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Modernidad y Posmodernidad
Modernidad y Posmodernidad
Ahora luchemos para cumplir aquellas promesas, luchemos por liberar al mundo, por acabar con las barreras, con los odios e
intolerancia. Luchemos por un mundo con raciocinio, un mundo donde la ciencia y el progreso nos conducirán a la felicidad. Soldados,
en nombre de la democracia ¡unámonos!
Desde que en la antigua Grecia Heráclito afirmó que todo cambia permanentemente y Parménides replicó que lo esencial es inmutable,
calibrar la entidad y el significado de los cambios ha resultado bastante problemático. Sin embargo, el cambio parece ser el denominador
común de las últimas décadas. En la Argentina como en el mundo, en la política como en la economía, en la tecnología como en las
ideas y la vida cotidiana, en las comunicaciones como en la educación, rápidos y significativos cambios han transformado la vida de
gran parte de los hombres, a los que nos toca vivir un complejo final de siglo. Aunque el cambio lo afecta todo y produce una crisis
global de las distintas sociedades, hay territorios, sectores, instituciones, grupos y generaciones, más o menos dinámicos, más o menos
dependientes, que viven la crisis de modo diferente. No es difícil advertir la interrelación entre los diversos procesos de cambio: un
descubrimiento tecnológico en el mundo desarrollado lleva a que tiempo después se instale un video-club a la vuelta de nuestra casa,
lo que traerá como consecuencias, entre muchas otras, menos salidas al cine, con una reducción en el número de salas, y un mayor
acceso al mundo de la imagen televisiva, con una reducción del tiempo dedicado a otras actividades; el generalizado uso del walk-man
entre los jóvenes, replantea su relación con la música que se hace omnipresente en los contextos más diversos, incluida el aula de la
escuela que debe dar alguna respuesta a este nuevo fenómeno. Aunque advertimos la interrelación de los cambios entre sí, más difícil
resulta encontrar un hilo conductor que nos permita aproximarnos a comprender las grandes líneas de los procesos de cambio de los
que participamos, un hilo conductor que nos permita llegar a entender, aunque sea de un modo provisional, el sentido global de los
mismos y nos posibilite una ubicación más o menos lúcida en relación con ellos. Naturalmente se puede intentar buscar este hilo
conductor en muy distintas áreas y acudiendo a distintos conceptos; explicarlo todo desde la economía, a partir de la revolución científico-
tecnológica o postular una crisis de los valores. Sin embargo, estas explicaciones suelen ser un tanto reduccionistas: todo sería
consecuencia de ciertos desarrollos producidos en el área que se privilegia. En lugar de definir una clara, pero a la vez unilateral
perspectiva, para intentar una comprensión de los procesos de cambio, hemos optado, en este trabajo, por algo más difuso cual es
considerar como punto de referencia la transición, el corte o el enfrentamiento modernidad-posmodernidad que atraviesa las disciplinas
científicas, pero también las expresiones estéticas, el mundo de los valores, la política, la economía, la educación y la vida cotidiana.
Este corte modernidad-posmodernidad ha resultado fecundo para entender diferentes áreas sociales y aunque se lo ha aplicado a la
comprensión de la educación, en general, y a la universidad en particular, casi no se lo ha empleado para comprender la crisis de la
escuela secundaria y la situación del adolescente en relación con esta institución en las presentes circunstancias. La expresión
"posmodernidad" fue ocupando un espacio a partir de los años ochenta. Desde su uso en los medios de comunicación en primer término,
y en el vocabulario de algunos jóvenes posteriormente, quienes la abreviaron "posmo", nos fuimos habituando a una palabra que, en
casi todos los casos, se emplea con un significado extremadamente vago. Comencemos por indagar sus orígenes. A fines de los
sesenta, Alain Touraine escribe un libro titulado La sociedad postindustrial; en la década del setenta se habla de cultura posmoderna,
con especial referencia a la arquitectura. De 1979 es el libro de JeanFrancois Lyotard, La condición posmoderna, donde sostiene la
hipótesis de que el saber cambia de estatuto al mismo tiempo que las sociedades entran en la llamada edad posindustrial y las culturas
en la edad posmoderna. (1) La posmodernidad sería entonces la cultura que correspondería a las sociedades posindustriales,
sociedades que se habrían desarrollado en los países capitalistas avanzados a partir de los años cincuenta sobre la base de la
reconstrucción de posguerra. Más adelante consideramos en este trabajo las características de estas sociedades posindustriales y, lo
que será objeto de nuestro especial interés, las de la cultura posmoderna. Pero hay un punto de referencia inevitable de donde la
posmodernidad recibe su nombre que es la modernidad La posmodernidad, como edad de la cultura, debe comprenderse por referencia
a lo que se denomina "modernidad", ya sea que se la considere como su contrapartida, como su continuidad o su superación. Nuestro
planteo nos llevará entonces inicialmente a la consideración de las ideas de la modernidad en los siglos XVII y XVIII y al replanteo y las
críticas de estas ideas en el siglo XIX; posteriormente estudiaremos el desenvolvimiento de las sociedades posindustriales y la crisis de
la modernidad; seguiremos desarrollando las ideas que conforman la cultura posmoderna, para finalizar con una valoración crítica de lo
expuesto.
(2) Brecht, Bertold. Galileo Galilei. Bs.As. Teatro Municipal General San martín, 1984,p.34.
Es en este contexto que Descartes inicia sus Meditaciones metafísicas, de 1641,con las que se considera que comienza la filosofía
moderna diciendo: "Hace ya algún tiempo que me he dado cuenta de que desde mis primeros años había admitido como verdaderas
una cantidad de opiniones falsas y que lo que después había fundado sobre principios tan poco seguros no podía ser sino muy dudoso
e incierto, de modo que me era preciso intentar seriamente, una vez en mi vida, deshacerme de todas las opiniones que hasta entonces
había creído y empezar enteramente de nuevo desde los fundamentos si quería establecer algo firme y constante en las ciencias." (3)
Descartes afirma que a lo largo de su vida ha considerado como verdaderas una cantidad de opiniones falsas y que todo lo edificado
sobre ellas no puede ser sino dudoso e incierto. De este modo, expresa sus dudas sobre todo aquello que le han enseñado: los principios
aristotélicos y los valores tradicionales; pero la duda no aqueja a Descartes individualmente, sino que es el sentimiento de la época
frente a las transformaciones que han tenido lugar. Si el conocimiento tradicional ha mostrado no ser muy firme, es necesario "empezar
de nuevo, desde los fundamentos", es decir, refundar el edificio todo del saber; por esta. idea de "empezar de nuevo" es que Hegel
considera a Descartes un "héroe" de la filosofía. Para esta tarea es que necesita un método; el elemento esencial de ese método es
justamente la duda, ahora transformada en instrumento: no habrá que admitir proposición alguna que no sea indubitable. Para la misma
época la preocupación por el método también está presente en F. Bacon, filósofo británico. El método es concebido por ambos como
un camino para descubrir nuevas verdades, a diferencia del silogismo que sólo permite convalidar lo ya sabido, y como un conjunto de
procedimientos sencillos que cualquier persona podría aplicar. Estas características implican una democratización del saber y una
concepción revolucionaria para la época. Inicialmente Descartes duda de todo, y, en ese momento, aparece como un escéptico, pero
profundizando en la duda descubre que en tanto que duda piensa y si piensa existe. "Pienso luego existo" se constituye en la primera
verdad. La primera certeza es la existencia del yo que piensa. La misma existencia de Dios y la del mundo se derivarán de esta verdad.
Nunca antes de Descartes se le había dado un papel tan fundamental al sujeto pensante. La preeminencia del mismo será el signo
fundamental de casi toda la modernidad. Mientras en Europa continental se desarrolla el racionalismo, en Inglaterra crece vigorosamente
otra rama de la filosofía moderna: el empirismo. Según el empirismo, el conocimiento se halla fundado en la experiencia y por
experiencia, en última instancia, se entiende algún tipo de información sensorial. Para los empiristas no hay ideas innatas; por el
contrario, la conciencia es una tabla rasa, un papel en blanco por escribir y quien escribe es la experiencia. La escuela empirista británica
incluye a F. Bacon, contemporáneo de Descartes, J. Locke, G. Berkeley y David Hume.
Ya en el siglo XVIII los empiristas británicos por boca de Hume, mucho más drásticamente que Descartes, afirmaban: "Si procediéramos
a revisar las bibliotecas convencidos de estos principios, ¡qué estragos no haríamos! Si cogemos cualquier volumen de Teología o
metafísica escolástica, por ejemplo, preguntemos: ¿Contiene algún razonamiento abstracto sobre la cantidad y el número? No.
¿Contiene algún razonamiento experimental acerca de cuestiones de hecho o existencia? No. Tírese entonces a las llamas, pues no
puede contener más que sofistería e ilusión." (4).
Si se repara que todavía en el año 1600 Giordano Bruno había sido quemado por la Inquisición por adherir a las ideas de Copérnico en
contra de las verdades reveladas de la teología, es notable y sintomático de un cambio de la mentalidad imperante que sólo ciento
cincuenta años después Hume, en nombre de los principios del empirismo, se permita sugerir, metafóricamente, que los libros de
teología o metafísica escolástica pueden ser quemados sin ninguna pérdida. La tradición racionalista francesa, el empirismo británico y
el desarrollo de las ciencias son en el plano de las ideas las fuentes de las que se nutre el Iluminismo, o filosofía de la ilustración, en el
siglo XVIII. Esta corriente de pensamiento defiende una razón que se apoya en la experiencia, que va de lo singular a lo universal, de
los hechos a los principios y que, cada vez más, va tomando a la ciencia natural como el modelo de todo conocimiento. El auge de la
burguesía, el desarrollo del capitalismo y las revoluciones inglesa, norteamericana y francesa constituyen el marco económico, social y
político en el que se forman las ideas iluministas, ideas que a su vez van a ejercer decisiva influencia en la sociedad en general y en los
procesos revolucionarios mencionados en particular. En 1751 comenzó a publicarse la Enciclopedia o Diccionario Razonado de las
Ciencias, de las Artes y de los Oficios, bajo la dirección de Diderot y D'Alembert, que buscaba reunir y sistematizar todos los
conocimientos, incluidos los pertenecientes a los oficios y las artes mecánicas, para difundirlos entre los contemporáneos y trasmitirlos
a la posteridad "para que nuestros nietos, al convertirse en más instruidos, lleguen también a más virtuosos y más felices".
Característica de la Enciclopedia y del movimiento ilustrado es la idea de que el conocimiento es útil, debe divulgarse y tiene un carácter
liberador, pues, a mayor instrucción corresponderá mayor virtud y mayor felicidad; en la divulgación del conocimiento los ilustrados le
asignarán un papel privilegiado a la educación y, en particular, a la escuela y al libro. La educación debe ampliarse a "todas las
condiciones". Merced a la misma y al desarrollo de las ciencias, la humanidad puede lograr un futuro mejor: progresar, tanto material
como espiritualmente. En lugar de ubicar una edad de oro en el pasado, en algún pasado remoto y perdido, mito común a varias culturas,
los iluministas creen que es posible lograr, en el futuro, una humanidad más libre de los condicionamientos de la naturaleza. En general,
los ilustrados ven al progreso como una posibilidad de la humanidad, y no como una marcha inexorable de la misma hacia algo mejor.
El iluminismo tiene una vocación universalista, sus ideales son de tipo universal, el ciudadano ilustrado rechazará los prejuicios de raza,
nacionalidad o religión y, en cambio, se identificará con cualquier otro ilustrado en cualquier continente. En materia de religión, los
ilustrados son librepensadores, en su mayor parte no se trata de ateos, pero está muy extendida la idea de una religión natural o deísmo.
Esta posición sostiene que en el fondo de las distintas religiones históricas habría una religiosidad racional común. Las distintas
tradiciones históricas deformarían ese núcleo natural llevando a la superstición y el fanatismo; Dios, denominado preferentemente "Ser
supremo es considerado el gran arquitecto, punto de referencia último para la explicación del universo. La Revolución Francesa con su
lema "Libertad, igualdad y fraternidad" y la democracia política son deudoras de la Ilustración y forman parte del núcleo de las ideas de
la modernidad que tanto influyen en nuestra Revolución de Mayo y, en general, en el proceso independentista en Hispanoamérica. Una
esfera particularmente importante en el desarrollo de la modernidad está constituida por el campo de las ideas éticas. Las normas
morales y jurídicas de un pueblo se originan generalmente a partir de las tradiciones religiosas. Durante siglos se concibió al Estado
como dotado de una religión oficial. En la Europa medieval, más allá de las diferencias entre los distintos pueblos que la conforman, la
religión católica es la fuente de las normas morales y jurídicas, las cuales dejan poco margen para el desarrollo de ideales de vida
individuales que contradigan las tradiciones sociales. En ese marco, las minorías musulmana y judía son apenas toleradas. Con la
Reforma Protestante y las guerras de religión del siglo XVII se quiebra la unidad religiosa y la idea de fundamentar la moral y el derecho
en la religión cede su paso entre los iluministas a una concepción que busca establecer normas universales fundamentadas
racionalmente. El progreso que ha proclamado la ilustración tiene en el dominio de la moral un ámbito privilegiado y, en esta esfera, el
progreso consistirá en buscar establecer normas que, en lugar de valer para un pueblo o una cultura determinadas, valgan para todos,
sean universales y, en vez de estar basadas en la tradición o en la religión, tengan un fundamento racional. En realidad, los requisitos
de racionalidad y universalidad se complementan. La ética de Kant, expuesta en la Fundamentación de la metafísica de las costumbres
y en la Crítica de la razón práctica va a constituir el más elaborado intento por construir una ética universal de naturaleza racional. Según
Kant puede haber muchas cosas buenas como el valor, la decisión, la perseverancia y otras muchas cualidades, pero ninguna de ellas
puede ser llamada buena sin restricción, porque cualquiera de estas cualidades pueden llegar a ser malas y dañinas si la voluntad que
ha de hacer uso de ellas no es buena. Una voluntad buena, en cambio, lo es en cualquier circunstancia y con independencia de que
alcance un fin propuesto. No importa el éxito de la acción. Así, por ejemplo, si hago todo lo posible por ayudar a una persona y finalmente
fracaso en el intento, esto no diminuye el valor moral de la acción. La buena voluntad es buena cuando obra no por inclinación, es decir,
siguiendo alguna tendencia de nuestra sensibilidad, sino cuando obra por deber. En nuestras acciones podemos obrar en forma contraria
al deber, siguiendo alguna inclinación, por ejemplo, cuando no ayudo a una persona que se encuentra en apuros porque privilegio mi
comodidad. También puedo obrar de acuerdo al deber, pero por inclinación, cuando ayudo a una persona, pero lo hago porque soy
amigo de ella. Finalmente, puedo obrar simplemente por deber cuando ayudo a una persona porque el deber manda ayudar a un
semejante. Sólo estas últimas acciones merecen la calificación de moralmente buenas. Las contrarias al deber son moralmente m alas
y las que se efectúan de acuerdo con el deber, pero por inclinación, son moralmente neutras. Así, por ejemplo, Kant analiza el caso de
los actos de beneficencia y señala que hacer beneficencia es un deber pero que en realidad muchas personas experimentan un cierto
regocijo al efectuar la beneficencia; en consecuencia, obran de acuerdo al deber, siguiendo una inclinación, pero no por deber y su
acción, aunque no es moralmente reprochable, tampoco es digna de que se le adjudique valor moral. Kant define al deber como la
necesidad de una acción por respeto a la ley. Se refiere a la ley moral universal que la razón práctica da a la voluntad y que dice que "
... no debo obrar nunca más que de modo que pueda querer que mi máxima deba convertirse en ley universal" (5).
Esta ley, a la que Kant llama imperativo categórico, quiere decir que no debo obrar sino de acuerdo con máximas que puedan
universalizarse. Sólo obro moralmente bien cuando puedo querer, es decir, aceptar por propia convicción como obligatorio para mí, que
el principio de mi querer se convierta en ley válida para todos. Así, por ejemplo, supongamos que en determinadas circunstancias puedo
obtener un beneficio diciendo una mentira, mi máxima podría expresarse así: "En caso de que me sea útil diré una mentira". Esta máxima
puede servirme, pero, según Kant debo generalizaría y pensarla como si fuera una ley que dijera: "Cualquier persona, en caso de que
le sea útil, puede decir una mentira". Al universalizarse, se advierte que esta máxima no puede valer como ley general, pues, si todos
mienten, la misma mentira ya no sería eficaz. La máxima, en resumen, no es moralmente buena. Lo moralmente malo consiste en que
el sujeto se permita acciones que no les permite a los demás
El imperativo categórico se constituye así en el fundamento racional de las normas morales que la modernidad buscaba. Ante la
necesidad de obrar, el sujeto racional debe preguntarse si la máxima con la que se está guiando es universalizable o no. La ética
kantiana es a priori, puesto que el imperativo categórico no depende de condiciones-o circunstancias empíricas, es formal porque lo que
enuncia es la condición general a que deben someterse las acciones para ser consideradas moralmente buenas, pero no dice en
concreto o en particular qué es lo que debe hacer cada individuo; precisamente por dejar librada a cada individuo la elección de las
máximas, con la sola restricción de que sean universalizables, la ética kantiana es autónoma. Jürgen Habermas, filósofo alemán de la
escuela de Frankfurt, realiza una síntesis del significado del Iluminismo con las siguientes palabras: "El proyecto de modernidad
formulado por los filósofos del iluminismo en el siglo XVIII se basaba en el desarrollo de una ciencia objetiva, una moral universal, una
ley y un arte autónomos y regulados por lógicas propias. Al mismo tiempo, este proyecto intentaba liberar el potencias cognitivo de cada
una de estas esferas de toda forma esotérica. Deseaban emplear esta acumulación de cultura especializada en el enriquecimiento de
la vida diaria, es decir en la organización racional de la cotidianeidad social." (6)
Como se habrá advertido, el conjunto de ideas gestadas en los siglos XVII y XVIII constituyó una concepción del mundo alternativa a la
cosmovisión cristiana indiscutiblemente hegemónica en el medioevo y se tradujo en instituciones y pautas concretas de conducta que
orientaron la vida de los hombres en todo el mundo. América no fue ajena a este proceso y en ocasiones se consideró que la modernidad
tenía más posibilidades de plasmarse integralmente por constituir un territorio virgen en el que sería más fácil organizar la sociedad
desde las pautas modernas. El proceso de revoluciones independentistas que desde fines del siglo XVIII se desarrolla en el continente
es expresión del clima de ideas de la modernidad.
(6) Habermas, Jürgen. "Modernidad un proyecto incompleto". En Casullo, Nicolás, El debate modernidad-posmodernidad. Bs.As.
Puntosur,1989,p.137.
(7) Citado por Droz,Jacques. Europa: restauración y revolución,1815-1848. Madrid, Siglo XXI , 1974,p.4.
En una orientación similar, para la Escuela histórica del derecho que se desarrolla con fuerza en Alemania, la generación anterior carecía
de "sentido histórico". Se desenvuelve el nacionalismo que constituirá una fuerza política importante en el siglo XIX y que enfatiza como
elementos diferenciadores de la nación los aspectos geográficos, étnicos, religiosos y lingüísticos, reivindicando el volkgeist, el espíritu
del pueblo, y las tradiciones nacionales. En realidad, aunque el siglo XVIII, llamado el "siglo de las luces", es el siglo del auge de la razón
universalista y de la idea de progreso, no faltarán en el mismo tendencias que cuestionarán tanto la idea de progreso como la posibilidad
de una razón universalista en el plano práctico y aun en el teórico. Expresión de estos cuestionamientos a la modernidad es el alemán
Johann G. Herder quien en su Filosofía de la historia para la educación de la humanidad sostiene una concepción providencialista de la
historia en la que cada pueblo debe desarrollar sus propias instituciones y formas espirituales que le son características. Para Herder,
cada época constituye una plenitud en sí y no hay progreso en la historia. Las ideas de Herder se ampliarán y desarrollarán en el
romanticismo alemán del siglo XIX, cuyos ideales se contrapondrán marcadamente al Iluminismo del XVIII. Mientras el Iluminismo se
identifica con la razón y la ciencia, el romanticismo tiene una mayor inclinación por la emoción, la fuerza, la sensibilidad y lo instintivo.
El romanticismo privilegia la excitación y la aventura a la tranquilidad y la seguridad; aprecia las pasiones fuertes y destructoras -el amor
romántico- que pueden culminar con la muerte del enamorado.
Lo estético es más valorado que lo utilitario. Los románticos admiran lo exótico y lo misterioso que se identifica con lo remoto, lo asiático,
lo antiguo, lo primitivo, la naturaleza, y reivindican la Edad Media y sus historias de castillos y brujas. Se idealizan las labores campesinas
y se condena el industrialismo -en una época de pleno desarrollo industrial- que se asocia con la fealdad. La personalidad debe liberarse
de la moralidad y los convencionalismos sociales al servicio del orden. Hay un culto del héroe y del gran hombre que vive la vida intensa
y arriesgadamente. Políticamente el romanticismo es antiuniversalista y nacionalista, considerando que la nación es una especie de
organismo que posee un alma o espíritu que la anima, siendo los individuos miembros de la misma. Separados de la nación, los
individuos no son nada, pierden sus "raíces", para usar una metáfora naturalista frecuentemente empleada por los románticos. El
romanticismo es fuertemente antiliberal en la medida en que el liberalismo considera a la sociedad como la suma de los in dividuos y
defiende los derechos de éstos. Como contrapartida, es fuertemente aristocratizante. Por sus propias concepciones, el romanticismo es
un movimiento más literario que filosófico y que dará grandes poetas como el inglés Byron o el italiano Leopardi. La crítica de la
modernidad en el siglo XIX iniciada por el romanticismo culminará en su segunda mitad con el pensamiento de un filósofo
extremadamente corrosivo: Federico Nietzsche. Para éste, la filosofía occidental, con excepción de Heráclito y otro puñado de filósofos,
ha sido una filosofía del ser que busca un fundamento absoluto y que se ha olvidado del devenir, una filosofía del concepto que ignora
la vida y la voluntad de vivir, una filosofía de la razón que se opone al testimonio de los sentidos. Nietzsche también critica la moral por
su antinaturalidad, por su oposición a la vida, por condenar los instintos y por constituir una evasión del mundo real, de las condiciones
concretas de existencia. En realidad, la moral tradicional es para Nietzsche una moral de esclavos que exalta el dolor, la pequeñez, la
humildad, la amabilidad, la bondad, la objetividad, el amor al prójimo y que niega la que sería una moral de señores que apreciaría la
vida, el poder, la grandeza, el placer, la virilidad. La moral tradicional ha significado un ascenso de los valores de los débiles; el
liberalismo, la democracia, la Revolución Francesa y los movimientos sociales del siglo XIX se inscriben en esta línea valorativa a la
que Nietzsche opone la voluntad de vivir que es el mayor desmentido a la objetividad, al igualitarismo, a la piedad y a la compasión.
Vivir es arriesgar la vida y vivir peligrosamente. La crítica de la religión comienza por hacer notar que la religión nace del miedo. El
cristianismo invierte los valores greco-romanos y destruye los valores de los pueblos germánicos, la bestia rubia, el germano bárbaro,
es domesticado. El cristianismo significa la pérdida del sentido de la tierra, la pérdida de los instintos y la introducción de los valores
mezquinos, propios del rebaño, y de la noción de pecado, una idea que atenta contra los instintos de la vida. Para que el hombre viva,
Dios ha de morir; para que la vida florezca en la tierra, no debe haber más allá. Pero Dios ha muerto como fruto de la modernidad. A
través de las experiencias del antropocentrismo del Renacimiento, el racionalismo desde Descartes, el poder del pueblo con la Ilustración
y del auge de la ciencia con el positivismo, no hay lugar para Dios en la cultura moderna que es una cultura secularizada. Hemos matado
a Dios. Como resultado de la muerte de Dios, el hombre moderno ha llegado al nihilismo que significa una falta de metas, una falta de
respuestas a los porqué que se habían respondido desde Dios. Nos hallamos perdidos. No hay posibilidad de obrar a partir de un
fundamento sólido. La experiencia del nihilismo se acentuará en la experiencia vital del siglo XX después de las dos grandes guerras
mundiales y todos sus horrores.
Pero el siglo XIX no es todo romanticismo, sino que en buena medida puede encendérselo como una continuación crítica de la línea
que arrancando con Descartes y el empirismo británico se prolonga hasta el Iluminismo y Kant. Tres son los grandes pensadores que
expresan esta continuidad crítica respecto de la Ilustración: Comte, Hegel y Marx. Augusto Comte funda el positivismo en la primera
mitad del siglo XIX. ¿Qué significa "positivo"? Comte dice que positivo significa lo real frente a lo quimérico o lo fantástico, lo real es lo
dado en la experiencia; positivo también significa lo útil, frente a lo ocioso, con lo cual Comte defiende una concepción instrumentalista
del conocimiento que tiene fuerza por lo menos desde Bacon; positivo significa también lo preciso, contra lo vago, lo indefinido; positivo
es lo constructivo, lo organizador, frente a lo destructivo; por último, positivo es lo relativo, frente a lo absoluto, conocimiento de
fenómenos, no de esencias. El punto de partida de Comte es una filosofía de la historia que se resume en la ley de los tres estados. En
el estado teológico se explican los fenómenos por medio de seres sobrenaturales, sus fases son el fetichismo, el politeísmo y el
monoteísmo, y se corresponde con un poder espiritual teocrático y un poder temporal monárquico unidos en un estado de tipo militar.
El estado metafísico arranca del monoteísmo y despersonaliza la fuerza divina, y la causa de los fenómenos pasan a ser ideas abstractas
o principios racionales. Es un período crítico en el que irrumpen las fuerzas negativas, disolventes de la inteligencia. En el estado positivo
la especulación metafísica es sustituida por una investigación de los fenómenos limitada a la búsqueda de sus relaciones. En este
estado, los sabios o científicos pasan a desempeñar el poder espiritual que antes ejercieran los teólogos y los industriales ocupan el
poder temporal que en el primer estado ejercieran los monarcas. Esta reivindicación de los industriales es de origen saintsimoniano y
en ella se expresa el carácter burgués y la aguda percepción de Comte de la importancia de este nuevo sector social que se está
desarrollando con la revolución industrial. El pasaje por los tres estados, además de una dimensión social tiene una dimensión individual:
el niño es un teólogo; el adolescente, un metafísico; y el adulto, un científico o una mentalidad positiva. La ciencia, para el positivismo,
se apoya en una metodología general de tipo inductivista. Los hechos singulares son conocidos por la observación y la experimentación;
no hay conocimientos a priori; por vía inductiva se pueden llegar a establecer leyes que no explican los fenómenos, sino que describen
las regularidades observables en los mismos. La ciencia tiene un carácter instrumental, es valiosa porque sirve a la técnica y a la
industria. Las ciencias se ordenan en una jerarquía que tiene en su base a la ciencia más general, menos compleja y que ha alcanzado
en primer término el estado positivo: la matemática; apoyándose sobre la matemática se encuentra la astronomía que es un poco menos
general y poco más compleja que la matemática; a continuación se hallan la física, la química, la biología y, finalmente, la sociología.
Esta última es la más compleja, la menos general y la menos desarrollada. La sociología es concebida por Comte como una ciencia
natural, la denomina "física social" y tiene por objeto establecer las leyes que rigen el desarrollo social como el de un organismo vivo.
Comte lamenta que la sociología todavía esté en pañales y atribuye a este escaso desarrollo los desórdenes sociales de su época.
Naturalmente, el atraso de la sociología se explica por la complejidad del objeto de que se ocupa: el hombre en sus relaciones sociales,
lo que ha hecho que todavía no haya llegado al estado positivo. Cuando la sociología ingrese, con Comte, al estado positivo, la
humanidad en su conjunto habrá ingresado al tercer estado.
Esta concepción de las ciencias sociales como desarrollo de las ciencias naturales es típica del positivismo. En la sociología de Comte
se distinguen la estática y la dinámica social. La estática social estudia al individuo, la familia y la sociedad desde la perspectiva del
orden, es decir, desde la estructura que le da a estos objetos estabilidad y firmeza. La dinámica social, en cambio, estudia el progreso;
es decir, el cambio, el pasaje de un estado a otro. Cada estado (teológico, metafísico y positivo) constituye una situación transitoria, a
excepción del último, que es el estado definitivo. . En una línea de pensamiento muy distinta de la de Comte, Hegel, en los p rimeros
años del siglo XIX, en su Filosofía de la historia, trata de demostrar que el mundo de la voluntad no está sometido al azar, que lo que
sucede en la historia tiene un carácter racional, que hay un espíritu que se está desenvolviendo en la historia. La primera categoría que
surge al pensar el proceso histórico es la de "variación", la de que en la historia todo pasa y nada permanece: "En la historia caminamos
entre las ruinas de lo egregio" (8); pero a la categoría de variación incesante, sucede la categoría del "rejuvenecimiento": de la muerte
surge una nueva vida, como en el mito del ave fénix; pero la nueva vida no es idéntica a la anterior, la nueva vida encarna otro momento
en el desarrollo del espíritu, el espíritu se sublima. Cada pueblo, según Hegel, encarna un momento en el desarrollo del espíritu y ningún
individuo puede saltar por encima del espíritu de su pueblo. El papel de los grandes hombres de la historia es encarnar o interpretar
adecuadamente el espíritu del pueblo, éstos son los conductores de los pueblos, como Napoleón, por ejemplo. En realidad, los grandes
hombres, creyendo perseguir sus propios fines, su gloria, cumplen con el papel asignado por la historia. A esta superposición entre el
fin de la historia y el fin subjetivo, Hegel la llama la argucia de la razón. Con estas categorías analiza el papel desempeñado en la historia
por cada pueblo o cultura, desde China e India hasta los pueblos germánicos, considerando que "América es el continente del porvenir",
es decir, que todavía no ha ingresado en la historia universal pero lo hará en el futuro. A grandes rasgos, Hegel ve en el desarrollo
histórico una marcha hacia mayores grados de libertad. En los grandes imperios orientales, uno solo, el emperador, es libre. En las polis
griegas y la república romana, muchos, los ciudadanos, son libres. El cristianismo proclama la igualdad de los hombres ante Dios y, con
la reforma protestante que reivindica la libre interpretación de la Biblia, los pueblos germánicos encarnan el mayor grado de libertad
alcanzado.
(8) Hegel, Georg Wilhelm. Filosofía de la historia universal. Bs.As. Anaconda,1946,p.19.
A mediados del siglo XIX, Marx construye su filosofía sobre la base de las doctrinas de la filosofía clásica alemana, la economía política
inglesa y el socialismo francés.'De la filosofía alemana Marx rescata buena parte del pensamiento de Hegel y Feuerbach, un filósofo de
la izquierda hegeliana. De la economía política británica, Marx toma la teoría del trabajo como base del valor, teoría ya enu nciada por
Adam Smith y David Ricardo. Desde la revolución de 1789, Francia había sido el caldo de cultivo de doctrinas socialistas con figuras
como Babeuf, que ya en 1789 levanta las banderas rojas y que termina guillotinado, o SaintSimon y hechos políticos de la envergadura
de la Comuna de París de 1871, primera experiencia de una insurrección obrera y popular que logra controlar París durante unos meses.
Este pensamiento socialista es calificado por Marx como socialismo utópico, como una expresión voluntarista al que opondrá el
socialismo científico. Mientras los socialistas utópicos imaginaban al socialismo como una vuelta hacia un pasado más simple, Marx lo
entiende como el avance hacia un mayor grado de complejidad y desarrollo social, posibilitado por el capitalismo.
Según Marx, el modo de producción capitalista lleva a una concentración de la burguesía -habrá cada vez menos burgueses, cada vez
más ricos- y a la proletarización de la inmensa mayoría de la sociedad, a una socialización cada vez mayor de la producción en grandes
establecimientos industriales, y conduce a crisis de superproducción con inevitables recesiones. De las condiciones en que se
desenvuelve el modo de producción capitalista surge la necesidad de un nuevo modo de producción: el socialismo, en el cual se
establecerá la propiedad colectiva de los medios de producción y desaparecerá la burguesía como clase social. El proletariado, a través
de la revolución social, puede y debe acelerar el proceso de surgimiento de la nueva sociedad. Las ideas de Marx inspiraron la mayor
parte de los procesos revolucionarios del siglo XX. Hegel, Marx y Comte expresan, cada uno a su manera, un pensamiento que cree
ver en el desarrollo histórico de la humanidad una cierta lógica: desarrollo del espíritu, lucha de clases y pasaje de la ign orancia al
conocimiento, respectivamente. Los tres además confían en que la humanidad puede progresar, y en algún caso hasta afirman que el
progreso se ha de producir inexorablemente, aunque definen este progreso de manera distinta: el reino de la libertad bajo la monarquía
constitucional para Hegel, el estado científico-positivo en el que la sociedad es dirigida por los industriales para Comte y la sociedad
socialista producto de la lucha de clases para Marx. Los tres tienden a pensar en términos de la humanidad en su conjunto y aunque a
ellos les interesa el desarrollo del individuo y su libertad, encuentran las posibilidades de realización del mismo inscribiéndolo en
proyectos colectivos. También con grandes diferencias entre sí, Hegel, Marx y Comte cuestionan las ideas iluministas y la revolución
francesa, pero sus teorías se desarrollan tratando de corregir, mejorar y superar estas ideas que son el punto de partida de los tres. Es
por eso que los consideramos como expresiones de la modernidad que aunque producidas en el siglo XIX, tendrán una gran influencia
a lo largo del siglo XX. Desde Descartes hasta Marx, las ideas de la modernidad surgidas en interacción con la lucha política y el
desarrollo científico- tecnológico modelaron el mundo en el que vivimos. Aunque en pugna entre sí, muchas veces desvirtuadas al
llevarse a la práctica y hasta habiendo engendrado criaturas monstruosas, su sello se encuentra presente en las instituciones políticas
y las prácticas sociales desde la salud a la educación, en los valores, las creencias y las actitudes de millones de hombres por todo el
planeta. Cuando Charles Chaplin, en plena Segunda Guerra Mundial, en "El gran dictador" llamaba a luchar, lo hacía para liberar al
mundo y acabar con las barreras, los odios y la intolerancia -ideal universalista-, por un mundo con raciocinio y en democracia, en el
que la ciencia y el progreso nos conduzcan a la felicidad, es decir, levantaba todavía los grandes ideales de la modernidad. Terminada
la guerra... ¿se realizaron estos ideales? y lo que es más importante ¿continuaron o continúan, los mismos, jugando un papel orientador,
siendo movilizantes? Para contestar estas preguntas debemos detener por ahora el recorrido por las ideas de la modernidad y pasar a
considerar los cambios que en el orden económico social permiten hablar de sociedades posindustriales, que constituyen el ámbito en
el que se desarrollan las ideas de posmodernidad.
(10) Jameson,Frederic. El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado. Bs.As. Paidos,1992,p.17.
La otra cara de este capitalismo tardío sería, en la visión de sus críticos, la ampliación de la brecha que separa a ricos y pobres y la
extensión de la marginalidad social aun en las propias sociedades capitalistas desarrolladas en las que coexisten, apenas separados
por un muro y unos cuantos agentes de seguridad, el mundo mostrado en "Dallas" o "Dinastía" con los "homeless" y toda clase de
marginados, principalmente inmigrantes que provienen de los países más pobres: hispanos en los Estados Unidos de América, africanos
y asiáticos en Europa Occidental.
(12) Lyotard,J.F.Op.Cit.p.63.
La promesa de libertad es para todos nosotros el horizonte del progreso y su legitimación. Todos conducen o creen conducir hacia una
humanidad trasparente para sí misma, hacia una ciudadanía mundial. "Estos ideales están en declinación en la opinión general de los
países llamados desarrollados. La clase política continúa discurriendo de acuerdo con la retórica de la emancipación. Pero no consigue
cicatrizar las heridas infringidas al ideal 'moderno' durante casi dos siglos de historia. No es la ausencia de progreso sino, por el contrario,
el desarrollo tecnocientífico, artístico, económico y político, lo que ha hecho posible el estallido de las guerras totales, los totalitarismos,
la brecha creciente entre la riqueza del Norte y la pobreza del Sur, el desempleo y la 'nueva pobreza', la deculturación general con la
crisis de la Escuela..." (13)
La declinación de los ideales modernos, un hecho que constata en la opinión pública de los países desarrollados, sería, según Lyotard,
el resultado del desarrollo de los mismos que han llevado a las guerras, los totalitarismos, la pobreza, etc. Sólo el lenguaje de la política
con sus promesas y sus exhortaciones por un mundo mejor, seguiría siendo moderno, pero, también en este campo, en los últimos
tiempos, el tema de la presunta muerte de las ideologías es uno de los tópicos que se ha convertido en un lugar común del lenguaje de
vastos sectores políticos que justifican de esta manera una conducta pragmática y la adaptación de su discurso a las nuevas condiciones.
Por otra parte, el surgimiento de candidatos ajenos por sus antecedentes al mundo de la política supone una asunción de los políticos
tradicionales de la crisis en que se encuentran. La modernidad fue un producto típicamente europeo en sus orígenes y cuando se
extendió, en nombre de lo universal, fuera de Europa lo hizo de una manera avasallante; frente a ella sucumbieron culturas asiáticas,
africanas y americanas que carecían de un desarrollo científico-tecnológico comparable al europeo. Sin embargo, allí donde había
fuertes culturas autóctonas, la modernización de las sociedades fue sólo parcial y puede hablarse de una modernidad periférica; en
cambio, donde la inmigración europea ocupó un espacio vacío o desalojó a débiles culturas indígenas, como en Estados Unidos de
América o Australia, los principios de la modernidad calaron hondo. Hoy, que se anuncia una crisis o un colapso definitivo de la
modernidad, hay un espacio para que reaparezcan los particularismos culturales en su momento sometidos. Así, por ejemplo, la crisis
de los principios de la modernidad también ha sido diagnosticada desde ciertas cosmovisiones orientales que consideran que las ideas
de dominio de la naturaleza desarrolladas en Occidente a partir de
Bacon y Descartes están llevando a la aniquilación de la vida y la destrucción del mundo. En esa línea, Takeshi Umehara, filósofo
japonés contemporáneo se pregunta: "¿Es tan difícil, hoy en día, ver que la modernidad por haber perdido su relación con la naturaleza
y el espíritu, no es otra cosa que una filosofía de muerte?" (14)
Si es cierto que asistimos al colapso de las filosofías de la modernidad, si se trata de una crisis terminal, corresponde preguntarse qué
alternativas se abren o cómo es el mundo posmoderno. La posmodernidad no sería un proyecto o un ideal más, sino, por el contrario,
lo que resta de la crisis de los "grandes relatos", lo que queda de la clausura de las ideologías. De ahí la denominación de "condición
posmoderna", utilizada por Lyotard, para indicar que se trata de un estado de cosas en el que vive el hombre contemporáneo de los
países capitalistas avanzados. La posmodernidad tendría la fuerza de los hechos consumados, pero no es unívoca la interpretación y
valoración de esos hechos; por el contrario, distintos autores han destacado ciertos sucesos y menospreciado otros con lo que han
llegado a distintas cosmovisiones posmodernas, a veces contrapuestas entre sí. Una primera pregunta que podría formularse es: ¿qué
queda cuando se desvanecen las utopías? En lugar del futuro, el presente y algo del pasado. Esto se advierte en el lenguaje. La
modernidad había acuñado toda una constelación de palabras que giraban alrededor del término "futuro", palabras que sólo tenían
sentido por referencia al mismo tales como "ideal", "proyecto", "progreso", palabras que habían servido como nombre de cines, teatros,
mueblerías y confiterías. También estas palabras (podría constatar Lyotard) se encuentran en "declinación en la opinión general" y no
sólo en los países desarrollados. En su reemplazo, se acuñan o reactualizan otras expresiones más propias de la época como "reciclaje",
"relax", "imagen", "consumo", "final de la historia", etc. En lo que sigue exploraremos las ideas de posmodernidad en las áreas de la
arquitectura y la expresión estética, las concepciones antropológicas y el mundo de los valores, las nuevas actitudes ante la ciencia y
las teorías sobre el final de la historia, considerando a diversos autores que han llamado la atención sobre ideas y sucesos que signan
el mundo en que vivimos.
(14) Umehara,Takeshi. "¿Un mundo dominado por la disciplina de oriente?" Buenos Aires Clarín, 17-10-92.
Estas características del videoclip a las que se podría agregar la ausencia de palabras, se trasladan, en buena medida, al conjunto de
la producción televisiva; así, la otrora inmóvil señal de cada canal se construye ahora con el mecanismo del 'collage" electrónico que
termina haciendo surgir de las profundidades de la pantalla el número que identifica a cada emisora; los montajes rápidos, las
superposiciones, fusiones, disoluciones, etc. están a la orden del día en los programas para jóvenes, que se acostumbran rápidamente
a las pautas de un lenguaje visual muy complejo y rápido y que se aburren frente a un paneo, una cámara fija o una
comunicación con muchas palabras. La estética del videoclip también se traslada al cine en films como JFK de Oliver Stone quien dice:
"JFK es una de las películas más rápidas. Son como esquirlas dirigidas al cerebro. Tuvimos 2.500 cortes, quizás unos 2.200 enfoques
de cámara." (17)
Por otra parte, muchos films publicitarios son costosísimas y sofisticadas producciones hechas sobre la base de los recursos y la estética
del videoclip. La publicidad, que mueve millones de dólares, se torna omnipresente; las marcas abandonan el púdico dobladillo y se
exhiben, como "Adidas" o "Benetton", en un par de zapatillas o en letras en gran tamaño en una remera. La publicidad es aceptada
como arte y el artista integrado al sistema social, en la medida en que los nuevos medios de producción, sofisticados y caros, sólo están
al alcance de grandes empresas o muy ricos mecenas. La producción estética posmoderna, a diferencia del modernismo artístico, ya
no escandaliza a nadie, por el contrario se encuentra incorporada a la cultura oficial de la sociedad occidental en la medida en que,
como dice Jameson, se ha integrado en la producción de mercancías en general. (18)
Aunque más adelante será objeto de estudio específico, vale la pena señalar que la escuela, en general, permanece al margen de esta
revolución en las comunicaciones que implican los medios e ignorante de la cultura de la imagen en la que se encuentra, a pesar de
que sus alumnos, los jóvenes, son los mayores consumidores de esa cultura de la imagen. Como dice Oscar Landi: 'En un mundo
hipermediado como el que vivimos, en el que una imagen borra a la otra y una noticia desaparece rápidamente de la escena por la
superposición de otra nueva, la escuela podría jugar un gran rol en la formación de competencias para clasificar, ordenar, interpretar,
jerarquizar y criticar el tan fluido y caótico mundo de imágenes y palabras en el que vivimos." (19)
Por el contrario, lejos de desempeñar el papel de un ámbito para el lúcido análisis del mundo de las imágenes, la escuela desarrolla
para los alumnos, en la figura de las autoridades y los profesores, una imagen, vetusta y obsoleta, que no puede competir con las
imágenes de los medios y cuyos mensajes son tratados como uno más de los que reciben permanentemente.
Aunque, en general, esta exaltación del cuerpo que abarca a hombres y mujeres es presentada como un cuidado del mismo, como la
defensa de un tipo de vida sana y saludable, y, a veces, algunas de las dietas o gimnasias pueden efectivamente producir este resultado,
en la mayor parte de las ocasiones se trata más bien de lucir un envase o un envoltorio superficialmente presentable y es por eso que
esta exaltación del cuerpo se acompaña de una exaltación de los sentidos y de un hedonismo que, en general, conspira contra la salud.
Dos mil quinientos años después comprobamos que Platón estaba equivocado, no somos el alma, sino el cuerpo. Porque somos el
cuerpo es que lo mostramos desnudo con llamativa facilidad y el nudismo se encuentra en ascenso en la cultura posmoderna. El sujeto
se autoconcibe como un individuo constituido por un cuerpo con necesidades que deben ser satisfechas constantemente y que, al
mismo tiempo, se va consumiendo irremediablemente, aunque, una batería de terapias logre demorar la decadencia.
(20) Lipovetzky,Gilles. La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo. Barcelona,Anagrama,1986.
(21) Andaló, Paula "Las señoras teenagers" .Bs.As. ,Clarín,15-9-92.
Este individuo, aunque establezca vínculos con otros semejantes, se halla fundamentalmente solo, entre otros individuos que persiguen
su propia satisfacción; la imagen de la realización personal y la felicidad es el "relax", un estado de ausencia de tensiones, difícil de
alcanzar por los esfuerzos que se requieren, precisamente, para llegar al mismo. Aislado, vive su existencia como perpetuo presente,
con un pasado que es el tenue recuerdo de frustraciones y satisfacciones y un futuro, que sólo es concebido como un juego de nuevas
necesidades y satisfacciones. En consecuencia, busca el consumo, el confort, los objetos de lujo, el dinero y el poder, elementos
necesarios para dar respuesta a las necesidades que se le plantean y que definen a la sociedad posmoderna como la apoteosis de la
sociedad de consumo. Mientras la modernidad exaltaba el ahorro, ahora se estimula el crédito a través de tarjetas que con un simple
"track- track" todo lo resuelven de un modo casi mágico y facilitan el consumo, porque en la antinomia tener o ser, para la cultura
posmoderna soy lo que tengo. Este sujeto posmoderno se halla muy lejos de aquel sujeto que hacía de la conciencia y del cultivo
esforzado de una persona su mayor orgullo. Al contrario, la publicidad nos invita a adelgazar sin esfuerzo, a estudiar un idioma sin
esfuerzo, a dejar de fumar sin esfuerzo y a lograr el colmo de la felicidad en una playa del Caribe, con la piel tostada, bebiendo un trago,
recostado en una reposera, con los ojos cerrados y el walk-man colocado. A fines de noviembre de 1992, el linyera de la popular
historieta de Tabaré satirizaba esta idea de felicidad y su recepción entre los pobres diciendo: "A veces me gustaría poner la mente en
blanco"; "No pensar en nada"; "Ser solo un cuerpo con sensaciones placenteras"; para rematar en el último cuadro: "Pero pienso cuánto
me costaría y me pongo loco", lo que daba pie a la reflexión de Diógenes, el perro: "En materia de sensaciones, el escalofrío es lo más
barato". (22)
Desde una perspectiva de moderada defensa, Lipovetzky sintetiza: ..."valores hedonistas, respeto por las diferencias, culto a la liberación
personal, al relajamiento, al humor y a la sinceridad, al psicologismo, a la expresión libre: es decir, que priva una nueva significación de
la autonomía dejando muy atrás el ideal que se fijó la edad democrática autoritaria. Hasta fecha en realidad reciente, la lógica de la vida
política, productiva, moral, escolar, asilar, consistía en sumergir al individuo en reglas uniformes, eliminar en lo posible las formas de
preferencias y expresiones singulares, ahogar las particularidades idiosincrásicas en una ley homogénea y universal, ya sea la 'voluntad
general', las convenciones sociales, el imperativo moral, las reglas fijas y estandarizadas, la sumisión y abnegación exigidas por el
partido revolucionario: todo ocurrió como si los valores individualistas en el momento de su aparición debieran ser enmarcados por
sistemas de organización y sentido que conjurasen de manera implacable su indeterminación constructiva. Lo que desaparece es esa
imagen rigorista de la libertad, dando paso a nuevos valores que apuntan al libre despliegue de la personalidad íntima, la legitimación
del placer, el reconocimiento de las peticiones singulares, la modelación de las instituciones en base a las aspiraciones de los individuos."
(23)
La segunda revolución individualista de que también habla Lipovetzky ha arrasado con valores, virtudes e instituciones que habían
surgido en la "edad democrática autoritaria" y triunfa en cambio el libre despliegue de la personalidad íntima, con el derecho a la
expresión sin límites y a vivir una sexualidad en la que ya no hay tabúes. Exprese sus preferencias, sus deseos, sus gustos, hable, llame
a la radio, aunque sea a la FM más cercana, vaya a la televisión, o mejor produzca algo, un video casero, haga expresión corporal, haga
gimnasia o baile o, tal vez, una "gym-dance", pinte o haga manchones, cante o grite, pues, todo sirve. Entre los que pueden comer,
nadie acepta el menú fijo, todo el mundo quiere comer "a la carta". En el otro extremo, críticamente, el francés Alain Finkielkraut en su
libro significativamente titulado La derrota del pensamiento, en el que sostiene la tesis general de que la exaltación de los particularismos
culturales ha hecho olvidar el ideal iluminista de una vida guiada por el pensamiento, se halla lejos de aceptar a la sociedad posmoderna
como la de la realización de la libertad y señala: "Ya no se trata de convertir a los hombres en sujetos autónomos, sino de satisfacer sus
deseos inmediatos de divertirles al menor coste posible. El individuo posmoderno, conglomerado desenvuelto de necesidades pasajeras
y aleatorias, ha olvidado que la libertad era otra cosa que la potestad de cambiar de cadenas, y la propia cultura algo más que una
pulsión satisfecha." (24)
Lipovetzky da cuenta de la existencia de dos caras del "proceso de personalización". Una limpia u operativa que consiste en todos los
procedimientos fluidos y desestandarizados que las sociedades avanzadas ponen a disposición de sus miembros para las opciones de
sus ciudadanos-clientes: Usted podrá viajar en tren, en ómnibus, en avión, en barco, etcétera; si lo hace en avión podrá hacerlo en
vuelos diurnos o nocturnos, con escalas o sin escalas, en el
sector de fumadores o en el de no fumadores, comiendo esto o aquello, etcétera. La otra cara del mismo proceso a la que se puede
llamar salvaje o paralela, se origina en la voluntad de autonomía y de particularización de los grupos e individuos: feministas,
neofeministas, de amigos del video, de homosexuales, de minorías étnicas o lingüísticas, etcétera, que reivindican su propia identidad.
(27) Finkielkraut,A.Op.Cit.p.121.
La otra gran promesa de la ciencia moderna, el ideal de un mundo mejor que podría obtenerse gracias al desarrollo científico, se ve
cuestionada por las aplicaciones militares y la posibilidad de contaminación y destrucción de la naturaleza debida a las aplicaciones
tecnológicas de la ciencia. Sin embargo, vale la pena hacer notar que la crisis afecta los relatos de la modernidad y el papel que ésta le
había asignado a la ciencia, pero no a los conocimientos científicos que se desarrollan en todas direcciones. La actitud posmodernista
más general, en este respecto, es la aceptación de la ciencia, validada por sus aplicaciones tecnológicas, pero despojada de los ideales
de verdad y progreso. Sin embargo, al mismo tiempo, junto a la ciencia hay lugar para el mito, la magia o la religión y prácticas de origen
oriental -cuestionadas por las grandes filosofías de la modernidad- en la medida en que sean eficaces o presuntamente eficaces. Así,
la crítica posmodernista de la ciencia aunque termina con cierto cientificismo que había reducido todo conocimiento a conocim iento
científico, abre el camino a una ciencia que puede desarrollarse lejos de cualquier humanismo, que es otra forma del cientificismo.
(28) Jun, Thomas. La estructura de las revoluciones científicas. Madrid, Fondo de Cultura Económica,1975.
(29) Feyerabend,Paul. Adiós a la razón. Bs.As. ,REI, 1990 Tratado contra el método. Madrid Tecnos, 1981.
(31) Fukuyama,Francis. "¿El fin de la historia ?" .En Doxa, Bs.As., año 1, número1, 1990.
(32) Umehara, Takeshi. "¿Un mundo dominado por la disciplina de oriente?" Buenos Aires Carín,17-10-92.
En verdad, dice Sánchez Vázquez, hay una condición posmoderna en la que vivimos que está constituida por las amenazas del
holocausto nuclear, la catástrofe ecológica, y la tragedia genética y por una existencia. humana enajenada y cosificada. La conciencia
de esta condición posmoderna es necesaria para contribuir a que la "autodestrucción de la humanidad" no se convierta en una realidad.
Pero el posmodernismo, lejos de aportar a una toma de conciencia de esta situación, contribuye a condenar a los hombres a la inacción,
la impotencia o la pasividad. Frente a esto, Sánchez Vázquez afirma que no es posible renunciar a un proyecto de emancipación, más
necesario ahora que nunca antes, y que ese proyecto de emancipación pasa por el socialismo. La distinción que realiza entre una
condición posmoderna constituida por un cierto estado de cosas, y el posmodernismo como una ideología reaccionaria que aspira a
legitimar ese estado de cosas constituye un aporte interesante que permite aceptar la existencia de la primera y rechazar, eventualmente,
la segunda.
:-Para el filósofo alemán de la segunda generación de la escuela de Frankfurt, Jürgen Habermas (35), las ideas de posmodernidad se
parecerían demasiado a las de premodernidad y serían la expresión del auge neoconservador que siguió a la crisis del estado de
bienestar en los años ochenta, y que condujo al desarrollo de un sistema económico casi autónomo que subordina al conjunto de la
sociedad. Habermas ha llamado a recrear el proyecto moderno que según sus palabras "todavía no se ha completado". El proyecto de
la modernidad consistió en un esfuerzo por desarrollar una ciencia objetiva, una moralidad y leyes universales y un arte autónomo para
el enriquecimiento de la vida social cotidiana. Estas tres esferas que corresponden a la acción instrumental de la ciencia y la técnica, a
la acción normativa de la ética y el derecho, y a la acción estética del arte tienen cada una sus propios juegos de lenguaje, pero el
lenguaje ordinario es el metalenguaje común a los lenguajes específicos. El lenguaje ordinario presupone la existencia de una razón
comunicativa que se constituye a través y por encima de los diálogos reales y es la que posibilita cierta unidad y objetividad en las tres
esferas.
El debate modernidad-posmodernidad invita a tomar partido por algunos de sus extremos: o bien una defensa a ultranza de los ideales
de la modernidad o bien una aceptación entusiasta de las condiciones de existencia posmodernas. Sin embargo, es difícil mantener
cualquiera de los ideales modernos sin hacerse cargo de lo acontecido históricamente al tratar de llevarlos a la práctica, pues, al lado
de 1a medicina habría que poner las armas nucleares, junto al desarrollo de conocimiento, la destrucción de la naturaleza, a la par de
la mayor participación política, el terror de la Revolución Francesa o de Stalin. En el otro extremo, aceptar entusiastamente las
condiciones de existencia posmodernas parece contradictorio de por sí. No hay demasiado lugar para el entusiasmo desde las
perspectivas posmodernas. Aceptar, entonces, el consumismo, las desigualdades y el deslizamiento resignadamente parece ser más
bien el producto de un conformismo que se acepta más por la falta de alternativas que por propia convicción. Por otra parte, y aunque
desde ya en países como la Argentina las categorías del debate modernidad-posmodernidad sirven para entender buena parte de las
mutaciones sociales cotidianas desde el mundo de la política hasta la moda en el vestir, las mismas se dan en otros términos, a partir
de otras realidades, en estas latitudes. Así, la modernidad, aunque fue constitutiva de la emancipación nacional, no dejó de ser una
modernidad periférica que casi no tocó amplios territorios e instituciones del país y la posmodernidad que se nos ofrece no se
corresponde con el desarrollo de una sociedad posindustrial, sino más bien desindustrializada. Por estos motivos, al que habría que
sumar lo suscinto del análisis realizado, más sensato que asumir un partido, parece ser tomar conciencia de que la cuestión
modernidadposmodernidad atraviesa las distintas áreas de la vida social y tiene una llamativa influencia práctica en la medida en que
las ideas que se sostienen en la discusión son la base teórica de propuestas en el plano político, económico, educativo, etc.; propuestas
que buscan encauzar la vida de los hombres en determinadas direcciones. El rápido recorrido efectuado a través de las principales
ideas de los últimos siglos nos ha permitido aproximamos a la comprensión de las claves de algunos fenómenos sociales
contemporáneos, de los cuales nos interesan dos que abordaremos en los próximos capítulos: la redefinición de la adolescencia y la
situación de la escuela secundaria.
1.- ¿En qué consiste el cambio de paradigma en el Renacimiento? 2.- ¿Cuáles son los pilares de la modernidad criticados desde la
posmodernidad? 3.- Identifique distintas caracterizaciones y posturas acerca de la posmodernidad. 4.- ¿Cuál es la importancia, para un
curso de epistemología, de comenzar con la caracterización del momento histórico en que se procede al estudio de los problemas del
conocimiento?
(34) Sánchez Vázquez, Adolfo. "Posmodernidad ,posmodernismo y socialismo", En Casa de las Américas, La Habana, Año 30,número
175,1989.