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Los anormales
a. Ubuesco:
Voy a comenzar foucaultianamente el análisis de Los anormales, hablando de algo
que, aparentemente, guarda poca relación con el tema, pero que finalmente despliega
todo su poder esclarecedor. Voy a comenzar dedicando un poco de tiempo a un autor
que seguramente algunos de Uds. conocen. Sus herederos serían E. Ionesco y S.
Beckett, B. Vian y R. Roussel, Heidegger y toda la fenomenología –esto último, según
Deleuze–. Se trata de Alfred Jarry (1873-1907), autor entre otras obras de Ubu roi ou
les Polonais (1896) y Gestes et opinions du docteur Faustroll.
Ubu roi es, para decirlo brutalmente, una parodia de Macbeth. El poder que en
Shakespeare aparece en su aspecto trágico, en Ubu roi, en cambio, muestra su lado
ridículo y grotesco. Ubu padre, personaje central de la obra, tras el asesinato del rey
Venceslas, usurpa el trono de Polonia. Pero, ¿quién o, mejor, cómo es en realidad este
usurpador?
Un personaje que ha llegado al poder con la sola finalidad de enriquecerse y partir.
Apenas instalado en el trono, declara “Quiero enriquecerme, no dejaré ni un centavo” (II,
4) Si autoriza algún uso del dinero del tesoro (por sugerencia de Ubu madre) es sólo a
cambio de un reembolso mayor a través de los impuestos. Con la misma intención y
para ganarse el apoyo popular, luego de ser coronado, distribuye parte del oro de la
corona. Para repartir dos cajas de oro, organiza una carrera; quien gane se quedará con
una de ellas, el resto compartirá la otra caja. (Como ven, una práctica que reúne la
competencia y la distribución del ingreso.) Reforma la justicia (es decir, la pone en sus
propias manos) y establece nuevos impuestos (un impuesto sobre la propiedad, del
10%, otro sobre el comercio y la industria, otro sobre el matrimonio y un cuarto sobre los
decesos, 15 francos cada uno para poder morirse) (cf. III, 3). “Pagarán [ordena Ubu a
los consejeros de las finanzas] dos veces cada impuesto y hasta tres lo que puedan ser
establecidos posteriormente. Con este sistema tendré rápidamente una fortuna,
entonces, mataré a todo el mundo y me iré.” (III, 4) Si exceptuamos las finanzas, es
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decir, la recolección de impuestos; los planes de gobierno de Ubu rey se reducen a
algunas ideas ridículas como un sistema para lograr buen tiempo y conjurar la lluvia (cf.
III, 7).
Para quienes deseen profundizar su conocimiento de las ideas innovadoras de Ubu
padre, existe otro texto de Jarry, Connaissances utiles et inventions nouvelles. Lettre
confidentielle du père Ubu, donde se narra el descubrimiento y la fabricación del
paraguas, las pantuflas y los guantes. Pero volvamos a Ubu roi.
Ubu padre carece de visión crítica sobre sí mismo, sobre los otros, sobre los
hechos. El personaje de Ubu padre se contrapone, en este sentido, con el de Ubu
madre, la esposa. La psicología de Ubu padre no va nunca más allá de sus propios
intereses y de las circunstancias en que se encuentra inmerso. No encontramos, por
ello, ninguna consideración ética de su parte. Excepto en relación con su intención de
enriquecerse, su temporalidad posee sólo una dimensión, la del presente. Toda acción
finalizada proviene está sugerida por Ubu madre, con la que Ubu padre mantiene, a lo
largo de toda la obra, una relación conflictiva.
El aspecto individualista de Ubu padre aparece expresamente marcado por el
vocabulario del personaje que constituye un verdadero idiolecto, del que se sirve para
apostrofar a sus interlocutores (especialmente a su mujer, “merdre”, “bouffresque”), para
expresar juramentos (“corne de ma gidouille”), para hablar de las partes de su cuerpo
(“oneilles”, “gidouille”) o para marcar sus intereses o, mejor, su único verdadero interés
(“finance” , el tesoro público, se contrapone a “phynances”, el dinero de Ubu, “mi lista de
mis bienes”).
La caricatura (¿caricatura?) de la política, en Ubu roi, se delinea a través de esta
oscilación continua entre el ejercicio tiránico y arbitrario del poder y la manifestación de
una personalidad egoísta e infantil.
El término ubuesco, como precisan las notas de la publicación del curso de
Foucault, hace referencia precisamente a la obra de Alfred Jarry. El adjetivo ha sido
introducido en la lengua francesa, en 1922, para referirse a alguien de carácter absurdo
y caricatural (cf. nota 20, pag. 26). Foucault lo utiliza para hablar del poder. Poder
ubuesco: “maximalización de los efectos de poder a partir de la descalificación de aquél
que los produce” (p. 12).
Si la relación ente verdad y justicia ha sido una de las preocupaciones mayores
de la filosofía occidental, si el pensamiento occidental siempre ha querido dotar al poder
de un discurso de verdad; en la medida en que el poder, pude funcionar desde el otro
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extremo de la racionalidad, y se muestra, por ello, como inevitable, lo ubuesco aparece
como “una categoría precisa del análisis histórico-político” (p. 12). “Lo grotesco es uno
de los procedimientos esenciales de la soberanía arbitraria. Pero Uds. saben que lo
grotesco es también un procedimiento inherente a la burocracia aplicada. Que la
máquina administrativa, con sus efectos de poder inevitables, pasa por el funcionario
mediocre, nulo, imbécil, pelicular, ridículo, arruinado, pobre, impotente; todo esto ha sido
una de las características esenciales de las grandes burocracias occidentales.” (p. 13)
Agrego lo siguiente: una de las manifestaciones más explícita de los grotesco del
personaje Ubu es su idiolecto; pienso, en este sentido, al vocabulario de las ciencias de
la educación: “repetencia”, “curricularidad”, etc.
Dos observaciones más sobre Ubu y la obra de Jarry.
Ubu no nos deja sólo una caricatura de la política tal como comienza a
delinearse a finales del siglo XIX, de Ubu roi y de las otras obras de Jarry (Ubu
encadenado, por ejemplo) podemos deducir una teoría política, la “filosofía” de Ubu.
(Retomo aquí algunas consideraciones de Daniel Accursi, “La gidouille triomphante”,
dossier Libération, 7 de agosto de 1998). Ubu se inspira en Platón. Hay una diferencia
de naturaleza entre el cuerpo y el pensamiento. El cuerpo constituye un obstáculo para
el pensamiento. Por ello, el pensamiento debe liberarse del cuerpo, que es su prisión.
Para pensar hay que considerarse como muerto. Para Ubu hay dos principios que
gobiernan el mundo, lo corporal: la máquina de decerebrar y la bomba de las
Phynances. Estos dos principios funcionan como vasos comunicantes: más bombean
las finanzas, más se decerebra. Ubu profetiza un mundo en que las phynances
substituyen al pensamiento. Un mundo del apocalipsis encefálico y del reino imperial de
la renta-beneficio. La bomba de las finanzas y la máquina de decerebrar ocupan, ahora,
el lugar del cuerpo de Platón. Pero ya no se trata de un cuerpo individual, sino de una
extensión continua, ilimitada, que todo lo invade. Ubu tiene un nombre para ella, la
gidouille. Pero, ¿qué es la gidouille? Ella es el gran vientre, lleno de cerebros de
rentiers que han pasado por la gran máquina de decerebrar. La gidouille es de
naturaleza dionisíaca, voluntad de ganancia inagotable, manifestación suntuaria del
beneficio económico. Ella es el principio, el fundamento y la causa de un mundo sin
pensamiento.
Ubu roi no es sólo una parodia de Macbeth y una inversión de los personajes de
Rabelais. La figura de Ubu padre retoma una tradición escolar. Cuando Jarry ingresa en
el curso de retórica, se encuentra con la práctica, ya habitual entre los alumnos, de
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ridiculizar un notable personaje del establecimiento (el liceo de Rennes), el profesor de
física, Félix Hébert (talento de la inoportunidad y del contratiempo, sus palabras no se
adecuaban ni a los gestos de su rostro ni a las circunstancia, amenazaba los inocentes
y no veía los culpables). Doctor Faustroll, el personaje principal de Gestes et opinions...,
es también una reelaboración caricatural de la personalidad del profesor Hébert, pero
como antítesis de Ubu. Es el fundador de una nueva ciencia, la ‘Pataphysique. “Ciencia
de las soluciones imaginarias que atribuye simbólicamente a las facciones (linéaments)
las propiedades de los objetos descritos según sus virtualidades.” (Eléments de
pataphysique, VIII). Ella es a la metafísica lo que ésta es a la física, agregándole lo que
le hace falta, esto es, las leyes que rigen las excepciones. Renunciando al prejuicio del
consentimiento universal y al principio de inducción, describe el universo que hay que
ver, en lugar del tradicional, un universo suplementario. El texto de Deleuze a que me
refería al inicio, sostiene que la ‘Pataphysique abrió el camino de la fenomenología. No
puedo detenerme, ahora, en ello (entre otras cosas, porque no pude encontrar el texto
en mi biblioteca); les dejo la inquietud. Concluyo diciendo que la ‘Pataphysique ocupa,
en Jarry, el lugar de la filosofía en Platón.
b. Informes médico-legales:
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assez trouble. Malgré tout, il a été appelé à faire des études secondaires, et
ses origines ont pu peser un peu sur son orgueil naturel. Les êtres de son
espèce ne se sentent, en somme, jamais très bien assimilés au monde où ils
sont parvenus; d'où leur culte pour le paradoxe et pour tout ce qui crée du
désordre. Dans une ambiance d'idées un peu révolutionnaires -[je vous
rappelle qu'on est en 1955 ; M.F.] -ils se sentent moins dépaysés que dans
un milieu et dans une philosophie compassés. C'est l'histoire de toutes les
réformes intellectuelles, de tous les cénacles; c'est celle de Saint-Germain-
des-Prés, de l'existentialisme, etc. Dans tous les mouvements, des
personnalités véritablement fortes peuvent émerger, surtout si elles y ont
conservé un certain sens de l'adaptation. Elles peuvent ainsi parvenir à la
célébrité et fonder une école stable. Mais nombre ne peuvent s'élever au-
delà de la médiocrité et cherchent à attirer l'attention par des extravagances
vestimentaires, ou bien encore par des actes extraordinaires. On trouve
chez eux de l'alcibiadisme et de l'érostratisme. Ils n'en sont plus évidemment
à couper la queue de leur chien ou à brûler le temple d'Éphèse, mais ils se
laissent parfois corrompre par la haine de la morale bourgeoise, au point
d'en renier les lois et d'aller jusqu'au crime pour enfler leur personnalité,
d'autant plus que cette personnalité est originellement plus falote.
Naturellement, il y a dans tout cela une certaine dose de bovarysme, de ce
pouvoir départi à l 'homme de se concevoir autre qu'il n'est, surtout plus
beau et plus grand que nature. C'est pourquoi A. a pu se concevoir comme
un surhomme. Le curieux, d'ailleurs, c'est qu'il ait résisté à l'influence
militaire. Lui-même disait que le passage à Saint-Cyr formait les caractères.
Il semble pourtant que l'uniforme n'ait pas beaucoup normalisé l'attitude d'
Algarron. D'ailleurs, il était toujours pressé de quitter l'armée pour aller à ses
fredaines. Un autre trait psychologique de A. [après donc le bovarysme,
l'érostratisme et l'alcibiadisme; M.F.], c'est le donjuanisme. Il passait
littéralement toutes ses heures de liberté à collectionner les maîtresses, en
général faciles comme la fille L. Puis, par une véritable faute de goût, il leur
tenait des propos qu'elles étaient en général, de par leur instruction pre-
mière, peu aptes à comprendre. Il avait plaisir à développer devant elles des
paradoxes "hénaurmes", suivant l'orthographe de Flaubert, que certaines
écoutaient bouche bée, d'autres d'une oreille distraite. De même qu'une
culture trop précoce pour son état mondain et intellectuel avait été peu
favorable à A., la fille L. a pu lui emboîter le pas, de façon à la fois
caricaturale et tragique. Il s'agit d'un nouveau degré inférieur de bovarysme.
Elle a mordu aux paradoxes de A., qui l'ont en quelque sorte intoxiquée. Il lui
semblait parvenir à un plan intellectuel supérieur. A. parlait de la nécessité
pour un couple de faire en commun des choses extraordinaires, pour se
créer un lien indissoluble: tuer, par exemple, un chauffeur de taxi; supprimer
un enfant pour rien ou pour se prouver sa capacité de décision. Et la fille L. a
décidé de tuer Catherine. Telle est du moins la thèse de cette fille. Si A. ne
l'accepte pas complètement, du moins ne la repousse-t-il pas tout à fait,
puisqu'il admet avoir développé devant elle, peut-être imprudemment, les
paradoxes dont elle a pu faire, faute d'esprit critique, une règle d'action.
Ainsi, sans prendre parti sur la réalité et le degré de culpabilité de A., nous
pouvons comprendre comment son influence sur la fille L. a pu être
pernicieuse. Mais la question pour nous est surtout de rechercher et de dire
quelle est, au point de vue pénal, la responsabilité de A. Nous demandons
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encore instamment qu'on ne se méprenne pas sur les termes. Nous ne
cherchons pas quelle est la part de responsabilité morale de A. dans les
crimes de la fille L. : cela, c'est l'affaire des magistrats et des jurés. Nous
recherchons simplement si, médico-légalement, ses anomalies de caractère
ont une origine pathologique, si elles réalisent un trouble mental suffisant
pour atteindre la responsabilité pénale. La réponse sera bien entendu néga-
tive. A. a évidemment eu tort de ne pas s'en tenir au programme des écoles
militaires et, en amour, aux escapades de week-end, mais ses paradoxes
n'ont pourtant pas valeur d'idées délirantes. Bien entendu, si A. n'a pas
simplement développé devant la fille L., de façon imprudente, des théories
trop compliquées pour elle, s'il l'a intentionnellement poussée au meurtre de
l'enfant, soit pour être éventuellement débarrassé de celui-ci, soit pour se
prouver sa puissance de <persuasion>, soit par pur jeu pervers comme Don
Juan dans la scène du pauvre, sa responsabilité reste toujours entière. Nous
ne pouvons pas présenter autrement que sous cette forme conditionnelle
des conclusions qui peuvent être attaquées de tous les côtés, dans une
affaire où nous risquons de nous entendre accuser d'outrepasser notre
mission et d'empiéter sur le rôle du jury, de prendre parti pour ou contre la
culpabilité proprement dite de l'inculpé, ou encore de nous entendre
reprocher un laconisme excessif, si nous avions sèchement dit ce qui, au
besoin, aurait suffi: à savoir que A. ne présente aucun symptôme de maladie
mentale et que, d'une façon générale, il est pleinement responsable.» (pp. 3-
5)
« L'un, disons X., «intellectuellement, sans qu'il soit brillant, n'est pas
stupide; il enchaîne bien ses idées et a bonne mémoire. Moralement, il est
homosexuel depuis l'âge de douze ou treize ans, et ce vice n'aurait été
qu'une compensation, au début, aux moqueries qu'il essuyait alors qu'enfant,
élevé par l'assistance publique, il se trouvait dans la Manche [le
département; M.F.]. Peut-être, son allure efféminée a-t-elle aggravé cette
tendance à l'homosexualité, mais c'est l'appât du gain qui a amené X. au
chantage. X. est totalement immoral, cynique, voire même bavard. Il y a trois
mille ans, il aurait certainement habité Sodome et les feux du ciel l' auraient
très justement puni de son vice. Il faut bien reconnaître que Y. [qui est l'objet
du chantage; M.F.] aurait mérité la même punition. Car enfin il est âgé,
relativement riche, et n'avait rien d'autre à proposer à X. que de l'installer
dans une boîte d'invertis, dont il aurait été le caissier, se remboursant, au fur
et à mesure, de l'argent investi dans cet achat. Cet Y., successivement ou
simultanément amant ou maîtresse, on ne sait pas, de X., incite au mépris et
au vomissement. X. aime Z. Il faut avoir vu l'allure efféminée de l'un et de
l'autre pour comprendre qu'un tel mot puisse être employé, quand il s'agit de
deux hommes tellement efféminés que ce n'est plus Sodome, mais
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Gomorrhe, qu'ils auraient dû habiter ».
Et je pourrais continuer. Alors, pour Z.: «C'est un être assez médiocre,
opposant, ayant bonne mémoire, enchaînant bien ses idées. Moralement,
c'est un être cynique et immoral. Il se vautre dans le stupre, il est
manifestement fourbe et réticent. Il faut littéralement pratiquer une maïotique
à son égard [maïotique est écrit m.a.i.o.t.i.q.u.e., quelque chose du maillot,
sans doute! M.F.]. Mais le trait le plus caractéristique de son caractère
semble être une paresse dont aucun qualificatif ne saurait donner une idée
de son importance. Il est évidemment moins fatigant de changer des disques
dans une boîte de nuit et d 'y trouver des clients, que de véritablement
travailler. Il reconnaît d'ailleurs qu'il est devenu homosexuel par nécessité
matérielle, par appât du gain, et que, ayant pris goût à l'argent, il persiste
dans cette façon de se conduire. » Conclusion: «Il est particulièrement
répugnant. » (p. 6)
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por un lado, la distinción entre diferentes tipos de prueba, por otro, una aritmética de las
pruebas y de los castigos. Se distinguía, así, entre pruebas plenas, semi-pruebas,
índices, y adminículos. Se combinaban luego estos elementos, adicionándolos, para
lograr una demostración legal de culpabilidad. Ahora bien, y es éste el punto que nos
interesa, también la condena sigue este criterio. Esto es, la punición debía ser
proporcional a la cantidad de las pruebas. Por ello, era posible imponer una punición,
sin que fuese necesario llegar a una plena-prueba de culpabilidad. En los hechos,
bastan los indicios para castigar al sospechoso.
Este punto, así como el siguiente, reenvía a los temas abordados en el capítulo
segundo de Vigilar y castigar, “La dulzura de las penas”.
El principio de “íntima convicción”, introducido en las reformas del derecho penal
durante a comienzos del siglo XIX, se opone precisamente a esta aritmética
proporcional de pruebas y penas. Por un lado, la condena debe responder no a la lógica
de la sumar, sino al principio del todo o nada; sin estar convencido de la culpabilidad del
acusado, el juez no puede imponer ninguna pena. Por otro, para llegar a la “íntima
convicción” no sólo son aceptables las prueba, desde un punto de vista jurídico,
explícitamente definidas como tales; son aceptables todas las pruebas razonables.
Finalmente, la “íntima convicción” se presenta como la convicción a la que puede llegar
un sujeto neutro en razón de la racionalidad y demostrabilidad de las pruebas. Un
régimen anónimo de verdad que supone un sujeto universal (cf. p. 9).
Ahora bien, este régimen de una verdad universal y neutra incluye, en su
funcionamiento, dos elementos que lo compensan o contrabalancean. En primer lugar,
las circunstancias atenuantes. Según Foucault, las circunstancias atenuantes han
tenido y tiene por objetivo marcar las incertezas del jurado. Ellas han sido introducidas
para evitar las absoluciones que respondían a la imposibilidad de alcanzar la certeza
acerca de la culpabilidad y el carácter extremo de las condenas correspondiente a los
delitos. En efecto, las absoluciones eran frecuentes en los casos de asesinatos de
niños, puesto que exigían la pena de muerte. El jurado, entonces, ante la gravedad de
la pena y la imposibilidad de la certeza, se decidía por la absolución. En segundo lugar,
la aparición de pruebas cuya carácter de tales no depende de su racionalidad interna,
sino del sujeto que las produce. Aquí se ubican los informes de expertos.
Estos discursos lleva a cabo una serie de duplicaciones que caracterizan el
funcionamiento de una forma de poder que Foucault llama el “poder de normalización”.
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Duplicación del delito (del delito a la criminalidad): lo que la ley define
estrictamente como delito aparece duplicado por una serie de comportamientos que
se presentan como la causa, el origen y la motivación del delito: “inmadurez
psicológica”, “personalidad poco estructurada”, “desequilibrio afectivo”, etc.
Duplicaciones que desplazan el nivel de realidad de las infracciones (del autor
del delito al delincuente): estos comportamientos, la causa y el origen del delito,
no constituyen en sí mismos un delito. No hay ninguna que condene la “inmadurez
afectiva” y el “desequilibrio emocional”. Estos comportamientos aparecen como
causa u origen del delito en relación con un sujeto psicológico-ético considerado
como optimum; son la delincuencia en su virtualidad.
Duplicación de la figura del médico y de la figura del juez: No es verdad,
sostiene Foucault, que el juez juzga y el médico analiza. A partir de los informes de
los expertos, el juez no simplemente castiga al infractor de un delito, su acción se
extiende a la corrección del individuo portador de comportamientos que son la causa
del delito. En este momento, el médico es también juez y el juez, médico. El
deshonroso trabajo de castigar se convierte en el loable ejercicio de corregir. “No es
más un sujeto jurídico lo que los magistrados, los jurados tienen ante ellos, sino un
objeto: el objeto de una tecnología y de un saber de reparación, de readaptación, de
reinserción, de corrección.” (p. 20)
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elemento correlativo de una técnica de normalización” (p. 24). No se trata, sin
embargo, del sólo producto de un entrelazamiento en lo jurídico y lo médico, sino
(hipótesis de trabajo de Foucault), de la emergencia de un nuevo tipo de poder que
se manifiesta en la escena del tribunal.
En este curso, nos encontramos con dos grandes líneas de argumentación: una
discusión acerca de la relación entre los informes médico legales y la temática del
curso, los anormales; y algunas observaciones metodológicas sobre la teoría del poder,
especialmente sobre el concepto de norma. A propósito de estas últimas, será necesario
detenernos en un texto fundamental de Canguilhem, de Lo normal y lo patológico.
Vayamos al primer tema. En “Hay que defender la sociedad”, Foucault hablaba
de la constitución de un continuum histórico-político (el discurso sobre la guerra de
razas); en Los anormales, se ocupa de la aparición de otro continuum, en este caso,
médico-político. Se trata, como vemos, de un análisis político del saber o, con el
lenguaje foucaultiano, de mostrar el funcionamiento de prácticas en las que verdad y
poder se refuerzan mutuamente: el poder que genera la verdad y la verdad que
intensifica el poder.
¿De qué tratan los informes médico-legales?
En primer lugar, no se trata de un discurso que debe optar entre el crimen o la
locura. No se trata simplemente de establecer si el acusado se encontraba en estado de
demencia en el momento del crimen. Aparece, más bien, en estos discursos, el juego de
una doble calificación, médica y legal. Esta doble calificación circunscribe el dominio de
lo que pasará a denominarse, a partir de la mitad del siglo XIX, la perversidad; una serie
de elementos biográficos que califican al criminal (pereza, orgulloso, testadurez,
maldad).
En segundo lugar, tampoco se trata de optar entre la prisión y el hospital. Los
informes médico-legales, más que esta alternativa institucional (puesto que el
sujeto/objeto de estos discurso no es ni de un enfermo –estrictamente hablando– ni de
un criminal), se trata de sacar a la luz la figura del individuo peligroso y de los
mecanismos sociales para su control.
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El objeto de los informes médico-legales es este: el individuo perverso y
peligroso.
Según Foucault, se observa en la formación de estos discursos dos elementos
que definen su carácter. Por un lado, la reactivación de las categorías elementales de la
moralidad (pereza, orgulloso, testarudez, maldad; como dijimos). Por otro lado, estos
discursos se asemejan en su vocabulario y en sus argumentos al discurso con que los
padres tratan de infundir miedo a sus hijos; son discursos de tipo parento-infantil. Desde
este punto de vista, la formación del discurso médico-legal aparece vinculada a dos
fenómenos históricos. En primer lugar, una regresión respecto de los informes de un
Esquirol, por ejemplo. Aquí se trataba de la irrupción en el tribunal de un discurso que
se había formado en otra parte, en el hospital. Ahora, nos encontramos con un discurso
que se encuentra por debajo de la situación epistemológica de la psiquiatría. En
segundo lugar, la formación del discurso médico-legal, se inserta en un largo proceso de
reivindicación del poder castigar que se ha presentado, frecuentemente, bajo el aspecto
de una modernización de la justicia. Así, principalmente, en la obligación de realizar un
informe psiquiátrico para todo imputado ante un tribunal, o en la existencia de tribunales
especiales, para menores, por ejemplo.
Foucault hace notar que el discurso médico-legal no es homogéneo ni al
discurso médico ni al discurso jurídico; ambas categorías se encuentran en él
adulteradas. No se trata ni del enfermo ni del criminal; sino de un tercer término: de la
anormalidad y del poder normalización.
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Foucault plantea la cuestión en estos términos (que considera críticos en
relación con su propio trabajo; se refiere, claro está, a La historia de la locura en la
Época Clásica, cf. p. 40). Se puede distinguir dos modelos de ejercicio del poder: el de
la lepra y el de la peste. Respecto de la lepra, el poder excluye, expulsa los leprosos
más allá de las fronteras de la ciudad y de las campañas, en un espacio sin
determinación. Como si estuviesen muertos, son acompañados más allá de la
civilización por un cortejo y ritos fúnebres, sus bienes pasan a sus herederos. Respecto
de la peste, en cambio, se pone la ciudad en cuarentena, se establece una minuciosa
reticulación del espacio habitado, se nombran inspectores que deben controlar que
cada uno de los habitantes esté en el lugar que le es propio, encerrado en su casa, se
interviene cuando uno es victima de la enfermedad, se lleva un exhaustivo y detallado
informe de la situación, se compilan registros generales, etc. Mientras que la lógica del
control de la lepra lleva a la exclusión; en el caso, de la peste, en cambio, a la inclusión,
a la individualización de los sujetos.
El interés de Foucault se orienta, claramente, a la herencia – por hablar de algún
modo – del control de la peste. En este sentido y desde el punto de vista de la historia
del poder, junto a la teoría política de la representación (y de la soberanía, a la luz de
“Hay que defender la sociedad”) y a la institucionalización política de lo administrativo, la
época clásica (el s. XVIII) inventó también las técnicas normalizadoras del poder, que
constituyen el reverso de la teoría de la representación y la posibilidad de
funcionamiento de los aparatos administrativos.
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Sobre la figura del monstruo: se trata de una noción cuyo marco de referencia es
lo jurídico (en un sentido amplio), lo monstruoso va contra la ley de los hombres y
contra la ley de la naturaleza. Su campo de aparición es lo jurídico-biológico. Es un
fenómeno extremo y raro. Foucault subraya algunos equívocos que acompañan esta
figura: 1) representa una violación de la ley, pero la reacción ante lo monstruoso no
es de tipo legal; 2) es la forma natural de lo contra-natural; 3) sirve como principio de
inteligibilidad de todas las anomalías (toda anomalía, por pequeña que sea, deriva
de un fondo de monstruosidad), pero es, en sí misma, ininteligible. La anormalidad
será una forma empalidecida de la monstruosidad.
Habiendo presentado estas tres figuras, Foucault hace una observación histórica de
importancia capital para comprender la emergencia del poder disciplinario. Estas tres
figuras, a pesar de las relaciones que han podido establecerse entre ellas (por ejemplo,
la figura del monstruo sexual), hasta finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, han
permanecido separadas, se puede distinguir cada una de las otras dos. En el siglo XIX,
con la formación de una red regular de saber y poder se las a podido reunir en la figura
de lo anormal; aquí aparece la tecnología de la anomalía humana, la forma disciplinaria
del poder. En este proceso, van a confluir y, al mismo tiempo, modificarse distintas
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formas de saber y de poder: transformación del político judicial y del saber de la historia
natural (cuadro de referencia de la monstruosidad), transformación de la función de la
familia y de los saberes pedagógicos (cuadro de referencia del individuo a corregir),
transformación del poder obre el individuo y del saber de la incipiente biología sexual
(cuadros de referencia del onanismo). En este proceso, la figura políticamente, hasta
entonces, más débil (la figura del onanista) será la que tendrá mayor importancia en
razón de la universalidad de la desviación sexual y de su capacidad de explicación
etiológica.
b. El monstruo:
Para comprender la figura del monstruo, es necesario comenzar por el derecho
romano. Nos encontramos aquí una clara distinción entre el enfermo y el monstruo. La
enfermedad concierne a una alteración de la naturaleza humana, el monstruo, en
cambio, es una figura mixta, mezcla del reino humano y del reino animal (hombre con
cabeza de buey, con pies de pájaro, por ejemplo). Una mezcla que tergiversa el cuadro
de la naturaleza, que confunde sus distinciones. Pero, además de esta infracción a la
ley de la naturaleza, la figura del monstruo, para ser tal, exige que también la ley de los
hombre esté llamada en causa (en la Edad Media, la ley civil y la eclesiástica). Un
monstruo, por ejemplo, ¿puede ser sujeto de derechos hereditarios?, ¿puede ser
bautizado? La monstruosidad, la confusión del cuadro de la naturaleza, hace aparecer
un dominio en el que el derecho deja de funcionar.
En siglo XIX, encontramos una nueva teoría de la monstruosidad, ella ha sido
preparada a partir del siglo XVIII y a propósito de un caso privilegiado de
monstruosidad: el hermafrodita. Si durante la Edad Media eran quemados (se pensaba
que su origen se debía una fornicación con el diablo), aparece en el siglo XVIII un nuevo
tipo de legislación. Para dar cuenta de este cambio, Foucault compara dos casos: el
caso de Rouen (1601) y el caso de Lyon (1765).
Caso de Rouen: se trata de alguien bautizado/a con el nombre de María, pero que
poco a poco comienza a comportarse como un hombre y va a vivir con otra persona,
aparentemente mujer. El tribunal de apelación, finalmente, suspende la condena a
muerte de la sentencia apelada. Libera la “mujer” y, bajo amenaza de ser condenada
a muerte, la obliga a vivir como mujer y abstenerse de toda relación sexual. Este
caso, y aquí se encuentra el interés de Foucault, dio lugar a un debate entre dos
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médicos, Riolan y Duval. El primero, que no reconoce signos de virilidad en el
sujeto; el segundo, en cambio, sí.
En el análisis de Duval encontramos los rudimentos de una clínica sexual, lleva a
cabo un examen minucioso, no sólo ocular del sujeto. Por un lado, contrariamente a
la costumbre hasta ese momento, Duval se sirve de un vocabulario explícita y
detalladamente sexual; pero, además, ofrece una teoría del discurso médico. En
líneas generales nos dice lo siguiente (muchos elementos de esta explicación, vale
la pena subrayarlo, no resisten un análisis histórico, pero ésta era la visión de
Duval): 1) la no utilización de un lenguaje sexual se justifica por el objetivo de evitar
la concupiscencia. 2) Se comprende esto, porque las mujeres de la antigüedad se
conducían de manera desenfrenada e inducían a los hombres en el mismo sentido.
3) Pero, a partir del cristianismo, con la figura de la Virgen María, se rehabilita la
figura de la mujer, de la maternidad y de la biología sexual femenina. La matriz ha
sido sacralizada por la religión, por el matrimonio y por su función económica en el
hogar. 4) Para evitar la mortalidad infantil (que se presenta en relación con las
teorías económicas mercantilistas como un factor de empobrecimiento para la
nación) es necesario romper con el silencio médico. Es necesario, entonces,
disponer de un saber sobre la sexualidad y sobre su organización anatómica.
(En La voluntad de saber, la formación de un vocabulario técnico sobre la
sexualidad aparece como uno de los argumentos para abandonar la hipótesis
represiva; cf. pp. 41 y ss.)
El informe de Riolan que, como dijimos, no reconoce los signos de virilidad del
sujeto, sostiene explícitamente que el hermafroditismo es una monstruosidad. Sin
embargo, desde un punto de vista legal, no se sigue una condena a muerte.
El caso de Lyon: un sujeto, bautizado como mujer, que experimenta cierta atracción
respecto de sus compañeras, que se muda a Lyon, contrae matrimonio con una
mujer. Apelada la primer sentencia de condenación, el tribunal exige que se vista
como una mujer y le prohíbe tener relaciones con la mujer con la que había
contraído matrimonio. Las similitudes entre ambos casos dejan ver, sin embargo,
algunas diferencias importantes. En los informes médicos, el hermafroditismo deja
de aparecer como una monstruosidad producida por la mezcla de los sexos. Se
trata, más bien, de una forma de imperfección, de una desviación de la misma
naturaleza. Esta imperfección puede ser el principio de ciertas conductas criminales.
15
En conclusión, entre uno y otro caso, la monstruosidad como noción jurídico-
natural pasa a ser pensada en términos jurídico-morales. Lo monstruoso no es la
mezcla de elementos naturales, sino las conductas criminales que pueden originarse en
una desviación de la naturaleza. Dicho de otra manera, si antes un monstruo era
potencialmente un criminal; ahora, el criminal es siempre virtualmente un monstruo.
Para ser más claros, siempre la monstruosidad, como vimos, fue percibida como la
posibilidad de transgredir la ley. Ahora, se invierten los papeles: toda criminalidad es
referida a un fondo de monstruosidad, de desviación de la naturaleza.
a. De la atrocidad a la mesura:
La pregunta que surge, a parir de la observación precedente, es: ¿cómo tuvo
lugar esta transformación? Para Foucault, es necesario cambiarla por esta otra
pregunta: ¿por qué antes no se pensó la criminalidad en términos de monstruosidad?
Foucault retoma, en este punto, algunos análisis que encuentran un desarrollo
más extenso en Vigilar y castigar (1975) y en los cursos inéditos de 1971, Teorías e
instituciones penales, y de 1972-1973, La sociedad punitiva. La imposibilidad de referir
toda criminalidad a un fondo de monstruosidad depende de la economía de la punición
en el derecho clásico. Sumariamente, para el derecho clásico el delito no es
simplemente ni una falta voluntaria contra otro ni un daño a los intereses de la sociedad.
El crimen era crimen en la medida en que hería la voluntad del soberano expresada en
la ley. Era una confrontación personal entre el delincuente y el soberano. Todo crimen
era, de algún modo, un regicidio. Por ello, la pena no es otra cosa que la venganza del
soberano, una venganza ritual en la que el soberano debe reafirmar su superioridad. El
espectáculo del suplicio funciona, así, dentro de una lógica cuyo principio fundamental
es mostrar, mediante el exceso en el castigo, la soberanidad reafirmada. No existe, en
esta perspectiva, algo así como la enormidad de un crimen; siempre el soberano puede
desplegar una fuerza mayor. Por grande que fuese el crimen, siempre encontrará un
poder de castigo infinito.
Como ven, en esta visión de las cosas, no queda ningún espacio para
interrogarse acerca de la naturaleza de la criminalidad. La mirada está puesta en otra
parte. Foucault hace mención, en este sentido, a la objeción que se le podría hacer a
16
partir de la obra de Bruneau (Observations et maximes sur les matières criminelles,
1715). Paso por encima de este punto.
Ahora bien, el siglo XVIII inventó una nueva tecnología del poder. En “Hay que
defender la sociedad”, leímos una interpretación de Foucault al respecto; era una
lectura de la disciplinarización en clave epistemológica. Esta nueva tecnología del
poder, la disciplina, persigue tres objetivos fundamentales: 1) Acrecentar los efectos del
poder: un poder continuo ejercido a través de mecanismos permanentes de vigilancia y
control. 2) Disminuir de los costos políticos y económicos del castigo reduciendo las
posibilidades de resistencia, de descontento, de revuelta. 3) Integrar el castigo a los
procesos de producción. El eje de esta reforma (parte de la revolución burguesa de
finales del siglo XVIII) ha sido la exigencia de mesurar la acción punitiva. Con otras
palabras, era necesario abandonar el principio de atrocidad. Se planteaba, entonces,
este problema: durante la época clásica, el castigo no era sino una repetición del
crimen, una repetición ritualizada (pero repetición finalmente) con el objetivo de
manifestar, mediante el exceso de castigo, la superioridad del soberano; si se abandona
el principio de atrocidad y sus supuestos, entonces, ¿cuál será la medida y la forma de
la pena?, ¿cómo comunicarán, entre sí, castigo y delito? Surge, así, el concepto de
razón o interés del crimen, es decir, el principio de su aparición, de su repetición y de su
imitación. El castigo debe dirigirse a este principio y, por su intermedio, alcanzar al
delito. A partir de entonces, el crimen posee su propia naturaleza, con su racionalidad
inmanente, con su propia inteligibilidad (más allá de las intenciones del autor). Por ello,
para castigar será necesario analizar la naturaleza de la criminalidad, una naturaleza,
desviada, enferma, monstruosa (una naturaleza contra-natura). Lo ilegal y lo patológico,
lo criminal y lo anormal se ligan estrechamente.
b. El monstruo político:
Durante el análisis de “Hay que defender la sociedad” nos detuvimos en las
interpretaciones sobre el origen, las lecturas filosóficas del paraíso terrenal. Ese gran
tema que acompaña la filosofía política moderna y la filosofía de la historia: el estado de
naturaleza. La historia y la política comienzan cuando se abandona el estado de
naturaleza. Ahora bien, el criminal como monstruo plantea el problema exactamente
inverso, el problema de regreso (como retorno y como regresión) al estado de
naturaleza. Es cierto, con el equívoco del retorno a un estado de naturaleza que es, en
17
cierto sentido, anti-natural. Como equívocas habían sido también las especulaciones
acerca de la salida del estado de naturaleza.
El primero de los monstruos ha sido, en efecto, el monstruo político, el individuo que,
de algún modo, rompe el pacto e instala, en el seno mismo de la sociedad, la brutalidad
de la selva. Del monstruo político aparecen, a finales del siglo XVIII, dos versiones, dos
figuras emparentadas, de la misma especie, de la misma familia: el tirano y el pueblo
sublevado. Ambos hacen del propio interés la ley, arbitraria; uno de modo permanente,
el otro transitoriamente.
La figura del primero la encontramos delineada en los debates parlamentarios sobre
la suerte de Luis XVI y su esposa, en los panfletos revolucionarios, en la literatura que
acompaña y prolonga la revolución burguesa. En los debates parlamentarios, el rey
aparece como el individuo que rompe el pacto fundamental o, más aún, que no
reconoce ningún pacto. Ningún castigo previsto por la ley es aplicable a un individuo de
esta especie; la ley supone, en efecto, el reconocimiento del pacto. El derecho contra la
tiranía (expresión de Saint-Just) es un derecho personal. Traducción política: cualquiera,
sin necesidad de consultar al pueblo (al cuerpo social), tiene el derecho de matar al
tirano. En el campo de la literatura y de los panfletos revolucionarios, la producción ha
sido prolífica. Tomaremos algunos ejemplos referidos a Marie-Antoinette: aparece
personificada como una hiena (una vez que ha probado sangre se vuelve insaciable),
incestuosa (habría perdido su virginidad en manos –es un modo de hablar– de su
hermano José II, amante de Luis XV, posteriormente también de su cuñado), ella
también es homosexual. En la monstruosidad del tirano, regreso a una naturaleza anti-
natural (en la medida que en lugar de desarrollarse en el sentido de la sociedad, recorre
el camino inverso), la característica predominante será el incesto.
En la literatura anti-jacobina, anti-revolucionaria, aparece la otra versión del
monstruo político, la figura gemela del tirano, la imagen invertida del monarca: el pueblo
sublevado. Se narran hechos de este género: el pueblo habría violado mujeres antes de
masacrarlas, las habrían seccionado y habrían comido sus partes sangrantes. También
se cuenta que se vendía paté de carne humana en el Palais Royal. Mientras el incesto
marca la figura del monstruo-tirano, la figura del monstruo-popular se caracteriza por la
antropofagia.
El monstruo político, el tirano y el pueblo sublevado – imagen invertida del
monarca –, ha sido la primer figura del monstruo moderno, del monstruo burgués. “Todo
los monstruos humanos son descendientes de Luis XVI.” (p. 87).
18
Una última consideración para concluir este curso del 29 de enero. Foucault
observa que estas dos perversiones, la antropofagia y el incesto, han servido como
líneas de inteligibilidad, como vías de acceso para ciertas disciplinas. Para la etnología,
entendida como el estudio de las sociedades primitivas. Foucault se refiere
específicamente a la cuestión del totemismo en Durkheim. El totemismo es el problema
de la comunidad de sangre y del consumo ritual del animal totémico. El incesto, por su
parte, ha sido el camino de acceso del psicoanálisis, ha servido para esquema
explicativo de la neurosis, en Freud. En Melanie Klein, el problema de la consumición,
consumición de los buenos y malos objetos, ha definido la inteligibilidad de la neurosis.
mujer tenía una fuerte razón para cometer el asesinato y comerse a su hija. En esa época,
19
toda la región se encontraba azotada por una fuerte hambruna. En el segundo caso, el
sujeto presentó como descargo que había creído reconocer en los niños asesinados a dos
Ahora bien, en el tercer caso, en cambio, no aparecen ni signo de locura ni aparente razón
o motivo para el crimen. Es a partir de esta situación (que no es única, sino más bien
ejemplar) que surgen una interesante serie de problemas que conciernen tanto al sistema
cometer el delito. En caso contrario, nos encontramos ante un sujeto imputable. Pero si
aquello que se denominaba el interés o la razón del crimen. Para expresarlo de otro
sujeto para ser imputable y la racionalidad del delito para ser punible, es decir,
plantea como problema que el sujeto aparece como racional en el momento del acto y,
sin embargo, el crimen carece de razón; se presenta, entonces, como imputable, pero
no punible.
20
b. Desde el punto de vista de la psiquiatría criminal:
Foucault comienza con una observación histórica acerca de la situación de la
como una parte de la medicina, sino como una rama especializada de la higiene
higiene social. E la doble codificación que hace la locura, podemos ver el juego de
esta doble pertenencia. Por una lado, la locura aparecerá como una enfermedad; pero,
Aquí tuvieron lugar dos grandes operaciones. Dentro del asilo, la psiquiatría desplazó
sistema penal y la psiquiatría criminal van a engranar sus mecanismos. Por un lado, la
de la corrección, es decir, de la racionalidad del crimen (no del sujeto en el momento del
acto). Por otro lado, la psiquiatría justificará su necesidad y su poder mostrando el fondo
mecanismos ensamblados. Por caminos diferentes, los peritos psiquiatras (entre los que
21
se encontraba Esquirol por parte de la acusación) de la acusación y de la defensa se van a
interrogar no sobre la demencia del sujeto en el momento del acto, sino sobre la
La acusación argumentará para mostrar que existe una estrecha semejanza entre el
acto y el sujeto, que el crimen encuentra en la condición del sujeto el justificativo del
castigo y de la corrección. En pocas palabras el acto carecerá de razón, pero el sujeto no.
Por un lado, la historia personal de Henriette: fue abandonada por su marido, se entregó
al libertinaje, tuvo dos hijos que abandonó a la asistencia pública. Por otro, la
premeditación con que cometió el degüello (preparó los instrumentos en su cuarto, pensó
el diálogo con la madre de la victima), la lucidez con que lo cometió (exclamó luego de
victima y de impedir que la madre entrará en el cuarto donde se llevó a cabo el crimen).
estado de alegría y tristeza, etc. En segundo lugar, la lucidez moral de Henriette. En tercer
Henriette haya permanecido intacta en el momento mismo del crimen muestra que nos
Foucault atribuye una importancia capital a la aparición del concepto de instinto en estos
22
permitido, precisamente, encontrar un principio de coordinación entre monstruosidad y
anormal.
sólo aquella forma de locura que afecta todos los comportamientos, excepto la
inserción del saber psiquiátrico en los mecanismos del poder, Foucault analiza tres
procesos centrales.
a. La ley de 1838:
23
Esta ley trata acerca de la internación por orden de una autoridad policial-
internación de los alienados requiere una institución adapta a recibir enfermos y con
nivel del comportamiento de los individuos. Antes, la intervención de los expertos era
campo disciplinar definido por la familia, la escuela, los vecinos, etc. El psiquiatra es
el médico de la familia.
24
c. Una exigencia política a la psiquiatría:
Cada revolución, según el juicio de Foucault, introdujo algún criterio de
europeas sucedidas entre los años 1848 y 1871 recurrieron a la psiquiatría. Foucault
cita el caso, en Italia, de Lombroso; la antropología parece suministrar los medios para
campo de la psiquiatría, para adaptar su saber a las nuevas formas del poder psiquiátrico:
a. La reunificación de la locura:
Se abandona la idea de una locura parcial, que afecte sólo un sector de la personalidad.
Aunque las manifestaciones de locura sean parciales y discontinuas; con todo, se trata
emparentada con el delirio, con la ilogicidad del pensamiento; ahora, lo que está en
25
juego es la voluntad o, mejor, la falta de control sobre la voluntad. En el corazón de la
automático.
por lo tanto, como fenómenos de interés psiquiátrico todos aquellos comportamientos que
XIX (si es que hay otra), es necesario tener presente además su vinculación con la
incluye, articulados, ambos sentidos: 1) la norma como regla de conducta, como ley
26
A esta altura de la obra, el discurso de Foucault se encamina a mostrar cómo el
psiquiatría, que se produce entre los años 1845 y 1850, con Grieringer, en Alemania, y
Baillager, en Francia. Proceso que, por otro lado, tuvo como eje los problemas de la
Pero Foucault comienza desde mucho más lejos, comienza por la evolución de la
saber (el primer volumen de la Historia de la sexualidad) se ocupa del mismo tema. De
hecho, tanto en este curso como en La voluntad de saber, la razón de este largo recorrido
de Foucault persigue el mismo objetivo, esto es, mostrar que la historia de la sexualidad
debe ser enfocada no a partir del poder pensado negativamente, en términos de represión;
sino en términos positivos, en este caso, en términos de confesión. Dicho de otra manera,
Foucault quiere mostrarnos que la aparición del discurso sobre la sexualidad –sus
liberación.
27
En la exposición de “Hay que defender la sociedad”, insistimos en el concepto de
Creo que la larga exposición de Foucault puede dividirse en dos: la evolución del
ritual de la penitencia.
caridad (atención de las viudas y sepultura de los muertos), ciertas exclusiones (de la
pero, en la realidad, ocurría cuando alguien había cometido una falta grave y de carácter
público. Era, por ello, una práctica frecuentada especialmente por los gobernantes o
personas con responsabilidad pública. El sujeto se presentaba ante el obispo (y sólo ante
el obispo) y le explicaba por qué deseaba ingresar en el estado de penitente, mediante una
28
ceremonia pública se lo declaraba penitente y, mediante otra, también su salida. La
remisión pasaba, en definitiva, por las prácticas penitenciales y no por la confesión, por la
Los monjes irlandeses que llegan por esta época al continente transformarán la práctica
germánico. En líneas generales, del mismo modo que el derecho penal establece un
correlación entre delitos y penas, se establece una correlación (tarifa) entre pecados y
penitencia. La confesión comienza a jugar un cierto rol; de todos modos, la remisión está
servir para establecer la penitencia; es por el esfuerzo que implica, por la erubescentia
que provoca. Es necesario tener presente, que al límite, también los laicos podían
A partir del siglo XII una serie de transformaciones que persiguen como objetivo
confesión: sólo los ministros ordenados, no los laicos, y, además, el propio confesor.
29
capitales, las virtudes teologales, las virtudes cardinales, etc. Las penas, según las
modernos, el poder civil organiza técnicas del gobierno de los cuerpos; el poder espiritual
técnicas que se reunirán para el nombre de pastoral, de poder pastoral. Una de estas
En primer lugar, algunas precisiones acerca de la figura del confesor y del director de
conciencia. En relación con la técnica del examen, el confesor deber: juez (conocer lo que
que pertenece cada pecado, sus causas y sus remedios) y guía (corregir el alma del
Ahora bien, vayamos a la pastoral de la carne. Del siglo XII al XV, el análisis de
las faltas contra el sexto mandamiento sigue un criterio que concierne al aspecto
relacional del sexo. Así se distinguía entre: fornicación, adulterio, estupro, rapto,
sodomía, incesto, ... A partir del siglo XVI este cuadro de examen va a desaparecer y se
formará otro que exigió cierto número de transformaciones. La más importante de ellas
consiste en que el eje del examen no será más el aspecto relacional del acto sexual, sino
30
el cuerpo mismo del penitente, el cuerpo voluptuoso. Vale la pena que consideremos un
texto:
La confesión, por lo tanto, ya no se desarrollará según el orden de importancia en la infracción a
las leyes de la relación, sino que deberá seguir una especie de cartografía pecaminosa del
cuerpo.
«Primeramente, el tacto: ""¿No habéis hecho tocamientos deshonestos? ¿Cuáles? ¿Sobre qué?"
Y si el penitente "dice que fue sobre sí mismo", se le preguntará: "¿Por qué motivo?"; "¡Ah! ¿Era
solamente por curiosidad (lo que es muy poco habitual) o por sensualidad o por excitación de los
movimientos deshonestos? ¿Cuántas veces? ¿Llegaron esos movimientos usque ad seminis
effusionem?". Podrán darse cuenta de que la lujuria ya no empieza, en absoluto, con la famosa
fornicación, relación no legítima. La lujuria empieza por el contacto consigo mismo. En el orden
del pecado, lo que será más tarde la estatua de Condillac (la estatua de Condillac sexual, si
ustedes quieren) aparece aquí no haciéndose olor de rosa, sino tomando contacto con el propio
cuerpo. La forma primera del pecado contra la carne es haber tenido contacto consigo mismo: es
haberse tocado, es la masturbación. En segundo lugar, luego del tacto, la vista. Hay que analizar
las miradas: "¿Habéis mirado objetos deshonestos? ¿Qué objetos? ¿Con qué intención? ¿Esas
miradas estaban acompañadas por placeres sensuales? ¿Esos placeres os llevaron hasta los
deseos? ¿Cuáles?" y es en la mirada, en el capítulo de la vista y la mirada, donde se analiza la
lectura. Como ven, ésta puede convertirse en pecado no directamente por el pensamiento sino,
en principio, por la relación con el cuerpo. Puede llegar a ser pecado en cuanto placer de la vista,
en cuanto concupiscencia de la mirada. En tercer lugar, la lengua. Los placeres de la lengua son
los de los discursos deshonestos y las palabras sucias. Las palabras sucias dan placer al
cuerpo; los malos discursos provocan concupiscencia o son provocados por ella en el nivel del
cuerpo. ¿Se pronunciaron esas "palabras sucias", esos "discursos deshonestos" sin pensar en
ellos? ¿"Y sin [tener] ningún sentimiento deshonesto"? "¿Estaban, al contrario, acompañados por
malos pensamientos? ¿Estos pensamientos estaban acompañados por malos deseos?" En este
capítulo de la lengua se condena la lascivia de las canciones. Cuarto momento, los oídos.
Problema del placer al escuchar palabras deshonestas, discursos indecentes. De una manera
general, habrá que interrogar y analizar todo el exterior del cuerpo. ¿Se hicieron "gestos
lascivos"? Estos gestos lascivos, ¿se hicieron en soledad o con otros? ¿Con quién? ¿Se "vistió"
uno de una manera poco decente? ¿Se complugo en esa vestimenta? ¿Se hicie ron "juegos"
deshonestos? Durante el "baile", ¿se produjeron "movimientos sensuales al tomar la mano de
una persona, o al ver posturas o andares afeminados"? ¿Se experimentó placer "al escuchar la
voz, el canto, las melodías"?» (Los anormales, págs. 181-181)
31
Foucault concluye este curso con una observación importante. La pastoral de la
carne no refleja, ciertamente, la práctica real de la confesión. Ella, de hecho, no está
orientada al pueblo, sino a la élite y, particularmente, a la formación cristiana en los
seminarios. Esto tiene su importancia, porque los colegios secundarios, los liceos han
sido una proyección de los seminarios.
32
La brujería pone en juego dos personajes, la bruja y el diablo. En la posesión hay, al menos, tres
personajes que, a su vez, se desdoblan y multiplican: la poseída, el diablo, el confesor-director
de conciencia. La figura del confesor-director se desdobla en la del buen y mal confesor-director.
Desdoblamiento que sigue las contradicciones de la estructura eclesiástica, como la oposición
entre seculares y regulares. La poseída se desdobla en la figura de la sierva dócil del demonio y
la que resiste a su influencia. El mismo cuerpo de la poseída se desdobla o se multiplica: se
divide en una multiplicidad indefinida de movimientos, conmociones, sacudidas, dolores,
placeres. Aparece como un campo de batalla entre elementos que se oponen.
En cuanto al cuerpo:
«Dos clases de consentimiento, peto también dos clases de cuerpo. El cuerpo embrujado, como
saben, se caracterizaba esencialmente por dos rasgos. Por una parte, el cuerpo de las brujas era
un cuerpo totalmente rodeado o, en cierto modo, beneficiario de toda una serie de prestigios, que
unos consideran como reales y otros como ilusorios, pero poco importa. El cuerpo de la bruja es
capaz de transportarse o ser transportado; puede aparecer y desaparecer; se vuelve invisible y,
en ciertos casos, también es invencible. En resumen, lo afecta una especie de transmaterialidad.
Lo caracteriza, igualmente, el hecho de que siempre es portador de marcas, que son manchas,
zonas de insensibilidad, y constituyen algo así como firmas del demonio. Es el método por el
cual el demonio puede reconocer a los suyos; a la inversa, es igualmente el medio por el cual los
inquisidores, la gente de Iglesia, los jueces pueden reconocer que se trata de una bruja. En tér-
minos generales, el cuerpo de la bruja se beneficia, por un lado, con los prestigios que le
permiten participar en el poderío diabólico y, por consiguiente, escapar a quienes la persiguen,
pero, por el otro, está marcado, y esa marca ata a la bruja tanto al demonio como al juez o al
cura que van a la caza de éste. Está atada por sus marcas en el momento mismo en que sus
prestigios la exaltan. El cuerpo de la poseída es totalmente diferente. No lo envuelve ningún
33
prestigio; es el lugar de un teatro. En él, en ese cuerpo, en el interior de ese cuer po, se
manifiestan las diferentes potestades y sus enfrentamientos. No es un cuerpo transportado: es
un cuerpo atravesado en su espesor. Es el cuerpo de los cercos y los contra-cercos. En el fondo,
es un cuerpo/fortaleza: fortaleza cercada y sitiada. Cuerpo/ciudadela, cuerpo/batalla: batalla
entre el demonio y la poseída que resiste; batalla entre lo que en ella resiste y la parte de sí
misma que, al contrario, consiente y se traiciona; batalla entre los demonios, los exorcistas, los
directores y la poseída, que tan pronto los ayuda como los traiciona, y se pone tan pronto del
lado del demonio por el juego de los placeres como del lado de los directores y exorcistas por el
rodeo de sus resistencias.» (Los anormales, págs. 199-200).
34
convulsiones, la resistencia del cuerpo al gobierno de los individuos puesto en práctica
por la penitencia analítica y la dirección de conciencia. Aparecían tres estrategias para
conjurar el cuerpo de la endemoniada atravesado por las convulsiones: 1) la
moderación del lenguaje de la confesión, la retórica jesuítica de la carne, 2) la
medicalización de las convulsiones y 3) los establecimientos educativos-disciplinarios. A
partir de este punto debemos continuar el discurso.
En este curso, del 5 de marzo Foucault presenta demasiados temas; está, sin
duda, resumiendo y acelerando la exposición. Para ordenar los numerosos temas
abordados, voy dividir el texto en subtemas.
35
simplemente, la sexualidad en general. Tampoco nos permite comprender por
qué los niños y no los adolescentes. Tampoco, y este aspecto resulta más
interesante, por qué es un discurso dirigido a las familias burguesas y no a las
proletarias. Para Foucault, no sólo es necesario analizar el poder en sus efectos
positivos (individualiza, sujeta, identifica), es necesario, además, enfocar la
cruzada contra la masturbación a parir de sus tácticas: somatización y
desculpabilización.
c. Somatización y desculpabilización: En primer lugar, más que de una
moralización, se trata de una somatización: 1) La ficción de una enfermedad
total, polimorfa, absoluta, sin remisión que se articula instala en el cuerpo del
masturbador. 2) Causa posible de toda enfermedad posible: enfermedades del
cerebro, del corazón, de los ojos, etc. 3) El delirio hipocondríaco generado por
los médicos que tratan de lograr que todo paciente vincule los síntomas de su
enfermedad a esa falta primera.
Y, sin embargo, a pesar de tantos peligros originados en la práctica de la masturbación,
la somatización de esta práctica ha sido acompañada por una desculpabilización. En
efecto, no reconociendo causas endógenas de la masturbación, los niños no podían ser
culpabilizados. No se trata de la naturaleza, sino del ejemplo, de la seducción del
adulto. La falta proviene, entonces, de afuera. El origen de la masturbación sería el
deseo de los adultos que tiene por objeto los niños. Pero en esta desculpabilización del
niño y consecuente culpabilización de los adultos, hay que distinguir dos cosas. Por un
lado, el peligro que representa el personal doméstico, los institutores, los educadores.
Son ellos los personajes del mal ejemplo. Por otro, los padres; en este caso, su culpa
consiste en no ocuparse personalmente de sus hijos. De aquí dos consecuencias
complementarias: 1) si es posible, es necesario suprimir el personal doméstico o, al
menos, permitir sólo el mínimo contacto con los niños y 2) la exigencia de cuidar (vigilar)
los propios hijos.
d. La célula familiar, la familia medicalizada: la supresión del personal doméstico
y la exigencia de vigilancia reorganiza el espacio familiar para facilitar una
especie de cuerpo a cuerpo entre padres e hijos, aparece un nuevo espacio
familiar (el hogar), un “nuevo cuerpo familiar” marcado por su substancia físico-
afectiva. A partir de aquí, la familia célula va a reemplazar a la familia relacional.
Pero, desde el momento en que la masturbación se encuentra al centro de la
familia-célula y por la somatización de la que hablamos antes, la familia-célula
36
se vincula estrechamente con la medicina. Por un lado, hay un cierto
isomorfismo entre la relación padres-hijo y la relación médico-enfermo: los
padres deben diagnosticar, ser terapeutas, ser agentes de sanidad. El espacio
densamente afectivo de la familia célula es un espacio atravesado por la
tecnología de poder propia del saber médico.
Dos ejemplos de esta medicalización: 1) la discreción a nivel del lenguaje entre padres
e hijos sobre la sexualidad ha sido contrabalanceada por la discursividad entre médico y
enfermo. Es necesario que el niño masturbador lo confiese al médico. 2) Los
instrumentos técnicos para controlar la masturbación. Vale la pena leer algunos
ejemplos del texto.
Es partir de esta familia celular y medicalizada que apareció, en los primeros decenios
del siglo XIX, la normalidad y la anormalidad sexual.
e. La educación natural: todas estas transformaciones forman parte de un
proceso conocido como educación natural y que significa fundamentalmente dos
cosas: 1) que los padres son los educadores naturales de los hijos y 2) que la
pequeña familia célula, la relación padres-hijos debe ser atravesada por la
racionalidad y disciplina de la pedagogía y la medicina.
f. Estas son las tácticas, pero ¿la estrategia cuál es? Foucault hace notar que
la gran campaña anti-masturbación ha sido contemporánea, al menos en
Francia, de la gran reivindicación por la educación estatal. Si se vinculan ambos
hechos, la estrategia aparece en estos términos: “Gardez-nous vos enfants bien
en vie et bien solides, corporellement bien sains, bien dociles et bien aptes, pour
que nous puissions les faire passer dans une machine dont vous n'avez pas le
contrôle, et qui sera le système d'éducation, d'instruction, de formation, de l'État.
» Je crois que dans cette sorte de double demande : « Occupez-vous des
enfants », et puis: « Dessaisissez-vous plus tard de ces mêmes enfants » , le
corps sexuel de l'enfant sert, en quelque sorte, de monnaie d'échange. On dit
aux parents : « Il y a dans le corps de l'enfant quelque chose qui, de toute façon,
vous appartient imprescriptiblement et que vous n'aurez jamais à lâcher, car il ne
vous lâchera jamais : c'est leur sexualité. Le corps sexuel de l'enfant, c'est cela
qui appartient et qui appartiendra toujours à l'espace familial, et sur quoi
personne d'autre n'aura effectivement de pouvoir et de rapport. Mais, en
revanche, au moment même où nous vous constituons ce champ de pouvoir si
total, si complet, nous vous demandons de nous céder le corps, si vous voulez,
37
d'aptitude des enfants. Nous vous demandons de nous donner ces enfants pour
que nous en fassions ce dont nous avons effectivement besoin. » (pág. 241-242)
1) A partir de finales del siglo XVIII la sexualidad infantil había sido definida en
términos de no-relacionalidad, de auto-erotismo. La formación de la familia
célular ha permitido instalar de un modo nuevo la sexualidad relacionalidad en el
auto-erotismo de los niños. Pero, la teoría psicoanalítica del incesto beneficiará
moralmente a los padres: los padres son el objeto del deseo de los hijos. Esta
profundización de la posesión por parte de los padres de la sexualidad de sus
hijos, la propiedad – por decirlo de algún modo – del deseo, ha sido
acompañada por una profundización de la posesión estatal de los cuerpos, por
la extensión de la escolarización y de los métodos e instituciones disciplinarias.
2) Lo dicho anteriormente se aplica a la familia burguesa, pero ¿qué pasa con el
proletariado? Al proletariado se le dice “cásense, no tengan hijos antes del
matrimonio”. Se trata de contrarrestar el fenómeno de uniones libres que se
multiplican a causa del debilitamiento del proletariado rural y la formación de un
proletariado urbano que no requería de los soportes del matrimonio (asistencia
entre familia, intercambio de bienes, etc.). Desde el momento en que la
estabilidad de la clase obrera ha sido necesaria por razones económicas,
también ha sido necesario una nueva cuadriculación política de los cuerpos. La
consigna de orden ha sido aquí: “no se mezclen”. Una nueva problemática del
incesto, ni hijos-padres, sino hermano-hermana, padre-hija. La sexualidad
peligrosa es, ahora, la del adulto. Una teoría sociológica y no ya psicoanalítica
del incesto.
38
Podemos recapitular como sigue la duplicidad del tema del incesto.
39
delirante. De este modo, el instinto sexual será origen no sólo de
alteraciones somáticas, sino de las alteraciones psíquicas.
2) Aparecerá, entonces, toda una etiología de las locuras y enfermedades
mentales específicas a partir del componente imaginativo del instinto
sexual. Foucault analiza aquí el caso del soldado Bertrand.
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sino desequilibrio funcional.
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primeros síndromes han sido: la agorafobia, las manías incendiarias, la
cleptomanía, exhibicionismo, los invertidos, los masoquistas, la manía
antiviviseccionista.
b. El retorno del delirio. La reinscripción de lo anormal en lo patológico ha ido de la
mano de la reincorporación del delirio. Se trata ahora, no de un referido al
objeto, sino de raíz instintiva y sexual.
c. La parición de la noción de “estado”: una especie de fondo causal permanente
de anormalidad. El estado consiste esencialmente en una especie de déficit
general de las instancias de coordinación del individuo.
4. La metasomatización de lo anormal:
Para explicar la aparición de la anormalidad en el individuo, la psiquiatría ha
recurrido al tema de la herencia. Aparece así una especie de gran cuerpo formado por
la red de relaciones hereditarias. a partir de aquí , la psiquiatría no será simplemente
una técnica del placer y del instinto sexual, será también una tecnología del matrimonio
sano, útil y beneficioso. Por esta vía, además, la psiquiatría vinculará la nueva
nosografía de lo anormal con las teorías de la degeneración.
Foucault presta particular importancia a este último tema, porque, como ven
Uds., se hace posible un vínculo estrecho entre psiquiatría y racismo: Todas las formas
de racismo aparecidas en Europa, hacia fines del siglo XIX y comienzos del XX, deben
ser referidas históricamente a la psiquiatría” (pág. 299).
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