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Principios fundamentales
c) Los bienes eclesiásticos. Los bienes que pertenecen a las personas jurídicas
públicas se rigen por el CIC y sus estatutos. Los bienes propios de las personas
jurídicas privadas.
La Iglesia puede adquirir bienes (c. 1259) de todos los modos justos que estén
permitidos por derecho natural o positivo. En el Libro V encontramos normas concretas
de algunos de esos modos de adquisición:
e) Corresponsabilidad de las diócesis con la Sede Apostólica. (1271) Para que pueda
llevar a cabo su misión universal cada diócesis ha de aportar. Ejemplo, el óbolo de
San Pedro.
Ahora bien, con esto no se busca dejar desamparados en la parte material a los ministros
sagrados, ya que en el c. 281 se promueve el digno sostenimiento de los clérigos. Según
el c. 1274 en cada diócesis debe haber para el sustento: a) una institución para el
sostenimiento del clero; b) otra si es necesario para la previsión social o seguros sociales
de los ministros sagrados; y c) un fondo común diocesano para el sostenimiento de otras
personas al servicio de la Iglesia como también para cualquier necesidad y ayuda
incluso a diócesis más pobres. Es conveniente que para todo esto se involucren algunas
o todas las diócesis de la Conferencia Episcopal. El c. 1272 para en cierta medida
ayudar con esto, expresa que el patrimonio de una diócesis, dígase los bienes, vayan
pasando de forma gradual a la colaboración del sostenimiento del clero donde se
necesite.
En la iglesia existen multitud de patrimonios con diversos titulares y fines propios. Las
administraciones de estos patrimonios están regidas por principios generales que tienden
a unificar estos bienes eclesiásticos y sus fines bajo la autoridad suprema del Romano
Pontífice y con un régimen jurídico común. Tres son los actores a quienes les competen
la administración de estos bienes; EL Romano Pontífice, el Ordinario y el administrador
inmediato o ecónomo. El Romano Pontífice tiene la potestad de ejercer le primado de
jurisdicción, el Ordinario tiene el derecho y el deber de vigilancia sobre los bienes
sujetas a su jurisdicción, y por su parte el administrador inmediato son las que rigen
inmediatamente la persona jurídica a quienes pertenecen los bienes. Estos
administradores deben cumplir unos deberes que esta estipulados en los cánones del
1283 al 1289. Este debe actuar con diligencia, cual si fuera un padre de familia.
Se consideran causas pías los fines de culto, piedad o caridad a los que se destinan unos
bienes por expresa voluntad de quien los entrega a la Iglesia. No queda constituida
jurídicamente una causa pía hasta que la disposición de bienes es aceptada formalmente
por la Iglesia. Entre las causas pías se encuentran las fundaciones pías, que pueden ser
de dos tipos:
El delito puede definirse como la violación externa y moralmente imputable de una ley
o
precepto que lleva aneja una sanción penal (cf. CIC 17, c. 2195). Por tanto, no toda
infracción jurídica o moral (pecado) es delito. Cuando, con voluntad de delinquir, se han
realizado actos que por su naturaleza tienden a la ejecución del delito:
Penas expiatorias, aunque busca el bien espiritual del delincuente, se persiguen más
directamente los aspectos de restablecimiento de la justicia y reparación del escándalo
causado por el delito las censuras pueden ser perpetuas, por un tiempo determinado o
indeterminado. Las penas expiatorias, según el c. 1336, son principalmente: la
prohibición o el mandato de residir en un lugar o territorio; la privación de potestad,
oficio, cargo, derecho, privilegio, facultad, gracia, titulo o distintivo, aun meramente
honorifico; el traslado penal a otro oficio; la expulsión del estado clerical y otras que
pudieran establecer la ley, siempre que sea sean conformes con el fin sobrenatural de la
Iglesia.
Otras sanciones
Además de la dicho, hay que considerar que, aunque el Libro VI del CIC está
consagrado al tema “De las sanciones en la Iglesia”, también se encuentran diferentes
cánones en todo el CIC de carácter propiamente sancionador y, que los diferentes
organismos de la Iglesia también cuentan con su propio sistema disciplinario de manejo
interno como, por ejemplo; El Reglamento General de la Curia Romana (RGCR).
Para delitos graves, el CIC dispone de las penas latae sententiae, (con una sentencia ya
dada), y la absolución de algunas de estas, por la gravedad de ella, están reservada a la
Santa Sede. Sin embargo, lo normal es que ante algún delito se realice un debido
proceso para darse la correspondiente sentencia (ferendae sententiae). Finalmente, las
sanciones correspondientes a los diferentes delitos podrán ser: Determinadas
(establecida explícitamente por el CIC); Indeterminadas (el juez determina la pena que
se aplicará); Preceptiva (debe sancionarse obligatoriamente con la pena establecida) y;
Facultativa (el juez puede abstenerse se emitir una sanción).
El CIC distingue diversas categorías delictivas. Cada una de esa categoría sobre los
bienes
jurídicos que se protegen penalmente en cada caso:
1. Delitos contra la religión y unidad de la Iglesia (CC. 1364-1369): comprende los
delitos de apostasía, herejía y cisma entre otros.
2. Delitos contra las autoridades eclesiástica y contra la libertad de la Iglesia (CC.
1370-1377): Incluye diversos supuestos de desobediencia, la inscripción en
asociaciones que maquinan contra la Iglesia, como, por ejemplo, (amazónica).
3. Usurpación de funciones eclesiásticas y delito en su ejercicio (CC. 1378-1390):
entre estos delitos encontramos, atentado de celebración eucarística sin ser
sacerdote, solicitación en confesión, negociación con los estipendios, soborno,
abuso de potestad etc.
4. Crimen de falsedad (CC. 1390-1391): comprenden los delitos de denuncia falsas
y calumnia y diversos tipos de falsedad documental.
5. Delitos contra obligaciones especiales (CC. 1392-1396): Incluyen diversas
infracciones de deberes propio de los clérigos y de los religiosos etc…
6. Delitos contra la vida y la libertad del hombre (CC. 1397-1398): por su gravedad
se tipifican como delitos canónicos, entre estos están, el aborto procurado y
diversos atentados contra las personas (homicidio, mutilación, rapto, etc…)
Por último, el c. 1399 contiene una norma general calificada por diversos autores como
norma penal en blanco.
2.1 La investigación previa (cf. cc. 1717 - 1719) por el ordinario, partiendo
del algún indicio de posible conducta ilícita o delictiva, llega a la decisión
de abrir y proceso judicial.
2.2 Las medidas que puede adoptar la autoridad para prevenir un delito o
para detener una conducta que pudiera desembocar en un delito son:
(represión, amonestación, corrección fraterna, penitenciaria, etc.: cf. cc.
1339 - 1341).
2.3 El proceso o procedimiento por el que se impone una sanción, una vez
que la autoridad ha decidido que debe iniciarse.
El Derecho Canónico, en beneficio al bien de las almas del reo o de los fieles, anticipa
algunos casos en los que, permaneciendo la pena, se suspende ocasionalmente para el
delincuente la obligación de observar las prohibiciones que implica. Por lo que, si a un
ministro consagrado se le prohíbe celebrar un sacramento o sacramentales, esta pena
queda suspendida, cuantas veces sea necesario para atender a los fieles en peligro de
muerte. Si es una censura latea sententiae y aún no ha sido declarada, se suspende
igualmente la denegación cuantas veces sea necesario para atender a una petición de un
sacramento o sacramentales de un fiel y es lícito pedirlo por cualquier causa (c. 1335).
La Rota Romana, que es el tribunal ordinario constituido por el Romano Pontífice para
recibir apelaciones (cf. c. 1443), cumple normalmente la función de instancia superior
en grado de apelación ante la Sede Apostólica. Tiene, además, la función de velar por la
unidad de la jurisprudencia y de ayudar mediante sus sentencias a los tribunales
inferiores (cf. PB, art. 126).
La Rota Romana juzga en segunda instancia las causas sentenciadas por tribunales
ordinarios de primera instancia que se lleven por apelación legítima a la Santa Sede; y
en tercera e ulterior instancia, las causas ya juzgadas por la misma Rota (ante otro turno
de jueces) o por cualquier otro tribunal, siempre que sea posible todavía apelar contra la
sentencia.
Capacidad y Legitimación
Para actuar en un proceso se requiere gozar de capacidad procesal, que es una
determinación de la capacidad de obrar.
Legitimación
El Derecho procesal canónico establece dos oficios que deben proveerse en todos los
tribunales. Se trata del promotor de justicia y del defensor del vínculo. El promotor de
justicia tiene la obligación, por su oficio, de velar por el bien público. Por ello debe
actuar --por disposición expresa de la ley, o por decisión del Obispo diocesano.El
defensor del vínculo ha de actuar en todas las causas en que se juzgue la nulidad o la
disolución del matrimonio (vide XXXVI, 3, a) o la nulidad de la sagrada ordenación
(vide XXXVI, 3, b), proponiendo todo aquello que quepa aducir razonablemente contra
la nulidad o disolución (cf. c. 1432).
Según el c. 1481, las partes pueden demandar y actuar en juicio personalmente. Sin
embargo, incluso en los procesos más sencillos, ha de desarrollarse una actividad
bastante técnica y compleja, que hace conveniente que las partes se sirvan de la ayuda
de un procurador o de un abogado, que pueden designar libremente para que los
patrocine. Los cc. 1481-1490 contienen las normas del CIC sobre abogados y
procuradores. Para poder patrocinar causas ante los tribunales eclesiás-ticos, tanto el
procurador como el abogado deben ser mayores de edad y de buena fama; el abogado,
además, debe ser católico --salvo que el Obispo diocesano permita otra cosa- y doctor o,
al menos, verdaderamente perito en derecho canónico; y ha de ser aprobado por el
Obispo(cf. c. 1483). El CIC recomienda que en los tribunales, si es posible, haya unos
patronos estables, que perciban sus honorarios del tribunal y puedan ser nombrados por
las partes que lo deseen (cf. c. 1490).