de indignación.Todas estas cuestiones vienen a
cuento porque esta ambivalencia queda muy clara en el libro
que nos ocupa. Por una parte plantea unas preguntas muy
interesantes para un público muy amplio de ciudadanos que
conduce a una reflexión crítica que no hay que desperdiciar.
Por otra justamente la formulación abastracta del término
esconde, como decían Althusser y Focualt, la lucha de clases
y las relaciones de poder.
Sandel plantea la problemática de la justicia muy
condicionado por su entorno económico, social y cultural sin
la suficiente distancia crítica. Es un catedrático de ciencias
políticas de la Universidad de Harvard , donde, según nos
dice la contraportada, imparte desde hace dos décadas el
curso sobre justicia más popular de la universidad. No es de
extrañar, ya que la argumentación es clara, el estilo es
brillante y elude además planteamientos radicales que
podrían resultar incómodos. No nos habla en ningún
momento del capitalismo ni tampoco de la tradición
socialista. Es como si Marx no hubiera existido y la teoría
más de izquierdas
en el tema de la justicia fuera la de John Rawls. Para el autor
existen tres posturas respecto al tema de la justicia : la de los
utilitaristas, la de los liberales y la de los comunitaristas. No
sólo esto sino que además no distingue de una forma clara
entre la moral y la política. La combinación de estas dos
cuestiones le lleva a plantear falsos dilemas. En primer lugar
excluye el utilitarismo a partir de su versión más simplista,
que es la de Bentham. Aunque habla ampliamente de Mill
las críticas que aparecen a la respuesta utilitarista no tiene
demasiado en cuenta los matices de Mill, que la hacen más
complicada. En segundo lugar pone en el mismo saco
posiciones de política social y económica con otras referidas
a lo que podríamos llamar las conductas individuales. De
esta forma identifica casi siempre liberal con la defensa de
las libertades y del mercado, llegando al extremo de llamar
libertarios a los que defienden libertades individuales
radicales y una economía de mercado pura ( con lo que
vemos que igual que no existe el socialismo ni el
comunismo, tampoco el anarquismo). Liberales son, según
su planteamiento, los que defienden un individualismo
basado en la libertad de elección, la cual cosa hace que sean
reacios a las intervenciones del Estado, que vale tanto para
las costumbres como para los impuestos). Aunque critica
este enfoque desde una postura moralizante lo hace sin
cuestionar el mercado y sin hablar de capitalismo.
Wallernestein nos ha mostrado como el capitalismo es una
lógica de acumulación de capital a la que se subordina el
mercado a través de la intervención del Estado. Otro gran
sociólogo, Zygmund Bauman, también ha insistido en la
simbiosis real entre Capital y Estado. Una reflexión política
crítica debe cuestionar la ideologia del liberalismo que niega
esta evidencia histórica. También estaría bien que se leyera
otro interesante estudio desde la psicología social crítica, "El
tratado de la servideumbre liberal" ( su autor es Jean-León
Beauvois) para entender el gran engaño sobre la capacidad
de elegir en una sociedad tan manipulada como la nuestra.
Parece que Sandel es incapaz de cuestionar toda esta
ideología y él mismo es presa de ella.
Hay otra cuestión muy discutible, que es la manera ambigua
como trata la justicia en un terreno intermedio entre la moral
y la política. Primero explica a fondo las teorías morales de
Mill y Kant para pasar indistintamente a las teorías políticas
de Aristóteles y Rawls. Su opción es el comunitarismo,
entendido como una capacidad narrativa desde la que
construimos nuestra libertad, que no es una simple capacidad
de elección individual y como regulación moral de la política
y la economía. El empeño de dar un contenido a nuestra vida
desde una narración que le de sentido está bien: siempre me
ha gustado la afirmación de Paul Ricoeur cuando nos
invitaba a hacer de nuestra vida una narración ética y
estéticamente soportable. Pero lo que es cuestionable es la
dimensión comunitaria de esta narración. A partir del
ejemplo de las responsabilidades colectivas nos plantea que
sólo desde este planteamiento un pueblo puede pedir perdón
a otro que ha sido su víctima. Dice Sandel que hay una
responsabilidad compartidas que van más allá de aquello a
los que nos comprometemos, que aceptamos como contrato (
como plantearía Rawls). Creo que el dilema es falso. Uno
sólo puede pedir responsabilidades por su conducta y por sus
consecuencias. Las responsabilidades colectivas me parecen
muy cuestionables porque se parte de una identidad
supuestamente homogénea. Un alemán no debe asumir
responsabilidades contra un judío o un judío contra un
palestino si no se ha implicado activa o pasivamente en la
agresión. Hubo alemanes víctimas del nazismo
De todas maneras hay que reconocer que Sandel plantea
problemas morales interesantes, que a veces son
desconcertantes o molestas para la izquierda. ¿ Debemos
considerar el servicio militar como una prestación cívica o
dejar la defensa en manos de un ejército profesional ?. Los
ejércitos existen y no hay que esconderse en proclamas
antimilitaristas para escabullir el problema. Recordemos que
Chomsky defendía el servicio militar porque sino, decía, se
condena a los hijos de las familias obreras no cualificadas a
hacer la guerra. También tenemos el espinoso tema de la
discriminación positiva ( estiremos de las orejas al traductor
cuando lo traduce por "acción afirmativa"). Incluso vale la
pena seguir su razonamiento sobre la finalidad del
matrimonio para centrar la polémica sobre la legalización de
los matrimonios gays. O los niveles de solidaridad en
función del vínculo afectivo o de identificación, difícil tema
que sólo había leído en otro filósofo, Appiah.
El libro presenta un interés pero faltan opciones a
considerar, como la de Philippe Petit, que hace la
fundamental distinción entre libertad como no-dominación y
como no-interferferencia. La no-dominación es la no
interferencia arbitraria. la libertad, muchas veces, exige por
cuestiones de justicia, una intervención institucional al
servicio de la igualdad.
http://luisroca13.blogspot.com/2010/11/una-vida-buena-con-y-para-los-otros-en.html

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