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Modernidad y posmodernidad: elementos para entender un debate

Desde que en la antigua Grecia Heráclito afirmó que todo cambia


permanentemente y Parménides replicó que lo esencial es
inmutable, calibrar la entidad y el significado de los cambios ha
resultado bastante problemático. En la Argentina como en el
mundo, en la política como en la economía, en la tecnología como
en las ideas y la vida cotidiana, en las comunicaciones como en la
educación, rápidos y significativos cambios han transformado la
vida de gran parte de los hombres, a los que nos toca vivir un
complejo final de siglo. Aunque el cambio lo afecta todo y produce
una crisis global de las distintas sociedades, hay
territorios, sectores, instituciones, grupos y generaciones, más o
menos dinámicos, más o menos dependientes, que viven la crisis
de modo diferente.

Aunque advertimos la interrelación de los cambios entre sí, más


difícil resulta encontrar un hilo conductor que nos permita
aproximarnos a comprender las grandes líneas de los procesos de
cambio de los que participamos, un hilo conductor que nos permita
llegar a entender, aunque sea de un modo provisional, el sentido
global de los mismos y nos posibilite una ubicación más o menos
lúcida en relación con ellos. En lugar de definir una clara, pero a la
vez unilateral perspectiva, para intentar una comprensión de los
procesos de cambio, hemos optado, en este trabajo, por algo más
difuso cual es considerar como punto de referencia la transición, el
corte o el enfrentamiento modernidad-posmodernidad que atraviesa
las disciplinas científicas, pero también las expresiones estéticas, el
mundo de los valores, la política, la economía, la educación y la
vida cotidiana. Este corte modernidad-posmodernidad ha resultado
fecundo para entender diferentes áreas sociales y aunque se lo ha
aplicado a la comprensión de la educación, en general, y a la
universidad en particular, casi no se lo ha empleado para
comprender la crisis de la escuela secundaria y la situación del
adolescente en relación con esta institución en las presentes
circunstancias. La expresión «posmodernidad» fue ocupando un
espacio a partir de los años ochenta.
De 1979 es el libro de JeanFrancois Lyotard, La condición
posmoderna, donde sostiene la hipótesis de que el saber cambia de
estatuto al mismo tiempo que las sociedades entran en la llamada
edad posindustrial y las culturas en la edad posmoderna. La
posmodernidad sería entonces la cultura que correspondería a las
sociedades posindustriales, sociedades que se habrían desarrollado
en los países capitalistas avanzados a partir de los años cincuenta
sobre la base de la reconstrucción de posguerra. Más adelante
consideramos en este trabajo las características de estas
sociedades posindustriales y, lo que será objeto de nuestro especial
interés, las de la cultura posmoderna. Pero hay un punto de
referencia inevitable de donde la posmodernidad recibe su nombre
que es la modernidad La posmodernidad, como edad de la
cultura, debe comprenderse por referencia a lo que se denomina
«modernidad», ya sea que se la considere como su
contrapartida, como su continuidad o su superación.

La condición posmoderna. En las mismas se había originado el


Renacimiento artístico de los siglos XV y XVI con figuras que, como
Leonardo Da Vinci, atisbaban un futuro diferente. De estas ciudades
había partido el impulso de viajar y conocer el mundo, de afán de
riquezas y de conocimiento científico. El mundo se ensancha con
los grandes viajes de descubrimiento y conquista de los siglos XV y
XVI que penetran en lo desconocido y abren nuevas posibilidades al
comercio cuyo desarrollo lleva, progresivamente, a la constitución
de un incipiente mercado mundial potenciado por la plata
americana.

El predominio económico y político se desplaza del Mediterráneo al


Atlántico, a partir del siglo XVI. Políticamente, los estados
nacionales, necesarios para encarar los enormes gastos que exigen
las empresas de la modernidad, se van consolidando frente a la
multitud de condados, ducados, etc. La autoridad de los
reyes, apoyados por la burguesía, se impone sobre los señores
feudales y enfrenta exitosamente al papado. En materia
religiosa, en el siglo XVI se produce la Reforma Protestante. Con la
Reforma, la religión se recluye en la conciencia individual y se retira
de los asuntos públicos.

Por otra parte, la Reforma cuestiona la supuesta dignidad de la


pobreza y exalta el valor del trabajo con lo que propende al
desarrollo del capitalismo. A la Reforma sigue la Contra-
Reforma, la intolerancia, las guerras de religión, y la ruptura política
y religiosa de Europa Occidental. En el siglo XVI Copérnico postula
el sistema astronómico heliocéntrico en reemplazo de la concepción
tradicional que ubicaba a la tierra en el centro del universo. Poco
después, a principios del siglo XVII, Galileo realizará astronomía
observacional y una lectura matemática de la naturaleza
estableciendo las leyes de la caída de los cuerpos y
Kepler, corrigiendo a Copérnico, enunciará las leyes del movimiento
de los planetas.

En buena medida estas ideas se abrirán camino luchando contra la


intolerancia de la Iglesia, que llevará a Giordano Bruno, defensor de
las teorías de Copérnico y de la idea de la infinitud del universo, a la
hoguera y que obligará a Galileo a abjurar de sus creencias. A fines
del siglo XVII, Newton enunciará la teoría de la gravitación
universal, paradigma de la física moderna. Este conjunto de
cambios llevan a una crisis de la concepción medieval del mundo
centrada en Dios y en considerar al ser humano una criatura
trascendente cuyo auténtico destino es la salvación de su alma. La
modernidad va a elaborar una concepción más bien
antropocéntrica, menos religiosa y más profana, para la cual la
auténtica vida es la terrenal y el cuerpo recupera su lugar al lado del
alma.

« Se acerca una nueva era, amiguito, y a mí me gusta pensar que


todo empezó con los barcos. Una vez, cuando era joven, vi a dos
albañiles que, luego de cambiar ideas tan sólo cinco
minutos, sustituyeron la costumbre milenaria de mover los bloques
de granito por una nueva y más razonable manera de disponer las
cuerdas y las poleas. En ese momento me di cuenta de que el
tiempo viejo había terminado y de que estábamos ante una nueva
época. » Galileo Galilei.
Para la misma época la preocupación por el método también está
presente en F. El método es concebido por ambos como un camino
para descubrir nuevas verdades, a diferencia del silogismo que sólo
permite convalidar lo ya sabido, y como un conjunto de
procedimientos sencillos que cualquier persona podría
aplicar. Estas características implican una democratización del
saber y una concepción revolucionaria para la época. La misma
existencia de Dios y la del mundo se derivarán de esta verdad. La
preeminencia del mismo será el signo fundamental de casi toda la
modernidad.

Si se repara que todavía en el año 1600 Giordano Bruno había sido


quemado por la Inquisición por adherir a las ideas de Copérnico en contra
de las verdades reveladas de la teología, es notable y sintomático de un
cambio de la mentalidad imperante que sólo ciento cincuenta años
después Hume, en nombre de los principios del empirismo, se permita
sugerir, metafóricamente, que los libros de teología o metafísica
escolástica pueden ser quemados sin ninguna pérdida. La tradición
racionalista francesa, el empirismo británico y el desarrollo de las ciencias
son en el plano de las ideas las fuentes de las que se nutre el Iluminismo, o
filosofía de la ilustración, en el siglo XVIII. Esta corriente de pensamiento
defiende una razón que se apoya en la experiencia, que va de lo singular a
lo universal, de los hechos a los principios y que, cada vez más, va
tomando a la ciencia natural como el modelo de todo conocimiento. El
auge de la burguesía, el desarrollo del capitalismo y las revoluciones
inglesa, norteamericana y francesa constituyen el marco económico, social
y político en el que se forman las ideas iluministas, ideas que a su vez van
a ejercer decisiva influencia en la sociedad en general y en 5 los procesos
revolucionarios mencionados en particular.

El iluminismo tiene una vocación universalista, sus ideales son de tipo


universal, el ciudadano ilustrado rechazará los prejuicios de
raza, nacionalidad o religión y, en cambio, se identificará con cualquier
otro ilustrado en cualquier continente. En materia de religión, los
ilustrados son librepensadores, en su mayor parte no se trata de
ateos, pero está muy extendida la idea de una religión natural o
deísmo. Esta posición sostiene que en el fondo de las distintas religiones
históricas habría una religiosidad racional común. « La Revolución
Francesa con su lema »Libertad, igualdad y fraternidad« y la democracia
política son deudoras de la Ilustración y forman parte del núcleo de las
ideas de la modernidad que tanto influyen en nuestra Revolución de Mayo
y, en general, en el proceso independentista en Hispanoamérica.

Una esfera particularmente importante en el desarrollo de la modernidad


está constituida por el campo de las ideas éticas. Las normas morales y
jurídicas de un pueblo se originan generalmente a partir de las tradiciones
religiosas. Durante siglos se concibió al Estado como dotado de una
religión oficial. En la Europa medieval, más allá de las diferencias entre los
distintos pueblos que la conforman, la religión católica es la fuente de las
normas morales y jurídicas, las cuales dejan poco margen para el
desarrollo de ideales de vida individuales que contradigan las tradiciones
sociales.

Con la Reforma Protestante y las guerras de religión del siglo XVII se


quiebra la unidad religiosa y la idea de fundamentar la moral y el derecho
en la religión cede su paso entre los iluministas a una concepción que
busca establecer normas universales fundamentadas racionalmente. El
progreso que ha proclamado la ilustración tiene en el dominio de la moral
un ámbito privilegiado y, en esta esfera, el progreso consistirá en buscar
establecer normas que, en lugar de valer para un pueblo o una cultura
determinadas, valgan para todos, sean universales y, en vez de estar
basadas en la tradición o en la religión, tengan un fundamento racional. La
ética de Kant, expuesta en la Fundamentación de la metafísica de las
costumbres y en la Crítica de la razón práctica va a constituir el más
elaborado intento por construir una ética universal de naturaleza
racional. Según Kant puede haber muchas cosas 6 buenas como el valor, la
decisión, la perseverancia y otras muchas cualidades, pero ninguna de
ellas puede ser llamada buena sin restricción, porque cualquiera de estas
cualidades pueden llegar a ser malas y dañinas si la voluntad que ha de
hacer uso de ellas no es buena.
Una voluntad buena, en cambio, lo es en cualquier circunstancia y con
independencia de que alcance un fin propuesto. Así, por ejemplo, si hago
todo lo posible por ayudar a una persona y finalmente fracaso en el
intento, esto no diminuye el valor moral de la acción. La buena voluntad
es buena cuando obra no por inclinación, es decir, siguiendo alguna
tendencia de nuestra sensibilidad, sino cuando obra por deber. En
nuestras acciones podemos obrar en forma contraria al deber, siguiendo
alguna inclinación, por ejemplo, cuando no ayudo a una persona que se
encuentra en apuros porque privilegio mi comodidad.

También puedo obrar de acuerdo al deber, pero por inclinación, cuando


ayudo a una persona, pero lo hago porque soy amigo de ella. Sólo estas
últimas acciones merecen la calificación de moralmente buenas. Las
contrarias al deber son moralmente malas y las que se efectúan de
acuerdo con el deber, pero por inclinación, son moralmente neutras. Kant
define al deber como la necesidad de una acción por respeto a la ley.

Se refiere a la ley moral universal que la razón práctica da a la voluntad y


que dice que »... no debo obrar nunca más que de modo que pueda
querer que mi máxima deba convertirse en ley
universal« . Kant, Manuel. Esta ley, a la que Kant llama imperativo
categórico, quiere decir que no debo obrar sino de acuerdo con máximas
que puedan universalizarse. Sólo obro moralmente bien cuando puedo
querer, es decir, aceptar por propia convicción como obligatorio para
mí, que el principio de mi querer se convierta en ley válida para todos.

Al universalizarse, se advierte que esta máxima no puede valer como ley


general, pues, si todos mienten, la misma mentira ya no sería eficaz. La
máxima, en resumen, no es moralmente buena. Lo moralmente malo
consiste en que el sujeto se permita acciones que no les permite a los
demás. El imperativo categórico se constituye así en el fundamento
racional de las normas morales que la modernidad buscaba.

Ante la necesidad de obrar, el sujeto racional debe preguntarse si la


máxima con la que se está guiando es universalizable o no. » Deseaban
emplear esta acumulación de cultura especializada en el enriquecimiento
de la vida diaria, es decir en la organización racional de la cotidianeidad
social. « Como se habrá advertido, el conjunto de ideas gestadas en los
siglos XVII y XVIII constituyó una concepción del mundo alternativa a la
cosmovisión cristiana indiscutiblemente hegemónica en el medioevo y se
tradujo en instituciones y pautas concretas de conducta que orientaron la
vida de los hombres en todo el mundo. América no fue ajena a este
proceso y en ocasiones se consideró que la modernidad tenía más
posibilidades de plasmarse integralmente por constituir un territorio
virgen en el que sería más fácil organizar la sociedad desde las pautas
modernas.

El proceso de revoluciones independentistas que desde fines del siglo XVIII


se desarrolla en el continente es expresión del clima de ideas de la
modernidad. Con la Revolución industrial se desarrolla un nuevo sector
social, el proletariado o la clase obrera, que trabaja en. En el plano político
la primera mitad del siglo XIX oscilará entre la revolución y la
restauración, entre las repúblicas o monarquías constitucionales y las
monarquías o imperios absolutistas. Ya en la segunda mitad, la revolución
política se desvanece y lo que predomina es el despliegue del capitalismo
en el mundo.

La restauración, después de la derrota de Napoleón en 1815, reacciona


contra el Iluminismo. De Maistre y de Bonald, pensadores
tradicionalistas, desechan la posibilidad de que el hombre programe
racionalmente la sociedad. »Modernidad un proyecto incompleto«. En
Casullo, Nicolás, El debate modernidad-posmodernidad.

Se desenvuelve el nacionalismo que constituirá una fuerza política


importante en el siglo XIX y que enfatiza como elementos diferenciadores
de la nación los aspectos geográficos, étnicos, religiosos y 8
lingüísticos, reivindicando el volkgeist, el espíritu del pueblo, y las
tradiciones nacionales. En realidad, aunque el siglo XVIII, llamado el »siglo
de las luces«, es el siglo del auge de la razón universalista y de la idea de
progreso, no faltarán en el mismo tendencias que cuestionarán tanto la
idea de progreso como la posibilidad de una razón universalista en el
plano práctico y aun en el teórico. Expresión de estos cuestionamientos a
la modernidad es el alemán Johann G. Las ideas de Herder se ampliarán y
desarrollarán en el romanticismo alemán del siglo XIX, cuyos ideales se
contrapondrán marcadamente al Iluminismo del XVIII. Mientras el
Iluminismo se identifica con la razón y la ciencia, el romanticismo tiene
una mayor inclinación por la emoción, la fuerza, la sensibilidad y lo
instintivo. La personalidad debe liberarse de la moralidad y los
convencionalismos sociales al servicio del orden. Hay un culto del héroe y
del gran hombre que vive la vida intensa y arriesgadamente. Políticamente
el romanticismo es antiuniversalista y nacionalista, considerando que la
nación es una especie de organismo que posee un alma o espíritu que la
anima, siendo los individuos miembros de la misma. El romanticismo es
fuertemente antiliberal en la medida en que el liberalismo considera a la
sociedad como la suma de los individuos y defiende los derechos de éstos.

Por sus propias concepciones, el romanticismo es un movimiento más


literario que filosófico y que dará grandes poetas como el inglés Byron o el
italiano Leopardi. Para éste, la filosofía occidental, con excepción de
Heráclito y otro puñado de filósofos, ha sido una filosofía del ser que
busca un fundamento absoluto y que se ha olvidado del devenir, una
filosofía del concepto que ignora la vida y la voluntad de vivir, una filosofía
de la razón que se opone al testimonio de los sentidos. Nietzsche también
critica la moral por su antinaturalidad, por su oposición a la vida, por
condenar los instintos y por constituir una evasión del mundo real, de las
condiciones concretas de existencia. En realidad, la moral tradicional es
para Nietzsche una moral de esclavos que exalta el dolor, la pequeñez, la
humildad, la amabilidad, la bondad, la objetividad, el amor al prójimo y
que niega la que sería una moral de señores que apreciaría la vida, el
poder, la grandeza, el placer, la virilidad.

Vivir es arriesgar la vida y vivir peligrosamente. El cristianismo significa la


pérdida del sentido de la tierra, la pérdida de los instintos y la introducción
de los valores mezquinos, propios del rebaño, y de la noción de
pecado, una idea que atenta contra los instintos de la vida. Pero Dios ha
muerto como fruto de la modernidad. A través de las experiencias del
antropocentrismo del 9 Renacimiento, el racionalismo desde Descartes, el
poder del pueblo con la Ilustración y del auge de la ciencia con el
positivismo, no hay lugar para Dios en la cultura moderna que es una
cultura secularizada.

Hemos matado a Dios. Como resultado de la muerte de Dios, el hombre


moderno ha llegado al nihilismo que significa una falta de metas, una falta
de respuestas a los porqué que se habían respondido desde Dios. La
experiencia del nihilismo se acentuará en la experiencia vital del siglo XX
después de las dos grandes guerras mundiales y todos sus horrores. Pero
el siglo XIX no es todo romanticismo, sino que en buena medida puede
encendérselo como una continuación crítica de la línea que arrancando
con Descartes y el empirismo británico se prolonga hasta el Iluminismo y
Kant.

Augusto Comte funda el positivismo en la primera mitad del siglo XIX. El


punto de partida de Comte es una filosofía de la historia que se resume en
la ley de los tres estados. En el estado teológico se explican los fenómenos
por medio de seres sobrenaturales, sus fases son el fetichismo, el
politeísmo y el monoteísmo, y se corresponde con un poder espiritual
teocrático y un poder temporal monárquico unidos en un estado de tipo
militar. El estado metafísico arranca del monoteísmo y despersonaliza la
fuerza divina, y la causa de los fenómenos pasan a ser ideas abstractas o
principios racionales.

En el estado positivo la especulación metafísica es sustituida por una


investigación de los fenómenos limitada a la búsqueda de sus
relaciones. Esta reivindicación de los industriales es de origen
saintsimoniano y en ella se expresa el carácter burgués y la aguda
percepción de Comte de la importancia de este nuevo sector social que se
está desarrollando con la revolución industrial. La ciencia, para el
positivismo, se apoya en una metodología general de tipo inductivista. La
ciencia tiene un carácter instrumental, es valiosa porque sirve a la técnica
y a la industria.

La sociología es concebida por Comte como una ciencia natural, la


denomina »física social« y tiene por objeto establecer las leyes que rigen
el desarrollo social como el de un organismo vivo. Comte lamenta que la
sociología todavía esté en pañales y atribuye a este escaso desarrollo los
desórdenes sociales de su época. Cuando la sociología ingrese, con
Comte, al estado positivo, la humanidad en su conjunto habrá ingresado al
tercer estado. 10 Esta concepción de las ciencias sociales como desarrollo
de las ciencias naturales es típica del positivismo.

En la sociología de Comte se distinguen la estática y la dinámica social. La


estática social estudia al individuo, la familia y la sociedad desde la
perspectiva del orden, es decir, desde la estructura que le da a estos
objetos estabilidad y firmeza. Cada estado constituye una situación
transitoria, a excepción del último, que es el estado definitivo. En una
línea de pensamiento muy distinta de la de Comte, Hegel, en los primeros
años del siglo XIX, en su Filosofía de la historia, trata de demostrar que el
mundo de la voluntad no está sometido al azar, que lo que sucede en la
historia tiene un carácter racional, que hay un espíritu que se está
desenvolviendo en la historia.

Cada pueblo, según Hegel, encarna un momento en el desarrollo del


espíritu y ningún individuo puede saltar por encima del espíritu de su
pueblo. El papel de los grandes hombres de la historia es encarnar o
interpretar adecuadamente el espíritu del pueblo, éstos son los
conductores de los pueblos, como Napoleón, por ejemplo. En realidad, los
grandes hombres, creyendo perseguir sus propios fines, su gloria, cumplen
con el papel asignado por la historia. A esta superposición entre el fin de la
historia y el fin subjetivo, Hegel la llama la argucia de la razón.

Con estas categorías analiza el papel desempeñado en la historia por cada


pueblo o cultura, desde China e India hasta los pueblos
germánicos, considerando que »América es el continente del porvenir«, es
decir, que todavía no ha ingresado en la historia universal pero lo hará en
el futuro. A grandes rasgos, Hegel ve en el desarrollo histórico una marcha
hacia mayores grados de libertad. En los grandes imperios orientales, uno
solo, el emperador, es libre. El cristianismo proclama la igualdad de los
hombres ante Dios y, con la reforma protestante que reivindica la libre
interpretación de la Biblia, los pueblos germánicos encarnan el mayor
grado de libertad alcanzado.

Hegel, Georg Wilhelm. Filosofía de la historia universal. 'de la filosofía


alemana Marx rescata buena parte del pensamiento de Hegel y
Feuerbach, un filósofo de la izquierda hegeliana. De la economía política
británica, Marx toma la teoría del trabajo como base del valor, teoría ya
enunciada por Adam Smith y David Ricardo.

Este pensamiento socialista es calificado por Marx como socialismo


utópico, como una expresión voluntarista al que opondrá el socialismo
científico. Mientras los socialistas utópicos imaginaban al socialismo como
una vuelta hacia un pasado más simple, Marx lo entiende como el avance
hacia un mayor grado de complejidad y desarrollo social, posibilitado por
el capitalismo. Según Marx, el modo de producción capitalista lleva a una
concentración de la burguesía - habrá cada vez menos burgueses, cada vez
más ricos- y a la proletarización de la inmensa mayoría de la sociedad, a
una socialización cada vez mayor de la producción en grandes
establecimientos industriales, y conduce a crisis de superproducción con
inevitables recesiones. El proletariado, a través de la revolución
social, puede y debe acelerar el proceso de surgimiento de la nueva
sociedad.

Las ideas de Marx inspiraron la mayor parte de los procesos


revolucionarios del siglo XX. También con grandes diferencias entre
sí, Hegel, Marx y Comte cuestionan las ideas iluministas y la revolución
francesa, pero sus teorías se desarrollan tratando de corregir, mejorar y
superar estas ideas que son el punto de partida de los tres. Es por eso que
los consideramos como expresiones de la modernidad que aunque
producidas en el siglo XIX, tendrán una gran influencia a lo largo del siglo
XX. Desde Descartes hasta Marx, las ideas de la modernidad surgidas en
interacción con la lucha política y el desarrollo científico- tecnológico
modelaron el mundo en el que vivimos.

Aunque en pugna entre sí, muchas veces desvirtuadas al llevarse a la


práctica y hasta habiendo engendrado criaturas monstruosas, su sello se
encuentra presente en las instituciones políticas y las prácticas sociales
desde la salud a la educación, en los valores, las creencias y las actitudes
de millones de hombres por todo el planeta.

Cuando Charles Chaplin, en plena Segunda Guerra Mundial, en »El gran


dictador« llamaba a luchar, lo hacía para liberar al mundo y acabar con las
barreras, los odios y la intolerancia -ideal universalista-, por un mundo con
raciocinio y en democracia, en el que la ciencia y el progreso nos
conduzcan a la felicidad, es decir, levantaba todavía los grandes ideales de
la modernidad. Para contestar estas preguntas debemos detener por
ahora el recorrido por las ideas de la modernidad y pasar a considerar los
cambios que en el orden económico social permiten hablar de sociedades
posindustriales, que constituyen el ámbito en el que se desarrollan las
ideas de posmodernidad. Sociedades posindustriales y cultura
posmoderna Podemos ahora volver atrás y recordar que, para Lyotard, la
posmodernidad sería una edad de la cultura que se correspondería con un
tipo de sociedad a la que se llama sociedad posindustrial. Por otra
parte, el sector terciario, la producción de servicios concentra la mayor
parte de la población económicamente activa, porque la industria
automatizada necesita menos personal pero mucho más capacitado.

En este contexto, el conocimiento es la fuerza de producción fundamental


y la información y su adecuada circulación es imprescindible para el éxito
de los emprendimientos económicos. Los cultivos orgánicos, sin
embargo, no suponen un retorno a métodos artesanales, sino, por
ejemplo, un control biológico de plagas que requiere un gran
conocimiento de las distintas especies y una tecnología capaz de interferir
en su reproducción sin necesidad de rociar los cultivos con productos
químicos de alta toxicidad. Las modificaciones tienen lugar no sólo en la
faz productiva, sino también en la comercialización de millones de
mercancías en la que se desarrollan nuevas y sofisticadas formas de
marketing. Ejemplo de estas políticas es el ofrecimiento de múltiples
productos, envasados de distintas maneras, con presentaciones
especiales, premios, y asociados entre sí .

Quizás la cara más visible para el gran público de las nuevas formas de
comercialización esté dada por la presencia de los »shoppings«, esos
gigantescos centros comerciales que constituyen un monumento al
consumo v que reorganizan la vida de millones de personas pues, al decir
del norteamericano Alan T. Las líneas de producción y comercialización
correspondientes a las sociedades posindustriales requieren actualización
e innovación constantes, decisiones rápidas y
descentralizadas, incompatibles con los regímenes fuertemente
burocráticos de la Unión Soviética y los países del Este que habían resuelto
exitosamente, en cambio, los problemas correspondientes a una sociedad
industrial, hasta los años cincuenta o sesenta. La decadencia de estos
regímenes a finales de los ochenta puede explicarse como el resultado de
no haberse adaptado a las condiciones de la época posindustrial, lo que
hizo que sus economías dejaran de ser competitivas internacionalmente y
se abriera un abismo entre la opulencia del consumo entre grandes
sectores del oeste y la austeridad en el este. Sería allí donde se habría
gestado la cultura posmoderna, pero gracias a los medios de
comunicación dicha cultura se extendería rápidamente por todo el
mundo, aun en los lugares que están muy lejos de constituir sociedades
posindustriales o que viven la época de posindustrialización de un modo
muy distinto, como lo son los países sudamericanos. Por otra parte, vale la
pena señalar que el concepto mismo de sociedad posindustrial no es
aceptado por otros autores que prefieren hablar de capitalismo tardío o
capitalismo avanzado para resaltar que de lo que se trata es de la etapa
del capitalismo multinacional, en la que el capital se extiende a territorios
o dominios antes no tan mercantilizados como los relacionados con la
producción estética que, como lo hace notar el norteamericano Fredric
Jameson, en su libro El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo
avanzado , recibe hoy apoyos institucionales y canaliza inversiones
multimillonarias, desde los vestidos hasta los aviones, pasando
fundamentalmente por la arquitectura cuyos productos están más
cercanos a la economía, con cifras de negocios siempre crecientes.

El posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado. Las ideas


de posmodernidad En una primera aproximación y considerada
negativamente, la edad de la cultura que llamamos posmodernidad y que
se correspondería con las sociedades posindustriales, como contrapuesta
a la modernidad, sería la época del desencanto, del fin de las utopías, de la
ausencia de los grandes proyectos que descansaban en la idea de
progreso. El desencanto se produce porque se considera que los ideales
de la modernidad no se cumplieron, menos aún si se entiende que dichos
ideales eran universalistas, es decir, debían valer para toda la
humanidad. Se creía que la ciencia avanzaba hacia la verdad, el arte se
expandiría como forma de vida y la ética encontraría la universalidad de
normas fundamentadas racionalmente.

No obstante, las conmociones sociales y culturales de los últimos decenios


parecen contradecir los ideales modernos. La modernidad, preñada de
utopías, se dirigía hacia un mañana mejor. « Nuestra época
desencantada, se desembaraza de las utopías.», Lyotard, por su
parte, denomina, peyorativamente, «grandes relatos» a los proyectos o
utopías cuya finalidad era legitimar, dar unidad y fundamentar las
instituciones y las prácticas sociales y políticas, las legislaciones, las éticas
y las maneras de pensar. Otro de los grandes 14 relatos es el de la
emancipación de los trabajadores y la lucha por la sociedad sin clases, de
origen marxista.

Un tercer gran relato de origen positivista promete un mundo de


bienestar para todos basado en el desarrollo de la ciencia y la
industria. Pero, según Lyotard, todos los «grandes relatos» han entrado en
crisis, han sido invalidados en el curso de los últimos cincuenta años, por
diferentes acontecimientos, desde los campos de concentración, pues no
todo lo real es racional, hasta la crisis del marxismo en la versión de los
países del este. Estas diferentes maneras de contar una historia universal
de la humanidad que conducen a la emancipación de la misma han
fracasado. Es la muerte de las utopías o de las ideologías .
Esta idea es elaborada a finales del siglo XVIII en la filosofía de las Luces y
en la Revolución Francesa. El progreso de las ciencias, de las artes y de las
libertades políticas liberará a toda la humanidad de la ignorancia, de la
pobreza, de la incultura, del despotismo y no sólo producirá hombres
felices sino que, en especial gracias a la Escuela, generará ciudadanos
ilustrados, dueños de su propio destino. 'De esta fuente surgen todas las
corrientes políticas de los últimos dos siglos, con excepción de la reacción
tradicional y del nazismo. » Qué es la posmodernidad?«.

Lyotard,J. Todos conducen o creen conducir hacia una humanidad


trasparente para sí misma, hacia una ciudadanía mundial. Estos ideales
están en declinación en la opinión general de los países llamados
desarrollados. La clase política continúa discurriendo de acuerdo con la
retórica de la emancipación.

Pero no consigue cicatrizar las heridas infringidas al ideal 'moderno'


durante casi dos siglos de historia. No es la ausencia de progreso sino, por
el contrario, el desarrollo tecnocientífico, artístico, económico y político, lo
que ha hecho posible el estallido de las guerras totales, los
totalitarismos, la brecha creciente entre la riqueza del Norte y la pobreza
del Sur, el desempleo y la 'nueva pobreza', la deculturación general con la
crisis de la Escuela...« La declinación de los ideales modernos, un hecho
que constata en la opinión pública de los países desarrollados, sería, según
Lyotard, el resultado del desarrollo de los mismos que han llevado a las
guerras, los totalitarismos, la pobreza, etc. Sólo el lenguaje de la política
con sus promesas y sus exhortaciones por un mundo mejor, seguiría
siendo moderno, pero, también.

15 en este campo, en los últimos tiempos, el tema de la presunta muerte


de las ideologías es uno de los tópicos que se ha convertido en un lugar
común del lenguaje de vastos sectores políticos que justifican de esta
manera una conducta pragmática y la adaptación de su discurso a las
nuevas condiciones. Por otra parte, el surgimiento de candidatos ajenos
por sus antecedentes al mundo de la política supone una asunción de los
políticos tradicionales de la crisis en que se encuentran. Hoy, que se
anuncia una crisis o un colapso definitivo de la modernidad, hay un
espacio para que reaparezcan los particularismos culturales en su
momento sometidos. Así, por ejemplo, la crisis de los principios de la
modernidad también ha sido diagnosticada desde ciertas cosmovisiones
orientales que consideran que las ideas de dominio de la naturaleza
desarrolladas en Occidente a partir de Bacon y Descartes están llevando a
la aniquilación de la vida y la destrucción del mundo.

La posmodernidad no sería un proyecto o un ideal más, sino, por el


contrario, lo que resta de la crisis de los »grandes relatos«, lo que queda
de la clausura de las ideologías. Esto se advierte en el lenguaje. La
modernidad había acuñado toda una constelación de palabras que giraban
alrededor del término »futuro«, palabras que sólo tenían sentido por
referencia al mismo tales como »ideal«, »proyecto«, »progreso«, palabras
que habían servido como nombre de cines, teatros, mueblerías y
confiterías. También estas palabras se encuentran en »declinación en la
opinión general« y no sólo en los países desarrollados

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